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CLACSO

Chapter Title: PANORAMA DE LAS LUCHAS INDÍGENAS POR LOS TERRITORIOS EN


CHIHUAHUA, MÉXICO
Chapter Author(s): Horacio Lagunas

Book Title: La disputa por el discurso del derecho en nuestra América


Book Subtitle: aportes y tensiones desde los mundos indígenas, tradicionales y quilobolas
para la crítica del derecho moderno
Book Editor(s): Alma Guadalupe Melgarito Rocha, Marina Corrêa de Almeida
Published by: CLACSO. (2022)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctv2v88dgb.11

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III

LA LUCHA DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN


CHIHUAHUA, MÉXICO: ENTRE LA OPRESIÓN Y
LA RESISTENCIA

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PANORAMA DE LAS LUCHAS
INDÍGENAS POR LOS TERRITORIOS
EN CHIHUAHUA, MÉXICO
Horacio Lagunas

INTRODUCCIÓN
Este artículo pretende visibilizar la condición actual del panorama de
las luchas de los pueblos indígenas por su territorio en la Sierra Tara-
humara, en Chihuahua, México. Para ello, es imprescindible tener un
marco histórico jurídico como base para el análisis. En lo siguiente
abordaré algunos aspectos de esta historia en tres partes: 1) los he-
chos de la conquista, 2) los hechos del México independiente y 3) los
nuevos hechos.
Con la invasión del continente americano en 1492 -cuya designa-
ción fue más bien, en reconocimiento al cosmógrafo, explorador y es-
critor de origen italiano, Américo Vespusio-, se inician los hechos de la
invasión que desencadenaron una serie de acontecimientos históricos
de los cuales seguimos formando parte. No podemos pasar por alto que
la conquista del nuevo mundo fue avalada y concedida por las Bulas
expedidas por el entonces Papa Alejandro VI en 1493, que daban a los
Reyes Isabel y Fernando de Castilla y Aragón el derecho de las tierras
descubiertas a cambio de la evangelización de sus pobladores.
Al llegar a estas tierras, Cristóbal Colón y sus acompañantes en-
contraron también pueblos con un desarrollo cultural, socioeconómi-
co y político notable, que opusieron resistencia al sometimiento y a la
dominación española. Fue un parteaguas en la historia de los pueblos

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originarios de América.
La historia prehispánica de los pueblos indígenas al norte de Me-
soamérica es diferente, su desarrollo cultural y material también es dis-
tinto, y los colonizadores encontraron una fuerte resistencia a ser so-
metidos por la Corona Española. Así que, las luchas de estos pueblos
originarios quedaron en la historia como la negación de la conquista y
el rechazo a ser dominados por una cultura diferente. Fueron los religio-
sos Jesuitas, como Peter Masten Dunne, Francisco Javier Alegre, Joseph
Newman, y muchos otros, que sufrieron el martirio, quienes, a través de
cartas y escritos, bajo una perspectiva propia, registran los movimientos
indígenas de oposición y de reacción ante los colonizadores en defensa
de su territorio, así como su resistencia a adoptar una nueva religión.

