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MARGARET CRASTNOPOL,
- JUNIO 2004
PH.D.- Nº 1, Vo. 6, Pags. 58-79 c Quipú - ISSN 1575-6483
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Mi propuesta es que hay otro aspecto que está en juego. La educación que
recibió esta joven la llevó a juzgarse en función de lo que ella hacía en el mundo. El
hacer, poner en acto (enacting) su self era lo que era más significativo para ella. La
realidad de esta área de su experiencia por un lado triunfaba sobre una de sus
representaciones intrapsíquicas más pronunciadas: la de la niña tan incondicional-
mente estimada por dos padres que la adoraban; y por otro lado, fortalecía de forma
neurótica otra representación: la discípula indigna de dos modelos de perfección.
Creo que estábamos tratando con lo que para esta mujer era un hiper-desarro-
llado sentido de sí misma dentro de un dominio específico, que en este caso era el
territorio interpersonal. Un «dominio», tal como uso el término, es un lugar hipotético
dentro de la psique desde el cual emergen vivencias de uno mismo (self-experiences)
particulares. Me gusta pensar el «dominio» como un sitio de la vivencia de uno mis-
mo, o un «lugar psíquico donde reside» esta vivencia, tal como sugiere el título. En
este trabajo articularé un abanico de dominios que abarcan los distintos sentimientos
del sí mismo (desde el más interno al más externo) . Propondré que dejemos de lado
la tendencia a pensar en la vida psíquica en términos de dicotomía, como la dicoto-
mía intrapsíquico versus interpersonal y que en su lugar intentemos identificar la
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Daré otro ejemplo simple. Si uno fuera consciente de sentirse feliz y satisfe-
cho pero no tuviera un contexto concreto para tales sentimientos, podríamos decir
que esto ocurre en el lugar fenomenológico de la vivencia de uno mismo. Si esta
felicidad estuviera conectada con un sentimiento de aprobarse uno mismo, se po-
dría decir que en este momento uno está, consciente o inconscientemente, situado
en el dominio intrapersonal. Si después uno se imagina una figura externa con
características de sus padres sonriéndole y como resultado se siente orgulloso,
esto ocurre en el lugar interpsíquico. Y si sus padres estuvieran literalmente can-
tando sus alabanzas y ello le hiciera sentir orgullo, se estaría en el lugar interpersonal
de la vivencia de uno mismo. Espero que se pueda ver como estas posiciones
constituyen un tipo de continuo «embarullado» que va de lo más privado hacia
progresivamente lo más interactivo y público, de lo más interior hacia los aspectos
más exteriores del self (Slochower, 1999).
que estoy hablando de vida interna desde una perspectiva vivencial, en lugar de
hacer proposiciones sobre las estructuras psíquicas subyacentes. (En este senti-
do, Sandler y Sandler, [1998] hace una útil distinción entre las definiciones de
«objeto interno» que son vivenciales y subjetivas y aquellas que son estructurales y
no vivenciales). Mi esquema (aunque otra vez embarullado) incorpora implícitamen-
te la dimensión subjetivo/objetivo de la experiencia humana, en mi uso de las con-
trastadas representaciones de «yo» (I) y de «mi»(me). Aquí el «yo» (I) se refiere
principalmente a vivenciarse uno mismo como sujeto y el «mi» (me) toma a uno
mismo como un objeto(ver Aron, 2000, Fast, 1998). En el domino de lo más exter-
no, «la yoidad» empieza a incorporar algún grado de «miidad» (me-ness). Otro
aspecto de este «lío» de mi esquema es el emborronamiento de la distinción que
ocurre entre las áreas que he conceptualizado. Es especialmente difícil de distin-
guir vivencialmente (tanto como conceptualmente) entre los lugares intrapsíquico y
interpsíquico, dado que en nuestra experiencia a menudo se unen los dos.
