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Nació en Huallanca, Ancash [Perú] en 1947.

Es un reconocido poeta,
cuentista y novelista peruano. Ha obtenido importantes premios en narrativa
y poesía como: Premio de Cuento José María Arguedas (1978); Premio
Nacional de Poesía José María Eguren (1980); Premio de Cuenco Copé
(1983); Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil - Aplij (1985); Premio
Latinoamericano de Cuento Cicla-87; Premio Nacional de Educación Horacio
(1995); Premio Nacional de Novela Federico Villareal (1996); Premio
Internacional de cuentos "Juan Rulfo" (2002). ha publicado buena cantidad
de títulos para niños y adultos. Entre sus libros de literatura infantil y juvenil
destacan los de la seria "Cholito", además de "¡Viva Luis Pardo!" y un
manojo de leyendas.
1. ENCUENTRO CON EL ICHIC OLLCO
Encontré al ichic ollco, ese enanito que dicen que es hijo del supay [quechua:
diablo], el diablo, leyendo sentadito sobre la rueda del molino de don Andrés
un librito llamado "Blanca Nieves y los Siete enanitos", con bonitos dibujos en
la pasta que llamaron mi atención.
Tan distraído estaría, digo yo, que ni la sombra de mi cuerpo asomándose
por la puerta, le hicieron reparar.
Bonito nomás, para no espantarlo, queriendo saber si había más dibujos
adentro, me acerqué.
Y como ni levantó la cabeza siquiera, con cuidado nomás a su ladito logré
sentarme.
-- Y... amigo - le dije -, ¿qué te cuentas?
Ahorita desaparece botando azufre como su padre o dejando su excremento
humeante, como dicen que deja, pensé.
Pero nada.
Como si estuviera ausente del mundo, siguió leyendo, sin tomarme en
cuenta.
Yo asomé los ojos al libro todo curioso.
Para mi sorpresa, no había dibujos; sólo unas letras pequeñitas, raras, en
qué idioma nomás será pues ...
-- ¿Tú eres el ichic ollco o duende que dicen? -- le hablé al rato, aburrido ya,
después de haberme estado gustando de su pelito colorado, como la
candela, y de sus orejas grandes, medio puntiagudas.
Y, como en el comienzo, siguió leyendo, sin hacerme caso; a veces
sonriendo, otras veces medio serio o asombrado.
-- ¿Tanto te gusta leer, oy? -- me acuerdo que le dije, malhumorado,
levantándome, pensando que no me contestaría.
-- Sí, pues, me gusta leyer, y qué ... -- habló por fin, medio ofendido.
El molino estaba parado, a pesar que el chorro de agua que lo hacía girar
seguía bajando por el cascarón de eucalipto sin que lo hubieran desviado.
"Leyer", sí, había dicho leyer, y eso me acuerdo que en la escuela la señorita
Amelia, mi profesora, nos había dicho que estaba mal hablado.
Creyendo hacerle un bien, le dije entonces:
-- No se dice leyer, oy, sino leer.
Me miró nomás medio de costado, con mala cara. Chaposas eran sus
mejillas, rosaditas. "De lo que se quema en el infierno seguro", pensé.
Como el agua se estaba desparramando debido a que el ichic lo tenía bien
pisado el eje, según me di cuenta recién, me fui a desviarlo.
iA pucha! duro estaba ese fierro que hacía desviar el agua. Tanto batallé
hasta que por fin ...
De don Andrés, el dueño, no había ni noticias.
Cuando volví de nuevo donde el ichic, éste ni cuenta se daba que ya no
entraba agua al molino. Bien puesto su pie sobre el eje, seguía lee y lee.
-- A pucha, oy -- le dije, yo que soy un aburrido para leer --, ¿qué pues no te
cansas hasta ahora?
Sin alzar la vista me respondió:
-- ¡Tú qué sabes lo que estoy leendo ... !
Reí nomás en mis adentros, acordándome nuevamente de las advertencias
de la señorita Amelía.
-- Oy, ichic -- le dije --, no te enseñan en el infier ... , digo en la escuela, que no
se dice leendo sino leyendo?
-- ¡Total! -- abrió los brazos soltando el libro; recién me fijé en sus ojos: eran
azulitos --, primero me dices que no se dice leyer sino leer y cuando digo
leendo me sales que se dice leyendo ... Tú me estás fregando.
Así diciendo se metió bajo la rueda del molino y desapareció. Ese mismo
ratito llamaron de afuera y yo salí a ver. Era doña Agustina, su mamá de
Antenor, que buscaba a don Andrés. Diciéndole que no estaba, me metí de
nuevo.
Bajo la rueda del molino, todavía humeando, ahora que no había agua,
encontré su excremento del ichic y al lado un papelito escrito con muki-muki,
esa tierra de color que por ahí cerca abundaba, donde se leía: "Te necesito
urgente. Búscame al otro lado de la pirca [muro de piedra] donde acaba su
maizal de don Andrés."
A lo mejor me quiere enseñar algún tesoro, diciendo, me encaminé ese ratito,
rápido rápido nomás.

2. AL OTRO LADO DE LA PIRCA


Ya junto a la pirca, que era más o menos altita, noté que crecían en su
encima, aparte de musgo, carhuacashas, esas feas espinas coloradas que
cuando se plantan en el cuerpo de uno así nomás no salen. Con cuidado
nomás trepé.
Un vientecito helado, que hizo flamear mi poncho y casi lo hace volar mi
sombrero, silbando subía de la quebrada.
Reparé a todos lados esperando verlo al ichic de un momento a otro.
Pero nada. Silbé. Igual nomás. Abajo en la hoyada, de un montecito a otro,
volaban de rato en rato las bubas, esos pajaritos medio plomizos que nadie
los come porque contagian enfermedades. Sólo esos habían. Llamé con
todas mis fuerzas:
-- ¡Ichic ollcoóóóó!...
Algunas bubas se espantaron. Subió con más fuerza el vientecito
conversalón y en eso, sería el eco de mi voz o el ichic mismo quién sabe, oí
como que me respondía.
Entonces, para más seguridad, decidí bajar; a lo mejor algo le estará
pasando al pobre ichic diciendo. Bonito nomás por un sitio que me pareció
bajo, decidí descolgarme, pero ... ¡ah, pucha!, cuando me solté, no había
cuándo llegar al suelo. ¿Qué? ... , dije sintiendo que me iba y me iba, así
paradito. Asustado miré hacia arriba y vi cómo las crestas de la cordillera se
iban haciendo altas, cada vez más altas, y que la pirca no había sido pirca,
sino las macizas paredes de la cordillera ...
Hasta que por fin caí al suelo, sin hacerme daño felizmente, cuando ya
pensaba que me iba a un abismo sin fin. Cuando como tonteado me levanté,
lo primerito que hice fue mirar dónde estaba.
Un hermoso temple, lleno de vegetación, con quebraditas que bajaban
sonando hacia algún río seguro, apareció delante mío. Miré si por la montaña
podría subir a mi pueblo: era imposible. De pura roca, cortada como con
machete, no había casi de qué agarrarse. Tendría yo que dar un rodeo,
buscar el camino ... ¡Pucha!, me dio rabia ese ichic. De matarlo era. Pero ya
estaba yo, fregado. Esa sería su venganza de lo que le corregí, ¡mal
agradecido!
3. LA MANSIÓN DEL SUPAV
Una casa alta, de dos pisos, una mansión mejor dicho, de lisas paredes
blancas, fue lo que descubrí cuando me hallaba deambulando, esperanzado
en hallarlo al ichic para que me enseñara el camino de vuelta. Vaya por fin,
dije alegrándome. Ya me estaba asustando de no ver rastros de personas en
todo ese tiempo.
Un hombre estaba arrecostado sobre una baranda, como contemplando sus
dominios. En vez de poncho llevaba puesto una capa roja que flameaba
apenas con el poco vientito que debía correr allí arriba. Será el señor de
estas tierras, pensé. Ni bien me acerqué lleno de respeto a saludarlo, cuando
lo noté que sus cejas estaban erizadas de fea manera y, al parecer, me
estaba esperando.
-- Con que tú fuiste el que molestó a mi niño allá arriba, no? -- habló
haciendo rechinar sus dientes.
-- ¿Su hijo, señor? - dije sin acordarme del ichic, cuando en eso lo veo al
enano que por una de las ventanas de la segunda planta estaba que me
sacaba la lengua-. No, señor - dije un poco temeroso dándome cuenta
recién que ese hombre era el mismo supay -, no quise molestarlo; sólo
porque lo corregí nomás se enojó.
-- ¿Corregir?¿ Y tú qué tienes que corregir a nadie? -- habló siempre amargo
--, ¿y a ti quién te corrige?
Calladito me quedé sin responderle.
-- Pues ahora te has fregado -- me dijo, ese ratito en que su mujer seguro y
una muchacha buenamoza, su hija, se asomaron a la baranda a curiosear--.
No vas a salir de acá si antes no haces lo que te voy a ordenar.
-- ¿Qué será, señor? -- diciendo me quedé ahí aguardando.
-- Ven por acá - me dijo --. Sube.
Subí por la escalera, de mala gana, maldiciéndolo en mi dentro al ichic, que
ahora jugaba resbalándose por una baranda. Cuando llegué ante el supay, la
mujer y la muchacha ya se habían entrado.
-- ¿Ves esas gavillas hacinadas en esa parva? -- dijo señalando lo que a
primera vista creí que era un cerro, y junto al cual se alzaba una pirca.
-- Sí -- le respondí.
-- Pues bien; mañana quiero verlo trillado y llenado el trigo en esa pila de
sacos que ves ahí.
-- ¿Cuál, señor?
-- Eso que está ahí junto a la parva.
Entonces recién me di cuenta que lo que yo creí pirca en un comienzo, eran
los sacos de lona que estaban puestos unos encima de otros.
-- Bueno, señor.
Dos peones volvían ese ratito de un establo que había más abajo, trayendo
baldes y arretrancas. A uno de ellos le ordenó:
-- Anda adentro y diles que te den algo de comer para este muchacho; tiene
que trabajar.
Así diciendo empezó a bajar las escaleras, advirtiéndome antes:
-- No te olvides. Para mañana.
-- Sí, señor - le respondí nomás sabiendo que no tenía escapatoria.

4. ¿QUÉ TIENES? ¡POR QUE ESTÁS TRISTE?


