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Contenido
Sinopsis Capítulo 12 Capítulo 23
Capítulo 1
Capítulo 13 Capítulo 24
Capítulo 2
Capítulo 14 Capítulo 25
Capítulo 3
Capítulo 15 Capítulo 26
Capítulo 4
Capítulo 16 Capítulo 27
Capítulo 5
Capítulo 17 Capítulo 28
Capítulo 6

Capítulo 7 Capítulo 18 Capítulo 29

Capítulo 8 Capítulo 19 Capítulo 30

Capítulo 20
Capítulo 9 Epílogo

Capítulo 10 Capítulo 21 Epílogo extendido

Capítulo 11 Capítulo 22
Sinopsis
¿Qué debe hacer una chica cuando aparece un desconocido sexy en su
cabaña de vacaciones? Correr. Probablemente. O...
Lo tenía todo planeado. Una escapada perfecta, en un bosque perfecto, con
mi novio perfecto. Debería haber sido... perfecto.
Hasta que rompe conmigo y me deja sola cuando un desconocido me
sorprende después de ducharme y me mira el trasero desnudo.
Estoy avergonzada y asustada, pero el spray para osos podría haber sido un
poco exagerado. Sobre todo, porque esta confusión AirBnB 1 está resultando
ser lo mejor que me ha pasado nunca. Tal vez.
Cole Harrington es gruñón y misterioso, gruñe respuestas de una sola
palabra y definitivamente guarda secretos. Pero también tiene unos ojos
azules a los que no se les escapa nada, unos hombros anchos que soportan
el peso del mundo y una sonrisa por la que hay que trabajar. Y parece odiar
a todo el mundo... menos a mí. Incluso se ofrece de voluntario para ser mi
falso novio en la boda de mi prima y enemiga.
Y ahí es cuando las cosas van realmente mal. ¿O bien?
Sólo tengo que seguir recordándome a mí misma... que todo es falso y muy
temporal. No te enamores de él, aunque sea infinitamente más adorable de
lo que cree. Especialmente cuando me besa feroz, profunda y
posesivamente.
Así que, sí... totalmente falso.
Hasta que aparece en mi casa. Lo que es una bandera roja de acosador,
¿verdad? Pero no se siente como tal. Se siente como si yo fuera... suya.
Probablemente.
Nunca te enamores de un novio falso es un romance independiente
interconectado con un “felices para siempre”.

1 Air Bed — and — Breakfast por sus siglas en inglés. Es una plataforma que ofrece a anfitriones en
todo el mundo la opción de alquilar el espacio que tengan disponible, ya sea una propiedad completa
o parte de ella
Capítulo 1

—Muy bien, eso es todo por mí, señora Michaelson —le digo a la mujer que
yace plácidamente en la cama mientras envuelvo su frágil cuerpo con las
mantas. Lleva años viviendo aquí y sus hijos ya casi no vienen. Están
demasiado ocupados con sus propias vidas y ya han llorado la pérdida de la
que fuera su vibrante matriarca. Pero, aunque ellos han seguido adelante,
ella sigue aquí, y mi trabajo como enfermera es asegurarme de que está bien
cuidada, algo que me tomo muy en serio.
Hago una pausa como si ella fuera a responder y luego contesto en
consecuencia con voz brillante y alegre.
—Por supuesto, tendré cuidado y me divertiré. Y si sobrevivo al tiempo con
mi familia, te contaré todo sobre la boda cuando vuelva. Va a ser sacado
directamente de una telenovela: drama, peleas de gatas y lágrimas falsas,
¡vaya! —Le lanzo un guiño exagerado, despreocupada siendo mi yo raro con
mis pacientes, sobre todo porque son un público cautivo que aprecia la
conversación.
O al menos me gusta pensar que lo hacen. No comparten sus opiniones
conmigo a menudo.
Aun así, me imagino a la señora Michaelson chasqueando la lengua ante la
poco halagadora descripción de mi familia. No estoy segura de que fuera así
cuando era ella, pero en mi imaginación es una mujer muy correcta, refinada
y ligeramente crítica.
Miro por la pequeña ventana que da a la habitación algo de luz natural y
suspiro. La semana que viene va a ser el remake literal en vivo de “el mejor
de los tiempos... el peor de los tiempos” de Dickens. Garantizado.
Primero, tengo días de paz en una cabaña a las afueras de la ciudad con mi
novio, Henry, donde nuestros planes son leer, relajarnos, dar unos paseos
por la naturaleza y remojarnos en el jacuzzi. Serán nuestras primeras grandes
vacaciones juntos, y estoy emocionada y nerviosa a la vez, sobre todo porque
ahora él está atrapado en el trabajo unos días más y se va a encontrar
conmigo allí. . .
—¿En serio tienes que trabajar? Programamos esto hace meses.
—Lo siento, nena. El deber me llama. Sabes que no pueden hacerlo sin mí, y el
plazo se acaba pronto. —Suena distraído, como si estuviera leyendo la pantalla
de un ordenador mientras me dice que no puede acompañarme todo el tiempo.
—¿Qué tal si te espero? —Sugiero esperanzada—. Así podremos ir juntos y
disfrutar de las cantidades obscenas de comida basura y las canciones
desafinadas del viaje por carretera. —Es una buena idea, aunque nos haga
perder algunas noches de nuestra reserva. Pero no me importa. Quiero a Henry.
Henry, sin embargo, parece pensar de otra manera.
—Paso de eso. Sabes que no sabes cantar.
Nunca he pretendido ser una Kelly Clarkson pelirroja, pero suena peor cuando
dice que no sé cantar. Estoy de acuerdo de todos modos porque mi falta de tono
no es el problema. Lo es la desaparición de nuestras vacaciones en pareja.
—Por eso dije desafinar.
—¿Eh? Oh, sí, bueno. Escucha, me tengo que ir. Los chicos me están buscando
para sacar el látigo. Pero tu debes seguir adelante sin mí. Necesitas paz y
tranquilidad. Te veré allí cuando termine, ¿de acuerdo?
Parece que no tengo elección y no quiero que empecemos a discutir, así que
sonrío.
—De acuerdo. Nunca he ido de vacaciones sola y no estoy del todo segura de
saber qué hacer conmigo misma, pero supongo que ya me las apañaré.
¿Cuándo crees que...?
—Buena chica. Estaré en contacto. Adiós, nena.
La línea se corta.
Sí, así que esa es la mejor parte de los tiempos.
Y entonces, tras la forzada relajación solitaria y el feliz reencuentro con Henry,
llega el peor de los tiempos.
Las nupcias de mi prima Paisley, que se celebran el próximo fin de semana,
han estado destinadas a ser mi propio infierno personal desde que éramos
niñas. En una familia que quería pasar mucho tiempo junta, viendo a los
niños jugar mientras los adultos tomaban limonadas y cotilleaban sobre todo
el mundo, Paisley siempre ha sido mi matona.
Por supuesto, ningún adulto vio nunca cómo me atormentaba. Ponían la otra
mejilla cuando derribaba mis bloques de construcción, aplaudían cuando me
hacía pasar por el monstruo en las representaciones familiares y se reían
cuando me llamaba “Janey la Ingenua”, un comentario contundente sobre mi
experiencia tardía y poco amistosa con la pubertad. Porque, por supuesto,
ella creció bien y es todo lo que yo no soy.
Paisley es alta y ágil, como una princesa de cuento. Yo soy bajita y con curvas.
Su cabello es rubio caramelo y le cae como una sábana por la espalda. El mío
es rojo anaranjado brillante y los rizos sobresalen de mi cabeza como si
hubiera metido un dedo en un enchufe. Ella tiene la sonrisa perfecta de
anuncio de dentista, mientras que la mía es demasiado amplia y deja ver el
diente astillado que no me atreví a arreglar porque no quería decirle al
dentista que me lo había hecho al chocar contra una puerta mientras miraba
embobada a un chico guapo.
Y luego están nuestras personalidades. Mientras que Paisley es una zorra
para mí, para los demás es encantadora y la gente se enamora de ella en
segundos. Yo soy una extraña mezcla de ratón silencioso y boca sin filtro,
siempre divagando para mis adentros, pero sin llegar a decir gran cosa,
aunque tampoco es que importe porque, de todos modos, la gente no me
escucha. Por otra parte, mi esperanza y mi sueño es ser lo más invisible
posible para no convertirme en el objetivo de nadie como lo fui de Paisley
durante toda mi vida.
No es que guarde rencor, exactamente, pero tampoco tengo ganas de ver a
ciertos miembros de la familia. Como la novia. A menos que se tropiece en el
pasillo, se rasgue el vestido y admita llorando que no merece a Max, su
prometido.
Bien, no quiero que eso pase. La verdad es que no. Mucho.
Me gustaría poder saltarme la boda, pero eso desencadenaría una nueva serie
de dramas familiares, así que mi mejor opción es esbozar una sonrisa falsa
(con los labios cerrados, por supuesto, maldita astilla), asistir, sufrir y salir
corriendo antes de que nadie se digne a mirarme. Mi única opción.
—Lo sé, no debería ser así con mi familia, pero usted no los conoce como
yo —le digo a la señora Michaelson, imaginando su decepción maternal
conmigo. Pero ella no tiene recuerdos de hacerse pis en fiestas de pijamas
porque alguien le metió la mano en agua caliente. Yo sí los tengo. Y no era
una niña. Tenía quince años, lo que lo hacía mucho peor. Sobre todo, cuando
las burlas pasaron de “ew, ¿has mojado la cama?” a “a lo mejor es una meona”
y bromas sobre mis “sueños húmedos”, y yo no sabía lo que eso significaba,
lo que llevó a toda una nueva ronda de burlas. Sí, muy gracioso.
Así que sí, discúlpame si estoy temiendo ver a Paisley toda arreglada, a todo
el mundo adulándola a ella y a su nuevo marido, y a mi familia
preguntándome si tengo algún prospecto. Y luego riéndose de la sola idea.
Mierda. Estoy guardando rencor.
Pero están justificados. Creo que sí. Probablemente.
Por el lado bueno, al menos tengo una fecha para la boda. No puedo imaginar
lo que Paisley diría si me presentara sola en su boda. Seguro que sería un
montón de “pobre, lamentable, llorona Janey” disfrazado de preocupación y
pena reales mientras ella sonreía no tan sutilmente ante mi desgracia y se
reía a mis espaldas. O directamente en mi cara.
Miro el reloj y me doy cuenta de lo tarde que es.
—Uy, tengo que irme. Mason se hará cargo del turno de tarde —digo,
cambiando el nombre en la pizarra que la señora Michaelson nunca ha
mirado—. Ah, y no te olvides de echarle la bronca a Mason por su bigote
porno. Tiene que dejarse crecer la barba, RÁPIDO —le susurro a la mujer.
—¡Eh! —Mason se queja desde la puerta, donde se asoma por la
esquina—. Conozco tu verdadero problema con mi bigote. Estás deseando el
look de villano de la época de Chris Evans. —Se pasa la mano por la boca,
alisando innecesaria y dramáticamente el cabello enjuto hacia abajo y luego
sonríe mientras su mano se transforma en una pistola de dedos—. Oh,
sí —retumba, asintiendo como si esa serie fuera el epítome del sexy-cool.
Mason es mi mejor amigo en el trabajo, y también fuera de él. Es un chico
estupendo y llevo años trabajando con él en el centro de cuidados, ayudándole
a pasar de enfermero novato a cuidador seguro de sí mismo. A su vez, él es
mi hombre de confianza, me anima, me levanta el ánimo y le dice a todo el
mundo en el centro “muévete, zorra” cuando mi educado y demasiado
silencioso “perdón” no es suficiente. Por el camino, hemos llegado a
conocernos y es una de las pocas personas con las que me siento cómoda
bromeando.
Sabía que me estaba escuchando, que es la única razón por la que mencioné
su vello facial, así que le devolví la sonrisa.
—Tengo razón y lo sabes. Tus cabellos en la barbilla son épicos y has
proclamado muchas veces que a las chicas les encanta tu
barba —bromeo—. Joder, bromeamos sobre seguir el ejemplo de LL Cool J2 y
llamarte LL Hairy M3, pero eso tiene un rollo completamente distinto, así
que... ew.
Su confianza natural se derrite y agacha la barbilla casi desnuda con un
tímido encogimiento de hombros que es la antítesis de su fanfarronería
habitual.
—Greta no era una fan.
—Entonces no somos admiradores de Greta —replico con una ceja levantada
y un fuego que normalmente no expresaría, pero la situación de Mason lo
requiere. Como no parece estar más seguro, propongo—: Si le dijeras que
prefieres a las rubias, con la más mínima insinuación de que se tiña el
cabello, te quemaría en una efigie. Y toda la humanidad femenina, yo
incluida, la animaría y le ofrecería un mechero. ¿Por qué debería ser diferente
tu barba? Si te gusta, lúcela.
¿Has oído alguna vez la expresión “Los que pueden, hacen, los que no pueden,
¿enseñan?” Sí, ahora mismo estoy enseñando mucho porque Mason me
recuerda:
—¿No eres la misma chica que se hizo un alisado profesional que le llevó tres
horas enteras y varios cientos de dólares porque Henry pensó que tu cabello
debía estar menos alborotado para la fiesta de Navidad de la empresa?
—Bueno, sí —estoy de acuerdo—. Pero eso no lo hace correcto. Y mi cabello
es una locura. Tu barba parece un anuncio de una revista de leñadores. No
la desperdicies.
—Tienes razón —admite, pero no creo que esté de acuerdo. Afortunadamente,
la semilla está plantada, porque se merece a alguien que aprecie su humor

2 James Todd Smith es un cantante de rap y actor estadounidense, más conocido por su nombre
artístico LL Cool J.
3 Juego de palabras hairy me, soy peludo o velludo.
socarrón, su belleza y su corazón de oro. Si eso es Greta, genial. Si no, Mason
podría tener mujeres haciendo cola en la acera con una mirada—. ¿Henry y
tú están listos para R y R y otra R? —pregunta, desviando la conversación de
cosas que preferiría no examinar demasiado de cerca.
Por supuesto, se lo permito, sin discutir un ápice. Pero frunzo el ceño,
devanándome los sesos en busca de la tercera R. ¿Descansar, relajarse y...?
—Relajarse, romance y montar4, vaquera —ulula con el peor acento falso que
he oído nunca. Con un brazo por encima de la cabeza, hace como si montara
un toro... o cualquier otra cosa—. ¡Yah, yah!
Los movimientos se vuelven más azotes y menos rodeo, y no puedo evitar
reírme. Mirando por encima del hombro a la señora Michaelson, le regaño con
una sonrisa:
—Eres horrible y eso está mal, muy mal. Seguro que estaría agarrándose las
perlas y moviéndote el dedo. Mason Bowen Tillman. —Levanto la voz como
me imagino que sonaría ella, usando su nombre completo de gobierno para
darle una reprimenda por ser un maleducado.
—Probablemente —asiente mientras su sonrisa de satisfacción no hace más
que crecer. Sacudo la cabeza, aun riéndome un poco—. En serio, diviértete.
Te lo mereces, Janey.
—Lo sé —bromeo mientras firmo la ficha.
Me lo merezco.
Sigo repitiéndomelo, con la esperanza de que, si lo convierto en un mantra,
empezaré a creérmelo. De momento, no funciona. Pero sigo intentándolo, al
estilo de “la práctica hace al maestro”.
A pesar de que juzgo la relación de Mason, no le dije que Henry me abandonó
por el trabajo. Sé lo que diría, y no quiero otra charla TED 5 sobre cómo estoy
dejando que Henry me pisotee y dando más de lo que recibo. Ya hemos tenido
esa conversación unas cuantas veces, y mantengo mi argumento de que,
aunque Henry no es perfecto, yo tampoco lo soy, y estamos haciendo que
funcione, incluso dando pasos hacia una relación más seria.

4ridin en español montar


5TED significa Tecnología, Entretenimiento, Diseño (en inglés: Technology, Entertainment, Design).
Es una organización sin fines de lucro dedicada a las “ideas dignas de difundir” (ideas worth
spreading)
Como unas vacaciones juntos.
E ir a una boda.
Además, hoy en día doy gracias a mi suerte por tener un novio que trabaja,
tiene auto y casa propios y no bebe en exceso. Cosas que deberían ser
requisitos mínimos, pero que a menudo son difíciles de encontrar en una
persona soltera.
—Hola, Sra. Michaelson. Soy Mason. Usted y yo vamos a divertirnos esta
noche. Tenemos preparada para usted una encantadora dosis de electrolitos
2023 para esta noche —le oigo decir como si le estuviera leyendo la carta de
vinos.
Saludo con la mano a las otras enfermeras del mostrador, amables hasta
decir basta, y me voy. Mis primeras vacaciones en años y mis primeras
vacaciones en solitario. Aunque solo sean unos días hasta que Henry termine
el proyecto McDermott.

Tengo mi Red Bull de fresa y albaricoque favorito en el portavasos, un


audiolibro obsceno sonando, y alrededor de la franja gris de carretera de dos
carriles por la que conduzco no hay más que un bosque verde oscuro que me
hace sentir como un millón de dólares. ¿Me faltan kilómetros para dormir?
Que te jodan, Robert Frost. Siento que me quedan kilómetros por recorrer
para vivir.
El sol baila entre las hojas, creando un efecto moteado frente a mí, y siento
que con cada kilómetro que me alejo de la ciudad puedo respirar un poco más
hondo. Me lo merezco.
“Sí, mi Reina. Muéstrame cómo lo necesitas. Estoy aquí para servir. La polla de
Devon entra y sale del coño resbaladizo de Verónica mientras él desnuda su
cuello, invitando a su mordisco agudo. Verónica mueve sus dedos para bailar
sobre y alrededor de su conexión, sintiéndose finalmente plena y completa. En
un sentido. Pero en otro sentido, sigue hambrienta... tan hambrienta”.
Una voz automatizada interrumpe mi libro, y me sobresalto, sintiendo que
mis mejillas se calientan como si fuera yo la que está siendo manoseada y
follada. “Gire a la derecha en Private Drive”.
—Mierda —siseo e inmediatamente me río de mi reacción exagerada—. Sigan,
los dos —digo cuando la historia de Devon y Verónica vuelve a empezar.
Pero un momento después, tengo que bajar el volumen para poder
concentrarme. Este “camino privado” es más bien un sendero, con árboles
que invaden ambos lados de Sioux-B, mi Crosstrek6 amarillo, y tengo que
mantenerme directamente centrada en las dos huellas de los neumáticos para
evitar que las ramas me rayen la pintura.
Espero que el GPS no me esté guiando mal. Me niego a ser una de esas
personas que se meten en un río simplemente porque suponen que su GPS
sabe lo que está haciendo, así que, si no empiezo a ver cabañas pronto, puede
que tenga que dar marcha atrás para salir de aquí. Y aunque soy una buena
conductora, dar marcha atrás por el bosque mientras se acerca la puesta de
sol suena a mal plan.
Avanzo apenas a ocho kilómetros por hora, con un ojo puesto en el camino -
quiero decir, en el camino privado- y otro en los árboles. He dejado la carretera
principal hace unos minutos, y eso que apenas era un tramo de dos carriles
de asfalto rural que había visto días mejores. ¿Y ahora? Estoy en el quinto
pino.
Una emoción secreta corre a través de mí.
Aunque es un lugar muy remoto, el bosque ya es precioso, y tengo fe en que
serán unas vacaciones estupendas.
Solos Henry y yo, solos en el bosque, con un jacuzzi privado y una cama de
matrimonio en un altillo. Sin estrés, sin trabajo, sin planes. Sólo nosotros.
Elijo ignorar el elefante en el plan que es la boda de Paisley. Por ahora, me
concentro en lo bueno como siempre lo hago. No tiene sentido revolcarse en
una tormenta que no puedo evitar que venga, así que voy a centrarme en el
sol.
Cruzo una colina y veo entre los árboles un pequeño claro, ¡y ahí está! La
cabaña es exactamente igual a la que aparece en la página web, con un porche
lo bastante grande para que quepa una mecedora de dos plazas, una
chimenea y una roca con una pata de oso y el nombre Anderson. Chillo
mientras me muevo un poco en el asiento, orgullosa de haberlo encontrado

6 Marca de auto.
por mí misma y emocionada por entrar. Aparco el auto a un lado, como me
han indicado, saco la maleta del maletero y me dirijo a la puerta.
Una rápida comprobación de mi correo electrónico de confirmación me da el
código de la puerta, y cuando la luz se pone en verde y oigo el suave chasquido
de la cerradura al girar, vuelvo a bailar. Cuando abro la puerta... y entro en
el paraíso, el único sonido que se oye es el de mis zapatillas de tenis en el
porche de madera.
Bien, quizá no sea la versión del paraíso de todo el mundo, pero es la mía. La
cabaña es perfecta, como si las fotos online se hubieran hecho esta mañana,
hasta las chuletas frescas a cuchillo en los dos cojines del sofá a juego.
En el anuncio lo llamaban rústico moderno, y yo estoy de acuerdo, con las
grandes vigas de madera del techo, las paredes blancas y la decoración
minimalista. Hay una chimenea con una alfombra mullida delante... Espera,
¿eso es una piel de oso? Esperemos que sea falsa o, al menos, antigua. Pero
se me pasa por la cabeza cuando miro el resto del espacio. La cocina es
pequeña y eficiente, con un hornillo y un frigorífico del tamaño de un
apartamento, y las escaleras son casi como escalonados, que llegan hasta un
altillo invisible donde sé que está la cama, y las ventanas de la parte trasera
del espacio no tienen adornos, dejando que el verde de los árboles te rodee,
incluso cuando estás dentro. No es que hagan falta cortinas. No hay otra
señal de interferencia humana hasta donde alcanza la vista.
Dejo caer la maleta, corro hacia la puerta trasera y abro de golpe la corredera.
El jacuzzi está aquí, junto con algunos asientos exteriores. Respiro hondo,
dejando que los olores del aire fresco del bosque y el sol brillante llenen mis
pulmones, y luego exhalo entrecortadamente. Siento que el peso de la ciudad
se desprende de mis hombros, que la responsabilidad de mis pacientes se
aleja y que la emoción de las posibilidades se arremolina en su lugar.
Estoy aquí. Merezco esto.
Esta vez parece un poco más cierto. Saco el móvil del bolsillo trasero y me
hago un rápido selfie. Me veo feliz, con las mejillas rosadas y los ojos brillantes
sobre el fondo verde. Le envío la foto a Henry, junto con un mensaje rápido
de Hecho, ojalá estuvieras aquí. No espero que me responda. Tiene que
mantener la atención en su trabajo si quiere venir a disfrutar de este lugar
conmigo, pero quiero que sepa que he llegado sana y salva.
Me ocupo de prepararme y rápidamente decido que no voy a subir la maleta
por la escalera hasta el desván, sino que la dejo en el cuarto de baño, donde
puedo vestirme después de ducharme. Está al final de un corto pasillo y es
sorprendentemente grande, casi del mismo tamaño que la cocina, con una
ducha a ras de suelo y un tocador con dos lavabos.
—¡Ooh! ¡Una ducha de lluvia! Siempre he querido ver cómo era una de
esas —digo en voz alta, sin pensar en hablar conmigo misma. Lo hago todo el
tiempo. Me gustaría echarle la culpa a mi trabajo, donde hablo con los
pacientes, respondan o no, pero la verdad es que lo he hecho toda mi vida.
Me falta el interruptor en el cerebro que le dice a tu boca que se calle, y en su
mayor parte, la gente me ignora de todos modos, así que mi constante
murmullo nunca ha importado. Mientras nadie me cuente secretos del
gobierno, no pasa nada.
Siguiendo con la cháchara, al subir la escalera me quedo boquiabierta ante
el pasamanos negro mate y ante la comodidad de la cama.
—Voy a acurrucarme y no me iré nunca —juro. El desván está metido bajo el
tejado y tiene el techo muy inclinado. Por suerte, soy bajita y puedo ponerme
de pie sin problemas. Henry tendrá que agacharse para no quedarse dormido,
pero no pasa nada. Sobre todo, cuando la cama está cubierta con un mullido
edredón verde, una suave manta de cuadros escoceses y unas almohadas que
se nota a la legua que están rellenas de plumas. Parecen así de acogedoras.
¿Y lo mejor? Hay una ventana justo encima del cabecero bajo que hace que
parezca una casa en un árbol.
—El plan de mañana: acurrucarme con mi dosis matutina de cafeína y
observar los pájaros y las ardillas de fuera —le digo a la habitación
vacía—. Me pondré en plan Blancanieves con las criaturas del bosque.
Puede que nunca abandone este lugar.
Capítulo 2

Las vigilancias apestan. Se acabó. Fin.


Pero la mayoría de las veces, es así como paso los días y las noches, las
semanas y los fines de semana. Solo, con la mirada fija en una marca,
hojeando mental o digitalmente un archivo de información.
Pasan los minutos, pasan las horas, a veces pasan los días y las semanas. Mi
culo apenas se mueve.
Por suerte, este trabajo no me llevará tanto tiempo. El hombre que me han
contratado para vigilar ya está dentro de su unidad alquilada en secreto,
paseándose con un vaso de whisky en la mano. ¿Valor líquido, quizás, para
lo que está a punto de hacer? Pero no parece necesitarlo.
El Sr. Webster es un hombre apuesto de unos cincuenta años, con el cabello
rubio, aficionado a los relojes caros y, al parecer, con una amante treinta años
menor que él. Al menos esa es la sospecha que me hizo su mujer, y parece
acorde con su tipo: lo bastante mayor como para estar en lo más alto de la
cadena alimenticia en cuanto a carrera profesional, con los hijos fuera de
casa y, después de haber vivido una vida escalando un peldaño tras otro, en
busca de algún tipo de emoción y desafío. O tal vez sólo sea un imbécil al que
por fin ha pillado una mujer que ha ignorado las señales en el pasado. De
cualquier manera, o incluso ambas, no me importa.
La infidelidad no es el tipo de caso que prefiero, pero por desgracia, trae gente
a mi puerta y paga bien. Especialmente con la clientela que atiendo.
Como la Sra. Webster. Forma parte de al menos tres consejos de
administración, dos de empresas y uno sin ánimo de lucro, su cabello
perfectamente peinado no se atreve a desentonar y se mueve en un círculo
social de la élite adinerada por cortesía del trabajo de su marido. Así que
cuando se presentó, secándose los ojos con delicadeza y proclamando que le
preocupaba la lealtad de su marido, le añadí una tarifa de molestia disfrazada
de gastos de viaje, y ni se inmutó.
Porque todo se reduce al dinero. Permite a gente como los Webster el don de
comprar su salida de casi cualquier situación sin consecuencias reales. Como
un matrimonio infeliz, por ejemplo.
Excepto el Sr. Webster.
No soy una simple herramienta a la que apuntar a un objetivo y utilizar para
los fines de otra persona, y en cuanto acepté el trabajo de la Sra. Webster,
primero la investigué a ella. Después vino el Sr. Webster, su empresa, juntas,
sus conexiones, sus finanzas y sus preferencias en todo, desde cómo toman
el café por la mañana hasta sus extravagancias favoritas.
Lo que descubrí es que cualquier infidelidad de cualquiera de las partes activa
una cláusula en su acuerdo prenupcial. Una que la Sra. Webster parece estar
particularmente interesada en activar. Cómo una cláusula prenupcial de
treinta años podría sostenerse en la corte no es mi área de experiencia, así
que dejaré que los abogados se encarguen de eso. Mi trabajo es sólo encontrar
la prueba.
Y aquí estoy, vigilando de nuevo. Esta vez, como un francotirador del ejército,
sobre mi vientre en los arbustos a cincuenta metros de mi objetivo.
En silencio, maldigo a la libélula que ha estado zumbando a mi alrededor,
posándose de vez en cuando en mi trasero, pero no me muevo. Me duelen las
caderas, me duelen los hombros, no me queda cecina y hace tres horas que
tengo ganas de mear, pero el más mínimo cambio de posición podría llamar
la atención de mi objetivo, así que me quedo congelado como una estatua,
tumbado boca abajo en la tierra con los ojos pegados a los prismáticos.
¿Por qué demonios no estamos en un hotel de lujo de cinco estrellas en la
ciudad para esta reunión? Ese sería el modus operandi habitual de tipos
como Webster. La mitad de las razones por las que son atrapados es porque
son lo suficientemente estúpidos como para dejar un rastro de tarjeta de
crédito o alguien los atrapa en las redes sociales.
Pero por alguna razón, el plan de encuentro de Webster incluye una cabaña
remota en un bosque poco amistoso. Tendría sentido si estuviera haciendo
un trato clandestino con un cártel de la droga y diera prioridad a un paisaje
hostil a las emboscadas. Pero eso no es lo que trama. Sólo está mojándose la
polla, algo que podría haber hecho a la vuelta de la esquina de su ático del
centro.
El Sr. Webster saca su teléfono del bolsillo y se queda mirando la pantalla un
momento antes de que se le dibuje una suave sonrisa que transforma su
rostro. Ojalá tuviera una aplicación de clonación instalada en su dispositivo,
pero este viaje era demasiado de última hora para arriesgarme a acercarme
tanto a él. Así que observo... mientras habla, asiente y su sonrisa se disuelve.
Cuelga un momento después y, tras dejar caer el teléfono en una mesa
cercana, se frota la cara con las manos y suspira pesadamente. Sea quien
sea, esa llamada le ha hecho envejecer diez años.
Tras un largo minuto, toma la botella de whisky y vierte dos dedos en su vaso
casi vacío. Lo mira fijamente y se lo bebe de un trago.
Ella no vendrá.
Esa era la que estaba al teléfono, su supuesta amante. Si ella siguiera
viniendo, él no estaría de camino a ser un idiota de whisky. Tal vez ella se dio
cuenta de lo que estaba haciendo, o tal vez se dio cuenta de sus mentiras
acerca de que ella era permanente. O tal vez se enteró de que la señora está
husmeando. De cualquier manera, ella no-vendrá para esta noche.
Es tarde y estoy cansado, así que no me cuesta mucho convencerme a mí
mismo de que debo suspender la vigilancia. Tengo una ducha caliente y una
cama cómoda llamando mi nombre, y puedo continuar la vigilancia mañana.
En silencio y despacio, salgo del escondite en el que he estado durante horas,
guardo la cámara y los prismáticos contra un árbol y cubro las fundas
impermeables con vegetación. Será una cosa menos que arrastrar mañana.
Regreso a mi camioneta, aparcada en un camino alejado de la cabaña del
señor Webster, y subo la colina hasta la cabaña en la que me alojo, que está
lo bastante cerca como para poder acercarme a espiar a Webster, pero lo
bastante lejos como para que no nos crucemos. No es que el Sr. Webster sea
de los que se pasean por el bosque.
Aparco el camión lejos de la cabaña, lo cierro y hago el corto trayecto hasta
la puerta principal. Introduzco el código en la cerradura y entro, mientras
escribo un resumen de las actividades de hoy en mi teléfono.
18:32 - Llamada telefónica recibida. El objetivo parece angustiado. Vigilancia
suspendida hasta mañana.
Estoy en medio de guardar la nota en mi nube segura cuando ocurre. Es la
única excusa que tengo para no darme cuenta de que ya no estoy solo.
—¡F-f-fuera! —grita una voz femenina.
Levanto los ojos y me encuentro con una pequeña fiera de mujer, envuelta en
una toalla, pero con gotas de agua por toda la piel, una maraña de rizos rojos
brotando de su cabeza en todas direcciones como un halo y unos ojos grises
que me miran con miedo. Sostiene un pequeño bote delante de ella como si
fuera su salvación.
Acostumbrado a que alguien se me eche encima, balbuceo:
—¿Pero qué...?
No doy un paso hacia ella, pero me giro para mirarla más de frente, y debe de
entenderlo como una amenaza, porque suelta un grito agudo de pánico y el
espray para osos que lleva en la mano. Por suerte, está demasiado lejos para
que el chorro de veneno ardiente me llegue a los ojos, y cae en forma de arco
al suelo, varios metros por delante de mí. Debe de haber comprado algo falso
en Amazon, porque el alcance debería ser mejor.
Una sonrisa sombría me roba la cara mientras veo cómo se encharca y luego
escupe las últimas gotas al gastarse el bote. Dentro de cinco minutos se
formará una nube que arderá como un hijo de puta, pero por ahora estoy
bien. Cuando levanto la mirada hacia la de la mujer, ahora es ella la que está
congelada.
Es la primera en darse cuenta de la desventaja en la que se encuentra y hace
un fuerte chirrido al darse la vuelta, corriendo por el corto pasillo hacia el
cuarto de baño. La toalla cae peligrosamente antes de desprenderse por
completo cuando decide salvarse a sí misma antes que a su pudor. Veo
rápidamente un tatuaje floral en la nalga izquierda y, una fracción de segundo
después, la puerta del baño se cierra de golpe.
Podría forzar la cerradura en segundos, o derribarla con una sola patada,
pero en lugar de eso, la golpeo.
—¡Eh! —grito, y luego exijo—: ¿Qué demonios haces aquí?
—¡Soy cinturón negro de kárate! Vete de aquí o te parto la cara —grita la
mujer con voz histérica.
¿Un cinturón negro? ¿Piensa ella que eso es remotamente creíble? Porque por
la forma en que temblaba y el miedo en sus ojos, no es más experta en kárate
que yo en fontanería.
Aunque estoy totalmente capacitado para colocar un tipo concreto de tubería.
¿De dónde salió eso? No pienso en estúpidos dobles sentidos como ese. Esa
es la especialidad de mi hermano. Kyle puede hacer que cualquier cosa suene
francamente sucia, pero ese no es mi estilo. Debe ser por el vistazo a su culo
desnudo, que era redondo y alegre, rebotando mientras corría.
Respiro despacio, calmándome por el shock de su “ataque”.
—Mira, estás a salvo. No voy a hacerte daño. ¿Vas a hacerme daño? —Sólo
pregunto por educación. No creo que pudiera hacer daño a una mosca,
aunque quisiera. No con una puntería como la suya.
—¡Fuera! —vuelve a ordenar, pero suena más como una súplica. Una
petición. Un ruego.
—Me temo que no. Esta es mi cabaña, o la de mi amigo, al menos. Me dio
permiso y me quedaré aquí unos días.
Se me ocurre un pensamiento horrible.
Hijo de puta, voy a matar a Anderson con mis propias manos.
Metafóricamente hablando, por supuesto. No ofrezco ese servicio. Soy un
investigador privado, no un asesino a sueldo, aunque a mi familia le gusta
especular, lo que encuentro infinitamente divertido y entretenido. Escuchar
sus disparatadas teorías sobre lo que hago es la mitad de la razón por la que
nunca se lo he contado. La otra mitad es que no es asunto suyo.
—¿Te envió Anderson? —pregunto con cuidado.
Es mas un conocido que un amigo íntimo, ya que nos conocimos cuando me
contrató para encontrar a su hija, que había desaparecido con un tipo
sospechoso. Encontré a Oriana por él y se la devolví sana y salva, sin el novio
maltratador, por supuesto, que tuvo dificultades para masticar alimentos
sólidos durante las seis semanas siguientes y posteriormente hizo caso de la
advertencia de mantenerse muy, muy lejos de la hija de Anderson. No creo
que me haya tendido una trampa, pero la aparición de la mujer parece un
poco casual, y yo creo firmemente que las casualidades no existen. Pero si
Anderson cree que es aceptable abastecer su cabaña con una mujer desnuda
cuando yo sólo pedí que me la prestaran como campamento base para
trabajar, vamos a tener unas palabras que él no va a disfrutar.
—¿Anderson? —se hace eco—. ¿Como la roca de enfrente?
—Sí. —Mantengo los ojos en el pomo de la puerta, atento a cualquier
movimiento. Ella no va a caer sobre mí otra vez.
—Eso es lo que dice mi confirmación: la cabaña tiene una roca delante con
Anderson grabado. Esta es mi cabaña. Donde me quedo. —Su tono no admite
discusión, como si su decreto fuera más que suficiente para echarme. Es
bonito. Y molesto.
Sólo quiero una ducha, cenar y dormir hasta mañana, pero hay un gran
obstáculo en ese plan. Ella.
Tiene una “confirmación”, dijo, como una reserva de alquiler a corto plazo,
supongo. Anderson hace eso con esta cabaña cuando no la utiliza, pero me
aseguró que estaba disponible y que no podía estar mejor situada para vigilar
al señor Webster, que por un golpe de suerte se aloja en una cabaña a menos
de un kilómetro y medio a través del denso bosque. Es perfecto, excepto que
aparentemente ya está habitada.
—Tal vez sea una simple confusión. Llamaré a Anderson y lo arreglaré, veré
si hay otra cabaña en la que puedas quedarte. —Me parece una oferta
generosa.
La puerta se abre de golpe.
Va vestida con unos ajustados pantalones cortos de yoga y una camiseta,
como si necesitara que sus movimientos fueran totalmente libres para poder
patearme el culo.
—No voy a ninguna parte. Estas son mis vacaciones, unas muy necesarias,
muchas gracias. Ve y llama a tu amigo, a ver si puede conseguirte un lugar
donde quedarte.
Me señala a la cara con un dedo de uñas cortas, intentando hacerse la dura,
pero el miedo casi vibra en el aire a su alrededor. Instintivamente, catalogo
todo sobre ella en un instante. Más allá de los rizos rojos y los ojos grises,
mide casi medio metro menos que yo. Tiene los pechos turgentes bajo la
camiseta, probablemente por la diferencia de temperatura entre el baño
húmedo y la cabaña fría. Huele ligeramente a sándalo por el jabón que le ha
suministrado Anderson, y tiene una peca oscura a la derecha de los labios
carnosos.
Labios apretados en una línea plana mientras me mira. Al menos creo que se
supone que es una mirada, pero como mucho es una mirada oscura.
Levanto las manos, mostrando que no quiero hacerle daño mientras la
tranquilizo.
—Claro, hagamos esa llamada.
Capítulo 3

De pie, con la oreja no demasiado sutilmente girada hacia mi huésped no


invitado, admito que estoy escuchando a escondidas. Normalmente, me
sentiría culpable por entrometerme, pero parece prudente cuando estás
atrapada sola en una cabaña aislada en el bosque con un asesino alto, sexy
y rubio.
Al menos dijo que no me haría daño.
Me gustaría creerlo, de verdad. Pero cuando aparece alguien vestido de negro
de los pies a la cabeza, con hojas en el cabello y, estoy bastante segura, un
rastro de caca de pájaro en un hombro, creo que tengo todo el derecho a
asustarme. Como si hubiera estado ahí fuera en el bosque, convirtiéndose en
uno con la naturaleza, antes de irrumpir aquí para matarme. Probablemente.
Estaba en medio de mi rutina después de la ducha, untándome las piernas
con aceite corporal, cuando de repente supe que no estaba sola. No había
oído nada, exactamente, pero después de años atendiendo a pacientes que
están completamente callados, pero siguen “presentes”, he desarrollado una
especie de sexto sentido sobre estas cosas. Al principio pensé que Henry había
decidido darme una sorpresa y tuve un destello de excitación, pero una rápida
comprobación de su ubicación en la aplicación que compartimos me mostró
que seguía en la ciudad trabajando.
Di las gracias en silencio por haber sido perezosa y haber guardado la maleta
en el baño, porque saqué rápidamente y en silencio el spray para osos que
había metido en la maleta, tal y como me habían recomendado en el anuncio
de Airbnb de esta cabaña, y salí al pasillo, dispuesta a ahuyentar a un oso lo
suficientemente listo como para entrar por la puerta principal.
Excepto que no había sido un oso.
Creo que a estas alturas hubiera preferido un gran oso pardo con inteligencia
yogui. O incluso uno que acuchille y arañe como en la película de Leonardo
DiCaprio.
Porque este hombre está enfadado, por eso lo escucho atentamente y le
observo aún más de cerca. Tiendo a ver lo mejor de la gente, pero no soy
idiota, así que mantengo mi posición junto a la puerta principal. Lista para
salir corriendo, por si acaso.
—¿Cómo que no puedes hacer nada? —gruñe al teléfono. Se pasa una mano
por el cabello y encuentra una hoja que frunce como si le ofendiera
personalmente. Se dirige a la cocina, abre un armario bajo cerca del fregadero
y tira la hoja a la papelera, obviamente familiarizado con la distribución, lo
que me da que pensar.
¿Podría tener razón? ¿Soy yo quien no debería estar aquí? Pero prácticamente
puedo imaginarme en mi mente el correo electrónico de confirmación, con las
fechas, las notas sobre el lugar y el código de bloqueo de la puerta. Por no
hablar de la docena de veces que he hecho listas, comprobado calendarios y
repasado planes para estas vacaciones. Sé que tengo razón. Seguramente.
Se vuelve hacia mí y asiente, pero tiene la mandíbula apretada, no está
contento con lo que oye.
—Sí, lo sé. Sí, ya lo sé. Gracias, Anderson. —Cuelga y se guarda el teléfono
en el bolsillo trasero mientras me mira interrogante. Entrecierra los ojos, pero
aún puedo ver la tormenta en sus profundidades azules—. Joder.
Casi le digo “qué bonitos tienes los ojos”, pero consigo tragarme ese
comentario tan poco útil para variar. En su lugar, pregunto esperanzada:
—¿Qué ha dicho?
El hombre se sienta en el sillón más cercano a la fría chimenea.
—¿Estas son unas vacaciones para ti?
—Sí —respondo despacio, sintiendo que me lleva a alguna parte, pero no voy
a ninguna parte. Tengo una reserva no reembolsable para estar aquí donde
estoy. A pesar de los no osos, gruñones y probables asesinos.
Estoy segura de que eso tiene que entrar en alguna cláusula de reembolso,
¿no?
Suspirando pesadamente, explica:
—Hubo un retraso cuando Anderson sacó la disponibilidad de la cabaña de
la página web de alquileres a corto plazo. Ese retraso le permitió reservar
después de que él ya me hubiera dicho que podía alojarme aquí.
Abro la boca para discutir. El retraso no es culpa mía y tengo una estancia
confirmada y pagada. El hombre levanta una mano para detenerme, pero es
su mirada de piedra lo que me hace cerrar la boca.
—Anderson está preocupado por su calificación o lo que sea con el sitio web
y quiere que te quedes. Lo entiendo, pero esta es una situación de trabajo
para mí. Necesito estar en esta zona. —Mira por la ventana hacia el bosque,
cada vez más oscuro—. Estaré fuera la mayor parte del tiempo y puedo dormir
en mi camión, pero me gustaría entrar para darme una ducha por la noche
antes de acostarme. Serán unos días como mucho, y te reembolsaré toda la
estancia por las molestias. ¿Hay alguna posibilidad de que estés de acuerdo?
Soy buena leyendo a la gente, siempre lo he sido con una familia como la mía,
y sólo mejoré en ello cuando empecé a trabajar en el centro asistencial. Veo a
familias, pacientes y médicos, a veces en su mejor momento y más a menudo
en el peor.
Son esas habilidades las que entran en acción cuando evalúo a este tipo. Y
cuanto más veo, más me intriga.
Hay una formalidad en la forma en que pide llegar a algún tipo de acuerdo,
como si hubiera negociado antes. Va vestido de negro, y aunque la ropa tiene
un aire táctico, es cara y de alta gama. No ha comprado esta basura en una
tienda del ejército. Está recostado en la silla de forma casual, pero hay un
trasfondo de urgencia, como si cada músculo estuviera preparado para la
acción. Es peligroso, pero no me siento en peligro. La distinción es
importante.
Y si no me equivoco, se ofrece a pagar toda mi estancia a cambio de unas
cuantas duchas. Si no es un asesino, es un buen trato. Para mí.
Me doy un momento para pensar, consciente de que tengo una debilidad bien
documentada por ayudar a la gente necesitada a cualquier precio, incluido
mi propio bienestar. Pero, aun así, confío en mi instinto. (casi) nunca me ha
llevado por mal camino.
Además, recuerdo ese camino y se está haciendo tarde. No puedo, con la
conciencia tranquila, hacerle salir para atravesar eso en la oscuridad. Nunca
me lo perdonaría si pasara algo.
—¿Cómo te llamas? —Parpadea como si no esperara que dijera eso—. Si voy
a compartir las instalaciones con alguien, me gustaría al menos saber su
nombre —le explico, ya casi tomada mi decisión.
Se mueve despacio, como si no quisiera asustarme, y observo con recelo cómo
se levanta y se acerca. En el último momento, coge el armario que hay a mi
lado. Ni siquiera me había fijado en esa puerta con la llamativa vista de las
ventanas traseras.
Saca un pequeño petate negro y rebusca en un bolsillo exterior. Me enseña el
carné de conducir y me dice:
—Cole Harrington. ¿Y tú?
Confirmo que la foto es él y luego ofrezco:
—Janey Williams.
—Janey —repite. Un lado de su boca se inclina hacia arriba en un leve atisbo
de sonrisa. Le hace parecer infantil y travieso, algo que sinceramente dudo
que le guste que le digan. Su actitud es seria por delante, nada de fiestas por
detrás.
—¿Has venido a matar a alguien o algo? —pregunto sin rodeos, pensando que
podría quitarme de encima la pregunta del día.
Sus cejas rubias saltan sobre su frente.
—¿Qué? No.
Suena apropiadamente sorprendido por la pregunta y para nada asesino.
Probablemente.
—Soy fotógrafo. Dejé mi cámara en un escondite para no tener que
transportarla. —Es inteligente, responde a mi siguiente pregunta antes de
que pueda formularla, pero si hubiera hecho una lista de las diez cosas que
Cole Harrington hace para ganarse la vida, la fotografía no habría estado ni
remotamente en consideración.
Ha respondido a mis preguntas y no veo ninguna bandera roja evidente, así
que me siento un ochenta y cinco por ciento bien con mi decisión de aceptar
esta idea, lo cual me basta.
—Si estás pagando mis vacaciones, lo menos que puedo hacer es dejarte
dormir aquí. Pero quiero tiempo de jacuzzi privado. Tengo planes para esos
jets7.

7 Chorros
Señalo por la ventanilla trasera hacia la bañera, fría y silenciosa. Al ver la
mirada que me lanza, me doy cuenta de lo poco claro que suena. Vaya.
—¡No! Quiero decir, para mi espalda. Tuve que mover a la Sra. Michaelson
para cambiarle la ropa de cama antes de irme, y nos faltaba personal. Soy
enfermera y siempre nos falta personal... es un problema de toda la industria.
—Hago un gesto despectivo con la mano porque no puedo hacer nada al
respecto—. Así que tuve que hacerlo sola. La Sra. Michaelson es una mujer
pequeñita, pero frágil, así que hay que tener mucho cuidado. Y ooh, me duele
la espalda desde entonces. Quiero sentarme en el jacuzzi con un chorro
apuntando a este nudo de aquí. —Me froto un punto de la parte baja de la
espalda.
Cole parpadea… y vuelve a parpadear, mirándome como si hablara un idioma
extranjero.
—No tengo ni idea de lo que acabas de decir, pero puedes tener acceso
completo al jacuzzi.
Acordado algún tipo de trato, tiendo la mano.
—Bien. Encantada de conocerte, Cole.
Me estrecha la mano con una leve risita.
—Sinceramente dudo que sea verdad, pero gracias por la cortés
mentira. —Tiene la palma un poco rugosa, no callosa como si hiciera trabajos
forzados, pero tampoco blanda y pastosa como si no hubiera trabajado nunca.
Me suelta y recoge la bolsa del suelo—. ¿Te importa si me ducho?
—Sí, no. Está bien —digo mientras me aparto de su camino, aunque para
empezar no estaba en su camino—. Iba a hacer la cena. ¿Tienes hambre? He
traído comida y tengo de sobra. No me importa compartir. ¿Te gusta el pollo?
Compré sopa. Podría calentar eso para nosotros y tostar un poco de pan. ¿A
menos que seas vegetariano? En ese caso, lo único que puedo ofrecerte son
patatas asadas, porque las compré para acompañar unos filetes una noche
para Henry y para mí. Pero no me pareces del tipo vegetariano.
Cole vuelve a mirarme con extrañeza y me doy cuenta de que estoy divagando.
—Lo siento, hablo mucho. Siempre lo he hecho. Henry me lo reprocha,
siempre quiere que 'me calle un puto minuto' —Tiro la voz para imitar su
enfado. Continúo con mi propia voz—. Pero es difícil mantener mis
pensamientos en mi cabeza. Hablo con pacientes, como la señora
Michaelson —Dejo caer su nombre como si ya fuéramos viejos amigos—. Todo
el día, así que se siente natural proporcionar alguna narración al paso del
tiempo, ¿sabes? Pero es un mal hábito, así que... lo siento.
—La cena sería genial. No soy vegetariano.
Desaparece por el pasillo y, un momento después, se cierra la puerta del
cuarto de baño. Oigo el clic de la cerradura, lo que me hace detenerme. ¿Me
está dejando fuera? Como si yo fuera el asesino vestido de negro.
Riendo por lo bajo, voy a la cocina y empiezo a sacar comida. Decido calentar
la sopa, pero si Cole ha estado fuera todo el día, como parece ser el caso,
probablemente necesite algo más que una cena ligera, así que en lugar del
pan normal que había planeado, tuesto el pan con queso y pavo, haciendo
paninis de estufa. Sólo quemo un poco uno de ellos, y huelen bastante bien
si lo digo yo misma, lo que me deja bastante impresionada con mi creatividad
improvisada.
Justo cuando dejo la comida en la isla, Cole reaparece. Tiene el cabello
húmedo y las puntas hacia arriba como si se hubiera pasado una toalla por
la cabeza. Yo nunca podría. El encrespamiento sería extremo.
Su camiseta blanca se tensa en el pecho, donde sus pectorales parecen
empeñados en hacer que el algodón abandone y se convierta en un fantasma,
mientras sus bíceps hacen lo mismo con las mangas, abrazando los músculos
como un amante. Lleva unos jeans desgastados a la altura de las caderas y
camina hacia mí descalzo, como un modelo salido de una revista de
supermercado.
¡Demoniossss!
Me choco los cinco mentalmente por haberme guardado esa reacción en la
cabeza en lugar de dejarla caer por la boca como haría normalmente. No estoy
mirando demasiado, soy leal a Henry para faltarle el respeto de esa manera,
pero no es como si Cole ocultara su atractivo. Es obvio del mismo modo que
el sol es cegador en el cielo.
—Huele bien —dice, mirando la comida mientras saca uno de los taburetes
que rodean la pequeña isla, pero no se sienta.
Me quedo ahí de pie, estúpidamente, hasta que mira fijamente de mí al
asiento. Sorprendida por el gesto caballeroso, doy un respingo.
—Gracias. Henry no es muy dado a los gestos caballerosos, así que supongo
que no estoy acostumbrada. —Me río de mi propia confusión.
Cole se sienta a mi lado, a una distancia respetable entre nosotros.
—Le has mencionado un par de veces. ¿Henry?
Tomo un bocado de sopa y le explico:
—Mi novio. Viene después de terminar un proyecto. Es ingeniero de software
y se ha quedado atascado corrigiendo un error que su equipo no puede
resolver. Se le da bien entender los matices del código y cómo mejorarlo.
Llevamos juntos casi un año, pero él trabaja mucho, así que probablemente
debería ajustarme a eso, en cuyo caso, ha sido... doo-doo-doo-doo-doo. —
Imito el golpeteo de una calculadora de aire antes de concluir—: Doce
semanas. —Me río de la broma, pero Cole ni siquiera esboza una sonrisa.
—Ujum. —Es un simple sonido, pero me siento juzgada.
—Vamos a pasar unas vacaciones románticas, así que menos mal que sólo
vas a estar aquí unos días —le digo guiñándole un ojo—. Luego, el fin de
semana que viene, tengo que ir a la boda de mi prima, que va a ser
francamente dolorosa. Gracias a Dios que hay barra libre, ¿no? —Otra broma,
y también cae por su propio peso.
Decepcionada, me centro en mi sopa y reina el silencio mientras comemos
durante unos instantes.
—La gente no me sorprende. Es un hecho. Pero tú. . . No tengo ni idea de
cómo, pero lo haces —dice.
Me mira con ojos claros, parece cualquier cosa menos confuso, pero suena
sincero. Casi como si me hiciera un cumplido. Definitivamente, parece más
profundo que la charla superficial que he estado ofreciendo como forma de
mantener la conversación con una sola mano.
—¿Gracias?
Sin ofrecer más sobre el tema, dice:
—Me quedo con el sofá. Puedes quedarte con la cama.
—Oh, no tienes que hacer eso. Si vas a pagar, lo menos que puedo hacer es
dejarte la cama —protesto—. Además, tengo que advertirte que ronco. No
mucho, como si no necesitara un CPAP8. —Me pongo una mano con garras
sobre la nariz y la boca y hago un sonido imitando a las máquinas que suena
muy parecido a schlooo-chuh antes de darme cuenta de lo raro que suena, y
me apresuro a explicarme—. Pero tampoco un poco, no como un cachorrito
pequeñito y mono. En algún punto intermedio, supongo.
Entrecierra los ojos y espero a que pase por alto mi comentario. En lugar de
eso, me dice:
—El perro de mi hermano ronca. Babea por todas partes y mueve las patas
como si persiguiera ardillas en sueños. Todo el rato roncando. —Está diciendo
cosas feas del animal, pero es con diversión y cariño. Incluso sonríe, lo que le
cambia la cara por completo. La grieta en sus labios rectos y apretados es
como el sol saliendo de detrás de las nubes en un día de tormenta.
¡Lo encontré! Su punto débil son los perros, por lo visto. Guardo la
información para futuras conversaciones.
—¿Cómo se llama?
—¿Mi hermano o el perro? —aclara.
—Cualquiera. Ambos —digo con impaciencia. Quiero que siga hablando. Me
gusta escuchar su voz. Es profunda y ronca, pero suave, como la seda y la
grava. E incluso cuando habla de un perro, tiene sentido.
—Peanut Butter, pero normalmente le llamamos Nutbuster. —Supongo que
se refiere al perro, no a su hermano, cuyo nombre no dice—. Entonces, ¿te
lastimaste la espalda con la Sra. Michaelson?
Intuyo que está desviando la conversación hacia él, pero se lo permito y le
cuento más cosas sobre la mujer a la que he llegado a querer, aunque nunca
me haya dirigido la palabra. Pero en mi mente, ella tiene una personalidad
descarada, se preocupa por su familia y ofrece grandes consejos.
Para cuando terminamos de comer y recogemos la cocina, ya le he contado
todo sobre ser enfermera y lo mucho que me gusta, algo más sobre Henry y
un poco sobre la boda, aunque todavía no quiero ni pensar en ello. Me ha
escuchado atentamente, pero no me ha contado gran cosa, contestando a mis
largas divagaciones con respuestas de una sola palabra y algún gruñido
ocasional.

8 máquina que usa presión de aire leve para mantener las vías respiratorias abierta al dormir
Pero reacciona a todo si le prestas atención. Sus cejas se mueven
gradualmente cuando se sorprende, sus labios se curvan cuando se divierte
y canturrea pensativo cuando está pensando en algo. Está callado, pero es
una conversación completamente diferente a las que tengo con la gente
silenciosa del trabajo.
O con Henry, susurra una vocecita.
No me gusta admitirlo, pero es verdad.
Henry es un gran tipo -guapo, inteligente y simpático-, pero también me da
la lata por mis divagaciones. Para ser justos, también suele ser multitarea y
su atención se divide entre su teléfono y yo. Yo podría estar parloteando sobre
gigantescos devoradores de personas morados que atacan la ciudad y Henry
probablemente diría: “Vaya”.
Cole no es así. De hecho, apuesto a que podría preguntarle todo lo que he
dicho esta noche y probablemente sería capaz de citarme textualmente. Es
así de comprometido.
—Buenas noches —me dice Cole mientras me acompaña a la escalera. Me
siento como si me acompañaran a la puerta después de una primera cita,
pero no es así. Esto no se parece en nada a una cita. Sólo son dos personas
sacando lo mejor de una situación difícil.
Sí, eso es. Nada que ver aquí, nada inapropiado, nada raro en absoluto.
—Duerme bien, que no te muerda el coco —termino de repente, y luego me
explico—. Así lo decía siempre mi abuela. No buenas noches, duerme bien,
que no te piquen los chinches. Decía que no invitaba a los bichos a acercarse
a su cama, así que se negaba a decirlo de la forma normal. —Sonrío mientras
un recuerdo se repite en mi mente—. Una vez le pregunté si invitaba al
hombre del saco, que a mí me parecía mucho peor que las chinches, pero ella
se rio y dijo que tenía demasiado miedo de que le dieran un sartenazo en la
cabeza como para venir, así que se arriesgaba.
Sus labios crispan las comisuras y repite:
—No dejes que te muerda el hombre del saco. —Decido aceptar la victoria y
marcharme con una nota alta para que no cambie de opinión y me mate
mientras duermo.
Empiezo a subir, preguntándome si me va a mirar el culo mientras subo, pero
al echar un vistazo detrás de mí veo que ya se ha dado la vuelta y se dirige a
grandes zancadas hacia el sofá. Vuelve a comportarse como un caballero,
pero mentiría si no admitiera que estoy un poco decepcionada.
No debería. Está siendo respetuoso, un rasgo raro e inesperado.
Pero de una manera extraña, esta noche fue... divertida. Más de lo que me
había divertido en mucho tiempo. Ni una sola vez Cole pareció molesto
conmigo o como si estuviera sintonizando nuestra conversación, y disfruté
presionando para ver si podía romper su exterior estoico.
Tumbada en la cama, miro el techo abuhardillado y escucho. Oigo a Cole
extender una manta y el crujido del sofá al tumbarse. Respira hondo varias
veces y luego su respiración se vuelve constante y uniforme.
¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que hace falta para que se duerma?
Me alegro por él. En mi experiencia, se necesita una cabeza tranquila, una
conciencia clara y un corazón feliz para dormir tan fácilmente. O algunos
buenos medicamentos.
Yo también suelo dormir bastante bien, sobre todo después de un turno largo.
¿Pero esta noche? ¿Con un extraño durmiendo debajo que podría oír mis
ronquidos y decidir asesinarme después de todo sólo para hacerme callar? ¿Y
toda una noche de conversaciones para repetir en mi mente y obsesionarme?
Creo que daré vueltas en la cama un rato. Probablemente.
Capítulo 4

Me levanto antes que el sol, lo que no es raro en mí cuando estoy de misión.


En la oscuridad, oigo los ronquidos de Janey, que ni siquiera cuando duerme
se calla.
Solía haber un refrán que decía que las mujeres tenían algo así como diez mil
palabras al día. A quien se le ocurrió eso nunca conoció a Janey. Creo que
ella tiene diez mil palabras por hora. Durante la cena, escuché todo sobre su
trabajo, sus pacientes, y un tipo con el que trabaja, Mason, y sus aventuras
de vello facial. Escuché casi todos los detalles de su vida diaria.
De lo que no oí hablar tanto es de ese novio que dice que viene a reunirse con
ella para una escapada romántica, lo cual es extraño. Pero no hice preguntas.
O al menos no sobre eso. No tuve que hacerlo. Janey no paraba de hablar de
todo y de nada.
Fue entretenido. Fue agradable. No son cosas que suela asociar con estar
rodeado de otras personas. La gente es molesta. Mienten, engañan, hacen
cosas que sólo les sirven a ellos mismos y hacen daño a los demás. Lo veo
todos los días. Diablos, me beneficio de ello.
Janey estaba diferente anoche. Su letanía de verborrea se dio sin ningún
atisbo de pretensión, sin ningún deseo de aprobación o de ganar simpatía o
arrojar sombra. Y para tener tantas opiniones sobre tantos temas diferentes,
la mayoría de sus comentarios fueron positivos, o al menos divertidos de
escuchar.
Doy un sorbo a mi café, mirando por las ventanas traseras de la cabaña la
oscuridad que empezará a volverse gris más pronto que tarde. De vez en
cuando, veo un destello verde cuando algún animal pasa, percibe mi
presencia y mira por las oscuras ventanas de la cabaña. Le doy quince
minutos más, luego tengo que volver a mi escondite. No espero que Webster
se levante tan temprano, pero la experiencia me dice que es mejor ponerse en
posición para el día antes de que se mueva. Menos posibilidades de ser
descubierto de esa manera.
Arriba, en el desván, Janey emite un bufido al moverse en la cama, haciendo
crujir ligeramente el colchón. Estoy alargando esta taza de combustible para
cohetes, me doy cuenta. Espero a que se despierte, curioso por saber cómo
es Janey por la mañana. ¿Es tan habladora, se despierta con palabras que se
le caen de la lengua y una sonrisa en la cara? ¿O malhumorada y gruñona,
al contrario que a última hora?
No lo averiguaré hoy porque tengo que irme, lo cual es lo mejor, ya que estoy
un poco irritado por querer saber más de la hermosa, bocazas y confiada
mujer de arriba. En serio, ¿me ha dejado quedarme en casa? ¿No ha visto
ninguno de los medio millón de programas de “crímenes reales”?
Por cortesía, dejo la cafetera encendida, segura de que cualquier enfermera
respetable querrá una dosis de cafeína a primera hora, y lavo mi propia taza,
dejándola en el escurreplatos para que se seque. Agarro una pequeña bolsa
con el equipo para hoy, sobre todo agua y tentempiés, y salgo por la puerta
principal, asegurándome de que se cierra tras de mí.
Inhalo profundamente, expandiendo los pulmones mientras estiro los brazos
hacia arriba, casi tocando el borde del techo inclinado del porche en el
proceso. Me siento bastante bien teniendo en cuenta la vigilancia de ayer,
pero otro día más de estar completamente inmóvil sobre el duro suelo me va
a hacer mella en la espalda.
¿Quizás un baño en el jacuzzi con Janey ayudaría?
Aprieto los dientes, no sé de dónde ha salido ese pensamiento. La cena de
anoche fue una cosa, y se espera que seamos civilizados, pero ninguno de los
dos estamos aquí para eso, y ella tiene novio. No soy de los que se meten en
las relaciones de los demás, al menos no a nivel personal. ¿Pero
profesionalmente? Claro que sí, a lo que tengo que llegar.
Salgo a un paso largo y lento que devora el terreno a la vez que conserva mi
resistencia, quemando la energía de mis músculos en la preparación. Sólo
tardo unos minutos en llegar a mi escondite, aunque me tomo unos minutos
más para acercarme despacio, con cuidado de no hacer ruido mientras me
coloco en posición. Justo cuando el sol empieza a convertir el bosque gris
monocromático de la mañana en una explosión de verde, saco mi equipo y
termino de prepararme.
Veo con mis prismáticos que la cabaña del Sr. Webster está en silencio y a
oscuras. Como había planeado, sigue durmiendo.
Horas después, ojalá siguiera muerto para el mundo, porque ver al señor
Webster es aburridísimo. Primero se sentó en el sofá en calzoncillos y se rascó
las pelotas mientras miraba el móvil, luego se tomó una bebida proteínica
para desayunar y ahora ha desaparecido en el baño para su sesión
constitucional matutina. Reaparece recién afeitado, con el cabello
engominado y vestido con pantalones y camisa de botones remangada.
Está claro que viene su amante. Si no, no iría vestido así. Cambio los
prismáticos por la cámara y hago unas cuantas fotos para documentar la
hora y la aparición de Webster. Treinta minutos más tarde llega un auto.
Sí, es hora del espectáculo.
Una mujer sale, se dirige a la puerta y, mientras espera a que Webster
responda, escruta el bosque que rodea la cabaña. No me preocupa que me
descubra. Soy un profesional y nunca me han emboscado, ni una sola vez,
así que sigo haciendo clic, toma tras toma. Además, aunque está mirando
hacia el bosque, no parece estar realmente concentrada en nada. Sólo está
ocupando sus ojos mientras espera.
Es alta, delgada, con el cabello rubio y entrecortado que le cae por los
hombros y, con el zoom, puedo ver que tiene unos profundos ojos azules. Me
recuerda vagamente a mi hermana melliza, Kayla, salvo que esta mujer lleva
botas de combate, jeans de pata ancha y una camiseta de tirantes rosa que
deja ver la barriga. Su ambiente general es un poco Y2K, mientras que mi
hermana sólo se vestiría así para una fiesta de disfraces. Sinceramente, no
recuerdo la última vez que vi a Kayla con algo que no fueran unos tacones y
un estilo elegante de negocios.
Webster abre la puerta y la mujer sonríe con rigidez. Cuando ella entra, hay
15 centímetros entre los dos. No están cómodos el uno con el otro como
deberían estarlo los amantes.
La Sra. Webster está segura de que su marido se ha acostado con otra mujer.
Toda su preocupación es documentar ese hecho. Pero si el tiempo se detuviera
ahora mismo, apostaría a que no se acuesta con esa mujer. Al menos no
todavía.
¿Quizás es una acompañante?
Tendré que investigar más. Click, click, click.
—Uy —sisea una vocecita detrás de mí.
En un movimiento rápido y singular, dejo la cámara en el suelo, me doy la
vuelta y me preparo para luchar. Pero todo lo que encuentro es... Janey.
Lleva pantalones negros de yoga, una camiseta negra ajustada y una gorra
negra. Sus rizos rojos se recogen en una espesa coleta en la nuca, debajo de
la gorra. Hace una mueca de dolor y mueve los dedos.
—¡Lo siento! —susurra demasiado alto—. Te camuflas tan bien que no te vi.
Y mira que me fijé. Se te da bien esto de esconderte. ¿Eras campeón de
escondite de pequeño? Odiaba ese juego. Me escondía y luego todo el mundo
dejaba de jugar sin decírmelo. Una vez me quedé en una caja de nevera en el
garaje durante tres horas pensando que era el mejor escondido de la historia.
Pero no...
—¿Qué rayos estás haciendo? —exijo mientras la tiro al suelo a mi lado.
Sus labios carnosos se abren sorprendidos, por su repentino cambio de
vertical a horizontal o por mi tono, no estoy seguro de cuál. Quizá ambas
cosas.
—Estaba preocupada por ti. Hay osos, ¿sabes? El anuncio de Anderson lo
decía, y eso fue lo primero que pensé cuando entraste en la cabaña anoche:
creí que eras un oso. Así que, sabiendo que hay osos, me preguntaba si tenías
spray. Por si acaso no lo tenías, te he traído un poco. —Rebusca en el bolsillo
del muslo de sus pantalones de yoga y saca un pequeño bote de aerosol, que
me tiende, presentándomelo como un billete dorado a pesar de la inutilidad
del de anoche—. He traído varios botes y no me importa compartirlos por
seguridad. Aunque si hubiera sabido que tenías movimientos así, no me
habría preocupado. Probablemente podrías hacer frente a un oso con tus
propias manos. —Imita algunos movimientos karatecas que responden
definitivamente a la pregunta de si es o no cinturón negro.
No lo es.
Pero tiene que callarse y quedarse quieta o mi “escondite de caza” se va a
volar. Y eso arruinará todo el trabajo. Le tapo la boca con la palma de la mano
y la miro fijamente, con las narices a escasos centímetros.
—Cállate —digo apretando los dientes—. Y estate quieta.
Sus ojos se entrecierran bruscamente y vuelve a lanzar esa mirada oscura
que apuesto a que cree que es intimidatoria. No lo es, en absoluto. Es un
mohín. De hecho, roza lo bonito, aunque no se lo diría. Probablemente lo
tomaría como un cumplido cuando lo digo como una advertencia.
Al final, asiente detrás de mi mano, así que me arriesgo a dejarla libre. Aun
así, levanto un dedo amenazadoramente. Inmediatamente, vuelvo a mi
prioridad principal y recojo la cámara para enfocar a mis objetivos. Preferiría
no hacer esto con Janey aquí, pero no se puede evitar en este momento.
Necesito las fotos.
Janey es lista y sigue la línea de visión de mi cámara con facilidad.
—¿Quién está en la cabaña? —susurra. Suena como si hablara con un lado
de la boca, como si intentara obedecer mi orden de guardar silencio.
Al espiarla un momento, la encuentro entrecerrando los ojos en la cabaña.
Pero siente mi atención y, cuando me mira, aprieta los labios en una línea
plana y los cierra con una llave invisible, que arroja al bosque. Con la cara
seria, levanto la barbilla para señalar los prismáticos.
—¡Oh! —exclama contenta, pero, afortunadamente, aún en silencio. Se los
lleva a los ojos, ajusta el enfoque y mira a través de ellos.
Sacudiendo la cabeza, vuelvo a mirar a través de mi cámara. Clic, clic, clic.
—¿Le estás vigilando a él? ¿O a ella? ¿Y por qué? —Su voto de silencio duró
menos de noventa segundos. Aunque podría ser un récord para
ella—. Prometiste que no estabas aquí para matar a nadie, pero esto es
bastante incompleto, tienes que admitirlo, y no es exactamente lo fotográfico
que hiciste que pareciera. Apuesto a que no hay ni una sola foto de una flor
o de una ardilla haciendo sus cosas.
Siento que la sonrisa intenta despegar de mis labios y me alegro de que no
pueda ver lo divertida que me resulta. Si de verdad pensara que soy un
peligro, estaría huyendo. Pero vino por mí. Al menos sabe juzgar a las
personas.
A menos que confíe ciega y estúpidamente en todo el mundo, creo.
—Soy un investigador privado, contratado por la mujer del tipo para
conseguir pruebas de su aventura —digo brevemente, y aunque no muevo en
ningún momento mi concentración del visor de la cámara, estoy listo para
analizar su reacción a mi revelación de la bomba.
El Sr. Webster dice algo, su rostro serio mientras sonríe a la mujer. A juzgar
por lo abierto de su boca, ella chilla en respuesta y salta hacia el Sr. Webster,
rodeándole el cuello con los brazos en un fuerte abrazo. En menos de un
parpadeo, su sorpresa se convierte en alegría y sus brazos rodean la cintura
de la mujer.
Clic, clic, clic.
Ya lo tengo. O al menos este es el comienzo de conseguirlo.
—¿Dijiste que la esposa cree que tiene una aventura? —Janey pregunta.
—Mmhmm.
—No creo que lo sea —murmura.
Respondo con un gruñido, sin estar ni de acuerdo ni en desacuerdo, pero con
curiosidad por saber qué la ha llevado a esa conclusión.
—No, en serio —dice Janey en voz baja—. Míralos. Pero, sobre todo, mira
cómo se tocan. Es como si estuvieran cerca, pero no íntimos, no como
amantes que se han visto desnudos y han hecho lo sucio.
Su suposición es ridícula. He llevado cientos de casos de este tipo y nunca
una esposa ha resultado estar equivocada sobre los devaneos de su marido.
Las mujeres tienen un sexto sentido sobre estas cosas, y los hombres tienden
a pensar que son más inteligentes de lo que son. Como el Sr. Webster
programando una 'reunión de trabajo' pero reservando una cabaña bajo un
correo electrónico que su mujer fisgoneó fácilmente. Quiero decir que su
contraseña era el nombre de mascota con el que llama a su Range Rover gris
púrpura, Amatista, y su propio cumpleaños. Es como si estuviera pidiendo
que le pillaran.
Pero Janey también menciona algo que ya había notado. El ambiente aquí
está apagado.
—Creo que es una acompañante. Sólo que aún no han 'hecho el
guarro' —Utilizo su fraseología automáticamente, aunque no podría explicar
por qué no dije 'follar' como lo haría normalmente.
Tararea pensativa.
—Puede ser. Pero también, hay un pequeño pero notable parecido entre ellos,
especialmente sus narices. ¿Ves la inclinación? Es lindo en ella, pero un poco
morritos en él.
—Trabajo de nariz.
El Sr. Webster y la mujer se sientan en el sofá, tocándose las rodillas. Ahora
estamos llegando a alguna parte. Tomo algunas fotos más de su nueva
posición.
—Creo que son padre e hija. La onda es más papá que papi. —No digo nada
y ella sigue, a todo vapor, aunque sinceramente dudo que tenga otra velocidad
mental o verbal—. Se me da bien observar familias. Lo hago todo el tiempo en
el trabajo, y puedo saber cuándo la gente está unida y cuándo no, ¿sabes? Mi
favorito es cuando vienen 'primos', pero no son parientes. O si lo son, es otro
tema. Pero sus hijos no saben que papá ha estado saliendo con alguien desde
que murió mamá, o que mamá tiene un novio secreto que hace algo más que
jugar al bridge con ella una vez a la semana, así que se inventan alguna
historia sobre un pariente perdido hace tiempo que viene de visita cuando los
niños no están.
La siento asentir definitivamente, como si estuviera segura de tener razón.
Odio decirlo, pero se está haciendo eco de lo que veo en la cámara. El Sr.
Webster y la mujer no se están acercando, sus caricias no son más íntimas
y, en todo caso, parecen estar hablando animadamente. Si no se conocieran,
su conversación sería más entrecortada, y si se conocieran, se sentirían más
cómodos tocándose. Están a medio camino entre la cercanía y la extrañeza.
Odio el indefinido “entre”.
—Tendré que llamar a mi oficina.
Aunque considero que la Sra. Webster podría ser mi primera clienta
equivocada, o al menos equivocada sobre las actividades de su marido para
este fin de semana en particular, hago unas cuantas fotos más.
Afortunadamente, Janey no dice nada.
Lo que hace es olvidarse aparentemente por completo del Sr. Webster y de la
mujer misteriosa porque se vuelve de espaldas y se queda mirando el
paraguas de árboles que hay sobre nosotros. Sólo se queda callada unos
minutos antes de empezar a hablar de nuevo. Pero sospecho que su cerebro
ha estado yendo a la velocidad del rayo todo el tiempo porque salta a un tren
de pensamiento a mitad de camino.
—¿Cuántos tonos de verde crees que hay? —se pregunta—. Tiene que haber
al menos un millón de tonalidades, algunas que ni siquiera podemos percibir
con nuestros ojos. Eso es lo que hacen los conos, ver los colores, y los
bastones, ver la luz. Juntos, esa es nuestra visión.
—Suenas como un libro de texto.
—Me han acusado de cosas peores —murmura con indiferencia. Esta vez no
parece que intente callarse porque yo se lo haya pedido, sino que parece que
toda su personalidad se ha empequeñecido. Incluso se contonea un poco
como si la herida estuviera fresca.
No me gusta. En absoluto. Ciertamente no quise decir mi comentario como
una indirecta.
—¿Cómo qué? —Gruño mientras dirijo mis ojos hacia ella—. ¿Por quién?
Se ríe, el sonido resplandece en el bosque, y no puedo callarla, no cuando es
una felicidad tan vibrante, pero lo hace ella misma, tapándose la boca con la
mano y disculpándose con los ojos.
—No ha sido nada importante —susurra, tranquilizándome cuando es ella la
insultada—. La gente a veces arremete, sobre todo cuando está herida, física
o mentalmente. No deberían hacerlo, pero cuando sufres tanto, repartir el
dolor lo hace más llevadero. A veces, porque significa que no estás solo -como
la miseria ama la compañía- o, a veces, porque liberar ese dolor lo saca de tu
corazón. Como reventarse un grano. —Se sacude las manos como si se tratara
de una infección, lo cual es una descripción bastante precisa, aunque no
asquerosa, del dolor emocional acumulado.
Le han hecho daño, eso es evidente. Pero lo ha superado y lo utiliza para ver
lo mejor en los demás. Es un rasgo envidiable e inspirador. Uno que yo no
comparto. La gente que me hace daño, también resultan heridas.
Exponencialmente.
—Suena bien para el que hiere, pero no para el herido —respondo, bajando
la cámara y mirándola fijamente. Me está distrayendo, lo cual es peligroso,
pero no sé si me importa.
Ella sonríe como si eso fuera perfectamente aceptable.
—Puedo manejarlo. —Pero entonces algo llama su atención y sus ojos saltan
a algún punto por encima de mí—. ¡Era un búho! Creía que sólo volaban de
noche, pero estaba justo ahí. Mira.
Una mirada hacia la cabaña me dice que el señor Webster y la mujer siguen
sentados en el sofá, charlando. Debería prestarles atención. Me pagan por
hacerlo, después de todo, pero la verdad es que... No puedo negármelo. Me
pongo boca arriba y ella se acurruca a mi lado, acercando nuestras caras
para señalar un ángulo que yo pueda ver. Sigo hacia donde señala con el dedo
y veo un búho gris pardo posado en una rama. Pero tras un rápido vistazo,
mis ojos se fijan en Janey.
—Precioso, ¿verdad? —dice en un suspiro. Salta de la iluminación filosófica
a la excitación infantil por un pájaro en un segundo.
Recordando lo que me dijo, levanto la cámara para hacer unas cuantas fotos
del búho.
—Ahora tengo fotos de pájaros haciendo cosas de pájaros.
Ella sonríe. No la veo tanto como la siento en el aire que nos rodea. La
estúpida foto la hace feliz.
Me doy dos minutos para disfrutar del momento, prometiendo volver a la
vigilancia cuando suene mi alarma interna. Pero no llego a los treinta
segundos hasta que los constantes contoneos y retorcimientos de Janey me
sacan de quicio.
¿Está tratando de follarme la pierna? ¿En ese ángulo?
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Me duele la espalda —admite mientras baila la danza del gusano en la tierra
como un gusano de verdad.
Admito que estoy irritado. Estoy trabajando, ella interrumpió, y ahora, ¿se
queja? Tampoco puedo dejar que vuelva sola a la cabaña. No por los osos,
que Anderson me aseguró que no han merodeado por estos bosques en
décadas pero que son un eslogan interesante en los anuncios, sino porque el
terreno es accidentado. Me sorprende -y me impresiona un poco- que haya
llegado hasta aquí sola. Pero no puedo enviarla sola a sabiendas.
Debería quedarme aquí, vigilar a mi objetivo todo el día si es necesario, pero
si no puedo, aún puedo trabajar. Llevaré a Janey de vuelta a la cabaña y
llamaré a la oficina para que investiguen más sobre el Sr. Webster y esta
invitada que no es una amante a la que está hospedando en secreto.
Mi cerebro no toma la decisión de hacerlo, pero mi cuerpo sí, y me muevo
para levantarme, apoyándome en las rodillas con el trasero sobre los talones,
manteniéndome instintivamente cerca de las sombras del árbol al que llamo
mi puesto de caza para preservar su integridad como lugar seguro de
vigilancia.
Vuelvo a guardar mi equipo, sabiendo que tendré que volver, y le ofrezco a
Janey una mano mientras me levanto. Independiente como es, y
probablemente consciente de mi enfado, dada la mirada dolida de sus ojos,
Janey ignora mi ofrecimiento y se levanta sola. Excepto...
—No te muevas —le digo bruscamente, y sus ojos se clavan en mí,
confundidos—. Es hiedra venenosa —le explico, señalando el arbusto de tres
lóbulos que está agarrando—. ¿Eres alérgica?
—No lo sé. No estoy segura de haberme expuesto nunca. En caso de que no
lo hayas notado, no soy exactamente del tipo al aire libre. Oh, excepto por esa
vez que fui a acampar. ¿No tendría más de ocho o nueve años? Fui Girl Scout,
tropa 481, así que probablemente aprendí cómo es la hiedra venenosa, pero
no lo recuerdo. ¿Tiene tres hojas? ¿O cuatro? —Mira a su alrededor y cuenta
las hojas—. Probablemente no conseguí ese parche de Scout, pero sé que
conseguí uno por hacer pizzas y otro por cuidar caballos cuando fuimos a los
establos y cepillé las crines de un poni. Creo que se llamaba Polvo. Y también,
el de hacer pizza fue poner nuestros Lunchables de pepperoni en el horno
tostador, así que no estoy segura de que eso cuente realmente.
—Tres. Cuatro es un trébol de la suerte —digo para responder a la parte más
importante de aquella divagación—. Déjame ayudarte. —Esta vez no es una
pregunta. Cuanto menos contacto tenga con la hiedra venenosa, mejor estará.
Por suerte, formo parte del quince por ciento de personas que no son
alérgicas, un hecho del que me aprovecho en situaciones como ésta.
La ayudo a salir lenta e invisiblemente de mi escondite y nos dirigimos con
cuidado a nuestra cabaña, donde guío a Janey al baño tras una rápida parada
en la cocina.
—Desnúdate. Necesitas una ducha fría y un lavado con jabón de platos.
Se tapa la boca mientras se ríe.
—Buen intento, pero no voy a desnudarme delante de ti.
—No te toques la cara —le advierto, y sus manos caen a los lados—. Es aún
peor en zonas de piel fina como los labios, los párpados o las fosas nasales.
Al contrario de lo que dice, parece que quiere arrancarse la ropa, no para
seducirme, sino para rascarse. Por todas partes. Porque su contoneo ha
progresado hasta convertirse en una danza del vientre espástica, lo que
considero una señal de que el picor está empeorando.
—De acuerdo. —Dejo la botella de jabón en el borde de la bañera y me giro
para salir—. Agua fría. Mucho jabón. No te saltes ni un centímetro o seguirá
irritando y luego se extenderá.
—Sí, señor —responde con una aproximación al saludo y una amplia sonrisa.
Por primera vez me doy cuenta de que uno de sus dientes tiene una pequeña
astilla y me pregunto qué historia tendrá. Seguro que es interesante. Antes
de que pueda preguntar, me empuja hacia la puerta desesperadamente.
Sus manos apoyadas en mi pecho sienten... algo. No lo sé, simplemente se
sienten. Últimamente no tengo mucho contacto con la gente, e incluso un
pequeño gesto burlón es íntimo para mí. No me muevo ni un milímetro. Puede
que incluso inspire ligeramente para apretar más mi pecho contra sus manos,
porque sus ojos se abren de par en par.
—La loción de calamina está en el botiquín, debajo del lavabo —digo a
regañadientes, lo que suena como si le estuviera gritando.
Me voy antes de que pueda llamarme hijo de puta por ser una montaña rusa,
lo que estaría cien por cien justificado.
Eso fue estúpido. No hago conexiones, pero aquí estoy, queriendo pasar
tiempo con Janey cuando debería estar trabajando y no impidiendo que me
toque. Salgo pisando fuerte hacia el salón y me dejo caer en el sofá con una
pesada exhalación para mirar fijamente la caja oscura de la chimenea,
intentando discernir qué demonios me pasa.
No me gusta la gente. Sí, ahora es un verbo. Búscalo. O si no lo es, debería
serlo porque no se me da bien. Para Janey, probablemente soy un gruñón
cavernícola/ermitaño, solitario que está tan fuera de práctica, que no puede
llevar un lado de una conversación, así que ella tiene que hacerlo todo.
¿Quizás por eso habla tanto? Y yo soy el tonto que la escucha y disfruta del
sonido de su voz y de la forma en que sus labios forman las palabras.
Maldito idiota.
Necesito saber si hay algún familiar desaparecido con el que el Sr. Webster
pueda estar reunido, aunque enviar un mensaje a mi ayudante es más una
distracción intencionada que otra cosa.
El objetivo recibió a un invitado. No parece íntimo. Investiga su árbol
genealógico. ¿Hija, sobrina? Rubia, al final de la adolescencia, de veintitantos
como mucho.
Me devuelve una simple marca de verificación en una casilla verde. Mi
ayudante Louisa es más ermitaña que yo y aborrece la conversación.
Trabajamos extraordinariamente bien juntos.
Oigo cerrarse la ducha y el chirrido de la cortina metálica de la ducha al
abrirse. Detrás de cinco centímetros de madera hay una Janey desnuda y
mojada, un pensamiento que debería descartar al instante, pero en lugar de
eso, recuerdo cómo era huyendo. La curva de su espalda, la plenitud de su
culo, la aureola de su cabello, el tatuaje que quiero ver de cerca y en persona.
La oigo murmurar:
—Mierda. —Un momento después, grita—: Oye, eh, ¿Cole? ¿Puedes
ayudarme con algo?
Cualquier cosa.
—¿Qué pasa? —pregunto a la puerta con recelo, y se abre una rendija.
—No puedo alcanzar toda mi espalda para la
loción —explica—. ¿Podrías? —Su mano serpentea, extendiendo el frasco de
líquido rosa y cremoso.
—Sí —respondo, escuchando el ronquido de mi propia voz. No puedo evitarlo,
es una reacción instintiva hacia ella. Cuando se aparta, me abro paso hasta
el baño, y ella grita sorprendida, pero me da la espalda.
Apoyada en la encimera, sus ojos se cruzan con los míos en el espejo.
Lentamente, se sube la camiseta de tirantes, manteniendo la parte delantera
pegada a los pechos y la trasera levantada casi hasta los omóplatos. Mis ojos
recorren su piel, viendo trozos de tiza rosada donde ya se ha cubierto, pero
también veo la zona a la que se refiere, donde la mancha irritada ha quedado
al descubierto por la calamina.
Me echo un poco de loción en la mano y la aplico suavemente sobre la zona
afectada antes de secármela con el secador, un truco que aprendí hace mucho
tiempo. No de la hiedra venenosa, sino de una plaga de mosquitos
especialmente grave en los alrededores de un lago en el que realizaba labores
de vigilancia. Mi cliente ni siquiera había necesitado la prueba fotográfica
aquella vez. El tipo había dicho que se iba de viaje de negocios a Sacramento
y, tras una excursión secreta de pesca con los chicos, volvió a casa con
pequeñas ronchas que le picaban por todo el cuerpo. Las picaduras de
mosquito fueron el diagnóstico menos preocupante que sugirió su mujer al
verlas. Y aunque le recomendé calamina, ella dijo que prefería dejarle sufrir
el picor que se había ganado mintiendo, lo que también me pareció una idea
válida.
—Ooh —suspira Janey aliviada mientras cubro más y más puntos. Pero,
haciendo un mohín, añade—: Voy a ser un monstruo en la boda, aunque
Paisley probablemente lo prefiera así. —Hay una amargura en su tono que no
se parece en nada a su habitual actitud alegre. Pero un momento después, se
corrige—. A Paisley le gusta ser el centro de atención, la chica más guapa de
la habitación, y si hay un día en el que eso debería ser siempre así, es el día
de su boda. El como yo parezca no importará.
No tengo ni idea de cómo es la prima Paisley, pero no me imagino que sea
más guapa que Janey. Paisley podría ser una maldita modelo de pasarela y
creo que Janey seguiría saliendo victoriosa de esa competición. Janey es...
interesante. Su apariencia, su boca siempre abierta, y su mente. Ella es más
que la suma de sus partes, aunque esas partes son bastante buenas por sí
mismas.
—Estará bien para entonces. No te preocupes. Y nunca podrías ser un
monstruo.
Jadea suavemente y levanto los ojos buscando la causa de su reacción. Pero
entonces me doy cuenta de que simplemente ha estado observando todos mis
movimientos y expresiones mientras le ponía la calamina en la espalda.
—Gracias —susurra.
El momento se alarga, nos miramos a los ojos en el espejo con mi mano
congelada en su espalda.
—No hay problema —respondo, fingiendo extender una última porción de
loción simplemente porque no quiero dejar de tocarla.
¿Qué demonios me pasa?
Capítulo 5

