Está en la página 1de 11

D’AGOSTINI, JORGE

C/ EL PORTEÑO APARTMENTS LTDA.


S/ CESE DE USO DE MARCAS. DAÑOS Y PERJUICIOS
Causa N° 7.971/05
CCCF, Sala III
15/06/10
Revista N° 70

MARCAS: Cese de uso de la marca “EL LIVING” más daños y


perjuicios. Se declara abstracto el cese de uso de la marca
solicitado y se condena al demandado al pago de daños y
perjuicios más la publicación de la sentencia. Confirmación de la
sentencia apelada. Costas de alzada a los apelantes.

En Buenos Aires, a los 15 días del mes de junio del año dos mil
diez, hallándose reunidos en acuerdo los Señores Vocales de la Sala III
de la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial
Federal a fin de pronunciarse en los autos “D’AGOSTINI JORGE c/ EL
PORTEÑO APARTMENTS LTDA. s/ cese de uso de marcas. daños y
perjuicios”, y de acuerdo al orden de sorteo el Dr. Antelo dijo:

I. El señor Jorge D’Agostini demandó a la firma “El Porteño


Apartments Ltda.” (“El Porteño”) para que se la condenara a cesar en el
uso de la marca “EL LIVING”, al pago de los daños y perjuicios
causados por esa conducta, y a la publicación de la sentencia. Invocó
la titularidad del signo mentado en distintos registros y clases
afirmando que la accionada lo había explotado sin su consentimiento,
lo que constituía una violación a la Ley Marcas que justificaba la
admisión de su reclamo. Aunque no definió la cuantía de la
indemnización (fs. 49, VI), enunció los rubros a considerar y algunos
parámetros para su determinación; ofreció prueba y pidió que se hiciera
lugar a la demanda, con costas (fs. 97/105 y ampliación de fs.
164/169).

El Porteño compareció allanándose a la primera pretensión mas


resistiendo la segunda. Expuso que administraba el “Faena Hotel +
Universe” (“Faena”) y reconoció haber empleado “LIVING” para
identificar uno de los salones de ese hotel entre enero y principios de
septiembre de 2005 (fs. 229, octavo párrafo). Negó la existencia del
daño y, por lo tanto, el derecho del actor a ser indemnizado y a obtener
la publicación del fallo. Cuestionó los rubros pretendidos al igual que
las pautas aportadas por su contraria para su valoración. Ofreció
prueba, pidió que se tuviera presente su allanamiento y que se
rechazara la demanda en lo restante, con costas (fs. 228/239 y poder y
anexo de documental a fs. 205/225).

II. El señor Juez de primera instancia resolvió, por un lado,


declarar abstracto el cese del uso de la marca solicitado y, por el otro,
condenar a “El Porteño” al pago de $ 25.000 (sin intereses), más las
costas del pleito y a la publicación de la sentencia por un día en “El
Cronista Comercial” (fs. 379/380).

Apelaron ambas partes (fs. 387, fs. 388, fs. 395 y fs. 396).

La actora fundó su recurso a fs. 403/406 mientas que la


demandada lo hizo a fs. 407/418; las contestaciones de los traslados
respectivos constan a fs. 420/426 y a fs. 427/431 vta.

III. Recurso de la demandada (fs. 407/418).

El Porteño se agravia del acogimiento de la demanda y del


monto de la condena por considerar que ninguno de los dos tiene
fundamento. También de la publicación del fallo porque entiende que él
es injustificado si se considera que se allanó parcialmente.

Abordaré cada aspecto por separado siguiendo el orden de


exposición del impugnante.

a) Responsabilidad.

