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¿Qué significa ser libre en Cristo?

Domingo 2 de julio de 2023


Pablo Sangiorgio

El concepto de libertad es muy valorado entre los seres humanos. Nos gusta hablar de
nuestro derecho a ser libres y a actuar como queremos. Sin embargo, solo con Jesús
podemos tener la verdadera libertad, esa que brota desde lo más profundo de nuestro ser.

Juan 8:36 dice:


Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres.

LIBERTAD: Facultad y derecho de las personas para elegir de manera responsable su propia
forma de actuar dentro de una sociedad.
LIBERTINAJE: Libertad excesiva y abusiva en lo que se dice o hace.
Ser libre en Cristo significa que Jesús es el Señor de mi vida y que, gracias a su obra en mí,
el pecado no controla mis acciones. ¡Esa es la realidad de los que somos hijos de Dios!
Desde el momento en el que permitimos que Jesús reine en nuestras vidas, que nos llene
con su presencia y nos transforme, él nos da las fuerzas necesarias para obedecerle. Con su
ayuda decimos no al pecado y sí a la voluntad de Dios. Dejamos de ser esclavos del pecado
y pasamos a vivir la vida plena que Dios anhela para nosotros. ¡Esa es la maravillosa libertad
que tenemos en él!

Significa que la verdad nos libera

Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: Si se mantienen
fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la
verdad los hará libres. (Juan 8:31-32)

Cuando tenemos una experiencia genuina con Jesús, surge en nosotros un gran anhelo de
obedecerle y de ser fiel a él. Ya nada es igual.
Nace en nosotros el deseo de sumergirnos en su Palabra y de buscar su presencia en
oración. Le permitimos hablar sobre su voluntad para nuestras vidas y mostrarnos lo que
desea hacer en nosotros.
Es en medio de esa búsqueda que él revela más de su verdad a nuestros corazones. Nos
muestra quiénes somos en él: sus hijos amados, redimidos para su gloria.
Dios nos revela su poder sobre el pecado. Nos da claridad en cuanto a la salvación que ya
consiguió para nosotros a través de su muerte en la cruz y su resurrección, y nos muestra
cómo debemos vivir ahora que somos sus hijos.

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Significa que ya no somos esclavos

Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado —respondió Jesús—
. Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí se queda en
ella para siempre. Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres. (Juan
8:34-36)

Al recibirlo como salvador dejamos de ser esclavos del pecado. Pasamos a ser libres para
vencer la tentación y para vivir la vida dentro del propósito de Dios.
En Cristo tenemos libertad, pero debemos decidir si viviremos como hijos libres que reflejan
su imagen o si viviremos como esclavos.
Significa que llevamos una vida con Jesús

Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues
por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la
muerte. (Romanos 8:1-2)

La ley trae castigo severo, pero la vida con Jesús nos libera de la condenación.
No importa cuán grandes sean los errores cometidos en el pasado, cuando Dios con su
divina gracia decide perdonar, él concede un perdón completo.
Dios nos ofrece un nuevo comienzo lleno de vida abundante. Nos da la esperanza para la
eternidad con él. Nuestra meta es vivir para la gloria de Dios y llevar su presencia y amor
dondequiera que vamos.

Significa que hay fruto

Cuando ustedes eran esclavos del pecado, estaban libres del dominio de la justicia. ¿Qué
fruto cosechaban entonces? ¡Cosas que ahora los avergüenzan y que conducen a la
muerte! Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios,
cosechan la santidad que conduce a la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte,
mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Romanos
6:20-23)

Aquí vemos la diferencia entre una vida esclava del pecado y una dedicada al servicio de
Dios, dominada por él y su justicia.
El pecado trae fruto que avergüenza y lleva a la muerte espiritual. Sin embargo, el fruto de
justicia o de una vida puesta al servicio de Dios, es un fruto lleno de santidad y conduce a la
vida eterna.
Una vida santa es una apartada para Dios que busca agradarlo en todo momento.
¡Necesitamos llenarnos del Espíritu Santo! Viviendo llenos del Espíritu, perseveramos en
obediencia a la Palabra de Dios. Es por su gracia que hemos pasado de muerte a vida en
Cristo Jesús y nuestras vidas no pueden quedarse igual ante esta realidad.

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Significa que nos da la fuerza para mantenernos firmes en nuestra libertad

Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se
sometan nuevamente al yugo de esclavitud. (Gálatas 5:1)

En Jesús tenemos libertad tanto del yugo del pecado como de tener que cumplir con toda
la ley del Antiguo Testamento.
No hay nada que podamos hacer para ganar el perdón de Dios, no importa cuán buenos
parezcamos ante los ojos de los demás. Somos salvos por la gracia de Dios (Efesios 2:8-9) y
solo el sacrificio de Cristo nos trae verdadera libertad.
No le obedecemos por temor o por legalismo, sino por amor, porque el deseo de nuestro
corazón es vivir de acuerdo con su voluntad.

