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Es gracias al sentido del equilibrio que nos percibimos situados en el espacio, en relación a
la fuerza de gravedad; y los conductos semicirculares del oído son los órganos en los que
se asienta esta percepción. El desarrollo de éste sentido, va muy cerca de la conquista del
movimiento.
Es importante recordar como fue el proceso de andar en cada niño: como conquistó su
postura erguida y dio sus primeros pasos. Si fue desde una propia autonomía (podemos, los
adultos, recordar algún logro propio, un desafío superado y la experiencia que tenemos en
el sentimiento de alegría al vivenciar esa conquista. Eso mismo es aquello que deseamos
que los niños vivencien en el despliegue de sus movimientos y se alegren de su "yo puedo"
desde el principio).
Que los observemos con tranquilidad e interfiramos lo menos posible. Cuando en nosotros
reina ese equilibrio interior, irradiamos e infundimos una confianza inaudita que cobra en el
niño un efecto estabilizador sobre las condiciones de su propio equilibrio, tanto corporal
cómo anímico.
El sentido del equilibrio obra en nuestra alma como tranquilidad y serenidad ("estar en
equilibrio"). Esa es su cualidad.
El sentido del equilibrio, está vinculado al sentido del oído o auditivo, no solo
orgánicamente. Es desde nuestro estar anímicamente en equilibrio que podemos escuchar
a otro; podemos estar abiertos al otro y al mundo solo teniendo el equilibrio como reposo
interior y serenidad.
Hay una gran variedad de posibilidades que podemos ofrecer a los niños para beneficiar el
sano desarrollo de este sentido:
Este sentido nos aporta tanto equilibrio a nivel físico (estabilidad gravitacional), como
equilibrio interior, a nivel psíquico, ya que permite la sensación de calma interior,
tranquilidad y paz: “Me siento seguro en el espacio, siento suelo firme bajo mis pies”
● Vivencia de equilibrio.
● Confianza en sí mismo.
● Vivencia del centro de quietud.
● Inquietud
● Pérdida del equilibrio cuando hay mucha estimulación externa.
● Dificultad para escuchar.
● Dificultades de orientación, especialmente hacia atrás.
● Dificultades para organizar el espacio gráfico.
Influencias perjudiciales:
● Pobreza de movimientos.
● Adultos asistiendo en demasía el movimiento del niño.
● Intranquilidad en el entorno.
● Adultos con pobre equilibrio físico y emocional
● Ausencia de alternancia de momentos de actividad y quietud.
Reflexiones en torno a los sentidos inferiores.
Los sentidos inferiores son los sentidos de la autopercepción, muy ligados a la voluntad, y
son la base para la seguridad en la vida, se desarrollan fundamentalmente en los primeros
siete años, es por ello esencial su especial cuidado en esta etapa; dicho desarrollo implica
“habitar la propia casa”, nuestra corporalidad, desarrollando la autoconciencia a partir de la
conquista del propio cuerpo.
Nuestro primer sentido corporal es el tacto, el límite entre adentro y afuera, entre el yo y el
otro, entre el yo y el mundo. Tactando entramos en relación con el mundo material, y es éste
quien nos permite, en la confrontación, en ese choque, percibirnos. Es todo el cuerpo el que
entra en contacto con el afuera, proporcionándonos una percepción real y presente, y
podríamos decir en este sentido que el tacto es el gran escultor del mundo. Esta experiencia
táctil es una percepción de orden volitivo que nos permite por un lado diferenciarnos, y por
el otro sentirnos parte del Todo. Nos trae el conocimiento de la Divinidad, de este sentido
surgirá en el hombre futuro la virtud de la devoción, y por lo tanto es a través de ella que
ayudamos al niño a desarrollarlo.