Han pasado días. Básicamente toda la semana, si soy sincera. He dormido


hasta tarde, he visto los árboles balancearse al amanecer, he terminado un
libro de mi lista de libros pendientes y he disfrutado de mi propia compañía
todo el día. Es un lujo que creo que nunca me habría dado a mí misma, así
que agradezco que me lo hayan impuesto.
No he hablado mucho con Henry, pero eso no es raro cuando está metido de
cabeza en un problema, buscando una solución. Se vuelve un poco obsesivo
con un rompecabezas por resolver, y me alegro de que esté trabajando tan
duro para terminar a tiempo y poder aprovechar nuestras vacaciones.
Henry debería estar aquí hoy. De hecho, debería estar haciendo el viaje desde
la ciudad hasta la cabaña ahora mismo, y yo ya he aprovechado al máximo
mis últimas horas de soledad mimándome con una mascarilla, un Red Bull
de fresa y albaricoque y otro libro. Es un buen libro también, y realmente he
masticado a través de un montón de él en la soledad pacífica.
No has estado totalmente sola.
Es cierto que Cole se ausenta durante horas para espiar al Sr. Webster, pero
cuando vuelve a la cabaña todas las noches, cenamos juntos y nos sentamos
a contemplar la salida de la luna. Y hablamos.
Bueno, yo hablo y él casi siempre escucha. Pero ha sido divertido, sobre todo
teniendo en cuenta que, para no hablar, se implica más que nadie.
Te refieres a Henry.
Bien, lo admito... sólo para mí. Pero eso es lo que hace que esta semana sea
aún más interesante. Las marcadas diferencias que noté aquella primera
noche se han acentuado con el tiempo. Cole me pregunta por mi día, por lo
que he leído, por mí, y escucha mis respuestas. Su atención es singular, se
concentra en lo que le digo incluso cuando está saliendo a un ritmo tan rápido
que me sorprende.
No es que comparta mucho sobre sí mismo a cambio.
Aparte de los pequeños detalles sobre su trabajo, como el nombre del Sr.
Webster y sus propias dudas sobre su posible infidelidad, me dijo que era
mellizo y que tenía un montón de hermanos, lo cual me sorprendió. Por
alguna razón, lo consideraba hijo único, pero una vez que me lo imaginé con
hermanos, todos luchando por ser escuchados, pude verlo como el lobo
solitario a un lado, observando en silencio y catalogando a sus hermanos y
hermana.
No, estas no han sido las vacaciones que imaginaba, pero de alguna manera,
han sido exactamente lo que necesitaba. ¿Los mejores planes? Puestos a
descansar. Janey: cero. Universo: anota uno.
Sin dejar de pensar en Cole, doy la vuelta a las pechugas de pollo que estoy
observando atentamente. No soy un gran chef. Desde luego, Gordon Ramsey
nunca me invitará a prepararle la cena, a no ser que sea para protagonizar
Pesadillas en la cocina. Pero tampoco he intoxicado nunca a nadie, así que
diría que estoy justo en el medio de lo semidecente en la cocina. Casi siempre.
Miro el reloj, tanto para asegurarme de que el pollo ha tenido tiempo
suficiente para alcanzar una temperatura segura -tengo que proteger ese
récord de no envenenamiento- como porque Henry debería estar aquí a las
seis.
Después de guardar el pollo, que espero que esté perfectamente cocinado, en
el microondas para que se mantenga caliente, miro por la ventana sobre el
fregadero. El bosque está empezando a oscurecerse, y Henry tiene que hacer
el incómodo y peligroso trayecto hasta la cabaña cuando todavía hay sol.
Además, se supone que Cole tiene que entrar a ducharse y marcharse antes
de la llegada de Henry. Me siento culpable por echarlo a la acera, también
conocida como su camioneta, por esta noche, pero no creo que Henry quiera
compartir espacio en lo que queda de nuestra escapada romántica, y el loft
de la habitación no es precisamente privado.
Salgo al porche trasero y echo una larga mirada de arrepentimiento a la
bañera de hidromasaje. Tenía grandes planes para ella, pero no he podido
usarla por la erupción de hiedra venenosa, lo que me da un poco de rabia,
pero es culpa mía. Me preparé para los osos, pero no para la vegetación que
podría arruinarlo todo.
O invitados inesperados que me tentaban a adentrarme en las desconocidas
tierras salvajes del bosque.
No, no pensaba en Cole. Ni en sus ojos y sus dedos recorriendo mi espalda,
atrayendo calor a lugares que no tienen nada que ver con una reacción
alérgica. Me estoy centrando estrictamente en la erupción de hiedra venenosa
y eso es todo. Sí, eso es todo.
Esperemos que a Henry no le moleste mi irritación en parches. La loción de
calamina está funcionando, pero no es una solución rápida.
Me hundo en una silla del porche, me envuelvo en una manta y la recojo bajo
la barbilla para llamarle por el altavoz. No hace tanto frío, pero la
preocupación se agolpa en mi vientre porque Henry ya debería estar aquí.
—¿Hola?
—¡Hola! Sólo comprobaba lo cerca que estás. La última parte del viaje a la
cabaña es bastante difícil, y definitivamente algo que debe hacerse durante
las horas de luz, así que espero que estés casi...
Me corta bruscamente y suelta:
—No voy a ir.
—¿Qué? —digo confundida—. ¿Trabajaste hasta tarde y decidiste venir
mañana en su lugar? —Así es él. Trabaja, trabaja y trabaja, y pierde la noción
de todo lo que no sea el asunto que tiene delante. Es simpático, aunque a
veces molesto. Como estas veces.
—En absoluto. —Su tono es plano y frío.
—¿Qué quieres decir? ¿El proyecto no va bien? —Es lo único que se me
ocurre. Henry es básicamente un adicto al trabajo, y su ética de trabajo es
algo bueno. Normalmente.
—Mira, Janey... eres uhm... genial, pero estoy súper desbordado y necesito
priorizar mi propia trayectoria de crecimiento. Tú lo entiendes. Y tú...
Inspiro bruscamente.
—No te referirás a las vacaciones, ¿verdad? ¿Estás… —La realidad me golpea
como una bola de demolición—. ¿Estás rompiendo conmigo? ¿Por trabajo?
Mi estómago está en algún lugar de mi culo ahora mismo. Mis profesores de
enfermería dirían que eso no es médicamente posible, pero es exactamente lo
que siento en este momento.
—No, no. No es eso. Yo sólo... tú, yo, no somos... —Se queja y se mueve, y oigo
el chirrido del sofá de su apartamento. No está en la oficina. Está en casa,
reclinado en la tumbona del extremo izquierdo, donde siempre se sienta,
aunque sabe que me gusta el rincón en forma de L donde puedo acurrucarme
junto a la ventana.
No soy estúpida. Y tengo experiencia leyendo entre líneas para oír lo que no
dice. Nunca tuvo intención de venir, pero me hizo creer que sí. Me dejó que le
preparara una cena romántica -y desde luego no envenenada- y que me
preocupara de su auto mientras él se relajaba en casa. Me dejó decirle a toda
mi familia que iba a venir a la boda, sabiendo que no iba a venir.
Tartamudea algo acerca de que aún no es nuestro momento, pero yo solo le
escucho a medias, demasiado atrapada en el tornado que se arremolina en
mi mente de “no, no, no” unido a un chillido agudo.
—¿De qué estás hablando? —pregunto cuando me doy cuenta de que no he
oído casi nada de lo que ha dicho. Se ríe, en realidad resopla como si le hiciera
gracia, y yo me quedo confusa durante un segundo hasta que caigo en la
cuenta. Se ríe porque eso es lo que siempre comenta cuando me salgo por la
tangente y me comprueba mentalmente. Supongo que esta vez el zapato está
en el otro pie. No me siento mejor de este lado.
Me pongo sobria con el pensamiento y pregunto más seriamente:
—¿Y la boda?
Esto no puede estar pasando. No ahora, no a mí. Me está tomando el pelo y
preparándome para una situación aún peor en la boda. Y él lo sabe.
Siento que se me saltan las lágrimas y trago saliva para que Henry no oiga lo
dolida que estoy.
No, no herida. Asustada. Tengo miedo de estar con Henry... y de no estar con
él. De la boda y de que mi familia vuelva a verme como una fracasada. Todo
se está desmoronando, pero puedo arreglarlo. Tengo que arreglarlo. Al menos
echarle un poco de saliva y cinta aislante para pasar los próximos días.
—Te dije lo importante que es la boda para mí, ¿y ahora me
abandonas? —No me gusta la desesperación de mi voz, pero no puedo
contenerla porque estoy desesperada.
—Ese es el problema, cariño. Conocer a tu familia es un gran paso, y no creo
que estemos preparados para eso —dice Henry con voz fría pero también
apaciguadora—. Quizá cuando vuelvas podamos hablar y pensar en algo.
Volver a… No sé, ¿salir juntos?
Realmente parece como si pensara que voy a estar de acuerdo con eso. Por
supuesto, no le he dado ninguna razón para pensar que no estaría de
acuerdo. Con nada. Esa soy yo, Janey la agradable, fácil de llevar, que hace
cualquier cosa por cualquiera.
—¿Salir? —Resoné con un eco hueco—. Apenas nos vemos ahora con todo el
tiempo que estás dedicando al proyecto McDermott. Y entiendo que es una
gran oportunidad para ti, pero... —Oigo de fondo algo que no es el crujido del
sofá y que me detiene a mitad de la frase. Le estoy poniendo excusas, pero no
está solo en su apartamento. Las piezas de un rompecabezas que ni siquiera
sabía que estaba completando encajan una a una y me doy cuenta de la
verdad—. Te acuestas con alguien de la oficina. —La idea surge de repente,
se me cae de la lengua sin fuerza porque no puedo encontrar más emoción
en mi pozo de roca—. Por eso no nos acostamos desde hace meses.
Cada noche que se quedaba hasta tarde, cada vez que decía que estaba
demasiado cansado para venir, cada vez que se presentaba como un
empleado dedicado y leal, estaba con otra persona. Lo veo todo tan claro
cuando hace un momento le habría defendido. Tengo tantas ganas de que me
diga que me equivoco, pero ya sé la verdad.
Lo intenta de todos modos.
—No, no lo hago.
La respuesta es reflexiva, pero puedo oír la mentira claramente. También
podría haber dicho que es un marciano verde con un traje de piel, por muy
creíble que fuera esa negación. Ni siquiera intenta convencerme, en realidad
no, probablemente da por sentado que lo soportaré porque... bueno, porque
soy Janey la Ingenua.
Sí, él también conoce a mi horrible familia y las cosas que me dijeron e
hicieron cuando era niña. Pensó que algunas de ellas eran divertidas y me
dijo que estaba siendo demasiado sensible cuando lloré lágrimas frescas por
algo que sucedió hace más de una década. Y ahora, está usando mi propio
trauma contra mí. Peor aún, yo también lo estoy haciendo.
Sí, hay una parte de mí que piensa que debería dejar pasar su infidelidad y
ser feliz con lo que tengo. Tal vez eso es todo lo que merezco.
—Me has engañado todo este tiempo. Realmente pensé... —Me detengo antes
de decir que pensé que estas vacaciones iban a ser un nuevo nivel para
nuestra relación. No una situación de anillo, sino algo más de lo que éramos
antes. Riendo amargamente, digo—: Apuesto a que te has estado divirtiendo
de lo idiota crédula que soy todo este tiempo mientras te creía estúpidamente.
Creía en ti.
—Janey.
Hay un sexto sentido que tienes como enfermera cuando un paciente no va
bien. Lo llamamos “rodear el desagüe” porque “muerte inminente” es
demasiado contundente y suele doler más. Así que lo disfrazamos con
eufemismos y lenguaje codificado en un intento de amortiguar el impacto
contundente de la muerte. Pero la realidad está ahí, y todos la conocemos.
Así es como se siente.
Henry y yo, lo que éramos y en lo que esperaba que nos convirtiéramos, se
está muriendo. Aquí mismo, ahora mismo, en este momento. No puedo fingir
que esto no ha pasado. Puede que no merezca más, pero no merezco esto.
Estoy cortada hasta la médula, y las mentiras desentrañan cualquier dominio
que tuviera sobre mi corazón.
—No. —Me gustaría poder decir que fue una respuesta firme y fuerte,
pronunciada con fuego y azufre. Pero yo no soy así. Es suave y tranquila, pero
eso no la hace menos cierta. Me estoy desmoronando, pero tengo límites. Este
es uno.
—No seas así, nena —dice Henry, esta vez sonando legítimo en la
conversación por primera vez—. No es nada, sólo una forma de desahogarme
cuando la presión es excesiva. Es fácil, sin ataduras. No como lo nuestro.
Al menos lo admite. No tendré que preguntarme más tarde si exageré o me lo
inventé. Recojo los pocos restos de autoestima que me quedan, sabiendo que
no me lo merezco. Nadie lo merece.
—Adiós, Henry.
Pulso el círculo rojo, terminando la llamada, y apago el teléfono. Eso evitará
que me vuelva a llamar y que rastree mi ubicación. Sacudo la cabeza con
incredulidad, recordando cuántas noches me quedé mirando su punto en esa
estúpida aplicación, esperando a ver cuándo salía del trabajo. A veces,
hablábamos mientras conducía a casa, o a veces, venía a mi casa, pero
siempre sentía que era sincero porque estaba donde decía que estaría.
Nunca pensé que estuviera follando en la oficina.
Supongo que yo soy la tonta. En serio, ¿cuántas telenovelas he visto en las
que pasa exactamente eso? Pero pensé que éramos diferentes. Pensé que
Henry era diferente.
Me ciño la manta alrededor de los hombros y me acurruco en ella. El aire de
la noche no se ha enfriado, pero siento el interior helado a medida que se me
pasa el efecto de la adrenalina. No sé cuánto tiempo permanezco así sentada,
repitiendo nuestras conversaciones, las cosas que Henry me ha contado y los
pensamientos que he tenido sobre él. Sobre nosotros.
De alguna manera, todavía está “anocheciendo” cuando Cole sube las
escaleras de la terraza trasera. Me echa un vistazo a mí y a mi fea y mocosa
maraña de lágrimas y entra en silencio, dejándome con mi fiesta de lástima.
Le oigo moverse por la cocina, el ruido de las sartenes y el zumbido del
abrelatas, pero no sé ni me importa lo que está haciendo. Hasta que vuelve a
abrir la puerta.
—Toma —dice bruscamente.
Levanto la cabeza de mi fuerte de mantas unipersonal para ver qué quiere.
Me tiende un vaso de vino blanco servido hasta el borde y un cuenco hondo
del que sale vapor.
—¿Qué es eso? —pregunto, sin cogerlo.
He hecho la cena. Cena para mí y Henry, y él rompió conmigo por teléfono en
lugar de decírmelo antes de nuestras vacaciones románticas, así que la
comida es lo último que quiero.
—Vino. Pollo y albóndigas. No pensé que quisieras el pollo que hiciste para el
pedazo de mierda, pero lo convertí en comida reconfortante. —Lo dice con
total naturalidad, sin ninguna emoción, pero al insultar a Henry me dice que
sabe por qué estoy sentada sola en la terraza de atrás.
He completado la curva alrededor de las etapas de negación y tristeza y estoy
entrando en la etapa de ira, contemplando formas de arrasar la existencia de
Henry. Tal vez presentarme en su oficina y anunciar en voz alta su infidelidad,
preguntando si el sexo como descanso cerebral es su norma. O irrumpir en
su apartamento y borrar los personajes de su videojuego favorito. Eso sería
mejor que simplemente destruir el sistema de juego. Si hiciera eso, él podría
entrar en su cuenta en una nueva, pero ¿borrar el personaje en el juego?
Probablemente sería lo que más daño le haría, lo cual es ridículo.
O tal vez seguir adelante y ser feliz. La mejor venganza es una vida bien vivida.
Siendo realistas, no haré ninguna de esas cosas. Seguirán en mi cabeza como
formas de torturarme a mí misma más que a Henry, porque, aunque me
defendí por teléfono, no tengo las agallas para vengarme de Henry en una de
esas maniobras dramáticas dignas de una canción. Simplemente me
desvaneceré en la soltería, viviendo sola para siempre y adoptando un montón
de gatos a los que pondré nombres de platos de desayuno como Gofres, Bacon
y Rollo de canela.
Suspirando pesadamente, agarro el cuenco de Cole.
—Gracias. ¿Cómo puedes estar seguro de que es un pedazo de mierda?
Me mira dubitativo mientras deja el vino en la mesita a mi lado.
—Ya está. Déjame tomar el mío y me cuentas lo cabrón que es Henry.
Desaparece y vuelve un minuto después con un vaso de vino y un plato de
comida. Se sienta a horcajadas en la otra tumbona y se deja caer sobre su
superficie. Por un momento me preocupa que la silla se desplome bajo sus
pies, pero cuando se mantiene firme, no puedo evitar reírme un poco. Parece
satisfecho consigo mismo por el pequeño y momentáneo destello de mejora
en mi estado de ánimo, incluso cuando vuelvo a revolcarme en mi
autocompasión.
Agarra una cucharada de su cuenco, la sopla y la sorbe.
—Es una receta de mi abuela. Tuve que cambiarla un poco en función de lo
que había en la cocina, pero no está mal —dice conversando, lo cual es
importante para él, y cualquier otra noche, yo estaría fuera y corriendo por la
boca con ese pequeño estímulo. Esta noche, me quedo mirando el bol que
tengo entre las manos. Huele bien, pero ahora no tengo hambre ni ganas de
hablar—. Mi abuela me daría una patada en el culo si supiera que uso galletas
enlatadas para las albóndigas.
Es un hecho sin importancia, pero oigo la pregunta, así que doy un pequeño
mordisco a una bola de masa y asiento con la cabeza.
—Está bien. —Es todo lo que tengo, y vuelvo a sentarme en silencio y
hoscamente.
Cole se queda mirando el bosque oscuro y, al principio, creo que vamos a
tener una cena muy tranquila sin que yo haga comentarios, sobre todo, desde
los osos hormigueros hasta los zombis. Pero al final me dice:
—Hace la mejor tarta de pollo y manzana el 14 de marzo. El día de Pi. Lo
espero con impaciencia durante 364 días al año y luego lucho contra Kyle
para acapararlo egoístamente para mí. No es su favorito, pero lucha por él de
todos modos porque sabe que es mío. Dice que lo apreciaré más si tengo que
luchar por él. Probablemente no se equivoca. —Vuelve a quedarse callado,
pero luego añade—: Es una gran cocinera y una abuela aún mejor. Ha pasado
por muchas cosas, y una persona menor se habría derrumbado. Pero ella no.
Los tiempos difíciles la hicieron fuerte. Admiro eso.
Creo que ya no hablamos de su abuela. O al menos no sólo de ella.
—Mi hermana Kayla, también. Aprendió de la abuela Betty y de mi madre.
Son el tipo de mujeres que han pasado la mayor parte de su vida
subestimadas. —Se encoge de hombros como si fuera de esperar—. A veces
por los tiempos que les tocó vivir, a veces por su aspecto, a veces sin ninguna
maldita razón. Pero vuelven luchando sucio mientras permanecen limpias
como una patena. —Me mira, sus ojos azules afilados y sin perderse nada
mientras escudriña mi rostro—. Entonces es cuando te sorprenden.
Se siente aún más como si estuviera hablando de mí, pero envuelto en
cumplidos sobre las mujeres de su vida.
—¿Cuánto has oído? —pregunto en voz baja—. Porque no me siento fuerte ni
sorprendente. Me siento... estúpida.
Se ríe entre dientes y no responde a mi pregunta sobre lo que ha oído.
—Janey, eres la mayor puta sorpresa con la que me he topado.
¿Por qué suena eso como un gran cumplido? Especialmente viniendo de él.
—Y apuesto a que Henry es la personificación de un soso, aburrido e
imbécil —proclama Cole, su desagrado por él evidente. Me encojo de hombros,
no dispuesta a hablar mal de él cuando hace treinta minutos era mi
novio—. Déjame adivinar... dijiste que es ingeniero de software, así que
probablemente se cree el hombre más listo de cualquier habitación.
Definitivamente se cree más listo que tú, cosa en la que está totalmente
equivocado, y ni siquiera le conozco.
Miro fijamente a Cole, que ahora mira hacia el bosque. Quiero que diga algo
más. No estoy buscando cumplidos, pero a mi ego herido le vendría bien una
pequeña fiesta. Iba a llamar a Mason, pero quizá sea mejor así porque Mason
me recordará que lleva meses diciéndome que deje a Henry.
—Cree que es el centro de la relación, pero es su ego el que habla. La verdad
es que es un vago. Nunca se esfuerza de verdad y le importa una mierda tu
experiencia, sobre todo en la cama. Tú lo haces todo.
Automáticamente, intento defender a Henry.
—No es tan malo.
Cole me lanza una mirada tormentosa y yo bajo la mirada, sintiéndome
castigada, aunque él no ha respondido. Tras un fuerte suspiro, gruñe:
—Llevamos días aquí, Janey. No te ha llamado ni enviado un mensaje. Ni
siquiera un gif de 'pensando en ti' que tardaría un segundo en enviarse. Pero
veo que revisas tu teléfono y le envías mensajes. Incluso le enviaste ese selfie
del amanecer que te hiciste ayer en el porche. ¿Respondió? —Hace una pausa,
no para darme tiempo a responder, sino para mirarme fijamente, retándome
a mentir porque él ya sabe la verdad—. Es demasiado vago para tenerte
siquiera en segundo plano. Te pusiste ahí y te quedaste mucho después de
que él apagara la estufa.
¡Ay! Eso duele, mucho. Parece enfadado… conmigo. Se supone que no debes
patear a alguien cuando está en el suelo, pero él no se contiene. Y para ser
alguien que no me conoce, Cole me tiene bien atrapada. Henry también.
Mason ha citado varias veces una expresión que me ha tocado demasiado de
cerca, así que he preferido ignorarla, pero ahora susurra en el fondo de mi
mente. Si quisiera, lo haría.
Henry nunca quería... nada. Si lo planeaba, lo organizaba, lo anotaba en su
calendario y se lo recordaba, aparecía. A veces. Si lo consideraba valioso. Si
no, decía que no se lo había dicho o que el trabajo le necesitaba.
Ahora sé que eran más mentiras. No puedo contar cuántas veces me lo decía,
y yo me cuestionaba o le ponía excusas.
Dios, soy tan estúpida. Y débil. Cole tiene razón, he estado en un segundo
plano, y no sólo he dejado que pasara, sino que me lo he hecho a mí misma.
Lágrimas crudas, amargas y frescas empiezan a quemarme los ojos. No estoy
triste por haber perdido a Henry, pero me golpea haberme perdido a mí
misma. ¿Y por qué? Por un hombre quejica, tramposo, mentiroso, un hurón
con ropa que no puede permitirse, con un trabajo que le importa más que
nadie, y que nunca me hizo correrme, ni siquiera con un poco de
entrenamiento direccional. Porque durante todo el tiempo que estuve con
Henry, la única forma de llegar a la “puerta del cielo” era subiendo las
escaleras y girando el pomo yo misma.
De alguna manera, Cole también lo sabe. Lo sabe todo, incluso lo perdida que
me he vuelto.
Yo no soy así. Sé que no soy así. No lo soporto.
Pero lo hice. Ocurrió tan gradualmente que no me di cuenta, y le di
demasiadas oportunidades, pensando que las cosas irían mejor mañana, la
semana que viene, el mes que viene. Siempre mejor. Porque tenía que haber
un resquicio de esperanza, si no, ¿para qué?
Las lágrimas caen, recorriendo en silencio mis mejillas. Resoplo en voz baja
para que Cole no se dé cuenta de que me estoy derrumbando, pero él
mantiene su atención en el bosque que nos rodea y en su plato de comida,
dejándome un momento de intimidad, aunque está a mi lado.
Está completamente oscuro y quieto a nuestro alrededor, y en su ropa de
vigilancia, se mezcla con la noche casi a la perfección hasta que habla.
—Voy a ducharme antes de acostarme. —Se levanta y se lleva el cuenco y la
copa de vino vacíos, pero en la puerta trasera se detiene y me mira. No puedo
mirarle a los ojos, demasiado perdida en las divagaciones de mi propia mente,
pero le escucho cuando dice con firmeza—: Un hombre debe estar dispuesto
a dejarse la piel para ser digno de ti. No te mereces menos, Janey.
No espera respuesta. Simplemente entra, dejando que se asiente en el aire de
la noche. Y en mi mente.
Sola, me obligo a comer, sabiendo que lo necesito. No me sorprende que el
pollo con albóndigas esté delicioso, incluso frío. Apuesto a que Cole cocina
todo el tiempo, al menos para sí mismo. Tal vez incluso para alguien especial.
Es del tipo que haría esos esfuerzos por su mujer.
No es que lo necesite. Ahora no. Necesito sentarme conmigo misma y curarme
un poco, no de la ruptura, sino de la relación.
Termino el cuenco y la copa de vino entero, pero no me muevo para entrar.
Se está bien aquí fuera, los sonidos del bosque son una canción que
acompaña mis melancólicos pensamientos. El susurro de las hojas en la
ligera brisa es la melodía, y hay una rana croando en algún lugar tan fuerte
que parece que está justo al lado de mi silla, proporcionando el inquietante
bajo. Un búho ulula y me pregunto si será el mismo que vi en el bosque junto
a la cabaña del señor Webster.
La puerta se abre y Cole reaparece con el cabello mojado y los pantalones
grises caídos sobre las caderas. Tiene el pecho desnudo y me sorprende ver
lo definidos que están sus músculos. En un sentido puramente médico y de
enfermería, claro. Se da cuenta de que le miro y levanta un lado de la boca,
como si no quisiera sonreír del todo.
—Te preparé un baño. Agua tibia y avena para el picor. Vamos dentro —me
dice mientras me quita el cuenco de las manos y agarra también la copa de
vino vacía.
Sin pensar, le sigo hasta la cocina, donde deja el cuenco en el fregadero y me
llena la copa de vino con otro buen chorro. Luego me guía hasta el cuarto de
baño, donde la bañera está llena tal y como me dijo, y deja la copa junto a
una toalla mullida que ha tendido.
Pensó en todo.
Cole se da la vuelta para irse, pero me pongo delante de él para detenerlo. Me
dejo caer en sus brazos, me abrazo a él y recibo el consuelo que necesito. Se
queda paralizado por un momento, pero luego sus brazos se apoyan en mis
hombros, manteniéndome conectada a la realidad con su peso mientras me
abraza. No es un abrazo sexual, sólo un consuelo, pero mi mejilla pegada a
la cálida piel de su pecho, inhalando el aroma del jabón de sándalo de su
ducha y oyendo el constante latido de su corazón, me recuerda que soy una
mujer.
Una más sexy y fuerte de lo que fui con Henry. Una que volveré a ser, algún
día, lo juro.
—Gracias —susurro mientras le suelto. Cuando levanto la vista, casi espero
ver compasión en sus ojos azules, pero están apagados, sin revelar nada de
lo que piensa.
—Sí —retumba. Sin más, se da la vuelta y se va.
Sola en el cuarto de baño, me miro en el espejo, intentando averiguar cómo
demonios he llegado hasta aquí. Lo que veo me duele. De repente vuelvo a ser
Janey la Ingenua.
Capítulo 6

Janey ronca en el piso de arriba, pero aparte de eso, la cabaña está


completamente silenciosa y quieta. Sólo yo y el resplandor de mi portátil
mientras trabajo.
Yo debería estar investigando al señor Webster, pero Louisa está en eso, y
para ser franco, ella es mejor que yo escarbando digitalmente en los secretos
de la gente, especialmente cuando hablamos de una inmersión profunda. Aun
así, no tengo dudas de que encontrará lo que necesitamos.
La información que busco ahora es mucho más fácil de encontrar. Basta con
hacer unos pocos clics en las redes sociales y en LinkedIn para obtener los
datos básicos que quiero verificar y alguna información nueva.
Janey Williams. Enfermera diplomada en The Ivy Care Center desde hace dos
años. Graduada con su BSN de la universidad del estado antes de eso. Fecha
de nacimiento, 21 de julio. Tiene veinticinco años. Su mejor amigo es un chico
llamado Mason, que también trabaja en The Ivy y es el siguiente en mi lista
de investigación. Hay unas cuantas fotos de Mason, una mujer morena, Janey
y Henry en un partido de béisbol.
Me alegro de poner una cara con el nombre, pero Henry es más o menos
exactamente lo que esperaba. Es decir, indigno de ella. Su sonrisa de
suficiencia mientras mira a la cámara me hace querer borrársela de la cara...
con el puño.
Volviendo a Janey. Todo lo que he descubierto hasta ahora coincide
exactamente con lo que ella me ha dicho. Ella es del tipo “lo que ves es lo que
obtienes”, una rareza en mi línea de trabajo y un estándar que yo mismo no
cumplo.
Sigue páginas sobre cabello rizado, lactancia, codependencia y gatos
graciosos. Sus publicaciones compartidas son casi exclusivamente sobre
animales de refugios que necesitan un hogar o recordatorios para hacerse un
chequeo médico anual. Es miembro de varios grupos privados de chat sobre
libros, a los que me uno con un alias, y parecen ser una forma de seguir la
pista de libros que le gustaría leer. Hay un número inesperado de series de
vampiros en esa lista, lo cual es interesante. Quizá hablar no sea lo único que
le gusta hacer con esa boca suya.
Sorprendentemente, su presencia en Internet es bastante limpia. No he
encontrado perfiles falsos, ni cuentas en sitios de citas, ni mensajes
controvertidos en ninguna parte.
Creo que Janey Williams es exactamente quien dice ser y quien yo pensaba
que era después de sólo unos días con ella. Una belleza inesperada que
siempre habla, que brilla con luz propia y que cree lo mejor de todo y de todos,
excepto de sí misma.
Lo que hace que lo que voy a hacer sea mucho más fácil.
Reconozco que tengo cierto complejo de salvador. He salvado a más clientes
de los que puedo contar, de sus cónyuges, de golpes en el trabajo, incluso de
sí mismos. Pero mantengo mi vida profesional y personal estrictamente
separadas. Es una regla que sigo a rajatabla y que me ha servido a lo largo
de los años.
Excepto que estoy rompiendo la regla. Por ella. Porque Janey Williams debe
tener a alguien que la ponga primero por una vez en su vida. Y voy a ser yo.
No es por ser arrogante, pero no hay nadie más adecuado que yo.
Guardo el portátil y empiezo a sacar cosas de la nevera. Las últimas mañanas
ha desayunado yogur con Fruity Pebbles. Hoy, eso cambia.
No sé si es el chisporroteo del tocino o el humeante café caliente lo que hace
efecto, pero unos minutos más tarde, Janey está bajando la escalera. Y verla
bajar, con el culo balanceándose de un lado a otro mientras busca el siguiente
peldaño, es todo un motivo para prepararle el desayuno por la mañana.
—Buenos días —murmura, aun bostezando y estirándose.
Su cabello es un nido de ratas de rizos encrespados, hay manchas oscuras
bajo sus ojos y un rastro de baba junto a sus labios, sus calcetines están
caídos a diferentes niveles sobre sus torneadas pantorrillas y su camiseta de
gran tamaño está torcida sobre sus hombros. Parece que ha dormido como
una muerta, pero no ha descansado de verdad.
—El desayuno está listo —le digo con un tono alegre y jovial mientras dejo un
plato con tocino, huevos y tostadas sobre la isla.
—¡Oh! —Inmediatamente ataca el café mientras se sienta—. Necesito esto.
Gracias.
Me siento a su lado con mi propio plato, pero no pruebo bocado. Todavía no.
Después de que tome unos cuantos bocados y gima su agradecimiento,
empiezo.
—No puedo arreglar lo que ha pasado, pero puedo ayudar con una cosa.
Janey se detiene con el tenedor a medio camino de la boca y los huevos
vuelven a caer al plato.
—¿Qué? —Una débil sonrisa levanta sus labios—. ¿Vas a espiar a Henry?
Lo hace sonar como si fuera a cazarlo y arrancarle la polla. Y aunque la idea
era tentadora, decidí no hacerlo. Que lo sepa todo sobre su trabajo, dónde
vive, la marca, el modelo y la matrícula de su auto, sus cuentas bancarias e
incluso a qué gimnasio pertenece son sólo... datos, pequeñas piezas de
información que podrían ser útiles más adelante, pero que Janey no necesita
conocer. Todavía.
—No. Por lo que a mí respecta, está en tu pasado y tiene que quedarse
ahí. —Frunzo el ceño, desafiándola a discrepar, pero para variar se queda
callada—. Pero en tu futuro inmediato está la boda de tu prima. Sé lo
disgustada que estás por eso, y es algo en lo que puedo ayudarte.
—¿Cómo? ¿Vas a secuestrar a Paisley? Porque no estoy necesariamente
completamente, cien por ciento opuesto a esa idea. Al menos en
concepto. —Ella está bromeando, creo.
—Recuerdas que no soy espía, sicario o criminal, ¿verdad? A pesar de lo que
piense mi familia. —Le contesto bromeando, pero la seriedad de la verdad la
hace caer en espiral rápidamente.
—Lo sé —suspira—. Sólo lo deseaba. Lo siento. Dijiste que podías ayudar.
¿Cómo?
Ojalá no hubiera aplastado sus bromas, por leves que fueran. Necesita que la
saquen de su depresión. Con suerte, mi siguiente oferta devolverá la luz a sus
ojos grises.
—Iré contigo a la boda.
No sé lo que espero. ¿Un torrente de “gracias, gracias, gracias”, tal vez? Pero
no es eso lo que ocurre. En lugar de eso, se ríe con incredulidad.
—¿Qué?
—Dijiste que ir sola a la boda sería traumático. Henry no va a ir, pero yo sí.
Seré tu acompañante, estaré a tu lado para cubrirte las espaldas contra quien
sea y me aseguraré de que te lo pases bien. —Explicado, es una solución
simple y fácil.
Janey sacude la cabeza, haciendo que sus rizos reboten.
—No, no podría pedirte que hicieras eso.
—No lo hiciste —señalo, levantando una ceja en una imitación de su propia
expresión frecuente—. Te lo ofrezco, porque te mereces algo mejor que Henry
y, por lo que parece, algo mejor que tu familia. No estás en condiciones
mentales de meterte sola en la boca del lobo. Y entiendo cómo puede ser eso.
Así que llévame. Diles que soy tu novio, e interpretaré el papel
obedientemente. He estado encubierto suficientes veces que puedo hacer que
funcione. Puedo hacer que todo funcione. —Bien, la humildad no es uno de
mis puntos fuertes, pero no me equivoco.
Janey parpadea ante lo que equivale a mi divagación. Soy un hombre de pocas
palabras, pero de repente me convierto en Chad el Parlanchín para
convencerla. ¿Por qué? No tengo ni idea, pero mi instinto me dice que es lo
correcto.
¿Quizás porque trabajó conmigo en el trato de la cabaña? Sí, probablemente
sea eso. Definitivamente no tiene nada que ver con el trato de damisela en
apuros que tiene, su hermosa apariencia o su personalidad alegre que odio
ver opacada por un imbécil que no sabía lo que tenía.
—Eso está muy bien, pero no puedes. —Se encoge de hombros y agacha la
cabeza—. De todas formas, nadie se lo creería.
Frunzo el ceño y suelto:
—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no iban a creérselo? —Creo que está dudando
del calibre de mi trabajo encubierto, que es de puta madre. Puede que no lo
haga a menudo, ya que puedo completar la mayoría de los trabajos con
vigilancia e investigación, pero desde luego puedo conseguir una falsa
apariencia de novio.
Y si tuviera alguna preocupación, que no la tengo, llamaría a mi hermano,
Carter. Una vez hizo que la hermana de su mejor amigo actuara como su
esposa para un negocio. Funcionó a la larga, dado que ahora es mi cuñada,
pero fue bastante dudoso durante un tiempo. Pero un empujoncito aquí y otro
allá, y me contaba toda la historia de cómo fue, que yo podía usar como
investigación para mi propio papel.
Janey levanta los ojos hacia los míos y puedo ver el brillo de las lágrimas allí.
Mierda, va a empezar a llorar otra vez y yo intento ayudar para que no llore.
Al menos por esto. Que llore por el pedazo de mierda de Henry es asunto suyo.
—¿Vas a obligarme a decirlo? —Suena un poco ahogada, pero al final, aprieta
los dientes y dice—: Mírate, Cole, y mírame. Nadie creería que saldrías
conmigo.
—¡¿Qué?! —Hablo más alto de lo que pretendo y Janey retrocede como si la
hubiera abofeteado en lugar de sólo gritar. Me fuerzo a bajar la voz y la miro
fijamente—. ¿De qué mierda estás hablando? Eres jodidamente hermosa.
Sus ojos vuelven a caer y, en voz baja, dice:
—No tienes que decir eso.
—Sé que no tengo que hacerlo. Quiero hacerlo. —Le levanto la barbilla con
un dedo y la obligo a mirarme a los ojos. Clavo mis ojos en su mirada gris,
queriendo asegurarme de que me oye y me oye bien—. Porque es la pura
verdad.
Podría decir más cosas, como que su cabello hace que me piquen las manos,
que quiero morderle el labio inferior y que últimamente su culo es el objeto
de mis sueños, pero no lo hago. Eso probablemente la asustaría, sobre todo
cuando está tan sensible después de la llamada de anoche.
Sus labios se levantan como si intentara sonreír, pero no lo sintiera. Dejo que
mi declaración se quede con ella, dándole tiempo para procesar y encontrar
el lado positivo que le ofrezco en medio de su nube de lluvia. Pasan casi tres
minutos en silencio, que en el tiempo de Janey son al menos quince, quizá
veinte, cuando noto un cambio en su estado de ánimo.
—Estaría bien no ir sola —murmura, más para sí misma que para mí—. Y
tener a mi lado a un tipo que parece salido de la portada de un libro no me
vendría mal. —Mastica ruidosamente un trozo de tocino mientras me mira de
arriba abajo, midiendo y valorando mi existencia. Con la cara seria, hace girar
un dedo en el aire, indicándome que gire.
Divertido, me pongo de pie y giro en círculo con las manos extendidas hacia
los lados.
Después de lo que parece una eternidad en la que sus ojos recorren cada
centímetro de mi cuerpo, sus labios esbozan una sonrisa de satisfacción. Esta
vez una sonrisa de verdad. Una que aprecio porque soy un cabrón codicioso
que siente que ha tenido algo que ver.
—¿Lo haré? —Me burlo. No tiene otra opción y, admitámoslo, los dos sabemos
que tengo buen aspecto.
—¿Estás seguro? ¿Positiva e indudablemente seguro? —pregunta con la nariz
arrugada por la aprensión—. Te vas a presentar como voluntario para entrar
en una guarida de lobos untado en jugo de carne. Y todos los depredadores
están escondidos en lindos disfraces de perritos que los hacen parecer
inofensivos y divertidos.
No quiere creerme. La confianza debe sentirse como una opción peligrosa
después de la traición de Henry. Lo entiendo. Asiento, más seguro de lo que
nunca he estado. Ella necesita esto.
—Sólo una pregunta, entonces. ¿Tienes un traje, o tenemos que ir a la ciudad
a comprar uno?
—¿Esa es tu única pregunta? —resueno con una risita—. Sí, eso lo tengo
cubierto.
Veo que la aceptación se dibuja en su rostro a medida que su sonrisa crece
por momentos y sus ojos se iluminan.
—Dios mío. Muchas gracias —exclama aliviada mientras salta a mis brazos
para darme el abrazo que yo esperaba a medias—. No puedo creer que estés
dispuesto a hacer esto por mí. Eres muy dulce y te lo agradezco de verdad.
Cualquier cosa que necesites, soy tu chica. Puedo ser como una ayudante-
espía e ir a un vestuario de mujeres o a un spa por ti. Algo así, donde tú no
puedas ir. —Se señala a sí misma como si fuera la persona a la que recurrir
para esa situación tan específica y nunca vista.
Nunca me han llamado dulce. Ni una sola vez en toda mi vida, ni siquiera de
niño. Pero Janey cree que lo soy, y no tengo ningún deseo de desmentir su
juicio erróneo, así que, para guardar las apariencias, muevo las caderas,
esperando que no se dé cuenta de lo que me ha hecho su inocente contacto.
Echándose hacia atrás, se deja caer sobre sus pies planos y confiesa:
—Tengo que advertirte, sin embargo, que no estaba exagerando. La boda va
a ser horrible. Soy del tipo excesiva positiva hasta la saciedad, pero esto es
tan malo que ni siquiera yo puedo encontrarle una sola cosa buena. Y lo he
intentado mucho. Es tan malo que ni siquiera una buena tarta lo
compensará, y hay muchas posibilidades de que la tarta sea sin gluten y de
cartón orgánico, así que ni siquiera eso me hace ilusión. —Saca la lengua
como si estuviera probando el asqueroso pastel ahora mismo—. Y, no puedo
enfatizar esto lo suficiente, Paisley es horrible. Nunca sé qué decirle, ¿y el día
de su boda? No es como si pudiera decir algo. Así que me alegro de que estarás
allí. ¿Tal vez puedas hacer esa mirada fría como piedra que haces? —Imita
un ceño fruncido que parece muy gracioso en su cara habitualmente
sonriente.
Me dejo caer sin problemas en la expresión de la que habla, y ella me planta
las manos en las mejillas y me mira fijamente a los ojos, primero a la derecha
y luego a la izquierda.
—¡Sí! ¡Así! ¿Cómo lo haces? Necesito que me enseñes tus métodos. Me vendría
muy bien con las familias de los pacientes cuando se alborotan.
Me suelta y se deja caer de nuevo en el taburete, practicando unas cuantas
miradas. Sin éxito, debo añadir. Lo más parecido a un ceño fruncido parece
más bien un mohín de gatita.
—Creo que tienes otros talentos —le digo suavemente mientras vuelvo a
sentarme a su lado.
Pone los ojos en blanco y me roba un trozo de tocino del plato, después de
haberse terminado el suyo. Centrándose rápidamente, dice:
—Bien, si vas a ser mi novio falso -eso parece una locura, ¿verdad? ¿Podemos
decir que eres médico y que nos conocimos en el trabajo? ¿O un piloto de
combate? Seguro que han visto Top Gun 2.0 y se lo tragarían. O ir con lo obvio
y decir que eres modelo.
Me atraganto con el café y ella esboza una sonrisa momentánea, orgullosa de
sí misma.
—¿Por qué no nos atenemos a la verdad? Más limpio así. Soy consultor -es
mi tapadera habitual porque puede significar cualquier cosa- y tú eres
enfermera. Nos conocimos en cenas que se suponía que iban a ser a solas,
pero en lugar de eso, llegamos a conocernos. —Hago una pausa para ver si
está de acuerdo y, cuando asiente, continúo—. ¿Qué le has contado a tu
familia o a alguno de los asistentes a la boda sobre ti, tu relación y pedazo de
mierda? No quiero equivocarme si puede evitarse.
Empieza a hablar, pero luego se calla. Frunce el ceño y mira su plato.
—Uhm, en realidad... no mucho. Sólo que estoy saliendo con alguien y él
trabaja mucho. —Levanta el rostro para mirarme—. Es triste, ¿eh? Hablo con
mis padres regularmente, pero nunca compartí mucho sobre Henry... Quiero
decir, pedazo de mierda. Probablemente una señal que debería haber notado.
Su corrección a la hora de llamar a su ex por mi apodo para él es un progreso.
Pequeño, pero significativo.
—Ahora está bien —la tranquilizo—. ¿Y tu familia? Te he investigado, así que
tengo lo básico. Pero necesito saber sobre ellos, lo que hubieras compartido
con un novio.
—Bueno, ya sabes que Paisley es horrible, y... espera, ¿qué has dicho? ¿Me
has investigado? —dice, sonando ofendida.
Me encojo de hombros sin compromiso.
—Por supuesto. Si te sirve de ayuda, tu presencia en Internet es notablemente
impecable en comparación con la de la mayoría de la gente. Probablemente
las únicas mejores son la mía y la de Louisa.
—¿Quién es Louisa? —pregunta. Noto que sus mejillas se tiñen de rosa.
—¿Celosa? —Muestro una sonrisa rápida y depredadora—. No pasa nada si
lo estás. No me importa que mis novias, falsas o no, sean un poco fogosas.
De hecho, quizá lo prefiera. —Espero provocarla. No por mi bien, sino por el
suyo. Va a necesitar todo lo que tiene para superar esto, incluso conmigo a
su lado. No necesita ser como Kayla, capaz de destripar a alguien en tres
palabras o menos, pero necesita ser su mejor Janey.
—Iiih. —Hace un mohín, que por alguna razón es adorable.
Dejo que se deje llevar por los celos durante un segundo antes de explicarle
su preocupación.
—Louisa es mi ayudante y nuestra relación es estrictamente profesional.
También tiene unos cincuenta años, prefiere pasar tiempo con su marido y
sus dos Boston Terrier, y es una máquina de investigar.
—Bien, porque me importa si mis novios, falsos o no, se ven con otras
mujeres. —Lo dice con toda la entereza de una mujer fuerte, pero yo sé el
coste que ha tenido. Lo oí en su voz anoche. Que pueda fingir un poco es un
buen augurio para nosotros.
—Lo justo es justo. Te he investigado y debería estar dispuesto a compartirme
contigo en la misma medida. Soy investigador, tengo mi propio negocio a
medida con clientela privada y de alto secreto. No hay ninguna página de
negocios o número 1-800 al que llamar. Ya te dije que tengo cuatro hermanos
y una hermana melliza. Cameron, Carter, Chance, Kayla y Kyle. ¿Qué más
quieres saber? —Termino.
—Uhm, todo —responde con la barbilla entre las manos y los ojos ansiosos.
—No creo que haya mucho más que contar. Soy aburrido y mi vida es
monótona. Claro, los casos son diferentes, pero el trabajo es el mismo. Esta
vigilancia es lo más interesante que he hecho en años, tanto por la ubicación
fuera de la ciudad como por mi compañero de cabaña. —Le dedico una
sonrisa socarrona que ella esquiva, pero veo la suave sonrisa que intenta
ocultar. Confiado en que he expuesto mis argumentos sobre lo que ella puede
aportar, le digo—: Adelante. Hazme las preguntas que quieras. Soy un libro
abierto.
Nunca he pronunciado esas palabras en mi vida, pero creo que para Janey
son ciertas.
Quiero que me conozca. Y yo quiero conocerla a ella también.
Pero sólo para poder llevar a cabo lo del novio falso, claro.
Capítulo 7

Con permiso de preguntar lo que quiera, mi cerebro entra en cortocircuito y


lo pregunto todo a la vez, las palabras se agolpan unas sobre otras en una
carrera por la libertad.
—¿Cómo te convertiste en investigador? ¿Cuál ha sido tu caso más salvaje y
por qué? ¿Tienes tu mellizo y tú esa telepatía gemelar? Si es así, ¿es raro
porque cómo lo apagas cuando estás haciendo cosas privadas? O Dios, ¿y si
no pudieras? Sería horrible. Si pudieras ser cualquier animal, ¿cuál sería?
Este no es tan extraño como parece. Es un truco de psicología probado que
habla de lo que más valoras. ¿Alguna vez te han puesto un sobrenombre? Y
si es así, ¿cómo te lo pusieron? ¿Tienes manías o cosas que te enfadan? Te
prometo que, si me dices qué, no lo haré. Así no te enfadarás cuando me estés
ayudando. ¿Te has enamorado alguna vez? —Mis ojos se abren de par en par
y mi boca se transforma en una O de horror—. Dios mío, ¿tienes novia? ¿O
esposa? ¿O marido? Básicamente, ¿hay alguien que vaya a sentir algo por
esta pequeña aventura que has aceptado emprender conmigo?
Es toda una mancha de verborrea inmensa y difícil de manejar, pero parece
que no puedo evitar que se derrame hasta que me asalta la idea de que Cole
tiene a alguien en su vida. Me dijo que Louisa es su asistente. No me ha dicho
nada de nadie en el pasado, pero últimamente he descubierto que no es
información suficiente para descartar la existencia de una pareja. Por otro
lado, en realidad no sé si Henry le habló a su compañera de trabajo de mí...
y de nosotros. Conociéndole, probablemente no lo hizo.
Cole está con la cara en blanco mirándome.
Creo que ya le he asustado. No sería la primera vez que mi exuberancia
desanima a alguien. He tenido varias primeras citas que terminaron antes de
que llegaran los platos principales, pero mi perspectiva es que esos chicos no
estaban hechos para mí si un poco de parloteo nervioso era demasiado difícil
de manejar. Eso son las citas: ver si tu rareza encaja con la de otra persona
de forma complementaria.
Pero Cole suelta una risita en el fondo de su pecho, y mi nerviosismo se
deshace en mi pecho como un nudo de cordón del que alguien acaba de tirar.
El sonido es extraño en él y hace que toda su cara se suavice de un modo que
no habría imaginado. Parece relajado y nada asustado. O atemorizado.
Tanteando las respuestas con los dedos, responde:
—Una larga historia. Ésta. No, gracias a Dios, y que le den por imaginarse a
Kayla así. Humano, en lo alto de la jerarquía. Cole Slaw, porque mi abuela lo
hizo una vez para un picnic y lo comí hasta ponerme enfermo. El nombre no
me duró mucho porque ya no puedo ni pensar en ella sin tener
arcadas. —Sacude la cabeza como deshaciéndose de ese
pensamiento—. Uhm... He catalogado todas las preguntas que me has hecho,
pero se me olvidan algunas por el medio. Aunque recuerdo la
importante. —Me mira directamente a los ojos, exigiendo en silencio que
escuche, entienda y crea esta verdad—. Ni novia, ni mujer, ni nada de eso.
Engañar me cabrea, y no es algo que pudiera hacer nunca, no por un caso. Y
no por una amiga.
Sonrío ante la aspereza de su voz, que muestra la profundidad de sus
sentimientos hacia el engaño. Tiene sentido que esa sea su postura cuando
ve caso tras caso lo devastador que puede ser. Eso me gusta. Es algo que
tenemos en común.
¡Y me llamó amiga!
Me gusta tener amigos, sobre todo chicos buenos dispuestos a ayudarme y
que no se asustan cuando les hago preguntas rápidas.
Que en realidad no recuerdo. Avergonzada, le digo:
—¿Podrías recordarme qué preguntas has contestado? Se me ha olvidado lo
que pregunté.
No pestañea, sólo se muestra complaciente.
—Me preguntaste cómo me convertí en investigador y cuál era mi caso más
salvaje. El Sr. y la Sra. Webster son de lejos mi caso más salvaje, interesante
y favorito. No por ellos, sino por ti.
Juro que me desmayo, literalmente dando vueltas en círculo en mi taburete,
ante sus dulces palabras. No estoy acostumbrada a la amabilidad, pero esto
es más que eso. Cole está reparando daños en mi alma que enterré hace
tiempo y que me gusta fingir que no existen.
No me ignora cuando divago. No me dice que me calle. No piensa que soy
estúpida, aburrida u olvidable.
Escucha. Presta atención. Se preocupa.
Parece poco, pero la verdad es que, según mi experiencia, es mucho. Y es rara
la persona que se comporta como Cole. Demasiada gente ha hecho lo
contrario conmigo.
—¿En serio? —pregunto, esperando que no sea demasiado patético. Levanta
una ceja irónica y es toda la seguridad que necesito—. Gracias. No sabes
cuánto significa para mí.
—Es verdad —dice una vez más—. En cuanto a convertirme en investigador,
fue más que nada por accidente. Fui a la universidad un tiempo, pero no era
para mí. Mis hermanos mayores estremecieron esa mierda, estudiaron
empresariales hasta el final, aunque a Chance le costó un poco. Pero no como
yo. Iba a clase y el aburrimiento se apoderaba de mí, lo que me enfurecía y,
básicamente, lo mandaba todo a la mierda y abandonaba la universidad.
Estaba pasando el rato en el bar de mi barrio cuando entró un tipo
preguntando por uno de los camareros. —Pone una mirada lejana en sus ojos
como si estuviera recordando—. Me imaginé que estaba buscando a un padre
moroso, le hice unas cuantas preguntas para confirmar que el camarero era
el tipo correcto y le dije al investigador privado dónde podía encontrarlo,
porque a la mierda ese tipo. Dejaba que su hijo pasara hambre mientras
invitaba a copas a universitarias todas las noches. —Sus labios se curvan con
desagrado cuando cuenta esa parte de la historia, pero luego se encoge de
hombros y la ira se desvanece como si nunca hubiera existido.
Sin embargo, me pregunto si realmente desapareció o si Cole lo hundió en lo
más profundo, como hago yo. Yo cubro cualquier dolor con sonrisas y arco
iris y la creencia de que todo irá bien. Creo que él lo cubre con gruñidos y
ceño fruncido que probablemente pretenden dar miedo, pero que a mí me
ponen nerviosa por dentro.
—Para agradecérmelo, el investigador privado me ofreció un par de
billetes —continúa—, pero lo rechacé. Entonces vivía de mi fondo
universitario, me las apañaba bien por mi cuenta y era demasiado orgulloso
para trabajar de verdad. Pero unos días más tarde, me preguntó si me
sentaría a discutir un asunto para él. Era una tarea bastante básica, pero
sentí una emoción, una satisfacción con ella que nunca había sentido con el
trabajo académico. Y eso fue todo. Nunca paré.
Sorbe su café como si estuviéramos hablando casualmente del tiempo y no
compartiendo toda la historia de su vida básicamente en un suspiro.
—Vaya —respondo—. Parece que estaba predestinado. Estabas en el lugar
adecuado en el momento adecuado para conocer a tu mentor. Oye, ¿y el
camarero? ¿Lo encontró el detective privado? ¿Consiguió la manutención del
niño? No sigue luchando, ¿verdad? Porque conozco algunos recursos
estatales y organizaciones benéficas sin ánimo de lucro que podrían ayudar.
Cole entrecierra los ojos y me mira confundido. Y luego sonríe. ¡Otra vez! Llevo
la cuenta a estas alturas.
—Tú ayudarías, ¿verdad? —pregunta extrañado.
—Por supuesto. —Tomo el teléfono, pensando ya en los trabajadores sociales
con los que trato en el centro de asistencia. Suelen estar especializados en la
atención a adultos, pero hay varios que se dedican tanto a la asistencia a
niños como a adultos.
Cole coloca su mano sobre la mía y me detiene. Su piel es cálida y su tacto
me produce descargas de conciencia por todo el cuerpo, incluso cuando mi
atención se centra en la conexión. Miro su mano para ver si tiene uno de esos
apretones de manos que los payasos solían utilizar con los desprevenidos,
porque su tacto es así de electrizante. Pero es sólo él... tocándome.
Levanto la vista y me encuentro con su mirada, que se ha vuelto blanda.
—El niño está bien. La madre también. El detective tuvo unas palabras con
el camarero, que intentó decir que apenas tenía dinero. El investigador
planeaba entregarle los papeles, pero el chico necesitaba dinero más rápido.
—¿Les diste dinero? —pregunto esperanzada. Me dice que entonces vivía de
su fondo para la universidad. No sé de qué dinero habla, pero yo estaría
rebuscando en los cojines del sofá si un niño necesitara comida.
Seguramente, Cole es el mismo. Todo el mundo lo haría.
—No, no les di dinero. —Sonríe de nuevo, pero esta vez es diferente. Es sólo
con un lado de sus labios y parece... frío y peligroso. Un escalofrío me recorre
la espalda, pero no es de miedo. No señor, quiero que me mire así, lo cual es
estúpido, pero me recuerda a los vampiros sexys de mis libros.
—Yo era un imbécil entonces. De una forma diferente a como lo soy ahora.
En mi mente, no tenía nada que perder, así que una noche esperé a que
llegara el camarero, que se llamaba Gary. Pedí mi whisky habitual, pero en
lugar de con hielo, me tomé un chupito solo para armarme de valor y le dije
a Gary que íbamos a dar un paseo porque tenía algo de lo que hablar con
él. —Hace una pausa y me lanza una mirada apreciativa, como si quisiera
saber si estoy de acuerdo con lo que me va a decir.
Dios mío, ¿mató a Gary? Dijo que no es un asesino ni un criminal, pero no es
que la gente vaya por ahí anunciándolo. ¿Me perdí eso?
Pero no hago ningún movimiento para alejarme. Me siento donde estoy,
dispuesta a escuchar porque si Cole hizo algo malo, tenía que haber una
razón, ¿no? ¿Quizás Gary le atacó primero?
—Deberías ver tu cara ahora mismo —murmura en voz baja mientras me
acaricia la mejilla y me mira a los ojos. Se le tuerce un músculo de la
mandíbula—. Sea lo que sea lo que estás pensando, no es tan malo, Janey.
Te lo juro.
Oh.
—Oh —Me dejo caer en la silla e intento averiguar qué estoy pensando. ¿Es
decepción lo que siento? ¿Estoy orgullosa de que Cole estuviera dispuesto a
defender a muerte a un niño que hace cinco minutos no sabía que existía?
Cole mira estoicamente hacia delante, con la vista fija en la ventana de la
cocina, y confiesa en voz baja:
—Le llevé al cajero automático más cercano, le hice vaciar su cuenta de
ahorros hasta el último céntimo que tenía y le dije que, si decía una palabra
al respecto, le diría a todas las hermandades y universitarias del estado que
las estaba infectando intencionadamente con ETS y a todos los dueños de
bares de la ciudad que robaba de la caja y vendía alcohol por la puerta de
atrás. En menos de una hora ya no se le podría contratar ni follar. —Baja la
barbilla, una nube de vergüenza se apodera de él—. Ahora manejaría las
cosas de otra manera, pero entonces me creía intocable.
—¿Qué hiciste con el dinero? —le pregunto.
Gira la cabeza unos grados y me mira sorprendido.
—¿Tú qué crees? Se lo di a la madre del niño. Le dije que era un sueldo
atrasado y probablemente lo único que vería, pero que, si necesitaba algo, me
llamara.
Oh. Bueno, eso no es tan malo. Es incluso un poco admirable en cierto modo.
—¿Y Gary?
—Dejó la ciudad poco después. Tardé dos días en encontrarle. Sigue sin
enviar la manutención, pero el niño está mejor sin él. Yo sólo los
vigilo. —Suspira mientras un escalofrío recorre sus músculos—. Nunca le he
contado a nadie esa historia. Tú y Gary son los únicos que saben lo de aquella
noche.
Me siento honrada de que me confíe algo tan secreto y no puedo contener el
impulso de abrazarle. Bueno, es un abrazo lateral, porque aprieto mi pecho
contra su bíceps y mi mejilla contra su hombro, pero para mí eso cuenta.
Al cabo de un momento, me rodea con sus brazos y me abraza de verdad.
Apretada contra él, juro:
—Sé que soy una bocazas en casi todo, pero nunca contaré un secreto a
nadie. Estoy orgullosa de que hayas hecho algo tan grande por ese niño.
Se aparta, separándonos unos centímetros, pero sólo para mirarme a los ojos.
Desconcertado, pregunta:
—¿Estás orgullosa de que básicamente haya robado a un tipo y amenazado
con joderle la vida por completo?
Pongo los ojos en blanco.
—Bueno, no lo digas así. Salvaste a un niño de morir de hambre, como Robin
Hood, quitándole el dinero a un tipo que debería haberlo dado de buena gana
para dárselo al niño que debería haberlo recibido en primer lugar.
—Eres... otra cosa —refunfuña, pero bajo la queja se esconde una de sus
sonrisas alegres.
No es mi intención. No lo planeo. Y desde luego no pienso en ello. Pero le doy
un beso suave en un lado de la boca y capto el borde de esa pequeña sonrisa
con los labios. Termina demasiado rápido como para que él frunza los labios
y me devuelva el beso -no es que quiera hacerlo-, pero tengo la rápida
sensación de la barba áspera y los labios suaves antes de retirarme y sonreír.
Sus ojos se han vuelto oscuros y duros.
—No te metas con monstruos, Janey. Nunca sabes lo que puede pasar.
En un instante vuelve a hacer el imbécil frío y duro, intentando levantar un
gran muro de ladrillos entre nosotros, pero yo ya he visto detrás de la cortina,
señor Oz. Sonriendo, respondo:
—No eres un monstruo. Como mucho eres un Muppet gruñón. Como Oscar,
el gruñón del cubo de basura, que siempre intenta espantar a todo el mundo,
pero en secreto le gusta la gente. —Le doy otro rápido picotazo en la punta de
la nariz y sonrío de oreja a oreja, orgullosa de haber acertado con Cole desde
el principio.
Hace un buen trabajo creando un campo de fuerza a su alrededor, y la
mayoría de la gente no hace el esfuerzo de traspasarlo. Pero si lo haces, es
una persona completamente diferente en el fondo, muy, muy en el fondo.
—Voy a ducharme, pero gracias por el desayuno. Y gracias por venir a la boda
conmigo. Significa más de lo que te imaginas —le digo. Me levanto para
agarrar el café, pero Cole va más rápido.
No sé cómo llego hasta allí, pero de repente me encuentro apoyada contra los
armarios y Cole está apretado contra mí, con una mano agarrando el
mostrador a cada lado de mis caderas para encerrarme en la jaula de sus
brazos. Jadeo y mis manos se dirigen a su pecho.
—No soy quien crees que soy —gruñe. Y entonces sus labios están sobre los
míos.
No hay caricias suaves, ni degustaciones, ni mucho menos pruebas para
conocernos. Cole se apodera de mi boca y de mi aliento, besándome
bruscamente como nunca antes me habían besado. En realidad, no sé si lo
que he hecho antes se puede calificar como besar ahora que estoy
experimentando este devorador que todo lo consume. Inclina la cabeza hacia
el otro lado como si quisiera tenerme de todas las formas posibles, y yo lucho
por seguirle el ritmo, deseándolo tanto como él aparentemente me desea a mí.
¿Me desea a mí?
No sé en qué mundo de locos me he metido, pero me gusta estar aquí y quiero
quedarme porque, creíble o no, la prueba está entre nosotros. No puede fingir
la evidencia gruesa y dura de que Cole Harrington me desea, Janey la Ingenua
Williams.
Pero demasiado pronto, Cole gime y presiona su frente contra la mía,
deteniendo el beso. Noto el calor de su aliento en mis labios, que parecen más
hinchados que hace un minuto.
—No veas cosas que no están ahí en mí, Janey.
Creo que se supone que es una advertencia, uno de sus escudos que se
levanta entre nosotros, pero le veo, al auténtico, y no me da tanto miedo.
—No tengas miedo de dejarme verlo todo —le desafío.
Antes de que pueda protestar, me zafo de sus brazos y me dirijo al baño.
No estoy segura de sí me seguirá para argumentar que me estoy imaginando
su centro de buen rollo. O me seguirá para follarme en el tocador del baño. O
huirá de mi inquebrantable opinión de que todo el mundo, incluido él, es
bueno en el fondo. Sin embargo, tengo ganas de verlo.
Oigo la puerta principal abrirse y luego cerrarse y tengo mi respuesta.
Capítulo 8

