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Patagonia Rebelde: Causa de la

Represión a Campesinos y Obreros en la


Patagonia.
La Patagonia Rebelde, también conocida como Patagonia Trágica, es el nombre que
recibió la lucha protagonizada por los trabajadores en huelga conducidos por líderes locales
y militantes de la corriente anarcosindicalista en el Territorio Nacional de Santa Cruz, en la
Patagonia Argentina, entre 1920 y 1922.
Para entender este acontecimiento, primero nos parece importante reconocer al
contexto patagonico de 1920, citando a Osvaldo Bayer en “La Patagonia Rebelde”, la
Patagonia en 1920 “era una tierra argentina trabajada por peones chilenos y explotada por
un grupo de latifundistas y comerciantes”, es decir, que estaba protagonizada por quienes
habían nacido para obedecer y quienes se hicieron ricos porque son fuertes por naturaleza,
estos últimos son de los que Bayer hablaba cuando expresaba que “el que se queda y
aguanta y además no es flojo de sentimientos, se enriquece (...) y para esa conquista
cuentan con las ovejas (...)”, y es acá, donde empieza la historia.
Retomando el suceso, su inicio es trazado por una crisis económica dada al finalizar
la Primera Guerra Mundial, causando así la baja del precio de la lana. En consecuencia, las
haciendas ovejeras de la región de la Patagonia Sur, principalmente en la provincia de
Santa Cruz, son afectadas gravemente. Extendiendo la recuperación del hecho, Santa Cruz
era un centro de producción de lana con destino a la exportación, con grandes latifundios y
frigoríficos británicos. La baja demanda de los inventarios de lana, que estaban acumulados
al finalizar la Primera Guerra Mundial, y la caída del precio de $9,74 a $3,08, dieron lugar a
una crisis regional. Esta afectó a los estancieros y comerciantes, pero repercutió aún más
sobre los trabajadores laneros y los peones rurales, que vivían en condiciones miserables.
En respuesta a este acontecimiento, los estancieros responden con una serie de
despidos y una reducción generalizada de las condiciones laborales, es decir, que el
descenso del precio de la lana atacó la vida obrera de la Patagonia con, en cita de Osvaldo
Bayer en “La Patagonia Rebelde” “desocupación, miseria, represión, baja de salarios, crisis,
desaliento del comercio regional y de los pequeños productores”. Fue así que comenzaron
los disturbios, con una serie de huelgas independientes distribuidas en la región.
En ella intervinieron organizaciones sindicales anarquistas cómo la Sociedad Obrera
de Río Gallegos y Federación Obrera Regional Argentina (FORA), incitando a los obreros
por medio de campañas de propaganda a la sindicalización de los mismos, también
intervienen fuerzas paramilitares reaccionarias como la Liga Patriótica bajo contacto de los
estancieros. La situación hizo que los latifundistas lancen su pedido de auxilio al presidente
Hipólito Yrigoyen, pero el gobierno “estaba decidido a defender los intereses del Estado
frente a los avances de la capa social dueñas de las fuentes del poder socioeconómico”,
con este razonamiento, Yrigoyen envía en enero de 1921 tropas del Ejército comandadas
por el teniente coronel Héctor Benigno Varela, descrito posteriormente, en el año
1922 por el “Magellan Time” como “el prototipo del hombre fuerte y silencioso (...) con una
manera de ser que inspira confianza en todos los que están en contacto con él”, con
órdenes de "normalizar" la situación.
Posteriormente, en septiembre de 1920, se realiza una huelga de protesta contra las
arbitrariedades de la autoridad policial. El boicot a tres comerciantes ligados a la Sociedad
Rural y la detención de los dirigentes de la Sociedad Obrera profundizaron el
acontecimiento. A ella acudieron delegados de toda la provincia, que discutieron las
medidas a exigir a la Sociedad Rural. La FORA (Federación Obrera Regional Argentina)
había organizado en Río Gallegos, Provincia de Santa Cruz, la Sociedad Obrera de Río
Gallegos dirigida por el anarquista español Antonio Soto, conocido como el Gallego Soto.
En esta situación, los obreros congregados en la Sociedad Obrera de Río Gallegos
presentaron a la patronal un pliego de reivindicaciones exigiendo un mejoramiento de las
condiciones laborales. La jornada normal de los obreros de ese entonces era de 12 horas,
la de los esquiladores y los arrieros rondaba las 16 horas; los salarios eran ínfimos y
frecuentemente eran pagados en bonos o en moneda extranjera que al cambiarla en los
comercios era tomada por un valor menor, a esto se sumaba que el único día de descanso
laboral era el domingo y ante la reducción de tres partidos a solo dos sectores, “el
proletariado organizado, con sus entidades anarquista, había sido borrado del mapa”, por
ello se organizaron y pidieron:

