Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Escuela de Derecho-Coquimbo
&. Concepto:
La base material y garantía esencial que legitima a todo Estado que se pretenda
“de” Derecho, lo constituye el reconocimiento de los derechos y libertades
fundamentales del ser humano. Los cuales cuando están establecidos en la
Constitución se denominan garantías constitucionales; es decir, los derechos son
fundamentales en la medida que están garantizados en la Constitución, esto es,
reconocidos en el Texto Político1. De ahí que la fundamentalidad de tales derechos
subjetivos, tenga para nosotros una clara perspectiva jurídica, esto es, que hayan
sido refrendados por la juridicidad constitucional; con ello claramente la expresión
derechos fundamentales apunta a un concepto jurídico. Los cuales, como se
explicará luego, pueden ser o no “derechos esenciales” (cabe recordar la
terminología que emplea el art. 5° de nuestra Constitución), ya que su recepción
constitucional (fundamentalidad) puede o no estar vinculada a la perspectiva de la
dignidad humana (esencialidad). CONSTITUCIONALISMO POSITIVISTA.
En este mismo sentido ALDUNATE, señala que una solución a la dificultad que
plantea la actual pluralidad de sentidos de la expresión “derechos fundamentales”
podría consistir en distinguir entre un aspecto formal y un aspecto material del
carácter fundamental o “fundamentalidad” de los derechos. El aspecto formal –
indica- de esta fundamentalidad se encuentra asociado a su constitucionalización,
y el aspecto material de la fundamentalidad alude al carácter de ciertos derechos
como constitutivos del orden político, se encuentren o no consagrados en el texto
constitucional. Cuando ellos están en el texto constitucional, asumen una función
especial, distinta de otros derechos “meramente constitucionales”, en cuanto a partir
de los derechos fundamentales en sentido material se puede llegar a constituir una
teoría de límites implícitos al poder constituyente derivado. Cuando no se
encuentran consagrados en el texto constitucional, la idea de derechos
fundamentales en sentido material justifica lo que se ha denominado la “cláusula
abierta” de los derechos fundamentales, aludiendo a la apertura del sistema de
fuentes para considerar, como parte del ordenamiento constitucional, derechos
fundamentales aun cuando no incorporados en el texto constitucional. La distinción
conceptual adquiere aquí –concluye este autor- una evidente dimensión práctica: la
cláusula abierta no constituye una habilitación ilimitada al intérprete constitucional,
o al respectivo órgano de jurisdicción constitucional, para “descubrir” un catálogo de
derechos fundamentales implícitos en una Constitución, bajo la mera excusa de la
apertura de dicha cláusula y con el efecto de reducir las facultades de la mayoría en
el Poder Legislativo. Solamente derechos cuya materialidad fundamental sea
demostrable –racionalmente- pueden postularse como derechos fundamentales
implícitos.
c) Sobre estas dos perspectivas, por último, hay que precisar que la concepción
formal y la concepción material no son forzosamente incompatibles. Lo que suele
ocurrir allí donde impera una concepción formal es, sencillamente, que se dota de
mayor resistencia y mejor protección a los derechos generalmente calificados como
fundamentales según la concepción material. Sin embargo, la concordancia entre
ambas concepciones no es necesaria, pues a veces se declaran, mediante normas
de rango constitucional, derechos que nada tienen que ver con los valores básicos
del constitucionalismo contemporáneo. Baste pensar en el célebre ejemplo del
derecho de poseer y portar armas, reconocido por la enmienda 2ª de la Constitución
de los Estados Unidos.
&. Características:
A la luz de la norma del art. 5º inc. 2º, se plantea el problema de descifrar ¿si la
enmienda introducida a dicha norma elevó o no a rango constitucional los tratados
internacionales sobre Derechos Humanos?
Esta reforma constitucional (1989) fue resultado de una propuesta hecha por la por
la entonces opositora Concertación de Partidos por la Democracia y Renovación
Nacional, luego aprobada por la Junta de Gobierno de la época. La historia
legislativa de la reforma es casi inexistente ya que no existen actas, lo que ha
producido algunos problemas de interpretación. Así las cosas, como indica
Francisco CUMPLIDO, “la interpretación se realiza no sobre la base de un caso
específico, sino sobre la base de una concepción general abstracta”.
&. Naturaleza:
Tradicionalmente se discute sobre cuál es la auténtica naturaleza de los derechos
fundamentales: para unos, los derechos fundamentales son derechos anteriores a
la Constitución y al ordenamiento jurídico, y derivan de la propia naturaleza su
esencialidad (tesis iusnaturalista, que posee dos variantes: aquellos que ven la
inspiración de tales derechos en la revelación divina2, y otros que encuentran su
inspiración en la perspectiva de la razón humana); para otros, en cambio, los
derechos fundamentales sólo existen en la medida en que se establecen en el
ordenamiento jurídico (tesis positivista); un tercer grupo, por fin, cree que los
derechos fundamentales proceden de un orden de valores anterior al ordenamiento,
pero que sólo adquieren naturaleza de derechos por su positivización (tesis mixta).