LOS HECHOS DE LA CONQUISTA EN LA SIERRA TARAHUMARA


Es a principios del siglo XVII cuando empiezan las incursiones de los co-
lonizadores españoles en busca de oro y de plata en la Sierra Tarahuma-
ra, cuando se registran los primeros enfrentamientos. La movilización
indígena de resistencia se manifestaba en asaltos a las misiones organiza-
das regionalmente, las alianzas fueron circunstanciales, hubo masacres
de colonizadores pues eran centros de misión que carecían de eficaces
medios de defensa. Las reacciones de la Corona española fueron también
en la misma medida, los enfrentamientos con los soldados españoles ter-
minaban en derrotas y capturas de prisioneros y de sus líderes.
Al arribo a las tierras del norte de lo que hoy ocupa México, los
colonizadores españoles encontraron diversos pueblos indígenas, al-
gunos hoy extintos, como los Tobosos, los Conchos, los Tepehuanes,
los Pimas, los Warojìos, los Rarámuri, los Guzapares, los Chìnipas y
los Tubaris. Los más aguerridos fueron los Conchos, los Tobosos y las
Tepehuanes, quienes se resistieron belicosamente a la conquista de los
colonizadores españoles.
En ese tiempo, la demarcación política colonial donde se encon-
traban estos pueblos era llamada Nueva Vizcaya de la Nueva España y
abarcaba lo que son actualmente los estados de Chihuahua, Durango,
parte de Sinaloa, Sonora y Coahuila. Esto significa que los pueblos
originarios ocupaban toda esta extensa región de manera dispersa y
con una movilización continua, se trataba de pueblos seminómadas
en su propio territorio, lo cual dificultaba a los colonizadores lograr
su subordinación, pero a su vez facilitaba la ocupación del territorio.
El Gobierno de Nueva Vizcaya, para asegurar sus avances territoriales
y sus explotaciones mineras, estableció presidios o fuertes militares,
como los de Parral, Janos, Casas Grandes y otros.
En las luchas de resistencia, destacan algunos llamados caciques
indígenas, que encabezaron levantamientos importantes, como el de

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Supichiochi, Tépox, Ochávarri y Don Bartolomé, resultado de una


alianza de Conchos, Tarahumaras y Tobosos, como el del cacique Co-
rocia con los Yumas, Janos y Chinanos y como la rebelión del jefe
tarahumara Teporaca en el valle de Papigochi.
Fue distintivo que la avanzada de los primeros colonizadores
fueran religiosos jesuitas y franciscanos, que se fueron estableciendo
en misiones como la de San Pablo, que fue la primera en la Sierra
Tarahumara en 1604 por Juan Fonte, seguida de Carichí, Sisoguichi,
Chínipas y Villa de Aguilar en el Papigochi; en ellas se procuraba aglu-
tinar a los indígenas en pueblos misión, sin embargo, no tuvieron re-
sultado por la idiosincrasia y la oposición de los pueblos indígenas.
La resistencia armada se prolongó durante todo este siglo, pero final-
mente se impusieron los conquistadores. En el siglo XVIII algunos de
los pueblos se habían extinguido o se habían incorporado a la nueva
sociedad, así pasó con los pueblos Conchos, los Tobosos y otros. Las
guerras y las epidemias diezmaron dramáticamente la población indí-
gena y debilitaron su lucha en contra de los colonizadores, así que, las
tierras abandonadas y despobladas fueron ocupadas por los coloniza-
dores, desplazándose hacia la sierra y las barrancas.
Es importante señalar que la estrategia de la colonización en el
norte de Mesoamérica fue diferente a la implementada en el centro,
pero no hay que olvidar que los pioneros fueron los Jesuitas y los Fran-
ciscanos, ya que detrás de ellos llegaron los comerciantes, los soldados
y los mineros. La evangelización, a la que se oponían tenazmente los
indígenas porque se veían atrapados en ritos y prácticas que no los de-
jaban vivir en la libertad que siempre habían disfrutado, nunca llegó a
penetrar adecuadamente en sus creencias, y al transcurso del tiempo
se construyó un tipo de sincretismo religioso. Los indígenas adopta-
ron una forma de gobierno más comunitario con denominaciones im-
puestas por los jesuitas. También fueron los jesuitas quienes muchas
veces levantaban la voz ante las injusticias de los colonizadores en las
minas y en los ranchos con los indígenas.
Desde la perspectiva indígena, los líderes caciques que se levanta-
ron en contra de la dominación española fueron héroes que lucharon
contra una estructura superior, las cuestiones se agravaban cuando los
indígenas eran reclutados para trabajar en las minas, teniendo muy
malos tratos por parte de los capataces, esto despertaba sentimientos
de repudio que se acumulaban hasta que se manifestaban en acciones
bélicas, muchas veces desastrosas para los invasores españoles.
Como decíamos, en el siglo XVIII se consolidó el dominio de la
Corona Española, se fueron generando los repartimientos de tierras,
las encomiendas, las mercedes, y la Nueva Vizcaya se convirtió en uno
de los mayores proveedores de oro y plata, lo cual implicaba el despo-

