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Resumen “Quiero ser Grande”

Todos los jóvenes y niños bolivianos tienen la misma capacidad e inteligencia al igual que en todos los rincones del
mundo, pero a algunos les faltan las ganas de superarse. Algunos amigos y familiares recibían entusiasmados a mis
compañeros, mientras ellos hacían su paso rumbo a la testera para recibir el titulo de maestría que nos otorgaban
las autoridades académicas; nuestros rostros reflejaban una profunda satisfacción por haber logrado un objetivo.

Comencé a caminar y los aplausos llenaron el escenario, mientras el ingeniero Bachelet, doctorado en Ingeniería
Eléctrica me esperaba al fondo; vestía un traje fino, plomo oscuro, se acercó extendiéndome sus manos suaves, me
dio un abrazo sincero; por primera vez estaba frente a un hombre que era bastante admirado en el campo
académico, por un momento observé su cabello y su barba canosa; sus lentes pequeños y redondos brillaban con el
reflejo de la luz, su mirada serena, las arrugas de su rostro describían su experiencia, sus ojos se clavaron en mi
rostro y luego me hizo la entrega del título de maestría.

Por un breve lapso compartimos inolvidables momentos de alegría y de tristeza. El entusiasmo fue tan grande, que
decidimos festejar el esfuerzo que pusimos para la culminación de nuestros estudios; esa noche muchos se
quedaron, pero yo me alejé del grupo, me puse un abrigo y guantes para a salir a pasear; mientras caminaba en las
vísperas de la Navidad iba observando la iluminación y los adornos espectaculares en las avenidas y entre-calles;
había muchas personas que visitaban los supermercados para realizar la compra de algún regalos. Entonces
murmuré - ¡Es hora de descansar! Retorné pensando que me faltaban pocas horas para estar en Bolivia y
encontrarme con mi esposa Elizabeth y mis hijos Camilo, Maya y Dante.

Era muy grande la emoción de saber que ya iba a retornar, sólo que las horas avanzaban muy lentas y por un
momento tuve la impresión de que las manecillas del reloj se detuvieron. Ya que trabajaban muy lejos de donde
vivían y conseguir un medio trasporte era complicado a esas horas. Fernando era joven, bastante inteli gente, alto
de constitución, delgado, cabello castaño oscuro y ondulado, piel clara, nariz respingada, ojos cafés claros, labios
delgados.

Fernando me ayudó a sacar una de mis maletas, nos estrechamos una vez más deseándonos suerte en nuestras
vidas, abordé el taxi y me alejé de aquel lugar, observando aquellas calles, tratando de memorizar los lugares,
pensando en que quizás no iba a volver, las calles siempre estaban limpias, las casas y los edificios bien hechos, las
puertas macizas y eléctricas, los timbres con cámaras, los balcones llenos de plantas, las calles bien asfaltadas, las
aceras también, las avenidas amplias no tenían ninguna rajadura, las casas comerciales de lujo, los edificios y
supermercados con gradas eléctricas.

Mientras ingresaba me vino el recuerdo de la primera vez que abordé un avión, era una imagen muy parecida a la
de ese momento, las azafatas me ayudaron a ubicar mi asiento, me acomodé, guardé mi valija de mano en la parte
superior de mi asiento y una vez. Días, soy el Capitán Hans, el piloto del vuelo 4537 de Aerolíneas Iberia, con destino
a San Pablo, Brasil. Mientras recogían los vasos me puse a pensar que pasaron rápido dos años y medio y que ya
retornaba a mi querida Patria «Bolivia». Retornaba con el deseo de aportar todos mis conocimientos adquiridos, al
mismo tiempo me preocupaban la pobreza, miseria, mortalidad, analfabetismo, desempleo y otros tantos
problemas, a pesar de que mi país es inmensamente rico en recursos naturales.

Estoy con vida gracias a Matilda, una niña de doce años que ayudaba en la casa de mi madre, hija de doña Francisca.
Ese día por una casualidad desde una de las puertas que daba al patio observó cómo mi madre soportaba el dolor,
se asusto y luego fue a buscar ayuda pensado que mi madre se estaba muriendo, pero encontró sólo a doña
Petrona. La anciana al ver que mi vida corría peligro me llevó a la casa de mi padre. Por la tarde mi padre y mis
abuelos me dejaron al cuidado de doña Francisca y de su hija Matilda, porque los problemas se agrandaron y las
discusiones fueron duras entre ambas familias.

