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Es un reconocido poeta,
cuentista y novelista peruano. Ha obtenido importantes premios en narrativa
y poesía como: Premio de Cuento José María Arguedas (1978); Premio
Nacional de Poesía José María Eguren (1980); Premio de Cuenco Copé
(1983); Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil - Aplij (1985); Premio
Latinoamericano de Cuento Cicla-87; Premio Nacional de Educación Horacio
(1995); Premio Nacional de Novela Federico Villareal (1996); Premio
Internacional de cuentos "Juan Rulfo" (2002). ha publicado buena cantidad
de títulos para niños y adultos. Entre sus libros de literatura infantil y juvenil
destacan los de la seria "Cholito", además de "¡Viva Luis Pardo!" y un
manojo de leyendas.
1. ENCUENTRO CON EL ICHIC OLLCO
Encontré al ichic ollco, ese enanito que dicen que es hijo del supay [quechua:
diablo], el diablo, leyendo sentadito sobre la rueda del molino de don Andrés
un librito llamado "Blanca Nieves y los Siete enanitos", con bonitos dibujos en
la pasta que llamaron mi atención.
Tan distraído estaría, digo yo, que ni la sombra de mi cuerpo asomándose
por la puerta, le hicieron reparar.
Bonito nomás, para no espantarlo, queriendo saber si había más dibujos
adentro, me acerqué.
Y como ni levantó la cabeza siquiera, con cuidado nomás a su ladito logré
sentarme.
-- Y... amigo - le dije -, ¿qué te cuentas?
Ahorita desaparece botando azufre como su padre o dejando su excremento
humeante, como dicen que deja, pensé.
Pero nada.
Como si estuviera ausente del mundo, siguió leyendo, sin tomarme en
cuenta.
Yo asomé los ojos al libro todo curioso.
Para mi sorpresa, no había dibujos; sólo unas letras pequeñitas, raras, en
qué idioma nomás será pues ...
-- ¿Tú eres el ichic ollco o duende que dicen? -- le hablé al rato, aburrido ya,
después de haberme estado gustando de su pelito colorado, como la
candela, y de sus orejas grandes, medio puntiagudas.
Y, como en el comienzo, siguió leyendo, sin hacerme caso; a veces
sonriendo, otras veces medio serio o asombrado.
-- ¿Tanto te gusta leer, oy? -- me acuerdo que le dije, malhumorado,
levantándome, pensando que no me contestaría.
-- Sí, pues, me gusta leyer, y qué ... -- habló por fin, medio ofendido.
El molino estaba parado, a pesar que el chorro de agua que lo hacía girar
seguía bajando por el cascarón de eucalipto sin que lo hubieran desviado.
"Leyer", sí, había dicho leyer, y eso me acuerdo que en la escuela la señorita
Amelia, mi profesora, nos había dicho que estaba mal hablado.
Creyendo hacerle un bien, le dije entonces:
-- No se dice leyer, oy, sino leer.
Me miró nomás medio de costado, con mala cara. Chaposas eran sus
mejillas, rosaditas. "De lo que se quema en el infierno seguro", pensé.
Como el agua se estaba desparramando debido a que el ichic lo tenía bien
pisado el eje, según me di cuenta recién, me fui a desviarlo.
iA pucha! duro estaba ese fierro que hacía desviar el agua. Tanto batallé
hasta que por fin ...
De don Andrés, el dueño, no había ni noticias.
Cuando volví de nuevo donde el ichic, éste ni cuenta se daba que ya no
entraba agua al molino. Bien puesto su pie sobre el eje, seguía lee y lee.
-- A pucha, oy -- le dije, yo que soy un aburrido para leer --, ¿qué pues no te
cansas hasta ahora?
Sin alzar la vista me respondió:
-- ¡Tú qué sabes lo que estoy leendo ... !
Reí nomás en mis adentros, acordándome nuevamente de las advertencias
de la señorita Amelía.
-- Oy, ichic -- le dije --, no te enseñan en el infier ... , digo en la escuela, que no
se dice leendo sino leyendo?
-- ¡Total! -- abrió los brazos soltando el libro; recién me fijé en sus ojos: eran
azulitos --, primero me dices que no se dice leyer sino leer y cuando digo
leendo me sales que se dice leyendo ... Tú me estás fregando.
Así diciendo se metió bajo la rueda del molino y desapareció. Ese mismo
ratito llamaron de afuera y yo salí a ver. Era doña Agustina, su mamá de
Antenor, que buscaba a don Andrés. Diciéndole que no estaba, me metí de
nuevo.
Bajo la rueda del molino, todavía humeando, ahora que no había agua,
encontré su excremento del ichic y al lado un papelito escrito con muki-muki,
esa tierra de color que por ahí cerca abundaba, donde se leía: "Te necesito
urgente. Búscame al otro lado de la pirca [muro de piedra] donde acaba su
maizal de don Andrés."
