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Las declaraciones de independencia

Los textos fundamentales


de las independencias americanas

Alfredo Ávila
Jordana Dym
Erika Pani
coordinadores

El colegio de México
Universidad Nacional Autónoma de México

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D2957

Las declaraciones de Independencia : los textos fundamentales


de las independencias americanas / Alfredo Ávila, Jordana
Dym, Erika Pani, coordinadores – 1ª ed. – México, D.F.
: El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos :
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de
Investigaciones Históricas, 2013.
620 p. ; 22 cm.

ISBN 978-607-462-421-2

1. América Latina – Historia – Guerras de independencia,


1806-1830 – Fuentes. 2. América – Historia – Autonomía
e independencia – Fuentes. 3. Estados Unidos – Historia
– Siglo xviii – Fuentes. I. Ávila, Alfredo, coord. II. Dym,
Jordana, 1967, coord. III. Pani, Erika, coord.

Primera edición, 2013

D.R. © El Colegio de México, A. C.


Camino al Ajusco 20
Pedregal de Santa Teresa
10740 México, D.F.
www.colmex.mx

D.R. © Universidad Nacional Autónoma de México


Instituto de Investigaciones Históricas
Ciudad Universitaria
04510 México, D.F.

ISBN 978-607-462-421-2

Impreso en México

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Chile y su independencia.
Los hechos, los textos y la declaración de 1818
Alejandro San Francisco*

Introducción

La independencia de los países herederos de la monarquía hispana es uno


de aquellos procesos que tiene permanente valor historiográfico, como
ilustran algunos de los estudios tradicionales sobre el tema y otros pu-
blicados recientemente en el contexto de las celebraciones del Bicentena-
rio.1 Lo mismo ha ocurrido para el caso chileno, que también cuenta con
una amplia historiografía al respecto, así como con algunos estudios que
han renovado la investigación sobre la gran crisis de la monarquía y el
surgimiento de la nación en el siglo xix.2
La Declaración de la Independencia de Chile, firmada el 1º de enero
de 1818 y jurada un mes después, se constituyó en el documento por el
cual, formalmente, el país declaraba su total autonomía respecto de la
monarquía hispana. En una de sus afirmaciones más importantes, el tex-
to estableció lo siguiente:

* El autor agradece especialmente los comentarios y sugerencias, conceptuales y bi-


bliográficas, de Gabriel Cid.
1 Un trabajo clásico es el de Guerra, Modernidad e independencias…; véase también
Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826. Recientemente, entre otros, véase
Chust y Serrano, Debates sobre las independencias iberoamericanas; Palacios, Las independen-
cias hispanoamericanas. Interpretaciones 200 años después; Ávila y Pérez Herrero, Las expe-
riencias de 1808 en Iberoamérica; Breña, En el umbral de las revoluciones hispánicas: el bienio
1808-1810; Lucena, Naciones de rebeldes. Las revoluciones de independencia latinoamericanas;
Canal y Chust, España. Crisis imperial e independencia, 1808/1830, tomo 1.
2 Para estudiar el proceso de independencia se pueden consultar textos clásicos como
Barros Arana, Historia General de la Independencia de Chile; así como también algunas obras
fundamentales de la historiografía chilena sobre el proceso: Eyzaguirre, Ideario y ruta de
la emancipación chilena; Villalobos, Tradición y reforma en 1810; Collier, Ideas y política
de la Independencia chilena, 1808-1833; Jocelyn-Holt, La Independencia de Chile. Tradición,
modernización y mito. Véase también Fermandois y Couyoumdjian, Chile. Crisis imperial e
independencia, 1808/1830, tomo 1. Una visión sobre la historiografía reciente en San Fran-
cisco, “La Independencia de Chile”, en Chust y Serrano, Debates sobre las independencias
iberoamericanas, pp. 119-141.

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La revolución del 18 de Septiembre de 1810 fue el primer esfuerzo que hizo


Chile para cumplir esos altos destinos a que lo llamaba el tiempo y la natu-
raleza: sus habitantes han probado desde entonces la energía y firmeza de su
voluntad, arrostrando las vicisitudes de una gran guerra en que el gobierno
español ha querido hacer ver que su política con respecto a la América so-
brevivirá al trastorno de todos los abusos.3

Se trataba de un momento histórico fundacional y si bien la declara-


ción de 1818 hacía una interpretación a posteriori de los sucesos de 1810,
lo cierto es que la historia en ese tiempo ya había mostrado un vuelco
radical, después de diez años desde la invasión napoleónica a España y
ocho desde la formación de la Primera Junta de Gobierno en Santiago de
Chile. No se trataba de diez años cualquiera, sino que se había producido,
en apenas una década, la principal transformación política de toda la his-
toria de la última Capitanía General de la monarquía hispana.
En esos diez años se pueden ver, al menos, dos transformaciones prin-
cipales en la política chilena. En primer lugar, la nación pasa de un estado
de dependencia respecto de la monarquía hispana a uno de independen-
cia política. Es decir, un cambio crucial en la organización interior de
Chile y en su relación con las demás naciones del mundo. Se consolidaba
de esta manera la libertad nacional, situación impensable en 1808-1810,
pero que constituyó una de las principales aspiraciones del sector diri-
gente criollo en los años siguientes. Se trató de un proceso en el cual la
independencia comenzó a ser querida, y luego proclamada en la prensa
y en otros medios; por ella se luchó en los campos de batalla, hasta llegar
a la Declaración de 1818.
En segundo lugar, se produce un cambio fundamental en el paradig-
ma político, que evoluciona desde el Rey existente y el régimen monár-
quico en el cual se creía de manera unánime, a una fórmula que prefería
de manera abrumadora la república como el mejor sistema de gobierno
para Chile. Se trata de un proceso con muchas complejidades: es evoluti-
vo, no existe una adhesión unánime de la población, no todos entienden
lo mismo por república, hay ensayo y error en los proyectos e institucio-
nes que se crean, el éxito del nuevo modelo es relativo. Pero a la larga se

3 Declaración de la Independencia de Chile, 1° de enero de 1818. El texto se ha repro-

ducido en muchas obras sobre el tema, y en esta ocasión utilizamos la que está contenida
en Valencia Avaria, Anales de la República, t. 1, pp. 13-15.

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impone lo que comienza tímidamente: la libertad civil, un nuevo sistema


político, el más acorde a la idea de independencia.
Ambos aspectos ilustraban lo que se llamó en su momento la libertad
nacional y la libertad civil. Es decir, como expresaba el Catecismo de los
patriotas, “la independencia; esto es, que la Patria no dependa de la Espa-
ña, de la Francia, de Inglaterra, de Turquía, etcétera, sino que se gobierne
por sí misma”, en el caso de la libertad nacional, mientras que la libertad
civil consistía en que “la ley sea igual para todos, en que todos sean igua-
les delante de la ley, y sólo sean superiores de los ciudadanos los que han
sido elegidos para mandarlos por la elección libre de los mismos ciuda-
danos, o de sus representantes libremente nombrados por ellos. Donde
hay libertad civil, todos están igualmente sujetos al Gobierno; y el Go-
bierno está sujeto a la ley”.4
Al principio del proceso, en 1808, la situación era bastante diferente,
tanto en el pensamiento como en las actitudes políticas de los criollos.5
Chile vivió ese año una situación doble que a veces se desconoce. Obvia-
mente, fue afectado por la situación de la península, la acefalía monár-
quica y sus numerosas e impactantes consecuencias. Adicionalmente, se
produjo una mutación en el ámbito interno: ese año murió el gobernador
Luis Muñoz de Guzmán y fue reemplazado por el brigadier Francisco
Antonio García Carrasco, hombre de mala prensa, más bien rústico y dis-
tante del sector más influyente de la capital. Ambas situaciones tendrían
influencia en el desenlace del proceso.
En el primer ámbito, cuando se conocieron los sucesos europeos en
Chile, el Cabildo de Santiago sostuvo rápidamente su fidelidad al mo-
narca Fernando VII, procurando que no sólo se tratara de una propuesta
declarativa, sino que tuviera efectos prácticos en la defensa del rey. Si
en esos tiempos tenía algún sentido el concepto de independencia era, al
igual que en el caso español, como contraste a la invasión napoleónica y
como rechazo a Francia.6

4 El “Catecismo de los patriotas” tiene como autor a Camilo Henríquez y fue publi-

cado en El Monitor Araucano en entregas sucesivas durante las ediciones del 27 y 30 de


noviembre, y 2, 7 y 10 de diciembre de 1813.
5 Se puede consultar el tradicional trabajo de Meza Villalobos, La actividad política del

reino de Chile entre 1806-1810. Véase también Jocelyn-Holt, “El escenario juntista chileno,
1808-1810”, Chust, 1808: la eclosión juntera en el mundo hispano, pp. 269-285.
6 Fernández Sebastián y Suárez Cabal, “El concepto de ‘independencia’ y otras nocio-

nes conexas en la España de los siglos xviii y xix”, pp. 5-26.