Mi padre don Manuel, de estatura mediana, tez blanca, de constitución fuerte, la barba negra tupida, de carácter
tranquilo, les explicaba a los padres. De mi madre que tenía la mejor intención con mi madre y que deseaba casarse
con ella. Mi abuelo don Clemente, de setenta y cuatro años, delgado, estatura mediana, el cabello y la barba blanca
tupida, se veía bastante cansado por su edad y su enfermedad. Mi abuela doña Florencia, de setenta años, delgada,
el rostro arrugado, tenía los cabellos como el algodón.

La discusión llegó al extremo de que se agarraron a golpes y gritos entre mis abuelos. Por la tarde mi padre y mis
abuelos me dejaron con doña Eulalia para dirigirse a las oficinas policiales con la esperanza de que se aplique la
justicia. En el interior de las oficinas policiales ambas familias esperaron de pie al responsable del lugar; no había
sillas y tuvieron que apoyarse en la pared, sólo había una mesa y dos sillas viejas, unos cuatro clavos en la pared que
servían de colgadores para los uniformes, aquellas cuatro paredes viejas de colores muy opacos daban mucho que
pensar, al fondo se podía ver un pasillo que conducía a las celdas de arresto, de pronto con pasos ligeros ingresó el
oficial que estaba a cargo; era el sargento Huanca, estatura mediana, obeso, la cabeza afeitada, los ojos saltones.
Quedó sorprendido al ver a sus amistades preferidas y con una voz de autoridad saludó: -¡¿Cómo está señora
Leocadia?! -¡Mi amigo Isidro! ¿Qué los trae por aquí…? Después de saludarlos se dirigió para tomar asiento y
levantando las manos, intrigado, volvió a preguntar: -¿En qué les puedo servir señora Leocadia? Desde la puerta,
Matilda estaba pendiente de lo que ocurría, trataba de leer los labios para saber qué decían.

Sin ningún comentario aceptó y me alimentó durante una semana, pero me comentaron que doña Catalina
adelgazó bastante, por lo que mi padre y mis abuelos decidieron no abusar más de su amabilidad y buscaron otra
forma de alimentarme arriesgando mi salud. Cuando yo lloraba mi padre o mis abuelos me llevaban al corral para
hacerme amamantar directamente de la vaca y de esta manera comenzaron a alimentarme. Mientras tanto mi
padre insistió buscando a mi madre, pero fue inútil. Mi madre fue enviada a la ciudad por sus padres con el objetivo
de que se olvide de nosotros y por otro lado me desconocieron como nieto.

-Porque no quiero dejarte solo en esta vida. Sus palabras me decían que algo le pasaba, me di cuenta de que su
salud estaba en peligro, comencé a preocuparme y me sentía débil espiritualmente, pero trataba de no demostrarlo
para que él no se preocupe.

Por las noches me cubría la cabeza con mi frazada, me ponía a llorar hasta que se secaba mis lágrimas y quedaba
profundamente dormido.

Mis lágrimas y mis gritos fueron vanos. No pude despertarlo, perdí la noción del tiempo mientras mis lágrimas se
secaban poco a poco. Desde mi asiento pude ver a mis vecinos cómo lo colocaron en el ataúd, vi por última vez su
rostro, él también se veía triste, muchos vecinos acompañaron al velorio. Por la noche me encontraba sentado al
lado del ataúd, perdido en el silencio, recordando todos los hermosos momentos que habíamos pasado con mi
padre, comencé a dormitar y entre sueños veía a mi padre llamándome.

Al despertar con los ojos semiabiertos veía cómo las velas encendidas se consumían, mientras mis vecinos
contrarrestaban el sueño con cigarrillos y hojas de coca acompañadas de la legía y algo de coctel. Al otro lado de los
bancos pude ver a Elizabeth derramando sus lágrimas, estaba sentada junto a sus padres, también reconocí a mis
compañeros de curso y a mi profesora Susana. Esas palabras me hicieron reaccionar y me puse a pensar cómo la
gente se va para no verle más y se convierte en polvo.

