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Dictadura de Franco (1939-1975)

Bases ideológicas de la dictadura y apoyos sociales


El régimen franquista fue claramente una dictadura en la que:
1. Todos los poderes del Estado se concentraban en una persona: el general
Francisco Franco.
2. Los ciudadanos estaban privados de derechos y libertades.
3. Se ejercía un rígido control sobre los medios de comunicación.
4. Se ejercía la represión sobre la oposición política.
No obstante, es mucho más difícil caracterizar la naturaleza política de esta dictadura.
¿Fue una dictadura totalitaria de naturaleza fascista? ¿Un régimen autoritario de
naturaleza un tanto paternalista? ¿O sencillamente un régimen de pluralismo político
limitado? La historiografía se muestra dividida al respecto, con tres posturas
enfrentadas:
1. Dictadura autoritaria. Historiadores y especialistas en ciencias políticas, como
Juan José Linz, Javier Tusell o Stanley G. Payne, sostienen que el franquismo fue
una dictadura autoritaria cuyo objetivo era mantener el orden y la autoridad
mediante el uso de la fuerza.
Su modelo ideológico estaría basado en el tradicionalismo católico y el
pensamiento reaccionario antiliberal, pero no tenía ninguna pretensión de
implantar un modelo de Estado ni de imponer desde él una ideología definida.
2. Dictadura fascistoide. Otros autores como Ismael Saz argumentan que el
franquismo adoptó numerosos elementos (uniformización, saludo romano,
partido único, discurso populista) del fascismo italiano, entre otros factores a
través de la Falange, pero que carecería de un proyecto totalitario para el Estado
y la sociedad.
3. Dictadura fascista. Finalmente, hay estudiosos como Alfonso Botti que,
partiendo de los diferentes contextos políticos, económicos y sociales existentes
en Europa, consideran que estos dieron lugar a distintas formas de fascismo
pero con algunas formas comunes, como líderes carismáticos, anticomunismo,
referencias a un pasado glorioso y discurso populista.
Para Botti, el nacionalcatolicismo vendría a ser el fascismo a la española.
Las características del franquismo son:
1. La dictadura como organización política. Antes de ganar la guerra Franco no
tenía en la cabeza un modelo perfilado del nuevo Estado franquista, salvo que
ejercería un poder personal sin limitaciones. Esta característica básica obligó al
régimen franquista a adaptarse a las distintas circunstancias históricas. En este
sentido pueden establecerse dos etapas diferenciadas:
a. Entre 1936 y 1942 el Estado franquista tuvo un carácter netamente
totalitario, inspirado directamente en las dictaduras de Hitler y Mussolini,
que se encontraban entonces en pleno apogeo.
Durante esta etapa se puso fin al aparato legislativo republicano (con
excepciones puntuales, como la Ley de Vagos y Maleantes, creada para la
represión de los denominados “comportamientos antisociales”) y se
suprimieron todas las instituciones democráticas.
Franco concentró todo el poder militar y político (tanto ejecutivo y
legislativo, como judicial, pues sus atributos le permitían controlar los
tribunales militares y podía además depurar a los jueces civiles), por lo que
los órganos de los que se rodeó sólo tenían carácter consultivo, como el
Consejo Nacional del Movimiento.
En esta etapa tuvo mucha importancia la promulgación del Fuero del Trabajo
(1938), que regulaba las relaciones laborales en manifiesto perjuicio de la
clase trabajadora, pues no reconocía al derecho a la huelga y prohibía los
sindicatos de clase.
b. Entre 1942 y 1975 el Estado franquista se vio en la necesidad de dotarse de
un desarrollo institucional con el que ganarse, cuando menos, la
benevolencia de las democracias occidentales.
En primer lugar, y forzado por la derrota bélica de los fascismos, Franco
depuró y ocultó los rasgos más identificables como totalitarios, como por
ejemplo la obligatoriedad del saludo a la romana.
En segundo, y aún más destacado, lugar, Franco fue promulgando una serie
de leyes de rango superior, conocidas como Leyes Fundamentales, y en las
que el Fuero del Trabajo figuraría como la primera.
a) Ley Constitutiva de las Cortes (1942).
Las Cortes franquistas fueron una institución seudoparlamentaria, es
decir, que pretendían tener una naturaleza representativa, aun a pesar
de que no reflejaban la soberanía nacional.
Sus miembros, conocidos como procuradores, eran elegidos mediante
un sufragio indirecto, si bien en realidad era la dictadura la que
controlaba en último término su composición.
Por otra parte, era una cámara de carácter meramente consultivo, sin
autonomía legislativa, y se limitaba a aprobar las leyes elaboradas por
el dictador, por lo que en el fondo era un instrumento de legitimación
de la dictadura.
b) Fuero de los españoles (1945).
Definía los derechos y los deberes de los españoles.
Los derechos, por supuesto, eran muy restringidos y no permitían
cuestionar la dictadura.
Por otra parte, podían ser suspendidos en cualquier momento.
c) Ley de Referéndum Nacional (1945).
Establecía la posibilidad de que el jefe del Estado (Franco) sometiera a
consulta popular proyectos de ley de especial trascendencia.
Solo se aplicaría en dos ocasiones: con la Ley de Sucesión y la Ley
Orgánica del Estado, que veremos a continuación.
d) Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947).
Fijaba una auténtica paradoja: España sería un reino (una monarquía)
que no contaría con un rey como jefe de Estado vitalicio, sino con un
dictador.
Se trataba de un compromiso de circunstancias de Franco con la
restauración monárquica, empujado por la difícil situación que
sobrevino a España después de la Segunda Guerra Mundial, pero que
permitía al dictador decidir cuándo y en qué persona sobrevendría
esta.
Franco desconfiaba de Juan de Borbón, el heredero de Alfonso XIII, y
pensaba que su hijo Juan Carlos sería un candidato más acomodaticio.
Además, se creó el Consejo del Reino, que actuaría como órgano asesor
del dictador.
e) Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958).
Se trataba de una síntesis de los principios ideológicos del régimen:
monárquico, tradicional y católico.
f) Ley Orgánica del Estado (1967).
Pensada para darle a la dictadura la apariencia de un Estado de
Derecho, lo que posibilitaría su integración en Europa y la pervivencia
del régimen más allá de la muerte de Franco.