Cualquiera que sea el fundamento que quiera darse a los derechos fundamentales,
como indica el profesor P. PEREZ TREMPS, lo cierto es que, desde el punto de
vista jurídico, su análisis y estudio debe realizarse a partir de su regulación en el
ordenamiento, primero en la Constitución y luego, en su caso, en otras normas. Esa
es la dimensión que constitucionalmente importa y sólo a partir de ella puede
entenderse su auténtico alcance jurídico, sin perder nunca de vista su función ético-
política.
2
En esta perspectiva, citando al autor francés Luc FERRY, es indudable señalar que el cristianismo
aportó la idea de que la humanidad es esencialmente una y que todos los hombres son iguales en
dignidad, idea inaudita en la época –de una clara victoria sobre el pensamiento griego, en donde la
naturaleza se entendía jerarquizada, es decir, básicamente no igualitaria- y que nuestro universo
democrático heredará en su totalidad. Además, agrega FERRY, “en el mismo momento en que el
libre albedrío se erige en el fundamento de la acción moral, desde el momento en que se entiende
que la virtud reside no en los talentos naturales que están desigualmente repartidos, sino en el uso
que uno elija hacer de ellos, en una libertad en relación a la cual todos somos iguales, cabe deducir
que todos los hombres son igualmente dignos”.
3
Como señalan los profesores M. VERDUGO y E. PFEFFER, en lo referente a la voz “asegura”, que
ya empleaba la Carta de 1925 (art. 10), se mantuvo, pues se estimó en la Comisión Constituyente
que este término resaltaba el carácter de ser estos derechos inherentes y anteriores a cualquier
ordenamiento jurídico.
4
Sobre el particular, conviene citar las palabras de Alejandro SILVA, en la sesión 87 de la Comisión
de Estudio: “(…) cree que lo dicho por el señor Guzmán [desde una clara perspectiva ius naturalista
de revelación divina] es la verdad humana más clara y absoluta que se pueda dar. Una verdad dura
que le gustaría siempre poder aceptar y seguir y que todos siguieran y aceptaran. Pero comprende
que esa interpretación, que, a su juicio, es la única real y sincera de lo humano, no se puede
imponer y dictar a todos los miembros de la sociedad política (…) No se pueden imponer en
la Constitución preceptos que no resulten obedecibles, racionalmente, y que no haya certeza
de que así va a ocurrir (…)”.
elección de valores (…) la dignidad no prohíbe esta inevitable influencia. Pero sí
prohíbe la subordinación, que es algo muy diferente”. Todo ello denota, claramente,
un no fácil equilibrio que debe tratar de prevalecer en la operatividad de los derechos
constitucionales en nuestro país, que, en última instancia, como veremos más
adelante, se tratará sobre todo de una labor esencialmente hermenéutica y
argumentativa de las posibilidades regulatorias de la Constitución en este
importante ámbito.
Una de las críticas más importantes a esta concepción, es que, desde un punto de
vista político, se presta a visiones excesivamente anti-individualistas del Estado
democrático de Derecho, ya que no hay razón alguna para pensar que en la época
actual esté en declive la finalidad primigenia de los derechos fundamentales: dotar
a los individuos de instrumentos de defensa frente al poder. No conviene olvidar
jamás que son los marginales y disidentes de toda índole quienes más se benefician
de los derechos fundamentales, mientras que las “personas normales” suelen
quedar protegidas por su propia condición de tales; y, en esta perspectiva, no
parece que esos marginales y disidentes puedan confiar su defensa tan sólo al
ambiente dominante.
Ahora bien, de la dimensión subjetiva fluye claramente que los particulares son
considerados destinatarios de los derechos fundamentales. Es lo que la doctrina ha
denominado como efecto relativo u horizontal de los derechos fundamentales, y que
actualmente es uno de los temas de mayor importancia dentro de la teoría de los
derechos fundamentales. Para entender esto, hay que recordar que los derechos
fundamentales surgen en el constitucionalismo, básicamente, como límite al poder
del Estado, como garantía del ámbito de libertad del individuo frente al poder público
(efecto vertical de los derechos fundamentales). La razón de ser de este hecho
radica en la posición de supremacía que el poder público ocupa en sus relaciones
con el individuo en cuanto titular de múltiples potestades, incluido el uso de la fuerza.
