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&. Concepto:
La base material y garantía esencial que legitima a todo Estado que se pretenda
“de” Derecho, lo constituye el reconocimiento de los derechos y libertades
fundamentales del ser humano. Los cuales cuando están establecidos en la
Constitución se denominan garantías constitucionales; es decir, los derechos son
fundamentales en la medida que están garantizados en la Constitución, esto es,
reconocidos en el Texto Político1. De ahí que la fundamentalidad de tales derechos
subjetivos, tenga para nosotros una clara perspectiva jurídica, esto es, que hayan
sido refrendados por la juridicidad constitucional; con ello claramente la expresión
derechos fundamentales apunta a un concepto jurídico. Los cuales, como se
explicará luego, pueden ser o no “derechos esenciales” (cabe recordar la
terminología que emplea el art. 5° de nuestra Constitución), ya que su recepción
constitucional (fundamentalidad) puede o no estar vinculada a la perspectiva de la
dignidad humana (esencialidad).
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Dicho en pocas palabras, para hablar de una Constitución normativa, que se sustente en un
Estado material de Derecho, los derechos fundamentales deben ser esenciales en su
configuración. Como consecuencia de ello toda Carta normativa debe poseer las siguientes
características: 1. Eficacia jurídica directa e inmediata de sus normas, y por ende de los derechos
fundamentales contenidos en ella (art. 6º de la Carta Política); 2. Vinculación de todos los poderes
públicos a la Carta Fundamental, en especial del legislador (art. 6º de la Constitución); 3. Respeto
del contenido esencial de los derechos fundamentales, los cuales en ningún caso podrán ser
afectados en su esencia (art. 19 nº 26 de la Constitución); y 4. Tutela judicial efectiva que garantice
la aplicación y vigencia de tales derechos.
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En este mismo sentido ALDUNATE, señala que una solución a la dificultad que
plantea la actual pluralidad de sentidos de la expresión “derechos fundamentales”
podría consistir en distinguir entre un aspecto formal y un aspecto material del
carácter fundamental o “fundamentalidad” de los derechos. El aspecto formal
–indica- de esta fundamentalidad se encuentra asociado a su
constitucionalización, y el aspecto material de la fundamentalidad alude al carácter
de ciertos derechos como constitutivos del orden político, se encuentren o no
consagrados en el texto constitucional. Cuando ellos están en el texto
constitucional, asumen una función especial, distinta de otros derechos
“meramente constitucionales”, en cuanto a partir de los derechos fundamentales
en sentido material se puede llegar a constituir una teoría de límites implícitos al
poder constituyente derivado. Cuando no se encuentran consagrados en el texto
constitucional, la idea de derechos fundamentales en sentido material justifica lo
que se ha denominado la “cláusula abierta” de los derechos fundamentales,
aludiendo a la apertura del sistema de fuentes para considerar, como parte del
ordenamiento constitucional, derechos fundamentales aun cuando no
incorporados en el texto constitucional. La distinción conceptual adquiere aquí
–concluye este autor- una evidente dimensión práctica: la cláusula abierta no
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c) Sobre estas dos perspectivas, por último, hay que precisar que la concepción
formal y la concepción material no son forzosamente incompatibles. Lo que suele
ocurrir allí donde impera una concepción formal es, sencillamente, que se dota de
mayor resistencia y mejor protección a los derechos generalmente calificados
como fundamentales según la concepción material. Sin embargo, la concordancia
entre ambas concepciones no es necesaria, pues a veces se declaran, mediante
normas de rango constitucional, derechos que nada tienen que ver con los
valores básicos del constitucionalismo contemporáneo. Baste pensar en el célebre
ejemplo del derecho de poseer y portar armas, reconocido por la enmienda 2ª de
la Constitución de los Estados Unidos.
&. Características:
A la luz de la norma del art. 5º inc. 2º, se plantea el problema de descifrar ¿si la
enmienda introducida a dicha norma elevó o no a rango constitucional los tratados
internacionales sobre Derechos Humanos?