Frente a la parva mi decepción fue mayor; tan grande era ese cerro de
espigas por trillar, que ni en un año trabajando todos los días lo terminaría.
Triste me senté ahí a un ladito sin saber qué hacer. Escaparme no podría. En
cualquier sitio me daría alcance. Y si me quedaba, ¿cuál sería mi suerte? ...
Así piense y piense que estoy, no sé cómo nomás reparo entre las pajitas
que estaban desparramadas por el suelo, cuando lo veo a una hormiguita
haciendo esfuerzos por pararse; agita esas como manitas que tiene, con
tanta insistencia que por pura curiosidad la levanto y la pongo en la palma de
la otra mano, y oigo entonces que clarito me habla con voz delgadita:
-- Qué tienes? ¿Por qué estas triste?
Entonces fue que tomándole confianza le conté mi desventura.
-- No temas -- me dijo la buena hormiguita --, dame ese pan que tienes en tu
bolsillo y con eso haré que todas las hormigas de este sitio, que somos en
cantidades que no te imaginas, se vuelvan hombres durante la noche y en
menos de lo que supones trillaremos el trigo y lo llenaremos en sacos.
-- ¿De veras? -- dije acordándome del pan recién horneado que me dieron en
la casa de ese hombre que era el supay y que por desconfianza no lo había
comido y me lo había guardado más bien en mi bolsillo.
-- De veras -- respondió.
Alentado por sus palabras, saqué el pan y lo puse ahí sobre la paja, para que
se lo llevara con otras hormigas.
-- Ahora anda descansa un rato y en la noche estás aquí con nosotros
trabajando como un peón más. Así mañana temprano ya podrás presentarte
ante el supay, lleno de paja, sudoroso, ha demostrarle que eres tan poderoso
como él. ..
Y verdad pues, en la noche, en plena luna, esos hombres que bajaron de
todos los cerros cercanos, sin ni utilizar caballos para pisar las espigas,
desmenuzándolas así nomás con las manos y echando el trigo de frente a
los sacos, terminaron el trabajo ya casi al amanecer. Agradecido me quedé
cuando se fueron, bailando mi corazón de contento. Ahora sí me dejará ir,
pensando.

5. LA HIJA DEL SUPA Y


Cuando desde el balcón el hombre vio los sacos taqueaditos de trigo, medio
turbado se quedó, no creyendo seguro lo que sus ojos veían. Varias veces
carraspeó no hallando qué decirme. Más parecía que no estaba en sus
planes soltarme todavía.
-- Bien, bien ... está bien lo que has hecho, pero para irte tienes que
cumplirme con dos trabajos más.
Mi cuerpo tembló.
-- ¿Qué trabajos, señor?
-- Te diré sólo el que vas a hacer en seguida, no me gusta adelantar.
Y como me quedé callado escuchándolo, habló señalando una pampa que
había bien atrás del establo, donde se veía una manada de caballos
chúcaros, que correteaban y relinchaban dando coces al aire.
-- Tienes que amansar esos animales urgente. Los necesito para mañana
temprano. Mis peones deben viajar a diferentes lugares de la tierra a traerme
almas condenadas.
-- ¡Almas qué ... ? -- ¡Pucha!, me asusté.
-- Almas condenadas -- repitió mirándome de reojo con mala fe, mientras
empezaba a bajar las gradas.
-- Así es que ya sabes ...
Paradito me quedé a esa hora en que el sol rabiosamente alumbraba,
mirando la pendiente altísima por donde caí, sin esperanzas ya de regresar
por allí mismo.
-- ¿Estás triste? -- oí una voz a mi tras, dulce, compadecida. Sobresaltado
me volví. Era esa muchacha buenamoza, su hija del hombre, quien me
hablaba por su ventana. Sonreí con tristeza viéndola que ella también
sonreía.
-- No, niña, no nomás ...
-- ¿Quieres regresar a tu pueblo?
-- Sí, niña -- le dije -- ¿Sabes por dónde es el camino? Del caserío de Rayán
soy.
-- Sí -- me respondió alisándose su cabello. Rubiecita era. Su carita también,
¡qué linda?, rosadita --. Sí, ten paciencia un poco, yo te indicaré por dónde
debes dirigirte. ¿Te ha dado ahora un nuevo trabajo mi padre?
"Sí, pues, uno más me ha dado", iba yo a responderle, cuando en eso
llamándola por su nombre, que no alcancé a oír bien cómo era, su madre
apareció ordenándola que entrara. Ella obedeció. La mujer, que era joven
todavía, molesta me habló:
-- ¿No tienes nada qué hacer ahora?
-- Sí, señora -- le dije un poco temeroso--, un nuevo trabajo me ha dado su
marido.
-- Entonces, pues, hijo, andando, andando ...
6. GALLINA POR CARNERO
Caminando que estoy ya lejitos, no sé cómo nomás oigo que alguien me
llama:
-- ¡Cholito! iCholito!
Sorprendido volteo, ya que sólo en mi pueblo así me llamaban, cuando lo
veo que ya me da alcance la muchacha esa su hija del supay que, agitada
agitada, trayendo algo envuelto en un mantelito me alcanza, diciéndome
apenas:
-- Lo he traído esta gallinita para tu fiambre sin que se dé cuenta nomás mi
mamá; ya está pelada ...
Dejándola en mis manos se volvió sin darme tiempo a otra cosa. Intrigado
por esa ayuda que recibía de la muchacha, medio desconfiado lo llevaba yo
el atadito, sin atreverme a desatarlo todavía hasta ese rato.
Como me sentía inútil de hacer lo que el hombre me había ordenado, no fui
derecho a la pampa, sino que me estaba yendo a buscar algún ojonalcito
más bien, para poder echarme agua a la cabeza y poder pensar mejor.
Hambre también tenía, pero no mucha.
En eso, de detrás de una lomita aparece un zorro, con aire amistoso,
meneando su cola como un perro, quien husmeando el aire lo oigo que me
dice:
-- ¡Hummm! ... gallina! ¡Añañáu! ¿Podrías invitarme un poco de tu fiambre,
muchacho? A cambio te doy medio carnerito, qué dices; yo ya estoy harto de
comer carneros, en cambio gallina, hummm!
-- Pero está cruda -- le dije pensando en que no estaría mal hacer el cambio,
ya que yo desconfiaba de todo lo que fuera el diablo o su familia.
-- Ah, muchacho, y de cuándo acá los zorros comemos cocinado?
-- Bueno, si es así, aquí está; toma.
-- Pero espérate, voy a traer el carnerito -- diciendo se alejó mientras yo lo
esperaba ahí parado.
Al ratito se asomó trayendo entre sus dientes, arrastrando, tanta carne que la
amontonó ahí en mi delante.

7. MUNAPANDO MI CARNECITA
Después que se fue, relamiéndose, apurado, yo acomodé tres piedras como
para tulipa y ahí hice fuego. Algo debía echar a mi estómago para no
debilitarme, aunque ganas no tenía. Me atormentaba la preocupación de
cómo nomás amansar esos caballos chúcaros. Ese ratito que estoy
terminando de asar la primera presa, lo veo en el alto un águila enorme que
da vueltas y vueltas en la misma dirección donde yo estaba. Maliciando que
la pobre estaría munapando mi carnecita, deseándolo más que yo, sacando
mi sombrero le hice señas que bajara. Y como qué, ahí nomás asentó sobre
una roca.
-- Hola, niño -- dijo--, ¿me llamabas?
-- Sí -- le respondí --, quiero invitarte esta carnecita, ¿deseas?
Entonces vi en sus ojos del animalito harto agradecimiento:
-- Gracias, hermanito -- me dijo--, cómo no, gracias.
Después de cortar una presita más para mí, se lo di el resto, que era harto,
para que se banqueteara en mí delante:
-- Sírvete -- diciéndole.
Con qué ganas estaría que ahí mismo empezó a devorárselo como con
desesperación.
-- Gracias, hermanito -- dijo después limpiándose el pico en la hierba--, no
sé cómo pagarte. Tal vez pueda yo ayudarte en algo. ¿Qué haces por estos
lugares? Antes no te he visto.
Entonces mientras comía yo, con cierto desgano le conté mi historia.
-- Caramba -- dijo frotándose la cabeza con el ala, luego de enterarse --, yo
podría sacarte de aquí llevándote en mi encima; pero el problema es que
cuando uno intenta salir de los dominios del maligno, nos volvemos inútiles
para mantener el vuelo, torpes se ponen nuestras alas y caernos a tierra con
todo nuestro peso. Antes ya, yo lo he intentado y casi casi he muerto. Lo
único en lo que puedo ayudarte ahora es amansando esos caballos. Eso
para mí es fácil. Déjamelos de mi cuenta.

8. LO QUIERO BIEN GORDO PARA MAÑANA


Y de veras, en la noche, en plena luna, abrigadito con mi poncho, observaba
yo cómo la buena águila, bien prendida del lomo de esos animales chúcaros,
que corcoveaban como demonios, logró que aceptaran al final, mansitos, que
se les colocara las riendas y las monturas.
iA pucha!, cómo relumbraban esos adornos de oro y plata.
Agotada el águila, parada sobre uno de los animales, con el sudor que
chorreaba por su pescuezo empapando su plumaje, me indicó que montara
sobre uno de los caballos y fuera a la casa del hombre a decirle que ya
estaban amansados. Antes nos despedimos con harto afecto, porque me dijo
que para que no maliciara su señor no volvería a aparecer. Volando muy
alto, me acompañó todavía hasta cerca de la casa cuando yo me dirigía a
dar cuenta de mi tarea.
El maligno, que estaba desayunando en el corredorcito de la segunda planta,
se quedó todo tonteado al verme asomar bien montado en la bestia.
Tartamudeó antes de responderme cuando le dije que ya estaba cumplida la
segunda tarea. Se levantó de la mesa y miró hacia la pampa: los caballos
pastaban tranquilamente, aperados.
La mujer del hombre también que salía con su tetera en la mano para
repetirle café seguro, boquiabierta se quedó mirando a los caballos. Ni me
respondió siquiera cuando la saludé. La muchacha se oía que reía adentro
con su hermanito el ichic ollco; parecía que jugaban a las cosquillas.
-- Bien -- dijo el supay --, yo siempre he sido un caballero, eso no me podrá
usted negar -- medio me asusté: me estaba respetando el hombre --; yo
cumplo lo que prometo. Le falta sólo una tarea, jovencito, si usted me la
cumple, podrá irse de mis propiedades sin que nadie le moleste ...
-- ¿Qué será, señor? -- dije tosiendo, para disimular un suspiro, sabiendo que
ahora sería muy difícil ya, que alguien acudiera en mi ayuda.
-- Mira -- me dijo volviendo a tutearme --, dentro de los condenados que
deben llegar mañana hay gente importante, y antes de someterlos al fuego
eterno, voy a darles un banquete con un toro que tengo amarrado aquí
atrasito; ven para que lo veas, ven -- así diciendo hizo que lo siguiera,
primero bajando las escaleras y luego tras su casa, en donde estaba
amarradito un buey esquelético, que ni pararse podía de puro débil y al que
señalándolo me dijo:
-- Lo quiero bien gordo para mañana, ¿entiendes?
-- Sf, señor -- le dije haciéndome el suficiente, viéndola a su hija que
aguaitaba de la segunda planta --, entendiéndole estoy.

-- Bien -- dijo --, puedes empezar cuando gustes.