Este es un proceso de aprendizaje fundamental y lento, que se construye de a poco con las
incontables experiencias de tacto que tiene el niño en su vida cotidiana, por el sólo hecho
de ser cuidado por otros, el niño es sostenido, abrazado, tocado, limpiado, mojado, secado,
vestido etc. Todas estas experiencias del tacto tiene que ver con la envoltura que se ofrece
al niño, tanto de la ropa como la de sostén físico y anímico; lo cuidamos ofreciéndole un
contacto amoroso y presente, “si las experiencias táctiles del niño le brindaron una
contención amorosa y respeto por la propia integridad corporal, entonces podrá desarrollar
un sentimiento sano frente a la propia existencia (…) base emocional de la confianza
primordial, en que se sustenta toda
autoconciencia sana.”
El sano desarrollo de este sentido, obra en el alma como confianza, límite y apertura,
nuestro cuerpo es como un refugio en medio del bosque, en el que podemos estar
confiados que no entrará ningún peligro. Esta imagen adquiere singular vigencia en este
momento en que estamos recluidos en nuestra casa; esa misma sensación de seguridad y
protección es la que nos brinda este sentido.
Sobre este sentido, que nos dice hasta dónde llegamos, se apoya el sentido superior de
poder percibir el Yo de otra persona. Es la confianza y seguridad que nos brinda el
sentido del tacto, la que posibilita poder confiar en los demás. Si tenemos un buen sentido
del tacto a nivel físico, posiblemente podamos “tener tacto” a la hora de relacionarnos con
otras personas.
Es decir que a través del sentido del tacto el ser humano se desarrolla esencialmente en
tres aspectos: la vivencia de límite, la resonancia (atención del alma), y la evidencia
primigenia de que el mundo es diferente a nosotros.
● Falta de autonomía.
● Falta de confianza en la existencia, miedos, inseguridad, vulnerabilidad.
● Miedo al contacto, miedo al dormirse, miedo de ser abandonado.
● Búsqueda de autoafirmación por colisión, autoagresión, agresión a los demás.
● Falta de distancia, tiranía.
El sentido vital.
El sentido vital o de la vida nos posibilita recibir información acerca de las funciones
orgánicas o procesos vitales (tener hambre, sed, cansancio, dolor,...), de la vitalidad de
nuestro cuerpo, y del equilibrio entre las fuerzas de regeneración y el desgaste. Nos trae el
registro de sabernos vivos.
El sano desarrollo del sentido vital, obra en el alma como capacidad social y disposición a
sentirse como un todo.
El sentido vital se percibe con más conciencia cuando algo no está en armonía. En los niños
y niñas en los primeros años es extremadamente lábil. La incubación de una dolencia, hasta
el simple roce de una prenda áspera, les puede ocasionar un malestar muy grande.
El terapeuta Henning Köller, lo define como el sentido de “estar bien y a gusto”, siendo su
actividad primaria el constante asegurar que nuestro cuerpo nos de amparo y calma.
Posibilita el desarrollo de la personalidad armoniosamente, dentro de la
comunicación con el mundo.
Y para que un niño pequeño sienta que su cuerpo es un lugar de amparo y calma, es
necesario observar los cuidados que les brindamos los adultos que los acompañamos: La
calidad y orden en la alimentación, el buen descanso, la presencia en el encuentro niño y
adulto, las secuencias similares, que dan al pequeño la posibilidad de estar tranquilo,
porque sabe qué es lo que viene. Son los ritmos los que le dan
seguridad y renuevan sus fuerzas.
Un buen desarrollo de este sentido permite percibir cuando se come en exceso, o se come
algo que no hace bien.
El niño inquieto muchas veces se mueve ante un intento de bajar el nivel de malestar que
siente. En la quietud se percibe más a sí mismo y percibe más el malestar. Estos niños
necesitan sobre todo del cultivo del sentido vital a través del ritmo, ritmo en el movimiento,
en la alimentación, en el sueño, en las estructuras. Su miedo básico es no ser aceptados.
No consiguen dormir aunque estén agotados. Como adultos debemos ofrecerles tolerancia,
ser tolerantes y pacientes con ellos, lo que significa también nosotros tener el sentido vital
en orden. La falta de sueño por ejemplo, nos torna impacientes e irritables. Por eso
ayudamos especialmente a los niños inquietos a través de actividades corporales rítmicas.