Una vez más el apelante admite que utilizó el signo “El Living”,
pero entiende que esa circunstancia no genera, en forma automática, el
derecho a ser indemnizado. Centra su argumentación en la inexistencia
de daño porque no fue probada la pérdida de clientela, el perjuicio a la
reputación ni el “derecho a cobrar una regalía” (fs. 410, b). Tampoco,
continúa, fue acreditada la confusión en el público consumidor -dada la
diferencia de servicios ofrecidos en uno y otro caso- ni que se hubiera
enriquecido sin causa o que hubiera actuado de mala fe (fs. 410 vta.).
Sostiene que en el sub lite no rige la presunción de daño destacando,
entre otras cosas, que “no nos encontramos frente a un típico caso de
piratería marcaria” y que “Mi mandante denominó ‘living’ a lo que es un
‘living’…” (fs. 411 párrafos tercero y cuarto) para más adelante aclarar
su posición así: “Mi mandante no es un falsificador de remeras o de
zapatillas a los que nos tienen acostumbrados los casos que se
ventilan (sic) ante los tribunales del fuero” y que “Mi mandante explota
un hotel internacional de cinco estrellas ubicado en la Ciudad de
Buenos Aires, con uno de de sus salones que había identificado en
forma descriptiva como ‘El Living’; por su parte el actor explota un bar
ubicado en la Ciudad de Buenos Aires” (fs. 411 vta., tercer párrafo).
Alega la falta de nexo causal (fs. 412, c) y califica de incorrecta la
aplicación que hizo el a quo del artículo 165 del Código Procesal (fs.
413vta., e y fs. 414).

Los hechos no disputados son éstos: el señor Jorge D’Agostini


es titular de las marcas “EL LIVING” (clase 42 registro nº 1.607.529); “L
- LIVING PUBLIC ROOM” (mixta, clase 41, registro nº 1.777.563); y
de “LIVING” (mixta, clase 42, registro, nº 1.704.532) según surge de la
admisión de la demandada y de las constancias de autos (responde, fs.
229, séptimo, párrafo; documental actora, fs. 61/61vta., fs. 62, fs. 65 y
fs. 67).

A partir de 1994 D’Agostini empezó a explotar un


establecimiento comercial en una casa reciclada en el barrio norte de
esta Ciudad, más precisamente en Marcelo T. de Alvear 1540
denominado “El Living”. Al principio funcionó como una mezcla de bar
de tragos exóticos y disquería donde se podían conseguir CD’s y
discos de sellos europeos independientes (por ejemplo, “Sub Rosa” o
“Materiali Sonori”); pero su perfil se fue haciendo progresivamente más
amplio y ecléctico tal como lo revela la abundante prueba documental
relacionada con publicaciones de amplia circulación. Degustación de
quesos y vinos, pequeñas muestras de artes plásticas de tendencia
vanguardista, exhibición -mediante once monitores de video- de
musicales, de películas clásicas como “El perro andaluz” o la “Edad de
oro” (la de Buñuel, claro), de operas primas nacionales de jóvenes
realizadores y de series televisivas de antigua data ya consagradas.
Devino con el tiempo en restaurante y discoteca, según el horario. La
música que se escuchaba en el lugar -empleo el pasado porque me
remito a los editoriales y comentarios ya publicados- iba desde el jazz
del Zaire de los 50’ hasta una compilación de sonidos extraños
producidos con instrumentos de plástico y piedras llamados
“Continuum asorbus” y “Lilithistone” (nota de La Maga, octubre de
1994, fs. 15 del incidente de medidas preliminares, expte. nº 5492/2005
al que aludiré como “el incidente”); va de suyo que también rock,
blues, tango y boleros en proporciones variables (Anexo C, fs. 12 a 65
del incidente).

Se ocuparon de “El Living” con notas elogiosas publicaciones


tales como La Nación, Gente, Revista Viva, la sección “sociedad” de
Página 12 -sin contar su auspicio para el diario bimestral del local-, La
Maga, La Razón -suplemento “Salir”-, “J&S”, Clarín, suplemento
“Joven”. Entre los artistas -asistentes ocasionales y convocados para
recitales- se encuentran, Luis Alberto Spinetta, Fito Paez, Hilda
Lizarazu (Man Ray), Cecilia Roth, Illya Kuryaki and The Valderramas,
María Gabriela Epumer (cantante que grabó con Charly García) y
Renata Schussheim (Anexo II bis documental actora, fs. 163 y Anexo
C del incidente). En el local se organizan eventos de distinto tipo (v.gr.
bodas, muestras plásticas, fiestas de fin de año, etc.) en un pretendido
ambiente intelectual y “under” en el que los Rolling Stone vienen a ser
algo así como Buxtehude (fs. cit.). La revista “Gente” lo calificó como el
“primer lounge de Buenos Aires” (nota del 20 de abril de 1995, fs. 29
del incidente) y Madonna lo visitó en uno de sus descansos cuando
vino al país a filmar “Evita” (“La Razón” sociales fs. 43/44 del incidente).