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jo de tierras y desplazamientos de los pueblos indígenas. La sobrepo-


blación de los primeros centros mineros como Santa Eulalia, Parral,
Santa Bárbara, empezó a desplazar a los españoles hacia la Sierra
Tarahumara, muchos de ellos llevaban la intención de encontrar oro y
plata y así surgieron los minerales de Batopilas, Uruachi, Guadalupe
y Calvo, Urique, Chìnipas, Cusihuiriachi, Morelos, Moris y Ocampo,
que generaron riqueza a la Corona Española. Los jesuitas continua-
ron con su labor evangelizadora distinguiéndose por la fundación de
escuelas para niños indígenas, lo cual fue un instrumento para con-
solidar la dominación de los pueblos indígenas. La situación de los
pueblos indígenas fue de sometimiento involuntario, y algunos grupos
encontraron en la vida dispersa en la sierra una forma de permanecer
y conservar su cultura, ya que habían sido despojados de su territorio

EL MÉXICO INDEPENDIENTE Y LA RESISTENCIA INDÍGENA EN LA


SIERRA TARAHUMARA
Con el movimiento de independencia en 1810, con Miguel Hidalgo
y José María Morelos, y aún con la abolición de la estructura colo-
nial y de su participación en la lucha armada, la situación no cambia
para los pueblos indígenas, pues la insurgencia criolla no los consi-
deró dentro del proyecto de nación, ya que su proyecto como nación
independiente fue legitimado bajo la doctrina de la igualdad ante la ley
entendida como el disfrute por igual de los derechos y obligaciones
de los ciudadanos, con la excepción de la propuesta de Morelos sobre
bienes comunales y la afectación de los latifundios, que no fue tomada
en cuenta al declararse la Independencia por el naciente Congreso de
Anáhuac el 6 de noviembre de 1813.
A partir del 27 de septiembre de 1821, fecha en que concluye la lu-
cha insurgente, se inicia una nueva demarcación política conformada
por la población indígena que seguía siendo la mayoritaria en relación
con la población criolla. El 19 de julio de 1823 se crea el estado de
Chihuahua por el Congreso de la Unión, separándolo del hoy estado
de Durango, con capital en la ciudad de Chihuahua, antes San Felipe
del Real de Chihuahua. Cabe señalar que los nuevos estados ubicados
al norte del país, por su lejanía del centro, realmente no cambiaban su
estructura social y política de la misma manera que en el centro, pues
siguieron conservando por algún tiempo la estructura colonial.
Con el movimiento de Reforma del liberalismo ilustrado y enca-
bezado por Benito Juárez, los más afectados fueron los pueblos indí-
genas con la nueva Constitución de 1857, pues su régimen comunal de
tenencia de la tierra y su organización interna no se reconoció y, por
el contrario, se promovió su fraccionamiento con la creación de pro-
piedades individuales supuestamente para incentivar la productividad

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del campo, desapareciendo las corporaciones civiles o los bienes co-