Esta reforma constitucional (1989) fue resultado de una propuesta hecha por la
por la entonces opositora Concertación de Partidos por la Democracia y
Renovación Nacional, luego aprobada por la Junta de Gobierno de la época. La
historia legislativa de la reforma es casi inexistente ya que no existen actas, lo que
ha producido algunos problemas de interpretación. Así las cosas, como indica
Francisco CUMPLIDO, “la interpretación se realiza no sobre la base de un caso
específico, sino sobre la base de una concepción general abstracta”.
&. Naturaleza:
Tradicionalmente se discute sobre cuál es la auténtica naturaleza de los derechos
fundamentales: para unos, los derechos fundamentales son derechos anteriores a
la Constitución y al ordenamiento jurídico, y derivan de la propia naturaleza su
esencialidad (tesis iusnaturalista, que posee dos variantes: aquellos que ven la
inspiración de tales derechos en la revelación divina2, y otros que encuentran su
inspiración en la perspectiva de la razón humana); para otros, en cambio, los
derechos fundamentales sólo existen en la medida en que se establecen en el
ordenamiento jurídico (tesis positivista); un tercer grupo, por fin, cree que los
derechos fundamentales proceden de un orden de valores anterior al
ordenamiento, pero que sólo adquieren naturaleza de derechos por su
positivización (tesis mixta). Cualquiera que sea el fundamento que quiera darse a
los derechos fundamentales, como indica el profesor P. PEREZ TREMPS, lo cierto
es que, desde el punto de vista jurídico, su análisis y estudio debe realizarse a
partir de su regulación en el ordenamiento, primero en la Constitución y luego, en
su caso, en otras normas. Esa es la dimensión que constitucionalmente importa y
sólo a partir de ella puede entenderse su auténtico alcance jurídico, sin perder
nunca de vista su función ético-política.
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Sobre el particular, conviene citar las palabras de Alejandro SILVA, en la sesión 87 de la Comisión
de Estudio: “(…) cree que lo dicho por el señor Guzmán [desde una clara perspectiva ius
naturalista de revelación divina] es la verdad humana más clara y absoluta que se pueda dar. Una
verdad dura que le gustaría siempre poder aceptar y seguir y que todos siguieran y aceptaran.
Pero comprende que esa interpretación, que, a su juicio, es la única real y sincera de lo humano,
no se puede imponer y dictar a todos los miembros de la sociedad política (…) No se pueden
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Una de las críticas más importantes a esta concepción, es que, desde un punto de
vista político, se presta a visiones excesivamente anti-individualistas del Estado
democrático de Derecho, ya que no hay razón alguna para pensar que en la época
actual esté en declive la finalidad primigenia de los derechos fundamentales: dotar
a los individuos de instrumentos de defensa frente al poder. No conviene olvidar
jamás que son los marginales y disidentes de toda índole quienes más se
benefician de los derechos fundamentales, mientras que las “personas normales”
suelen quedar protegidas por su propia condición de tales; y, en esta perspectiva,
no parece que esos marginales y disidentes puedan confiar su defensa tan sólo al
ambiente dominante.
Ahora bien, de la dimensión subjetiva fluye claramente que los particulares son
considerados destinatarios de los derechos fundamentales. Es lo que la doctrina
ha denominado como efecto relativo u horizontal de los derechos fundamentales, y
que actualmente es uno de los temas de mayor importancia dentro de la teoría de
los derechos fundamentales. Para entender esto, hay que recordar que los
derechos fundamentales surgen en el constitucionalismo, básicamente, como
límite al poder del Estado, como garantía del ámbito de libertad del individuo frente
al poder público (efecto vertical de los derechos fundamentales). La razón de ser
de este hecho radica en la posición de supremacía que el poder público ocupa en
sus relaciones con el individuo en cuanto titular de múltiples potestades, incluido el
uso de la fuerza. Sin embargo, la libertad del individuo, sus derechos
fundamentales, pueden ser alterados no sólo por ese poder público, sino también
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por otras personas no investidas de potestad pública alguna; así, por ejemplo, en
una vulneración de la inviolabilidad del domicilio; o lo que acontece con entes no
públicos que están en una clara supremacía con ellos, como acontece con las
empresas transnacionales.