Los pedidos obreros

Bayer cita el “Convenio de Capital y Trabajo” firmado por Antonio Soto en la Sociedad
Obrera de Río Gallegos el 18 de Noviembre de 1920, en el cuál, “para mutua ayuda y
sostenimiento, y para dignificación de todos, celebran los estancieros de la zona sur del río
Santa Cruz y los obreros del campo representados por la Sociedad Obrera de Oficios
Varios de Río Gallegos, conforme a las cláusulas y condiciones siguientes”:

- Los estancieros se obligan a mejorar a la mayor brevedad posible dentro de los


términos prudenciales, que las circunstancias locales y regionales impongan, las
condiciones de comodidad e higiene de sus trabajadores, consistentes en lo
siguiente:
a) En cada pieza de cuatro metros por cuatro no dormirán más hombres que
tres, debiendo hacerlo en cama o catres, con colchón, aboliendo los
camarotes. Las piezas serán bien ventiladas y desinfectadas cada ocho días.
En cada pieza habrá un lavatorio y agua abundante donde se puedan
higienizar los trabajadores después de la tarea.
b) La luz será por cuenta del patrón, debiendo entregarse a cada trabajador un
paquete de velas mensualmente. En cada sala de reunión debe haber una
estufa, una lámpara y bancos por cuenta del patrón.
c) El sábado a la tarde será única y exclusivamente para lavar la ropa los
peones, y en caso de excepción será otro día de la semana.
d) La comida se compondrá de tres platos cada una contando la sopa; postre y
café, té o mate.
e) El colchón y cama serán por cuenta del patrón y la ropa por cuenta del
obrero.
f) En caso de fuerte ventarrón o lluvia no se trabajará a la intemperie
exceptuando casos de urgencia reconocida por ambas partes.
g) Cada puesto o estancia debe tener un botiquín de auxilio con instrucciones
en castellano.
h) El patrón queda obligado a devolver al punto de donde lo trajo al trabajador
que despida o no necesite.
- Los estancieros se obligan a pagar a sus obreros un sueldo mínimo de cien pesos
($100) moneda nacional y comida, no rebajando ninguno de los sueldos que en la
actualidad excedan de esa suma y dejando a su libre arbitrio el aumento en la
proporción.
- Los peones mensuales que tengan que conducir un arreo fuera del establecimiento
cobrarán sobre el sueldo mensual doce pesos ($12) por día con caballos de la
estancia, y los arreadores no mensuales, veinte pesos ($20) por día utilizando
caballos propios. Los campañistas mensuales cobrarán veinte pesos ($20) por cada
potro que amansen, y los no mensuales, treinta pesos ($30).
- Los estancieros se obligan a poner en cada puesto un ovejero o más, según la
importancia de aquél, estableciendo una inspección bisemanal para que atienda a
las necesidades del o de los ocupantes prefiriéndose en lo sucesivo para dichos
cargos a los que tengan familia a los cuales se les dará ciertas ventajas en relación
al número de hijos, creyendo en esta forma fomentar el aumento de la población y el
engrandecimiento del país.
- Los estancieros se obligan a reconocer y de hecho reconocen a la Sociedad Obrera
de Río Gallegos como una entidad representativa de los obreros, y aceptan la
designación en cada una de las estancias de un delegado que servirá de
intermediario en las relaciones de patrones con la Sociedad Obrera, y que estará
autorizado para resolver con carácter provisorio las cuestiones de urgencia que
afecten tanto a los derechos y deberes del obrero como del patrón.
- Los estancieros procurarán en lo posible que todos sus obreros sean federados,
pero no se comprometen a obligarlos ni a tomarlos solamente federados.
- La Sociedad se obliga a su vez a levantar el paro actual del campo volviendo los
trabajadores a sus respectivas faenas inmediatamente después de firmar este
convenio.
- La Sociedad Obrera se compromete aprobar con la urgencia del caso los
reglamentos e instrucciones a que sus afederados deberán sujetarse tendientes a la
mejor armonía del capital y trabajo, bases fundamentales de la sociedad actual,
inculcando por medio de folletos, conferencias y conversaciones en el espíritu de
sus asociados las ideas de orden, laboriosidad, respetos mutuos que nadie debe
olvidar.
- Este convenio regirá desde el 1 de noviembre reintegrándose al trabajo todo el
personal abonando los haberes de los días de paro y sin que haya represalias por
ninguna de ambas partes.