munales de los indígenas que en medio de los movimientos sociales
habían podido conservar al amparo de la propia iglesia católica. Así,
con el advenimiento del estado mexicano la condición de los indígenas
empeoró, pues ya desde la Ley Lerdo del 25 de julio de 1856 sobre la
desamortización de fincas rústicas y urbanas propiedad de corporaciones
civiles y eclesiásticas, se legitimaba el despojo de los territorios de las
comunidades indígenas que aún poseían. Ante esto, las sublevaciones
indígenas no se dejaron esperar sobre todo en el sur del país; sin em-
bargo, fueron sofocadas por la fuerza del Estado, pero los indígenas
siguieron guardando el espíritu de rebeldía.
Después del movimiento de reforma, con el arribo a la presiden-
cia de Porfirio Díaz, aparecieron las compañías deslindadoras en el
norte, contratadas por el Gobierno para deslindar las tierras conside-
radas como terrenos baldíos y bienes nacionales y promover su colo-
nización; después vinieron los efectos de la Ley de Desamortización, y
las Leyes de Colonización, lo cual trajo como consecuencia un mayor
despojo del territorio de los pueblos indígenas de la Sierra Tarahuma-
ra, pues carecían de títulos de sus tierras y fueron considerados como
terrenos nacionales. El Gobierno pagaba a dichas compañías con un
porcentaje del 30% sobre las tierras deslindadas, las cuales eran adju-
dicadas a particulares tanto nacionales como extranjeros. Se consoli-
dó así el latifundismo en manos de las clases poderosas del estado y
se entregaron también grandes extensiones de tierras a los extranjeros
norteamericanos. Estas circunstancias reducían aún más el territorio
ancestral de los pueblos originarios de la Sierra Tarahumara, aunado
a ello, muchos mestizos también promovían Diligencias de Informa-
ción Testimonial Ad Perpetuam para legitimar posesiones que en la
mayoría de los casos pertenecían a los indígenas.
Con el movimiento revolucionario de 1910, cuya bandera prin-
cipal fue la lucha agraria contra el latifundismo, vino la Ley del 6 de
enero de 1915, que se incorporó en la Constitución de 5 de febrero de
1917. Una constitución que incorporaba las luchas sociales de los
campesinos y de las comunidades indígenas. El carácter restitutorio
de la Constitución provocó que muchos pueblos indígenas en el sur re-
cuperaran parte de sus tierras; la nueva constitución determinó como
regímenes de la tenencia de la tierra, el Ejido, la Comunidad Agraria
y la Propiedad Privada. Ahora los indígenas podían acceder a estas
formas de propiedad para tener seguridad en la tenencia de la tierra.
Sin embargo, las comunidades indígenas, como entidades diferentes,
con sistemas de tenencia diferentes, con una organización social dife-
rente, seguían siendo invisibles para el Estado.
La legislación agraria regulaba los procedimientos de dotación

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de tierras ejidales, el reconocimiento y titulación de bienes comu-


nales y la propiedad privada, y muchos de los grandes latifundios
fueron afectados para la constitución de ejidos y nuevos centros de
población.
Desde la década de los 20 del siglo XIX se inicia el proceso de
dotación de tierras ejidales en la Sierra Tarahumara. El Estado esta-
ba interesado en desplazar a las grandes compañías madereras que
se habían enriquecido sin que los indígenas tuvieran algún beneficio.
Las concesiones de explotación del bosque a las compañías madere-
ras tenían una duración de hasta 50 años. A través de su conversión
en ejidos, se buscaba la apropiación de la explotación forestal por
los pueblos indígenas, sin embargo, estos propósitos nunca se cum-
plieron, pues los ejidos en su mayoría estaban conformados también
por población mestiza de donde surgieron poderosos cacicazgos de
control y que recibían las utilidades del bosque. El Gobierno Federal
creó el Instituto Nacional Indigenista (INI) en 1948 y en 1952 se crea
el Centro Coordinador Indigenista de la Tarahumara en Guachochi,
Chihuahua. Una de sus acciones fue generar un programa de desarro-
llo forestal que llevara beneficios a las comunidades indígenas, por lo
que se coordinaron acciones con otras dependencias federales como
FIFONAFE, DAAC y después con PROFORTARAH. La constitución de
empresas ejidales forestales, la instalación de aserraderos modernos,
de centros de industrialización forestal se convirtió en otro mecanis-
mo de control del territorio ancestral de los indígenas.
Si antes fue la minería, ahora la explotación forestal se convertía
en una nueva agresión a su territorio ancestral. La cuestión es que las
comunidades fueron incorporadas al régimen ejidal sin su consenti-
miento, que en el mejor de los casos reconocía la posesión inmemo-
rial como justificante de la constitución del ejido. El Estado toleró la
existencia de una organización indígena paralela al régimen ejidal, sin
ningún reconocimiento legal, lo cual generaba algunas controversias
al momento de tomar decisiones en las que se tenía que aceptar la
autoridad del Estado. El Gobierno indígena tradicional que se desa-
rrolló durante la colonia y al inicio del período independiente, paula-
tinamente fue reducido en sus sistemas de control en su comunidad,
y su jurisdicción fue modificada por la división municipal, y por la
demarcación ejidal y comunal.
La cuestión es que la fuerza del estado eliminaba la posibilidad de
un levantamiento indígena de las magnitudes del siglo XVII, de manera
que los indígenas se subordinaron, pero siguieron sobreviviendo con-
servando sus lenguas, sus expresiones culturales, su organización social
adaptada, y de alguna manera la conservación de una jurisdicción terri-
torial usufructuada, aunque de manera limitada.

