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Si a este retrato de grupo, tan poco edificante, unimos que las líneas peda-
gógicas y la tutela de Preciosa las realiza una gitana vieja —«abuela putativa»
se la denomina en la novela6—, de la que se advierte que «podía ser jubilada
en la ciencia de Caco» y que se preocupa de enseñarle «todas sus gitanerías y
modos de embelecos y trazas de hurtar», lo que se podría esperar en estas cir-
cunstancias es que la gitanilla hubiera sido una consumada maestra en el arte
de apropiarse de lo ajeno. Sin embargo, y como contraposición a todo el
conjunto, Preciosa aparece, paradójicamente, como «oveja blanca» en medio
de un rebaño de «ovejas negras», distinguiéndose de los demás de su especie,
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no sólo por su honradez, en grado sumo, pues nunca se habla en la obra de que
se apropie de nada que no sea suyo, sino porque, además, Cervantes no pone
límites a su generosidad al dotarla de las mejores virtudes y atractivos, ya que,
tal como se dice en el relato,
Salió la tal Preciosa la más única bailadora que se hallaba en todo el gitanismo y la más
hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los gitanos, sino entre cuantas hermosas
y discretas pudiera pregonar la fama.7
Y, como si esto fuera poco, el narrador añade que «era en extremo cortés
y bien razonada», y además que era «rica de villancicos, de coplas, seguidillas
y zarabandas, y de otros versos, especialmente de romances, que los cantaba
con especial donaire» (p. 70). Ante tal dechado de cualidades, expresado por
Cervantes a través de una cadena de superlativos, que, por un lado, la apro-
ximan a las heroínas de la novela sentimental, en cuanto a sus atributos, pero
cuya actitud desenvuelta, su donaire y, sobre todo, su contribución al amor, la
separan de ellas, no es de extrañar que haya habido críticos, como Federico C.
Sáinz de Robles, que, en una opinión que compartimos, no hayan dudado en
considerar a la gitanilla como una de las figuras más atractivas de la tradición
literaria; como él atinadamente observa, «la figura de Preciosa es una de las
más encantadoras de la galería de hembras famosas de la literatura universal».8
Esto explicaría que se la haya tomado como modelo y referente para otras
sucesoras suyas, tales como la Esmeralda de Nuestra Señora de París, de
Víctor Hugo, o la Carmen, de Próspero Merimée.9 O que otros, como Joaquín
Casalduero, no duden en calificarla de «piedra preciosa», todo un bello
símbolo de la honestidad, que encarna el ideal moral de lo femenino en la
Contrarreforma;10 y Claire Lagrange la considere, asimismo, un prototipo de la
virtud, nobleza y belleza.11
Caracterizaciones similares a la de Preciosa, esto es, la figura femenina
adornada de los mayores atractivos y virtudes, las encontramos, asimismo, en
otras heroínas de esta colección de relatos, tales como la Leonisa de El amante
liberal; la Costanza de La ilustre fregona; o Cornelia Bentibolli en La señora
Cornelia.
En efecto, el retrato que hace Ricardo de Leonisa —y de nuevo la infor-
mación nos llega a través de la palabra de un personaje—, está trazado de
nuevo por el recurso de acumular superlativos que tratan de mostrarla como el
máximo exponente de la belleza femenina de todos los tiempos, pues no sólo
se la considera «la más hermosa mujer que había en todo Sicilia», sino que se
dice que los más raros entendimientos afirmaban que «era la de más perfecta
hermosura que tuvo la edad pasada, tiene la presente y espera tener la que
está por venir», con lo que no se deja resquicio para que ninguna otra la iguale
en esta cualidad; y en un alarde de ingenio, se diga que «era tan perfecta, que
jamás pudo la envidia hallar cosa en que ponerle tacha».12 Claro que ésta es
una versión muy subjetiva y personal de la mujer de la que Ricardo, que es
quien así la describe, está rendidamente enamorado; pero esa cita que hace de
esos «raros entendimientos», así como de los cantos de poetas ensalzando la
belleza de esta dama, a lo que hay que sumar esa conclusión definitiva de que
ni siquiera la envidia, que en su malicia lo analiza todo exhaustivamente, era
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Pese a ese carácter esquivo que permite asociarla con los sayagueses,
aquellos pastores que, como reflejo de la rusticidad, fueron reiteradamente uti-
lizados en el teatro de los siglos XVI y XVII, la serie de metáforas, todas ellas de
una poética sencillez y naturalidad, con las que la describe el arriero, no dejan
lugar a dudas de que la mujer de la que está hablando es singularmente bella.