Vida! Abandonamos el cementerio, me sentía destrozado como ser humano, fue el momento más triste de mi vida,
mi padre significó todo para mí, quedé huérfano y decidí aprender a vivir y enfrentar los problemas de la vida,
recordé también que mi padre me dijo una vez: «la muerte es parte de la vida y uno no la puede eludir», y me puse
a pensar que un día también dejaré de existir. La lluvia continuó con más fuerza, la ropa se nos pegó en el cuerpo,
temblábamos de frío, caminamos con mucha dificultad por los charcos de agua y el lodo, había dos personas
ancianas, llegamos a casa no más de diez personas, se despidieron una tras otra hasta que quedé solo, ingresé en mi
casa vacía y triste, el silencio se apoderó de aquel lugar y fue muy difícil aceptar lo que pasó; el miedo congelaba a
todo mi cuerpo, me cambié de ropa apresuradamente y luego salí a la calle, desde la puerta observé todo el lugar
hacia abajo y hacia arriba y no vi a nadie, llovía fuerte, parecía que el agua hervía en el piso, mientras la noche caía y
el miedo y la preocupación crecían dentro de mí. De pronto de una de las esquinas de abajo aparecieron Calixto,
Pedro, Sebastián y Elizabeth; no podía creer, pensé en un momento que mis ojos me engañaban, pero vinieron
apresurados y la primera en llegar fue Elizabeth, tenía en las manos un plato que estaba envuelto y me dijo: bly -
¡Salvador, te traje cena! La miré a los ojos y la abracé, mientras con una mano me secaba las lágrimas: -Gracias,
gracias Elizabeth. Entramos en mi casa y todos hablaban con respeto de lo bueno que era mi padre.

-Me alegra mucho que aceptes, viajaremos dentro de tres días, pero mientras tanto buscaremos una persona para
que se haga cargo del cuidado de los animales y la casa.

Me despedí de mi padre y de mis abuelos, la dejé como responsable a Elizabeth para que no les falten flores,
caminamos hasta llegar a la plaza, esa última tarde nos pasamos sentados en la plaza conversando.

Donde se realizaba la partida de la caravana, me coloqué el saco y levanté la bolsa que contenía mi ropa y
documentos de estudio, pero antes de salir me dirigí al cuarto de don Hipólito y su familia para despedirme y
reiterarles que cuiden bien la casa. La caravana empezó la partida y yo aún sostenía las riendas de las mulas con la
esperanza de ver a Elizabeth.
-Cuídate Salvador, cuando termine el colegio iré a la ciudad a estudiar y estaremos nuevamente juntos. Y fue la
primera vez que nos dimos nuestro primer beso en los labios. -Elizabeth, no te olvides de nuestra promesa.
Mientras me alejaba del pueblo giraba mi cabeza de rato en rato para grabar en mi memoria el paisaje verde de mi
pueblo y el rostro de Elizabeth.

Caminábamos todos juntos, cincuenta personas aproximadamente, los ladrones atacaban cuando veían a pocas
personas, por lo tanto, nadie debía quedarse atrás, vi que algunos incluso caminaban con su plato en el camino por
no hacerse dejar. -Llegaremos a la ciudad a las siete de la mañana, tomaremos un desayuno y luego te llevaré a la
casa de tu madre.

Esperamos pacientemente que nos atien dan, mis piernas empezaron a temblar por la preocupación de ese
encuentro con «mi madre», de pronto abrió la puerta un niño de unos diez años, vestía un uniforme de colegio muy
elegante, frunció el ceño, inmediatamente percibí un aire de grandeza, de vanidad en el niño, tenía el carácter
tosco, estaba con un peinado patito, por detrás salió su hermana menor de unos ocho años, vestía también una
bonita falda colegial, peinada con una cola al costado, su forma de mirar me incomodó.

Chico, todas las mañanas después de entregar el pan, por lo menos tres canastas, te encargarás de trapear los pisos,
el pasillo y las gradas.

Era un hombre alto, medía cerca a los dos metros, muy rudo, tenía una mirada profunda, de tez blanca y unos
bigotes que se los pasaba peinando, me asusté mucho, fue la primera vez que una persona me gritó y me jaló de los
cabellos; si mi padre hubiera estado vivo no hubiera permitido que extraños me traten mal.

Como me advirtieron, se quejaron a su padre por mi tardanza en el patio, dijeron que yo era lento, que no les
obedecía. Don Melitón, después de abrazarles y darles besos en sus mejillas, clavó su mirada en mi rostro y luego se
los llevó al comedor. Me quedé una hora y media sentado en la grada esperando que me llamen para el almuerzo.

-Después de almorzar, Lupita me llevó a un cuarto más pequeño que el primero, sólo entraba una cama, me di
cuenta de que era el castigo que solicitó don Melitón, Lupita trató de distraerme y aprovechó para decirme que me
parecía a mi madre; su comentario me incomodó porque yo me sentía más ajeno con esa familia, pero no le dije
nada y ella se marchó para preparar la cena, quedé solo y pensativo entre aquellas paredes de ladrillos, traté de
dormir unas cuantas horas, pero no tenía sueño. Lupita regresó con un plato, ocultándolo debajo de su mandil, el
mismo que contenía un trozo de carne cocida. Al mismo tiempo me advirtió.

