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PRINCIPIOS DE DIRECCIÓN E IMPULSO DEL PROCESO

2.1. Definición de principio de Dirección e Impulso del Proceso

Como dice Couture (1958), “se denomina impulso procesal al fenómeno en


virtud del cual se asegura la continuidad de los actos procesales y su dirección
hacia el fallo definitivo”. Del mismo modo, Castro (1946) afirma, que “el impulso
procesal es la fuerza o actividad que pone en movimiento el proceso y lo hace
avanzar hacia su fin una vez iniciado”. Por último, Chiovenda (2000), lo define como
la “actividad que se propone tan sólo obtener el movimiento progresivo de la
relación procesal hacia su término”.
De acuerdo con el Artículo II del Título Preliminar del Código Procesal Civil
sostiene que:

La dirección del proceso está a cargo del Juez, quien la ejerce de acuerdo a
lo dispuesto en este Código.

El Juez debe impulsar el proceso por sí mismo, siendo responsable de


cualquier demora ocasionada por su negligencia. Están exceptuados del
impulso de oficio los casos expresamente señalados en este Código.

El Principio de Dirección del proceso recibe también el nombre de Principio


de Autoridad. Su presencia histórica en el proceso civil se explica como el medio a
través del cual se empieza a limitar los excesos del Principio dispositivo, aquel por
el cual el Juez tiene dentro del proceso un rol totalmente pasivo, destinado sólo a
protocolizar o legitimar la actividad de las partes (Monroy, 1993, p. 38).

El Principio de Dirección del proceso es la expresión del sistema procesal


publicístico, aquél aparecido junto con el auge de los estudios científicos del
proceso, caracterizado por privilegiar el análisis de éste desde la perspectiva de su
función pública, es decir, como medio a través del cual el Estado hace efectivo el
derecho objetivo vigente, concretando de paso la paz social en justicia.

El principio de dirección judicial del proceso, reconoce, pues, en el juez a un


personaje principal como también lo son las partes de la obra llamada proceso. Un
personaje que tendrá bajo sus hombros la responsabilidad de velar por el normal
desarrollo del proceso, corrigiendo el comportamiento de las partes cuando estas
contravengan los deberes procesales, comprimiendo el trámite del proceso al menor
número de actos procesales, pudiendo inclusive -excepcionalmente- actuar medios
probatorios de oficio. En fin, adoptando todas aquellas medidas que aseguren a las
partes una participación activa en el proceso, y que la decisión sea resultado del
debate procesal (Ramírez, 2016, p. 30).

2.2. Principio de dirección judicial del proceso

2.2.1. La ideología detrás de la figura del juez director

Un lugar común en el pensamiento de la doctrina, es la idea de una


vinculación necesaria entre el modelo procesal preferido por el legislador y el tipo de
régimen político vigente al momento de su adopción (Barbosa, 2003, p. 59). Así, un
régimen liberal daría mayor predominio al principio dispositivo, mientras que un
régimen autoritario haría lo propio con el principio inquisitivo.

El derecho procesal es “un espejo en el que con extrema fidelidad se reflejan


los movimientos del pensamiento, de la filosofía y de la economía en un
determinado periodo histórico” (Cappelletti, 2006: p. 29). En este contexto, el CPC
peruano, “asume una concepción publicística del proceso, en mérito de ella el juez
su representante natural dentro de él tiene un papel fundamental que cumplir”
(Monroy, 1999, p. 190). Pues, es el director del proceso, su máxima autoridad.

La publicización del proceso civil nos condujo a entender que, el Derecho


Procesal es un derecho público, aunque sea un instrumento de tutela de derechos
privados. Así, “el proceso civil, aun siendo un instrumento dirigido a la tutela de
derechos (normalmente) privados, representa, sin embargo, al mismo tiempo,
también una función pública del Estado” (Cappelletti, 2006, p. 54).

Al ser una función pública del Estado, se afirma, que no solo las partes están
interesadas en un ordenado, rápido, orgánico e imparcial ejercicio de dicha función,
sino también, el Estado. Pues el proceso “es un instrumento para el ejercicio del
poder y que este debe ser ejercido, aun cuando esté bajo el estímulo de intereses
individuales, siempre con miras a alcanzar elevados objetivos sociales y políticos
que trascienden el ámbito finito de estos” (Dinamarco, 2009: p. 82).

