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Apuntes Retiro Cuaresma

I Parte
Empecemos recordando que es la Cuaresma…
• Tiempo de conversión
• Hace alusión a los Cuarenta días de Jesús en el desierto como preparación para su
misión / ministerio público
• Para los cristianos, son los cuarenta días de preparación para la pascua.
• Implica un proceso de metanoia / cambio de mentalidad (no sólo de los
pensamientos sino de todo nuestro ser)
Como cristianos / imitadores de Cristo que somos, la cuaresma es la imitación de estos
cuarenta días de Jesús en el desierto = lugar hostil (falta agua, animales peligrosos,
bandidos), lugar de tentación.
No es un secreto que a los seres humanos nos encanta la comodidad y más aún en estos
tiempos que vivimos, por lo que la cuaresma la vemos como algo negativo por ser un
camino que exige sacrificios: el primero de ellos es la desconexión con lo ordinario de la
vida.
Por eso, en los Evangelios vemos como Jesús se retira al desierto que representa, para la
mentalidad bíblica, un escenario desafiante no sólo por el impresionante calor que allí se
experimenta y por el peligro de los animales salvajes que allí viven (hienas, escorpiones,
serpientes venenosas) sino por el efecto que produce la soledad, la cual trae consigo el
ejercicio de encontrarse consigo mismo y, ésta praxis puede ser un verdadero desafío por
ser un proceso de introspección que implica adentrarnos en nuestros pensamientos,
muchos de los cuales, son recuerdos sobre las decisiones incorrectas que hemos tomado
o las traumas que hemos vivimos y que amenazan con “quitarnos la calma”.
Como Jesús que se fue al desierto, conviene que nosotros hagamos un Break (un alto),
para adentrarnos en la soledad de nuestro interior, cuyo accionar hemos dicho representa
un desafío porque probablemente nos encontremos allí con nuestros demonios (desde los
más pequeños e imperceptibles hasta aquellos que claramente identificamos y que, sin
lugar a dudas, nos están robando la vida, ej: la avaricia, el egoísmo, la tristeza profunda,
etc.).
¡Animo! nos estarás solo, el Espíritu del Señor que impulso a Jesús al desierto también te
acompañará a ti puesto que el sale en auxilio de nuestra debilidad (Cf. Rom 8, 26-39).
En este retiro el Señor nos invita a dar el primer paso; en los días que siguen de la cuaresma
tendremos la oportunidad de volver al desierto todas las veces que sea necesario, la
Palabra de Dios de cada Domingo (como las de todos 40 días) nos motivaran a ello.
En el inicio de este camino les propongo una meditación sobre nuestro ser humanos, con
los lentes de la antropología teológica (que se refiere a la reflexión del ser humano a luz de
Dios), esto porque en el mundo actual nos encontramos con la paradoja (contradicción) de
una sociedad que ha volcado su interés sobre el cuidado y protección de la integridad
humana (por ejemplo: el cuidado del cuerpo y de la mente a través de la puesta en práctica
de un conjunto de herramientas que le conducen al bienestar físico, psicológico y hasta
espiritual) al mismo tiempo que lo utiliza como un objeto que puede ser vendido,