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En medio de las mayores angustias desea eficazmente el Cabildo tener propor-


ciones para auxiliar a sus hermanas las Provincias de la España europea que
se hayan libertado o liberten del yugo francés y defiendan la gloriosa causa de
los derechos de Su Majestad, y está persuadido que la defensa de estos países
es una cooperación por el bien del estado en general, y de la Patria Madre.7

Tiempo después —en la línea práctica mencionada— el Cabildo pe-


día un donativo voluntario para sostener la causa del rey, a fin de “darle
las mayores pruebas de nuestra inseparable adhesión en medio de las
mayores angustias”.8
Poco después existieron algunos matices —a juicio de algunos con-
temporáneos— respecto de la sinceridad de la actitud fidelista de los
criollos. García Carrasco expresa en una carta que, dada la situación de
la península, algunos criollos habrían señalado que convenía “ser inde-
pendientes de todas las naciones”, sacudirse del yugo español y hacerse
republicanos.9
Si bien los dos años siguientes continuaron en la misma línea, tam-
bién vieron aparecer algunas novedades que ilustran el cambio que co-
menzaba a producirse y que tendría su mayor expresión en 1810, año
decisivo de la transformación política de Chile. Lo que había comenzado
como una mera circunstancia imprevisible, se había transformado en la
génesis de una revolución mayor, destinada a cambiar los destinos de
América y, por cierto, también de Chile.

Los sucesos de 1810

El año decisivo para la historia de la Independencia chilena fue 1810,


tanto en la relación con la península como al interior del reino. Ese año el
gobernador García Carrasco siguió un juicio a Juan Antonio Ovalle, José
Antonio de Rojas y Bernardo de Vera y Pintado, quienes habrían enca-
bezado un intento de separación respecto de la metrópoli. Es interesante
revisar la defensa de los inculpados, en palabras de Ovalle:

7 Cabildo de Santiago, sesión del 19 de septiembre de 1808.


8 Cabildo de Santiago, sesión del 8 de octubre de 1808.
9 García Carrasco a Manuel de Irigoyen, 1° de noviembre de 1809, en Amunátegui,

Los precursores de la Independencia, t. iii, p. 513.

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¿Qué se entiende por independencia? ¿El separamiento [sic] de la metró-


poli?; esto no es lícito y siempre se me ha oído decir y probar que no hay
derecho para ello con su dinero y su gente… Ahora pues (si lo que Dios no
quiera) conquistaran los franceses la España, ¿deberíamos estar dependien-
tes de ella? El que dijese que sí merecería la horca, y lo mismo quien diga
que debemos sujetarnos a los ingleses: luego la independencia de estos es
necesaria y justísima.10

Con ello, los acusados evadían la razón principal de la persecución en


su contra, probablemente con un argumento adecuado y ajustado a la rea-
lidad. Independencia no era querer emanciparse de la monarquía hispana;
es no depender de Francia ni de otra monarquía que no fuera la de Fernan-
do VII, en una fórmula similar a la utilizada por los propios peninsulares
para resguardar su independencia y oponerse a la invasión napoleónica.11
Sin embargo, existía cierto nerviosismo en las autoridades de la co-
rona, a quienes no satisfacían los incipientes movimientos políticos de
1810. El virrey del Río de la Plata, por ejemplo, mostró su preocupación
por el cariz que tomaban las cosas en Chile a mediados de 1810, pre-
viendo el alejamiento de los criollos de su rey: “Noticias fidedignas con
que me hallo, me aseguran de los partidos en que se encuentra dividido
ese vecindario, opinando uno por la independencia, otro por sujetarse
a dominio extranjero y todos dirigidos a sustraerse de la dominación de
nuestro augusto soberano el señor don Fernando VII”.12
En cualquiera de los casos, como enfatiza Simon Collier, es nece-
sario desprender dos conclusiones principales de los sucesos de 1808-
1810 en relación con la independencia chilena: en primer lugar, que el
concepto independencia estaba siendo usado por algunos criollos antes
del 18 de septiembre de 1810. Y en segundo término, que no existía
una acepción única del concepto, sino que se consideraban grados de
independencia.13

10 “Representaciones de don João Antonio Ovalle”, Valparaíso, 28 de mayo de 1810,

en Colección de Historiadores y Documentos relativos a la Independencia de Chile, t. viii, pp.


317-324.
11 Véase Fernández Sebastián y Suárez Cabal, “El concepto de ‘independencia’…”,

pp. 11-13.
12 “Oficio del Virrey de Buenos Aires dirigido al Capitán General de Chile (reserva-

do)”, en Tocornal, Memoria del Primer Gobierno Nacional, Documento ii, p. 230.
13 Collier, Ideas y política…, p. 80.

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Pronto los cambios continuaron en diversos sentidos. A mediados


del 1810 renunció el gobernador García Carrasco, poco querido por la
elite tradicional, y fue reemplazado por Mateo de Toro y Zambrano, fi-
gura octogenaria que estaría en el centro del proceso. Asimismo, ese año
comenzaron a difundirse algunas ideas políticas más originales, el sis-
tema monárquico temió aires independentistas (como el juicio que he-
mos mencionado), y finalmente hubo un llamado a un Cabildo Abierto
—modelo hispano utilizado en muchas ocasiones en el pasado— para
resolver la situación excepcional de Chile en ese momento.14
La convocatoria a un Cabildo Abierto —como la que la tradición
señala que existió en 1810— para resolver lo que habría de hacer la go-
bernación de Chile ante las circunstancias políticas que se vivían fue una
posibilidad muy querida por una parte de la población, pero no dejaba
de causar polémica. En forma paralela, la pequeña opinión pública exis-
tente en la capital recibió un interesante documento, titulado Catecismo
Político Cristiano, el cual sostenía doctrinas que mezclaban aspectos tradi-
cionales hispanos con posturas más novedosas y rupturistas.15 La fórmu-
la utilizada para procurar la formación de una Junta de Gobierno tenía
un evidente sello de la tradición pactista hispánica, como ha destacado
Bernardino Bravo Lira.16 Esto se puede apreciar claramente al considerar
las palabras y el documento citado por José Miguel Infante, procurador
de la ciudad.

En un caso como el presente de estar cautivo el soberano y no habiendo


nombrado antes regente del reino, previene la ley 3ª, título 15, Partida se-
gunda, que se establezca una junta de gobierno, nombrándose los vocales

14 Véase al respecto el interesante trabajo de Guerrero Lira, “Los cabildos abiertos y

la Asamblea del 18 de septiembre de 1810”, pp. 7-31. Guerrero relativiza el carácter del
“Cabildo Abierto” y se refiere más bien —de acuerdo con las fuentes del periodo— a una
asamblea en la que participaron autoridades, algunas corporaciones (entre ellas el Cabil-
do) y otras personas nobles de la capital.
15 Véanse las diversas posturas sobre el significado del Catecismo Político Cristiano en

Eyzaguirre, Ideario y ruta…, p. 104 (visión tradicional hispana); Villalobos, Tradición y re-
forma…, pp. 253-259 (postura más ecléctica); Jocelyn-Holt, La Independencia de Chile…,
pp. 199-200 (enfatiza los aspectos de ruptura contenidos en el Catecismo). Dos estudios
clásicos y detallados sobre el texto son Donoso, El catecismo político cristiano y Hanisch, El
catecismo político-cristiano. Las ideas y la época: 1810.
16 Bravo Lira, Derecho común y derecho propio en el Nuevo Mundo, pp. 89-145.

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que deban componerla “por los mayorales del reino, así como los perlados, e
ricos homes, e los otros homes buenos y honrados de las villas”.17

Así apareció en la sesión del 18 de septiembre y así se formó la Pri-


mera Junta de Gobierno, con un claro sentido de fidelidad al rey Fernan-
do VII, como queda en evidencia con la pregunta que se formula a los
miembros de la Junta:

¿Jura usted defender la patria hasta derramar la última gota de sangre, para
conservarla ilesa hasta depositarla en manos del señor don Fernando VII,
nuestro soberano, o de su legítimo sucesor; conservar y guardar nuestra re-
ligión y leyes; hacer justicia y reconocer al supremo Consejo de Regencia
como representante de la majestad Real?18

Sin embargo, con el tiempo, el sentimiento de fidelidad mutaría rá-


pidamente hacia el reclamo de independencia por parte de los criollos,
cada vez más renuentes a “seguir obedeciendo”. Así quedó claro al con-
memorarse un año después el aniversario del “18”, en una fórmula que
iría definiendo la fiesta cívica nacional.19
El 18 de septiembre de 1812, la fecha de la Primera Junta de Gobier-
no aparece como una fiesta de la independencia, cambiando el sentido y
significado que había tenido en su momento, pero adecuándolo a la evo-
lución de las ideas y de la política en los años inmediatamente siguientes.

Ya de Chile los genios ilustres


le preparan las sendas de honor
Y resuena con noble entusiasmo
De la patria la intrépida voz.
Conociendo sus altos derechos
Los proclama con fuerza y valor

17 Así lo explicitó José Miguel Infante en la jornada del 18 de septiembre de 1810, ci-

tado en Tocornal, Memoria del Primer Gobierno Nacional, p. 205. La misma idea se encuen-
tra en Infante, “Parecer del procurador negando la legitimidad del Consejo de Regencia”,
14 de agosto, 1810, en Martínez, Memoria histórica sobre la revolución de Chile, pp. 72-76.
18 El juramento de los miembros de la Junta de Gobierno, del 18 de septiembre de

1810, se encuentra citado en “Diario de don José Gregorio Argomedo”, en Colección de His-
toriadores y Documentos relativos a la Independencia de Chile, t. xix, p. 28.
19 Martínez, Memoria histórica sobre la Revolución de Chile, t. 1, pp. 285-286.

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Y al gran día de su independencia


Se apresura con paso veloz.20

Unos versos de Camilo Henríquez iban en la misma línea:

Ensalzad de la patria el nombre claro.