La primer huelga

El 1 de noviembre de 1920 se declaró la huelga general. El 3 de noviembre


intentaron asesinar al dirigente Antonio Soto, pero logró escaparse. El 18 de noviembre en
una asamblea en la Sociedad Obrera se hizo una nueva propuesta en un 2° pliego a la
Sociedad Rural, que sería aceptada por un reducido grupo de estancieros el 2 de diciembre.
En Puerto Deseado y en Puerto San Julián también se declaró la huelga general,
liderada por anarquistas, plagándose los ferroviarios y los empleados de La Anónima. El 17
de diciembre la policía asesinó al huelguista Domingo F. Olmedo.
Los huelguistas continuaron la huelga tomando como rehenes a policías, estancieros
y al personal administrativo de los establecimientos rurales, incautando las armas y los
alimentos para el sustento de las columnas movilizadas.

La primer llegada de Varela


Fue entonces cuando el presidente Yrigoyen resolvió enviar al teniente coronel Elector
Benigno Varela, “un absoluto desprecio del peligro, pero con una sincera preocupación por la
seguridad de aquellos que están bajo su mando” en cita del “Magellan Times” en febrero de
1922, en enero de 1921 a la Patagonia. Con fuerzas de caballería y marinería.
La Sociedad obrera de Río Gallegos publicó manifiestos que demostraban la confianza con
que eran recibidas las tropas nacionales y denunciaba también cómo el gobernador interino de
Santa Cruz, Edelmiro A. Correa Falcón, secretario gerente de la Sociedad Rural de Río
Gallegos, prohibía toda reunión pública y el tránsito por las calles después de las nueve de la
noche, pero convocaba a los estancieros del territorio a una reunión para concertar la acción
futura.
El 3 de diciembre de 1920 Yrigoyen nombró a Oscar Schweizer jefe de policía del territorio de
Santa Cruz y a mediados de febrero del mismo año llegó el nuevo gobernador, Ignacio A. Izza.
Cuando desembarcó la tropa del teniente coronel Varela a las tierras de la patagonia, el nuevo
gobernador le comunicó que la solución debía ser pacífica y que debía tener presente tanto los
derechos de los patrones como los de los huelguistas.
El jefe militar propuso entonces a los huelguistas una entrevista el 15 de febrero en donde se
le impuso a los obreros las siguientes condiciones: deposición de las armas y entrega de los
rehenes. En respuesta, la justicia entendería en las responsabilidades por los hechos de sangre
ocurridos. Luego de aceptadas esas condiciones se entró a discutir la forma en que se haría la
reanudación del trabajo. La gran mayoría, unos 550 huelguistas, votaron a favor, y una minoría,
con cierta desconfianza, optó por alejarse hacia la cordillera. Como la rendición no fue total, se
hizo una segunda entrevista donde fue acatada la rendición incondicional, la entrega de los
rehenes y heridos y luego las armas. No hubo entonces, la represión sangrienta que esperaba la
Sociedad Rural.