Permítanme ofrecerles otro modo de pensar sobre las diferencias entre los
cuatro lugares donde reside la vivencia de uno mismo, tomando el lenguaje de la
teoría de las relaciones objetales. El dominio fenomenológico, el cual comprende
bastantes de los sentimientos, sensaciones, cogniciones e imágenes no procesa-
dos, incluye la vivencia interior no formulada de la persona (el presubjetivo, preobjetivo
«yo» (ver Donnel Stern, 1997); y también la casi formulada vivencia del self y del
mundo interno («yo» («I») ahora también incorporando algún aspecto del «mi» («me»).
En este lugar también puede haber una fantasía de la imagen mental (como
opuesto a su simple vivencia) que el otro tiene de mi. La imagen mental que el otro
tiene de mi se refiere a una abstracción cognitiva como si fuera vista a través de las
lentes de alguna teoría general, formal o informal, de la personalidad. Refiriéndose
incluso a un mundo más amplio más allá de la vivencia personal que el otro tiene de
uno mismo, este aspecto del mundo interpsíquico (que incluye una apreciación del
teorizar del otro) es sentido incluso situado más externamente que el primer aspec-
to (en el cual solo la vivencia del otro respecto de uno mismo está incluida).
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Por otra parte, los aspectos «yo» «mi», y «otro» no son en sí mismos una
unidad sino que son una especie de compuesto dinámico formado por los distintos
aspectos del self o del otro. Y, aunque pienso que cada individuo tiene una tenden-
cia particular a preferir un lugar determinado de la vivencia de uno mismo, considero
que es probable que tales estados también fluctúen de alguna manera en respuesta
a las personas de nuestro entorno relacional.
nes internas generales, y el segundo al lugar de las relaciones entre las imágenes
internas de individuos específicos). Sospecho que este es el caso de muchas de
las personas que escogen convertirse en terapeutas o psicoanalistas. Sin embar-
go, también las circunstancias tienden a alterar nuestro foco interno y pueden algu-
nas veces pasar por encima de nuestras tendencias inherentes. Me di cuenta de
este tipo de movimiento del lugar interno de vivencia de una manera muy intensa,
una mañana cuando asistía a una jornada de puertas abiertas de mi instituto, du-
rante la cual mi lugar de vivencia de mi misma cambiaba desde un lugar interior y
solitario hacia una progresiva externalidad durante el curso del acontecimiento.
Como directora asociada del instituto, por aquel entonces, fui a ayudar en el
desarrollo del acto, mezclándome informalmente con los candidatos, docentes y
candidatos potenciales, para valorar el nivel de preparación e interés de estos últi-
mos en la formación psicoanalítica, y para hablar formalmente sobre la filosofía y
valores educacionales de nuestro instituto. Tenía una múltiple relación clínica/ pro-
fesional/social con bastantes de las personas que habían venido. La escena era
perfecta para estar en contacto (algunas veces confusamente) con el espectro com-
pleto de la vivencia de mi misma desde mis diversos lugares de residencia psíquica.
Desearía ahora volver a las variaciones entre las personas con respecto a
sus lugares de preferencia para la vivencias [no seria singular, la vivencia?]del [de?]
sí mismo. Para alguno, la vivencia de sí mismo está ampliamente caracterizada por
diferentes voces internas (las cuales pueden representar diversas representaciones
internas) en comunicación entre ellas. Otras personas dedican más tiempo interno
a simplemente vivenciar el «yo»; y aún otros en concentrarse más en interacciones
reales con los otros externos. Hay quienes están muy pendientes de la vivencia que
los otros tienen de ellos, y en discernir como ellos mismos son de diferentes de los
diferentes otros. Y para muchas personas, una particular combinación de estos
lugares de vivencia de uno mismo es lo que mejor caracteriza su vida mental. Los
lugares en una persona concreta tienden a hacer una malla unos con otros en grado
diverso de manera que se hace difícil distinguir una vivencia interpsíquica de una
vivencia interpersonal.
concientes y otras más inconscientes. Esto se puede resumir diciendo que la regla
es la variación infinita.