Hijos del Sud: despedazad cadenas:
Apareced gloriosos en el mundo
Por vuestra libertad e independencia.21

Como se puede apreciar, la idea de independencia había comenzado


a adquirir una nueva connotación, cualquiera fuera la explicación que se
diera: significaba primero una mayor autonomía política; después, abo-
gar por la separación de Chile respecto de España; y finalmente, el co-
mienzo de una nueva era histórica que se había proyectado de manera
gradual en un principio, pero que comenzaba a adquirir un carácter más
rupturista. El 18 de septiembre, por lo mismo, marcaba un punto de
inflexión dentro de la historia nacional y pronto se transformaría en la
fiesta nacional por excelencia.22
Sin embargo, el camino recién estaba comenzando y tendría numero-
sas dificultades para lograr el éxito definitivo.

El camino hacia la independencia de Chile

Si en 1810 primaron las ideas tradicionales españolas, o bien existía una


forma mixta de ver las cosas, el camino que siguió Chile después de la
Primera Junta de Gobierno fue claramente separatista. La evolución ope-
ró, al menos, en siete ámbitos fundamentales, todos ellos necesarios para
consolidar el nuevo orden político nacional.
En primer lugar, en el ámbito de las ideas políticas. En este plano el
cambio mayor —si bien a nivel de las elites, como todo el proceso de

20 Himno patriótico de Bernardo de Vera y Pintado, en Martínez, Memoria históri-

ca…, t. ii, p. 90. El mismo autor señala en otro himno: “¡Que las sabias leyes/ le alcancen
a dar/ Con su independencia/ Su felicidad”.
21 “Inscripciones”, de Camilo Henríquez, en Martínez, Memoria histórica…, t. ii, p. 91.
22 Peralta, ¡Chile tiene fiesta! El origen del 18 de septiembre (1810-1837); Sagredo, “La

Independencia de Chile y sus cadenas”, pp. 209-246.

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emancipación— se dio en la transformación de la mentalidad política


que transitó desde la fidelidad a la monarquía hacia la opción por la in-
dependencia y, más tenuemente, hacia la preferencia del sistema republi-
cano como mejor forma de gobierno para Chile.23 Esta situación tiene un
correlato en lo que se denomina la “revolución del lenguaje”, que incor-
pora un lenguaje político nuevo y de inmenso atractivo: libertad, indepen-
dencia, república, pueblo, revolución, patria, nación, ciudadano, son algunas
de las voces que llenan y redefinen tanto el vocabulario como las nuevas
ideas políticas del continente y de Chile.
El segundo cambio se relaciona con la creación de instituciones po-
líticas. Después de una Junta de Gobierno que juró fidelidad a Fernando
VII en septiembre de 1810, aparecieron nuevas instituciones con un cla-
ro sesgo reformador: así surgió el Congreso Nacional (inaugurado sim-
bólicamente el 4 de julio de 1811) y nuevas juntas de gobierno lideradas
por caudillos militares de alto impacto en el proceso de independencia.24
Un momento culminante al respecto fue el Reglamento Constitucional
Provisorio de 1812, que explícitamente señalaba en su título v que “nin-
gún decreto, providencia u orden que emane de cualquiera Autoridad o
Tribunales de fuera del territorio de Chile, tendrá efecto alguno”.25
Un tercer elemento de variación tiene que ver con el surgimiento de
la opinión pública. Una de las novedades fundamentales, principalmente
en la socialización de las ideas políticas, fue la irrupción y desarrollo de
la prensa nacional, inexistente antes de 1810 (a diferencia de otros paí-
ses del continente, como los virreinatos de Nueva España y Perú). Los
medios tenían nombres simbólicos que hablan por sí mismos: Aurora de
Chile, Semanario Republicano y Monitor Araucano, como contrapartida a la
oscuridad o las tinieblas del pasado, a la monarquía y a los españoles.26
Estos periódicos —dirigidos por figuras notables como Camilo Henrí-
quez y Antonio José de Irisarri— fueron los principales difusores de un
nuevo ideario y de conceptos políticos originales y revolucionarios: inde-
pendencia, república, liberal.
En cuarto lugar, la revolución produjo cambios importantes en el
plano simbólico. Durante los años que van desde la Junta de Gobierno
23 Collier, Ideas y política…, pp. 91-120; Castillo, La creación de la república.
24 Guerrero Lira, “La formación del primer Congreso Nacional”, pp. xxvii-cix.
25 Reglamento constitucional provisorio del pueblo de Chile, pp. 4-5.
26 San Francisco, “El nacimiento de la prensa chilena y el proceso de Independencia,

1810-1814. La Aurora de Chile, el primer periódico nacional”, pp. 209-237.

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hasta la Declaración de la Independencia se crearon importantes símbo-


los que después se transformarían en los emblemas nacionales, como la
bandera y el Escudo Nacional. Este último, por ejemplo, tenía la particu-
laridad de destacar las figuras indígenas en su imagen (además, de mane-
ra ilustrativa, señalaba en latín la frase “La luz después de las tinieblas”).27
En esta misma línea, es interesante constatar que se produce el rescate y
realce de las figuras indígenas como Lautaro o Caupolicán, en un pro-
ceso análogo al que vivían otras naciones emergentes y que procuraba
destacar lo autóctono frente a lo español.28 La música patriótica, como ha
mostrado Rafael Pedemonte, también tuvo un papel importante en este
sentido, dado que podía difundir sus mensajes en sectores analfabetos.29
Otro cambio, el quinto, se constata en la formación de organismos
designados como “nacionales”. En esos años se crearon instituciones que
tenían un claro sentido nacional (y no hispano o monárquico). Entre
ellos destaca especialmente el Instituto Nacional (establecimiento desti-
nado a formar ciudadanos que gobernaran y le dieran honor a la nación,
la defendieran y la hicieran florecer) y la Biblioteca Nacional. Los dos
fueron clausurados durante la Restauración Monárquica de 1814 y rea-
biertos después del triunfo patriota.
El sexto cambio tuvo lugar en el ámbito militar. Chile fue, en el siglo
xix, “tierra de guerra”, como advierte Mario Góngora al puntualizar que
cada generación enfrentó un conflicto bélico internacional o civil.30 El
Ejército de Chile y sus líderes tuvo su primer encuentro contra los repre-
sentantes del Ejército del Rey en la llamada Guerra de la Independencia,
mixtura de guerra internacional y guerra civil, pero que durante el siglo
xix constituyó uno de los principales símbolos discursivos de la nación.
Si bien no estaban suficientemente claras las adhesiones y lealtades del
pueblo, lo cierto es que a medida que avanzó el proceso, entre 1813 y
1818, fue más claro que un Ejército patriota se opuso a los monarquistas
en los campos de batalla con el objetivo expreso de lograr la independen-
cia política del país.

27 Véase al respecto Zaldívar y Sánchez, “Símbolos, emblemas y ritos en la cons-

trucción de la nación. La fiesta cívica republicana: Chile 1810-1830”, especialmente pp.


87-101.
28 Earle, The Return of the Native. Indians and Myth-Making in Spanish America, 1810-

1930, especialmente pp. 29-50.


29 Pedemonte, Los acordes de la Patria. Música y nación en el siglo xix chileno.
30 Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos xix y xx.

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Finalmente, el séptimo cambio se refiere a la Declaración de la In-


dependencia propiamente tal. Se trata del documento escrito que fue el
resultado del proceso y que fijó la postura chilena ante el resto del mun-
do: el país pasaría a ser libre e independiente, tanto de la monarquía es-
pañola como de cualquier otra potencia extranjera. Adicionalmente, se
asignaba el derecho a fijar libremente el sistema de gobierno “que más
convenga a sus intereses”. La Declaración representaba la clausura escrita
de un proceso que había comenzado con el sello de la fidelidad a la mo-
narquía y que concluía con la decisión de construir una nación soberana.
Todo lo anterior no ocurrió de un día para otro, sino que fue el resul-
tado de un proceso que comenzó en Europa, siguió en la jornada del 18 de
septiembre de 1810, y se desarrolló en las ideas políticas y los campos
de batalla bajo un sello progresivo en favor de la Independencia de Chile.