Y, como otras veces, se alejó.
9. GANAS DE VOL VER
Anchadito con una soga delgada nomás lo llevaba yo al animal, bordeando
bordeando una acequia, despacito como en procesión. A las justas podía dar
paso y hasta el viento lo quería tumbar. Este pobre, pensaba yo en mis
adentros, ni puesto tres meses en un inverne podría engordar ... y ahora,
ahora, seguía pensando, qué nomás puedo hacer? ...
Llegando a un sitio donde se elevaba alto el pasto, lo amarré. Silencioso era
ese lugar, aparte del viento nada más se oía. A ratos pensaba escaparme,
pero me desanimaba sabiendo que el maligno de donde sea me volvería. Ni
rezarle a taita San Juan, patrón de mi pueblo o al niño Manuelito, que
siempre me socorría, me animaba, porque en mi tierra contaban que desde
los dominios del supay las plegarias no llegaban.
Así sentadito que estoy, piense y piense, no sé cómo nomás reparo para un
lado, cuando lo veo que corriendo por entre unos montecitos, avanza la
muchacha buenamoza, hija del hombre, agitada agitada.
-- Cholito -- me dice llegando a mi lado--, he venido a ayudarte: sé que
pasas apuros.
-- ¿De veras, niña? -- le digo alegrándome--. ¿De veras has venido a
ayudarme?
-- De veras -- me dice --, la hormiguita y el águila que tu trataste, me
contaron que pasabas apuros. De haber sabido antes que los trabajos que te
mandaba hacer mi padre eran imposibles para ti, hubiera visto la forma de
ayudarte.
-- O sea que pensabas, niña, que los hacía yo?
-- Sí, pues, yo creía que era así.
¿Cómo es no?, dije entre mí, para ellos todo es fácil; pero de su taita sí estoy
seguro que sabía bien que yo no iba a poder.
-- Una curiosidad, niña -- le dije tomándole confianza, viendo que se sentaba
a mi lado.
-- ¿Qué nomás será?
-- ¿Cómo sabes mi nombre? Mejor dicho, mi sobrenombre? -- quise sacarme
la duda que desde el día anterior ya, me puyaba.
-- ¿Cuál? ¿Cholito?
-- Ajá.
Se rió, haciéndose un hoyito en su cara.
-- Me lo contó mi hermanito, riendo, dice que en tu pueblo piensan que te has
muerto.
iPucha! Eso me trajo recuerdos de mi mamita, de mis hermanitos y de mi
amado venadito Lucero, y extrañé mi pueblo y unas ganas tremendas de
volver se me vino.
-- No te pongas triste -- dijo la muchacha dándose cuenta--; yo te llevaré a tu
tierra ahora mismo si quieres, luego de engordarlo al toro.
-- ¿En serio, niña?
-- En serio, ahora verás ...
Diciendo asina, se levantó y se fue más arribita, donde crecían unas chilcas.
Por ahí se puso a arrancar unas hierbas parecidas al picullo, pero que no
eran picullo, según comprobé después. A cada puñadito que arrancaba le
hablaba cosas que yo no entendí. Después, haciendo un tercio, lo trajo
millcadito en su falda y lo arrojó ahí en su delante del animal.
-- Ahora sí -- dijo volviendo a sentarse a mi lado--, esperemos un poco; ten
paciencia.
Sonreía la muchacha. Sus labios reventaban como moras. Tan bonita no
había visto asina. Y parecía estar queriéndome. Sólo de verla mayor que yo,
señorita como era y yo sólo un wambra [quechua: niño] me arrecelaba,
sabiendo sobre todo hija de quién era.
-- A lo mejor te culparán tus taitas, niña, de haberme hecho escapar.
-- Ni creas - me dijo agarrando la punta de mi poncho, fijándose en sus
labores --, ahora que mi papá vea el toro se alegrará que hayas
desaparecido; no le gusta que haya poderosos como él en sus dominios. Y
en cuanto a mí, no sabrán que te he ayudado, porque dejándote en tu pueblo
nomás, rápido me volveré; ya después cuando pasen los días más bien nos
reuniremos de nuevo y entonces sí viviremos juntos.
-- Ehh ... ¿cómo?
-- Ya te explicaré. Ahora mira el toro.
Cuando levanté la vista, lo vi; ¡a pucha!, tremendo animal, gordo. Yo dije se
habrá panzada quién sabe con las hierbas. Pero no. Cuando fui a tocarlo,
purita carne era, queriendo reventar todavía bajo esa piel negra, lustrosa.
-- Ahora sí, ¡vamos!
-- Bueno, niña.

10. POR FIN MI PUEBLO


A ver reconócelo, ¿es o no es tu pueblo?
Cuando mis ojos se acostumbraron de nuevo a la luz del sol, luego de haber
atravesado un largo túnel lleno de tinieblas por donde me trajo la muchacha,
boquiabierto me quedé reconociendo en primer término el alto y corpulento
eucalipto, orgullo de mi tierra, que se alzaba casi tocando las nubes con su
ramosa copa y que era visto por los viajeros de los más apartados lugares.
Después fue que me fijé en las chacritas, rodando por las lomadas, y en las
casitas que humeaban a esa hora, ya tardecita, en que preparaban la
merienda.
-- Sí, niña, mi pueblo es -- respondí agradecido.
Una curiosidad me entró antes de echarme a correr: ¿dónde estábamos
exactamente? ¿Por cuál lugar habíamos salido?
Me fijé bien entonces, y lo reconocí: era el túnel de una de las minas
abandonadas de Llushca, minas que hace qué tiempos ya sería dizque los
portugueses sacaban plata. Vaya, dije entre mí, nunca pensé que estas
minas comunicaran con el infierno. Eso se me ocurrió pensando en que la
casa del supay sería la boca por donde se entraba a ese lugar maldecido.
-- Ahora sí -- me dijo la muchacha sacándome de mis pensamientos -- debo
volverme, mientras tú visitas a tus familiares. Pero de acá a tres días de
nuevo nos veremos.
-- ¿Dónde, niña, en qué parte?
-- Aquí más arriba nomás, en los alrededores de la laguna de Wiri, donde
verás mi casa.
-- Bueno, niña -- le dije entonces mirando el camino, desesperado ya por
reunirme con los míos.
-- Espera -- me dijo cuando daba el primer paso--, quiero hacerte una
advertencia.
-- ¿Qué nomás será? -- puse atención.
-- Llegando a tu casa por nada vayas a probar comida con sal, tampoco ají;
si lo haces, ya no podremos vernos, ¿comprendes?
-- Bueno, niña, lo tendré presente.
Hice la prueba de alejarme.
-- Espera -- de nuevo me detuvo.
-- ¿Sí?, ¿qué será?
-- Llévate esto -- diciendo me alcanzó una alforjita levantándolo del suelo,
que antes no había visto yo --, en un lado va oro y en el otro plata; cuando
tengas hambre sólo esto vas a comer.
Asustado miré si era cierto. Pero no. Maíz blanco nomás iba en el que decía
plata y maíz amarillo en el otro en vez de oro.
-- Así será su significado seguro diciendo me eché a correr después que duro
apretara mi mano la muchacha, despidiéndose.

11. EN LA LAGUNA DE WIRÍ


Cuando llegué a mi casa, con qué alegría me recibieron. Mi mamita se puso
a tostar cancha, mis hermanitos se subían en mí encima o se colgaban de mi
cuello y hasta Lucero, mi venadito, de puro contento lamía mi cara, mis
manos ...
Como tantas preguntas me hacían, tuve que decirles nomás que me fui a
Huaylas llevando ganado de un hombre que me había contratado, dejando
recado a un negociante para que les avisara y que con lo que me pagó el
ganadero compré ese maicito y la alforja.
-- Pero con el recado nadie asomó -- habló mi mamita después de avivar la
candela con el soplador
-- Hombre para más mentecato, caray ... después de prometerme todavía ... --
disimulé nomás.
La canchita no lo comí, sólo me serví con hartas ganas las habas, papas y
ocas sancochadas que en una lapa puso mi mamita sobre la mesa. Ah, pero
eso sí, aguantándome de echarles su salcita y más todavía ají.
Cuando llegó el tercer día en que quedamos vernos con la muchacha, yo que
me hallaba harto ilusionado con ella y por el agradecimiento que le tenía,
arreando mis borreguitas tempranito me dirigí a Wirí asegurándole a mi
mamita que por ahí se pasteaba mejor.
Asomándome nomás lo vi la casa. iAchallau!, bonita era, como nunca antes
había visto yo en ningún sitio, menos todavía en ese lugar donde era todo
silencio. Debían ser de oro esos enchapes que relumbraban a la distancia.
Las paredes eran de madera; pero de una madera fina, bien lisita y brillosa,
según pude fijarme llegando a su lado. La muchacha no apareció al
momento, pero las puertas estaban abiertas de par en par. Bonito nomás,
dejándolo a mis animalitos de su cuenta, aguaité.
Ahí estaba ella, al fondo, sobre una cama, arrecostada sobre unos
almohadones, vestida enteramente de rojo y puesta encima unos tules que
apenas se veía que eran blancos porque se transparentaban. Sonrió al
verme y me hizo señas que entrara. Ahí en su lado, acariciando mi pelo, me
besó en mi cara, en mis ojos.
-- ¿Quieres quedarte a vivir conmigo?
No supe qué responderle. Alargando su mano hacia una como alacena que
era, me alcanzó tamaña manzana colorada indicándome que la comiera. Y
mientras yo daba el primer mordisco, una música extraña, bonita, que
parecía venir de lo más profundo de la laguna que estaba ahí a un paso, se
alzó llenándolo todo el cuarto. Con qué alegría bailaba ahora en mi delante,
levantando los brazos, extendiendo su tul.
Cuando por la tarde volví arreando mis borreguitas, mi alforja estaba llenita
de ricas naranjas y limas.
12. WAVRA WARMI
(Mujer del viento)
Como a la semana mi mamita empezó a darse cuenta que algo raro me
estaba ocurriendo. Primero fue por lo de las frutas que a diario yo traía y que
mis hermanitos, a las quitadas, las hacían faltar; y después por la comida,
que por qué dizque comía yo sin sal, que sólo los brujos no la probaban.
Ya para entonces la muchacha, que según me confió, había decidido
convertirse en una wayra warmi, una mujer de viento, para habitar el fondo
de la laguna, me había invitado a entrar en su palacio, bajando por unas
escalinatas de piedra blanca, que nunca antes había visto yo viniendo a
pastear.
Una ciudad había dentro del agua, y se veía igualito como si estuviera uno
encima de la tierra. Los peces o challwas como les llamamos, se paseaban
para acá y para allá como aves que nosotros vemos en el cielo. Plantas
también habían, bien cuidaditas, formando jardines. Unos hombrecitos
enanos, barbudos, vestidos de verde, que nos saludaban sonriendo haciendo
una venía, se cruzaban entre ellos andando por las veredas, conversando.
Viéndole su palacio me acordé de ese castillo que había en la tapa de su
libro del ichic ollco, y la wayra warmi también se parecía a la muchacha que
ahí mismo estaba.
-- Ven, te haré conocer a la madre de la laguna, a su espíritu -- me dijo
llevándome de la mano.
Ese ratito yo pensé que sería una mujer o algo asina. Pero no. Un toro
barroso era, tamañazo, que resoplaba echado encima de unas acelgas y que
los enanos se afanaban adornándolo con moña y enjalma.
-- Esta noche hay luna y debe salir a recorrer los campos.
Recién ahí me acordé de lo que mis paisanos hablaban: "¿No oyen sus
mugidos? Bajando está a sembrar su semilla en las vacas chúcaras de la
puna."
Era ya tardecita cuando me despedí ese día. Mis borreguitas también se
habían desparramado por todos lados y me costó harto trabajo entroparlas.
La wayra warmi me despidió recomendándome como otras veces que no
probara alimentos con sal.