Llevando esta metáfora un paso más allá, diría que el grado de conciencia
presente en cualquiera de los lugares de la vivencia de uno mismo se podría repre-
sentar metafóricamente por su iluminación. Algunos lugares —o las representacio-
nes internas que hay dentro de ellos— tienen mucha luz (esto es, concientes),
otros son solo débilmente perceptibles, y finalmente otros están sumergidos en la
oscuridad (esto es, inconscientes).
Como regla general, sugiero que la terapia tenga dos metas con respecto al
lugar de la vivencia de sí del paciente. Primero, dirigir la ayuda a los pacientes hacía
el reconocimiento de la valía y de las limitaciones que representa su patrón particu-
lar para conseguir un bienestar psicológico general. Segundo, intentar fomentar un
mayor potencial de acceso a lugares no conocidos hasta entonces.
Otro factor es si cada padre permite al niño acceder a ciertos partes del lugar
de vivencia del sí mismo propio y de que manera lo hace. Si los padres solo permi-
ten un conocimiento directo de sus propios aspectos interpersonales pero no en
cambio el acceso a espacios que sean más privados, entonces el niño puede reti-
rarse de estos espacios de conciencia más privados o por el contrario estar
hipervigilante ante cualquier dato que provenga de este sector. O el padre puede
insistir en dar forma a la vivencia psíquica del chico de una manera que es contraria
a sus tendencias naturales (su temperamento precoz), por ejemplo preguntando al
chico por ciertos sentimientos en el área fenomenológica cuando por su edad o
etapa de desarrollo, su conciencia está en otro lugar. Esto podría animar al chico a
buscar un área del self para habitar que no interesara al padre, como una forma de
protegerse de la intrusión.
Implicaciones clínicas
Un ejemplo
lugares psíquicos se iban entretejiendo de una manera compleja que podía ser
potencialmente constructiva. Trataré de mostrar como mis propias inclinaciones
contribuyeron a la evolución del proceso terapéutico.
Anna era una mujer de 40 años, con buenas aptitudes psicológicas aunque
muy ansiosa, que yo traté hace unos años cuando vivía en la Costa Este. Empezó la
terapia para resolver una invalidante y tediosa depresión. Sin embargo Anna solía
empezar cada sesión con un animado saludo muy personal de ella: «¿Como está?
¿Bien? Oh, este vestido (o peinado, o collar) le queda muy bien». Después de «hacer
visita» durante unos minutos, Anna podía empezar a explicar detalladamente la histo-
ria de alguien que había conocido hacía 30 años, y lo que esta persona y su familia
estaban haciendo en la actualidad. Luego podía hablar de un encuentro problemático
que había tenido con esta persona en las últimas semanas. Era sólo a través de la
plena elaboración de los antecedentes de esta persona, y a menudo a través de cómo
esta persona la había maltratado, que podía llegar a expresar algo de su estado interno
actual. Frecuentemente era sólo hacia el final de la sesión (si es que llegaba a ocurrir)
que podía llegar a reflexionar como esto influía en la imagen que ella tenía de sí misma.
Anna era la mayor de dos hermanas de una familia judía de clase media. Su
padre era un hombre dominante, amargado y siempre dispuesto a castigar, que
esperaba que su hija llegara a ser una mujer muy exitosa para así aumentar el
honor y prestigio de él mismo. Su madre era muy cariñosa, pero demasiado sumisa
y pasiva a la hora de defender a la hija de los abusos verbales, emocionales e
incluso físicos a que la sometía el padre. Anna adoraba a ambos padres y veneraba
a su padre, aunque los abusos del padre la ponían furiosa, e inconscientemente se
sentía enfadada con su madre por su negligencia.
que negativo]en su matrimonio con un marido muy próspero, que la quería, pero que
al mismo tiempo era un hombre difícil al que idealizaba y denigraba alternativamen-
te. Aunque Anna llevaba una vida intelectualmente activa, no encontró la manera de
poder sacar provecho a sus estudios, es decir no pudo desarrollar profesionalmente
sus estudios y alcanzar un reconocimiento psicosocial e interpersonal.
cambios podríamos hacer para que nuestro trabajo le resultara más útil? (Entre
líneas le estaba diciendo: «¿cuando empezaremos a trabajar de forma intrapersonal
—o intrapsíquicamente, tal como entonces lo habría denominado— de manera que
así yo tendría más confianza en lo que estábamos haciendo?»)