Los chilenos reclaman su independencia

Si la jornada del 18 de septiembre de 1810 se caracteriza, entre otras co-


sas, por el juramento de fidelidad al rey Fernando VII, lo que se inicia ese
mismo día marcha progresivamente en una dirección opuesta. El proceso
manifiesta ambivalencias, tiene ritmos distintos y posturas diferentes en-
tre sus actores. La independencia, el resultado conocido que se declara
en 1818 y cuya historia comenzó en 1810, no fue un proyecto en el es-
tricto sentido de la palabra: pensado, descrito y llevado a la práctica. La
independencia, tal como la conocemos, fue la consecuencia de la evolu-
ción cultural, política y militar acontecida en Chile entre la Primera Junta
de Gobierno y la Declaración de 1818.
Dentro de ese proceso hubo personas y medios de prensa que difun-
dieron el ideario independentista y que propusieron terminar con el víncu­
lo que unía a Chile con la monarquía hispana. De esta manera, la voz
independencia expresada en 1809 y 1810, que no ilustraba sobre el deseo
de emancipación absoluta respecto de la madre patria, toma un giro sepa-
ratista en las ideas y en las acciones para llevar adelante la victoria.
En el primer año hubo ya cambios relevantes en Chile: la evolución
de la Junta de Gobierno tomó un ritmo más autónomo; hubo un juicio
a un coronel del Ejército que se oponía a las elecciones convocadas (en
el motín de Figueroa, de abril de 1811); comenzó a funcionar el primer
Congreso Nacional; y los militares irrumpieron como actores políticos en

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algunos momentos importantes.31 Uno de ellos, José Miguel Carrera,


planteó su postura con decisión a fines de 1811: “Así es que cuando to-
dos sus tribunales deben ser provisorios se adelantó a instalar Congreso,
asamblea que sólo puede principiar cuando llegue el tiempo de erigir el
edificio grande, soberbio, duradero y perpetuo de una independencia
absoluta”.32 Estaba llegando el momento a juicio de Carrera, quien a me-
diados de octubre de ese mismo año escribió una importante carta a su
padre en la que señalaba con entera convicción: “Ha llegado la época de
la independencia americana; nadie puede evitarla. La España está perdi-
da; y si nos dejamos llevar de infundados recelos, seremos presa del pri-
mer advenedizo que quiera subyugarnos”.33
El nacimiento de la prensa, en especial la Aurora de Chile, fue un fac-
tor crucial tanto para el desarrollo del pensamiento político como para la
socialización de las nuevas ideas. Un artículo de este periódico explicita
muy claramente las dimensiones y significado de una potencial transfor-
mación en el país:

Cuando después de tantos años de dependencia colonial y nulidad política


se deja ver la libertad sobre el horizonte americano, ¡que diferentes sensa-
ciones, que diversos pensamientos se excitan en los hombres! Las almas
abiertas condenadas a la servidumbre o por el vil interés, principio de todos
los vicios degradantes, o por la ignorancia y la pusilanimidad, llaman pre-
tendida libertad aquella a que aspiramos. ¡Qué! ¿no puede existir la verda-
dera libertad en este mundo? No ha existido y aún existe en nuestro mismo
continente? En el momento en que los pueblos declaran y sostienen su in-
dependencia, gozan de la libertad nacional: su libertad civil y política son
obra de su constitución y de sus leyes. ¿Y quién puede negarnos la posibi-
lidad de establecer nuestra libertad interior o lo que es lo mismo, el buen
orden y la justicia? Aún nos resentimos de los defectos del antiguo sistema;
la ignorancia de tres siglos de barbarie está sobre nosotros; nos ha deteni-
do la irresolución natural a un pueblo esclavo por tantos años, y que jamás
tuvo la menor influencia en la legislación ni en los negocios públicos; han

31 La narración de este proceso se puede seguir en Barros Arana, Historia General de

Chile, t. viii.
32 “Manifiesto de don José Miguel Carrera, en 4 de diciembre de 1811, en el cual

justifica la disolución del Congreso”, Letelier, Sesiones de los Cuerpos Legislativos…, t. i,


p. 198.
33 La carta está reproducida en Barros Arana, Historia General de Chile, t. viii, p. 330.

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habido oscilaciones momentáneas, propias de la infancia de las naciones,


pero en medio de estos instantes de crisis, en medio de nuestra inexperiencia
y oprimidos bajo el peso de nuestros heredados defectos, hemos respetado y
ha sido inviolable para nosotros la equidad y la humanidad.34

En varias ocasiones el mismo periódico, y también El Semanario Re-


publicano, vuelven a explicar las ventajas de la independencia, e incluso
sostienen que “Los estados nacen por su independencia”. Esto se pro-
duce porque, en la práctica, “La independencia extrae a los pueblos del
seno de la oscuridad, los coloca en la escena del mundo para que, o por
las virtudes y los talentos sean gloriosos e inmortales, o por sus propios
vicios vuelvan a la nada de que salieron”.35
Irisarri planteó una postura con su tradicional franqueza: “Debemos
manifestar al orbe entero nuestras ideas a cara descubierta, y abandonar el
paso equívoco y tortuoso con que nos dirigimos a la absoluta independen-
cia de España”. Para ello, era necesario obrar claramente en la dirección
propuesta, “sin engaños ni disimulos, con los recursos que se dispongan
para llevar a cabo la propuesta”.36
Luego desarrolló más latamente la idea en el mismo artículo:

Nada perdemos con proclamar la independencia de ese Fernando, que no


existe sino para la devastación de sus dominios, cuando lo que podemos
ganar con este paso es incalculable y muy factible. Temblarán los españo-
les, por más feroces que sean, de invadir un Estado libre e independiente,
donde serán tratados de la misma suerte que ellos lo intentan con noso-
tros; y mostrando desde luego nuestra decisión absoluta a no reconocer más
autoridad, que la que emane de nuestros pueblos, franquearemos nuestros
puertos a aquel o a aquellos extranjeros, en cuyo poder encuentre mejor
sostén nuestra reconocida independencia. Si tenemos brazos y recursos para
la guerra, y si de nada nos puede aprovechar una política mezquina e impo-
tente, ¿por qué hemos de abrazar un partido que solo convenía a los hom-
bres más desvalidos del mundo, y que a nosotros no nos puede traer sino
atrasos y miserias?

34 Aurora de Chile, núm. 27, jueves 13 de agosto, 1812.


35 Aurora de Chile, núm. 30, jueves 3 de septiembre, 1812, “Aspectos de las provin-
cias revolucionadas de América”.
36 El Semanario Republicano, núm. 1, sábado 7 de agosto, 1813, “Reflexiones sobre la

política de los Gobiernos de América”.

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196   alejandro san francisco

El tema de fondo es que en esos tres años se había producido una evo-
lución política mayor, con consecuencias quizá imprevisibles en 1810,
pero más nítidas en 1813, al menos en algunos autores que guiaban la
opinión pública y manifestaban abiertamente sus convicciones. La inde-
pendencia era “el único término de nuestra revolución”, y para lograrla
había que desarrollar una conducta decidida.37

El valor nos hará conocer que nada aventuramos con la independencia,


porque bastante mérito hemos dado ya para ser reputados por rebeldes; y
poniendo toda nuestra seguridad en la suerte de las armas, llevaremos la
victoria dependiente de nuestras hazañas. Todas estas cosas nos harán apro-
vechar los momentos, tomar todas medidas de defensa y encender de una
vez el entusiasmo militar, que es el que sólo nos puede salvar de los peligros.
Lejos de nosotros esta miserable conducta que observamos, y que nos lleva a
pasos largos a la ruina del sistema que sólo puede consolidarse con la guerra.
¿Esperamos acaso a que la España nos vuelva a dominar, creyendo, que
por lo que hemos hecho, seremos tratados con más consideración que ante-
riormente? ¿Tememos que la declaración de la independencia ponga de peor
estado nuestros negocios políticos? 38

Parte de esa transformación había sido la mutación desde las convic-


ciones monárquicas hacia un incipiente ideario republicano, cuyo atrac-
tivo se hizo evidente para algunos de los principales exponentes de las
ideas políticas que comenzaron a circular. “Entiendan todos que el único
Rey que tenemos es el Pueblo Soberano; que la única ley es la voluntad
del Pueblo; que la única fuerza es la de la Patria”, expresaba claramente
el periódico en 1813, e incluso animaba a declarar enemigo del Estado
“al que no reconozca esta soberanía única a inequivocable, que sin más
diligencia que la exacta ejecución de nuestras leyes, lograremos la misma
seguridad, que cualquier Estado independiente”. 39
El semanario llamaba a superar el temor de acometer la empresa,
presente en muchos criollos de entonces, asegurando que “nada perde-
37 El Semanario Republicano, núm. 2, sábado 7 de agosto, 1813, “Artículo Comu-

nicado”.
38 El Semanario Republicano, núm. 5, sábado 4 de septiembre, 1813, “Sobre las con-

secuencias que debe traernos la independencia”.


39 El Semanario Republicano, núm. 1, sábado 7 de agosto, 1813, “Reflexiones sobre la

política de los Gobiernos de América”.

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chile y su independencia. los hechos, los textos y la declaración de 1818   197

mos con declarar la independencia, porque los males que nos pudiera
traer esta no pueden ser otros, que una opresión mayor que la pasada,
y la misma que debemos esperar racionalmente, por consecuencia de lo
que ya tenemos hecho”. Es decir, no había vuelta atrás y seguramente la
monarquía cobraría algún tipo de vindicta por los sucesos de los últimos
tres años y la falta de fidelidad que se podía apreciar. Más que males,
había que pensar en los bienes que se podrían lograr con el éxito de la
empresa: “Solo la independencia es capaz de ponernos a cubierto de las
dobles cadenas que nos amenazan, y solo podemos empezar a contar los
días de nuestra felicidad, desde aquel en que rompamos los funestos la-
zos que nos atan al despotismo español”.40
Por el contrario, nada bueno podía esperarse de los dominadores:

Cualquier hombre que piense, conocerá que las Américas bajo el domi-
nio español jamás pueden gozar de la libertad civil, ni menos adelantarán
un paso en su felicidad. Para convencerse de esta verdad, no es necesa-
rio encanecer sobre los libros, ni apurar el entendimiento con cálculos
prolijos: basta conocer cuál es y cuál ha sido hasta hoy la conducta que
observan las metrópolis con sus colonias. Considerados los colonos como
unos hombres sujetos por la fuerza, se les hace servir al engrandecimiento
de la nación que les domina, y se les separan continuamente todas aque-
llas cosas, que algún día pudieran darles una consideración funesta a sus
dominadores.41

Hacia 1813 había al menos un importante grupo de chilenos con


liderazgo político, militar y en la opinión pública que estaba dispuesto
a enfrentar a la monarquía con el cambio de régimen de gobierno, las
armas y la prensa. Era necesario pasar de la iniciativa personal a la deci-
sión política por avanzar hacia la independencia nacional. Sin embargo,
el asunto no sería tan fácil: la otra cara de la moneda era una monar-
quía dispuesta a recuperar espacios en los reinos que comenzaban a
emanciparse.

