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Bayer cita el “Convenio de Capital y Trabajo” firmado por Antonio Soto en la Sociedad
Obrera de Río Gallegos el 18 de Noviembre de 1920, en el cuál, “para mutua ayuda y
sostenimiento, y para dignificación de todos, celebran los estancieros de la zona sur del río
Santa Cruz y los obreros del campo representados por la Sociedad Obrera de Oficios
Varios de Río Gallegos, conforme a las cláusulas y condiciones siguientes”:
La primer huelga
El gobernador Izza discutió con los obreros el pliego de condiciones y denunció que los
peones habían sido pagados con vales, en moneda chilena o con cheques a plazo y señaló la
importancia que tenía para los hombres que vivían exclusivamente de su salario que se les
pagase en moneda nacional y de inmediato. También habló de los galpones en donde se
alojaban las peonadas como "pocilgas inmundas". Entre los huelguistas cundió la alegría por el
reconocimiento que habían logrado después de tantos afanes, pero entre algunos oficiales de
las tropas hubo descontento por la inacción, pues habrían preferido una operación brutal e
indiscriminada.
En mayo de 1921, las tropas regresaron a Buenos Aires, apenas abandonaron el Sur
Patagónico, fortalecido el movimiento obrero por los acontecimientos y su desenlace, comenzó
la reacción patronal en los puertos del sur y en las estancias del interior, y la policía fue
reforzada por guardias blancos armados.
Vuelve la huelga
En cita de Osvaldo Bayer en “La Patagonia Rebelde”, “es en la segunda guerra donde todo se
trastoca, donde se cae la estantería al gobierno radical”. Pero vayamos de a poco, en noviembre
de 1921, una manifestación obrera en Río Gallegos fue atacada de improviso dejando un muerto
y cuatro heridos como saldo. Es decir, que recién ante la nueva huelga, la cuál fue más pacífica
que la primera y mejor organizada, se ordenó la represión, “pero no el fusilamiento de los
estancieros que no cumplían el convenio, sino de los obreros que exigían el cumplimiento de
ese convenio”. En consecuencia, los puertos de Deseado, Santa Cruz, San Julián y Río
Gallegos quedaron paralizados en agosto por una huelga general. Desde el punto de vista
histórico, los obreros se equivocaron al iniciar una segunda huelga sin apoyo ni solidaridad de
las centrales obreras de Buenos Aires, ya que, “desconocen lo más elemental de la política
burguesa”.
Ante el inicio de estos acontecimientos, la represión en los puertos, las deportaciones de
obreros a Buenos Aires, el encarcelamiento de militantes, se comenzó a generar un clima de
intranquilidad y de protesta que al fin hizo plantear una huelga general. Fue así que se inició el
paro en las estancias, se tomaron rehenes, cundió el pánico en el territorio y se reclamó ayuda
al gobierno para hacer frente al peligro que representaban las nuevas tácticas empleadas por los
obreros.
Los embajadores de Gran Bretaña y de Estados Unidos presionaron al gobierno para que
tomase medidas en defensa de los intereses de sus connacionales en el sur. Así fue que
Yrigoyen ordenó el envío de tropas de caballería al sur. Toda una expedición militar embarcó el
4 de noviembre de 1921, dividida en dos cuerpos, uno con el teniente coronel Varela, jefe de la
expedición, con los capitanes Pedro Viñas Ibarra y Pedro E. Campos, y la otra, con un cuerpo de
gendarmería, a las órdenes del capitán Elbio C. Anaya.
En el transcurso del viaje de las tropas, en la estancia Bremen, cerca de Cifre, se produjeron
hechos de sangre, y fue así como el teniente Varela consideró que la huelga era una
insurrección armada y por ende, era aplicable el código militar, es decir, la ley marcial.
Mauricio Braun, emprendedor capitalista con poder adquisitivo sobre grandes extensiones
territoriales en la Patagonia Chilena y Argentina, fue uno de los instigadores de la matanza de
los obreros. Dio a sus hombres un bando dirigido a los obreros con instrucciones precisas que
en resumidas palabras amenazaba de muerte a los obreros ante cualquier acción que tuvieran
contra las tropas. Varela dictó ese bando por su cuenta, lo firmó y se aplicó con todo rigor. En
Buenos Aires, los estancieros hacían circular la leyenda de que los obreros degüellan a niños y
violan ancianas. Fue ante semejante anuncio, que Yrigoyen determina la finalización de los
movimientos huelguísticos anárquicos en la Patagonia y así le da a Varela la orden de reprimir a
hombres que no merecen ser considerados ciudadanos.
