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Contenido
Sinopsis Capítulo 12 Capítulo 23
Capítulo 1
Capítulo 13 Capítulo 24
Capítulo 2
Capítulo 14 Capítulo 25
Capítulo 3
Capítulo 15 Capítulo 26
Capítulo 4
Capítulo 16 Capítulo 27
Capítulo 5
Capítulo 17 Capítulo 28
Capítulo 6
Capítulo 20
Capítulo 9 Epílogo
Capítulo 11 Capítulo 22
Sinopsis
¿Qué debe hacer una chica cuando aparece un desconocido sexy en su
cabaña de vacaciones? Correr. Probablemente. O...
Lo tenía todo planeado. Una escapada perfecta, en un bosque perfecto, con
mi novio perfecto. Debería haber sido... perfecto.
Hasta que rompe conmigo y me deja sola cuando un desconocido me
sorprende después de ducharme y me mira el trasero desnudo.
Estoy avergonzada y asustada, pero el spray para osos podría haber sido un
poco exagerado. Sobre todo, porque esta confusión AirBnB 1 está resultando
ser lo mejor que me ha pasado nunca. Tal vez.
Cole Harrington es gruñón y misterioso, gruñe respuestas de una sola
palabra y definitivamente guarda secretos. Pero también tiene unos ojos
azules a los que no se les escapa nada, unos hombros anchos que soportan
el peso del mundo y una sonrisa por la que hay que trabajar. Y parece odiar
a todo el mundo... menos a mí. Incluso se ofrece de voluntario para ser mi
falso novio en la boda de mi prima y enemiga.
Y ahí es cuando las cosas van realmente mal. ¿O bien?
Sólo tengo que seguir recordándome a mí misma... que todo es falso y muy
temporal. No te enamores de él, aunque sea infinitamente más adorable de
lo que cree. Especialmente cuando me besa feroz, profunda y
posesivamente.
Así que, sí... totalmente falso.
Hasta que aparece en mi casa. Lo que es una bandera roja de acosador,
¿verdad? Pero no se siente como tal. Se siente como si yo fuera... suya.
Probablemente.
Nunca te enamores de un novio falso es un romance independiente
interconectado con un “felices para siempre”.
1 Air Bed — and — Breakfast por sus siglas en inglés. Es una plataforma que ofrece a anfitriones en
todo el mundo la opción de alquilar el espacio que tengan disponible, ya sea una propiedad completa
o parte de ella
Capítulo 1
—Muy bien, eso es todo por mí, señora Michaelson —le digo a la mujer que
yace plácidamente en la cama mientras envuelvo su frágil cuerpo con las
mantas. Lleva años viviendo aquí y sus hijos ya casi no vienen. Están
demasiado ocupados con sus propias vidas y ya han llorado la pérdida de la
que fuera su vibrante matriarca. Pero, aunque ellos han seguido adelante,
ella sigue aquí, y mi trabajo como enfermera es asegurarme de que está bien
cuidada, algo que me tomo muy en serio.
Hago una pausa como si ella fuera a responder y luego contesto en
consecuencia con voz brillante y alegre.
—Por supuesto, tendré cuidado y me divertiré. Y si sobrevivo al tiempo con
mi familia, te contaré todo sobre la boda cuando vuelva. Va a ser sacado
directamente de una telenovela: drama, peleas de gatas y lágrimas falsas,
¡vaya! —Le lanzo un guiño exagerado, despreocupada siendo mi yo raro con
mis pacientes, sobre todo porque son un público cautivo que aprecia la
conversación.
O al menos me gusta pensar que lo hacen. No comparten sus opiniones
conmigo a menudo.
Aun así, me imagino a la señora Michaelson chasqueando la lengua ante la
poco halagadora descripción de mi familia. No estoy segura de que fuera así
cuando era ella, pero en mi imaginación es una mujer muy correcta, refinada
y ligeramente crítica.
Miro por la pequeña ventana que da a la habitación algo de luz natural y
suspiro. La semana que viene va a ser el remake literal en vivo de “el mejor
de los tiempos... el peor de los tiempos” de Dickens. Garantizado.
Primero, tengo días de paz en una cabaña a las afueras de la ciudad con mi
novio, Henry, donde nuestros planes son leer, relajarnos, dar unos paseos
por la naturaleza y remojarnos en el jacuzzi. Serán nuestras primeras grandes
vacaciones juntos, y estoy emocionada y nerviosa a la vez, sobre todo porque
ahora él está atrapado en el trabajo unos días más y se va a encontrar
conmigo allí. . .
—¿En serio tienes que trabajar? Programamos esto hace meses.
—Lo siento, nena. El deber me llama. Sabes que no pueden hacerlo sin mí, y el
plazo se acaba pronto. —Suena distraído, como si estuviera leyendo la pantalla
de un ordenador mientras me dice que no puede acompañarme todo el tiempo.
—¿Qué tal si te espero? —Sugiero esperanzada—. Así podremos ir juntos y
disfrutar de las cantidades obscenas de comida basura y las canciones
desafinadas del viaje por carretera. —Es una buena idea, aunque nos haga
perder algunas noches de nuestra reserva. Pero no me importa. Quiero a Henry.
Henry, sin embargo, parece pensar de otra manera.
—Paso de eso. Sabes que no sabes cantar.
Nunca he pretendido ser una Kelly Clarkson pelirroja, pero suena peor cuando
dice que no sé cantar. Estoy de acuerdo de todos modos porque mi falta de tono
no es el problema. Lo es la desaparición de nuestras vacaciones en pareja.
—Por eso dije desafinar.
—¿Eh? Oh, sí, bueno. Escucha, me tengo que ir. Los chicos me están buscando
para sacar el látigo. Pero tu debes seguir adelante sin mí. Necesitas paz y
tranquilidad. Te veré allí cuando termine, ¿de acuerdo?
Parece que no tengo elección y no quiero que empecemos a discutir, así que
sonrío.
—De acuerdo. Nunca he ido de vacaciones sola y no estoy del todo segura de
saber qué hacer conmigo misma, pero supongo que ya me las apañaré.
¿Cuándo crees que...?
—Buena chica. Estaré en contacto. Adiós, nena.
La línea se corta.
Sí, así que esa es la mejor parte de los tiempos.
Y entonces, tras la forzada relajación solitaria y el feliz reencuentro con Henry,
llega el peor de los tiempos.
Las nupcias de mi prima Paisley, que se celebran el próximo fin de semana,
han estado destinadas a ser mi propio infierno personal desde que éramos
niñas. En una familia que quería pasar mucho tiempo junta, viendo a los
niños jugar mientras los adultos tomaban limonadas y cotilleaban sobre todo
el mundo, Paisley siempre ha sido mi matona.
Por supuesto, ningún adulto vio nunca cómo me atormentaba. Ponían la otra
mejilla cuando derribaba mis bloques de construcción, aplaudían cuando me
hacía pasar por el monstruo en las representaciones familiares y se reían
cuando me llamaba “Janey la Ingenua”, un comentario contundente sobre mi
experiencia tardía y poco amistosa con la pubertad. Porque, por supuesto,
ella creció bien y es todo lo que yo no soy.
Paisley es alta y ágil, como una princesa de cuento. Yo soy bajita y con curvas.
Su cabello es rubio caramelo y le cae como una sábana por la espalda. El mío
es rojo anaranjado brillante y los rizos sobresalen de mi cabeza como si
hubiera metido un dedo en un enchufe. Ella tiene la sonrisa perfecta de
anuncio de dentista, mientras que la mía es demasiado amplia y deja ver el
diente astillado que no me atreví a arreglar porque no quería decirle al
dentista que me lo había hecho al chocar contra una puerta mientras miraba
embobada a un chico guapo.
Y luego están nuestras personalidades. Mientras que Paisley es una zorra
para mí, para los demás es encantadora y la gente se enamora de ella en
segundos. Yo soy una extraña mezcla de ratón silencioso y boca sin filtro,
siempre divagando para mis adentros, pero sin llegar a decir gran cosa,
aunque tampoco es que importe porque, de todos modos, la gente no me
escucha. Por otra parte, mi esperanza y mi sueño es ser lo más invisible
posible para no convertirme en el objetivo de nadie como lo fui de Paisley
durante toda mi vida.
No es que guarde rencor, exactamente, pero tampoco tengo ganas de ver a
ciertos miembros de la familia. Como la novia. A menos que se tropiece en el
pasillo, se rasgue el vestido y admita llorando que no merece a Max, su
prometido.
Bien, no quiero que eso pase. La verdad es que no. Mucho.
Me gustaría poder saltarme la boda, pero eso desencadenaría una nueva serie
de dramas familiares, así que mi mejor opción es esbozar una sonrisa falsa
(con los labios cerrados, por supuesto, maldita astilla), asistir, sufrir y salir
corriendo antes de que nadie se digne a mirarme. Mi única opción.
—Lo sé, no debería ser así con mi familia, pero usted no los conoce como
yo —le digo a la señora Michaelson, imaginando su decepción maternal
conmigo. Pero ella no tiene recuerdos de hacerse pis en fiestas de pijamas
porque alguien le metió la mano en agua caliente. Yo sí los tengo. Y no era
una niña. Tenía quince años, lo que lo hacía mucho peor. Sobre todo, cuando
las burlas pasaron de “ew, ¿has mojado la cama?” a “a lo mejor es una meona”
y bromas sobre mis “sueños húmedos”, y yo no sabía lo que eso significaba,
lo que llevó a toda una nueva ronda de burlas. Sí, muy gracioso.
Así que sí, discúlpame si estoy temiendo ver a Paisley toda arreglada, a todo
el mundo adulándola a ella y a su nuevo marido, y a mi familia
preguntándome si tengo algún prospecto. Y luego riéndose de la sola idea.
Mierda. Estoy guardando rencor.
Pero están justificados. Creo que sí. Probablemente.
Por el lado bueno, al menos tengo una fecha para la boda. No puedo imaginar
lo que Paisley diría si me presentara sola en su boda. Seguro que sería un
montón de “pobre, lamentable, llorona Janey” disfrazado de preocupación y
pena reales mientras ella sonreía no tan sutilmente ante mi desgracia y se
reía a mis espaldas. O directamente en mi cara.
Miro el reloj y me doy cuenta de lo tarde que es.
—Uy, tengo que irme. Mason se hará cargo del turno de tarde —digo,
cambiando el nombre en la pizarra que la señora Michaelson nunca ha
mirado—. Ah, y no te olvides de echarle la bronca a Mason por su bigote
porno. Tiene que dejarse crecer la barba, RÁPIDO —le susurro a la mujer.
—¡Eh! —Mason se queja desde la puerta, donde se asoma por la
esquina—. Conozco tu verdadero problema con mi bigote. Estás deseando el
look de villano de la época de Chris Evans. —Se pasa la mano por la boca,
alisando innecesaria y dramáticamente el cabello enjuto hacia abajo y luego
sonríe mientras su mano se transforma en una pistola de dedos—. Oh,
sí —retumba, asintiendo como si esa serie fuera el epítome del sexy-cool.
Mason es mi mejor amigo en el trabajo, y también fuera de él. Es un chico
estupendo y llevo años trabajando con él en el centro de cuidados, ayudándole
a pasar de enfermero novato a cuidador seguro de sí mismo. A su vez, él es
mi hombre de confianza, me anima, me levanta el ánimo y le dice a todo el
mundo en el centro “muévete, zorra” cuando mi educado y demasiado
silencioso “perdón” no es suficiente. Por el camino, hemos llegado a
conocernos y es una de las pocas personas con las que me siento cómoda
bromeando.
Sabía que me estaba escuchando, que es la única razón por la que mencioné
su vello facial, así que le devolví la sonrisa.
—Tengo razón y lo sabes. Tus cabellos en la barbilla son épicos y has
proclamado muchas veces que a las chicas les encanta tu
barba —bromeo—. Joder, bromeamos sobre seguir el ejemplo de LL Cool J2 y
llamarte LL Hairy M3, pero eso tiene un rollo completamente distinto, así
que... ew.
Su confianza natural se derrite y agacha la barbilla casi desnuda con un
tímido encogimiento de hombros que es la antítesis de su fanfarronería
habitual.
—Greta no era una fan.
—Entonces no somos admiradores de Greta —replico con una ceja levantada
y un fuego que normalmente no expresaría, pero la situación de Mason lo
requiere. Como no parece estar más seguro, propongo—: Si le dijeras que
prefieres a las rubias, con la más mínima insinuación de que se tiña el
cabello, te quemaría en una efigie. Y toda la humanidad femenina, yo
incluida, la animaría y le ofrecería un mechero. ¿Por qué debería ser diferente
tu barba? Si te gusta, lúcela.
¿Has oído alguna vez la expresión “Los que pueden, hacen, los que no pueden,
¿enseñan?” Sí, ahora mismo estoy enseñando mucho porque Mason me
recuerda:
—¿No eres la misma chica que se hizo un alisado profesional que le llevó tres
horas enteras y varios cientos de dólares porque Henry pensó que tu cabello
debía estar menos alborotado para la fiesta de Navidad de la empresa?
—Bueno, sí —estoy de acuerdo—. Pero eso no lo hace correcto. Y mi cabello
es una locura. Tu barba parece un anuncio de una revista de leñadores. No
la desperdicies.
—Tienes razón —admite, pero no creo que esté de acuerdo. Afortunadamente,
la semilla está plantada, porque se merece a alguien que aprecie su humor
2 James Todd Smith es un cantante de rap y actor estadounidense, más conocido por su nombre
artístico LL Cool J.
3 Juego de palabras hairy me, soy peludo o velludo.
socarrón, su belleza y su corazón de oro. Si eso es Greta, genial. Si no, Mason
podría tener mujeres haciendo cola en la acera con una mirada—. ¿Henry y
tú están listos para R y R y otra R? —pregunta, desviando la conversación de
cosas que preferiría no examinar demasiado de cerca.
Por supuesto, se lo permito, sin discutir un ápice. Pero frunzo el ceño,
devanándome los sesos en busca de la tercera R. ¿Descansar, relajarse y...?
—Relajarse, romance y montar4, vaquera —ulula con el peor acento falso que
he oído nunca. Con un brazo por encima de la cabeza, hace como si montara
un toro... o cualquier otra cosa—. ¡Yah, yah!
Los movimientos se vuelven más azotes y menos rodeo, y no puedo evitar
reírme. Mirando por encima del hombro a la señora Michaelson, le regaño con
una sonrisa:
—Eres horrible y eso está mal, muy mal. Seguro que estaría agarrándose las
perlas y moviéndote el dedo. Mason Bowen Tillman. —Levanto la voz como
me imagino que sonaría ella, usando su nombre completo de gobierno para
darle una reprimenda por ser un maleducado.
—Probablemente —asiente mientras su sonrisa de satisfacción no hace más
que crecer. Sacudo la cabeza, aun riéndome un poco—. En serio, diviértete.
Te lo mereces, Janey.
—Lo sé —bromeo mientras firmo la ficha.
Me lo merezco.
Sigo repitiéndomelo, con la esperanza de que, si lo convierto en un mantra,
empezaré a creérmelo. De momento, no funciona. Pero sigo intentándolo, al
estilo de “la práctica hace al maestro”.
A pesar de que juzgo la relación de Mason, no le dije que Henry me abandonó
por el trabajo. Sé lo que diría, y no quiero otra charla TED 5 sobre cómo estoy
dejando que Henry me pisotee y dando más de lo que recibo. Ya hemos tenido
esa conversación unas cuantas veces, y mantengo mi argumento de que,
aunque Henry no es perfecto, yo tampoco lo soy, y estamos haciendo que
funcione, incluso dando pasos hacia una relación más seria.
6 Marca de auto.
por mí misma y emocionada por entrar. Aparco el auto a un lado, como me
han indicado, saco la maleta del maletero y me dirijo a la puerta.
Una rápida comprobación de mi correo electrónico de confirmación me da el
código de la puerta, y cuando la luz se pone en verde y oigo el suave chasquido
de la cerradura al girar, vuelvo a bailar. Cuando abro la puerta... y entro en
el paraíso, el único sonido que se oye es el de mis zapatillas de tenis en el
porche de madera.
Bien, quizá no sea la versión del paraíso de todo el mundo, pero es la mía. La
cabaña es perfecta, como si las fotos online se hubieran hecho esta mañana,
hasta las chuletas frescas a cuchillo en los dos cojines del sofá a juego.
En el anuncio lo llamaban rústico moderno, y yo estoy de acuerdo, con las
grandes vigas de madera del techo, las paredes blancas y la decoración
minimalista. Hay una chimenea con una alfombra mullida delante... Espera,
¿eso es una piel de oso? Esperemos que sea falsa o, al menos, antigua. Pero
se me pasa por la cabeza cuando miro el resto del espacio. La cocina es
pequeña y eficiente, con un hornillo y un frigorífico del tamaño de un
apartamento, y las escaleras son casi como escalonados, que llegan hasta un
altillo invisible donde sé que está la cama, y las ventanas de la parte trasera
del espacio no tienen adornos, dejando que el verde de los árboles te rodee,
incluso cuando estás dentro. No es que hagan falta cortinas. No hay otra
señal de interferencia humana hasta donde alcanza la vista.
Dejo caer la maleta, corro hacia la puerta trasera y abro de golpe la corredera.
El jacuzzi está aquí, junto con algunos asientos exteriores. Respiro hondo,
dejando que los olores del aire fresco del bosque y el sol brillante llenen mis
pulmones, y luego exhalo entrecortadamente. Siento que el peso de la ciudad
se desprende de mis hombros, que la responsabilidad de mis pacientes se
aleja y que la emoción de las posibilidades se arremolina en su lugar.
Estoy aquí. Merezco esto.
Esta vez parece un poco más cierto. Saco el móvil del bolsillo trasero y me
hago un rápido selfie. Me veo feliz, con las mejillas rosadas y los ojos brillantes
sobre el fondo verde. Le envío la foto a Henry, junto con un mensaje rápido
de Hecho, ojalá estuvieras aquí. No espero que me responda. Tiene que
mantener la atención en su trabajo si quiere venir a disfrutar de este lugar
conmigo, pero quiero que sepa que he llegado sana y salva.
Me ocupo de prepararme y rápidamente decido que no voy a subir la maleta
por la escalera hasta el desván, sino que la dejo en el cuarto de baño, donde
puedo vestirme después de ducharme. Está al final de un corto pasillo y es
sorprendentemente grande, casi del mismo tamaño que la cocina, con una
ducha a ras de suelo y un tocador con dos lavabos.
—¡Ooh! ¡Una ducha de lluvia! Siempre he querido ver cómo era una de
esas —digo en voz alta, sin pensar en hablar conmigo misma. Lo hago todo el
tiempo. Me gustaría echarle la culpa a mi trabajo, donde hablo con los
pacientes, respondan o no, pero la verdad es que lo he hecho toda mi vida.
Me falta el interruptor en el cerebro que le dice a tu boca que se calle, y en su
mayor parte, la gente me ignora de todos modos, así que mi constante
murmullo nunca ha importado. Mientras nadie me cuente secretos del
gobierno, no pasa nada.
Siguiendo con la cháchara, al subir la escalera me quedo boquiabierta ante
el pasamanos negro mate y ante la comodidad de la cama.
—Voy a acurrucarme y no me iré nunca —juro. El desván está metido bajo el
tejado y tiene el techo muy inclinado. Por suerte, soy bajita y puedo ponerme
de pie sin problemas. Henry tendrá que agacharse para no quedarse dormido,
pero no pasa nada. Sobre todo, cuando la cama está cubierta con un mullido
edredón verde, una suave manta de cuadros escoceses y unas almohadas que
se nota a la legua que están rellenas de plumas. Parecen así de acogedoras.
¿Y lo mejor? Hay una ventana justo encima del cabecero bajo que hace que
parezca una casa en un árbol.
—El plan de mañana: acurrucarme con mi dosis matutina de cafeína y
observar los pájaros y las ardillas de fuera —le digo a la habitación
vacía—. Me pondré en plan Blancanieves con las criaturas del bosque.
Puede que nunca abandone este lugar.
Capítulo 2
7 Chorros
Señalo por la ventanilla trasera hacia la bañera, fría y silenciosa. Al ver la
mirada que me lanza, me doy cuenta de lo poco claro que suena. Vaya.
—¡No! Quiero decir, para mi espalda. Tuve que mover a la Sra. Michaelson
para cambiarle la ropa de cama antes de irme, y nos faltaba personal. Soy
enfermera y siempre nos falta personal... es un problema de toda la industria.
—Hago un gesto despectivo con la mano porque no puedo hacer nada al
respecto—. Así que tuve que hacerlo sola. La Sra. Michaelson es una mujer
pequeñita, pero frágil, así que hay que tener mucho cuidado. Y ooh, me duele
la espalda desde entonces. Quiero sentarme en el jacuzzi con un chorro
apuntando a este nudo de aquí. —Me froto un punto de la parte baja de la
espalda.
Cole parpadea… y vuelve a parpadear, mirándome como si hablara un idioma
extranjero.
—No tengo ni idea de lo que acabas de decir, pero puedes tener acceso
completo al jacuzzi.
Acordado algún tipo de trato, tiendo la mano.
—Bien. Encantada de conocerte, Cole.
Me estrecha la mano con una leve risita.
—Sinceramente dudo que sea verdad, pero gracias por la cortés
mentira. —Tiene la palma un poco rugosa, no callosa como si hiciera trabajos
forzados, pero tampoco blanda y pastosa como si no hubiera trabajado nunca.
Me suelta y recoge la bolsa del suelo—. ¿Te importa si me ducho?
—Sí, no. Está bien —digo mientras me aparto de su camino, aunque para
empezar no estaba en su camino—. Iba a hacer la cena. ¿Tienes hambre? He
traído comida y tengo de sobra. No me importa compartir. ¿Te gusta el pollo?
Compré sopa. Podría calentar eso para nosotros y tostar un poco de pan. ¿A
menos que seas vegetariano? En ese caso, lo único que puedo ofrecerte son
patatas asadas, porque las compré para acompañar unos filetes una noche
para Henry y para mí. Pero no me pareces del tipo vegetariano.
Cole vuelve a mirarme con extrañeza y me doy cuenta de que estoy divagando.
—Lo siento, hablo mucho. Siempre lo he hecho. Henry me lo reprocha,
siempre quiere que 'me calle un puto minuto' —Tiro la voz para imitar su
enfado. Continúo con mi propia voz—. Pero es difícil mantener mis
pensamientos en mi cabeza. Hablo con pacientes, como la señora
Michaelson —Dejo caer su nombre como si ya fuéramos viejos amigos—. Todo
el día, así que se siente natural proporcionar alguna narración al paso del
tiempo, ¿sabes? Pero es un mal hábito, así que... lo siento.
—La cena sería genial. No soy vegetariano.
Desaparece por el pasillo y, un momento después, se cierra la puerta del
cuarto de baño. Oigo el clic de la cerradura, lo que me hace detenerme. ¿Me
está dejando fuera? Como si yo fuera el asesino vestido de negro.
Riendo por lo bajo, voy a la cocina y empiezo a sacar comida. Decido calentar
la sopa, pero si Cole ha estado fuera todo el día, como parece ser el caso,
probablemente necesite algo más que una cena ligera, así que en lugar del
pan normal que había planeado, tuesto el pan con queso y pavo, haciendo
paninis de estufa. Sólo quemo un poco uno de ellos, y huelen bastante bien
si lo digo yo misma, lo que me deja bastante impresionada con mi creatividad
improvisada.
Justo cuando dejo la comida en la isla, Cole reaparece. Tiene el cabello
húmedo y las puntas hacia arriba como si se hubiera pasado una toalla por
la cabeza. Yo nunca podría. El encrespamiento sería extremo.
Su camiseta blanca se tensa en el pecho, donde sus pectorales parecen
empeñados en hacer que el algodón abandone y se convierta en un fantasma,
mientras sus bíceps hacen lo mismo con las mangas, abrazando los músculos
como un amante. Lleva unos jeans desgastados a la altura de las caderas y
camina hacia mí descalzo, como un modelo salido de una revista de
supermercado.
¡Demoniossss!
Me choco los cinco mentalmente por haberme guardado esa reacción en la
cabeza en lugar de dejarla caer por la boca como haría normalmente. No estoy
mirando demasiado, soy leal a Henry para faltarle el respeto de esa manera,
pero no es como si Cole ocultara su atractivo. Es obvio del mismo modo que
el sol es cegador en el cielo.
—Huele bien —dice, mirando la comida mientras saca uno de los taburetes
que rodean la pequeña isla, pero no se sienta.