Sin embargo, la libertad del individuo, sus derechos fundamentales, pueden ser
alterados no sólo por ese poder público, sino también por otras personas no
investidas de potestad pública alguna; así, por ejemplo, en una vulneración de la
inviolabilidad del domicilio; o lo que acontece con entes no públicos que están en
una clara supremacía con ellos, como acontece con las empresas transnacionales.
Como ya se ha mencionado, a la luz del artículo 6º no cabe duda que los derechos
fundamentales constitucionales, en cuanto parte integrante de la Carta, vinculan a
los poderes públicos y a los particulares. Esta vinculación: ¿es igual en ambos
casos? La respuesta a este interrogante debe necesariamente reflejar una
diferencia. En efecto, en términos generales se habla que la vinculación
constitucional que generan los derechos fundamentales respecto de los poderes
públicos es una vinculación “directa” o “inmediata”, mientras que la que desarrollan
respecto de los particulares es de naturaleza “indirecta” o “mediata”. Esta
vinculación indirecta procede del hecho que deben ser los poderes públicos los que,
a través de su acción, concreten los extremos de eficacia de los derechos
fundamentales en las relaciones entre particulares; dicho de otra manera, los
derechos fundamentales vinculan a los particulares en la medida en que los poderes
públicos han definido el alcance de aquéllos. Los instrumentos más importantes son
la acción de legislador y la de los jueces y tribunales.
Tutela laboral: art. 485 y siguientes del Código del Trabajo
Vis expansiva
Robert ALEXY señala que las reglas se pueden identificar con el concepto de deber
real o definitivo, mientras que los principios se identifican con la idea de deber ideal.
Un deber es un contenido del pensamiento, que puede ser expresado con la ayuda
de las modalidades deónticas (deber ser) del mandato, de la prohibición y de la
permisión, así como también con la ayuda de las modalidades más complejas del
derecho subjetivo y de la competencia. La modalidad básica es la del mandato.
Cuando la norma tiene el carácter de regla, es decir, cuando expresa un deber real
o definitivo, entonces exige que en cada caso previsto por ella se aplique, sin
importar las otras normas, obligaciones o derechos que se le opongan. Por el
contrario, cuando tiene el carácter de principio, es decir, cuando expresa un deber
ideal o prima facie, entonces exige que se aplique solo bajo la condición de que se
aparte o se abstraiga al deber de todo lo que se le pueda oponer. El deber ideal es
así un deber abstracto, un deber aun no relacionado con las posibilidades limitadas
del mundo empírico y normativo.5
5
A su vez, ALEXY distingue entre los mandatos de optimización y los mandatos que se optimizan. Los mandatos de
optimización expresan, como mandatos de optimizar, un deber definitivo y en este sentido un deber real. Es decir, los
mandatos de optimización son en tanto reglas, es decir, mandatos definitivos, en cuanto ellos exigen una optimización en
definitiva y no una medida optimal de la optimización a determinar según las circunstancias del caso, de tal manera que un
mandato de optimización solo puede cumplirse o incumplirse (o se optimiza o no se optimiza), y si se cumple, siempre esta
ordenado cumplirlo plenamente. Estos mandatos ordenan que sus objetos, es decir, los mandatos que se optimizan, se
realicen en la mayor medida posible. En tanto mandatos de optimización, ellos no deben optimizarse sino cumplirse, acción
que consiste en llevar a cabo la optimización. Por el otro lado, los principios, en tanto objetos de la ponderación, no son
entonces mandatos de optimización sino mandatos que se optimizan o mandatos a optimizar, y, como tales, contienen solo
un deber ideal o un deber prima facie, es decir, todavía no contienen un deber ser relativo a las posibilidades fácticas y
jurídicas. Los mandatos que se optimizan son los objetos de la ponderación (por ejemplo la vida, la integridad física, el honor,
etc.), que pueden ser denominados como un “deber ideal”. El deber ideal es aquello que debe optimizarse y que por medio
de la optimización debe transformarse en un deber real.
una formulación deliberadamente vaga es posible que los derechos fundamentales
se adapten a la cambiante realidad social y al pluralismo ideológico, sin necesidad
de reabrir constantemente el debate sobre los valores básicos en que se apoya la
democracia constitucional.
STC 3729
&. Clasificación:
En cuanto a la clasificación de los derechos fundamentales, como bien señala L. M.
DIEZ-PICAZO, casi todas ellas se basan bien en un criterio funcional bien en un
criterio estructural.
PRIMERA GENERACIÓN: derechos civiles (s. XVIII) y derechos políticos (s. XIX):
Estado Liberal.
SEGUNDA GENERACIÓN: derechos sociales (principio s. XX): Estado Social:
DESC
TERCERA GENERACIÓN: derechos colectivos (segunda mitad s. XX):
medioambiente o pueblos originarios.