—Respira. Inspira por la nariz, dos, tres, cuatro. Exhala por la boca, dos, tres,
cuatro. —Janey deja de hablar consigo misma por un momento para hacer el
ejercicio de respiración, pero después de sólo una ronda, vuelve a su charla
de ánimo—. Todo va a salir bien. Incluso encantador. Entraremos,
saludaremos y abrazaremos a mamá, papá y Jessica. Nos sentaremos y
disfrutaremos de la cena.
Nos dirigimos a Bridgeport para la cena de ensayo de Paisley, y Janey ha
estado alucinando todo el día. Se ha duchado dos veces, diciendo que tenía
que volver a lavarse el cabello porque “no le quedaba bien”, pero a mí me ha
parecido precioso las dos veces. Esta noche se ha maquillado las pestañas
oscuras y largas, las mejillas muy rosadas y los labios brillantes. ¿Y su
vestido? Joder, su vestido.
Salió del baño con los pies descalzos y un vestido que hizo que toda mi sangre
corriera hacia el sur en un abrir y cerrar de ojos. Me encanta una cosa y sólo
una... los vestidos de verano, y aunque es una versión elegante, eso es lo que
Janey eligió llevar esta noche.
Es de color melocotón, con flores diminutas por todas partes y lazos flexibles
en los hombros que me dan ganas de deshacer y poner a prueba la gravedad,
y el dobladillo le cae por debajo de las rodillas. Ha dado una vuelta y se ha
ensanchado, tentándome con un vistazo a sus rodillas. Sus rodillas, joder.
Rodillas que he visto toda la semana en sus shorts, pero que de repente me
parecieron más interesantes cuando las escondió como si hubiera un nuevo
misterio que descubrir.
Oh, hay un misterio bajo ese vestido que quiero explorar, pero no son las
rodillas de Janey. Es más alto, mucho más alto.
Joder, sueno como Kyle.
¡Contrólate, Harrington!
Janey sigue enumerando cosas como si fueran viñetas de una lista de tareas.
Ahora está hasta arriba de postre y aplaude educadamente durante los
brindis. Yo hago lo mismo a veces porque me ayuda a sentir que tengo el
control cuando existe la posibilidad de que todo se desmadre, y me pregunto
si ella lo hace por razones similares.
—Háblame de tus padres y de tu hermana —le exijo como forma de distraerla,
otro eficaz mecanismo de supervivencia.
—¿Eh? —pronuncia, abriendo los ojos donde sospecho que estaba
visualizando la cena de esta noche mientras lo comentaba—. Ah, sí. Cuanta
más información tengas, mejor irá.
Mamá, papá y Jessica. Esa es la suma total de la familia inmediata de Janey,
y quiero saberlo todo. No porque lo necesite para hacer el papel de novio, sino
porque quiero saberlo todo sobre Janey. Y morbosamente, la gente que le ha
hecho daño. Sin ningún motivo en particular... ninguno en absoluto.
—Son los Tres Mosqueteros, lo que me dejó fuera, en su mayoría. Aunque
entiendo perfectamente por qué. —Parece resignada a esa realidad, algo con
lo que no estoy de acuerdo en absoluto. Gruño en respuesta, y ella intenta
convencerme.
—Mis padres adoptaron a mi hermana cuando apenas tenía dos años,
salvándola del duro comienzo en la vida en el que había nacido. Yo tenía
catorce años y había pasado lo peor con mi familia. Me había dado cuenta de
que lo mejor que podía hacer era “pasar desapercibida”, y por aquel entonces
ya le buscaba el lado positivo a todo. Así que cuando trajeron a casa a una
adorable casi niña, soñé que seríamos hermanas y que Jessica sería mi
amiga. Es decir, tenía amigos en el colegio y cosas así -no era una marginada
total, gracias a Dios-, pero no en mi familia, ¿sabes?
Se queda callada y me acerco a ella para agarrarle la mano y pasarle el pulgar
por la suave piel entre el pulgar y el índice. Suspira como si tuviera el peso
del mundo sobre los hombros, y por muy capaces que sean, solo era una
niña. No debería haber sido ella la que tuviera que cargar con el dolor de lo
que debería haber sido una época feliz.
—En lugar de eso, se convirtió en el centro de atención instantáneo, mimada
y consentida en casi todos los sentidos para compensar los malos tratos de
sus primeros años, y sin que ella tuviera la culpa —dice enfáticamente,
excusando a su familia—, me convirtió aún más en una extraña. Sólo que
esta vez no fue en mi familia. Fue en mi propia casa. Mamá bromeaba
diciendo que Jessica era su 'niña de la reconciliación' y que con ella no
cometerían los mismos errores que conmigo.
—Eso es una estupidez —digo.
No sé si me cree, porque añade:
—Yo, a los catorce años, tuve un minúsculo momento de esperanza de que
por fin se dieran cuenta de lo mal que se habían portado conmigo y quisieran
ser mejores. Pero no. ¿Y ahora? Mi yo de veinticinco años espera que, algún
día, Jessica madure más allá de la princesa de trece años que mis padres han
creado y acabemos siendo las amigas que yo deseaba.
En mi opinión, ha pasado de “buscar el lado bueno de las cosas” y está
puliendo una moneda de cinco centavos con la esperanza de que brille como
la plata.
—¿Y tus padres? —pregunto tenso. Es una mala línea de interrogatorio antes
de entrar en la cena de ensayo. No para Janey, sino para mí. Se supone que
tengo que hacer de novio encantador y cariñoso, pero, sobre todo, quiero
hacer pedazos a la familia de Janey por no reconocer lo increíble que es.
—Si les preguntas, fueron buenos padres y la prueba de ello es que soy un
adulto honrado, independiente y con trabajo. Ese es su sello de superación
en lo que a ellos respecta.
Se encoge de hombros despreocupadamente, aunque sus labios se han
torcido por completo. Nunca la había visto fruncir el ceño. Incluso cuando el
pedazo de mierda rompió con ella, sus labios sólo se apretaban en una línea
recta y plana. Odio que ahora sea su familia la que le provoca esa expresión.
No debería ser así.
Tengo mis propios problemas con mi familia: un padre emocionalmente
distante, una madre que lo compensa amando demasiado, hermanos que
lucharon por un puesto en una falsa jerarquía y otro que se salió de esa
tontería, y una hermana que está cansada de años de ser nuestra segunda
madre. Y una perdiz en un peral o algo así.
Pero Janey es diferente. Es demasiado buena para tener que sufrir un infierno
en un lugar y un momento que deberían ser tu lugar seguro. Hogar. Familia.
Infancia.
Su familia debería haberla querido y apreciado, pero en lugar de eso utilizaron
su posición de poder para aplastarla, haciéndola dudar de su propia valía.
Las consecuencias aún resuenan en su corazón y en su mente. Demonios,
incluso en sus relaciones, como con pedazo de mierda.
Aprieto los dientes para no decirle lo que pienso de la mierda de sus padres y
de la zorra de su hermana, sobre todo porque quiero ir a la cena de ensayo y
ayudarla, y si cree que voy a ponerme en modo imbécil con ellos, se echará
atrás.
Lo cual no quiero porque ella necesita esto a múltiples niveles, y no quiero
quitárselo.
—Nunca se dieron cuenta de las dificultades que tuve al crecer —continúa
Janey refiriéndose a sus padres, sin darse cuenta de que contengo mi
ira— y, para ser sincera, nunca se lo conté. No serviría de nada sacar el tema
ahora. Es mejor dejar que ese dolor viva bajo la alfombra, donde ya lo he
pisoteado hasta que es lo bastante plano como para no hacerme tropezar más.
Fuerza una sonrisa en su rostro, pero parece quebradiza y artificial. —Esta
noche es sobre Paisley y Max. De eso se trata. Entra y sal ileso.
Estamos tranquilos durante el resto del trayecto. Creo que Janey ha vuelto a
enumerar las actividades de las fiestas de esta noche. Estoy pensando si hay
alguna forma de llevar a su padre atrás para charlar un rato.
Entro en el aparcamiento de un restaurante de carnes conocido por dos
cosas: un menú caro y un aire de esnobismo más raro que los filetes que
sirven. No conozco la situación económica de la familia de Janey, pero tengo
que admitir que estoy un poco sorprendido.
Mi familia no se lo pensaría dos veces, pero soy consciente de que estamos en
una categoría fiscal diferente a la de la mayoría. Bueno, mis padres lo están.
—¿Por qué vas a la cena de ensayo si no estás en la boda? —pregunto,
dándome cuenta de que, aunque no he estado en muchas bodas, eso no es
habitual.
—Paisley quería un gran show con su familia y la familia de Max partiendo el
pan juntos. Y sí, sé lo que estás pensando: ¿no es para eso la recepción? Y
tendrías razón, sí, lo es. Pero lo que Paisley quiere, Paisley lo consigue, así
que será una cena de ensayo familiar. El cortejo nupcial hizo la práctica hoy
temprano, pero la cena es una situación de manos a la obra.
Con lo que Janey me contó sobre Paisley, no me sorprende. Una oportunidad
más para ser el centro de atención suena muy bien para ella.
Hay un aparca autos delante del restaurante, pero creo que a Janey le vendría
bien un último momento para reponerse antes de que empiece este
espectáculo de mierda, así que paso por delante de él y aparco yo solo.
—Quédate ahí —le digo antes de bajarme y rodear el camión hasta la puerta.
La abro y la tomo de la mano para ayudarla a bajar, asegurándome de que se
mantiene firme, porque ya no va descalza con ese maldito vestido de verano,
sino que lleva unos tacones nude de tiras. Tan cerca, puedo ver la línea de su
escote y siento la tentación de trazarla con un dedo y luego con la lengua,
acariciando sus pechos hasta que se olvide del drama de su familia.
Completamente ajena a los sucios pensamientos que corren por mi mente y
aún sorprendida por el más leve gesto caballeroso, dice en voz baja:
—Gracias.
No tengo ningún problema con las mujeres que quieren abrir sus propias
puertas y no necesitan que les saquen la silla, pero a Janey le gustan esas
cosas. Sospecho que nunca la han tratado así, y pienso enseñarle cómo un
hombre debe apreciarla en todos los pequeños detalles cotidianos.
—¿Estás lista? —pregunto, manteniéndola en la puerta abierta con una mano
en el camión y otra en la puerta. No hay nadie cerca que pueda oírnos, pero
ésta es una conversación privada. Sólo ella y yo sabemos lo que está a punto
de ocurrir, y así debe seguir siendo. Si dice que no, la ayudaré a subir de
nuevo al camión y la tendré rugiendo por la autopista, de vuelta a la cabaña,
en menos de sesenta segundos.
—Sí, vamos a presentar a todo el mundo a mi increíble, guapo, inteligente y
rico novio —dice, sonando como si estuviera canalizando a una animadora en
un día de rally. ¡Rah, rah, hermana, boom, bah!
Es falso. Obviamente lo es, y siento que necesita un poco de ánimo para
hacerlo. Ella necesita al menos parcialmente sentir que es real.
Me inclino hacia ella, murmurando tan cerca que mis labios rozan los suyos.
—Vuelve a llamarme tu novio, preciosa.
Siento su respiración entrecortada y sonrío victorioso. Ahora no piensa en
Paisley ni en sus padres ni en su hermana. Está pensando en mí y sólo en
mí. Y no en que soy un falso sustituto sobre el que está mintiendo.
Por un momento, parece real.
—No eres un chico... ni un amigo... ni un novio. Eres algo totalmente
distinto —susurra, y ahora su sonrisa parece real.
—Esta noche, yo soy tuyo y tú eres mía —indico con una mirada
significativa— y no lo olvides.
Tomo su mano entre las mías, le doy un beso en la muñeca y la conduzco
hacia el restaurante. Es la hora del espectáculo.
Estoy nervioso. No es que se lo muestre a Janey ni a nadie. Pero este trabajo
encubierto se siente más grande e importante que cualquier otro que haya
tenido antes. Janey necesita que esto salga perfecto, y haré lo que sea para
asegurarme de que así sea.
Seguimos las indicaciones de la anfitriona hasta el salón trasero privado, abro
la puerta y le pongo la mano en la espalda a Janey para que entre. El espacio
está repleto de paneles de nogal oscuro, moqueta y pinturas al óleo de ganado
y ganaderos. La larga mesa del centro, cubierta con un mantel blanco, está
adornada con plata pulida, vajilla reluciente y un ramillete de flores verdes y
blancas que serpentea por el centro.
Aunque la sala está llena de gente, nadie nos mira para darse cuenta de la
llegada de Janey. Aun así, vuelve a tomarme la mano y aprieta... fuerte. Noto
que se pone nerviosa, como si fuera a entrar en la Cúpula del Trueno y tuviera
que luchar a muerte en lugar de cenar con su familia.
—Estamos bien. Estás bien —le susurro al oído, sin perder de vista la
habitación, aunque miro su pecho, que sube y baja demasiado
deprisa—. Respira más despacio. Aquí estoy.
—Ahí están mamá y papá —dice.
Sigo su mirada, fijándome en las dos personas a las que más tengo que
impresionar.
La madre de Janey, Eileen, es bajita y delgada, lleva una melena morena que
le roza la mandíbula y lleva un vestido azul con grandes flores rojas en el
dobladillo, que le llega hasta las rodillas. Lleva zapatos de tacón grueso y
pocas joyas, sólo una pulsera de tenis que seguro que saca de su joyero para
ocasiones especiales.
El padre de Janey, Leo, es alto y tiene una barriga redonda que sospecho que
se debe a una cerveza más que ocasional. Tiene la cabeza recién afeitada y
una sonrisa fácil mientras escucha lo que dice Eileen. Leo lleva botas,
pantalones caqui y un polo verde con unas gafas de leer metidas en el cuello
de su camisa.
Parecen un poco mal vestidos para la ocasión, pero en general, se ven
notablemente... normales. Lo que, sorprendentemente, no es raro cuando se
trata de personas que son padres de mierda. Rara vez son los monstruos
aterradores que esperamos que sean. Más a menudo, lo peor de lo peor se
parece a tus vecinos, que es lo más aterrador de todo.
—Vamos a presentarme —digo, tirando de Janey hacia ellos. Tengo unas
cuantas palabras para estos dos.
Y el resto de la familia también.

No puedo hacer esto. Debería haberle dicho a Cole que no. Debería haberme
reído de lo ridícula que es la idea de que haga de mi novio. Pero quería que
funcionara y lo creí hasta que entramos en esta habitación.
Ahora, meter la cabeza en la arena al estilo avestruz me parece un plan mejor.
Quiero volver corriendo a la cabaña y esconderme. Saltarme la cena de
ensayo, saltarme la boda, y volver al trabajo la semana que viene como si
nada hubiera pasado.
Pero Cole no quiere saber nada del Plan B, Janey la Reina Avestruz.
Se acerca a mis padres e interrumpe la conversación que estaban
manteniendo tendiéndole la mano.
—¿Sr. Williams? Soy Cole, el novio de Janey. Estaba deseando conocerle.
Papá retrocede sorprendido por la interrupción y la presentación tan directa
-y encantadora- de Cole.
—Encantado de conocerte, Cole. Llámame Leo —responde papá mientras
estrecha la mano de Cole.
Cole estrecha la mano de mamá, encantándola también.
—Su hija me ha hablado mucho de ustedes dos. Estaba deseando que llegara
esto —repite.
Mamá y papá sonríen con desgana, sin oír la amenaza apenas velada en sus
palabras, pero yo la oigo alto y claro. He pasado suficiente tiempo con Cole
en la última semana como para tener esa percepción de él.
Con cautela, me pego al lado de Cole como si pudiera retenerlo si decidiera
defender mi honor o alguna locura.
—Así que, sí... este es Cole. Sí, mi novio, Cole. Es él. —Me mira y levanta una
ceja, con una pequeña sonrisa en el lado izquierdo de la boca. Debería
añadirlo a la cuenta, pero he olvidado por completo en qué número estoy, así
que me limito a disfrutarlo—. Y Cole, esta es mi madre, Eileen, y mi padre,
Leo.
Mamá y papá intercambian una mirada. Conozco esa mirada: es la misma
que me dirigieron cuando les conté emocionada que había ganado el concurso
de ortografía de cuarto curso. Quieren creerme, pero no me creen. La verdad
es que no. Y de acuerdo, admito que estaba un poco confundida sobre el
concurso de ortografía. Gané para mi clase, no para todo el grado, pero no
sabía que había una diferencia. Y definitivamente no sabía que tendría que
subir al escenario delante de todo el colegio para competir contra los
ganadores de las otras clases. Murmuré mi respuesta en el micrófono y la
señora Beckman la declaró incorrecta, aunque deletreé hipopótamo
correctamente. Yo no lo deletrearía h-i-p-p-A-p-o-t-a-m-u-s porque entonces
sería un hippa, no un hipopótamo.
Así que hago lo que mejor se me da y empiezo un monólogo.
—Sí, hemos estado esperando esto. Cole ha estado súper ocupado en el
trabajo, pero le dije que no podíamos perdernos la boda de Paisley, y aquí
estamos. Yo y mi novio, Cole. ¿Van a empezar pronto? Me muero de hambre.
No creo que haya almorzado hoy. ¿Almorzamos hoy? —Le pregunto a Cole.
—Hiciste tablas de embutidos —me recuerda—, y nos pasamos el día
comiendo tacos de queso, fiambre y galletas.
—¡Oh, sí! —digo demasiado alegremente.
Papá se inclina con una sonrisa para decirle a Cole:
—Probablemente fue bueno que no cocinara para ti. Es mejor quemando que
horneando, ¿verdad, cariño? —Papá bromea—. ¿Recuerdas el tocino?
La última vez que cociné algo en casa fue cuando tenía dieciocho años, y sí,
puede que esa vez activara la alarma de humos, pero por lo que papá sabe,
ahora soy chef. No lo soy, por supuesto, pero él no lo sabe. No le importa. En
su mente, la broma está grabada en piedra, para siempre jamás, amén.
—¿De verdad? Ahora es muy buena en la cocina —dice Cole
pensativo—. Seguro que me mantiene bien alimentado. —Se palmea el vientre
plano, llamando la atención sobre lo en forma que está.
Me ha visto hacer sándwiches, sopa, panecillos de pizza y el pollo que se
suponía que era para Henry, pero si le oyeras hacerme cumplidos, pensarías
que sirvo cenas de categoría Michelin con regularidad. Definitivamente es un
poco de falso alarde, pero me alegro por ello.
—Bueno, yo le enseñé todo lo que sabe —añade mamá. En realidad, es
verdad. Mamá me enseñó a hacer pollo que no envenenara a nadie y carne
picada con una pizca de condimentos envasados. Aparte de eso, me echaba
de la cocina porque le estorbaba.
—¿Cómo está el jardín? —le pregunto a papá, eligiendo un tema que sé que
durará.
Se le ilumina la cara como siempre que habla de sus bebés, las flores, los
arbustos y las plantas que cuida. En cuestión de segundos, se pone en
marcha y nos cuenta todo sobre el nuevo higo de hoja de violín que “rescató”
de la tienda de plantas mientras mamá lo mira como si fuera el hombre más
interesante del planeta, aunque estoy segura de que ya ha escuchado esta
historia diez veces.
Y yo escucho feliz, contenta de que la atención no esté en Cole ni en mí, hasta
que una voz dice:
—¡Eh, Bob patiño9!
Es Jessica. A ella se le permitió ver Los Simpson desde pequeña, algo que yo
no pude hacer hasta la adolescencia, y me puso el apodo de payaso por mis
rizos rojos salvajes. El nombre no es nada nuevo, pero molesta igualmente.
Con la esperanza de acallarlo por quincuagésima octava vez, le pregunto:
—¿Aún no te has cansado de eso?
Se ríe como si eso fuera ridículo. Como papá, Jessica prefiere que su humor
se sumerja en yeso y se escriba en piedra, para que sea humorístico para
siempre. Para ella, al menos.
Cole hace algo que yo nunca he podido hacer: callar a Jessica. Enrolla uno
de mis tirabuzones alrededor de su dedo, tirando suavemente.
—Me encanta el cabello de Janey. Es diferente y bonito, no el aburrido y
simple castaño. —Habla con nostalgia de mi cabello, mientras insulta las
trenzas castañas de Jessica.
Ooh, es un astuto. Callando a papá sobre mi cocina y a Jessica con su molesto
apodo.
Estoy secretamente emocionada y tengo que cambiar de un pie a otro para
no bailar feliz.
—¿Quién eres tú? —Jessica pregunta con los ojos entrecerrados.
—Cole, el novio de Janey —responde con orgullo, desviando forzosamente su
atención de mí para mirarla a ella. No se molesta en preguntar quién es ella,
y veo que eso irrita a Jessica.
Voy a ir al infierno por ello, pero me alegro de que Cole esté aquí, haciendo el
papel de mi novio. Sólo por ver las miradas en sus caras, merece la pena la
condena eterna que voy a sufrir.
—Oh, ahí está Paisley —dice mamá en voz baja como si no estuviéramos todos
aquí para verla. Y sigue con el tema del día. No conocer a mi novio por primera
vez, por supuesto. Eso es poca cosa.
¿Pero la boda? Eso es importante.

9 Personaje de la serie Los Simpsons


—Aún no he visto su vestido, pero sabes que va a ser precioso. Paisley no lo
haría de otra manera. —Mamá asiente, segura de ello—. Fueron a la ciudad
y se probaron docenas antes de que ella eligiera uno, pero todo ha sido muy
secreto.
Mira a izquierda y derecha como si alguien pudiera oírla cotillear.
—Espero que al menos haya elegido uno blanco. Los vestidos de novia deben
ser blancos... ...y con encaje... y elegantes. —Obviamente ha pensado mucho
en esto—. ¿Sabes que hoy en día las chicas se casan con vestidos rosas? ¿Y
negros? Lo vi en un programa de televisión y pensé 'eso no es un vestido de
novia', pero supongo que si eso es lo que ella quiere... —Se interrumpe,
encogiéndose de hombros como si no fuera asunto suyo segundos después
de juzgar a toda una industria. Mamá es tradicionalista, por no decir otra
cosa.
—Bueno, Paisley estará preciosa, seguro —comenta papá, del lado de mamá
pase lo que pase. Ella podría decir que la luna está hecha de relleno de Oreo
seco y él asentiría con la cabeza.
—Van a celebrar la ceremonia en ese centro de eventos —dice mamá mientras
empieza a contar todo lo que sabe sobre las inminentes nupcias.
—Soy una dama de honor junior. ¿Te puedes creer esa mierda? —Jessica se
burla cuando mamá hace una pausa para respirar. De algún modo se las
arregla para que suene como un alarde de que es más que yo, pero al mismo
tiempo, completamente por debajo de ella para ser una “junior” cualquier
cosa.
—Jessica, por favor, cuida tu lenguaje. Las jovencitas no hablan así —la
corrige mamá con suavidad.
Si hubiera dicho palabrotas a los trece años, sobre todo en un restaurante de
lujo, me habrían castigado de por vida. No es que me hubiera atrevido a decir
eso... bueno, no donde mamá pudiera oírlo. ¿Pero Jessica? Dice palabrotas
en voz alta, orgullosa y sin cuidado, y apenas la reprenden. De alguna
manera, se supone que ese es uno de esos “errores” que están corrigiendo con
ella.
Jessica pone los ojos en blanco ante la amonestación.
—No importa. Es estúpido que no sea una dama de honor normal. No es como
si fuera una niña.
—No estoy de acuerdo —murmuro en voz baja, pensando que nadie me oirá.
O escuchará.
Pero mamá sí.
—¡Janey! —sisea—. Sé amable con tu hermana. Sus sentimientos están un
poco heridos, eso es todo. Es sensible, ya sabes.
Es sensible. ¿Jessica? ¿La Amenaza es sensible?
Mientras tanto, Jessica sonríe como el gato de Cheshire por haberse salido
con la suya.
—Sentarse todos, por favor. La cena está servida —anuncia formalmente el
tío Teddy. Lleva camisa abotonada y corbata de bolo, pantalones negros y
zapatos náuticos. Una extraña combinación de atuendo no formal, pero para
él, es bastante deslumbrante. El tío Teddy es probablemente una de mis
personas favoritas de la familia, sobre todo porque solía darnos tantos Otter
Pops10 como quisiéramos y se aseguraba de que yo tuviera siempre mis
favoritos morados. Eso era en parte porque Paisley quería las rojas para poder
fingir que eran pintalabios, pero, aun así, al menos yo también tenía mis
favoritas.
Qué puedo decir, mis estándares de favorito son bastante bajos en mi familia.
Todo lo que se necesita es una paleta y ya está.
A su lado está la tía Glenda. Lleva un vestido dorado que parece más propio
de una boda que de una cena, pero le queda muy bonito.
Y luego están Paisley y Max.
Paisley lleva un vestido de satén blanco tipo camisón con un escote drapeado
que deja ver su delgada figura. Lleva el cabello rizado y recogido alrededor de
la cara con pinzas de brillantes, y parece delirantemente feliz. Su prometido,
Max, lleva traje negro, camisa blanca y corbata azul.
El traje de Max es básicamente el mismo que el de Cole, pero hay una
diferencia notable en el ajuste y la calidad entre los dos.
Hoy temprano, Cole había regresado con una bolsa de ropa negra,
confundiéndome mucho ya que pensé que estaba de vigilancia en medio del

10Marca de helados, el producto consiste en un tubo de plástico transparente lleno de un líquido


con sabor a fruta.
bosque. Pero me había explicado que el señor Webster no estaba y que había
hecho el viaje para comprar ropa para la cena de esta noche y la boda de
mañana. Yo le había dicho que la chaqueta no era necesaria, pero él había
insistido, diciendo que la tendría por si tenía frío.
Sólo eso ya me había calentado lo suficiente para toda la noche.
Bueno, eso y el hecho de que a Cole le sienta bien el traje. Sus hombros
parecen extra anchos, su corbata combina a la perfección con sus ojos y, por
muy cómodo que parezca con el equipo táctico de vigilancia, parece
sorprendentemente cómodo también con ropa elegante.
Nos sentamos y la cena está realmente... bien.
Hay brindis, pero todo el mundo está concentrado en los novios, y yo puedo
desaparecer cómodamente en el grupo de invitados, lo cual es bueno porque
sólo puedo concentrarme en Cole. Está completamente a gusto, sonriendo y
riendo con todo el mundo en los momentos adecuados, aplaudiendo
educadamente y comiendo con los tres tenedores como si supiera lo que está
haciendo.
Mientras tanto, me cuesta cortar mi filete demasiado hecho e intento decidir
si debo coger los trozos de patata y comérmelos como patatas fritas o cortarlos
en dados. Miro a Cole para que me guíe, y él apuñala un trocito con el tenedor
y me ofrece un bocado.
—Están buenísimos. Tendremos que hacerlos en casa—, murmura. Es entre
nosotros, pero la mesa está llena de gente, así que los demás no pueden evitar
oírlo.
—¿Qué? Uh, sí, deberíamos —respondo torpemente después de tragar el trozo
que me ha dado. Es una buena patata, pero lo que sigue es el verdadero
condimento que me deja con ganas de más.
Me da un beso casto en los labios, rápido como un parpadeo, como si se
sintiera cómodo haciéndolo siempre que quiere, y luego vuelve a escuchar a
uno de los padrinos de boda hablar poéticamente de los tiempos
universitarios de Max.
Está interpretando al novio cariñoso tan perfectamente que, si no tiene
cuidado, voy a olvidar que está actuando.
Después de la cena, todos vuelven a mezclarse en la sala, charlando sobre la
ceremonia de mañana.
Me excuso para ir al baño, pero mientras me retoco el maquillaje, me quedo
helada, sorprendida en el salón por Paisley y otra prima, Nikki. Están
entrando por la puerta y aún no me han visto, pero Paisley se ríe y dice
incrédula:
—¿Es de verdad? Quiero decir, ella RSVPed 11 para dos, pero yo totalmente
pensé que esto era uno de esos 'él va a otra escuela' tipo de cosas.
Nikki se ríe y asiente:
—¡Yo también!
Paisley no termina y sugiere:
—¿Tal vez sea un novio falso? He leído sobre eso en los libros. O —suelta una
risita— podría verla pagándole.
—Totalmente —responde Nikki—. Quiero decir, hablando de una pareja
extraña. Míralo a él y mírala a ella —se burla.
Dejo caer el brillo de labios sobre el mostrador con un ruido seco y Paisley
suelta un grito ahogado, que suena tan falso como un billete de tres dólares.
—¡Oh, Janey! No sabíamos que estabas aquí.
Lo sabían. Puedo verlo en sus caras: la falsa sorpresa, el brillo maligno en
sus ojos, las sonrisas triunfantes que no pueden controlar. Entraron aquí a
propósito, sabiendo que estaría sola e indefensa, para burlarse de mí.
Y yo les dejé.
La mayoría de los días tengo algo que decir. Ya no soy la niña ratoncita que
recuerdan de cuando éramos niñas. Ahora soy más fuerte, pero también estoy
demasiado herida como para encontrar algo en mi mente. Por una vez, está
completamente en silencio y en blanco.
—Disculpa —digo, tratando de rozarlas para escapar.
Pero en vez de salir, Cole entra a empujones... al baño de mujeres. Bueno, es
la parte del salón, no donde la gente está orinando, pero, aun así. No debería
estar aquí.

11 Responder a una invitación indicando si uno planea asistir.


Sus ojos son pétreos y fríos, y el caballero encantador de toda la noche ha
desaparecido, sustituido por el hombre duro que puede llegar a ser. ¿Es
extraño que me alegre de ver esta versión de Cole? Creo que está más cerca
de su verdadero yo, no del falso tipo risueño que ha sido durante algunas de
las conversaciones de esta noche.
—Esta puerta es tan fina que pude oír cada palabra que dijiste y es
jodidamente asqueroso. Ese tipo de falta de respeto puede ser aceptada por
todos los demás, pero no es aceptable para mí. Y no para Janey. ¿Crees que
somos una pareja extraña? No estoy seguro de que seas quién para juzgar,
ya que tu marido ha estado echando el ojo a todas las mujeres de aquí toda
la noche: la camarera, la anfitriona, la dama de honor rubia —se burla de
Nikki.
—No lo ha hecho —insiste ella, pero hay duda en sus ojos.
No sé si eso es cierto o no, pero si el marido de Nikki estuviera echándole el
ojo a otra persona, Cole sería sin duda el que se daría cuenta. Y esa dama de
honor en particular es la hermana de Nikki, que tiene su propia historia
sórdida y de hecho se ha acostado con un par de novios de Nikki a lo largo de
los años.
—¿Y tú? ¿Líder de las zorras? ¿Qué pruebas quieres? —le exige a
Paisley—. ¿Quieres saber cuál es la bebida favorita de Janey? Red Bull sabor
fresa y albaricoque. ¿Cepillo de dientes? Púrpura. ¿Duerme? En medio de la
cama. ¿Tatuaje? Justo aquí, en su cadera. Es mi amuleto de la buena suerte,
y cada vez que pienso en ella, me gusta agarrarlo. —Se hace eco de sus
palabras con la acción, agarrándome firmemente de la cadera justo por
encima del tatuaje de la flor mientras me tira hacia su lado—. ¿Posición?
Rodillas echadas sobre mis hombros mientras la adoro —termina
relamiéndose crudamente—. ¿Quieres verlo aquí mismo o estás satisfecha?
Mis primas se ponen coloradas y se horrorizan. Estoy a punto de atacarle y
exigirle lo que acaba de describir porque suena increíble, y como su beso, algo
que nunca he experimentado. Y no tengo ninguna duda de que Cole puede
hacerlo.
Llaman a la puerta.
—Uhm, ¿señoritas? —El tío Teddy pregunta desde el otro lado. A juzgar por
su tono, la puerta es lo suficientemente fina como para que todos hayan oído
también esta parte de nuestra conversación.
—Tenemos que irnos —divago—. Ahora mismo. Ahora mismo —repito
mientras agarro a Cole de la mano y lo arrastro fuera del baño, a través de la
sala de gente, que ahora sí que me mira, y fuera del restaurante.
—Janey Susannah Williams —grita papá, pero yo sigo corriendo sin mirarle
siquiera.
—Dios mío, Dios mío, Dios mío —murmuro una y otra vez mientras Cole me
acompaña hasta su camioneta—. ¿Qué demonios acaba de pasar?
—Callé a la zorra de tu prima y me aseguré de que, en la víspera de su boda,
en lo único que pensará es en que te follen como es debido. Y como nunca lo
será, a juzgar por Max.
—¿Qué? —chillo.
¿Estoy enfadada? ¿Estoy impresionada? ¿Me he vuelto loca y me he
imaginado ese espectáculo de terror?
Quizá las tres cosas. Probablemente todas esas y más.
Pero Cole sonríe como si estuviera orgulloso de sí mismo mientras arranca el
camión y saluda a la multitud de gente -¡mi familia!- que nos ha seguido a la
salida del restaurante. Lo último que veo es el ceño fruncido de mamá. Pero
no parece decepcionada. No, parece que esperaba lo mismo de mí.
Capítulo 9

Janey está callada todo el camino de vuelta. Estoy seguro de que esta es su
versión de la furia. No dirige su ira hacia el exterior, gritándola a los cuatro
vientos y enfureciéndose contra los demás. No, su ira es profunda y ardiente,
le duele más que a nadie.
Cuando volvemos, aparco detrás de su pequeño todoterreno amarillo que no
se ha movido en toda la semana. No quiero que salga corriendo en mitad de
la noche. Probablemente no lo haría, pero no quiero correr riesgos. Sería
demasiado peligroso, y no he terminado con este trabajo. O con ella. Y no
estoy seguro de qué esperar de la cabreada Janey, pero huir no va a pasar,
aunque tenga que encerrarse en su auto y apoyarse en la puerta principal
para dormir un poco. ¿Tenerla como rehén? No es un problema para mí.
Me doy la vuelta para abrirle la puerta, pero ella ya lo ha hecho, ha saltado
del camión al suelo y no me ha dejado ayudarla como acto de rebeldía. Se
tambalea un poco sobre los tacones y alargo la mano para agarrarla, pero ella
aparta el brazo de un tirón y pasa a mi lado, entrando en la cabaña.
Mierda.
Dentro, Janey abre y cierra las puertas de los armarios como si buscara algo,
pero sospecho que se trata más de los portazos que de una búsqueda del
tesoro en la cocina. Sus tacones chasquean en el suelo y de vez en cuando
resopla molesta cuando un armario no tiene lo que está buscando, sea lo que
sea. Probablemente mi cabeza en bandeja de plata.
No sería ni la primera ni la última en esperar ese plato del menú.
—Eso podría haber ido mejor —empiezo.
Janey me dirige unos ojos grises sorprendentemente ardientes. Al fin y al
cabo, lleva una fiera dentro y me alegro de conocerla por fin.
¿Dónde estaba ella cuando Henry estaba siendo un imbécil? ¿Por qué no salió
y mandó a sus primas a la mierda esta noche?
Esta Janey podría haber hecho ambas cosas fácilmente. Pero está empezando
conmigo. Puedo soportarlo. Si Janey necesita enfurecerse con alguien, que
sea conmigo. Soy prácticamente un extraño y estaré fuera de su vida después
de la boda, así que estoy a salvo. Con gusto dejaré que me use como blanco
de tiro.
Me apoyo en la encimera, cruzo los brazos sobre el pecho mientras la observo
revolotear por la cocina. Me arriesgo a preguntarle:
—¿Qué buscas?
—El sacacorchos. Después de todo esto —agita la mano en dirección al
restaurante— necesito una copa de vino —responde brevemente, sin dejar de
abrir y cerrar cajones.
Abro la nevera, saco el vino que empezamos anoche y descorcho con los
dientes antes de dejarlo sobre la encimera, cerca de ella. Janey le echa un
vistazo y se lanza por él, levantándolo con las dos manos para darle un buen
trago. Cuando se ha hartado, lo deja caer de golpe sobre la encimera y se
limpia los labios con el dorso de la mano. Su brillo ha desaparecido, dejando
sus labios desnudos y carnosos.
—¿Mejor?
—No —suelta mientras se agacha para desabrocharse los tacones. Se los
quita despreocupadamente, descalza, pero cuando vuelve a mirarme un
momento después, sus ojos se han suavizado un poco gracias al alcohol—.
¿Qué demonios ha sido eso? Lo habíamos hablado: entra, sé encantador y
guapo, una pareja a la que todos creyeran. Se suponía que ibas a reforzarme
y ayudarme a mantener a mi familia a distancia, como mi guardaespaldas
personal o algo así. Pasar desapercibida, no llamar la atención, ser
completamente olvidable para ellos, como suelo ser yo. —Bebe otro trago.
» Quiero decir, sí, más tarde tendría que enfrentarme a los hechos y decirles
que hemos roto o algo así, pero eso es un problema para Futura-Janey. Esta
Semana-Janey —se señala el pecho— quería pasar la cena de ensayo y la
Boda del Infierno sin ningún drama. Eso era todo. Pero, ¡pfff!, ahí se fue ese
plan. —Camina de un lado a otro, girando al azar en el pequeño espacio.
—Eso nunca iba a ocurrir y lo sabes —le digo, manteniendo la voz firme,
aunque quiera hacerle entrar en razón. Su familia es una pesadilla y ella lo
sabe muy bien. Incluso me atrevería a decir que, por malos que parezcan, en
persona son peores—. Paisley no iba a dejarte entrar, con o sin novio, y dejarte
en paz. Eres su saco de boxeo favorito y no ha terminado de jugar contigo. La
pregunta es, ¿has terminado de dejarla?
—¡Uf! —El ruido es una combinación de conmoción, dolor y traición. Quiere
sentirse insultada por mis contundentes palabras, pero tengo razón y ella lo
sabe. Pero no quiere que sea así. Cubre los defectos de su familia con excusas
de que su infancia no fue tan mala, pero fue jodidamente mala, y continúa
ahora.
Se merece algo mucho mejor.
Se merece lo mejor. Su corazón es demasiado tierno, su alma demasiado
buena para la mierda que esa gente le echa encima. Y ésa es mi debilidad:
quiero salvarla, ayudarla, hacerle ver que nunca podrá ser olvidada porque
se cuela en tu psique con rayos de sol y sonrisas, bailes alegres y emoción
por las cosas más sencillas, haciéndolo todo más interesante de algún modo.
Le arranco la tirita despacio, sabiendo que voy a causar más daño mientras
le digo:
—Janey, estaba en el pasillo. Pasaron por delante de mí para llegar hasta ti,
creyendo que estaban a salvo porque no les seguí hasta el baño de señoras.
Lo sabes, ¿verdad? Entraron ahí, hablando mierda y queriendo que
escucharas. Querían hacerte daño. —Le imploro que me escuche, que
entienda que lo que le estoy diciendo es la fea y honesta verdad sobre sus
primas.
—Dijeron que no sabían que yo estaba ahí —dice en voz baja, queriendo
borrarlo como ha hecho tantas veces antes, pero lo sabe. Algo que vio en sus
caras esta noche... sabe que lo hicieron a propósito. Así que, aunque les pone
excusas, son sólo de boquilla.
—Esperé... esperé a que las mandaras a la mierda, pero no lo hiciste. Así que
hice lo que me pediste: protegerte de ellos. Quizá no fuera como tú querías,
pero puedo garantizarte que ninguno de ellos te ve débil esta noche.
Probablemente piensen que tu novio es un psicópata -admito-, pero no que
eres débil. No que te hayas congelado. No que seas otra cosa que una mujer
amada, querida y hermosa con un hombre que se preocupa profundamente
por ti y te defenderá, cueste lo que cueste. —Mi voz es de acero cuando
digo—: Eso es lo que recordarán.
—Oh —dice, casi inaudiblemente con los ojos clavados en el suelo.
Le lancé muchas cosas, y ni una sola fue una pelota blanda. Básicamente le
dije que su familia está llena de musarañas manipuladoras -¡hey, encantado
de conocerte!- y estoy seguro de que se está tambaleando, probablemente
tratando de encontrar una manera de darle la vuelta como siempre hace. Soy
un imbécil gruñón y solitario, así que empiezo con déficit, pero no se me
ocurre ni una sola forma de que pueda salir de ésta con un resquicio de
esperanza y eso tiene que doler.
Así que le doy un momento para procesarlo.
Lleno dos tazas de agua caliente y saco de un armario una caja de cacao
caliente barato. En silencio, mezclo los polvos con el agua y dejo que los
malvaviscos suban a la superficie.
—¿Te sientas en el porche conmigo? —pregunto estoicamente, pero siento
algo parecido a la esperanza.
Janey levanta la barbilla y me mira con ojos claros. Todavía está trabajando
en ello, pero lo está consiguiendo, poco a poco.
—De acuerdo —responde, sonando derrotada.
En el porche, dejo las tazas sobre la mesita y espero a que ella se siente
primero, pero no se mueve. Siguiendo la señal, me siento en la tumbona que
se ha convertido en “mía” durante la última semana, esperando que ella se
siente en “la suya”.
En vez de eso, se para a mi lado con una mirada que no puedo descifrar.
—¿Janey?
Como respuesta, se sienta conmigo, se acomoda entre mis piernas extendidas
y se apoya en mi pecho. Me sorprende, pero no pienso pedirle que se mueva.
Tomo la manta de detrás de mí y se la echo por encima para mantenerla
caliente, aunque me quema como un horno tenerla tan cerca.
Mi polla ya está creciendo en mis pantalones, y es imposible que ella no sienta
el efecto que tiene en mí, así que no me molesto en intentar ocultarlo.
—Siento mucho que tu familia sea un asco —le digo mientras le doy un beso
en la cabeza. Sus rizos son suaves y me rodean la cara, haciéndome cosquillas
y una sonrisa instintiva. Janey tiene muchas maneras de hacer eso, aunque
no las vea todas.
—Dios, sí que lo hacen, ¿verdad? —responde tristemente con una risa sin
gracia. Pero su voz es más ligera de lo que habría esperado. Es una pequeña
diferencia, pero la noto de todos modos.
Debería haberlo sabido: esta noche ha pasado por un infierno, pero se
recupera y encuentra un lugar feliz, aunque tenga que crearlo ella misma.
Eso es lo que mejor sabe hacer: crear felicidad.
—¿Podemos hablar de otra cosa? Cuéntame lo horrible que es tu familia para
hacerme sentir mejor. —Se contonea, acurrucándose más en la manta y
frotándose sobre mi dureza. Trago grueso, haciendo lo posible por ignorarlo y
concentrarme en lo que ella necesita, no en lo que mi polla quiere.
—Sí, eh... —Miro fijamente al bosque, intentando pensar en una historia que
ayude, no sólo que sea comparativamente peor. Y entonces lo tengo—. Mi
hermano, Chance, es muy bueno. Nunca conoció una regla que no siguiera,
un objetivo que no destrozara...
—Entonces, ¿lo contrario a ti? —bromea, y puedo oír la pequeña sonrisa en
su voz. Ojalá pudiera verla, pero la noche que nos rodea es demasiado oscura,
sólo interrumpida por la luz de la luna. Sin embargo, puedo imaginármela,
con sus labios abiertos para mostrar el pequeño diente astillado que hace su
sonrisa mucho más intrigante.
Me río entre dientes.
—No soy tan malo. Ese sería mi hermano, Kyle. Él es el verdadero rebelde de
la familia y no sigue ni una buena norma por llevar la contraria. Yo estoy en
un punto intermedio. Sigo las reglas si estoy de acuerdo con ellas. Pero tengo
una buena dosis de 'el fin justifica los medios' cuando la situación lo requiere.
—Ella asiente y yo continúo—. El karma, siendo la zorra que es, metió a
Samantha en la vida de Chance. Dice lo que piensa sin chorradas ni
perogrulladas y, básicamente, le volvió loco desde el minuto uno, cuando
derramó una bolsa de pollas a sus pies.
Janey da un grito de asombro y yo le explico:
—Es terapeuta de relaciones y vende juguetes sexuales para complementar
su consulta. En fin, Chance trajo a Samantha a casa para que conociera a la
familia, más o menos como tú hiciste conmigo esta noche. Excepto que el
abuelo Chuck es de la vieja escuela. Le preguntó en la mesa si era una
cazafortunas.
—No lo hizo —susurra Janey, horrorizada.
—Sí. Y Samantha les dijo a todos -el abuelo Chuck, la abuela Beth, mamá,
papá, todos los hermanos, más la tía Vivian, mi prima y su prometido- que
ella sólo estaba en esto por la polla, así que él no tenía que preocuparse por
el acuerdo prenupcial que le informó que tendría que firmar. Pensé que al
abuelo le iba a dar un infarto allí mismo. Fue increíble.
Recuerdo aquella cena con cariño. Chance siempre ha sido tenso, y Samantha
es buena para él. Y a pesar de sus argumentos en contra, ahora están
prometidos, aunque no sé qué han decidido hacer con el acuerdo prenupcial.
No es asunto mío a menos que Chance lo haga.
Además, ya he investigado los antecedentes de mi futura cuñada y de su
mejor amiga, Luna, que está casada con mi otro hermano, Carter. Están
limpias, criminalmente hablando.
—Suena increíble —dice Janey—. ¿Tal vez ella podría enseñarme sus
maneras?
—No. No necesitas ser como Samantha más de lo que yo necesito ser como
Chance. Quiero decir, es mi hermano, pero el hombre probablemente plancha
sus calcetines y lee el código fiscal para divertirse los viernes por la noche.
Necesitas ser la mejor Janey, y eso es suficiente. Siempre ha sido suficiente
y siempre lo será.
La siento hundirse en mí, relajándose cada vez más, y me siento aliviado de
que ya no esté enfadada y parezca escuchar.
—¿Tú crees?
Asiento con la cabeza, aunque ella no puede verme.
—Lo sé. Eres especial, Janey. Tu familia... algunos son demasiado estúpidos
para verlo. ¿Y los que lo ven? Intentan apagarlo para que no te des cuenta de
la verdad.
—¿Qué es eso?
—Que eres increíble —le digo con voz grave e intensa. Ya no es una charla
para animarla, ni para reforzar su confianza. Soy yo confesando egoístamente
lo que pienso de ella, lo que siento por ella.
Se contonea y se gira en mi regazo para mirarme. Hay suficiente luz de luna
para que pueda ver cómo sus ojos saltan de los míos a mis labios. Con tanta
suavidad que casi creo imaginarlo, dice:
—Gracias. Por esta noche, por hacer lo que yo no podía hacer, e incluso por
desafiarme. Por... todo. Tú también eres increíble, Cole.
Está demasiado cerca. El olor del perfume que se haya puesto antes me
invade la nariz, y sentirla apretada contra mí es demasiado. Debería parar,
pero no soy un buen hombre. Sólo finjo serlo porque puedo ayudarla.
Aprieto su mandíbula con la mano y le doy un beso abrasador, volcando en
ella todo lo que siento. No tengo palabras. Se me dan fatal, pero quiero que lo
entienda.
Todas las veces que la he visto sonreír al sol de la mañana y he querido sentir
su sonrisa contra mis labios. Todos los días que he pasado tumbado en el
bosque, observando al señor Webster, pero en realidad preguntándome qué
estaría haciendo ella en la cabaña. Todas las duchas que la he escuchado
tomar, volviéndome loco por el hecho de que estuviera desnuda a sólo unos
metros de mí, pero fuera de los límites. Toda la belleza que veo no sólo en su
cara bonita y su cuerpo sexy, sino en su corazón, su mente y su alma. Y todas
las veces que he querido seguirla por la escalera hasta su cama y follarla
duro, profundo y largo, algo que sospecho que no ha hecho en mucho tiempo.
Joder, la deseo.
Pero está en una encrucijada, con Henry, con su familia y, lo que es más
importante, consigo misma. No me aprovecharé. Quiero ayudarla, no ser
alguien que la lastime.
Así que, por mucho que me duela parar, lo hago.
—Janey —digo, su boca sigue moviéndose con la mía mientras intenta
devolverme el beso—. Para.
Se queda paralizada al instante y, aunque no se mueve de la tumbona, hay
una gran distancia entre nosotros.
—Lo siento, lo siento… Me dejé llevar por lo del falso novio —se disculpa, con
la voz artificialmente alta, asumiendo la culpa, aunque soy yo quien se ha
excedido.
Se contonea como si fuera a levantarse, y yo la agarro, manteniéndola donde
está para que sienta lo duro que me la ha puesto. Demonios, probablemente
puede sentir el pre semen goteando de mi polla en este momento porque estoy
así de excitado por haberla besado.
—No te estoy rechazando. Te deseo. Joder, te deseo —grito—. Pero no estás
preparada, no después de todo lo que ha pasado. No me debes nada.
—Sí, entiendo. Gracias. Es que... Estoy... —Finge un gran bostezo y estira un
brazo por encima de la cabeza—. Estoy muy cansada después de esta noche.
Creo que me acostaré y veré si puedo dormir un poco, ¿bien?
Vuelve a divagar, cada palabra se suma a la anterior, y esta vez, cuando se
levanta, la dejo. Necesita huir ahora mismo, pero sé que no irá muy lejos.
Me quedo en el porche mientras ella entra y se lleva a la cocina su cacao
caliente apenas sorbido. Me obligo a no seguirla cuando entra en el cuarto de
baño y se pone el pijama. No me permito mirar cómo sube la escalera,
sabiendo que su culo se balancea a cada paso. Sólo después de unos minutos,
cuando estoy seguro de que se ha acomodado, me levanto y entro.
Dejo caer la taza en el lavabo y me dirijo al baño. Enciendo la ducha y dejo
que salga el vapor mientras me miro en el espejo. Soy un puto idiota. He
hecho todo lo que he podido esta semana para ser un compañero de cabaña
no amenazador, no imbécil y servicial, y luego voy y la cago por no hacer lo
que más me apetece hacer: follarme a Janey. ¿Qué sentido tiene eso?
No es lo único que quieres hacer.
Tú también quieres ayudarla.
Es verdad. Todo esto del novio falso fue idea mía porque oí la desesperación
en su voz cuando le suplicó al pedazo de mierda que fuera a la boda, y rompió
algo dentro de mí. Pero incluso jugando a ser salvador, no estoy
acostumbrado a preocuparme más por el corazón de otra persona que por mi
propia polla. Es raro e incómodo. No me gusta.
Me doy cuenta de que he olvidado el bolso en el armario de delante y abro
silenciosamente la puerta del baño por si Janey ya se ha dormido.
Pero dos pasos en el pasillo, me doy cuenta de que Janey no está durmiendo
en absoluto. Esos sonidos silenciosos y apagados no son ronquidos. Son...
Hijo de puta.
Janey se está tocando. Cree que estoy en la ducha y no la oigo, pero puedo
oír cada movimiento resbaladizo de su mano y su respiración entrecortada.
No pienso. Al menos no conscientemente, aunque debe de haber cierto grado
de pensamiento en mi cerebro porque no subo la escalera para encargarme
yo mismo de darle placer.
Pero me bajo la cremallera despacio, en silencio, y deslizo la mano dentro de
los boxers, envolviéndome la polla con ella.
Tengo que tener un cuidado atroz para que no me oiga y un silencio absoluto
para poder oírla, pero subo y bajo la polla, usando el semen que está brotando
para facilitar el movimiento. Imagino que son los jugos de Janey los que
corren por mi polla, sus estrechas paredes las que me aprietan y su cuello en
el que ahogo mis gemidos y no mi brazo.
Es una tortura deliciosa oír cómo sus jadeos se aceleran cada vez más y,
cuando deja de respirar, sé que está al límite, igual que yo.
—Cole... sí... —susurra mientras se hace añicos.
Dijo mi nombre.
Estallo sobre mi mano, los espasmos recorren mi cuerpo mientras me corro
por ella, aunque no me haya tocado. Antes hemos bromeado al respecto, que
por esta noche ella es mía y yo soy suyo, pero esto es para ella, igual que el
semen de sus dedos es mío.
Capítulo 10

Considero salir de la cabaña oscura y temprano por la mañana para evitar a


Cole después del embarazoso rechazo de anoche. Me dejé llevar y confundí su
amabilidad con otra cosa. Y no, no era un buen “corazón” apretado contra mi
espalda como una gruesa barra de hierro cuando estábamos allí tumbados,
pero la reacción física de Cole a mis contorsiones no significaba que realmente
me deseara y fue una tontería por mi parte pensar lo contrario.
Está interpretando un papel, Janey. Encubierto, falso novio, eso es todo. Y
necesitas que lo haga por unas horas más, así que aguántate, cariño, y no
hagas las cosas raras.
Porque, aunque también me he planteado no ir a la boda de Paisley después
de la catástrofe de la cena de ensayo, en realidad nada ha cambiado. De
hecho, es casi peor. Si no voy, toda mi familia pensará que estoy avergonzada
por lo de anoche, que lo estaba. Avergonzada, enfadada, horrorizada, y mucho
más, pero necesitaría una rueda de emociones para descifrarlo y etiquetarlo
todo.
Pero ahora que he tenido tiempo para pensarlo, también estoy agradecida de
que Cole dijera e hiciera lo que hizo.
¿Fue mortificante? Sí, absolutamente. ¿Estaba justificado? Probablemente.
¿Alguna vez alguien me ha cubierto las espaldas y me ha defendido así?
Nunca.
Y es muy sexy.
¿Quizás por eso básicamente me lancé sobre él?
Lo que es aún más sexy es que no lo hizo por sí mismo. Lo hizo por mí porque
cree que merezco algo mejor que la forma en que me trata mi familia. Y lo
merezco. Sólo lo olvidé por un momento.
He trabajado mucho desde que salí de casa: he leído libros, me he unido a
grupos en línea y he seguido una intensa autoterapia. Me propuse ser mejor,
más fuerte y más feliz. Y la mayor parte del tiempo lo soy. Pero los viejos
malos hábitos son cómodos, aunque escurridizos, y he vuelto a caer en ellos
más fácilmente de lo que hubiera pensado.
—El coste de la felicidad de otra persona no debería ser el mío. Soy digna de
preservarme y celebrarlo, y no deberían hacerme sentir culpable por ello —
me digo a mí misma, recitando una cita que me ha ayudado a lo largo de los
años.
Porque eso es exactamente lo que mi familia ha hecho toda mi vida:
convertirme en el blanco de las bromas, ignorar mi dolor, valorar a los demás
por encima de mí. ¿Y para qué? No son más felices que yo, no realmente.
Así que, con la cabeza despejada, decido no hacerlo más. No voy a participar
en sus estúpidos juegos y no voy a ganar más estúpidos premios.
No.
Lo que voy a hacer es ir a la boda de Paisley con la cabeza bien alta, la espalda
recta, los rizos alborotados y Cole del brazo. Sólo en caso de que enloquezca
de nuevo, lo que definitivamente no sucederá. Probablemente.
Yendo les demostraré a ellos y a mí misma que su opinión no significa nada.
Y después de esta noche, podré volver a vivir mi vida feliz y sana sin ellos. Sin
Henry también.
Porque sí, veo cómo él es básicamente el 2.0 de mi familia y yo reaccioné de
la misma manera, dejándome infravalorar como dijo Cole. Me dolió mucho,
pero tiene razón. Y ya no soy esa chica. Me niego a serlo.
Me miro fijamente en el espejo del baño.
—Janey Williams, puedes hacerlo. Sé tú misma, entra ahí y demuéstrales a
todos que eres una malvada.
Bien, “Janey” y “malvada” probablemente no vayan en la misma frase, pero
me quedo con ello.
—Soy una tipa dura —le digo a mi reflejo una vez más para que me dé suerte
y salgo al salón.
Cole se levanta del sofá como si hubiera estado escuchando mis pasos. Lo
que significa que probablemente pudo oír mi charla de ánimo.
—¿Estabas escuchando a escondidas? —pregunto con los ojos entrecerrados.
Se queda con la mirada perdida durante dos parpadeos antes de decir:
—No. No he oído nada. —Luego, siendo el encantador distractor que es,
dice—: Estás preciosa.
—Gracias. Tiene bolsillos —le informo, mostrando superficialmente los
bolsillos del sedoso vestido gris plateado, metiendo las manos en ellos y
abriendo la falda. La abertura delantera se abre, mostrando mis muslos, y los
ojos de Cole se oscurecen al fijarse en mi piel.
—¡Vaya! Supongo que no debería hacer eso esta noche —digo alegremente,
pero no me avergüenzo en absoluto. Verle los ojos así es mejor que cualquier
charla de autocompasión en un espejo.
Murmura algo en voz baja, pero está demasiado lejos para que pueda oírlo
con claridad. Suena algo así como: “A menos que quieras matarme, hacer que
maten a otro o que te folle en el baño”.
—¿Qué? —pregunto, segura de estar equivocada.
—Nada —responde—. Estás preciosa. El color hace juego con tus ojos.
Asintiendo, le digo:
—Por eso lo uso. Puntos extra inesperados de que oculta lo que queda de mi
sarpullido.
Mi hiedra venenosa se está curando muy bien gracias a los remedios caseros
de Cole. Todavía me pica un poco, pero al menos no tiene tan mal aspecto, y
mi vestido cubre todas mis zonas afectadas. Creo que también me queda sexy,
porque tiene un espectacular escote en pico, pero cubre todo lo demás con
mangas largas y abullonadas, pinzas en el corpiño y en la espalda, y un
dobladillo que me llega a los tobillos.
—Tú también estás guapo. Me gusta tu traje, y hacemos juego. —Levanto la
manga hasta la raya diplomática gris de su traje negro.
Cole también ignora lo de anoche, vuelve a meterse en su papel con facilidad,
me agarra de la mano, me pasa el brazo por encima del suyo como si me
estuviera acompañando a algún sitio elegante y me acompaña hasta la puerta
principal.
—¿Lista?
Respiro hondo.
—Sí, lo estoy. Hagámoslo.
—Esa es mi tipa dura —bromea. Asombrada, mi mirada salta hacia la suya y
descubro que luce una de esas pequeñas medias sonrisas suyas. Ha oído
perfectamente mis palabras de ánimo.

La boda es impresionante, por supuesto.


Max se mueve nervioso, pero se coloca delante de la sala y recita sus votos a
Paisley sin tartamudear. El vestido de Paisley es blanco y le sienta como una
segunda piel de encaje, desde el escote corazón hasta las rodillas, antes de
esponjarse en pequeños volantes plisados. Su cinturón de pedrería hace juego
con la pinza de su cabello, y su velo ni siquiera se atasca en el ramo. Es como
si la suerte estuviera de su lado.
Secretamente desearía que Paisley tropezara en el pasillo, o que Max se
opusiera a su propia boda, o que perdieran los anillos. Algo. Algo que tal vez
sería una historia graciosa dentro de diez años, pero que hoy dejaría a Paisley
mortificada.
Ninguna de esas cosas sucede. Ni tampoco nada emocionante. Es una
ceremonia aburrida y perfecta, sacada de una revista nupcial. La mismísima
Martha Stewart lo aprobaría.
—Las cosas de la parte inferior de su vestido se parecen a los círculos de
encaje que la abuela Beth tenía en las mesas del salón cuando yo era
niño —susurra Cole en un momento dado.
Aprieto los labios, intentando no reírme.
—¿Tapetes? —aclaro, y él asiente con una sonrisa de satisfacción. Vuelvo a
mirar el vestido de Paisley, entrecerrando ligeramente los ojos. Lo veo. Pero
creo que es difícil que el encaje blanco no tenga un aspecto horrible. Pero
bueno, nunca he mirado vestidos de novia, ¿qué sé yo?
La recepción también parece una sesión fotográfica de revista, con jarrones
de cristal llenos de flores azul claro en el centro de cada mesa, una brillante
pista de baile lacada en blanco con el monograma de Paisley y Max, y luces
que cambian con la música que el DJ está pinchando en el espacio. En este
momento, la música es clásica, lo que da a la sala un ambiente formal, pero
dada su configuración, apuesto a que podemos esperar algunos éxitos de
baile más tarde.
Al entrar, mamá es la primera en dirigirse hacia nosotros.
—Janey, no me avergüences esta noche. —Es una orden y una amonestación
por lo de anoche, todo en uno, y aunque es vagamente amenazadora, lo dice
con una sonrisa como si me saludara cariñosamente. Esa parte es sólo para
aparentar.
Antes de que pueda responder, se aleja a toda prisa para hablar con otras
personas más importantes.
No reacciono. Dejo a propósito que sus preocupaciones se apoderen de mí.
Ella no me controla. Dejó de controlarme cuando cumplí dieciocho años y me
fui de casa. Todo lo que pase de ahí es darle un poder que no se merece, me
recuerdo.
Cole se inclina, su aliento caliente sobre mi oreja mientras susurra:
—No me gusta tu madre. Ni ninguna de estas personas.
Sonrío, agradecida de que alguien aparte de mí vea a través de su mierda.
Pero hay un problema.
—Ya me has dicho que no te gusta la gente de todas formas, así que claro, no
te gustan.
—Te equivocas en un punto —murmura Cole, su voz profunda y
emocionante—. Me gustas.
Juro que el corazón me da un vuelco, una arritmia digna de un
electrocardiograma, sobre todo cuando nos miramos a los ojos. Cole está
serio, con la mandíbula desencajada y la mirada clavada en la mía. Quiero
creerle, pero sus señales contradictorias son casi del tamaño de banderas.
¿Lo dice en serio o forma parte de su papel de novio adorador? No estoy
segura.
—Vaya, mira lo que ha traído el gato —dice una voz, llamando la atención de
ambos. Nikki lleva su vestido azul bebé de dama de honor y una sonrisa
malévola—. No me imaginaba que fueras a dar la cara después del asunto tan
espantoso de anoche. Era de lo único que se hablaba después de que salieras
corriendo como un perro con el rabo entre las piernas.
Busca y rebusca, intentando encontrar el ángulo que más duela y provoque
la mayor reacción. Hemos jugado este juego antes y ella siempre ha ganado.
Nunca más. Nunca más, juro. Y aunque ya me lo he dicho antes, esta vez es
diferente. Esta vez, lo digo con todo mi corazón.
No voy a rebajarme a su nivel y volver a ser una zorra, aunque hay una parte
de mí a la que le gustaría. Voy a ser mi mejor Janey, centrarme en lo bueno
y salir de aquí sin gastar más energía de la que ya tengo con gente que no se
lo merece. Esa es mi versión de chica mala. No combatir fuego con fuego, sino
no combatir en absoluto, no porque no pueda, sino porque no quiero.
En lugar de encogerme como en otras ocasiones, me pongo más erguida, me
inclino un poco hacia su mirada llena de odio y le devuelvo la mirada con cara
de piedra, sin dar cuartel.
Funciona. Después de un momento, Nikki gruñe, no satisfecha con mi falta
de reacción.
—Supongo que también tienes tu perro guardián esta noche, ¿eh? Ruff,
ruff! —Ladra -literalmente hace ruidos de ladridos- a Cole, sugiriendo que es
un perro faldero protector.
Y ahora lo ha hecho.
Me deja hacerlo sola... cuando se trata de mí. Pero cuando Nikki se lo
propone, él está listo y mucho mejor preparado de lo que ella podría estarlo
jamás.
—Debiste avergonzarte de que todo el mundo las oyera a ti y a Paisley siendo
unas zorras. Janey me ha contado lo mucho que se esforzaban por
mantenerlo en secreto —dice, su voz plana y dura. Podría volver a montar
una escena. Nikki se lo merece. Pero se contiene—. Sobre todo, porque, por
lo que sé, ustedes dos nunca dejaron atrás esa mentalidad de chicas malas
del instituto. Incluso ahora, apenas hemos entrado por la puerta y ya estás
corriendo hacia aquí, tropezando con tus extensiones baratas y sintéticas
para robarle su momento de felicidad. Es patético —escupe.
Nikki se queda boquiabierta y parece un Pikachu conmocionado. Estoy
segura al noventa y nueve por ciento de que nunca le habían hablado así. Y
probablemente debería apretar la mano de Cole para llamarle la atención o
algo así, ya que estoy intentando ser la mejor persona, pero está diciendo
todas las cosas que he pensado a lo largo de los años y no puedo detenerle.
Una parte profunda y malvada de mí lo está disfrutando demasiado.
¿Sigue siendo malo si dejo que otro haga el trabajo sucio?
Tal vez. Pero dejar que Cole sea su verdadero yo no me hace menos malvada.
Él también lo es, de una forma deliciosamente diferente.
—Por cierto, ¿dónde está ese novio del instituto al que encerraste por 'olvidar'
tus píldoras anticonceptivas? —Cole termina con una mirada francamente
mortal.
¿Qué? No lo sabía. ¿Cómo lo sabe Cole? ¿O está haciendo una conjetura?
De cualquier manera, la cabeza de Nikki gira salvajemente. ¿Está
comprobando si alguien escuchó eso? ¿O buscando a su marido? En
cualquier caso, cuando lo ve, sus ojos se abren de par en par antes de
entrecerrarse bruscamente. Está con su hermana. Hay un par de personas
más hablando con ellos también, pero su marido y su hermana simplemente
de pie uno junto al otro es suficiente para hacerla alejarse de nosotros y
cruzar la habitación.
Me apoyo en el costado de Cole y él me rodea la cintura con el brazo.
—¿Demasiado? —pregunta.
—No, fue perfecto —admito.
Nos quedamos un rato en silencio, observando los festejos. Algunas personas
se detienen para charlar y conocer a Cole, y Nikki tenía razón en una cosa:
todo el mundo oyó lo que Cole dijo anoche. Pero él no se avergüenza lo más
mínimo. De hecho, le dice al tío Teddy que está orgulloso de amar a una buena
mujer lo mejor que puede.
Creo que quiere decir amor, como con el corazón, pero dada la mirada
socarrona que le lanza el tío Teddy, cree que quiere decir con la polla.
En algún momento, Cole susurra:
—Deja de contonearte. Te hace parecer nerviosa.
—El vestido me irrita el sarpullido de la cadera —confieso, consciente de que
me he estado rascando sin pensar.
—Cuando te pique, dímelo y me ocuparé de ello.
Confundida, le miro con las cejas fruncidas.
—Dímelo —repite, con una sensación de mando en la voz.
Así que lo hago. Le dirijo una mirada lastimera, sabiendo que las ganas de
rascarme la cadera están en mis ojos, y él la agarra con fuerza justo sobre el
sarpullido, apretando mi carne. Es doloroso, es el paraíso, calma el picor
mejor de lo que lo han hecho mis uñas en toda la semana.
Utiliza su agarre sobre mí para guiarme a la pista de baile, y yo intento
discutir.
—No sé bailar.
—Yo si —responde simplemente. Es todo lo que necesito, ya que, con su mano
en mi cadera, amasando de vez en cuando la carne, dejo que me guíe por la
pista. Curiosamente, cuando no pienso en bailar, no lo hago tan mal. Por
supuesto, eso se debe sobre todo a que sigo la mano de Cole, deseando que
me toque por varias razones en este momento.
—¿Cómo aprendiste a hacer esto? —le pregunto mientras me hace girar en
círculo.
—No hubo elección. Mamá decretó que aprenderíamos, así que lo
hicimos —dice con facilidad—. Hasta Kyle sabe hacerlo. Tuvo que ponerlo en
práctica en las fiestas de la oficina de papá, sobre todo en Navidad.
Intento imaginarme a Cole de niño, aprendiendo un foxtrot o un vals
tradicional y actuando en un cotillón. No consigo imaginármelo.
—¿Qué más tuviste que aprender?
Se queda callado un rato, balanceándose conmigo, pero perdido en sus
pensamientos.
—Que estar solo a veces es lo mejor —admite finalmente—. Pero es bueno
tener gente con la que puedes contar cuando la mierda se pone jodida. —Su
voz se ha vuelto más bien contemplativa y no dice nada más, así que no sé
exactamente de qué está hablando, pero puedo suponer que no soy la única
cuya familia es disfuncional.
Pasamos la cena, la tarta y unos cinco brindis aburridos sobre Paisley y Max,
sin ningún drama. Estoy así de cerca de estar libre en casa.
Pero entonces el DJ pone a Queen Beyonce.
—¿Puedo traer a todas mis solteras a la pista de baile, por favor?
No me muevo, pero la tía Glenda pasa junto a la mesa y básicamente me
empuja de la silla a la pista de baile.
—Vamos, Janey Sue. —Odio que me llame así. Mi segundo nombre es
Susannah, que ya de por sí no me gusta, pero cuando lo acorta suena como
si tuviera un cerdo de mascota con el que me disfrazo con trajes de temporada
a juego para el desfile de la feria del condado.
Para que quede claro, nunca he tocado un cerdo vivo, y mucho menos he
tenido uno, aunque de niña tenía varios collares diferentes para mi gato calicó
y los cambiaba. Pero al Sr. Pennyfoot le gustaba eso.
Miro hacia atrás, y Cole me envía un guiño. Lo tienes, dice ese guiño. Y tiene
razón.
Me paro en la reunión de señoras solteras en la pista, Jessica dando codazos
para ponerse delante de mí a pesar de ser literalmente una niña. Y aunque
mi familia es mala, no van a casarla al estilo novia-niña, así que ni siquiera
debería estar aquí.
—Ese ramo es mío. Tócalo y lloraré —me sisea. Ella no quiere decir un lindo,
pequeño, boo-hoo, triste llanto. Jessica hará un berrinche literalmente
empapado de lágrimas para salirse con la suya.
Por supuesto, eso sólo me hace desear ese estúpido ramo más que mi próximo
aliento.
Me enfrento a Nikki, no dejo que Paisley me intimide, no dejo que mamá se
meta en mi cabeza, y Jessica puede sentarse hasta el fondo. ¡En la mesa de
los niños donde pertenece!
Ya he tenido bastante. Ese ramo de rosas azules y velo de novia envuelto en
una cinta tiene un significado totalmente nuevo, como si fuera un trofeo por
haber mandado a la mierda a mi familia, algo que nunca he tenido el valor de
hacer.
Paisley escudriña al grupo, probablemente buscando una dama de honor
preferida para atrapar sus preciosas flores, pero poco sabe, son mías. Todas
mías.
Con una sonrisa, se da la vuelta. La fotógrafa le hace practicar un par de
lanzamientos con una exagerada y falsa mirada de emoción mientras hace
clic, y luego empieza la cuenta...
—¡Uno... dos... tres!
Paisley lanza el ramo por encima del hombro y todo el mundo se agita.
Decenas de brazos se alzan luchando por atraparlo, y estoy casi segura de
que me caigo accidentalmente y le doy un codazo en la cabeza a Jessica, pero
de algún modo, las flores caen como rosas justo en mi mano y las agarro con
fuerza.
Alguien intenta quitármela, pero yo me la meto en el cuerpo como un balón
de fútbol y salgo corriendo del grupo. Una vez fuera, lo levanto victorioso, con
los pétalos de rosa desprendidos por la brusca manipulación, y grito:
—¡Lo tengo!
Hay una ronda de aplausos educados y Paisley se da la vuelta enfadada.
—¡No, no se suponía que fueras tú! ¡Es de Hannah! ¡Dáselo a ella!
El fotógrafo no para de hacer clic, me saca fotos con el ramo ya marchito,
pero luego se gira para hacer una ráfaga de fotos de Paisley, que
definitivamente no tiene su mejor aspecto. Si las miradas mataran, yo sería
un charco de Jugo de Janey a sus pies.
¡Dudo que eso vaya a estar en el álbum de boda!
—No, las reglas son las reglas. Yo lo atrape, es mío —respondo, de repente
dispuesta a pelearme por el ramo. Si Paisley espera que me rinda y se lo
entregue a Hannah, está muy equivocada. Esta vez no.
Algo ha cambiado de anoche a esta noche.
Yo.
Incluso con la distancia que hemos tenido, creo que me aferraba a un hilo de
esperanza de que mi familia acabaría siendo decente, y por eso era tan fácil
volver a caer en esos hábitos. Pero por fin me estoy dando cuenta de que mi
familia no va a cambiar nunca, así que tengo que dejar de ceder ante ellos,
de preocuparme por sus reacciones y de preocuparme por lo que piensen.
Hay una claridad en mi mente y en mi corazón que nunca había sentido
antes, y el peso de todo su drama simplemente ha desaparecido. Al menos
por el momento.
Sólo necesito ser Janey. La mejor Janey Williams que pueda ser, recuerdo
que dijo Cole.
Y pueden tomarlo o dejarlo, y honestamente, hay varios que no pueden elegir.
Estoy eligiendo dejarlos... comenzando con mi mayor matona de la infancia,
Paisley Roberts. Oops, quiero decir Paisley McMahan ya que está tomando el
apellido de Max.
La gente dice que enfrentarse a un matón hará que te deje en paz, y tal vez
eso funcione si el matón viene de un lugar de inseguridad, pero Paisley está
sentada en un trono de derecho, por lo que desafiarla, sobre todo en un
momento que ya está emocionalmente cargado, no va a ser tan fácil. Ella no
va a retroceder.
No, suelta un grito de arpía y corre hacia mí con las manos extendidas, sus
largas uñas de manicura francesa parecen garras. Agarra el ramo, pero
también un puñado de mi cabello, del que tira con fuerza.
—¡Dáselo. A. Hannah! —ordena.
¿Guerra verbal? No es mi fuerte. ¿Física? Menos aún, a pesar de decirle a
Cole que sé karate. Pero me agito, haciendo todo lo posible para quitarme a
Paisley de encima. Parece y se siente más como un mal forcejeo, y caemos al
suelo, peleando como chicas borrachas en una competición de lucha en el
barro. Sólo que no hay barro, sino una pista de baile con monogramas,
supuestamente elegante.
Le doy una patada, que Paisley contrarresta rodeándola con su pierna de
jirafa. Consigo sacar un brazo -no el que sujeta el ramo, que sigo sujetando
con fuerza- y empujo el pecho de Paisley, consiguiendo un poco de espacio
entre nosotras. Pero no es suficiente. Debe de ser una fierecilla o algo así,
porque antes era mala y ahora es básicamente salvaje.
—¡Suéltame! —grito—. ¡Socorro!
Lo siguiente que recuerdo es que me quitan a Paisley de encima. Cole se ha
hartado de las travesuras de mi familia y, literalmente, ha levantado a la novia
con una mano por detrás del vestido y, con la otra, le ha quitado los dedos de
mis rizos. No se me escapa que ni uno solo de mi familia ha intentado detener
a Paisley. A la familia de Max probablemente pueda disculparla porque está
en estado de shock, pero mi familia ya ha visto esto antes.
—¡Ay! ¡Me haces daño! —Paisley gimotea fuerte—. ¡Papi, me está rompiendo
las uñas!
—Entonces suéltala —ruge Cole. Suena enojado. Siento que la mano de
Paisley finalmente se relaja mientras suelta mis rizos de su puño, y se levanta
completamente lejos de mí.
En lugar de tirarla al piso, Cole deja a Paisley en el suelo con un poco de
moderación. Ella, por su parte, le da un pisotón en plena rabieta.
—¡Arruinaste mi boda! Arruinaste todo —me grita como si fuera yo quien la
atacó.
—¿Qué he hecho? —pregunto mientras Cole me ayuda a ponerme de
pie—. ¿Atrapar el ramo que tiraste?
Escudriño la habitación, pensando que seguramente, todo el mundo ve lo loca
que está Paisley ahora.
Pero no están mirando a Paisley. Me miran a mí y a Cole, que se arrodilla
para ayudarme a alisar el vestido. Lo miro, preguntándome por qué tarda
tanto. ¿Me he roto la falda en el tumulto? ¿Le he enseñado las bragas a todo
el mundo? ¿O algo peor?
Está sobre una rodilla, sus ojos azules parecen muy intensos, como si
intentara decirme algo que no puedo descifrar mientras me coge las manos
con las suyas, sosteniendo el ramo conmigo. Y entonces veo cómo levanta un
poco los labios, solo por un lado. Es su sonrisa divertida.
—Janey Susannah Williams, eres lo mejor y más brillante de mi vida. Ves el
bien en el mundo donde yo no lo veo. Sientes compasión por quienes no la
merecen. Amas con abandono y sin ninguna autopreservación, inspirándome
a creer por fin que el amor existe.
—Dios mío, ¿qué estás haciendo? —pregunto en voz baja, agarrándolo por
debajo del codo y tirando en un intento de que se ponga de pie.
Suena como si se estuviera declarando, lo cual es ridículo, por supuesto.
Apenas nos conocemos. Y en la boda de mi prima ciertamente no es el lugar.
Incluso si no me importa el libro de reglas de Miss Modales en este momento.
Cole no se mueve ni deja que lo mueva. Me mira fijamente a los ojos y
entonces lo veo: un brillo.
Se va a declarar. En la boda de mi perra prima. Delante de toda mi familia
disfuncional.
De la misma manera que dijo que irrumpió en el baño anoche para que nadie
hablara de mí y Paisley, sino de mí y Cole, eso es lo que está haciendo de
nuevo. Está ayudando a que todo este momento sea sobre algo más grande,
mejor y más brillante que lo que fuera esa paliza del ramo.
Nadie hablará de la tarta de Paisley -que, de hecho, era tan sosa como yo
esperaba-, ni de sus votos básicos, ni de su recepción tan básica, ni siquiera
de su vestido de mantelito. Hablarán de mi compromiso en medio de la pista
de baile con un hombre que me ama, Janey Williams, con todo su corazón.
Probablemente debería sentirme mal por robarle el protagonismo a Paisley.
Pero no me siento mal. Esta es la culminación de años y años y años de
maltrato de su mano. Y yo no quería nada de esto. De nuevo, mi plan era
aparecer, ser invisible, e irme a casa. Paisley es la que empezó con sus
comentarios maliciosos anoche, y ella es la que me atacó esta noche. Esta es
la venganza por sus propias acciones.
Se me saltan las lágrimas. No por Paisley y todo este sórdido lío, sino porque
el hombre que tengo a mis pies, que es un autoproclamado gruñón, está
dispuesto a llegar tan lejos como mi falso novio que se declara. Eso es tan
dulce.
Le aprieto las manos y asiento con la cabeza para hacerle saber que lo
entiendo.
Su sonrisa crece.
—¿Me harás el honor de dejarme ser tu esposo para que pueda amarte,
quererte y adorarte todos los días de nuestras vidas?
Vaya.
Sé que está fingiendo, pero es una forma muy buena de pedirle a alguien que
se case contigo. Parece que los demás también están de acuerdo, porque a
nuestro alrededor se oyen mocos y lamentos. Probablemente sea la familia de
Max, no la mía, pero aun así... Cole es increíble y todos lo sabemos.
—¡Sí! —grito. Y luego lo repito por si no me ha oído, o por si el aparcaautos
de fuera no estaba escuchando—. ¡SÍ!
—¡No! —Paisley grita, pero nadie la escucha.
Cole se levanta y me estrecha en sus brazos, haciéndonos girar en un
momento de cuento de hadas que parece totalmente mágico. Este es el tipo
de amor que merezco y no volveré a conformarme con menos.
Quiero decir, esto es falso. Ya lo sé. Pero lo real debería ser así, con ojos
saltones, corazones palpitantes y estómagos llenos de mariposas.
Luego, para colmo, me besa.
Y propuesta falsa o no, el beso es muy real. Sus labios son suaves, aunque
presionan contra los míos con firmeza. Sus brazos me rodean la cintura y
siento las yemas de sus dedos presionando mi cadera izquierda, justo encima
de mi tatuaje, y recuerdo lo que dijo de que era un amuleto de la suerte. Creía
que se lo estaba inventando, pero ahora también me parece cierto. Me pellizca
el labio, un pequeño mordisco para evitar que me vaya flotando, y me baja los
pies al suelo.
La sonrisa de Cole es brillante y amplia, como si estuviera realmente feliz
mientras acepta las felicitaciones de todo el mundo. Hablan más con él que
conmigo, pero no me importa. Son mi familia, pero ya no tienen nada que ver
conmigo.
Capítulo 11