Triunfo de los trabajadores

El gobernador Izza discutió con los obreros el pliego de condiciones y denunció que los
peones habían sido pagados con vales, en moneda chilena o con cheques a plazo y señaló la
importancia que tenía para los hombres que vivían exclusivamente de su salario que se les
pagase en moneda nacional y de inmediato. También habló de los galpones en donde se
alojaban las peonadas como "pocilgas inmundas". Entre los huelguistas cundió la alegría por el
reconocimiento que habían logrado después de tantos afanes, pero entre algunos oficiales de
las tropas hubo descontento por la inacción, pues habrían preferido una operación brutal e
indiscriminada.
En mayo de 1921, las tropas regresaron a Buenos Aires, apenas abandonaron el Sur
Patagónico, fortalecido el movimiento obrero por los acontecimientos y su desenlace, comenzó
la reacción patronal en los puertos del sur y en las estancias del interior, y la policía fue
reforzada por guardias blancos armados.

Vuelve la huelga

En cita de Osvaldo Bayer en “La Patagonia Rebelde”, “es en la segunda guerra donde todo se
trastoca, donde se cae la estantería al gobierno radical”. Pero vayamos de a poco, en noviembre
de 1921, una manifestación obrera en Río Gallegos fue atacada de improviso dejando un muerto
y cuatro heridos como saldo. Es decir, que recién ante la nueva huelga, la cuál fue más pacífica
que la primera y mejor organizada, se ordenó la represión, “pero no el fusilamiento de los
estancieros que no cumplían el convenio, sino de los obreros que exigían el cumplimiento de
ese convenio”. En consecuencia, los puertos de Deseado, Santa Cruz, San Julián y Río
Gallegos quedaron paralizados en agosto por una huelga general. Desde el punto de vista
histórico, los obreros se equivocaron al iniciar una segunda huelga sin apoyo ni solidaridad de
las centrales obreras de Buenos Aires, ya que, “desconocen lo más elemental de la política
burguesa”.
Ante el inicio de estos acontecimientos, la represión en los puertos, las deportaciones de
obreros a Buenos Aires, el encarcelamiento de militantes, se comenzó a generar un clima de
intranquilidad y de protesta que al fin hizo plantear una huelga general. Fue así que se inició el
paro en las estancias, se tomaron rehenes, cundió el pánico en el territorio y se reclamó ayuda
al gobierno para hacer frente al peligro que representaban las nuevas tácticas empleadas por los
obreros.

Presiones extranjeras y la vuelta de Varela

Los embajadores de Gran Bretaña y de Estados Unidos presionaron al gobierno para que
tomase medidas en defensa de los intereses de sus connacionales en el sur. Así fue que
Yrigoyen ordenó el envío de tropas de caballería al sur. Toda una expedición militar embarcó el
4 de noviembre de 1921, dividida en dos cuerpos, uno con el teniente coronel Varela, jefe de la
expedición, con los capitanes Pedro Viñas Ibarra y Pedro E. Campos, y la otra, con un cuerpo de
gendarmería, a las órdenes del capitán Elbio C. Anaya.
En el transcurso del viaje de las tropas, en la estancia Bremen, cerca de Cifre, se produjeron
hechos de sangre, y fue así como el teniente Varela consideró que la huelga era una
insurrección armada y por ende, era aplicable el código militar, es decir, la ley marcial.
Mauricio Braun, emprendedor capitalista con poder adquisitivo sobre grandes extensiones
territoriales en la Patagonia Chilena y Argentina, fue uno de los instigadores de la matanza de
los obreros. Dio a sus hombres un bando dirigido a los obreros con instrucciones precisas que
en resumidas palabras amenazaba de muerte a los obreros ante cualquier acción que tuvieran
contra las tropas. Varela dictó ese bando por su cuenta, lo firmó y se aplicó con todo rigor. En
Buenos Aires, los estancieros hacían circular la leyenda de que los obreros degüellan a niños y
violan ancianas. Fue ante semejante anuncio, que Yrigoyen determina la finalización de los
movimientos huelguísticos anárquicos en la Patagonia y así le da a Varela la orden de reprimir a
hombres que no merecen ser considerados ciudadanos.
Fue en la mañana del 5 de noviembre cuando se dio el grito de alarma. “Ahí vienen. Es una
partida de diez hombres con la clásica bandera roja al frente. Llegan con una caballada
adelante, como para que los proteja de algún ataque. Son ocho chilotes y un argentino al mando
del gallego Martínez, hombre sencillo, de trabajo, que en las asambleas habla en voz casi
imperceptible contra los curas y el Estado” citando a Bayer en “La Patagonia Rebelde”. Los
chilotes, “esa gente oscura, sin nombre; rotosos que nacieron para agachar el lomo, para no
tener nunca un peso” vienen gritando “¡viva la huelga!” como dándose coraje, porque a estos
patrones les tienen un poco de miedo.