Por ello, aun cuando las partes, en la mayoría de los casos, disfrutan de
cierta libertad para disponer del objeto del proceso, estos no pueden disponer a su
gusto del proceso en sí mismo, ya que no son completamente libres para hacerlo.
Asumir el carácter publicístico del proceso no puede llevamos a crear la figura de un
super juez; aquel que todo lo puede, pues ello sería contrario al equilibrio que debe
existir en todo proceso entre las exigencias de imparcialidad y el libre juego de
intereses por un lado y, la exigencia de que la decisión sea el resultado de una
participación activa de las partes y del juez, por el otro. Después de todo, el proceso
civil es un instrumento al servicio de los principios y valores constitucionales.

2.2.2. Juez como director del proceso

El Juez debe impulsar el proceso por sí mismo, siendo responsable de


cualquier demora ocasionada por su negligencia. A ello Díaz (1972), opina que el
Juez es la “persona que está investida por el Estado de la potestad de administrar
justicia”.

La característica del Código Procesal Civil es otorgar la dirección del proceso


al Juzgador, devolverle autoridad al Juez para que en el proceso se cumpla su
finalidad en forma rápida, debiendo adoptar las medidas convenientes para impedir
su paralización y procurar la economía procesal. Se pretende convertir al Juez
espectador en Juez-director. Bajo esta concepción, el proceso no es un asunto
“privado”, y si bien deben resolverse asuntos de los particulares, el proceso es un
asunto “público”.

Por lo tanto, es indiscutible que el juez es sujeto principal de la relación


jurídica procesal y del proceso. En efecto, a él corresponde: dirigirlo efectivamente e
impulsarlo en forma de que pase por sus distintas etapas con la mayor celeridad y
sin estancamiento; controlar la conducta de las partes; investigar y sancionar la
mala fe, el fraude procesal, la temeridad y cualquier otro acto contrario a la dignidad
de la justicia o a la lealtad y probidad; procurar la real igualdad de las partes en el
proceso; rechazar las peticiones notoriamente improcedentes o que impliquen
dilaciones manifiestas; sancionar con multas a sus empleados, a los demás
empleados públicos y a los particulares que sin justa causa incumplan sus órdenes,
y con pena de arresto a quienes le faltan el debido respeto en el ejercicio de sus
funciones o por razón de ella expulsar de las audiencias a quienes perturben su
curso; decretar oficiosamente toda clase de pruebas que estime conveniente para el
esclarecimiento de los hechos que interesen al proceso; apreciar esas pruebas y las
promovidas por las partes, de acuerdo con su libre criterio, conforme a las reglas de
la sana crítica.

El juez no es simple espectador del debate judicial, ni siquiera en el proceso


civil y mucho menos en los demás, sino el verdadero director del proceso y el
dispensador de la justicia. No obstante, uno de los rasgos más distintivos de nuestro
CPC, es el reforzamiento de los poderes del juez. Como no podía ser de otra
manera, al asumir los postulados de la concepción publicística del proceso, se ha
otorgado al juez todos los poderes que se consideraron necesarios para que pueda
conducir al proceso al cumplimiento de sus fines.

En este sentido, la presencia histórica del principio de dirección judicial del


proceso o principio de autoridad del juez en el Proceso Civil “se explica como el
medio a través del cual se empieza a limitar los excesos del sistema privatístico,
aquel en el cual el juez tiene durante el desarrollo de la actividad procesal un rol
totalmente pasivo, previsto solo para legitimar la actividad de las partes” (Monroy,
2007).

Por ello, hay quien sostiene, que el Proceso Civil, es un proceso que “está
construido desde el punto de vista del juez (o sea del Estado) y no desde aquel de
las partes, que pasan a ser en el proceso un simple medio para que los órganos
jurisdiccionales (o sea el Estado) cumplan sus funciones” (Ariano, 2013, p. 15).

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