—¡Dios mío! ¡Lo hemos conseguido! ¡Lo hemos conseguido! —grita Janey
mientras baila y salta por el salón de la cabaña. Ha perdido los tacones en el
camión y va descalza, con el vestido gris balanceándose alrededor de sus
piernas mientras se mueve—. ¿Has visto sus caras? Ha sido épico.
Lanza unos cuantos puñetazos al aire y luego una patada realmente mala,
asustándome de que se vaya a caer, pero también dándome un plano de sus
bragas negras.
—Era como bam, bam, y hi-yah cuando luchaba con Paisley.
No lo estaba. Para nada. La chica no puede luchar, lo que hace que sea mucho
más entrañable que ella piensa que puede.
Me río entre dientes mientras me siento en el sofá para quitarme los zapatos.
Se queda paralizada.
—Me siento...
Se lleva las manos al estómago y, por un segundo, creo que va a decir que se
encuentra mal, porque la expresión de su cara es extraña. Pero entonces
suelta un largo suspiro y, aunque no tiene ningún sentido lógico, incluso
parece unos centímetros más alta.
—Me siento libre —termina.
Ha estado parloteando desde que salimos de la boda, dándome las gracias
profusamente y preguntándome si había visto el arañazo que Paisley le hizo
en la cara con las uñas, cosa que sin duda vi. Cuando aparté a Paisley de
Janey y vi la mancha roja en su mejilla, no pude hacer otra cosa que destrozar
a Paisley delante de todos por atreverse a maltratar a Janey de esa manera.
No físicamente, no atacaría a una mujer. Pero con todo lo que sé sobre la
señorita Paisley Roberts, ahora señora de Paisley McMahan, podría destruir
su matrimonio y el resto de su vida sin salir de la pista de baile.
Afronté el papel de falso novio de Janey del mismo modo que cualquier misión
encubierta e investigué a todas las personas que podrían participar en la
treta: la novia, el novio, sus padres y su hermana, la comitiva nupcial e
incluso tíos y tías. Así es como me enteré del percance de Nikki con los
anticonceptivos -por el amor de Dios, no publiques cosas en las redes
sociales, gente-, pero eso no es nada comparado con los esqueletos del
armario de Paisley.
Pensé en soltarle todo el té a Janey, pensando que tal vez eso la ayudaría a
ver que Paisley no daba tanto miedo, pero me alegro de no haberlo hecho. Si
hubiera hecho menos a Paisley, Janey no se sentiría tan triunfante por
enfrentarse ahora a su matón. Tal y como están las cosas, Janey se enfrentó,
plantó cara y derrotó ella sola al mayor monstruo de su vida.
Bueno, ayudé un poco.
Pero esa libertad que siente, es suya y sólo suya. Se la ha ganado.
—Me alegro —le digo mientras me relajo, dejando que mis piernas se abran y
apoyando un brazo en el respaldo del sofá para disfrutar de su celebración.
Pero ya no baila más. Se lanza sobre mí, a horcajadas sobre mi regazo, con
una rodilla a cada lado de mis caderas y el torso justo encima de mi polla,
que ahora está en posición de firmes. Janey me pone una mano en cada
hombro y sonríe mirándome a los ojos. —Muchas gracias, Cole. No puedo
explicarte lo mucho que significó para mí.
Puedo verlo en sus ojos, puedo leerlo en su mente, e intento detenerla.
—Janey, lo que dije anoche... sigue siendo verdad. No me debes nada. Me
alegro de ayudarte.
Es verdad. Ayudar es lo que hago. Pero nunca me involucro tanto, ni me salgo
del plan como lo hice, ni me importa una mierda el resultado final. Janey es
diferente. Estoy rompiendo todas mis propias reglas por ella, y esa amplia y
perfectamente imperfecta sonrisa es toda la venganza que necesito o quiero.
Me pone un dedo sobre los labios y me hace callar.
—Cállate, tengo algo que decirte. —Sus ojos se abren de par en par ante sus
propias palabras—. Lo siento, todavía estoy un poco alterada, creo.
Pero quiero oírlo, lo que sea que esté pensando. Llevo las manos a sus
caderas, aprieto la izquierda y sus ojos se cierran un instante. Cuando los
vuelve a abrir, parece decidida a decir lo que quiere decir.
Su voz es tranquila pero fuerte cuando me dice:
—Anoche me dijiste que me deseabas, pero no querías que sintiera que te
debía algo. Pero te lo debo.
Gruño enfadado, no me gusta el rumbo que está tomando esto. Me lanza una
mirada bastante decente, o al menos mejor que sus intentos anteriores, así
que la dejo que se lo tome con calma.
—Me ayudaste a encontrarme de nuevo —continúa—. Y no voy a tener sexo
contigo por eso.
—No vamos a acostarnos —le digo, el recordatorio es más para mí que para
ella—. Pero necesito que te levantes o me olvidaré de que estoy siendo un
caballero contigo —le advierto, porque ella también se relaja y su cuerpo se
acerca cada vez más al mío. Y estoy a punto de apartarle las bragas, bajarme
la cremallera del pantalón y empujarla hacia abajo para que se siente sobre
mi polla, en vez de sobre mi regazo.
No se mueve.
—Sí —ronronea—, lo haremos. Quiero tener sexo contigo porque me lo debes,
Cole.
—¿Qué? No.
Sigue hablando como si yo no hubiera dicho nada, atropellándome:
—Hace meses que no tengo sexo, nunca tuve un orgasmo con Henry...
Retumbo: —No digas su nombre cuando estés sentada sobre mi polla, Janey.
Mi tono brusco y mi lenguaje grosero le hacen sonrojarse. Pero en lugar de
desanimarla, juro que está intentando que se la follen con rudeza, porque
mueve las caderas adelante y atrás, rozando apenas la cresta de mis
pantalones.
—¿O qué? —dice en voz baja—. ¿Me quitarás su nombre de la boca?
Tiro de ella con fuerza, moviendo yo mismo sus caderas, no para su placer,
sino para frotarme con su calor. Esperaba que se horrorizara o que se
apartara bruscamente y huyera del enorme y temible imbécil, pero ella...
Jódeme, ella gime.
Su cabeza cae hacia atrás, dejando al descubierto la longitud de su cuello, y
sus manos se mueven hacia mi pecho para hacer palanca mientras se agita,
utilizándome.
—Necesito esto. Me lo merezco. Me debo una experiencia con un hombre
sexy. —Está hablando sola, pero luego levanta la cabeza para mirarme de
nuevo—. Creo que puedes hacer que mi cuerpo haga cosas sobre las que sólo
he leído. Te deseo, Cole.
Cada palabra va acompañada de una caricia de su coño contra mi polla, y
aunque lucho por mantener el control, estoy perdiendo la batalla.
—Janey.
Me lo está suplicando. Yo le suplico que pare. Sólo uno de nosotros va a
salirse con la suya. Y tal y como van las cosas, voy a perder esta batalla.
—Anoche quería que me ayudaras a olvidar. —Ella sacude la cabeza, sus rizos
bailan alocadamente y sus ojos vuelven a cerrarse—. Pero eso no es...
ayudarme a recordarme... a mí —jadea.
Joder. Esa es mi maldita kriptonita. Quiere que la ayude.
Seguro que puedo hacerlo.
Tomo su mandíbula con una mano y la sujeto con firmeza para obligarla a
mirar hacia mí. Necesito que piense con claridad, sobre todo después de la
excitación de esta noche.
—¿Estás segura?
Ella inclina la barbilla una vez, empujando en mi mano.
—Estoy segura. Quiero esto. Te quiero a ti.
Voy a ir al infierno por todas las cosas que ya he hecho en mi vida. ¿Pero
esto? Esto va a ser el pináculo de mis peores cosas y mi perdición. Janey va
a ser el ejemplo de cuando debería haberlo hecho mejor, haber sido mejor, y
en lugar de eso elegí mi propio egoísmo.
Lo menos que puedo hacer es que sea bueno para ella. No quiero que sólo se
acuerde de sí misma. Quiero mostrarle todas las cosas que nunca imaginó
que fueran posibles.
Puedo darle eso, juro. Es un pequeño bálsamo para mí ya culpable
conciencia, pero es suficiente para romper la restricción a la que me aferro
desesperadamente.
Me abalanzo sobre su boca. Todo el hambre que he reprimido durante la
última semana aflora a la superficie mientras la beso y, para mi sorpresa, ella
me devuelve el beso con una confianza más sexy de la que habría imaginado.
Que le den a Henry por no aprovechar todo lo que Janey es capaz de hacer.
No cometeré el mismo error.
Desciendo las manos por su cuello, por las clavículas y bajo hasta acariciarle
los pechos. Janey suspira, se deja tocar, y froto mis pulgares sobre sus
pezones endurecidos. Le suelto rápidamente el lazo de la cintura y le abro de
un tirón el cuello del vestido, exponiéndola a mis ojos hambrientos. El
sujetador es negro, a juego con las bragas que ya ha lucido esta noche, y le
quito los tirantes de los hombros, dejando que las copas caigan sin apretar.
Arrastro un dedo sobre su tierna carne y me deleito con la suavidad de su
piel y su receptividad cuando se arquea para recibir mis caricias. Ambos
necesitamos más, así que me inclino hacia ella y le beso y lamo el pezón antes
de succionarlo en mi boca caliente.
Janey me rodea la cabeza con los brazos, abrazándome a ella mientras la
castigo con placer.
Conoce tu valor.
Exige que te traten como la mujer increíble que eres.
No hay excusas para los imbéciles: ni tu familia, ni tus amigos, ni siquiera
yo.
Gimo ante ese pensamiento y la muerdo bruscamente por rebajarse a estar
conmigo.
Se merece algo más que un polvo en el sofá, pero estoy demasiado impaciente
para subirla a la cama, así que esto tendrá que bastar. La levanto de mi regazo
y la tiro al sofá, donde rebota y suelta un chillido de sorpresa. Y entonces
estoy sobre ella, arrodillado entre sus muslos abiertos.
Le quito el vestido, que se encharca bajo su cuerpo en un satinado mar gris,
pero no es suficiente. Necesito tocarla. Me quito la camisa de un tirón, con
sólo la mitad de los botones desabrochados, y Janey intenta seguirme,
llevándose la mano a la espalda para desabrocharse el sujetador, pero la
detengo.
—Déjame.
Inquieta, retira las manos y yo deslizo las mías por debajo de ella para
desabrochar los corchetes. Le quito el sujetador, lo dejo caer al suelo y hago
lo mismo con las bragas. Desnuda ante mí, se retuerce nerviosa, de repente
parece tímida cuando mis ojos recorren su cuerpo.
Lo veo todo. Sus pechos turgentes que intenta juntar con los brazos, la cadera
cubierta por el tatuaje floral, la suavidad del vientre que está tensando y la
humedad brillante en los rizos cortos de su coño. Cada peca, cicatriz, línea y
curva...
—Hermosa —digo roncamente—. Jodidamente preciosa.
Lo es por dentro y por fuera.
Su sonrisa es suave y llena de alivio, como si no entendiera que yo soy el
afortunado aquí. Pero se lo demostraré.
Me inclino hacia ella, abriéndole las piernas con los hombros, y beso los
puntos sensibles de la cara interna de sus muslos, subiendo cada vez más a
propósito en pequeños incrementos. Bailo con las yemas de los dedos sobre
los labios exteriores de su coño, sintiendo la resbaladiza excitación y
esparciéndola mientras la abro. Sus caderas se agitan, buscando más, y noto
cómo la sonrisa maligna se extiende por mi boca. Joder, va a ser el paraíso.
Arrastro un dedo por sus jugos, probando y provocando su abertura, antes
de introducirlo lentamente. Su gemido de placer es música para mis oídos, y
me agarra el dedo con tanta facilidad que inmediatamente añado otro. La follo
con dos dedos gruesos, que enrosco para acariciar su pared frontal.
—Oh —suspira mientras de repente me agarra del cabello con una mano y
del sofá con la otra—. Ya está.
Me río entre dientes. Sé dónde hay que tocarla, pero tengo que descubrir cómo
le gusta. ¿Lento, suave y delicado? ¿Áspero, rápido y duro? ¿Algo intermedio?
¿Las dos cosas?
Joder.
Me muevo incómodo, los pantalones me aprietan la polla hasta casi hacerme
daño. Pero sigo concentrado en Janey. Esto es por ella.
Acaricio ese punto interior, beso en todas partes menos exactamente donde
ella me quiere. Primero la quiero sobre mi mano para poder ver cómo me
toma, cómo mis dedos desaparecen dentro de su calor y reaparecen brillando
con su excitación. La penetro lenta y profundamente, rozando su clítoris con
la palma de la mano cada pocas caricias, y no tardo en empaparme la mano
y sus gritos son cada vez más fuertes y agudos. Presiono su vientre, justo
sobre sus rizos, y le meto los dedos una y otra vez, empujándola hasta el
punto de no retorno.
Con un grito suave y sin aliento, se rompe. Los espasmos recorren su cuerpo
y se agita salvajemente mientras persigue el placer, y yo me quedo con ella
todo el tiempo, alargándolo todo lo posible hasta que sus movimientos se
vuelven espasmódicos como si intentara escapar.
Gruño.
—Buena chica. Ese es uno.
Se ríe como si estuviera bromeando, pero hablo muy en serio. Sobre todo,
cuando me meto los dedos en la boca, chupando su orgasmo y saboreando
cada bocado, lo que hace que abra mucho los ojos, sorprendida.
¿Nadie la ha apreciado así? Ellos se lo pierden porque es dulce como el néctar,
y no puedo esperar más.
Extiende los brazos para acogerme en su abrazo y me dice: —No puedo hacer
más. Sólo ven aquí.
Dejo que me ponga encima de ella y la aprisiono con mi peso para besarla
profundamente, deseando que saboree lo deliciosa que es. Cuando su lengua
toca la mía, se estremece, y dejo que memorice lo especial que es antes de
volver a empezar... besándola por la mandíbula, por el cuello y hasta los
pechos. Beso su vientre, recorro parte de su tatuaje con la lengua y adoro
todo su cuerpo antes de volver a posarme entre sus muslos.
—¿Cole? —susurra.
—¿Mmhmm? —respondo, mirando ya sus bonitos labios hinchados y
anticipando lo bien que va a saber. Y, lo que es más importante, lo bien que
la voy a hacer sentir.
—No tienes que... —empieza ella.
La corté, gruñendo:
—Tengo que hacerlo, Janey. No he hecho una maldita cosa que no haya
querido en años. ¿Esto? —Lamo una larga línea desde su entrada hasta su
clítoris y gimo ante su dulzura mientras ella se estremece—. Tengo que
hacerlo, y es un puto honor.
—Oh —murmura, todavía insegura. Un segundo después, repite el sonido,
solo que mucho más lleno de placer porque la estoy devorando como un
hambriento. El ligero sabor de mis dedos no tiene nada que ver con beber
directamente de ella. Antes fui suave, pero ahora estoy impaciente por más y
la estoy penetrando fuerte y profundamente.
Mis dedos vuelven a encontrar ese punto en su interior y bombeo dentro de
ella rápidamente mientras golpeo su clítoris con la lengua. Se vuelve loca
debajo de mí, luchando contra mí y aferrándome a ella al mismo tiempo.
—Yo... ¡Dios mío! —grita, corriéndose de nuevo.
No se lo pongo fácil. Está demostrando que puede soportarlo, así que tomo la
yema de mis dedos y se los paso por todo el coño tan rápido que mi mano se
vuelve borrosa. Se corre otra vez, ¿o tal vez sigue corriéndose? No estoy
seguro, pero tiene la cara contorsionada por el placer, la boca abierta y los
ojos entrecerrados, y sus cortas uñas se clavan en mis hombros como si
temiera que la dejara hecha un desastre.
No voy a ninguna parte.
Excepto que tengo que salir de estos malditos pantalones.
Cuando se recupera, me levanto y me quito los pantalones y los boxers tan
rápido como puedo. Mi polla prácticamente suspira aliviada por la libertad
hasta que me agarro con la mano, apretando con fuerza en mi base para
evitar el orgasmo que ya está demasiado cerca. Dijo que había pasado mucho
tiempo para ella. Bueno, para mí también ha pasado mucho tiempo, y temo
correrme demasiado deprisa y no poder disfrutar de Janey todo el tiempo que
me gustaría.
El leve dolor hace su trabajo, me arrodillo en el sofá entre las piernas de Janey
una vez más, alineándome con su entrada. Arrastro la cabeza por sus
pliegues, gimiendo por el lujo de ser el imbécil afortunado que la toca así y
recordándome a mí mismo la misión... ayudarla a recordar quién es para que
vuelva a sentirse ella misma cuando esto acabe.
No seas un idiota egoísta, Harrington.
Esto es todo sobre ella.
—Janey, Janey, Janey... —murmuro.
—¿Qué? —pregunta ella, con la preocupación arrugando las cejas.
No me había dado cuenta de que estaba hablando, diciendo su nombre en
voz alta. En lugar de explicarle que está en mi cabeza, empujo lentamente
hacia delante, sintiendo cómo se estira alrededor de mi polla mientras la lleno
centímetro a centímetro.
—Mmm, Cole —gime— Sí...
Se siente aún mejor de lo que imaginaba, envuelta alrededor de mi polla como
una prensa caliente y resbaladiza. Le doy unos cuantos empujones, dejando
que se adapte a la invasión, y cuando sus ojos se cruzan con los míos, claros
y brillantes, no puedo contenerme más.
Caigo hacia delante, apoyándome con una mano junto a su cabeza en la
almohada del sofá y otra agarrando su pierna, que está levantada en el aire.
Sus manos me agarran por las caderas y luego suben hasta agarrarme por la
cintura.
—Joder —gruño.
Empiezo a follármela con fuerza y profundidad. Lo juro, quiero ser dulce y
suave, pero estoy demasiado lejos, y su respiración irregular dice que no le
importa mi abuso áspero de su bonito coño.
Mantengo mis ojos fijos en los suyos mientras la penetro una y otra vez, y
cuanto más fuerte y profundo lo hago, más feliz parece. Sus ojos grises
incluso se entornan y sus pestañas se cierran cuando acelero, penetrándola
y tocando fondo con cada golpe.
Podría hacer esto para siempre, follarme a Janey todo el día, todos los días.
Compensar su maltrato calmándola con orgasmos hasta que su soleado
panorama cobrara sentido porque lo único que conoce es el placer.
Con un rugido, la saco, corriéndome en chorros calientes y pulsantes sobre
ella. Mi semen cubre su coño, gotea desordenadamente sobre sus labios y
sube hasta su vientre, cubriéndola de blanco. Pero ella también está a punto,
así que vuelvo a meterle la polla aún dura, usando mi semen para frotarle el
clítoris mientras la follo hasta el fondo.
—Una más. Te lo mereces —le prometo.
Y como si por fin se lo creyera, palpita alrededor de mi polla, ordeñando con
su orgasmo toda la leche que me quedaba.
Es lo más hermoso que he visto en toda mi vida.
Capítulo 12

Cuando llegué por primera vez a la cabaña, me imaginé acurrucada en el


desván, parecido a una casa en un árbol, con una taza de café y un libro
durante horas.
Despertar en la acogedora cama envuelta en los brazos de Cole es aún mejor.
Me quedo quieta, observándole. Tiene las cejas fruncidas y los labios
apretados, como si lo que estuviera soñando le molestara. Con cuidado, lo
tranquilizo recorriendo con un solo dedo el vello áspero de su pecho,
dibujando formas que no reconozco porque no puedo dejar de tocarlo.
Anoche fue más de lo que podría haber imaginado. Y he imaginado mucho
durante la última semana. Pero incluso con toda mi inspiración de libro, no
creía que existieran tipos como Cole: tipos a los que les importas, que quieren
tu felicidad y que obtienen placer viéndote lánguida orgasmo tras orgasmo.
Creo que Cole decidió compensar en una noche mi falta de orgasmos
provocados por el hombre durante el último año.
Y vaya si lo consiguió.
—Buenos días, guapa —refunfuña. Levanto los ojos, culpable por haberle
despertado, pero tiene una sonrisa soñolienta bajo los ojos entreabiertos. Solo
por esa sonrisa vale la pena sentirme culpable.
—Lo siento, no quería despertarte —le digo en voz baja, sin querer romper el
hechizo que hay entre nosotros. Se ríe y me aprieta más contra él. Puede que
esté dormido, pero hay ciertas partes que no lo están. Hola, madera
mañanera.
—Llevo casi una hora despierto. No quería molestarte —responde mientras
hunde la nariz en mi cuello y me besa suavemente, justo sobre el pulso.
—Mentiroso —le acuso con una sonrisa mientras inclino la cabeza para que
me dé más besos—. Estabas todo ceñudo, probablemente luchando contra
los malos en tus sueños. Yo te estaba calmando.
—¿Calmando? ¿Torturándome? ¿Arrastrando el dedo más lento de la historia
cada vez más cerca de mi polla? Tardando tanto que he dicho 'a la mierda' y
he decidido encontrarme contigo a mitad de camino. —Cada acusación va
acompañada de un áspero beso, chupada o pellizco en el cuello, la mandíbula
y el hombro.
Tenía razón. Bajaba más y más sin pensar, de su pecho a sus abdominales y
sobre su cadera, evitando cuidadosamente su gruesa dureza porque me
parecía intrusivo y egoísta interrumpir su sueño con mi deseo.
Pero, ¡vaya si está despierto!
Dejo que toda mi mano recorra sus abdominales, sintiendo la protuberancia
de cada uno por debajo del vello salpicado, y luego sigo el rastro más abajo,
donde se convierte en su base. Gime en lo más profundo de su pecho mientras
sus caderas se agitan. Puedo ver la tensión en su vientre, donde se está
conteniendo.
Me siento borracha de poder. Este monstruo de hombre dejándome
controlarlo, controlar esto... controlarnos.
—¿Puedo tocarte? —susurro.
—Joder. —Se estremece—. Lo que quieras, Janey.
Se me ocurre una guarrada, algo que no he hecho demasiadas veces pero que
quiero probar ahora. Henry siempre dijo que no se me daba bien, así que
¿para qué molestarse? Pero no creo que a Cole le importe que se me dé mal.
Quizá piense que eres buena. Y apuesto a que estará encantado de decirte qué
hacer si no.
Retiro las mantas y bajo a la cama para arrodillarme entre las piernas
abiertas de Cole. Levanta la cabeza de la almohada que compartimos y me
mira con curiosidad. Sin apartar los ojos, me inclino hacia delante y le doy
un beso en la cabeza. Es un beso casto, digno de las mejillas de una abuela,
pero él gime como si fuera una deliciosa agonía cuando su cabeza vuelve a
caer sobre la almohada y sus ojos se cierran de golpe.
Envalentonada, lamo un círculo alrededor de la coronilla y luego me lo llevo
a la boca. Chupo y lamo, lamo y chupo, explorándolo a él y a sus reacciones.
Me siento invencible cuando Cole aprieta la sábana con las manos y su
respiración se entrecorta.
—Maldita sea —grita.
Sonrío para mis adentros y me lo trago hasta el fondo de la boca, acariciando
la entrada de mi garganta para ver cuánto puedo aguantar. Cuando derrama
un poco de pre-semen, quiero más, así que encuentro un ritmo, moviéndome
arriba y abajo a lo largo de él.
Cole enhebra una mano en mi cabello, agarrándome con fuerza por la base
de la cabeza, y yo me tenso, esperando que tome el control. No lo estás
haciendo lo bastante bien. Pero se limita a rascarme el cuero cabelludo, casi
jugando con mi cabello, soltándolo y agarrándolo una y otra vez mientras yo
le hago trabajar.
—Janey, nena... tienes que parar o voy a... —advierte, su significado es claro.
Quiero que se corra. Quiero hacerlo explotar en mi boca. Quiero saborearlo,
tragármelo y saber que yo, Janey Williams, lo hice sola. Porque soy la Reina
de la Mamada y quiero una banda, una corona y un cetro. Bien, quizás no,
pero lo que sea que esté haciendo está funcionando para Cole y eso es lo que
cuenta.
Jadeo:
—Hazlo —y me lo trago de nuevo, moviendo la cabeza, con las mejillas
hundidas contra su eje.
Concedido el permiso, Cole deja de contenerse y siento cómo todo su cuerpo
se tensa mientras lo llevo al límite. Sus pelotas se tensan contra mi mano y
entonces se sacude, enroscándose sobre sí mismo y a mi alrededor mientras
ruge.
—Joder, sí... —gruñe mientras un chorro tras otro de calor salado llena mi
boca. Lo engullo hambrienta, como si fuera mi recompensa por un trabajo
bien hecho.
No es una corona, pero estoy muy contenta con el premio.
Espero que Cole se tumbe en la cama agotado cuando termine. Eso es lo que
Henry habría hecho una vez satisfechas sus necesidades. Pero de nuevo, Cole
no se parece en nada a Henry.
Me agarra por debajo de los brazos y me sube por su cuerpo hasta que estoy
a horcajadas sobre su cara.
—¡Guau! —grito sorprendida por el cambio de posición.
Cole me pasa los brazos por los muslos y me separa los labios, acariciándome
el clítoris con el pulgar.
—Me toca a mí. —Antes de que pueda decir nada, su lengua está sobre mí,
lamiéndome y chupándome el clítoris y bajando a acariciarme la entrada.
Me resulta extraño sentarme sobre él de esta manera, pero cuando miro hacia
abajo, parece más que contento con la disposición, así que me relajo,
dejándome caer más abajo. Veo el atisbo de una sonrisa ante mi rendición, y
eso me tranquiliza.
Mis manos presionan el frío cristal de la ventana sobre la cama y, cuando
miro los árboles, me siento expuesta de una forma que debería asustarme.
Pero con Cole aquí, sé que estoy a salvo. Sólo estamos él, yo y tal vez esa
lechuza diurna caprichosa que nos ve.
Cole no tarda mucho en llevarme al punto de no retorno, y gruñe contra mi
carne cuando me estremezco sobre él. Sigo temblando cuando vuelve a
moverme, empujándome hacia su cuerpo y centrando mi cuerpo en su polla,
que vuelve a estar dura.
Me contoneo para ayudarnos a alinearnos y luego siento cómo me llena,
centímetro a centímetro, hasta que lo he tomado todo y estoy completamente
sentada sobre él. Muevo las caderas, disfrutando de la sensación de plenitud.
Cole toca lugares dentro de mí que nunca han sido tocados, en más de un
sentido.
Encontramos un ritmo juntos, no él follándome a mí ni yo cabalgándole a él,
sino nosotros trabajando juntos para darnos placer mutuamente. Sus manos
se deslizan por mis costados, suben hasta mis pechos para acariciarme los
pezones rígidos, y juro que una corriente eléctrica se dispara desde ellos
directamente hasta mi clítoris. Caigo hacia delante y me encuentro con Cole
en un beso descuidado. Sabe a mí y sé que yo sé a él, pero eso no hace más
que aumentar mi excitación.
El sexo con Cole lo abarca todo, como si no hubiera nada malo, sólo lo
correcto, sólo el placer.
Y cuando me agarra de las caderas, apretando bruscamente la izquierda,
vuelvo a estremecerme. Me sujeta con fuerza, manteniéndome unida mientras
mi cuerpo trata de lanzarse a la atmósfera, y yo también siento las
pulsaciones calientes de su orgasmo llenándome.
Todavía estoy jadeando y recuperándome cuando Cole murmura:
—Quería decir buenos días, preciosa.
Al principio no lo entiendo. Mi cerebro todavía está hecho un amasijo de
felicidad y mi cuerpo está listo para una siesta, aunque todavía no me haya
levantado de la cama. Pero entonces... antes me dijo “buenos días, preciosa”.
Me levanto de mi colapso y le miro con el único ojo que consigo abrir. El otro
se niega sólo por principio.
—¿Era una broma? —Se encoge de hombros, pero sonríe ampliamente—. Oh,
no, creo que te he roto —digo, fingiendo angustia—. Tu personaje gruñón e
imbécil sólo necesitaba una mamada mañanera, un par de orgasmos... dos,
eso sí. —Levanto dos dedos para ilustrar la cifra—. Y ahora estás hecho un
tipo carismático.
Suelta una risita profunda y áspera mientras me abraza. Se ha corrido dentro
de mí y noto el torrente de nuestros jugos goteando hasta cubrirnos, pero a
Cole no parece importarle en absoluto, así que intento no preocuparme
tampoco mientras nos acurrucamos en una cómoda y complaciente
tranquilidad.
¿Es así como debe sentirse todo el tiempo? Es asombroso.
Henry no quería sudor, semen o saliva sobre él antes, durante o después del
sexo. No era nada como esto, con toqueteos y caricias, apreciando el cuerpo
del otro y deseando el placer de la otra persona. Esto es infinitamente mejor.
El sexo no debería ser estéril y mecánicamente frío. Debería ser desordenado,
divertido y lleno de sorpresas, decido yo.
—Oye, ¿adónde has ido? —Cole pregunta en voz baja, y cuando vuelvo a
centrarme en el aquí y ahora, me está mirando con preocupación en sus ojos
azules.
No quiero decirle que estaba pensando en Henry. O bueno, no en él,
exactamente, sino en lo mucho que me he perdido... en lo mucho a lo que he
renunciado. ¿Y para qué?
Anoche sentí que había vuelto a encontrarme a mí misma. Hoy estoy triste
por haberla perdido, pero voy a aprender de la lección que tanto me ha
costado aprender. Así que digo lo siguiente en mi mente perpetuamente
ocupada.
—Estaba pensando en el desayuno. Más concretamente, en lo que vas a hacer
para desayunar.
No me cree, pero me deja mentir y guardarme mis pensamientos esta vez.
—Estoy en ello. ¿Bizcochos y salsa de salchichas? —responde Cole,
esperando mi aprobación. Cuando asiento, me ayuda a levantarme de la
cama.
Baja primero por la escalera y, a diferencia de su comportamiento caballeroso
de principios de semana, esta vez me mira fijamente durante todo el trayecto,
incluso inclina la cabeza para verme mejor desde abajo cuando me contoneo
coquetamente. Nos dirigimos a la cocina, donde Cole se pone un delantal
sobre el cuerpo desnudo -para proteger la mercancía- y yo me abrigo con una
manta del sofá.
—Me gusta desayunar desnuda —le digo soñadoramente, y él se gira para
darme un plano de su trasero con una sonrisa arrogante echada por encima
del hombro—. Se siente travieso. —Enciendo la cafetera y me siento en la isla
a verle trabajar. Menudo espectáculo matutino.
Cole es un buen cocinero -o mejor que yo, por lo menos- y desmonta con
pericia las galletas de una lata de conservas, añade leche a un paquete seco
de salsa de nata y dora salchichas en el fogón, que añade a la salsa. Una vez
colocado todo en los platos, los deja sobre la isla. Después de tomar su propia
manta, que se enrolla alrededor de la cintura como una toalla, se sienta a mi
lado y comemos.
Ya está.
Mi reserva vence hoy y el Sr. Webster se fue hace dos días, lo que significa
que Cole ya debería estar en casa, trabajando en su despacho o haciendo lo
que tuviera previsto hacer antes de reunirse conmigo. Se quedó más tiempo
para ayudarme, y ahora, eso también está hecho.
—Me gusta estar aquí. Es como un pequeño rincón del paraíso donde sólo
vivimos nosotros dos y nada más importa. Tengo miedo de volver a... —Pienso
de qué me gustaría esconderme exactamente y me decido por— la vida. Es
decir, me encanta mi trabajo y echo de menos a la gente de allí, pero también
podría quedarme aquí, aislada del mundo contigo. Podríamos hacer que nos
llevaran la compra a la calle principal, pasear por el bosque, ver el amanecer
y el atardecer todos los días, pasar el rato en el jacuzzi y empezar cada día
con orgasmos y acabar con más orgasmos. Podríamos quedarnos... aquí.
Es un sueño ridículo y lo sé, pero lo quiero igual.
Me encanta mi vida, mi trabajo, mis amigos. Pero hay algo mágico en esta
cabaña alejada de todo, donde las responsabilidades no existen, las reglas se
ignoran y lo único que importa es el hoy porque el mañana está a una
eternidad de distancia.
Cole frunce el ceño y se limpia la boca con una servilleta. Porque sí, después
de prepararnos el desayuno desnudo, pone la mesa, nos sirve el café,
añadiendo azúcar al mío como a mí me gusta, y utiliza los utensilios
correctamente. Son las pequeñas cosas, pero me hace sentir que incluso un
perezoso desayuno de domingo es una experiencia valiosa. Me hace sentir que
merece la pena darle importancia.
—Eso suena bien. Sobre todo, lo de no molestar a la gente.
Sonrío, burlándome con ojos muy abiertos y fingidamente inocentes:
—Aww, ¿me estás llamando no-molesta?
Su labio se levanta en una pequeña sonrisa ante el apenas cumplido que me
estoy haciendo.
—¿Qué es lo siguiente para ti?
Capto el pequeño añadido en el que pregunta específicamente por mí, como
si ya no fuéramos nada. No es que alguna vez lo hayamos sido, pero parte de
por qué deseo que nos quedemos aquí es por Cole. Toda la semana ha sido
divertida, y anoche-esta mañana- fue increíble.
¿Quizás necesito unas vacaciones sexuales con Cole?
Pero no se lo sugiero. En lugar de eso, respondo a su pregunta.
—Esta mañana vuelvo a casa, luego tengo que hacer la colada y comprar
comida, porque mañana es un lunes normal para mí. Estaré tomando
informes a las siete de la mañana y repartiendo medicinas a las ocho.
El peso de la realidad se abate sobre mí. Imaginando un día de trabajo típico,
digo:
—Atenderé a mis pacientes todo el día, y Mason me obligará a salir a cenar,
incluso después de que le diga que he comprado comida, recordándome que
no sé cocinar. Y hablaremos de mis vacaciones y de la boda. Aún no sabe
nada de ti, y me muero de ganas de contarle lo sexy que es el desconocido al
que casi mato con spray para osos y mis habilidades ninja, pero al que acabé
seduciendo para que me ayudara a escapar de las garras de la muerte de mi
familia. —Enrosco las manos como garras y arrugo la nariz como si mi familia
estuviera llena de monstruos.
—Suena como un lunes infernal —dice Cole con una voz monótona y
desinteresada que me resulta demasiado familiar. Podría haber dicho.
“mmhmm, sí, claro” por toda la inflexión de sus palabras. ¿De verdad está
tan desinteresado? ¿O hay algo más?
—¿Tú? —pregunto, intentando retomar la relación que hemos tenido toda la
semana.
Se encoge de hombros.
—En casa. Trabajo. Repetir.
—¿Ninguno de tus amigos o familiares va a ver cómo estás? Has estado fuera
más tiempo de lo esperado. ¿Estarán preocupados? —pregunto
preocupada—. Oh, probablemente ya les enviaste un mensaje, ¿verdad?
Me mira con las cejas bajas sobre sus ojos azules.
—Nadie sabe que me he ido. Tampoco saben cuándo estoy. Aparezco en las
cenas cuando puedo, o si son obligatorias, porque eso suele significar que la
mierda está golpeando el ventilador, lo cual es un buen entretenimiento la
mayoría de las veces. Pero, no... —Termina encogiéndose de hombros como
si fuera completamente normal que nadie sepa cuándo se va de casa durante
toda una semana.
Es chocante. Le conté a Mason mis planes, incluido el enlace al anuncio de
la cabaña, los correos electrónicos de Anderson y mi ruta prevista de ida y
vuelta a la cabaña. También tengo un vecino que recibe mi correo y vigila mi
casa por si hay alguna actividad sospechosa. Si no apareciera hoy, habría al
menos dos personas que llamarían a la policía y denunciarían mi
desaparición, y probablemente saldría en las noticias el martes, o el miércoles
a más tardar, porque Mason no dejaría en paz a las cadenas hasta que
pusieran teletipos en el fondo... ¿Has visto a esta mujer? ¡Ella tiene que
presentarse a trabajar porque estamos fuera de proporción! Y sí, es mi mejor
amiga.
Pero de verdad, tengo gente a la que le importaría y eso es importante.
—Puedes mandarme un mensaje cuando llegues a casa —le ofrezco. Es más
importante de lo que parece y lo sé. Le estoy preguntando si quiere que
sigamos fuera del mundo de fantasía de la cabaña y el trato de novio falso.
Contengo la respiración, esperando.
—Janey —dice suavemente.
No, no, no haré ese tono de “rompe con ella tranquilamente”. Hoy no, ningún
día.
Me apresuro a suavizar la incomodidad que he creado.
—Quiero decir, alguien debería saber que estás bien y que no caíste en una
zanja de camino a casa. No tengo por qué ser yo. —Me río, pero es alta y
forzada y suena falsa incluso para mis oídos.
Debería haber aprovechado la victoria de una semana increíble con un
desconocido aún más increíble y estar agradecida. Y lo estoy. Tan agradecida
por todo lo que Cole ha hecho por mí. Pero empujé demasiado lejos.
—¿Has terminado? —dice Cole con rotundidad, señalando mi plato con un
movimiento de la barbilla. Está casi abrazando su plato vacío, encorvado
hacia delante con una mano apoyada en la isla a cada lado. Miro de su plato
al mío, al que le quedan algunos bocados, pero el sabroso desayuno se me ha
quedado como una piedra en el estómago y no podría comer ni un bocado
más, aunque lo intentara.
—¡Oh! Sí, pero yo lavaré los platos. —Me levanto, arropándome más con la
manta porque de repente me siento desnudamente vulnerable. La reina de
las mamadas que era hace una hora ha desaparecido.
Pero no olvidaré que existe. Trabajé muy duro para encontrarla.
Con la cabeza bien alta, tomo nuestros platos y me dirijo al fregadero para
escapar de la respuesta sin respuesta de Cole. No quiere hablar ni enviarme
mensajes más tarde, no me dice que está a salvo en casa ni nada de eso, y no
pasa nada. Ese era nuestro trato y está bien. Totalmente bien.
—Los platos están en mi lista de salida de Anderson —le informo—. No me
gustaría que me cobraran por no hacerlo todo. Tengo que limpiar la cocina,
meter las sábanas en la lavadora y agarrar las toallas del baño.
—Bien —responde Cole—. ¿Te importa si me ducho primero?
—No, no, claro que no —le digo alegremente, haciéndole señas con las manos
llenas de burbujas porque, a pesar de mis planes de meter los platos en la
lavadora, les he echado jabón de fregar por todas partes y los estoy
restregando con una esponja.
Cuando se cierra la puerta del baño, me desplomo.
—Así se hace, Janey. Las cosas iban de maravilla y luego te pones en plan
pegajosa de fase cinco con el pobre hombre que te acaba de hacer un gran
favor haciéndose pasar por tu cariñoso novio. Bueno, prometido. ¿Pero aun
así? No es ni más ni menos. Sólo un trato falso para ayudar y algo de sexo
sin ataduras que cambia la vida. Eso es todo. —Friego el plato con ganas,
como si hubiera sido ella la que lo hubiera estropeado. Burlándome de mí
misma, vuelvo a decir—: ¡Mándame un mensaje cuando llegues a casa! Dios
mío, ¿podrías sonar más desesperada?
Me apresuro a limpiar la cocina, subo las escaleras y desnudo la cama.
Cuando tiro las sábanas perfumadas de sexo por encima de la barandilla,
caen al suelo con un golpe satisfactorio. Después de ordenar rápidamente el
dormitorio, vuelvo a bajar la escalera y meto las sábanas en la lavadora.
Esponjo las almohadas del sofá, les doy un golpe de kárate, compruebo si hay
mantas perdidas en el porche trasero y, básicamente, hago que la cabaña
parezca lo menos habitada posible.
Como si esta semana nunca hubiera pasado.
Ese tipo de dolor, justo en ese punto donde los recuerdos residen en tu
corazón. Ese punto que te hace querer grabar iniciales en los troncos de los
árboles, hacerte una foto, un tatuaje o algo así. Quiero más, como algún tipo
de recuerdo para conmemorar los buenos momentos que pasamos aquí.
Porque esta semana pasada debería ser algo más que recuerdos... ¿no?
Cuando oigo abrirse la puerta del baño, me abalanzo sobre Cole.
—Me toca a mí —gimo. Una vez detrás de la puerta, dejo caer la sonrisa falsa,
junto con mi manta.
Me recojo el cabello en una maraña de rizos encrespados, sabiendo que lo
hago tanto para darme prisa como porque el encrespamiento es de las manos
de Cole y, estúpidamente, no quiero dejarlo ir todavía. Me doy una ducha
rápida, me visto y meto los artículos de aseo en la maleta. Echo un último
vistazo al cuarto de baño y también parece vacío y deshabitado. Amontono
las toallas delante de la lavadora y tomo la maleta.
En el salón, encuentro a Cole sentado en el sofá, con los codos apoyados en
las rodillas separadas y los ojos desenfocados mirando fijamente la fría y
negra chimenea.
—Estoy lista. Saldré a las diez de la mañana, como dijo Anderson —anuncio
alegremente mientras arrastro la maleta hasta la puerta principal.
—Toma. Déjame —dice Cole mientras agarra mi bolso.
Sigo tirando de él.
—No te preocupes. Yo me encargo. Llevo años transportando esta cosa. Una
vez tuve que hacerla rodar por el aeropuerto, dando tumbos de un lado a otro,
intentando no llevarme por delante a ningún niño, y en la puerta de embarque
me dijeron que pesaba demasiado y me obligaron a facturarla. Dijeron que
pesaba demasiado y me obligaron a facturarlo. Es decir, el peso está en el
avión de cualquier manera, ya sea abajo en la zona de carga o en los
compartimentos superiores, así que no sé por qué importaba, pero las normas
son las normas, ¿sabes? Y habría cabido en el compartimento superior. Es
una bolsa pequeña. Creo que pesaba mucho porque llevaba piedras de la
playa. Pero ahora es más ligera, esta vez no hay piedras. Aunque me llevé una
hoja del árbol del porche trasero como recuerdo. Está prensada en uno de
mis libros. Quiero guardarla para recordar este viaje, es decir, el bonito
bosque.
Dejo de divagar, sobre todo porque ya he dicho demasiado sobre lo que este
viaje significaba para mí, pero también porque he dejado mi maleta en la parte
de atrás del auto.
—Sioux-B, ¿estás lista para volver a hacer ese aterrador viaje por el
bosque? —le pregunto mientras subo la maleta al todoterreno. Ha estado bien
que Cole me ayudara con las cosas esta semana, pero estoy acostumbrada a
ocuparme yo misma de todo y a ser autosuficiente, y ya es hora de volver a
eso.
Lo cual está muy bien. Se me da bien.
Cierro de golpe el portón trasero y me vuelvo hacia Cole.
—Gracias. Lo que has hecho por mí esta semana significa más de lo que
nunca entenderás, y te lo agradezco de verdad —le digo con una sonrisa
sincera—. Gracias por no dejar que una cosa tan insignificante y sin
importancia como la presentación de un ataque con spray para osos se
interponga en nuestra amistad.
Me pongo de puntillas y echo los brazos sobre sus anchos hombros para
abrazarle. Siento la palma de su mano en mi cadera y espero el apretón, pero
no llega. Esta vez no. Me devuelve el abrazo educadamente, como un caballero
y nada más. Como si esta mañana no hubiera pasado nada.
—Espera.
La esperanza brota en mi corazón. ¿Va a decir algo significativo? ¿O hará algo
dulce? ¿Quizá haya cambiado de opinión y quiera quedarse también en este
mundo de fantasía?
Se apresura hacia su camioneta y rebusca algo en el asiento trasero. Vuelve
con una pequeña tarjeta blanca que me tiende.
—Toma.
Tomo la tarjeta y la miro con incertidumbre.
Cole Harrington
555-349-8731
Es su tarjeta de presentación. Me está dando su tarjeta de negocios.
Trago grueso y fuerzo una sonrisa en mis labios.
—Gracias. Sí, yo... gracias, Cole. —Me guardo la tarjeta en el bolsillo trasero
e intento pensar qué hacer ahora. Ya le he dado las gracias y me he despedido
de él con un abrazo. Lo único que me queda por hacer es... irme.
—Bueno, eh... ...adiós, supongo.
Me abre la puerta, espera a que entre y luego cierra también la puerta. Todo
perfectamente amable, y me va bien hasta que da unos golpecitos en el techo
de Sioux-B.
—Conduce con cuidado —me dice.
Levanto la vista una vez más y miro sus ojos azules, vacíos y sin emociones.
Tiene la mandíbula desencajada y los labios apretados. Parece... frío. Como
un extraño. No se parece en nada al hombre que me sonrió entre las piernas
horas atrás.
Me alejo con el auto, lentamente y con cuidado, aumentando la distancia
entre nosotros mientras atravieso el bosque y vuelvo a la carretera principal.
—Vamos a casa, Sioux-B —le digo a mi auto.
Con suerte, podré llegar a la carretera principal antes de que empiecen las
lágrimas. Eso sería útil, al menos. Si no, no podré bajar con seguridad por
este sendero.
Yo también casi lo consigo.
Capítulo 13

—Conduce con cuidado, JODER. Conduce con cuidado —digo en voz alta,
viendo las luces traseras desaparecer entre los árboles—. ¿Qué diablos ha
sido eso? —Parece que estoy siguiendo el ejemplo de Janey y ahora hablo
solo.
No sé qué pasó entre que me senté a desayunar y Janey se convirtió en un
demonio de Tasmania de la limpieza, pero estoy seguro de que la cagué en
algún sitio. Me preguntó si quería mandarle un mensaje y quise decirle que
sí. Joder, quiero mandarle un mensaje. Quiero seguirla hasta su casa, ver
dónde vive, hacer que se corra en su propia cama. Diablos, quiero lavar la
ropa e ir al supermercado con ella.
Pero no debería, y lo sé.
Necesita tiempo.
Esta semana ha sido un torbellino de cambios de dirección para ella, y en
este espacio de no realidad, ha estado bien. Pero va a llegar a casa, va a ver
los calcetines de Henry en el suelo de su habitación, o su madre va a llamar,
o cualquiera de una docena de otras cosas, y va a tener que enfrentarse a ello
por sí misma. Tendrá que decidir por sí misma cómo quiere reaccionar, y por
frustrante que sea, tengo que dejar que lo haga.
¿Hay alguna posibilidad de que vuelva con Henry? Odio decirlo, pero ya lo he
visto antes, mujeres que merecen algo mucho mejor pero que se han
conformado durante tanto tiempo que no conocen otro camino, así que siguen
reconciliándose, esperando un resultado diferente que nunca sucede.
¿Existe la posibilidad de que su madre diga que Janey avergonzó a su familia
al negarse a ceder ante Paisley? También, sí. Y Janey podría realmente
disculparse por lo que hicimos.
Se ha pasado toda la vida asegurándose de que los demás son felices, y creo
que se olvida de que ella también merece ser feliz. Verdaderamente feliz, no
sólo una concentración forzada en lo bueno sin reconocer nunca lo malo.
Quiero que encuentre eso en sí misma, para sí misma.
Cuando eso ocurra… La encontraré de nuevo. Porque puede que la dejara
marchar, pero no la dejé ir.

—Lo comprendo, señora Webster. Puedo enviarle las fotos si lo desea, pero no
hay nada en ellas —le digo a mi cliente mientras tomamos un café unos días
después.
—¡Estuvo con ella durante días! ¿Y no tienes nada? —grita tan alto que la
gente de tres mesas más allá nos mira con interés. Pensé que le alegraría
saber que no vi pruebas de que su marido la engañara, pero no parece ser
así.
Apretando los dientes para seguir siendo profesional, repito:
—Completé la vigilancia durante cuatro días. Durante ese tiempo, estuvieron
juntos en el salón y la cocina. Cada vez que él iba al dormitorio o al baño de
la cabaña, ella permanecía visible en los espacios públicos. —Reviso mis
notas aunque no hace falta, pues ya le he contado esta información—. Ella se
marchaba todas las tardes a las seis, sin pasar la noche ni una sola vez.
Nunca se tocaban íntimamente. Ningún contacto más allá de un abrazo. Esto
debería ser una buena noticia —le recuerdo.
Ella resopla decepcionada.
—Sí, gracias por nada.
—Todavía estoy investigando a la mujer. Me pondré en contacto cuando tenga
un nombre. —No le digo a la señora Webster que tengo sospechas sobre la
identidad de la no-señora. No creo que sirva de nada ahora que no tengo todos
los datos, pero Louisa está haciendo progresos.
—Como quieras —suelta. Se levanta, agarra su taza de helado de moka-chai-
frambuesa para llevar, o lo que demonios sea esa monstruosidad de siropes
y nata montada, y se dirige a la puerta, pisando fuerte el suelo de baldosas
durante todo el camino.
Los ojos de la cafetería la siguen y luego vuelven a mirarme expectantes,
ansiosos por verme hacer el siguiente movimiento.
Por eso odio a la gente.
Doy un sorbo a mi propio café negro, devolviendo la mirada a los curiosos
uno por uno hasta que dejan de mirarme y vuelven a sus teléfonos, portátiles
y negocios.
Han pasado diez minutos y los camareros están haciendo pedidos a toda prisa
cuando se abre la puerta. Miro hacia allí con naturalidad, catalogando al
recién llegado, solo para descubrir que es Kayla.
Joder.
Ahora mismo no estoy de humor para ver a nadie de mi familia. Estoy
malhumorado por tratar con la Sra. Webster y frustrado porque hace días
que no veo a Janey. ¿Está en el trabajo? ¿En casa? ¿Con pedazo de mierda?
Ese pensamiento me hace fruncir el ceño.
—¡Eh! —dice con una sonrisa de sorpresa—. ¿Qué haces en mi lado de la
ciudad? ¿Y quién te ha meado en el café?
Se sienta sin invitación, pero soy lo bastante listo como para no decirle a
Kayla que se largue. Además, noto un nuevo interés a mí alrededor por parte
de las pocas personas que quedan que vieron salir a la señora Webster y
ahora una nueva mujer se sienta conmigo. Es otra situación de apariencia
sospechosa que es completamente inocente. No es que ninguno de ellos
piense eso. Probablemente piensen que tengo citas reuniéndose conmigo, una
detrás de otra, estilo jugador en serie. Quiero gritarles a todos: “Una era un
cliente, otra es mi hermana, y ninguna de las dos es asunto suyo”.
—Trabajo —respondo a las dos preguntas de Kayla sin explicar nada. Al
menos no quería toparse conmigo. Eso le da un poco de paciencia.
Asiente, sin presionar para obtener información que sabe que no le daré. No
sé cuándo ni por qué mi trabajo se convirtió en un secreto, pero hace años
que es así y no tengo ninguna intención de cambiarlo. No soy un tipo de traje
y corbata como mis hermanos, menos Kyle, claro. Me volvería loco atrapado
en una oficina, haciéndome el simpático con imbécil arrogantes como ellos,
pero eso no lo entenderían. Y papá se sentiría decepcionado, no es que me
importe lo que piense, y mamá se preocuparía cada vez que saliera de trabajo,
y yo no la haría pasar por eso.
—Yo también —gime ella—. Tengo una reunión esta tarde, pero antes
necesitaba una infusión de cafeína. Espera, déjame pedir.
Se acerca a la caja y vuelve unos instantes después con un Americano en la
mano. Juro que en ese tiempo se ha hecho amiga del que toma los pedidos,
de la cafetera y de la señora que está sentada más cerca de la barra. A Kayla
se le dan bien esas cosas. Creo que consiguió todo el encanto que nos
correspondía a los dos.
—¿De qué va la reunión? —le pregunto cuando vuelve a sentarse.
Bebe un sorbo antes de sumergirse para decirme.
—Cameron nos ha conseguido un antiguo parque de atracciones que está en
mal estado. Adolescentes salvajes se han apoderado de él, así que ahora tiene
una sórdida reputación como local ilegal de rave 12. Definitivamente vamos a
necesitar un cambio importante si queremos obtener beneficios con él, pero
creo que tenemos una buena oportunidad. ¿Qué te parece Unicorn Universe?
Me imagino a mi sobrina, Grace, en un parque de atracciones lleno de
atracciones temáticas de unicornios, dulces y recuerdos. Gracie no es la típica
niña de nueve años que correría por un parque gritando “¡el mejor día de mi
vida!” con vertiginosa felicidad ante un simple carrusel de unicornios. Es más,
del tipo que te dirá que la animación es cutre y que los perritos calientes de
cuerno de unicornio están llenos de nitritos. Pero ella es el caso atípico y creo
que la mayoría de los niños serían más de los primeros que de los segundos.
—Parece una mina de oro —declaro, aunque no tengo ni idea porque, de
nuevo, no soy un cerebro de los negocios como Kayla. Pero tengo una idea—.
Deberías vender esas diademas con cuernos de unicornio y tener un coliseo
lleno de globos donde los niños puedan estrellar sus cabezas contra ellos.
¡Pop, pop, pop!
Kayla se ríe y hace como si estuviera anotando esa idea.
—Aumentar el seguro de responsabilidad civil —apunta—. ¿Qué hay de ti?
Hace tiempo que no te veo ni sé nada de ti.
Kayla sería una interrogadora de primera. Fue entrenada por la mejor, mamá.
Que fue entrenada por la abuela Beth original. Técnicamente, la abuela Beth
es la madre de papá, pero ella y mamá han sido como dos gotas de agua desde
que todos nosotros éramos niños.

12 Tipo de fiesta de música electrónica


Son tres generaciones con habilidades de interrogatorio que pondrían celosa
a la CIA. Tampoco necesitan sueros de la verdad, ni luces brillantes, ni
ahogamientos simulados. Sus armas son unas pocas palabras, una sonrisa
y unos ojos azules que ven tu alma y revelan todos los secretos que alguna
vez pensaste guardar.
Kayla, que ha aprendido de mamá, no fisgonea ni va directa a la yugular, pero
presta atención a cada matiz de mi expresión, mi voz y mis movimientos. Yo
me ajusto en consecuencia, manteniendo la cara seria, la voz baja y el cuerpo
completamente inmóvil. Si el ochenta por ciento de la comunicación es no
verbal, no estoy diciendo una mierda.
Estoy a punto de responder con algo frívolo como “he estado aquí y allá” o
“simplemente estoy ocupado”. Pero entonces recuerdo la expresión de Janey
cuando le dije que nadie sabe cuándo estoy fuera de la ciudad. No le di
importancia porque Louisa lo sabe. Lo sabe todo. Pero si algo saliera mal, mi
familia ni siquiera sabría que tiene que ponerse en contacto con Louisa. No
saben que existe. Apenas saben que existo, lo que es en gran parte por diseño.
—Necesito darte el número de teléfono de alguien —le digo a Kayla a
regañadientes—. Para emergencias. Como si pasara algo con Gracie o la
familia y no pudieras contactar conmigo, podrías llamarla a ella.
Dije la palabra mágica.
—¿Ella? —Kayla resuena, con las orejas prácticamente levantadas por el
interés, como uno de esos perros que hacen gorgoritos con el bolso.
—Cálmate. Louisa es mi ayudante. Sabe dónde estoy en todo momento —le
explico mientras envío el contacto al teléfono de Kayla. Aun restándole
importancia, sonrío un poco a mi pesar—. Confío en ti solo para emergencias
—le recuerdo.
Entrecierra los ojos y me lanza una mirada calculadora. Teniendo en cuenta
que Kayla y yo somos mellizos, nos parecemos mucho. Cuando éramos bebés
y los dos éramos calvos, incluso parecíamos idénticos, por eso mamá siempre
nos vestía de rosa y azul. De adultos, aunque nuestro aspecto ha cambiado y
los dos tenemos cabello, nuestras expresiones a veces son espantosamente
parecidas. Como ahora. Bien podría estar mirándome en un espejo.
—¿Qué ha pasado? —Kayla exige—. ¿Por qué ahora?
Bien, cambio de planes. Ella definitivamente va a la yugular ahora.
—Nada. Me recordaron que alguien debe saber dónde estoy, y Louisa lo sabe.
Si me pasa algo, ella tiene órdenes de contactar con mamá. Pero si pasara
algo en casa, no sabrías cómo encontrarme. Ahora sí.
Me encojo de hombros como si no fuera para tanto, aunque sí lo es. Es la vez
que más me he acercado a mi trabajo y, aunque Kayla no pregunta, sé que
siente una curiosidad tremenda.
—¿Te lo recordaron? ¿Por quién?
La mujer que ha invadido todos mis pensamientos despierto y mis sueños
dormido. La mujer a la que hago todo lo posible por no acosar para que tenga
tiempo de curarse. La mujer a la que quiero llamar ahora mismo para
escucharla divagar sobre absolutamente cualquier cosa, porque nunca me
había dado cuenta de lo silenciosas que son mi casa, mi oficina, mi auto y mi
vida hasta que llegó ella.
No digo nada de eso. No hace falta. A pesar de no tener telepatía gemelar,
Kayla sonríe como si acabara de contarle todos mis secretos más profundos
y oscuros.
—Sea quien sea, ya me gusta. ¿Sabes que desde que me senté has dicho
aproximadamente veinte veces más palabras de las que sueles decir? Estás
hablando por hablar, por el amor de Dios. Preguntando por mi trabajo,
ofreciendo información y pareciendo que vas a asesinar a quien te robó tu
perrito favorito.
—Siempre pregunto por cosas —argumento, sin tocar las otras cosas porque
en esas tiene razón al cien por cien.
Ella levanta una ceja irónica, callándome.
—No, no lo haces. Y no pasa nada. Cualquier cosa que digas es importante,
lo que significa que esta conversación —señala de ella a mí— es importante.
Doy un sorbo a mi café, ahora frío, y el amargor me hace sentir como en casa.
Pero no tiene por qué ser así. Janey me lo enseñó.
Su familia es horrible, y aunque nunca me ha gustado especialmente la mía,
no se parecen en nada a la suya, y no les doy suficiente crédito por ello.
¿Quizás pueda empezar con Kayla?
Lentamente, con cuidado, confieso:
—Conocí a alguien.
Joder, eso es una gran admisión. Y en lugar de quitarme un peso de encima,
se asienta pesadamente, haciéndolo mucho más real.
Kayla parece a punto de estallar en preguntas, pero se contiene bastante bien,
así que vuelvo a intentarlo.
—Ella es una habladora, y al principio, eso significaba que yo no tenía que
hablar. En absoluto, lo que era genial —digo sarcásticamente—. Pero luego,
se hizo más fácil y nosotros... hablamos. —No creo haber usado la palabra
“hablar” tantas veces en toda mi vida.
—Creo que la amo. Escucharte hablar poéticamente de todas las formas en
que te ha cambiado para mejor.
—Yo no he dicho eso.
Sin inmutarse, Kayla pregunta:
—¿Cuándo la conocemos?
Sacudo la cabeza.
—No es así. Ese no era el trato.
—¿Trato? ¿Qué trato? —Kayla está en alerta máxima ahora—. No me gusta
como suena eso.
—Su novio rompió con ella justo antes de un importante acontecimiento
familiar, así que me ofrecí a llevarla a una boda. Necesitaba un amigo. Eso es
todo. —Eso no está cerca de “eso”, pero ya he dicho demasiado.
—Dime que no has hecho una estúpida maniobra a lo Carter. —Se lleva los
dedos a la frente, justo encima de las cejas, hablando al techo con los ojos
cerrados. Estoy bastante seguro de haber visto a mamá reaccionar de la
misma manera ante varias cosas que hemos hecho los chicos—. Eres
demasiado listo para eso. Dime, Cole.
Habla de mi segundo hermano mayor, Carter, que decidió llevar a la hermana
pequeña de su mejor amigo a una reunión con un cliente como su “esposa”.
A la larga funcionó, pero fue un lío, para Carter, su ahora esposa, Luna, la
empresa e incluso el cliente. Y eso es casi exactamente lo que hice. Incluso
consideré llamar a Carter para pedirle consejo. Pero no le dije nada de eso a
Kayla.
—Su familia es mala, Kayla —respondo sin contestar—. No como la nuestra.
Mala como... mezquina e hiriente. Y ella es un sol radiante que ve la belleza
en la gente más fea. Me llamó 'dulce', joder. —No me estoy explicando bien,
no de verdad, pero no sé cómo expresar lo buena que es Janey y lo mierda
que es su familia sin enfadarme de nuevo.
—Puedes ser dulce —repite Kayla, pero suena enfadada por ello—. Entonces,
¿qué hiciste?
No contesto y Kayla se inclina sobre la mesa, con voz grave y dura y ojos de
hielo.
—Puedo llamar a Kyle ahora mismo. Que venga y te joda—. La amenaza es
real y sincera.
También es una amenaza legítima. Pude con Kyle... alguna vez. Es mi
hermano menor, después de todo. Pero hoy en día, está más drogado que
todos nosotros juntos y no tiene sentido de la autopreservación.
Probablemente disfrutaría sacándome la información a golpes. O
simplemente golpearme porque sí, sin necesidad de razón.
Gruño, pero admito:
—Les dije que era su novio. —Kayla levanta una ceja, sabe que hay más y no
acepta nada menos que todo. Por ahora. Pongo los ojos en blanco y
suspiro—. Y le pedí matrimonio de mentira en medio de la pista de baile para
que todo el mundo se acordara de eso y no de la boda.
Espero conmoción. Horror, tal vez. Pero Kayla se ríe a carcajadas. Se tapa la
boca, intentando contenerla, pero se le escapa, volviéndose aún más
bulliciosa.
La gente vuelve a mirarnos.
—¡No lo hiciste!
—Cállate —digo—. No tiene gracia. Janey atrapo el ramo, y la novia
literalmente la atacó.
Todavía riendo, dice:
—¡Es divertidísimo! ¿Te... ¿te declaraste... durante la boda de otra persona?
Eso es horrible... está muy mal. —Menea la cabeza y hace un gesto con la
mano como si quisiera que dejara de hablar para poder controlar la risa y
recuperar el aliento.
Cuando la fulmino con la mirada, sólo se ríe más fuerte. Y seguro que la gente
la ha oído decir que me he declarado a alguien, porque lo ha dicho a cien
decibelios y esta maldita cafetería resuena como una loca. Probablemente han
decidido que ahora tengo a otra mujer sentada en casa porque hay varias
mujeres mirándome mal, que me miraban con interés cuando entré antes.
No es que me importe ninguna de ellas.
Finalmente, se tranquiliza lo suficiente como para hablar, pero sigue riéndose
cuando pregunta:
—¿Está bien... del...? ...¿se recuperó... del ataque?
—¿Físicamente? Sí. ¿Emocionalmente? Probablemente no —gruño, la ira
aumenta al recordar el arañazo que Paisley dejó en la mejilla de Janey y la
mirada de terror en sus ojos cuando la aparté de un tirón—. Por eso no vas a
conocerla.
—Quieres decir por qué estás aquí deprimido y no en su casa ahora
mismo —corrige.
Lo subo de tono y le frunzo el ceño. Ella sonríe, imperturbable, mientras se
seca las lágrimas de los ojos.
—Esto es por lo que no te cuento una mierda. Estoy compartiendo
información importante aquí, por primera vez en la historia de la mierda, y te
estás riendo de ello. —Bien, estoy un poco malhumorado de que Kayla no esté
tratando esto como el trato innovador que es. Estoy creciendo, probando
cosas nuevas y todo eso, y ella me lo hace pasar mal a cambio.
—¿Qué harías sin mí? Son todos unos estúpidos —dice, y estoy seguro de que
se refiere a mí y a mis hermanos. ¿O tal vez de todos los hombres?— Llámala.
Intenta agarrar mi teléfono, pero se lo quito de las manos. —Necesita tiempo.
Le estoy dando tiempo.
—Es básicamente mi mantra en este momento. Me lo he dicho muchas veces
esta semana.
Kayla me lanza una versión bastante decente de mi propia mirada de “que te
jodan”, ya sin humor, y vislumbro por qué es una fuerza temible a tener en
cuenta en el trabajo. Carter me lo dijo una vez y me pareció divertido, pero
ahora lo entiendo.
—Nunca pensé que te diría esto a ti de todas las personas, Cole,
pero... —Deja que se extienda para causar el máximo impacto—. Eres un
cobarde. —Lo dice con naturalidad, lo que hace que sea mucho más
profundo—. Huyes de la familia, y ahora huyes de esta mujer. Janey, ¿dijiste
que se llama? Tienes razón. No la llames. Si ella es tan genial como dices que
es, se merece un hombre que esté ahí para ella, no que corte y huya cuando
más te necesita.
Joder. Eso duele.
—Eso no es lo que estoy haciendo —declaro. Pero suena un poco patético en
mis oídos incluso mientras lo digo—. Intento hacer lo correcto, por el bien de
Janey.
—No, la mantienes a distancia como haces con todo el mundo porque está en
una situación complicada y te hace sentir algo, que no te gusta. Y nadie te lo
dice porque, ¿de qué serviría? Te quejarías y lo ignorarías, probablemente
desaparecerías por un tiempo. Pero esta conversación contigo ha sido más
real de lo que hemos tenido en años. Y me ha gustado.
No parece que le haya gustado o le guste mucho en este momento.
—Y ahora tengo que ir a ser feliz-feliz-alegría-alegría y vender el Universo
Unicornio a algún imbécil que probablemente me mirará las tetas todo el
tiempo —termina, poniéndose de pie para irse.
—Espera. ¿Qué? —dijo muchas cosas y estoy muy enojado, pero sigue siendo
mi hermana y destruiré a cualquiera que le falte el respeto de esa manera.
Kayla agita la mano desdeñosamente.
—No. La. Parte. Importante. Cole. —Se agacha, poniéndose en mi cara—.
Llámala.
Y con esa orden, se lleva su café, su bolso y mi certeza de que estoy haciendo
lo correcto al alejarme de Janey mientras ella está fuera.
Capítulo 14

—¡Buenos días, Sra. Michaelson! —Canto al entrar en su habitación—.