De ahí que se separaran los cargos de jefe de Estado y de Gobierno,
se asentara la institución monárquica y se abriera la puerta a la
posibilidad de crear asociaciones políticas, siempre, eso sí, que
aceptaran los principios del Movimiento Nacional.
Sin embargo, como Jefe de Estado, Franco seguía manteniendo un
poder ilimitado.
2. Los pilares del poder de Franco fueron tres:
a. El Ejército actuó como sostén del ordenamiento legal de la dictadura.
Aunque durante la guerra civil el ejército sublevado no fue nunca un bloque
monolítico (los altos mandos presentaban ciertas diferencias ideológicas: los
había monárquicos, falangistas, carlistas o sencillamente adictos a la persona
de Franco), eso no impidió que la mayoría de los jefes militares del bando
rebelde colaborasen con Franco tras la contienda.
Más allá de las ambiciones personales, todos compartían tres rasgos
políticos: anticomunismo, rechazo del separatismo y defensa de la dureza en
el tratamiento de las cuestiones de orden público.
El Ejército mantuvo durante la dictadura su convicción de ser una institución
aparte en virtud de la lealtad que manifestaba hacia el dictador, cuya
autoridad era la única que reconocía.
b. La Iglesia fue la fuente de legitimación de la dictadura con su interpretación
de que la guerra había sido, esencialmente, una cruzada religiosa.
La Iglesia mantuvo con el franquismo una vinculación simbiótica: mientras
que el régimen, de naturaleza oficialmente católica, asumía la defensa de la
religión como uno de sus objetivos prioritarios, la Iglesia participaba en las
instituciones dictatoriales y era una importante herramienta de control
político e ideológico, especialmente en sectores como el de la educación,
ejerciendo también labores de censura artística, cultural e intelectual.
Todos los actos de la vida pública franquista usaban simbología y tenían
resonancias religiosas.
Esta simbiosis entre Iglesia y Estado justifica el uso del término
nacionalcatolicismo.
c. La FET y de las JONS era, desde 1937, el partido único de la dictadura, si bien
era denominado Movimiento Nacional para evitar que tuviera esa
connotación de partidista.
La Falange, como se la conoce abreviadamente, fue el único canal de
participación política de la población, con varias secciones (Frente de
Juventudes, Sección Femenina, Auxilio Social y la Organización Sindical
Española, más conocida como Sindicato Vertical) que pretendían movilizar a
diferentes sectores sociales, si bien con el fin de tenerlos controlados y evitar
que nutrieran las filas de la oposición a la dictadura. Su jefe, qué duda cabe,
era Franco.
3. El régimen franquista se caracterizó por una gran ambigüedad ideológica debido
a que los principios de la dictadura, a diferencia de otras potencias fascistas, no
estaban muy definidos.
Entre ellos destacaban los siguientes: anticomunismo, antiliberalismo,
antisemitismo y antimasonería, catolicismo, nacionalismo, armonización entre
clases, militarismo y culto a Franco.
a. Anticomunismo. El comunismo era identificado como el enemigo
consumado de la idea y los valores tradicionales de España, una amenaza que
venía de fuera y que, una vez acabada la guerra, sería identificada como la
causa oculta de todas las dificultades por las que atravesaba la dictadura
franquista, pues se acusaba al comunismo de estar perpetuamente
conspirando en contra suya. La oposición política al franquismo era
englobada con el calificativo “comunista” o, más genéricamente, “rojos”.
Los valores anticomunistas se reforzaron durante la Guerra Fría y el
consiguiente alineamiento de España con Estados Unidos.
b. Antiliberalismo. Rechazo visceral del liberalismo político y de la democracia
parlamentaria, por supuesto identificados con el comunismo marxista y, por
tanto, con lo antiespañol.
Frente a ellos, la dictadura defendió la “democracia orgánica”,
caracterizada por la supresión de los partidos políticos y su sustitución por
el Movimiento Nacional, como único representante político reconocido.
La cacareada participación política de la población española quedó
restringida a los cauces escasamente fiables de representación (la familia, el
municipio, el sindicato y las corporaciones profesionales) en las Cortes
franquistas. Incluso en las elecciones municipales que se celebraban los
alcaldes eran elegidos por nombramiento gubernativo.
c. Antisemitismo y antimasonería. Junto con los comunistas, judíos y masones
fueron identificados como los responsables de introducir en España los
grandes males contemporáneos: la democracia y la lucha de clases.
d. Catolicismo. La religión católica, la única oficial, se convirtió en una de las
principales señas de identidad del franquismo bajo el manto del
nacionalcatolicismo que ya hemos visto.
e. Nacionalismo. El patriotismo español fanático y exacerbado del franquismo,
de profundas resonancias militares, convirtió la unidad de la patria en uno de
los objetivos fundamentales de la dictadura.
No solo eran exaltados la patria y sus símbolos (bandera e himno nacional, al
que se puso letra), sino que se impuso una visión machaconamente
centralista (intolerancia no ya con las reivindicaciones independentistas e
incluso autonomistas, sino rechazo de cualquier pretensión diferenciadora
regional), prohibiendo cualquier lengua vehicular que no fuera el castellano.
Los gobernadores civiles, la máxima autoridad política de las provincias,
seguían religiosamente las directrices dadas en Madrid.
Por otra parte, durante la dictadura se glosó una visión histórica muy
tradicional y basada en las glorias añejas de España, como la Reconquista o
el imperio de los Austrias.
f. Armonización entre clases. Como ya hemos visto, la lucha de clases fue un
anatema para el franquismo. Para controlar las relaciones sociolaborales,
previniendo de esta forma los conflictos, se tomó prestado del fascismo
italiano su corporativismo.
El Fuero del Trabajo creó una organización, el Sindicato Vertical, controlado
por el Movimiento Nacional, donde quedaron integrados obreros, patronos
y representantes del Estado; la sindicación era obligatoria.
Este modelo laboral es conocido como nacionalsindicalismo.
g. Militarismo. El Ejército y sus valores estaban muy presentes en la vida
cotidiana. La radio y la prensa recordaban de manera permanente la guerra
y la victoria, ensalzando el papel del Ejército, el “espíritu del 18 de julio” y el
“Glorioso Alzamiento Nacional” (es decir, el golpe de Estado).
h. Culto a Franco, a quien se recubrió de atributos carismáticos y casi
sobrenaturales: el “Caudillo”.