40 El Semanario Republicano, núm. 5, sábado 4 de septiembre, 1813, “Sobre las con-

secuencias que debe traernos la independencia”.


41 El Semanario Republicano, núm. 5, sábado 4 de septiembre de 1813, “Sobre las

consecuencias que debe traernos la independencia”.

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Las ambigüedades del proceso y el último asalto de la monarquía

A medida que avanzó el ideal separatista, también las fuerzas monárqui-


cas desarrollaron un trabajo para restablecer su presencia en todo el con-
tinente. El brigadier Antonio Pareja y luego Gabino Gaínza encabezaron
el ejército restaurador de la monarquía, que enfrentó a las fuerzas criollas
que dirigían José Miguel Carrera y luego Bernardo O’Higgins. Comenza-
ba la restauración de la monarquía.42
No es el momento de hacer una narración pormenorizada de los su-
cesos militares y políticos de esos tiempos. Baste recordar, simplemente,
que los esfuerzos de emancipación se vieron frustrados cuando los rea-
listas vencieron a los patriotas en la batalla de Rancagua (el “desastre”,
como lo llamaron los criollos) el 1° y 2 de octubre de 1814. Pocos días
después, el líder militar español Mariano Osorio y sus tropas victoriosas
entraron a la capital para restaurar el imperio de la monarquía.
Como recuerda vivamente José Zapiola —el gran músico popular
chileno del siglo xix—, “Cuando dos o tres días después de la batalla de
Rancagua entraron a Santiago las primeras tropas realistas, apareció la
ciudad completamente adornada con la bandera española”.43 La expli-
cación del propio autor de los Recuerdos de treinta años era la “conocida
prudencia” de los chilenos, aunque en realidad ilustra claramente las li-
mitaciones de la conciencia separatista de los criollos hacia 1814.
Sin embargo, cabe también ponderar la existencia de una división de
opiniones dentro de la sociedad capitalina, donde era posible tanto apo-
yar la causa autonomista como la continuidad del sistema monárquico.
Asimismo, queda en evidencia que el discurso público de la elite era muy
categórico y seguramente representaba las convicciones de los líderes de
la revolución, pero esa misma claridad no la tenían los miembros de los
sectores populares.
Como han estudiado Leonardo León, Julio Pinto y Verónica Valdivia,
en los años de la independencia, Chile no tuvo un ejército patriota com-
pletamente comprometido con la causa de la autonomía (y mucho menos
con una lejana opción republicana). Por lo mismo, los modos de reclu-
tamiento forzados —o disciplinamiento— generaron respuestas contra-
dictorias y no sólo no lograron transformar la apatía del pueblo, sino que

42 Barros Arana, Historia General de Chile, t. x.


43 Zapiola, Recuerdos de treinta años 1810-1840, p. 95.

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incluso provocaron la deserción en una tarea no comprendida o que, al


menos, no concitaba el respaldo decidido de la población.44
Por otra parte, comenzó la restauración de las instituciones de la mo-
narquía y la represión sobre las personas que en los años anteriores ha-
bían promovido la causa autonomista. Numerosos chilenos partieron al
exilio y otros tantos fueron confinados a la isla de Juan Fernández, lo
que representó tanto una clara manifestación de los excesos del nuevo
gobierno como de los sufrimientos que debieron padecer los patriotas.45
Como ha expresado Cristián Guerrero Lira en un excelente trabajo,
no debemos exagerar el contenido del gobierno de la restauración ni atri-
buirle mayores males que los efectivamente provocados.46 Sin embargo,
la figura de Francisco Casimiro Marcó del Pont, sucesor de Osorio al
mando de los peninsulares en Chile, representó claramente la expresión
más viva de la represión, la injusticia y la tiranía del sistema de domina-
ción español. Marcó del Pont no sólo completó la abolición de las insti-
tuciones de la Patria Vieja, sino que amplió los efectos de los tribunales
de vindicación y la temida presencia de los Talaveras de la Reina, el ejem-
plo más elocuente de la mencionada represión. A ello debemos añadir
la confección de listas de ciudadanos patriotas y otros tantos problemas
derivados de la restauración de la monarquía.
En el plano de las ideas políticas hubo asimismo una vuelta atrás,
como se desprende del funcionamiento de las instituciones entre 1814 y
1818. También influyó el desarrollo de ideas políticas tradicionales pre-
sentes en la prensa monarquista y el juicio lapidario hacia los años de la
Patria Vieja. Así lo expresa brevemente una carta del virrey publicada en
Viva el Rey. Gazeta del Gobierno de Chile, el periódico funcional a las auto-
ridades establecidas a partir de 1814.

Desde las primeras conmociones que bajo el velo de seguridad, suscitaron


en ese país almas inquietas, ambiciosas o alucinadas con máximas de una

44 León, “Reclutas forzados y desertores de la Patria: el bajo pueblo chileno en la gue-

rra de la Independencia, 1810-1814”, pp. 251-297. El autor precisa, en cualquier caso,


que los chilenos desertaron de la idea de patria en cualquiera de sus manifestaciones, es
decir, tanto “monarquista” como “republicana”. Véase también Pinto y Valdivia, ¿Chilenos
todos? La construcción social de la nación 1810-1840.
45 Véase sobre la narración del destierro a Fernández en Egaña, El chileno consolado en

los presidios o filosofía de la religión.


46 Guerrero Lira, La contrarrevolución de la Independencia de Chile.

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mal entendida política, de una libertad e independencia quimérica e im-


practicable; preveía yo con sumo dolor los honores que iban a producir en
los bienes y en las personas de su inocente vecindario.47

Poco después, otro documento enfatizaba la misma idea: “Acabad


ya esa guerra destructora de vosotros mismos: conoced que la indepen-
dencia es una quimera impracticable, y que el intentarla no puede pro-
ducir más que vuestra propia ruina”.48 Por lo demás, la monarquía no
estaba dispuesta a ceder espacios ni volver al riesgo inmenso de perder
sus dominios en América. La única fórmula posible sería encontrar los
ideales a través de la fuerza, precisamente en la guerra de la Indepen-
dencia, cuyo triunfo era necesario para incorporar en la declaración
que establecería la nueva posición de Chile ante la monarquía y ante el
mundo.
Sin embargo, la guerra misma había contribuido a polarizar las po-
siciones y en el ámbito criollo la protesta por la independencia se hizo
cada vez más evidente y pública. Un interesante texto defendía el dere-
cho de los chilenos —al igual que lo tenían ingleses, franceses y españo-
les— para hacer sus propias leyes, administrar sus fondos o repeler por
la fuerza a los agresores, como era el caso del “rey de España y sus satéli-
tes”. Finalmente, concluía por analogía: “la Francia, la Inglaterra, España,
Alemania, etcétera, fueron en otro tiempo colonias del Imperio Romano,
como nosotros hemos sido de los españoles. Luego si estas naciones se
han hecho con legitimidad independientes, las colonias americanas pue-
den serlo sin disputa del mismo modo”.49
A finales de 1817 circuló una proclama que invitaba a los ciudadanos
chilenos a declarar oficialmente la Independencia.

Si están cortadas las relaciones de este Estado con la antigua Metrópoli, si es-
tán rotas las ignominiosas cadenas que nos sujetaban a ella, y si para decirlo
de una vez está declarada de hecho por el voto general la independencia po-

47 Gazeta Extraordinaria del Gobierno de Chile, lunes 19 de diciembre, 1814, “El Vi-

rrey del Perú a los habitantes del Reino de Chile”.


48 “Proclama a los habitantes de las Indias. El Ministro Universal de ellas”, Madrid,

20 de julio, 1814, reproducido en Gazeta Extraordinaria del Gobierno de Chile, jueves 6 de


abril, 1815.
49 La justicia en defensa de la verdad. Diálogo entre Clarideo y Rosa, aludiendo de ésta y

Paulino, pp. 2-3.

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chile y su independencia. los hechos, los textos y la declaración de 1818   201

lítica de este Estado, parece infundado diferir esta solemne declaración sin
la cual nuestros sacrificios no tendrán el carácter de esfuerzos hechos por
los hombres libres, y acaso serán confundidos con las pretensiones en que
suelen entrar los esclavos para arrancar un partido ventajoso de sus amos.
Sin esta declaración no ocuparemos el rango debido en el cuadro de las Na-
ciones; no obtendremos de ella la protección a que es acreedora la justicia
de nuestra causa, y nuestros Diputados carecerían de representación, y no
serían oídos en sus gestiones.

Con base en esta argumentación, se ordenaba que en cada cuartel


que hubiese en el país existiera un libro bajo el título de “Suscripción de
los ciudadanos que votan por la necesidad de que el gobierno declare
prontamente la Independencia del Estado chileno”, y otro con la fórmula
contraria. Concluido un plazo de dos semanas, el gobierno sometería a
escrutinio los votos estimados representativos de “la voluntad general” y
procedería en consecuencia.50
La evolución doctrinal se desarrollaba en paralelo a la actividad bé-
lica. Los patriotas criollos, con la colaboración de José de San Martín,
organizaron un ejército y se levantaron contra las nuevas autoridades. Si
bien el avance no siempre tenía la velocidad querida por los actores, la
marcha en la dirección definitiva no presentó mayores sobresaltos. Final-
mente, sendas batallas en Chacabuco (12 de febrero de 1817) y Maipú (5
de abril de 1818) sellaron la suerte favorable a los patriotas. Entre ambas
victorias militares, Chile proclamó definitivamente su independencia.