El signo “El Living” y el diseño de su escritura fueron usados


desde antes de su registro ya que este es casi dos años posterior a
1994 (conf. documental ref.) y sigue manteniéndose en el presente.

Por otra parte, El Porteño admitió haber usado “El Living” desde
el 27 de enero hasta el 3 de septiembre del año 2005 (fs. 229, párrafo
octavo). En realidad, del peritaje contable surge que lo empezó a
explotar desde el 15 de octubre de 2004 (fs. 288/290, resp. al punto 2,
fs. 288 vta.; lo que concuerda con su responde, fs. 236, punto g). Y lo
hizo, entre otras cosas, para denominar uno de los espacios del hotel
“Faena” (fs. 16) publicitándolo mediante varios avisos en el diario “La
Nación” de 16,50 por 9,50 centímetros situados en el extremo inferior
de la página inicial de la sección de espectáculos. En uno de ellos se
reproduce un marco con el siguiente contenido: “F. (centro en rojo, letra
gruesa y la más grande del aviso) FaenaHotel+Universe (debajo en el
centro; la primera palabra en color negro las otras dos en rojo con trazo
fino); EL LIVING (todo en mayúsculas en letra más grande que la de
arriba y con la “L” en cursiva casi idéntica a la de la marca de la actora
destacándose por su mayor tamaño respecto del conjunto)”.

A continuación se leen, en letra mayúscula de color rojo los días


y, en mayúscula de color negro, los intérpretes y eventos (en ambos
casos de menor tamaño que “EL LIVING”, utilizaré punto y coma para
dividir cada sector): “Miércoles 16, 23 hs Mini Jazz Fest, Jensen Sisters
(Canadá); Jueves 17, 23hs Var & Macri (tango instrumental) dj Dani
Nijensohn; Viernes 18,23hs. Miguel Castro (dj set) Domingo 20, 22
Patricio Gimenez (Canciones de Jobin y Sinatra; El mercado (todo en
negro y en mayúsculas); Sábado 19 Feria de Antigüedades; Domingo
20 Brunch de Campo Feria de Antigüedades; solo con reservas (en
negro y mayúsculas) 4010-9200 Martha Salotti 445 -Puerto Madero
www,faenahotelanduniverse.com” (original de “La Nación”
Espectáculos, del 16 de febrero de 2005; fs. 151 Anexo I bis de la
documental de la actora aportada en la ampliación de la demanda).

Hubo siete avisos más con el mismo formato aunque con distinto
contenido (confr. fs. 152/158). La grafía de la palabra “EL LIVING”
destaca en todos ellos y es casi idéntica a la marca de la actora (ver
confrontar una y otra a fs. 47); también fue empleado por El Porteño en
menús y papelería interna del hotel, tarjetas del personal, tickets de
consumo, etc. (v.gr. fs. 144 y 145 del incidente).
Entre el ambiente del hotel denominado “EL LIVING” y el local
de la actora se dan ciertas coincidencias relativas a tener en cuenta: la
conjunción de servicios heterogéneos -bar de tragos y snacks,
exposición, auditorio- (fs. 145 cit. y fs. 147/152 del incidente); los
espectáculos ofrecidos, que representan un tipo de cultura urbana con
tintes de refinamiento aunque no tan de vanguardia (fs. 152/158), y la
música, en algún caso seleccionada por el conocido disc jockey Dani
Nijensohn, que figura entre los “DJ’s” invitados al local de la actora (fs.
54 del incidente).