4. Los principios ideológicos resultaban lo suficientemente genéricos como para
posibilitar la existencia de lo que se ha llamado, con llamativa exageración,
pluralismo político limitado, que se caracteriza por la presencia de distintas
familias políticas del régimen, representadas en las instituciones de la
dictadura.
Estas familias se ubicaban en la derecha política (más allá de que algunas se
identificaran con el fascismo y otras con el conservadurismo o el tradicionalismo)
y compartían unos rasgos ideológicos comunes.
Con todo, estas familias representaban tendencias e intereses distintos, por lo
que solían estar enfrentadas y se disputaron el protagonismo a lo largo de toda
la dictadura; si bien siempre estuvieron férreamente controladas por Franco,
que alimentó los enfrentamientos y buscó equilibrar su presencia institucional
para evitar que una destacara sobre el resto, con el objetivo de fondo de que su
poder personal fue el único elemento político aglutinante y cohesionador de
todas estas familias del régimen.
Las familias políticas franquistas fueron:
a. Los falangistas.
Como habían crecido mucho durante y después de la guerra, se diferenciaba
entre los “camisas viejas”, que eran los seguidores de primera hora del
partido fundado por José Antonio Primo de Rivera, y los “camisas nuevas”
que se habían adherido posteriormente.
En los comienzos de la dictadura su influencia fue muy grande, pero con el
declinar de las potencias fascistas en la Segunda Guerra Mundial fueron
perdiendo presencia política, lo que habría que sumar al desdén con que les
trataba Franco y a la falta de referentes políticos e ideológicos propios.
No obstante, siguieron ocupando cargos importantes durante toda la historia
de la dictadura.
b. Los católicos.
No poseían ningún partido que les aglutinase, una vez desaparecida la CEDA,
en la que habían militado muchos durante la República. Sin embargo, sí había
asociaciones católicas, como la Asociación Nacional Católica de
Propagandistas (ANCP), que se centraba en la enseñanza religiosa en las
escuelas, contaba con un órgano de prensa propio y colaboraba
intensamente con la dictadura, siendo algunos de sus miembros titulares de
importantes carteras ministeriales como Asuntos Exteriores y Educación; y el
Opus Dei, que era muy relevante en el mundo de los negocios y las finanzas
y que desde finales de los años 50 proporcionó importantes ministros en
materias económicas: los conocidos como tecnócratas.
c. Los monárquicos.
Aunque apoyaban el restablecimiento de la monarquía, se mantuvieron
leales a Franco.
Entre ellos hay que distinguir a los juanistas, que eran defensores de los
derechos al trono de Juan de Borbón y se sintieron decepcionados con Franco
por haberse negado a cederle el poder, y a los carlistas, quienes si bien
habían visto como su organización política se disolvía en la FET y de las JONS,
mantenían una personalidad propia con la defensa de la tradición y de los
fueros.
5. En cuanto a los apoyos sociales del régimen, estos se concentraron inicialmente
en la oligarquía terrateniente, industrial y financiera (la más perjudicada por las
reformas sociales y económicas de la República) y clases medias rurales y
urbanas de mentalidad conservadora.
Estos grupos se identificaban con el franquismo por su carácter autoritario, que
para ellos suponía una garantía de la defensa del orden y los valores tradicionales
de la sociedad, como la familia, la propiedad privada, la religión, etc.
Con todo, hay que tener en cuenta que estos apoyos fueron variando a lo largo
de los cuarenta años de existencia de la dictadura.
Como ya hemos dicho, el régimen franquista duró cuatro décadas, y si se mantuvo tanto
tiempo fue porque supo adaptarse al cambiante escenario internacional. Por eso,
podemos distinguir diferentes etapas políticas: primer franquismo (1939-1959), que
coincidió con la posguerra y que fue un periodo duro para la población, tanto por la
represión política como por la autarquía y el aislamiento internacional; segundo
franquismo (1959-1973), caracterizado por la consolidación de la dictadura, el
aperturismo internacional y el desarrollismo económico; y el tardofranquismo (1973-
1975), marcado por la crisis económica y la contestación política y social a la dictadura.
Posguerra y autarquía
La época de la posguerra (1939-1950) se caracteriza por la autarquía, un modelo
económico basado en el fascismo italiano según el cual España debía autoabastecerse
limitando al máximo los intercambios comerciales con el exterior.
La ruina del país provocada por la guerra, la escasez de fuentes primarias y el aislamiento
internacional que siguió a la derrota de las potencias del Eje hicieron que este proyecto
económico naufragara, tanto a nivel agrario como industrial.
1. Durante los años posteriores a 1939 la agricultura sufrió tal estancamiento que
se habla de retroceso agrario.
La falta de maquinaria y de abono, la climatología adversa o la necesidad de tierras
para el autoconsumo campesino fueron factores que incidieron en la baja
productividad agraria. Esta no fue suficiente, y el Estado, que controlaba
estrechamente la agricultura a través de organismos como el Servicio Nacional de
Trigo (que regulaba los precios de los productos y compraba la producción de los
campesinos), se vio obligado a racionar los productos alimentarios de primera
necesidad. Con ello aparecieron las cartillas de racionamiento y el mercado negro
o estraperlo, donde los productos (hurtados a la Administración, donde los
campesinos, como hemos visto, estaban obligados a venderlos) podían duplicar y
triplicar los precios oficiales.
Por otra parte, la política franquista puso en marcha el Instituto Nacional de
Colonización, destinado a desarrollar los regadíos en zonas de secano o no
cultivadas, e instalar colonos en ellos.
2. La industria sufrió por la falta bienes de equipo, de materias primas y de fuentes
de energía, manteniéndose la producción industrial a unos niveles muy bajos.
La dictadura trató de llevar a cabo una política de fomento industrial a través de la
creación del Instituto Nacional de Industria (INI) en 1941. El INI tuvo como
objetivo impulsar los sectores estratégicos, especialmente el siderúrgico y el
hidroeléctrico, mediante la creación de grandes empresas públicas: RENFE,
IBERIA, ENDESA o SEAT.