Me quedo ahí de pie, estúpidamente, hasta que mira fijamente de mí al
asiento. Sorprendida por el gesto caballeroso, doy un respingo.
—Gracias. Henry no es muy dado a los gestos caballerosos, así que supongo
que no estoy acostumbrada. —Me río de mi propia confusión.
Cole se sienta a mi lado, a una distancia respetable entre nosotros.
—Le has mencionado un par de veces. ¿Henry?
Tomo un bocado de sopa y le explico:
—Mi novio. Viene después de terminar un proyecto. Es ingeniero de software
y se ha quedado atascado corrigiendo un error que su equipo no puede
resolver. Se le da bien entender los matices del código y cómo mejorarlo.
Llevamos juntos casi un año, pero él trabaja mucho, así que probablemente
debería ajustarme a eso, en cuyo caso, ha sido... doo-doo-doo-doo-doo. —
Imito el golpeteo de una calculadora de aire antes de concluir—: Doce
semanas. —Me río de la broma, pero Cole ni siquiera esboza una sonrisa.
—Ujum. —Es un simple sonido, pero me siento juzgada.
—Vamos a pasar unas vacaciones románticas, así que menos mal que sólo
vas a estar aquí unos días —le digo guiñándole un ojo—. Luego, el fin de
semana que viene, tengo que ir a la boda de mi prima, que va a ser
francamente dolorosa. Gracias a Dios que hay barra libre, ¿no? —Otra broma,
y también cae por su propio peso.
Decepcionada, me centro en mi sopa y reina el silencio mientras comemos
durante unos instantes.
—La gente no me sorprende. Es un hecho. Pero tú. . . No tengo ni idea de
cómo, pero lo haces —dice.
Me mira con ojos claros, parece cualquier cosa menos confuso, pero suena
sincero. Casi como si me hiciera un cumplido. Definitivamente, parece más
profundo que la charla superficial que he estado ofreciendo como forma de
mantener la conversación con una sola mano.
—¿Gracias?
Sin ofrecer más sobre el tema, dice:
—Me quedo con el sofá. Puedes quedarte con la cama.
—Oh, no tienes que hacer eso. Si vas a pagar, lo menos que puedo hacer es
dejarte la cama —protesto—. Además, tengo que advertirte que ronco. No
mucho, como si no necesitara un CPAP8. —Me pongo una mano con garras
sobre la nariz y la boca y hago un sonido imitando a las máquinas que suena
muy parecido a schlooo-chuh antes de darme cuenta de lo raro que suena, y
me apresuro a explicarme—. Pero tampoco un poco, no como un cachorrito
pequeñito y mono. En algún punto intermedio, supongo.
Entrecierra los ojos y espero a que pase por alto mi comentario. En lugar de
eso, me dice:
—El perro de mi hermano ronca. Babea por todas partes y mueve las patas
como si persiguiera ardillas en sueños. Todo el rato roncando. —Está diciendo
cosas feas del animal, pero es con diversión y cariño. Incluso sonríe, lo que le
cambia la cara por completo. La grieta en sus labios rectos y apretados es
como el sol saliendo de detrás de las nubes en un día de tormenta.
¡Lo encontré! Su punto débil son los perros, por lo visto. Guardo la
información para futuras conversaciones.
—¿Cómo se llama?
—¿Mi hermano o el perro? —aclara.
—Cualquiera. Ambos —digo con impaciencia. Quiero que siga hablando. Me
gusta escuchar su voz. Es profunda y ronca, pero suave, como la seda y la
grava. E incluso cuando habla de un perro, tiene sentido.
—Peanut Butter, pero normalmente le llamamos Nutbuster. —Supongo que
se refiere al perro, no a su hermano, cuyo nombre no dice—. Entonces, ¿te
lastimaste la espalda con la Sra. Michaelson?
Intuyo que está desviando la conversación hacia él, pero se lo permito y le
cuento más cosas sobre la mujer a la que he llegado a querer, aunque nunca
me haya dirigido la palabra. Pero en mi mente, ella tiene una personalidad
descarada, se preocupa por su familia y ofrece grandes consejos.
Para cuando terminamos de comer y recogemos la cocina, ya le he contado
todo sobre ser enfermera y lo mucho que me gusta, algo más sobre Henry y
un poco sobre la boda, aunque todavía no quiero ni pensar en ello. Me ha
escuchado atentamente, pero no me ha contado gran cosa, contestando a mis
largas divagaciones con respuestas de una sola palabra y algún gruñido
ocasional.
8 máquina que usa presión de aire leve para mantener las vías respiratorias abierta al dormir
Pero reacciona a todo si le prestas atención. Sus cejas se mueven
gradualmente cuando se sorprende, sus labios se curvan cuando se divierte
y canturrea pensativo cuando está pensando en algo. Está callado, pero es
una conversación completamente diferente a las que tengo con la gente
silenciosa del trabajo.
O con Henry, susurra una vocecita.
No me gusta admitirlo, pero es verdad.
Henry es un gran tipo -guapo, inteligente y simpático-, pero también me da
la lata por mis divagaciones. Para ser justos, también suele ser multitarea y
su atención se divide entre su teléfono y yo. Yo podría estar parloteando sobre
gigantescos devoradores de personas morados que atacan la ciudad y Henry
probablemente diría: “Vaya”.
Cole no es así. De hecho, apuesto a que podría preguntarle todo lo que he
dicho esta noche y probablemente sería capaz de citarme textualmente. Es
así de comprometido.
—Buenas noches —me dice Cole mientras me acompaña a la escalera. Me
siento como si me acompañaran a la puerta después de una primera cita,
pero no es así. Esto no se parece en nada a una cita. Sólo son dos personas
sacando lo mejor de una situación difícil.
Sí, eso es. Nada que ver aquí, nada inapropiado, nada raro en absoluto.
—Duerme bien, que no te muerda el coco —termino de repente, y luego me
explico—. Así lo decía siempre mi abuela. No buenas noches, duerme bien,
que no te piquen los chinches. Decía que no invitaba a los bichos a acercarse
a su cama, así que se negaba a decirlo de la forma normal. —Sonrío mientras
un recuerdo se repite en mi mente—. Una vez le pregunté si invitaba al
hombre del saco, que a mí me parecía mucho peor que las chinches, pero ella
se rio y dijo que tenía demasiado miedo de que le dieran un sartenazo en la
cabeza como para venir, así que se arriesgaba.
Sus labios crispan las comisuras y repite:
—No dejes que te muerda el hombre del saco. —Decido aceptar la victoria y
marcharme con una nota alta para que no cambie de opinión y me mate
mientras duermo.
Empiezo a subir, preguntándome si me va a mirar el culo mientras subo, pero
al echar un vistazo detrás de mí veo que ya se ha dado la vuelta y se dirige a
grandes zancadas hacia el sofá. Vuelve a comportarse como un caballero,
pero mentiría si no admitiera que estoy un poco decepcionada.
No debería. Está siendo respetuoso, un rasgo raro e inesperado.
Pero de una manera extraña, esta noche fue... divertida. Más de lo que me
había divertido en mucho tiempo. Ni una sola vez Cole pareció molesto
conmigo o como si estuviera sintonizando nuestra conversación, y disfruté
presionando para ver si podía romper su exterior estoico.
Tumbada en la cama, miro el techo abuhardillado y escucho. Oigo a Cole
extender una manta y el crujido del sofá al tumbarse. Respira hondo varias
veces y luego su respiración se vuelve constante y uniforme.
¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que hace falta para que se duerma?
Me alegro por él. En mi experiencia, se necesita una cabeza tranquila, una
conciencia clara y un corazón feliz para dormir tan fácilmente. O algunos
buenos medicamentos.
Yo también suelo dormir bastante bien, sobre todo después de un turno largo.
¿Pero esta noche? ¿Con un extraño durmiendo debajo que podría oír mis
ronquidos y decidir asesinarme después de todo sólo para hacerme callar? ¿Y
toda una noche de conversaciones para repetir en mi mente y obsesionarme?
Creo que daré vueltas en la cama un rato. Probablemente.
Capítulo 4
—Respira. Inspira por la nariz, dos, tres, cuatro. Exhala por la boca, dos, tres,
cuatro. —Janey deja de hablar consigo misma por un momento para hacer el
ejercicio de respiración, pero después de sólo una ronda, vuelve a su charla
de ánimo—. Todo va a salir bien. Incluso encantador. Entraremos,
saludaremos y abrazaremos a mamá, papá y Jessica. Nos sentaremos y
disfrutaremos de la cena.
Nos dirigimos a Bridgeport para la cena de ensayo de Paisley, y Janey ha
estado alucinando todo el día. Se ha duchado dos veces, diciendo que tenía
que volver a lavarse el cabello porque “no le quedaba bien”, pero a mí me ha
parecido precioso las dos veces. Esta noche se ha maquillado las pestañas
oscuras y largas, las mejillas muy rosadas y los labios brillantes. ¿Y su
vestido? Joder, su vestido.
Salió del baño con los pies descalzos y un vestido que hizo que toda mi sangre
corriera hacia el sur en un abrir y cerrar de ojos. Me encanta una cosa y sólo
una... los vestidos de verano, y aunque es una versión elegante, eso es lo que
Janey eligió llevar esta noche.
Es de color melocotón, con flores diminutas por todas partes y lazos flexibles
en los hombros que me dan ganas de deshacer y poner a prueba la gravedad,
y el dobladillo le cae por debajo de las rodillas. Ha dado una vuelta y se ha
ensanchado, tentándome con un vistazo a sus rodillas. Sus rodillas, joder.
Rodillas que he visto toda la semana en sus shorts, pero que de repente me
parecieron más interesantes cuando las escondió como si hubiera un nuevo
misterio que descubrir.
Oh, hay un misterio bajo ese vestido que quiero explorar, pero no son las
rodillas de Janey. Es más alto, mucho más alto.
Joder, sueno como Kyle.
¡Contrólate, Harrington!
Janey sigue enumerando cosas como si fueran viñetas de una lista de tareas.
Ahora está hasta arriba de postre y aplaude educadamente durante los
brindis. Yo hago lo mismo a veces porque me ayuda a sentir que tengo el
control cuando existe la posibilidad de que todo se desmadre, y me pregunto
si ella lo hace por razones similares.
—Háblame de tus padres y de tu hermana —le exijo como forma de distraerla,
otro eficaz mecanismo de supervivencia.
—¿Eh? —pronuncia, abriendo los ojos donde sospecho que estaba
visualizando la cena de esta noche mientras lo comentaba—. Ah, sí. Cuanta
más información tengas, mejor irá.
Mamá, papá y Jessica. Esa es la suma total de la familia inmediata de Janey,
y quiero saberlo todo. No porque lo necesite para hacer el papel de novio, sino
porque quiero saberlo todo sobre Janey. Y morbosamente, la gente que le ha
hecho daño. Sin ningún motivo en particular... ninguno en absoluto.
—Son los Tres Mosqueteros, lo que me dejó fuera, en su mayoría. Aunque
entiendo perfectamente por qué. —Parece resignada a esa realidad, algo con
lo que no estoy de acuerdo en absoluto. Gruño en respuesta, y ella intenta
convencerme.
—Mis padres adoptaron a mi hermana cuando apenas tenía dos años,
salvándola del duro comienzo en la vida en el que había nacido. Yo tenía
catorce años y había pasado lo peor con mi familia. Me había dado cuenta de
que lo mejor que podía hacer era “pasar desapercibida”, y por aquel entonces
ya le buscaba el lado positivo a todo. Así que cuando trajeron a casa a una
adorable casi niña, soñé que seríamos hermanas y que Jessica sería mi
amiga. Es decir, tenía amigos en el colegio y cosas así -no era una marginada
total, gracias a Dios-, pero no en mi familia, ¿sabes?
Se queda callada y me acerco a ella para agarrarle la mano y pasarle el pulgar
por la suave piel entre el pulgar y el índice. Suspira como si tuviera el peso
del mundo sobre los hombros, y por muy capaces que sean, solo era una
niña. No debería haber sido ella la que tuviera que cargar con el dolor de lo
que debería haber sido una época feliz.
—En lugar de eso, se convirtió en el centro de atención instantáneo, mimada
y consentida en casi todos los sentidos para compensar los malos tratos de
sus primeros años, y sin que ella tuviera la culpa —dice enfáticamente,
excusando a su familia—, me convirtió aún más en una extraña. Sólo que
esta vez no fue en mi familia. Fue en mi propia casa. Mamá bromeaba
diciendo que Jessica era su 'niña de la reconciliación' y que con ella no
cometerían los mismos errores que conmigo.
—Eso es una estupidez —digo.
No sé si me cree, porque añade:
—Yo, a los catorce años, tuve un minúsculo momento de esperanza de que
por fin se dieran cuenta de lo mal que se habían portado conmigo y quisieran
ser mejores. Pero no. ¿Y ahora? Mi yo de veinticinco años espera que, algún
día, Jessica madure más allá de la princesa de trece años que mis padres han
creado y acabemos siendo las amigas que yo deseaba.
En mi opinión, ha pasado de “buscar el lado bueno de las cosas” y está
puliendo una moneda de cinco centavos con la esperanza de que brille como
la plata.
—¿Y tus padres? —pregunto tenso. Es una mala línea de interrogatorio antes
de entrar en la cena de ensayo. No para Janey, sino para mí. Se supone que
tengo que hacer de novio encantador y cariñoso, pero, sobre todo, quiero
hacer pedazos a la familia de Janey por no reconocer lo increíble que es.
—Si les preguntas, fueron buenos padres y la prueba de ello es que soy un
adulto honrado, independiente y con trabajo. Ese es su sello de superación
en lo que a ellos respecta.
Se encoge de hombros despreocupadamente, aunque sus labios se han
torcido por completo. Nunca la había visto fruncir el ceño. Incluso cuando el
pedazo de mierda rompió con ella, sus labios sólo se apretaban en una línea
recta y plana. Odio que ahora sea su familia la que le provoca esa expresión.
No debería ser así.
Tengo mis propios problemas con mi familia: un padre emocionalmente
distante, una madre que lo compensa amando demasiado, hermanos que
lucharon por un puesto en una falsa jerarquía y otro que se salió de esa
tontería, y una hermana que está cansada de años de ser nuestra segunda
madre. Y una perdiz en un peral o algo así.
Pero Janey es diferente. Es demasiado buena para tener que sufrir un infierno
en un lugar y un momento que deberían ser tu lugar seguro. Hogar. Familia.
Infancia.
Su familia debería haberla querido y apreciado, pero en lugar de eso utilizaron
su posición de poder para aplastarla, haciéndola dudar de su propia valía.
Las consecuencias aún resuenan en su corazón y en su mente. Demonios,
incluso en sus relaciones, como con pedazo de mierda.
Aprieto los dientes para no decirle lo que pienso de la mierda de sus padres y
de la zorra de su hermana, sobre todo porque quiero ir a la cena de ensayo y
ayudarla, y si cree que voy a ponerme en modo imbécil con ellos, se echará
atrás.
Lo cual no quiero porque ella necesita esto a múltiples niveles, y no quiero
quitárselo.
—Nunca se dieron cuenta de las dificultades que tuve al crecer —continúa
Janey refiriéndose a sus padres, sin darse cuenta de que contengo mi
ira— y, para ser sincera, nunca se lo conté. No serviría de nada sacar el tema
ahora. Es mejor dejar que ese dolor viva bajo la alfombra, donde ya lo he
pisoteado hasta que es lo bastante plano como para no hacerme tropezar más.
Fuerza una sonrisa en su rostro, pero parece quebradiza y artificial. —Esta
noche es sobre Paisley y Max. De eso se trata. Entra y sal ileso.
Estamos tranquilos durante el resto del trayecto. Creo que Janey ha vuelto a
enumerar las actividades de las fiestas de esta noche. Estoy pensando si hay
alguna forma de llevar a su padre atrás para charlar un rato.
Entro en el aparcamiento de un restaurante de carnes conocido por dos
cosas: un menú caro y un aire de esnobismo más raro que los filetes que
sirven. No conozco la situación económica de la familia de Janey, pero tengo
que admitir que estoy un poco sorprendido.
Mi familia no se lo pensaría dos veces, pero soy consciente de que estamos en
una categoría fiscal diferente a la de la mayoría. Bueno, mis padres lo están.
—¿Por qué vas a la cena de ensayo si no estás en la boda? —pregunto,
dándome cuenta de que, aunque no he estado en muchas bodas, eso no es
habitual.
—Paisley quería un gran show con su familia y la familia de Max partiendo el
pan juntos. Y sí, sé lo que estás pensando: ¿no es para eso la recepción? Y
tendrías razón, sí, lo es. Pero lo que Paisley quiere, Paisley lo consigue, así
que será una cena de ensayo familiar. El cortejo nupcial hizo la práctica hoy
temprano, pero la cena es una situación de manos a la obra.
Con lo que Janey me contó sobre Paisley, no me sorprende. Una oportunidad
más para ser el centro de atención suena muy bien para ella.
Hay un aparca autos delante del restaurante, pero creo que a Janey le vendría
bien un último momento para reponerse antes de que empiece este
espectáculo de mierda, así que paso por delante de él y aparco yo solo.
—Quédate ahí —le digo antes de bajarme y rodear el camión hasta la puerta.
La abro y la tomo de la mano para ayudarla a bajar, asegurándome de que se
mantiene firme, porque ya no va descalza con ese maldito vestido de verano,
sino que lleva unos tacones nude de tiras. Tan cerca, puedo ver la línea de su
escote y siento la tentación de trazarla con un dedo y luego con la lengua,
acariciando sus pechos hasta que se olvide del drama de su familia.
Completamente ajena a los sucios pensamientos que corren por mi mente y
aún sorprendida por el más leve gesto caballeroso, dice en voz baja:
—Gracias.
No tengo ningún problema con las mujeres que quieren abrir sus propias
puertas y no necesitan que les saquen la silla, pero a Janey le gustan esas
cosas. Sospecho que nunca la han tratado así, y pienso enseñarle cómo un
hombre debe apreciarla en todos los pequeños detalles cotidianos.
—¿Estás lista? —pregunto, manteniéndola en la puerta abierta con una mano
en el camión y otra en la puerta. No hay nadie cerca que pueda oírnos, pero
ésta es una conversación privada. Sólo ella y yo sabemos lo que está a punto
de ocurrir, y así debe seguir siendo. Si dice que no, la ayudaré a subir de
nuevo al camión y la tendré rugiendo por la autopista, de vuelta a la cabaña,
en menos de sesenta segundos.
—Sí, vamos a presentar a todo el mundo a mi increíble, guapo, inteligente y
rico novio —dice, sonando como si estuviera canalizando a una animadora en
un día de rally. ¡Rah, rah, hermana, boom, bah!
Es falso. Obviamente lo es, y siento que necesita un poco de ánimo para
hacerlo. Ella necesita al menos parcialmente sentir que es real.
Me inclino hacia ella, murmurando tan cerca que mis labios rozan los suyos.
—Vuelve a llamarme tu novio, preciosa.
Siento su respiración entrecortada y sonrío victorioso. Ahora no piensa en
Paisley ni en sus padres ni en su hermana. Está pensando en mí y sólo en
mí. Y no en que soy un falso sustituto sobre el que está mintiendo.
Por un momento, parece real.
—No eres un chico... ni un amigo... ni un novio. Eres algo totalmente
distinto —susurra, y ahora su sonrisa parece real.
—Esta noche, yo soy tuyo y tú eres mía —indico con una mirada
significativa— y no lo olvides.
Tomo su mano entre las mías, le doy un beso en la muñeca y la conduzco
hacia el restaurante. Es la hora del espectáculo.
Estoy nervioso. No es que se lo muestre a Janey ni a nadie. Pero este trabajo
encubierto se siente más grande e importante que cualquier otro que haya
tenido antes. Janey necesita que esto salga perfecto, y haré lo que sea para
asegurarme de que así sea.
Seguimos las indicaciones de la anfitriona hasta el salón trasero privado, abro
la puerta y le pongo la mano en la espalda a Janey para que entre. El espacio
está repleto de paneles de nogal oscuro, moqueta y pinturas al óleo de ganado
y ganaderos. La larga mesa del centro, cubierta con un mantel blanco, está
adornada con plata pulida, vajilla reluciente y un ramillete de flores verdes y
blancas que serpentea por el centro.
Aunque la sala está llena de gente, nadie nos mira para darse cuenta de la
llegada de Janey. Aun así, vuelve a tomarme la mano y aprieta... fuerte. Noto
que se pone nerviosa, como si fuera a entrar en la Cúpula del Trueno y tuviera
que luchar a muerte en lugar de cenar con su familia.
—Estamos bien. Estás bien —le susurro al oído, sin perder de vista la
habitación, aunque miro su pecho, que sube y baja demasiado
deprisa—. Respira más despacio. Aquí estoy.
—Ahí están mamá y papá —dice.
Sigo su mirada, fijándome en las dos personas a las que más tengo que
impresionar.
La madre de Janey, Eileen, es bajita y delgada, lleva una melena morena que
le roza la mandíbula y lleva un vestido azul con grandes flores rojas en el
dobladillo, que le llega hasta las rodillas. Lleva zapatos de tacón grueso y
pocas joyas, sólo una pulsera de tenis que seguro que saca de su joyero para
ocasiones especiales.
El padre de Janey, Leo, es alto y tiene una barriga redonda que sospecho que
se debe a una cerveza más que ocasional. Tiene la cabeza recién afeitada y
una sonrisa fácil mientras escucha lo que dice Eileen. Leo lleva botas,
pantalones caqui y un polo verde con unas gafas de leer metidas en el cuello
de su camisa.
Parecen un poco mal vestidos para la ocasión, pero en general, se ven
notablemente... normales. Lo que, sorprendentemente, no es raro cuando se
trata de personas que son padres de mierda. Rara vez son los monstruos
aterradores que esperamos que sean. Más a menudo, lo peor de lo peor se
parece a tus vecinos, que es lo más aterrador de todo.
—Vamos a presentarme —digo, tirando de Janey hacia ellos. Tengo unas
cuantas palabras para estos dos.
Y el resto de la familia también.
No puedo hacer esto. Debería haberle dicho a Cole que no. Debería haberme
reído de lo ridícula que es la idea de que haga de mi novio. Pero quería que
funcionara y lo creí hasta que entramos en esta habitación.
Ahora, meter la cabeza en la arena al estilo avestruz me parece un plan mejor.
Quiero volver corriendo a la cabaña y esconderme. Saltarme la cena de
ensayo, saltarme la boda, y volver al trabajo la semana que viene como si
nada hubiera pasado.
Pero Cole no quiere saber nada del Plan B, Janey la Reina Avestruz.
Se acerca a mis padres e interrumpe la conversación que estaban
manteniendo tendiéndole la mano.
—¿Sr. Williams? Soy Cole, el novio de Janey. Estaba deseando conocerle.
Papá retrocede sorprendido por la interrupción y la presentación tan directa
-y encantadora- de Cole.
—Encantado de conocerte, Cole. Llámame Leo —responde papá mientras
estrecha la mano de Cole.
Cole estrecha la mano de mamá, encantándola también.
—Su hija me ha hablado mucho de ustedes dos. Estaba deseando que llegara
esto —repite.
Mamá y papá sonríen con desgana, sin oír la amenaza apenas velada en sus
palabras, pero yo la oigo alto y claro. He pasado suficiente tiempo con Cole
en la última semana como para tener esa percepción de él.
Con cautela, me pego al lado de Cole como si pudiera retenerlo si decidiera
defender mi honor o alguna locura.
—Así que, sí... este es Cole. Sí, mi novio, Cole. Es él. —Me mira y levanta una
ceja, con una pequeña sonrisa en el lado izquierdo de la boca. Debería
añadirlo a la cuenta, pero he olvidado por completo en qué número estoy, así
que me limito a disfrutarlo—. Y Cole, esta es mi madre, Eileen, y mi padre,
Leo.
Mamá y papá intercambian una mirada. Conozco esa mirada: es la misma
que me dirigieron cuando les conté emocionada que había ganado el concurso
de ortografía de cuarto curso. Quieren creerme, pero no me creen. La verdad
es que no. Y de acuerdo, admito que estaba un poco confundida sobre el
concurso de ortografía. Gané para mi clase, no para todo el grado, pero no
sabía que había una diferencia. Y definitivamente no sabía que tendría que
subir al escenario delante de todo el colegio para competir contra los
ganadores de las otras clases. Murmuré mi respuesta en el micrófono y la
señora Beckman la declaró incorrecta, aunque deletreé hipopótamo
correctamente. Yo no lo deletrearía h-i-p-p-A-p-o-t-a-m-u-s porque entonces
sería un hippa, no un hipopótamo.