Pronto me empezó a resultar claro la razón por la que los lugares intrapersonal
e interpsíquico eran relativamente inaccesibles para Anna: la razón era que su ma-
dre parecía que nunca había tenido en mente lo que Anna podía estar sintiendo
dentro. Y al mismo tiempo su padre ni lo sabía ni le importaba. Lo que realmente
importaba en la casa de su niñez era que debía estar alegre y mostrarse sumisa.
Además, en su sub-cultura, cualquiera que tuviera el aspecto de vivir hacia adentro
era criticado por ser un «ensimismado». Sus capacidades truncadas en estos as-
pectos permitieron que Anna se pudiera vivir a sí misma de forma interpersonal (y en
cierto modo también a nivel fenomenológico) a través de sus ricos intercambios con
los demás, pero al mismo tiempo la cristalización de sus vivencias intrapersonales
o interpsíquicas quedó obstaculizada. No era fácil que sus áreas de conciencia de
sí misma pudieran evolucionar hacia el sentimiento de «estos son mis aspectos
internos, y así es como se relacionan entre ellos». No es de extrañar que tuviera
dificultad en que yo la ayudara a formular estos aspectos de sí misma. Primero,
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Retrospectivamente me doy cuenta que no sería del todo cierto decir que yo
había vacilado hasta aquel momento, y que a partir de entonces me estaba entregan-
do más abiertamente a las características internas de su «interpersonalidad».En rea-
lidad yo me había empujado a mí misma a trabajar en la esfera interpersonal casi tanto
como ella, porque yo también sentía intuitivamente que la poderosa relación amorosa
madre/hija e hija/madre que habíamos establecido tenía propiedades curativas para
ella. Yo había estado negando el potencial adaptativo de mi propia interpersonalidad a
causa de mi propia reticencia, y también porque me había preocupado que un énfasis
en lo interpersonal (junto con la muy activa relación personal que conlleva) podía obs-
taculizar defensivamente el acceso a otros lugares psíquicos de residencia del self.
Entonces me di cuenta que Anna no sólo disfrutaba sino que además se beneficiaba
de mi propia resonancia entusiasta y de mi cooperación con su dominio interpersonal,
aunque yo continuaba apuntando hacia otras capas de su experiencia.
Creo que otros pacientes como Anna que están situados en el dominio
interpersonal pueden tener la tendencia a concentrarse en lo «real» o en la relación
personal con el analista, y entonces pedir una expansión de este elemento perso-
nal/social. Si reconocemos que el sector interpersonal es un importante dominio
donde vivenciamos nuestro self, tendremos menos tentaciones a considerar que el
paciente (o analista) que tiende a residir en este sector es superficial o se resiste al
análisis. Entonces dejaremos automáticamente de calificar esta interacción como
no-analítica, y en cambio la veremos como un vehículo potencial que puede servir
de conexión con los otros dominios.
Conclusiones
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Notas
1
Una primera versión de este trabajo fue presentada en la División 39, de las reuniones de la APA en
San Francisco el 6 de abril del 2000. Traducido al castellano por Rosa Royo y Ramon Riera. Revisión
de María Hernández Gazquez. Publicado originalmente en Psychoanalytic Dialogues.Traducido y
reproducido con autorización del autor y de The Analytic Press.
2
Cofundadora, Ex-directora asociada y Profesora del Northwest Center for Psychoanalysis (NCP)
en Seattle, Washington; Docente y Supervisora de psicoterapia en el William Alanson White Institute
in New York City; Formadora Clínica en el Departamento de Psiquiatría y de Ciencias de la Conducta
y Departamento de Psicología, University of Washington, Seattle, Washington; Miembro del Consejo
de, Dirección de la International Association for Relational Psychoanalysis and Psychotherapy.
Dirección de la autora: 515 28th Avenue East. Seattle, WA, 98112 USA.