El 24 de febrero de 2005 el apoderado del D’Agostini intimó a El


Porteño a que cesara en el uso de “El Living” dentro del plazo de cinco
días de recibida la carta (conf. carta documento nº 52110546, fs. 116
del incidente y admisión de la accionada, fs. 230, punto a); sin embargo
no obtuvo resultado alguno. Tampoco tuvieron éxito las dos audiencias
de mediación celebradas el 14 de abril y el 10 de mayo de ese año (fs.
6 y responde, fs. 230 cit.).

El 30 de junio de 2005 D’Agostini promovió el incidente de


prueba anticipada que corre por cuerda al presente al que ya aludí
(expediente nº 5492/05, fs. 133vta.). En pocas palabras, pidió que se
constatara judicialmente la explotación de la marca de su propiedad por
parte de El Porteño y se secuestraran los efectos que acreditasen ese
extremo (fs. 128/133 del inc.). El mandamiento se diligenció el 25 de
agosto de 2005 (fs. 143/145 del inc.) y al otro día fue iniciada la
demanda de autos (fs. 105 del principal). Sólo entonces, el demandado
cambió de actitud cesando en la explotación de “EL LIVING” el 3 de
septiembre de ese año.

Me he detenido en estos hechos porque dentro del ámbito de los


negocios las casualidades no se dan con la frecuencia que algunos
creen. Mucho menos cuando está de por medio un hotel internacional
de la categoría del “Faena Hotel + Universe”, en el que cada aspecto
es cuidado hasta los más ínfimos detalles. La difusión del espacio
creado por D’Agostini no pasó desapercibido para quien decidió utilizar
su marca. Sea como fuere, la persistencia del demandado en su
explotación después de recibir la carta documento que le corroboraba
la titularidad ajena y las consecuencias legales a las que se vería
expuesto, sólo puede explicarse por una de estas dos opciones: fue el
capricho de un necio; o bien, el afán de un hombre de negocios.
Naturalmente, me inclino por la segunda.

Podría darse el caso de que la temeridad del infractor no rindiera


sus frutos durante el lapso en que fue utilizada la marca. Pero ese
supuesto no se da en el sub lite, porque el saldo negativo que dijo
haber sufrido el demandado (fs. 236, g cit. y recurso, fs. 417, punto iv,
segundo párrafo) no fue constatado por el experto (art. 377 del Código
Procesal). En efecto, el contador público Alberto Muiño respondió a ese
punto así: “En virtud que en el Libro Diario están registradas las
operaciones hasta el 31 de octubre de 2004, únicamente se pudo
determinar las ventas realizas entre los días 15 y 31 de octubre de
2004 (ambas fechas inclusive). Dicho monto de ventas contabilizado y
asignado por la demandada al local EL LIVING asciende a la suma de
$ 33.216,12.” (fs. 289 resp. al tercer punto, el subrayado me
pertenece).

Más allá de la presunción en contra del demandado que esa


prueba acarrea, no me avengo a concluir que, justamente, durante el
período crítico en que El Porteño reconoció haber usado la marca,
haya tenido tan mala fortuna como la que aduce.

Ahora bien, el agravio del apelante obliga a recordar algunos


principios liminares en esta materia. Uno de ellos es el de la
exclusividad del derecho que confiere el registro de una marca (art. 4
de la ley 22.362). Su titular puede oponerse a que cualquier otro la
utilice sin su consentimiento (Cabanellas de las Cuevas, Guillermo-
Bertone, Luis “Derecho de marcas”; Heliasta, 2003, tomo 1, págs. 254 y
255). El carácter absoluto explica la extensión erga omnes del ius
prohibendi y hace a la naturaleza del derecho (Mathèly, Paul, “Le droit
francais des signes distintifs; Librairie du journal des notaires et des
avocats; París, 1984, págs. 286 y 287). El contenido económico de este
último tampoco puede discutirse ya que integra el patrimonio de la
persona (Breuer Moreno, Pedro B. “Tratado de marcas de fábrica y
comercio”, 2da. Edición, 1946, págs.17 y 18; Mathèly, op. cit., pág. 16;
Cabanellas - Bertone, op cit., tomo 2 pág. 137); y como tal, puede ser
cedido junto con el fondo de comercio o la empresa relacionados con
el producto que distingue (art. 6 de la ley 22.362) o en forma
independiente. También puede ser objeto de licencias en los términos
que prescriba la ley (v.gr. art. 9 de la ley 22.362 y art. 1 de la ley
22.426); en este caso, la doctrina extranjera ha trazado analogías
parciales con la locación de cosas (ver, en España, Lobato, Manuel
“Comentario a la ley 17/2001 de marcas”; Civitas, 2002, número 6, a,
pág. 777). Si alguien ocupara un inmueble ajeno con fines comerciales
sin pagar por ello se beneficiaría, cualquiera fuere el resultado del
negocio, porque no afrontaría el costo de ese aporte en la inversión. En
el ámbito marcario ocurre algo parecido; inútil es negarlo aduciendo
que el dueño de la marca no perdió clientes ya que tampoco suele
perderlos cuando pacta una franquicia; claro que en ese supuesto
cobra un canon a cambio del permiso. La falta de esa contraprestación
en hipótesis como la de autos ilustra sobre el menoscabo económico
sufrido.