El final

Las publicaciones que vieron la luz sobre los hechos sangrientos de la Patagonia, en el curso
de los mismos y después, son copiosas y pueden adolecer de parcialidad en favor de los
huelguistas, que fueron las víctimas, pero la verdad es que la segunda campaña del teniente
coronel Varela dejó en aquellas regiones lejanas cerca de un millar de muertos, en su mayoría
chilenos y españoles. Muchos que no aprobaron aquellos métodos para resolver conflictos
laborales callaron, guardaron silencio, pero eso no impidió que en todo el país cundiese una
sentencia condenatoria, también en los círculos radicales, y en las esferas gubernativas, ya que,
“la campaña de Varela ha clausurado la violencia de la agitación obrera y ha “pacificado” el
territorio a fuerza “de máuser y sangre””
Conclusión

Las denuncias de las matanzas cobraron verdadera fuerza y fueron conocidas ampliamente
en todo el país a partir de la publicación de la obra de Osvaldo Bayer "Los vengadores de la
Patagonia Trágica", a comienzos de la década de 1970. Este autor demostró que en realidad se
trató de un movimiento huelguístico reprimido por parte del Ejército Argentino, y que se saldó
con entre 1000 y 1500 obreros asesinado y la muerte de dos conscriptos. En el escrito, Bayer
busca posicionarse en la memoria colectiva de la comunidad, en un intento por resolver
imaginariamente aquello que acontece como un obstáculo real: el olvido. Citando a Rossana
Nofal en “Osvaldo Bayer, La Patagonia Rebelde; La escritura de la memoria” comprendemos
que en las palabras de denuncia de Bayer “los cuerpos ausentes de los obreros, “borrados del
mapa” por los militares, se hacen presentes” e intenta “cambiar la ausencia de la muerte por la
presencia de las voces de los cuerpos”.

A poco más de 100 años de los hechos narrados en este trabajo, resulta fácil analizar los
"como" y los "porqués". Lo que no resulta fácil es analizar que tanto en la patagonia argentina de
1920 como hoy en cualquier parte del mundo, hay una capacidad propia del ser humano de
dividirse entre fuertes y débiles. La lucha y muerte de los obreros, que conocían más que sus
patrones del viento, el frío y la lana, puede ser releída hoy para pensar en que tan lejos nos
encontramos de esa realidad. Sobre las tumbas de los caídos hoy se posa una cruz que reza
“1921. A los Caídos por la Livertá”. Nosotros podemos todavía releer la historia, esos pobres
gauchos baleados, jamás lo harán.