A lo mejor me quiere enseñar algún tesoro, diciendo, me encaminé ese ratito,
rápido rápido nomás.
7. MUNAPANDO MI CARNECITA
Después que se fue, relamiéndose, apurado, yo acomodé tres piedras como
para tulipa y ahí hice fuego. Algo debía echar a mi estómago para no
debilitarme, aunque ganas no tenía. Me atormentaba la preocupación de
cómo nomás amansar esos caballos chúcaros. Ese ratito que estoy
terminando de asar la primera presa, lo veo en el alto un águila enorme que
da vueltas y vueltas en la misma dirección donde yo estaba. Maliciando que
la pobre estaría munapando mi carnecita, deseándolo más que yo, sacando
mi sombrero le hice señas que bajara. Y como qué, ahí nomás asentó sobre
una roca.
-- Hola, niño -- dijo--, ¿me llamabas?
-- Sí -- le respondí --, quiero invitarte esta carnecita, ¿deseas?
Entonces vi en sus ojos del animalito harto agradecimiento:
-- Gracias, hermanito -- me dijo--, cómo no, gracias.
Después de cortar una presita más para mí, se lo di el resto, que era harto,
para que se banqueteara en mí delante:
-- Sírvete -- diciéndole.
Con qué ganas estaría que ahí mismo empezó a devorárselo como con
desesperación.
-- Gracias, hermanito -- dijo después limpiándose el pico en la hierba--, no
sé cómo pagarte. Tal vez pueda yo ayudarte en algo. ¿Qué haces por estos
lugares? Antes no te he visto.
Entonces mientras comía yo, con cierto desgano le conté mi historia.
-- Caramba -- dijo frotándose la cabeza con el ala, luego de enterarse --, yo
podría sacarte de aquí llevándote en mi encima; pero el problema es que
cuando uno intenta salir de los dominios del maligno, nos volvemos inútiles
para mantener el vuelo, torpes se ponen nuestras alas y caernos a tierra con
todo nuestro peso. Antes ya, yo lo he intentado y casi casi he muerto. Lo
único en lo que puedo ayudarte ahora es amansando esos caballos. Eso
para mí es fácil. Déjamelos de mi cuenta.
16. LA ACHIKÉ
(La mujer con un aspecto de la bruja)
¡Ay, saputa saputa prendishga!
lampras
lampras
lampras
¡Ay, saputa saputa prendishga!
lampras
lampras
lampras
Cantando asina, una vieja junto a un punle [quechua: poza], lo punzaba con
espinas a un sapo en el momento que me asomé. Quise darle cara y medio
no también, después que con tanto entusiasmo había corrido. Me hubiera
escondido a espiarla mejor, si no hubiese sido porque ese ratito, husmeando
el aire, sin verme todavía, le oyera yo decir:
-- Huele a gente. alguien anda por aquí cerca ...
De pelo ceniciento, nariz larga, con la cara tapadita de granos, esa mujer
tenía el aspecto de la achiké, la famosa bruja de la que hablaban en sus
cuentos los de mi pueblo; medio tisiquienta también era, tal como la
pintaban. Una ligera sospecha me entró al comienzo, pero viendo que ya era
tarde para ocultarme, me di nomás valor pensando en los años ya que
habrían pasado desde que aquella mujer moriría.
Luego de dar un respingo botándolo al sapo, caminando agachada agachada
como una gallina, sin dejar de oler el aire, llegó hasta donde estaba yo
paradito.
-- ¡Za! -- dijo al verme--. ¿Quién pues eres? ¿Qué estás buscando por estos
lugares?
Medio se alzó un poco queriendo disimular su joroba y hasta una mueca hizo
que para ella seguro significaba sonrisa, pero a mí me infundió más
desconfianza. Me fijé en su vestimenta: usaba un rotoso traje de color negro
desteñido, sombrero granate oscuro, shilpiento, y un largo rebozo sin flecos
con su punta que se arrastraba por el suelo.
-- Te pregunto quién eres, ¿oyes o no oyes? -- habló molestándose.
-- Me he perdido, señora -- le respondí--, buscando estoy el camino de
regreso a mi pueblo.
-- Y de dónde eres? -- dijo suavizando su fea cara y su voz también -- ¿se
puede saber?
-- De Rayán soy pues, un pueblo situado en la Cordillera Negra, ¿conoce?
Se quedó pensativa como haciéndose que recordaba.
-- Ese pueblo está lejos -- dijo después--, yo conozco el camino; mañana te
indicaré, ahora ya está muy tarde.
-- No importa, señora, de noche también puedo caminar, indíqueme nomás;
hágame ese servicio.
-- Estarás loco, muchacho; de noche es peligroso. Te toparás con almas
condenadas y...
¿Almas condenadas? Ah, pucha, eso sí me acobardó, acordándome de esas
feas historias que contaban en mi pueblo.