No me quedó otra opción y tuve que regresar a la casa de mi madre dispuesto a soportar el castigo que me daría
don Melitón. Sin saber la respuesta decidí esperar sentado en una grada frente a la casa de mi madre, la noche
avanzaba, los pocos vehículos iluminaban las calles, pasaron las horas, las calles quedaron desiertas y el sueño me
vencía y de pronto vi a dos hombres en estado de ebriedad.

Ingresé llorando en silencio, confundido, me encerraron en una de las celdas, estaba asustado sin saber qué me
iban a hacer, me preguntaba por qué me involucraban en el robo de joyas y sobre todo por qué me acusaba mi
madre. Gracias a esta información tuvieron la oportunidad de recuperar las joyas y me dieron libertad.

El capitán que nos sacó de la fila es de La Paz.

El día que la multitud de personas enfurecidas ingresaron para tomar el Palacio, la escolta presidencial no pudo
controlarlos, la multitud enceguecida no estaba de acuerdo con los cambios, querían seguir explotando a la gente
humilde. Ese fue el delito del gobierno para los terratenientes feudales, lo asesinaron y lo colgaron en uno de los
faroles de la plaza Murillo frente al Palacio. Rescatando esa experiencia se instaló este arsenal para que no se repita
la historia. A lo largo de muchos meses tuve la oportunidad de ver a diario entrar y salir al Dr. Sin embargo, cuando
me sentía muy bien recordaba a mi padre y a mis abuelos y me sentía muy triste, porque «ellos no tuvieron la
oportunidad de verme con uniforme elegante, limpio y de escolta en el Palacio Presidencial».

Salí del Palacio con mi maleta de madera, llegué a la estación, estaba muy llena, había largas filas en las boleterías,
hice fila casi una hora, compre mi boleto y enseguida abordé el tren, recorrí por varios vagones y no me encontré
con ninguno de mis compañeros, el tren partió lentamente rumbo a Oruro, mientras observaba desde mi ventana a
la gente que iba y venía, unos llegaban, otros nos íbamos, otros se quedaban tristes en la estación despidiendo a sus
seres queridos y otros muy contentos recibían a sus familiares. Sabía que la mayoría de mis compañeros tenían que
festejar su licenciamiento con sus familiares y amigos, otros como yo se fueron directo a sus lugares de
procedencia.
Cecilio se sentía muy mal porque no pudo conseguir dinero para el tratamiento de su hermano, tuvimos una
conversación larga y muy triste. Pasó más de una semana y nuestra amistad fue creciendo, ambos continuamos
trabajando, aprendí a reparar calzados. Pasaron unas semanas hasta que llegó el día de las inscripciones escolares y
una noche después del trabajo, me dirigí al colegio con mi documentación para realizar mi inscripción, había
muchos jóvenes haciendo fila, la mayoría de los muchachos que conocí trabajaban en mercados, panaderías, como
empleadas domesticas, como lustradores de calzados y otros me comentaron que hacían todo lo posible para darse
tiempo en sus estudios al igual que yo. Dijo que esto lo hacía para controlar el consumo de todos los inquilinos y
que a fin de mes pagaríamos por igual, tuve que aceptar la realidad y dejé de estudiar esa noche.

Cecilio me apoyaba moralmente y no podía pedirle más, después de llegar del colegio me ponía a estudiar en un
rincón, tenía un pequeño banco y al lado el mechero que me iluminaba.

Me di la vuelta, y destrozado por sus palabras que llegaron al fondo de mi corazón, continué mi camino. En cuanto a
su hijo supe que Lucas estaba metido en una pandilla muy conocida por su rudeza «Los Murciélagos», y fue
expulsado de su colegio por mala conducta. En mi colegio uno de mis compañeros sabía de las andanzas de «Los
Murciélagos» y a través de él sabía todo lo que Lucas hacía. En los primeros días del nuevo año sucedió algo triste,
una noche mientras pasaba por la plaza quedé muy sorprendido al ver a Lucas y a sus amigos en dificultades.

Eran doce jóvenes entre los quince y los veinticinco años, estaban vestidos de negro y en las chamarras de cuero
tenían pintado un murciélago con las alas abiertas, era el distintivo de su grupo, había mucha gente alrededor
sorprendida y molesta por la falta de control de sus padres. Cada día que pasaba pedía a Dios, a mis abuelos y a mi
padre para que me iluminen en mis estudios y me guíen en mi camino para que no me suceda nada malo en mi
vida.