La Declaración de la Independencia de Chile, 1818.


Las claves del relato independentista

La Declaración de la Independencia de Chile tiene fecha del 1° de enero


de 1818. Se trata de un texto breve firmado por Bernardo O’Higgins, Mi-
guel Zañartu, Hipólito de Villegas y José Ignacio Zenteno.
Como ha señalado la historiografía, proclamar la independencia se
transformó en una necesidad de la nación emergente. En palabras de
Barros Arana, Chile ya tenía bandera propia y escudo de armas, y sólo

50 “La Suprema Junta Gubernativa delegada del Estado de Chile, &c.”, 13 de noviem-

bre, 1817, reproducido en Impresos chilenos, 1776-1818, t. ii, p. 329.

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202   alejandro san francisco

faltaba “hacer una declaración expresa” como la que ya habían hecho


“Estados Unidos en 1776, Venezuela en 1811, Nueva Granada y México
en 1813 y las provincias unidas del Río de la Plata en 1816”.51 Claudio
Gay, por su parte, destacaba que la república existía de hecho, “pero no
había sido sancionada por una de esas declaraciones solemnes que se di-
rigen como testimonio de fidelidad a todas las potencias del globo y que
dan derecho a reconocimiento público o por lo menos a relaciones po-
líticas”. Esto era particularmente válido respecto de aquellos países con
los que Chile había tenido relaciones comerciales, “garantizadas por una
neutralidad públicamente reconocida”.52
Así, la Declaración de la Independencia se hizo querida y necesaria.
En un primer momento, se encargó la redacción del texto a Miguel Za-
ñartu y Bernardo de Vera y Pintado. El documento preparado por Zañar-
tu no fue del gusto de Bernardo O’Higgins (en el texto “puede arribarse
a otros grados de perfección”, dijo en una carta). El Director Supremo
explicó latamente su visión sobre una mejor fórmula para presentar una
declaración simple y clara sobre la independencia chilena:

Por lo que respecta a la sustancia, o se ha de escribir en la Acta el manifies-


to, o se contrae aquella al mero hecho de declarar la independencia. Si lo
primero, una metódica y más prolija combinación de sucesos, cuyo armo-
nioso enlace, haciendo corresponder las partes entre sí y al todo del objeto,
darían a la obra la majestad y complemento que ahora se echan menos. Si
lo segundo, tocarse más rápidamente los motivos que nos impelen a la in-
dependencia, sin detenerse en unos más que en otros, o silenciarlos todos
reservándolos para el manifiesto. Me hace esto acordar la famosa declara-
ción de independencia de Pétion, cuyo rasgo verdaderamente militar atrajo
la complacencia y admiración de toda Europa, con la misma vivacidad y
energía con que se redujo a escribir solamente el único y efectivo título
que da y conserva la libertad de las naciones. Él, refiriéndose a la suya, dijo
solamente: “Es libre: puede y debe serlo, porque tiene fuerzas que escudan
su libertad”.
En el concepto de haberse de tocar algunos de los agravios (que es im-
posible sean todos) que hemos recibido de la España, entiendo no poder
omitirse el imperdonable y espantoso de haber excitado en nuestra contra,

51 Barros Arana, Historia General de Chile, t. xi, pp. 251-252.


52 Gay, Historia física y política de Chile, t. vi, Historia, p. 143.

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chile y su independencia. los hechos, los textos y la declaración de 1818   203

en todo el curso de la guerra, a las naciones bárbaras de nuestro mediodía,


con el fin no de sujetarnos, sino de destruirnos y arrasar el país enteramen-
te. La Europa se horrorizaría de una conducta tan feroz. Los pueblos cultos
se abstienen de beligerar en concurso de los bárbaros, que desconociendo
toda especie de derechos, no distinguen entre el combatiente, el rendido o
el inerme ciudadano.
La protesta de fe que observo en el borrador [el de Zañartu] cuando
habla de nuestro invariable deseo de vivir y morir libres, defendiendo la fe
santa en que nacimos, me parece suprimible en cuanto no hay de ella una
necesidad absoluta, y que acaso pueda chocar algún día con nuestros prin-
cipios de política. Los países cultos han proclamado abiertamente la libertad
de creencias: sin salir de la América del Sur, el Brasil acaba de darnos este
noble ejemplo de liberalismo; e importaría tanto proclamar en Chile una
religión excluyente como prohibir la emigración hacia nosotros de multitud
de talentos y de brazos útiles de que abunda el otro continente. Yo a lo me-
nos no descubro el motivo que nos obligue a protestar la defensa de la fe en
la declaración de nuestra independencia.53

Si se analiza el tema con precisión, es necesario distinguir los aspec-


tos propiamente políticos, en lo que hay plena consistencia, frente a los
temas religiosos, donde O’Higgins manifiesta reservas porque “no hay
necesidad absoluta” de consagrar una religión única y para siempre. El
tema era prudencial y referido exclusivamente a dicha declaración, por
tanto durante su gobierno el Libertador hizo dos constituciones y en am-
bas estableció que la religión de Chile era la católica, apostólica y roma-
na, de acuerdo con la tendencia general de esos años. Pero otra cosa era
declarar la religión oficial en la Declaración de la Independencia.54
El resultado de la discrepancia fue una nueva declaración redactada
por el propio Zañartu, Juan Egaña, Manuel de Salas y Bernardo de Vera
y Pintado, quienes se la enviarían finalmente a O’Higgins. La versión que
aquí analizamos es la que se entregó a O’Higgins, pero sabemos que el

53 El texto está reproducido en Barros Arana, Historia General de la Independencia de

Chile, t. iv, pp. 566-568.


54 En Chile, durante el periodo 1810-1841, existió una clara primacía del concepto

de unidad religiosa en torno al catolicismo como un factor que tenía connotaciones reli-
giosas, pero también un valor político importante, en lo que Ana María Stuven denomina
“una fe común para una sociedad unida”. Véase Stuven, La seducción de un orden. Las elites
y la construcción de Chile en las polémicas culturales y políticas del siglo xix.

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204   alejandro san francisco

Libertador ingresó algunas adiciones que, a su juicio, mejoraban y pre-


cisaban algunos aspectos de la declaración, incluida en el Anexo de esta
obra. Las frases agregadas por el Libertador aparecen en letra cursiva. Las
adiciones de O’Higgins eran específicamente cuatro añadidas a mano al
finalizar el texto:

a) Donde decía que “estaba reservado al siglo xix el oír a la América re-
clamar sus derechos sin ser delincuente y mostrar que el periodo de
su sufrimiento no podía durar más que el de su debilidad”, O’Hig-
gins agregó escuetamente “que ya no existe”.
b) Donde explica “la resolución de separarse para siempre de la Monar-
quía Española y proclamar su independencia a la faz del mundo”,
agrega la siguiente frase: “reservando hacer demostrables oportuna-
mente, en toda su extensión, los sólidos fundamentos de esta justa
determinación”. El propio O’Higgins llevaría adelante esta tarea en
un completo documento.
c) Cuando explica que los ciudadanos han aceptado la proposición de
la independencia, agrega que además está “afianzada en las fuerzas y
recursos que tiene para sostenerla con dignidad y energía”, aclarando
de esa manera las posibilidades reales de éxito en la guerra que toda-
vía sostenían patriotas y realistas.
d) Finalmente, cuando se declara la independencia, dice que el territo-
rio de Chile y sus islas adyacentes forman “un Estado libre, indepen-
diente y soberano, y quedan para siempre separados de la Monarquía
de España”, a lo que O’Higgins añade “y de cualquiera otra domina-
ción”, frase que continúa en el texto original de la siguiente manera:
“con plena aptitud de adoptar la forma de Gobierno que más con-
venga a sus intereses”.

Como expresa con precisión Álvaro Kaempfer, la Declaración de la


Independencia chilena es “autosuficiente, monumental y única”, como se
aprecia al analizar su contenido y significado.55
La Declaración comienza con una afirmación radical, construida de
manera retrospectiva y en una interpretación a posteriori: “La fuerza ha
sido la razón suprema que por más de trescientos años ha mantenido al

55 Kaempfer, Relatos de soberanía, cohesión y emancipación. Declaraciones de indepen-

dencia de las Provincias Unidas en Sudamérica (1816), Chile (1818) y Brasil (1822), p. 75.