Por un lado, hay que señalar que no existe una correspondencia perfecta entre los
criterios funcional y estructural; es decir, no siempre los derechos civiles coinciden
con los derechos de defensa, los derechos políticos con los derechos de
participación, y los derechos sociales con los derechos de prestación. Ello es
particularmente claro en ciertos derechos (libertad sindical, derecho de huelga,
negociación colectiva) que siendo sociales por su función –al menos, en una
perspectiva histórica-, tienen una clásica estructura de derechos de defensa.
Además, en algunos derechos se entremezclan facultades de distintos tipos. Por
ejemplo, el derecho a acceder a los cargos públicos comprende tanto la facultad de
no ver impedido el acceso si se reúnen los requisitos correspondientes (derecho de
defensa), cuanto el derecho a ejercer los cometidos propios de dicho cargo (derecho
de participación).
6
Del mismo modo NOGUEIRA, citando a Bidart Campos, señala que la clasificación de derechos
son difíciles, subjetivas y dependiendo de criterios variables y de las posiciones ius filosóficas que
tengan sus autores.
III) Derechos de la seguridad jurídica: a) igualdad ante la ley (art. 19 nº 2); b)
igualdad en el ejercicio de derechos e igualdad ante la justicia (art. 19 nº 3); c)
libertad personal y derecho a la seguridad individual (art. 19 nº 7); d) igualdad en la
admisión a empleos y funciones públicas (art. 19 nº 17); e) igualdad ante tributos y
cargas (art. 19 nº 20); e) libre ejercicio de los derechos -o teoría de la esencialidad-
(art. 19 nº 26).
IV) Derechos del desarrollo del medio social: a) derecho a un medio ambiente no
contaminado (art. 19 nº 8); b) derecho a la salud (art. 19 nº 9); c) derecho a la
educación (art. 19 nº 10); d) derecho a reunión (art. 19 nº 13); e) derecho de
asociarse (art. 19 nº 15); f) libertad de trabajo (art. 19 nº 16); g) derecho a la
seguridad social (art. 19 nº 18); h) derecho a sindicación (art. 19 nº 19).
Sin embargo, sobre el particular hay que hacer mención que en lo referente a los
derechos sociales (DESC), se está haciendo referencia al particular tratamiento que
lleva a cabo nuestro sistema constitucional, que, por una parte, como ya se ha dicho,
no los reconoce expresamente, y, por la otra, no impide el desarrollo de políticas
sociales, especialmente, por la vía normativa meramente legal, como ha ocurrido
con la salud, la seguridad social y en el último tiempo con la educación. Sobre todo
hay que resaltar, asimismo, la lectura social que se le está dando, en la esfera
jurisprudencial, a específicos derechos de clara configuración liberal (por ejemplo,
derecho a la vida, libertad de enseñanza, incluso a la protección de la salud, etc.).
& Garantía del contenido esencial (art. 19 n° 26): garantía interna de los
derechos fundamentales que limita la actividad legislativa (“límite de los
límites”)} Garantía normativa de los derechos fundamentales: 1) La
Constitución reconoce un contenido esencial absoluto a cada derecho
fundamental (art. 19); 2) La Constitución al reconocerlo le da un “contenido
mínimo constitucionalmente garantizado”, tipificación ius fundamental, en
donde se fija el núcleo básico o zona de certeza del derecho fundamental, el
cual debe optimizarse (legislador o el juez) determinando su “legítimo o libre
ejercicio”: derecho a la vida privada (19 nº 4).
Esta garantía específica, citando al profesor G. PECES-BARBA, tiene dos
dimensiones que es importante destacar: por un lado, se trata de una garantía de
regulación de los derechos fundamentales, y, por el otro, de una garantía de
interpretación de tales derechos.
Garantías institucionales.
Siguiendo nuestra doctrina constitucional, es posible señalar que para limitar de forma
constitucionalmente admisible un derecho fundamental sin impedir su libre ejercicio,
tales limitaciones deben, primeramente, encontrarse señaladas de forma precisa por
la Carta Fundamental; en seguida, debe respetarse el principio de igualdad, esto es,
deben imponerse de manera igual para todos los afectados; además, deben
establecerse con indudable determinación, tanto en el momento en que nacen como
en el que cesan y, finalmente, deben estar establecidas con parámetros
incuestionables, esto es, razonables y justificadas (sentencia del Tribunal
Constitucional rol nº 226, considerando 47º).
El derecho se hace impracticable cuando sus facultades no pueden ejecutarse. El
derecho se dificulta más allá de lo razonable cuando las limitaciones se convierten en
intolerables para su titular. Finalmente debe averiguarse si el derecho ha sido
despojado de su necesaria protección o tutela adecuada a fin de que el derecho no se
transforme en una facultad indisponible para su titular.