Como ya se ha mencionado, a la luz del artículo 6º no cabe duda que los derechos
fundamentales constitucionales, en cuanto parte integrante de la Carta, vinculan a
los poderes públicos y a los particulares. Esta vinculación: ¿es igual en ambos
casos? La respuesta a este interrogante debe necesariamente reflejar una
diferencia. En efecto, en términos generales se habla que la vinculación
constitucional que generan los derechos fundamentales respecto de los poderes
públicos es una vinculación “directa” o “inmediata”, mientras que la que desarrollan
respecto de los particulares es de naturaleza “indirecta” o “mediata”. Esta
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vinculación indirecta procede del hecho que deben ser los poderes públicos los
que, a través de su acción, concreten los extremos de eficacia de los derechos
fundamentales en las relaciones entre particulares; dicho de otra manera, los
derechos fundamentales vinculan a los particulares en la medida en que los
poderes públicos han definido el alcance de aquéllos. Los instrumentos más
importantes son la acción de legislador y la de los jueces y tribunales.
Robert ALEXY señala que las reglas se pueden identificar con el concepto de
deber real o definitivo, mientras que los principios se identifican con la idea de
deber ideal. Un deber es un contenido del pensamiento, que puede ser expresado
con la ayuda de las modalidades deónticas (deber ser) del mandato, de la
prohibición y de la permisión, así como también con la ayuda de las modalidades
más complejas del derecho subjetivo y de la competencia. La modalidad básica es
la del mandato. Cuando la norma tiene el carácter de regla, es decir, cuando
expresa un deber real o definitivo, entonces exige que en cada caso previsto por
ella se aplique, sin importar las otras normas, obligaciones o derechos que se le
opongan. Por el contrario, cuando tiene el carácter de principio, es decir, cuando
expresa un deber ideal o prima facie, entonces exige que se aplique solo bajo la
condición de que se aparte o se abstraiga al deber de todo lo que se le pueda
oponer. El deber ideal es así un deber abstracto, un deber aun no relacionado con
las posibilidades limitadas del mundo empírico y normativo.5
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A su vez, ALEXY distingue entre los mandatos de optimización y los mandatos que se optimizan. Los mandatos de
optimización expresan, como mandatos de optimizar, un deber definitivo y en este sentido un deber real. Es decir, los
mandatos de optimización son en tanto reglas, es decir, mandatos definitivos, en cuanto ellos exigen una optimización en
definitiva y no una medida optimal de la optimización a determinar según las circunstancias del caso, de tal manera que un
mandato de optimización solo puede cumplirse o incumplirse (o se optimiza o no se optimiza), y si se cumple, siempre esta
ordenado cumplirlo plenamente. Estos mandatos ordenan que sus objetos, es decir, los mandatos que se optimizan, se
realicen en la mayor medida posible. En tanto mandatos de optimización, ellos no deben optimizarse sino cumplirse, acción
que consiste en llevar a cabo la optimización. Por el otro lado, los principios, en tanto objetos de la ponderación, no son
entonces mandatos de optimización sino mandatos que se optimizan o mandatos a optimizar, y, como tales, contienen solo
un deber ideal o un deber prima facie, es decir, todavía no contienen un deber ser relativo a las posibilidades fácticas y
jurídicas. Los mandatos que se optimizan son los objetos de la ponderación (por ejemplo la vida, la integridad física, el
honor, etc.), que pueden ser denominados como un “deber ideal”. El deber ideal es aquello que debe optimizarse y que por
medio de la optimización debe transformarse en un deber real.
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&. Clasificación:
En cuanto a la clasificación de los derechos fundamentales, como bien señala L.