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chile y su independencia. los hechos, los textos y la declaración de 1818   205

nuevo mundo en la necesidad de venerar como un dogma la usurpación


de sus derechos y de buscar en ella misma el origen de sus más grandes
deberes”. El objetivo final de la afirmación es justificar por sí misma la
independencia en una línea de argumentación que había comenzado a
construirse después de 1810 y que se había consolidado durante la res-
tauración monárquica. Si algo definía la dominación española era preci-
samente la violencia y no la razón, la imposición y no la convicción de
los gobernados. De esta realidad derivaba la ilegitimidad de la opresión
y del gobierno establecido, la monarquía hispana, y por lo tanto se anti-
cipaban los fundamentos de la emancipación. Como el uso de la fuerza
había sido efectivo, el resultado se expresaba en aceptar tanto la usurpa-
ción de los derechos (ignorados en la práctica) como la sumisa obedien-
cia hacia la monarquía.
La dominación por una parte y la aceptación pasiva de los hechos
por otra no estaban destinadas a ser eternas, como precisa el texto: “Era
preciso que algún día llegase el término de esta violenta sumisión”. “Pero
—como argumenta el documento— entretanto era imposible anticipar-
la: la resistencia del débil contra el fuerte imprime un carácter sacrílego
a sus pretensiones, y no hace más que desacreditar la justicia en que se
fundan”. Cualquier rebelión previa habría sido condenada como ilegíti-
ma, un verdadero sacrilegio, una ofensa a Dios y al rey, aunque hubiera
una supuesta justicia detrás.
Sin embargo, pasado el tiempo, había llegado ya lo que podríamos
denominar “el momento independencia”: precisamente el que se vivía en
las últimas dos décadas. “Estaba reservado al siglo xix el oír a la América
reclamar sus derechos sin ser delincuente y mostrar que el período de
su sufrimiento no podía durar más que el de su debilidad”. Aunque es
posible divisar una ambigüedad al hablar de delincuencia, porque ante
el régimen monárquico seguía habiendo delito en esta rebelión, lo rele-
vante es constatar que precisamente lo que quiere la declaración de la
independencia es consolidar su nuevo estatus internacional y su igualdad
con el resto de las naciones. En el plano interno quedaría un solo gobier-
no legítimo, por lo cual se trasladaba el carácter de los delincuentes, que
ahora pasaban a ser precisamente los defensores del rey. Si antes no se
había logrado salir de la dependencia y se aceptaba el “sufrimiento” era
sencillamente por la “debilidad”: como agregó escuetamente O’Higgins,
esa debilidad “ya no existe”, por lo que el momento de la independencia
no podía postergarse más.

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La Declaración presenta una reinterpretación de la jornada original-


mente fidelista de 1810. El texto explicita que “La revolución del 18 de
Septiembre de 1810 fue el primer esfuerzo que hizo Chile para cumplir
esos altos destinos a que lo llamaba el tiempo y la naturaleza”. La doble
connotación de revolución y de comienzo del proceso de independencia,
en la práctica, no dirige la mirada a los sucesos acaecidos en España y
Chile entre 1808 y 1810, sino que la proyecta al periodo que se inicia
el 18 de septiembre y culmina, precisamente, con la propia declaración
independentista de comienzos del siglo, como se aprecia inmediatamente
al referirse a los patriotas chilenos: “sus habitantes han probado desde
entonces la energía y firmeza de su voluntad, arrostrando las vicisitudes
de una gran guerra en que el gobierno español ha querido hacer ver que
su política con respecto a la América sobrevivirá al trastorno de todos
los abusos”. Se refería, indiscutiblemente, al gobierno de la restauración
monárquica iniciado en 1814, conocido por su arbitrariedad y excesos
contra los patriotas. Fueron esos años de gobierno hispano, especialmen-
te bajo el liderazgo de Marcó del Pont y sus temidos Talaveras, que se
consolidó una imagen negativa de los españoles, como no existía antes
de 1810: “Este último desengaño les ha inspirado naturalmente la reso-
lución de separarse para siempre de la Monarquía Española, y procla-
mar su independencia a la faz del mundo”. La independencia queda así
mencionada como propuesta y más adelante sería proclamada como un
hecho.
El documento, que requiere de legitimidad, se hace cargo de las di-
ficultades existentes para reunir, por ejemplo, un Congreso Nacional o
algún otro órgano representativo que permitiera darle legitimidad a la
declaración. “Mas, no permitiendo las actuales circunstancias de la gue-
rra la convocación de un Congreso Nacional que sancione el voto públi-
co, hemos mandado abrir un Gran Registro en que todos los ciudadanos
del Estado sufraguen por sí mismos, libre y espontáneamente, por la ne-
cesidad urgente de que el Gobierno declare en el día la independencia, o
por la dilación o negativa”.
El tema es interesante porque no sabemos cuántos libros de registro
se abrieron efectivamente ni sus resultados exactos. Sí conocemos la re-
acción de algunos de los signatarios eclesiásticos, interesante al menos
en dos cosas: la primera es la declaración del presbítero José Alejo Ey-
zaguirre, quien suscribe el voto afirmativo, pero manifiesta su rechazo a
la declaración “hasta que el Congreso de Chile, legítimamente formado,

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chile y su independencia. los hechos, los textos y la declaración de 1818   207

declare, establezca y metodice la forma de Gobierno que ha de subsistir”;


la segunda es el comentario de José Ignacio Cienfuegos, gobernador del
obispado, quien sostuvo que el libro de la opción negativa había queda-
do en blanco “porque los opositores habrán querido afirmar su negativa
por la falta de concurrir”.56 Barros Arana, sin embargo, establece un mo-
tivo para la inexistencia de votos que rechazaran la independencia, adi-
cionales al hecho de que la inmensa mayoría de los chilenos en realidad
deseaba la independencia: quienes favorecían la posición minoritaria “te-
mieron que sus votos negativos les atrajesen persecuciones más o menos
violentas en las personas o en sus bienes”.57
La consecuencia clara fue la declaración de la independencia, “ha-
biendo resultado que la universalidad de los ciudadanos está irrevocable-
mente decidida por la afirmativa de aquella proposición, hemos tenido a
bien, en ejercicio del poder extraordinario con que para este caso parti-
cular nos han autorizado los pueblos, declarar solemnemente, a nombre
de ellos, en presencia del Altísimo”.
La referencia a la divinidad, como se puede apreciar de la lectura del
texto y de su historia, nos lleva a recordar el documento previo recibido
y rechazado por O’Higgins.58 El original señalaba la intención “de vivir y
morir libres, defendiendo la fe santa en que nacimos”, fórmula que final-
mente fue rechazada y no aparece en la declaración de la independencia
chilena.59 La presencia del Altísimo en la declaración tiene probablemen-
te el objetivo de mantener el sentido de trascendencia, unánime en el
momento histórico que se vivía, sin entrar a un tema eventualmente más
conflictivo como la existencia de una religión única oficial, en circuns-
tancias en que algunos pueblos recientemente habían decidido favorecer
el sistema de libertad de cultos.
Con todo, lo importante no es el Altísimo en sí, sino que se le ponga
por testigo del aspecto crucial de la Declaración: “[declarar y] hacer saber
a la gran confederación del género humano, que el territorio continental
de Chile y sus islas adyacentes, forman de hecho y por derecho, un Esta-
do libre, independiente y soberano, y quedan para siempre separados de
56 Ambas referencias aparecen en Valencia Avaria, “La declaración de la Independen-

cia de Chile”, p. 39.


57 Barros Arana, Historia General de Chile, t. xi, p. 252.
58 Citado en el artículo de Valencia Avaria, “La declaración de la Independencia de

Chile”, pp. 43-44.


59 Citado en Barros Arana, Historia General de Chile, t. xi, p. 253.

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la Monarquía de España y de otra cualquiera dominación, con plena apti-


tud de adoptar la forma de Gobierno que más convenga a sus intereses”.
Además de ser éste el corazón de la Declaración de la Independencia,
incluye algunos de sus aspectos más complejos, como la ambigüedad
respecto de su organización política futura. Probablemente eso se debió
a que en O’Higgins —y también en otros miembros de la sociedad de
su tiempo— no había claridad sobre cuál era la forma de gobierno más
conveniente, si monarquía, república o alguna combinación (monarquía
constitucional, por ejemplo).60
Una de las características principales del proceso independentista
es que hubo muchos patriotas dispuestos a dar su vida por la causa en
la cual creían, así como a sufrir persecuciones y pérdidas personales y
económicas por llevar adelante el proceso de emancipación. Ese aspec-
to queda claramente reflejado en el texto de la Declaración: “Y para que
esta declaración tenga toda la fuerza y solidez que debe caracterizar la
primera Acta de un Pueblo libre, la afianzamos con el honor, la vida, las
fortunas y todas las relaciones sociales de los habitantes de este nuevo
Estado: comprometemos nuestra palabra, la dignidad de nuestro empleo,
y el decoro de las armas de la patria”.
Para dejar registro del proceso que condujo a la Declaración de la In-
dependencia, el propio texto establecía un mecanismo: “mandamos que
con los libros del Gran Registro se deposite la Acta Original en el Archivo
de la Municipalidad de Santiago, y se circule a todos los pueblos, ejér-
citos y corporaciones, para que inmediatamente se jure y quede sellada
para siempre la emancipación de Chile”.
El documento expresa, de este modo, una de las características del
proceso: la ausencia de órganos representativos de carácter nacional. Si-
guiendo la tradición que había conducido a la formación de la Primera
Junta de Gobierno en 1810, el liderazgo estuvo a cargo del Cabildo de
Santiago; en 1818 la situación era exactamente la misma. Por ello, el tex-
to señala la necesidad de hacer circular la declaración —presumimos—
rápidamente al resto del país para su socialización y juramento. Con ello,
la emancipación chilena quedaría sellada “para siempre”.
Finalmente, aparecen algunos datos históricos relevantes: “Dada en
el Palacio Directorial de Concepción a 1 de enero de 1818, firmada de

60 El debate sobre el régimen de gobierno, para el caso de O’Higgins, está explicado

en Collier, Ideas y política…, pp. 236-241.

