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EL INFORME AHNENERBE
Santi Baró
ISBN: 978-84-9069-343-8
RICARDO MAURÍ
NAGORE
Jordi trastea por la cocina con una camiseta de estar por casa y
los pantalones del pijama. Es un hombre alto, pero enclenque, que
anda garceando con los hombros exageradamente elevados y el
cuello inclinado como el principio de una reverencia.
Nagore, pese a que es sábado y lo podría aprovechar para dormir,
se levanta de la cama. Esa casa parece una caja de resonancia que
capta el más leve sonido. Isabel abriendo y cerrando armarios,
preparando la maleta, y un poco antes Jordi trasteando por el
comedor y por la cocina, borran ese silencio tan necesario para
descansar. Los sábados, normalmente, Nagore ya estaría donde
sus tíos, en un pueblecito de la Selva bañado por el río Ter, la
Cellera, pero esta noche Nagore tiene una cita. No es nada serio, un
chico simpático que conoció en clases de catalán al que le dijo, no
sabe muy bien por qué, que sí, que vale, a lo de ir a tomar algo.
Nagore no recuerda la última vez que estuvo con alguien y ya va
tocando, se dice, aunque el tal Eduardo no es que le levante ni
pasiones ni deseos, más allá de servirle de excusa para romper con
su rutina. Eduardo es simpático y gracioso pero de no ser porque a
ella le cuesta horrores decir que no, nunca hubieran quedado.
Nagore no deja de plantearse lo de mandarle un mensaje con
cualquier excusa y dejarlo correr. Además ese fin de semana le toca
quedarse a Jordi. Cada fin de semana se turnan. Uno Jordi, el otro
Isabel, pero Abel siempre se queda en casa como un prisionero al
que tienen que vigilar.
Durante los cuatro años que lleva en esa casa, nunca, bajo ningún
motivo, han salido los dos a la vez. Ni para ir a cenar. Una vez les
propuso que ella se quedaría con el niño, que salieran los dos, que
eso es bueno y necesario para las parejas, que Abel y ella, a solas,
se lo pasarían la mar de bien todo el fin de semana. Pero ellos no
Cuando Nagore por fin logra familiarizarse con el Seat Ibiza rojo
que ha alquilado, cuando consigue pasar de cuarta a quinta tres
veces consecutivas sin rasconazos como si fuera Fernando Alonso,
llega a la población de Alfarràs tras atravesar un puente sobre un río
caudaloso. La carretera cruza el pueblo en dirección a Huesca y por
las aceras de la calle apenas divisa gente. Es esa hora entre la
comida y la siesta cuando todo el mundo desaparece.
En una esquina de la carretera ve un restaurante y a poco más de
cien metros, si continúa por la misma calle, un cruce de carreteras
presidido por un semáforo que la echará del pueblo. Para evitarlo
gira justo al lado del restaurante y aparca en el primer hueco que
encuentra libre. Por suerte en el espacio cabría una autocaravana,
que después de años sin sentarse al volante eso de estacionar se le
hace eterno. Mil maniobras después pisa la calle. Vanesa no es un
nombre muy frecuente y seguro que no hay dos en el lugar, se
anima. Pregunta a un muchacho, a dos mujeres, y al final entra en
un bar.
Unos hombres toman café en la barra, otros juegan a cartas en
unas mesas, y una pareja acaba el postre en otra. La camarera
retira los platos y les pregunta si tomarán café. Con los platos sucios
en una mano y antes de esconderse detrás de la barra, se dirige a
ella:
—Dime...
—¿Puedes prepararme un bocata de lo que sea?
La camarera asiente con un gesto, se esconde en la cocina unos
segundos para dejar la vajilla y luego se le acerca:
—¿Frío o caliente?
—Frío, tengo algo de prisa... Estoy buscando a una vieja amiga
que vive aquí pero no sé dónde...
EL INFORME AHNENERBE
Marcos Clos
Querido Bellido:
Debo confesarle que me ha sorprendido, pensaba que los
protagonistas serían los de la época, Jesús, José de
Arimatea, Magdalena, Pilatos, etc. Nunca ni usted, ni yo, ni
Javier, ni mucho menos mi mujer, que, por cierto, me halaga
cómo la describe. Nunca me habría pasado por mi cabeza
novelar el Informe Ahnenerbe de esta manera y he de
confesarle que me fascina. Por lo tanto, querido amigo, debo
confesarle que sí, que seguimos adelante, le mandaré a
Klaus Tötler
P. D.: ¿Sería posible concertar una entrevista con el abad?
Me gustaría hacer un donativo al monasterio y conocerle en
persona.
Rita y Klaus
P. D.: Javier tiene permiso, tendrá que desplazarse con su
propio vehículo. En el garaje hay sitio de sobra y si luego no
le apetece conducir de noche puede quedarse a dormir.
Una chica muy joven y bonita, de poco más de veinte años, con
cuerpo de niña y mirada frágil, despidió al abad bajo el quicio de la
puerta en el rellano de un tercer piso de un edificio de Barcelona. El
abad, vestido de calle, le dio dos besos.
—Cuídate, Alba. Cuídate mucho, por favor.
Ella le sonrió como escondida detrás de su frontera; él se montó
en el ascensor y, sin dejar de mirarla a los ojos, apretó el botón de la
planta baja.
Maties, el secretario que iba con él a todas partes, lo esperaba
dentro de un bar, en la esquina. El abad se asomó sin llegar a cruzar
el umbral y le indicó con un gesto que ya había terminado.
Maties fue a pagar mientras el abad esperaba fuera, y desde la
barra cruzó su mirada con la de un extraño que tomaba un refresco
en las mesitas de la calle. Su levita de sacerdote siempre llamaba la
atención.
Cuando el secretario y el abad marcharon calle abajo, el hombre
los siguió con la mirada, luego llamó la atención del camarero y pidió
otra bebida.
Aproximadamente una hora después, Alba salió a la calle sin
darse cuenta de que alguien que se acababa de levantar de una
terraza del bar de la esquina la seguía muy de cerca.
En ese mismo instante el abad llegaba a Montserrat, que se
tropezó con Bellido nada más entrar. El encuentro no había sido
fortuito, aunque el escritor fingió que sí lo era. Llevaba horas
esperándolo.
—Abad...
—¿Qué tal, Emilio?
—Quisiera pedirle disculpas...
Hola, crack:
Espero que te vaya bien con la tía buenorra con la que
dices que estás.
Mira, resumiendo, que tengo el jefe cerca y no me puedo
arriesgar, habla del accidente de circulación del sobrino de
Wolfram Sievers, un ex dirigente de algo llamado Ahnenerbe,
condenado a muerte por un tribunal de los derechos
humanos, en los juicios de Núremberg, por haber realizado
crímenes atroces contra presos de los campos de
PETER
Marcos cierra el correo, se ruboriza, se gira y con una cómica y
teatral sonrisa se disculpa:
—Lo siento...
Nagore se hace la dura aunque insinúa una leve sonrisa.
—A ver. Primero, yo tenía razón. Ernest Netzer no es quien dice
ser y nos vamos a ir a comisaría pero corriendo. Segundo, con la
Olesa de Montserrat
y Sant Carles de la Ràpita,
23 de julio de 2015