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intercambiado o desechado en el deseo de obtener un beneficio (ej: mientras más
reproducciones tenga tu video y aumente el número de tus subscriptores mayor será la
compensación económica. De este modo, lo que comenzó con un simple compartir de
contenido personal se convirtió en una máquina de hacer dinero, donde quien ha caído en
el juego hará todo lo posible de obtener el premio sin importar el coste de su privacidad y
el deterioro del contacto social real con sus seres amados: familia, amigos).
Con ello no pretendo hacer una generalización de que todos los que usas redes sociales
están sumergidos en este juego o que las redes en sí misma son negativas, sólo deseo
llamar la atención sobre el asunto con la invitación de cada quien se haga consciente y
asuma la responsabilidad de sus actos.
Éste es pues el panorama actual en el que nos movemos.
A este punto surge una pregunta: ¿Fue así todo el tiempo?, seguramente la respuesta
automática de muchos será: Obvio que no. En todo caso les invito a hacer una relectura del
ser humano desde el inicio de su creación:
Nos cuenta el libro del Génesis (cap. 1, 2) que Dios creo todo de la nada, comenzando por
la creación del Cielo, de la tierra y concluyendo por el hombre. Lo hizo en 6 días y según el
autor del Génesis el Señor fue acoplando todo pasando del caos al orden natural, lo que
significa que su creación es armónica, basta con observar las montañas, los valles, los ríos
y cada cosa que existe en el universal para constatar esta perfección elaborada por las
manos del mejor arquitecto. Dios no sólo dispuso esta perfecta armonía entre ellas, sino
que incorporó en el ellas el deseo natural de querer estar en armonía con Él al punto que
su máxima creación (el ser humano) se paseaba libremente por el jardín y conversaba con
Él con un amigo íntimo con su otro amigo. Este ha sido pues el deseo de Dios desde el
principio: La comunión con sus creaturas.
Hemos de resaltar que esta comunión de Dios con su creación no sólo una relación vertical
– horizontal sino amorosa, porque se trata de una relación de Padre a Hijo, no de un padre
cualquiera sino de uno con entrañas de Madre. Siguiendo este silogismo podemos afirmar
que Dios es Padre por engendra y madre porque da vida haciendo posible el paso de la no
existencia a la existencia como afirman los filósofos. Desde su rol de Padre y Madre Dios
no sólo crea, sino que provee a sus creaturas de todo lo necesario para vivir y ser felices,
sólo que es una felicidad acompañada de límites en el sentido que no todo nos conviene (1
Corintios 6:12-19) así lo deja en claro el autor sagrado cuando escribe el diálogo de Dios
con el primer hombre (Adán): «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero no
comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque si comes de él morirás
irremediablemente» (Gn 2: 16 – 17). Ya todos conocemos el desenlace de esta historia,
en la que Eva tentada por la mentira de la serpiente, desobedece este mandato e incita a
su marido a hacer lo mismo, trayendo como resultado el pecado y con él la muerte en el
mundo.
Esta primera escena de fragmentación de la relación entre el Dios y el hombre se repitió,
se repite y quizás se seguirá repitiendo a la largo de toda la historia, es casualmente por
este razón que estamos hoy aquí reunidos tú y yo, para que a partir de ahora intentemos
recuperar esa comunión plena que hemos perdido con Él, quien siempre quiere estar junto
a nosotros pues somos su creación más preciada, Él no es como sugiere en su filosofía el
Martín Heidegger cuando dice que el ser humano es un Dasein, que en el idioma alemán
significa un ser ahí y ahora, “un ser arrojado en el mundo”, cierto que con ello Heidegger no
niega la existencia de Dios pero de alguna manera sostiene que el ser humano ha sido

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dejado a la deriva, encontrándose con el desafío de ver que cómo defenderse sólo en este
universo tan complejo.
La opción de Dios por nosotros, no es solo una idea subjetiva defendida por la Iglesia
Católica, sino que está demostrada por el mismo Dios que en amor profundo por la
humanidad ha enviado a su Hijo al mundo, no para condenarlo, sino que se salve por Él
(Cf. Jn 3, 16). En la meditación continua y celebración de este Misterio nos encaminamos
durante la cuaresma que, como dijimos, son 40 días de preparación para la Pascua (pasión,
muerte y resurrección de Cristo).
Con la incorporación del Hijo de Dios a la temporalidad humana asumiéndola
completamente a través de su Encarnación, luego con su muerte en la cruz y resurrección,
nos dice la antropología teológica que Jesús (Dios y hombre verdaderos) al regresar a la
Trinidad incorpora para siempre a la humanidad restaurada, con ello se realiza un
intercambio sin precedentes: Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios (es
decir, participe de la naturaleza divina a través de la vida de la gracia), en otras palabras,
la humanidad no sólo recibe el perdón de los pecados sino que ahora está unida para
siempre a la divinidad, en la persona de Cristo. Se trata entonces de una comunión mucho
más profunda y plena que la comunión primera establecida en la creación.
De acuerdo con nuestra fe (fundada en la Palabra de Dios y en la Sagrada Tradición), el
único factor capaz de desconectar al ser humano de esta comunión perfecta es el pecado
que, semejante a lo que sucedió en la escena del Edén, conlleva a la enemistad con el
Padre eterno y el peligro de la muerte inminente (corporal o eterna).
Es por eso que Dios, en su infinita bondad, nos ha mostrado el hecho que su único plan
con nosotros es que “todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 2-
4), que nos hace libres de pecado, nos saca de las tinieblas y nos permite vivir en la luz (Cf.
Jn 8, 32; Mt 5, 16)
Hacia esta vivencia de la salvación y conocimiento de la verdad nos quiere conducir la
cuaresma. De parte de Dios, podemos decir que la mesa ya está servida, nos toca a
nosotros ponernos en camino. Una manera de iniciarlo es “darnos cuenta” de nuestra
condición interna, de nuestras acciones que han sido o están siendo influenciadas por el
contexto social en que vivimos, para bien o para mal.
Permítame colocar el énfasis en esta afirmación: “para bien o para mal”, porque cuando
escuchamos la crítica hacia la sociedad actual corremos el riesgo de quedarnos con una
visión fatalista o no positiva, olvidando que ella también tiene cosas buenas que nos
permiten crecer como personas, por ejemplo hoy más que nunca se habla de humanización
en el sentido de vivir una vida más conectada con valores naturales como la aceptación y
tolerancia por las diferencias del otro, la solidaridad, la fraternidad o la sana convivencia.
De tal manera que, cuando hacemos una reflexión sobre los peligros de la sociedad actual
no es para tomar una actitud de condena o para ponernos a la defensiva sino para limar
nuestras propias asperezas siendo conscientes de nuestra fragilidad y de la, consecuente,
necesidad de ser cada día mejores personas a fin de que este mundo sea un mejor lugar
para vivir.
Visto de este modo nos encontramos entonces con la tarea de autoevaluarnos no sólo a la
luz de la fe sino también del modo en cómo percibimos el mundo y vivimos nuestra
existencia, ya esta percepción y contacto con la sociedad se constituye en un factor
influyente para nuestro comportamiento.