¿Cómo está hoy?
Por supuesto, no dice nada, pero era de esperar. Abro las persianas para que
entre el sol, compruebo las máquinas que hay junto a su cama y me centro
en la mujer.
—Tienes buen aspecto. Como si hubieras dormido bien. —Hago una pausa
como si ella respondiera—. ¿Yo? Bastante bien también. Me levanté a leer -
tenía el nuevo libro de Vampire King que estaba esperando-, pero me obligué
a parar en el capítulo cinco. Dragul acababa de encontrar a su última víctima,
así que fue casi imposible, pero me prometí al empezar que sólo leería un
rato, no toda la noche.
La verdad es que me había distraído mientras leía, lo cual no es un problema
que suela tener. Me sumerjo en libros y mundos imaginarios como si se
construyeran a mí alrededor, ladrillo a ladrillo y palabra a palabra. Pero desde
que volví de la cabaña, mis pensamientos han estado preocupados por una
cosa…
Cole.
Me he preguntado qué estará haciendo. Si está en un caso o incluso en la
ciudad. Me he preguntado si estará muerto en una cuneta del sinuoso camino
de vuelta a casa porque nadie sabría buscarlo.
Pero también he recordado... su tacto, su despliegue de sonrisas, su
amabilidad y su encanto malhumorado.
Le echo de menos. A pesar de la dolorosamente extraña despedida, le echo de
menos.
Sin embargo, he hecho un buen trabajo manteniéndome ocupada. He
trabajado, me he puesto al día con mis pacientes y el resto del personal
porque la vida seguía sin mí aquí. Ariella, una de las ayudantes, está
embarazada del tercero y estamos planeando con ilusión una fiesta para el
bebé, aunque apenas esté de doce semanas. El Dr. Vincetti anunció su
próxima jubilación y sus planes posteriores de viajar con su marido. El hijo
del Sr. Culderon, que no nos cae bien, vino exhibiendo un Rolex falso de diez
dólares, pensando que impresionaría al personal y que trataríamos a su padre
de forma diferente, cosa que, por supuesto, no hacemos. Continuamos con
nuestra atención de primera, a pesar de todo. La Sra. Michaelson tiene una
llaga en la cadera, una preocupación común entre los pacientes encamados,
y me he propuesto curarla con amor, positivismo y una buena dosis de
pomada recetada. Y lo mejor de todo...
—Lo hice —dice Mason desde la puerta—. Tenías razón, y finalmente escuché.
Lo hice.
Levanto la vista del despliegue de artículos para el cuidado de heridas que
tengo delante.
—Por supuesto, tenía razón —respondo automáticamente—. ¿En qué tenía
razón esta vez?
Mason entra y se coloca al otro lado de la cama para ayudar... y cotillear.
—Sobre Greta y yo —responde con una mirada de soslayo—. Como dirían los
locutores, ¡se acabó!
—¿Qué? ¡Oh, no, Mase! Lo siento mucho. —De verdad que lo siento. Aunque
me preocupaba que no encajaran bien porque ella no apreciaba la genialidad
de Mason, odio que esté dolido, que sé que lo está bajo su apariencia de
macho.
—Yo no. Por desgracia, me lo puso fácil. Me dijo que me quedaba muy bien la
barbilla desnuda —se burla—, y se restregó por toda mi cara como una gata
en celo. Luego, como si estuviera probando una tarjeta de crédito robada y le
aprobaran la chocolatina de la gasolinera, fue directa al televisor de 70
pulgadas y me dijo que debería afeitarme también el bigote y quizá hacerme
un corte undercut13. Y entonces podríamos ir de compras. —Lanza su voz
falsamente aguda y quejumbrosa—. ¿No sería divertido?
—Ooh, eso no es bueno. —Hago un gesto de dolor.

13Consiste, fundamentalmente, en dejar muy corta la parte inferior (tanto los laterales como la parte
posterior) y una mayor cantidad de cabello en la zona superior.
—¿Verdad? No soy un chico que necesita un cambio de imagen para pasar
por humano. ¿Y quieres saber lo peor? —pregunta, sonando como si esto
fuera a ser una carrera de cabeza hacia un precipicio.
Me estremezco, preparándome para algo como que quería comprar anillos de
compromiso o que quería que Mason se tatuara su nombre en el pecho con
letras góticas de cinco centímetros de alto.
—Tardaré meses en volver a dejarme crecer la barba —termina, exasperado.
Suspira y me tiende una gasa—. No soy uno de esos tipos a los que les sale
vello facial como a un hombre lobo. Llevará tiempo, pero ya está ocurriendo,
señora Michaelson. Sólo espere. Mason está recuperando su ritmo. —Baila,
contoneando las caderas y sacudiendo una pierna, pero conversando con
nuestra paciente como si ella hubiera estado involucrada todo el tiempo, algo
que aprendió de mí.
Me río sorprendida por su respuesta bonachona, como la de un Golden
Retriever, a una ruptura. Teniendo en cuenta que la mía fue más de lágrimas
y de suplicar patéticamente a Henry que al menos fuera a la boda, estoy
impresionada por Mason.
No es que siga con esa mentalidad. Ahora estoy más en la mentalidad de
“Henry quien”.
—¿Enhorabuena, entonces? —digo con cuidado.
Mason inclina la barbilla, de acuerdo en que hay que felicitarle.
—Sabes lo que esto significa, ¿verdad? —dice—. Tú y yo, ambos solteros y
listos para divertirnos. Deberíamos tomar unas copas esta noche y ver quién
anda por ahí.
Nunca ha habido nada entre Mason y yo, así que sé que no me está invitando
a “salir”, pero incluso la idea de sentarme en algún club, tomar una bebida
aguada y cara y ponerme a disposición de cualquier Tom, Dick o Henry para
que me elija suena espantosa. Especialmente cuando ya sé a quién quiero. Él
simplemente no me quería.
¡No es que esté amargada! Estoy de lleno en mi era Janey-Auto-Amor,
cuidando de mí, de mí misma y de mí y recordando por qué dejé a mi familia
en primer lugar, y analizando por qué demonios me lie con Henry, que me
trató como a un segundón, para no volver a hacer ninguna de esas cosas.
Como me han recordado recientemente, soy una mujer fuerte, hermosa y
digna de más, y cualquier hombre que no lo aprecie puede irse. Como dijo
Ariana Grande... ¡gracias, siguiente!
De alguna manera, no suena tan mal cuando le digo a Mason:
—No puedo, tengo una cita con una botella de vino, pasta para llevar, un
tratamiento capilar, una mascarilla facial de colágeno y Dragul esta noche.
Voy a ser traviesa y llegaré... hasta el capítulo quince. —Meneo los hombros
con vertiginosa excitación mientras hago que mi lectura suene más sucia que
extender las páginas de un libro—. Ya le he prometido a la señora Michaelson
que le contaré cómo Tiffany queda atrapada en la seductora red de pellizcos
y mordiscos de Dragul. —Termino de curar la herida de mi paciente, tiro la
basura, me quito los guantes de un tirón y me lleno de jabón sin agua del
dispensador de la pared.
—¿Tu vampiro, que tiene como mil años y ha vivido guerras, el auge y la caída
de civilizaciones y la aparición de las gominolas ácidas como todo un género
de caramelos, está enamorado de alguien llamada Tiffany? —Mason se hace
eco, con la cara contraída por el disgusto—. Déjame adivinar, ¿tiene veintiún
años, cero experiencia vital, pero de alguna manera están inter-cósmicamente
conectados? —Mason junta sus dedos cubiertos de jabón espumoso para
ilustrarlo.
—Tal vez —concedo. Está bastante acertado, pero no tiene por qué irritarme
así. Y en mi defensa, Tiffany es la reencarnación del primer amor de Dragul
cuando era humano, así que... ahí está eso.
Caminamos juntos por el pasillo hacia la sala de enfermeras, saludando a
otros pacientes mientras hacemos un repaso superficial para asegurarnos de
que están bien. Algunos están sentados en sus habitaciones, haciendo
rompecabezas o escuchando la radio. Otros prefieren socializar sentados en
el pasillo o en la zona de la guarida, más conocida como el Jardín de los
Cotilleos, y si crees que en un centro de cuidados lleno de ancianos no corren
más cotilleos que en la casa de Gran Hermano, te equivocas.
Me siento frente al ordenador para documentar los cuidados de la Sra.
Michaelson y Mason se apoya en el mostrador.
—Oye, Pam, ayúdame —le dice a la señora que escribe en la gran pizarra
blanca detrás del escritorio. A primera vista, con su cabello corto y blanco,
sus grandes gafas redondas y su uniforme holgado que cuelga de su enjuto
cuerpo, podría pensarse que Pam es una paciente, pero es una de las
auxiliares más veteranas y trabajadoras de aquí. Nunca se acobarda ante un
desastre, es la primera en intervenir y hacer lo que haga falta y, sinceramente,
debería haberse jubilado hace al menos cinco años, pero dice que prefiere que
le paguen por cuidar a los ancianos a cuidar gratis a su viejo marido.
Dirige a Mason una mirada recelosa, válida si se tiene en cuenta que podría
estar pidiendo ayuda sobre qué pedir para comer o para limpiar excrementos.
—Intento que Janey salga esta noche, pero me deja por un novio de libro con
colmillos y una erección por una zorra llamada... —Mason se detiene
bruscamente, cambiando de marcha—. ¿Cómo consigue un vampiro una
erección? No tienen sangre. Esa es la razón de todos los mordiscos, ¿verdad?
Pero tienen suficiente para todo... —Extiende el antebrazo, con la mano en la
punta, como si fuera la erección de Dragul.
Aunque con la forma en que está escrito, Mason no está tan lejos si te soy
cien por cien sincera.
—Nene, haz eso otra vez y serás tú el que donará sangre. Mira esas venas. —
bromea Pam mientras agarra el brazo de Mason y traza la gruesa vena de su
antebrazo. Si tuviera una aguja en el bolsillo y la ley de su lado para permitirle
extraer sangre, creo que ya estaría haciendo un torniquete alrededor del
bíceps de Mason.
—¡Definitivamente está dando... porno para enfermeras! —Gabriella, nuestra
enfermera jefe, está de acuerdo. Lleva años aquí y de hecho fue ella quien me
contrató para trabajar en la planta. Mi entrevista con ella consistió en intentar
convencerme de que no trabajara aquí y sugerirme que me dedicara a la
enfermería itinerante para “llenar mi cuenta bancaria mientras sea joven”.
Pero entonces estaba segura y ahora sigo estándolo. Me encanta estar aquí,
y Gabriella es una parte importante de ello. Es la jefa, pero es buena, con un
poco de amor maternal -tanto del tipo duro como del tipo amable- para todos,
personal y pacientes.
Mason se ríe de su apreciación y hace unas cuantas flexiones de bíceps para
levantar aún más el brazo.
—¿Te parece sexy? Mira esto —le dice a Gabriella mientras flexiona el brazo.
—Qué mono. ¿Crees que a las mujeres les gusta eso? —se burla ella con voz
lastimera—. No, enséñame un hombre con barriga. Si él come, sé que yo
comeré y mis hijos también. Además, un hombre con algo de tarta apreciará
mis tentempiés. —Se palmea con entusiasmo su propio trasero curvilíneo,
que se extiende más allá de ambos lados de la silla en la que está sentada.
Sin embargo, Mason está preparado y le replica:
—Si no va al gimnasio, ¿cómo va a sujetarte, darte la vuelta y uh-uh? —Y
Pam y Gabriella se echan a reír.
—Mis rodillas y mi espalda ya no quieren ni necesitan todo eso. Demonios,
necesito tres almohadas para colocarme en la posición correcta y darme
apoyo Posturopédico para poder caminar después —dice Pam, divulgando
demasiada información.
—Ooh, sí. Consigue una de las almohadas de cuña —Gabriella está de
acuerdo—. Pone todo a la altura justa para que nadie tenga que trabajar
demasiado.
Mason parece aturdido. Y confundido. Sobre todo, estoy disfrutando del
espectáculo de ellas burlándose la una de la otra.
—No puedo con ustedes dos —decide finalmente Mason con una carcajada,
agitando las manos delante de la cara como si estuviera borrando esa
imaginería—. Pero necesito que una de ustedes le diga a esta —me señala—
que deje de suspirar por Forest Frank n' Beans14 y salga a tomar algo conmigo
esta noche.
—¿Quién? —Gabriella pregunta.
Se lo explico sin rodeos:
—Conocí a un chico que me hizo un favor y me llevó a la boda de mi prima.
Lo pasamos genial.
—Quiere decir que no hacía falta más almohada que aquella en la que gritaba
'sí, sí, sí' —interviene Mason. Le doy un manotazo en el hombro,
estúpidamente grande, mientras Gabriella y Pam sonríen. No debería haberle
contado tantos detalles a Mason.
—Como iba diciendo, lo pasamos muy bien, y luego me dio una tarjeta de
presentación como despedida. —Gabriella retrocede, el asco arrugando su

14 Frank y Bean es un breve libro de capítulos ilustrado para niños sobre una pareja de alimentos
que a menudo se comen juntos, pero con personalidades tan diferentes como la noche y el día. Y
forest hace referencia al bosque donde estuvieron ambos personajes.
rostro, y yo me apresuro a añadir—: Pero está bien. Le agradezco que me
ayudara con la boda y me recordara que merezco algo mejor que mi ex o mi
familia. —Sonrío, rematando la historia con un final feliz.
No de ese tipo, pero al menos mental.
Mason y Gabriella se miran fijamente, manteniendo una conversación entre
los dos. Conozco a Mason lo suficiente como para leer lo que está diciendo:
“¿Ves a lo que me enfrento? Ayúdame”.
Gabriella, que parece haber olvidado que su misión era convencerme de que
saliéramos, gira en su silla, con las puntas de los dedos en el teclado y la
espalda recta, como si la cosa fuera muy seria.
—¿Nombre? ¿Algún dato identificativo? —me pregunta, sonando más jefa que
de costumbre.
—¿Qué? —pregunto, mirando de ella a Mason.
—Cole —responde Mason por mí. Sí, definitivamente le dije demasiado—. Ella
también tiene una foto.
—Perfecto.
—¿Qué haces? —Miro por encima del hombro de Gabriella mientras teclea en
el ordenador. Ya ha hecho una búsqueda de —Cole + Bridgeport— que arroja
cientos de resultados. Palidezco—. No, no tienes que hacer todo eso. No pasa
nada.
—Janey, soy una madre soltera de unos cuarenta años que lleva años en el
pozo negro de las citas. Tengo un doctorado en rastrear hombres, sus
esposas, sus hijos, sus fichas policiales y otras cosas. Hoy en día tienes que
ser detective para mantenerte a salvo porque estos hombres son todos muy
creativos con la verdad, y yo busco un para siempre, no un para nunca jamás.
Y tú también.
En eso tiene razón. Si mis opciones son la maternidad gatuna o una relación,
quiero que la relación sea a largo plazo y merezca la pena.
—Es investigador —añado—. Aunque no creo que encuentre nada, porque
dijo que me investigó y me felicitó por mi presencia en Internet. Dijo que
estaba cerrada y limpia y que las únicas mejores eran la suya y la de su
ayudante.
Eso fue definitivamente lo que no debía decir.
Las cejas de Gabriella trepan por su frente y sus ojos se abren de par en par
con disgusto.
—Eso significa que está casado —me dice suavemente. Pero entonces se
enfada en mi defensa— Probablemente tiene cuatro hijos con tres mamás
diferentes, un trabajo por el que 'viaja' y probablemente es un delincuente.
Eso es básicamente como si un tipo te dijera que es agente del FBI y que
'podría contarte cosas, pero entonces tendría que matarte' —. Enardecida, se
vuelve hacia Mason y le reprocha—: ¿Por qué los hombres creen que eso es
gracioso? Estamos en estas calles, luchando por nuestras vidas literales, ¿y
bromean así? No señor, no gracias. Bloqueo automático e informe.
Y vuelvo a recordar por qué no voy a ir de copas con Mason. La escena de las
citas es horrible y no quiero formar parte de ella.
Me voy a casa, a leer un libro, y tal vez a buscar gatos de refugio para empezar
felizmente mi colección de solteronas. Porque soy suficiente: yo, yo misma y
yo.
Capítulo 15

Y en eso se convierte mi vida. Día tras día, ir a trabajar, sonreír, charlar con
todo el mundo, volver a casa y enterrarme en mis libros.
Al menos, hasta el día en que Gabriella me dice que ha encontrado algo. Así
es como me encuentro paseando de un lado a otro frente a un edificio anodino
en las afueras del centro de Bridgeport. Miro mi reflejo en las ventanas de
espejo.
—Entra. ¿Qué es lo peor que puede pasar? —le digo a mi reflejo. Por supuesto,
tengo una respuesta. Siempre tengo una respuesta—. Está casado como
advirtió Gabriella y su preciosa esposa está dentro con sus adorables mini-
Coles gateando por el suelo. —Me explotan los ovarios, se me rompe el
corazón y digo algo estúpido como 'No puedo dejar de pensar en tu estúpida
media sonrisa porque me has hecho correrme más veces en doce horas que
en todo el último año'.
Un hombre que pasaba por allí me oye y me dice:
—Bueno, hola.
Avergonzada, saludo con la mano, pero mantengo mi bucle de indecisión, y
él se aleja, dejando a la loca, aunque sea soltando tonterías sexuales en una
acera concurrida a media tarde.
No está casado. Gabriella está bastante segura de eso. De hecho, al final está
de acuerdo en que la presencia online de Cole parece tan limpia como él dice,
pero me advierte de que debo seguir siendo prudente.
—¿Quizás se alegre de verme? —me sugiero.
Aun así, debería haber llamado. Eso sería lo razonable teniendo en cuenta
que me dio su número de teléfono. Pero ya no hago lo razonable. Parte del
nuevo régimen de Janey es que estoy haciendo grandes movimientos. Si me
hace feliz, lo hago.
Por eso estoy aquí.
Cole me hizo feliz. En los momentos más feos, cuando me pasó lo peor que
podía imaginar, me apoyó y me hizo sonreír. Y quiero decírselo.
Me acerco a la puerta y observo el grabado en el cristal esmerilado: BS
Consulting. Suelto una risita, preguntándome si en realidad significa mierda.
Es el tipo de cosas que haría Cole, sobre todo cuando se pasa el día
repartiendo idioteces a los clientes.
Dentro, entro en una gran sala casi vacía. Inmediatamente delante de mí hay
un escritorio modular blanco, donde se sienta una guapa mujer rubia con
una sonrisa de bienvenida. A la derecha hay un grupo de cuatro sillas y una
mesa de centro. Es un lugar escaso, moderno y con un aspecto vagamente
caro para estar casi vacío. Como una galería de arte.
—Me preguntaba qué ibas a decidir —dice la rubia, sonando divertida pero
educada.
Cuando no contesto y la miro confundida, señala las ventanas con expresión
perpleja. Sí, de este lado son completamente transparentes.
—¿Podías verme paseando de un lado a otro? —pregunto estúpidamente.
Su sonrisa crece, pero parece amistosa.
—Claro que sí. ¿Puedo ayudarle?
—Estoy buscando a Cole Harrington —suelto—. Mi amiga -bueno, es mi jefa-
me ayudó a localizarlo. Es un hombre difícil de encontrar, casi imposible, pero
Gabriella, mi amiga y jefa, es buena. Como Cole-debería-ofrecerle-un-trabajo
—recomiendo con un movimiento de cabeza—. Una vez que tuvo su nombre,
buscó en los registros de la propiedad del condado. Hay un montón, sobre
todo bajo C. Harrington, pero muchos parecían propiedades de los hermanos
de Cole. Esta parecía diferente, así que pensé que tal vez era suya. ¿Lo es?
Sus ojos se agrandan cada vez más mientras desparramo todo el proceso de
investigación de Gabriella en un suspiro.
—Lo siento, no debería haber venido. Me iré.
Me doy la vuelta para salir corriendo, pero una puerta que no había visto se
abre al otro lado de la habitación. Y entra él. Grande como la vida, el doble
de sexy, y cruza la habitación abierta como si estuviera a punto de conquistar
el mundo... o de abordarme. No sé cuál de las dos cosas, pero el mero hecho
de volver a verle detiene mi corazón por un momento. Hoy lleva una camisa
de vestir azul claro, de esas con cuello y puños blancos, a juego con sus
pantalones negros, sin corbata, pero con unos zapatos de vestir relucientes
que hacen clic en las baldosas del vestíbulo.
Y lo quiero. Que Dios me ayude, lo quiero.
—¿Janey? —Cole gruñe, devolviéndome a la realidad—. ¿Qué pasa?
—Uhm, ¿qué? —Chillo—. Nada, no pasa nada. Estaba por el barrio y se me
ocurrió pasarme. —En lugar de volver a explicarle cómo lo localicé, le
digo—: ¿Sabías que hay un local italiano a la vuelta de la esquina que lleva
ahí desde 1924? Fue un bar clandestino durante los años de la Ley Seca, o al
menos eso dice el cartel de la entrada. Pasé por delante varias veces cuando
caminaba por la manzana, intentando convencerme para entrar.
—No tiene cita —ofrece la recepcionista.
Sin escuchar a ninguno de los dos, Cole está de repente frente a mí, sus ojos
azules me escanean de pies a cabeza como si pudiera estar rota, física o
mentalmente. Lo que no sabe es que, a pesar de mi ataque de nervios, estoy
mejor que nunca en años.
Veo preocupación y confusión y algo más que casi podría confundir con
lujuria antes de que su mirada se apague, se quede en blanco.
Dejando a un lado su ceño fruncido, tiene buen aspecto. Su camisa se ajusta
perfectamente a la parte superior de su cuerpo de superhéroe, y sus
pantalones de vestir son ligeramente ajustados en los lugares adecuados para
recordarme lo que tiene. Su mandíbula está cubierta de un par de días de
desaliño que me dan ganas de rascarle con los dedos, y sus labios parecen
besables.
—Amanda, cierra por hoy y vete a casa. Gracias —dice Cole mientras veo
cómo mueve los labios. Supongo que está hablando con la recepcionista
porque yo no sé hacer esas cosas. Y, por supuesto, no me llamo Amanda.
Cole me agarra de la mano y me empuja a través de la sala, más allá del grupo
de sillas. Miro hacia atrás y veo que Amada me observa atónita. Vuelve a
hacer el truco de magia con la puerta invisible y, en un instante, me
encuentro en el eco de una escalera.
—¿Te acuestas con ella? —pregunto. Tengo tantas preguntas, pero esa es la
primera que me sale de la boca.
—¿Quién? —responde Cole, subiendo las escaleras y arrastrándome con él.
Juro que veo un pequeño atisbo de sonrisa, pero probablemente me lo he
imaginado, porque un nanosegundo después vuelve a fruncir el ceño—.
¿Amanda? No. Ella contesta al teléfono y saluda a los clientes. Ni siquiera
sabe a qué me dedico.
—Oh. —Pienso en lo extraño que debe ser ese trabajo, pero puedo entender
hacer casi cualquier cosa que pague las facturas en estos días—. ¿Está Louisa
aquí?
Sacude la cabeza.
—Trabaja desde casa.
—Oh, sí, lo recuerdo.
Nos acercamos a otra puerta y Cole teclea un código en un teclado. Oigo el
chasquido de la cerradura y entonces empuja la puerta para abrirla,
revelando un apartamento privado.
—¿Es aquí donde vives? —pregunto, mirando a mi alrededor con curiosidad.
Se parece mucho al piso de abajo: austero, vacío, moderno, pero con una
sensación de lujo. No es especialmente hogareño, el sofá de cuero no parece
un lugar en el que te tumbarías a ver la tele y no se me ocurriría poner los
pies en la mesita de cristal. En general, parece anónimo.
Lo que me entristece por Cole. Debería tener un lugar donde relajarse y
sentirse como en casa. Especialmente después de pasar días tumbado en el
suelo del bosque para vigilar a alguien, lo que me recuerda...
—¿Has averiguado ya lo del invitado del Sr. Webster?
Me guía hasta el sofá y casi me empuja sobre él -tenía razón, no es nada
cómodo- y se cierne sobre mí, furioso. Acaba con mis preguntas y me
pregunta:
—¿Qué demonios haces aquí?
En otro tiempo, me habría estremecido. Me habría encogido y probablemente
incluso me habría disculpado por molestarle. Y me entristece decir que ese
tiempo no fue hace mucho. Pero he recordado quién soy, en quién he
trabajado para convertirme.
Puede que esa semana en el bosque fuera el comienzo de mi rehabilitación
espiritual, y que el recordatorio de Cole de que merezco algo mejor me
ayudara más de lo que él nunca sabrá, pero soy yo quien está arreglando mi
interior y lo estoy haciendo muy bien, si me permite decirlo.
Cole, por su parte, parece haber vuelto a ser el mismo gruñón de antes.
—¿Perdón? —Le contesto—. Me he tomado la molestia de buscarte, cosa nada
fácil, porque quería decirte algo. —Parpadea, inexpresivo, pero estoy segura
de que aprieta los dientes. Sigo adelante, lo hago más por mí que por él—.
Gracias. Gracias. Me ayudaste con la boda y te di las gracias por ello. Pero
hiciste mucho más, y ahora estoy muy bien. No estoy perfectamente bien,
pero tampoco estoy rota. Me estoy curando, viendo lo bueno de las situaciones
que las tienen, y no poniendo excusas a las que no las tienen. Por primera
vez, no me preocupa lo que los demás sienten o piensan. Me estoy haciendo
feliz a mí misma. Sí, soy feliz. Así que, gracias.
Suelta una carcajada.
—¿Me buscaste para decirme eso?
Me pongo de pie y lo miro a los ojos. Pero no es suficiente, así que me subo al
lujoso y elegante sofá que no debería tener zapatos para estar a su altura.
—No, y, además, que te den. Heriste mis sentimientos cuando me diste tu
tarjeta de presentación y me despediste como si fuera una jodida pena. No
me merecía eso.
No quería decir eso. No practiqué ese discurso ni una sola vez antes de venir.
Pero ahora que ha salido a la luz, me doy cuenta de lo cierto que es y me
alegro de haberlo dicho. La nueva Janey no se anda con rodeos. Los golpes
de la verdad aquí, ¡vengan por ellos!
Pero Cole se inclina, nuestras narices se tocan y sus ojos se clavan en los
míos. Lo que dije lo golpeó más allá de cualquier escudo que esté levantando.
—Nunca fuiste una jodida pena. Te deseaba tanto que casi subí esa puta
escalera un millón de veces y me masturbé escuchándote tocarte.
Jadeo mientras el calor inunda mis mejillas.
—¡Qué!
—Y lo he hecho casi a diario desde que volví, deseando que fueras tú cada
vez —añade, con voz grave e intensa—. Pero me he obligado a mantenerme
alejado todo lo que he podido, sabiendo que necesitas tiempo para curarte y
que no me necesitas jodiendo tu proceso. Pero ha sido duro. —Sus manos se
enroscan y desenroscan a los lados como si luchara contra sí mismo, evitando
tocarme—. He querido llamar a tu puerta, tomarte en mis brazos, secarte las
lágrimas y arreglarte las cosas. Eso es lo que hago: salvar a la gente, ayudarla,
arreglar cosas. Pero no necesitas que lo haga por ti. Al final lo harás por ti
misma, y entonces estaré en tu acera, orgulloso como el demonio y listo para
follarte como te mereces.
Bien, nada de eso estaba en mi cartón de Bingo para hoy.
Cole hace que parezca que me quiere, pero se ha mantenido alejado porque…
¿Ni siquiera sé por qué?
—No entiendo lo que dices. ¿De qué estás hablando? ¿Has estado en mi
casa? —pregunto confusa mientras me bajo del sofá. Probablemente haya
huellas de zapatos en el bonito cuero, pero ahora mismo no me importa.
—Te dejé sola. Lo juro, lo hice. Pero entonces Kayla me llamó cobarde, y ya
no pude más. —Se pasa los dedos por el cabello, restregando sobre su cuero
cabelludo castigadoramente—. Hay un alquiler a corto plazo al otro lado de
la calle, cuatro casas más abajo. Así que miré y esperé. Pero tú estabas...
Espera. ¿QUÉ?
Le corté.
—¿Has dicho que te quedas cerca de mi casa? ¿Vigilándome? ¿Como una
vigilancia, como hacías con el Sr. Webster?
Se encoge de hombros despreocupadamente, como si un leve acecho fuera
una actividad totalmente normal.
—Es lo que hago —explica.
Un millón de pensamientos pasan por mi cabeza a la vez. Quiero decir, eso
no es inusual para él, profesionalmente hablando, pero es muy raro para mí.
Si este fuera uno de mis libros, podría ser oscuramente romántico. Pero no lo
es. Esto es real, y después de toda una vida tratando de ser lo más invisible
posible, me siento vista de una manera que es sorprendentemente incómoda.
¿Me ha visto llorar? ¿Bailando en mi salón, con raves de Angry Girl Music en
solitario? ¿Me ha visto tocarme? Y muchas cosas más.
Me siento expuesta, vulnerable y realmente estúpida por no haberme dado
cuenta de que estaba al otro lado de la calle. El calor llena mis mejillas, el
pánico florece en mis entrañas y necesito... escapar.
—Tengo que irme. —Prácticamente salgo corriendo hacia la puerta, pero la
encuentro cerrada—. Déjame salir —digo, con los ojos fijos en la superficie
blanca.
Cole camina detrás de mí, su pecho tan cerca de mi espalda que puedo sentir
el gran peso de su presencia. Incluso ahora, una pequeña parte de mí quiere
echarse hacia atrás y caer sobre él. Pero no lo hago.
No puedo.
Capítulo 16

Soy un imbécil. Le advertí que lo era, pero no me creyó. Demonios, ella me


hizo no creerlo por un tiempo.
Dejé salir a Janey de mi apartamento y sentí cómo el pánico se apoderaba de
ella. Debería haberme detenido en ese mismo instante. ¿Pero lo hice?
Joder, no.
Tenía que asegurarme de que llegaba bien a casa, así que la seguí.
Observé y esperé, esperé y observé durante dos días enteros. Eso son
cuarenta y ocho horas, 2880 minutos, o 172.800 segundos. Eso tiene que ser
un récord o algo así, ¿verdad? No para mí, he hecho vigilancias más largas,
¿pero para un hombre alejarse de la mujer con la que está obsesionado?
Llama al Libro Guinness de los Récords porque estoy bastante seguro de que
estoy destinado a la página veintidós por esta hazaña de contención.
¿Y qué hizo Janey esos dos días? Nada.
Encerrada en su casa durante el fin de semana, ni siquiera pidió comida, lo
que me hizo preocuparme de si estaba comiendo lo suficiente porque sé que
no sabe cocinar. No tuvo ninguna visita, y una rápida revisión de las redes
sociales de su amiga mostró que Mason estaba en el lago con un grupo de
chicos, lo que me hizo darme cuenta de que no le había dicho que yo la estaba
vigilando. Todo lo que ha compartido sobre él me hace pensar que es un gran
amigo y un buen tipo. Si lo supiera, estaría tirando la puerta abajo para
enfrentarse a mí. Pero no lo hizo.
Está escondida, sola, con las persianas cerradas, probablemente muriéndose
de hambre, y es culpa mía.
Tengo que explicarle que no estaba siendo espeluznante. Estaba... bien,
estoy... comprobando que se está curando bien. Eso es todo.
Así que, esta mañana, cuando su puerta se abre temprano, estoy listo y
esperando y salgo mientras ella se dirige a su auto amarillo brillante.
Mi plan es encontrarme con ella en la entrada de su casa y contarle todas las
cosas que debería haberle dicho pero que no le dije porque me sorprendió
mucho encontrarla en mi despacho, ese que nadie conoce pero que ella
encontró de algún modo. Las cosas que no dije porque era todo lo que podía
hacer para no estrecharla entre mis brazos, darle un beso y enterrarme dentro
de ella, allí mismo, en mi sofá.
Ella también está lista, mirando al otro lado de la calle como si esperara que
yo estuviera allí.
—Me voy a trabajar —grita al otro lado de la calle—. Pero eso ya lo sabías,
¿no?
Su tono es un poco nervioso, pero sobre todo suena resignada, como si ya
hubiera puesto excusas para mí en su mente, y eso me cabrea. No debería
perdonarme por esto, o al menos no tan fácilmente. Debería colgarme de las
pelotas y obligarme a arrastrarme por ello.
Antes de que pueda empezar a disculparme, se sube a su auto y se marcha
mientras yo sigo estupefacto y de pie en la entrada, viéndola marchar.
Uno de nuestros vecinos -Jim Zadowski, según la información de Internet-
pasa por delante, con cara de curiosidad. Saluda y grita:
—¡Buenos días! —Es bajito y corpulento, tiene la misión de bajar la tensión,
según sus mensajes en My Fitness Pal, y pasea con un yorkie pequeñito
llamado Capitán.
—Buenos días —respondo refunfuñando mientras cierro la puerta.
Me siento en la silla del salón que se ha convertido en mi segundo hogar en
los últimos días porque tiene la vista perfecta de la casa de Janey y una toma
de corriente donde puedo enchufar mi portátil para poder ver a Janey y
trabajar al mismo tiempo. Si tengo que ver otra revisión de un motor diésel o
una discusión en directo sobre caballos de potencia frente a torsión para ver
si él está bebiendo mientras los niños están en el colegio, me arrancaré los
ojos.
Aún no he llegado al punto de hablarme a mí mismo en voz alta como hace
Janey, pero definitivamente me estoy insultando porque si ella no lo hace, lo
haré yo mismo. Joder, ojalá tuviera al menos unas habilidades comunicativas
básicas para poder explicarle todo esto a Janey.
Pero puedo esperar hasta esta tarde, cuando llegue a casa, y hablar con ella
entonces. Sólo faltan ocho horas y media. Pfft, puedo hacer tanto tiempo de
pie como una estatua, y casi lo hice una vez.
Esto será fácil. Incluso puedo trabajar para mantenerme distraído. Esperaré
a que llegue a casa.
Una hora después...
Si fuera un hombre inteligente, primero le comentaría esta idea a Kayla, sobre
todo porque fue ella quien me metió en este lío al llamarme cobarde. Pero no
quiero que me diga que soy un idiota. Eso ya lo sé. Así que no la llamo, ni a
ella ni a nadie, para hablar de mi nuevo plan.
Entro en el aparcamiento del Ivy Care Center. Por fuera, parece bien cuidado
y acogedor, con flores en macetas a ambos lados de la puerta principal y una
capa de pintura fresca en los ladrillos. Es una fachada agradable para un
lugar que en realidad no es mucho más que un lugar cómodo para morir.
Agarro la bolsa de la gasolinera del asiento de al lado y luego la caja de
golosinas que también he tomado. Puede que no sepa hacer de “persona”,
pero tengo práctica en fingir el encanto que es natural en la mayoría de los
demás. Y la comida siempre me ha servido para entrar.
Pulso el timbre de la puerta principal.
—Hola. Bienvenido a The Ivy. ¿Puedo ayudarle? —dice una voz incorpórea.
Inclinándome hacia la cámara, esbozo una sonrisa carismática y digo:
—Vengo a ver a Janey Williams. Y he traído golosinas para sus amigos.
—¿Te está esperando?
Huh, mejor seguridad que algunas corporaciones Forbes 100. Estoy
impresionado.
Dejo caer mi sonrisa, mirando conspiradoramente a la cámara inhumana
como si fuera una vieja amiga. En voz baja, confieso:
—Es una sorpresa. Espero llevarla a comer, pero por si acaso está demasiado
ocupada, le he traído su Red Bull de fresa y albaricoque favorito, un poco de
mezcla de frutos secos y una bolsa extra de M&M para que merezca la pena.
La risa al otro lado me dice todo lo que necesito saber. Me apunto.
La puerta zumba.
—Adelante.
Dentro, una mujer sonriente se sienta detrás de un gran escritorio cubierto
de pilas y pilas de papeles: mi peor pesadilla, los registros no digitales.
—Conoces el camino al corazón de Janey, ¿verdad? —dice a modo de saludo.
—Me gustaría pensar que sí —respondo mientras miro la etiqueta con su
nombre—. Espero que la tuya también, Jackie. He traído esto para los demás.
—Le tiendo la caja llena de bagels, donuts y mini magdalenas.
—¡Ooh! ¡Dame eso! —Chilla feliz mientras lo agarra de mi mano—. Lo pondré
en la sala de descanso y le diré a Janey que tiene visita, pero no le diré quién...
—Se interrumpe, expectante, preguntándome mi nombre.
—Cole Harrington. Janey y yo somos amigos —digo con una media sonrisa,
dejando claro que somos bastante más.
—Bueno, tú también puedes ser mi amigo, Cole, si sigues trayendo golosinas
como ésta. Espera, puede que tarde un poco —dice Jackie señalando una
silla. Se levanta y desaparece por un pasillo, presumiblemente para dejar los
tentempiés para todos en la sala de descanso.
Han pasado unos treinta minutos, durante los cuales cinco empleados
diferentes se han acercado a verme o a darme las gracias por los panecillos.
Pero el hombre que se acerca ahora no parece que trabaje aquí.
—He oído que te gustaría ver a nuestra Janey —dice, con aire paternal. Es
alto, delgado, con una espesa cabellera blanca. El jersey azul marino le cuelga
de los hombros, los pantalones caqui le quedan holgados y se le amontonan
en los tobillos, y lleva zapatos de gamuza.
Pero sé que la opinión de este hombre tiene peso donde importa. Me levanto
y le tiendo la mano respetuosamente.
—Sí, señor. Cole Harrington.
Me estrecha la mano con más firmeza de la que habría esperado.
—Ace Culderon. O al menos así me llamaban en el servicio.
—Es un buen nombre, Sr. Culderon. —Puedo jugar a la cita encantadora con
una figura pseudo-paterna si es necesario para llegar a Janey. He hecho cosas
peores por menos, y en este punto, haría casi cualquier cosa por estar frente
a ella y explicarme.
—Llámame Ace —ofrece—. ¿Juegas? —Señala con un dedo nudoso una mesa
auxiliar con un tablero de ajedrez de mármol.
—Un poco —respondo encogiéndome de hombros. Aprendí de niño con el
abuelo Chuck y he jugado un poco a lo largo de los años, pero no lo suficiente
como para ser bueno.
—Yo también. Siéntate —me indica Ace. Me aseguro de que se acerque a la
silla y se siente bien y luego me acomodo frente a él—. Empieza tú.
Me ha dado la ventaja de jugar con blancas, lo que ya me indica que espera
ganar fácilmente contra mí. De lo contrario, habría aprovechado la ventaja
para sí mismo. Jugamos tranquilamente durante unos turnos, tanteándonos
mutuamente.
—¿Cuáles son tus intenciones? —pregunta Ace después de tomar uno de mis
peones con su caballo. Aunque sus ojos no se apartan del tablero, intuyo que
me está evaluando y que no se refiere a mis planes con la partida.
—Llevar a Janey a almorzar. Tenemos que hablar de algunas cosas.
—Mm-hmm —tararea—. ¿Fuiste tú quien le rompió el corazón? ¿Vienes a
hacer las paces y a rogarle que vuelva contigo? —pregunta con indiferencia,
pero su despreocupación es una fachada tan grande como mi encanto.
—No exactamente. —No estoy seguro de cuánto sabe de la vida personal de
Janey, pero dada la mirada gélida que me lanza con su ojo teñido de amarillo,
diría que es suficiente para estar cabreado. Y protector con Janey—. Nos
conocimos hace poco. Su otro chico rompió con ella, y yo intervine como
acompañante en una boda.
—Tú eres él, entonces. Habló un poco de ese otro tipo, pero regresó de sus
vacaciones y todas las enfermeras de arriba estaban hablando del nuevo
hombre que conoció. Pío, pío, pío como gallinas, todas ellas. —Escanea la
pizarra, sabiendo ya su jugada, pero haciéndome esperar para obligarme a
escucharle—. Oí a algunas de ellas decirle 'buena suerte' el viernes, así que
supuse que ella también iba a tener un buen fin de semana. ¿Pero esta
mañana? Bueno, algo ha apagado el brillo de esa chica y no me gusta nada.
—Ace mueve su reina y se sienta, dejándome masticar eso.
Puede que Janey no haya confiado en Ace, pero él sabe mucho y puedo
apreciar su naturaleza observadora.
—Eso suena a mí —estoy de acuerdo—. Pero estoy aquí para arreglarlo.
Mira la bolsa de la gasolinera que tengo a mi lado.
—Vas a necesitar algo más que agua con gas y caramelos. ¿Dónde están las
flores, el traje elegante, la cara bien afeitada? —me pregunta mientras me
examina de pies a cabeza con una ceja levantada, al ver que mis jeans, mi
camiseta y mi desaliño son insuficientes.
—Lo pensé, pero me imaginé que está todo el día rodeada de
flores. —Centrándome en lo único de lo que puedo ocuparme, señalo los tres
arreglos frescos que hay en el vestíbulo, suponiendo que haya más repartidos
por las instalaciones—. Quería comprarle algo... específico que le alegrara el
día. Y espero llevarla a comer, no a un restaurante de cinco estrellas. —Miro
hacia el pasillo, deseando que venga hacia aquí para sacarme de esta
conversación.
Casi como si hubiera oído mi plegaria, veo venir a Janey. Hoy lleva el uniforme
morado, el cabello recogido en rizos sobre la coronilla y sus zapatos de goma
chirrían ligeramente sobre el suelo de linóleo. Está guapísima, sobre todo
cuando veo su espalda erguida, su barbilla levantada y sus ojos fijos en mí.
—Señor Culderon, ¿le molesta este hombre? —pregunta, ignorándome para
regalar al anciano una cálida sonrisa que mataría por tener dirigida hacia mí.
—No, estábamos jugando una partida amistosa de ajedrez, ¿verdad, Cole? Por
cierto, jaque mate. —Vuelve a mover la reina y, con un vistazo al tablero, veo
que me ha ganado. No tengo piezas, y él es tan bueno que ni siquiera lo vi
venir.
—Buen juego, Ace —respondo, dejando mi rey sobre el tablero—. Gracias.
Se levanta y me tiende la mano. Cuando la tomo, me sorprende de nuevo su
firme apretón.
—No hieras el corazón de esta buena señorita o te haré pedazos. ¿Me
oyes? —me advierte.
—Oído, señor. —No le tengo miedo a Ace, pero eso no significa que no pueda
ser respetuoso. Su corazón está en el lugar correcto, y por lo que sé, es el
capo de la mafia del centro de atención.
Ace se marcha arrastrando los pies y nos deja solos a Janey y a mí, aunque
Jackie está de nuevo en su mesa, tecleando algo en el ordenador desde un
montón de papeles. Estoy seguro de que, si pudiera ver su pantalla, estaría
escribiendo un galimatías mientras nos escucha a Janey y a mí.
—¿Qué haces aquí? —Janey sisea, tratando de bajar la voz.
Irónicamente, es lo mismo que le pregunté cuando se presentó en mi lugar de
trabajo, pero no señalo esa similitud en particular. Jackie nos observa como
un halcón hambriento deseoso de cotilleos, así que igualo el volumen de
Janey, manteniendo la voz baja mientras digo:
—Espero invitarte a comer y disculparme. No debería haberte invadido así.
Tu casa es un santuario y la he jodido. Lo siento.
Las disculpas no son mi fuerte. No recuerdo la última vez que me disculpé
por algo. Tal vez un “lo siento” desechable cuando le doy una mala noticia a
un cliente, pero ¿lo digo en serio? Hace siglos que no.
—¡Pss! Enséñale lo que hay en la bolsa! —aconseja Jackie con entusiasmo
desde el otro lado de la habitación.
Janey mira por encima del hombro a su compañera de trabajo y luego vuelve
a mirarme a mí, así que agarro la bolsa y se la tiendo. Mientras mira dentro,
le explico:
—Son tus favoritos, así que supuse que serían bienvenidos, aunque yo no lo
fuera.
Se los lleva al pecho como si fueran un preciado tesoro.
—¿También tienes los M&Ms de mantequilla de cacahuete?
—Sí, porque los echas en la mezcla de frutos secos, los mezclas y luego hay
dos tipos de caramelos en cada puñado. Y tampoco hay pasas porque son
asquerosas, pegajosas y masticables como un chicle, pero se supone que te
las tienes que tragar. —Estoy citando la perorata sobre la “mezcla de frutos
secos perfecta” que Janey hizo una tarde, cuando volví de una vigilancia y la
encontré echando una bolsa de M&M en su mezcla de frutos secos y
agitándola. Me había distraído con el rebote de sus pechos, pero también
había oído lo que decía.
Mira la lata de Red Bull y murmura:
—También es la de fresa y albaricoque.
—Sí.
Claro que sí. Es la única que bebe.
Mirando a la lata, dice:
—Hace un par de veranos, tuvimos una paciente que se negaba a comer otra
cosa que no fueran patatas fritas y granizados. No satisfacía en absoluto sus
necesidades nutricionales, pero nos dijo que era mayor y podía comer lo que
quisiera. Así que su hija le trajo un día un granizado de fresa y albaricoque
con sus patatas fritas, sin darse cuenta de que contenía una bebida
energética. —Janey sonríe al recordarlo y luego se ríe—: Era como el conejito
de Energizer, hablaba y reía y se sentaba en el estudio. Luego empezó a pedir
una cada día, así que hicimos un trato. Por cada trago de bebida proteica que
tomara, le daríamos un trago del granizado. Quizá estuvo mal, y no debería
haber funcionado, pero funcionó.
Se queda callada, perdida en el pasado, y Jackie añade:
—Oh, yo adoraba a la señora James, y esa hija suya era de lo más cariñosa.
Al oír el tiempo pasado, pregunto:
—¿Qué ha pasado?
Janey me mira a los ojos y puedo leer la respuesta antes de que la diga.
—Falleció. Pero sus últimos días fueron mejores. Su hija venía todos los días
a traerle ese granizado, y tenía la energía suficiente para que esas visitas
importaran. Y ahora, soy adicta a estas tonterías, que son tan malas para mí,
pero me recuerdan que los días son lo que uno hace de ellos.
Puedo decir honestamente que nunca me ha importado más de dos mierdas
lo que estoy bebiendo. ¿Está frío o caliente cuando debería estarlo?
¿Alcohólica o no? ¿Sabe bien? Pero no Janey. Una simple bebida es una
experiencia que hay que apreciar, y ella puede encontrar la manera de sonreír
por la vida de un paciente querido mientras llora su muerte.
—Lo siento. Parece que hiciste todo lo que pudiste por ella. —No sé qué decir.
La muerte no es parte de mi vida diaria como lo es para Janey, pero quiero
que sepa que lamento que tenga que cargar con ese dolor.
Ella asiente con una sonrisa triste, luego suspira, y la máscara feliz reaparece
mientras empuja esos sentimientos hacia abajo.
—¿Almorzamos? —pregunto esperanzado.
—No —responde ella con firmeza.
Mi corazón se hunde. Esta vez la he cagado de verdad. La he cagado tanto
que la mujer más amable del mundo, la que disculpa lo peor de lo peor, no
me perdona. Duele, pero está justificado.
—Trae pizza a las seis y media. No llegues tarde. —Sonríe, sus ojos bailan de
risa, y me doy cuenta de que me ha pillado. Me había entendido y sabía
exactamente lo que hacía. Se pone de puntillas, me da un beso rápido en la
mejilla y gira para alejarse por el pasillo.
Puedo sentir la sonrisa estirándose en mis labios. Me está dando una
oportunidad y voy a asegurarme de que valgo la pena.
Estoy a medio camino de la puerta cuando oigo un grito de emoción desde
donde Janey desapareció. Bien, ella también está contenta. Está enfadada,
está justificadamente insegura de lo que hice, pero ya se lo explicaré. Y
entonces, con suerte, podremos empezar de nuevo.
Capítulo 17

Hoy ha sido un día interesante. Me he pasado todo el fin de semana


acurrucada en mi casa, alternando entre pensar en Cole -y lo admito,
asomándome por las persianas para mirar la casa de enfrente- y leer mi libro.
Como era de esperar, Tiffany se enamoró de Dragul, pero no es una situación
fácil. Es decir, ella no sabe que existen los vampiros y Dragul tiene que
chuparle literalmente la sangre para unirlos como almas gemelas. Sin duda,
algunos retos que superar.
Muy parecido a Cole y a mí.
¿Le he perdonado por acosarme? No. Soy demasiado buena, no estúpida. Y
lo que hizo está más allá de cualquier límite que pueda imaginar tener. Pero
cuando apareció hoy en el trabajo, había algo en sus ojos que me llamó. Está
arrepentido. Lo dijo, pero eso es fácil de fingir. Sus ojos, sin embargo... había
verdad en ellos, así que estoy dispuesta a escucharlo.
Y trajo mis aperitivos favoritos. Un gesto pequeño pero significativo. ¿Podría
haberse enterado de eso espiándome? Sí. Pero también citó casi palabra por
palabra lo que yo había dicho sobre mi mezcla de frutos secos. Fue una
tontería que la mayoría de la gente habría ignorado, pero Cole escuchó y
recordó. Eso me hace sentir vista de una manera totalmente diferente a como
me sentí el viernes cuando me asusté de que estuviera al otro lado de la calle.
Que me escuche tan atentamente me hace sentir importante, como si
mereciera su tiempo y su atención.
—Y lo valgo totalmente. —me recuerdo mientras me rocío la cabeza con agua
y me revuelvo los rizos para refrescarlos.
Aunque yo también le escuché. Y aunque puede que entrara en pánico en su
casa, también escuché su explosión de emoción antes de que me enterara del
acoso. Le oí decir que intentaba darme espacio para curarme y no interferir
porque sabía que podía hacerlo sola, y que estaba orgulloso de lo fuerte y
capaz que soy. Esas son palabras que nunca antes me habían dirigido, ni mi
propia mente parlanchina ni nadie a mí alrededor. Pero Cole ve eso en mí y
tiene razón.
—Soy un tipo duro. —Me miro por última vez en el espejo y ya estoy lista:
aseada después del trabajo, vestida con jeans y una camiseta de rayas que
cuelga de un hombro, y mentalmente preparada para escuchar.
Y emocionada por ver a Cole.
Sí, esa parte es probablemente estúpida, pero no puedo evitarlo. Le eché de
menos después de salir de la cabaña, y hay una parte de mí, no tan en el
fondo, que salta vertiginosamente ante la idea de que el chico bueno venga a
verme.
¿Quizás pueda darte más orgasmos?
No, esta noche no se trata de eso. Esta noche es un reinicio, un nuevo
comienzo en el mundo real, no el falso que empezamos en la cabaña.

—Pasa —digo al abrir la puerta exactamente a las seis y media.


—Gracias. —Cole lleva los mismos jeans y camiseta de esta mañana, pero
puedo oler una dosis fresca de colonia cuando pasa a mi lado. Oh, espera…
es la pizza que lleva.
—¡Esta es mi pizzería favorita! —exclamo mientras agarro la caja y la dejo
sobre la mesita. Tomo platos y servilletas de la cocina y le hago un gesto para
que se siente en el sofá—. ¿Qué clase has comprado? No se me ocurrió decirte
mi favorita, pero no soy muy exigente. A no ser que lleves piña o anchoas. Por
lo que a mí respecta, no deben estar en la pizza, pero puedo quitarlas si es
necesario.
Cuando me siento a su lado, Cole parece tenso. Tiene las manos entre los
muslos separados y sus ojos pasan de la pizza a mí. Finalmente, suspira.
—Voy a ser sincero. Fui a dos sitios distintos y pregunté si alguna vez habían
hecho entregas en esta dirección, y me repitieron tu pedido anterior. Es de
carne con jalapeños.
Me investigó a mí y a mis hábitos con la pizza. Parpadeo, sin saber qué pensar
al respecto. Definitivamente es ir más allá, pero también... ¿Quién hace eso?
Como si me notara indecisa, Cole abre la caja y me sirve la más grande de las
ocho rebanadas. No me enorgullece demasiado decir que la comida es el
camino a mi corazón después de un largo día de trabajo, así que le doy un
buen bocado. Juro que la rendición más pequeña hace que baje los hombros
cinco centímetros, y Cole parece mucho más relajado mientras toma una
rebanada para sí.
Dejo que pruebe un bocado y pregunto:
—¿Acechando, eh?
Se atraganta, sus ojos se abren de par en par mientras sacude la cabeza.
—No... bueno... quizá un poco. Pero por una buena razón —dice mientras
traga saliva.
Le tiendo la mano, dándole la palabra para que se explique, y doy otro bocado
a la pizza. Cole deja el plato en la mesa y se limpia las manos en los jeans, no
como si estuvieran grasientas, sino como si estuviera nervioso. Pero Cole no
se pone nervioso. O al menos no que yo haya visto nunca.
—Aquella mañana —empieza, sin necesidad de decir de cuál está hablando—
quería decirte que sí, que podíamos hablar... después. Pero la vida te había
deparado muchas cosas y yo no quería ser una distracción. —Habla despacio,
eligiendo cuidadosamente cada palabra—. Quería esperar. —hace una pausa,
buscando las palabras adecuadas— a que volvieras a encontrarte.
Me trago el bocado de pizza y lo fulmino con la mirada.
—Me encontré en esa cabaña, en parte gracias a ti. Y luego me hiciste sentir
desechable. Al menos con mi familia, me lo esperaba.
Bien, puede que esto último sea un poco mezquino, pero es la verdad. El
rechazo de Cole me golpeó de lleno después de la increíble mañana que
habíamos pasado y, aunque le quité importancia, me dolió... mucho.
—Joder —sisea, sonando enfadado consigo mismo—. Lo siento.
—Ve al acecho. Explícame eso —le pido—. ¿Cómo has acabado enfrente de
mí y yo sin darme cuenta?
—Ese es mi trabajo. —Se encoge de hombros—. Se me da bien. —Pero luego
añade—: Vi a Kayla y seguí su consejo. Le di el nombre y el número de Louisa
para que alguien supiera si estaba muerto en una zanja. Y Kayla dijo que yo
era diferente, así que le dije… —Se lame los labios y me mira fijamente a los
ojos—. Sobre ti. Dijo que era un cobarde por no llamar.
Me río.
—Tiene razón.
—Suele tenerla —admite con una sonrisa que dice que no está enfadado por
ello—. Pero no quería interferir... no, eso no es verdad. —Suspira y se pasa
las manos por la cara, buscando en el techo como si las respuestas estuvieran
escritas allí—. Quería que lo hicieras por tu cuenta, quería que supieras que
podías manejar cualquier cosa porque, aparentemente, soy una mierda
haciendo conexiones y tiendo a huir de cosas aterradoras como las
emociones. O eso me ha dicho alguien que lo sabría.
Pone los ojos en blanco, pero veo que quienquiera que haya dicho eso le ha
hecho daño. Supongo que Kayla, ya que parece que fue ella quien le llamó la
atención por todo.
Es mucho en lo que pensar, así que agarro un segundo trozo de pizza y
mastico pensativamente mientras repaso todo lo que ha dicho y hecho.
—Estuviste muy dulce en la cabaña y definitivamente no tenías que dar un
paso al frente para todo el asunto de la boda, especialmente en la medida en
que lo hiciste, así que esos son puntos a tu favor —murmuro. Cole intenta
decir algo y yo levanto una mano—. No hablo contigo. Déjame pensar.
Cierra la boca, pero luego sonríe ante mis métodos nada silenciosos.
—Definitivamente tienes a tu favor el bando de 'si él quisiera, lo haría'. No
creo que tengas un segundo plano —digo, recordando lo que todos decían de
Henry y que finalmente me di cuenta de que era absolutamente cierto—. Eres
como una parrilla, todo llamas, todo el tiempo, con un lado de 'hazlo a tu
manera' porque prestas atención a esas cosas y vas más allá. —Señalo la caja
de pizza como prueba—. Pensé que me habías dejado, pero no fue así. No me
dejaste cuando los tiempos se pusieron difíciles. Me apoyabas a distancia, lo
cual es diferente. Pero bueno-diferente, creo.
—¿Qué te parece? —pregunta, llegando al límite de su paciencia.
Sonrío y le pregunto burlonamente:
—¿Prometes no volver a acosarme? ¿Me preguntarás qué estoy pensando o
sintiendo? —Parece una sugerencia razonable, pero Cole niega con la cabeza.
—¿Qué tal las dos cosas? Un poco de acecho -sólo por buenas razones- y haré
lo posible por comunicarme como un humano en lugar de como un neandertal
gruñón.
Considero su respuesta y asiento.
—Trato hecho. ¿Has descubierto ya mi heladería favorita?
—Pregunta trampa —responde Cole con una sonrisa burlona—. Te gustan las
paletas de sangría del carrito del parque.
Tiene razón, son los mejores.
—¡Son tan buenas! Como Otter Pops grandes —le digo.

Terminamos la pizza y me la llevaría a por paletas, pero el parque cierra al


atardecer y el chico del carrito hace tiempo que se fue a casa. Pero estoy feliz
-muy feliz, joder- de sentarme en el sofá con Janey y escucharla contármelo
todo.
Empieza diciendo que todo el mundo en el trabajo respiró aliviado cuando les
contó lo suyo con Henry, y que se unieron a ella para proclamar su estupidez.
Prácticamente se desmayaron por ella cuando les habló de su cita de boda,
incluso se burlaron de su falso prometido después de que les contara lo de la
batalla del ramo y la consiguiente pedida de mano en mitad de la recepción.
Sin detenerse siquiera, Janey me cuenta cómo su jefa, Gabriella, me localizó.
Después, Amanda la vio paseando de un lado a otro frente a mi edificio y se
sintió mortificada. Luego, Janey pasa a hablar de lo preocupada que está por
la pobre Sra. Michaelson, a la que definitivamente no le queda mucho en este
mundo. Luego me habla del libro que está leyendo y de cómo el héroe
vampírico se parece a mí a veces. Pero antes de explicar eso, se pone a hablar
del adorable gatito que ha visto en la página de un refugio.
La escucho, catalogándolo todo. He echado de menos escucharla hablar, su
entusiasmo por todo se me ha metido en la sangre, haciéndome apreciar
todas las pequeñas cosas en las que se fija cada día.
—Se está haciendo tarde —dice horas después. Sé que tiene que madrugar.
Su despertador suena a las cinco y media cada mañana para que pueda llegar
a su turno de las siete, así que no la presiono. No quiero que conduzca y
trabaje cansada. Su seguridad y la de sus pacientes son demasiado
importantes.
—Tengo una pregunta —le digo mientras me acompaña a la puerta.
Probablemente debería pensarlo bien, pero no quiero ni necesito hacerlo. Sigo
mi instinto, ¿o es mi corazón? Parece que no se me da bien diferenciar.
Janey me mira con ojos brillantes y confiados, completamente despreocupada
por lo que vaya a decir, lo cual es un alivio después de todo lo que me ha
costado llegar hasta aquí. La inmersión profunda de esta noche en mis
emociones y pensamientos ha sido difícil y desconcertante, pero lo he hecho.
Por ella.
—¿Vendrías a cenar conmigo... a casa de mis padres? —Levanto las cejas
dubitativo, sabiendo que es mucho pedir—. No son tan malos como los tuyos,
sin ánimo de ofender, pero es justo decir que no será un buen momento.
Aparte del hecho de que estarás conmigo, claro —bromeo, pero la advertencia
va en serio—. Hay uno de esos tratos obligatorios y pensé...
—¡Sí! —chilla—. ¡Claro que sí! ¿Podré conocer a Kayla? ¿Y a Samantha? ¡Y a
tu madre! Siento como si ya las conociera, como si fuéramos mejores amigas.
O vamos a serlo, al menos. Oh, ¡quizás también pueda acariciar a Nutbuster!
Me río por su entusiasmo. Cuando recibí el mensaje de que me esperaban en
la cena para hablar de la próxima boda de Chance, no reaccioné con
entusiasmo. Más bien me enfadé. Pero ahora sonrío. Van a adorar a Janey, y
ella los adorará, por supuesto, incluso a los que no se lo merecen.
—Gracias —digo mientras la empujo hacia la puerta hasta que sus hombros
la tocan. Trazo su mandíbula con la punta de un dedo, inhalando
bruscamente al menor contacto—. Joder, te he echado de menos.
—¿A mi? —responde ella con una sonrisa sensual.
—Tú, Janey Williams. Necesito probarte, ver si eres tan dulce como recuerdo.
—Tomo su mandíbula con ambas manos, manteniéndola quieta con toda la
intención de sorberla suavemente, burlándome de los dos.
—Oh —suspira, pero mis labios ya están sobre los suyos, así que me trago el
aliento y pierdo todo el control.
Tenía razón, pero también me equivoqué. Es dulce, quizá más de lo que
pensaba, pero también picante por los jalapeños y por sentirse cómoda en su
piel. Me recibe hambrienta, dando tanto como recibe, rodeándome la cintura
con los brazos y apoyándose en mí.
Follala aquí contra la puerta, me sugiere mi polla, y en cierto modo, estoy de
acuerdo. Quiero volver a enterrarme dentro de ella, sentir el palpitar de su
orgasmo mientras se empala en mi polla y oírla gritar mi nombre.
Pero todavía no.
Estamos empezando de nuevo en muchos sentidos. Con algo de historia, sí,
pero aun así... esto es diferente, y mejor.
Esto es real de una manera que nunca he estado antes con nadie.
Así que la beso con todo lo que tengo, intentando decirle todo lo que no le he
dicho esta noche: que es increíble, que estoy obsesionado con ella, que nada
me asusta pero que ella es jodidamente aterradora, que quiero escucharla
divagar todo el día, todos los días, porque es tan jodidamente silencioso y
solitario sin ella.
Espero que lo oiga todo, directamente de mis labios a los suyos.
Capítulo 18