Así que hago lo que mejor se me da y empiezo un monólogo.
—Sí, hemos estado esperando esto. Cole ha estado súper ocupado en el
trabajo, pero le dije que no podíamos perdernos la boda de Paisley, y aquí
estamos. Yo y mi novio, Cole. ¿Van a empezar pronto? Me muero de hambre.
No creo que haya almorzado hoy. ¿Almorzamos hoy? —Le pregunto a Cole.
—Hiciste tablas de embutidos —me recuerda—, y nos pasamos el día
comiendo tacos de queso, fiambre y galletas.
—¡Oh, sí! —digo demasiado alegremente.
Papá se inclina con una sonrisa para decirle a Cole:
—Probablemente fue bueno que no cocinara para ti. Es mejor quemando que
horneando, ¿verdad, cariño? —Papá bromea—. ¿Recuerdas el tocino?
La última vez que cociné algo en casa fue cuando tenía dieciocho años, y sí,
puede que esa vez activara la alarma de humos, pero por lo que papá sabe,
ahora soy chef. No lo soy, por supuesto, pero él no lo sabe. No le importa. En
su mente, la broma está grabada en piedra, para siempre jamás, amén.
—¿De verdad? Ahora es muy buena en la cocina —dice Cole
pensativo—. Seguro que me mantiene bien alimentado. —Se palmea el vientre
plano, llamando la atención sobre lo en forma que está.
Me ha visto hacer sándwiches, sopa, panecillos de pizza y el pollo que se
suponía que era para Henry, pero si le oyeras hacerme cumplidos, pensarías
que sirvo cenas de categoría Michelin con regularidad. Definitivamente es un
poco de falso alarde, pero me alegro por ello.
—Bueno, yo le enseñé todo lo que sabe —añade mamá. En realidad, es
verdad. Mamá me enseñó a hacer pollo que no envenenara a nadie y carne
picada con una pizca de condimentos envasados. Aparte de eso, me echaba
de la cocina porque le estorbaba.
—¿Cómo está el jardín? —le pregunto a papá, eligiendo un tema que sé que
durará.
Se le ilumina la cara como siempre que habla de sus bebés, las flores, los
arbustos y las plantas que cuida. En cuestión de segundos, se pone en
marcha y nos cuenta todo sobre el nuevo higo de hoja de violín que “rescató”
de la tienda de plantas mientras mamá lo mira como si fuera el hombre más
interesante del planeta, aunque estoy segura de que ya ha escuchado esta
historia diez veces.
Y yo escucho feliz, contenta de que la atención no esté en Cole ni en mí, hasta
que una voz dice:
—¡Eh, Bob patiño9!
Es Jessica. A ella se le permitió ver Los Simpson desde pequeña, algo que yo
no pude hacer hasta la adolescencia, y me puso el apodo de payaso por mis
rizos rojos salvajes. El nombre no es nada nuevo, pero molesta igualmente.
Con la esperanza de acallarlo por quincuagésima octava vez, le pregunto:
—¿Aún no te has cansado de eso?
Se ríe como si eso fuera ridículo. Como papá, Jessica prefiere que su humor
se sumerja en yeso y se escriba en piedra, para que sea humorístico para
siempre. Para ella, al menos.
Cole hace algo que yo nunca he podido hacer: callar a Jessica. Enrolla uno
de mis tirabuzones alrededor de su dedo, tirando suavemente.
—Me encanta el cabello de Janey. Es diferente y bonito, no el aburrido y
simple castaño. —Habla con nostalgia de mi cabello, mientras insulta las
trenzas castañas de Jessica.
Ooh, es un astuto. Callando a papá sobre mi cocina y a Jessica con su molesto
apodo.
Estoy secretamente emocionada y tengo que cambiar de un pie a otro para
no bailar feliz.
—¿Quién eres tú? —Jessica pregunta con los ojos entrecerrados.
—Cole, el novio de Janey —responde con orgullo, desviando forzosamente su
atención de mí para mirarla a ella. No se molesta en preguntar quién es ella,
y veo que eso irrita a Jessica.
Voy a ir al infierno por ello, pero me alegro de que Cole esté aquí, haciendo el
papel de mi novio. Sólo por ver las miradas en sus caras, merece la pena la
condena eterna que voy a sufrir.
—Oh, ahí está Paisley —dice mamá en voz baja como si no estuviéramos todos
aquí para verla. Y sigue con el tema del día. No conocer a mi novio por primera
vez, por supuesto. Eso es poca cosa.
¿Pero la boda? Eso es importante.
Janey está callada todo el camino de vuelta. Estoy seguro de que esta es su
versión de la furia. No dirige su ira hacia el exterior, gritándola a los cuatro
vientos y enfureciéndose contra los demás. No, su ira es profunda y ardiente,
le duele más que a nadie.
Cuando volvemos, aparco detrás de su pequeño todoterreno amarillo que no
se ha movido en toda la semana. No quiero que salga corriendo en mitad de
la noche. Probablemente no lo haría, pero no quiero correr riesgos. Sería
demasiado peligroso, y no he terminado con este trabajo. O con ella. Y no
estoy seguro de qué esperar de la cabreada Janey, pero huir no va a pasar,
aunque tenga que encerrarse en su auto y apoyarse en la puerta principal
para dormir un poco. ¿Tenerla como rehén? No es un problema para mí.
Me doy la vuelta para abrirle la puerta, pero ella ya lo ha hecho, ha saltado
del camión al suelo y no me ha dejado ayudarla como acto de rebeldía. Se
tambalea un poco sobre los tacones y alargo la mano para agarrarla, pero ella
aparta el brazo de un tirón y pasa a mi lado, entrando en la cabaña.
Mierda.
Dentro, Janey abre y cierra las puertas de los armarios como si buscara algo,
pero sospecho que se trata más de los portazos que de una búsqueda del
tesoro en la cocina. Sus tacones chasquean en el suelo y de vez en cuando
resopla molesta cuando un armario no tiene lo que está buscando, sea lo que
sea. Probablemente mi cabeza en bandeja de plata.
No sería ni la primera ni la última en esperar ese plato del menú.
—Eso podría haber ido mejor —empiezo.
Janey me dirige unos ojos grises sorprendentemente ardientes. Al fin y al
cabo, lleva una fiera dentro y me alegro de conocerla por fin.
¿Dónde estaba ella cuando Henry estaba siendo un imbécil? ¿Por qué no salió
y mandó a sus primas a la mierda esta noche?
Esta Janey podría haber hecho ambas cosas fácilmente. Pero está empezando
conmigo. Puedo soportarlo. Si Janey necesita enfurecerse con alguien, que
sea conmigo. Soy prácticamente un extraño y estaré fuera de su vida después
de la boda, así que estoy a salvo. Con gusto dejaré que me use como blanco
de tiro.
Me apoyo en la encimera, cruzo los brazos sobre el pecho mientras la observo
revolotear por la cocina. Me arriesgo a preguntarle:
—¿Qué buscas?
—El sacacorchos. Después de todo esto —agita la mano en dirección al
restaurante— necesito una copa de vino —responde brevemente, sin dejar de
abrir y cerrar cajones.
Abro la nevera, saco el vino que empezamos anoche y descorcho con los
dientes antes de dejarlo sobre la encimera, cerca de ella. Janey le echa un
vistazo y se lanza por él, levantándolo con las dos manos para darle un buen
trago. Cuando se ha hartado, lo deja caer de golpe sobre la encimera y se
limpia los labios con el dorso de la mano. Su brillo ha desaparecido, dejando
sus labios desnudos y carnosos.
—¿Mejor?
—No —suelta mientras se agacha para desabrocharse los tacones. Se los
quita despreocupadamente, descalza, pero cuando vuelve a mirarme un
momento después, sus ojos se han suavizado un poco gracias al alcohol—.
¿Qué demonios ha sido eso? Lo habíamos hablado: entra, sé encantador y
guapo, una pareja a la que todos creyeran. Se suponía que ibas a reforzarme
y ayudarme a mantener a mi familia a distancia, como mi guardaespaldas
personal o algo así. Pasar desapercibida, no llamar la atención, ser
completamente olvidable para ellos, como suelo ser yo. —Bebe otro trago.
» Quiero decir, sí, más tarde tendría que enfrentarme a los hechos y decirles
que hemos roto o algo así, pero eso es un problema para Futura-Janey. Esta
Semana-Janey —se señala el pecho— quería pasar la cena de ensayo y la
Boda del Infierno sin ningún drama. Eso era todo. Pero, ¡pfff!, ahí se fue ese
plan. —Camina de un lado a otro, girando al azar en el pequeño espacio.
—Eso nunca iba a ocurrir y lo sabes —le digo, manteniendo la voz firme,
aunque quiera hacerle entrar en razón. Su familia es una pesadilla y ella lo
sabe muy bien. Incluso me atrevería a decir que, por malos que parezcan, en
persona son peores—. Paisley no iba a dejarte entrar, con o sin novio, y dejarte
en paz. Eres su saco de boxeo favorito y no ha terminado de jugar contigo. La
pregunta es, ¿has terminado de dejarla?
—¡Uf! —El ruido es una combinación de conmoción, dolor y traición. Quiere
sentirse insultada por mis contundentes palabras, pero tengo razón y ella lo
sabe. Pero no quiere que sea así. Cubre los defectos de su familia con excusas
de que su infancia no fue tan mala, pero fue jodidamente mala, y continúa
ahora.
Se merece algo mucho mejor.
Se merece lo mejor. Su corazón es demasiado tierno, su alma demasiado
buena para la mierda que esa gente le echa encima. Y ésa es mi debilidad:
quiero salvarla, ayudarla, hacerle ver que nunca podrá ser olvidada porque
se cuela en tu psique con rayos de sol y sonrisas, bailes alegres y emoción
por las cosas más sencillas, haciéndolo todo más interesante de algún modo.
Le arranco la tirita despacio, sabiendo que voy a causar más daño mientras
le digo:
—Janey, estaba en el pasillo. Pasaron por delante de mí para llegar hasta ti,
creyendo que estaban a salvo porque no les seguí hasta el baño de señoras.
Lo sabes, ¿verdad? Entraron ahí, hablando mierda y queriendo que
escucharas. Querían hacerte daño. —Le imploro que me escuche, que
entienda que lo que le estoy diciendo es la fea y honesta verdad sobre sus
primas.
—Dijeron que no sabían que yo estaba ahí —dice en voz baja, queriendo
borrarlo como ha hecho tantas veces antes, pero lo sabe. Algo que vio en sus
caras esta noche... sabe que lo hicieron a propósito. Así que, aunque les pone
excusas, son sólo de boquilla.
—Esperé... esperé a que las mandaras a la mierda, pero no lo hiciste. Así que
hice lo que me pediste: protegerte de ellos. Quizá no fuera como tú querías,
pero puedo garantizarte que ninguno de ellos te ve débil esta noche.
Probablemente piensen que tu novio es un psicópata -admito-, pero no que
eres débil. No que te hayas congelado. No que seas otra cosa que una mujer
amada, querida y hermosa con un hombre que se preocupa profundamente
por ti y te defenderá, cueste lo que cueste. —Mi voz es de acero cuando
digo—: Eso es lo que recordarán.
—Oh —dice, casi inaudiblemente con los ojos clavados en el suelo.
Le lancé muchas cosas, y ni una sola fue una pelota blanda. Básicamente le
dije que su familia está llena de musarañas manipuladoras -¡hey, encantado
de conocerte!- y estoy seguro de que se está tambaleando, probablemente
tratando de encontrar una manera de darle la vuelta como siempre hace. Soy
un imbécil gruñón y solitario, así que empiezo con déficit, pero no se me
ocurre ni una sola forma de que pueda salir de ésta con un resquicio de
esperanza y eso tiene que doler.
Así que le doy un momento para procesarlo.
Lleno dos tazas de agua caliente y saco de un armario una caja de cacao
caliente barato. En silencio, mezclo los polvos con el agua y dejo que los
malvaviscos suban a la superficie.
—¿Te sientas en el porche conmigo? —pregunto estoicamente, pero siento
algo parecido a la esperanza.
Janey levanta la barbilla y me mira con ojos claros. Todavía está trabajando
en ello, pero lo está consiguiendo, poco a poco.
—De acuerdo —responde, sonando derrotada.
En el porche, dejo las tazas sobre la mesita y espero a que ella se siente
primero, pero no se mueve. Siguiendo la señal, me siento en la tumbona que
se ha convertido en “mía” durante la última semana, esperando que ella se
siente en “la suya”.
En vez de eso, se para a mi lado con una mirada que no puedo descifrar.
—¿Janey?
Como respuesta, se sienta conmigo, se acomoda entre mis piernas extendidas
y se apoya en mi pecho. Me sorprende, pero no pienso pedirle que se mueva.
Tomo la manta de detrás de mí y se la echo por encima para mantenerla
caliente, aunque me quema como un horno tenerla tan cerca.
Mi polla ya está creciendo en mis pantalones, y es imposible que ella no sienta
el efecto que tiene en mí, así que no me molesto en intentar ocultarlo.
—Siento mucho que tu familia sea un asco —le digo mientras le doy un beso
en la cabeza. Sus rizos son suaves y me rodean la cara, haciéndome cosquillas
y una sonrisa instintiva. Janey tiene muchas maneras de hacer eso, aunque
no las vea todas.
—Dios, sí que lo hacen, ¿verdad? —responde tristemente con una risa sin
gracia. Pero su voz es más ligera de lo que habría esperado. Es una pequeña
diferencia, pero la noto de todos modos.
Debería haberlo sabido: esta noche ha pasado por un infierno, pero se
recupera y encuentra un lugar feliz, aunque tenga que crearlo ella misma.
Eso es lo que mejor sabe hacer: crear felicidad.
—¿Podemos hablar de otra cosa? Cuéntame lo horrible que es tu familia para
hacerme sentir mejor. —Se contonea, acurrucándose más en la manta y
frotándose sobre mi dureza. Trago grueso, haciendo lo posible por ignorarlo y
concentrarme en lo que ella necesita, no en lo que mi polla quiere.
—Sí, eh... —Miro fijamente al bosque, intentando pensar en una historia que
ayude, no sólo que sea comparativamente peor. Y entonces lo tengo—. Mi
hermano, Chance, es muy bueno. Nunca conoció una regla que no siguiera,
un objetivo que no destrozara...
—Entonces, ¿lo contrario a ti? —bromea, y puedo oír la pequeña sonrisa en
su voz. Ojalá pudiera verla, pero la noche que nos rodea es demasiado oscura,
sólo interrumpida por la luz de la luna. Sin embargo, puedo imaginármela,
con sus labios abiertos para mostrar el pequeño diente astillado que hace su
sonrisa mucho más intrigante.
Me río entre dientes.
—No soy tan malo. Ese sería mi hermano, Kyle. Él es el verdadero rebelde de
la familia y no sigue ni una buena norma por llevar la contraria. Yo estoy en
un punto intermedio. Sigo las reglas si estoy de acuerdo con ellas. Pero tengo
una buena dosis de 'el fin justifica los medios' cuando la situación lo requiere.
—Ella asiente y yo continúo—. El karma, siendo la zorra que es, metió a
Samantha en la vida de Chance. Dice lo que piensa sin chorradas ni
perogrulladas y, básicamente, le volvió loco desde el minuto uno, cuando
derramó una bolsa de pollas a sus pies.
Janey da un grito de asombro y yo le explico:
—Es terapeuta de relaciones y vende juguetes sexuales para complementar
su consulta. En fin, Chance trajo a Samantha a casa para que conociera a la
familia, más o menos como tú hiciste conmigo esta noche. Excepto que el
abuelo Chuck es de la vieja escuela. Le preguntó en la mesa si era una
cazafortunas.
—No lo hizo —susurra Janey, horrorizada.
—Sí. Y Samantha les dijo a todos -el abuelo Chuck, la abuela Beth, mamá,
papá, todos los hermanos, más la tía Vivian, mi prima y su prometido- que
ella sólo estaba en esto por la polla, así que él no tenía que preocuparse por
el acuerdo prenupcial que le informó que tendría que firmar. Pensé que al
abuelo le iba a dar un infarto allí mismo. Fue increíble.
Recuerdo aquella cena con cariño. Chance siempre ha sido tenso, y Samantha
es buena para él. Y a pesar de sus argumentos en contra, ahora están
prometidos, aunque no sé qué han decidido hacer con el acuerdo prenupcial.
No es asunto mío a menos que Chance lo haga.
Además, ya he investigado los antecedentes de mi futura cuñada y de su
mejor amiga, Luna, que está casada con mi otro hermano, Carter. Están
limpias, criminalmente hablando.
—Suena increíble —dice Janey—. ¿Tal vez ella podría enseñarme sus
maneras?
—No. No necesitas ser como Samantha más de lo que yo necesito ser como
Chance. Quiero decir, es mi hermano, pero el hombre probablemente plancha
sus calcetines y lee el código fiscal para divertirse los viernes por la noche.
Necesitas ser la mejor Janey, y eso es suficiente. Siempre ha sido suficiente
y siempre lo será.
La siento hundirse en mí, relajándose cada vez más, y me siento aliviado de
que ya no esté enfadada y parezca escuchar.
—¿Tú crees?
Asiento con la cabeza, aunque ella no puede verme.
—Lo sé. Eres especial, Janey. Tu familia... algunos son demasiado estúpidos
para verlo. ¿Y los que lo ven? Intentan apagarlo para que no te des cuenta de
la verdad.
—¿Qué es eso?
—Que eres increíble —le digo con voz grave e intensa. Ya no es una charla
para animarla, ni para reforzar su confianza. Soy yo confesando egoístamente
lo que pienso de ella, lo que siento por ella.
Se contonea y se gira en mi regazo para mirarme. Hay suficiente luz de luna
para que pueda ver cómo sus ojos saltan de los míos a mis labios. Con tanta
suavidad que casi creo imaginarlo, dice:
—Gracias. Por esta noche, por hacer lo que yo no podía hacer, e incluso por
desafiarme. Por... todo. Tú también eres increíble, Cole.
Está demasiado cerca. El olor del perfume que se haya puesto antes me
invade la nariz, y sentirla apretada contra mí es demasiado. Debería parar,
pero no soy un buen hombre. Sólo finjo serlo porque puedo ayudarla.
Aprieto su mandíbula con la mano y le doy un beso abrasador, volcando en
ella todo lo que siento. No tengo palabras. Se me dan fatal, pero quiero que lo
entienda.
Todas las veces que la he visto sonreír al sol de la mañana y he querido sentir
su sonrisa contra mis labios. Todos los días que he pasado tumbado en el
bosque, observando al señor Webster, pero en realidad preguntándome qué
estaría haciendo ella en la cabaña. Todas las duchas que la he escuchado
tomar, volviéndome loco por el hecho de que estuviera desnuda a sólo unos
metros de mí, pero fuera de los límites. Toda la belleza que veo no sólo en su
cara bonita y su cuerpo sexy, sino en su corazón, su mente y su alma. Y todas
las veces que he querido seguirla por la escalera hasta su cama y follarla
duro, profundo y largo, algo que sospecho que no ha hecho en mucho tiempo.
Joder, la deseo.
Pero está en una encrucijada, con Henry, con su familia y, lo que es más
importante, consigo misma. No me aprovecharé. Quiero ayudarla, no ser
alguien que la lastime.
Así que, por mucho que me duela parar, lo hago.
—Janey —digo, su boca sigue moviéndose con la mía mientras intenta
devolverme el beso—. Para.
Se queda paralizada al instante y, aunque no se mueve de la tumbona, hay
una gran distancia entre nosotros.
—Lo siento, lo siento… Me dejé llevar por lo del falso novio —se disculpa, con
la voz artificialmente alta, asumiendo la culpa, aunque soy yo quien se ha
excedido.
Se contonea como si fuera a levantarse, y yo la agarro, manteniéndola donde
está para que sienta lo duro que me la ha puesto. Demonios, probablemente
puede sentir el pre semen goteando de mi polla en este momento porque estoy
así de excitado por haberla besado.
—No te estoy rechazando. Te deseo. Joder, te deseo —grito—. Pero no estás
preparada, no después de todo lo que ha pasado. No me debes nada.
—Sí, entiendo. Gracias. Es que... Estoy... —Finge un gran bostezo y estira un
brazo por encima de la cabeza—. Estoy muy cansada después de esta noche.
Creo que me acostaré y veré si puedo dormir un poco, ¿bien?
Vuelve a divagar, cada palabra se suma a la anterior, y esta vez, cuando se
levanta, la dejo. Necesita huir ahora mismo, pero sé que no irá muy lejos.
Me quedo en el porche mientras ella entra y se lleva a la cocina su cacao
caliente apenas sorbido. Me obligo a no seguirla cuando entra en el cuarto de
baño y se pone el pijama. No me permito mirar cómo sube la escalera,
sabiendo que su culo se balancea a cada paso. Sólo después de unos minutos,
cuando estoy seguro de que se ha acomodado, me levanto y entro.
Dejo caer la taza en el lavabo y me dirijo al baño. Enciendo la ducha y dejo
que salga el vapor mientras me miro en el espejo. Soy un puto idiota. He
hecho todo lo que he podido esta semana para ser un compañero de cabaña
no amenazador, no imbécil y servicial, y luego voy y la cago por no hacer lo
que más me apetece hacer: follarme a Janey. ¿Qué sentido tiene eso?
No es lo único que quieres hacer.
Tú también quieres ayudarla.
Es verdad. Todo esto del novio falso fue idea mía porque oí la desesperación
en su voz cuando le suplicó al pedazo de mierda que fuera a la boda, y rompió
algo dentro de mí. Pero incluso jugando a ser salvador, no estoy
acostumbrado a preocuparme más por el corazón de otra persona que por mi
propia polla. Es raro e incómodo. No me gusta.
Me doy cuenta de que he olvidado el bolso en el armario de delante y abro
silenciosamente la puerta del baño por si Janey ya se ha dormido.
Pero dos pasos en el pasillo, me doy cuenta de que Janey no está durmiendo
en absoluto. Esos sonidos silenciosos y apagados no son ronquidos. Son...
Hijo de puta.
Janey se está tocando. Cree que estoy en la ducha y no la oigo, pero puedo
oír cada movimiento resbaladizo de su mano y su respiración entrecortada.
No pienso. Al menos no conscientemente, aunque debe de haber cierto grado
de pensamiento en mi cerebro porque no subo la escalera para encargarme
yo mismo de darle placer.
Pero me bajo la cremallera despacio, en silencio, y deslizo la mano dentro de
los boxers, envolviéndome la polla con ella.
Tengo que tener un cuidado atroz para que no me oiga y un silencio absoluto
para poder oírla, pero subo y bajo la polla, usando el semen que está brotando
para facilitar el movimiento. Imagino que son los jugos de Janey los que
corren por mi polla, sus estrechas paredes las que me aprietan y su cuello en
el que ahogo mis gemidos y no mi brazo.
Es una tortura deliciosa oír cómo sus jadeos se aceleran cada vez más y,
cuando deja de respirar, sé que está al límite, igual que yo.
—Cole... sí... —susurra mientras se hace añicos.
Dijo mi nombre.
Estallo sobre mi mano, los espasmos recorren mi cuerpo mientras me corro
por ella, aunque no me haya tocado. Antes hemos bromeado al respecto, que
por esta noche ella es mía y yo soy suyo, pero esto es para ella, igual que el
semen de sus dedos es mío.
Capítulo 10
—¡Dios mío! ¡Lo hemos conseguido! ¡Lo hemos conseguido! —grita Janey
mientras baila y salta por el salón de la cabaña. Ha perdido los tacones en el
camión y va descalza, con el vestido gris balanceándose alrededor de sus
piernas mientras se mueve—. ¿Has visto sus caras? Ha sido épico.
Lanza unos cuantos puñetazos al aire y luego una patada realmente mala,
asustándome de que se vaya a caer, pero también dándome un plano de sus
bragas negras.
—Era como bam, bam, y hi-yah cuando luchaba con Paisley.
No lo estaba. Para nada. La chica no puede luchar, lo que hace que sea mucho
más entrañable que ella piensa que puede.
Me río entre dientes mientras me siento en el sofá para quitarme los zapatos.
Se queda paralizada.
—Me siento...
Se lleva las manos al estómago y, por un segundo, creo que va a decir que se
encuentra mal, porque la expresión de su cara es extraña. Pero entonces
suelta un largo suspiro y, aunque no tiene ningún sentido lógico, incluso
parece unos centímetros más alta.
—Me siento libre —termina.