Significa que llevamos una vida llena del Espíritu


Hemos sido llamados a ser libres, pero eso no nos da permiso para vivir como queramos,
dando rienda suelta a nuestras pasiones y deseos (Gálatas 5:13-26).

13 Pues ustedes, mis hermanos, han sido llamados a vivir en libertad; pero no usen esa
libertad para satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa. Al contrario, usen la
libertad para servirse unos a otros por amor. 14 Pues toda la ley puede resumirse en un
solo mandato: «Ama a tu prójimo como a ti mismo»[a], 15 pero si están siempre
mordiéndose y devorándose unos a otros, ¡tengan cuidado! Corren peligro de destruirse
unos a otros.
Vivir por el poder del Espíritu
16 Por eso les digo: dejen que el Espíritu Santo los guíe en la vida. Entonces no se dejarán
llevar por los impulsos de la naturaleza pecaminosa. 17 La naturaleza pecaminosa desea
hacer el mal, que es precisamente lo contrario de lo que quiere el Espíritu. Y el Espíritu
nos da deseos que se oponen a lo que desea la naturaleza pecaminosa. Estas dos fuerzas
luchan constantemente entre sí, entonces ustedes no son libres para llevar a cabo sus
buenas intenciones, 18 pero cuando el Espíritu los guía, ya no están obligados a cumplir
la ley de Moisés.
19 Cuando ustedes siguen los deseos de la naturaleza pecaminosa, los resultados son más
que claros: inmoralidad sexual, impureza, pasiones sensuales, 20 idolatría, hechicería,
hostilidad, peleas, celos, arrebatos de furia, ambición egoísta, discordias, divisiones, 21
envidia, borracheras, fiestas desenfrenadas y otros pecados parecidos. Permítanme
repetirles lo que les dije antes: cualquiera que lleve esa clase de vida no heredará el reino
de Dios.

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22 En cambio, la clase de fruto que el Espíritu Santo produce en nuestra vida es: amor,
alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, 23 humildad y control propio. ¡No
existen leyes contra esas cosas!
24 Los que pertenecen a Cristo Jesús han clavado en la cruz las pasiones y los deseos de
la naturaleza pecaminosa y los han crucificado allí. 25 Ya que vivimos por el Espíritu,
sigamos la guía del Espíritu en cada aspecto de nuestra vida. 26 No nos hagamos
vanidosos ni nos provoquemos unos a otros ni tengamos envidia unos de otros.

Hay una gran diferencia entre las obras de la carne y la vida llena del Espíritu: nuestra
elección debe ser siempre actuar de acuerdo a la vida llena del Espíritu. Dios debe ser quien
dirija todas nuestras acciones, sentimientos y palabras. Con él tenemos la fortaleza que
necesitamos en todo momento para no ceder ante el pecado.
La libertad que tenemos en Cristo es una que nos trae bienestar espiritual y nos ayuda en
nuestra relación con los demás. Dejemos que el Espíritu haga su obra transformadora en
nosotros y vivamos libres del poder del pecado para la gloria y honra de nuestro Salvador.

Algunas libertades que tenemos en Cristo


¿De qué nos libera Jesús?
1. Somos libres de la condenación y la culpa

Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues
por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la
muerte.
(Romanos 8:1-2)

Jesús llevó sobre él toda nuestra culpa, nuestro pecado y condenación al morir en la cruz
(Isaías 53). Es gracias a su muerte y su resurrección que somos limpios de todo pecado.
Cuando recibimos su regalo de salvación por fe, le estamos diciendo que aceptamos su
sacrificio a nuestro favor y que sabemos que es suficiente.
¡No necesitamos hacer nada más para ser salvos! Tampoco necesitamos vivir con la carga
de la culpa por los pecados pasados. En Cristo tenemos una nueva vida y pasamos a ser hijos
de Dios, redimidos por él y para él.

2. Somos libres del dominio del pecado

Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien
tenemos redención, el perdón de pecados.
(Colosenses 1:13-14)

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La oscuridad o el pecado no tienen más poder sobre nosotros gracias a Jesús y su obra de
redención en la cruz. En Cristo tenemos perdón total y la nueva vida en él es una en la que
su luz nos guía, no andamos más en tinieblas.
Con la ayuda de Dios podemos vivir una vida en santidad (Romanos 6:20-23).

20 Cuando ustedes eran esclavos del pecado, estaban libres del dominio de la justicia. 21
¿Qué fruto cosechaban entonces? ¡Cosas que ahora los avergüenzan y que conducen a la
muerte! 22 Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de
Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna. 23 Porque la paga del pecado es
muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.

No tenemos que hacer caso a las mentiras y acusaciones del diablo respecto a nuestro
pasado o su insistencia sobre el poder de nuestra naturaleza pecaminosa.
El Espíritu Santo mora en nosotros, nos ayuda a discernir entre el bien y el mal y nos da las
fuerzas para hacer lo que agrada a Dios.