-- Tiene razón, señora -- le dije--, mejor será irme mañana temprano. Por
casualidad no tiene posadita que me dé?
-- Claro, hijo -- habló con un brillo medio raro en sus ojos--; allá detrás de
esa lomita está mi choza. Ahí como sea nos acomodaremos.
-- Gracias, mamay.
Oscurecía. Un huaychó dando un graznido cruzó el cielo. Ave malagüera.
17. NIÑO MANUELITO
Descansa sobre esos pellejos -- dijo haciéndome entrar en su choza--, yo iré
a la cocina mientras, a hacer hervir papilas; después te llamaré.
-- Gracias, mamay-- le dije, ya más confiado; parecía buena la mujercita y un
engaño nomás su fea apariencia.
Por si acaso diciendo, un ratito la estuve aguaitando por una rendijita que
daba a la cocina. Y de veras, afanada estaba prendiendo la candela. Al ratito
cuando volví a mirar, vi que había parado un perol sobre el fuego. iA pucha!
tremenda olla para preparar sólo para dos?, me llamó la atención. No tendrá
seguro olla chica, pensé después, bostezando, con ese sueño que me
vencía. Tranquilizado ya, me tendí a la cama dispuesto a pegarme un
sueñecito olvidándome que hasta hacía poco mi barriga estaba sonando
todavía de hambre. Ni bien mis ojos se cerraron, cuando empecé a soñarlo al
Niño Manuelito, de quien yo era su pastorcito todos los años en la fiesta de
Navidad en mi pueblo, y para quien cantaba villancicos y le hacía ofrendas
en la iglesia, con toda devoción.
"Tienes que huir lo más antes que puedas", me dijo en mi sueño, "la vieja
achiké está haciendo hervir piedras en ese perol y con engaños hará que te
acerques para empujarte. Lo que quiere es alimentarse con tus restos, como
ha hecho con otras criaturas. Huye antes que sea tarde. Llévate el peine, el
espejo y la aguja que dejo a tu lado, y arroja cualquiera de ellos a tu tras si
sientes que viene a darte alcance."
Asustado me desperté pensando en que sólo sería sueño; pero no, cuando
miré a mi lado, allí estaban las cosas que dijo el Niño Manuelito que me
dejaba. De veras, un espejito redondo, un peine de cuerno, brillosito, y una
aguja grande como de arriero.
Antes de guardarlos en mi bolsillo, aguaité por la rendija y vi a la mujer
atizando la candela sudada sudada. Después, como presintiendo algo, se
paró; y vi que se venía al cuarto caminando despacito sobre la punta de sus
pies. Rápido me tendí en la cama haciéndome el que roncaba. Después,
cuando sentí que se alejaba, volví a la rendija de la cercha. Ahora metía al
fogón las últimas leñitas.
Al poco ratito, envolviéndose en su rebozo, salió. Iba seguro por más leña.
Aproveché para ir a la cocina y tantear con un palo lo que hacía hervir. De
veras, sólo piedras era. Esas collotitas que abundaban en los ríos. Asustado,
sin pensarlo más, asegurándome de llevar conmigo esos tres objetos que me
regaló el Niño Manuelito, abandoné la casa y me interné en el monte
alumbrado ligeramente por la luna.
18. EL PEINE
Tanteando tanteando caminaba yo, oyendo mil ruidos que se confundían en
ese laberinto de ramas, troncos, bejucos ... Procuraba ir en una sola dirección
nomás, cortando, no como en el día en que estuve dando vueltas y vueltas
por el mismo lugar como un zonzo [loco]. El miedo que sentía por la mujer,
me hicieron olvidar los peligros que me estarían acechando quién sabe en la
oscuridad. Corriendo en partes donde la maleza no era muy tupida, avancé
buen trecho. En eso el rumor del viento que anuncia una tempestad, avanzó
hacia el bosque, iúúúúúúú! ireeeeech!, trayéndose, por lo que oí, algunos
árboles abajo ...
Soportando arañazos, latigazos de las ramas, tropezándome, cayendo,
levantando, yo corría desesperado maliciando que ese viento no era otro que
la achiké, la maldita vieja bruja, que estaba buscando mi muerte ...
Sintiendo que ya no podía más, después que la copa de un árbol casita me
tapa, no sé cómo me acuerdo del Niño Manuelito y lo aviento a mi tras el
peine, como me dijo. Un grito feo que nunca antes había escuchado asina se
lo llenó el bosque ese mismo ratito en que un temblor sacudía la tierra.
Cuando asustado de fea manera me volví a ver, el bosque había
desaparecido y en su reemplazo se alzaba una enorme montaña de
puntiagudas rocas en su cumbre, como los dientes del peine.
Respiré aliviado pensando que la achiké chocaría seguro allí y estaría quién
sabe muerta al otro lado.
l Hay grandes
libros en el mundo
y grandes mundos
en 1os libros..
CDSV