Ha estado parloteando desde que salimos de la boda, dándome las gracias
profusamente y preguntándome si había visto el arañazo que Paisley le hizo
en la cara con las uñas, cosa que sin duda vi. Cuando aparté a Paisley de
Janey y vi la mancha roja en su mejilla, no pude hacer otra cosa que destrozar
a Paisley delante de todos por atreverse a maltratar a Janey de esa manera.
No físicamente, no atacaría a una mujer. Pero con todo lo que sé sobre la
señorita Paisley Roberts, ahora señora de Paisley McMahan, podría destruir
su matrimonio y el resto de su vida sin salir de la pista de baile.
Afronté el papel de falso novio de Janey del mismo modo que cualquier misión
encubierta e investigué a todas las personas que podrían participar en la
treta: la novia, el novio, sus padres y su hermana, la comitiva nupcial e
incluso tíos y tías. Así es como me enteré del percance de Nikki con los
anticonceptivos -por el amor de Dios, no publiques cosas en las redes
sociales, gente-, pero eso no es nada comparado con los esqueletos del
armario de Paisley.
Pensé en soltarle todo el té a Janey, pensando que tal vez eso la ayudaría a
ver que Paisley no daba tanto miedo, pero me alegro de no haberlo hecho. Si
hubiera hecho menos a Paisley, Janey no se sentiría tan triunfante por
enfrentarse ahora a su matón. Tal y como están las cosas, Janey se enfrentó,
plantó cara y derrotó ella sola al mayor monstruo de su vida.
Bueno, ayudé un poco.
Pero esa libertad que siente, es suya y sólo suya. Se la ha ganado.
—Me alegro —le digo mientras me relajo, dejando que mis piernas se abran y
apoyando un brazo en el respaldo del sofá para disfrutar de su celebración.
Pero ya no baila más. Se lanza sobre mí, a horcajadas sobre mi regazo, con
una rodilla a cada lado de mis caderas y el torso justo encima de mi polla,
que ahora está en posición de firmes. Janey me pone una mano en cada
hombro y sonríe mirándome a los ojos. —Muchas gracias, Cole. No puedo
explicarte lo mucho que significó para mí.
Puedo verlo en sus ojos, puedo leerlo en su mente, e intento detenerla.
—Janey, lo que dije anoche... sigue siendo verdad. No me debes nada. Me
alegro de ayudarte.
Es verdad. Ayudar es lo que hago. Pero nunca me involucro tanto, ni me salgo
del plan como lo hice, ni me importa una mierda el resultado final. Janey es
diferente. Estoy rompiendo todas mis propias reglas por ella, y esa amplia y
perfectamente imperfecta sonrisa es toda la venganza que necesito o quiero.
Me pone un dedo sobre los labios y me hace callar.
—Cállate, tengo algo que decirte. —Sus ojos se abren de par en par ante sus
propias palabras—. Lo siento, todavía estoy un poco alterada, creo.
Pero quiero oírlo, lo que sea que esté pensando. Llevo las manos a sus
caderas, aprieto la izquierda y sus ojos se cierran un instante. Cuando los
vuelve a abrir, parece decidida a decir lo que quiere decir.
Su voz es tranquila pero fuerte cuando me dice:
—Anoche me dijiste que me deseabas, pero no querías que sintiera que te
debía algo. Pero te lo debo.
Gruño enfadado, no me gusta el rumbo que está tomando esto. Me lanza una
mirada bastante decente, o al menos mejor que sus intentos anteriores, así
que la dejo que se lo tome con calma.
—Me ayudaste a encontrarme de nuevo —continúa—. Y no voy a tener sexo
contigo por eso.
—No vamos a acostarnos —le digo, el recordatorio es más para mí que para
ella—. Pero necesito que te levantes o me olvidaré de que estoy siendo un
caballero contigo —le advierto, porque ella también se relaja y su cuerpo se
acerca cada vez más al mío. Y estoy a punto de apartarle las bragas, bajarme
la cremallera del pantalón y empujarla hacia abajo para que se siente sobre
mi polla, en vez de sobre mi regazo.
No se mueve.
—Sí —ronronea—, lo haremos. Quiero tener sexo contigo porque me lo debes,
Cole.
—¿Qué? No.
Sigue hablando como si yo no hubiera dicho nada, atropellándome:
—Hace meses que no tengo sexo, nunca tuve un orgasmo con Henry...
Retumbo: —No digas su nombre cuando estés sentada sobre mi polla, Janey.
Mi tono brusco y mi lenguaje grosero le hacen sonrojarse. Pero en lugar de
desanimarla, juro que está intentando que se la follen con rudeza, porque
mueve las caderas adelante y atrás, rozando apenas la cresta de mis
pantalones.
—¿O qué? —dice en voz baja—. ¿Me quitarás su nombre de la boca?
Tiro de ella con fuerza, moviendo yo mismo sus caderas, no para su placer,
sino para frotarme con su calor. Esperaba que se horrorizara o que se
apartara bruscamente y huyera del enorme y temible imbécil, pero ella...
Jódeme, ella gime.
Su cabeza cae hacia atrás, dejando al descubierto la longitud de su cuello, y
sus manos se mueven hacia mi pecho para hacer palanca mientras se agita,
utilizándome.
—Necesito esto. Me lo merezco. Me debo una experiencia con un hombre
sexy. —Está hablando sola, pero luego levanta la cabeza para mirarme de
nuevo—. Creo que puedes hacer que mi cuerpo haga cosas sobre las que sólo
he leído. Te deseo, Cole.
Cada palabra va acompañada de una caricia de su coño contra mi polla, y
aunque lucho por mantener el control, estoy perdiendo la batalla.
—Janey.
Me lo está suplicando. Yo le suplico que pare. Sólo uno de nosotros va a
salirse con la suya. Y tal y como van las cosas, voy a perder esta batalla.
—Anoche quería que me ayudaras a olvidar. —Ella sacude la cabeza, sus rizos
bailan alocadamente y sus ojos vuelven a cerrarse—. Pero eso no es...
ayudarme a recordarme... a mí —jadea.
Joder. Esa es mi maldita kriptonita. Quiere que la ayude.
Seguro que puedo hacerlo.
Tomo su mandíbula con una mano y la sujeto con firmeza para obligarla a
mirar hacia mí. Necesito que piense con claridad, sobre todo después de la
excitación de esta noche.
—¿Estás segura?
Ella inclina la barbilla una vez, empujando en mi mano.
—Estoy segura. Quiero esto. Te quiero a ti.
Voy a ir al infierno por todas las cosas que ya he hecho en mi vida. ¿Pero
esto? Esto va a ser el pináculo de mis peores cosas y mi perdición. Janey va
a ser el ejemplo de cuando debería haberlo hecho mejor, haber sido mejor, y
en lugar de eso elegí mi propio egoísmo.
Lo menos que puedo hacer es que sea bueno para ella. No quiero que sólo se
acuerde de sí misma. Quiero mostrarle todas las cosas que nunca imaginó
que fueran posibles.
Puedo darle eso, juro. Es un pequeño bálsamo para mí ya culpable
conciencia, pero es suficiente para romper la restricción a la que me aferro
desesperadamente.
Me abalanzo sobre su boca. Todo el hambre que he reprimido durante la
última semana aflora a la superficie mientras la beso y, para mi sorpresa, ella
me devuelve el beso con una confianza más sexy de la que habría imaginado.
Que le den a Henry por no aprovechar todo lo que Janey es capaz de hacer.
No cometeré el mismo error.
Desciendo las manos por su cuello, por las clavículas y bajo hasta acariciarle
los pechos. Janey suspira, se deja tocar, y froto mis pulgares sobre sus
pezones endurecidos. Le suelto rápidamente el lazo de la cintura y le abro de
un tirón el cuello del vestido, exponiéndola a mis ojos hambrientos. El
sujetador es negro, a juego con las bragas que ya ha lucido esta noche, y le
quito los tirantes de los hombros, dejando que las copas caigan sin apretar.
Arrastro un dedo sobre su tierna carne y me deleito con la suavidad de su
piel y su receptividad cuando se arquea para recibir mis caricias. Ambos
necesitamos más, así que me inclino hacia ella y le beso y lamo el pezón antes
de succionarlo en mi boca caliente.
Janey me rodea la cabeza con los brazos, abrazándome a ella mientras la
castigo con placer.
Conoce tu valor.
Exige que te traten como la mujer increíble que eres.
No hay excusas para los imbéciles: ni tu familia, ni tus amigos, ni siquiera
yo.
Gimo ante ese pensamiento y la muerdo bruscamente por rebajarse a estar
conmigo.
Se merece algo más que un polvo en el sofá, pero estoy demasiado impaciente
para subirla a la cama, así que esto tendrá que bastar. La levanto de mi regazo
y la tiro al sofá, donde rebota y suelta un chillido de sorpresa. Y entonces
estoy sobre ella, arrodillado entre sus muslos abiertos.
Le quito el vestido, que se encharca bajo su cuerpo en un satinado mar gris,
pero no es suficiente. Necesito tocarla. Me quito la camisa de un tirón, con
sólo la mitad de los botones desabrochados, y Janey intenta seguirme,
llevándose la mano a la espalda para desabrocharse el sujetador, pero la
detengo.
—Déjame.
Inquieta, retira las manos y yo deslizo las mías por debajo de ella para
desabrochar los corchetes. Le quito el sujetador, lo dejo caer al suelo y hago
lo mismo con las bragas. Desnuda ante mí, se retuerce nerviosa, de repente
parece tímida cuando mis ojos recorren su cuerpo.
Lo veo todo. Sus pechos turgentes que intenta juntar con los brazos, la cadera
cubierta por el tatuaje floral, la suavidad del vientre que está tensando y la
humedad brillante en los rizos cortos de su coño. Cada peca, cicatriz, línea y
curva...
—Hermosa —digo roncamente—. Jodidamente preciosa.
Lo es por dentro y por fuera.
Su sonrisa es suave y llena de alivio, como si no entendiera que yo soy el
afortunado aquí. Pero se lo demostraré.
Me inclino hacia ella, abriéndole las piernas con los hombros, y beso los
puntos sensibles de la cara interna de sus muslos, subiendo cada vez más a
propósito en pequeños incrementos. Bailo con las yemas de los dedos sobre
los labios exteriores de su coño, sintiendo la resbaladiza excitación y
esparciéndola mientras la abro. Sus caderas se agitan, buscando más, y noto
cómo la sonrisa maligna se extiende por mi boca. Joder, va a ser el paraíso.
Arrastro un dedo por sus jugos, probando y provocando su abertura, antes
de introducirlo lentamente. Su gemido de placer es música para mis oídos, y
me agarra el dedo con tanta facilidad que inmediatamente añado otro. La follo
con dos dedos gruesos, que enrosco para acariciar su pared frontal.
—Oh —suspira mientras de repente me agarra del cabello con una mano y
del sofá con la otra—. Ya está.
Me río entre dientes. Sé dónde hay que tocarla, pero tengo que descubrir cómo
le gusta. ¿Lento, suave y delicado? ¿Áspero, rápido y duro? ¿Algo intermedio?
¿Las dos cosas?
Joder.
Me muevo incómodo, los pantalones me aprietan la polla hasta casi hacerme
daño. Pero sigo concentrado en Janey. Esto es por ella.
Acaricio ese punto interior, beso en todas partes menos exactamente donde
ella me quiere. Primero la quiero sobre mi mano para poder ver cómo me
toma, cómo mis dedos desaparecen dentro de su calor y reaparecen brillando
con su excitación. La penetro lenta y profundamente, rozando su clítoris con
la palma de la mano cada pocas caricias, y no tardo en empaparme la mano
y sus gritos son cada vez más fuertes y agudos. Presiono su vientre, justo
sobre sus rizos, y le meto los dedos una y otra vez, empujándola hasta el
punto de no retorno.
Con un grito suave y sin aliento, se rompe. Los espasmos recorren su cuerpo
y se agita salvajemente mientras persigue el placer, y yo me quedo con ella
todo el tiempo, alargándolo todo lo posible hasta que sus movimientos se
vuelven espasmódicos como si intentara escapar.
Gruño.
—Buena chica. Ese es uno.
Se ríe como si estuviera bromeando, pero hablo muy en serio. Sobre todo,
cuando me meto los dedos en la boca, chupando su orgasmo y saboreando
cada bocado, lo que hace que abra mucho los ojos, sorprendida.
¿Nadie la ha apreciado así? Ellos se lo pierden porque es dulce como el néctar,
y no puedo esperar más.
Extiende los brazos para acogerme en su abrazo y me dice: —No puedo hacer
más. Sólo ven aquí.
Dejo que me ponga encima de ella y la aprisiono con mi peso para besarla
profundamente, deseando que saboree lo deliciosa que es. Cuando su lengua
toca la mía, se estremece, y dejo que memorice lo especial que es antes de
volver a empezar... besándola por la mandíbula, por el cuello y hasta los
pechos. Beso su vientre, recorro parte de su tatuaje con la lengua y adoro
todo su cuerpo antes de volver a posarme entre sus muslos.
—¿Cole? —susurra.
—¿Mmhmm? —respondo, mirando ya sus bonitos labios hinchados y
anticipando lo bien que va a saber. Y, lo que es más importante, lo bien que
la voy a hacer sentir.
—No tienes que... —empieza ella.
La corté, gruñendo:
—Tengo que hacerlo, Janey. No he hecho una maldita cosa que no haya
querido en años. ¿Esto? —Lamo una larga línea desde su entrada hasta su
clítoris y gimo ante su dulzura mientras ella se estremece—. Tengo que
hacerlo, y es un puto honor.
—Oh —murmura, todavía insegura. Un segundo después, repite el sonido,
solo que mucho más lleno de placer porque la estoy devorando como un
hambriento. El ligero sabor de mis dedos no tiene nada que ver con beber
directamente de ella. Antes fui suave, pero ahora estoy impaciente por más y
la estoy penetrando fuerte y profundamente.
Mis dedos vuelven a encontrar ese punto en su interior y bombeo dentro de
ella rápidamente mientras golpeo su clítoris con la lengua. Se vuelve loca
debajo de mí, luchando contra mí y aferrándome a ella al mismo tiempo.
—Yo... ¡Dios mío! —grita, corriéndose de nuevo.
No se lo pongo fácil. Está demostrando que puede soportarlo, así que tomo la
yema de mis dedos y se los paso por todo el coño tan rápido que mi mano se
vuelve borrosa. Se corre otra vez, ¿o tal vez sigue corriéndose? No estoy
seguro, pero tiene la cara contorsionada por el placer, la boca abierta y los
ojos entrecerrados, y sus cortas uñas se clavan en mis hombros como si
temiera que la dejara hecha un desastre.
No voy a ninguna parte.
Excepto que tengo que salir de estos malditos pantalones.
Cuando se recupera, me levanto y me quito los pantalones y los boxers tan
rápido como puedo. Mi polla prácticamente suspira aliviada por la libertad
hasta que me agarro con la mano, apretando con fuerza en mi base para
evitar el orgasmo que ya está demasiado cerca. Dijo que había pasado mucho
tiempo para ella. Bueno, para mí también ha pasado mucho tiempo, y temo
correrme demasiado deprisa y no poder disfrutar de Janey todo el tiempo que
me gustaría.
El leve dolor hace su trabajo, me arrodillo en el sofá entre las piernas de Janey
una vez más, alineándome con su entrada. Arrastro la cabeza por sus
pliegues, gimiendo por el lujo de ser el imbécil afortunado que la toca así y
recordándome a mí mismo la misión... ayudarla a recordar quién es para que
vuelva a sentirse ella misma cuando esto acabe.
No seas un idiota egoísta, Harrington.
Esto es todo sobre ella.
—Janey, Janey, Janey... —murmuro.
—¿Qué? —pregunta ella, con la preocupación arrugando las cejas.
No me había dado cuenta de que estaba hablando, diciendo su nombre en
voz alta. En lugar de explicarle que está en mi cabeza, empujo lentamente
hacia delante, sintiendo cómo se estira alrededor de mi polla mientras la lleno
centímetro a centímetro.
—Mmm, Cole —gime— Sí...
Se siente aún mejor de lo que imaginaba, envuelta alrededor de mi polla como
una prensa caliente y resbaladiza. Le doy unos cuantos empujones, dejando
que se adapte a la invasión, y cuando sus ojos se cruzan con los míos, claros
y brillantes, no puedo contenerme más.
Caigo hacia delante, apoyándome con una mano junto a su cabeza en la
almohada del sofá y otra agarrando su pierna, que está levantada en el aire.
Sus manos me agarran por las caderas y luego suben hasta agarrarme por la
cintura.
—Joder —gruño.
Empiezo a follármela con fuerza y profundidad. Lo juro, quiero ser dulce y
suave, pero estoy demasiado lejos, y su respiración irregular dice que no le
importa mi abuso áspero de su bonito coño.
Mantengo mis ojos fijos en los suyos mientras la penetro una y otra vez, y
cuanto más fuerte y profundo lo hago, más feliz parece. Sus ojos grises
incluso se entornan y sus pestañas se cierran cuando acelero, penetrándola
y tocando fondo con cada golpe.
Podría hacer esto para siempre, follarme a Janey todo el día, todos los días.
Compensar su maltrato calmándola con orgasmos hasta que su soleado
panorama cobrara sentido porque lo único que conoce es el placer.
Con un rugido, la saco, corriéndome en chorros calientes y pulsantes sobre
ella. Mi semen cubre su coño, gotea desordenadamente sobre sus labios y
sube hasta su vientre, cubriéndola de blanco. Pero ella también está a punto,
así que vuelvo a meterle la polla aún dura, usando mi semen para frotarle el
clítoris mientras la follo hasta el fondo.
—Una más. Te lo mereces —le prometo.
Y como si por fin se lo creyera, palpita alrededor de mi polla, ordeñando con
su orgasmo toda la leche que me quedaba.
Es lo más hermoso que he visto en toda mi vida.
Capítulo 12
—Conduce con cuidado, JODER. Conduce con cuidado —digo en voz alta,
viendo las luces traseras desaparecer entre los árboles—. ¿Qué diablos ha
sido eso? —Parece que estoy siguiendo el ejemplo de Janey y ahora hablo
solo.
No sé qué pasó entre que me senté a desayunar y Janey se convirtió en un
demonio de Tasmania de la limpieza, pero estoy seguro de que la cagué en
algún sitio. Me preguntó si quería mandarle un mensaje y quise decirle que
sí. Joder, quiero mandarle un mensaje. Quiero seguirla hasta su casa, ver
dónde vive, hacer que se corra en su propia cama. Diablos, quiero lavar la
ropa e ir al supermercado con ella.
Pero no debería, y lo sé.
Necesita tiempo.
Esta semana ha sido un torbellino de cambios de dirección para ella, y en
este espacio de no realidad, ha estado bien. Pero va a llegar a casa, va a ver
los calcetines de Henry en el suelo de su habitación, o su madre va a llamar,
o cualquiera de una docena de otras cosas, y va a tener que enfrentarse a ello
por sí misma. Tendrá que decidir por sí misma cómo quiere reaccionar, y por
frustrante que sea, tengo que dejar que lo haga.
¿Hay alguna posibilidad de que vuelva con Henry? Odio decirlo, pero ya lo he
visto antes, mujeres que merecen algo mucho mejor pero que se han
conformado durante tanto tiempo que no conocen otro camino, así que siguen
reconciliándose, esperando un resultado diferente que nunca sucede.
¿Existe la posibilidad de que su madre diga que Janey avergonzó a su familia
al negarse a ceder ante Paisley? También, sí. Y Janey podría realmente
disculparse por lo que hicimos.
Se ha pasado toda la vida asegurándose de que los demás son felices, y creo
que se olvida de que ella también merece ser feliz. Verdaderamente feliz, no
sólo una concentración forzada en lo bueno sin reconocer nunca lo malo.
Quiero que encuentre eso en sí misma, para sí misma.
Cuando eso ocurra… La encontraré de nuevo. Porque puede que la dejara
marchar, pero no la dejé ir.
—Lo comprendo, señora Webster. Puedo enviarle las fotos si lo desea, pero no
hay nada en ellas —le digo a mi cliente mientras tomamos un café unos días
después.
—¡Estuvo con ella durante días! ¿Y no tienes nada? —grita tan alto que la
gente de tres mesas más allá nos mira con interés. Pensé que le alegraría
saber que no vi pruebas de que su marido la engañara, pero no parece ser
así.
Apretando los dientes para seguir siendo profesional, repito:
—Completé la vigilancia durante cuatro días. Durante ese tiempo, estuvieron
juntos en el salón y la cocina. Cada vez que él iba al dormitorio o al baño de
la cabaña, ella permanecía visible en los espacios públicos. —Reviso mis
notas aunque no hace falta, pues ya le he contado esta información—. Ella se
marchaba todas las tardes a las seis, sin pasar la noche ni una sola vez.
Nunca se tocaban íntimamente. Ningún contacto más allá de un abrazo. Esto
debería ser una buena noticia —le recuerdo.
Ella resopla decepcionada.
—Sí, gracias por nada.
—Todavía estoy investigando a la mujer. Me pondré en contacto cuando tenga
un nombre. —No le digo a la señora Webster que tengo sospechas sobre la
identidad de la no-señora. No creo que sirva de nada ahora que no tengo todos
los datos, pero Louisa está haciendo progresos.
—Como quieras —suelta. Se levanta, agarra su taza de helado de moka-chai-
frambuesa para llevar, o lo que demonios sea esa monstruosidad de siropes
y nata montada, y se dirige a la puerta, pisando fuerte el suelo de baldosas
durante todo el camino.
Los ojos de la cafetería la siguen y luego vuelven a mirarme expectantes,
ansiosos por verme hacer el siguiente movimiento.
Por eso odio a la gente.
Doy un sorbo a mi propio café negro, devolviendo la mirada a los curiosos
uno por uno hasta que dejan de mirarme y vuelven a sus teléfonos, portátiles
y negocios.
Han pasado diez minutos y los camareros están haciendo pedidos a toda prisa
cuando se abre la puerta. Miro hacia allí con naturalidad, catalogando al
recién llegado, solo para descubrir que es Kayla.
Joder.
Ahora mismo no estoy de humor para ver a nadie de mi familia. Estoy
malhumorado por tratar con la Sra. Webster y frustrado porque hace días
que no veo a Janey. ¿Está en el trabajo? ¿En casa? ¿Con pedazo de mierda?
Ese pensamiento me hace fruncir el ceño.
—¡Eh! —dice con una sonrisa de sorpresa—. ¿Qué haces en mi lado de la
ciudad? ¿Y quién te ha meado en el café?
Se sienta sin invitación, pero soy lo bastante listo como para no decirle a
Kayla que se largue. Además, noto un nuevo interés a mí alrededor por parte
de las pocas personas que quedan que vieron salir a la señora Webster y
ahora una nueva mujer se sienta conmigo. Es otra situación de apariencia
sospechosa que es completamente inocente. No es que ninguno de ellos
piense eso. Probablemente piensen que tengo citas reuniéndose conmigo, una
detrás de otra, estilo jugador en serie. Quiero gritarles a todos: “Una era un
cliente, otra es mi hermana, y ninguna de las dos es asunto suyo”.
—Trabajo —respondo a las dos preguntas de Kayla sin explicar nada. Al
menos no quería toparse conmigo. Eso le da un poco de paciencia.
Asiente, sin presionar para obtener información que sabe que no le daré. No
sé cuándo ni por qué mi trabajo se convirtió en un secreto, pero hace años
que es así y no tengo ninguna intención de cambiarlo. No soy un tipo de traje
y corbata como mis hermanos, menos Kyle, claro. Me volvería loco atrapado
en una oficina, haciéndome el simpático con imbécil arrogantes como ellos,
pero eso no lo entenderían. Y papá se sentiría decepcionado, no es que me
importe lo que piense, y mamá se preocuparía cada vez que saliera de trabajo,
y yo no la haría pasar por eso.
—Yo también —gime ella—. Tengo una reunión esta tarde, pero antes
necesitaba una infusión de cafeína. Espera, déjame pedir.
Se acerca a la caja y vuelve unos instantes después con un Americano en la
mano. Juro que en ese tiempo se ha hecho amiga del que toma los pedidos,
de la cafetera y de la señora que está sentada más cerca de la barra. A Kayla
se le dan bien esas cosas. Creo que consiguió todo el encanto que nos
correspondía a los dos.
—¿De qué va la reunión? —le pregunto cuando vuelve a sentarse.
Bebe un sorbo antes de sumergirse para decirme.