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En un principio la constitución de los ejidos en la sierra tarahu-


mara, de alguna manera tenía como fin asegurarles la tenencia de la
tierra, pero no el control de los recursos naturales. En este sentido,
fue el estado quien se hizo cargo de regular su explotación por con-
ducto de la autoridad agraria, la autoridad forestal y el INI. Así, el
estado desarrolló programas de desarrollo regional en la sierra ta-
rahumara, siempre con un sentido integracionista y asistencialista.
Fundó escuelas bilingües para los niños indígenas, abrió programas
asistenciales agropecuarios, de caminos y de construcción de unida-
des médicas y hospitales. Había programas especiales en épocas de
sequías o de fuertes nevadas. Pero poca atención se daba a resolver
la problemática territorial de las comunidades indígenas, que mani-
festaban una crisis permanente. Así, fueron apareciendo reclamos
de las comunidades indígenas que rebasaban al ejido, que se conver-
tía en la contraparte a vencer.
La legislación nacional y estatal mantuvieron a los pueblos indí-
genas al margen, y la influencia del positivismo jurídico no daba lugar
a considerar su juricidad, las leyes de indias de la corona española no
se reprodujeron en las primeras constituciones de la nación indepen-
diente, y la igualdad ante la ley era aplicada a todos los habitantes de la
nación sin distinción alguna.
La atención de los pueblos indígenas se encomendaba a institucio-
nes gubernamentales con el fin de “integrarlos” a la sociedad nacional,
y se toleraba su autogobierno en tanto no interfiriera con el gobierno
nacional. La situación territorial no se consideraba un problema, pues
estaba resuelto en el reparto agrario, las situaciones particulares en
las que aparecían conflictos con las propiedades privadas se resolvían
respetando las posesiones familiares de los indígenas, pues a los pro-
pietarios lo único que les interesaba era la explotación del bosque,
situación que afectaba sensiblemente a los indígenas.
La constitución de ejidos en la Sierra Tarahumara concluyó en la
década de los setenta, y fueron pocos los casos en que se instauraron
procedimientos de reconocimiento y titulación de bienes comunales.
Mediante este mecanismo, el Estado privaba a las compañías made-
reras del control de la explotación forestal, y a los particulares de sus
acciones de continuar legitimando el despojo de las tierras y de los re-
cursos naturales de los indígenas.
Desde el siglo XVIII, los pueblos indígenas de la sierra fueron pa-
cificados y de esta manera, los colonizadores se fueron apoderando no
solo de los recursos mineros, sino de las mejores tierras boscosas, agrí-
colas y ganaderas. Crecieron los pueblos mineros, los ranchos ganaderos
y las misiones jesuitas, quienes promovían la evangelización a través de
la educación y buscaban proteger a los indígenas de la esclavitud en que

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vivían en los centros mineros y los ranchos ganaderos. Muchos de ellos se


constituían en defensores de sus problemas frente al estado.
En esta situación de subordinación, los indígenas no tuvieron for-
mas de detener el avance de los colonizadores, las luchas por la defen-
sa de sus tierras no tenían herramientas jurídicas, carecían de perso-
nalidad jurídica y, además, cuando se involucraban en causas penales
los situaban en condición de marginación extrema y “atraso cultural”,
lo cual les hacía más “peligrosos” y recibían sentencias con penalidad
máxima, carecían de traductores en los procedimientos legales y de de-
fensores que les asesoraran en los procesos penales. Las cárceles de la
región estaban llenas de indígenas que purgaban largas condenas prin-
cipalmente por homicidio, robo y violación.