La idea de que el que usufructúa una marca ajena no debe


pagarle nada al propietario si éste no prueba la dilución o la pérdida de
clientela (expresión de agravios, fs. 410, puntos a, b y c) remite más al
estudio de la magnitud del resarcimiento que al de la falta de
responsabilidad. Una cosa es discutir el principio (el de resarcir al
tercero por el uso de un bien que le pertenece) y otra la extensión de
ese principio.

La dificultad para probar los daños en este tipo de conflictos no


puede servir de excusa para negar la exclusividad y el contenido
económico del derecho o, si prefiere, para admitir que quien se
aprovecha comercialmente de un bien ajeno sin el consentimiento de
su dueño, queda al margen de toda responsabilidad. Por eso en
algunos países se acude, entre otros recursos, a la tasación de los
perjuicios o al “precio que el infractor hubiera debido pagar al titular por
la concesión de una licencia que le hubiera permitido llevar a cabo su
utilización conforme a derecho” (art. 43, inciso 2, apartado c, de la ley
de marcas españolas; conf. Lobato, op. cit, pág. 695). Se trata de una
solución que se vincula más con la acción de enriquecimiento sin causa
que con la de daños; y que en España fue establecida por la ley
después de que entrara en vigor la ley de competencia desleal (conf.
Fernández Novoa, “Tratado sobre derecho de marcas”, Gómez Acebo
& Pombo, Abogados, Marcial Pons, 2004, Madrid-Barcelona, págs. 516
y ss.). Si bien es cierto que el infractor a la ley -tal el caso del
demandado- no debe ser equiparado al licenciatario (conf. mi voto en la
causa nº 6121/02 del 8/7/08, considerando VI. 2), cuando no se tienen
otros parámetros puede servir para orientar al Tribunal evitando, al
menos, un beneficio injustificado. Se trata, estrictamente hablando, de
uno de los módulos a indemnizar (lucro cesante), ya que la ley
española deja librada a la voluntad del afectado la elección de esa
pauta frente a otras distintas. Por ello, no deja de tener una “vertiente
indemnizatoria” porque se presume iuris tantum que el dueño de la
marca habría obtenido la regalía pertinente (conf. Basozábal,
“Enriquecimiento injustificado por intromisión en derecho ajeno”,
Civitas, Madrid, 1998 citado por Lobato, M. op cit., pág. 702). Ha tenido
una aceptación creciente en los tribunales de aquél país (sentencias de
la Audiencia Provincial de Madrid del 19/12/94, Aranzadi Civil
1995/184; de la Audiencia Provincial de Burgos, del 31/7/98, Aranzadi
Civil 1998/1529; de la Audiencia Provincial de Barcelona -secc. 15º- del
10/3/2000; Aranzadi Civil, 2000/235).

Al demandar el apoderado del actor pidió que se computaran las


regalías que habría cobrado si le hubiera concedido la licencia (fs.
165). Ni al contestar la demanda ni al fundar su recurso El Porteño
rebatió ese aspecto de la pretensión (art. 265 del Código Procesal).

