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Cuento corto 496 Luis Rebolledo Campos

Salimos corriendo de la escuela, era mediodía, íbamos como siempre desenfrenados,


riéndonos, molestando a todo el mundo, tirando piedras, pateando cuanto encontráramos a
nuestro paso, fuera un tarro o un perro, siendo en extremo fastidiosos, ese día encontramos el
furgoncito del profe Vigueras, el refrigerador con ruedas - le decíamos- estacionado a la salida de
la escuela y le desinflamos los cuatro neumáticos, yo tenía once años y junto a mis socios me
sentía dueño del mundo. Cuando pasamos por la destartalada cancha del Sector El dos, estaba
Juan Diablo tratando torpemente de encestar en el arco de basquetbol, al verlo, me acordé de
una propaganda de Sprite que daban en la tele, que representaba una situación igual y una voz en
off le dice “tómate una Sprite!”, el actor se toma al seco la bebida que le ofrecen y luego con una
precisión mágica encesta todos los tiros sin tocar ni la red.

¡Tómate una Sprite!, le grité frenando en seco, mis socios también se detuvieron y se quedaron
congelados esperando, pues el grandulón Juan Diablo, un hombre del triple de edad que nosotros
y con fama de malo, se nos acercó corriendo, me agarró del cuello de la camisa acercándome a su
cara, su aliento a muelas podridas y vinagrillo precedió al improperio. No tenis a quien molestar
mocoso retamboriao!!!!, - me dijo- me aflojó la presión del cuello y me pegó una cachetada en la
mejilla izquierda que casi me saca la cabeza, luego me propinó una fuerte patada en el trasero que
me lanzó de cara sobre los pastos. Se fue rezongando y gritándonos garabatos.

Mis socios vinieron a socorrerme rápidamente, tenía el cachete caliente y me latía como si tuviera
un corazoncito propio, de la nariz me corría un hilito de sangre…..pero el mayor dolor lo sentía en
mi trasero, el punto exacto de toda mi humillación.

Nunca me sobrepuse a la agresión, mi historia corrió de boca en boca en el colegio e incluso entre
la vecindad, mis compañeros, entre ellos, mis socios de correrías con los cuales habíamos hecho
un pacto de silencio, se burlaban sin misericordia -¡allá viene tu papá!- me decían, cuando
aparecía Juan Diablo.

Unos tres años después, acompañaba a mi padre a buscar leña, era muy temprano, recién
aclarando, mi padre adelante guiando a los bueyes y yo en la carreta, en una esquina y saliendo
del bar del Lito; el mismísimo Juan Diablo; me bajé corriendo con una picana corta que usaba, el
primer palo se lo dí con todas mis fuerzas en la cabeza, cayó de lado agarrándosela con las dos
manos -te acuerdas de mí desgraciado?!!- Le dije mientras le descargaba un par de palos más por
la espalda, empezó a sangrar de la cabeza.

Ahora se te pasarán las ganas de pegarle a los chicos!! –le dije- y le asesté un par de palos más,
vamos!! – me dijo mi padre- déjalo, con eso tiene. Nos fuimos, ahí quedó Juan Diablo acurrucado
en el suelo, llorando y gritando que no le pegara más.

Cuando llegaba del liceo, todos los días después de almorzar, preparaba mi bicicleta, mi mochila
con algo de cocaví, me terciaba mi podita con su funda a la cintura y me echaba al monte a ver los
bueyes, esta era mi tarea diaria, era necesario estar vigilándolos siempre, pues podían ser presa
fácil de los ladrones de ganado y era el único capital familiar.

Ese día salí por la calle principal pedaleando a full, el solcito de septiembre daba toda la fuerza al
inicio de una primavera desbordante en brillos, pájaros, flores e intensos verdes en todos los
tonos, una brisa fuerte del sur acarreaba los humos sulfurosos de las cocinas, que me perseguían
hacia el monte, al pasar por la cancha del dos, vi a Juan Diablo con otros, sombreando bajo unos
eucaliptos, pasé rápido cerca de ellos y me interné en la espesura ascendiendo por el camino de
tierra colorada, pedaleé harto rato hasta que me empezó a correr el sudor por la cara, busqué
rastros, recorrí una gran superficie de terreno en intrincado laberinto de caminos, senderos,
atajos, descansé un par de veces en quebradas de exuberante vegetación, era tarde ya cuando
encontré huellas, las seguí y dí con los bueyes junto a otros animales vacunos con los que se
habrían puesto más andariegos, los arreé un buen rato dejándolos en un lugar más cerca de
nuestra casa. Serían como las cuatro cuando emprendí el retorno, ahora en bajada, muy rápido,
me conocía la ruta de memoria, con todos sus obstáculos, curvas, bajadas, piedras, raíces, ramas
etc., cuando me faltaba como un kilómetro para salir de la espesura, desde detrás de un árbol me
salta Juan Diablo por el costado y con una patada me saca violentamente de la ruta, me ensarté en
una mata de quila, las ramas me pasaron raspando por todo el cuerpo, todo sucedió como un
relámpago y mi vuelo con bicicleta terminó chocando contra un gran árbol con mi cabeza, sentí la
sangre que me corría por la cara, en cuanto caí entre las ramas, me cayó encima mi agresor,
dándome golpes de puño donde me cayeran, yo me revolvía debajo de él tratando de
defenderme, enredado entre lianas y ramas, hasta que me agarró del cuello con las dos manos,
sentí que me moría, todo se me volvió rojo y luego negro, antes de desvanecerme y en un último
acto recordé mi podita, la agarré por el mango y empecé a golpearlo en la cabeza, sentí su sangre
caliente que me caía en la cara, se puso de pié, agarrándose la cabeza con las dos manos y se echó
a correr a través del monte.

Con mucha dificultad me puse de pié, tenía un tajo profundo sobre el ojo izquierdo, además de
moretones en la cara y los brazos, estaba lleno de sangre mía y de mi agresor, no pude montar en
mi bicicleta, además tenía la rueda delantera torcida, pero por suerte giraba, caminé a duras
penas hasta mi casa, nadie me vio en el camino, mi hermana estaba sola en la casa, mi madre
andaba en la iglesia, se asustó mucho al verme, - me caí en la bicicleta, choqué con un árbol- le
dije, me ayudó a lavarme bien, me dio los primeros auxilios, me cambié ropa y me acompañó al
hospital donde me pusieron varios puntos.

Varios días después mi padre me dijo que habían encontrado a Juan Diablo muerto; dentro del
pique de un pirquén abandonado, cayó como doce metros y se hizo varias heridas – dijo-, los
Carabineros están investigando. Le respondí vaga y desinteresadamente y seguí abstraído en lo
que estaba haciendo.

Han pasado veinticinco años de aquello. Jamás le he contado ni le contaré a nadie mi historia. Juan
Diablo muchas noches se me asoma desde la oscuridad hasta mis sueños, he despertado
sintiendo sus manos huesudas apretando mi cuello, mientras me balbucea palabras ininteligibles
entre su tufo apestoso. Y mi mano busca inútilmente la podita a mi costado.

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