LOS NUEVOS HECHOS


Fue en el seno de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) con
sede en Ginebra, Suiza, de la que México es parte, donde a mediados
del siglo pasado, se inició un debate sobre los derechos de los pueblos
y comunidades indígenas a nivel internacional. La cuestión rebasó los
derechos laborales y se trataron otros derechos específicos como el
territorio, el gobierno tradicional, la cultura, la salud y la educación.
Los productos eran convenios internacionales, el primero fue el 107,
pero después fue revisado y finalmente en junio de 1989 en su 76 reu-
nión se adoptó el Convenio 169 de la OIT, el cual fue aprobado por la
Cámara de Senadores de la Nación el 11 de junio de 1990, y promulga-
do por Carlos Salinas de Gortari el 25 de septiembre de 1990.
A pesar de que tenía efectos vinculatorios para los estados, en
México no fue de aplicación por los jueces y magistrados y tampoco
fue utilizado por los pueblos y comunidades indígenas por la poca
difusión que se le dio en un principio. El avance de los compromisos
adquiridos se dio con la creación dentro del Instituto Nacional Indi-
genista (INI) de la Comisión Nacional de Justicia a los Pueblos Indí-
genas (CNJPI), quien fue la que formuló el proyecto de reforma del
artículo cuarto constitucional para reconocer los derechos culturales
de los pueblos indígenas, la que fue presentada el 7 de diciembre de
1990 al Congreso de la Unión, y aprobada esta reforma, se publicó el
29 de enero de 1992 en el Diario Oficial de la Federación (DOF), esta-
bleciendo así, a nivel constitucional en su Artículo 4º que:
La Nación mexicana tiene una composición pluricultural sustentada
originalmente en sus pueblos indígenas. La Ley protegerá y promove-
rá el desarrollo de sus lenguas, culturas, usos, costumbres, recursos
y formas específicas de organización social, y garantizará a sus inte-
grantes el efectivo acceso a la jurisdicción del Estado. En los juicios
y procedimientos agrarios en que aquellos sean parte, se tomarán

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en cuenta sus prácticas y costumbres jurídicas en los términos que


establezca la ley.

Sin embargo, el reconocimiento del pluralismo cultural y el acceso a


la jurisdicción del Estado no cambiaban la situación de los pueblos y
comunidades indígenas, porque el Estado protector les conservaba
en estatus de subordinación, y además no se crearon las leyes secun-
darias para hacer efectivo el dispositivo constitucional, por lo que
se quedaba corta esta reforma frente a lo dispuesto por el Convenio
169 de la OIT.
Después vino una reforma al artículo 27 constitucional en 1992,
que le da un giro a la tenencia de la tierra ejidal y comunal, abrien-
do la puerta a su privatización, en el segundo párrafo de la fracción
VII, pues establece que la ley protegerá la integridad de las tierras de
los grupos indígenas, sin mayor concreción. Del mismo modo, La Ley
Agraria, de manera ambigua en su artículo 106, dentro del capítulo
de las comunidades, establece que las tierras que correspondan a los
grupos indígenas deberán ser protegidas por las autoridades confor-
me al artículo 4º constitucional, y al segundo párrafo del artículo 27
constitucional. Tales enunciados son inaplicables, desfasados, discri-
minatorios y, sobre todo, siguen sin actualizarse y regularse.
Tuvo que surgir el levantamiento de los pueblos indígenas en
Chiapas en 1994 y poner en jaque al Estado, para que se revolucionara
el sistema jurídico nacional y se incorporara una nueva reforma cons-
titucional sobre los derechos de los pueblos y comunidades indígenas,
reforma que no resultó conforme con lo que se planteaba por el mo-
vimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), pues
se habían dejado de lado temas cruciales para los pueblos indígenas
como el territorio, la autonomía y su reconocimiento como sujetos de
derecho público.
Así, los pueblos y comunidades indígenas seguían en la indefensión
de su territorio: seguían las acciones de despojo, de implementación de
proyectos de desarrollo, de extracción de sus recursos naturales. Fue
con la reforma del 2011 al artículo primero constitucional, que en sus
párrafos segundo y tercero se establece que,

Artículo 1.
(…)
las normas relativas a los derechos humanos se interpretarán de con-
formidad con esta Constitución y con los tratados internacionales de la
materia favoreciendo en todo tiempo a las personas la protección más
amplia. Todas las autoridades en el ámbito de sus competencias, tienen la