—Cameron nos ha conseguido un antiguo parque de atracciones que está en
mal estado. Adolescentes salvajes se han apoderado de él, así que ahora tiene
una sórdida reputación como local ilegal de rave 12. Definitivamente vamos a
necesitar un cambio importante si queremos obtener beneficios con él, pero
creo que tenemos una buena oportunidad. ¿Qué te parece Unicorn Universe?
Me imagino a mi sobrina, Grace, en un parque de atracciones lleno de
atracciones temáticas de unicornios, dulces y recuerdos. Gracie no es la típica
niña de nueve años que correría por un parque gritando “¡el mejor día de mi
vida!” con vertiginosa felicidad ante un simple carrusel de unicornios. Es más,
del tipo que te dirá que la animación es cutre y que los perritos calientes de
cuerno de unicornio están llenos de nitritos. Pero ella es el caso atípico y creo
que la mayoría de los niños serían más de los primeros que de los segundos.
—Parece una mina de oro —declaro, aunque no tengo ni idea porque, de
nuevo, no soy un cerebro de los negocios como Kayla. Pero tengo una idea—.
Deberías vender esas diademas con cuernos de unicornio y tener un coliseo
lleno de globos donde los niños puedan estrellar sus cabezas contra ellos.
¡Pop, pop, pop!
Kayla se ríe y hace como si estuviera anotando esa idea.
—Aumentar el seguro de responsabilidad civil —apunta—. ¿Qué hay de ti?
Hace tiempo que no te veo ni sé nada de ti.
Kayla sería una interrogadora de primera. Fue entrenada por la mejor, mamá.
Que fue entrenada por la abuela Beth original. Técnicamente, la abuela Beth
es la madre de papá, pero ella y mamá han sido como dos gotas de agua desde
que todos nosotros éramos niños.
13Consiste, fundamentalmente, en dejar muy corta la parte inferior (tanto los laterales como la parte
posterior) y una mayor cantidad de cabello en la zona superior.
—¿Verdad? No soy un chico que necesita un cambio de imagen para pasar
por humano. ¿Y quieres saber lo peor? —pregunta, sonando como si esto
fuera a ser una carrera de cabeza hacia un precipicio.
Me estremezco, preparándome para algo como que quería comprar anillos de
compromiso o que quería que Mason se tatuara su nombre en el pecho con
letras góticas de cinco centímetros de alto.
—Tardaré meses en volver a dejarme crecer la barba —termina, exasperado.
Suspira y me tiende una gasa—. No soy uno de esos tipos a los que les sale
vello facial como a un hombre lobo. Llevará tiempo, pero ya está ocurriendo,
señora Michaelson. Sólo espere. Mason está recuperando su ritmo. —Baila,
contoneando las caderas y sacudiendo una pierna, pero conversando con
nuestra paciente como si ella hubiera estado involucrada todo el tiempo, algo
que aprendió de mí.
Me río sorprendida por su respuesta bonachona, como la de un Golden
Retriever, a una ruptura. Teniendo en cuenta que la mía fue más de lágrimas
y de suplicar patéticamente a Henry que al menos fuera a la boda, estoy
impresionada por Mason.
No es que siga con esa mentalidad. Ahora estoy más en la mentalidad de
“Henry quien”.
—¿Enhorabuena, entonces? —digo con cuidado.
Mason inclina la barbilla, de acuerdo en que hay que felicitarle.
—Sabes lo que esto significa, ¿verdad? —dice—. Tú y yo, ambos solteros y
listos para divertirnos. Deberíamos tomar unas copas esta noche y ver quién
anda por ahí.
Nunca ha habido nada entre Mason y yo, así que sé que no me está invitando
a “salir”, pero incluso la idea de sentarme en algún club, tomar una bebida
aguada y cara y ponerme a disposición de cualquier Tom, Dick o Henry para
que me elija suena espantosa. Especialmente cuando ya sé a quién quiero. Él
simplemente no me quería.
¡No es que esté amargada! Estoy de lleno en mi era Janey-Auto-Amor,
cuidando de mí, de mí misma y de mí y recordando por qué dejé a mi familia
en primer lugar, y analizando por qué demonios me lie con Henry, que me
trató como a un segundón, para no volver a hacer ninguna de esas cosas.
Como me han recordado recientemente, soy una mujer fuerte, hermosa y
digna de más, y cualquier hombre que no lo aprecie puede irse. Como dijo
Ariana Grande... ¡gracias, siguiente!
De alguna manera, no suena tan mal cuando le digo a Mason:
—No puedo, tengo una cita con una botella de vino, pasta para llevar, un
tratamiento capilar, una mascarilla facial de colágeno y Dragul esta noche.
Voy a ser traviesa y llegaré... hasta el capítulo quince. —Meneo los hombros
con vertiginosa excitación mientras hago que mi lectura suene más sucia que
extender las páginas de un libro—. Ya le he prometido a la señora Michaelson
que le contaré cómo Tiffany queda atrapada en la seductora red de pellizcos
y mordiscos de Dragul. —Termino de curar la herida de mi paciente, tiro la
basura, me quito los guantes de un tirón y me lleno de jabón sin agua del
dispensador de la pared.
—¿Tu vampiro, que tiene como mil años y ha vivido guerras, el auge y la caída
de civilizaciones y la aparición de las gominolas ácidas como todo un género
de caramelos, está enamorado de alguien llamada Tiffany? —Mason se hace
eco, con la cara contraída por el disgusto—. Déjame adivinar, ¿tiene veintiún
años, cero experiencia vital, pero de alguna manera están inter-cósmicamente
conectados? —Mason junta sus dedos cubiertos de jabón espumoso para
ilustrarlo.
—Tal vez —concedo. Está bastante acertado, pero no tiene por qué irritarme
así. Y en mi defensa, Tiffany es la reencarnación del primer amor de Dragul
cuando era humano, así que... ahí está eso.
Caminamos juntos por el pasillo hacia la sala de enfermeras, saludando a
otros pacientes mientras hacemos un repaso superficial para asegurarnos de
que están bien. Algunos están sentados en sus habitaciones, haciendo
rompecabezas o escuchando la radio. Otros prefieren socializar sentados en
el pasillo o en la zona de la guarida, más conocida como el Jardín de los
Cotilleos, y si crees que en un centro de cuidados lleno de ancianos no corren
más cotilleos que en la casa de Gran Hermano, te equivocas.
Me siento frente al ordenador para documentar los cuidados de la Sra.
Michaelson y Mason se apoya en el mostrador.
—Oye, Pam, ayúdame —le dice a la señora que escribe en la gran pizarra
blanca detrás del escritorio. A primera vista, con su cabello corto y blanco,
sus grandes gafas redondas y su uniforme holgado que cuelga de su enjuto
cuerpo, podría pensarse que Pam es una paciente, pero es una de las
auxiliares más veteranas y trabajadoras de aquí. Nunca se acobarda ante un
desastre, es la primera en intervenir y hacer lo que haga falta y, sinceramente,
debería haberse jubilado hace al menos cinco años, pero dice que prefiere que
le paguen por cuidar a los ancianos a cuidar gratis a su viejo marido.
Dirige a Mason una mirada recelosa, válida si se tiene en cuenta que podría
estar pidiendo ayuda sobre qué pedir para comer o para limpiar excrementos.
—Intento que Janey salga esta noche, pero me deja por un novio de libro con
colmillos y una erección por una zorra llamada... —Mason se detiene
bruscamente, cambiando de marcha—. ¿Cómo consigue un vampiro una
erección? No tienen sangre. Esa es la razón de todos los mordiscos, ¿verdad?
Pero tienen suficiente para todo... —Extiende el antebrazo, con la mano en la
punta, como si fuera la erección de Dragul.
Aunque con la forma en que está escrito, Mason no está tan lejos si te soy
cien por cien sincera.
—Nene, haz eso otra vez y serás tú el que donará sangre. Mira esas venas. —
bromea Pam mientras agarra el brazo de Mason y traza la gruesa vena de su
antebrazo. Si tuviera una aguja en el bolsillo y la ley de su lado para permitirle
extraer sangre, creo que ya estaría haciendo un torniquete alrededor del
bíceps de Mason.
—¡Definitivamente está dando... porno para enfermeras! —Gabriella, nuestra
enfermera jefe, está de acuerdo. Lleva años aquí y de hecho fue ella quien me
contrató para trabajar en la planta. Mi entrevista con ella consistió en intentar
convencerme de que no trabajara aquí y sugerirme que me dedicara a la
enfermería itinerante para “llenar mi cuenta bancaria mientras sea joven”.
Pero entonces estaba segura y ahora sigo estándolo. Me encanta estar aquí,
y Gabriella es una parte importante de ello. Es la jefa, pero es buena, con un
poco de amor maternal -tanto del tipo duro como del tipo amable- para todos,
personal y pacientes.
Mason se ríe de su apreciación y hace unas cuantas flexiones de bíceps para
levantar aún más el brazo.
—¿Te parece sexy? Mira esto —le dice a Gabriella mientras flexiona el brazo.
—Qué mono. ¿Crees que a las mujeres les gusta eso? —se burla ella con voz
lastimera—. No, enséñame un hombre con barriga. Si él come, sé que yo
comeré y mis hijos también. Además, un hombre con algo de tarta apreciará
mis tentempiés. —Se palmea con entusiasmo su propio trasero curvilíneo,
que se extiende más allá de ambos lados de la silla en la que está sentada.
Sin embargo, Mason está preparado y le replica:
—Si no va al gimnasio, ¿cómo va a sujetarte, darte la vuelta y uh-uh? —Y
Pam y Gabriella se echan a reír.
—Mis rodillas y mi espalda ya no quieren ni necesitan todo eso. Demonios,
necesito tres almohadas para colocarme en la posición correcta y darme
apoyo Posturopédico para poder caminar después —dice Pam, divulgando
demasiada información.
—Ooh, sí. Consigue una de las almohadas de cuña —Gabriella está de
acuerdo—. Pone todo a la altura justa para que nadie tenga que trabajar
demasiado.
Mason parece aturdido. Y confundido. Sobre todo, estoy disfrutando del
espectáculo de ellas burlándose la una de la otra.
—No puedo con ustedes dos —decide finalmente Mason con una carcajada,
agitando las manos delante de la cara como si estuviera borrando esa
imaginería—. Pero necesito que una de ustedes le diga a esta —me señala—
que deje de suspirar por Forest Frank n' Beans14 y salga a tomar algo conmigo
esta noche.
—¿Quién? —Gabriella pregunta.
Se lo explico sin rodeos:
—Conocí a un chico que me hizo un favor y me llevó a la boda de mi prima.
Lo pasamos genial.
—Quiere decir que no hacía falta más almohada que aquella en la que gritaba
'sí, sí, sí' —interviene Mason. Le doy un manotazo en el hombro,
estúpidamente grande, mientras Gabriella y Pam sonríen. No debería haberle
contado tantos detalles a Mason.
—Como iba diciendo, lo pasamos muy bien, y luego me dio una tarjeta de
presentación como despedida. —Gabriella retrocede, el asco arrugando su
14 Frank y Bean es un breve libro de capítulos ilustrado para niños sobre una pareja de alimentos
que a menudo se comen juntos, pero con personalidades tan diferentes como la noche y el día. Y
forest hace referencia al bosque donde estuvieron ambos personajes.
rostro, y yo me apresuro a añadir—: Pero está bien. Le agradezco que me
ayudara con la boda y me recordara que merezco algo mejor que mi ex o mi
familia. —Sonrío, rematando la historia con un final feliz.
No de ese tipo, pero al menos mental.
Mason y Gabriella se miran fijamente, manteniendo una conversación entre
los dos. Conozco a Mason lo suficiente como para leer lo que está diciendo:
“¿Ves a lo que me enfrento? Ayúdame”.
Gabriella, que parece haber olvidado que su misión era convencerme de que
saliéramos, gira en su silla, con las puntas de los dedos en el teclado y la
espalda recta, como si la cosa fuera muy seria.
—¿Nombre? ¿Algún dato identificativo? —me pregunta, sonando más jefa que
de costumbre.
—¿Qué? —pregunto, mirando de ella a Mason.
—Cole —responde Mason por mí. Sí, definitivamente le dije demasiado—. Ella
también tiene una foto.
—Perfecto.
—¿Qué haces? —Miro por encima del hombro de Gabriella mientras teclea en
el ordenador. Ya ha hecho una búsqueda de —Cole + Bridgeport— que arroja
cientos de resultados. Palidezco—. No, no tienes que hacer todo eso. No pasa
nada.
—Janey, soy una madre soltera de unos cuarenta años que lleva años en el
pozo negro de las citas. Tengo un doctorado en rastrear hombres, sus
esposas, sus hijos, sus fichas policiales y otras cosas. Hoy en día tienes que
ser detective para mantenerte a salvo porque estos hombres son todos muy
creativos con la verdad, y yo busco un para siempre, no un para nunca jamás.
Y tú también.
En eso tiene razón. Si mis opciones son la maternidad gatuna o una relación,
quiero que la relación sea a largo plazo y merezca la pena.
—Es investigador —añado—. Aunque no creo que encuentre nada, porque
dijo que me investigó y me felicitó por mi presencia en Internet. Dijo que
estaba cerrada y limpia y que las únicas mejores eran la suya y la de su
ayudante.
Eso fue definitivamente lo que no debía decir.
Las cejas de Gabriella trepan por su frente y sus ojos se abren de par en par
con disgusto.
—Eso significa que está casado —me dice suavemente. Pero entonces se
enfada en mi defensa— Probablemente tiene cuatro hijos con tres mamás
diferentes, un trabajo por el que 'viaja' y probablemente es un delincuente.
Eso es básicamente como si un tipo te dijera que es agente del FBI y que
'podría contarte cosas, pero entonces tendría que matarte' —. Enardecida, se
vuelve hacia Mason y le reprocha—: ¿Por qué los hombres creen que eso es
gracioso? Estamos en estas calles, luchando por nuestras vidas literales, ¿y
bromean así? No señor, no gracias. Bloqueo automático e informe.
Y vuelvo a recordar por qué no voy a ir de copas con Mason. La escena de las
citas es horrible y no quiero formar parte de ella.
Me voy a casa, a leer un libro, y tal vez a buscar gatos de refugio para empezar
felizmente mi colección de solteronas. Porque soy suficiente: yo, yo misma y
yo.
Capítulo 15
Y en eso se convierte mi vida. Día tras día, ir a trabajar, sonreír, charlar con
todo el mundo, volver a casa y enterrarme en mis libros.
Al menos, hasta el día en que Gabriella me dice que ha encontrado algo. Así
es como me encuentro paseando de un lado a otro frente a un edificio anodino
en las afueras del centro de Bridgeport. Miro mi reflejo en las ventanas de
espejo.
—Entra. ¿Qué es lo peor que puede pasar? —le digo a mi reflejo. Por supuesto,
tengo una respuesta. Siempre tengo una respuesta—. Está casado como
advirtió Gabriella y su preciosa esposa está dentro con sus adorables mini-
Coles gateando por el suelo. —Me explotan los ovarios, se me rompe el
corazón y digo algo estúpido como 'No puedo dejar de pensar en tu estúpida
media sonrisa porque me has hecho correrme más veces en doce horas que
en todo el último año'.
Un hombre que pasaba por allí me oye y me dice:
—Bueno, hola.
Avergonzada, saludo con la mano, pero mantengo mi bucle de indecisión, y
él se aleja, dejando a la loca, aunque sea soltando tonterías sexuales en una
acera concurrida a media tarde.
No está casado. Gabriella está bastante segura de eso. De hecho, al final está
de acuerdo en que la presencia online de Cole parece tan limpia como él dice,
pero me advierte de que debo seguir siendo prudente.
—¿Quizás se alegre de verme? —me sugiero.
Aun así, debería haber llamado. Eso sería lo razonable teniendo en cuenta
que me dio su número de teléfono. Pero ya no hago lo razonable. Parte del
nuevo régimen de Janey es que estoy haciendo grandes movimientos. Si me
hace feliz, lo hago.
Por eso estoy aquí.
Cole me hizo feliz. En los momentos más feos, cuando me pasó lo peor que
podía imaginar, me apoyó y me hizo sonreír. Y quiero decírselo.
Me acerco a la puerta y observo el grabado en el cristal esmerilado: BS
Consulting. Suelto una risita, preguntándome si en realidad significa mierda.
Es el tipo de cosas que haría Cole, sobre todo cuando se pasa el día
repartiendo idioteces a los clientes.
Dentro, entro en una gran sala casi vacía. Inmediatamente delante de mí hay
un escritorio modular blanco, donde se sienta una guapa mujer rubia con
una sonrisa de bienvenida. A la derecha hay un grupo de cuatro sillas y una
mesa de centro. Es un lugar escaso, moderno y con un aspecto vagamente
caro para estar casi vacío. Como una galería de arte.
—Me preguntaba qué ibas a decidir —dice la rubia, sonando divertida pero
educada.
Cuando no contesto y la miro confundida, señala las ventanas con expresión
perpleja. Sí, de este lado son completamente transparentes.
—¿Podías verme paseando de un lado a otro? —pregunto estúpidamente.
Su sonrisa crece, pero parece amistosa.
—Claro que sí. ¿Puedo ayudarle?
—Estoy buscando a Cole Harrington —suelto—. Mi amiga -bueno, es mi jefa-
me ayudó a localizarlo. Es un hombre difícil de encontrar, casi imposible, pero
Gabriella, mi amiga y jefa, es buena. Como Cole-debería-ofrecerle-un-trabajo
—recomiendo con un movimiento de cabeza—. Una vez que tuvo su nombre,
buscó en los registros de la propiedad del condado. Hay un montón, sobre
todo bajo C. Harrington, pero muchos parecían propiedades de los hermanos
de Cole. Esta parecía diferente, así que pensé que tal vez era suya. ¿Lo es?
Sus ojos se agrandan cada vez más mientras desparramo todo el proceso de
investigación de Gabriella en un suspiro.
—Lo siento, no debería haber venido. Me iré.
Me doy la vuelta para salir corriendo, pero una puerta que no había visto se
abre al otro lado de la habitación. Y entra él. Grande como la vida, el doble
de sexy, y cruza la habitación abierta como si estuviera a punto de conquistar
el mundo... o de abordarme. No sé cuál de las dos cosas, pero el mero hecho
de volver a verle detiene mi corazón por un momento. Hoy lleva una camisa
de vestir azul claro, de esas con cuello y puños blancos, a juego con sus
pantalones negros, sin corbata, pero con unos zapatos de vestir relucientes
que hacen clic en las baldosas del vestíbulo.
Y lo quiero. Que Dios me ayude, lo quiero.
—¿Janey? —Cole gruñe, devolviéndome a la realidad—. ¿Qué pasa?
—Uhm, ¿qué? —Chillo—. Nada, no pasa nada. Estaba por el barrio y se me
ocurrió pasarme. —En lugar de volver a explicarle cómo lo localicé, le
digo—: ¿Sabías que hay un local italiano a la vuelta de la esquina que lleva
ahí desde 1924? Fue un bar clandestino durante los años de la Ley Seca, o al
menos eso dice el cartel de la entrada. Pasé por delante varias veces cuando
caminaba por la manzana, intentando convencerme para entrar.
—No tiene cita —ofrece la recepcionista.
Sin escuchar a ninguno de los dos, Cole está de repente frente a mí, sus ojos
azules me escanean de pies a cabeza como si pudiera estar rota, física o
mentalmente. Lo que no sabe es que, a pesar de mi ataque de nervios, estoy
mejor que nunca en años.
Veo preocupación y confusión y algo más que casi podría confundir con
lujuria antes de que su mirada se apague, se quede en blanco.
Dejando a un lado su ceño fruncido, tiene buen aspecto. Su camisa se ajusta
perfectamente a la parte superior de su cuerpo de superhéroe, y sus
pantalones de vestir son ligeramente ajustados en los lugares adecuados para
recordarme lo que tiene. Su mandíbula está cubierta de un par de días de
desaliño que me dan ganas de rascarle con los dedos, y sus labios parecen
besables.
—Amanda, cierra por hoy y vete a casa. Gracias —dice Cole mientras veo
cómo mueve los labios. Supongo que está hablando con la recepcionista
porque yo no sé hacer esas cosas. Y, por supuesto, no me llamo Amanda.
Cole me agarra de la mano y me empuja a través de la sala, más allá del grupo
de sillas. Miro hacia atrás y veo que Amada me observa atónita. Vuelve a
hacer el truco de magia con la puerta invisible y, en un instante, me
encuentro en el eco de una escalera.
—¿Te acuestas con ella? —pregunto. Tengo tantas preguntas, pero esa es la
primera que me sale de la boca.
—¿Quién? —responde Cole, subiendo las escaleras y arrastrándome con él.
Juro que veo un pequeño atisbo de sonrisa, pero probablemente me lo he
imaginado, porque un nanosegundo después vuelve a fruncir el ceño—.
¿Amanda? No. Ella contesta al teléfono y saluda a los clientes. Ni siquiera
sabe a qué me dedico.
—Oh. —Pienso en lo extraño que debe ser ese trabajo, pero puedo entender
hacer casi cualquier cosa que pague las facturas en estos días—. ¿Está Louisa
aquí?
Sacude la cabeza.
—Trabaja desde casa.
—Oh, sí, lo recuerdo.
Nos acercamos a otra puerta y Cole teclea un código en un teclado. Oigo el
chasquido de la cerradura y entonces empuja la puerta para abrirla,
revelando un apartamento privado.
—¿Es aquí donde vives? —pregunto, mirando a mi alrededor con curiosidad.
Se parece mucho al piso de abajo: austero, vacío, moderno, pero con una
sensación de lujo. No es especialmente hogareño, el sofá de cuero no parece
un lugar en el que te tumbarías a ver la tele y no se me ocurriría poner los
pies en la mesita de cristal. En general, parece anónimo.
Lo que me entristece por Cole. Debería tener un lugar donde relajarse y
sentirse como en casa. Especialmente después de pasar días tumbado en el
suelo del bosque para vigilar a alguien, lo que me recuerda...
—¿Has averiguado ya lo del invitado del Sr. Webster?
Me guía hasta el sofá y casi me empuja sobre él -tenía razón, no es nada
cómodo- y se cierne sobre mí, furioso. Acaba con mis preguntas y me
pregunta:
—¿Qué demonios haces aquí?
En otro tiempo, me habría estremecido. Me habría encogido y probablemente
incluso me habría disculpado por molestarle. Y me entristece decir que ese
tiempo no fue hace mucho. Pero he recordado quién soy, en quién he
trabajado para convertirme.
Puede que esa semana en el bosque fuera el comienzo de mi rehabilitación
espiritual, y que el recordatorio de Cole de que merezco algo mejor me
ayudara más de lo que él nunca sabrá, pero soy yo quien está arreglando mi
interior y lo estoy haciendo muy bien, si me permite decirlo.
Cole, por su parte, parece haber vuelto a ser el mismo gruñón de antes.
—¿Perdón? —Le contesto—. Me he tomado la molestia de buscarte, cosa nada
fácil, porque quería decirte algo. —Parpadea, inexpresivo, pero estoy segura
de que aprieta los dientes. Sigo adelante, lo hago más por mí que por él—.
Gracias. Gracias. Me ayudaste con la boda y te di las gracias por ello. Pero
hiciste mucho más, y ahora estoy muy bien. No estoy perfectamente bien,
pero tampoco estoy rota. Me estoy curando, viendo lo bueno de las situaciones
que las tienen, y no poniendo excusas a las que no las tienen. Por primera
vez, no me preocupa lo que los demás sienten o piensan. Me estoy haciendo
feliz a mí misma. Sí, soy feliz. Así que, gracias.
Suelta una carcajada.
—¿Me buscaste para decirme eso?
Me pongo de pie y lo miro a los ojos. Pero no es suficiente, así que me subo al
lujoso y elegante sofá que no debería tener zapatos para estar a su altura.
—No, y, además, que te den. Heriste mis sentimientos cuando me diste tu
tarjeta de presentación y me despediste como si fuera una jodida pena. No
me merecía eso.
No quería decir eso. No practiqué ese discurso ni una sola vez antes de venir.
Pero ahora que ha salido a la luz, me doy cuenta de lo cierto que es y me
alegro de haberlo dicho. La nueva Janey no se anda con rodeos. Los golpes
de la verdad aquí, ¡vengan por ellos!
Pero Cole se inclina, nuestras narices se tocan y sus ojos se clavan en los
míos. Lo que dije lo golpeó más allá de cualquier escudo que esté levantando.
—Nunca fuiste una jodida pena. Te deseaba tanto que casi subí esa puta
escalera un millón de veces y me masturbé escuchándote tocarte.