Estos supuestos deben ser aplicados, en todo caso, con la confluencia de dos
elementos irrenunciables. En primer lugar, el momento histórico de cada situación
concreta, por el carácter evolutivo del contenido esencial del derecho; y luego, las
condiciones inherentes de las sociedades democráticas, lo que alude a determinar el
sistema de límites del ordenamiento jurídico general y cómo juegan en ella el derecho
y la limitación (sentencia del Tribunal Constitucional rol nº 280, considerando 29º).
Los derechos fundamentales, como todos los derechos subjetivos, no son derechos
absolutos y están sujetos a límites. Los cuales, por una parte, sirven para definir el
contenido mismo del derecho, y, por otra parte, sirven para establecer cuál es la
esfera de ejercicio amparada por el Derecho, que más allá de dicho límite resultaría
ilegítima su ejecución o que, sería lo mismo, se situaría en una zona que no está
prevista dentro de las posibilidades de eficacia normativa del respectivo derecho
subjetivo. En consecuencia, teniendo en cuenta la finalidad de convivencia general
que cumplen los derechos fundamentales, estos podrían ser limitados en la medida
que sea necesario para el cumplimiento de los fines de la sociedad política, con ello
existen posibilidades abiertas de afectación por parte, por ejemplo, del legislador
(restricciones). Asimismo, este mismo “legislador de los derechos fundamentales”
puede intervenir en la esfera del respectivo derecho a fin de desarrollar o completar
la indeterminación constitucional del mismo (delimitación).
Precisado ello, uno de los principales problemas dogmáticos que genera la temática
de los límites o restricciones a los derechos fundamentales, apunta a la vinculación
entre las potestades normativas reguladoras y las posibilidades de control de las
mismas por la jurisdicción constitucional. En este contexto, citando a E. ALDUNATE,
hay que indicar que “en relación a los preceptos relativos a la afectación de
derechos, en general, el constituyente de 1980 fue particularmente prolífico y poco
sistemático en el uso de expresiones que se pueden asociar a la idea de límites,
limitaciones y restricciones”. Iguales dificultades se vislumbran en el Derecho
comparado, en donde la ambigüedad del lenguaje es la tónica, es habitual usar
indiferentemente expresiones como “límites”, “limitaciones”, “restricciones”,
“delimitación”, etc. Según DIEZ-PICAZO, “se hablará de “delimitación” para
designar aquellas intervenciones tendientes a completar la indeterminación del texto
constitucional, fijando hasta dónde llega un derecho; y se hablará de “restricciones”
para designar cualesquiera medidas, de alcance general o particular, que reducen
el ámbito de aplicabilidad de un derecho”. Sin embargo, según este mismo autor,
surge otra dificultad derivada del hecho de que la frontera entre delimitación y
restricción de los derechos fundamentales dista de ser nítida. Para averiguar cuándo
hay restricción del contenido de un derecho, es preciso haber procedido a la
delimitación del contenido de ese derecho; y la delimitación del contenido de los
derechos fundamentales es a menudo una empresa ardua, sobre todo por la notable
indeterminación de muchos de los enunciados constitucionales que declaran
derechos. En otras palabras, los derechos fundamentales suelen caracterizarse,
según una conocida imagen, por tener un núcleo de certeza y un halo de
incertidumbre. Queda, así, al descubierto el máximo interrogante que plantea la
relación entre los derechos fundamentales y la ley, a saber: ¿deben predicarse los
derechos fundamentales únicamente de aquellos supuestos que entran dentro de
su núcleo de certeza? La concepción predominante del contenido de los derechos
fundamentales no traza una distinción neta entre lo incluido y excluido, sino que
tiende a ver los derechos fundamentales, más bien, como el conjunto del núcleo de
certeza y el halo de incertidumbre: éste es amplio, tiene de contornos difusos, y
abarca todas las situaciones potencialmente cubiertas por el valor o bien
proclamado; aquél es más reducido y comprende sólo aquellas situaciones que el
ordenamiento inequívocamente protege como derecho fundamental.
Sin duda que se trata de un tema complejo y cuyo estudio exhaustivo excede el
estándar competencial de pregrado. De ahí que solamente empleemos la
clasificación que distingue entre límites internos y externos.
a) Límites internos: son aquellos que sirven para definir el contenido mismo del
derecho, constituyen, pues, las fronteras del derecho, más allá de las cuales no se
está ante el ejercicio de éste sino ante otra realidad. Los límites internos al derecho,
no obstante, no siempre son fáciles de trazar o de deslindar de los otros límites, los
externos. Su definición sólo puede provenir de los operadores jurídicos (v. gr., el
legislador, los tribunales ordinarios o el Tribunal Constitucional).