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obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos hu-


manos de conformidad con los principios de universalidad, interdepen-
dencia, indivisibilidad y progresividad. En consecuencia, el Estado debe-
rá prevenir, investigar, sancionar y reparar las violaciones a los derechos
humanos, en los términos que establezca la ley” (Constitución Política de
los Estados Unidos Mexicanos).

que los pueblos y comunidades indígenas pudieron hacer uso de las


herramientas existentes con mayor efectividad para defender su terri-
torio ante los tribunales. Ha sido un proceso largo y difícil, pero los
pueblos y comunidades indígenas han llego a judicializar sus luchas
por el territorio que, aún reducido, expoliado, y saqueado, sigue sien-
do codiciado debido a sus escenarios turísticos, su bosque y por sus
recursos mineros, pero la lucha para detener la propia extinción de los
pueblos y comunidades indígenas continúa.
La concepción de territorio en la cosmovisión indígena es total-
mente diferente a las concepciones de la sociedad nacional, ya que para
ellos defender su territorio es defender su propia vida. La Corte Intera-
mericana de los Derechos Humanos ha reconocido y desarrollado estos
conceptos y los ha puesto como base de su defensa.
En Chihuahua, desafortunadamente, en la Sierra Tarahumara se
ha seguido viviendo bajo la vorágine del Estado y de los intereses de los
grandes capitales. La lucha por el territorio de las comunidades indíge-
nas ha cobrado vigencia a través de dos vertientes: la primera es la jurí-
dica y la segunda es la movilización social. Debido a la afectación que
han venido sufriendo sus territorios por los proyectos de gasoductos, de
acueductos, turísticos, mineros y de explotación forestal, en Chihuahua
se han venido instaurando juicios agrarios, civiles y de amparo en de-
fensa del territorio de las comunidades indígenas. La cuestión es que
en nuestra legislación falta precisión sobre el derecho territorial de las
comunidades indígenas, y se tienen que cubrir bajo los procedimientos
y formas establecidas de tenencia de la tierra.
Los instrumentos internacionales que han sido invocados en es-
tos juicios, de manera más concreta son el Convenio 169 de la Orga-
nización Internacional del Trabajo, la Declaración de la Organización
de las Naciones Unidas sobre Derechos de los Pueblos Indígenas y la
Jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Así
mismo, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha atraído
casos de conflictos territoriales de las comunidades indígenas y se
han dictado sentencias que sientan precedentes para avanzar en la
protección del territorio ancestral. La movilización social nunca se
ha apagado, las luchas de los pueblos indígenas siempre han estado
presentes en mayor o menor grado, a veces imperceptibles, pero ahí

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Panorama de las luchas indígenas por los territorios en Chihuahua, México

han estado. Actualmente se han manifestado en la capital del Estado


de Chihuahua, y en la ahora Ciudad de México, protestando por la
sordera del Estado que no escucha los reclamos indígenas por el res-
peto a sus derechos humanos, especialmente del de consulta y con-
sentimiento previo, libre e informado, de posesión ancestral de su
territorio, de incumplimiento institucional de las obligaciones que le
impone la ley al estado garantizar en relación con las comunidades
indígenas y por el incumplimiento de las propias sentencias emana-
das del Poder Judicial que les benefician y orientan la actuación de
las instituciones.

CONCLUSIONES
Finalmente, podemos concluir que la cuestión territorial de las co-
munidades indígenas, sigue siendo un pendiente para el Estado, to-
mando en cuenta las grandes diferencias que existen en las culturas
del norte y las culturas del sur del país y se tendrán que abrir espa-
cios para seguir desarrollando reformas constitucionales y procedi-
mientos judiciales para detener la destrucción del medio ambiente,
la reducción del usufructo y el despojo. Tenemos que comprender
que los pueblos y comunidades indígenas no solo de nuestro estado
sino del país y del mundo, tienen derecho a seguir viviendo su cul-
tura, decidiendo sobre su bienestar, ocupando un lugar digno en el
contexto nacional. Son sociedades que poseen cosmovisiones distin-
tas al desarrollo, son sociedades diferentes que han sobrevivido a los
embates de otras culturas, en un entorno no contaminado, a veces
incomprensible para nosotros.

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