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Carta a los Romanos

Reporte de Lectura por Gabriela Ríos Chiñas

En ésta carta, el apóstol San Pablo denuncia la necedad humana al cambiar la verdad de Dios por la
mentira, invitándonos a no ir en contra del Señor y a vivir bajo la esperanza de un verdadero cambio
de vida que nos libre de todas las actitudes despiadadas que sólo nos conducen a la muerte.
Haciendo hincapié en el justo juicio de Dios ante nuestros actos, apunta que cada uno de nosotros es
responsable, no solo de conocer la ley de Dios, sino de efectuarla y compartirla, y que antes de
juzgar a nuestros hermanos, estamos llamados a imitar la actitud paciente, bondadosa y tolerante
que inmerecidamente hemos recibido del Padre; añadiendo que Dios juzgará lo oculto de los seres
humanos y no aquello que exponemos públicamente en vanagloria, y resaltando que nuestro
verdadero llamado es vivir fraternalmente aceptando la invitación de Jesús a amarnos los unos a los
otros como Él nos ha amado primero, ya que la justicia de Dios es siempre eterna y no depende de
ninguna falla humana.

Menciona que no existe hombre justo, razón por la cual aún el pueblo escogido es igualmente
juzgado que un gentil, sin omitir la ventaja que el pueblo de Israel ha recibido al contar con la alianza
y la ley, razón que los debió haber comprometido aún más al cumplimiento, pero que no sucedió, ya
que mediante la ley escrita solamente se consigue reconocer el pecado, pero es solamente por
medio de nuestro Señor Jesucristo que somos redimidos y obtenemos el don que nos hace justos
mediante la fé.

Añade que una correcta vigilancia del cumplimiento de la ley debe estar primeramente fundamentada
en una genuina transformación del corazón, ya que la ley sin fé solo se traduce en observancias,
transgresiones y castigos vacíos que nos alejan de las promesas que Dios tiene poder de cumplir en
nosotros, como lo hubo hecho con Abraham, quien supo creer y esperar, y fue hecho justo por gracia
de Dios aún cuando todavía no existía la ley.

Meditando en la bondad de Dios, San Pablo confirma que por una sola persona -Adán- sufrimos la
condición de pecado, pero a su vez, también mediante un solo hombre -Jesús- toda la humanidad
logra ser redimida, y no a la par de condición, sino de manera sobreabundante.
También nos recuerda que bajo la gracia de Dios,el sufrimiento nos forja la virtud de la perseverancia,
y de ella se fortalece el don de la esperanza, ya que Nuestro Señor, aún sabiendo nuestras
debilidades, nos hubo tenido amor filial, y después de mostrarnos la ley para hacernos conscientes
de nuestras faltas, avergonzados de los supuestos frutos que obtenemos al estar al servicio del
pecado, nos mostró el verdadero sentido del amor entregándonos el regalo de la justificación en su
santo sacrificio; y si nosotros ya hemos muerto con Cristo, debemos estar ciertos en que también
viviremos con Él.

Por lo tanto, si ya hemos muerto a lo que nos tenía aprisionados, ya no debemos estar al servicio de
una ley escrita sino al servicio del Espíritu, pues el pecado encontró en los preceptos la oportunidad
de engañarnos y despertar en nosotros toda clase de codicias.

Recalca que dentro de nuestra humanidad, muchas veces podemos querer hacer el bien que la
conciencia demanda, pero terminamos haciendo todo lo contrario, ya que en nuestro interior hay
siempre una lucha interna entre la ley del Espíritu y la ley del pecado que se sirve de la carne.Los
que viven según la carne van a lo que es de la carne, y los que viven según el Espíritu van a las
cosas del espíritu; de modo que la perfección que originalmente buscaba la Ley había de realizarse
en los que andamos por los caminos del Espíritu, ya que la carne no busca ni puede someterse a
Dios; pero a plena conciencia de que somos débiles, el Espíritu viene en nuestra ayuda, ya que es
dando muerte a las obras del cuerpo la única forma en que podremos anhelar la vida y la paz, pues
Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo amamos y a quienes Él ha escogido y llamado.
San Pablo nos asegura que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el
presente, ni el futuro ni las fuerzas espirituales del cielo o de los abismos podrán apartarnos del amor
de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Nuestro Señor; sin embargo, en su divino poder y su divina
justicia, Él sabrá cómo, con quiénes y de qué forma mostrar su compasión y misericordia.

Auxiliándose de la Sagradas Escrituras, nos recuerda que "el que cree en Él no quedará defraudado"
pues Dios muestra su generosidad y salvación a todo el que lo invoca, y se ha permitido ser hallado
por los que no lo buscaban y manifestarse a quienes no preguntaban por Él; y aún cuando no todos
han aceptado su Buena Noticia, hizo de la caída de Israel una riqueza para el resto del mundo,
despertando el celo de Su pueblo en espera de reintegrarlo, pues haciéndonos pasar a todos por la
desobediencia, nos permitió experimentar a todos Su misericordia.

Siendo que Dios nos ha demostrado que no se arrepiente de su llamado ni de sus dones, San Pablo
nos invita a ofrecernos cómo sacrificios vivos y santos a la voluntad del Padre, viviendo un amor
sincero, reconociendo que dependemos los unos de los otros, que tenemos capacidades diferentes y
que juntos formamos un solo cuerpo en Cristo.

Añade que cada uno debemos vivir plenamente de acuerdo al don que hemos recibido, que debemos
acompañarnos fraternalmente y con respeto, viviendo con esperanza, alegría, paciencia y oración
siendo mansos, humildes, pacíficos y caritativos, buscando la derrota del mal con el bien, respetando
la voluntad de Dios en la elección de las autoridades terrenales, comportándonos con decencia,
revestidos con la coraza de luz de Nuestro Señor Jesucristo.

Nos pide que seamos comprensivos con la seguridad de la fé de cada persona, evitando adentrarnos
en discusiones que nos dividan, que nos acompañemos sin criticarnos, permitiendo que cada uno
siga su propio parecer, pues ninguno de nosotros vive ni muere para sí mismo, sino para Dios, y cada
uno entregará cuentas de su propia vida y de la forma en que ha amado, por lo que debemos
rehusarnos a ser un motivo de tropiezo, juicio u ofensa para nuestros hermanos, evitando el
escándalo aún cuando tengamos la razón, buscando mantener la paz que nos haga crecer unidos; y
nos exhorta a mantener nuestras propias convicciones al Señor, pues mediante la conciencia Dios
dicta a cada uno las decisiones que debemos tomar, e ir en contra de ella es pecado.

Casi para concluir, manifiesta que a semejanza de Nuestro Señor Jesús, no debemos buscar nuestro
propio agrado, sino el de nuestros semejantes, para ayudarlos a crecer en el bien, acogiendonos
unos a otros para gloria del Padre, confiados en la fidelidad de sus promesas y su misericordia; y nos
aconseja tener cuidado con las personas que provocan divisiones y dificultades saliéndose de la
doctrina y sirviéndose a sí mismos.

Finalmente se despide advirtiéndonos ser ingeniosos para el bien y firmes contra el mal, y dando
gloria a Dios por haber revelado la luz del misterio que se había mantenido oculto por tantos años en
los libros proféticos y que ha cobrado vida en la alianza nueva y eterna que recibimos por nuestro
Señor Jesús.

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