Y esto lo confirma Tomás de Avendaño cuando, tras señalar que las toledanas
son las más discretas y hermosas de España, en un alarde de hiperbólica admi-
ración, proclama que la belleza de Costanza es tal, que de sus sobras no sólo
podía enriquecerse a las hermosas de la ciudad, sino a las de todo el mundo (II,
96). Y, tal como vimos que sucedía con Preciosa y Leonisa, también en
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Costanza esa belleza física viene acompañada de una alta calidad moral, pues
de ella se dice que es la más honesta doncella y que, a pesar de vivir en un
medio de tanto tráfago como era la posada del Sevillano, no se le conocía el
menor desmán (II, 86).15
En un plano no muy distante, y en una novela que J. B. Avalle-Arce
califica como «la más desolada carrera tras lo inverosímil»16, cabe considerar
a Cornelia Bentibolli, dama italiana de gran hermosura, protagonista del relato
titulado La señora Cornelia, de quien se decía que aventajaba en belleza a
todas las mujeres de Bolonia y de la que el caballero español don Antonio de
Isunza opina que es «la mayor belleza que ojos humanos han visto» (II, 200);
sin embargo, y aunque es consciente de su tesoro, Cornelia se caracteriza por
su modestia, ya que se dice que esquiva las miradas ajenas, confirmando así,
una vez más, la unión de cualidades físicas y morales.
Y si hasta aquí se ha contemplado un catálogo de personajes femeninos del
que se nos ha dicho que son tan atractivos como modélicos, hora es ya de
considerar a otros que actúan como contraste y contrapunto de los que
acabamos de ver, y que, como es de esperar, son muy distintos a Preciosa,
Cornelia, Leonisa o Costanza.
Quizá pueda ser muy explícito para este propósito el texto de El celoso
extremeño, donde hallamos dos mujeres totalmente distintas: por una parte
está la esposa del viejo celoso, Leonora, de quien, con apenas quince años, se
dice que sólo piensa en jugar con muñecas y comer golosinas, con lo que da
una imagen de inocencia e ingenuidad que contrasta claramente con el de su
ama, Marialonso, vivo retrato de la astucia y la hipocresía, y que con sus
hechos encarna al servilismo y la alcahuetería. Esta dueña corrida, ladina y
que, como buitre, se lanza sobre el pícaro Loaysa para beneficiárselo, dice no
tener ni treinta años, si bien reconoce que debe parecer de cuarenta, achacán-
dole el parecer tan vieja a «…corrimientos, trabajos y desabrimientos que
echan un cero a los años, y a veces dos» (II, 48).
Mientras Leonora vive en su mundo, ajena a lo que ocurre en torno suyo
y sometida al férreo enclaustramiento al que la ha condenado su decrépito
esposo, al que guarda fidelidad hasta acostada con el galán que se ha encapri-
chado de ella, y al que impone como condición para que entre en la casa que
jure, hasta tres veces, que las ha de respetar a ella y a sus sirvientas. Pero a su
lado estará Marialonso en acción, insistiendo una y otra vez, hasta convencerla
de que acepte a Loaysa y se acueste con él, aunque la joven defenderá su
honra hasta caer exhausta:
Pero, con todo esto, el valor de Leonora fue tal, que en el tiempo que más le convenía,
le mostró contra las fuerzas villanas de su astuto engañador, pues no fueron bastantes a
vencerla; y él se cansó en balde, y ella quedó vencedora y entrambos dormidos. (II, 57)
Pero no es ésta la única mujer perversa que aparece en las Novelas ejem-
plares, ejecutando sus malas artes, sino que, como veremos, el aquelarre está
bastante concurrido. Precisamente, en consonancia con esta imagen que
acabamos de utilizar, en El coloquio de los perros —esa novela que, según
Peter N. Dunn presenta un inacabable retrato de malicia, traición y violencia en
el mundo19—, hallamos a una vieja hechicera, la Cañizares —un adefesio de
setenta y cinco años, de la que el perro Berganza traza uno de los retratos más
repelentes de la literatura española20—, de la que se cuenta que vivía en
Montilla (Córdoba), curando a los pobres como hospitalera. Como quiera que
el amo de Berganza brindase la actuación del perro a una famosa bruja que allí
hubo, la Cañizares salta enfurecida para defenderla, exculpándose, de paso, a
sí misma, al negar públicamente ser ella de tal condición con estas palabras:
Si lo decís por la Camacha, ya ella pagó su pecado y está donde Dios se sabe; si lo decís
por mí, chacorrero, ni yo soy ni he sido hechicera en mi vida; y si he tenido fama de
haberlo sido, merced a los testigos falsos y a la ley del encaje y al juez arrojadizo y mal
informado. (II, 308)
claras por donde, en viéndolas Rinconete y Cortadillo, reconocieron que eran de la casa
llana y no se engañaron en nada. (I, 244-245)
recuerdo imborrable unas bubas que lo tendrán alojado durante una temporada
en el Hospital de la Resurreción, donde podrá escuchar el singular Coloquio de
los perros; mientras que las cadenas que ella lleva como fruto de su rapiña
resultan ser tan falsas como sus buenos propósitos al contraer matrimonio.