13. CON SAL Y AJICITO


Cada vez llegas más tarde, hijo, qué pasa? -- me molestó mi mamita una
noche --. Además andas como tonteao, no pareces ser el mismo; ya poco
parlas con nosotros ...
-- No, mamita, no tengo nada.
-- Tu padrino don Alberto Montañez ha visto en la coca que hay una mujer
que te tiene posesionado y que si sigues así terminarás alocándote.
-- Mentira -- dije --, yo no conozco a nadie.
"Mañana vendrás", me había dicho la wayra warmi, "despidiéndote de tu
familia por una semana, con cualquier pretexto."
La verdad era que ya me estaba acostumbrando a vivir con ella.
-- A ver entonces si es cierto -- me dijo mi mamita -- vas a tomártelo ahorita,
en mí delante, este caldito que te he preparado. Débil estarás también quién
sabe ...
Caldito de gallina me sirvió, y estaba buen ratito ya humeando en mí delante
sin que hiciera yo la prueba de tomarlo. Mis hermanitos con recelo me
miraban, y hasta Lucero, dejando de quitarles su yerba a los cuyes, estaba
que orejeaba.
-- Medio mal me siento, mamila; me duele la barriga -- le dije.
Entonces vi que le ganaban sus lágrimas y que mis hermanitos se ponían
tristes. Eso me conmovió.
-- Bueno, mamita -- dije --, voy a comer; pero no llores.
Así diciendo lo probé el caldo. Medio saladito estaba. Para remate, tenía ají.
Confiando en que por una vececita que yo probara sal no sería para tanto ya,
empecé a tomarlo con gusto, con ganas, como que de paso estaba
extrañando también.

14. REPRIMENDA V ADIÓS


En la noche fue la reprimenda. En mi sueño se apareció la wayra warmi,
colerosa como nunca antes la había visto:
-- ¡Eres un malagradecido! -- me dijo--. Ahora sí nunca más podré volverte a
ver. ¡Maldita sea! ¡Desoíste mi advertencia! -- se tiraba de los cabellos y
lloraba -- ¿Porqué ... por qué te dejé ir? ... Pero serás bien castigado por esto.
Te arrojaré al primero de los siete valles malditos, de donde no podrás salir;
¡ya verás!
Así diciendo que está vi que venía como a empuñarme y de un de repente
siento que me jala de mi cama y me levanta por los aires, ese mismo ratito
en que los truenos y los rayos estaban que hacían fiesta y media en el cielo,
mientras la granizada caía menudita brincoteando sobre los techos.
-- Apenitas en el destello del relámpago vi su cara de viento de la wayra
warmi, en tanto una ráfaga, ¡úúúúú!, me arrastraba hacia un cielo negro y
helado. Después sentí como que me soltaban a un abismo oscuro y que todo
se silenciaba.
15. EN EL PRIMERO DE LOS SIETE VALLES
Cuando desperté era de día. Asustado me levanté tocándome mi cuerpo por
si estuviera yo malogrado. Pero no felizmente. Apenas me había rasmillado
mi brazo. Y eso era todo. Más bien lleno de mullpo [quechua: polvo] estaba
mi ropa. Sacudiéndome bien bien, medio azonzado [medio quechua:
entontecido] empecé a caminar. Y ahora?, dije, por dónde nomás me voy?
Sin rumbo eché a caminar. Un río corría por ahí cerca y había harta
vegetación. Este será seguro el primer valle dije dándome cuenta que era un
lugar desolado. Río río nomás me iba, acordándome de mi mamita, que ese
rato con mis hermanitos me estarían echando menos ... Una mariposa de
buen tamaño, de lindos colores, como una flor que estuviera volando, asentó
sobre la hoja ancha de una planta ahí cerquita donde estaba yo caminando.
Bonito nomás me agaché a empuñarla, pero se me escapó. Más allá, sobre
unas matas fue a posarse de nuevo. Sus alitas, transparentándose,
llameaban como candela. La disecaré en mi cuaderno, pensé. Después la
llevaría a la escuela y la pondría en el rincón donde teníamos pajaritos,
lagartijas, sapitos y hasta un zorrito palián disecados. Mucho se alegraría la
señorita Amelia, mi maestra, con un animalito como ese en nuestra
colección.
Así pensando, bonito nomás me aproximé. Di un manotazo, pero sólo al aire.
¡Caramba, qué viva era! Ahora estaba posada en un espino. Agarré una
curpa y le tiré. Como un papelito la vi caer. Alegrándome corrí. .. Pero al
llegar, ya la vi más allá. ¿Qué cosa?, dije, ésta se va a jugar conmigo? ¡No,
caray, tengo que agarrarla!
Así fue cómo me desvié del río y, sin darme cuenta, poco a poco, me estaba
yo metiendo bien adentro en un bosque, donde los árboles eran tan altos y
ramosos que apenitas dejaban entrar los rayos del sol. Desorientado,
tratando de oír el rumor del río, que me parecía venir de todos lados, terminé
perdiéndome.
Recién sospeché que esa mariposa a lo mejor fue la wayra warmi tratando
de perderme en ese bosque para volverme loco. Y como qué, animales feos
empecé a ver que se arrastraban entre la maleza y unos rugidos lejanos
como de leones se escuchaba.
Medio asustado, busqué por uno y otro lado la manera cómo librarme de ese
entrevero de plantas, cada vez más tupidas.
Cuántas horas pasarían (ya estaba tarde). Por fin logré salir a un claro o,
mejor dicho, a un lugar donde el bosque terminaba, alzándose más allacito
una altísima montaña.
Y mientras mis ojos faltaban tratando de dar con algún cristiano, oí de un de
repente como que alguien cantara por ahí por donde venía el viento.
Emocionado, con ganas de verlo, eché a correr esa travesía ...

16. LA ACHIKÉ
(La mujer con un aspecto de la bruja)
¡Ay, saputa saputa prendishga!
lampras
lampras
lampras
¡Ay, saputa saputa prendishga!
lampras
lampras
lampras
Cantando asina, una vieja junto a un punle [quechua: poza], lo punzaba con
espinas a un sapo en el momento que me asomé. Quise darle cara y medio
no también, después que con tanto entusiasmo había corrido. Me hubiera
escondido a espiarla mejor, si no hubiese sido porque ese ratito, husmeando
el aire, sin verme todavía, le oyera yo decir:
-- Huele a gente. alguien anda por aquí cerca ...
De pelo ceniciento, nariz larga, con la cara tapadita de granos, esa mujer
tenía el aspecto de la achiké, la famosa bruja de la que hablaban en sus
cuentos los de mi pueblo; medio tisiquienta también era, tal como la
pintaban. Una ligera sospecha me entró al comienzo, pero viendo que ya era
tarde para ocultarme, me di nomás valor pensando en los años ya que
habrían pasado desde que aquella mujer moriría.
Luego de dar un respingo botándolo al sapo, caminando agachada agachada
como una gallina, sin dejar de oler el aire, llegó hasta donde estaba yo
paradito.
-- ¡Za! -- dijo al verme--. ¿Quién pues eres? ¿Qué estás buscando por estos
lugares?
Medio se alzó un poco queriendo disimular su joroba y hasta una mueca hizo
que para ella seguro significaba sonrisa, pero a mí me infundió más
desconfianza. Me fijé en su vestimenta: usaba un rotoso traje de color negro
desteñido, sombrero granate oscuro, shilpiento, y un largo rebozo sin flecos
con su punta que se arrastraba por el suelo.
-- Te pregunto quién eres, ¿oyes o no oyes? -- habló molestándose.
-- Me he perdido, señora -- le respondí--, buscando estoy el camino de
regreso a mi pueblo.
-- Y de dónde eres? -- dijo suavizando su fea cara y su voz también -- ¿se
puede saber?
-- De Rayán soy pues, un pueblo situado en la Cordillera Negra, ¿conoce?
Se quedó pensativa como haciéndose que recordaba.
-- Ese pueblo está lejos -- dijo después--, yo conozco el camino; mañana te
indicaré, ahora ya está muy tarde.
-- No importa, señora, de noche también puedo caminar, indíqueme nomás;
hágame ese servicio.
-- Estarás loco, muchacho; de noche es peligroso. Te toparás con almas
condenadas y...
¿Almas condenadas? Ah, pucha, eso sí me acobardó, acordándome de esas
feas historias que contaban en mi pueblo.
-- Tiene razón, señora -- le dije--, mejor será irme mañana temprano. Por
casualidad no tiene posadita que me dé?
-- Claro, hijo -- habló con un brillo medio raro en sus ojos--; allá detrás de
esa lomita está mi choza. Ahí como sea nos acomodaremos.
-- Gracias, mamay.
Oscurecía. Un huaychó dando un graznido cruzó el cielo. Ave malagüera.
17. NIÑO MANUELITO
Descansa sobre esos pellejos -- dijo haciéndome entrar en su choza--, yo iré
a la cocina mientras, a hacer hervir papilas; después te llamaré.
-- Gracias, mamay-- le dije, ya más confiado; parecía buena la mujercita y un
engaño nomás su fea apariencia.
Por si acaso diciendo, un ratito la estuve aguaitando por una rendijita que
daba a la cocina. Y de veras, afanada estaba prendiendo la candela. Al ratito
cuando volví a mirar, vi que había parado un perol sobre el fuego. iA pucha!
tremenda olla para preparar sólo para dos?, me llamó la atención. No tendrá
seguro olla chica, pensé después, bostezando, con ese sueño que me
vencía. Tranquilizado ya, me tendí a la cama dispuesto a pegarme un
sueñecito olvidándome que hasta hacía poco mi barriga estaba sonando
todavía de hambre. Ni bien mis ojos se cerraron, cuando empecé a soñarlo al
Niño Manuelito, de quien yo era su pastorcito todos los años en la fiesta de
Navidad en mi pueblo, y para quien cantaba villancicos y le hacía ofrendas
en la iglesia, con toda devoción.
"Tienes que huir lo más antes que puedas", me dijo en mi sueño, "la vieja
achiké está haciendo hervir piedras en ese perol y con engaños hará que te
acerques para empujarte. Lo que quiere es alimentarse con tus restos, como
ha hecho con otras criaturas. Huye antes que sea tarde. Llévate el peine, el
espejo y la aguja que dejo a tu lado, y arroja cualquiera de ellos a tu tras si
sientes que viene a darte alcance."
Asustado me desperté pensando en que sólo sería sueño; pero no, cuando
miré a mi lado, allí estaban las cosas que dijo el Niño Manuelito que me
dejaba. De veras, un espejito redondo, un peine de cuerno, brillosito, y una
aguja grande como de arriero.
Antes de guardarlos en mi bolsillo, aguaité por la rendija y vi a la mujer
atizando la candela sudada sudada. Después, como presintiendo algo, se
paró; y vi que se venía al cuarto caminando despacito sobre la punta de sus
pies. Rápido me tendí en la cama haciéndome el que roncaba. Después,
cuando sentí que se alejaba, volví a la rendija de la cercha. Ahora metía al
fogón las últimas leñitas.
Al poco ratito, envolviéndose en su rebozo, salió. Iba seguro por más leña.
Aproveché para ir a la cocina y tantear con un palo lo que hacía hervir. De
veras, sólo piedras era. Esas collotitas que abundaban en los ríos. Asustado,
sin pensarlo más, asegurándome de llevar conmigo esos tres objetos que me
regaló el Niño Manuelito, abandoné la casa y me interné en el monte
alumbrado ligeramente por la luna.