Salvador, la situación está muy difícil y nuestro trabajo ya no cubre nuestras necesidades básicas. Tenía mucha
razón, la situación en nuestro país se puso muy mal y eso hizo que la competencia obligue a cerrar a las pequeñas
actividades.

Pasaron varias semanas, llegó el nuevo año y el mes de enero, continué preparándome en los estudios y al mismo
tiempo realicé los trámites de mi certificado de bachiller.

-Gracias Cecilio por ayudarme y apoyarme en el momento que más lo necesitaba, eres como un hermano!, nunca lo
olvidaré. Era una señora muy delgada, bastante mayor, de ojos pequeños, las arrugas en el rostro y las canas decían
que vivió muchos años, era muy desconfiada, quizás porque yo era joven, aceptó el alquiler adelantado por tres
meses, posteriormente me retiré haciéndole conocer que a principios de marzo me iba a trasladar, mientras me
alejaba me puse a pensar que no tenía ni un plato y el poco dinero ahorrado lo reservaba para mis estudios hasta
buscar un nuevo trabajo.

El desprendimiento incondicional de Cecilio y su solidaridad me dieron fuerzas para continuar con mis estudios y la
vida

Gracias hermano por ayudarme. Cuando se alejó el taxi quedaron sólo los recuerdos, me quedé por un momento a
observar mi ex taller, en la puerta estaba colgado un aviso que decía “tienda en alquiler”, recordé por un instante el
día cuando llegué por primera vez, a esa puerta. Eugenio se encontraba cerca de la puerta muy concentrado
costurando unos calzados, al otro lado Cacildo lijaba una goma y Cecilio metía tachuelas a unos zapatos, todos
trabajaban detenidamente, los tres fueron buenos conmigo, eran mis mayores pero me trataron como a un
hermano menor.

Al mismo tiempo conocí a los dos hijos de don Asterio, ambos estudiaban en el colegio, Hernán, el mayor de catorce
años, era muy obeso se pasaba comiendo pan y Rosendo, el menor, tenía doce años también gordito, ambos niños
eran solidarios.

Esa noche, acostado en la cama, me puse a pensar sobre las causas de la pobreza y la explotación del imperialismo y
la acumulación de la riqueza por pocas familias, mientras la mayoría de los bolivianos vivíamos en la pobreza, me
pregunté ¿Qué debíamos hacer?, hasta que había quedado profundamente dormido.

Compañeros… ayer por la noche los paramilitares rodearon la vivienda en la que se refugiaba nuestro compañero,
el Rubio, nuestro compañero puso resistencia y los paramilitares abrieron fuego. Uno de los proyectiles le perforó el
abdomen dejándolo tendido en el suelo, así se lo llevaron; hasta el momento se desconoce su paradero…
Compañeros tenemos que mantener la resistencia a este gobierno antinacional. Apoyados por el imperialismo y la
CIA están reprimiendo a nuestro pueblo que lucha por la libertad…
Nos organizamos, nos dieron tareas que cumplir, terminamos la reunión cerca a las once de la noche,
cuidadosamente nos alejamos en grupos de cinco, mientras otros arriesgábamos nuestras vidas pintando en las
paredes con pintura roja «muera el gobierno fascista», «abajo el imperialismo», «viva Bolivia libre»… Cerca a la una
de la madrugada nos retiramos.

Ingresé en su sala, afanosamente marqué el número de Marco Antonio, nadie me respondió, luego intenté
nuevamente, pero al otro lado no había nadie; suspirando colgué el auricular con la intención de volver a llamar
más tarde. Esa noche preocupado continué con mi trabajo.

Sólo pude ver su rostro de sorpresa y preocupación, me colocaron una capucha negra, me sacaron a puro golpe,
mientras la sangre salía de mi nariz empapando mi rostro, me agarraron del cuello de mi camisa y me metieron en
una movilidad.

¡Sujétenlo!, «el Piedra», hace hablar a las piedras.

-No se preocupe jefe, hablará.

Al oírlos tuve la curiosidad de saber quién era el jefe de ese grupo de matones sin sentimiento humano, girando la
cabeza abrí el ojo derecho y al verle me sorprendí y murmuré en voz baja:

Me retorcía de dolor, pero no dije nada, al verse frustrado con su objetivo utilizó un arma automática colocándola
en la sien a la altura de mi oreja y me dijo:

Uno, dos y tres.

Apretó el gatillo del arma y de pronto escuché el sonido de la aguja percutora, pero no sentí ningún dolor, suspiré
profundamente porque aún estaba con vida, el arma estaba descargada, pero repitió una y otra vez esa amenaza,
entendí que sólo trataban de asustarme psicológicamente, me sentía cansado y deshecho, empecé a desahogarme
por toda esa humillación y respondí a gritos:

-¡Si quiere matarme! ¡Máteme de una vez!