Sobre la base de lo expuesto, los agravios del apelante (del


primero al quinto, fs. 408vta./414) deben ser rechazados.
Formularé algunas precisiones adicionales.

No es necesario ser un “falsificador de remeras o zapatillas” (fs.


411, último párrafo) para ser deudor de una indemnización por utilizar
ilegítimamente la marca de un tercero, de amplia difusión dentro del
mercado. Contrariamente a lo que implica la recurrente, la ley no
autoriza a los dueños de las grandes marcas a que exploten las
medianas o pequeñas sin autorización de sus titulares.

La buena fe argüida (fs. 410vta.) carece de fundamento porque


no es creíble que, dado el pleno conocimiento del rubro al que se
dedica (art. 902 del Código Civil), haya podido ignorar que “EL LIVING”
era de propiedad del señor D’Agostini; tampoco se concilia con ella que
haya continuado explotando ese signo de distintas maneras durante
seis meses después de haber sido intimado por el apoderado de la
actora.

Esa persistencia -como expliqué- se debió, sin duda, a la


conveniencia comercial del demandado; inútil es, entonces, alegar que
no hubo daño (fs. 408 vta. V, a y ss.). El uso de la marca de otro con
propósitos lucrativos constituye, reitero, una causa de reparación,
sobre todo, cuando aquélla se destaca por su fuerza distintiva. En
autos fue probada la intensa publicidad de “EL LIVING” a lo largo de
años, la cual ha cimentado un significativo poder de convocatoria en el
público, digno de protección legal (ver Schechter, Frank I. “The racional
basis of trademark protection” 40 Harvard Law R. 813/833 -1926-1927,
en particular, págs. 826 a 831). Por ende, nada obsta a que el
magistrado haya aplicado el artículo 165 del Código Procesal.

En cuanto al argumento del recurrente según el cual, “denominó


‘living’ a lo que es un ‘living…” (fs. 411, cuarto párrafo), no resiste las
consecuencias implícitas que acarrea su admisión. Por ejemplo, es
evidente que quienes no son dueños de las siguientes marcas, no
pueden concretar publicidades como éstas: “haga de cuenta que está
comprando en la CASA (de su) TÍA”; “ponga un DISCO al venir a
nuestro supermercado…”; “concurra a nuestro restaurante a tomar
VINO ARGENTINO”.

El resto de las quejas están dirigidas a erigir como única


hipótesis indemnizable a la piratería marcaria -fs. 411, tercer párrafo- o
a confundir la existencia del daño con la extensión del resarcimiento
(art. 265 del Código Procesal).

Es con apoyo en estos fundamentos que el fallo debe ser


confirmado en el aspecto que se acaba de examinar.

b) Publicación de la sentencia (fs. 414, sexto agravio).


El artículo 34, inciso b, segunda parte de la ley 22.362 dispone
que “…el juez, a pedido de parte deberá ordenar la publicación de la
sentencia a costa del infractor si éste fuere condenado o vencido en
juicio”.

Nada hay en la apelación que justifique apartarse del mandato


legal. El allanamiento (fs. 414vta.) fue muy posterior a la intimación de
la actora ello, sin contar que la buena fe quedó descartada por las
razones que di en el apartado a) del presente considerando.

c) Capital de la condena (fs. 414 vta., punto g y fs. 415, primer


párr.).

Tampoco es admisible este agravio ya que los dos párrafos que


el apelante le dedica no contienen la crítica concreta y razonada de los
$ 25.000 fijados por el a quo como condena. Si se advierte que, sólo
por seis avisos en La Nación para publicitar “El Living”, El Porteño pagó
$ 20.370,52 en 2005 (informativa de fs. 318/319), y que en la apelación
no hay argumento alguno que clarifique sobre una suma alternativa
inferior a la impugnada, su planteo no pasa de ser una mera
disconformidad con lo fallado (art. 265 del Código Procesal).

IV. Recurso de la actora (fs. 407/418).

Solicita este litigante que se incremente la indemnización. Para


ello compara la cantidad gastada en publicidad y las ventas brutas
durante el período crítico de El Porteño que ascendieron, según lo
revela la documental acompañada por la propia accionada, a $
1.423.343,27 (fs. 405 y doc. ref. fs. 225).