Nunca he asistido a una cena familiar, y menos cuando la familia es tan


numerosa como la de Cole, así que no sé qué esperar. Pero he visto suficientes
películas para saber una cosa...
—¿Me enseñará tu madre tus fotos de bebé? ¿Como el pequeño Cole desnudo
en la bañera? —Me pregunto esperanzada—. Apuesto a que eras tan mono y
aplastable. Seguramente con las mejillas grandes y regordetas y un brillo en
los ojitos. ¿O ya eras gruñón y mirabas mal a todo el mundo?
Aplaudo alegremente, imaginando a un Cole bebé con los brazos cruzados
sobre el pecho, el ceño fruncido de alma vieja y una mirada de reojo de juez
para cualquiera que se atreviera a acercarse lo suficiente como para hacerle
algo molesto como sacudirle un sonajero.
Agarra con fuerza el volante y el cuero cruje siniestramente.
—No, los he quemado todos —responde bruscamente, pero estoy segura al
menos en un ochenta por ciento de que está bromeando. Probablemente.
Tiene sentido del humor, sólo que está más seco que el Valle de la Muerte en
agosto. Pero no voy a rendirme. No cuando se está abriendo para mí y
realmente tratando de ser más humano.
—Apuesto a que me contará algunas historias, sin embargo. ¿Quizás la vez
que marcaste el gol de la victoria o te nombraron rey del baile? Eso parece
propio de ti. —Sonrío, imaginándome ahora a Cole de adolescente—. Seguro
que eras de los que todas las chicas perseguían. Atleta estrella, Don
Popularidad, sobresaliente y una perdiz en un peral, ¿Verdad? —Supongo.
Se ríe a carcajadas ante mi descripción de él.
—No podrías estar más equivocada. ¿Recuerdas que querías que tus padres
te vieran, que te prestaran un poco de atención por una vez? —Me mira en el
asiento del copiloto de su camioneta mientras aceleramos por la autopista.
—¿Sí? —Es tristemente cierto. Buscar atención era un delicado equilibrio
porque no quería ser un blanco, pero sí quería ser considerada, amada y
comprendida. Pero no lo era.
—Bueno, mi objetivo era ser invisible. Nada bueno salía de llamar la atención
en mi casa. Mis hermanos mayores -ya los conocerás esta noche- ansiaban
la aprobación de papá, aunque tuvieran que pisarse el cuello unos a otros
para conseguirla. Kayla se libró de la peor parte y llamó la atención porque
era única en nuestro festival de pollas. ¿Pero yo? Si papá se olvidaba de mi
existencia, era lo mejor. Entonces, no me presionaría para ser como él porque
eso era lo último que yo quería. Lo mismo ocurría en la escuela. No quería
que los profesores llamaran a casa, por nada bueno o malo. Así que intentaba
sacar buenas notas y normalmente lo conseguía. Intentaba pasar
desapercibido en medio de todo, dondequiera que estuviera.
—Oh. —Eso es horrible y me enfado por él—. Lo siento. ¿Qué pasa con tu
madre?
Se encoge de hombros y vuelve a centrarse en la carretera.
—Es estupenda, pero entonces estaba muy ocupada. Hay muchas reglas no
escritas en una familia como la nuestra, eventos sociales a los que se espera
que asistas y roles que tienes que mantener. Y mamá lo hacía todo. Corría de
un lado a otro, manteniéndonos a todos a raya, papá incluido, mientras
recaudaba fondos para esto y coordinaba aquello. Yo no quería ser una carga,
así que me mantuve alejado de los problemas hasta donde ella sabía, y fuera
del camino.
—No te conocen de nada, ¿Verdad? —Me doy cuenta—. ¿No saben lo dulce,
cariñoso y un poco loco que eres? —Sueno melancólica, pero realmente es un
gran hombre y es triste que no les muestre ese lado de sí mismo.
Niega con la cabeza, pero hay un atisbo de sonrisa en sus labios por la forma
en que lo estoy describiendo ahora.
—No, eso sólo lo sabes tú.
—Qué suerte la mía. —Suspiro soñadoramente, con la intención de
guardarme esa reacción para variar, pero mi boca la deja escapar de todos
modos. Cole sonríe de oreja a oreja y se acerca para agarrarme la mano, le da
un suave beso en el dorso y la apoya en la consola que hay entre nosotros.
Me siento realmente afortunada de conocer al verdadero Cole y no puedo
imaginar cómo su familia ha podido ignorarlo todos estos años. Puedo sentir
su presencia casi antes de que entre en una habitación, como si pensara tanto
en mí que mis sentidos arácnidos lo saben. Su intensidad, su concentración,
su cuidado por lo que aprecia es una poderosa atracción, pero según él, su
familia ni siquiera se da cuenta. ¿Cómo es posible?
Minutos después, estamos conduciendo por una larga calle con una alta valla
de hierro forjado a la derecha. Estoy pensando que es una reserva natural o
algo así, con tantos árboles, hasta que Cole gira hacia un pequeño camino
con una verja. No hay nadie, pero al pulsar un botón en el volante, la verja se
abre para dejarnos entrar.
—¿Esa es tu casa? —Suelto. Ya es bastante grosero, pero, por supuesto, sigo
con cero filtro—. No tengo ni idea de lo que me esperaba, pero seguro que no
era eso. Mencionaste que tu familia tiene dinero, ¿Pero esto? Esto no es rico,
es Ricky Ricón.
Mientras atravesamos la verja, miro a derecha e izquierda, estirando el cuello
para verlo todo. La casa es enorme, blanca, con amplias escaleras que suben
hasta la doble puerta principal. En medio del aparcamiento -sí, en mi cabeza
lo llamo aparcamiento, porque una vez que has superado el límite de seis o
siete autos, llamarlo entrada suena realmente estúpido- hay una fuente con
un hombre desnudo rodeado de chorros de agua.
—Es mi casa —dice Cole simplemente. Ahora veo con qué facilidad podría ser
invisible aquí. Podría irse a otra ala de la casa y nadie se lo pensaría dos
veces, ni a él.
El dinero no hace al hombre, de eso estoy segura. Pero podría recopilar cada
céntimo que toda mi familia ha ganado en toda su vida, y quizá podríamos
pagar la factura de la luz una vez por un lugar como este, así que, aunque
para Cole sea “su casa”, me resulta difícil no sentirme intimidada por tanto
destello.
—¿Seguro que voy bien vestida? —pregunto, alisándome la falda con la palma
de la mano. Cole dijo que el código de vestimenta es informal, así que elegí
una camiseta de seda en color esmeralda que combina muy bien con mi
cabello y una falda larga y vaporosa que me hace sentir femenina y no tan
desaliñada como mi uniforme habitual. El problema no es mi atuendo, sino
yo. Porque lo que realmente me pregunto es si estoy bien aquí.
Cole me mira y lee mi reacción en una fracción de segundo. No es que lo
oculte. Sé que tengo los ojos muy abiertos, la mandíbula desencajada y... ¡Uy,
estoy señalando la fuente como una turista en Roma!
—Estás guapísima —me asegura Cole, y luego añade—: además, si la mierda
se tuerce, espero totalmente que me cubras las espaldas como yo te cubrí las
tuyas con el trato de Paisley.
Lo miro boquiabierta, repasando todas las formas en que se ha portado como
un superhéroe por mí, incluida la falsa proposición de matrimonio, y
pensando en cómo hacerlo yo misma.
—¿Quieres que te pida matrimonio? — murmuro confundida.
—Quiero decir que tendrás que decirles que soy un imbécil que te chantajeó
para que vinieras —corrige con una sonrisa socarrona—. Tengo una
reputación que mantener.
Y vuelvo a recordar que no deja entrar a nadie. La verdad es que no.
Pero está aprendiendo a hacerlo conmigo.
—Tu secreto está a salvo —ofrezco, cerrando los labios y tirando una llave
imaginaria.
Cole aparca, abre la puerta y me acompaña hasta la escalinata. Llama a la
puerta, pero me rodea la cintura con el brazo y me aprieta la cadera. Lo miro
rápidamente, pero su rostro está completamente inexpresivo, como si no
acabara de hacer eso, como si no supiera que eso hace que lo desee, como si
no estuviéramos entrando en un mundo extraño que no puedo imaginar. Le
dijo a Paisley que eso lo castigaba. Bueno, creo que ahora también me está
conectando a tierra, porque, aunque mi corazón se acelera, consigo respirar.
Un hombre mayor abre la puerta y nos deja pasar. Tendrá unos sesenta años,
el cabello rubio, una sonrisa amable y unas arrugas que me indican que ha
pasado buena parte de su vida al sol.
—Hola, Ira. ¿Cómo estás? —Cole le pregunta al hombre.
Se dan la mano como viejos amigos, pero Cole no mencionó a nadie llamado
Ira, así que no estoy segura de quién es este hombre para él hasta que Cole
me hace un gesto.
—Janey, este es Ira. Técnicamente, es el encargado de la casa. Sobre todo,
evita que mamá llame a la policía a diario ayudándome a entrar y salir sin
peligro. Ira, ella es Janey. Ella es la razón principal por la que me meto en
problemas estos días. —Se ríe a carcajadas, e Ira también lo hace, su
camaradería es obvia.
—Yo no te meto en líos —empiezo a argumentar, y luego concedo—: Bueno,
hubo aquella vez...
Cole levanta una ceja irónica hacia mí y yo me callo porque, en realidad, no
se equivoca.
—Encantada de conocerte, Ira —le digo al hombre sonriente que mira de Cole
a mí con alegría en sus ojos oscuros.
—Igualmente, Janey. —A Cole le dice—: Todos están en el salón. ¿Quieres
que abra la puerta lateral por si acaso?
Cole suelta una carcajada.
—Ya no es necesario. Pero gracias.
Cogidos de la mano, atravesamos el vestíbulo de baldosas de mármol y
entramos en el salón. Contengo la respiración, esperando que la llegada de
Cole sea una gran entrada. Pero me sorprende lo familiar que me resulta,
porque entramos en el salón y nadie reacciona lo más mínimo, hasta que Cole
se aclara la garganta.
—¡Cole! Has venido —dice sorprendida una mujer. Se abalanza sobre él,
encantada, y extiende los brazos para abrazarle. Supongo que es la madre de
Cole, porque él le devuelve el abrazo con facilidad—. ¿Y has traído... a una
amiga? —añade un instante después. Obviamente, no me esperaba a mí, pero
tampoco a Cole, a pesar de que él describió esto como una cena familiar
obligatoria.
—Ella es Janey. Janey, ella es mi mamá, Miranda.
Le tiendo la mano, pero parece que Miranda abraza a todo el mundo, porque
también me rodea los hombros con los brazos y me da unas palmaditas
suaves en la espalda.
—Encantada de conocerte, Janey —me dice con una sonrisa radiante. Me
recuerda a una madre de televisión de los años ochenta: cabello rubio
perfectamente peinado, pantalones elegantes y jersey de verano, zapatos
planos de diseño y un aura acogedora.
— Igualmente —le respondo mientras me suelta.
Después, por supuesto, conozco a Kayla. Es obvio quién es porque es casi
idéntica a Cole, como si fueran la misma persona en diferentes fuentes: un
hombre, una mujer. Lleva el cabello largo con ondas playeras sueltas por la
espalda, sus ojos azules bailan de emoción y su vestimenta no es nada
informal. Parece haber venido directamente de la sala de juntas a cenar con
un vestido gris ajustado y unos tacones de aguja negros.
—Soy Kayla y, lo creas o no, he oído hablar mucho de ti —me informa, aunque
la mirada socarrona que lanza a Cole dice otra cosa. Supongo que sus
definiciones de “mucho” son probablemente un poco diferentes—. Supongo
que has seguido mi consejo y la has llamado —presume.
Cole responde crípticamente:
—No podrías estar más equivocada si lo intentaras.
La situación del acoso no parece una conversación educada, ni algo que Cole
quisiera compartir, dadas sus evasivas maniobras verbales, así que me lanzo
con una sonrisa brillante y ofrezco:
—Hemos vuelto a conectar. Eso es lo que importa.
Kayla asiente, casi satisfecha.
—Lo acepto.
Cole señala alrededor de la habitación, presentándome a todos los demás.
—Cameron y su hija, Gracie. Carter y Luna. Chance y Samantha. Y mi padre,
Charles. —Saludo a todos con la mano, quizá con un poco más de entusiasmo
a Samantha después de la historia de Cole sobre lo que dijo en su primera
cena familiar. Espero que la mía no sea tan dramática, pero también me
gustaría ser su amiga.
—Hola a todos. Encantada de conocerlos —digo mientras miro a mi alrededor.
Aunque Miranda también es rubia y de ojos azules, los hermanos de Cole
parecen calcados de su padre, con algo en sus miradas curiosas y
calculadoras que recuerda perfectamente a las de Charles. Gracie es mona
por lo que veo, pero sólo puedo verle la parte superior de la cabeza porque
está metida de lleno en un videojuego en un iPad, haciendo efectos de sonido
mientras destruye algo en la pantalla con lo que supongo que es algún tipo
de blaster. Ahí están Luna y Samantha, una al lado de la otra como mejores
amigas. Toda la pandilla está aquí, excepto... Kyle. Pero Cole dice que,
mientras él suele salir temprano, Kyle llega tarde, y suele aparecer para el
postre y un poco de jaleo.
—Siéntate, querida. Cuéntanos todo sobre ti. Quizá haya algo que mi hija no
sepa ya —dice Miranda amablemente, burlándose de Kayla. La mirada de una
mujer a la otra está llena de amor y humor, algo que, sinceramente, nunca
había experimentado con mi propia madre. Un puñal de celos se clava en mi
corazón.
—Nada de interrogatorios —gruñe Cole, aunque nos lleva a un sofá donde se
sienta a mi lado, con las rodillas en contacto y el brazo echado sobre el
respaldo para protegerme.
Juro que todo el mundo nos mira como si fuéramos exhibiciones en un zoo e,
inconscientemente, me hundo un poco en el costado de Cole, lo que hace que
él tire aún más de mí. Para cuando nos ha colocado, estamos pegados, cadera
con cadera, muslo con muslo, rodilla con rodilla, y mi hombro está frente a
su pecho. Estoy a medio escalofrío de estar literalmente en su regazo, lo que
sólo hace que su familia se quede más boquiabierta.
Pero respetando el decreto malhumorado de su hijo, Miranda redirige la
conversación.
—Bien, estábamos hablando de la boda. Chance y Samantha están a unos
días de darse el 'sí, quiero' —me informa, introduciéndome educadamente en
la conversación familiar.
Asiento y sonrío a Samantha.
—Felicidades.
Al mismo tiempo, Cole le informa:
—Ahora tengo una acompañante.
Me palmea la cadera y juro que me derrito más rápido que el hielo en un día
de verano. Pero...
—Oh, está bien —argumento—. Estoy segura de que ya has hecho los arreglos
de los asientos y los números del catering. No quisiera imponerme ni nada
por el estilo, sobre todo con un añadido de última hora. No puedo imaginar
lo estresada que debes estar. No es que parezcas estresada —corrijo
rápidamente, horrorizada por mi boca desbocada—. Estás preciosa. Pero las
bodas son... mucho.
Cole se inclina y, aunque está cerca de mi oído, no susurra. Lo
suficientemente alto como para que todos lo oigan, dice:
—Fui contigo a tu fiesta familiar, que fue casi un infierno, así que puedes
venir a la mía y salvarme de ellos. Lo justo es justo. —Desvío la mirada hacia
él, fulminándole con la mirada por su grosería, pero me detengo al ver la
chispa que ilumina sus ojos azules. Veo incluso una pequeña sonrisa. Está
bromeando, tanto sobre su familia como sobre cualquier situación de boda
entre nosotros.
Pero ellos no ven eso. Ven al imbécil gruñón y nada más.
Sin captar el humor de Cole en lo más mínimo y malinterpretando
definitivamente su sonrisa, Samantha interviene:
—¡Maldita sea, Cole! No le gruñas. Ya es bastante difícil caerle bien. No lo
hagas más difícil. —Luego, dirigiéndose a mí, añade—: Janey, por supuesto
que eres bienvenida. El Vanisher siempre tenía un acompañante. Sólo que no
pensamos que lo usaría. Pensamos que tendríamos suerte si aparecía. —
Lanza la sombra con más habilidad que un paraguas, y también con una
sonrisa mortal de falsa inocencia.
Me gusta, pero teniendo en cuenta su objetivo, no me gusta también. Esto va
a ser complicado.
—Dije que estaría allí -—refunfuña Cole.
Dada la mirada incrédula que le lanza Chance, sospecho que Cole dice eso
sobre muchas cosas y luego se escapa en el último segundo. Es probable que
sea por trabajo, pero apuesto a que es más a menudo que quiere evitar a la
gente y ellos lo toman como algún tipo de flaqueza o comentario sobre dónde
están con él.
Aquí es tan incomprendido como yo en mi propia familia, pero su familia es
diferente de la mía, y tengo que recordarlo. La mía no me quiere más que
como un blanco conveniente. La familia de Cole lo quiere. Eso es obvio.
Simplemente no lo entienden.
Pero su madre estaba visiblemente emocionada de verle esta noche. Kayla le
animó a que me llamara porque sabía que le haría feliz, y ella quiere eso para
él. Incluso los hermanos de los que Cole se mantiene al margen me observan,
analizando si soy un buen riesgo o un mal riesgo para su hermano porque se
preocupan por él. No puedo hablar de Charles, ya que no ha dicho ni una
palabra desde que entramos, pero un imbécil en una familia de siete es una
estadística bastante buena.
No son perfectos, pero ninguna familia lo es. Están formadas por personas
imperfectas que se quieren imperfectamente. Pero a veces, valen la pena,
como en el caso de Cole.
Apuesto a que, si puedo llevar a Cole a la boda, puedo ayudarles a ver lo
increíble que es. Porque a pesar de sus bromas sobre querer salvarse de ellos,
es obvio lo mucho que le importa su familia también. Cada historia que ha
contado sobre ellos lo ha dejado muy claro. Está orgulloso de ellos, los quiere
e incluso los protege, se den cuenta o no.
—Gracias. Me encantaría ir —le digo a Samantha, poniendo en marcha mi
plan Cole: Reconociendo lo Asombroso.
Una vez establecidos, todos se lanzan de cabeza a hablar de la boda: qué van
a llevar puesto, dónde se supone que deben estar y a qué hora, qué se espera
de cada uno, y mucho más. Me siento y observo, canalizando los consejos de
vigilancia de Cole para escuchar y aprender. Sorprendentemente, son tan
interesantes que no creo que me quede callada ni una sola vez.
—¿Puedo verles en mi despacho antes de la cena, caballeros? —Charles dice
a mitad de la conversación nupcial.
Cameron se levanta de un salto como si esperara la pregunta. Carter y
Chance se levantan más despacio, ambos dando besos a sus respectivas
novias: Carter en la frente de Luna y Chance en los labios de Samantha, a la
que luego pasa el pulgar por encima levantando una ceja. La mirada que se
cruzan es más ardiente que un volcán.
Cole suspira pesadamente mientras me aprieta la mano. No quiere dejarme,
pero estaré bien. No es que su familia vaya a comportarse peor que la mía.
No corro peligro de que me ataquen, ni verbal ni físicamente. O al menos no
lo creo, así que le sonrío animándole mientras se levanta. Además, esto me
dará la oportunidad de profundizar en la fase uno de mi plan.
—¿Tienes el spray para osos en el bolso? —se burla con cara seria.
—Sí. Mi puntería también es certera —respondo con una sonrisa porque los
dos sabemos que eso no es cierto en absoluto.
Cuando los chicos se van, Miranda también se levanta.
—Gracie, vamos a ver cómo va la cena. Quiero asegurarme de que tenemos
tus nuggets de dinosaurio en el horno.
La niña no levanta la vista del iPad, pero debe de haberlo oído porque se
levanta robóticamente y, de alguna manera, sigue a Miranda fuera de la
habitación sin chocar con ningún mueble o pared.
Lo que me deja con Luna, Samantha y Kayla. Y por la forma en que me miran,
no estoy preparada para esta conversación. ¿Quizás debería haber traído mi
spray para osos? Si no fuera por protección, podría repartirlos como
recuerdos de la fiesta y tal vez les caería bien.
—No pasa nada, no mordemos —me tranquiliza Luna con una sonrisa que le
llega hasta los ojos, que están detrás de unas gruesas monturas negras que
le dan un aire ligeramente nerd.
Samantha se burla.
—Habla por ti, chica. Chance tiene marcas de dientes en el culo mientras
hablamos. —Se me abren los ojos de golpe y añade—: Pero sólo le muerdo. La
mayor parte del tiempo. A él le gusta así.
Luna le da un manotazo en el brazo y la regaña:
—No la asustes.
Samantha se encoge de hombros, sin inmutarse por el reproche.
—Sólo estoy siendo sincera. A veces, hay que callarse y lo único que
amortigua un llanto es tu propio brazo. Y un pequeño mordisco es un
comportamiento perfectamente normal y natural que remite a nuestras
naturalezas primitivas.
—Señoras —Kayla chasquea—, tenemos poco tiempo antes de que vuelvan.
Luna y Samantha entienden perfectamente a Kayla, y las tres se vuelven
hacia mí con una sola mirada. Han parecido simpáticas toda la noche, pero
la petición de Cole de no interrogarme quedó anulada en cuanto Miranda se
marchó en busca del dinosaurio perfecto, y todos lo sabemos.
—¿Qué quieres saber? —pregunto, pensando que podría afrontarlo de frente.
Cole dijo que su familia no lo conoce realmente, y esta es mi oportunidad de
ayudar con eso y mostrarles que realmente es un gran tipo. Sobre todo.
—Todo —admite Luna en una larga exhalación—. Empieza por cómo se
conocieron.
Samantha asiente, señalando a Luna en plan.
—Sí, lo que ella ha dicho —así que le explico la broma del spray para osos
que hizo Cole—. Al principio pensé que era un oso, así que tenía protección.
Pero encontrar a un extraño en tu cabaña en medio de la nada era aún peor
que un oso pardo, así que lo rocié con spray. Bueno, lo intenté, pero se me
fue un poco. —Muestro el arco que tomó el spray, cayendo al suelo sin éxito—
. Me persiguió, se me cayó la toalla y me quedé con el culo al aire -sé que no
es la expresión, pero es como lo decía de niña y se me quedó grabado, así que
siempre lo digo así-. En fin, corrí al baño y me encerré. Él me gritaba y
golpeaba la puerta como si fuera a arrancarla de las bisagras porque creía
que yo había forzado la puerta. Resulta que los dos estábamos equivocados y
hubo una confusión en las reservas. Se ofreció a pagarme las vacaciones si le
dejaba usar la ducha todas las noches, lo que me pareció súper generoso, así
que le dije que podíamos compartir la cabaña. —Cuento toda la historia de
un tirón, con todas las mujeres pendientes de cada una de mis palabras, y
termino encogiéndome de hombros como si fuera una historia de encuentro
perfectamente normal.
—¿Entendieron todo eso? —pregunta Luna con la boca abierta, sin dejar de
mirarme. Kayla asiente con la cabeza y Luna añade—: Creo que debería haber
grabado todo eso para poder reproducirlo a cámara lenta o algo así.
—Te acostumbras —le aseguro—. A Cole le gusta cuando divago.
Luna lucha contra una sonrisa mientras susurra:
—Apuesto a que sí. Alguien tiene que llevar la carga conversacional.
—Huh, dijiste carga —Samantha se ríe, pero casi instantáneamente, gime—,
Oh, Dios, estoy pasando demasiado tiempo con chicos de veinte años, ¿no?
Eso fue horrible.
—¿Así que estaban juntos en la cabaña? —Kayla pregunta, siguiendo con su
enfoque más serio de la recopilación de información.
—Sí, ¿Y en ningún momento pensaste... esto es una mala idea? ¿Dormir en
una cabaña en 'medio de la nada', como dijiste, con un neandertal gruñón un
pie más alto y más ancho que tú que ya había mostrado problemas de manejo
de la ira? —pregunta Samantha, que parece pensar que soy demasiado
estúpida para vivir. De repente recuerdo que es psicóloga y que
probablemente esté analizando mi (falta de) capacidad de autopreservación.
—Claro que sí, pero confié en mi instinto. Me di cuenta de que Cole era dulce
y amable, cariñoso y considerado. Quiero decir, tal vez no al principio, pero
había circunstancias allí. Después de eso, durmió en el sofá, me hizo café y...
Deberías haber visto lo gentil que fue poniéndome loción en la espalda cuando
me dio hiedra venenosa. —Expongo sus virtudes como si estuviera narrando
sus mejores momentos, pero parece que no me creen.
—Te froto loción en la piel —dice Luna distraídamente, y creo que es una cita
de una película antigua porque no parece su voz.
—¿Te empujó a la hiedra venenosa en primer lugar? —Samantha sugiere, y
me río ante la idea de que Cole me empujara a algún sitio.
¿Quizás a la cama?
Bueno, sí... eso estaría bien. Pero ese no es el tipo de empujón que Samantha
quiere decir.
—¿Qué? Pues claro que no. Estaba tumbada en él cuando
estábamos... —¡Uy! Me detengo bruscamente. Venderles la genialidad de Cole
no incluye decirles lo que hace. Lo ha mantenido en secreto
intencionadamente, y es su verdad compartirla. Así que no puedo decir que
estábamos espiando al señor Webster. En lugar de eso, continúo—: Uhm,
observando un búho que volaba por encima de mi cabeza. No me di cuenta
de que era hiedra venenosa cuando me tumbé. Probablemente aún no lo
haría, aunque Cole me haya dicho cuántas hojas tiene. Pero entre nosotros,
si alguien me mostrara dos fotos de plantas y me pidiera que identificara la
que me convirtió la espalda y la cadera en parches escamosos de un picor
infernal, no tendría ni idea.
—¿Tumbados en el bosque, observando a un búho? —Kayla repite dubitativa.
—Sí, eso es lo que estábamos haciendo —confirmo. Suena a mentira incluso
para mis oídos, pero dado el brillo de las miradas de las tres mujeres, no
sospechan que estábamos haciendo algo con el trabajo de Cole. Creen que
estábamos practicando “sexo en la naturaleza” cuando me expuse a la hiedra
venenosa. Como no quiero hablar más de eso que de su trabajo, me apresuro
a añadir—: Pero Cole me ayudó a levantarme, me puso loción de calamina en
todas las zonas a las que no llegaba y me cuidó mucho. Incluso me preparó
un baño de avena una noche.
Les miro expectante, esperando que ahora se den cuenta. Un imbécil no haría
eso. Es una prueba irrefutable de que Cole es increíble.
—Bien, aceptaré que estaba decente en el bosque —ofrece Kayla, con Luna y
Samantha asintiendo como si estuvieran de acuerdo—. ¿Qué pasó cuando
volviste? Lo vi en la cafetería y estaba muy mal, dándome el número de su
asistente en caso de emergencia y hablando sin parar de la persona que
conoció.
—¿Lo hizo? —Puedo sentir los corazones felices estallando en mis ojos ante
esa buena noticia. Cole ya lo había dicho, pero su versión sonaba menos
romántica que la forma en que ella lo cuenta.
—También me contó que tu familia de mierda te atacó por un ramo. Lo siento
por eso —dice.
—¿Qué mierda? —Samantha boquea, probablemente intentando imaginar
algo así en su propia boda y fracasando porque era una auténtica locura.
—Sí, no son geniales —admito—. Pero yo estoy bien. O estoy llegando a
estarlo. No son malas personas, pero eso no significa que sean buenas para
mí.
—Alguien ha estado haciendo su trabajo de terapia —elogia Samantha con
una ligera palmada estilo golf—. No conozco a tu familia, pero oyendo eso,
puedo añadir... es completamente aceptable apartar a gente de tu vida por tu
propia cordura. Joder, yo lo he hecho. Lo tóxico es tóxico, y no tienes por qué
seguir exponiéndote a residuos radiactivos porque compartas línea de sangre
con él.
Definitivamente está en modo psicólogo, pero también suena bastante
personal.
—Gracias. Cada día estoy mejor. Por supuesto, ayuda que nadie me haya
llamado desde la boda. Probablemente estén esperando a que me disculpe,
cosa que no está pasando.
Es un recordatorio para mí misma, uno que ya no he necesitado tanto.
Sinceramente, hace días que ni siquiera pienso en mi familia, y teniendo en
cuenta que probablemente sigan cotilleando sobre mi osadía de quedarme
con el ramo, eso dice mucho de nosotros dos.
—¡Sí! ¡Buena chica! —Samantha aplaude—. La paz no es fácil ni barata, pero
una vez que sueltas la guerra, sabiendo que es por última vez, te sientes muy
bien. —Se da palmaditas en el pecho con una sonrisa serena que sospecho
que se ha ganado a pulso, dado su comentario sobre apartar la toxicidad de
su vida, aunque sea un pariente de sangre.
Oh, sí, estoy bastante segura de que acabamos de hacernos amigas. ¿O
quizás es mi nueva terapeuta? De cualquier manera, o ambas, ¡Lo tomaré!
Me doy cuenta de que estoy bailando un pequeño baile feliz, dando golpecitos
con los pies en el suelo, cuando Kayla me llama la atención, levantando una
ceja perfectamente arqueada. Recuerdo que me hizo una pregunta.
—Ah, sí, cuando volvimos. Bueno, no nos fuimos en los mejores términos. Me
dio su tarjeta con su número de teléfono —revelo con cuidado, teniendo en
mente la privacidad de su negocio.
Como era de esperar, jadean.
—No lo hizo —dice Luna.
Samantha y Kayla hablan entre ellas, pero es una versión de “qué idiota”, sólo
que significativamente menos educada.
Me siento como si estuviera cotilleando con las chicas... en el buen sentido,
como cuando todas las enfermeras se reúnen en el mostrador para quejarse
de la administración. Creo que estamos forjando amistades con cada palabra
y me alegro mucho.
—Lo sé, ¿Verdad? —Estoy de acuerdo, poniendo los ojos en blanco—. Fue
una tontería, pero fue por una buena razón. De todos modos, tengo una amiga
que forma parte del FBI, la oficina femenina de investigación. Me ayudó a
localizarlo y me presenté sin avisar. Se sorprendió, como poco. —Me río,
recordando la expresión de su cara, que era más bien una combinación de
cabreo y terror.
—¿Te estrechó entre sus brazos y te dijo cuánto te había echado de
menos? —pregunta Luna con aire soñador, imaginándose un reencuentro
muy distinto del que aparece en los libros que leo. O de lo que ocurrió en
realidad.
—No exactamente —respondo, pronunciándolo dramáticamente—. Fuimos
un desastre durante un tiempo. Él enloqueció, luego yo enloquecí. Luego se
presentó en mi casa, aunque no le había dicho dónde vivía. —Me encojo de
hombros ante lo absurdo de todo aquello.
Las cejas perfectas de Kayla saltan por su frente -las dos esta vez-, Luna se
queda boquiabierta y Samantha dice:
—Oh, diablos, no.
—Estuvo bien. Los dos nos pasamos un poco. Pero así somos, supongo —les
explico. No parece que entiendan nada, así que vuelvo a intentarlo—.
¿Conocen el dicho 'si quisiera, lo haría'? —Asienten con la cabeza, no muy
seguras de adónde quiero llegar y todavía preocupadas por la posibilidad de
que Cole aparezca en mi casa, cosa que admito que sería válida... si no fuera
Cole—. Digamos que Cole quiere. Después de toda una vida de gente que no
me quería, o que sólo me quería cuando les convenía, él es atento de una
forma que ni siquiera había soñado y que, desde luego, no creía que ningún
hombre fuera a serlo. Es... dulce, intensamente dulce y callado, pero atento,
lo asimila todo y ve cosas que otros no ven. Me... ...ve a mí. —La confesión es
más significativa de lo que esperaba, pero es innegablemente cierta.
» Los dos hemos dado algunos pasos en falso —admito—, pero no me cabe
duda de que su corazón está en el lugar correcto, y siempre... intenta
demostrarme que le importo. Profundamente.
Eso no es suficiente para describir cómo este hombre que es gruñón, cortante,
y raya en la completa estupidez con todos los demás es más que amable
conmigo. Conmigo. Conmigo. Pero espero que sea un comienzo para que vean
que tal vez lo que siempre han pensado no es realmente cierto. O al menos,
ya no lo es.
Puede que Cole haya sido el chico que se escabulló para evitarlos a todos,
pero creo que en el fondo quiere formar parte de lo que ha llegado a ser su
familia. Sólo que no está seguro de cómo conseguirlo ahora que está fuera.
Unos pasos en el pasillo llaman nuestra atención, y todas nos giramos para
mirar, encontrando a los chicos volviendo de su conversación privada.
Chance parece furioso. En realidad, todos parecen enfadados, así que no creo
que su charla haya ido bien.
Cole viene a mi lado, moviéndome para que esté entre las otras mujeres y yo.
—¿Bien? —pregunta en voz baja, claramente preocupado por mí a pesar de
lo que acabe de pasar con su padre.
Sonrío y asiento tranquilizadoramente.
—Sí, les estaba diciendo lo increíble que eres.
Se ríe, profundo y bajo en su vientre.
—Sí, claro. Un desperdicio de aliento.
Pero dada la forma en que Kayla lo mira, como si lo viera por primera vez, no
creo que lo fuera.
—La cena está lista —dice Charles.
Pasamos a un comedor formal, que parece mucho menos cómodo que la sala
de estar, tomando asiento alrededor de una gran mesa rectangular puesta
con una hilera de cubiertos a cada lado de cada plato. Ahora sé por qué Cole
se sentía tan cómodo con el cubierto de la boda de Paisley. Su elegancia es
probablemente el lugar de picnic de su familia.
Mientras seguimos hablando de la boda, Samantha le recuerda a Grace lo
importante que es el papel de niña de las flores, y no puedo evitar comparar
la sonrisa de felicidad de la pequeña con la chulería de mi hermana por ser
dama de honor junior. Ahora que ha guardado su iPad, Grace es enérgica y
más mona que una cesta llena de gatitos. Creo que me va a gustar mucho.
—No te preocupes, chica. Yo me encargo —le dice Grace a Samantha,
sonando más como si tuviera quince años que los nueve que creo que tiene
en realidad—. Las dispersaré, no las lanzaré contra la gente, como la última
vez. —Ladea la cabeza pensativa, arrugando la nariz—. A menos que alguien
haga algo estúpido como acariciarme en la cabeza como un perro o
pellizcarme las mejillas y llamarme adorable. —Lo dice como si fuera el peor
insulto que alguien pudiera decirle—. En ese caso, definitivamente van a
probar estas manos. Y probablemente unos pétalos de rosa en la nariz.
—Trato hecho —aprueba Samantha, riendo de buena gana—. Si alguien me
hiciera eso, probablemente le daría una patada en los huevos.
—¿Qué? —balbucea Cameron, interviniendo por primera vez en toda la
conversación—. No le digas eso.
—La defensa personal es una habilidad necesaria para cualquier mujer, a
cualquier edad —le aconseja. A Grace le dice—: Protégete de cualquiera que
te haga sentir incómoda. No me importa quién sea. Si no te gusta, no lo
quieres y no eres un 'sí' rotundo, ellos son los que están equivocados. No tú.
—Es una niña, no sale con chicos de fraternidad en Tinder —argumenta
Cameron.
—Cierto —coincide Samantha—, y aquí es cuando los niños aprenden, para
que cuando entren en Tinder, sus límites estén solidificados y sepan lo que
es aceptable. Y lo que no.
Grace no es la única que pasa los ojos de Samantha a Cameron mientras
debaten. Todos estamos mirando.
—Bueno, cuando llamen del colegio porque ha pegado a un chico que estaba
ligando en el patio, les diré que vienes a recogerla. —Lo dice como una
amenaza, o al menos, como una molestia.
Samantha lo toma como una oportunidad de oro.
—Por favor, hazlo. Estaré encantada de enseñarles las intervenciones
apropiadas, ninguna de las cuales incluye 'los chicos son chicos' o excusar el
mal comportamiento. Y luego Gracie y yo nos tomaremos un helado y
hablaremos de las expectativas anticuadas y de cómo puede ignorarlas antes
de que la lleve al club y le presente a nuestro nuevo profesor de artes
marciales para una clase. En realidad, esa podría ser nuestra próxima cita de
chicas. ¿Qué dices, Gracie?
Pensé que quería ser amiga de Samantha. Creo que quiero ser ella. Es una
bestia.
Grace parece emocionada, pero dirige una mirada insegura a su padre, no
segura de poder mostrar sus verdaderos sentimientos. Cameron suspira y le
dice a su hija:
—No tires los pétalos. Haz lo de dejarlos caer por el pasillo como se supone
que debes hacer. —A Samantha le añade—: A menos que sea una expectativa
anticuada que te gustaría que ella ignorara. —Se vuelve a quedar callado.
Tiene los labios apretados en una fina línea, la espalda recta y los hombros
anchos, y los ojos azules fríos como piedras.
Intento pensar en lo que Cole ha dicho de Cameron, pero no se me ocurre
nada más que es el mayor y el segundo de su padre, lo cual no es un cumplido
a los ojos de Cole. Pero entiendo por qué lo dice, porque Charles está en
silencio dominando la mesa con la misma expresión severa.
—Papá, ya he hecho esto antes. Sé cómo hacerlo —le tranquiliza Grace, que
de repente suena madura de una forma totalmente distinta. Me pregunto con
qué frecuencia pasa de ser una preadolescente descarada a ocuparse de los
sentimientos de su padre.
—Por supuesto —asiente Cameron, sonriéndole cariñosamente—, será
perfecto.
Poco a poco, la conversación se reanuda.
—Pan —dice Cole en un momento dado, poniendo otra rebanada en mi plato
justo cuando me meto en la boca el último bocado de la anterior. Mientras
observo a su familia, él me observa a mí, fijándose en cada una de mis
expresiones y movimientos.
—Gracias. Está delicioso. ¿Sabes cómo hacerlo? —pregunto en voz baja
mientras mastico el cielo de masa madre, con la intención de que quede entre
nosotros. Cole inclina la barbilla una vez, diciendo que sí y probablemente
poniéndolo en su lista de cosas por hacer para nuestra próxima cena en casa.
—¿Cole cocina? —Kayla pregunta, escuchándome.
Trago saliva, sintiendo de nuevo los ojos puestos en mí. Sobre todo, las chicas
me observan con interés, pero todos han oído a Kayla, así que respondo en
voz alta.
—Sí, es genial en la cocina. Menos mal, porque mi talento especial es quemar
agua —bromeo con sinceridad.
—Huh—dice con el ceño ligeramente fruncido. Casi puedo verla colocando
nueva información en un puzle ya existente, sustituyendo piezas que han
estado ahí durante años.
¡Mi plan está absolutamente, cien por cien, seguro que funciona!
Probablemente.
Capítulo 19

—¿Por qué tenemos que hacer esto otra vez? —Carter se queja. Está subido
a un pedestal con una mujer arrodillada a sus pies, así que se podría pensar
que está encantado con la situación. Definitivamente siempre ha sido del tipo
que aprecia un poco de adoración al héroe.
Por desgracia, la mujer no es Luna. Es el sastre.
—Estese quieto, por favor —murmura entre los alfileres de su boca.
Chance suspira y suelta:
—¿Tienes un traje burdeos? No lo creo. Así que deja a la mujer hacer su
trabajo y deja de ser una diva.
Maldición. El estrés de la boda debe estar afectando a Chance porque
normalmente es el más educado y bien hablado de todos nosotros. No puedo
recordar la última vez que fue tan insolente.
Incluso reprendido, Carter quiere decir la última palabra.
—Sólo digo que todos tenemos trajes negros. O trajes grises. Y están
perfectamente bien para una boda, así que me preguntaba ¿por qué no
podemos usarlos?
—Samantha quiere pantalones y chalecos burdeos, camisas marfil y corbatas
de flores —dice Chance, como si estuviera citando a su futura esposa.
—Y lo que Samantha quiere, Samantha lo consigue —ironiza Cameron.
Está cabreado porque le pusieron en su sitio en la cena de hace unos días,
pero Samantha tenía razón y todos lo sabíamos. ¡Joder, hasta él lo sabía! No
querría que a Gracie le faltaran al respeto y pensara que tenía que aguantarlo,
aunque tal vez debería haber un paso entre las palmadas en la cabeza y los
pelotazos. ¿Cómo un grito de “no me toques”?
Pero entonces me imagino a algún niño del colegio pellizcando las mejillas de
Gracie -ya sean las suyas, las de la cara o las del culo- y decido que Samantha
tenía razón. Si eso ocurriera, tendrían suerte de que apareciera ella y no yo.
Gracie es mi caballo de batalla. Ella es la que todos queremos. Cualquiera
que la lastime, muere.
Cameron es un buen padre, o eso quiere e intenta. Pero está destrozado por
la pérdida de su mujer, la madre de Gracie, y sólo por eso le resulta difícil
funcionar, y mucho menos funcionar al nivel que debería. No ayuda que
Gracie sea la viva imagen de su madre, y aunque era pequeña cuando murió,
de alguna manera también actúa como ella. Todos ayudamos en la medida
de lo posible, cubriendo a Cameron cuando es necesario y asegurándonos de
que Gracie recibe todo el amor que podemos darle, pero eso no compensa la
pérdida, y todos lo sabemos.
Sobre todo, Cameron lo sabe, y sé que eso le hace sentirse culpable. Eso, por
supuesto, alimenta sus demonios internos, porque él también siente esa
pérdida en su propio corazón, y todo el puto ciclo se perpetúa. En este punto,
podría tomar un ángel para dejarlo libre. O quitarle el palo del culo.
—¿Sobre esto? Por supuesto —responde Chance a Cameron. Señala con un
dedo acusador a Carter—. ¿Cuántas bodas has hecho? ¿Cuántas veces nos
has tenido a todos siguiéndote el juego? Lo único que te pido es que dejes de
quejarte y te pongas. La. Maldita. Borgoña. Joder.
Bueno, joder. Estoy impresionado. Chance es el mejor de nosotros, de verdad.
Es consciente de sí mismo, ayuda a los demás, marca la diferencia en el
mundo, y todo ese jazz. Rara vez maldice, así que, si se enfrenta a Carter de
esa manera y empieza a lanzar palabras de tres dólares, está furioso.
En solidaridad, decido ponerme el traje que Samantha quiere sin hacer
comentarios, con corbata de flores y todo. Miro a Kyle y veo que sonríe por
toda la situación. Debe de pensar que todo esto es divertidísimo, porque no
le gustan los trajes elegantes, los eventos serios ni las tradiciones vacías.
Se perdió por completo esa cena obligatoria porque le gusta hacer cosas que
cabreen a papá, y no presentarse a una comida familiar básicamente lo pone
en el número uno de la lista de mierda de papá. Pero como papá no va a venir
a las citas de prueba, Kyle llegó justo a tiempo, en su ruidosa moto, con unos
jeans sucios y una camiseta sin mangas, con barro en las botas y días de
desaliño en la cara. Dijo que había pasado la mañana “trabajando” y cuando
le preguntamos “¿en qué?”, sonrió y respondió “en casa de Maggie”.
Mis hermanos habían puesto los ojos en blanco y se habían quejado de que
él tuviera una última y mejor mujer que probablemente sólo duraría una
semana, y Kyle no lo había negado. Pero en secreto me mantengo al día con
mi familia, y sé que Maggie's House es la protectora de perros en la que Kyle
trabaja como voluntario, normalmente llevando a los perros de la protectora
a socializar con su perro, Peanut Butter, pero ocasionalmente trabajando en
la zona de la perrera. Lo que me hace esperar que eso sea barro en sus botas
y no mierda de perro.
Olfateo, no huelo nada asqueroso, así que las probabilidades de que sea tierra
son bastante buenas. Esta vez.
—¿Me toca a mí? —Kyle se ofrece mientras el sastre termina de medir a
Carter. Ella se sonroja cuando Kyle se quita las botas y se sube a su pedestal
con los pies en calcetines—. Haz lo peor... o lo mejor. Tú decides —le dice con
un guiño, y juro que ella se sonroja aún más. La mayor parte del tiempo, Kyle
es un noventa por ciento encantador de mierda y un diez por ciento un tipo
serio. De vez en cuando, eso cambia, pero le cuesta mucho ser sincero sobre
cualquier cosa, y el atuendo de boda no es suficiente para justificarlo.
Mientras Kyle se mide, me mira a los ojos en el espejo.
—Un pajarito me dijo que tienes un nuevo amor.
Ese pájaro se llama Kayla. Probablemente lo puso al tanto de todo lo que se
perdió en la cena. Odio que haga eso porque no es su maldita secretaria y eso
sólo le permite seguir defraudándonos.
—Sí. —Si quería más información, debería haber estado en la cena. Sé que
soy de los que hablan -bueno, bien, no de los que hablan, sino de los que
juzgan-, pero al menos aparezco. Puede que me quede en las afueras, no
comparta nada, y me vaya temprano, pero vengo por la mierda importante. A
diferencia de Kyle.
—Luna dijo que Janey te tiene envuelta alrededor de su dedo
meñique —ofrece Carter, moviendo su meñique en el aire—. Le preparas el
baño, le preparas la cena y te haces el héroe con grandes gestos delante de
su familia—. Casi puedo oír la descripción de Luna en sus palabras, pero
donde Carter lo hace sonar como si yo fuera un marica, apostaría mi nuez
izquierda a que Luna lo hizo sonar romántico. Es autora, y aunque está
especializada en novelas gráficas de acción, es una amante de corazón. Y
Carter tiene menos de cero espacio para darme mierda porque sé que Luna
lo tiene cantando canciones de Disney regularmente. ¿Envuelto? Sí, lo está.
Chance se ríe. —Según Samantha, eres un imbécil obsesivo que se la folló, se
largó y luego la acosó para recuperarla. Parecía pensar que una denuncia
policial y una posible orden de alejamiento eran buenas ideas.
Kyle está pendiente de cada palabra, y me pregunto cuál era la versión de
Kayla, pero no ofrece ningún detalle, sólo pregunta:
—¿Cuál es?
Con un indiferente encogimiento de hombros, admito:
—Ambas cosas.
Riéndose, Kyle dice:
—Suena bien. —Pero debe moverse con la risa porque sisea un instante
después y la costurera, que está a su espalda, hace una mueca de dolor.
—Lo siento —dice, con la boca llena de alfileres otra vez. Me pregunto si
alguna vez se habrá tragado uno. Parece una forma peligrosa de hacer su
trabajo, pero ¿qué sé yo?— Ya casi está.
—Ponme al día. ¿Cómo es ella? —Kyle pregunta.
—Lo más importante, es mía —digo. Kyle no puede evitarlo, las mujeres
acuden a él. Siempre lo han hecho. A lo largo de los años, sobre todo cuando
éramos más jóvenes, más de un par de ex novias me han preguntado si podía
quedar con él después de nuestra ruptura, a lo que siempre me he negado.
Que yo sepa, cuando una chica con la que he salido se le acercaba
directamente, Kyle también las mandaba a la mierda. Pero Janey es diferente
y no quiero malentendidos.
Kyle levanta ambas manos, haciendo que la costurera inhale bruscamente.
Creo que esta vez le pincha a propósito, pero él se lo quita de encima con una
mirada.
—No te preocupes, hermano. Me refería a... ¿cómo te ha puesto... así? —Hace
un gesto con las manos en mi dirección, indicando mi estado de ánimo, que
no es muy diferente del habitual.
Eso no es verdad.
Normalmente, me habría gustado ir el primero en las pruebas, salir pitando
y no joder con toda esta mierda del amor fraternal. Pero aquí estoy, yendo de
buena gana de último y pasando el rato con mis hermanos la mayor parte del
día. Todo el día. No puedo recordar la última vez que hice eso. Si alguna vez
lo hice.
Me quedo callado demasiado tiempo, pero mis hermanos son unos cabrones
pacientes y me esperan hasta que por fin admito:
—Ella es diferente. Ve el bien en todo, incluso en mí, y es agradable no pensar
que el mundo es una mierda para variar.
Nadie dice nada. Incluso la costurera se congela. Y todos los ojos están
puestos en mí.
Maldita gente molesta. Debería haber seguido con lo de siempre, hacerlo corto
e irme.
La sala estalla en alborotadas bromas en las que todos hablan por encima de
los demás.
—¡Joder, eso ha sido casi poético, hermano! —bromea Cameron.
—¿Ve algo bueno en ti? —Carter dice, haciéndolo sonar como si eso fuera
imposible.
—Ah Dio mío —murmura la costurera.
—Guau. —Corto y sencillo, al grano... eso es Chance.
Pero es Kyle quien responde con más sinceridad, sin que parezca que lo diga
de otra forma que no sea con amabilidad.
—No puedo esperar a conocerla.
Reconozco a Kyle con una inclinación de cabeza agradecido, ignorando el
revuelo de mierda de mis otros hermanos.
Después de un momento, Chance se aclara la garganta.
—Por mucho que odie interrumpir esta fiesta de amor, Marvin y Noah van a
llegar pronto. ¿Podemos por favor no actuar como nosotros delante de ellos?
Marvin es el padrastro de Samantha y Noah su hermanastro. Los padrastros
son nuevos. La madre de Samantha, Susan, y Marvin celebraron una
ceremonia en el juzgado hace unos cuatro meses y, por lo que he visto en mi
investigación, están absolutamente enamorados. Me alegro por ellos, sobre
todo porque se trata de un segundo matrimonio para ambos: el primero de
Susan acabó en un inesperado y feo divorcio, y la primera esposa de Marvin
lamentablemente falleció. Sin embargo, están aprovechando al máximo esta
nueva oportunidad de ser felices, combinando sus vidas y sus hijos (Noah,
Samantha y su hermana pequeña, Olivia) con la mayor delicadeza posible.
Nadie discute, así que Chance lo toma como un acuerdo a regañadientes por
parte de todos. Y no es demasiado pronto, porque la puerta principal se abre
y Marvin y Noah entran unos minutos después.
—¡Hola a todos! ¿Cómo va todo? —grita Marvin. Tiene una gran personalidad,
siempre sonríe y creo que nunca ha conocido a un extraño. La gente que no
conoce son sólo amigos esperando a ser conocidos.
O gente esperando para joderte, me digo automáticamente. Pero Marvin no
piensa así, y hasta ahora en su vida, supongo que le ha funcionado.
—¡Marvin! —responde Chance, acercándose al hombre con los brazos
abiertos. Se abrazan, y luego Chance abraza también a Noah, que es casi un
clon de su padre menos unos años y más unos centímetros de estatura—.
Gracias por venir. Kyle está terminando, luego le toca a Cole y después te toca
a ti.
Noah también forma parte del cortejo nupcial, que va a ser enorme. Chance
es un tradicionalista y quiere a todos sus hermanos a su lado, además de
Noah. Samantha tendrá un grupo grande a juego en su lado del pasillo: Luna
y Kayla, por supuesto, y Olivia, además de sus amigos, Jaxx y Sara.
—Me parece bien —responde Noah, tomando una silla para esperar su turno.
—Mientras esperamos, hay algo de lo que quiero hablarte —le dice Marvin a
Chance. Pero luego mira alrededor de la habitación—. Con todos ustedes. —
Tiene la cara de piedra, con una línea de preocupación entre las cejas.
—¿Qué ocurre? —dice Chance, instantáneamente en alerta máxima ante la
inusual expresión en el rostro de Marvin.
No pregunta directamente por Samantha, probablemente porque la ha visto
esta mañana, hace sólo unas horas, y lleva todo el día mandándole mensajes.
Pero las únicas personas que conseguirán que Marvin hable tan en serio son
sus chicas: Susan, Samantha y Olivia.
El tono jovial de Marvin se ha desvanecido, sustituido por una somnolencia
que parece extraña en el hombre.
—Recibimos una llamada esta mañana... de Glenn.
Los únicos que reaccionan son Chance, porque estoy seguro de que
Samantha ha hablado de su padre, y yo, porque, claro, investigué a toda la
familia de Samantha cuando ella y Chance se prometieron. Aprieto los dientes
para ocultar el golpe en las tripas. Chance no se molesta.
—¿Qué demonios quiere? —exige. De nuevo, para un hombre que no suele
maldecir, esto es un botón detonante que podría iniciar la Tercera Guerra
Mundial. Chance hará cualquier cosa por Samantha, incluyendo y no
limitándose a aniquilar a su padre por ella.
—Llevar a su hija al altar. —Marvin hace todo lo posible por mantener la
compostura al hablar del ex marido de su mujer, pero por dentro seguro que
hay lava a punto de estallar.
Glenn y Susan estuvieron casados durante años, pero como en demasiados
casos, ella llevaba el peso de todo su mundo sobre los hombros. Glenn lo dio
por sentado y empezó a engañarla, abandonando finalmente a su familia por
su amante sin mirar atrás. Hasta ahora, aparentemente.
—No. —La respuesta de Chance no deja lugar a interpretaciones, pero aun
así añade—: En absoluto. No fue invitado por una razón, y no va a entregar a
Samantha a ningún sitio.
—Lo sé —asiente Marvin—, pero quería que lo supieras porque Susan está
como loca, preocupada porque aparezca. —A todos nosotros nos dice—: Ahí
es donde entran ustedes. Históricamente, una de las funciones de los
padrinos era la de protectores. Si Glenn viene, todos tenemos que estar
preparados. No quiero que nada arruine el día de Samantha.
Para tener un padre de mierda, Samantha tuvo suerte con el padrastro.
—Por supuesto —jura Chance, luego mira alrededor de la habitación,
asegurándose de que estamos de acuerdo con el plan.
—¿Quieres que sea preventivo? ¿Encontrarlo, matarlo, mantenerlo alejado de
Samantha para siempre? Glenn Redding, ¿Verdad? —pregunto como si no
tuviera ya un archivo sobre el hombre.
Sé dónde vive y trabaja, dónde tiene el banco, su cuenta secreta de Tinder, el
nombre de su nueva esposa y qué días se acuesta ella con su entrenador, y
mucho más. Podría volar su vida en menos de un minuto desde donde estoy
sentado y salir limpio. O si lo necesitara, podría encontrarlo esta noche para
un acercamiento más práctico. Es sólo cuestión de tiempo de viaje.
Al darme cuenta de que mis hermanos me miran con extrañeza, me río como
si estuviera bromeando, aunque lo digo muy en serio. Chance es mi hermano
y, aunque no tengamos la mejor relación, me dejaré la piel por él y, por
defecto, por Samantha. Pero ya se preguntan a medias si soy un asesino a
sueldo, así que probablemente tomen mi oferta como genuina.
Que, esta vez, lo es.
—No creo que sea necesario —me responde Marvin, aunque Chance parece
estar considerándolo—. Susan hablará hoy con Samantha, se lo hará saber
con delicadeza, pero quiero que todo el mundo esté de acuerdo.
—De la página uno al epílogo, mantén a Samantha fuera de prisión —dice
Chance.
Honestamente, probablemente tenga razón. Si Glenn aparece, no seremos
nosotros los que protejamos a Samantha de él. Será al revés. Samantha
probablemente pueda herir a su padre de formas mucho más creativas que
yo. La mayoría de ellas podrían incluso ser legales.
Terminamos nuestras pruebas y, como estaba previsto, me quedo quieto y no
digo ni una palabra, ni siquiera sobre los calcetines de flores que combinan
con la corbata. Cuando salimos por la puerta, acorralo a Chance.
—Avísame si necesitas algo. Entre nosotros. —Le dirijo una mirada mordaz
y, aunque tiene la mandíbula tensa por la frustración, asiente.
—Gracias. —Me tiende la mano y la estrecho con firmeza, un juramento
acordado entre nosotros sin necesidad de palabras.
Puede que no seamos íntimos, pero a la hora de la verdad, le cubro las
espaldas, sea lo que sea.
Capítulo 20

—¿Estás bien para conducir tú misma? —Cole lo confirma, aunque ya se lo


he dicho las tres veces anteriores que me lo ha preguntado.
Qué mono. Ha venido esta mañana con café, magdalenas y la seguridad de
que la boda de Chance no se parecerá en nada a la de Paisley. No dudo de
que sea cierto, pero Cole parece preocupado de que vaya a abandonarlo como
el drama de Paisley ha contaminado las bodas para siempre para mí. Poco
sabe él, estoy emocionada por lo de hoy. ¿Otra boda con él, con su familia?
No puedo esperar.
Está recostado en la encimera de mi cocina, con un tobillo cruzado sobre el
otro, los brazos cruzados sobre el pecho y un ceño preocupado en los labios.
Me pongo delante de él, presionando mi cuerpo contra el suyo y depositando
un beso en sus labios, con la esperanza de darle la vuelta a ese ceño fruncido.
—Ya soy mayorcita. Puedo ir sola a una boda. Tienes cosas que hacer con
Chance antes de la ceremonia, y eso está muy bien. Te veré en la recepción.
Como respuesta, me rodea con sus brazos y me pone de puntillas para
reclamar mi boca en un beso lleno de promesas. No hemos vuelto a practicar
sexo desde que nos reconectamos, y siento la tentación de saltar sobre él
como un mono araña, rodearlo con las piernas y empalarme con la dureza
que noto tras su cremallera. Estoy lista, muy lista, incluso pensando que iba
a desnudarme junto a la puerta de mi casa después de nuestra cita con la
pizza cuando hablamos de todo. Pero no lo hizo entonces, y tampoco lo hace
ahora, sin hacer ningún movimiento para llevarnos más allá de donde
estamos y de lo que estamos haciendo, lo cual, hay que reconocerlo, es
estupendo.
Me besa hasta la saciedad mientras sus manos recorren mis curvas,
ahuecándome, apretándome y marcándome con su tacto hasta el punto de
que parece que está explorando mi alma.
Estoy esperanzada, gimiendo al sentirle entre nosotros, y aunque le he
agarrado la camisa, la suelto para deslizar las manos bajo la tela. Cuando
toco su piel y redescubro sus firmes abdominales, Cole gime. Entonces, lo
toco más, pasando mis cortas uñas por su pecho y bajando hasta el rastro de
cabello que desaparece en sus jeans.
Se estremece bajo mi contacto. Yo, Janey Williams, hago temblar a este
hombre, Cole Harrington, sólo con mis manos. Me siento poderosa, me siento
sexy, me siento... ¡caliente! Empiezo a desabrochar el botón de su cintura,
lista para tomar lo que quiero.
—Joder —gime—. Espera... para. . . para.
Me quedo helada.
—¿Qué? —susurro, esperando haberle oído mal. ¿Quizá está hablando solo?
¿Diciéndole a su polla que espere y tratando de evitar correrse demasiado
pronto? No puedo juzgar a un hombre por hablar solo, dados mis hábitos
verbales.
Envuelve su mano sobre la mía, sin retirarla, pero manteniéndome quieta con
la palma presionada sobre la gruesa cresta de sus jeans.
—Todavía no. Quiero tomarme mi tiempo contigo, no follarte y luego salir
corriendo.
Eso es dulce y todo, pero. . .
—¿Un rapidito? —pregunto esperanzada y lo siento saltar detrás de mi mano.
Al menos una parte de Cole está de acuerdo con la idea.
—No me gustan los rapiditos —dice, levantándome la barbilla con un
dedo—. No contigo, Janey.
Quiero poner mala cara, pero que él sienta que hay algo especial entre
nosotros hace que mi corazón también cante.
—¿Esta noche? ¿Puedes esperar? —murmura contra mi oreja, acariciando la
carne sensible con la nariz y mordisqueándome el lóbulo con los dientes—. Si
no puedes, me ocuparé de ti y me iré con tu sabor en mi lengua y mis dedos.
¿Necesitas eso?
Escucho lo que promete. No es sexo. Me dará placer, probablemente
dejándome pegajosa y felizmente exhausta de orgasmos, pero no se dejará
venir. No tiene tiempo, no si quiere llegar con su hermano cuando se supone
que debe hacerlo, y necesita hacerlo. Es importante que vean los esfuerzos
que hace por ellos.
Quiero decir que sí. Tocándome con pensamientos sobre Cole en los últimos
días no es nada comparado con la forma en que Cole trabaja mi cuerpo. Pero
el egoísmo no es lo que soy.
—Si tú puedes esperar, yo también —respondo, intentando convencerme de
que creo en mis propias palabras. Pero oigo el temblor de mi voz al hacerlo.
Cole sonríe y me pasa el pulgar por el labio inferior hinchado.
—¿Ahora quién es el gruñón? —bromea, pero parece tan decepcionado por la
espera como yo. Me besa de nuevo, pero esta vez es suave y tierno, para no
aumentar el calor que ambos intentamos sofocar. Es una disculpa y una
promesa. Un continuará.
Su teléfono suena con una alarma, interrumpiendo incluso nuestros
pequeños besos, y sé que he tomado la decisión correcta. Tiene que irse, pero
se toma su tiempo para apretar su frente contra la mía.
—¿Me mandas un mensaje cuando llegues?
Sonrío.
—Estaré bien. Puedo manejarlo... —Me detengo cuando me lanza una mirada
mordaz y bromeo—: ¿O podrías ponerme una AirTag si lo prefieres?
—No me tientes, mujer.
Bien, eso debería ser preocupante. Samantha la Terapeuta me aconsejaría
que huyera de ese tipo acosador. Entonces, ¿por qué la naturaleza obsesiva
de Cole me parece romántica? Probablemente no estoy bien, y es probable
que sea por mi trauma infantil, pero sea lo que sea, no me importa cuando
me mira como si yo fuera todo su mundo.
Y no es que no me haya planteado ya que se va a ir a trabajar y no voy a saber
dónde está y me he asustado por ello.
—Te mandaré un mensaje —juro.
Dejar a Janey esta mañana sin hundirme en ella es lo más difícil que he
tenido que hacer nunca. Ni siquiera podía ajustarme los jeans sin miedo a
salir disparado como un fuego artificial. Pero tengo que reunirme con mis
hermanos.
Hoy es uno de los días más importantes de la vida de Chance, y voy a estar a
su lado en solidaridad. Aunque nunca se lo diría -porque las palabras y las
personas-, Samantha es demasiado buena para mi hermano. No porque sea
un mal tipo. Es genial, de hecho, pero Samantha está en su propia liga y
Chance no podría haber encontrado una compañera mejor para crear un poco
de caos en su rígida, planificada a la enésima potencia, vida programada.
Como demuestra el lugar elegido por Samantha para celebrar la boda.
Hace años, Chance fundó una especie de club. Es en parte asesoría, en parte
gimnasio, en parte superación personal, y todo su orgullo y alegría. Llamado
Gentlemen's Club, era todo un festival de pollas hasta que llegó Samantha y
empezó a dar clases sobre citas, relaciones, sexo y más a los socios. Ahora,
los dos pasan casi todo el tiempo que están despiertos dentro de las paredes
del club, así que uno pensaría que querrían otro lugar, cualquier otro lugar,
para su boda.
Diablos, con Chance financiándolo o mamá y papá arrimando el hombro, la
boda podría ser en el Ritz-Carlton si Samantha lo pidiera. Pero no. Ella quiere
decir sus votos en el lugar más importante para ellos: el club. Chance contrató
a un coordinador de bodas y a un diseñador para convertir el gimnasio
interior en un espacio para la recepción y el campo de pelota exterior en un
espacio para la ceremonia, pero nunca será tan lujoso como un lugar de
bodas normal. Pero eso no es lo que les importa a Chance y Samantha, y me
alegro. Para mí, eso demuestra que, aunque sean tan diametralmente
diferentes en la superficie, debajo de todos los adornos, valoran las mismas
cosas.
Aparco en el solar vacío de al lado -una compra en la que Chance invirtió
recientemente para una posible futura ampliación del club-, observando los
autos y camiones que ya están aquí. Parece que soy el último Harrington en
llegar, así que menos mal que no me he quedado en casa de Janey. Aunque
realmente me hubiera gustado.
Atravieso las grandes puertas dobles y miro la escultura dorada de la cabeza
de león que hay sobre ellas. Puede que Chance sea práctico y un poco
estirado, pero sabe cómo representar, y el león es una especie de mascota del
club.
—¿Hola? —grito—. ¿Dónde están todos?
—¿Cole? Por aquí —grita Chance. Sigo su voz y paso junto a un equipo de
personas que están ultimando la decoración. Me parece que tiene buena
pinta, con flores, luces y docenas de mesas redondas ya preparadas para la
cena.
Al final del pasillo, encuentro a los chicos en lo que supongo que es un aula,
dadas las pilas de sillas en una pared. Parece que se están preparando... con
vasos de líquido ámbar en las manos. Chance me pasa uno a modo de saludo
y luego levanta el suyo en el aire.
—Chicos, quiero decirles lo mucho que significa para mí que estén aquí —
empieza, sonando ya emotivo para ser tan temprano en las actividades del
día—. No estaba seguro de que llegaríamos a este punto. Ya saben cómo es
Samantha.
Nos reímos de buena gana, recordando la vez que nos reunimos todos así
para hablar de su relación y Chance había confesado que estaba
desesperadamente enamorado de Samantha, pero que era incapaz de
decírselo porque ella es una estrella del atletismo, una corredora certificada
de cualquier cosa que se parezca al amor, las relaciones y el compromiso.
Bueno, lo estaba. Creo que ahora, en lugar de huir, correría directamente
hacia Chance en cualquier situación. Aunque él la cagara, ella lo perseguiría
para patearle el culo, no para echarlo a la calle.
—Pero aquí estamos, y estoy agradecido por todos y cada uno de
ustedes—. Chance choca su copa con la mía y recorre la sala hasta
saludarnos a todos.
—Por Chance y Samantha —dice papá, y nos hacemos eco del brindis antes
de tragarnos el chupito de un trago. Chance debe de haber comprado whisky
del bueno, porque el whisky es suave como la seda y me calienta la barriga.
El tiempo pasa volando mientras nos preparamos y, antes de darme cuenta,
es casi la hora de salir y mi teléfono suena en el bolsillo trasero. Cuando lo
compruebo, encuentro un mensaje de Janey. Está aquí. Sonrío, contento de
que me haya mandado un mensaje y no lo haya ignorado como si fuera una
prepotente.
—Oye, Chance, voy a buscar a Janey. Vuelvo enseguida. —Él asiente, en
medio de posar para algunas fotos escenificadas de sus calcetines y mellizos.
¿Esto es algo? ¿Fotos de los calcetines del día de la boda? ¿Quién querría eso
y por qué? No estoy seguro, pero al menos me da el momento de escabullirme.
Salgo por una puerta lateral, rodeando el edificio para no tener que abrirme
paso entre los invitados que van llegando, y entro en el aparcamiento. El auto
amarillo brillante de Janey es fácil de ver, y su cabello rojo aún más.
Me acerco sigilosamente por detrás y le rodeo la cintura con los brazos. Chilla
y se contonea salvajemente antes de darse cuenta de que soy yo.
—Hola —Le gruño al oído mientras vuelvo a ponerle los pies en el suelo y me
aseguro de que se mantiene firme sobre los tacones antes de soltarla.
Se gira, con fuego en los ojos y una sonrisa en la cara.
—¿Qué haces aquí? Me has asustado.
—Tengo ese efecto —acepto solemne, y ella se ríe—. Quería acompañarte y
asegurarme de que estás instalada.
Sonríe como si el simple gesto significara mucho. Para ella, sí. Para mí, es lo
menos que puedo hacer, ya que la invité como acompañante, pero asistiré de
pie a la ceremonia.
—Estás preciosa.
Lleva el mismo vestido de satén gris que usó en la boda de Paisley, que era
precioso en ella entonces, pero ahora que sé lo fácil que es desabrochar un
pequeño lazo y acceder a todo su cuerpo... es jodidamente impresionante.
—Tú también —dice, mirándome de arriba abajo.
—Es rosa. Y floral —me quejo. Pero no lo digo en serio. Me importa un bledo
lo que me pongo mientras sea funcional. Y hoy, la función es “no molestar a
Samantha” y hasta ahora, está funcionando.
—Lo haces parecer varonil y sexy —gruñe Janey, imitándome salvo por la
cara excesivamente mohína—. Pero creo que te prefiero en jeans y descalzo...
o sin nada—. Sus ojos grises brillan mientras me mira con las pestañas.
Gimo, contando las horas que faltan para que podamos largarnos de aquí y
volver a casa de Janey. O a mi casa. O al hotel más cercano. O a cualquier
sitio del que no tengamos que salir en los próximos tres o cuatro días
laborables.
Se ríe y me da unas palmaditas en el pecho. —Venga. Cuanto antes empiece
esto, antes acabará.
Juro que me lee la mente.
Atravesamos el aparcamiento en dirección a la puerta, pero me detengo
cuando veo a un hombre y una mujer saliendo de un auto a la izquierda.
—Mierda.
—¿Qué pasa? —pregunta Janey, congelándose automáticamente a mi lado.
Me pongo delante de ella y le explico rápidamente.
—Son Glenn, el padre de Samantha, y Ashley, su amante convertida en
esposa. No pueden estar aquí.
Sus ojos se entrecierran, inmediatamente conmigo.
—¿Qué quieres que haga?
Estoy seguro de que, si se lo pidiera, Janey saltaría a la espalda de alguien
como un labradoodle exagerado y utilizaría sus movimientos no karatecas
para intentar luchar contra ellos. Pero necesito un apoyo más sustancial para
evitar un problema mayor. Considero enviar a Janey, pero sé dónde están los
chicos. Podría perderse en el laberinto de pasillos o entre la multitud.
—Entretenlos. Vuelvo enseguida.
Le dirijo una mirada mordaz y ella asiente, así que salgo corriendo hacia la
puerta lateral por la que entré hace un momento. Dentro, asomo la cabeza en
la sala de espera, manteniendo la voz baja para no llamar la atención de todo
el mundo. Sólo necesito a una persona.
—Kyle.
Levanta la vista y debe de ver algo en mi cara, porque deja inmediatamente
su bebida y se dirige hacia mí. Una vez alejado de otros oídos, pregunta:
—¿Qué pasa?
—Glenn.
Es todo lo que tengo que decir para que Kyle esté listo. Hay una razón por la
que lo agarré a él y no a uno de mis otros hermanos, que son más del tipo
pulido, usan palabras. ¿Kyle? Si no puede seducirte para que hagas lo que él
quiere, no tiene reparos en golpearte hasta que tomes la decisión correcta.
Espero que no llegue a eso, pero si lo hace... Él es a quien quiero a mi lado.
Salimos a toda velocidad y trotamos alrededor del edificio en cuanto nos
alejamos.
—Ahí —le digo, señalando a Glenn con la barbilla.
Janey está arrodillada, con el contenido del bolso desparramado por todas
partes, y Ashley intenta ayudarla a meterlo todo de nuevo en el pequeño bolso
de Janey. Pero Janey la retrasa con cada cosa que coge.
—¡Lo siento! ¡Soy tan torpe! Lo tengo todo, menos lo que necesito. ¿Una tirita?
La tengo. ¿Tampón? Sí. ¿Menta para el aliento? De dos sabores. Estos de
menta son los mejores porque sirven también para el estómago —divaga,
poniendo en práctica sus habilidades mientras sostiene una lata roja de
Altoids—. Siempre estoy preparada. Para cualquier cosa. Como una Girl
Scout. ¿O es el lema de los Boy Scouts? No me acuerdo. Pero si te abres un
dedo, soy tu chica. Fría, calmada, serena, y probablemente podría hacer unos
puntos de mariposa si fuera necesario. ¿Pero un alfiler de gancho para evitar
que todo el grupo de la boda lo vea? No. Parece que no.
Mira a Ashley a los ojos con una sonrisa de autodesprecio y me pregunto qué
demonios habrá dicho para que paren. Entonces me doy cuenta de que se
está sujetando la falda. La última vez no usó un alfiler para el vestido y hoy
tampoco lo necesita, pero es una buena tapadera, ya que los mantiene aquí
fuera el tiempo suficiente para que yo vuelva con Kyle.
Nos acercamos y Janey cambia de marcha, metiendo todo en su bolso con
rapidez y facilidad ahora que ya no necesita entretenerlos más. Me sonríe,
orgullosa de sí misma. Le hago un pequeño gesto de agradecimiento,
manteniendo mi cara de mala leche mientras ella se aparta.
Me acerco a Glenn y le dirijo una mirada fulminante.
—Vete ahora —le ordeno—. No eres bienvenido aquí.
Esto no es una negociación o una conversación. Es una declaración, de paz
si elige sabiamente, o de guerra si elige imprudentemente.
Fanfarronea, acostumbrado a ser él quien da las órdenes, no quien las recibe.
—No sé quién te crees que eres, pero soy el padre de la novia. Ahora, si me
disculpa.
Intenta pasar a mi lado, golpeando mi hombro como si él fuera la amenaza,
pero no me muevo ni un milímetro. Kyle se pone a mi lado, creando un frente
unido.
—Sé quién eres. Eres un donante de esperma que abandonó a su familia por
un nuevo coño, y Samantha no te quiere aquí —le digo, bajo y duro—. Por
eso no te invitó.
No me contengo.
He trabajado en casos de auténticos imbécil: tipos que han pedido préstamos
a nombre de su mujer, han escondido dinero, han ocultado a sus hijos, han
vaciado los fondos de jubilación para que no pudieran repartirse en el divorcio
y muchas cosas más. Pero Glenn es peor que la mayoría. Porque lastimó a mi
familia. Samantha es parte de mi familia desde hace meses, desde que
Chance se enamoró de ella. Hoy sólo lo hace oficial.
Y este hombre dejó a Samantha sin un céntimo, llena de desconfianza y
traumatizada mientras Susan se dejaba la piel para pagar las facturas y
luchaba por mantener unida a su familia, y Olivia estaba dolida y rabiosa.
Sí, sé exactamente quién es.
—Voy a entrar ahí y llevar a mi hija al altar. Yo la crie, así que me gané ese
derecho.
—No has ganado una mierda —escupo—. No eres un padre.
Se echa hacia atrás, telegrafiando descaradamente que va a lanzar un
puñetazo, y yo no hago nada para impedirlo. Quiero que me golpee. Una vez.
El impacto es bastante fuerte para un hombre de su edad y condición, pero
me da en el pómulo, justo debajo del ojo. Oigo un estruendo en los oídos, pero
a lo lejos oigo a Janey jadear y miro para asegurarme de que no está cerca de
la acción.
Entonces Kyle hace lo que mejor sabe hacer.
Lanza un sólido uppercut a las tripas de Glenn, doblándolo por la mitad.
Espero que se quede en el suelo, pero Glenn vuelve con otro puñetazo. Lo está
dando todo, pero está luchando a cámara lenta, tratando de enfrentarse a dos
tipos de la mitad de su edad. No es que lo estemos golpeando. Queremos que
se vaya, no que se vaya.
Así que nos detenemos cuando levanta una mano en señal de rendición,
agachado con la otra apoyándose en la rodilla.
—Dile que estoy aquí. Ella me querrá aquí.
Está delirando, completamente delirando si cree que decirle a Samantha que
está aquí será bueno para él. ¿Ha conocido a su hija? Vendrá aquí vestida de
novia, le dará una paliza y le dirá cosas que le harán mecerse como un bebé
en terapia el resto de su vida.
Y con gusto me quedaría mirando cómo lo hace, excepto que hoy es el día de
su boda, y esta mancha de mierda no se lo va a estropear.
—Ella no te quiere. No piensa en ti. No le importas lo suficiente como para
odiarte —gruñe Kyle, haciendo un buen trabajo por su cuenta al darle al
hombre una dosis de Samantha-verdades.
—Pero... —balbucea, recuperando el aliento lo suficiente como para volver a
erguirse.
—Bien. ¿No te gusta su forma de ser? —pregunto, moviendo la barbilla hacia
Kyle—. Probemos a mi manera, Mike Glenndale —digo malhumorado, usando
su nombre falso de Tinder. Se estremece al instante y sé que he encontrado
un punto débil—. ¿Dirección? 360 Boxwood Lane. ¿Cuenta bancaria?
25674320. —Dedico una mirada a Ashley, viendo la inquietud en sus ojos.
Glenn también lo ve.
—¿Quién mierda eres tú? —balbucea.
—La familia de Samantha. Ahora vete. ¿O quieres discutir tu reciente 'viaje
de negocios' a Ohio?
—¿De qué está hablando, Glenn? —exige Ashley, con voz chillona y
acusadora, sobre todo para una mujer que se acostó con el marido de otra y
luego se casó con él. Si hay algo que he aprendido en mi negocio, es que si lo
hacen contigo, te lo harán a ti, y Ashley haría bien en escuchar ese consejo en
particular.
Pero o Glenn ya ha tenido suficiente o realmente no quiere hablar de Ohio.
—Bien. Sólo dile...
Kyle le interrumpe.
—Nada. No le vamos a decir nada. Jodiste con tu familia, parece que estás
jodiendo con ésta también, y si no quieres entrar en la fase de averiguarlo,
deberías irte. —Cierra las manos en puños, los nudillos crujen con el
movimiento.
Glenn da una última puñalada de dominación, señalando con el dedo a Kyle.
—Voy a llamar a la policía por asalto.
Kyle se ríe en su cara mientras le aparta la mano de un golpe.
—¿Crees que este lugar no tiene cámaras? ¿Video y audio que te mostrarán
invadiendo propiedad privada, golpeando primero a mi hermano, y luego
recibiendo una paliza para evitar que arruines una boda a la que no fuiste
invitado? Sí, veremos cómo funciona. Quizás también presentemos cargos.
¿Quieres una orden de alejamiento presentada contra ti por tu propia hija?
No sé si Samantha realmente haría eso, pero parece ser una amenaza
suficiente para que Glenn finalmente vea la realidad. Esto no está sucediendo.
No va a entrar. No se acercará a Samantha, Susan u Olivia nunca más. No
en mi guardia. No bajo la vigilancia de mi familia.
Sabiéndose derrotado, Glenn agarra a Ashley de la mano y casi la arrastra
por el aparcamiento hacia su auto. Mientras van, la oigo preguntar:
—¿Qué pasó en Ohio?
Se lo merece.
Mi primera prioridad es Janey, me vuelvo hacia ella y la examino
rápidamente. Parece estar bien, al menos no está herida ni enfadada, pero
tiene una mirada extraña.
—Eso fue sexy —susurra—. Hice lo que pude para entretenerlos, pero eso
fue... guau. —Suspira soñadoramente, y ojalá pudiera acelerar el reloj y que
fuera ya esta noche porque quiero que haga ese sonido mientras está llena de
mi polla.
—¿Tú debes ser Janey? —Kyle dice desde detrás de mí.
Janey se inclina a un lado para mirar a mí alrededor.
—Sí, y tú debes de ser Kyle. Encantada de conocerte por fin. Esperaba
conocer a todos en la cena del otro día, pero no estabas. Cole dijo que tal vez
no estuvieras ya que te gusta hacer enojar a tu padre. Pero yo sabía que eras
así —dice chasqueando los dedos—, aunque no eres un copia/pega como los
demás, porque Cole no tendría a cualquiera a su lado para algo así. —Ella
señala en la dirección donde Glenn desapareció—. Tendría que ser alguien de
su confianza. Así que... sí, encantada de conocerte.
Kyle se ríe entre dientes.
—Ya lo entiendo. Ya veo por qué esto funciona. Tú, cero palabras. Ella, todas
las palabras. ¿Estoy en lo cierto?
Le fulmino con la mirada, sin contestar, pero supongo que eso es una
respuesta en sí misma. Aun así, para asegurarme, añado:
—Vete a la mierda.
—Deja que te examine la cara —me dice Janey. Se pone de puntillas, me
presiona la cuenca del ojo con la punta de los dedos y me mira a los ojos
mientras me dice que mire a la izquierda, a la derecha, arriba y abajo—. Te
va a doler y te va a salir un moratón porque ya está un poco rojo, pero no está
roto ni nada.
Le agarro la mano y le doy un beso en el centro de la palma.
—Estoy bien. Y gracias por no intervenir como hice con la pelea de Paisley.
Sus ojos se abren de par en par.
—Tienes razón. Se supone que las bodas son románticas y llenas de amor,
así que ¿por qué nos peleamos en ellas? ¿Somos nosotros? ¿Somos nosotros
el problema? —Está bromeando, pero inclino la cabeza como si lo estuviera
considerando.
—¿Has considerado que sólo sea él? —sugiere Kyle, haciéndome un gesto. Le
lanzo una mirada de muerte y él se encoge de hombros, despreocupado—.
Tenemos que volver.
—Sí, déjame acompañar a Janey y nos vemos.
Pero Janey niega con la cabeza.
—Estoy bien. Ve, esta con tus hermanos.
Es increíble. Después de todo lo que ha presenciado, sonríe y se lo toma todo
con calma, dispuesta a celebrar lo de Chance y Samantha. Le doy un beso
rápido en la mejilla y me vuelvo hacia Kyle. Salimos corriendo hacia la puerta
lateral. Kyle habla por los codos mientras avanzamos.
—¿Vamos a hablar de eso?
Contar los secretos de Glenn también puso de relieve algunos de los míos. La
mayoría de la gente no sabe una mierda así de los demás, así que sé que Kyle
se está cuestionando lo acertadas que pueden ser sus suposiciones sobre mi
trabajo.
—No.
Se ríe.
—No lo creo.
Dentro, la coordinadora de bodas parece nerviosa. Al vernos, susurra:
—¡Ahí están! Pónganse a la cola.
—Sí, señora —responde Kyle con una sonrisa, y al instante, ella responde con
una sonrisa propia.
No sé cómo lo hace. Yo podría recitar poesía y las mujeres saldrían corriendo.
Pero Kyle esboza una sonrisa y las tiene derritiéndose a sus pies.
A Janey no parece importarle tu falta de habilidad con las palabras.
Gracias, joder.
Capítulo 21

Atravieso las puertas dobles de una especie de club-gimnasio sólo para


descubrir que por dentro se ha convertido en un cuento de hadas. Lo primero
que veo es un mostrador de recepción con preciosas fotos de Chance y
Samantha de todos los tamaños. Me detengo a mirarlas, probablemente
demasiado por las más bonitas, y luego me apresuro a entrar cuando una
mujer vestida de negro nos invita a sentarnos.
Sigo a los demás huéspedes rezagados por un pasillo y salgo por otra puerta,
y me encuentro en una especie de patio. Literalmente, supongo, porque hay
canastas de baloncesto en cada extremo, pero han sido reinventadas como
parte de la decoración, con lámparas de araña que sustituyen a las redes y
tul blanco que se extiende de una a otra, creando un dosel sobre las hileras
de sillas doradas. La pista se ha cubierto de brillantes baldosas blancas, y
uno de los laterales tiene un arco para que los novios se sitúen bajo él durante
la ceremonia.
Es creativo, es bonito y, al parecer, es la hora de la verdad, porque la mujer
de negro mira al público expectante.
—¿Está ocupado este asiento? —le pregunto a una mujer sentada en el lado
del novio. Cuando sonríe y dice “ahora sí”, me siento bienvenida y sé que hice
bien en venir con Cole. Nunca tuve ninguna duda. Hoy no querría estar en
ningún otro sitio, sobre todo después de ver a Cole en acción con el padre de
Samantha.
No soy una persona que aprecie la violencia. No quiero ver peleas de la UFC
en las que unos tipos se dan una paliza sangrienta, y no me gustan los tipos
que se lanzan puñetazos por presuntos desaires como cortarte el paso en el
tráfico. Pero no culpo a Kyle por defender a su familia.
Y ciertamente aprecio la forma inteligente y astuta en que Cole lo hizo sin
levantar un puño. Lo habría hecho, y lo sé. Pero no tuvo que hacerlo.
Ojalá la familia de Cole supiera hasta dónde llegaría por ellos, las cosas que
haría por ellos. Tal vez entonces verían quién es. Kyle tuvo un vistazo esta
noche, así que eso es algo. Espero que compare notas con Kayla porque ella
parecía ver a Cole diferente en la cena.
La suave música cambia, captando la atención de todos.
Un hombre mayor con traje negro acompaña a una mujer con un vestido
malva por el pasillo. Se sientan delante, del lado de Chance, así que deben de
ser los abuelos de Cole. Entonces Charles y Miranda entran, tomados del
brazo, para sentarse.
Me doy cuenta de que la primera fila del lado de Samantha, donde
normalmente se sentaría la familia, está casi vacía, ocupada sólo por un
hombre, y eso me rompe el corazón por ella, sobre todo después de lo que vi
en el aparcamiento. Pero a pesar de no tener familia, está rodeada de gente
que la quiere.
Eso me resuena, dada mi propia familia. Aún no he hablado con ellos, y quizá
eso debería hacerme sentir abandonada y sola. En el pasado, lo habría hecho.
Pero, sinceramente, me he sentido sola con ellos durante mucho tiempo, y
estar sin sus constantes críticas, gaslightin15 e insultos se ha sentido... bien.
Soy más feliz sin ellos, lo cual es triste, pero es la verdad. Y como Samantha,
quizás pueda encontrar un círculo de gente que también me quiera. Una
familia de otro tipo. Empezando por Cole.
Entra un oficiante y se coloca bajo el arco. Le siguen los padrinos,
encabezados por un joven alto y delgado que no se parece en nada a los
Harrington, y luego todos los hermanos: Cole, Kyle, Cameron y Carter, que
parece ser el padrino.
Cole está guapo, a pesar de sus leves quejas sobre el traje burdeos -no rosa-
y la corbata de flores. Está confeccionado a medida, y los pantalones le
enseñan el trasero al pasar. Cuando llega a su lugar bajo el gran arco, sus
ojos recorren a la multitud.
Al principio creo que se está asegurando de que Glenn no se ha colado, pero
entonces me encuentra y sonríe, y siento un cosquilleo en la barriga mientras
me remuevo en el asiento.
¡Me estaba buscando!