Al amanecer desperté con un fuerte dolor en la nariz, sentía dificultad para respirar y la tos se hacía mucho más
fuerte, más tarde escuché pasos apresurados, comencé a temblar porque ya no podía soportar el mal trato,
ingresaron unos hombres, me colocaron una venda en los ojos y me sorprendieron porque me dieron buen trato; a
cada momento me decían:

-¿Quién te hizo todo esto? - ¡Te llevaremos al hospital!

Me sacaron de aquel lugar en una ambulancia, me trasladaron a un hospital, mi salud estaba totalmente
deteriorada, acostado en la camilla sentía el movimiento de la movilidad, mientras mis lágrimas rodaban por mi
rostro porque aun estaba con vida; al ingresar en el hospital me quitaron la venda de los ojos y sólo pude ver a las
enfermeras que me llevaron al sector de emergencia, el médico que estaba a cargo me hizo la revisión y se
solidarizó porque estaba en contra del gobierno fascista; llamó a una de las enfermeras para decirle:

¡Por favor, urgente, vaya a buscar al cirujano plástico!

De pronto, vi dos hombres del ministerio del Interior que me vigilaban celosamente, yo estaba confundido, no sabía
por qué ellos me llevaron al hospital y no me mataron; por otro lado el médico con la ayuda de dos internos de
medicina y una enfermera me suturaron las heridas de la cabeza; mientras me cocían en voz baja me dijo el médico:

Tiene suerte, aún está vivo, ayer se pronunciaron algunos uniformados de alto rango, estaban molestos con los
agentes de inteligencia por las torturas exageradas que les hacen a los civiles, la imagen de nuestro país está muy
mal a nivel internacional… Mi hijo también se encuentra detenido en las celdas policiales y sé que lo están
flagelando, pero no podemos hacer nada…

Me recomendó a su colega, el cirujano plástico, inmediatamente me llevaron a tomar rayos X, el médico a cargo me
hizo conocer que si no hacia un tratamiento oportuno, en el futuro tendría problemas porque los golpes dañaron
interiormente mis dos rodillas, me condujeron al quirófano, me hicieron acostar y me sujetaron los pies y las manos
con unos cinturones y la enfermera abriendo mi ojo me introdujo una pomada que me imposibilitaba abrir el ojo,
me hizo abrir la boca y en el paladar me inyectaron anestesia unas tres veces, luego me pincharon en el interior de
la nariz, sentía el dolor como si me estuvieran introduciendo un agujón grueso, el sonido de aquellos pinchazos se
grabó para siempre en mi memoria, ¡quedé traumatizado con las agujas!; escuché en medio del dolor una voz que
me dijo:
Te reconstruiré el tabique, tienes que soportar el dolor, los agentes del ministerio están esperando en la puerta…

A pesar de que me colocaron la anestesia sentía un dolor profundo; mientras una enfermera me sujetaba la cabeza,
sentía que me introducían en la nariz un tubo y golpes con un martillo para colocarlo en su lugar, después de mucho
dolor intentaba abrir el ojo para ver qué me estaban haciendo, veía unas pequeñas chispas, parecía que me estaban
soldando el tabique, el dolor era insoportable, silenciosamente mis lágrimas rodaban por mi rostro y la enfermera
me limpiaba con una toalla y me consolaba:

Los dos hombres desesperados insistieron para retornarme, salí del quirófano con mis pies después de cuatro
horas, tenía el tabique enyesado y los orificios de la nariz tapados con algodón, el médico me recomendó que
respire por la boca y me dio algunos calmantes, me ordenaron que hagan reposo, pero aquellos agentes hicieron
oídos sordos y me llevaron directamente a la cárcel; me dejaron en una sala donde había varios reos enfermos y
prisioneros políticos, los médicos de la cárcel nos atendieron muy bien, les preocupaba mi tos porque no podían
controlarla, por las noches me desesperaba porque no podía respirar, sentía que me estaba asfixiando, cada vez
que tosía perdía sangre por la nariz y el médico me cambiaba los algodones de la nariz, después de dos semanas la
tos disminuyó, comencé a sentirme bien, me puse a caminar por la sala de un lado a otro y empecé a preocuparme
por los rumores de que nos iban a trasladar al panóptico, algunos de los presos decían “que nadie salía vivo” de
donde torturaban hasta que hablen; después los mataban y que las celdas eran frías y cerradas…