M. DIEZ-PICAZO, casi todas ellas se basan bien en un criterio funcional bien en
un criterio estructural.
Por su función (que se vincula a la finalidad o valores protegidos), los derechos
fundamentales pueden ser clasificados en tres grandes grupos, a saber: derechos
civiles, derechos políticos, derechos sociales. Derechos civiles son aquellos que
tienen como finalidad garantizar determinados ámbitos de libertad de actuación o
autonomía, en los que el Estado no debe interferir (libertad de expresión, derechos
a la integridad física, libertad de asociación, etc.). Derechos políticos son aquéllos
que tienen como finalidad garantizar la gestión democrática de los asuntos
públicos (derecho de sufragio, derecho de acceso a los cargos públicos, derecho
de petición, etc.). Derechos sociales son aquéllos que tienen como finalidad
garantizar unas condiciones de vida digna (derecho a la educación, derecho a la
salud, etc. Cada uno de estos tres grupos de derechos responde,
respectivamente, a las exigencias del Estado de Derecho, del Estado democrático
y del Estado social. A todo esto, hay que añadir los llamados “derechos colectivos”
o de “los pueblos” (medio ambiente y patrimonio cultural, respectivamente), que
protegen intereses supraindividuales. También en el último tiempo se habla de un
nuevo derecho fundamental, cual es el “derecho a la democracia” (la democracia
se ha transformado en la esfera internacional en una garantía indispensable para
la protección de los derechos fundamentales, la relación entre ambos elementos
no es meramente contingente sino, por el contrario, se trata de un vínculo
necesario; por ello la democracia en el sistema internacional ha dejado de ser una
simple directriz promocional para transformarse, cada vez más, en un principio
vinculante).
Conviene tener presente que todos estos derechos fundamentales, en la medida
en que se encuentren reconocidos por la Constitución, son exigibles, pero de una
manera diversa, según el derecho que se trate. Así por ejemplo, los derechos
civiles y políticos exigen del Estado un abstencionismo que se concreta en el
principio de legalidad: nadie está obligado a hacer lo que la ley no manda ni
impedido de hacer lo que ella no prohíbe. Los derechos económicos y sociales,
por el contrario, se entienden como derecho de prestación, que se traducen en el
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Por un lado, hay que señalar que no existe una correspondencia perfecta entre los
criterios funcional y estructural; es decir, no siempre los derechos civiles coinciden
con los derechos de defensa, los derechos políticos con los derechos de
participación, y los derechos sociales con los derechos de prestación. Ello es
particularmente claro en ciertos derechos (libertad sindical, derecho de huelga,
negociación colectiva) que siendo sociales por su función –al menos, en una
perspectiva histórica-, tienen una clásica estructura de derechos de defensa.
Además, en algunos derechos se entremezclan facultades de distintos tipos. Por
ejemplo, el derecho a acceder a los cargos públicos comprende tanto la facultad
de no ver impedido el acceso si se reúnen los requisitos correspondientes
(derecho de defensa), cuanto el derecho a ejercer los cometidos propios de dicho
cargo (derecho de participación).
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Del mismo modo NOGUEIRA, citando a Bidart Campos, señala que la clasificación de derechos
son difíciles, subjetivas y dependiendo de criterios variables y de las posiciones ius filosóficas que
tengan sus autores.
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IV) Derechos del desarrollo del medio social: a) derecho a un medio ambiente no
contaminado (art. 19 nº 8); b) derecho a la salud (art. 19 nº 9); c) derecho a la
educación (art. 19 nº 10); d) derecho a reunión (art. 19 nº 13); e) derecho de
asociarse (art. 19 nº 15); f) libertad de trabajo (art. 19 nº 16); g) derecho a la
seguridad social (art. 19 nº 18); h) derecho a sindicación (art. 19 nº 19).