18. EL PEINE
Tanteando tanteando caminaba yo, oyendo mil ruidos que se confundían en
ese laberinto de ramas, troncos, bejucos ... Procuraba ir en una sola dirección
nomás, cortando, no como en el día en que estuve dando vueltas y vueltas
por el mismo lugar como un zonzo [loco]. El miedo que sentía por la mujer,
me hicieron olvidar los peligros que me estarían acechando quién sabe en la
oscuridad. Corriendo en partes donde la maleza no era muy tupida, avancé
buen trecho. En eso el rumor del viento que anuncia una tempestad, avanzó
hacia el bosque, iúúúúúúú! ireeeeech!, trayéndose, por lo que oí, algunos
árboles abajo ...
Soportando arañazos, latigazos de las ramas, tropezándome, cayendo,
levantando, yo corría desesperado maliciando que ese viento no era otro que
la achiké, la maldita vieja bruja, que estaba buscando mi muerte ...
Sintiendo que ya no podía más, después que la copa de un árbol casita me
tapa, no sé cómo me acuerdo del Niño Manuelito y lo aviento a mi tras el
peine, como me dijo. Un grito feo que nunca antes había escuchado asina se
lo llenó el bosque ese mismo ratito en que un temblor sacudía la tierra.
Cuando asustado de fea manera me volví a ver, el bosque había
desaparecido y en su reemplazo se alzaba una enorme montaña de
puntiagudas rocas en su cumbre, como los dientes del peine.
Respiré aliviado pensando que la achiké chocaría seguro allí y estaría quién
sabe muerta al otro lado.

19. EL AYA UMA


(Cabeza sin cuerpo)
Estrellado el cielo. Las siete cabrillas brillaban cercanas a la mamá killa
[quechua: luna], la madre luna. El aire era limpio en esa noche serena,
calmosa. Silbando avanzaba yo, por un angosto valle orillado de cerros,
esperanzado en que por ahí sería el camino hacía mi tierra. De pronto, de
uno de los cerros hubo un desprendimiento de piedras y luego algo que
bajaba rebotando como una pelota:
-- ¡Tac pum! ¡tac pum! ¡tac pum!. ..
Abrí bien mis ojos sin correrme todavía. Su cabeza de la achiké era. Clarito
la vi cuando un ratito se quedó en el aire suspendida tratando de
reconocerme seguro. Esos largos pelos cenicientos, su encorvada nariz
como de shingo [quechua: gallinazo] y más aún sus feos ojos de lechuza, no
eran nomás de olvidarse fácil. En aya urna se había convertido esa mujer:
una cabeza que vuela buscando agua de los ríos y que a veces llora con
gemidos que lo hacen helarse a uno.
Pegué la carrera hacia unos montecitos. La cabeza había quedado botada
en la pampa acabando de rodar. Le costaba trabajo ahora levantarse.
Mientras eso yo alcancé un árbol y empecé a trepar, espantando a un
venado que saltó de entre los matorrales y se echó a correr esa travesía,
medio oculto entre las ramas.
En eso lo veo a la cabeza, de lo botadita que estaba, darse un fuerte impulso
y elevarse por los aires y luego, zumbando como un oronguy [quechua:
abejorro], lanzarse tras el venado. Asustado vi cómo el animalito, saliendo de
entre los arbustos, enfilaba hacia el cerro seguido muy de cerca por el aya
urna, que pensaba seguro que en venado me había convertido.
Descolgándome del lucmo [quechua: árbol de lucma] eché a correr esa
bajada, mientras el aya urna se estaría prendiendo ya del cuerpo del
animalito. Pero la bruja maldita se convencería seguro que ese venado no
era yo, porque al voltear la veo que de nuevo se venía por mi tras, volando.
Acordándome de la aguja que me dio el Niño Manuelito, la tiré a mi tras
esperando a ver qué ocurría. Y ocurrió que la vieja dio un grito que erizó mi
pelo. Cuando me volví, estaba atrapada en un alto cerco de espinas
enredados sus cabellos.

20. LOS JIRKAS HABLAN


Con el cuerpo rendido, en una pampa me dormí, rezándole a taita Mañuco y
a los espíritus de los cerros cercanos, los jirkas, que me protegieran de algún
peligro. Como a la madrugada sería, desperté cuando los cerros estaban
hablando:
-- ¿Qué hace ahí ese pobre niño tiritando? -- preguntaba uno.
-- Perdido estará seguro -- respondió el otro--. Nos pidió protección, ¿no
oíste?
-- Sí, claro; allau criatura, siquiera a nuestras cuevas se hubiera venido.
-- Oyes eso como lamento que viene de lejos?
-- Será el viento ...
-- No, no parece.
-- ¿Algún alma en pena?
-- Eso sí tal vez.
¿Alma en pena? Más parecía la voz del aya urna. Se habría desprendido del
cerco de espinas quién sabe. Rendido como estaba, confié en el espejito que
tenía; algún milagro hará diciendo.
-- Su lamento duele -- decía uno de los cerros.
-- Pasará por la pampa. Ojalá nomás no despierte al wambra [niño].
La luna se ocultaba. Si el espejito no me socorre, los jirkas lo harán, pensaba
yo, confiando en los espíritus bondadosos de las montañas. Con pereza me
levanté.
Volando a ratos, otras veces dando saltos, oliendo mi rastro como allko
[quechua: perro], pero sin verme todavía, se hallaba ya bastante cerca.
Entonces fue que con todas mis fuerzas lo aventé el espejito en el momento
que avanzaba rebotando, ¡tac pum! ¡tac pum! ¡tac pum! ... Al tocar el suelo, el
espejito se convirtió en una tremenda laguna. Y el aya urna, que acababa de
dar un salto, en vez de rebotar en la tierra, se hundió en las aguas, sin poder
detenerse a tiempo.
Quiso emerger como sea, elevarse, pero las aguas la vencían y sólo
glogloteaba desesperadamente. Sus pelos se desparramaron sobre su cara,
chorreando agua, y estaba que se asfixiaba, sin tener manos para retirarlos.
Un buen rato luchó todavía, hasta terminar perdiéndose del todo.
-- ¿Viste? -- habló uno de los jirkas.
-- sí, era su cabeza de la achiké, la maldita bruja del primer valle.
-- Pero, ¿a qué venía?
-- Parece que siguiéndole al wambra; para hacerle alguna maldad seguro.
-- ¿y la laguna? ¿Dé dónde salió la laguna?
-- El wambra la hizo aparecer. Está visto que lo protegen los otros dioses ...
-- Mira, ya amanece; saludémosle a lnti, nos está hablando ...

21. Gato Tinyero


Bajé al tercer valle silbando un canto que decía:
En Ticapampa ¡cómo andarán!
las tres chinas ¡qué no dirán!
las tres juntas ¡qué no hablarán!
todas ellas ¡qué no dirán!
Ese canto me daba risa y me hacía recordar a Floria, su hija de don Cosme.
Cada que me oía cantar se ponía colorada, porque tres hermanas eran ellas,
la una mayor, después Floria y la otra más menorcita. Ahora la pobre estaría
extrañada que no iba a visitarla tantos días ya a su majada.
En esos pensamientos iba, viendo la neblina que se levantaba por todas
partes haciendo borrosas las plantas. Una fina garúa empezaba a caer. Lo
que más ansiaba era encontrar frutas o lo que fuera para echar algo a mi
barriga. Entré en esa como humera que era la neblina y ahora avanzaba
paso a paso cuidando de no caerme en algún abismo. Encontré una
quebradita que bajaba trayendo agüita fresca aunque un poco helada.
Sacando mi sombrero tomé hasta hartarme. Ya me levantaba sacudiéndolo,
cuando oigo que algo viene, zumbando entre la niebla. Será algún animal
diciendo, rápido me paré.
En eso lo veo que se viene girando de frente como a atropellarme, uno como
disco de luz de colores y que de su centro asoma la cabeza de un feo gato
montés, con sus ojos que botan chispas y que al mismo tiempo lo atraen a
uno como imán.
-- ¡El gato tinyero! -- dije asustado conociéndolo recién.
En mi pueblo hablaban que era el arco iris de la garúa, llamado también
tinya, que así rodando rodando, bajaba por las faldas de los cerros, tin tin
tin ... sonando, sembrando flores silvestres; pero cuando se topaba con
alguna persona lo huaiqueaba, metiéndose en su barriga; y lo dejaba
enfermo hasta morir hinchándose.
-- ¡Fuera, gato! ¡Fuera!
Arrojándole piedra y piedra intenté desviarlo. Pero no. Más feo se erizó el
animal. Y vi que se venía de frente dentro del disco zumbante ... Pisando altos
y bajos, sin poder ni ver en esa humera, yo eché a correr hacia un costado
hasta salir por fin a un claro; desde donde lo vi apenitas que de veras como
una tinya de colores, rebotando se perdía por la hoyada, dejando regado a
su paso seguramente hermosas azularías y amancaes ...
22. ¡ÁBRETE CANDELA!
Sólo moras y nísperos, que comí hasta hartarme, hallé en el cuarto valle.
Sofocado por la cantidad de mosquitos que había y asustado de esas
tarántulas peludas que abundaban, antes que me ganara la noche, ya que
luna no había, traté de alcanzar los cerros del lado, en busca de alguna
cueva. Un camino que se iba ladera ladera nomás, me hizo pensar que por
ahí cerca habría alguna choza. (p.57)
Pero no vi nada, aparte de cerros y quebradas en toda esa travesía. Por fin,
después de tanto andar encontré una grieta donde pude calzarme. El sueño
poco a poco fue apagando el chirrido de los grillos y el rumor del valle ...
Sería a la medianoche o más quién sabe, cuando oí como si alguien hubiera
gritado en mis oídos:
-- iSóoo! ¡Burrooo! iSóoo!. ..
Asustado me levanté a ver. Las estrellas alumbraban clarito. Arribita dos
hombres estaban parados frente al cerro, con dos burros cargados.
-- ¡Ábrete, candela! -- le oí pronunciar a uno de ellos.
En seguida vi cómo la peña se abría y cómo los hombres ingresaban
arreando los animales. Ahí nomás se cerró de nuevo, y otra cosa no vi.
¿Qué? ¿cómo?, diciendo fui a tocarlo. Pero la peña, peña nomás era.
Entonces, para comprobar que no había soñado, dije:
-- ¡Ábrete, candela!
Y para mi asombro, la peña se abrió. Por pura curiosidad di un paso y otros
pasos más al ver que era como un espacio abierto al otro lado. De veras,
circulado de cerros, como amurallado, era ese lugar, según pude verlo al
bandear. Sólo que apenas había pasado, la peña se cerró a mi tras. Sin
ánimo de volverlo a ordenar que se abra, arrastrándome sobre la huaylla,
decidí acercarme a la choza del frente, junto al cerro.