Después de un mes me quitaron el yeso y me cubrieron con venda la nariz y llegaron los rumores de que cinco
presos políticos íbamos a ser trasladados; no podía comprender por qué me llevaron al hospital si pensaban
matarme en el panóptico, pero tenía fe de que algo iba a suceder porque pedía a Dios y a mi familia para que me
protejan…, durante ese tiempo me hice amigo de una de las enfermeras y era en la única persona en la que podía
confiar, le di una carta para que me la envíe a Marco Antonio; pasaron cinco días y cerca a las cuatro de la
madrugada, nos sorprendieron los agentes del ministerio ordenándonos para que nos fuéramos a casa, nos
vendaron los ojos y nos subieron a una movilidad, durante el recorrido tocaron su sirena de ambulancia, en mi
interior sentía miedo y preocupación; no sabíamos dónde nos llevaban, cuando nos bajaron sentía cómo soplaba el
viento, escuché el ruido de las hojas de los árboles y me di cuenta de que estábamos en una plaza, ingresamos por
una puerta y en el interior nos quitaron a los cinco las vendas y nos condujeron por un pasillo frío, en ambos lados
había celdas continuas con puertas metálicas, al llegar al fondo escuché gritos insoportables, me di cuenta de que
estábamos en el panóptico, en una de las oficinas nos mantuvieron parados con vista a la pared hasta las ocho de la
mañana, cuando llegó el responsable nos tomó las huellas digitales, fotografía y medición de estatura, luego nos
llevaron a encerrarnos a cada uno en una celda de paredes oscuras y piso cementado, me senté en un pequeño
catre que tenía una frazada, me imaginé que en ese ambiente pronto iba a volverme loco o quizás me iba a suicidar,
a mediodía abrieron la puerta y colocaron un plato y cuchara de aluminio con lagua aguanosa; por la noche nos
sacaban por unos cinco minutos al baño; la oscuridad y la soledad me consumían, pero los gritos me querían volver
loco, perdí la noción del tiempo, la barba y el cabello me crecieron bastante hasta que un día ya no pude
levantarme de la cama, ya no comía, sentía que mis labios y mi garganta se secaban y mis fuerzas me abandonaban,
comencé a resignarme esperando mi muerte, como muchos de mis compañeros que salían de sus celdas envueltos
en frazadas…

Una mañana, mientras yo soñaba con Elizabeth, abrieron la puerta de mi celda y vi con los ojos semiabiertos al
padre de Marco Antonio acompañado de dos autoridades del ministerio.

-¡Cabo de guardia, trasládenlo al hospital!

Después de una semana en el hospital mi salud mejoró bastante, lo más sorprendente era que no había un solo
vigilante, desde la cama observaba con tristeza a la gente que visitaba a sus parientes, cómo realizaban la visita a
sus familiares, día que pasaba me sentía con más fuerzas, tuve como sorpresa la visita de padre de Marco Antonio,
quien con una mirada serena me dijo:

Se equivocaron los de seguirdad, revisaron tus antecedentes y no encontraron tu participación con los rojos… todo
esto hice mover por la insistencia de mi hijo…

¡Eres muy valiente por tus ideales, hijo!

Llegué a mi cuarto y encontré a la señora Zumilda muy molesta, me pidió que le entregue el cuarto, le conté un
poco de lo que pasé, me escuchó con lágrimas en los ojos y después me dijo que podía continuar ocupando la pieza,
le agradecí por entenderme. Al día siguiente fui a la casa de Marco Antonio, al verme derramó lágrimas y sus
primeras palabras fueron:

¡Salvador!, ¿qué te hicieron?, son unos cobardes…


Salvador, tu madre está muy mal, hace medio año que le dio embolia, ya no habla y se encuentra sentada en una
silla de ruedas porque quedó inválida, con mucho esfuerzo mueve sólo sus brazos… el joven Lucas está trabajando
en La Paz… y la señorita Pilar administra la panadería… don Melitón sigue trabajando…

Me despedí prometiendo visitarlas a la mañana siguiente, porque supe que no iba a estar su esposo, ni Lucas; al día
siguiente pedí permiso del trabajo por un par de horas para visitar a mi madre, Lupita me recibió, me hizo pasar al
cuarto donde se encontraba mi madre, la encontré postrada en una silla de ruedas, su rostro había envejecido
demasiado, al verme sus labios comenzaron a temblar queriendo decir algo y sólo derramó lágrimas. Lupita se
acercó y con mucha paciencia le secó con un pañuelo, después Lupita preocupada sacó una carta de una cajita de
madera y me la entregó para que la lea, era la carta de Lucas que le escribió con todo orgullo a mi madre:
….seguramente ya se está pudriendo Salvador en las celdas, está pagando por todo lo que me hizo, por su culpa
estuve dos años en el reformatorio, porque él fue quien sustrajo las joyas del ropero y mi padre me acusó creyendo
al pulgoso maestro panadero… Salvador tiene que pagar su culpa… Lupita trató de retenerme pero me alejé
apresurado, confundido sin saber qué hacer; por varias horas estuve sentado en una de las bancas de la plaza, lloré
como un niño, fue la última vez que vi a mi madre; siete años más tarde murió, pero mi resentimiento hizo que no
asista a su funeral…