Los efectos de la autarquía fueron:
1. Estancamiento de la producción agraria e industrial
2. La ruralización del país a causa del protagonismo cobrado por las actividades
agrarias en detrimento de unos sectores industrial y de servicios ya muy castigados
por la guerra.
Numerosas familias hubieron de refugiarse en el medio rural para sobrevivir.
3. El aislamiento internacional y unas importaciones ligadas básicamente a los
productos alimentarios (y ya hemos hablado de la escasa producción agraria)
hicieron aumentar el déficit comercial.
4. El intervencionismo estatal, unido a la enorme burocratización que comportaba,
disparó el déficit público.
5. La fijación de los precios de manera arbitraria hizo disparar la inflación real.
6. Con unos salarios muy bajos y una capacidad de consumo limitadísima, el nivel de
vida de la posguerra fue muy, muy miserable.
La inmensa mayoría de la población español pasó privaciones, hambre,
desnutrición y enfermedades.
El cambio de las relaciones internacionales con el comienzo de la Guerra Fría, unido al
acercamiento a los Estados Unidos y el progresivo final del aislamiento de España, dieron
lugar en la década de los 50 al conocido como decenio bisagra, durante el cual se
produjo una ligera mejoría económica gracias a los créditos recibidos de Estados
Unidos y la mayor apertura al exterior.
La dictadura afrontó la nueva situación internacional con diferentes medidas
encaminadas a superar el nivel de pura subsistencia en el campo (se aprobó una Ley de
Concentración Parcelaria para atajar el problema del minifundismo y se promovió la
construcción de pantanos para multiplicar las explotaciones de regadío y aumentar
además la producción eléctrica); aumentar la producción y la productividad
industriales; a reactivar el comercio interior y exterior; y, finalmente, a reducir los
gastos de Estado.
Si bien en 1953 la relativa mejoría de la situación económica española permitió el fin del
racionamiento, la situación no era para nada boyante. Había una inflación en pleno
crecimiento, un enorme déficit público, una balanza de pagos al borde del colapso y un
sistema fiscal con una recaudación insuficiente.
Represión y consolidación del régimen: años 40 y 50
Como ya vimos, este apartado vendría a coincidir con el primer franquismo (1939-1959)
estuvo marcado por la estabilización política del régimen después del triunfo militar y
el final de la II Guerra Mundial.
En este periodo se distingue una primera fase “azul” (por el color de la camisa que
usaban las falangistas), pues en el primer gobierno constituido tras la guerra eran la
familia política preponderante.
El líder falangista, Ramón Serrano Suñer (ministro de Asuntos Exteriores y hermano
político de Franco, por lo que era denominado con sorna “el Cuñadísimo”), fue la figura
más destacada del gabinete ministerial, y a él se debió la dirección de la política exterior
entre 1940 y 1942, basada en el estrechamiento de las relaciones con las potencias
fascistas.
En un principio, y dado el nivel de desastre provocado por la guerra civil, Franco se
declaró neutral en el conflicto internacional que comenzó justo en 1939, si bien en 1940
dio un paso más y pasó a considerarse no beligerante, aunque claramente inclinado
hacia los países fascistas del Eje. Franco no solo se entrevistó con Hitler y Mussolini, sino
que en 1941, cuando Alemania invadió la Unión Soviética, envió al frente ruso un cuerpo
de 45.000 voluntarios con el objetivo de que combatieran allí junto a los agresores nazis.
La política filofascista no solo afectó a las relaciones internacionales, sino también a la
misma configuración del primer Estado franquista. De ahí que no cause sorpresa la
fascistización tanto del gobierno, como de la representación del poder.
Esto tuvo un efecto directo en la gestión del final de la guerra, marcada por el rechazo
de cualquier posibilidad de reconciliación y la continuación de las represalias:
1. La represión a los vencidos quedó legalizada con la Ley de Responsabilidades
Políticas (1939) y la Ley para la Supresión de la Masonería y el Comunismo (1940).
2. Continuación de las ejecuciones (unas 50.000) y las detenciones (unos 250.000
presos).
Los presos eran hacinados en unas miserables condiciones de encierro en colonias
penitenciarias militarizadas, siendo usados en trabajos forzados como mano de
obra esclava por empresas o por el propio Estado (en la construcción de pantanos
o del famoso Valle de los Caídos).
3. El cuerpo de funcionarios fue depurado de los elementos republicanos.
4. En las empresas privadas fue obligatorio el despido de detenidos y exiliados.
No obstante, una vez que las potencias fascistas mostraran un evidente cansancio
bélico a partir del año 1942, la España de Franco volvió de nuevo a la neutralidad (1943)
e inició una aproximación a los aliados.
En el plano interior, este giro supuso una suavización de los alardes fascistas,
promulgándose la Ley Constitutiva de Cortes y relevando a Serrano Suñer de su cargo,
con lo que los falangistas perdieron su preeminencia política.
Con todo, la victoria aliada de 1945 puso en graves aprietos a la dictadura franquista.
Por si fuera poco, los monárquicos movieron además ficha y Juan de Borbón hizo público
el Manifiesto de Lausana (1945), apoyando una amplia amnistía y una transición a la
democracia.
La reacción de la dictadura fue rápida. A la promulgación del Fuero de los Españoles y
de la Ley de Referéndum Nacional siguió una acentuación de las características más
monárquicas y católicas del régimen: postergó el fascismo en beneficio del
nacionalcatolicismo y promovió la Ley de Sucesión, si bien castigó al candidato lógico
Juan decantándose por su hijo, Juan Carlos.
En 1946 la naciente Organización de Naciones Unidas (ONU) tachó a la dictadura de
Franco de fascista y rechazó la entrada de España, solicitando la retirada de los
embajadores extranjeros del país.
Y aunque España no fue incluida tampoco entre los países que recibieron las ayudas del
Plan Marshall, sus relaciones con Estados Unidos cambiaron a partir de 1947 con el
inicio de la Guerra Fría. La necesidad de contar con un fiel aliado anticomunista posibilitó
el acercamiento estadounidense, con el cual regresaron a Madrid los embajadores
extranjeros entre 1950 y 1951.