Éste sentido esencial, a futuro, se relaciona con el sentido que nos permite percibir el
pensamiento ajeno, deviene en esta extraordinaria capacidad, como sentido superior.
Incluso si el pensamiento de otro es diferente, esto no altera mi sentimiento de totalidad si
mi sentido vital se desarrolló saludablemente.
Tenemos un niño o niña a nuestro cuidado, un ser espiritual que se une a su cuerpo físico
para vivir en la tierra. Lo vamos conociendo, observándolo, valorándolo. Es nuestra tarea
cuidarlo y amarlo, con mucha presencia en momentos de cambiado, sueño, baño y
alimentación y una presencia más a distancia en sus momentos de juego libre.
Los invitamos a mirar a los niños, mirarnos a nosotros y mirar el entorno que conformamos.
A veces percibimos cierta incomodidad en nuestro cuerpo, en nuestro ritmo, pero no
podemos reconocer qué está en desequilibrio. Es interesante entonces el poder detenernos
unos instantes, respirar profundo y hacernos la pregunta: ¿qué necesito? Y permitirle a
nuestro cuerpo manifestarse y poder escucharlo con nuestra mente y corazón. Tal vez el
primer paso es algo muy simple, pero que, probablemente, si nos trae bienestar y un
sentido de paz interna, pueda llevarnos a iniciar acciones mayores.
Observar a los niños con interés genuino nos posibilita conocerlos, comprenderlos, y actuar
en consecuencia de eso que observamos.
Las mismas energías que se ocupan de nuestra salud y bienestar, son las que se encargan
de generar pensamientos. Este es uno de los pilares de la pedagogía Waldorf, la relación
entre fuerzas vitales (energéticas) y capacidades cognitivas. Aunque hoy hablamos del
sentido vital y no de las fuerzas vitales, es decir, de la capacidad para percibirnos y
autorregular el sueño, el hambre etc, como base de la capacidad de percibir el
pensamiento, ambas tienen el mismo origen.
En resumen, e integrando la importancia del cuidado de los sentidos básicos del tacto y el
movimiento, podemos decir que, como adultos, resulta muy valioso e indispensable el velar
por el sano desarrollo de los sentidos.
Para esto, es muy importante que tanto en su hogar como en el jardín de infantes, reine un
ambiente cálido bello y acogedor que le brinde seguridad para poder explorar y explorarse
con confianza. El cuidado de los ritmos, el sueño, el juego libre y espontáneo, el libre
movimiento que habilita sus propias conquistas, los límites amorosos y el contacto físico
respetuoso y cuidadoso, el sano alimento, la higiene física y sutil del niño y del entorno
circundante, la temperatura del ambiente y la adecuada vestimenta para su comodidad
estando dentro de un ambiente o en el exterior, la validación emocional, el estar como
adulto en presencia física emocional y espiritual, validando su existencia como ser espiritual
viviendo una experiencia humana, todo esto brinda al niño pequeño seguridad y firmeza
para la futura metamorfosis en los sentidos superiores los cuales, en él, ya están vivos
como germen.
Reflexiones en torno a los sentidos inferiores.
Los adultos hablamos del afán de moverse de los niños. ¿Pero qué es exactamente este
impulso? Cuando un niño está en movimiento, es autónomo a la vez que forma parte del
mundo exterior. Esta aparente contradicción se puede resolver fácilmente considerando dos
fenómenos. Al autocontenerse, una persona en movimiento se muestra a sí misma en su
propio desarrollo individual. Este es el caso, en particular, del niño pequeño, especialmente
durante el primer año, cuando el progreso es rápido. No se desarrolla únicamente el cuerpo
del niño sino que también desarrolla su propia manera de moverse, lo que nos muestra
cómo la individualidad espiritual se apodera y da forma al cuerpo que ha heredado.
Cualquier alteración en el proceso de encarnación se detecta mejor cuando existe un
trastorno motriz.