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En los últimos años el mundo entero ha venido experimentando un acelerado dinamismo,
en lo referente al cambio continuo de las estructuras sociales. De allí que sociólogos, como
Zygmunt Bauman, hablen del fenómeno de la “sociedad líquida” en la cual la vida misma
del ser humano está “caracterizada por no mantener un rumbo determinado, pues al ser
líquida no mantiene mucho tiempo la misma forma. Y ello hace que nuestras vidas se
definan por la precariedad y la incertidumbre.” (Barreno, 2011, parra. 2).
Esto ha traído como resultado lo que los expertos denominan “crisis de los valores” que ha
desestabilizado las estructuras sociales y donde el “el modelo ético predominante es el
relativismo ético, es decir, el todo vale y todo está permitido” (Bienestar Natural, 2016, parra.
1). Este modo de percibir la vida, no admite certezas absolutas, por lo que sus
consideraciones pueden cambiar de un instante a otro (Cf. Mata, 2017, parra. 4), en otras
palabras estamos frente al fenómeno de una sociedad donde reina la incertidumbre y la no
aceptación de verdades que por muchos siglos fueron la base de los principios, valores y
normas morales que regían el comportamiento social de los individuos. Al no existir cabida
para estas verdades (entre ellas las verdades de fe), las personas deambulan por el mundo
sin rumbo fijo, sin horizonte claro hacia donde quieren llegar.
A lo que queremos llegar con esta I reflexión es llegar a ser conscientes de la influencia que
tiene en nuestra vivencia de fe el actual contexto social en el que estamos inmersos,
conviene hacer un ejercicio de introspección para ver hasta qué punto estos factores
sociales representan obstáculos en nuestro camino de discipulado y cómo podemos
vencerlos.
En la liturgia de la Palabra de este I Domingo de Cuaresma, la Iglesia nos presenta el pasaje
de Jesús en el desierto y cómo fue capaz de vencer la tentación. Desde el miércoles de
ceniza hemos sido llamados a imitarle, adentrándonos en este largo desierto hacia la
pascua.
Para la meditación personal de esta mañana, quiero invitarles a reflexionar sobre algunos
pasajes bíblicos que nos ayudarán en este primer paso de nuestro desierto, los mismos van
en la línea de dos premisas sobre la cuaresma:
• Mas allá de la ley (la cuaresma no sólo represente una tradición anual o una norma
establecida cada año por la Iglesia, a la que estamos obligados a cumplir) es más
que eso:
Ø Eclesiástico (15,16-21): Libres para elegir el bien o el mal, la vida o la muerte.
Ø Corintios (2,6-10): La sabiduría que viene de Dios, por el Espíritu Santo.
Ø San Mateo (5,17-37): El sentido profundo y justo de la Ley.
• Ser santos como Dios es santo (la cuaresma es una invitación a ser santos como
el Señor es santo)
Ø Levítico (19,1-2.17-18): “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy
santo”.
Ø Sal 102,1-2.3-4.8.10.12-13: El Señor es compasivo y misericordioso
Ø san Mateo (5,38-48): Un camino perdón y reconciliación con el hermano, porque
la cuaresma no es sólo reconciliación con Dios: «No puedes amar a Dios a quien
no ves sino no amas a tu hermano a quien ves» (1 Jn 4, 20)

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Para la reflexión personal, les invito a elegir uno de estos evangelios/pasajes bíblicos y
responder (de cara a Dios y a los hermanos) a estas tres preguntas:
• ¿Qué me dice el texto?
• ¿Qué me hace decir el texto?
• ¿A qué me compromete el texto?