¿Por qué la segunda huelga es subversiva y se trata de un levantamiento “contra la Patria”


y “contra el gobierno nacional” y la primera, según sus propias palabras, fue sólo un
movimiento obrero en busca de reivindicaciones? Cuando, precisamente la primera huelga
había comenzado con la muerte de cinco policías y la segunda, hasta ese momento, era
absolutamente pacífica, sin derramamiento de sangre. Varela se lanza a derrotar a fuerzas
diez veces superiores porque sabe que el enemigo no está organizado militarmente ni tiene
armas suficientes y que, por sobre todo, no quiere guerra. Todo esto lo sostenemos a pesar
de que tanto Varela como Anaya hablan de los huelguistas como de “fuerzas militarizadas,
perfectamente armadas y mejor municionadas”. Esto de las armas es absolutamente y
totalmente falso. Varela sabe con quién va a combatir. Ya los conoce de la primera huelga.
Son chilotes, con alguno que otro español, ruso o alemán, que son tipos que no viven la
realidad, sin conocimiento del manejo de armas, del movimiento de tropas, y de lo que es
fundamental para triunfar en un combate. Fue más bien una operación punitiva o de
limpieza, pero no puede calificarse como acción de guerra porque no la hubo en ningún
momento. [...]

“...en la estancia “El Cifre” de los Schroeder tiene lugar el primer fusilamiento sin juicio
previo de la campaña: el chileno Luis Triviño Cárcamo, que había sido tomado prisionero y
estaba atado al molino de viento de la estancia. Varela, quien luego de escuchar el informe
policial, dijo escuetamente: “éste ya no se va a reír más, fusílenlo inmediatamente” y dio
órdenes al sargento Echazú de que lo hicieran. [

Al llegar a Punta Alta a las 21 del 16 de noviembre, Punta Alta había tenido lugar el primer
“combate” entre el ejército argentino y los huelguistas. En este “combate”[...] los únicos
muertos serán siempre obreros.[...]

Virginio González, un anciano esquilador de 72 años, quien nos manifestó haber estado en
Punta Alta en noviembre de 1921. En efecto, en la lista de prisioneros firmada por el
teniente coronel Varela figura en séptimo término “Virginio González, chileno, de 22 años,
soltero, peón ambulante”. Nos relató el anciano Virginio González que él pertenecía al grupo
que dirigía nominalmente el argentino Pintos[...] que ellos supieron de la llegada de las
tropas por dos compañeros que vinieron a avisarles[...] Que Pintos les dijo a todos que se
quedaran tranquilos porque era el ejército y no la policía. Muchos se sentaron y otros
salieron al encuentro de las tropas. Uno de ellos amodo de darse a conocer o de saludo
hizo un disparo al aire, método muy usado en la Patagonia de aquellos tiempos para hacer
rumbear a los que se aproximan. En ese momento las tropas se desparramaron y
empezaron a hacer fuego contra todos los que se habían adelantado y contra todo aquel
que se moviera.

Estuvieron tirando como enloquecidos. Nosotros —continúa González—nos dimos cuenta


que tenían miedo y que no iban a parar hasta que gastaran todas las balas o se dieran
cuenta que nosotros estábamos indefensos [...] El ataque del ejército causó muchas
víctimas. Nosotros estuvimos tirados pegados al suelo hasta que los sargentos y el capitán
Viñas nos ordenaron a los gritos que nos entregáramos con los brazos en alto. De allí nos
llevaron a un corral. Al levantarnos vimos que había muchos compañeros que quedaron
tirados en el suelo, tal vez muertos o heridos. Nos metieron a todos en un corral y allí iban
trayendo a la carrera a sablazo limpio a los que iban agarrando individualmente. Luego nos
hicieron formar en fila y gritar nuestro nombre y nacionalidad. A los chilenos nos separaron
aparte. Cuando le tocó el turno al compañero Pintos, el comisario Douglas gritó: “éste, mi
capitán, es el cabecilla”. Lo separaron y se lo llevaron. Nunca más supimos de él. Luego, en
la cárcel me enteré de que el comisario Douglas lo había rematado de un tiro. A todos nos
llevaron hasta la estancia “Fuentes de Coyle” donde nos metieron de nuevo en un corral y
nos hacían pasar por un brete, uno por uno, de un lado y del otro se ponían soldados y
policías y nos repartían sablazos.”

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