Al mismo tiempo, el mundo exterior se experimenta a través del movimiento. Rudolf Steiner,
en su teoría de los 12 sentidos, señaló cómo experimentamos el mundo exterior como algo
real a través de los sentidos.
Lo que conecta el yo interior con el mundo exterior es el cuerpo físico. No se trata solo de
un límite y un lugar de encuentro, también es una parte del mundo exterior. Este exterior
abarca todo lo material y lo viviente, personas incluidas. Con cada movimiento que hace,
una persona actúa en este espacio exterior que a su vez reaparece en su yo interior. Incluso
los movimientos de otras personas se reflejan en nuestros propios cuerpos, algo que se ha
confirmado con el descubrimiento de las neuronas espejo. Son células nerviosas del
cerebro que imitan las acciones de otras personas, como si el observador realmente las
estuviera realizando y no únicamente viéndolas.
Con este sentido del movimiento, puedo, por ejemplo, saber dónde está mi mano en todo
momento, aunque no se esté moviendo, aunque no la vea. ¿Cómo debo moverla para
acercar un vaso de agua a mi boca? Casi nunca soy consciente de ello pero, sin este
sentido, un movimiento intencionado sería imposible. El término médico para ello es
batiestesia o sensibilidad profunda, también llamada percepción propioceptiva. Transmite
información sobre la posición del cuerpo, el estado de tensión de músculos y tendones y
cómo se mueven. Esto último también se llama sinestesia del griego kinein (mover) y
aesthesis (sensación o percepción).
El movimiento con sentido solamente es posible cuando el sentido del movimiento está
intacto. Sin él, el movimiento no podría superar la primera etapa y se descompondrá en
estremecimientos y espasmos separados descoordinados.
Nuestro entorno nos proporciona condiciones muy variadas (un suelo blando o duro, tierra
firme o agua) para nuestros cuerpos y movimientos. Debemos notar esas variaciones.
Es nuestro sentido del movimiento el que nos permite adaptar el cuerpo para gestionar
dichas condiciones variables.
Rudolf Steiner destaca: “Mediante los sentidos inferiores (a los que pertenece el
movimiento), una persona puede sumergirse en el cuerpo físico y sentirse parte del mundo
exterior”.
El sentido del movimiento es la herramienta con la que el Yo lleva a cabo sus movimientos a
lo largo de la vida, aprendiendo movimientos nuevos y corrigiendo los habituales. Aquí se
entretejen el desarrollo del movimiento y del equilibrio.
Pensar en la infancia a la luz de los sentidos es otra forma de acercarnos a todo lo que
sucede en esta época preciosa. Los sentidos inferiores posibilitan conquistar el cuerpo y
crean la base para tomar conciencia de sí mismo. Los órganos se están formando y
requieren atención a lo que brindamos al niño como alimento.
El niño es movimiento desde su formación dentro del útero materno. Conquista su cuerpo,
lo hace propia herramienta. Para esto debe hacer por sí mismo. No le enseñamos cómo
moverse sino que le brindamos desde bebé tiempo y espacio para experimentar y
descubrirse, y así, descubrir el mundo. El es el mundo.
Un proverbio africano dice: “La hierba no crecerá más rápido si tiras de él”. Ya por los años
30, la pediatra húngara, Emmi Pikler, destacó la importancia de crear un entorno seguro y
adecuado a la edad en el que el niño pudiera moverse y jugar, de modo que pudiera adquirir
sus propias habilidades y fortalezas. El impulso para desplegar el movimiento lo tiene el
niño y es fundamental nuestra mirada atenta y cuidadosa desde la confianza en el propio
proceso de exploración del niño.
En los jardines de infantes Waldorf, el juego libre es parte de la rutina diaria. En él, el niño
Es. Pone en juego su mundo interno, y a su vez, éste se enriquece en su libre exploración.