23. LOS PISHTACOS Y EL CONDENADO


Adentro estaban los hombres, alumbrados por una vela. Acababan de bajar
de los burros una carga medio rara, envuelta en ponchos y frazadas. Yo los
aguaitaba desde detrás de la casa, esperanzado en que fueran buenos
cristianos para presentarme. Pero cuando desenvolvieron el bulto y vi lo que
era, se escarapeló mi cuerpo y mi estómago se revolvió de asco.
Lo vi mejor cuando haciendo fuerza y embarrándose de grasa y sangre,
lograron colgarlo, hacia abajo, sujeto a unos ganchos, igualito a una res, el
cuerpo de un hombre sin cabeza, brazos ni piernas. Eran pishtacos.
Temblando de miedo, retrocedí. Pero al voltear ... ¡Psic!, se hizo mi cuerpo al
descubrir un bulto negro paradito a mi tras.
-- Este ... quién es ... usted? -- tartamudié dándome cuenta que era un hombre
que parecía flotar, porque sus pies no se asentaban en el suelo. Su cara
tampoco se veía, bañada en sombras por el ala de su sombrero.
-- No me tengas miedo, no voy a hacerte daño -- habló con su lengua como
de trapo, trabándose y destrabándose, gangoseando --; soy el alma de ese
hombre que has visto colgado adentro ...
iA pucha!, no pude evitar que mi pelo se parara y mi cuerpo se estremeciera.
Ni al supay [quechua: diablo] le tenía miedo yo como a las almas en pena.
Pero conforme me hablaba iba yo serenándome.
-- Me dieron muerte en la cueva de Cushurbamba, mientras dormía. Yo
volvía a mi pueblo luego de quince años de estar en la Costa trabajando en
las haciendas cañeras ...
-- Con plata estaría volviendo seguro ...
-- Cierto, traía mis realitos y también cositas para mi familia.
Pero ahora ya nada de eso importa, sólo la salvación de mi alma es lo que
busco ...
El rumor de la conversación llegaría hasta los pishtacos seguro, por eso de
un de repente los vimos salir agarrado a uno de ellos un tizón, alumbrándose
con su brasa ardiendo, y al otro un alfanje, eso como machete curvo filudito
con el que dicen que matan. Con ira se lanzó el condenado de frente a
atacarlos. Los otros creerían seguro que era cualquier hombre, y lo
esperaron. El del tizón dio un puyazo, mientras el otro alzaba su alfanje. Sólo
cuando se dieron cuenta que ni el alfanje ni el tizón le hacían nada, abrieron
los ojos igualito como las reses cuando las van a degollar, reconociéndolo
seguro quién era.
-- iAhhh! -- gritaron cayendo de espaldas, abiertos los ojos, babeando.
-- Están muertos -- dijo después el condenado, parado junto a los cuerpos.
Cuando corrí a tocarlos, de veras, estaban fríos.
24. HACIA CUSHURBAMBA
Después de abrir la peña con las palabras ya conocidas, el condenado y yo
salimos al camino. Íbamos hacia Cushurbamba, yo montado en uno de los
burros, él caminando en el aire, encimita del suelo. Me había suplicado
volver a la cueva donde murió, a sacar la talega con plata que, antes de
dormirse, por precaución, había enterrado y que los pishtacos no
encontraron.
"Si alguien no saca ese dinero de allí, mi destino será seguir vagando (p.63)
sobre la tierra."
Apurada apurada subía esa cuesta la pobre alma, llevándome la delantera.
Desesperada estaría por emprender su camino hacia las estrellas. ¿Habría
criado en vida un perro negro? Seguro, cuándo no. Ese yana [quechua:
negro] allko [quechua: perro] le ayudaría a cruzar el Koyllur Mayu, el río
blanco del que hablaba mi mamita; de allí, por el camino de venado, llegaría
a la Cruz de Catarpón" donde vería por fin a la Virgen maría, al Niño
Manuelito y a taita Dios Wiracocha ...
Así pensando iba yo, extrañando a la mamá killa [quechua: luna], la luna, que
estaba ausente ahora, y en su reemplazo relumbraba más bien el warak
koyllur, lucero o estrella del amanecer.
25. EL DINERO
Resplandecía de felicidad el rostro de Jacinto Asto Huillcahuari -- que así dijo
llamarse el alma -- cuando nos despedimos en el alto de una montaña. Yo
llevaba entre mis manos una talega llena de monedas que contra mi voluntad
la recibí. Me daba no sé qué cargar con un dinero que estaba manchado por
la criminosidad. Estará maldito, pensaba de paso. Y no veía las horas de
cómo nomás deshacerme
De buena gana lo hubiera tirado; pero y si por alguna desgracia caía yo en
un abismo o algún animal me provocaba la muerte, no me condenaría acaso
como Jacinto Asto Huillcahuari? Dudaba. Quizá llevándolo a Ataura, su
pueblo, en el valle del Mantaro, según me confió, podría yo entregarlo a sus
familiares. ¿Pero dónde sería? ¿Hoy mismo tenía conocimiento yo dónde me
hallaba?
Pensativo bajé nomás por el camino que me indicara, hacia otro valle que
acortaría el camino a mi pueblo, lamentando que se hubiera escapado el
burro mientras nos halláramos en la cueva.

26. VIAJE AL QUINTO VALLE


En ese nuevo valle, de clima templado, que me pareció como los otros
abandonado, me encontré con un anciano todo rotosito que avanzaba del
otro lado cargado su alforja.
-- Buenos días, taita -- le dije cuando nos topamos.
-- Buenos días, hijo -- respondió --, ¿de dónde vienes?
-- De muy lejos, papá: perdido estoy buscando mi pueblo.
-- ¿Cómo se llama tu pueblo?
-- Rayán, en plena Cordillera Negra, al pie de la laguna de Wiri, ha
oído mentar?
-- Eso está lejos, muy lejos -- dijo moviendo su cabeza como lamentando--,
de todas maneras estás siguiendo bien, hijo, por aquí se va, así medio al
sesgo del camino del sol.
-- ¿Y vos, taita, a dónde bueno?
-- Yo estoy yendo, hijo, a castigar a un pueblo de pecadores.
-- ¿Pueblo de pecadores? ...
-- Sí, pero es mejor que lo olvides -- diciendo asina abrió su alforjita, y me
invitó lo que llevaba: pedacitos de charqui [quechua: carne] con cancha, que
yo recibí agradecido. Antes que se pasara le ofrecí la talega con las
monedas.
-- ¿Y esto? -- preguntó.
Le conté la historia. Y mis temores.
-- Siendo así, te recibo -- dijo--; pero a cambio de un consejo.
-- ¿Consejo?
-- Sí, si lo tienes en cuenta podrá serte útil.
-- ¿Cuál es el consejo, taita?
-- "No seas juzgavidas, nunca preguntes lo que no te importa."
-- Gracias, lo tendré presente.
-- Ahora sí ve, hijo, llegarás a tu tierra sólo cuando hayas salvado de la
maldición a un pueblo que te espera ...
-- ¿Cómo?
-- Anda nomás, ya me entenderás.
Estará loco, habla sólo de pecados, diciendo entre mí, traté más bien de
alejarme.

27. EL CONSEJO DEL ANCIANO


Después de dejar atrás puro monte, avanzaba ahora por unas chacras
abandonadas, de cercos caídos, secas las tierras, a pesar que por ahí cerca
pasaba una quebradita con abundante agua. Los mangos y los paltos que
orillaban los bordes estaban marchitos, podridos los frutos. Nadie vivirá por
acá seguro diciendo, rápido rápido nomás me iba, mirando con preocupación
el cielo negro, que anunciaba tormenta. En eso, detrás de unos eucaliptos, oí
los ladridos de un perro.
Me alegré: donde había perros había gente. Ojalá me dieran posadita para
guarecerme un rato diciendo, hacia donde los ladridos seguían oyéndose me
dirigí. Una casa -- hacienda apareció ante mi vista, llena de polvo y
hojarasca. Un perro galgo saltaba tras la cerca, ladrando.
-- ¡Salomón! ¡Salomón! -- gritó una voz roncosa, de adentro.
Un hombre barbudo, a la vista un hacendado, salió a sujetarlo. Tenía sus
ropas descuidadas, igual su barba y hasta su pelo largo más de la cuenta.
Abrió el portón. Mirándome se quedó, respondiendo apenas mi saludo.
-- Ando perdido, señor -- le dije un poco receloso--, quisiera que me dé
posadita, hasta que pase la mangada nomás.
-- Cómo no, hijo, pasa, pasa, adelante -- habló con agrado contra mi creencia
que me negaría.
Después, molestándolo a su perro para que ya no ladrara, me condujo hacia
adentro de su mansión. El descuido de la casa había sido afuera nomás;
adentro, el patio y los corredores estaban limpios, todo bien aseadito.
-- Con hambre andarás, pobre criatura; ven a servirte algo -- diciendo me
hizo entrar en su comedor, antes que pudiera responderle nada. Allí,
sentadita sobre una silla, una muchacha buenamoza, jovencita nomás,
miraba el suelo, triste, cuando entramos.
-- A ver, hija, sírvele algo al huésped; está con hambre.
Después de saludar a la muchacha, que me respondió moviendo su cabeza,
recién pude decirle al hombre que no se molestara, que acababa de comer
justamente, que un anciano que encontré más allá nomás me había invitado
de su fiambre.
-- Vamos, hijo, no tengas recelo -- me dijo --, por acá no ha pasado nadie, ni
lejos ni cerca; Salomón ya lo habría sentido, no se le escapa nada.¿ Ya ves
cómo te olió a ti?
Por no contradecirle, me quedé callado, fijándome asombrado más bien,
cómo esa muchacha, su hija del hombre, al levantarse y dirigirse a la cocina,
arrastraba una larga y pesada cadena, asegurada a su tobillo con un grillete,
mientras el otro extremo parecía estar enterrado en el piso del corredor.
Y por qué pues la señorita se halla asina, señor?, iba a ganarme mi boca,
cuando en eso, cómo nomás será, me acuerdo del consejo del anciano: "No
seas juzgavidas, nunca preguntes lo que no te importa."
Teniendo presente eso, disimulé más bien, mirando a otro lado. Al ratito
volvió la muchacha caminando con harta dificultad a servirme la comida.
Para el hombre también sirvió. Yo los dos comimos en silencio, sintiendo la
mirada de ella, como si estuviera con ganas de comer. En un cuartito junto a
la troje, me dijo el hombre que descansara si deseaba, que él se iba con su
perro a cazar perdices, antes que la lluvia asomara. Por la noche, comimos
las perdices que había cazado, mientras oíamos la granizada sobre las tejas.
La muchacha, como en el almuerzo, desde su asiento miraba solamente.
Esa noche, para acá y para allá me revolví en la cama sin poder dormir, ese
hombre será pishtaco [quechua: degollador, traficante de grasa humana]
quién sabe diciendo. En la madrugada todavía me venció el sueño. Hasta
que amaneció felizmente.