Mi corazón empezó a latir más y más, minutos más tarde el avión aterrizó y poco después estábamos bajando, al
llegar a la puerta de vidrio recordaba lo que sentí dos años atrás, vi cómo la gente esperaba a sus seres queridos,
busqué a mi familia hasta que nos vimos.
Biografía de “Jaime Aduana Quintana”
Jaime Aduana Quintana, nació el 6 de julio de 1958 a hrs. 4:30 a.m. en el Hospital Obrero de la
ciudad de Oruro – Bolivia. Sus padres don Froilan Aduana Salazar y Elena Quintana Cabrera.
A sus 4 años sus padres migraron al centro minero de Colquiri del departamento de La Paz,
donde vivió su niñez. El primer año de estudio en la escuela “Carmela Serruto” fue un
alumno inquieto, continuamente fue castigado por su profesora de rodillas en el piso con los
brazos hacía arriba, al plantón. Cuando cumplió sus 12 años descubrió que tenía el talento de
escribir y a su vez tomó la decisión de inclinarse a la "Doctrina Socialista” por las duras
experiencias que vivió y sintió con las continuas intervenciones al campamento minero de
parte de los gobiernos golpistas. Al cumplir sus 14 años empeso a leer los libros de:Carlos
Marx y Lenin, pero fue interrumpido en su camino de preparación a consecuencia del segundo
accidente de su padre. A sus 15 años se incorpora al Ejercito Nacional. Después de 2 años, a
sus 17 años continúa sus estudios por la noche en el Colelgio Ignacio León. En 1980 ingresa a
la Universidad para pasar los cursos de pre universitario, en ese transcurso se presentó el
golpe de estado y el cierre de la Universidad. Fue detenido por participar en manifestaciones
callejeras y reuniones clandestinas. En 1982 retorna a la Universidad y conformó el “Frente de
Organización Revolucionario Antiinperialista” . Participó en huelgas de hambre,
movilizaciones, fue perseguido y detenido en varias oportunidades y por último enviado al
Hospital. En 1992 comenzó a escribir su primer libro “Amargos Años de un Estudiante”.
Después de culminar sus estudios graduándose con la Licenciatura en Administración de
Empresas. Posteriormente escribió Gabriela el Reflejo de Nuestra Sociedad, Las Tres Cruces
del Diablo, Camino Hacía la Oscuridad, Gabriela el Nuevo Amanecer, Héroes,Quiero ser
Grande. El 2014 mientras escribía “Vulnerables” falleció su madre. Ese golpe tan duro le dejo
ausente por varios meses. Hoy comparte sus Obras Literarias con jóvenes y niños realizando
talleres en diferente
Genero Literario.
La novela “Quiero ser Grande” pertenece al Género Narrativo, ya que
relata la historia de un personaje principal.
Especie.
“Quiero ser Grande” es una Novela Corta
Época.
Esta novela corta paso desde el año 1933.
Lugares.
En la novela “Quiero ser Grande” mayormente se encontraban en la
cuidad de Oruro, pero también pudimos estuvieron en el País de España y
en Vallegrande-Bolivia.
Estructura.
El libro presenta 170 páginas, fue impreso en la editorial “Kipus” en
Cochabamba-Bolivia y presenta 85 hojas.
Personajes.
•Daniela.
Es el personaje principal de la novela, era una niña pequeña, más
Pequeña que los otros niños de la guardería.
•Roxana.
Compañera de la universidad de ingeniería de Daniela.
•Guillermo.
Compañero de universidad de Daniela, de la Universidad de Ingeniería.
•Carlos.
Dirigente de la Facultad de Economía.
•Elizabeth.
Esposa de Salvador, tenía 3 hijos: Camilo, Maya y Dante

Tema.
Está novela plantea el tema de la superación, el libro no enseña a lograr
todo lo que deseamos, a nunca rendirnos, etc.
Opinión.
Interesante historia, que nos enseña a aceptarnos tal y como somos.

Gráficos.

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