El niño, a través de su cuerpo toca, se encuentra con otros y el entorno, confronta, se ubica
en el espacio. Es hermoso contemplar, por ejemplo, cuando dos niños juegan físicamente,
se abrazan, ruedan, “luchan”. El juego físico es una parte necesaria del desarrollo de todos
los mamíferos sanos y esta actividad de juego de pelea parece que responde a una
necesidad espontánea de estimulación del mismo sistema nervioso. Jugar tiene muchos
efectos beneficiosos, tanto para el cerebro como para el cuerpo, incluyendo al favorecer
ciertos tipos de aprendizajes y distintas habilidades físicas. Además, el entramado del juego
puede ayudar al individuo a integrarse en el tejido social que será el escenario de su vida.
Por otro lado, es interesante observar todos aquellos estímulos que se contraponen e
intervienen nocivamente en este sano desarrollo de los sentidos, dando lugar a síntomas
físicos y anímicos que muestran la dificultad del niño de sentirse en calma en su propio
cuerpo. Aparecen signos como: ansiedad, miedo, apatía, sensación de inadecuación,
irritación, imposibilidad de imitación, tristeza, inseguridad, depresión, el no registro del
peligro, del límite del propio cuerpo y el ajeno, movimientos bruscos o violentos. Un niño
que está mirando televisión o jugando en la computadora tiene su cuerpo quieto y necesita
justamente lo contrario: ejercitar el sano movimiento, correr, saltar, jugar. Este es el mayor
perjuicio que hacemos a un niño, dejándolo estático frente a una pantalla, desde las
capacidades anímicas que surgen en este septenio que en cronología son andar hablar
pensar; son como los ladrillos de una casa. Sobre el sano movimiento se va a apoyar el
habla, la buena articulación, la posibilidad de comunicarse verbalmente y sobre estos dos
ladrillos bien edificados se va apoyar un pensar coherente. El movimiento es entonces
lenguaje.
Sabemos además que no todos los niños son iguales. Hay quienes tienden a expresarse
espontáneamente desde el movimiento, y hay quienes tienden a observar, a interactuar más
desde el diálogo, o prefieren sentarse a jugar construyendo con bloques o rompecabezas o
dibujando. Esas son las tendencias naturales en cada niño. Y todas son válidas. Pero, como
adultos, es necesario observar qué impulsos sanos podemos acompañar a desarrollar en
nuestros niños para un sano y armónico desarrollo, y eso implica el brindarles, a conciencia,
espacios saludables donde todos sus sentidos puedan nutrirse, procurando así una variada
oferta de caminos donde conectar con la naturaleza, el juego expansivo, el movimiento.
Invitarlos a saltar, correr, danzar, realizar alguna actividad o deporte rítmicamente, andar en
bicicleta, recorrer un bello paisaje explorando todo lo que el afuera ofrece. Claro que esto
requiere del adulto presencia, un hacer junto a ellos, sobre todo en el niño pequeño. Si solo
sugerimos propuestas verbalmente, sin invitar a nuestro propio cuerpo a imbuirse en la
experiencia y a percibir el mundo interno que se abre en ella, es muy probable que el niño
no haga eco, y prefiera quedarse en el espacio conocido.
El cuidado de los sentidos es entonces parte de la salud integral de nuestros niños y niñas,
y de todo ser humano. La mayor vivencia de movimiento que tenga el niño en su infancia
traerá aparejada una mayor sensación de libertad en sus actos, sentimientos y
pensamientos, desde la autoconfianza al enfrentarse con diferentes desafíos a lo largo de
su vida. El movimiento permite la circulación de la sangre, la disponibilidad de la fuerza que
impulsa la voluntad, la capacidad de vivir los cambios y las crisis como la posibilidad de
transformación, la vida y la muerte en constante fluir, la capacidad de soltar, de hacer
espacio, de dejar ir aquello que ya no es nutritivo, para darle lugar a lo nuevo y vital.
El cuidado de los sentidos es entonces parte de la salud de los niños y nuestra conocemos
la vivencia de estar lejos de nuestro cuerpo después de una noche sin descanso la alegría y
confianza que nos da lograr afrontar desafíos y la necesidad de Recuperar el equilibrio se
hace el físico o el anímico para estar en calma.