En 1953 España firmó un nuevo Concordato con la Santa Sede que reafirmó la alianza
entre el franquismo y la Iglesia mediante grandes concesiones económicas,
patrimoniales, jurídicas y educativas; ese mismo año se firmaron también unos
acuerdos bilaterales con Estados Unidos, por los que este país prestaría ayuda
económica, técnica y militar a cambio del permiso para la instalación de bases militares
estadounidenses en Torrejón de Ardoz, Morón de la Frontera, Zaragoza y Rota.
En 1955 se acabó finalmente el aislamiento internacional de España con su entrada en
la ONU y en otros organismos internacionales, tales como el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial y la Organización Europea de Coordinación Económica.
Cuatro años más tarde el presidente estadounidense Dwight Eisenhower visitaba
oficialmente España, dando con ello el espaldarazo definitivo a la dictadura y a Franco.
Desarrollismo económico
El desarrollismo económico estuvo muy condicionado por los cambios introducidos en
la fase política conocida como segundo franquismo (1959-1973).
A finales de los años 50 se iniciaba una nueva era para la dictadura con la entrada en el
gobierno de una nueva generación de políticos que habían vivido la guerra como niños:
los llamados tecnócratas. Se trataba de hombres provenientes del sector privado, muy
formados académicamente, que primaron una gestión eficaz de los asuntos que les
fueron encomendados.
Aunque la mayoría de los tecnócratas eran miembros del Opus Dei y todos tenían una
orientación ideológica autoritaria, sus políticas de crecimiento económico
(denominadas desarrollismo), que comenzaron con el Plan de Estabilización (1959).
Este plan se trataba de un programa para rectificar el proyecto autárquico y asentar las
bases de una nueva orientación económica basada en una rápida industrialización y en
la conexión de la economía española con la internacional.
Las principales líneas de actuación del Plan de Estabilización fueron:
1. Paquete de medidas de carácter fiscal y monetario que pretendió ajustar el gasto
público a los ingresos para evitar el déficit, mediante la subida de impuestos en
productos y servicios básicos: tabaco, gasolina, teléfono, etc. Se devaluó la peseta
y se fijó una nueva paridad con el dólar (1 dólar= 60 pesetas) para aumentar las
exportaciones.
2. Progresiva liberalización del comercio exterior.
3. Paquete de medidas para favorecer las inversiones extranjeras.
Al programa de liberalización económica hubo que acompañarlo de un programa
de inversiones públicas.
En 1962 se creó la Comisaría del Plan de Desarrollo, dirigida por el también tecnócrata
Laureano López Rodó, que puso en marcha los llamados Planes de Desarrollo. Copiando
políticas francesas, al año siguiente se puso en marcha el primer Plan de Desarrollo, con
una vigencia de cuatro años (1964-1967) (que sería seguido por otros dos más de
vigencia entre 1968-1971 y 1972-1975, respectivamente).
Estos Planes pretendieron fomentar el sector industrial, considerado como un sector
clave para el desarrollo económico, mediante dos puntales básicos:
1. Las acciones estructurales, centradas en eliminar o suavizar algunos de los
factores que imposibilitaban la expansión industrial española, como la pequeña
dimensión de las empresas y su carácter familiar, o la baja producción industrial.
2. Las acciones de localización industrial, que tuvieron como objetivo disminuir los
desequilibrios industriales regionales, de tal forma que se crearon Polos de
Promoción y Desarrollo en ciudades como Vigo, La Coruña, Burgos, Valladolid,
Zaragoza, Sevilla o Huelva.
Ni Franco ni los ministros más inmovilistas estuvieron muy de acuerdo con estos
cambios, pero a partir de 1961 se produjo un relanzamiento y la economía española
comenzó a crecer a un nivel altísimo, superior al de otros países europeos, si bien
conviene matizar que España partía de una situación muchísimo más baja que la de
aquellos. De esta forma comenzó el periodo de mayor crecimiento económico de la
historia de España, conocido como el “milagro español”, claramente estimulado por la
situación alcista de la economía mundial, y particularmente de la europea, así como por
la política de estímulos para las inversiones extranjeras (bajo coste de mano de obra,
escasa conflictividad social y baja presión fiscal). La conversión de España en un país
industrial pasó por la renovación del equipo industrial y la adopción de nueva
tecnología.
Los subsectores más destacados fueron la industria química, la del metal y la del
automóvil. En el sector agrario, por su parte, se produjo una modernización mediante
la mecanización y la mejora de las técnicas de cultivo (abonos químicos, especialización
y diversificación de la producción). Gracias a ello, se pudo cambiar la dieta de la
población (disminución de la producción de cereales y aumento por contrapartida de la
de carne, leche y fruta), mejorando su nivel vida.
No obstante, este proceso tuvo sus contrapartidas: la disminución de la aportación del
sector agrario al PIB, con la consiguiente caída del porcentaje de población ocupada
en él (que provocó una corriente de éxodo rural hacia las zonas industriales del país y a
los países más desarrollados de Europa Occidental, despoblando varias regiones del
interior de España), y el aumento de la dependencia de España del exterior.
Por último, con respecto a los servicios, los años sesenta fueron los del gran boom del
turismo internacional. Muchos turistas extranjeros llegaron a España buscando sol,
playa y exotismo a bajo precio, convirtiendo al país en un destino privilegiado. El
crecimiento de este subsector estimuló otros como la construcción, la industria
hotelera, etc.
Aunque las exportaciones siguieron siendo inferiores a las importaciones, el saldo de la
balanza de pagos fue normalmente positivo gracias a tres elementos: los ingresos
dejados por el turismo, las divisas enviadas por los emigrantes que trabajaban en el
extranjero y las importantes inversiones de capital extranjero.
El desarrollismo económico dio alas a la dictadura para buscar la integración de la
España de Franco en la naciente Comunidad Económica Europea (CEE), lo cual provocó
un tímido aperturismo del régimen franquista, que se manifestó en los siguientes
aspectos:
1. Política interior. Promulgación de la Ley de Principios del Movimiento Nacional y
la Ley Orgánica del Estado. Con esta última, el almirante Luis Carrero Blanco, fiel
ayudante de Franco, pasó a ser presidente de gobierno.
2. Política exterior. Desde 1962 España trató de entrar en varias ocasiones en la CEE.
Todos estos empeños culminaron en 1970 con la firma de un acuerdo preferencial
para intercambios comerciales.