II Parte
En nuestra primera meditación hablábamos sobre la necesidad de adentrarnos en el
desierto de nuestro interior, cuyo ejercicio, aunque pareciera un simple ejercicio psicológico
de introspección es una revisión, lo que llamamos desde la fe un examen de conciencia.
A continuación, les invito a dar un segundo paso, el de reflexionar sobre aquellas
tentaciones concretas que nos apartan del camino iniciado y de nuestro itinerario discipular
Comentario al evangelio según san Lucas (4,1-13):
No es un secreto que a los seres humanos nos encanta la comodidad y más aun en estos
tiempos que vivimos, por lo que la cuaresma la vemos como un tiempo que amenaza ese
confort, por ser un camino que exige sacrificios: el primero de ellos es la desconexión con
lo ordinario de la vida.
Por eso, en el Evangelio vemos como Jesús se retira al desierto que representa, para la
mentalidad bíblica, un escenario desafiante no sólo por el impresionante calor que allí se
experimenta y por el peligro de los animales salvajes que allí viven (hienas, escorpiones,
serpientes venenosas) sino por el efecto que produce la soledad pues ella trae consigo el
ejercicio de encontrarse consigo mismo, el cual puede ser un verdadero desafío ya está
praxis de introspección implica adentrarnos en nuestros pensamientos, muchos de los
cuales, son recuerdos sobre las decisiones incorrectas que hemos tomado o los traumas
que hemos vivimos y esto seguramente puede llegar a “quitarnos la calma”.
Así, con la primera imagen que nos encontramos en el evangelio es con el desierto, lugar
vulnerable que nos conduce al encuentro de nuestros miedos; es un lugar de encuentro con
Dios, pero también donde probablemente seremos tentados por el diablo quien tiene como
misión principal dividirnos, desestructurarnos, sobre todo, de desconectarnos de ese
propósito de revisión de la vida y del encuentro personal con el Señor y con los hermanos.
En efecto, según el relato del evangelista san Lucas (4,1-13) Jesús durante su estadía en
el desierto es tentado por el diablo, cuyas tentaciones son expuestas por el hagiógrafo como
extraordinarias, pero en realidad son más comunes de lo que imaginamos y suelen pasar
desapercibidas por ser tan sutiles, inclusive podríamos adentrarnos en ellas sin ver con
claridad sus consecuencias (a veces, catastróficas y con daños colaterales hacia quienes
nos rodean), estas tentaciones de Jesús son:
La tentación de convertir la piedra en pan, que simboliza las tentaciones de la carne
o del cuerpo. Jesús es incitado a usar sus poderes divinos, no obstante, la contrarresta
haciendo énfasis en la verdad según la cual “No sólo del Pan vive el hombre sino de toda
palabra que sale de la Boca de Dios” (Dt 8: 3), con ello Jesús demuestra que ciertamente

