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En la novela La extranjera, su autora, Claudia Durastanti, pone en duda que «solo la

tragedia pueda extraer lo que somos». ¿Hay situaciones con una carga tan terrible que de
manera irremediable nos empujan a tomar decisiones? ¿Solo lo trágico es capaz de
encender una luz dentro de nosotros? En el caso de Anna Wessels Williams podría decirse
que sí. En el año 1887, su hermana Millie enfermó gravemente durante el parto debido a
una negligencia médica; perdió a su bebé y ella estuvo a punto de morir. Ese hecho
catastrófico puso a Williams en el camino de la investigación científica; trabajó desarrollando
vacunas, tratamientos y test diagnósticos de muchas enfermedades como la difteria, la
rabia, la escarlatina, la gripe y la viruela. La razón podría haber sido algo menos
perturbadora, pero no lo fue.

Williams, siguiendo su nuevo sino, se matriculó en Women’s Medical College de la New


York Infirmary y se graduó en medicina. No pudo tener más suerte; no todo el mundo puede
decir que ha tenido como profesoras a las científicas Elizabeth Blackwell y Mary Putnam
Jacobi. Una vez terminados los estudios, impartió clases de patología e higiene en la
universidad. Además de su grado, desde 1892 a 1893, se formó en Viena, Heidelberg,
Leipzig y Dresde.

Tras su regreso a la ciudad, en 1894, se ofreció como voluntaria para trabajar en el primer
laboratorio diagnóstico municipal del Departamento de Salud de Nueva York que se había
abierto recientemente a causa de un brote de cólera. Allí, trabajó junto con el director
William H. Park en sus proyectos sobre la difteria. Esta enfermedad infecciosa ya había sido
descubierta y existía un tratamiento para tratarla (el bacteriólogo Emil Adolf von Behring
está detrás de este descubrimiento que le valió el Nobel) pero el objetivo de Williams
consistía en crear una antitoxina de mayor rendimiento –la bacteria Corynebacterium
diphteriae segrega una toxina y para contrarrestarla es necesaria esa antitoxina–. En solo
un año consiguió que se produjera en masa; de hecho, los departamentos de salud pública
la distribuyeron de forma gratuita en Estados Unidos y Gran Bretaña. En 1985, fue
contratada como bacterióloga asistente.

El diagnóstico de la rabia
En 1896, Williams viajó a París, concretamente recaló en el Institut Pasteur con el objetivo
de estudiar la escarlatina pero enseguida se centró en la rabia, la enfermedad que en aquel
momento se estaba investigando. Se llevó un cultivo para poder examinarlo a su regreso a
Nueva York y enseguida se convirtió en un tema prioritario. Llegó a producir pequeñas
cantidades de una vacuna y para 1898 ya había conseguido una que fuera efectiva a gran
escala.

Sin embargo, a la estadounidense le seguía preocupando su diagnóstico. A pesar de la


vacuna, muchos seguían sucumbiendo a la enfermedad; necesitaban conseguir un análisis
más precoz. Entonces descubrió que antes de que aparecieran los síntomas, el virus
causaba cambios en las células cerebrales. Paralelamente, el patólogo Adelchi Negri, en su
laboratorio de la Universidad de Pavía (Italia), había llegado a la misma conclusión. El
italiano fue más rápido y publicó sus resultados en 1904. Por esta razón, se ha utilizado su
apellido para nombrar los cambios que se crean en algunas neuronas a causa de la rabia:
los cuerpos de Negri. De todas formas, parece que Williams fue la primera en reconocer
esta estructura distintiva de células cerebrales pero esperó demasiado tiempo para publicar
sus resultados.
Anna Wessels Williams.
Williams no le dio demasiada importancia a ese hecho y siguió investigando. En 1905,
desarrolló un método para preparar y teñir el tejido cerebral para mostrar la presencia de los
cuerpos de Negri. Gracias a esta prueba de diagnóstico los resultados llegaban en minutos
y no en días. Su descubrimiento se convirtió en la técnica estándar por excelencia y así se
mantuvo los siguientes treinta años.

Ese mismo año la nombraron subdirectora del Departamento de Salud del laboratorio donde
había trabajado desde 1894. Bajo su supervisión se llevaron a cabo muchas investigaciones
sobre la gripe, las enfermedades venéreas, la poliomielitis y el tracoma, entre otras. Durante
la Primera Guerra Mundial, Williams fue una de las pocas mujeres que trabajó para
identificar el patógeno de la gripe española.

En 1934, llegó el momento de retirarse a pesar de que científicos, médicos y otros


profesionales de la salud pública

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