Con todo, la España de Franco no ingresaría en el club europeo.
3. Sindical. Reconocimiento de la negociación colectiva entre patronos y obreros,
regulada según la Ley de Convenios Colectivos (1958).
4. Represivo. Creación del Tribunal de Orden Público (1963), un órgano jurídico civil
que sustituyó a los tribunales militares en la represión de los delitos políticos, salvo
en los de terrorismo.
5. Prensa. La Ley de Prensa (1966) suprimió la censura previa de las publicaciones,
aunque se mantuvieron controles estrictos y se pudo sancionar o secuestrar
publicaciones con posterioridad a su salida.
6. Asuntos sociales. La Ley General de Seguridad Social (1966) mejoró las
prestaciones sociales y sentó las bases del sistema nacional de salud.
7. Educación. La Ley General de Educación (1970) trató de hacer más asequible la
educación para toda la población.
8. Descolonización. En 1956, y siguiendo el ejemplo francés, España concedió la
independencia al norte de Marruecos; en 1968 hizo lo propio con Guinea
Ecuatorial y un año más tarde cedió a Marruecos el territorio del Ifni, aunque no el
llamado Sáhara español.
A instancias de la ONU, España y Gran Bretaña iniciaron negociaciones sobre
Gibraltar, aunque tras su fracaso la dictadura de Franco trató de aislar por tierra el
enclave británico.
Durante esta etapa, las tensiones entre las familias del régimen fueron más ruidosas. En
1969 estalló el escándalo MATESA, que afectó a una empresa muy conectada con el
Opus Dei acusada de haber recibido millones de pesetas de manera irregular. Los
falangistas aprovecharon esta situación para atacar a los tecnócratas. Sin embargo,
Franco, asesorado por Carrero Blanco resolvió la disputa remodelando el gobierno y
colocando en los puestos más importantes a ministros tecnócratas: fue el llamado
gobierno monocolor.
Cambios sociales
Durante las décadas de los 40 y los 50 la sociedad española estuvo marcada por el
atraso y la pobreza. Ya hemos hablado de la ruralización del país, del hambre y de la
miseria que afectaron sobre todo a las clases bajas rurales y urbanas, pero también a las
clases medias. Solo las oligarquías y las élites políticas (es decir: los pilares de la
dictadura) mantuvieron un alto nivel de vida.
Por otra parte, la vida política y social en estos años se caracterizó por un férreo control
de los aspectos públicos y privados. Ya hemos visto que a través del Movimiento
Nacional la dictadura tejió su odiosa tela de araña por diferentes sectores sociales, así
como el importante control que ejerció una Iglesia cómplice. El resultado fue la
imposición de una concepción tradicional y autoritaria basada en la moral católica, la
disciplina social y la exaltación machista del hombre (la virilidad) sobre la mujer.
A partir de los años 60 la modernización económica tuvo como consecuencia no
deseada por las autoridades el cambio de la realidad social, que se manifestó en una
serie de áreas:
1. Movimientos migratorios. Entre 1960 y 1973 emigraron al extranjero más de
dos millones de españoles en busca de trabajo.
Se trató de una importantísima válvula de escape para un excedente de mano
de obra que de otra forma habría de engrosar las filas de desempleo, a la vez que
implicó el envío a España de importantes divisas de dinero, como ya hemos visto.
La emigración al exterior, de carácter temporal, tuvo como destino los países
europeos más desarrollados (Francia, Suiza y República Federal Alemana), que
disfrutaban de un nivel de libertad desconocido en España.
El éxodo rural tuvo mayor trascendencia. Por los mismos años, más de cuatro
millones de personas se trasladaron de zonas rurales del interior a regiones
españolas industriales y turísticas. Al mismo tiempo, crecieron las capitales de
provincia a expensas de las áreas rurales más próximas.
Como consecuencia, se produjo un acelerado proceso de urbanización que llevó
aparejados grandes problemas de acceso a la vivienda y la aparición de barrios
de infraviviendas carentes de los equipamientos básicos.
2. Transformación de la estructura social. El crecimiento de la población activa en
los sectores secundario y terciario que llevó aparejado el desarrollismo
(especialmente de personal cualificado y especializado) produjo además un
incremento de las clases medias urbanas.
Tanto los obreros como los jóvenes universitarios provenientes de estas clases
medias fueron la punta de lanza en la oposición al franquismo.
3. Hacia una sociedad de consumo. El aumento del nivel de vida, el incremento
de la renta per cápita y el aumento de la producción de bienes de consumo
alumbraron la denominada sociedad de consumo.
Entre 1966 y 1975 creció notablemente la deanda de algunos de los típicos
bienes de consumo: coche, televisión, frigorífico, lavadora, etc.
No obstante, hubo notables desequilibrios entre regiones y entre el mundo
urbano y el rural.
4. Una nueva mentalidad. Paralelamente a la transformación económica, cambió
la mentalidad de los españoles, especialmente entre los más jóvenes que no
habían vivido la guerra ni los peores años de la posguerra.
Se abrieron paso nuevos gustos, costumbres, modas y formas de pensar
provenientes tanto de Europa como de América, difundidos gracias a un mayor
acceso a la educación y a la información, a la venida de los turistas extranjeros y
al regreso de los emigrantes españoles.
La sociedad española se volvió más abierta y tolerante, perdiéndose por el
camino los valores rurales y tradicionales.
No obstante, de la misma manera que algunos sectores comenzaron a
distanciarse del franquismo, otros (el llamado franquismo sociológico) se
arroparon en él, no tanto por los valores que inspiraron la sublevación militar,
sino por las ventajas materiales que había supuesto el desarrollismo.
5. Transformación demográfica. Durante el franquismo España conoció el mayor
crecimiento demográfico de su historia, pasando de 26 millones en 1940 a más
de 37 millones en 1980.
En este periodo la transición demográfica se completó para entrar finalmente en
un régimen demográfico moderno, caracterizado por bajas tasas de natalidad y
de mortalidad, y un crecimiento natural reducido.
Antifranquismo y movimientos de oposición
Tras la derrota militar la oposición antifranquista se reorganizó en el exilio. Hasta 1945
esperó a que las potencias aliadas intervinieran en la España franquista una vez
acabada la Segunda Guerra Mundial, preparándose para ello mediante guerrillas que
atravesaban los Pirineos (con episodios como la ocupación del pirenaico Valle de Arán,
que resultó un fracaso), pero pronto llegaría una gran decepción.