Del mismo modo, hay que precisar que no cualquier bien o principio jurídicamente
protegible puede actuar como límite de los derechos fundamentales. Por ello, los
límites implícitos a tales derechos han de basarse siempre en bienes
constitucionalmente protegidos (por ejemplo, la moral, las buenas costumbres, el
orden público y la seguridad nacional). De acuerdo con esto, no cabe invocar vagos
e imprecisos principios, como el bien común o interés general, para justificar la
limitación de respectivo derecho fundamental; ésta sólo puede basarse en la
existencia de otro bien constitucionalmente protegido. No siempre resulta sencillo
determinar si un bien está o no constitucionalmente reconocido dada la generalidad
que caracteriza muchos preceptos constitucionales. Esta tarea, como ya se ha
dicho, corresponde llevarla a cabo a los distintos operadores jurídicos de acuerdo
con las pautas generales de interpretación constitucional. No obstante, no debe
olvidarse que, tanto en la determinación de cuáles son los posibles fundamentos de
los límites a los derechos fundamentales, como en la ponderación entre los límites
constitucionalmente posibles y los propios derechos, ha de tenerse presente la
fuerza expansiva de los derechos fundamentales, interpretando, pues,
restrictivamente sus límites, que, en todo caso, deben resultar proporcionales de
cara a alcanzar el fin que persiguen.
Conviene partir de una distinción básica entre aquellos casos en que el valor o bien
jurídico a optimizar entra en colisión con otro valor, y aquellos casos en que no hay
colisión alguna entre valores tendencialmente opuestos. En este último supuesto, la
respuesta es relativamente sencilla: dado que nada se opone al despliegue de
efectividad del valor o bien jurídico, éste debe aplicarse al máximo; por ello, en
ausencia de colisión con valores opuestos, todo derecho fundamental es, en
principio, aplicable a cualquier situación en que razonablemente pueda atribuirse
relevancia al valor o bien jurídico que protege. Es decir, en ausencia de colisión con
otros valores o bienes jurídicos dignos de protección, es preferible siempre optar
por la máxima efectividad concebible de los derechos fundamentales.
La verdadera dificultad surge cuando hay colisión. Es entonces cuando hay que
realizar una ponderación entre los distintos valores en presencia. No está de más
recordar que “ponderar” equivale a “sopesar”. Se trata así, de evaluar las razones
a favor de un valor y otro, a fin de hallar el punto de equilibrio entre ambos que
resulte más apropiado para el caso concreto. Para evitar el subjetivismo que puede
llevar implícito, la técnica de ponderación debe ajustarse a tres exigencias.
En segundo lugar, una vez verificado que no hay solución posible al margen de la
colisión entre valores, es preciso determinar cuál de ellos es más digno de
protección. Para evitar la tentación del mero subjetivismo, hay que recordar que no
se trata de decidir cuál de los valores en presencia es más digno de protección en
abstracto, sino en el caso en concreto. Para ello, pueden servir de orientación el
siguiente criterio. En efecto, conviene determinar el grado en que cada uno de los
valores en colisión se ve afectado: en principio debe darse prioridad a aquél que
pone en juego aspectos más próximos a su núcleo central de significado. Por
ejemplo, si la colisión es entre el “pelambre” o cotilleo (libertad de expresión)
y la revelación de la vida sentimental de una persona privada (intimidad),
parece claro que éste último derecho se ve afectado en un aspecto más central;
pero la solución sería probablemente la contraria si la colisión fuera entre la opinión
política (libertad de expresión) y revelación de las amistades de un cargo público
(intimidad).
Para que se entienda mejor lo anterior, hay que distinguir sobre el particular dos
teorías:
-a) teoría relativa, la cual expresa que el contenido esencial es aquello que queda
después de una ponderación (obviamente conectada con un juicio de
proporcionalidad); es decir, en la ponderación de bienes y derechos que justifican
la limitación, el contenido esencial no es una medida preestablecida de un
modo absoluto y ven la doctrina del contenido esencial como una versión
establecida o canónica. Así, por ejemplo, autores españoles como Pedro CRUZ
VILLALÓN y Javier JIMÉNEZ CAMPO, la tachan como artificiosa y poco práctica
7
Del mismo modo, con la entrada en vigor del nuevo “procedimiento de tutela laboral” (arts. 485-
495, Código del Trabajo), que “se aplicará respecto de las cuestiones suscitadas en la relación
laboral por la aplicación de las normas laborales, que afecten los derechos fundamentales de los
trabajadores” (art. 485, inciso 1º), se incorpora el principio de proporcionalidad a raíz de afectaciones
de tales derechos por parte del empleador.