Jadeo mientras el calor inunda mis mejillas.
—¡Qué!
—Y lo he hecho casi a diario desde que volví, deseando que fueras tú cada
vez —añade, con voz grave e intensa—. Pero me he obligado a mantenerme
alejado todo lo que he podido, sabiendo que necesitas tiempo para curarte y
que no me necesitas jodiendo tu proceso. Pero ha sido duro. —Sus manos se
enroscan y desenroscan a los lados como si luchara contra sí mismo, evitando
tocarme—. He querido llamar a tu puerta, tomarte en mis brazos, secarte las
lágrimas y arreglarte las cosas. Eso es lo que hago: salvar a la gente, ayudarla,
arreglar cosas. Pero no necesitas que lo haga por ti. Al final lo harás por ti
misma, y entonces estaré en tu acera, orgulloso como el demonio y listo para
follarte como te mereces.
Bien, nada de eso estaba en mi cartón de Bingo para hoy.
Cole hace que parezca que me quiere, pero se ha mantenido alejado porque…
¿Ni siquiera sé por qué?
—No entiendo lo que dices. ¿De qué estás hablando? ¿Has estado en mi
casa? —pregunto confusa mientras me bajo del sofá. Probablemente haya
huellas de zapatos en el bonito cuero, pero ahora mismo no me importa.
—Te dejé sola. Lo juro, lo hice. Pero entonces Kayla me llamó cobarde, y ya
no pude más. —Se pasa los dedos por el cabello, restregando sobre su cuero
cabelludo castigadoramente—. Hay un alquiler a corto plazo al otro lado de
la calle, cuatro casas más abajo. Así que miré y esperé. Pero tú estabas...
Espera. ¿QUÉ?
Le corté.
—¿Has dicho que te quedas cerca de mi casa? ¿Vigilándome? ¿Como una
vigilancia, como hacías con el Sr. Webster?
Se encoge de hombros despreocupadamente, como si un leve acecho fuera
una actividad totalmente normal.
—Es lo que hago —explica.
Un millón de pensamientos pasan por mi cabeza a la vez. Quiero decir, eso
no es inusual para él, profesionalmente hablando, pero es muy raro para mí.
Si este fuera uno de mis libros, podría ser oscuramente romántico. Pero no lo
es. Esto es real, y después de toda una vida tratando de ser lo más invisible
posible, me siento vista de una manera que es sorprendentemente incómoda.
¿Me ha visto llorar? ¿Bailando en mi salón, con raves de Angry Girl Music en
solitario? ¿Me ha visto tocarme? Y muchas cosas más.
Me siento expuesta, vulnerable y realmente estúpida por no haberme dado
cuenta de que estaba al otro lado de la calle. El calor llena mis mejillas, el
pánico florece en mis entrañas y necesito... escapar.
—Tengo que irme. —Prácticamente salgo corriendo hacia la puerta, pero la
encuentro cerrada—. Déjame salir —digo, con los ojos fijos en la superficie
blanca.
Cole camina detrás de mí, su pecho tan cerca de mi espalda que puedo sentir
el gran peso de su presencia. Incluso ahora, una pequeña parte de mí quiere
echarse hacia atrás y caer sobre él. Pero no lo hago.
No puedo.
Capítulo 16
—¿Por qué tenemos que hacer esto otra vez? —Carter se queja. Está subido
a un pedestal con una mujer arrodillada a sus pies, así que se podría pensar
que está encantado con la situación. Definitivamente siempre ha sido del tipo
que aprecia un poco de adoración al héroe.
Por desgracia, la mujer no es Luna. Es el sastre.
—Estese quieto, por favor —murmura entre los alfileres de su boca.
Chance suspira y suelta:
—¿Tienes un traje burdeos? No lo creo. Así que deja a la mujer hacer su
trabajo y deja de ser una diva.
Maldición. El estrés de la boda debe estar afectando a Chance porque
normalmente es el más educado y bien hablado de todos nosotros. No puedo
recordar la última vez que fue tan insolente.
Incluso reprendido, Carter quiere decir la última palabra.
—Sólo digo que todos tenemos trajes negros. O trajes grises. Y están
perfectamente bien para una boda, así que me preguntaba ¿por qué no
podemos usarlos?
—Samantha quiere pantalones y chalecos burdeos, camisas marfil y corbatas
de flores —dice Chance, como si estuviera citando a su futura esposa.
—Y lo que Samantha quiere, Samantha lo consigue —ironiza Cameron.
Está cabreado porque le pusieron en su sitio en la cena de hace unos días,
pero Samantha tenía razón y todos lo sabíamos. ¡Joder, hasta él lo sabía! No
querría que a Gracie le faltaran al respeto y pensara que tenía que aguantarlo,
aunque tal vez debería haber un paso entre las palmadas en la cabeza y los
pelotazos. ¿Cómo un grito de “no me toques”?
Pero entonces me imagino a algún niño del colegio pellizcando las mejillas de
Gracie -ya sean las suyas, las de la cara o las del culo- y decido que Samantha
tenía razón. Si eso ocurriera, tendrían suerte de que apareciera ella y no yo.
Gracie es mi caballo de batalla. Ella es la que todos queremos. Cualquiera
que la lastime, muere.
Cameron es un buen padre, o eso quiere e intenta. Pero está destrozado por
la pérdida de su mujer, la madre de Gracie, y sólo por eso le resulta difícil
funcionar, y mucho menos funcionar al nivel que debería. No ayuda que
Gracie sea la viva imagen de su madre, y aunque era pequeña cuando murió,
de alguna manera también actúa como ella. Todos ayudamos en la medida
de lo posible, cubriendo a Cameron cuando es necesario y asegurándonos de
que Gracie recibe todo el amor que podemos darle, pero eso no compensa la
pérdida, y todos lo sabemos.
Sobre todo, Cameron lo sabe, y sé que eso le hace sentirse culpable. Eso, por
supuesto, alimenta sus demonios internos, porque él también siente esa
pérdida en su propio corazón, y todo el puto ciclo se perpetúa. En este punto,
podría tomar un ángel para dejarlo libre. O quitarle el palo del culo.
—¿Sobre esto? Por supuesto —responde Chance a Cameron. Señala con un
dedo acusador a Carter—. ¿Cuántas bodas has hecho? ¿Cuántas veces nos
has tenido a todos siguiéndote el juego? Lo único que te pido es que dejes de
quejarte y te pongas. La. Maldita. Borgoña. Joder.
Bueno, joder. Estoy impresionado. Chance es el mejor de nosotros, de verdad.
Es consciente de sí mismo, ayuda a los demás, marca la diferencia en el
mundo, y todo ese jazz. Rara vez maldice, así que, si se enfrenta a Carter de
esa manera y empieza a lanzar palabras de tres dólares, está furioso.
En solidaridad, decido ponerme el traje que Samantha quiere sin hacer
comentarios, con corbata de flores y todo. Miro a Kyle y veo que sonríe por
toda la situación. Debe de pensar que todo esto es divertidísimo, porque no
le gustan los trajes elegantes, los eventos serios ni las tradiciones vacías.
Se perdió por completo esa cena obligatoria porque le gusta hacer cosas que
cabreen a papá, y no presentarse a una comida familiar básicamente lo pone
en el número uno de la lista de mierda de papá. Pero como papá no va a venir
a las citas de prueba, Kyle llegó justo a tiempo, en su ruidosa moto, con unos
jeans sucios y una camiseta sin mangas, con barro en las botas y días de
desaliño en la cara. Dijo que había pasado la mañana “trabajando” y cuando
le preguntamos “¿en qué?”, sonrió y respondió “en casa de Maggie”.
Mis hermanos habían puesto los ojos en blanco y se habían quejado de que
él tuviera una última y mejor mujer que probablemente sólo duraría una
semana, y Kyle no lo había negado. Pero en secreto me mantengo al día con
mi familia, y sé que Maggie's House es la protectora de perros en la que Kyle
trabaja como voluntario, normalmente llevando a los perros de la protectora
a socializar con su perro, Peanut Butter, pero ocasionalmente trabajando en
la zona de la perrera. Lo que me hace esperar que eso sea barro en sus botas
y no mierda de perro.
Olfateo, no huelo nada asqueroso, así que las probabilidades de que sea tierra
son bastante buenas. Esta vez.
—¿Me toca a mí? —Kyle se ofrece mientras el sastre termina de medir a
Carter. Ella se sonroja cuando Kyle se quita las botas y se sube a su pedestal
con los pies en calcetines—. Haz lo peor... o lo mejor. Tú decides —le dice con
un guiño, y juro que ella se sonroja aún más. La mayor parte del tiempo, Kyle
es un noventa por ciento encantador de mierda y un diez por ciento un tipo
serio. De vez en cuando, eso cambia, pero le cuesta mucho ser sincero sobre
cualquier cosa, y el atuendo de boda no es suficiente para justificarlo.
Mientras Kyle se mide, me mira a los ojos en el espejo.
—Un pajarito me dijo que tienes un nuevo amor.
Ese pájaro se llama Kayla. Probablemente lo puso al tanto de todo lo que se
perdió en la cena. Odio que haga eso porque no es su maldita secretaria y eso
sólo le permite seguir defraudándonos.
—Sí. —Si quería más información, debería haber estado en la cena. Sé que
soy de los que hablan -bueno, bien, no de los que hablan, sino de los que
juzgan-, pero al menos aparezco. Puede que me quede en las afueras, no
comparta nada, y me vaya temprano, pero vengo por la mierda importante. A
diferencia de Kyle.
—Luna dijo que Janey te tiene envuelta alrededor de su dedo
meñique —ofrece Carter, moviendo su meñique en el aire—. Le preparas el
baño, le preparas la cena y te haces el héroe con grandes gestos delante de
su familia—. Casi puedo oír la descripción de Luna en sus palabras, pero
donde Carter lo hace sonar como si yo fuera un marica, apostaría mi nuez
izquierda a que Luna lo hizo sonar romántico. Es autora, y aunque está
especializada en novelas gráficas de acción, es una amante de corazón. Y
Carter tiene menos de cero espacio para darme mierda porque sé que Luna
lo tiene cantando canciones de Disney regularmente. ¿Envuelto? Sí, lo está.
Chance se ríe. —Según Samantha, eres un imbécil obsesivo que se la folló, se
largó y luego la acosó para recuperarla. Parecía pensar que una denuncia
policial y una posible orden de alejamiento eran buenas ideas.
Kyle está pendiente de cada palabra, y me pregunto cuál era la versión de
Kayla, pero no ofrece ningún detalle, sólo pregunta:
—¿Cuál es?
Con un indiferente encogimiento de hombros, admito:
—Ambas cosas.
Riéndose, Kyle dice:
—Suena bien. —Pero debe moverse con la risa porque sisea un instante
después y la costurera, que está a su espalda, hace una mueca de dolor.
—Lo siento —dice, con la boca llena de alfileres otra vez. Me pregunto si
alguna vez se habrá tragado uno. Parece una forma peligrosa de hacer su
trabajo, pero ¿qué sé yo?— Ya casi está.
—Ponme al día. ¿Cómo es ella? —Kyle pregunta.
—Lo más importante, es mía —digo. Kyle no puede evitarlo, las mujeres
acuden a él. Siempre lo han hecho. A lo largo de los años, sobre todo cuando
éramos más jóvenes, más de un par de ex novias me han preguntado si podía
quedar con él después de nuestra ruptura, a lo que siempre me he negado.
Que yo sepa, cuando una chica con la que he salido se le acercaba
directamente, Kyle también las mandaba a la mierda. Pero Janey es diferente
y no quiero malentendidos.
Kyle levanta ambas manos, haciendo que la costurera inhale bruscamente.
Creo que esta vez le pincha a propósito, pero él se lo quita de encima con una
mirada.
—No te preocupes, hermano. Me refería a... ¿cómo te ha puesto... así? —Hace
un gesto con las manos en mi dirección, indicando mi estado de ánimo, que
no es muy diferente del habitual.
Eso no es verdad.
Normalmente, me habría gustado ir el primero en las pruebas, salir pitando
y no joder con toda esta mierda del amor fraternal. Pero aquí estoy, yendo de
buena gana de último y pasando el rato con mis hermanos la mayor parte del
día. Todo el día. No puedo recordar la última vez que hice eso. Si alguna vez
lo hice.
Me quedo callado demasiado tiempo, pero mis hermanos son unos cabrones
pacientes y me esperan hasta que por fin admito:
—Ella es diferente. Ve el bien en todo, incluso en mí, y es agradable no pensar
que el mundo es una mierda para variar.
Nadie dice nada. Incluso la costurera se congela. Y todos los ojos están
puestos en mí.
Maldita gente molesta. Debería haber seguido con lo de siempre, hacerlo corto
e irme.
La sala estalla en alborotadas bromas en las que todos hablan por encima de
los demás.
—¡Joder, eso ha sido casi poético, hermano! —bromea Cameron.
—¿Ve algo bueno en ti? —Carter dice, haciéndolo sonar como si eso fuera
imposible.
—Ah Dio mío —murmura la costurera.
—Guau. —Corto y sencillo, al grano... eso es Chance.
Pero es Kyle quien responde con más sinceridad, sin que parezca que lo diga
de otra forma que no sea con amabilidad.
—No puedo esperar a conocerla.
Reconozco a Kyle con una inclinación de cabeza agradecido, ignorando el
revuelo de mierda de mis otros hermanos.
Después de un momento, Chance se aclara la garganta.
—Por mucho que odie interrumpir esta fiesta de amor, Marvin y Noah van a
llegar pronto. ¿Podemos por favor no actuar como nosotros delante de ellos?
Marvin es el padrastro de Samantha y Noah su hermanastro. Los padrastros
son nuevos. La madre de Samantha, Susan, y Marvin celebraron una
ceremonia en el juzgado hace unos cuatro meses y, por lo que he visto en mi
investigación, están absolutamente enamorados. Me alegro por ellos, sobre
todo porque se trata de un segundo matrimonio para ambos: el primero de
Susan acabó en un inesperado y feo divorcio, y la primera esposa de Marvin
lamentablemente falleció. Sin embargo, están aprovechando al máximo esta
nueva oportunidad de ser felices, combinando sus vidas y sus hijos (Noah,
Samantha y su hermana pequeña, Olivia) con la mayor delicadeza posible.
Nadie discute, así que Chance lo toma como un acuerdo a regañadientes por
parte de todos. Y no es demasiado pronto, porque la puerta principal se abre
y Marvin y Noah entran unos minutos después.
—¡Hola a todos! ¿Cómo va todo? —grita Marvin. Tiene una gran personalidad,
siempre sonríe y creo que nunca ha conocido a un extraño. La gente que no
conoce son sólo amigos esperando a ser conocidos.
O gente esperando para joderte, me digo automáticamente. Pero Marvin no
piensa así, y hasta ahora en su vida, supongo que le ha funcionado.
—¡Marvin! —responde Chance, acercándose al hombre con los brazos
abiertos. Se abrazan, y luego Chance abraza también a Noah, que es casi un
clon de su padre menos unos años y más unos centímetros de estatura—.
Gracias por venir. Kyle está terminando, luego le toca a Cole y después te toca
a ti.
Noah también forma parte del cortejo nupcial, que va a ser enorme. Chance
es un tradicionalista y quiere a todos sus hermanos a su lado, además de
Noah. Samantha tendrá un grupo grande a juego en su lado del pasillo: Luna
y Kayla, por supuesto, y Olivia, además de sus amigos, Jaxx y Sara.
—Me parece bien —responde Noah, tomando una silla para esperar su turno.
—Mientras esperamos, hay algo de lo que quiero hablarte —le dice Marvin a
Chance. Pero luego mira alrededor de la habitación—. Con todos ustedes. —
Tiene la cara de piedra, con una línea de preocupación entre las cejas.
—¿Qué ocurre? —dice Chance, instantáneamente en alerta máxima ante la
inusual expresión en el rostro de Marvin.
No pregunta directamente por Samantha, probablemente porque la ha visto
esta mañana, hace sólo unas horas, y lleva todo el día mandándole mensajes.
Pero las únicas personas que conseguirán que Marvin hable tan en serio son
sus chicas: Susan, Samantha y Olivia.
El tono jovial de Marvin se ha desvanecido, sustituido por una somnolencia
que parece extraña en el hombre.
—Recibimos una llamada esta mañana... de Glenn.
Los únicos que reaccionan son Chance, porque estoy seguro de que
Samantha ha hablado de su padre, y yo, porque, claro, investigué a toda la
familia de Samantha cuando ella y Chance se prometieron. Aprieto los dientes
para ocultar el golpe en las tripas. Chance no se molesta.
—¿Qué demonios quiere? —exige. De nuevo, para un hombre que no suele
maldecir, esto es un botón detonante que podría iniciar la Tercera Guerra
Mundial. Chance hará cualquier cosa por Samantha, incluyendo y no
limitándose a aniquilar a su padre por ella.
—Llevar a su hija al altar. —Marvin hace todo lo posible por mantener la
compostura al hablar del ex marido de su mujer, pero por dentro seguro que
hay lava a punto de estallar.
Glenn y Susan estuvieron casados durante años, pero como en demasiados
casos, ella llevaba el peso de todo su mundo sobre los hombros. Glenn lo dio
por sentado y empezó a engañarla, abandonando finalmente a su familia por
su amante sin mirar atrás. Hasta ahora, aparentemente.
—No. —La respuesta de Chance no deja lugar a interpretaciones, pero aun
así añade—: En absoluto. No fue invitado por una razón, y no va a entregar a
Samantha a ningún sitio.
—Lo sé —asiente Marvin—, pero quería que lo supieras porque Susan está
como loca, preocupada porque aparezca. —A todos nosotros nos dice—: Ahí
es donde entran ustedes. Históricamente, una de las funciones de los
padrinos era la de protectores. Si Glenn viene, todos tenemos que estar
preparados. No quiero que nada arruine el día de Samantha.
Para tener un padre de mierda, Samantha tuvo suerte con el padrastro.
—Por supuesto —jura Chance, luego mira alrededor de la habitación,
asegurándose de que estamos de acuerdo con el plan.
—¿Quieres que sea preventivo? ¿Encontrarlo, matarlo, mantenerlo alejado de
Samantha para siempre? Glenn Redding, ¿Verdad? —pregunto como si no
tuviera ya un archivo sobre el hombre.
Sé dónde vive y trabaja, dónde tiene el banco, su cuenta secreta de Tinder, el
nombre de su nueva esposa y qué días se acuesta ella con su entrenador, y
mucho más. Podría volar su vida en menos de un minuto desde donde estoy
sentado y salir limpio. O si lo necesitara, podría encontrarlo esta noche para
un acercamiento más práctico. Es sólo cuestión de tiempo de viaje.
Al darme cuenta de que mis hermanos me miran con extrañeza, me río como
si estuviera bromeando, aunque lo digo muy en serio. Chance es mi hermano
y, aunque no tengamos la mejor relación, me dejaré la piel por él y, por
defecto, por Samantha. Pero ya se preguntan a medias si soy un asesino a
sueldo, así que probablemente tomen mi oferta como genuina.
Que, esta vez, lo es.
—No creo que sea necesario —me responde Marvin, aunque Chance parece
estar considerándolo—. Susan hablará hoy con Samantha, se lo hará saber
con delicadeza, pero quiero que todo el mundo esté de acuerdo.
—De la página uno al epílogo, mantén a Samantha fuera de prisión —dice
Chance.
Honestamente, probablemente tenga razón. Si Glenn aparece, no seremos
nosotros los que protejamos a Samantha de él. Será al revés. Samantha
probablemente pueda herir a su padre de formas mucho más creativas que
yo. La mayoría de ellas podrían incluso ser legales.
Terminamos nuestras pruebas y, como estaba previsto, me quedo quieto y no
digo ni una palabra, ni siquiera sobre los calcetines de flores que combinan
con la corbata. Cuando salimos por la puerta, acorralo a Chance.
—Avísame si necesitas algo. Entre nosotros. —Le dirijo una mirada mordaz
y, aunque tiene la mandíbula tensa por la frustración, asiente.
—Gracias. —Me tiende la mano y la estrecho con firmeza, un juramento
acordado entre nosotros sin necesidad de palabras.
Puede que no seamos íntimos, pero a la hora de la verdad, le cubro las
espaldas, sea lo que sea.
Capítulo 20
15es un patrón de abuso emocional en la que la víctima es manipulada para que llegue a dudar de
su propia percepción, juicio o memoria. Esto hace que la persona se sienta ansiosa, confundida o
incluso depresiva
Me encanta que haga cosas como ésa, y que salga para acompañarme dentro,
y mucho más. Me hace sentir importante y apreciada, algo que nunca he
sentido en una relación. O en la vida, sinceramente.
Las damas de honor son las siguientes: una morena, una mujer con el cabello
negro como el carbón y los ojos muy delineados, una adolescente, y luego
Kayla y Luna. Por último, pero no por ello menos importante, Grace avanza
lentamente por el pasillo, dejando caer pétalos con precisión. Al pasar, la oigo
hablar consigo misma:
—Suelta, no tires. Suelta, no tires.
Me río para mis adentros, sintiendo un espíritu afín.
La música vuelve a cambiar y, a un gesto del oficiante, nos ponemos de pie.
Las puertas del fondo del club vuelven a abrirse y vemos por primera vez a la
novia. Camina con su madre, que parece haber estado llorando. Pero
Samantha parece lúcida y emocionada mientras camina hacia el altar con su
vestido blanco, arquitectónico y moderno, con un cuello redondo doblado que
envuelve sus brazos, dejando los hombros al descubierto, y una falda larga
en columna. Mientras camina, me parece ver unas zapatillas Converse azules
asomando por debajo.
Su madre le acaricia la mejilla y se sienta con el hombre de la primera fila
mientras Samantha toma la mano de Chance. Se miran a los ojos como si
fueran las dos únicas personas de la sala y Chance dice algo. Aunque no
puedo leer sus labios desde aquí, Samantha sonríe suavemente, así que
siento que fue algo romántico.
—Por favor, tomen asiento —dice el oficiante—. Para los que no me conocen,
soy Evan White, el mejor amigo y socio de Chance. Y nadie se sorprendió más
que yo cuando me pidió que oficiara su boda. Normalmente, me roba el
micrófono en cada oportunidad. —Hace una pausa para responder con una
risita. Está claro que es un hábil orador público—. Pero prometí ceñirme al
guión de Chance, así que confía en mí. —Evan levanta las cejas, bromeando
en silencio que fue una elección estúpida por parte de Chance.
Pero contrariamente a la burla, Evan hace un gran trabajo. La ceremonia es
personal, con lo que parecen ser bromas privadas entre los novios, junto con
algunos momentos destacados de su historia de amor. En un momento dado,
Evan se hace a un lado, apaga el micrófono y Samantha y Chance pronuncian
sus votos en voz baja, a solas, lo que resulta muy íntimo y significativo.
Puede que no los conozca bien, pero hasta yo me doy cuenta de que la
ceremonia es exclusivamente suya, con el romance y el amor brillando entre
Chance y Samantha a la vista de todos. Se me saltan las lágrimas y la mujer
que está a mi lado me da un pañuelo.
—Gracias —susurro.
Aunque está haciendo su trabajo de padrino, la atención de Cole se ha
desviado hacia mí una y otra vez. Ahora siento sus ojos y veo que frunce el
ceño, observándome de cerca y preocupado por mi llanto. Le devuelvo la
sonrisa para asegurarle que estoy bien, que solo soy un desastre lloriqueando
feliz por el brillo del amor de otra persona.
Evan los declara marido y mujer, pero antes de que pueda invitarles a
celebrarlo con un beso, Chance ya está abrazando a Samantha y besándola.
No es un beso casto, cortés y público, sino una atrevida declaración de pasión
y amor, y yo sonrío y vuelvo a secarme los ojos.
Terminan caminando por el pasillo agarrados de la mano, con sonrisas
brillantes en sus rostros. Cole acompaña a la dama de honor, con el cabello
negro y los ojos delineados. Es completamente educado, pero hay una
pequeña parte de mí a la que no le gusta que ella le ponga la mano encima a
Cole, aunque sea simplemente apoyada en su antebrazo, ambos haciendo el
mínimo contacto necesario para el papel.
¡Soy un bicho raro! No soy una mujer celosa, especialmente cuando no hay
ninguna razón para serlo, pero también quiero gritar “¡mío!” como una niña
pequeña. Lo cual es una tontería.
Al pasar por mi pasillo, mira hacia mí y me fuerzo a esbozar una sonrisa.
¡No seas rara, Janey! No te pongas en plan cinco en raya por algo que es
perfectamente inocente.