3. Somos libres de la muerte eterna

Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en
Cristo Jesús, nuestro Señor. (Romanos 6:23)

¡Cristo nos regala la vida eterna! No lo merecemos ni lo podemos ganar con nuestros
esfuerzos, pero él nos lo concede desde el mismo momento en que recibimos a Jesús como
Señor. La muerte ya no tiene poder sobre nosotros porque Cristo la venció con su
resurrección.

Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida
eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
(Juan 5:24)

4. Somos libres del miedo

Busqué al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores. (Salmo 34:4)

Dios anhela liberarnos de nuestros miedos y temores, no quiere que vivamos encadenados
por ellos.
Al igual que David, nosotros podemos experimentar la libertad de Dios al buscarlo, pasando
tiempo con él y dejando que nos llene con su Espíritu Santo.

Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio
propio.

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(2 Timoteo 1:7)

El miedo y el temor no vienen de Dios. El poder, el amor y el dominio propio, sí. Cuando
llegan grandes retos a nuestra vida necesitamos recordar que nuestro Padre es
todopoderoso. ¡Él nos da la fuerza y el poder para rechazar el temor!

5. Somos libres de la ira de Dios

Y ahora que hemos sido justificados por su sangre, ¡con cuánta más razón, por medio de
él, seremos salvados del castigo de Dios! (Romanos 5:9)

La Biblia habla del día de la ira de Dios (Sofonías 1:14-18; Isaías 22:5). En ese día Dios juzgará
el pecado, la desobediencia y toda rebelión contra él. Sin embargo, nos dio la solución para
que nos libremos de su ira: ¡Jesús! A través de él recibimos el perdón de nuestros pecados
y el favor de Dios.

...pues Dios no nos destinó a sufrir el castigo, sino a recibir la salvación por medio de
nuestro Señor Jesucristo.
(1 Tesalonicenses 5:9)

¡Ese es el destino que Dios desea para cada ser humano! Jesús ya sufrió nuestro castigo en
la cruz, y gracias a él tenemos salvación y perdón.
Cuando llegue el día de la ira de Dios, los que hemos recibido a Cristo como Señor y Salvador
no sufriremos el castigo venidero (1 Tesalonicenses 1:10).
Al mirarnos, Dios reconocerá la obra de Cristo en nosotros, verá a Jesús y su justicia, no
nuestras faltas y pecados. ¡Bendita libertad!

6. Somos libres de intentar ganar nuestra salvación

De hecho, Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia. (Romanos
10:4)

El fin o la finalidad de la ley de Dios es guiarnos a Jesús. Por más que nosotros lo intentemos,
no lograremos cumplir jamás con toda la ley. En algún momento fallaremos en algo, sea de
palabra, intención o hecho.
Pero la obra de Jesús en la cruz es perfecta y cuando aceptamos que su sacrificio tiene poder
para limpiarnos de toda maldad, salimos de la opresión que representa el intentar cumplir
con toda la ley.

Solo a través de Cristo recibimos la justicia de Dios y la salvación eterna. Lo único que
tenemos que hacer es creer en Jesús de todo corazón y confesar con nuestra boca que él
es el Señor. La ley no logra justificarnos, pero todo el que cree que Jesús es Dios es
justificado y recibe su perdón (Hechos 13:38-39).

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...que, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo
levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser
justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo.
(Romanos 10:9-10)

7. Somos libres para acercarnos a Dios

Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el
Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina,
es decir, a través de su cuerpo. (Hebreos 10:19-20)

Durante la crucifixión de Jesús se rasgó el velo que dividía el Lugar Santo del Lugar
Santísimo. Antes de ese momento, el Sumo Sacerdote era el único que tenía acceso (una
vez al año) al lugar más sagrado del tabernáculo. Allí hacía expiación por sus pecados y por
los del pueblo.
La muerte de Jesús cambió eso. Él derramó su propia sangre en expiación por nuestros
pecados. Él mismo cargó nuestra culpa y nos abrió el camino para poder acceder
directamente a Dios Padre. Ya no necesitamos hacer más ritos y sacrificios.
Gracias a él podemos hablar en confianza con el Padre y recibir su perdón y su amor (Efesios
3:12).

12 En él, mediante la fe, disfrutamos de libertad y confianza para acercarnos a Dios.

Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe,
interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua
pura.
(Hebreos 10:22)

Demos gracias a Dios porque es por él que somos realmente libres. Ninguna otra libertad
se compara con la que él nos concede. ¡Vivamos vidas que reflejen esa gratitud! Dejemos
que su gozo y su amor fluyan a través de nuestras vidas para que logremos impactar a los
que nos rodean y los animemos a buscar la verdadera libertad en Jesús.

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