28. NOS HAS LIBRADO


El hombre me esperaba sentado en su patio cuando me levanté.
-- Pasa, hijo, hice preparar temprano el desayuno. Ven a servirte.
Francamente ese hombre me causaba extrañeza. Después del desayuno,
que nuevamente sólo los dos consumimos, dándoles las gracias a él y a su
hija, me despedí. De buena voluntad se acomedió acompañarme hasta
afuerita, seguido de su perro.
Después sí, cuando me vio alejarme, rápido nomás se entró dejando el
portón abierto como si algo le urgiera adentro. Medio neblinoso estaba la
mañana. Ni un pájaro cruzaba el cielo. Rápido rápido empecé a alejarme,
siguiendo las huellas ya borrosas de un camino viejo. Más arribita cuando me
hallaba yo tirándole piedras a una lagartija que me había asustado, lo veo de
un de repente asomarse al caballero a toda carrera, empuñado su sombrero,
haciéndome seña que lo esperara.
Harta alegría vi en su rostro cuando ya llegaba a mi lado, como si alguna
felicidad hubiera encontrado. Y de veras, eso era, porque sin pararse a
hablarme siquiera, se lanzó a abrazarme, diciendo:
-- ¡Gracias, hijo, gracias!, gracias por librarnos de la desgracia ...
Sin entenderle, yo me quedé calladito, esperando me explicara.
-- Nos has librado a mí y a mi hija -- dijo después, sin dejar de acezar por el
cansancio -- de una maldad que pesaba sobre nosotros ... ¿Maldad? Seguí
sin entender. Ese ratito asomó la muchacha corriendo libre ahora, sin
cadenas, junto con el perro que alborotaba a su lado ladrando. Ambos, padre
e hija, se abrazaron en mi delante, llorando de felicidad. Después,
separándose, la muchacha vino donde mí y llenó de besos mi cara ...
-- Sí, hijo, nos has librado de una maldad -- volvió a hablar el hombre,
dándose cuenta seguro que seguía yo como tonteado, sin entender--. Has
logrado lo que nadie: que se rompan las cadenas que tenían aprisionadas a
mi pobre hija, gracias a tu prudencia de no preguntar nada ... Pero
sentémonos sobre estas piedras, hijo, para contarte la historia desde un
comienzo, mientras Brunilda goza de su libertad ... Así diciendo se acomodó
sobre una piedra plana y yo puse atención.

29. LA BORRACHERA DEL SUPAY


(Diablo)
Un caballero elegante, joven, montado en un caballo jateado con oro y plata,
visitaba la hacienda frecuentemente. Decía ser hacendado poderoso en
tierras lejanas. Ellos le creían porque los regalos que hacía llegar no eran
poca cosa. Entonces ellos eran: él, de nombre Rodrigo Egúsquiza, su mujer
y Brunilda, su hija, que entonces tenía catorce años.
De tanto en tanto, el hombre pidió la mano de la doncella. Don Rodrigo
aceptó, pero la mamá dijo que mejor consultarían primero a la muchacha,
que volviera. En cuanto se fue el hombre, secretamente nomás, sin que
supiera su marido, la mujer fue a consultar a una bruja que era de su
confianza. La bruja lo vio en la candela. "No, le dijo, no les conviene; no
saben con quién se han metido: ese hombre es el supay, el demonio."
Asustada, la mujer alertó a su marido. Pero él no creía. De todas maneras
quiso con vencerse. para eso le dio enseñanzas a su hija, cómo nomás
debía hacer para cuando volviera. Y ocurrió que cuando llegó el caballero, el
hacendado sacó licor para brindar entre todos. El hombre se negó en un
principio diciendo que él no tomaba, que le hacía daño. Pero tantas fueron
las exigencias que por fin aceptó. El primer trago fue con la novia, después
con los suegros. Pero el licor que le sirvieron a él, era el que preparó la bruja.
De ese modo, en un ratito el pretendiente estaba borracho.
Queriendo demostrar su poder, llegó a decir a la novia que le pidiera en ese
momento lo que ella quisiera.
-- ¿Qué le pido, mamá? -- riendo consultó la muchacha.
-- Lo que sea, ¿no? -- se volvió la mamá a consultarle a su vez al supay.
-- Lo que sea -- respondió él, hipando.
-- A ver pues que se meta en esa botella -- dijo la mujer señalando una
botella vacía de licor.
El hombre se quedó pensando un ratito; después, decidido, respondió:
-- Bueno, ¿por qué no? Ahora verán ...
Y ante el asombro del resto, convirtiéndose en una mosca medio azulosa,
entró. Reaccionando rápido, don Rodrigo Egúsquiza tapó la botella con un
corcho, mientras su mujer la envolvía con un rosario. Adentro, el demonio,
dejando de ser mosca, se transformó en un hombre chiquitito, que alzando
sus bracitos, con voz delgadita, protestaba. Por indicaciones de la bruja,
llevaron a enterrar la botella en un lugar donde dos caminos se cruzaban
formando una cruz. El supay suplicaba, ofrecía volverse a sus dominios sin
tomar venganza; pero no le hicieron caso. Pasaron varios meses y ese
camino se volvió chúcaro. Se oían gritos, súplicas, amenazas, temblaba la
tierra cuando alguien pisaba ese lugar. Sólo cuando la achiké pasó por ahí,
pudo sacarlo. Reventando de cólera, el supay se presentó ante don Rodrigo
Egúsquiza y cobró venganza.
A su mujer le dio muerte con sólo alzar un brazo, de donde salió algo como
un rayo que la volvió cenizas. A él y a su hija les dijo que primero les haría
padecer antes de matarles. Entonces al ver a la muchacha que sollozando le
suplicaba que no les hiciera daño, le dijo:
"Por el gran amor que te tuve, haré caso de tus súplicas, dándoles una
oportunidad de salvarse: sólo cuando alguien pase por acá sin preguntar
nada de lo que viese, desaparecerá mi maldad. Para eso será necesario que
te vean en el estado que vas a quedar."
Diciendo eso dio un salto con los pies hacia arriba, al tiempo que reventaba
algo como un cuetón y desaparecía entre un olor que hacía arder la nariz.
Cuando don Rodrigo Egúsquiza reparó a su alrededor, su hija estaba
encadenada. Ninguna herramienta podía trozar esa cadena. Afuera, los
sembríos se secaban.
30. LOS JUZGAVIDAS
Luego que acabó de contarme sus penas don Rodrigo Egúsquiza -- en tanto
la muchacha caminaba, saltaba, corría por la pampita, jugando con su perro,
sin convencerse todavía que estaba libre -- me llevó hacia un caserón
abandonado, lejitos de la casa, donde me mostró los cadáveres de los
juzgavidas. Tantos eran. Algunos medio fresco fresco todavía estaban.
Acuchillados, ahorcados o baleados.
-- Una ira terrible se apoderaba de mi cuando empezaban a preguntar.
Perdía yo todo control. Los primeros en morir fueron mis sirvientes, luego mis
peones, después todo el que llegaba ... Asustado le escuché un buen rato. Y
cuando le dije que ya quería irme, palmeando mis hombros, me dijo:
-- Quédate a vivir con nosotros, hijo, te daré la media parte de mi hacienda.
Ahora que la maldición ha desaparecido, mis chacras volverán a producir.
Traeré peones de otros lugares y, verás, esto se poblará de nuevo.
-- Gracias, don Rodrigo -- le dije --, le agradezco mucho; pero no puedo
quedarme. me urge llegar a mi pueblo, donde me esperan mi mamita y mis
hermanitos.
-- Podrías traerlos acá y vivir de lo mejor.
-- A ver les consultaré, taita, si se animan gustoso volveré -- le dije nomás
por no ser malagradecido.
-- Bueno, hijo, cuando vuelvas ya sabes que aquí tienes tu casa y tus
propiedades.
-- Gracias, caballero.
Llevando la alforjita con fiambre que la muchacha hizo llegar, empecé a
alejarme, silbando, viendo el cielo limpio y una bandada de loros que volaban
chillando hacia los árboles que, como un milagro, empezaban apenitas a
reverdecer. Ese rato me acordé del anciano que me diera el consejo, y me
arrepentí de haberlo tomado como loco. Hoy sí estaba seguro que no fue
otro que el mismísimo taita Wiracocha que, compadeciéndose, se toparía a
propósito conmigo para socorrerme seguro. Gracias, taita, diciéndole en mis
adentros y buscando en el cielo su figura de cóndor, apuré el paso viendo
que el solazo ya estaba alto.

31. EL GIGANTE CANLIN


Fue al terminar el sexto valle donde me encontré con el gigante Canlin y con
Juan Osito.
Después de haber caminado todo el día, dormía yo al pie de una montaña,
en uno de sus pliegues abrigados; cuando de repente, de lo bien dormido
que estoy, siento que alguien me levanta en peso y una risotada como un
trueno lo hace reventar en mis oídos.
Asustado, me senté, llegando a comprobar que me hallaba en la palma de la
mano de un hombre que no era otro sino la misma montaña
o lo que yo creyera asina.
-- ¡Jo, jo, jo, jo! ¡Yo soy Canlin! ¿Has oído nombrarme?
Sus ojos llameaban. ¿Canlin? Por cierto que había oído. En mi pueblo
hablaban de él: gigante encantado que en las noches de luna dejaba de ser
montaña para convertirse en monstruo comegente. Hasta entonces había
pensado yo que sólo era cuento. Pero no, de veras también como decían, su
corazón sonaba como máquina, diciendo ¡Canlin! ¡canlin! ¡canlin!. ..
¿Quieres ver las estrellas? -- habló alzando su mano por encima de las
nubes, antes que le respondiera. Un silencio total como si se hubiese
vaciado el aire de toda la tierra sentí entonces. Mis ojos se enceguecieron
con la luz de las estrellas, ahí cerquitas.
-- ¿Sabes? -- dijo bajándome por fin a la altura de su pecho, llenándome de
ese ruido que salía de su corazón, ensordeciéndome --, tengo hambre. En
buena hora has aparecido. Lástima nomás que seas tan pequeño; pero
tierna es tu carne después de todo. Serás un agradable bocado, ¡ahhhh! ...
Diciendo asina alzó su mano para llevarme a la boca. yo cerré los ojos,
temblando, sintiendo la muerte ... En eso, una voz como de truena se alzó de
abajo, de sus pies:
-- ¡Monstruo maula, cobarde! ¡Deja a ese wambra [quechua: niño]!
Canlin abrió los ojos medio no queriendo creer lo que oía, bajó rápido la
mirada y terminó huajayllándose, sacudiendo todo su cuerpo, hasta
cansarse. Era un maqta [quechua: juvenil] peludo, un joven mitad gente
mitad oso el que asina le hablaba. Acabada su risa, agachándose me puso el
gigante sobre el suelo, mejor dicho sobre esa pampa sin fin donde silbaba el
viento. Sin mucho apuro, calmoso, se dispuso ahora a empuñarlo al maqta,
sin poner cuidado de la honda que estaba haciendo girar éste.
Antes que lo empuñe, la piedra salió silbando, arrojada con tal fuerza que al
estrellarse en su frente, Canlin cayó de espaldas sin dar ni un grito,
sacudiendo la tierra como un terremoto.