Manifiesta que “no puede ser más rentable infringir que cumplir
la ley” (fs. 405, séptimo párrafo). Reivindica el carácter exclusivo de su
registro y la violación de mala fe de la ley por parte del demandado. En
suma, pide que se eleve el capital de la condena.

Aunque la mayor parte del razonamiento es acertada, la prueba


producida no autoriza a decidir en el sentido propuesto por el apelante.
El dictamen pericial no es apto a estos fines ya que, según anticipé, no
pudo determinar las ventas durante ese período; tampoco se expidió
sobre la contabilidad de la apelante lo que habría permitido tener una
idea del volumen de las utilidades relacionadas con el signo discutido
(fs. 288/289). Por lo demás, la información suministrada por El Porteño
(fs. 225) revela que la indemnización fijada representa el 24,07% de
una parte de las sumas consignadas en su documental. Frente a ello y
a que no fue acreditada la modalidad específica que en el rubro suele
pactarse en concepto de regalías (art. 377 del Código Procesal),
considero que el fallo debe ser confirmado (art. 265 del Código
Procesal).

Por ello, juzgo que la sentencia debe ser confirmada. Costas a


los apelantes vencidos.

Así voto.

El Dr. Recondo, por análogos fundamentos adhiere al voto


precedente. Con lo que terminó el acto firmando los Señores Vocales
por ante mí que doy fe.

Buenos Aires, 15 de junio de 2010.

Y VISTO: lo deliberado y las conclusiones a las que se arriba en


el Acuerdo precedente, el Tribunal RESUELVE: confirmar la sentencia
apelada. Costas de Alzada a los apelantes vencidos (art. 68, primera
parte, del Código Procesal).

En lo que a las apelaciones por regulaciones de honorarios se


refiere, corresponde rechazar la presentada a fs. 387 en razón de la
falta de gravamen del apelante respecto de las regulaciones de la parte
condenada en costas.

Ahora bien, teniendo en cuenta la naturaleza del asunto, el


capital de la sentencia, que no lleva intereses y la extensión, calidad e
importancia de los trabajos realizados, así como las etapas cumplidas,
redúcense los honorarios del representante de la parte actora, doctor
Ricardo Martín Gordó Llobel -en su doble carácter- a la cantidad de
pesos TRES MIL OCHOCIENTOS CINCUENTA ($ 3.850) y los
correspondientes a la parte demandada, doctores Miguel B. O´Farrell -
apoderado- y Diego Fernández -letrado patrocinante-, a las cantidades
de pesos SETECIENTOS ($ 700) y pesos UN MIL SETECIENTOS
CINCUENTA ($ 1.750), respectivamente (arts. 6, 7, 19, 37 y 39 de la
ley 21.839, modificada por la 24.432).

En virtud del carácter de las cuestiones sobre las que debió


expedirse el perito designado de oficio, de la entidad y amplitud de su
dictamen presentado en la instancia anterior confirmase los honorarios
del perito contador, doctor Alberto Muiño; y redúcese los del consultor
técnico de la parte actora, doctor Carlos Eduardo Muiño, a la suma de
pesos DOSCIENTOS CINCUENTA ($ 250).
Por la instancia de Alzada, visto el resultado de las apelaciones
y el monto controvertido, regulase los honorarios del doctor Ricardo
Martín Gordó Llobel en la cantidad de pesos UN MIL QUINIENTOS ($
1.500) y para los doctores Miguel B. O´Farrell -apoderado- y Diego
Fernández -letrado patrocinante- en las cantidades de pesos
CUATROCIENTOS CINCUENTA ($ 450) y pesos UN MIL CIEN ($
1.100) respectivamente (arts. 9 y 14 de la ley arancelaria).

La Dra. Medina no suscribe la presente por hallarse en uso de


licencia (art. 109 del RPJN).

Regístrese, notifíquese y, oportunamente, devuélvase.

Guillermo Alberto Antelo Ricardo Gustavo Recondo

También podría gustarte