Como bien observa Idoya Puig, Estefanía y el alférez Campuzano van, ambos,
con malas intenciones al matrimonio; dicen buscar amor, seguridad y respecto,
cuando en realidad buscan dinero y comodidad, y por eso, los dos se quedan
sin nada.28
Así pues, como se ha podido ver, Cervantes, con magistral acierto, y a
través de lo que nos dicen algunos personajes, supo retratar no sólo la belleza
y la honradez, la honestidad y la virtud, sino también, y por medio de lo que
hacen otros, la maldad, el engaño, la crueldad y la avaricia, la realidad y la
fantasía…, en una palabra, logró desplegar ante los lectores un mundo en el
que tenían cabida las bellas y los pícaros, las mujeres virtuosas y los estafa-
dores, es decir, lo bueno y lo malo, ni más ni menos que lo que hay en la vida
misma.
NOTAS
1 Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares. Juan de la Cuesta. Madrid, 1613. (Edición facsímil
de la Real Academia Española. Madrid. 1981). Edición de Rosa Navarro Durán. Alianza Editorial.
Madrid, 1995. 2 vols. (Se utiliza esta edición para todas las citas).
2 Véase la introducción de Rosa Navarro Durán a la citada edición, página 11.
Annotated Bibliography. Garland. New York, 1981 y el Anuario Bibliográfico Cervantino III.
Centro de Estudios Cervantinos. Alcalá de Henares. 2000.
5 Cervantes, La gitanilla, en Novelas ejemplares, vol. I, p. 69.
69.
11 Claire Lagrange, introducción a las Novelas ejemplares. Gallimard. París, 1991, p. 11.
13 Sara T. Nalle, «Literacy and Culture in Early Modern Castile». Past and Present. Nº 125
(1989), pp. 86-90, citado por María de Mar Graña Cid. Vid. Nota siguiente.
14 María del Mar Graña Cid, «Palabra escrita y experiencia femenina en el siglo XVI», en
Antonio Castillo (comp.), Escribir y leer en el siglo de Cervantes. Gedisa Editorial, Barcelona,
1999, pp. 211-242.
15 Sin embargo, llama la atención que Avalle Arce, en su introducción a la edición de las
Novelas ejemplares (Castalia, Madrid, 1982, 3 vols.), diga que la ilustre fregona es el personaje con
menos lustre de las Novelas y una de las protagonistas femeninas en que Cervantes ha escatimado
la caracterización (vol. III, p. 11).
16 Vid. Introducción, edición citada, vol. III, p. 19.
17 Américo Castro, «El celoso extremeño»de Cervantes» y «La ejemplaridad de las novelas cer-
vantinas», en Hacia Cervantes. Taurus. Madrid. 1960 (2ª ed.), pp. 325-352 y 353-374, respectiva-
mente.
18 Francisco Rodríguez Marín, El Loaysa de «El celoso extremeño». Tipografía de Francisco
19 Peter N. Dunn, las Novelas ejemplares, en Suma Cervantina (editada por J. B. Avalle Arce
23 Véase a este respecto el artículo de María José Sánchez Romale: «Hechicería en El coloquio
Edward C. Riley, «La profecía de la bruja (El coloquio de los perros)». Actas del I Coloquio Inter-
nacional de la Asociación de Cervantistas, pp. 83-94; y el de Christian Andrés, «Fantasías bruje-
riles, metamorfosis animales y licantropía en la obra de Cervantes». Actas del III Coloquio Inter-
nacional de la Asociación de Cervantistas. (Alcalá de Henares, 12-16 noviembre 1990). Barcelona:
Anthropos, 1993, pp. 527-540.
25 Cesare Segre contempla a la prostituta que envenena a Rodaja como un símbolo de la sexua-
lidad y, además, recuerda que el membrillo era una fruta consagrada a Venus. Véase «La estructura
psicológica de El licenciado Vidriera», en Actas del I Coloquio Internacional de la Asociación de
Cervantistas, pp. 53-62.
26 Véase a este respecto los estudios de V. Propp Morfología del cuento y Las raíces históricas
frente a Zayas». Actas del III Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, pp. 495-504.
28 Idoya Puig, «Contribución al estudio de la ideología de Cervantes: relaciones humanas en las