Sin embargo, sobre el particular hay que hacer mención que en lo referente a los
derechos sociales (DESC), se está haciendo referencia al particular tratamiento
que lleva a cabo nuestro sistema constitucional, que, por una parte, como ya se ha
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& Garantía del contenido esencial (art. 19 n° 26): garantía interna de los
derechos fundamentales que limita la actividad legislativa (“límite de los
límites”)
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Garantías institucionales.
Al tenor de la norma del artículo 19 nº 26º (“La seguridad de que los preceptos
legales que por mandato de la Constitución regulen o complementen las garantías
que ésta establece o que las limiten en los casos en que ella lo autoriza, no
podrán afectar los derechos en su esencia, ni imponer condiciones, tributos o
requisitos que impidan su libre ejercicio”) resulta necesario aclarar dos asuntos:
qué se entiende por “contenido esencial de un derecho” y qué alcance tiene la
expresión “impida su libre ejercicio”.
en que nacen como en el que cesan y, finalmente, deben estar establecidas con
parámetros incuestionables, esto es, razonables y justificadas (sentencia del
Tribunal Constitucional rol nº 226, considerando 47º).
Estos supuestos deben ser aplicados, en todo caso, con la confluencia de dos
elementos irrenunciables. En primer lugar, el momento histórico de cada situación
concreta, por el carácter evolutivo del contenido esencial del derecho; y luego, las
condiciones inherentes de las sociedades democráticas, lo que alude a determinar
el sistema de límites del ordenamiento jurídico general y cómo juegan en ella el
derecho y la limitación (sentencia del Tribunal Constitucional rol nº 280,
considerando 29º).
Sin duda que se trata de un tema complejo y cuyo estudio exhaustivo excede el
estándar competencial de pregrado. De ahí que solamente empleemos la
clasificación que distingue entre límites internos y externos.
a) Límites internos: son aquellos que sirven para definir el contenido mismo del
derecho, constituyen, pues, las fronteras del derecho, más allá de las cuales no se
está ante el ejercicio de éste sino ante otra realidad. Los límites internos al
derecho, no obstante, no siempre son fáciles de trazar o de deslindar de los otros
límites, los externos. Su definición sólo puede provenir de los operadores jurídicos
(v. gr., el legislador, los tribunales ordinarios o el Tribunal Constitucional).
Del mismo modo, hay que precisar que no cualquier bien o principio jurídicamente
protegible puede actuar como límite de los derechos fundamentales. Por ello, los
límites implícitos a tales derechos han de basarse siempre en bienes
constitucionalmente protegidos (por ejemplo, la moral, las buenas costumbres, el
orden público y la seguridad nacional). De acuerdo con esto, no cabe invocar
vagos e imprecisos principios, como el bien común o interés general, para justificar
la limitación de respectivo derecho fundamental; ésta sólo puede basarse en la
existencia de otro bien constitucionalmente protegido. No siempre resulta sencillo
determinar si un bien está o no constitucionalmente reconocido dada la
generalidad que caracteriza muchos preceptos constitucionales. Esta tarea, como
ya se ha dicho, corresponde llevarla a cabo a los distintos operadores jurídicos de
acuerdo con las pautas generales de interpretación constitucional. No obstante, no
debe olvidarse que, tanto en la determinación de cuáles son los posibles
fundamentos de los límites a los derechos fundamentales, como en la ponderación
entre los límites constitucionalmente posibles y los propios derechos, ha de
tenerse presente la fuerza expansiva de los derechos fundamentales,
interpretando, pues, restrictivamente sus límites, que, en todo caso, deben
resultar proporcionales de cara a alcanzar el fin que persiguen.
Conviene partir de una distinción básica entre aquellos casos en que el valor o
bien jurídico a optimizar entra en colisión con otro valor, y aquellos casos en que
no hay colisión alguna entre valores tendencialmente opuestos. En este último
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La verdadera dificultad surge cuando hay colisión. Es entonces cuando hay que
realizar una ponderación entre los distintos valores en presencia. No está de más
recordar que “ponderar” equivale a “sopesar”. Se trata así, de evaluar las razones
a favor de un valor y otro, a fin de hallar el punto de equilibrio entre ambos que
resulte más apropiado para el caso concreto. Para evitar el subjetivismo que
puede llevar implícito, la técnica de ponderación debe ajustarse a tres exigencias.