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chile y su independencia. los hechos, los textos y la declaración de 1818   209

nuestra mano, signada con el de la nación, y refrendada por nuestros


ministros y secretarios de Estado, en los departamentos de Gobierno, Ha-
cienda y Guerra”. Se trata, en realidad, de una fecha convencional, a ob-
jeto de hacerla coincidir con el primer día del año 1818. El 12 de febrero
—fecha simbólica del triunfo en Chacabuco un año antes— se realizó la
llamada Jura de la Independencia, para sellar definitivamente el compro-
miso del país con su nueva forma de organización política. En la ocasión
se le preguntó a los presentes una fórmula sencilla y clara: “¿Jurais a Dios
y prometeis a la Patria con la garantía de vuestras fortunas, honor y vidas
sostener la presente declaración de independencia absoluta del Estado
chileno de Fernando VII, sus sucesores y cualquiera otra dominación
extraña?”61
La respuesta afirmativa y tres descargas de artillería sellaron la cere-
monia, en la cual se arrojaron también medallas alusivas. Las autoridades
prometieron la misma fidelidad, que también se hizo extensiva al pueblo.
En los días siguientes hubo otras ceremonias de juramento, actos litúrgi-
cos como un tedeum, fiestas y fuegos artificiales que se prolongaron por
seis noches. La ceremonia de Proclamación de la Independencia se repi-
tió en diversos pueblos de Chile.62
El tema de fondo estaba contenido en el documento y marcaba un
paso central en la historia chilena de comienzos del siglo xix. La inde-
pendencia era crucial para que una nación constituyera un verdadero
cuerpo político que se entendiera de igual a igual con las demás naciones
y no con un carácter precario o subalterno. La independencia permitía
no recibir las leyes de otro país y la soberanía daba el poder para decidir
una autoridad propia.
Otra de las observaciones de O’Higgins se refería a la simplicidad
que debía tener el documento, dejando para otra ocasión la presenta-
ción de un texto que explicara el largo catálogo de abusos cometidos
por el dominio español en América. El propio Director Supremo pre-
sentó un cabal Manifiesto exponiendo los motivos que justificaban la
posición de Chile y su reclamo independentista, fechado el 12 de fe-
brero de 1818.63
61 Citado en Sanfuentes, Chile desde la batalla de Chacabuco hasta la de Maipú, p. 126.
62 Sanfuentes, Chile desde la batalla de Chacabuco hasta la de Maipú, pp. 126-128.
63 O’Higgins, “Manifiesto que hace a las naciones el Director Supremo de Chile de los

motivos que justifican su revolución y la declaración de su Independencia”, reproducido


en Valencia Avaria, Anales de la República, t. 1, pp. 17-36.

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En dicho Manifiesto O’Higgins explica que el 18 de septiembre de


1810 “la sensibilidad a las desgracias de un Rey infortunado, la habitud
de respeto y el espíritu de imitación fueron más poderosos que los dere-
chos que habíamos reasumido, y no dejaron escucharse las voces de la in-
dependencia a que llamaba el orden de los acontecimientos, la época de la
ilustración y el interés de nuestro destino”. De ahí en adelante la situación
cambió rápidamente: Chile no quiso sufrir otra vez una situación de “ser-
vidumbre” y el clamor de la independencia se tornó cada vez más amplio.
“Peleamos y vencimos”, resume O’Higgins al recordar los sucesos de
Yerbas Buenas, San Carlos, El Roble, Concepción, Talcahuano, Membri-
llar y Quechereguas, pero la situación se revirtió tras la batalla de Ranca-
gua en octubre de 1814. Los españoles regresaron a Chile “con la espada
en una mano y el código en la otra”, y pronto empezaron las persecucio-
nes, la deportación a Juan Fernández y otros tantos sufrimientos que no
hicieron sino fortalecer el deseo de libertad.
Tras la victoria en Chacabuco el 12 de febrero de 1817, se amplían
las fuerzas patriotas, “la conflagración se hace universal; el espacio in-
menso; el fuego de la revolución inextinguible”. La Declaración sólo vino
a reflejar “la expresión del sufragio individual, la suma de todas las vo-
luntades particulares”. Finalmente, O’Higgins dirigía un llamado a los
pueblos libres del universo para comprender y apoyar la causa de la in-
dependencia chilena:

Decidid en esta fatal contienda entre la humanidad y el vano espíritu de


dominación; enseñad a la España que aquella es el origen y objeto de todo
gobierno, y preguntadle entonces ¿quién debe ceder? Uniendo vuestros votos
a los nuestros vais a estancar la sangre que inunda a la robusta América. Si
os afectan nuestros destinos, convencedla de su impotencia y de las mutuas
ventajas de nuestra emancipación. Interesadla en sus males y en los que
hemos padecido en tres siglos. Inspiradle un sentimiento comparativo entre
su suerte y la nuestra; y cuando, calculando de buena fe el éxito que la ame-
naza, deponga las armas y sacrifique a la justicia y liberalidad los prestigios
que la precipitan a su aniquilamiento, protestadle por nuestro honor que el
generoso Chile abrirá su corazón a la amistad de sus hermanos y participará
con ellos, bajo el imperio hermoso de la ley, todos los bienes de su inaltera-
ble independencia.64

64 Valencia Avaria, Anales de la República, t. 1, p. 36.

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chile y su independencia. los hechos, los textos y la declaración de 1818   211

La historia había cambiado y Chile era un país independiente, si bien


esperaba el correspondiente reconocimiento de las distintas potencias
del orbe. Mientras tanto, la Constitución que comenzó a regir en el país
en 1822 consagró dicha realidad nueva: “La nación chilena es libre, e
independiente de la Monarquía española, y de cualquiera otra potencia
extranjera: pertenecerá solo a sí misma, y jamás a ninguna persona, ni
familia”.65
La historia del proceso iniciado con la Junta de Gobierno del 18 de
septiembre de 1810 y la Declaración de la Independencia de 1818 conta-
ba ahora con un nuevo escenario político destinado a perdurar: la cons-
trucción de una incipiente nación republicana.

Conclusiones

La Independencia de Chile es un tema siempre fascinante y abierto a


nuevos estudios. Lo mismo, con seguridad, ocurre en todo el continente,
más todavía cuando se ha vivido un momento de conmemoraciones fes-
tivas con ocasión de los Bicentenarios. En esta ocasión se ha procurado
una visión integradora del proceso emancipatorio que incluya tanto los
sucesos como los textos que progresivamente se refirieron a la separación
de Chile respecto de la monarquía. Por lo mismo, se hacía necesario co-
nocer qué fue lo que efectivamente sucedió en la jornada del 18 de sep-
tiembre de 1810, cuál fue el proceso que siguió a la organización de la
Primera Junta de Gobierno, y cómo evolucionaron tanto los actores po-
líticos como la mentalidad y las ideas del proceso. Finalmente, el trabajo
se ha concentrado en el conocimiento y explicación de la Declaración de
la Independencia de Chile.
Al respecto, es posible apreciar que dicho texto procuró una explica-
ción sencilla, pero muy clara y categórica, del significado del proceso in-
dependentista, su momento histórico y la acción de los chilenos. Se trata
de una declaración completa, comprensiva, que incluye todos los temas
importantes y que quiere animar a sus lectores a sumarse con entusiasmo
a aprobar su contenido y, por tanto, la independencia de Chile.
Desde el punto de vista de los hechos, es evidente que se trata de una
construcción a posteriori. Es decir, aquello que no estaba ni en las men-

65 Constitución política del Estado de Chile, 1822, Título 1, Capítulo i, Artículo 2.

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talidades de 1810 ni en los objetivos de la Primera Junta de Gobierno


pasaba a ser algo casi evidente y motivador de todos los sucesos si se
explicaba en 1818, cuando ya había pasado mucha agua bajo el puente.
Esto puede parecer lógico considerando que la independencia se pensó
como un suceso fundacional y, por lo mismo, sujeto a una mitificación
retrospectiva, de carácter nacionalista e historiográfico, que buscaba dar-
le una legitimidad transhistórica a un acto que, como se ha visto, carecía
de esas características cuando comenzó el proceso.
La fidelidad al monarca de 1810 y la independencia respecto de él en
1818 aparecen así entrelazadas, la primera es premisa de la segunda por-
que ahí se inició todo el proceso, aunque fuera inopinadamente. Después
de todo, “estaba reservado al siglo xix” poder reclamar efectivamente los
derechos sin ser sindicados como delincuentes, lo que prueba casi un
determinismo histórico que los redactores de la Declaración utilizaban a
su favor. Conocido el proceso de ocho años, su evolución y sus resulta-
dos parciales, los chilenos creían tener la fuerza suficiente para afirmar
su independencia ante la faz del mundo, tanto respecto de la monarquía
española como de cualquier otra dominación, y para abrir la posibilidad
de adoptar la mejor forma de gobierno para Chile.
Con esas afirmaciones, en realidad, se entraba en una nueva etapa,
ya no de demolición del orden preexistente, sino de construcción de uno
distinto, original, resuelto por los mismos ciudadanos que habían pasado
a ser agentes de la historia. Con ello, la Declaración de la Independencia
ya no hablaba de un pasado conocido y resuelto favorablemente, sino se
abría a la construcción de un futuro que, si bien incierto, parecía promi-
sorio y lleno de oportunidades para la nación.
Después de todo, Chile era independiente y por primera vez en la
historia podía decidir libremente su futuro. Eso era una gran alegría y
una gran responsabilidad. El resultado estaba por verse.

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