15es un patrón de abuso emocional en la que la víctima es manipulada para que llegue a dudar de
su propia percepción, juicio o memoria. Esto hace que la persona se sienta ansiosa, confundida o
incluso depresiva
Me encanta que haga cosas como ésa, y que salga para acompañarme dentro,
y mucho más. Me hace sentir importante y apreciada, algo que nunca he
sentido en una relación. O en la vida, sinceramente.
Las damas de honor son las siguientes: una morena, una mujer con el cabello
negro como el carbón y los ojos muy delineados, una adolescente, y luego
Kayla y Luna. Por último, pero no por ello menos importante, Grace avanza
lentamente por el pasillo, dejando caer pétalos con precisión. Al pasar, la oigo
hablar consigo misma:
—Suelta, no tires. Suelta, no tires.
Me río para mis adentros, sintiendo un espíritu afín.
La música vuelve a cambiar y, a un gesto del oficiante, nos ponemos de pie.
Las puertas del fondo del club vuelven a abrirse y vemos por primera vez a la
novia. Camina con su madre, que parece haber estado llorando. Pero
Samantha parece lúcida y emocionada mientras camina hacia el altar con su
vestido blanco, arquitectónico y moderno, con un cuello redondo doblado que
envuelve sus brazos, dejando los hombros al descubierto, y una falda larga
en columna. Mientras camina, me parece ver unas zapatillas Converse azules
asomando por debajo.
Su madre le acaricia la mejilla y se sienta con el hombre de la primera fila
mientras Samantha toma la mano de Chance. Se miran a los ojos como si
fueran las dos únicas personas de la sala y Chance dice algo. Aunque no
puedo leer sus labios desde aquí, Samantha sonríe suavemente, así que
siento que fue algo romántico.
—Por favor, tomen asiento —dice el oficiante—. Para los que no me conocen,
soy Evan White, el mejor amigo y socio de Chance. Y nadie se sorprendió más
que yo cuando me pidió que oficiara su boda. Normalmente, me roba el
micrófono en cada oportunidad. —Hace una pausa para responder con una
risita. Está claro que es un hábil orador público—. Pero prometí ceñirme al
guión de Chance, así que confía en mí. —Evan levanta las cejas, bromeando
en silencio que fue una elección estúpida por parte de Chance.
Pero contrariamente a la burla, Evan hace un gran trabajo. La ceremonia es
personal, con lo que parecen ser bromas privadas entre los novios, junto con
algunos momentos destacados de su historia de amor. En un momento dado,
Evan se hace a un lado, apaga el micrófono y Samantha y Chance pronuncian
sus votos en voz baja, a solas, lo que resulta muy íntimo y significativo.
Puede que no los conozca bien, pero hasta yo me doy cuenta de que la
ceremonia es exclusivamente suya, con el romance y el amor brillando entre
Chance y Samantha a la vista de todos. Se me saltan las lágrimas y la mujer
que está a mi lado me da un pañuelo.
—Gracias —susurro.
Aunque está haciendo su trabajo de padrino, la atención de Cole se ha
desviado hacia mí una y otra vez. Ahora siento sus ojos y veo que frunce el
ceño, observándome de cerca y preocupado por mi llanto. Le devuelvo la
sonrisa para asegurarle que estoy bien, que solo soy un desastre lloriqueando
feliz por el brillo del amor de otra persona.
Evan los declara marido y mujer, pero antes de que pueda invitarles a
celebrarlo con un beso, Chance ya está abrazando a Samantha y besándola.
No es un beso casto, cortés y público, sino una atrevida declaración de pasión
y amor, y yo sonrío y vuelvo a secarme los ojos.
Terminan caminando por el pasillo agarrados de la mano, con sonrisas
brillantes en sus rostros. Cole acompaña a la dama de honor, con el cabello
negro y los ojos delineados. Es completamente educado, pero hay una
pequeña parte de mí a la que no le gusta que ella le ponga la mano encima a
Cole, aunque sea simplemente apoyada en su antebrazo, ambos haciendo el
mínimo contacto necesario para el papel.
¡Soy un bicho raro! No soy una mujer celosa, especialmente cuando no hay
ninguna razón para serlo, pero también quiero gritar “¡mío!” como una niña
pequeña. Lo cual es una tontería.
Al pasar por mi pasillo, mira hacia mí y me fuerzo a esbozar una sonrisa.
¡No seas rara, Janey! No te pongas en plan cinco en raya por algo que es
perfectamente inocente.
El resto del cortejo camina por el pasillo y atraviesa las puertas de entrada al
edificio. Cuando Grace entra, oímos su fuerte suspiro y su exasperación
cuando dice:
—¿Ves, papá? ¡Te dije que podía hacerlo! Me lo he comido. Como pan comido.
Surgieron risitas y carcajadas ante su orgullosa adorabilidad, incluso con el
idioma, y luego, lentamente, nos levantamos para entrar también, siguiendo
la invitación del coordinador de bodas para dirigirnos a la zona de recepción.
No llego tan lejos porque a mitad del pasillo se abre una puerta y Cole me
toma de la mano, arrastrándome a una habitación vacía.
—¡Guau! —chillo sorprendida cuando cierra la puerta tras de mí.
Apretada contra la puerta, con Cole enjaulándome y una mano a cada lado
de la cabeza, le miro. Tiene los ojos oscuros, la mandíbula tensa y las fosas
nasales ligeramente abiertas por su respiración entrecortada.
—¿Estás bien? —me pregunta con voz ronca.
—Sí —respondo confusa, sin saber qué ha provocado este nivel de intensidad.
Me pasa el pulgar por la mejilla y me besa suavemente justo debajo del ojo.
Luego hace lo mismo en el otro lado.
—Estabas llorando.
—Lágrimas de felicidad —le explico—. Se nota lo mucho que se quieren
Chance y Samantha.
Arruga la frente.
—Parecías enfadada cuando salíamos.
—No, te he sonreído. Estás guapo —le digo. Ambas afirmaciones son ciertas,
pero él no se equivoca. Yo estaba... enfadada. Enfadada-adyacente. Irritada
por poder.
—Sonreíste con la boca, pero no con los ojos —replica—. No te escondas de
mí. ¿Qué te pasa?
Es una confesión más difícil de hacer porque es mucho más peligrosa.
—No me gustaba... Quiero decir, no es que tenga derecho... pero... —
Tartamudeo, sin saber cómo explicar que tuve un ataque momentáneo de
celos sin motivo.
—Dímelo. Sea lo que sea, lo arreglaré.
Lo haría. Probablemente podría decir cualquier cosa, y Cole haría todo lo
posible por reparar o cambiar lo que me ha molestado sin hacerme sentir
estúpida.
O necesitada, grita mi corazón.
—Te estaba tocando —confieso en voz baja, avergonzada por mi propia
reacción exagerada.
Veo cómo una sonrisa se dibuja en sus labios a cámara lenta, llegando a sus
ojos azules y haciéndolos brillar.
—¿Estás celosa?
Parece incrédulo. Como si no tuviera ni idea de lo sexy que es, de lo increíble
que es y de lo mucho que lo deseo. Me está enseñando cómo debe ser una
relación, y como una chica codiciosa, quiero más de él. Nunca he tenido nada
que fuera mío. Toda mi vida he tenido que compartir, he tenido que
conformarme con menos y me han dado retazos de tiempo, atención y amor.
Pero no con Cole. Lo quiero a él, todo él, todo el tiempo, todo mío.
Bien, mi bandera de bicho raro está empezando a subir más alto en el mástil.
Pero no puedo evitarlo. Cole es diferente a cualquiera que haya conocido.
Mi cara se cae mientras su sonrisa crece. Se está riendo de mí y, después de
todo, me siento estúpida.
—Janey —murmura, forzándome a levantar la barbilla hasta que le miro a
los ojos. Y veo algo más que lástima o humor. Veo calor y hambre. Veo fuego
y pasión. Veo... algo que me da miedo etiquetar porque sólo han pasado unas
semanas, pero también lo siento—. Si supieras las cosas que haría para
mantenerte, no te preocuparías por nadie más. Te preocuparías por mí.
Bien, eso debería ser preocupante. Pero no lo es. En absoluto.
Le gusta que no quisiera que esa mujer lo tocara. Le gusta que sea una chica
celosa y codiciosa por él. ¿Ambos somos raros? ¿El uno por el otro?
Probablemente. Porque cuando me besa, sorbiendo mis labios como si los
reclamara de nuevo, siento que no existe nadie más. No hay necesidad de
preocuparse o sentir celos porque sólo estamos nosotros.
—Vamos a casa —retumba Cole contra mi boca—. Quiero demostrarte que
eres la única que importa.
Puedo sentir de qué está hablando: en el calor de esta mañana que ha vuelto
a surgir entre nosotros con solo un beso, en la cresta gruesa y dura que me
aprieta el estómago y en el dolor profundo de mis entrañas que solo él puede
curar.
Pero yo no soy la única persona que importa. Tiene toda una familia al otro
lado de esta puerta que le quiere y le necesita. Quieren que forme parte de
este acontecimiento especial y, aunque probablemente lo niegue, él también
lo quiere.
Es difícil, pero niego con la cabeza, sabiendo que es lo correcto.
—Esta noche —nos recuerdo a los dos—. Primero, celebremos a Chance y
Samantha.
Gime como si supiera que tengo razón, pero no tuviera más ganas que yo de
admitirlo.
—Odio a ese cabrón.
Pero no hay odio en la declaración. De hecho, suena muy cariñoso con su
hermano.
Cole se ajusta los pantalones mientras yo me aliso el vestido y, agarrados de
la mano, nos reincorporamos a la fiesta.

¡La recepción es preciosa!


Las mesas redondas están decoradas con fuentes doradas, platos con bordes
dorados y cubiertos dorados, todo ello alrededor de un grupo de flores,
vegetación y candelabros de latón que sostienen velas de color burdeos. Hay
una pared de vegetación con una luz de neón que dice Harrington y una pista
de baile con suelo de damero blanco y negro. La iluminación es suave y
romántica, especialmente con las velas encendidas en cada mesa.
Cole me guía a través de las mesas hasta que encontramos una con algunos
de los otros miembros del cortejo nupcial. Me acerca una silla junto a Kayla
y, después de sentarme, me empuja antes de sentarse a mi otro lado.
Alrededor de la mesa están Carter, Luna, Kyle, Kayla y Cameron. Parece que
Grace ha reclamado la última silla, pero ahora no está a la vista.
—Pensé que ya te habías ido —dice Carter, con una ceja levantada como si
estuviera realmente sorprendido de ver a Cole.
—Lo pensé, pero a Janey le gustan, cabrones, así que... —Se detiene, como si
yo fuera la única razón por la que sigue aquí.
Carter asiente, sin que parezca que se lo crea ni por un segundo.
—¿Qué te ha pasado en la cara? —Se toca la mejilla, justo debajo del
ojo—. Está roja después de uno de tus habituales actos de desaparición, pero
no lo estaba esta mañana.
Cole me aprieta la mano por debajo de la mesa y yo aprieto los labios para no
soltar toda la historia del aparcamiento de un tirón.
—Debe de ser la luz —dice Cole desdeñosamente mientras gira la cabeza
hacia la pista de baile, dándole a propósito a Carter el lado bueno sin
moratón.
—Ya hemos visto el vídeo, imbécil. —Carter pone los ojos en blanco cuando
Cole vuelve a girar la cabeza—. ¿Crees que Kyle no nos lo dijo a la primera
oportunidad posible?
Cole no dice nada. Nadie dice nada durante un largo minuto.
Finalmente, apretando los dientes, Cole pregunta:
—¿Chance? ¿Samantha?
Kyle niega con la cabeza, señalando al otro lado de la sala a los sonrientes
novios que están en medio de la pista de baile.
—Chance, sí. Así es como vimos el vídeo. Pero hoy no se lo va a decir a
Samantha. Dijo que gracias y que él se encargaría a partir de ahora.
—¿Entonces por qué demonios estamos hablando de ello? —Cole muerde.
Kyle se ríe, completamente indiferente a la brusca respuesta de Cole.
—Porque te pusiste en plan Liam Neeson con un conjunto especial de
habilidades en su culo y fue cojonudo. Hazlo conmigo después. ¿Qué sabes?
—Lo hace sonar como si Cole hubiera hecho un truco de lectura psíquica a
Glenn y parece genuinamente emocionado por escuchar qué secretos sabe
Cole sobre él.
—Nada.
Cole está tratando de cerrar la conversación, pero Cameron no tiene nada de
eso.
—¿Tenemos que estar preocupados por ti? Sé que bromeamos, pero ¿es legal
lo que haces? No me importa el nombre de la familia ni ninguna mierda de
esas, pero sabes que mamá se arruinaría para salvarte. No hagas eso
necesario.
Suena como un verdadero hermano mayor -jefe, preocupado, leal, cariñoso,
arrogante.
Cole dirige una mirada fulminante a Cameron.
—No tienes que preocuparte por mí, hermano. Nunca lo has hecho en el
pasado, así que ¿por qué empezar ahora?
—¿Qué se supone que significa eso? —exige Cameron, con los ojos
entrecerrados.
—Significa que no me conoces en absoluto. Nunca me has conocido. —Cole
se lo dice a Cameron, pero puedo sentir a todos sus hermanos y a Kayla
retroceder ante la acusación.
Kayla es la primera en recuperarse y responde:
—¿Y de quién es la culpa? —Cuando Cole la mira furioso, ella no se inmuta
lo más mínimo. De hecho, se inclina hacia él, sus ojos azules disparando
dagas también. Realmente son dos caras de la misma moneda—. En realidad,
no creemos que seas un criminal asesino, Cole. ¿Pero un completo y total
imbécil? Sí, definitivamente eres eso. No compartes la información más
básica, desapareces durante días sin decírselo a nadie, faltas a cenas y
eventos, lo que hace que todos nos preocupemos de dónde demonios estás y
qué carajos estás haciendo. Y ahora estás aquí sentado, actuando como si
tuviéramos que estar persiguiéndote, suplicando tu atención y cualquier
bocado de información que nos consideres dignos. Lloré cuando me dijiste el
nombre y el número de tu ayudante —revela, con una amarga rabia
entretejida en cada palabra—. ¿Sabes lo ridículo que es eso?
No espera a que él conteste y continúa:
—Noticia de última hora, todos tenemos nuestra propia mierda con la que
lidiar, así que, si quieres ser un ermitaño y distanciarte, vamos a respetarlo.
No porque no nos importe, sino porque nos importa. Así que, si eso es lo que
quieres, te lo damos porque por alguna razón asín, te queremos. Y no es sólo
porque compartí un vientre contigo.
Dicho eso, se levanta de la mesa y se aleja dando pisotones.
Los hermanos dirigen miradas furiosas a Cole. Luna y yo nos miramos con
los ojos muy abiertos, los de ella detrás de unas gafas de montura negra que
los amplifican, y puedo leer que se siente como una intrusa en esta situación
familiar igual que yo. Debería haberle dado algo de intimidad a Cole, pero me
ha rodeado la espalda con el brazo hace unos minutos y me ha estado
apretando la cadera como si quisiera que me quedara.
—Oh, ahora la has cagado —dice Kyle, sonando ligeramente divertido por el
drama—. Espero que sepas su contraseña de Amazon porque vas a tener que
comprar toda su lista de deseos para disculparte por eso. —Agita las manos,
indicando la totalidad de Cole.
Cole suspira, viendo a Kayla abrirse paso por la habitación y salir al pasillo.
Se inclina y me susurra al oído.
—Espera aquí. Volveré, ¿bien?
Asiento y me da un beso rápido en la sien antes de seguir a Kayla. Me alegro
de que vaya a hacer las paces con ella, pero cuando se va, me encuentro con
cuatro hermanos Harrington que me miran como si fuera el enemigo.
—¿Qué es lo que sabes? —Carter exige. Sus ojos azules no se parecen en
nada a los de Cole, que telegrafían cada uno de sus pensamientos y
emociones, al menos para mí. La mirada de Carter es fría, calculadora y
vagamente amenazadora.
Me muerdo las mejillas, literalmente las chupo al estilo de un pez y las
muerdo para no hablar. Mi modo por defecto es la algarabía, y eso no es lo
que debería hacer ahora. Puedo dar un empujoncito, puedo animar, puedo
resaltar las maravillas de Cole, pero todo lo que Cole cuente o deje de contar
a su familia es decisión suya, no mía.
Así que sacudo la cabeza, rogándoles con la mirada que no vuelvan a
preguntar.
Sorprendentemente, es Luna quien me apoya.
—Déjala en paz. Su lealtad es hacia Cole, no hacia ti, y con razón. Si quieres
arreglar las cosas con tu hermano, es tu responsabilidad, y Janey no es un
atajo para averiguarlo.
—¿Arreglar las cosas con él? Quieres decir que tiene que arreglar las cosas
con nosotros —replica Cameron.
Luna se encoge de hombros mientras declara tristemente:
—Parece que no se va a arreglar nada, entonces.
Creo que mi plan Cole: Reconociendo lo Asombroso acaba de caer en picado
hacia la zona de fracaso.
Capítulo 22

—¡KAYLA! —Grito por el pasillo, pero ella no se da la vuelta. De hecho, creo


que camina más rápido, tratando de alejarse de mí.
Llega a entrar en un despacho e intenta cerrarme la puerta en las narices,
pero yo la empujo y entro a la fuerza.
—¿Pero qué mierda...? —murmuro cuando finalmente cede.
Se aparta para que no pueda verle la cara y, aunque tiene la espalda recta,
tengo la sensación de que me oculta las lágrimas.
—¿Kayla? —digo, en voz baja esta vez.
—Déjame en paz, Cole. No pasa nada. Dame unos minutos. Volveré. —Su
habla es forzada y nasal. Claramente, está llorando o al borde de las lágrimas.
—No lo sabía —confieso. Son sólo unas palabras, y a algunos les parecerá la
más mínima de las revelaciones, pero ¿a mí? Es significativo.
Kayla se da la vuelta, con los ojos inyectados en sangre y brillantes pero llenos
de fuego.
—¿No sabías qué? ¿Que todos hablamos de ti, comparando notas sobre quién
habló contigo por última vez o quién te vio por última vez porque estamos
preocupados por ti? ¿Que cada vez que hay un accidente de avión, un tiroteo,
un desastre natural o cualquier cosa trágica en el mundo entero, nos
aterroriza que estés ahí porque no tenemos ni idea de dónde estás o qué estás
haciendo... nunca? —Se pasea de un lado a otro de la habitación, con una
voz cada vez más fuerte y hostil.
» ¿O cuántas veces mamá ha convocado 'cenas obligatorias' por estupideces
para poder ponerte los ojos encima como prueba de vida? ¿Qué Cameron no
le dice a Gracie que estarás en sus eventos escolares porque no confía en que
realmente vendrás y lo último que necesita esa niña es otro adulto en su vida
que no aparezca cuando se supone que debe hacerlo?
Gira y vuelve a cruzar la habitación.
—¿O que odiamos que te mantengas al margen del resto de nosotros como si
no valiéramos tu valiosísimo tiempo? ¿Que nos contemos todo tipo de cosas,
pero no nos confíes nada? Ni siquiera sé dónde vives, joder. Janey FBI esa
información, y yo quería sacarle los ojos por ello porque la dejas entrar, pero
no a ninguno de nosotros.
Intento hablar, pero ella me corta.
—No estoy enfadada con ella por eso. De hecho, me alegro. Porque quiero que
tengas a alguien que te haga feliz, aunque no seamos nosotros. Pero
egoístamente, quiero a mi hermano. Nos quiero a nosotros. —Agita una mano
salvajemente, indicándonos a ella y a mí, y al resto de mis hermanos que
están en la recepción—. Todos lo queremos. Excepto tú.
Cada palabra suya es una puñalada en mi corazón. Yo no sabía. . . nada de
eso. Creía que no les importaba si estaba allí o no, si hablaban conmigo o no,
incluso si existía o no. No tenía ni idea de que estaban viendo las noticias y
comparando notas, siguiéndome la pista y protegiendo a mi querida sobrina
de mí.
Sacudo la cabeza, intentando dar sentido a todo lo que siempre he pensado
con lo que Kayla está diciendo ahora.
Kayla me da dos segundos para asimilarlo y, cuando no me desahogo, se
dirige hacia la puerta chocando conmigo con los hombros.
—Puto imbécil.
—Espera.
Para mi sorpresa, lo hace.
Aunque quizá no debería sorprenderme. Ese es el problema. Kayla siempre
ha estado ahí para mí. Sólo pensé que era a regañadientes. Tal vez no sea el
caso y sólo me sentí así debido a mis propias percepciones equivocadas.
—No sabía nada de eso —empiezo. Es más difícil de lo que imaginaba decir
palabras reales para explicar el caos que estoy sintiendo.
Ella resopla y murmura:
—Idiota.
—Lo sé. Lo estoy averiguando. Ahora mismo, así que dame un minuto para
ponerme al día —le ruego. Ella entrecierra los ojos y yo añado—: Por favor.
Eso parece echarla para atrás, lo cual es ridículo. Una simple cortesía no
debería ser tan extraña como para que mi hermana se escandalice de que la
use. ¿No es cierto? ¿Tan imbécil soy?
Sí.
La verdad es que... que lo soy. O siempre lo he sido. Pero puedo cambiar eso.
Eso espero.
—Crecimos en familias diferentes —digo, intentando explicar toda una
vida—. Es decir, eran iguales, pero eran diferentes a nosotros. —Levanto la
vista y me centro en Kayla. Veo su fuerza y determinación, pero también su
bondad y su segunda maternidad—. Tú recibiste lo mejor de mamá y papá, y
lo digo de la forma más elogiosa posible. Yo no recibí... nada. O al menos eso
sentí. Yo no importaba. Cameron y Carter se peleaban por el primer puesto,
Chance se escabullía para hacer lo que le gustaba, Kyle se comportaba como
un imbécil cada vez que podía. Y yo patinaba por las afueras, observando.
Siempre lo he hecho, así que no sabía nada de lo que decías: que te
preocupabas, que te importaba, que te importaba una mierda.
Cierro los ojos, recordando mi adolescencia bajo una nueva luz.
—Pensaba que estaba esperando a que me invitaran a entrar, cosa que nunca
ocurrió, y eso sólo confirmó que yo no importaba. Pero quizá no hice que
pareciera que. . . ¿Quería eso? —Kayla dijo que intentaban respetar mis
deseos de que me dejaran en paz, así que quizá eso era lo que pasaba también
entonces.
—¿Querías que te enviáramos una invitación dorada, sellada con cera y con
tu nombre caligrafiado en el sobre? —Kayla se burla, enjugándose los ojos.
Pero ahora su tono es más ligero, como si su enfado se disolviera a medida
que comparto mis pensamientos y sentimientos. Ella también está
comprendiendo cosas, como si por fin los dos viéramos el panorama completo
al mismo tiempo.
Suelto una risita.
—¿Quizá? Aunque probablemente lo habría roto y tirado a la
basura —confieso con un poco de vergüenza.
—Te habrías meado encima y lo habrías puesto en la mesa del comedor para
que lo encontráramos —sugiere.
Sacudo la cabeza.
—No, ese es Kyle. No hubiera querido una escena. Pasé la mayor parte del
tiempo queriendo desaparecer.
Se ríe entre lágrimas y asiente, dándome la razón.
—¿Tan molestos somos? —pregunta, y la sinceridad de su pregunta es una
llamada de atención que no sabía que necesitaba.
Inclino la cabeza, como si estuviera pensando en su pregunta, pero la verdad
es más difícil de aceptar.
—No, creo que sí. ¿Cómo me has aguantado todos estos años?
No creo que tengamos que repasar todos los días de nuestra infancia,
recuerdo a recuerdo, ni siquiera nuestra edad adulta, para analizar lo que
pensábamos que había ocurrido frente a lo que ocurrió en realidad, pero sin
duda tengo mucho que reflexionar personalmente. Y tengo que reexaminar
cómo voy a comportarme con mi familia en el futuro.
—Ha sido duro —confiesa con un fuerte suspiro—, pero siento que esto es
mejor. ¿Y tú? —Se señala a sí misma y luego a mí—. No me había dado cuenta
de lo mucho que tenía que decir al respecto.
—Yo tampoco. Aunque me alegro de que fueras tú primero, porque si no, creo
que esto habría sido 'a la mierda esto, a la mierda tú y a la mierda' —Imito
mi propia forma de hablar, gruñona y brusca.
Sé que es verdad. Si Kayla no me hubiera criticado, creo que nunca habría
visto las cosas desde su punto de vista. Y si no hubiera visto como la familia
de Janey la trataba, no creo que hubiera visto lo bueno en mi propia familia,
tampoco.
Y algo más que Kayla dijo vuelve.
—No te enfades con Janey, ¿bien? Está lidiando con muchas cosas. —Me
pongo una mano en el pecho para que sepa exactamente lo que quiero
decir—. Y por muy mierda que seamos, su familia es peor. Me gustaría que
tú y ella fueran amigas. —Es la mayor súplica que puedo hacer, y sigue sin
ser para que yo forme parte del círculo íntimo de mi familia, sino para que
Janey lo sea.
Kayla se ríe.
—¿Estás de broma? La adoramos. Ella es toda dulzura y amabilidad, tú eres
un imbécil extraordinario, pero ella te tiene domado. ¿Sacando sillas,
corriendo a saludarla y dándole de comer? Es adorable. Es como una
domadora de leones y maga o algo así —bromea, lo que para Kayla es un gran
cumplido. Más en serio, dice— Nos gusta, y lo más importante, nos gusta
para ti. Es buena para ti.
Siento calor en las mejillas. No es que me sonroje. Yo no me sonrojo. Sólo
hace calor aquí o algo así.
—Gracias. Yo también lo creo.
—Además, parece que los dos son un poco... raros —se burla Kayla, haciendo
girar un dedo junto a su sien—. ¿Ella te siguió la pista y apareciste en su
casa?
Supongo que Janey les dijo eso.
—¿Les dijo que también me presenté en su trabajo con sus bocadillos
favoritos? —Me jacto.
Kayla arquea la ceja.
—¿Te dijo dónde trabajaba?
—Voy a tener que alegar la quinta enmienda —respondo con una mueca
porque Janey dijo “centro de cuidados de larga duración”, pero sin duda
encontré el nombre cuando investigué sobre ella.
—Eso es mucho —decreta Kayla, con cara de duda sobre mi excesivo celo por
Janey.
—Funciona. —Me encojo de hombros, pero lucho por ocultar mi sonrisa
porque sí, definitivamente funcionamos.
—Vamos, entonces. Tu domadora de leones debe estar preocupada por ti. Y
esperemos que nuestros hermanos no la hayan asustado.
Joder. He estado fuera demasiado tiempo.
—Si le han hecho algo a Janey, voy a matarlos. —Cuando Kayla me fulmina
con la mirada, rectifico—: No literalmente. ¿Pero figuradamente? Claro que
sí.
Por suerte, Janey está sentada en la mesa donde la dejé. Luna y ella hablan
con facilidad y ambas sonríen. Vuelvo a sentarme en mi silla, paso el brazo
por la espalda de Janey y le acaricio la cadera. Me sonríe de inmediato.
—¿Bien? —pregunta, lanzando una mirada a Kayla antes de volver a
mirarme—. Has estado fuera un buen rato.
—Sí, admitió su forma de ser imbécil, suplicó perdón y aceptó venir a cenar
a casa de mamá y papá durante los próximos tres meses sin
rechistar —responde Kayla por mí.
—Ni de coña... —interrumpo.
—¡Es increíble! —Janey chilla, golpeando el aire con sus pequeños puños—.
¡Sabía que mi plan funcionaría y que verían lo increíble que eres! ¿Cómo no
iban a verlo? Eres gruñón y cascarrabias, pero por dentro eres un encanto.
Estoy tan contenta. —Janey se inclina y presiona sus labios contra mi mejilla,
pero incluso con el beso noto su sonrisa.
Miro a Kayla y veo que parpadea inocentemente con su propia sonrisa. Ha
jugado conmigo. Como una maldita profesional. Ella es buena.
—Tú también, por supuesto —le dice a Janey—. Siempre eres bienvenida.
Janey jadea.
—¿De verdad? Dios mío. Muchas gracias. Me encantaría ir. ¿Qué debería
llevar? No soy buena cocinera, pero puedo comprar la mejor tarta que hayas
probado. Espera... no, dijiste que la abuela Beth hace tarta de manzana
casera que es tu favorita, así que compraré un pastel o algo. ¡O vino! ¿Tinto
o blanco? Normalmente me gusta el blanco, pero si vamos a comer ternera,
mejor tinto.
A Kayla le brillan los ojos cuando Janey menciona la tarta de manzana de la
abuela Beth. Obviamente, lo he compartido con Janey y, como ha dicho
Kayla, quiere que hable con ella y con mis hermanos, pero se alegra de que
lo comparta con quien sea.
—Trae a ese imbécil y lo damos por bueno —tranquiliza a Janey mientras me
señala—. De verdad, a mamá le gusta cocinar o hará que alguien la atienda
si no se siente bien.
—¡Trato hecho! —Janey grita, aceptando fácilmente.
Más tarde, cuando Kayla y Luna nos dejan diciendo que van a mezclarse, me
vuelvo hacia Janey.
—Gracias —le digo, con la voz un poco entrecortada.
Sonríe, pero hay preocupación en sus ojos grises porque sabe al instante de
qué estoy hablando.
—¿Ha ido bien? Kayla y tú parecían mucho mejor, pero sé que no pudo ser
una conversación fácil. Siento haber sido el detonante que la provocó.
—¿Qué? —pregunto frunciendo el ceño—. No has provocado nada.
Ella traga grueso.
—Si no hubieras tenido que salir por mí, no habrías tenido que pelear con
Glenn, y entonces tu familia no habría visto lo que hiciste. Bueno, lo que
dijiste, supongo.
Puedo oír lo que está haciendo. Toda su vida, cualquier cosa que salía mal
era culpa suya. ¿Paisley reaccionando exageradamente a un lanzamiento de
ramo? Culpa de Janey. ¿Jessica no se salía con la suya? De alguna manera,
culpa de Janey. ¿Su matón no podía seguir atormentándola? Aun así, culpa
de Janey. Está tan acostumbrada a ser culpada que se culpa a sí misma, sólo
que ahora, es por mis errores.
Le puse un dedo sobre los labios, haciéndola callar.
—Si no hubiera salido por ti, Glenn habría entrado y ese lío habría ocurrido
en el vestíbulo, donde todo el mundo lo habría oído y visto. Eso habría sido
infinitamente peor. Además, nada de esto —hago un gesto hacia la mesa como
si mis hermanos siguieran allí— es culpa tuya. Es culpa mía por ser un
hermano de mierda.
No parece segura, pero pregunta esperanzada:
—¿Pero ahora está mejor?
Asiento con la cabeza.
—Sí, gracias a ti. Está mejor. No está arreglado, pero quizá algún día... —Me
alejo, preguntándome cómo demonios voy a reparar toda una vida de errores
que he cometido con mis hermanos, que tampoco son perfectos.
Y eso antes de considerar a mamá y papá.
El resto de la recepción transcurre sin sobresaltos. Chance y Samantha
bailan toda la noche, aparentemente ajenos a cualquier drama anterior, se
sirve una deliciosa cena, se hacen los brindis y papá da un discurso sobre
cómo siempre supo que Chance era especial, lo que me hace poner los ojos
en blanco y al menos intento disimularlo, y sobre cómo se alegra de haber
encontrado a una mujer igual de especial. Teniendo en cuenta su primer
encuentro, es un gran progreso, especialmente para papá.
Por genial que sea, casi tiro mi bengala medio quemada a la papelera metálica
después de la despedida porque ya no estoy preparado para volver a casa.
Agarro a Janey de la mano y casi la arrastro hasta el aparcamiento.
—¿Te sigo? —me pregunta, mirándome a través de las pestañas entreabiertas
mientras estamos en la puerta de su auto amarillo.
Se refiere a volver a mi casa o a la suya. Pero quiero que ella tenga la
oportunidad de liderar con todo. Ella es más que capaz y merece el derecho a
tener el control... por ahora.
—¿Adónde? ¿A hacer qué? —pregunto, dejando que toda el hambre que siento
por ella se entreteja en las palabras mientras hago girar uno de sus rizos rojos
alrededor de mi dedo—. Tú eliges.
—¿Tu cama es tan incómoda como tu sofá? —me pregunta con una tímida
sonrisa. Sus dedos suben de puntillas por mi abdomen hasta mi pecho, donde
arrastra la yema de un dedo por la piel de mi cuello, justo por encima del
cuello de la camisa. Nunca me he considerado especialmente sensible en esa
zona, pero ahora podría ser suficiente para correrme. La coqueta Janey,
cuando siente que me tiene en la palma de la mano, es un espectáculo
hermoso.
—No tengo ni idea. Es una cama. Es un sofá. —Nunca pensé en ello
honestamente, y no tengo el flujo sanguíneo para pensar en ello ahora.
—Averigüémoslo —ronronea.
Casi la empujo dentro de su auto, asegurándome de que no muestre a
ninguno de los otros invitados a la boda que también están por todo el
aparcamiento. No puedo arriesgarme a besarla, así que cierro la puerta,
golpeo el techo de su auto y gruño:
—Sígueme, y no te alejes.
Se ríe, sin ofenderse por mis órdenes cavernícolas. De hecho, cuando
retrocedo con mi camión, ella está aparcada justo detrás de mí, ya me ha
seguido en su auto. Está tan preparada como yo. Ya hemos esperado
bastante.
He batido mi propio récord personal de velocidad en auto entre el club de
Chance y mi casa, y eso es mucho decir, porque el récord anterior lo había
batido cuando Samantha estaba desaparecida y nos reuníamos en torno a
Chance, temiéndonos lo peor.
Pero lo conseguimos, aparcamos en el garaje privado y en un momento
estamos en el ascensor. Janey se contonea como una niña excitada a punto
de tomar un helado, y yo estoy al límite, deseando que se contonee así sobre
mí.
Me pongo delante de ella y la tomo por las caderas. Me rodea con las piernas
y el vestido se le abre de cintura para abajo. En cuanto siento el calor de su
coño sobre mi dura polla, gimo y la agarro para atraerla contra mí con más
fuerza.
—Joder.
Ella se estremece, y aunque nuestras bocas se encuentran, nuestras
respiraciones se entremezclan, ninguno de los dos puede concentrarse lo
suficiente como para besarse. Toda nuestra atención se centra en la zona
donde casi estamos conectados de la forma que queremos. Tan cerca, pero
demasiado lejos.
Por suerte, sólo hay dos pisos desde el garaje hasta mi casa, y treinta y siete
escalones desde la puerta principal hasta la cabecera de mi cama. No es que
los cuente ahora, pero ya lo sé, porque los he contado por si alguna vez
necesitaba salir en la oscuridad.
Vuelvo a lanzar a Janey a la mullida superficie y ella rebota.
—¡Guau! Definitivamente más suave —chilla, respondiendo a su propia
pregunta anterior.
Sus manos ansiosas se dirigen a la cinta de la cintura, pero yo la detengo y
la desato. Abro el vestido de un tirón y veo que lleva un sujetador y unas
bragas negras a juego. Pero éste es diferente al anterior. Es delicado y
transparente, deja entrever sus pezones y su bonito coño. Se lo puso para mí,
sabiendo que habíamos prometido que esta noche sería la noche. Y aunque
ha sido un infierno esperar, me alegro de haberlo hecho. Por este momento
justo aquí, cuando sé que esto significa tanto para ella como para mí.
—Qué hermosa —alabo, subiendo las manos por sus piernas, pasando por
sus caderas y su vientre. Le acaricio los pechos, levantándolos con las palmas
de mis manos y le acaricio los pezones ya duros antes de caer sobre ella,
apoyándome en un codo para poder meterme el bulto duro en la boca a través
de la tela. Noto cómo las manos de Janey se entrelazan en mi cabello,
aferrándome a ella mientras arquea la espalda.
—¡Oh! —grita, sus dedos se clavan en mi cuero cabelludo mientras pide más.
Chupo y lamo a través de la tela mientras desabrocho el broche entre sus
pechos, y su sujetador se abre para mí como lo hizo su vestido. Con la carne
al descubierto, la pruebo por fin, lamiendo en círculos un pezón y luego el
otro. Mientras la acaricio, me quito la corbata con una mano y empiezo a
desabrocharme el chaleco.
—Quítatelas —murmura Janey. Perdida en el éxtasis, también quiere más de
mí, así que me detengo junto a la cama y me arranco la camisa. Me quito los
zapatos mientras me desabrocho los pantalones y los dejo caer junto con la
ropa interior. Desnudo frente a ella, tomo mi polla con la mano, apretando
con fuerza la base para equilibrar el placer de estar con Janey. Otra vez. Por
fin.
Se incorpora, dejando el vestido y el sujetador sobre la cama, y sonríe
dulcemente antes de inclinarse hacia delante para darme un suave beso en
la coronilla. La observo atentamente y veo el hilo de semen que sigue sus
labios cuando levanta la mirada, y cuando se lame los labios, saboreándome
feliz, un gemido áspero retumba en mi pecho. El gemido se convierte en
gruñido un instante después, cuando ella me introduce en su cálida boca y
me traga profundamente de un solo golpe.
Joder. No puedo hacer esto por mucho tiempo.
Pero se siente tan bien.
Con avidez, miro hacia abajo, viendo cómo me toma. Incluso recojo sus rizos
en mi puño para poder ver mejor. Siempre está preciosa, pero ¿con la boca
llena de mi polla? Impresionante.
Pero necesito tocarla. Más que mi propia liberación, necesito darle placer.
Le meto la otra mano por debajo para pellizcarle el pezón, haciéndolo rodar
entre mis dedos. Su grito ahogado me permite deslizarme hasta su garganta,
y se atraganta un poco. Me retiro, disculpándome a pesar de que la sensación
es increíble.
—Lo siento.
—Hazlo otra vez —me dice. Veo lágrimas en las comisuras de sus ojos por la
mordaza, pero sonríe mientras me mira la polla con asombro. Pero no creo
que esté impresionada conmigo. No, está impresionada consigo misma.
Y eso es muy sexy.
Dejo que suba y baje, que me folle con la boca y la lengua, y cada pocas
caricias le pellizco un pezón y la empujo, haciendo que me penetre más
profundamente. Se sorprende cada vez, pero parece disfrutar. Yo también, y
no tardo en ponerme al límite.
—Janey... —le advierto.
—Mm-hmm —gime a mí alrededor, asintiendo con la cabeza. Oye mi
advertencia y quiere que me corra en su boca.
No puedo evitarlo. He perdido todo el control. Ella me lo ha robado y tiene
todo el poder.
Me abalanzo sobre su boca salvajemente, deslizándome en su garganta una
y otra vez mientras ella se atraganta. Pero ella vuelve por más cada vez,
luchando por mantener la succión a mí alrededor, obligándome a seguir hasta
el fondo.
Traga mientras yo rujo, bombeando chorro tras chorro de esperma caliente
en su garganta. La explosión, por increíble que sea, no hace nada para calmar
mi hambre de ella, y en cuanto termina, empujo a Janey de nuevo sobre la
cama. Parece satisfecha de sí misma, quizá incluso orgullosa de haberme
hecho correr con su boca.
Deslizo sus bragas por sus piernas sin cuidado, deleitándome con la
excitación que las cubre. Está jodidamente empapada... para mí. Y quiero
bebérmelo todo, saborear cada gota hasta que me dé más. Le abro las piernas,
creando espacio para mí, y me zambullo en su centro.
Esta vez está afeitada, sin rizos rojos, y vuelvo a darme cuenta de que lo desea
tanto como yo. Se ha preparado esta noche pensando en nosotros y, aunque
yo no tengo ninguna señal como lencería de lujo o tiempo extra de
preparación, quiero demostrarle lo mucho que he pensado en ello también.
Así que hago lo único que puedo.
Agarrando con fuerza sus muslos, la mantengo abierta, dejando que mis ojos
recorran cada centímetro de ella, siguiendo mis ojos con la lengua y los dedos.
Le lamo, le chupo y le acaricio el coño, dándole todo lo que tengo para darle
placer, sin dejar de mirarla, atento a lo que la hace retorcerse, tener espasmos
y gemir.
Catalogué cada reacción que tuvo la última vez, pero cada vez es diferente, y
ahora quiero hacer lo mejor para Janey. Hoy, en este minuto, lo que sea que
la haga enloquecer de éxtasis.
Deslizo dos dedos dentro de ella, acaricio ese punto que tanto le gusta y paso
la lengua por su clítoris, ayudándola a alcanzar una poderosa liberación. Lo
necesita, se lo ha ganado después de tanto esperar. No tardo en penetrarla
hasta el fondo y frotar su pared interna con ferocidad mientras chupo con
fuerza su clítoris. Es todo lo que puede soportar, y gime mi nombre mientras
se desgarra, con espasmos en todo el cuerpo.
Quiero prolongarlo, pero necesito estar dentro de ella... ahora. Me levanto, la
arrastro hasta el borde de la cama y levanto sus piernas. Ella se agarra,
prefiriendo apoyar sus propias piernas en vez de apoyarlas en mis hombros,
mientras yo me alineo con su entrada y me abalanzo sobre ella. La agarro por
las caderas, tirando de ella hacia mí una y otra vez, sintiendo aún las
sacudidas de sus paredes internas.
Está resbaladiza, caliente y me aprieta como un tornillo de banco. Es el
paraíso.
Empujo dentro de ella, el sonido de nuestros cuerpos armoniza con nuestros
gruñidos y gemidos. Pero está demasiado lejos. Necesito tocar más de ella...
toda ella. Probando, me inclino hacia delante, a ver cuándo cede su
flexibilidad. Para mí deleite, se dobla casi por la mitad, sus rodillas casi hasta
los hombros, y encuentro sus manos, entrelazando nuestros dedos. Sujeto
nuestras manos unidas a la cama y miro profundamente los ojos de Janey.
—Córrete por mí. —Es la mayor cantidad de palabras sucias que he dicho.
Demonios, son más palabras de las que usé en todo un día antes de Janey.
Pero ella está haciendo más fácil decir lo que siento. Y ahora mismo, quiero
sentir su dulce coño estremeciéndose a mí alrededor mientras la miro
fijamente a los ojos, sabiendo que soy a quien quiere.
Que me desea.
Que es mía.
Nunca me he sentido menos digno, pero joder, me alegro de que Janey vea
algo en mí que los demás no ven, porque soy demasiado egoísta para
renunciar a ella ahora. La quiero. Toda ella, todos los días, para siempre.
—¡Cole! —grita. Sus ojos se ponen en blanco y sus pestañas se agitan, pero
lucha por mantenerlos abiertos, dejándome ver todo de ella mientras se corre.
Su nariz se arruga, sus cejas se fruncen, su boca se abre. Es glorioso, y nunca
me he sentido más afortunado de presenciar algo. Podría ver una de las
maravillas del mundo y palidecería en comparación con el orgasmo de Janey
en mi polla.
Es demasiado para mí y vuelvo a derramarme dentro de ella. Mi polla se
sacude con cada pulsación, pero lo que realmente explota es mi corazón. No
tengo palabras para describirlo, no tengo palabras para casi nada, pero siento
algo extraño en el pecho.
La saco de un tirón, sabiendo que mi semen también saldrá y queriendo
usarlo. Paso la mano por el desorden de su abertura y la unto en su sensible
clítoris, marcándola con nuestra crema combinada.
—¡Oh! ¡No puedo! —chilla mientras se retuerce para escapar.
Le sujeto los muslos hacia atrás con un brazo, manteniéndola doblada por la
mitad y con el coño expuesto para mí.
—Te lo mereces. Te lo mereces todo —juro mientras acelero mis movimientos,
que recorren todo su coño mientras mi mano se vuelve borrosa.
Sus gritos son cada vez más agudos, hasta el punto de que casi grita, pero ya
no se resiste. Está en la cúspide de algo grande, y ambos podemos sentirlo.
Mi polla gotea después de mi orgasmo, pero no es nada comparado con los
jugos que brotan de Janey. Todo su cuerpo se tensa, su boca se abre en un
grito silencioso, sus ojos se cierran de golpe y sus dedos se convierten en
garras contra la cama.
La guío a través de ella, dejándola alejarse esta vez, sabiendo que volverá... a
mí. Porque creo que sé lo que es este sentimiento. Sólo que nunca lo había
sentido antes.
Capítulo 23

—Pareces diferente —me dice Mason en el trabajo la semana siguiente.


Tiene razón. Soy diferente. Y eso es gracias a Cole.
Y a mí mismo.
Ahora puedo admitir que estaba enfadada y dolida por el despido de Cole
después de nuestra semana en la cabaña. Pero también puedo ver que hizo
bien en dejarme un tiempo a solas para curarme y volver a encontrar mi
equilibrio. Porque, definitivamente, me ha metido en un torbellino de bucle-
de-puerta.
Nunca supe que una relación de cualquier tipo pudiera ser tan... abarcadora.
No, no es eso. Cole no se ha apoderado de mi vida. Sigo yendo a trabajar,
disfrutando de mis pacientes y amigos, y he leído diez capítulos más de
Dragul y Tiffany, que no es tanto como de costumbre, y aún me quedan
cuarenta y ocho.
Pero la intensidad con él no se parece a nada que haya conocido. Es como si
me conociera a un nivel primario, celular. Sabe cuando llego a una buena
parte de mi libro por mi respiración y quiere que comparta la emoción. No
sólo escucha lo que digo sobre mi día, sino también cómo me siento y
responde a ello, y cuando me mira con esos ojos azules suyos, siento como si
viera mi alma y le gustara cada parte de ella, incluso las partes oscuras que
me he esforzado tanto en fingir que no existen.
¿Y el sexo?
Santo cielo. No estoy segura de lo que Cole y yo hacemos incluso califica como
sexo. Es como un orgasmo del alma cada vez. Me ha besado cada centímetro
del cuerpo, desde la espina dorsal hasta el punto sensible bajo la oreja, desde
el dedo meñique del pie hasta el pliegue de los codos. No hay nada que hacer
o, peor aún, dejarme sola. Se toma su tiempo cada vez, construyendo una
conexión entre nosotros que me hace sentir reclamada, en cuerpo y alma. Se
vuelca en mí, física pero también emocionalmente, mirándome a los ojos sin
inmutarse con cada orgasmo, como si lo que ocurre entre nosotros le
cautivara y no fuera posible con nadie más.
Me alegro de que me diera tiempo para estar preparada para él, para esto,
para nosotros. No estoy segura de que hubiera sido capaz de manejarlo de
otra manera. ¿Pero ahora? Aprecio a Cole por lo que es y por quién es, igual
que él lo hace conmigo.
—Soy feliz —respondo a Mason. Sigo divagando demasiado. Es un hábito que
nunca abandonaré, pero también me doy cuenta de que puedo decir lo que
pienso o siento sin todas las distracciones que tengo en la cabeza. No me
preocupa tanto lo que la gente pueda decir o pensar, así que no tengo que
añadir mucha información a mis respuestas para evitar reacciones negativas.
—Eso lo consiguen las raciones regulares de polvos profundos —bromea con
una sonrisa. No ha salido con nadie desde que rompió con Greta, pero su
barba está en camino de volver a crecer, y parece más feliz sin el constante
“arreglo” de Greta de cosas que no estaban mal en primer lugar—. ¿Cómo van
las cosas con el Príncipe Azul?
Me río. Aquí todo el mundo cree que conoció a Cole cuando subió a traerme
la merienda, y por muchas veces que les diga que suele ser un Gus Gruñón
al que no le gusta la gente, solo yo, no me creen. Su encantadora máscara
era demasiado buena.
—¡Estupendo! —exclamo. Quiero decir más, pero también entiendo que Cole
y yo somos diferentes, individualmente y juntos, y que, al igual que Luna,
Samantha y Kayla, no todo el mundo entenderá cómo somos el uno con el
otro. Al menos no al principio. Cuando Mason hace un gesto con la mano,
indicando “dame más”, me atengo a lo básico—. Fuimos a la boda de su
hermano y fue impresionante. Todo dorado y blanco, con flores y tul por todas
partes. Volví a conocer a toda su familia, a todos los hermanos y a su
hermana. Además, a su madre y a su padre, e incluso a sus abuelos. Eso fue
solo un paseo por la pista de baile, pero su abuela es monísima y me dijo que
le encantaba mi cabello. —Sonrío, recordando a la pareja de ancianos
bailando una canción de Sinatra—. Y toda la semana nos hemos turnado para
quedarnos en casa del otro. Es acogedor, sé que estará sentado en el sofá
esperándome cuando llegue a casa. Nos acurrucamos, hablamos y todo eso,
y luego nos dormimos abrazados. Es realmente... adjetivos, adjetivos,
adjetivos —termino, agitando las manos mientras se me acaban los
calificativos para describir lo feliz que soy.
Mason le devuelve la sonrisa.
—Me alegro por ti. Asegúrate de decírselo también a Gabriella. A ella le
vendría bien un final feliz para siempre, aunque sea el de otra persona, para
ayudarla a mantener la fe en que hay buenos ahí fuera.
Frunciendo el ceño, pregunto:
—¿Ha pasado algo?
Mason mira por encima de su hombro, asegurándose de que no hay nadie
más en la enfermería que pueda escuchar, pero aun así susurra:
—Sí, no llegó demasiado lejos, por suerte. Digamos que hay una razón por la
que hace un reconocimiento completo de los chicos antes de conocerlos en
persona. La piscina de las citas es un lugar oscuro y feo con tiburones
escondidos a plena vista.
—¡Oh! Odio eso. Tal vez su príncipe azul todavía está por ahí, y ella lo
encontrará pronto. O tal vez él se tropiece con su remota cabaña en el bosque
y ella lo ataque con espray para osos —sugiero esperanzada, sabiendo que
suena como el peor de los escenarios, no como el mejor, pero a mí me
funcionó.
—Sí —dice Mason encogiéndose de hombros—. Ella está bien. Aunque
probablemente le vendría bien un estimulante. —Más tranquilo, añade—: O
un ligue sin antecedentes ni ETS.
Me da escalofríos. Eso me entristece por Gabriella, que es preciosa, brillante
y tiene un gran corazón. Pero un día, encontrará al Elegido. Tengo que creerlo.
Y entonces todas las dificultades formarán parte de su historia sobre cómo
encontró la felicidad. Mientras tanto, la lucha es real.
—Aparte de las cosas, ¿qué hay en la agenda para esta noche? —pregunta
Mason, usando mi eufemismo para sexo. No soy una mojigata, pero tampoco
voy por ahí soltando detalles privados, a pesar de que básicamente comparto
todo lo demás, intencionadamente o no.
—¡Dios mío! ¿No te lo he dicho? —digo y me tapo la boca con la mano porque
he gritado demasiado. Demasiado tarde, sin embargo, porque una de las luces
de la pantalla se enciende. Levanto un dedo hacia Mason y respondo—: ¿Sí,
señora Donald?
—Alguien está gritando de dolor por el pasillo. Sé que tú también lo oyes, pero
estás sentada en tu perezoso trasero, dejándola gritar como una gaviota
herida. Raaaawrch, —chilla, no sonando nada como yo.
—Lo siento, señora. Comprobaré arriba y abajo en el pasillo —la tranquilizo,
sabiendo perfectamente que lo que ha oído era a mí, pero no voy a admitirlo.
Por cada paciente amable y simpático que tenemos, siempre hay unos
cuantos que son infelices en su vejez, pensando de alguna manera que
escaparían al paso del tiempo y sintiéndose traicionados porque sus años
dorados no son como imaginaban. La Sra. Donald es una de ellas y siempre
está enfadada con alguien por algo, incluso cuando ha sido un día
perfectamente bonito. Una vez la oí quejarse de que no había terminado un
rompecabezas lo bastante rápido. No porque le faltara una pieza, o porque no
se pareciera a la foto de la caja, sino porque había decidido arbitrariamente
que no le llevaría más de una hora, y le llevó toda la tarde. Intentamos elogiar
su rapidez, que era extraordinaria para una mujer de su edad y su vista.
Incluso llegamos a compararla con competidores de rompecabezas, algo que,
sorprendentemente, existe. No lo aceptó y se pasó varios días haciendo
pucheros, rechazando el pudding de la cena y cualquier otro intento de hacer
rompecabezas.
Cuelgo para encontrar a Mason tocándose la nariz.
—No es eso.
Pongo los ojos en blanco. Soy yo quien ha molestado a la señora Donald, así
que es justo que sea yo quien vaya a decirle que todo va bien en el pasillo.
Pero primero...
—Vamos a tener una cena familiar en casa de Cole esta noche. Vendrán todos
los hermanos y cónyuges. —Estoy callada, pero mi emoción es palpable. Mi
plan de reunir a Cole y a sus hermanos no fue un fracaso después de todo y,
de hecho, fue idea suya invitarlos a cenar.
Si hubiera una medalla de oro en planes exitosos, bueno. . . No me la darían
porque por un momento fue muy difícil, pero me darían una cinta de
participación.
—Parece una gran familia feliz —reflexiona Mason.
Se equivoca. Los Harrington no han sido felices durante mucho tiempo. Hay
sentimientos de dolor y traición, de ser juzgados y rechazados, y una ridícula
cantidad de posturas masculinas en su pasado. Pero incluso en su lío, harían
cualquier cosa el uno por el otro. Eso es lo que les convierte en familia. No la
sangre que comparten, ni la historia que escribieron juntas desde
perspectivas muy diferentes.
Se quieren a pesar de ser familia, no porque lo sean.
Ver eso también arroja una nueva luz sobre mi familia. Creen que compartir
la sangre está por encima de todo. Mis padres, mi hermana, mis primas e
incluso más allá piensan que pueden hacer cualquier cosa y no sufrir
ninguna consecuencia porque la sangre es más espesa que el agua.
Pero no es así. La familia puede ser la que tú elijas. Si tienes suerte, puedes
elegir a las personas con las que naces. Si no, puedes elegir a otros para que
sean tu familia.
Elijo a Cole.
Y si es posible, también me gustaría elegir a los Harrington.
—Esperemos que lo sean si yo tengo algo que ver —le digo a Mason—. Iré a
decirle a la señora Donald que todo está bien si vas a ver a la señora
Michaelson. Necesita una bolsa nueva.
Mason sostiene una bolsa de solución salina preparada y lista.
—En ello. Buena suerte.
Se refiere a la señora Donald, pero me guardo mentalmente los buenos deseos
para la cena de esta noche, que es importante para Cole y sus hermanos de
una forma que no estoy segura de poder comprender.

Cole y yo estamos en el garaje privado que hay debajo de su despacho,


esperando a que lleguen sus hermanos. Les ha dicho la dirección y que había
aparcamiento, pero no mucho más. Creo que quiere sorprenderlos más de lo
que quiere guardar secretos. O tal vez es sólo un hábito que necesita trabajar.
En cualquier caso, con sólo esa pequeña información, todos aceptaron venir,
lo que creo que es un buen presagio para esta gran revelación. Bueno, lo que
supongo que es una gran revelación porque creo que les va a contar todo esta
noche. No deshará años de dolor en una noche, pero mentiría si dijera que
no espero que cure parte del daño que ha lastrado a Cole durante tanto
tiempo.
Me contó lo que habían hablado Kayla y él y lo confundido que estaba, pero
desde entonces ha estado resolviéndolo mentalmente en silencio. Eso ha sido
difícil para mí porque soy una habladora, pero he intentado respetar su
espacio mental y su proceso.
Pero el hecho de que él iniciara esta cena lo dice todo. Volumen fuerte, claro
y resonante.
Oigo el portón enrollarse y contengo la respiración.
Como habían planeado, todos llegan casi al mismo tiempo. Carter y Luna
comparten auto con Chance y Samantha, que sorprendentemente no están
bronceados tras su luna de miel en la isla. Cameron llega en un sedán de lujo
y Kyle en moto.
Una vez que estamos todos reunidos, Cameron comienza el interrogatorio.
—¿Dónde estamos? ¿Pensaba que íbamos a cenar? Si te conseguí una niñera
para que nos enredes en algo...
Cole tiene la mandíbula tensa, los hombros caídos y echados hacia atrás,
como si esperara problemas, cuando interrumpe para responder:
—Así es. En mi casa. Aquí.
Me pongo al lado de Cole como muestra de apoyo, sabiendo que esas pocas
palabras equivalen a una señal de bienvenida de neón a toda su vida, y él me
rodea con el brazo, agradecido por el apoyo que le he prestado para llegar a
este punto. Tardo un latido en asimilar lo que ha dicho y entonces miro a mí
alrededor con renovado interés.
—¿Vives encima de las oficinas? —Cameron conjetura, sonando mucho
menos irritable ahora.
—Sí, mi oficina. Mi casa. Mi edificio —dice Cole sin un ápice de orgullo,
limitándose a constatar los hechos.
La respuesta de Kyle es la primera y más fuerte, su conmoción resuena contra
el hormigón circundante.
—¿Eres el dueño de todo el puto edificio?
Los ojos de Cameron se entrecierran, escudriñando el rostro de Cole en busca
de cualquier señal de mentira. Carter mira a su alrededor, y casi puedo verlo
haciendo cuentas en su cabeza como ese meme con la dama superpuesta por
formas geométricas y fórmulas. Luna dice que Carter a veces hace inversiones
inmobiliarias con su hermano, así que él sabría lo que costaría un edificio de
este tamaño, en esta ubicación. Chance sonríe con facilidad, aunque no estoy
segura de si eso tiene algo que ver con Cole o con su felicidad de recién
casado. Kayla... no parece sorprendida.
—Ya era hora —retumba con los ojos en blanco.
—¿Qué? —Cole la mira sorprendido.
—La amiga de Janey no es la única con una certificación en FBI —explica con
una gran cantidad de 'duh' en las palabras—. Pensé que, si ella podía
encontrarte, yo podría encontrarte. —Se vuelve hacia mí, con sus ojos azules
llenos de curiosidad, y me pregunta—: ¿Cuánto tardó tu amiga? —Pero
inmediatamente levanta una mano, impidiéndome contestar—. En realidad,
mejor aún, no me lo digas. No quiero enfadarme si yo he tardado más. Soy
un poco competitiva después de vivir con estos tipos toda mi vida. —Mueve
la cabeza hacia sus hermanos, que parecen muy conscientes de su carácter
despiadado.
Me río y digo:
—C. Harrington, ¿en serio? No es que lo ocultara bien, pero había que pasar
por muchas listas. —Kayla me mira como diciendo— ¿no lo sé? —y
compartimos una sonrisa.
Cole me mira boquiabierto, dándose cuenta de repente de que nunca hemos
hablado de los detalles de cómo le encontré. Parece orgulloso y... excitado por
lo lejos que he llegado para encontrarlo.
—Voy a arreglar ese nombre de LLC, por lo visto —dice Cole con rotundidad,
pero su labio se tuerce. No está enfadado en absoluto, ni siquiera porque haya
encontrado un resquicio en su operación ultra secreta.
—Tengo un tipo que puede ayudarte con eso si quieres —ofrece Chance—. Es
un ex alumno del club que ahora se especializa en derecho corporativo. Ha
hecho podcasts con Evan y conmigo, habla con los chicos sobre establecer
objetivos y me hace un descuento para amigos y familiares. —Más que un
alarde de “conocer a alguien” para hacerse el importante, Chance suena como
un padre orgulloso que ha visto a su hijo pasar de Troublemaker a Rockstar
Adult.
Cole asiente con la cabeza.
—¿Quieres ver alrededor o qué?
Por supuesto, todo el mundo lo hace.
Cole nos acompaña hasta una puerta, teclea un código y nos conduce al
hueco de la escalera. Le seguimos un tramo y esperamos a que introduzca
otro código para entrar en la planta de oficinas.
—Tienes este sitio más cerrado que mi culo la última vez que fui a la
cárcel —bromea Kyle.
Chance ahoga una carcajada y creo oírle murmurar a Samantha:
—No lo critiques hasta que lo pruebes.
Al mismo tiempo, Cameron pone los ojos en blanco.
—No has estado en la cárcel. —Parece seguro de ello.
Ignorándolos a todos, Cole dice:
—La paranoia unida a la necesidad de discreción. —No da más explicaciones
hasta que entramos en su despacho. Al verlo de nuevo, esta vez a través de
los ojos de los demás, miro a mí alrededor y me doy cuenta de la sensación
de esterilidad, modernidad y anonimato—. Esta es la sede de BS Consulting.
Ese soy yo. Hago investigaciones privadas para una clientela selecta.
—¡Eres un asesino a sueldo, joder, sí! —Kyle anuncia en voz alta. Y con
sorprendentemente poca alarma—. ¿Alguien que conozcamos? ¿Y cuál es la
tarifa? Tengo algo ahorrado y a unos cuantos que no me importaría borrar de
la faz de la Tierra. —Se dibuja una línea en el cuello con el pulgar y deja caer
la cabeza hacia un lado, con los ojos cerrados y la lengua fuera.
De todos los hermanos, es el que me resulta más fácil de entender. Utiliza el
humor y un agudo sarcasmo para aligerar las cosas cuando ocurre algo
importante, sin dejar que nada ni nadie se ponga demasiado pesado. Sin
embargo, me pregunto si alguna vez habla en serio.
Cole le mira con las cejas levantadas.
—Nunca he sido uno. Aunque ahora estoy pensando en probar. ¿Quieres ser
mi muñeco de prácticas?
Kyle estalla en carcajadas, sin esperar la irónica broma de Cole como
respuesta. Porque está bromeando. Sobre todo.
—¿Qué investigas? —pregunta Cameron. Parece pensativo, como si estuviera
considerando esta nueva información de forma lógica y racional, dándole
vueltas en su mente para ver cómo les afecta a todos.
—Lo que yo decida. Los clientes vienen a mí, me dicen lo que quieren y yo
decido si merece mi tiempo y mi interés. —El proceso de Cole es bastante más
profundo de lo que parece. Le he visto investigar durante horas mientras nos
sentábamos en el sofá por las tardes, y ha salido de vigilancia dos veces en la
última semana. Localmente, por suerte, y me dijo adónde iba y cuándo
volvería. Yo seguía preocupada, por supuesto, y casi le atacaba cuando
entraba por la puerta, tanto con besos como con un completo y farragoso
informe de lo mucho que le echaba de menos.
—¿Qué merece tu tiempo e interés? —pregunta Cameron, buscando más.
Antes pensaba que estaba siendo un hermano mayor mandón, pero puedo oír
el trasfondo de preocupación en su voz. No por él o por la familia, sino por
Cole. Quiere asegurarse de que su hermano está a salvo.
—Espionaje corporativo, divorcios con altos beneficios, custodia de niños,
cosas así. No presto mis talentos a países enemigos ni nada de eso. —La
respuesta de Cole es simplista, pero asiente a Cameron, diciendo sin decir
que le oye y que tiene cuidado.
Cole nos conduce de nuevo a la escalera y a su sala de estar.
—Hogar, dulce hogar —dice sin sonreír. Esto es duro para él. Sé que lo es. Se
ha pasado toda la vida pensando que su familia no se preocupaba por él, así
que descubrir que se preocupan mucho ha hecho que su visión del mundo se
tambalee, transformando toda una vida de sentirse excluido y olvidado en
algo más parecido al autoaislamiento.
Todavía está recuperando el equilibrio.
Y llegar a darles la bienvenida a su santuario privado es una vulnerabilidad
que no creo que hubiera podido exponer hace unas semanas.
¿Pero ahora? Aquí está, mostrándoles su alma. Y yo estoy a su lado como la
animadora más ruidosa y soleada que jamás haya existido.
—Hermano, tu decorador se lo ha currado. Parece una página de
Architectural Digest —declara Kyle mientras se lanza al sofá y pone las botas
sobre la mesita—. Eres aburridísimo, pero tienes más estilo que esto.
Necesitas una almohada o algo. Olvídate de dar un golpe y vete a un TJ Maxx,
joder.
De alguna manera, eso es suficiente para romper el hielo y todos nos
sentamos en el salón. Creo que todos se dan cuenta de que Cole ha
compartido mucho esta noche y, aunque tienen un millón de preguntas, no
tienen por qué hacérselas todas a la vez. Así que, aunque siguen mirando a
su alrededor y asimilándolo todo, la conversación gira poco a poco hacia otras
cosas que no sean la vida secreta de Cole.
Como la luna de miel de Chance y Samantha, que fue playera, arenosa y, al
parecer, no incluyó la visita a ningún lugar turístico. Estoy segura de que
fueron del aeropuerto a la suite del hotel y viceversa, y solo se separaron para
comer.
Y Cameron necesita una nueva niñera porque Grace huyó de otra, lo que al
parecer no es tan raro. Kyle sugiere tener un cachorro, no como recompensa,
sino como una forma de enseñarle calma y responsabilidad, pero Cameron
no escucha eso en absoluto, no importa cuántas veces Kyle declare que Gracie
es genial con su perro, Peanut Butter, y es prácticamente un ángel cuando
está en su casa.
Cuando pasamos a la mesa del comedor, Cole menciona que nunca se ha
utilizado y, en lugar de ser un incómodo recordatorio de lo solo que ha estado,
Kyle bromea sobre cómo le ha sentado bien la cena y todos se ríen. Con un
gruñido de falso fastidio y un secreto agradecimiento por la irreverencia de
Kyle, Cole sirve la comida que él y yo hemos preparado juntos.
Bueno, él lo hizo, y yo agarre los ingredientes, programé los tiempos y removí
algunas cosas después de que él me enseñara cómo hacerlo porque, al
parecer, batir, doblar y remover son cosas diferentes.
Es una cena familiar como nunca he tenido. Nadie llora, nadie sale herido en
sus sentimientos, todos hablan amablemente a menos que se burlen unos de
otros, y es con buenas intenciones. Es todo lo que deseé, esperé y pretendí
que fueran las cenas familiares de toda mi vida.
Los hermanos Harrington lo tienen. O más exactamente, lo están creando
ante mis ojos.
—¿Qué te parece ser enfermera en The Ivy, Janey? —pregunta Kayla,
dirigiendo la conversación hacia mí.
Oírla mencionar mi trabajo me hace pensar en algo. Pero primero respondo a
su pregunta, reconociendo que está tratando de incluirme, y quiero formar
parte de lo que esta familia tiene entre manos porque es realmente especial.
—Me encanta. Siempre quise ser enfermera y caí en el trabajo de cuidados de
larga duración, pero me alegro mucho de haberlo hecho. Es duro, sobre todo
cuando perdemos a pacientes que llevan tiempo con nosotros, pero me gusta
ayudar a que sus días, por muchos que les queden, sean los mejores posibles,
sobre todo cuando sus familias no siempre pueden estar ahí por el motivo
que sea. —Antes de que pueda preguntar algo más, cambio de dirección,
preguntándome si ella y Mason podrían ser una buena pareja—. Kayla, una
pregunta al azar... ¿Qué opinas del vello facial?
—¿En mí? Veto y programo una cita urgente para depilarme. ¿En otras
mujeres? Hazlo tú, boo. ¿Con un chico? Depende. ¿Estamos hablando de un
nido de pájaros limpio y cuidado, o de un nido de pájaros desaliñado con el
almuerzo enterrado en él?
—¡La primera, por supuesto! —respondo riendo.
—Entonces no. —Sonríe, me ha pillado bien—. Para ser justos, era un no de
cualquier manera. ¿Por qué?
—Oh —digo con tristeza—. Tengo un amigo que está soltero desde hace poco
y pensaba...
Me interrumpe, levantando la palma de la mano.
—Y veta eso también. Lo último que necesito es que me preparen una cita a
ciegas. No sólo no, sino el infierno. No.
Suena como si hubiera una mala historia, pero, en cualquier caso, al oír su
sólido desinterés, no insisto. En lugar de eso, asiento con la cabeza.
—Lo entiendo. No te preocupes.
Chance ve la oportunidad y bromea:
—No sé, Kayla. Una cita a ciegas en la que no sepan en qué se están metiendo
podría ser la única manera. Porque un tipo tendría que tener unos grandes y
estridentes de latón para acercarse a ti. Eres un poco intimidante, por si no
lo sabías.
Kayla parpadea dos veces, fingiendo estar vacía antes de asestar un golpe
mortal.
—Estás intimidado. Los hombres se intimidan. Eso no significa que yo me
sienta intimidada. Es un fallo por su parte, no una debilidad mía.
Samantha cruza la mesa y choca los cinco con Kayla.
—Maldita sea.
Chance se ríe.
—¿Así que grandes, de latón es lo que estás buscando, entonces? Tomo nota.
Kayla se encoge de hombros despreocupadamente, devolviéndole la risa.
—Si es lo que hace falta.
Creo que más bien son bolas de puro coraje del tamaño de una roca, duras
como el diamante, pero me lo guardo para mí, demasiado impresionada por
Kayla -y quizá un poco asustada- como para burlarme de ella. En lugar de
eso, la saco de la conversación que he iniciado sin querer.
—¿Alguien quiere tarta de manzana? No es de la abuela Beth, pero es su
receta —presumo, poniendo la mano en el hombro de Cole.
—¿Hiciste tarta de manzana? ¿La tarta de manzana de la abuela? —Kyle
resuena incrédulo—. Joder, sí, quiero un poco. Adelante. —Agarra el tenedor
y lo deja listo, sonriendo a Cole con excitación infantil.
—Tú te quedas con el último trozo —declara Cole—. De lo contrario, nadie
más va a conseguir nada.
—Me parece justo —acepta Kyle sin ningún pudor.
Capítulo 24

No contesto el teléfono a mucha gente. No mucha gente tiene este número


porque no es el que figura en mi tarjeta, sino el personal. Así que cuando
suena, sé que realmente bien la pena mi tiempo.
—Hola.
—Tengo que ponerte al día sobre el caso Webster —dice Louisa, con los dedos
chasqueando en el teclado. Siempre es así: sin saludos, sin sutilezas, directa
al grano, lo cual agradezco.
—Adelante.
—Tengo el nombre y los datos actuales de la mujer desconocida, pero aún no
hay conexión entre ella y Webster. Sus redes sociales no lo mencionan por su
nombre ni nada que apunte sospechosamente a él. No hay coincidencia en
amigos, familia, historia, etc. Pero su historia es incompleta en el mejor de los
casos.
Hace una pausa para respirar y le pregunto:
—¿Criminal?
—No. —Sus dedos vuelan sobre el teclado y lee—: Madre, fallecida. Padre, no
registrado. En acogida desde los cinco años. Hay una lista de hogares antes
de que fuera adoptada a los... —Clic, clic, clic—. Quince años.
—Qué raro —murmuro. ¿No adoptaron a una niña linda de cinco años, pero
sí a una de quince con una vida dura? Eso no es lo normal, ni suele ser un
buen augurio para un adolescente en el sistema actual.
—Sí. Se escapó a los dieciséis, empezó a usar el apellido de su madre hace un
par de años, pero legalmente sigue siendo el de sus padres adoptivos, por eso
tardé tanto. Te enviaré su información de contacto ahora. —Se oye un silbido
cuando el correo electrónico sale del ordenador de Louisa y, un momento
después, mi ordenador hace su pequeño ding-ding de entrega.
—Gracias. —Voy a colgar, pero Louisa se aclara la garganta.
—Hay más —dice, y me doy cuenta de que ha llamado por eso. Me quedo
callado, esperando a que me cuente lo que ha encontrado—. El Sr. Webster
tuvo un ataque al corazón la semana pasada, murió en el St. Joseph. No hay
signos de juego sucio, se trata como causas naturales.
—Pero... —Pregunto. El momento es sospechoso, pero si no hay investigación
policial, no debería justificar ese tono de voz de Louisa.
—La esposa, la Sra. Webster, está haciendo un rápido recorrido para liquidar
el testamento. Considerando que hay activos significativos, parecía. . .
interesante.
Estoy de acuerdo. Le dije a la Sra. Webster que no creía que la mujer con la
que se reunió su marido fuera una amenaza matrimonial, pero quizá ella sabe
algo que nosotros no. No sería la primera vez que un cliente escarba por su
cuenta después de que le entregue una pala y un lugar de primera.
—Gracias. Haré un seguimiento.
Colgamos y hago un par de llamadas más. Esta noche, Janey y yo no nos
acurrucaremos en el sofá para pasar una noche acogedora y luego nos
trasladaremos a su cama, que hay que reconocer que es más cómoda que la
mía.