(ya que una zona del derecho sería accesible al legislador, mientras otra le estaría
vedada), y proponen una visión cooperativa de la relación entre la
Constitución y la ley en sede de derechos fundamentales: aquélla “prefigura”
el contenido y ésta lo “configura”. Aquí el tope al legislador de los derechos
fundamentales es concebido en clave diacrónica: serían las convicciones jurídicas
básicas imperantes en cada momento histórico las que establecerían lo que el
legislador no puede hacer en materia de derechos fundamentales. Esta
construcción tiene un mérito innegable de vincular la importancia del legislador
democrático para la definitiva configuración de los derechos fundamentales.
Sin embargo, como indica DIEZ-PICAZO, esta perspectiva diluye el significado
específico del contenido esencial como barrera infranqueable para el legislador, y
al no distinguir dos zonas en el contenido de los derechos fundamentales, nada
sería verdaderamente esencial. El problema es que, al razonar así, la idea de
contenido esencial no deja espacio para el principio de proporcionalidad: toda
intervención legislativa ajustada a las convicciones jurídicas básicas imperantes en
ese momento histórico habría de reputarse de proporcionada y, por tanto, sería
constitucionalmente admisible.
-b) teoría absoluta, plantea que existe una determinada esfera del derecho
fundamental que constituye su contenido esencial; es decir, existe un núcleo (que
es aquella parte de los elementos integrantes del contenido que son absolutamente
indispensables para el reconocimiento del derecho en cuanto tal) y una parte
accesoria (que no es su núcleo esencial y, por tanto, pueden establecerse
restricciones en ella). Creemos que esta teoría se circunscribe de mejor manera a
la perspectiva doctrinaria que hemos venido desarrollando y es más compatible con
el sistema constitucional chileno. Dejando cabida, por ende, al principio de
proporcionalidad, que tiene un parámetro de “certeza” en el contenido esencial del
mismo derecho constitucionalmente garantizado. Sin embargo, no se desconocen
los problemas conceptuales que presenta la “teoría absoluta del contenido
esencial”; pero, a la luz de nuestro sistema constitucional, no es posible prescindir
de tal criterio, que expresamente lo reafirma el artículo 19, n° 26. De ahí que,
plantear en este tema un modelo de subsunción sin ponderación, es desconocer la
realidad dogmática constitucional. Reafirmando, de este modo, la racionalidad
teórica y práctica implícita en juicio de ponderación.
Sobre esta importante temática, hay que partir de dos premisas básicas:
-A) Por una parte, interpretar la Constitución posee especiales características
y cuya labor hermenéutica debe circunscribirse, por regla general, a un
criterio sistemático y finalista. Forma hermenéutica que aparece clara, por
ejemplo, cuando el Tribunal Constitucional invoca en su doctrina la interpretación
conforme a la Constitución al controlar un decreto supremo. Así ha acontecido, por
ejemplo, en el reciente fallo rol Nº 465, de 2006, que rechaza el requerimiento de
inconstitucionalidad deducido contra el decreto supremo Nº 181, de 2005, donde se
indica que, “esta Magistratura seguirá, una vez más, el principio de buscar la
interpretación de las normas que permitan resolver, dentro de lo posible, su
conformidad con la Constitución, declarando la inconstitucionalidad de rigor
únicamente cuando, más allá de toda duda razonable, no es posible armonizarla
con la Constitución” (Considerando 52°). En consecuencia, el juicio de
constitucionalidad vertido por el Tribunal sería, en última instancia, lo
constitucionalmente adecuado a fin de realizar la Carta Fundamental; cuestión que
de un modo sistemático y finalista, determina abstractamente el sentido y alcance
del parámetro de la juridicidad constitucional, lo que asimismo debe vincular
concretamente las actuaciones de todos los órganos del Estado, especialmente de
la Administración (art. 6°).
-B) Por otra parte, hay que indicar que la interpretación de los derechos
fundamentales posee características más específicas, sobre todo, como ya se
ha estudiado, por la particular posición de elemento estructural básico del
ordenamiento que ocupan, esto hace que su interpretación cuente con
características propias y debe responder al principio de interpretación más
favorable para su ejercicio (Principio pro homine o favor libertatis). De este
modo, las interpretaciones restrictivas de los derechos fundamentales o contrarias
a su plena eficacia constituyen lesiones de éstos, cuestión que además repercute
en el ordenamiento en su totalidad, pues su interpretación siempre debe realizarse
a la luz de los derechos fundamentales. Además, a la luz del art. 5º de la
Constitución, los derechos fundamentales deben interpretarse de conformidad a los
tratados internacionales que estén en vigor, los cuales, como se sabe, cuando
contienen derechos humanos son parte del contenido material de la Constitución.