El resto del cortejo camina por el pasillo y atraviesa las puertas de entrada al
edificio. Cuando Grace entra, oímos su fuerte suspiro y su exasperación
cuando dice:
—¿Ves, papá? ¡Te dije que podía hacerlo! Me lo he comido. Como pan comido.
Surgieron risitas y carcajadas ante su orgullosa adorabilidad, incluso con el
idioma, y luego, lentamente, nos levantamos para entrar también, siguiendo
la invitación del coordinador de bodas para dirigirnos a la zona de recepción.
No llego tan lejos porque a mitad del pasillo se abre una puerta y Cole me
toma de la mano, arrastrándome a una habitación vacía.
—¡Guau! —chillo sorprendida cuando cierra la puerta tras de mí.
Apretada contra la puerta, con Cole enjaulándome y una mano a cada lado
de la cabeza, le miro. Tiene los ojos oscuros, la mandíbula tensa y las fosas
nasales ligeramente abiertas por su respiración entrecortada.
—¿Estás bien? —me pregunta con voz ronca.
—Sí —respondo confusa, sin saber qué ha provocado este nivel de intensidad.
Me pasa el pulgar por la mejilla y me besa suavemente justo debajo del ojo.
Luego hace lo mismo en el otro lado.
—Estabas llorando.
—Lágrimas de felicidad —le explico—. Se nota lo mucho que se quieren
Chance y Samantha.
Arruga la frente.
—Parecías enfadada cuando salíamos.
—No, te he sonreído. Estás guapo —le digo. Ambas afirmaciones son ciertas,
pero él no se equivoca. Yo estaba... enfadada. Enfadada-adyacente. Irritada
por poder.
—Sonreíste con la boca, pero no con los ojos —replica—. No te escondas de
mí. ¿Qué te pasa?
Es una confesión más difícil de hacer porque es mucho más peligrosa.
—No me gustaba... Quiero decir, no es que tenga derecho... pero... —
Tartamudeo, sin saber cómo explicar que tuve un ataque momentáneo de
celos sin motivo.
—Dímelo. Sea lo que sea, lo arreglaré.
Lo haría. Probablemente podría decir cualquier cosa, y Cole haría todo lo
posible por reparar o cambiar lo que me ha molestado sin hacerme sentir
estúpida.
O necesitada, grita mi corazón.
—Te estaba tocando —confieso en voz baja, avergonzada por mi propia
reacción exagerada.
Veo cómo una sonrisa se dibuja en sus labios a cámara lenta, llegando a sus
ojos azules y haciéndolos brillar.
—¿Estás celosa?
Parece incrédulo. Como si no tuviera ni idea de lo sexy que es, de lo increíble
que es y de lo mucho que lo deseo. Me está enseñando cómo debe ser una
relación, y como una chica codiciosa, quiero más de él. Nunca he tenido nada
que fuera mío. Toda mi vida he tenido que compartir, he tenido que
conformarme con menos y me han dado retazos de tiempo, atención y amor.
Pero no con Cole. Lo quiero a él, todo él, todo el tiempo, todo mío.
Bien, mi bandera de bicho raro está empezando a subir más alto en el mástil.
Pero no puedo evitarlo. Cole es diferente a cualquiera que haya conocido.
Mi cara se cae mientras su sonrisa crece. Se está riendo de mí y, después de
todo, me siento estúpida.
—Janey —murmura, forzándome a levantar la barbilla hasta que le miro a
los ojos. Y veo algo más que lástima o humor. Veo calor y hambre. Veo fuego
y pasión. Veo... algo que me da miedo etiquetar porque sólo han pasado unas
semanas, pero también lo siento—. Si supieras las cosas que haría para
mantenerte, no te preocuparías por nadie más. Te preocuparías por mí.
Bien, eso debería ser preocupante. Pero no lo es. En absoluto.
Le gusta que no quisiera que esa mujer lo tocara. Le gusta que sea una chica
celosa y codiciosa por él. ¿Ambos somos raros? ¿El uno por el otro?
Probablemente. Porque cuando me besa, sorbiendo mis labios como si los
reclamara de nuevo, siento que no existe nadie más. No hay necesidad de
preocuparse o sentir celos porque sólo estamos nosotros.
—Vamos a casa —retumba Cole contra mi boca—. Quiero demostrarte que
eres la única que importa.
Puedo sentir de qué está hablando: en el calor de esta mañana que ha vuelto
a surgir entre nosotros con solo un beso, en la cresta gruesa y dura que me
aprieta el estómago y en el dolor profundo de mis entrañas que solo él puede
curar.
Pero yo no soy la única persona que importa. Tiene toda una familia al otro
lado de esta puerta que le quiere y le necesita. Quieren que forme parte de
este acontecimiento especial y, aunque probablemente lo niegue, él también
lo quiere.
Es difícil, pero niego con la cabeza, sabiendo que es lo correcto.
—Esta noche —nos recuerdo a los dos—. Primero, celebremos a Chance y
Samantha.
Gime como si supiera que tengo razón, pero no tuviera más ganas que yo de
admitirlo.
—Odio a ese cabrón.
Pero no hay odio en la declaración. De hecho, suena muy cariñoso con su
hermano.
Cole se ajusta los pantalones mientras yo me aliso el vestido y, agarrados de
la mano, nos reincorporamos a la fiesta.
—Gracias por venir —le digo a Riley Stefano. La mujer de la cabaña, que
ahora tiene el cabello a rayas negras y rosas, lleva unos jeans de pata ancha,
unas zapatillas de tenis anticuadas, una camiseta recortada de una banda y
medio kilo de joyas gruesas mientras se sienta frente a mí y Janey en un
restaurante de su elección.
—Dijiste que era importante —explica. Está moviendo la pierna, lo que podría
hacerla parecer nerviosa, pero parece más bien que está preparada para
cualquier cosa, sobre todo por la forma en que sus ojos saltan por la
habitación, atentos a cualquier peligro. No creo que confíe fácilmente, ni
siquiera en absoluto, lo cual tiene sentido con la historia que Louisa
describió—. Entonces, ¿qué pasa?
Doy un sorbo a mi café y me reclino hacia atrás, queriendo parecer lo menos
amenazador posible cuando digo esta parte porque sólo puedo adivinar lo mal
que le va a sonar a una mujer como Riley.
—Soy investigador privado. Durante uno de mis casos, te convertiste en una
persona de interés.
—¿Yo? —suelta. En un instante, está de pie, lista para salir corriendo—. Dile
a Austin que me fui, o que no pudiste encontrarme, o lo que sea.
—¡Espera! —suplica Janey—. No sabemos nada de Austin. No se trata de eso.
Por eso le pedí que viniera conmigo. Una mujer como Riley no consideraría
sentarse conmigo, ni siquiera en un lugar público. Pero Janey tiene un aura
de amabilidad, que pensé que podría ayudar. Resulta que tenía razón, porque,
aunque parece desconfiada, Riley vuelve a sentarse.
Quiero preguntar quién es Austin y tal vez ver si a Riley le vendría bien un
poco de ayuda para lidiar con esa situación. Pero primero tengo que averiguar
quién demonios es ella para el señor Webster. Saco el móvil y le enseño la foto
que le hice a ella y a Webster en la cabaña.
Como era de esperar, me mira con ojos entrecerrados de águila.
—¿Qué mierda? Eso era privado.
—De ahí que sea investigador privado —respondo—. ¿Quién es Webster para
ti?
—¿Por qué quieres saberlo? —replica ella, sin renunciar a nada.
Janey se inclina hacia adelante, con ojos suaves y palabras gentiles mientras
dice: —Riley, el señor Webster tuvo un ataque al corazón la semana pasada.
Falleció. Lo siento mucho.
Apuesto a que ha tenido esta misma conversación docenas de veces antes,
pero puedo ver que le pesa cada vez. No conoce a Riley, no conocía al Sr.
Webster, pero ahora es una parte inextricable de este momento para la mujer
al otro lado de la mesa. Pero Janey asume voluntariamente esa
responsabilidad con gracia, amabilidad y cuidado.
—¿Qué? —susurra Riley, con cara de haber recibido una bofetada. Su dura
fachada se derrumba y se hunde en la silla. Agarra mi teléfono y mira la foto
de Webster y ella con ojos brillantes, incluso tocando su cara en la pantalla.
—¿Quién era para ti? —pregunto, intentando imitar el tono de Janey.
Riley frunce el ceño y se seca una lágrima con el dorso de la mano.
—Mi padre biológico. Fue la primera vez que nos vimos. Ni siquiera sabía que
yo existía. —Sonríe con tristeza—. Probablemente fue algo bueno, o habría
muerto antes. Todo el mundo lo hace. Soy como una maldición.
—Eso no existe —digo, discrepando por principio—. La gente vive. La gente
muere. Es el círculo de la vida, y demasiado a menudo, es una mierda difícil
de tragar. No tiene nada que ver contigo. —Bien, es la verdad, pero puede que
haya sido demasiado brusco, porque Janey me fulmina con la mirada y,
cuando Riley levanta la vista del móvil, vuelve a estar helada.
—Dicho como alguien que nunca ha perdido a alguien —responde con
amargura—. Al menos lo encontré antes.
—¿Lo encontraste? —Janey hace eco, incitándola a decir más.
Riley asiente y suspira pesadamente. Ignorándome por completo, lo que
probablemente sea mejor, le cuenta su historia a Janey.
—Mi madre y él se conocieron en la universidad. Ella ni siquiera sabía su
apellido. Fue un rollo, algo de una sola vez. No se dio cuenta de que estaba
embarazada de mí hasta casi siete meses después, y para entonces Will ya se
había ido. Intentó preguntar por ahí para averiguar quién era.
Se encoge de hombros como si no hubiera tenido éxito.
—¡Pero se esfumó! Mamá me tuvo y estuvimos bien un tiempo. Hasta que tuvo
cáncer.
Riley se queda callada, perdida en sus recuerdos durante un largo minuto.
Cuando reinicia su relato, se ha saltado lo que debió de ser la parte más dura.
—Me enviaron a una casa de acogida. Era el terror. Enfadada, triste, quería
morirme para estar con mi madre, y la tomaba con todos, especialmente con
la gente que intentaba darme un hogar.
Janey cruza la mesa y agarra la mano de Riley, consolándola.
—Siento lo de tu madre. Debes haber estado muy asustada.
Riley no se inmuta ante el contacto o las palabras amables. De hecho, creo
que eso le da fuerzas para continuar una historia que no estoy seguro de que
haya contado nunca.
—Uno de los niños de la primera casa de acogida tuvo una sobredosis, lo que
significó que todos los niños tenían que ir a otro sitio, y ahí empezó la
montaña rusa. Hubo algunos buenos, con gente agradable a la que le
importaba una mierda, pero en algún momento perdí la cuenta. —Deja caer
los ojos sobre la mesa y mira fijamente la superficie blanca y laminada—. Al
final, una de las familias de acogida me adoptó. No porque me quisieran, sino
porque si era 'suya', el Estado no me controlaba tan a menudo y yo podía
cuidar de los más pequeños y quedarme con la casa mientras ellos cobraban
los cheques. Me prometieron que, cuando cumpliera dieciocho años, me
incluirían en la “nómina”, como ellos la llamaban, lo que básicamente
significaba que, como otro adulto en la casa, podrían acoger a más niños y
ganar más dinero. Por supuesto, tendría que pagar alojamiento y
comida. —Suelta una carcajada amarga y sin gracia.
» Me fui. Trabajé, dormí en sofás y al final me recompuse. Ahora me va bien.
Irónicamente, después de todo eso, soy niñera, así que sigo cuidando niños,
pero es en mis propios términos. —Ahora parece más presente, como si
estuviera aquí con Janey y conmigo y por fin hubiera encontrado una semilla
de felicidad—. La familia para la que trabajo es estupenda y la Navidad
pasada me regalaron un kit de ADN. Sabían que siempre me preguntaba... no
podía evitarlo, ¿sabes? —Frunce el ceño, casi avergonzada por su razonable
deseo de saber quién es y de dónde viene.
» Los resultados volvieron con una coincidencia. William Webster. Mi padre
biológico. Me puse en contacto con él y quería conocerme.
Riley vuelve a mirar el teléfono, pero la pantalla se ha apagado. Alargo la mano
y lo vuelvo a encender para que pueda volver a ver la foto de su padre y ella.
Le toca la cara y una lágrima se desliza por su mejilla.
—Me alegro de que me lo dijeras —susurra—. Si no, habría pensado que no
quería... —Corta lo que iba a decir con un sollozo ahogado.
—Siento que no hayas podido pasar más tiempo con él —responde Janey.
—Riley —le digo con cuidado, sin querer asustarla después de todo lo que ha
compartido—, la mujer de Will está haciendo todo el papeleo tras su muerte.
Como su hija, hay bienes a los que probablemente tengas derecho. Si
necesitas ayuda con un abogado, puedo ponerte en contacto con uno. Pro
bono. —No agrego que yo cubriré ese costo porque no hay forma de que Riley
tenga los fondos para financiar algo así.
Menea la cabeza, rechazándome antes de que termine de ofrecérselo.
—No, no, no. No quiero su dinero ni nada de eso. Quiero... —hace una pausa,
corrigiéndose—, quería conocerle. Y lo hice.
No estoy seguro de que entienda a lo que potencialmente está renunciando.
Los Webster no son los mejores ni nada parecido, pero tienen lo suficiente
como para que Riley se las arregle de por vida si gestiona bien la herencia.
—No tiene otros hijos, nadie más que su esposa. Ella sabe de
ti. —Normalmente no divulgaría eso, incluso bajo amenaza de prisión o
muerte, pero esta situación se siente diferente a la mayoría. Riley se siente
diferente de la mayoría de los clientes con los que trabajo. Y ni siquiera es mi
cliente.
—¿Sabe sobre mí? —repite Riley, con un hilo de esperanza entretejido en la
pregunta, y me doy cuenta de que la forma en que lo he expresado hace que
suene como si Will le hubiera contado a su mujer lo de su hija perdida hace
tiempo.
—Que Will se reunía contigo, no quién eras para él —corrijo—. Ella pensó que
se escabullía por otras razones. —Dejo eso abierto a la interpretación,
probablemente habiendo compartido ya demasiado.
Los hombros de Riley se caen y su rostro decae. Se pellizca los dedos durante
un largo minuto mientras piensa y luego suspira cuando vuelve a mirarme a
los ojos.
—Gracias por contarme lo que ha pasado. Y por ofrecerme tú ayuda. Te lo
agradezco mucho. Pero conseguí lo que necesitaba en aquella cabaña del
bosque. Quería una familia, una historia, un lugar al que pertenecer. Eso es
todo lo que siempre quise, y por un minuto, lo tuve. Eso es más de lo que
algunas personas consiguen, así que supongo que, en cierto modo, soy
afortunada. Tuve una madre estupenda que me quería tanto que luchó por
quedarse conmigo mucho después de estar dispuesta a dejarme marchar. Y
un padre que se emocionó al conocerme, me dijo que me quería y que quería
conocerme. Ojalá los hubiera conocido más tiempo, pero me siento muy
afortunada de haberlos conocido. —Se pone la mano en el pecho, ahora las
lágrimas caen abiertamente.
Janey también llora, se limpia los ojos con una servilleta y yo me aclaro la
garganta mientras me limpio discretamente los míos.
Esta mujer, que ha pasado por tanto, está sentada aquí con más amor y
esperanza en su destrozado y pisoteado corazón de lo que yo podría imaginar.
Hace que me decepcione de mí mismo por no apreciar a mi propia familia,
que no es perfecta pero al menos está aquí y dispuesta a reparar parte de la
mierda por la que hemos pasado.
—Me voy, pero gracias — dice Riley una vez más.
Se levanta, pero la detengo.
—Espera. Toma, agarra esto. —Le tiendo una tarjeta de
presentación—. Llámame cuando quieras, para cualquier cosa. Si puedo
ayudar en algo, llama.
Riley agarra la tarjeta y se la mete en el bolsillo sin mirarla. No creo que vuelva
a saber nada de ella.
Janey es más activa, se levanta y extiende los brazos. Riley y Janey se abrazan
durante un largo rato, habiendo encontrado una conexión en un momento de
dolor.
—Tú estás bien. Siempre lo has estado y siempre lo estarás—, le dice Janey.
Tengo la sensación de que se ha dicho esas palabras a sí misma más de un
par de veces cuando las cosas iban mal.
—Lo sabes —responde Riley. En cierto modo, son almas gemelas, y ambas
son más fuertes por este momento de parentesco compartido.
Cuando Riley sale de la cafetería, Janey se sienta y cae en mis brazos. Le paso
una mano tranquilizadora por la espalda, consolándola hasta que se echa a
llorar.
—Ha sido horrible, pero me alegro de que haya podido conocer a su padre
después de tantos años —dice Janey cuando se ha calmado lo suficiente para
hablar. Se ha girado y se ha arrimado a mi lado, apoyando la cabeza en mi
hombro.
—Me sorprende más que no quisiera ir por el dinero. —Es crudo, pero
desgraciadamente cierto. No muchos podrían ver un montón de dinero del
que tienen derecho legal y alejarse de él porque no era lo que les importaba.
La persona sí lo era.
—¿Recuerdas que dijo que encontró a su familia en esa cabaña en el bosque?
—Janey susurra.
—¿Sí?
Levanta la cabeza y me mira a los ojos. Los tiene grises, inyectados en sangre,
rosados e hinchados, pero me parece preciosa. Su gran corazón, incluso
cuando está herido, es hermoso.
—Yo también.
No se refiere a su familia de imbéciles. Se refiere a mí. Yo soy su familia.
Y la verdad, es mía.
Pero es más que eso. Conocer a Janey en aquella cabaña no sólo me la dio a
ella, sino que ha conseguido de alguna manera darme a todos mis hermanos,
uniéndonos de una forma en la que nunca antes habíamos estado. Janey hizo
eso, con sus sonrisas y sus rayos de sol, sus esperanzas y sus resquicios de
esperanza.
Pero todo es ella. Mi Janey.
—Yo también —respondo, depositando un suave beso en sus labios—. ¿Estás
lista para ir a casa?
Su sonrisa es toda la respuesta que necesito, así que llamo a la camarera. Me
levanta una mano para decirme que enseguida viene.
—Voy a refrescarme muy rápido —me dice Janey, señalando sus ojos y luego
el baño al otro lado de la cafetería.
—De acuerdo, ahora voy —le digo. La veo cruzar la habitación y, una vez que
está a salvo en el baño, saco el móvil para mandarle un mensaje a Louisa.
Persona de interés = hija de ligue universitario. Sin interés en buscar
herencia. No hay necesidad de notificar al cliente. Caso Webster,
cerrado.
Parece duro resumir los últimos cuarenta y cinco minutos en cuatro frases
sin emoción, pero es todo lo que el registro necesita reflejar. Las lágrimas, la
historia, la conexión sincera, no son para un registro impersonal. Son para
mí, para Janey y para Riley, a quien espero de verdad que le siga yendo bien.
Capítulo 25
16es un recurso al que puedes recurrir cuando estés confuso. Te ayudamos a entender libros, escribir
trabajos y estudiar para los exámenes. Somos claros y concisos, pero nunca omitimos información
importante.
Juraría que la chica está tomando notas en un cuaderno invisible dentro de
su cerebro, porque se detiene, se queda mirando al vacío un momento y luego
asiente.
—Entendido. Gracias, MeeMaw.
Todos nos reímos, sintiéndonos como si Miranda acabara de atropellar el
intento de razonabilidad de Cameron, aunque no estoy segura de que las
chispas de chocolate por encima de las sprinkles sean una colina en la que
morir cuando hay panqueques y sirope de por medio.
—¿Chance? —Miranda le pregunta a Samantha.
—Baloncesto en el club. Se han unido unos cuantos chicos nuevos y está
intentando conocerlos. Aparentemente, sudar en la cancha es la mejor
manera de hacerlo.
Eso provoca muchas risas y espero a ver si Kayla va a decir algo, pero me doy
cuenta de que me están mirando a mí, esperando mi informe sobre Cole.
—¡Oh! Cole está jugando al ajedrez en el centro con uno de los pacientes.
—¿Que está haciendo qué? —pregunta Miranda, casi asombrada.
—Uhm, tenemos un paciente, el señor C, al que le gusta jugar al
ajedrez —digo con cuidado, manteniendo el anonimato del señor
Culderon—. Y cuando Cole vino a visitarme una vez, jugaron una partida. Se
ha convertido en su 'cosa'. Ha sido bueno para los dos, creo, sobre todo
porque el hijo del señor C. no ha podido venir tan a menudo. Cole ha estado
practicando y leyendo sobre cómo ser un mejor jugador para que el Sr. C no
tenga que contenerse tanto, pero honestamente, probablemente podría vencer
a cualquiera en un puñado de movimientos. Se divierten, eso sí, e incluso han
tenido público un par de veces.
Kayla se inclina hacia delante para ver alrededor de las otras chicas y me
sonríe.
—Ves, eres mágica. Cole, mi hermano, está jugando al ajedrez delante de una
multitud con un chico que conoció en la residencia de ancianos...
—Bueno, centro de cuidados a largo plazo —corrijo—. Y no iría tan lejos como
para decir que era una multitud, pero hay unas cuantas personas que
miraban. Aunque creo que la Sra. D sólo mira a Cole, no la partida de ajedrez.
Es esa última parte la que me hizo reír la primera vez que la vi. De toda la
gente que Cole ha conocido en el centro, la persona que menos esperarías que
le cayera bien -la Sra. Donald, que odia a todos y a todo- adora a Cole. Es
prácticamente un flechazo de colegiala. Prácticamente puedes ver cómo su
nerviosismo se desvanece cuando llega Cole y es tan tierno que no puedo
ponerme celosa. Ni siquiera cuando le hace un par de zapatillas de ganchillo,
que él se pone inmediatamente después de quitarse las botas. Es demasiado
adorable.
Es como si mi plan de hacer ver a la familia de Cole lo increíble que es hubiera
funcionado tan bien que todo el mundo lo ve. Creo que hasta el propio Cole
ha empezado a darse cuenta, lo que ha curado algunas heridas a las que se
había aferrado durante mucho tiempo.
Porque estas personas, su familia, le quieren y siempre le han querido. Puede
que haya habido malentendidos, e incluso algo de odio, pero, aun así, harían
cualquier cosa el uno por el otro. En comparación con mi familia, donde
siempre tuve que fingir que todo iba bien cuando me estaba perjudicando de
formas profundas y dolorosas, sé lo que elegiría si me dieran la oportunidad.
Los Harrington. Amor de verdad. No toxicidad.
Y hoy, siento que me están volviendo a elegir.
A mi, Janey Williams.
Capítulo 27
Cenas familiares en casa. Durante muchos años, las he evitado a toda costa
y, cuando me dignaba a asistir, salía de allí lo antes posible.
Esta noche, eso cambia.
La noche en mi casa con mis hermanos fue un buen primer paso, pero no lo
ha arreglado todo. Sólo el tiempo lo hará, y necesitará mucho esfuerzo por mi
parte. Aquella cena me pareció enorme, pero en realidad fue bastante
pequeña. Pero ha abierto una puerta que estaba cerrada y tapiada. Por mí.
Lo que significa que también es mi responsabilidad arrancar esas tablas,
aunque me lleve unas cuantas astillas en el proceso.
Saber que tengo una mesa llena no sólo de familia, sino de amigos, hace que
la cena de esta noche sea la primera a la que me hace ilusión asistir.
Especialmente con Janey a mi lado.
Ella es la que me ha dado una vida. No sólo una existencia en las sombras. Y
quiero compartir esa vida con ella, empezando por una sencilla cena en casa
de mi familia.
Echo un vistazo a mi teléfono. No le he puesto una AirTag a Janey a pesar de
nuestras bromas, pero compartimos nuestras ubicaciones, a petición suya,
para que sepa dónde estoy durante las vigilancias. Para mí, eso significa que
yo también sé dónde está ella. Veo su pequeño punto moviéndose hacia mi
punto.
—¿Están cerca? —Carter pregunta.
—Diez minutos. —Aun sabiendo que está a kilómetros de distancia, miro por
la ventana del salón como si fuera a aparecer por arte de magia, y Carter se
ríe.
—Será mejor que cierres esa. Creo que cualquier otro ya habría acabado con
tu mierda. —Señala mi teléfono y la aplicación de localización—. Luna
pondría los ojos en blanco si intentara eso, y ambos podemos adivinar lo que
Samantha le haría a Chance.