32. MAQTA PELUDO


Me has salvado, amigo; gracias -- diciendo me acerqué al maqta peludo a
darle la mano.
-- No hay de qué, niño -- me dijo guardando en su picsha [quechua: bolsa de
cuero] de cuero su honda y la piedra con que había matado al gigante, que
ahora estaba tendido ahí convertido de nuevo en montaña.
-- Ahora sí Canlin ya no volverá a levantarse, está muerto de verdad, antes
sólo dormía.
-- Y esa piedra, amigo, ¿para qué la guardas?, ¿no hay otras parecidas?
-- Ah, no -- dijo sacándola para enseñarme --, ésta no es como las otras.
Ésta es de las que utilizaba Ayar Cachi para derribar montañas, por suerte
me la hallé.
Bonita era, redondeadita como chunguito [quechua: piedra redondeada].
-- ¿Y tú por casualidad no eres Juan Osito? -- le dije.
-- Sí -- respondió sin sorprenderse que lo reconociera --, soy.
-- Vaya -- dije --, yo creía que Juan Osito hacía años que había muerto.
-- No, sólo me desaparecí nomás por un tiempo; fue porque me caí al infierno
persiguiéndolo a un demonio que le llaman jarjacha [quechua: demonio en
forma de llama].
-- ¿Y allí estuviste?
-- Sí, pero cuando salí parece que mucho tiempo había transcurrido; porque
al volver, mi pueblo ya no era el mismo; mucho había cambiado y sus gentes
también ya eran otras.
-- ¿Y ahora a dónde te estás yendo?
-- A la selva, niño, en busca de nuevas aventuras.
un poco del fiambre que me sobraba todavía de lo que me dio don Rodrigo
Egúsquiza, le convidé. Agradecido se lo comió. Después nos despedimos. Él
se iba por otro camino. Mientras nos alejábamos uno del otro, yo recordaba
su historia.

33. JUAN OSITO


Fue hijo de una campesina y de un yanash [quechua: negro], un oso negro.
Cuando recogía choclos de una chacra de maíz, la mujer fue raptada por el
animal. Vivían en una cueva, situada en una fea pendiente cortada a pico en
el río Marañón. Carne de los animales que cazaba el oso, frutos silvestres o
de las siembras del valle que robaba, era lo que comían.
Cada que salía, el yanash aseguraba la entrada de la cueva tapándola con
una peña, dejando adentro a la mujer. En esa cueva nació Juan Osito.
Tiempo después, viendo que su madre lloraba queriendo volver a su pueblo,
él prometió ayudarla. Sólo un niño era entonces el pobrecito huco mari
[quechua: oso]. Cuando ya podía mover la peña que tapaba la entrada, de
acuerdo con su madre, ella le pidió al yanash que bajara por agua, y le dio un
harnero. Obediente bajó el animal. Y mientras se afanaba queriendo llevar el
agua en el harnero, ellos trepaban la pendiente, escapando hacia la cumbre.
La pesada piedra que servía de puerta, mal afirmada al haberla retirado Juan
Osito, rodó al abismo en esos momentos. Con harta sorpresa el oso miró al
alto. Y vio que el maqta peludo, cargando a la madre, coronaba ya la
cumbre. Botando el harnero y dando fieros gruñidos subió esa cuesta. Juan
Osito y su madre llegaban ya al pueblo, seguidos de cerca por el yanash.
A los gritos de auxilio, la gente, con palos, piedras, fierros o lo que fuera,
salieron a defenderlos. El oso, dando puñetazos, dejaba tendidos a los
hombres. Alguien disparó haciéndole saltar las tripas. Pero el yanash,
recogiéndolas, las metía con tierra y todo de nuevo a la barriga, y seguía
avanzando. Ocultos en una casa, Juan Osito y su madre miraban
preocupados. Afanoso, el yanash, a todas las casas entraba buscándolos.
Alguien alcanzó al maqta peludo una raja de maguey para que se defendiera.
Saliendo de su escondite, Juan Osito se enfrentó a su padre. De un solo
golpe en la nariz le dio muerte. Allí supo el secreto que guardaba el maguey.
Desde entonces Juan Osito y su madre vivieron en el pueblo.
Pero cuando ella murió, él salió en busca de aventuras por el mundo.
Grandes hazañas le recuerdan: como cuando mató a un puma de un sólo
puñetazo o cuando castigó a esa alma condenada hasta hacerle encontrar
su salvación ... De repente dejaron de oírse sus aventuras y ya nadie volvió a
saber más de él.

34. LA FLOR DE ESCARCHA


Cuando llegué al último valle, todo ampollados mis pies, quedé pasmado. El
cielo no era cielo. (Puro vació hacia arriba). La tierra también era negra.
Surcada por un río que no llevaba agua. Árboles secos. Sin aves que se
posaran en ellos. ¡Taita San Juan!, dije acordándome del Patrón de mi
pueblo, ¿qué pues ha ocurrido acá? ¿Por qué pues la maldición ha caído a
este valle así de esta manera? Creyendo encontrar más allá de nuevo el
verdor, la alegría, rápido rápido avancé. Mas, grande fue mi asombro al
descubrir, pasando unos guarangos calcinados, amontonaditos a tanta
gente, junto a una laguna. Avisados por alguno, todos se volvieron a verme.
Flacos, secos, arrugados, como esa tierra estéril eran.
-- Oiganes -- les dije llegando a su lado después de darles mi saludo --
¿podrían decirme por cuál lado se llega a la Cordillera Negra?
-- ¿Quién pues eres guagua? -- diciéndome se acercó de los hombres el más
anciano--, ¿de dónde vienes? Se te ve lleno de vida a pesar de tu
cansancio ...
-- De lejanos lugares vengo, taita -- le dije--, buscando estoy el camino hacia
mi tierra; quizás ustedes puedan darme razón.
-- Yo te llevaré a tu pueblo, wambra [quechua: niño], no te preocupes -- habló
un cóndor hermoso que hasta ese rato callado había estado ahí sobre una
peña, rodeado de un grupito de gente. Al verme llegar callaría seguro de lo
conversando que estaría.
-- ¿De veras? -- dije con harta emoción.
-- De veras; pero antes, ayúdanos, recién te conozco que eres el elegido por
los dioses para librarnos de esta maldición.
-- Tienes razón, hermano cóndor -- habló un hombre delgado como un palito
--, él es, él es el enviado para sacar del fondo de la laguna la sulla wayta, la
bendita flor de escarcha.
-- De veras, su corazón es puro; no como el nuestro, pecador.
-- Me asusté: ¿tirarme al agua?
-- No tengas miedo, buen pastorcito -- habló de nuevo el cóndor a quien
parecían todos respetar--, yo cuidaré volando que no vayas a ahogarte ...
Esa flor contiene el germen de la lluvia -- interrumpió otro --, trasplantada a
tierra la maldición cesará.
-- Cierto, pecadores hemos sido; pero ya pagamos bastante.
Había súplica en la mirada de todos, ¿con qué valor podría negarme?
35. ¡LLUVIA! ¡LLUVIA!
Amarrado por la cintura con una soga que el cóndor suspendía por su otra
punta, me zambullí al medio de la laguna aguantando el frío.
¡Achallau!, cristalina era el agua, podía verse hasta el fondo. Reparé para
todos lados buscando la flor. Demoré un rato hasta que mis pulmones
quisieron reventar. Salí a tomar aire.
Cuando de nuevo me sumergí, en un rinconcito, borrosamente distinguí una
florcita blanca. Ésa debía ser. La arranqué con cuidado nomás. Un terremoto
sacudió la laguna en el momento que nadaba a tierra llevándome la flor entre
los labios. Vi cómo se desmayaban algunos, mientras arrodillados oraban
otros. Cansado hasta demás, deposité la flor sobre la tierra. Había dejado de
mover. De la laguna se elevaban ahora copos de nubes negras.
-- ¡Miren! ¡miren!, son nuestros hermanos que se ahogaron tratando de sacar
la sulla wayta.
Las nubes se perdían ya en el cielo. De repente, como si lloraran, se
precipitaron en forma de lluvia sobre esa tierra sedienta.
-- ¡Lluvia! ¡lluvia!
Llorando de alegría, abrazados, la gente agradecía al cielo.
36. AL FIN MIS MONTAÑAS V MIS QUEBRADAS
Agarrado de su cuello del cóndor, sobre su plumaje blando, viajaba por fin.
Tres días me había quedado, mientras el cóndor hacía muchos viajes
invitando a las aves a poblar el valle. Daba gusto ver cómo trabajaba esa
gente abriendo surcos y echando semillas. ya las hierbitas brotaban dando
alegría y vida.
De recuerdo me la llevaba en mi bolsillo una semillita de la sulla wayta. Para
sembrarla en mi pueblo, en el lugar más vistoso.
-- Esa flor, como el amor, amanece en los corazones -- dijo el cóndor --; por
eso cuídala porque es causa de la alegría ...
Apenas le escuchaba yo, mirando boquiabierto las cordilleras, mesetas y
lagunas que parecían escapándose de nosotros. Sólo el frío nomás me
fregaba, haciéndome tiritar. Y cuando ya me estaba acostumbrando a estar
sólo en el aire, aparecieron ante mi vista mis quebradas y mis montañas.
-- ¡Buena, mallku! [quechua: cóndor], ¡wífala! [yeyeye] -- me alegré viéndolo
planear buscando dónde asentar. Parecía un dios, con las alas extendidas.
Me pregunté si no sería de nuevo el mismo taita Dios Wiracocha,
socorriéndome. Los pastores que nos estaban viendo desde las laderas,
empezaron a llamarse de cerro a cerro, señalándonos.
-- ¿Cholito es no? ¡Masqui véanlo! -- gritaban.
Y yo, prosista, sacando mi sombrero, lo agitaba con ganas, mientras ya el
cóndor asentaba. Entre los que corrían, aparte de mi mamita y mis
hermanitos, reconocí a Floria, la pastorita de Ticapampa, que junto con
Lucero, mi amado venadito, corrían a mi encuentro ...
LEf)l,
(I
QUEL
VEO

l Hay grandes
libros en el mundo
y grandes mundos
en 1os libros..

,Diez libros buenos 1 diez


excelentes amigos y
cormpañeros''.

CDSV

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