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La dirección del proceso está a cargo del Juez, quien la ejerce de acuerdo a
lo dispuesto en este Código.
Al ser una función pública del Estado, se afirma, que no solo las partes están
interesadas en un ordenado, rápido, orgánico e imparcial ejercicio de dicha función,
sino también, el Estado. Pues el proceso “es un instrumento para el ejercicio del
poder y que este debe ser ejercido, aun cuando esté bajo el estímulo de intereses
individuales, siempre con miras a alcanzar elevados objetivos sociales y políticos
que trascienden el ámbito finito de estos” (Dinamarco, 2009: p. 82).
Por ello, aun cuando las partes, en la mayoría de los casos, disfrutan de
cierta libertad para disponer del objeto del proceso, estos no pueden disponer a su
gusto del proceso en sí mismo, ya que no son completamente libres para hacerlo.
Asumir el carácter publicístico del proceso no puede llevamos a crear la figura de un
super juez; aquel que todo lo puede, pues ello sería contrario al equilibrio que debe
existir en todo proceso entre las exigencias de imparcialidad y el libre juego de
intereses por un lado y, la exigencia de que la decisión sea el resultado de una
participación activa de las partes y del juez, por el otro. Después de todo, el proceso
civil es un instrumento al servicio de los principios y valores constitucionales.
Por ello, hay quien sostiene, que el Proceso Civil, es un proceso que “está
construido desde el punto de vista del juez (o sea del Estado) y no desde aquel de
las partes, que pasan a ser en el proceso un simple medio para que los órganos
jurisdiccionales (o sea el Estado) cumplan sus funciones” (Ariano, 2013, p. 15).