En segundo lugar, una vez verificado que no hay solución posible al margen de la
colisión entre valores, es preciso determinar cuál de ellos es más digno de
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protección. Para evitar la tentación del mero subjetivismo, hay que recordar que no
se trata de decidir cuál de los valores en presencia es más digno de protección en
abstracto, sino en el caso en concreto. Para ello, pueden servir de orientación el
siguiente criterio. En efecto, conviene determinar el grado en que cada uno de los
valores en colisión se ve afectado: en principio debe darse prioridad a aquél que
pone en juego aspectos más próximos a su núcleo central de significado. Por
ejemplo, si la colisión es entre el “pelambre” o cotilleo (libertad de expresión) y la
revelación de la vida sentimental de una persona privada (intimidad), parece claro
que éste último derecho se ve afectado en un aspecto más central; pero la
solución sería probablemente la contraria si la colisión fuera entre la opinión
política (libertad de expresión) y revelación de las amistades de un cargo público
(intimidad).
Para que se entienda mejor lo anterior, hay que distinguir sobre el particular dos
teorías:
-a) teoría relativa, la cual expresa que el contenido esencial es aquello que queda
después de una ponderación (obviamente conectada con un juicio de
proporcionalidad); es decir, en la ponderación de bienes y derechos que justifican
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Del mismo modo, con la entrada en vigor del nuevo “procedimiento de tutela laboral” (arts.
485-495, Código del Trabajo), que “se aplicará respecto de las cuestiones suscitadas en la relación
laboral por la aplicación de las normas laborales, que afecten los derechos fundamentales de los
trabajadores” (art. 485, inciso 1º), se incorpora el principio de proporcionalidad a raíz de
afectaciones de tales derechos por parte del empleador.
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-b) teoría absoluta, plantea que existe una determinada esfera del derecho
fundamental que constituye su contenido esencial; es decir, existe un núcleo (que
es aquella parte de los elementos integrantes del contenido que son
absolutamente indispensables para el reconocimiento del derecho en cuanto tal) y
una parte accesoria (que no es su núcleo esencial y, por tanto, pueden
establecerse restricciones en ella). Creemos que esta teoría se circunscribe de
mejor manera a la perspectiva doctrinaria que hemos venido desarrollando y es
más compatible con el sistema constitucional chileno. Dejando cabida, por ende, al
principio de proporcionalidad, que tiene un parámetro de “certeza” en el contenido
esencial del mismo derecho constitucionalmente garantizado. Sin embargo, no se
desconocen los problemas conceptuales que presenta la “teoría absoluta del
contenido esencial”; pero, a la luz de nuestro sistema constitucional, no es posible
prescindir de tal criterio, que expresamente lo reafirma el artículo 19, n° 26. De ahí
que, plantear en este tema un modelo de subsunción sin ponderación, es
desconocer la realidad dogmática constitucional. Reafirmando, de este modo, la
racionalidad teórica y práctica implícita en juicio de ponderación.
Sobre esta importante temática, hay que partir de dos premisas básicas:
-B) Por otra parte, hay que indicar que la interpretación de los derechos
fundamentales posee características más específicas, sobre todo, como ya se ha
estudiado, por la particular posición de elemento estructural básico del
ordenamiento que ocupan, esto hace que su interpretación cuente con
características propias y debe responder al principio de interpretación más
favorable para su ejercicio. De este modo, las interpretaciones restrictivas de los
derechos fundamentales o contrarias a su plena eficacia constituyen lesiones de
éstos, cuestión que además repercute en el ordenamiento en su totalidad, pues su
interpretación siempre debe realizarse a la luz de los derechos fundamentales.