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debemos alimentar, cuidar nuestro cuerpo, pero no es lo único que tenemos, también
tenemos un alma que se alimenta de la Palabra de Dios y de los Sacramentos. A este punto
surge una pregunta reflexiva: ¿realmente soy consciente de tener una vida espiritual?,
puesto que muchos niegan esta verdad y como sucedió con los filósofos existencialistas
podemos llegar a la conclusión que lo único existente es el mundo material lo que nos lleva
a creer en la máxima de Feuerbach: “El Hombre es lo que come”, es decir, solo existe el
mundo material, Dios es sólo una proyección de la mente.
Acerca de esta tentación, Quique Martínez hace una interpretación interesante, afirma que
cuando el diablo dice a Jesús: «si eres hijo de Dios...», en el fondo lo está haciendo dudar
de esa condición de ser Hijo Eterno del Padre. Como a Jesús, el diablo nos hace dudar de
nuestra condición de hijos de Dios, de ser imágenes suyas, de ser sus instrumentos para
hacer el bien. Con este estribillo, el diablo acompaña a la tentación que presenta: «convierte
estas piedras en panes, bájate de la cruz, usa tus talentos y recursos solo para ti mismo,
para satisfacer tu hambre, tus necesidades. En definitiva, se llama egoísmo y se llama
olvidar quién soy realmente y de dónde (de Quién) vengo». Y vale que nos pasa mucho,
sobre todo, cuando nos dejamos vencer por las ideas falsas de que somos: basura, causa
pérdida, condenados al infierno, ciertamente fallamos, pero no por ello dejamos de ser hijos
de Dios, que cómo el hijo pródigo estamos llamados a regresar a nuestro Padre.
La segunda tentación de Jesús es la de poder sobre todos los reinos de la tierra, cuya única
condición dada por el diablo para tenerlos es que se arrodille delante de él y le sirva, pero
Jesús le contesta: "Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto" (Dt 6:
13). En el mundo actual esta tentación del poder está muy presente: las personas adquieren
poder sobre otros a partir de una posición de prestigio social, desde la posesión de dinero
o desde un rol de liderazgo, en estos escenarios el peligro está en creerse así mismo un
dios. Pensemos, por ejemplo, en aquellas personas que al tener dinero se consideran
mejores que los demás y por estar en la cima del prestigio social se engañan a si mismos
a través de la autosuficiencia, en consecuencia, no sienten en lo más mínimo la necesidad
de Dios pues “lo tienen todo”.
En este segunda tentación nos dice Quique, lo que está de fondo es la tentación de la
ambición desmedida a través de la cual: «siempre queremos más, siempre queremos lo
mejor, nunca estamos satisfechos con lo ya conseguido, queremos triunfar, que nos
admiren a cualquier precio... y por ese camino terminamos postrados a los pies de los
señores de este mundo: el beneficio, la imagen, el prestigio, el consumismo depredador de
la naturaleza y de los más pobres, el usar del otro para mi ventaja, etc».
La tercera ultima tentación de Jesús es la lanzarse de un edificio, Jesús responde con
firmeza: "No tentarás al Señor, tu Dios" (Dt 6: 6). Cuantas veces nosotros decimos que
confiamos en Dios, pero desde la exposición a un peligro inminente (ejemplo: un deporte
extremo), o la exposición a una situación no favorable (ejemplo: una tentación); con ello lo
que hacemos es jugar con la bondad de Dios y con su providencia.
Esta tercera y última tentación es reflejo de la pretensión que Dios se ponga a mi
servicio, de usarlo para mis intereses, de ponerlo a prueba para que me resuelva mis
problemas, con el chantaje “si tu me escuchas, entonces yo te prometo que volverá asistir
a la Iglesia, que voy a hacer el bien” olvidando que son deberes innatos en nuestra
condición de cristianos, por lo que Dios está en deuda con nosotros si hemos hecho el bien,
simplemente «hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 7-10). Se trata pues de
una tentación muy sutil, en la que en vez de estar dispuesto a cumplir su Palabra, tomo la

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actitud de exigirle que intervenga en mi favor, sobre todo, cuando he sido yo quien me metí
en un lío del que Él me había advertido sería peligroso o nocivo.
En las tres tentaciones vemos el mismo patrón utilizado por el diablo: como padre de todos
los vicios, utiliza la mentira y el engaño para seducir haciendo ver lo malo como bueno.
Jesús, por su parte, nos muestra el mejor camino para salir a flote, el de la verdad a luz de
la Palabra de Dios que siempre nos ilumina y fortalece.
De este modo, vemos una segunda imagen en la liturgia de este día: La Palabra misma de
Dios. Jesús se defiende ante los ataques del enemigo con la Palabra (utilizando apenas un
libro de la Biblia: el Deuteronomio) enseñándonos que no basta las fuerzas humanas para
el aguante de las tentaciones, es necesario la gracia de Dios.
El miércoles de ceniza nos mostró tres ejercicios para vivir la cuaresma: oración, limosna y
ayuno, pero éstos no son suficientes sin una lectura asidua y atenta de la Palabra de Dios,
que viene a ser una luz en el camino y signo concreto de la presencia de Dios que camina
con su pueblo, así lo deja entrever la V plegaria eucarística: “Te glorificamos, Padre Santo,
porque estás siempre con nosotros en el camino de la vida, sobre todo cuando Cristo, tu
Hijo, nos congrega para el banquete pascual de su amor. Como hizo en otro tiempo con los
discípulos de Emaús, él nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan.”
Les exhorto a tomar conciencia de estas dos imágenes teológicas que la Iglesia nos
presenta en este domingo:
1) la imagen del desierto que nos invita a salir del ajetreo de la vida ordinaria para
encontrarnos con Dios y adentrarnos en la autorreflexión y
2) la imagen de la Palabra de Dios, con la que Jesús logró vencer al enemigo y con lo
que también nosotros lograremos vencerlo porque el Señor está con nosotros, sobre
todo, en la tribulación (Salmo 91).