Los sucesivos gobiernos republicanos en el exilio (en México hasta 1946 y desde
entonces en París) mantuvieron una actividad puramente testimonial, especialmente
cuando se demostró que el aislamiento internacional de Franco tenía los días contados,
y su presencia fue diluyéndose conforme desaparecía la vieja generación de dirigentes
republicanos. Lo mismo sucedería con los gobiernos autonómicos del País Vasco y de
Cataluña, dirigidos por el peneuvista José Antonio Aguirre y por el líder de ERC Josep
Tarradellas (Lluïs Companys fue entregado por las autoridades nazis y fusilado en España
en 1940), respectivamente.
Otra forma de oposición al régimen de una naturaleza más bien conspirativa fue la
monárquica. Como ya vimos, Juan de Borbón, aunque en la guerra había apoyado a los
sublevados, hizo público el Manifiesto de Lausana donde abogaba por una doble
restauración de la monarquía y de la democracia, en la esperanza (al igual que ocurría
con los republicanos) de que los Aliados acabaran con la dictadura de Franco. Se creó
una plataforma unitaria, compuesta por dirigentes monárquicos y socialistas,
denominada Pacto de San Juan de Luz (1948), para la transición a un régimen
constitucional. La Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado supuso un mazazo para las
aspiraciones de Juan de Borbón.
La situación de la oposición interior fue extraordinariamente difícil por el
desmantelamiento de partidos políticos y sindicatos y por la dura represión ejercida
por la dictadura. La mayoría de los cuadros dirigentes habían muerto ejecutados, se
encontraban en prisión o habían tenido que huir al exilio, dejando a las masas obreras y
campesinas paralizadas y desmoralizadas.
No obstante, la CNT, el PCE e incluso el PSOE organizaron partidas de guerrilleros,
conocidas como “maquis”, que mantuvieron viva la resistencia armada contra la
dictadura tratando de conectar con las guerrillas organizadas en Francia y esperando la
deseada intervención aliada en España. El aparato represor movilizó importantes
efectivos del Ejército y de la Guardia Civil, empleando una política de erradicación sin
escrúpulos. A partir de 1947 la actividad del maquis decayó y un año más tarde el PCE
renunció a la táctica guerrillera.
Por otra parte, entre 1946 y 1947, y pese a estar sumamente prohibidas, se produjeron
varias huelgas contra la carestía de la vida en diversas ciudades catalanas y vascas.
También hubo una huelga en 1951 en Barcelona por el precio de los tranvías (la última
que se daría en años, si bien consiguió eliminar la subida de las tarifas) y cinco años más
tarde se produjo una revuelta universitaria en Madrid.
La dictadura contestó a estos desafíos con firmeza, mediante la Ley de Bandidaje y
Terrorismo (1947) y la Ley de Orden Público (1959), aunque realizó diversos guiños
conciliadores a la clase obrera.
No obstante, el franquismo no estaba preparado para la ola contestataria que se
produjo en España entre finales de los años 60 y comienzos de los 70. En buena parte
ello se debió al contraste entre los deseos de ser homologada al resto de países del
entorno, y su naturaleza y actuaciones dictatoriales, represivas y asesinas.
La respuesta al franquismo fue muy sonora en el ámbito político. En 1962 se reunieron
en Múnich diversas fuerzas moderadas de la oposición interior y exterior (monárquicos
liberales, socialistas, socialdemócratas, democristianos y nacionalistas vascos y
catalanes) para debatir sobre la solicitud española de entrada en la CEE. Lo que estas
fuerzas opositoras demandaron al órgano que las había convocado, el Movimiento
Europeo, fue una serie de requisitos que la España franquista debía asumir para ser
incorporada al club comunitario: instituciones democráticas con un parlamento elegido
por sufragio universal; legalización de partidos políticos; garantías de poder disfrutar de
libertades individuales y derecho a la vida; libertades sindicales y derecho de huelga; y
reconocimiento de la personalidad de los pueblos de España.
La dictadura evidenció su naturaleza dictatorial con un incremento de la represión que,
además de múltiples detenciones (entre otros, de los participantes de la reunión de
Múnich que se hallaban en suelo español), quedó simbolizada con la ejecución del
dirigente comunista Julián Grimau, a quien se acusó de delitos producidos en plena
guerra civil, a pesar de las protestas internacionales en contra.
No obstante, los problemas del franquismo también fueron patentes en el terreno
laboral. La reactivación económica y la discusión de los primeros convenios colectivos
a la sombra de la Ley de Convenios Colectivos hicieron resurgir la movilización obrera.
En este contexto nacería la organización sindical Comisiones Obreras (CC.OO.), buena
parte de cuya dirección estaba ligada al PCE, y que tomaría el relevo a unas diezmadas
CNT y UGT. De naturaleza clandestina, CC.OO. fue perseguida y sus dirigentes
encarcelados en virtud del “Proceso 1.001” (1973), pero su capacidad de infiltración en
las estructuras del Sindicato Vertical, unida a los éxitos que le deparó en la mejora de
las condiciones de trabajo, convirtieron a CC.OO. en el sindicato de referencia.
La flexibilización de la legislación laboral hizo que las huelgas obreras se multiplicasen,
y aunque no eran un derecho reconocido, dejaron de ser delito de sedición.
En el panorama estudiantil apareció un movimiento universitario antifranquista. La
constitución del Sindicato Democrático de Estudiantes (1966) y una oposición en las
universidades alimentada por las secuelas del 68 francés hicieron que en los años 70 la
protesta estudiantil fuese continua.
Hubo también un importante cambio de actitud en algunos sectores vinculados a la
Iglesia, que pasaron a manifestar simpatía por las izquierdas o los nacionalismos
periféricos. En el Concilio Vaticano II (1962) el papa había cambiado la orientación
eclesiástica inclinándose hacia la modernización, lo que en España se tradujo en una
brecha entre unas altas jerarquías comprometidas hasta la complicidad con el
franquismo, y unas bases que apostaban por el fin de la dictadura y el respeto a los
derechos humanos.