Fue en la mañana del 5 de noviembre cuando se dio el grito de alarma. “Ahí vienen. Es una
partida de diez hombres con la clásica bandera roja al frente. Llegan con una caballada
adelante, como para que los proteja de algún ataque. Son ocho chilotes y un argentino al mando
del gallego Martínez, hombre sencillo, de trabajo, que en las asambleas habla en voz casi
imperceptible contra los curas y el Estado” citando a Bayer en “La Patagonia Rebelde”. Los
chilotes, “esa gente oscura, sin nombre; rotosos que nacieron para agachar el lomo, para no
tener nunca un peso” vienen gritando “¡viva la huelga!” como dándose coraje, porque a estos
patrones les tienen un poco de miedo.
El final
Las publicaciones que vieron la luz sobre los hechos sangrientos de la Patagonia, en el curso
de los mismos y después, son copiosas y pueden adolecer de parcialidad en favor de los
huelguistas, que fueron las víctimas, pero la verdad es que la segunda campaña del teniente
coronel Varela dejó en aquellas regiones lejanas cerca de un millar de muertos, en su mayoría
chilenos y españoles. Muchos que no aprobaron aquellos métodos para resolver conflictos
laborales callaron, guardaron silencio, pero eso no impidió que en todo el país cundiese una
sentencia condenatoria, también en los círculos radicales, y en las esferas gubernativas, ya que,
“la campaña de Varela ha clausurado la violencia de la agitación obrera y ha “pacificado” el
territorio a fuerza “de máuser y sangre””
Conclusión
Las denuncias de las matanzas cobraron verdadera fuerza y fueron conocidas ampliamente
en todo el país a partir de la publicación de la obra de Osvaldo Bayer "Los vengadores de la
Patagonia Trágica", a comienzos de la década de 1970. Este autor demostró que en realidad se
trató de un movimiento huelguístico reprimido por parte del Ejército Argentino, y que se saldó
con entre 1000 y 1500 obreros asesinado y la muerte de dos conscriptos. En el escrito, Bayer
busca posicionarse en la memoria colectiva de la comunidad, en un intento por resolver
imaginariamente aquello que acontece como un obstáculo real: el olvido. Citando a Rossana
Nofal en “Osvaldo Bayer, La Patagonia Rebelde; La escritura de la memoria” comprendemos
que en las palabras de denuncia de Bayer “los cuerpos ausentes de los obreros, “borrados del
mapa” por los militares, se hacen presentes” e intenta “cambiar la ausencia de la muerte por la
presencia de las voces de los cuerpos”.
A poco más de 100 años de los hechos narrados en este trabajo, resulta fácil analizar los
"como" y los "porqués". Lo que no resulta fácil es analizar que tanto en la patagonia argentina de
1920 como hoy en cualquier parte del mundo, hay una capacidad propia del ser humano de
dividirse entre fuertes y débiles. La lucha y muerte de los obreros, que conocían más que sus
patrones del viento, el frío y la lana, puede ser releída hoy para pensar en que tan lejos nos
encontramos de esa realidad. Sobre las tumbas de los caídos hoy se posa una cruz que reza
“1921. A los Caídos por la Livertá”. Nosotros podemos todavía releer la historia, esos pobres
gauchos baleados, jamás lo harán.
“...en la estancia “El Cifre” de los Schroeder tiene lugar el primer fusilamiento sin juicio
previo de la campaña: el chileno Luis Triviño Cárcamo, que había sido tomado prisionero y
estaba atado al molino de viento de la estancia. Varela, quien luego de escuchar el informe
policial, dijo escuetamente: “éste ya no se va a reír más, fusílenlo inmediatamente” y dio
órdenes al sargento Echazú de que lo hicieran. [
Al llegar a Punta Alta a las 21 del 16 de noviembre, Punta Alta había tenido lugar el primer
“combate” entre el ejército argentino y los huelguistas. En este “combate”[...] los únicos
muertos serán siempre obreros.[...]
Virginio González, un anciano esquilador de 72 años, quien nos manifestó haber estado en
Punta Alta en noviembre de 1921. En efecto, en la lista de prisioneros firmada por el
teniente coronel Varela figura en séptimo término “Virginio González, chileno, de 22 años,
soltero, peón ambulante”. Nos relató el anciano Virginio González que él pertenecía al grupo
que dirigía nominalmente el argentino Pintos[...] que ellos supieron de la llegada de las
tropas por dos compañeros que vinieron a avisarles[...] Que Pintos les dijo a todos que se
quedaran tranquilos porque era el ejército y no la policía. Muchos se sentaron y otros
salieron al encuentro de las tropas. Uno de ellos amodo de darse a conocer o de saludo
hizo un disparo al aire, método muy usado en la Patagonia de aquellos tiempos para hacer
rumbear a los que se aproximan. En ese momento las tropas se desparramaron y
empezaron a hacer fuego contra todos los que se habían adelantado y contra todo aquel
que se moviera.