Disposición bastante similar al art. 10.2 de la Constitución española (CE). Sobre
esto último, es particularmente relevante citar a A. SAIZ ARNAIZ, quien indica que:
“A lo que el art. 10.2 CE obliga es a que el contenido predicable de los derechos
fruto de la actividad interpretativa desplegada por el Tribunal en cuestión, sea
conforme con el que resulta de aquellos textos internacionales. La motivación, en
definitiva, no ha de dejar siempre y en todo caso rastros del referente internacional,
aunque el resultado de la misma debe adecuarse a los cánones que resultan de los
tratados y acuerdos en materia de derechos fundamentales”, es decir, “se trata de
una obligación de resultado”. Por ello, trasladando esta temática a la circunstancia
del ordenamiento constitucional chileno, podríamos concluir que también se trataría
de una obligación de resultado, pues “es deber de los órganos del Estado respetar
y promover tales derechos” (art. 5°, inciso 2°), cuestión que no podría ser omitida
en cualquier argumentación jurisdiccional, máxime cuando el propio contenido de
los tratados internacionales aumenten el nivel garantista del respectivo derecho
fundamental controvertido.
Todo ello haría que resulte más evidente que la práctica interpretativa en materia
de derechos fundamentales, sería mejor explicada por quienes sostienen que las
lagunas e imprecisiones existentes en el ordenamiento deben ser colmadas
mediante el auxilio de conceptos y argumentos morales (DWORKIN, ALEXY,
HABERMAS), que por quienes piensan que aquí hay pura y simple discrecionalidad
de los operadores jurídicos y, en última instancia, de los jueces (KELSEN, HART).
Dicho esto, la tesis de que la interpretación en materia de derechos fundamentales
está abierta al debate moral debe ser entendida en sus justos términos; lo que exige
hacer una serie de matizaciones, tendientes a poner coto (límite) al riesgo de caer
en manos de una especie de “juez-filósofo”, de resonancias platónicas.8
8
Lo anterior es particularmente complicado, cuando se asume la noción del “fundamentalismo constitucional”,
como es el caso del sistema chileno. En efecto, siguiendo a ACKERMAN, para los fundamentalistas (a diferencia
del monismo y dualismo constitucional, que son teorías democráticas en el sentido que ambas creen que la
última autoridad constitucional es el pueblo y que el pueblo tiene la absoluta autoridad para cambiar aún los
principios más sustanciales de la actual Constitución) el pueblo no tiene la autoridad necesaria para cambiar la
Constitución, esto no significa que “no haya lugar para un gobierno democrático y popular, pero sí, que un
gobierno democrático y popular debe estar restringido por el respeto a ciertos principios y a ciertos derechos
(…) En otras palabras, el fundamentalismo tiene un compromiso con la democracia aunque tiene un compromiso
aun más profundo con el respeto a los derechos fundamentales”. No obstante la coherencia de esta concepción,
a la luz del constitucionalismo democrático difícil resulta realizarla, si se tiene en cuenta, por ejemplo, el origen
de nuestras principales Cartas constitucionales, todas ellas fruto de actos de imposición del poder constituido
vigente (detentador del poder político), quienes en cada momento histórico han esculpido y protegido los valores
(de “la sociedad chilena” o, como indica art. 22 de la Carta, “valores esenciales de la tradición chilena”) en la
forma que ellos han determinado y admirado. Un fundamentalista reconocido como R. DWORKIN (desde su
Las matizaciones que propone DIEZ-PICAZO, son las siguientes:
1) La moral que puede auxiliar al razonamiento jurídico es la moral crítica, no la
moral social. Los DF son contramayoritarios o antimayoritarios.
2) El recurso a la argumentación moral debe ser realista con la exigencias de la
democracia.
3) La apertura debe ser respetuosa con el texto interpretado y coherente con la
tradición y el contexto de la carta constitucional de que se trate.
4) La importancia de la jurisprudencia en la juridificación de los conceptos y
argumentos morales (de origen extrajurídicos) que se utilicen.
Sobre este acápite de la interpretación de los derechos fundamentales,
consultaremos a los siguientes autores:
posición liberal, y que enfatiza el derecho a ser tratados los individuos como agentes morales iguales y
autónomos), se opondría a nuestra –una vez más sui generis- visión del fundamentalismo, por cuanto, según
expresa, “en una sociedad auténticamente libre, el mundo de las ideas y los valores no pertenecen a nadie y
pertenecen a todos”. Sobre el particular se debe precisar, además, que las principales fuentes doctrinarias del
fundamentalismo son filosóficas (KANT vía RAWLS, y LOCKE vía NOZICK) y no legales; en algunos países
latinoamericanos (como es el caso de nuestro país), a estas fuentes filosóficas se agregan otras más cercanas
al Derecho natural no racional.