Además, a la luz del art. 5º de la Constitución, los derechos fundamentales deben
interpretarse de conformidad a los tratados internacionales que estén en vigor, los
cuales, como se sabe, cuando contienen derechos humanos son parte del
contenido material de la Constitución. Disposición bastante similar al art. 10.2 de la
Constitución española (CE). Sobre esto último, es particularmente relevante citar a
A. SAIZ ARNAIZ, quien indica que: “A lo que el art. 10.2 CE obliga es a que el
contenido predicable de los derechos fruto de la actividad interpretativa
desplegada por el Tribunal en cuestión, sea conforme con el que resulta de
aquellos textos internacionales. La motivación, en definitiva, no ha de dejar
siempre y en todo caso rastros del referente internacional, aunque el resultado de
la misma debe adecuarse a los cánones que resultan de los tratados y acuerdos
en materia de derechos fundamentales”, es decir, “se trata de una obligación de
resultado”. Por ello, trasladando esta temática a la circunstancia del ordenamiento
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Todo ello haría que resulte más evidente que la práctica interpretativa en materia
de derechos fundamentales, sería mejor explicada por quienes sostienen que las
lagunas e imprecisiones existentes en el ordenamiento deben ser colmadas
mediante el auxilio de conceptos y argumentos morales (DWORKIN, ALEXY,
HABERMAS), que por quienes piensan que aquí hay pura y simple
discrecionalidad de los operadores jurídicos y, en última instancia, de los jueces
(KELSEN, HART). Dicho esto, la tesis de que la interpretación en materia de
derechos fundamentales está abierta al debate moral debe ser entendida en sus
justos términos; lo que exige hacer una serie de matizaciones, tendientes a poner
coto (límite) al riesgo de caer en manos de una especie de “juez-filósofo”, de
resonancias platónicas.8
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Lo anterior es particularmente complicado, cuando se asume la noción del “fundamentalismo constitucional”,
como es el caso del sistema chileno. En efecto, siguiendo a ACKERMAN, para los fundamentalistas (a
diferencia del monismo y dualismo constitucional, que son teorías democráticas en el sentido que ambas
creen que la última autoridad constitucional es el pueblo y que el pueblo tiene la absoluta autoridad para
cambiar aún los principios más sustanciales de la actual Constitución) el pueblo no tiene la autoridad
necesaria para cambiar la Constitución, esto no significa que “no haya lugar para un gobierno democrático y
popular, pero sí, que un gobierno democrático y popular debe estar restringido por el respeto a ciertos
principios y a ciertos derechos (…) En otras palabras, el fundamentalismo tiene un compromiso con la
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democracia aunque tiene un compromiso aun más profundo con el respeto a los derechos fundamentales”. No
obstante la coherencia de esta concepción, a la luz del constitucionalismo democrático difícil resulta realizarla,
si se tiene en cuenta, por ejemplo, el origen de nuestras principales Cartas constitucionales, todas ellas fruto
de actos de imposición del poder constituido vigente (detentador del poder político), quienes en cada
momento histórico han esculpido y protegido los valores (de “la sociedad chilena” o, como indica art. 22 de la
Carta, “valores esenciales de la tradición chilena”) en la forma que ellos han determinado y admirado. Un
fundamentalista reconocido como R. DWORKIN (desde su posición liberal, y que enfatiza el derecho a ser
tratados los individuos como agentes morales iguales y autónomos), se opondría a nuestra –una vez más sui
generis- visión del fundamentalismo, por cuanto, según expresa, “en una sociedad auténticamente libre, el
mundo de las ideas y los valores no pertenecen a nadie y pertenecen a todos”. Sobre el particular se debe
precisar, además, que las principales fuentes doctrinarias del fundamentalismo son filosóficas (KANT vía
RAWLS, y LOCKE vía NOZICK) y no legales; en algunos países latinoamericanos (como es el caso de
nuestro país), a estas fuentes filosóficas se agregan otras más cercanas al Derecho natural no racional.