No se equivoca. Pero ninguno de ellos trabaja en un campo en el que
ocasionalmente tengan que permanecer en silencio durante días seguidos
mientras hacen cosas potencialmente arriesgadas. Eso explica por qué Janey
quiere el servicio de localización. ¿Yo? A estas alturas soy acosador por
naturaleza después de ver y oír algunas de las historias que tengo.
—Lo sé —admito—. Créeme, lo sé, joder.
Un fuerte estruendo resuena en la calle un momento antes de que Kyle gire
en la entrada principal. Va demasiado rápido, pero toma la curva con pericia,
levantando polvo al llegar al final del camino. Por suerte, la verja está abierta,
así que la cruza y aparca delante de la casa. En lugar de apagar la moto,
primero acelera un par de veces y anuncia su llegada con rugidos antes de
apagar el motor. Cuando se quita el casco y lo cuelga del manillar, su sonrisa
es amplia y dentuda. Ha llegado, incluso pronto, pero aun así tenía que hacer
algún tipo de entrada.
El ruido saca a papá de su despacho y ambos se cruzan en el vestíbulo.
—¿Qué haces aquí? —pregunta papá, no con crueldad, sino más bien
sorprendido por la puntualidad de Kyle.
—Cena familiar obligatoria, ¿verdad? —dice Kyle sin detenerse, pasando
junto a papá y entrando en el salón, dejándose caer en una silla frente a
Carter y a mí como si fuera el dueño del local. Me mira con el ceño fruncido,
haciéndome saber en silencio que está aquí porque yo se lo he pedido, pero
que va a hacer lo que pueda para enfadar a papá, porque eso es lo que hace.
—Sí —responde papá, con las cejas fruncidas mientras mira a Kyle, a Carter
y a mí. Probablemente esté intentando averiguar qué tipo de magia utilizamos
Carter o yo para que Kyle llegara a tiempo y por qué él no es capaz de hacer
lo mismo. El problema es que la respuesta está en su espejo, y papá es como
yo, no está dispuesto a mirar allí voluntariamente—. Déjenme envolver las
cosas.
Desaparece por el pasillo hasta su despacho, donde él y Cameron están
haciendo no sé qué mierda para la empresa familiar.
Kyle inclina la cabeza hacia un lado para ver cómo se va papá.
—Saben que es sábado, ¿verdad? El fin de semana. Como los días sin trabajo.
—Gracioso —Carter bromea secamente—. Bastante seguro de que eso es todo
lo que hacen.
Carter no debería tirar piedras. Solía ser igual de malo, enredado en la carrera
de ratas hacia la cima de la montaña de queso, luchando por vencer a
Cameron a cada paso. No fue hasta que encontró una forma de escapar con
Luna que encontró un poco de equilibrio entre el trabajo y la vida, pero al
menos puede ver más allá de la sala de juntas en estos días.
No estoy seguro de que sea el caso de Cameron, y desde luego nunca ha sido
el caso de papá.
Mi teléfono vibra, alertándome de que el punto de Janey ha convergido en mi
punto.
—Ya están aquí. —Me dirijo a la puerta del garaje mientras digo las palabras,
saliendo al encuentro de Janey.
Gracie se me adelanta, irrumpe en casa y grita emocionada a pleno pulmón:
—¡Papá! Ven a verme las uñas.
Mientras todas las mujeres entran detrás de Gracie, sólo tengo ojos para
Janey. Sólo han pasado unas horas, pero la he echado de menos. La tomo en
mis brazos, envolviéndola en un gran abrazo y presionando un sólido beso en
sus labios, que están sonrientes.
—¿Te has divertido?
Sus ojos grises bailan mientras asiente salvajemente, haciendo rebotar sus
rizos.
—¡Lo hicimos! Todo el mundo se hizo la pedicura y la manicura. Incluso yo.
—Levanta las uñas sin esmaltar como si tuviera que ver algo en ellas, así que
sonrío al ver la diferencia, aunque tienen el mismo aspecto que esta
mañana—. Tengo un aceite para cutículas que me va a cambiar la vida con
todos los lavados de manos. Y los dedos de mis pies son de lavanda.
—Tu color favorito —le digo, y ella sonríe, encantada de que yo conozca ese
pequeño detalle tan básico, como si su taza, su llavero y su cepillo de dientes
favoritos no fueran del mismo color.
Supongo que papá y Cameron realmente estaban terminando porque
Cameron aparece para responder a la llamada de su hija.
—Déjame ver —le dice con una sonrisa. Da gusto ver sonreír a Cam.
Gracie levanta los dedos meñique y anular.
—¡Ves! Estos son morados. —Pasa a los dedos índice y pulgar—. Y estos son
rojos. —Y luego levanta los dos dedos del medio, haciendo enfadar
inocentemente a su padre mientras proclama—: Y estos son magenta. Tía
Kayla me ayudó a elegir este color.
Kayla sonríe orgullosa:
—Sí, lo he hecho.
Cameron no reacciona, ni siquiera frunce el ceño mientras mira pensativo las
uñas de su hija.
—Están muy bonitas, cariño. ¿Por qué no vas a lavarte antes de cenar?
En cuanto ella se va a hacerlo, él se ríe.
—¿Crees que sabía lo que hacía? —Él sacude la cabeza, respondiendo a su
propia pregunta—. Probablemente no, ¿verdad?
Kyle se ríe y admite:
—Estoy bastante seguro de que me ha visto echar a alguien antes, así que sí,
lo sabe. —Pero, al mismo tiempo, también se excusa—. ¿De qué otra forma
se supone que te iba a enseñar los diferentes colores?
Sonríe y Cameron suspira.
—¿Puede alguien ayudarme a preparar la cena? Paramos a comprar pizzas
de camino a casa —dice mamá, cortando la discusión. Como sabía que iba a
pasar, los cuatro corremos hacia el Suburban—. Gracias.
Las noches de pizza eran inusuales en la casa de los Harrington cuando
éramos pequeños y, como tales, éramos básicamente salvajes mientras
luchábamos por reclamar el número de porciones que queríamos. No es que
escasearan. Mamá compraba un montón entonces, y ahora, no hay menos de
quince cajas de pizza en el Suburban, además de otras más pequeñas de pan
y palitos de queso.
Cada uno de nosotros agarra unos cuantos y abre la caja para meterse un
trozo en la boca.
—Chance se lo está perdiendo —dice Kyle alrededor de su bocado—. ¿Dónde
está?
Mientras colocamos nuestras cajas en la isla de la cocina, Samantha
responde.
—En camino.
—Apesta ser él —responde Kyle, yendo ahora por un palito de pan.
—Chicos, los platos están en el armario, y hay de diferentes tipos, así que no
se llenen de pepperoni —dice mamá mientras agarra vino, cerveza y refrescos
de la nevera.
Esa era otra parte del ritual de las noches de pizza. Cuando éramos niños,
bebíamos tantos refrescos que casi nos poníamos enfermos. Más tarde, la
cerveza y el vino se convirtieron en opciones, lo que también provocó unos
cuantos disgustos estomacales y muchas más peleas, para ser sinceros. Por
alguna razón, nunca nadie optó por beber agua u otra cosa con la pizza,
aunque no sé por qué.
Nunca pensé en las tradiciones que teníamos ni en cómo habían surgido.
Desde luego, nunca pensé que las peleas por el último trozo de salchichón o
por el palito de queso con más queso serían un recuerdo entrañable, no uno
que encendiera la ira fresca por habérnoslo perdido otra vez. Pero ahora veo
que incluso esas batallas fraternales nos unían de alguna manera. A unos
más que a otros. Pero, aun así, tonterías como las noches de pizza nos
ayudaron a convertirnos y a seguir siendo una familia.
Kayla saca una pila de platos del armario y Cameron ayuda a Gracie a servirse
dos porciones de pizza con queso. Una vez que ha terminado, nos lanzamos
a llenar los platos y los vasos y nos dirigimos a la mesa del comedor.
Probablemente resulte extraño comer pizza en la mesa formal, pero es la
única mesa en la que cabemos todos, especialmente con los cónyuges y
Gracie.
Comemos la pizza mientras mamá nos cuenta lo bien que se lo ha pasado hoy
con todos.
—Estoy deseando repetirlo —exclama justo cuando entra Chance.
—Mierda, ¿me lo he perdido? —me pregunta, con la mirada fija en mí. Le
fulmino con la mirada, y él cierra la boca antes de decir—: Quiero decir, todo
ese pepperoni.... Es mi favorito.
Es evidente que no quería decir eso, pero nadie se lo reclama.
Espero a que vuelva con su plato de pizza y bebo un trago de cerveza. Como
si percibiera mis nervios, Janey me pone la mano en el muslo por debajo de
la mesa. No le he dicho que vaya a hacerlo esta noche, pero ya lo hemos
hablado. Está segura de que es la decisión correcta. Espero que tenga razón.
—¿Mamá, papá? Hay algo que quiero decirles —empiezo.
Juro que se hace el silencio en la mesa, nadie ni siquiera mastica porque no
quieren perderse esto por un poco de corteza de pizza demasiado crujiente.
—Sí, cariño. ¿Qué pasa? —pregunta mamá, limpiándose la boca con una
servilleta.
Respiro hondo. Debería haber planeado lo que iba a decir, pero pensé que las
palabras me saldrían en el momento. Me equivoqué.
—Por si te lo preguntabas, soy investigador privado.
Sí, eso es. Sin explicaciones ni pistas contextuales ni advertencias. Solo un
bombazo de “esto es lo que hago para ganarme la vida” como si fuera alguien
a quien acaban de conocer.
Dos segundos después, que parecen una eternidad, mamá jadea con los ojos
muy abiertos.
—¿Qué eres? ¿Un investigador privado? Eso suena muy peligroso.
Si hubiera premios de la Academia a la peor actriz de reparto, mamá ganaría
sin duda alguna. Su dramatismo no tiene nada que envidiar al de Gracie
contando una historia sobre monstruos morados que bailan por el pasillo de
su colegio.
Mamá mira a papá en busca de ayuda, pero él se encoge de hombros.
—¿Y?
Se me da bien leer a la gente. Es literalmente mi trabajo, o al menos una parte
importante de él. Pero cuando miro de mamá a papá y viceversa, no puedo
relacionar lo que veo con lo que esperaba.
Confundido, intento aclararlo, preguntando sin entender:
—¿Lo sabían?
—¿Qué quieres decir? Claro que lo sabemos —dice papá—. Siempre lo hemos
sabido. No podía tener a mi hijo por ahí haciendo Dios sabe qué. Hice que mi
chico te investigara hace años.
—Estábamos preocupados, ¿sabes? —explica mamá, que ahora parece un
poco preocupada por mi reacción.
Papá me investigó. Y yo no lo sabía. ¿Cómo demonios ha ocurrido? Intento
hacer memoria y buscar algún momento en el que alguien me haya estado
vigilando, pero no encuentro ningún comportamiento sospechoso. Claro que,
dependiendo de cuánto tiempo haya pasado, puede que estuviera demasiado
verde para darme cuenta.
Me quedo atónito, congelado en el sitio mientras mi mente va a un millón de
millas por segundo. Lo saben. Siempre lo han sabido. No era un gran secreto
por el que nunca se preocuparon lo suficiente como para preguntar. De
hecho, les importaba tanto que me investigaron y luego no dijeron ni una
palabra, respetando mi silencio al respecto de la misma forma que lo hicieron
mis hermanos.
Janey me aprieta el muslo por debajo de la mesa, apoyándome en silencio y
tal vez rogándome que esté de acuerdo con esto.
—Nos sentimos aliviados cuando te instalaste en la nueva casa. Buena
ubicación, gran seguridad y una buena cantidad de metros cuadrados en la
calle por si alguna vez quieres vender. Demuestra que te has creado un nicho
de mercado sólido y que te va bien. Estoy orgulloso de ti. —Papá suelta
palabrería de negocios con facilidad, pero lo que realmente impacta son esas
cuatro palabras.
¿Está orgulloso de mí?
¿En qué puto universo alternativo estoy viviendo?
Janey me sacude la pierna por debajo de la mesa hasta tal punto que casi me
tambaleo en el asiento. Echo un vistazo y la encuentro sonriendo
maníacamente.
—¡Te lo dije! Sabía que se alegrarían por ti.
Me lo dijo. Varias veces, de hecho. Vio el lado bueno de mi familia incluso
cuando yo sólo veía nubes de tormenta y relámpagos.
—Gracias —le digo a papá. Miro a mis hermanos alrededor de la mesa y todos
parecen tan boquiabiertos como yo.
—Espera —dice Gracie, levantando la vista de su pizza—. ¿Eres como
Magnum P.I., tío Cole? Porque a mí me gusta Jay Hernandez.
—¿Quién? —Mamá pregunta.
—Jay Hernandez —repite Gracie—. Es Magnum P.I.
—Creo que te refieres a Tom Selleck, cariño —dice mamá con seguridad, y
Gracie niega con la cabeza.
—Ha habido un remake, mamá —dice Cameron servicialmente—. Yo la veo a
veces y, por lo visto, alguien la ha estado viendo conmigo cuando se supone
que debería estar en la cama. —Cameron lanza a su hija una mirada paternal
de 'esto no ha terminado', pero ella no parece darse cuenta porque me mira
en busca de una respuesta.
—¿No exactamente? —digo inseguro, pero cuando Gracie pone cara de
decepción, me corrijo—: Pero sí, más o menos, supongo.
Mamá da un sorbo a su vino y pregunta despreocupadamente:
—¿Se suponía que esto era uno de esos grandes secretos que todos tienen,
como que Ira dejaba la puerta lateral abierta? Sabes que lo sé todo sobre eso,
¿verdad?
—¿Qué? —Kayla chilla—. ¡Eso se suponía que era entre Ira y yo!
Nos miramos sorprendidos y luego la sonrisa inocente de mamá, dándonos
cuenta de que Ira y mamá jugaban con todos nosotros. Éramos jóvenes y
tontos, jugábamos a las damas mientras ellos jugaban al ajedrez. Creo que
todos teníamos un trato “secreto” con Ira para escabullirnos y, mientras
tanto, él nos mandaba a paseo y mantenía a nuestros padres al tanto de todos
nuestros movimientos.
Mamá se ríe.
—No podía creer que nunca se encontraran intentando volver antes de la
última copa de medianoche de Charles y mi ida al baño de las dos de la
mañana.
Reproduzco las innumerables veces que me quedé fuera, mirando el reloj y
esperando a que se apagara una luz, señal de que no había moros en la costa
porque mamá y papá estaban en la cama. Ni una sola vez pensé que me
estuvieran esperando despiertos o que les importara que me hubiera
escapado. Tampoco se me ocurrió pensar que no era el único niño que se
escapaba.
—¿Cómo es que nunca nos encontramos? —se pregunta Kayla.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando. Nunca me escapé —ofrece
Chance.
—Claro que no, Sr. Buenazo —se burla Kyle—. Te acostabas a las diez cada
noche para dormir tus ocho horas como un buen chico. Los demás teníamos
vidas.
—¡Mierda! —Siseo, conectando más puntos—. Vi a Ira en la charcutería esa
vez. Dijo que estaba visitando a un amigo.
Papá no dice nada, pero conozco esa sonrisita. Yo mismo la he hecho cuando
siento que me he salido con la mía.
Papá conocía mi trabajo y mi vida durante todos estos años, y mamá sabía lo
que hacíamos incluso cuando éramos niños. Siempre lo supieron... todo. Y
tal vez me estaban dando el espacio que yo quería, dejándome guardar mis
“secretos” y sin descartarme del todo.
Esto no lo arregla todo, especialmente con mi padre. Todavía hay toda una
vida de idioteces por ambas partes. Pero Janey ayudó a arreglarme a mí y a
mis hermanos, y tal vez con el tiempo, esta revelación ayudará a arreglarme
a mí y a mis padres.
—¿Estás hablando de secretos? —Gracie pregunta—. ¿Como comprarme el
frabb-a-chino grande con patatas de java que papá no me deja tomar?
—¿Qué? —pregunta Cameron, dándose la vuelta para mirar a su hija—.
¿Quién te da eso?
Gracie se encoge de hombros y sonríe inocentemente.
—Todos menos tú.
Cameron dirige una mirada fulminante a todos los de la mesa, uno por uno,
y todos hacemos como si no lo viéramos o no tuviéramos ni idea de qué está
hablando Gracie.
—La próxima vez, tendrás chocolate caliente —amenaza mamá a Gracie, que
parece notablemente despreocupada por el castigo—. Sin nata montada.
—Vaya, qué amor más duro, mamá —bromea Cameron.
Gracie se ríe y mastica su pizza con satisfacción. Sabe que de todos los
Harrington... ella es la princesa al mando.
Capítulo 28
—¡Qué bien ha ido! —grito feliz mientras entramos por la puerta principal de
mi casa. —Sabía que así sería. Creo que ni siquiera necesité mi plan. Ellos ya
lo sabían.
Cole cierra la puerta con llave.
—¿Plan? ¿Qué plan?
¡Uy! No debería haber dicho esa parte.
—Uhm... mi plan para, uh...
—Janey. —Cole levanta las cejas expectante—. Sólo dilo.
—Plan Cole: Reconociendo lo asombroso —admito con un destello de mis
manos como si el plan hubiera estado en una marquesina iluminada todo el
tiempo. Cole frunce el ceño, no lo entiende, así que le explico—: Dijiste que
no te conocían, así que quería que vieran lo increíble que eres. Pero resulta
que sí te conocían. Solo que no sabías que sabían lo que ya sabían, ¿sabes?
Tiene todo el sentido del mundo, estoy casi segura. Y en lugar de enfadarse
por mis maquinaciones, Cole sacude la cabeza con una sonrisa mientras me
estrecha en sus brazos.
—Tú eres la increíble. Sobre eso... ¿podemos hablar?
Veo cómo se le borra la sonrisa y sus ojos se vuelven oscuros y serios, y en
otro tiempo, habría entrado en pánico, esperando un ataque verbal por
sorpresa. O un insulto hiriente, culpa o ira. Estaba condicionada a anticipar
y aceptar esas cosas, y la única forma de mitigar su daño era fingir que era
otra cosa. Algo que había que superar para llegar al día soleado del otro lado.
Pero esa Janey se ha ido. La curé, con la ayuda de Cole, así que puedo darle
el momento que necesita para ordenar sus pensamientos sin preocupaciones.
Las palabras son difíciles, especialmente para él, y puedo esperar.
—Esto era más fácil la última vez —refunfuña, pero no tengo ni idea de lo que
quiere decir. Me guía hasta el sofá y nos sentamos, uno frente al otro. Me
agarra las manos con las suyas, respira hondo como si se estuviera
preparando para algo importante y suelta—: Te amo.
Exhala pesadamente, como si se hubiera quitado un peso de encima con la
confesión. No puedo evitar sonreír, un poco confusa por tanto alboroto por
algo tan obvio.
—Lo sé.
—¿Qué?
—Sé que me amas —le aclaro—. Yo también te amo.
Sonríe, una de esas sonrisas grandes, casi aniñadas, en las que se le iluminan
los ojos.
—¿En serio?
—Claro —Le digo burlona, estupefacta ante su incredulidad—. Claro que te
conozco. ¿Ya te has conocido? Eres increíble, como demuestra mi plan a
prueba de tontos, con garantía de éxito.
—Me he conocido. De ahí la sorpresa por tu reacción —bromea—. No lo dije,
así que pensé...
Él no lo entiende. Está siendo autodespreciativo, pero en realidad me encanta
su carácter gruñón y tranquilo y que, de todas las personas del mundo, haya
elegido dejarme entrar en su corazón secretamente tierno. Bueno, tal vez forcé
un poco mi entrada como un aferrado a la etapa cinco, pero no pareció
importarle. Sobre todo.
—No necesito las palabras —digo—. Me han quemado toda la vida, y tú me
has demostrado que me quieres de un millón de formas distintas... con
acciones, todos los días. Cuando piensas en mí, me tienes en cuenta y te
esfuerzas por comportarte de un modo que me haga feliz, ése es tu amor. Tus
acciones son tu verdad, y yo las siento alto y claro.
Me llevo la mano al corazón porque es ahí donde lo siento.
La forma en que me mira hace que se me salten las lágrimas.
Sus acciones son suficientes para mí. ¿Pero Cole?
Vi su cara cuando su padre le dijo que estaba orgulloso de él. Puso un
pequeño parche de saliva y chicle en una grieta de su corazón que había
estado ahí desde que era un niño. Y su cara ahora, cuando le he dicho: —Yo
también te amo.
Quiere mis palabras.
Nadie quería escucharme, así que hablaba sola porque estaba sola. Cole
pensaba que nadie quería escucharle, así que básicamente dejó de hablar.
Pero, de algún modo, lo que necesitamos y lo que aportamos es perfecto el
uno para el otro.
—Cole, te amo —repito. Tomando sus manos, lo digo tres veces más,
apretando sus manos cada vez para enfatizar—. Te amo, te amo, te amo.
Vuelve a sonreír y yo juro en secreto que se lo diré todos los días, un millón
de veces al día, hasta que se canse de oírlo. Después, se lo susurraré cuando
duerma, le enviaré mensajes de texto y le dejaré notas de pintalabios en el
espejo hasta que lo sepa en el fondo de su alma.
Nota mental: comprar pintalabios.
—Bueno, eso hará esta parte más fácil, entonces —dice.
Me excito cuando se levanta, pensando que está a punto de llevarme al
dormitorio. Pero en lugar de eso, se arrodilla.
Jadeo y me tapo la boca con las manos. ¿Está...?
—¿Cole?
—La última vez que hice esto, era falso. Para que quede claro, esto es de
verdad. —Me mira fijamente, y yo asiento feliz.
—Bien, bien... Estoy lista… adelante… ¡ESPERA! —grito levantando las
manos. Me froto las ojeras y miro al techo un segundo, para asegurarme de
que veo bien—. Contrólate, chica. Llevas toda la vida esperando este momento
y sólo va a pasar una vez, así que no pestañees, porque esto va a ser muy
bueno.
Termino con un gritito de vértigo para dar rienda suelta a la alegría que corre
por mi torrente sanguíneo y vuelvo a centrarme en Cole.
—¿Estás lista? —me pregunta con una sonrisa paciente mientras vuelve a
tomar mis manos entre las suyas.
Asiento con la cabeza porque, si digo algo, se me va a escapar una respuesta
antes de que haga la pregunta.
—Janey Susannah Williams, eres lo mejor y más brillante de mi vida. Ves el
bien en el mundo y me ayudas a verlo también. Amas con abandono, dando
libremente todo tu corazón. Prometo ser digno de ese regalo cada día. Gracias
por demostrarme que el amor existe.
Las palabras son parecidas a las de su primera proposición, pero adaptadas
a lo que hemos llegado a ser, el uno para el otro y nosotros mismos.
Vagamente, me pregunto si recordaba lo que dijo exactamente o si buscó y
encontró un vídeo en Internet de la recepción “arruinada” de Paisley y
memorizó lo que dijo entonces para poder repetirlo ahora. Eso me parece más
propio de él, y el esfuerzo que le costaría es entrañable y me hace sentir
cariño.
Estoy vibrando, con el “sí” en la punta de la lengua, y si no se da prisa en
llegar a la pregunta, no podré contenerlo. En realidad, cuando me cae el
cabello en la cara, me doy cuenta de que estoy moviendo la cabeza arriba y
abajo, respondiendo ya en silencio.
Cole sonríe, pero no me hace esperar más.
—¿Me harías el honor de dejarme ser tu marido para que pueda amarte,
quererte y adorarte todos los días de nuestras vidas?
—¡SÍ! —grito mientras me lanzo sobre él. Me atrapa y le rodeo el cuello con
los brazos, cayendo los dos a la alfombra—. ¡Te amo muchísimo! Como
cantidades estúpidas de amor aterrador, obsesivo, quiero esconderme y ser
una ermitaña contigo, así que no actúes como si no supieras en lo que te
estás metiendo, ¿bien?
Siento su risita contra mi cuello.
—Lo mismo, mujer.
Me besa y por una vez siento que el universo encaja en su sitio.
No somos un cuento de hadas. Él es un poco bruto, un poco acosador y con
algunos daños. Yo tampoco soy un premio, con más sol que sentido a veces.
Pero de alguna manera, nuestras banderas de bichos raros coinciden. Y eso
es lo que importa.
—Ven aquí, hay algo que quiero enseñarte —murmura Cole contra mis labios.
Dejo que me ayude a levantarme del suelo y me guíe por el pasillo hasta mi
dormitorio, segura de que sé lo que me va a enseñar. Ya lo he visto antes...
pero eso no significa que no quiera volver a verlo.
Y otra vez.
Y otra vez.
Fin