Sacerdotes comprometidos apoyaron y participaron en sindicatos clandestinos, crearon
organizaciones como la HOAC (Hermandades Obreras de Acción Católica) y las JOC
(Juventud Obrera Cristiana), se vincularon con movimientos vecinales que nacieron en
las nuevas barriadas populares para demandar servicios y equipamientos básicos, etc.
La Conferencia Episcopal estaba además presidida por el liberal Enrique Vicente y
Tarancón, quien desde ella presionaba para una mayor desvinculación entre Iglesia y
Estado.
En Cataluña y el País Vasco estas actividades de la Iglesia se entremezclaron
poderosamente con las reivindicaciones nacionales. En Cataluña el nacionalismo
catalán tuvo un carácter más bien moderado y burgués. En 1971 se creó la Asamblea
de Cataluña que agrupaba a todas las fuerzas políticas catalanas en torno a dos
objetivos: la libertad política y la autonomía.
La situación del nacionalismo vasco fue diferente. El PNV mantenía una fuerte
implantación, pero su profundo conservadurismo social despertó en las generaciones
más jóvenes el rechazo.
En 1958 nació ETA (Euskadi Ta Askatasuna: Euskadi y Libertad), una organización que
predicaba la lucha armada mezclando ideas nacionalistas con otras de carácter
tercermundista e incluso marxista, postulándose favorable a la independencia vasca. A
finales de los años 60 ETA comenzó a realizar sus primeras acciones mortales, a lo que
la dictadura respondió atacando al nacionalismo vasco en su conjunto, lo que
paradójicamente hizo crecer el apoyo social a ETA. El atentado contra el presidente
Carrero Blanco fue su acción más espectacular y supuso un duro golpe contra la
dictadura. En 1974 ETA sufrió una fuerte división como consecuencia de un debate sobre
el papel de la lucha armada y del frente político.
Entre las fuerzas de izquierda hubo quienes también recurrieron a la lucha armada
contra la dictadura, como el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) o el
GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre), ambos surgidos de
escisiones del PCE.
Mientras tanto, los partidos de izquierda fueron creciendo de manera clandestina en el
interior del país, lo que propició un enfrentamiento de tintes generacionales con los
viejos líderes del exilio. Este fue el caso del PSOE, en el que las divergencias se saldaron
en el Congreso de Suresnes (1974), que quedó en manos de los militantes del interior,
liderados por un joven Felipe González.
El PCE, por su parte, fue la formación hegemónica de la oposición, manteniendo una
cierta capacidad de organización de masas. Ello se debió a su penetración en diferentes
organizaciones (desde sindicatos a asociaciones de vecinos) y a su intento de
acercamiento a todas las formaciones antifranquistas a través de la estrategia de
“reconciliación nacional”, que le llevó a constituir en París una Junta Democrática
(1974) para la inmediata desaparición del régimen franquista mediante la apertura de
un proceso constituyente.
El PSOE, enfrentado con los comunistas, a quienes disputaba el liderazgo de la oposición,
creó al año siguiente otro organismo también unitario: la Plataforma de Convergencia
Democrática.
Durante el tardofranquismo hubo una gran efervescencia de los movimientos de
oposición, principalmente manifestada a través de huelgas, manifestaciones y acciones
terroristas. Incluso algunos de los pilares de la dictadura vieron cómo la oposición al
franquismo se manifestaba en su seno, con la creación de Justicia Democrática o de la
Unión Militar Democrática (UMD).
Crisis del franquismo (1973-1975)
A la larga y agónica etapa final de la dictadura se la conoce como tardofranquismo
(1973-1975). Estos dos convulsos años comenzaron con el nombramiento de Carrero
Blanco como jefe de Gobierno, con la idea de que el franquismo perviviera más allá de
la muerte del dictador, que se barruntaba próxima. Pero Carrero Blanco murió el 20 de
diciembre de 1973 como consecuencia de un atentado de ETA, lo que favoreció la
movilización callejera contra el régimen, espoleada además por el inicio de la crisis del
petróleo.
La desaparición de Carrero Blanco y la decadencia física y mental de Franco agravaron
las disputas entre los sectores aperturistas, partidarios de cierta liberalización del
régimen, y los inmovilistas, conocidos como el “búnker”. Estos últimos consiguieron
imponer el nombre del sucesor de Carrero: Carlos Arias Navarro.
Arias Navarro fue elegido jefe de Gobierno en 1974 y dio un discurso en el que prometió
importantes reformas liberalizadoras para intentar dinamizar un régimen sumido en la
parálisis política (fue el conocido como “espíritu del 12 de febrero”). Sin embargo, las
expectativas generadas se vieron desmentidas por diferentes hechos:
1. Ejecución mediante garrote vil (forma reservada a los delincuentes comunes) de
Salvador Puig Antich, militante anarquista procesado de forma irregular.
2. Tensiones con la Iglesia por una homilía dada por el obispo de Bilbao, monseñor
Añoveros, que defendió el nacionalismo vasco, lo que le valió un arresto
domiciliario (1974).
3. Temor ante el contagio del episodio portugués de la Revolución de los Claveles (la
caída de la dictadura salazarista en Portugal, que tuvo lugar en 1974), que
incrementó el carácter errático del gobierno Arias Navarro. Después de la caída de
la Dictadura de los Coroneles en Grecia, que tuvo lugar en junio de ese mismo año,
España quedó como la única dictadura que permanecía en Europa occidental.
4. Ejecución en septiembre de 1975 de cinco acusados por actividades terroristas a
pesar de las peticiones sociales de clemencia y la presión internacional: la
dictadura murió matando.
5. Reparto entre Marruecos y Mauritania del Sáhara Occidental en virtud del Acuerdo
de Madrid (14 de noviembre de 1975), firmado después de la Marcha Verde (una
marcha de 350.000 civiles organizada por el gobierno marroquí para exigir la cesión
del territorio).
Se ignoró así el compromiso del gobierno español con el pueblo saharaui de
realizar un referéndum para que pudiera decidir sobre su futuro.
Finalmente, después de una penosa agonía que duraría meses, y en medio de una gran
expectación pública, Francisco Franco murió el 20 de noviembre de 1975. Dos días más
tarde, su sucesor, Juan Carlos, juró el cargo como rey de España.

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