Que Él nos ayude en este propósito de revisión y mejora de nuestra vida; la Santísima
Virgen María Auxilio de los cristianos y san francisco fiel imitador cuaresmal intercedan por
nosotros. Amén.

Para la reflexión:
A. ¿Qué aspectos / elementos de esta meditación me llamaron profundamente la
atención y por qué?
B. Ora con una de las siguiente citas bíblicas (Mc 10: 17-30; Lc 15: 11 – 32 , siguiendo
los pasos de la Lectio Divina y respondiendo a las preguntas generadoras de cada
paso:
1. Lectura: para ello relee el texto y responde a la pregunta ¿Qué dice el texto?
2. Meditación: identifícate con los personajes del texto y responde ¿Qué me
dice el texto?
3. Contemplación: detente a contemplar con mayor profundidad el pasaje
bíblico y responde a la pregunta ¿Qué me hace decir el texto?
4. Compromiso: responde a la pregunta ¿A qué me compromete el texto? Y
finalmente haz una oración que surja de tu corazón tras haber hecho cada
uno de estos pasos de la lectio divina.

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III Parte del retiro
Concluyamos nuestro encuentro escuchando la voz del Vicario de Cristo en la Tierra:

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO


PARA LA CUARESMA 2024

A través del desierto Dios nos guía a la libertad

Queridos hermanos y hermanas:


Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice
salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés
en el monte Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios; la experiencia de la
esclavitud todavía está impresa en su carne. Recibe las diez palabras de la alianza en el
desierto como camino hacia la libertad. Nosotros las llamamos “mandamientos”,
subrayando la fuerza del amor con el que Dios educa a su pueblo. La llamada a la libertad
es, en efecto, una llamada vigorosa. No se agota en un acontecimiento único, porque
madura durante el camino. Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto
dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y
contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras
que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza
y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual
encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve
a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios
educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte
a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor
a nuestros corazones.
El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra
Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Cuando en la
zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios
que ve y sobre todo escucha: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y
he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus
sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde
aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8).
También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos.
Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve?
Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde
el origen.
En mi viaje a Lampedusa, ante la globalización de la indiferencia planteé dos preguntas,
que son cada vez más actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde está tu
hermano?» (Gn 4,9). El camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo,
confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja
exhaustos y nos vuelve insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba
el futuro; que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas. Porque, si

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bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una
inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya
visto, en detrimento de la libertad.
Quisiera señalarles un detalle de no poca importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien
ve, quien se conmueve y quien libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto,
destruye incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el
que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra mantener
todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los
compromisos con el viejo? El testimonio de muchos hermanos obispos y de un gran número
de aquellos que trabajan por la paz y la justicia me convence cada vez más de que lo que
hay que denunciar es un déficit de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo
que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios. Se parece a esa añoranza por la
esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar. El éxodo puede
interrumpirse. De otro modo no se explicaría que una humanidad que ha alcanzado el
umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y
jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las
desigualdades y los conflictos.
Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su
Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto,
de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús
mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por
el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante
nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere
súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar
en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos
nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca
antes habíamos recorrido.
Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto
nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11)
y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del
enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz
en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los
demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino
trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a
nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de
impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo,
una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de
la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les
sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien
dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.
Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse
en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el
hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es
detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna
y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de
vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan.
Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse.

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La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará
nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y
hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y
enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la
tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.
La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y
cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de
pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de
las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la
inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades cristianas a
hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a
darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo. Ay
de nosotros si la penitencia cristiana fuera como la que entristecía a Jesús. También a
nosotros Él nos dice: «No pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su
rostro para que se note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien, que se vea la alegría en los
rostros, que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas
todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder en
cada comunidad cristiana.
En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada
sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera
decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: «Busquen y
arriesguen, busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes,
los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero
abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el
final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto»
(Discurso a los universitarios, 3 agosto 2023). Es la valentía de la conversión, de salir de la
esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a
caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante.[1]
Los bendigo a todos y a vuestro camino cuaresmal.
FRANCISCO

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