—Gracias por venir —le digo a Riley Stefano. La mujer de la cabaña, que
ahora tiene el cabello a rayas negras y rosas, lleva unos jeans de pata ancha,
unas zapatillas de tenis anticuadas, una camiseta recortada de una banda y
medio kilo de joyas gruesas mientras se sienta frente a mí y Janey en un
restaurante de su elección.
—Dijiste que era importante —explica. Está moviendo la pierna, lo que podría
hacerla parecer nerviosa, pero parece más bien que está preparada para
cualquier cosa, sobre todo por la forma en que sus ojos saltan por la
habitación, atentos a cualquier peligro. No creo que confíe fácilmente, ni
siquiera en absoluto, lo cual tiene sentido con la historia que Louisa
describió—. Entonces, ¿qué pasa?
Doy un sorbo a mi café y me reclino hacia atrás, queriendo parecer lo menos
amenazador posible cuando digo esta parte porque sólo puedo adivinar lo mal
que le va a sonar a una mujer como Riley.
—Soy investigador privado. Durante uno de mis casos, te convertiste en una
persona de interés.
—¿Yo? —suelta. En un instante, está de pie, lista para salir corriendo—. Dile
a Austin que me fui, o que no pudiste encontrarme, o lo que sea.
—¡Espera! —suplica Janey—. No sabemos nada de Austin. No se trata de eso.
Por eso le pedí que viniera conmigo. Una mujer como Riley no consideraría
sentarse conmigo, ni siquiera en un lugar público. Pero Janey tiene un aura
de amabilidad, que pensé que podría ayudar. Resulta que tenía razón, porque,
aunque parece desconfiada, Riley vuelve a sentarse.
Quiero preguntar quién es Austin y tal vez ver si a Riley le vendría bien un
poco de ayuda para lidiar con esa situación. Pero primero tengo que averiguar
quién demonios es ella para el señor Webster. Saco el móvil y le enseño la foto
que le hice a ella y a Webster en la cabaña.
Como era de esperar, me mira con ojos entrecerrados de águila.
—¿Qué mierda? Eso era privado.
—De ahí que sea investigador privado —respondo—. ¿Quién es Webster para
ti?
—¿Por qué quieres saberlo? —replica ella, sin renunciar a nada.
Janey se inclina hacia adelante, con ojos suaves y palabras gentiles mientras
dice: —Riley, el señor Webster tuvo un ataque al corazón la semana pasada.
Falleció. Lo siento mucho.
Apuesto a que ha tenido esta misma conversación docenas de veces antes,
pero puedo ver que le pesa cada vez. No conoce a Riley, no conocía al Sr.
Webster, pero ahora es una parte inextricable de este momento para la mujer
al otro lado de la mesa. Pero Janey asume voluntariamente esa
responsabilidad con gracia, amabilidad y cuidado.
—¿Qué? —susurra Riley, con cara de haber recibido una bofetada. Su dura
fachada se derrumba y se hunde en la silla. Agarra mi teléfono y mira la foto
de Webster y ella con ojos brillantes, incluso tocando su cara en la pantalla.
—¿Quién era para ti? —pregunto, intentando imitar el tono de Janey.
Riley frunce el ceño y se seca una lágrima con el dorso de la mano.
—Mi padre biológico. Fue la primera vez que nos vimos. Ni siquiera sabía que
yo existía. —Sonríe con tristeza—. Probablemente fue algo bueno, o habría
muerto antes. Todo el mundo lo hace. Soy como una maldición.
—Eso no existe —digo, discrepando por principio—. La gente vive. La gente
muere. Es el círculo de la vida, y demasiado a menudo, es una mierda difícil
de tragar. No tiene nada que ver contigo. —Bien, es la verdad, pero puede que
haya sido demasiado brusco, porque Janey me fulmina con la mirada y,
cuando Riley levanta la vista del móvil, vuelve a estar helada.
—Dicho como alguien que nunca ha perdido a alguien —responde con
amargura—. Al menos lo encontré antes.
—¿Lo encontraste? —Janey hace eco, incitándola a decir más.
Riley asiente y suspira pesadamente. Ignorándome por completo, lo que
probablemente sea mejor, le cuenta su historia a Janey.
—Mi madre y él se conocieron en la universidad. Ella ni siquiera sabía su
apellido. Fue un rollo, algo de una sola vez. No se dio cuenta de que estaba
embarazada de mí hasta casi siete meses después, y para entonces Will ya se
había ido. Intentó preguntar por ahí para averiguar quién era.
Se encoge de hombros como si no hubiera tenido éxito.
—¡Pero se esfumó! Mamá me tuvo y estuvimos bien un tiempo. Hasta que tuvo
cáncer.
Riley se queda callada, perdida en sus recuerdos durante un largo minuto.
Cuando reinicia su relato, se ha saltado lo que debió de ser la parte más dura.
—Me enviaron a una casa de acogida. Era el terror. Enfadada, triste, quería
morirme para estar con mi madre, y la tomaba con todos, especialmente con
la gente que intentaba darme un hogar.
Janey cruza la mesa y agarra la mano de Riley, consolándola.
—Siento lo de tu madre. Debes haber estado muy asustada.
Riley no se inmuta ante el contacto o las palabras amables. De hecho, creo
que eso le da fuerzas para continuar una historia que no estoy seguro de que
haya contado nunca.
—Uno de los niños de la primera casa de acogida tuvo una sobredosis, lo que
significó que todos los niños tenían que ir a otro sitio, y ahí empezó la
montaña rusa. Hubo algunos buenos, con gente agradable a la que le
importaba una mierda, pero en algún momento perdí la cuenta. —Deja caer
los ojos sobre la mesa y mira fijamente la superficie blanca y laminada—. Al
final, una de las familias de acogida me adoptó. No porque me quisieran, sino
porque si era 'suya', el Estado no me controlaba tan a menudo y yo podía
cuidar de los más pequeños y quedarme con la casa mientras ellos cobraban
los cheques. Me prometieron que, cuando cumpliera dieciocho años, me
incluirían en la “nómina”, como ellos la llamaban, lo que básicamente
significaba que, como otro adulto en la casa, podrían acoger a más niños y
ganar más dinero. Por supuesto, tendría que pagar alojamiento y
comida. —Suelta una carcajada amarga y sin gracia.
» Me fui. Trabajé, dormí en sofás y al final me recompuse. Ahora me va bien.
Irónicamente, después de todo eso, soy niñera, así que sigo cuidando niños,
pero es en mis propios términos. —Ahora parece más presente, como si
estuviera aquí con Janey y conmigo y por fin hubiera encontrado una semilla
de felicidad—. La familia para la que trabajo es estupenda y la Navidad
pasada me regalaron un kit de ADN. Sabían que siempre me preguntaba... no
podía evitarlo, ¿sabes? —Frunce el ceño, casi avergonzada por su razonable
deseo de saber quién es y de dónde viene.
» Los resultados volvieron con una coincidencia. William Webster. Mi padre
biológico. Me puse en contacto con él y quería conocerme.
Riley vuelve a mirar el teléfono, pero la pantalla se ha apagado. Alargo la mano
y lo vuelvo a encender para que pueda volver a ver la foto de su padre y ella.
Le toca la cara y una lágrima se desliza por su mejilla.
—Me alegro de que me lo dijeras —susurra—. Si no, habría pensado que no
quería... —Corta lo que iba a decir con un sollozo ahogado.
—Siento que no hayas podido pasar más tiempo con él —responde Janey.
—Riley —le digo con cuidado, sin querer asustarla después de todo lo que ha
compartido—, la mujer de Will está haciendo todo el papeleo tras su muerte.
Como su hija, hay bienes a los que probablemente tengas derecho. Si
necesitas ayuda con un abogado, puedo ponerte en contacto con uno. Pro
bono. —No agrego que yo cubriré ese costo porque no hay forma de que Riley
tenga los fondos para financiar algo así.
Menea la cabeza, rechazándome antes de que termine de ofrecérselo.
—No, no, no. No quiero su dinero ni nada de eso. Quiero... —hace una pausa,
corrigiéndose—, quería conocerle. Y lo hice.
No estoy seguro de que entienda a lo que potencialmente está renunciando.
Los Webster no son los mejores ni nada parecido, pero tienen lo suficiente
como para que Riley se las arregle de por vida si gestiona bien la herencia.
—No tiene otros hijos, nadie más que su esposa. Ella sabe de
ti. —Normalmente no divulgaría eso, incluso bajo amenaza de prisión o
muerte, pero esta situación se siente diferente a la mayoría. Riley se siente
diferente de la mayoría de los clientes con los que trabajo. Y ni siquiera es mi
cliente.
—¿Sabe sobre mí? —repite Riley, con un hilo de esperanza entretejido en la
pregunta, y me doy cuenta de que la forma en que lo he expresado hace que
suene como si Will le hubiera contado a su mujer lo de su hija perdida hace
tiempo.
—Que Will se reunía contigo, no quién eras para él —corrijo—. Ella pensó que
se escabullía por otras razones. —Dejo eso abierto a la interpretación,
probablemente habiendo compartido ya demasiado.
Los hombros de Riley se caen y su rostro decae. Se pellizca los dedos durante
un largo minuto mientras piensa y luego suspira cuando vuelve a mirarme a
los ojos.
—Gracias por contarme lo que ha pasado. Y por ofrecerme tú ayuda. Te lo
agradezco mucho. Pero conseguí lo que necesitaba en aquella cabaña del
bosque. Quería una familia, una historia, un lugar al que pertenecer. Eso es
todo lo que siempre quise, y por un minuto, lo tuve. Eso es más de lo que
algunas personas consiguen, así que supongo que, en cierto modo, soy
afortunada. Tuve una madre estupenda que me quería tanto que luchó por
quedarse conmigo mucho después de estar dispuesta a dejarme marchar. Y
un padre que se emocionó al conocerme, me dijo que me quería y que quería
conocerme. Ojalá los hubiera conocido más tiempo, pero me siento muy
afortunada de haberlos conocido. —Se pone la mano en el pecho, ahora las
lágrimas caen abiertamente.
Janey también llora, se limpia los ojos con una servilleta y yo me aclaro la
garganta mientras me limpio discretamente los míos.
Esta mujer, que ha pasado por tanto, está sentada aquí con más amor y
esperanza en su destrozado y pisoteado corazón de lo que yo podría imaginar.
Hace que me decepcione de mí mismo por no apreciar a mi propia familia,
que no es perfecta pero al menos está aquí y dispuesta a reparar parte de la
mierda por la que hemos pasado.
—Me voy, pero gracias — dice Riley una vez más.
Se levanta, pero la detengo.
—Espera. Toma, agarra esto. —Le tiendo una tarjeta de
presentación—. Llámame cuando quieras, para cualquier cosa. Si puedo
ayudar en algo, llama.
Riley agarra la tarjeta y se la mete en el bolsillo sin mirarla. No creo que vuelva
a saber nada de ella.
Janey es más activa, se levanta y extiende los brazos. Riley y Janey se abrazan
durante un largo rato, habiendo encontrado una conexión en un momento de
dolor.
—Tú estás bien. Siempre lo has estado y siempre lo estarás—, le dice Janey.
Tengo la sensación de que se ha dicho esas palabras a sí misma más de un
par de veces cuando las cosas iban mal.
—Lo sabes —responde Riley. En cierto modo, son almas gemelas, y ambas
son más fuertes por este momento de parentesco compartido.
Cuando Riley sale de la cafetería, Janey se sienta y cae en mis brazos. Le paso
una mano tranquilizadora por la espalda, consolándola hasta que se echa a
llorar.
—Ha sido horrible, pero me alegro de que haya podido conocer a su padre
después de tantos años —dice Janey cuando se ha calmado lo suficiente para
hablar. Se ha girado y se ha arrimado a mi lado, apoyando la cabeza en mi
hombro.
—Me sorprende más que no quisiera ir por el dinero. —Es crudo, pero
desgraciadamente cierto. No muchos podrían ver un montón de dinero del
que tienen derecho legal y alejarse de él porque no era lo que les importaba.
La persona sí lo era.
—¿Recuerdas que dijo que encontró a su familia en esa cabaña en el bosque?
—Janey susurra.
—¿Sí?
Levanta la cabeza y me mira a los ojos. Los tiene grises, inyectados en sangre,
rosados e hinchados, pero me parece preciosa. Su gran corazón, incluso
cuando está herido, es hermoso.
—Yo también.
No se refiere a su familia de imbéciles. Se refiere a mí. Yo soy su familia.
Y la verdad, es mía.
Pero es más que eso. Conocer a Janey en aquella cabaña no sólo me la dio a
ella, sino que ha conseguido de alguna manera darme a todos mis hermanos,
uniéndonos de una forma en la que nunca antes habíamos estado. Janey hizo
eso, con sus sonrisas y sus rayos de sol, sus esperanzas y sus resquicios de
esperanza.
Pero todo es ella. Mi Janey.
—Yo también —respondo, depositando un suave beso en sus labios—. ¿Estás
lista para ir a casa?
Su sonrisa es toda la respuesta que necesito, así que llamo a la camarera. Me
levanta una mano para decirme que enseguida viene.
—Voy a refrescarme muy rápido —me dice Janey, señalando sus ojos y luego
el baño al otro lado de la cafetería.
—De acuerdo, ahora voy —le digo. La veo cruzar la habitación y, una vez que
está a salvo en el baño, saco el móvil para mandarle un mensaje a Louisa.
Persona de interés = hija de ligue universitario. Sin interés en buscar
herencia. No hay necesidad de notificar al cliente. Caso Webster,
cerrado.
Parece duro resumir los últimos cuarenta y cinco minutos en cuatro frases
sin emoción, pero es todo lo que el registro necesita reflejar. Las lágrimas, la
historia, la conexión sincera, no son para un registro impersonal. Son para
mí, para Janey y para Riley, a quien espero de verdad que le siga yendo bien.
Capítulo 25

En el baño, me sueno la nariz y me lavo las manos, me salpico la cara con


agua fría y me doy golpecitos con los dedos bajo los ojos, con la esperanza de
disipar un poco la hinchazón. No puedo borrar la evidencia de todo el llanto,
pero no importa. Ha merecido la pena cada lágrima por ver a Riley salir con
la cabeza alta y la espalda recta, sabiendo que tiene un lugar en el mundo,
un lugar del que ha salido y que ella misma se ha labrado con mucho
esfuerzo.
—Todo lo bien que va a salir —le digo a mi reflejo en el espejo sobre el lavabo.
Aun así, me doy unos golpecitos en las mejillas, dándoles un poco de color
sonrosado antes de abrir la puerta y volver a entrar en el restaurante.
Apenas he salido del baño cuando oigo mi nombre.
—¿Janey?
Miro a mi izquierda y veo a Henry, sentado solo en una mesa con una taza de
café. Tiene el mismo aspecto de siempre. Lleva el cabello recién cortado, la
cara bien afeitada a pesar de lo tarde que es, la corbata centrada en el cuello
y las mangas dobladas con cuidado para mostrar su caro reloj.
—Creía que eras tú. Hola —me dice con una sonrisa amistosa. Como si
fuéramos viejos amigos cruzándonos y no un ex que me engañó, me abandonó
y me hizo sentir que valía menos que un chicle en su zapato.
En realidad, esa parte fue probablemente en parte culpa mía. No hizo las
cosas que debía, y esa culpa recae exclusivamente sobre él, pero yo no le exigí
más ni esperé nada mejor. Y acepté su mínimo una y otra vez mientras me
excusaba por él. Eso es culpa mía.
Ahora lo sé mejor. Nunca caería tan bajo.
Esta vez, es Henry quien divaga, no yo.
—Tienes muy buen aspecto. ¿Qué tal estás? Siéntate y nos ponemos al
día. —Me señala la silla de enfrente, invitándome a sentarme con él y dando
por hecho que lo haré encantada.
—¿Hablas en serio? —Suelto un chasquido, indignada de que piense que
volvería a caer en sus brazos tan fácilmente.
—¿Qué? —se encoge de hombros como si mi reacción fuera completamente
irracional. Cuando ve el enfado en mi cara, se ríe—. No te pongas así. Mira,
lo siento, ¿bien?
Hace que parezca que al disculparse me está haciendo un favor. Que lo que
hizo no fue más que llegar tarde a tomar un café o algo así.
—Estaba tan cargado de plazos, proyectos y actualizaciones. Y tú eras todo
'¡conoce a la familia! —Imita con desdén la feliz emoción que yo sentía al
respecto—. Pensé que algo de tiempo nos vendría bien a los dos, ¿sabes? Y
no quería descargar todo el estrés contigo. Necesitaba una válvula de escape
de la olla a presión del trabajo. Eso es todo lo que era. Ya sabes cómo es. —
Sonríe como si fuera suficiente porque eso es todo, eso es todo lo que tiene.
Esa es su disculpa, explicación y justificación. La suma total bien menos que
el aire que gastó para decirlas.
—No tienes que disculparte por lo que te hizo tú supuesto 'estrés'. ¿Pero lo
que me hiciste a mí? Eso estuvo mal. Por eso deberías disculparte —le digo
con calma pero con firmeza.
No soy la misma Janey que conoció antes.
No soy la misma persona que era entonces.
Me he hecho más fuerte, he cambiado a mejor y he aprendido lo que significa
realmente tener un compañero a tu lado y a tu espalda, incluso cuando las
cosas se van al garete.
No dice una palabra, sólo balbucea sin sentido, lo que definitivamente no se
parece a una verdadera disculpa, así que sigo.
—Admito que lo dejé pasar demasiado tiempo, pero tú también lo hiciste.
Estabas más que feliz de ser hiriente, despectivo y cruel conmigo. Aprendí de
ello. ¿Lo has hecho? ¿O sigues siendo el imbécil que siempre fuiste, solo para
ti mismo, sin importar el coste para los demás?
—Espera un minuto, no todo fue malo. Pasamos buenos momentos. Si lo has
olvidado, podría recordártelo —dice con una sonrisa soñolienta, arrastrando
la punta de un dedo por el borde de su taza de café como si eso tuviera que
ser sexy, aunque sé que no podría encontrar un clítoris ni con un dibujo de
anatomía, una linterna frontal y un guía turístico.
—No. Demonios. No. —Levanto ambas manos, haciéndole la señal universal
de “alto”. Creo que estoy canalizando a Kayla mientras lo hago, pero ahora
funciona como funcionó para ella.
La sonrisa de Henry vacila y creo que, por primera vez, se da cuenta de que
ya no soy la mujer indulgente, débil y que acepta los desechos que solía ser.
Soy fuerte, poderosa y sé lo que valgo. Y mis nuevas y mejoradas expectativas
son astronómicas y siguen siendo superadas cada día por un hombre.
Cole.
—No importa. Tienes una pinta de mierda. Tienes los ojos inyectados en
sangre, el cabello encrespado y hueles a viejo —acusa Henry, a pesar de que
antes había dicho lo contrario.
La verdad es que me he visto en el espejo del baño y tengo un aspecto horrible.
No es que importe, porque eso ya no tiene nada que ver con las bravatas de
Henry. Está arremetiendo contra mí, intentando hacerme daño otra vez y
utilizando el arma más fácil que tiene -mi aspecto- para menospreciarme y
sentirse superior.
—Ya basta —dice una voz ronca detrás de mí.
Sonrío, sin necesidad de darme la vuelta. Sabía que Cole me escuchaba desde
lejos, dejándome tener mi momento para brillar y confiando en que podría
manejarme sin dejar de vigilarme. Vuelvo a hundirme en él, dejando que mi
espalda descanse sobre su pecho macizo, y él me pone unas manos posesivas
sobre los hombros.
—¿Quién es? —Henry exige, sonando enojado ante la idea de que podría
haber encontrado a alguien más a pesar de haber estado jodiendo conmigo
mientras estábamos realmente juntos.
—Mi novio —respondo con una sonrisa burlona. Nunca me había parecido
tan tonto describir a Cole como un “chico”, pero la cara que pone Henry al oír
la respuesta merece la pena. Me río—. ¿Creías que estaba sentada suspirando
por ti?
Lo miro de arriba abajo, sabiendo que ya se está comparando con Cole y que
se encuentra en falta. No en lo que de verdad importa, como el corazón y el
alma, sino en lo que Henry valora: el dinero, el atractivo y el dominio.
Sí, Henry conoce mis puntos gatillo. Pero yo también conozco los suyos. Los
evité a toda costa mientras estuvimos juntos, sin importar cuántas veces él
pisoteó los míos. ¿Pero ahora? Me siento libre de decir lo que he pensado
tantas veces antes. Irónicamente, a pesar de todas las divagaciones que hice,
de alguna manera mantuve la verdad escondida en lo más profundo,
filtrándola de Henry.
—Me hiciste débil porque te gustaba sentirte superior a mí —digo, y Henry
empieza a discutir. Sigo hablando, asumiendo parte de la culpa—: Y yo te
dejé. Pero ahora estoy mejor. No porque Cole me hiciera fuerte, sino porque
yo lo hice. —Me doy una palmada en el pecho orgullosa y luego sonrío—.
Bonus, eso le gusta porque puede con mí mejor yo. Ahora soy feliz, por
primera vez.
—Te olvidaste de decirle cómo adoro tu cuerpo sexy hasta que te corres tantas
veces que te desmayas en mis brazos —me susurra Cole al oído, lo
suficientemente alto como para que Henry y los que están cerca lo oigan.
Tengo que reírme. Me deja tener mi momento 'soy mujer, escúchame rugir',
pero sigue siendo posesivo y quiere reclamarme descaradamente.
Las señoras de la mesa de al lado, que al parecer han estado escuchando a
escondidas, aplauden.
—Ooh, chica, ¿has oído eso?
—Sí, y lo que ha dicho —añado, sintiendo que un rubor me sube por el cuello.
—Como quieras —suelta Henry, sin dejar de mirar a Cole como si estuviera
considerando posibles ángulos en los que podría salir victorioso, pero sin
encontrar ninguno.
La verdad es que Cole es diez veces el hombre que Henry será jamás. No
porque sea más fuerte, más rico o más atractivo. O porque sea perfecto,
porque definitivamente no lo es. Es porque no tengo que preguntarme a qué
atenerme con él. Es sincero y honesto hasta la exageración. No tengo que
buscarle el lado bueno a Cole. Es todo gris, todo el tiempo, pero eso es
exactamente lo que necesito. No tengo que esconder ninguna parte de mí, ni
siquiera las más raras, con Cole. Me acepta tal como soy y celebra todo lo que
hay en mí.
He terminado aquí. Me alegro de haber tenido esta oportunidad de decirle a
Henry lo que pienso, pero no cambiará nada para él. Me rechazará fácilmente,
como siempre lo ha hecho. Pero sí cambió algo para mí. Ahora tengo más
clara mi relación con Cole y lo que significa.
—Vamos a casa —le digo a Cole.
No contesta, sólo me aleja de Henry. No miro atrás, ni una sola vez. No me
hace falta. Esa parte de mi vida ha terminado. Esa versión de mí misma se
ha ido.
Estoy segura de que Cole mira hacia atrás, porque se ríe a mi lado mientras
salimos de la cafetería.
Fuera, nos detiene, creando un espacio seguro para mí con mi espalda contra
la pared y sus manos en mis caderas.
—¿Estás bien? —me pregunta levantándome la barbilla con un dedo. Cuando
le miro a los ojos, me mira asombrado.
—Sí —respondo, luego reconsidero—. En realidad, mejor que bien. Me sentí
tan bien al decir todo eso por fin —confieso.
Cole sonríe, parece orgulloso de mí.
—Fue sexy como el infierno.
El reconocimiento es ganado a pulso, pero luché por él, ganándomelo yo
misma... pero con la ayuda de Cole. Él es quien realmente me ha enseñado,
una y otra vez, lo que debo esperar de una pareja, lo que debo exigirme a mí
misma y lo que puede ser la felicidad.
—Gracias —le digo. Me pongo de puntillas y le doy un beso en los labios,
robándole esa sonrisa para mí.
—No hice nada. Has sido tú, mujer —responde. Pero veo cómo tuerce los
labios. Sabe lo que ha hecho.
Capítulo 26

Sentado en el brazo de mi sofá, miro por la ventana hacia la calle, esperando


a que un Suburban plateado entre en mi entrada.
—¿Crees que se olvidaron de mí? —Le llamo a Cole.
Está en la cocina, comiendo espaguetis recalentados de un cuenco de
plástico.
—¿Tienes tu Red Bull y tu mezcla de frutos secos? —responde, evitando mi
pregunta—. No se sabe cuánto tardaremos con todas ustedes yendo, y no
quiero que se queden con hambre o descafeinados.
Distraída por su sugerencia, golpeo la bolsa a mi lado, sintiendo la bebida
energética fría y oyendo el arrugamiento de mi bolsita Ziploc de bocadillos.
—Sí, los tengo.
—Estarán aquí —promete, respondiendo a mi pregunta inicial. Escribe en su
teléfono y lo levanta—. Kayla dice que están girando hacia el barrio ahora.
Sonrío. No es que no se hayan olvidado de mí -bien, puede que un poco-, sino
sobre todo porque Cole acaba de mandar un mensaje a su hermana. Como si
no fuera para tanto. Como si hablaran todo el tiempo. Como si fueran uña y
carne.
Me levanto de un salto y me abalanzo sobre él, con el corazón acelerado.
—¿De verdad? Sí. Ya casi están aquí. Tranquila, Janey. No es para tanto. Sólo
un día de chicas. Es una pedicura, no una audición. Todo saldrá bien.
Cole se ríe, agachándose para ponerse en mi cara.
—Sabes que piensan que eres increíble, ¿verdad? Kayla te llama domador de
leones, como si fueras un tipo duro o algo así.
Sonríe y yo recuerdo la noche de la boda de Paisley, cuando Cole oyó mi
autocomplacencia. Entonces, llamarme a mí mismo un malote era casi
ridículamente tonto. Ahora no me parece tan absurdo, pero sigue siendo
exagerado comparado con Kayla y Samantha.
—Son unos malotes. Yo sólo soy Janey —contesto.
—No eres cualquier cosa. Eres Janey Williams, extraordinaria domadora de
leones, entrenadora de monstruos, susurradora de imbéciles... espera, eso
último no —corrige con un movimiento de cabeza horrorizado—. No somos
tan raros.
No puedo evitar reírme, y estoy segura de que esa era su misión, porque un
segundo después, cuando suena un claxon, estoy más tranquila y
definitivamente no me asusto tanto.
—¡Ya están aquí! Tengo que irme. —le digo, dándole un beso rápido en la
mejilla.
Me sigue hasta la puerta y, una vez abierta, donde su familia puede verme,
me atrae sin pudor para darme un beso más profundo.
—Diviértete y nos vemos esta noche, ¿bien?
—¡Bien! —repito. A pesar de lo emocionada que estoy por pasar un día de
chicas con la familia de Cole, estoy un poco nerviosa por lo de esta noche.
Nos reuniremos todos en casa de los Harrington para una cena familiar
obligatoria. Pero lo primero es lo primero... ¡pedicura!
Cole suele abrirme la puerta del auto, pero las chicas ya se han acomodado
dentro y me dejan la puerta abierta. Cuando subo al asiento trasero, todas
gritan.
—¡Maldita sea, chica! A por ellos. —dice Samantha.
—¡Vamos, besa a la chica! —Luna canta con voz de barítono, pareciéndose a
Sebastián, el cangrejo de La Sirenita. En la boda descubrí que es una total
adicta a las películas de Disney y que le gusta cantar las canciones al azar.
Gracie se inclina hacia ella y añade en armonía:
—¡Sha-la-la-la, no tengas miedo! —Las dos se ríen a carcajadas y me alegro
mucho de que venga hoy con nosotros.
Me sonrojo, pero es más por la atención de ellas que por el beso de Cole.
—Bienvenida a la mamá-móvil —me dice Miranda, mirándome a los ojos por
el retrovisor con una sonrisa amable—. Tu casa es preciosa.
—Gracias —respondo, sabiendo que mi pequeño rancho no es nada
comparado con la finca de los Harrington. Pero es mi casa y estoy orgullosa
de ella. Miro por la ventanilla mientras ella sale del camino y veo a Cole de
pie en la puerta. Le digo adiós con la mano una vez más y me retuerzo en el
asiento para mirar hacia delante.
—Parece que Cole también es un fan —bromea Miranda, tocando el claxon
una vez más mientras nos alejamos.
En la peluquería, Miranda nos registra y le dice a la recepcionista:
—Manicura y pedicura para todas mis chicas.
Estar sola en el viaje de las chicas Harrington ya es impresionante, pero estar
agrupada con todo el mundo de esa manera es un nivel completamente
diferente de genialidad que hace que mi corazón lata a mil por hora. No puedo
ocultar la sonrisa de vértigo que se me dibuja en la cara. Pero...
—Oh, me encantaría hacer la pedicura, pero no puedo llevar las uñas
pintadas en el trabajo —le digo, mostrándole mis uñas cortas y desnudas que
son un requisito en The Ivy.
—No hay problema, puedes dejarte las uñas desnudas si quieres, pero
disfruta de la parte de los mimos. —Sonríe cálidamente, y yo estoy de
acuerdo, sobre todo porque no quiero ser la rara porque incluso Gracie está
eligiendo un color de la pared.
—¿Lo hago morado o rojo? —pregunta Gracie, sosteniendo dos botellas.
Kayla mira y sugiere:
—¿Ambos? Añade también un magenta. —Ayuda a su sobrina a encontrar un
tercer color para añadir a la mezcla, y entonces empiezan a discutir qué dedos
deberían ser de qué color.
—¡Listo! —grita Gracie emocionada cuando lo tiene claro.
Todas las demás eligen su color y seguimos a la recepcionista hasta una fila
de sillones de masaje. De alguna manera, acabo en el medio, con Samantha
y Luna a mi izquierda y Miranda, Gracie y Kayla a mi derecha. Es casi como
un suspiro de armonía a seis voces mientras metemos los pies en el agua
caliente y burbujeante y la recepcionista pulsa los botones de cada mando
para iniciar el masaje de espalda.
La cosa se complica por un momento, ya que nuestros técnicos de uñas se
arremolinan y todas les explicamos lo que queremos en los dedos de manos
y pies. Una vez que todos los tratamientos están en marcha, Miranda dice:
—Gracias por venir conmigo hoy. Me encanta salir con todas ustedes.
También compartimos nuestro agradecimiento, y entonces ella pregunta:
—¿Y qué hacen hoy mis chicos?
Luna empieza:
—Carter está mirando una propiedad con Zack... —Se detiene y se inclina
hacia delante para mirarme—. Es mi hermano, del que te hablé, que se dedica
a la inmobiliaria. —Asiento con la cabeza, apreciando las de Spark Notes16, y
ella continúa—: Y conociéndolos a los dos, probablemente acaben
encontrando otras tres propiedades por el camino y al menos dos
oportunidades de inversión. —Se ríe, como si fuera un sábado de lo más
normal.
Gracie salta con su propio informe.
—Papá está trabajando, por supuesto. Es un adicto al trabajo. Intenté decirle
que debería hacer algo divertido para variar, pero me dijo que trabajar es
divertido. —No tengo que verla para oír el fuerte gesto y saber exactamente lo
que piensa de los hábitos de trabajo de su padre—. ¡Pero dijo que podíamos
hacer panqueques mañana por la mañana si me quedaba dormida! Intenté
negociar las de sprinkle de cumpleaños y las de las seis en punto, pero me
dijo que eran sólo para ocasiones especiales y que las de las seis seguían
siendo de madrugada. Sin embargo, aceptó las de chocolate y las de las ocho,
así que esa me la apunto como ganadora.
No sé cómo puede sonar tan joven y tan mayor al mismo tiempo, pero lo hace,
encajando de algún modo como una más.
—La próxima vez, prueba a llamarlas panqueques funfetti —sugiere
Miranda—. Es lo que comía tu padre cuando tenía tu edad.

16es un recurso al que puedes recurrir cuando estés confuso. Te ayudamos a entender libros, escribir
trabajos y estudiar para los exámenes. Somos claros y concisos, pero nunca omitimos información
importante.
Juraría que la chica está tomando notas en un cuaderno invisible dentro de
su cerebro, porque se detiene, se queda mirando al vacío un momento y luego
asiente.
—Entendido. Gracias, MeeMaw.
Todos nos reímos, sintiéndonos como si Miranda acabara de atropellar el
intento de razonabilidad de Cameron, aunque no estoy segura de que las
chispas de chocolate por encima de las sprinkles sean una colina en la que
morir cuando hay panqueques y sirope de por medio.
—¿Chance? —Miranda le pregunta a Samantha.
—Baloncesto en el club. Se han unido unos cuantos chicos nuevos y está
intentando conocerlos. Aparentemente, sudar en la cancha es la mejor
manera de hacerlo.
Eso provoca muchas risas y espero a ver si Kayla va a decir algo, pero me doy
cuenta de que me están mirando a mí, esperando mi informe sobre Cole.
—¡Oh! Cole está jugando al ajedrez en el centro con uno de los pacientes.
—¿Que está haciendo qué? —pregunta Miranda, casi asombrada.
—Uhm, tenemos un paciente, el señor C, al que le gusta jugar al
ajedrez —digo con cuidado, manteniendo el anonimato del señor
Culderon—. Y cuando Cole vino a visitarme una vez, jugaron una partida. Se
ha convertido en su 'cosa'. Ha sido bueno para los dos, creo, sobre todo
porque el hijo del señor C. no ha podido venir tan a menudo. Cole ha estado
practicando y leyendo sobre cómo ser un mejor jugador para que el Sr. C no
tenga que contenerse tanto, pero honestamente, probablemente podría vencer
a cualquiera en un puñado de movimientos. Se divierten, eso sí, e incluso han
tenido público un par de veces.
Kayla se inclina hacia delante para ver alrededor de las otras chicas y me
sonríe.
—Ves, eres mágica. Cole, mi hermano, está jugando al ajedrez delante de una
multitud con un chico que conoció en la residencia de ancianos...
—Bueno, centro de cuidados a largo plazo —corrijo—. Y no iría tan lejos como
para decir que era una multitud, pero hay unas cuantas personas que
miraban. Aunque creo que la Sra. D sólo mira a Cole, no la partida de ajedrez.
Es esa última parte la que me hizo reír la primera vez que la vi. De toda la
gente que Cole ha conocido en el centro, la persona que menos esperarías que
le cayera bien -la Sra. Donald, que odia a todos y a todo- adora a Cole. Es
prácticamente un flechazo de colegiala. Prácticamente puedes ver cómo su
nerviosismo se desvanece cuando llega Cole y es tan tierno que no puedo
ponerme celosa. Ni siquiera cuando le hace un par de zapatillas de ganchillo,
que él se pone inmediatamente después de quitarse las botas. Es demasiado
adorable.
Es como si mi plan de hacer ver a la familia de Cole lo increíble que es hubiera
funcionado tan bien que todo el mundo lo ve. Creo que hasta el propio Cole
ha empezado a darse cuenta, lo que ha curado algunas heridas a las que se
había aferrado durante mucho tiempo.
Porque estas personas, su familia, le quieren y siempre le han querido. Puede
que haya habido malentendidos, e incluso algo de odio, pero, aun así, harían
cualquier cosa el uno por el otro. En comparación con mi familia, donde
siempre tuve que fingir que todo iba bien cuando me estaba perjudicando de
formas profundas y dolorosas, sé lo que elegiría si me dieran la oportunidad.
Los Harrington. Amor de verdad. No toxicidad.
Y hoy, siento que me están volviendo a elegir.
A mi, Janey Williams.
Capítulo 27

Cenas familiares en casa. Durante muchos años, las he evitado a toda costa
y, cuando me dignaba a asistir, salía de allí lo antes posible.
Esta noche, eso cambia.
La noche en mi casa con mis hermanos fue un buen primer paso, pero no lo
ha arreglado todo. Sólo el tiempo lo hará, y necesitará mucho esfuerzo por mi
parte. Aquella cena me pareció enorme, pero en realidad fue bastante
pequeña. Pero ha abierto una puerta que estaba cerrada y tapiada. Por mí.
Lo que significa que también es mi responsabilidad arrancar esas tablas,
aunque me lleve unas cuantas astillas en el proceso.
Saber que tengo una mesa llena no sólo de familia, sino de amigos, hace que
la cena de esta noche sea la primera a la que me hace ilusión asistir.
Especialmente con Janey a mi lado.
Ella es la que me ha dado una vida. No sólo una existencia en las sombras. Y
quiero compartir esa vida con ella, empezando por una sencilla cena en casa
de mi familia.
Echo un vistazo a mi teléfono. No le he puesto una AirTag a Janey a pesar de
nuestras bromas, pero compartimos nuestras ubicaciones, a petición suya,
para que sepa dónde estoy durante las vigilancias. Para mí, eso significa que
yo también sé dónde está ella. Veo su pequeño punto moviéndose hacia mi
punto.
—¿Están cerca? —Carter pregunta.
—Diez minutos. —Aun sabiendo que está a kilómetros de distancia, miro por
la ventana del salón como si fuera a aparecer por arte de magia, y Carter se
ríe.
—Será mejor que cierres esa. Creo que cualquier otro ya habría acabado con
tu mierda. —Señala mi teléfono y la aplicación de localización—. Luna
pondría los ojos en blanco si intentara eso, y ambos podemos adivinar lo que
Samantha le haría a Chance.
No se equivoca. Pero ninguno de ellos trabaja en un campo en el que
ocasionalmente tengan que permanecer en silencio durante días seguidos
mientras hacen cosas potencialmente arriesgadas. Eso explica por qué Janey
quiere el servicio de localización. ¿Yo? A estas alturas soy acosador por
naturaleza después de ver y oír algunas de las historias que tengo.
—Lo sé —admito—. Créeme, lo sé, joder.
Un fuerte estruendo resuena en la calle un momento antes de que Kyle gire
en la entrada principal. Va demasiado rápido, pero toma la curva con pericia,
levantando polvo al llegar al final del camino. Por suerte, la verja está abierta,
así que la cruza y aparca delante de la casa. En lugar de apagar la moto,
primero acelera un par de veces y anuncia su llegada con rugidos antes de
apagar el motor. Cuando se quita el casco y lo cuelga del manillar, su sonrisa
es amplia y dentuda. Ha llegado, incluso pronto, pero aun así tenía que hacer
algún tipo de entrada.
El ruido saca a papá de su despacho y ambos se cruzan en el vestíbulo.
—¿Qué haces aquí? —pregunta papá, no con crueldad, sino más bien
sorprendido por la puntualidad de Kyle.
—Cena familiar obligatoria, ¿verdad? —dice Kyle sin detenerse, pasando
junto a papá y entrando en el salón, dejándose caer en una silla frente a
Carter y a mí como si fuera el dueño del local. Me mira con el ceño fruncido,
haciéndome saber en silencio que está aquí porque yo se lo he pedido, pero
que va a hacer lo que pueda para enfadar a papá, porque eso es lo que hace.
—Sí —responde papá, con las cejas fruncidas mientras mira a Kyle, a Carter
y a mí. Probablemente esté intentando averiguar qué tipo de magia utilizamos
Carter o yo para que Kyle llegara a tiempo y por qué él no es capaz de hacer
lo mismo. El problema es que la respuesta está en su espejo, y papá es como
yo, no está dispuesto a mirar allí voluntariamente—. Déjenme envolver las
cosas.
Desaparece por el pasillo hasta su despacho, donde él y Cameron están
haciendo no sé qué mierda para la empresa familiar.
Kyle inclina la cabeza hacia un lado para ver cómo se va papá.
—Saben que es sábado, ¿verdad? El fin de semana. Como los días sin trabajo.
—Gracioso —Carter bromea secamente—. Bastante seguro de que eso es todo
lo que hacen.
Carter no debería tirar piedras. Solía ser igual de malo, enredado en la carrera
de ratas hacia la cima de la montaña de queso, luchando por vencer a
Cameron a cada paso. No fue hasta que encontró una forma de escapar con
Luna que encontró un poco de equilibrio entre el trabajo y la vida, pero al
menos puede ver más allá de la sala de juntas en estos días.
No estoy seguro de que sea el caso de Cameron, y desde luego nunca ha sido
el caso de papá.
Mi teléfono vibra, alertándome de que el punto de Janey ha convergido en mi
punto.
—Ya están aquí. —Me dirijo a la puerta del garaje mientras digo las palabras,
saliendo al encuentro de Janey.
Gracie se me adelanta, irrumpe en casa y grita emocionada a pleno pulmón:
—¡Papá! Ven a verme las uñas.
Mientras todas las mujeres entran detrás de Gracie, sólo tengo ojos para
Janey. Sólo han pasado unas horas, pero la he echado de menos. La tomo en
mis brazos, envolviéndola en un gran abrazo y presionando un sólido beso en
sus labios, que están sonrientes.
—¿Te has divertido?
Sus ojos grises bailan mientras asiente salvajemente, haciendo rebotar sus
rizos.
—¡Lo hicimos! Todo el mundo se hizo la pedicura y la manicura. Incluso yo.
—Levanta las uñas sin esmaltar como si tuviera que ver algo en ellas, así que
sonrío al ver la diferencia, aunque tienen el mismo aspecto que esta
mañana—. Tengo un aceite para cutículas que me va a cambiar la vida con
todos los lavados de manos. Y los dedos de mis pies son de lavanda.
—Tu color favorito —le digo, y ella sonríe, encantada de que yo conozca ese
pequeño detalle tan básico, como si su taza, su llavero y su cepillo de dientes
favoritos no fueran del mismo color.
Supongo que papá y Cameron realmente estaban terminando porque
Cameron aparece para responder a la llamada de su hija.
—Déjame ver —le dice con una sonrisa. Da gusto ver sonreír a Cam.
Gracie levanta los dedos meñique y anular.
—¡Ves! Estos son morados. —Pasa a los dedos índice y pulgar—. Y estos son
rojos. —Y luego levanta los dos dedos del medio, haciendo enfadar
inocentemente a su padre mientras proclama—: Y estos son magenta. Tía
Kayla me ayudó a elegir este color.
Kayla sonríe orgullosa:
—Sí, lo he hecho.
Cameron no reacciona, ni siquiera frunce el ceño mientras mira pensativo las
uñas de su hija.
—Están muy bonitas, cariño. ¿Por qué no vas a lavarte antes de cenar?
En cuanto ella se va a hacerlo, él se ríe.
—¿Crees que sabía lo que hacía? —Él sacude la cabeza, respondiendo a su
propia pregunta—. Probablemente no, ¿verdad?
Kyle se ríe y admite:
—Estoy bastante seguro de que me ha visto echar a alguien antes, así que sí,
lo sabe. —Pero, al mismo tiempo, también se excusa—. ¿De qué otra forma
se supone que te iba a enseñar los diferentes colores?
Sonríe y Cameron suspira.
—¿Puede alguien ayudarme a preparar la cena? Paramos a comprar pizzas
de camino a casa —dice mamá, cortando la discusión. Como sabía que iba a
pasar, los cuatro corremos hacia el Suburban—. Gracias.
Las noches de pizza eran inusuales en la casa de los Harrington cuando
éramos pequeños y, como tales, éramos básicamente salvajes mientras
luchábamos por reclamar el número de porciones que queríamos. No es que
escasearan. Mamá compraba un montón entonces, y ahora, no hay menos de
quince cajas de pizza en el Suburban, además de otras más pequeñas de pan
y palitos de queso.
Cada uno de nosotros agarra unos cuantos y abre la caja para meterse un
trozo en la boca.
—Chance se lo está perdiendo —dice Kyle alrededor de su bocado—. ¿Dónde
está?
Mientras colocamos nuestras cajas en la isla de la cocina, Samantha
responde.
—En camino.
—Apesta ser él —responde Kyle, yendo ahora por un palito de pan.
—Chicos, los platos están en el armario, y hay de diferentes tipos, así que no
se llenen de pepperoni —dice mamá mientras agarra vino, cerveza y refrescos
de la nevera.
Esa era otra parte del ritual de las noches de pizza. Cuando éramos niños,
bebíamos tantos refrescos que casi nos poníamos enfermos. Más tarde, la
cerveza y el vino se convirtieron en opciones, lo que también provocó unos
cuantos disgustos estomacales y muchas más peleas, para ser sinceros. Por
alguna razón, nunca nadie optó por beber agua u otra cosa con la pizza,
aunque no sé por qué.
Nunca pensé en las tradiciones que teníamos ni en cómo habían surgido.
Desde luego, nunca pensé que las peleas por el último trozo de salchichón o
por el palito de queso con más queso serían un recuerdo entrañable, no uno
que encendiera la ira fresca por habérnoslo perdido otra vez. Pero ahora veo
que incluso esas batallas fraternales nos unían de alguna manera. A unos
más que a otros. Pero, aun así, tonterías como las noches de pizza nos
ayudaron a convertirnos y a seguir siendo una familia.
Kayla saca una pila de platos del armario y Cameron ayuda a Gracie a servirse
dos porciones de pizza con queso. Una vez que ha terminado, nos lanzamos
a llenar los platos y los vasos y nos dirigimos a la mesa del comedor.
Probablemente resulte extraño comer pizza en la mesa formal, pero es la
única mesa en la que cabemos todos, especialmente con los cónyuges y
Gracie.
Comemos la pizza mientras mamá nos cuenta lo bien que se lo ha pasado hoy
con todos.
—Estoy deseando repetirlo —exclama justo cuando entra Chance.
—Mierda, ¿me lo he perdido? —me pregunta, con la mirada fija en mí. Le
fulmino con la mirada, y él cierra la boca antes de decir—: Quiero decir, todo
ese pepperoni.... Es mi favorito.
Es evidente que no quería decir eso, pero nadie se lo reclama.
Espero a que vuelva con su plato de pizza y bebo un trago de cerveza. Como
si percibiera mis nervios, Janey me pone la mano en el muslo por debajo de
la mesa. No le he dicho que vaya a hacerlo esta noche, pero ya lo hemos
hablado. Está segura de que es la decisión correcta. Espero que tenga razón.
—¿Mamá, papá? Hay algo que quiero decirles —empiezo.
Juro que se hace el silencio en la mesa, nadie ni siquiera mastica porque no
quieren perderse esto por un poco de corteza de pizza demasiado crujiente.
—Sí, cariño. ¿Qué pasa? —pregunta mamá, limpiándose la boca con una
servilleta.
Respiro hondo. Debería haber planeado lo que iba a decir, pero pensé que las
palabras me saldrían en el momento. Me equivoqué.
—Por si te lo preguntabas, soy investigador privado.
Sí, eso es. Sin explicaciones ni pistas contextuales ni advertencias. Solo un
bombazo de “esto es lo que hago para ganarme la vida” como si fuera alguien
a quien acaban de conocer.
Dos segundos después, que parecen una eternidad, mamá jadea con los ojos
muy abiertos.
—¿Qué eres? ¿Un investigador privado? Eso suena muy peligroso.
Si hubiera premios de la Academia a la peor actriz de reparto, mamá ganaría
sin duda alguna. Su dramatismo no tiene nada que envidiar al de Gracie
contando una historia sobre monstruos morados que bailan por el pasillo de
su colegio.
Mamá mira a papá en busca de ayuda, pero él se encoge de hombros.
—¿Y?
Se me da bien leer a la gente. Es literalmente mi trabajo, o al menos una parte
importante de él. Pero cuando miro de mamá a papá y viceversa, no puedo
relacionar lo que veo con lo que esperaba.
Confundido, intento aclararlo, preguntando sin entender:
—¿Lo sabían?
—¿Qué quieres decir? Claro que lo sabemos —dice papá—. Siempre lo hemos
sabido. No podía tener a mi hijo por ahí haciendo Dios sabe qué. Hice que mi
chico te investigara hace años.
—Estábamos preocupados, ¿sabes? —explica mamá, que ahora parece un
poco preocupada por mi reacción.
Papá me investigó. Y yo no lo sabía. ¿Cómo demonios ha ocurrido? Intento
hacer memoria y buscar algún momento en el que alguien me haya estado
vigilando, pero no encuentro ningún comportamiento sospechoso. Claro que,
dependiendo de cuánto tiempo haya pasado, puede que estuviera demasiado
verde para darme cuenta.
Me quedo atónito, congelado en el sitio mientras mi mente va a un millón de
millas por segundo. Lo saben. Siempre lo han sabido. No era un gran secreto
por el que nunca se preocuparon lo suficiente como para preguntar. De
hecho, les importaba tanto que me investigaron y luego no dijeron ni una
palabra, respetando mi silencio al respecto de la misma forma que lo hicieron
mis hermanos.
Janey me aprieta el muslo por debajo de la mesa, apoyándome en silencio y
tal vez rogándome que esté de acuerdo con esto.
—Nos sentimos aliviados cuando te instalaste en la nueva casa. Buena
ubicación, gran seguridad y una buena cantidad de metros cuadrados en la
calle por si alguna vez quieres vender. Demuestra que te has creado un nicho
de mercado sólido y que te va bien. Estoy orgulloso de ti. —Papá suelta
palabrería de negocios con facilidad, pero lo que realmente impacta son esas
cuatro palabras.
¿Está orgulloso de mí?
¿En qué puto universo alternativo estoy viviendo?
Janey me sacude la pierna por debajo de la mesa hasta tal punto que casi me
tambaleo en el asiento. Echo un vistazo y la encuentro sonriendo
maníacamente.
—¡Te lo dije! Sabía que se alegrarían por ti.
Me lo dijo. Varias veces, de hecho. Vio el lado bueno de mi familia incluso
cuando yo sólo veía nubes de tormenta y relámpagos.
—Gracias —le digo a papá. Miro a mis hermanos alrededor de la mesa y todos
parecen tan boquiabiertos como yo.
—Espera —dice Gracie, levantando la vista de su pizza—. ¿Eres como
Magnum P.I., tío Cole? Porque a mí me gusta Jay Hernandez.
—¿Quién? —Mamá pregunta.
—Jay Hernandez —repite Gracie—. Es Magnum P.I.
—Creo que te refieres a Tom Selleck, cariño —dice mamá con seguridad, y
Gracie niega con la cabeza.
—Ha habido un remake, mamá —dice Cameron servicialmente—. Yo la veo a
veces y, por lo visto, alguien la ha estado viendo conmigo cuando se supone
que debería estar en la cama. —Cameron lanza a su hija una mirada paternal
de 'esto no ha terminado', pero ella no parece darse cuenta porque me mira
en busca de una respuesta.
—¿No exactamente? —digo inseguro, pero cuando Gracie pone cara de
decepción, me corrijo—: Pero sí, más o menos, supongo.
Mamá da un sorbo a su vino y pregunta despreocupadamente:
—¿Se suponía que esto era uno de esos grandes secretos que todos tienen,
como que Ira dejaba la puerta lateral abierta? Sabes que lo sé todo sobre eso,
¿verdad?
—¿Qué? —Kayla chilla—. ¡Eso se suponía que era entre Ira y yo!
Nos miramos sorprendidos y luego la sonrisa inocente de mamá, dándonos
cuenta de que Ira y mamá jugaban con todos nosotros. Éramos jóvenes y
tontos, jugábamos a las damas mientras ellos jugaban al ajedrez. Creo que
todos teníamos un trato “secreto” con Ira para escabullirnos y, mientras
tanto, él nos mandaba a paseo y mantenía a nuestros padres al tanto de todos
nuestros movimientos.
Mamá se ríe.
—No podía creer que nunca se encontraran intentando volver antes de la
última copa de medianoche de Charles y mi ida al baño de las dos de la
mañana.
Reproduzco las innumerables veces que me quedé fuera, mirando el reloj y
esperando a que se apagara una luz, señal de que no había moros en la costa
porque mamá y papá estaban en la cama. Ni una sola vez pensé que me
estuvieran esperando despiertos o que les importara que me hubiera
escapado. Tampoco se me ocurrió pensar que no era el único niño que se
escapaba.
—¿Cómo es que nunca nos encontramos? —se pregunta Kayla.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando. Nunca me escapé —ofrece
Chance.
—Claro que no, Sr. Buenazo —se burla Kyle—. Te acostabas a las diez cada
noche para dormir tus ocho horas como un buen chico. Los demás teníamos
vidas.
—¡Mierda! —Siseo, conectando más puntos—. Vi a Ira en la charcutería esa
vez. Dijo que estaba visitando a un amigo.
Papá no dice nada, pero conozco esa sonrisita. Yo mismo la he hecho cuando
siento que me he salido con la mía.
Papá conocía mi trabajo y mi vida durante todos estos años, y mamá sabía lo
que hacíamos incluso cuando éramos niños. Siempre lo supieron... todo. Y
tal vez me estaban dando el espacio que yo quería, dejándome guardar mis
“secretos” y sin descartarme del todo.
Esto no lo arregla todo, especialmente con mi padre. Todavía hay toda una
vida de idioteces por ambas partes. Pero Janey ayudó a arreglarme a mí y a
mis hermanos, y tal vez con el tiempo, esta revelación ayudará a arreglarme
a mí y a mis padres.
—¿Estás hablando de secretos? —Gracie pregunta—. ¿Como comprarme el
frabb-a-chino grande con patatas de java que papá no me deja tomar?
—¿Qué? —pregunta Cameron, dándose la vuelta para mirar a su hija—.
¿Quién te da eso?
Gracie se encoge de hombros y sonríe inocentemente.
—Todos menos tú.
Cameron dirige una mirada fulminante a todos los de la mesa, uno por uno,
y todos hacemos como si no lo viéramos o no tuviéramos ni idea de qué está
hablando Gracie.
—La próxima vez, tendrás chocolate caliente —amenaza mamá a Gracie, que
parece notablemente despreocupada por el castigo—. Sin nata montada.
—Vaya, qué amor más duro, mamá —bromea Cameron.
Gracie se ríe y mastica su pizza con satisfacción. Sabe que de todos los
Harrington... ella es la princesa al mando.
Capítulo 28

—¡Qué bien ha ido! —grito feliz mientras entramos por la puerta principal de
mi casa. —Sabía que así sería. Creo que ni siquiera necesité mi plan. Ellos ya
lo sabían.
Cole cierra la puerta con llave.
—¿Plan? ¿Qué plan?
¡Uy! No debería haber dicho esa parte.
—Uhm... mi plan para, uh...
—Janey. —Cole levanta las cejas expectante—. Sólo dilo.
—Plan Cole: Reconociendo lo asombroso —admito con un destello de mis
manos como si el plan hubiera estado en una marquesina iluminada todo el
tiempo. Cole frunce el ceño, no lo entiende, así que le explico—: Dijiste que
no te conocían, así que quería que vieran lo increíble que eres. Pero resulta
que sí te conocían. Solo que no sabías que sabían lo que ya sabían, ¿sabes?
Tiene todo el sentido del mundo, estoy casi segura. Y en lugar de enfadarse
por mis maquinaciones, Cole sacude la cabeza con una sonrisa mientras me
estrecha en sus brazos.
—Tú eres la increíble. Sobre eso... ¿podemos hablar?
Veo cómo se le borra la sonrisa y sus ojos se vuelven oscuros y serios, y en
otro tiempo, habría entrado en pánico, esperando un ataque verbal por
sorpresa. O un insulto hiriente, culpa o ira. Estaba condicionada a anticipar
y aceptar esas cosas, y la única forma de mitigar su daño era fingir que era
otra cosa. Algo que había que superar para llegar al día soleado del otro lado.
Pero esa Janey se ha ido. La curé, con la ayuda de Cole, así que puedo darle
el momento que necesita para ordenar sus pensamientos sin preocupaciones.
Las palabras son difíciles, especialmente para él, y puedo esperar.
—Esto era más fácil la última vez —refunfuña, pero no tengo ni idea de lo que
quiere decir. Me guía hasta el sofá y nos sentamos, uno frente al otro. Me
agarra las manos con las suyas, respira hondo como si se estuviera
preparando para algo importante y suelta—: Te amo.
Exhala pesadamente, como si se hubiera quitado un peso de encima con la
confesión. No puedo evitar sonreír, un poco confusa por tanto alboroto por
algo tan obvio.
—Lo sé.
—¿Qué?
—Sé que me amas —le aclaro—. Yo también te amo.
Sonríe, una de esas sonrisas grandes, casi aniñadas, en las que se le iluminan
los ojos.
—¿En serio?
—Claro —Le digo burlona, estupefacta ante su incredulidad—. Claro que te
conozco. ¿Ya te has conocido? Eres increíble, como demuestra mi plan a
prueba de tontos, con garantía de éxito.
—Me he conocido. De ahí la sorpresa por tu reacción —bromea—. No lo dije,
así que pensé...
Él no lo entiende. Está siendo autodespreciativo, pero en realidad me encanta
su carácter gruñón y tranquilo y que, de todas las personas del mundo, haya
elegido dejarme entrar en su corazón secretamente tierno. Bueno, tal vez forcé
un poco mi entrada como un aferrado a la etapa cinco, pero no pareció
importarle. Sobre todo.
—No necesito las palabras —digo—. Me han quemado toda la vida, y tú me
has demostrado que me quieres de un millón de formas distintas... con
acciones, todos los días. Cuando piensas en mí, me tienes en cuenta y te
esfuerzas por comportarte de un modo que me haga feliz, ése es tu amor. Tus
acciones son tu verdad, y yo las siento alto y claro.
Me llevo la mano al corazón porque es ahí donde lo siento.
La forma en que me mira hace que se me salten las lágrimas.
Sus acciones son suficientes para mí. ¿Pero Cole?
Vi su cara cuando su padre le dijo que estaba orgulloso de él. Puso un
pequeño parche de saliva y chicle en una grieta de su corazón que había
estado ahí desde que era un niño. Y su cara ahora, cuando le he dicho: —Yo
también te amo.
Quiere mis palabras.
Nadie quería escucharme, así que hablaba sola porque estaba sola. Cole
pensaba que nadie quería escucharle, así que básicamente dejó de hablar.
Pero, de algún modo, lo que necesitamos y lo que aportamos es perfecto el
uno para el otro.
—Cole, te amo —repito. Tomando sus manos, lo digo tres veces más,
apretando sus manos cada vez para enfatizar—. Te amo, te amo, te amo.
Vuelve a sonreír y yo juro en secreto que se lo diré todos los días, un millón
de veces al día, hasta que se canse de oírlo. Después, se lo susurraré cuando
duerma, le enviaré mensajes de texto y le dejaré notas de pintalabios en el
espejo hasta que lo sepa en el fondo de su alma.
Nota mental: comprar pintalabios.
—Bueno, eso hará esta parte más fácil, entonces —dice.
Me excito cuando se levanta, pensando que está a punto de llevarme al
dormitorio. Pero en lugar de eso, se arrodilla.
Jadeo y me tapo la boca con las manos. ¿Está...?
—¿Cole?
—La última vez que hice esto, era falso. Para que quede claro, esto es de
verdad. —Me mira fijamente, y yo asiento feliz.
—Bien, bien... Estoy lista… adelante… ¡ESPERA! —grito levantando las
manos. Me froto las ojeras y miro al techo un segundo, para asegurarme de
que veo bien—. Contrólate, chica. Llevas toda la vida esperando este momento
y sólo va a pasar una vez, así que no pestañees, porque esto va a ser muy
bueno.
Termino con un gritito de vértigo para dar rienda suelta a la alegría que corre
por mi torrente sanguíneo y vuelvo a centrarme en Cole.
—¿Estás lista? —me pregunta con una sonrisa paciente mientras vuelve a
tomar mis manos entre las suyas.
Asiento con la cabeza porque, si digo algo, se me va a escapar una respuesta
antes de que haga la pregunta.
—Janey Susannah Williams, eres lo mejor y más brillante de mi vida. Ves el
bien en el mundo y me ayudas a verlo también. Amas con abandono, dando
libremente todo tu corazón. Prometo ser digno de ese regalo cada día. Gracias
por demostrarme que el amor existe.
Las palabras son parecidas a las de su primera proposición, pero adaptadas
a lo que hemos llegado a ser, el uno para el otro y nosotros mismos.
Vagamente, me pregunto si recordaba lo que dijo exactamente o si buscó y
encontró un vídeo en Internet de la recepción “arruinada” de Paisley y
memorizó lo que dijo entonces para poder repetirlo ahora. Eso me parece más
propio de él, y el esfuerzo que le costaría es entrañable y me hace sentir
cariño.
Estoy vibrando, con el “sí” en la punta de la lengua, y si no se da prisa en
llegar a la pregunta, no podré contenerlo. En realidad, cuando me cae el
cabello en la cara, me doy cuenta de que estoy moviendo la cabeza arriba y
abajo, respondiendo ya en silencio.
Cole sonríe, pero no me hace esperar más.
—¿Me harías el honor de dejarme ser tu marido para que pueda amarte,
quererte y adorarte todos los días de nuestras vidas?
—¡SÍ! —grito mientras me lanzo sobre él. Me atrapa y le rodeo el cuello con
los brazos, cayendo los dos a la alfombra—. ¡Te amo muchísimo! Como
cantidades estúpidas de amor aterrador, obsesivo, quiero esconderme y ser
una ermitaña contigo, así que no actúes como si no supieras en lo que te
estás metiendo, ¿bien?
Siento su risita contra mi cuello.
—Lo mismo, mujer.
Me besa y por una vez siento que el universo encaja en su sitio.
No somos un cuento de hadas. Él es un poco bruto, un poco acosador y con
algunos daños. Yo tampoco soy un premio, con más sol que sentido a veces.
Pero de alguna manera, nuestras banderas de bichos raros coinciden. Y eso
es lo que importa.
—Ven aquí, hay algo que quiero enseñarte —murmura Cole contra mis labios.
Dejo que me ayude a levantarme del suelo y me guíe por el pasillo hasta mi
dormitorio, segura de que sé lo que me va a enseñar. Ya lo he visto antes...
pero eso no significa que no quiera volver a verlo.
Y otra vez.
Y otra vez.

Estoy aproximadamente noventa y nueve punto ocho por ciento seguro de


que hice esto bien. Tuve Louisa hackear tableros Pinterest de Janey, hablado
con Mason-que era cero ayuda, hablado con Kayla-que era un poco de ayuda,
y en última instancia, fue con mi instinto.
Aun así, cuando rebusco en el cajón que Janey me dio en la cómoda, me
pongo nervioso.
Saco la caja del anillo y los ojos de Janey se abren de par en par.
—¡Oh! —dice realmente sorprendida—. ¡Un anillo!
Creo que se olvidó por completo de que las propuestas suelen venir con uno,
que es adorable. Por supuesto, quiero que todo el mundo sepa que es mía,
pero, sobre todo, quiero que Janey mire su mano todos los días y vea ese
símbolo de mi amor, justo ahí con ella, todo el tiempo.
Abro la caja y sus ojos vuelven a brillar.
—¡Cole!
—¿Te gusta? —pregunto, mirando fijamente el anillo que he pasado horas
mirando e imaginando en el dedo de Janey. —Investigué cuál era la política
en tu trabajo para los anillos, y qué es lo más seguro para el diamante, y....
Hice todas esas cosas, además, compré durante una cantidad ridícula de
tiempo hasta que encontré el que se sentía bien. Como Janey.
El anillo es una gruesa banda de oro con un diamante baguette de medio
quilate incrustado, liso y casi a ras de la banda de oro para poder llevarlo bajo
los guantes sin desgarrarlos, y cuando se lo pongo en el dedo, a Janey se le
saltan las lágrimas.
—Es hermoso —susurra—. Es un sueño.
—Sí, lo eres —respondo.
Se lleva la mano al pecho, protegiéndolo. Me doy cuenta de que, a menos que
se lo ordene, no se la va a quitar nunca. Que es exactamente lo que yo quería.
—Gracias —dice, mirándome a los ojos.
Le devuelvo la sonrisa, riendo entre dientes.
—Estoy seguro de que debería darte las gracias.
—Te amo.
Creo que nunca me acostumbraré a oírlo ni a que me apriete el pecho. Creo
que este sentimiento es... felicidad.
Yo también quiero decirle a Janey que la amo, pero ya la he oído. No quiere
palabras. Quiere acción, y juro que le daré toda la acción que pueda soportar.
La recojo en mis brazos y sus piernas me rodean la cintura mientras la
acompaño unos pasos hasta la cama. La desvisto rápidamente, dejándola
desnuda salvo por el anillo que lleva en el dedo. Es la primera vez que le hago
el amor vestido solo con eso, pero no será la última. Por el resto de nuestras
vidas, ese anillo estará en su dedo. Y pronto, habrá uno en el mío también.
Estoy impaciente.
Vuelvo a tumbar a Janey en la cama, dispuesto a pasarme la vida
demostrándole lo mucho que la quiero.
Empiezo por arriba, introduciendo los dedos en sus rizos para agarrarlos con
las manos y echándole la cabeza hacia atrás para dejarle el cuello al
descubierto. Le doy besos, lamiendo y chupando su carne sensible, y cuando
siento la vibración de su gemido, lo persigo, tomando su boca en un beso
profundo y tragándome el sonido con avidez.
La conexión que tenemos ya se está construyendo, pero quiero tomarme mi
tiempo con Janey. Esta vez y todas las veces. Quiero escribir mi amor en su
piel, follármela hasta que se sienta vacía sin mí dentro, y mirarla fijamente a
los ojos mientras se deshace por mí, y solo por mí.
Beso y acaricio su cuerpo, le muestro mi amor en los hombros, los brazos y
las yemas de los dedos, besando suavemente la palma de su mano derecha y
luego el dedo anular de la izquierda, junto a su nueva joya. Aprieto sus manos
contra la cama, me muevo sobre ella para adorar sus pezones perlados con
mi lengua, y ella se arquea pidiendo más, que yo le doy de buena gana.
Mientras desciendo por su vientre, suelto sus manos para agarrarla por las
caderas. Le aprieto la izquierda con firmeza, probablemente dejando huellas
rosas en su piel. Una vez le dije que me castigaba, y sigue siendo cierto.
Siempre lo será. Pero en mi apretón, quiero que sienta que ella es todo lo que
quiero, necesito y amo.
Janey es el alma gemela que nunca soñé que existiera para un hombre como
yo. Ella no me curó y yo no la curé. En lugar de eso, nos ayudamos
mutuamente a encontrar la fuerza para hacerlo nosotros mismos y nos
unimos mejor por ello. Al menos, yo estoy mejor. Creo que Janey siempre
estuvo llena de sol. Sólo necesitaba a alguien digno con quien compartirla, y
estoy jodidamente contento de que me diera tiempo para ser ese hombre para
ella.
Le soplo aire caliente en el coño, pero lo evito para seguir adorando todo su
cuerpo. Cuando le beso el interior de los muslos, se estremece y casi me
aprisiona, pero le abro las piernas y sonrío malvadamente al ver la evidencia
de su excitación brillando en sus labios.
Miro su cuerpo y la veo mirándome.
—Por favor —suplica.
Desciendo las manos por sus piernas, sin querer perderme ni un centímetro,
pero incapaz de negarle lo que desea. Me sitúo entre sus piernas abiertas,
colocando los hombros bajo sus rodillas flexionadas, y me relamo ante el
hermoso espectáculo que tengo ante mí. Por mucho que me gustaría, no la
ataco con la boca. En lugar de eso, la sorbo, disfrutando de su dulzura y de
la forma en que se retuerce, con sus caderas agitándose inconscientemente
mientras busca mi lengua. La lamo en la entrada, hasta su clítoris, dando
vueltas lenta y fácilmente, llevándola cada vez más arriba.
Cuando está lista, nos doy a las dos lo que queremos. Chupo su clítoris,
golpeándolo con la lengua mientras deslizo dos dedos dentro de Janey. Grita
de placer y una de sus piernas cae de mi hombro, lo que abre su centro para
más. Alarga la mano hacia mí, sus cortas uñas me miran por encima de los
hombros, donde agarra mi camiseta con sus pequeños puños.
La masturbo con fuerza y rapidez y añado un tercer dedo, que ella acepta con
facilidad cuando le acaricio el clítoris con el pulgar. Y estalla en un potente
orgasmo que empapa mi mano y la hace gritar mi nombre.
No puedo esperar más. La necesito. A mi Janey. Un oscuro deseo de tener su
coño alrededor de mi polla como sus manos alrededor de mi corazón se
apodera de mi mente y mi cuerpo.
Me levanto de la cama de un tirón y casi me arranco la ropa. Janey vuelve
flotando a la Tierra y me observa con ojos nebulosos mientras me doy dos
apretadas caricias. Pero no puedo contenerme más. Me subo a la cama sobre
ella, tumbándome en la cuna de sus piernas flexionadas y alineándome con
su entrada.
Un empujón hacia delante y volvemos a estar unidos. Gimo ante la deliciosa
sensación. Estoy en casa, donde debo estar, dentro de ella. Apoyado en el
codo, le sujeto la cadera, imaginando que puedo sentir las líneas de su tatuaje
floral bajo las yemas de mis dedos, y ella me aprieta la cintura con las rodillas.
De nariz a nariz, me acaricio contra ella, intentando evitar lo inevitable porque
quiero quedarme así para siempre.
—Te amo —dice Janey de repente, clavando sus ojos en los míos.
—Dilo otra vez.
—Te amo. Te amo —repite con cada profunda penetración. Sus brazos me
envuelven, abrazando todas mis partes rotas, y me pierdo en ella. Siento un
cosquilleo en las tripas y todo mi cuerpo se tensa.
—Janey —gruño mientras exploto, disparando chorros de esperma caliente
en lo más profundo de su coño.
Su grito de respuesta me inspira a seguir, bombeando dentro de ella poco a
poco de modo que estoy moliendo sobre su clítoris y mantener mi semen
profundamente dentro de ella.
—Yo también te amo.
Puede que no necesite mis palabras, pero las aprecia y, cuando parpadea,
sus ojos brillan como si estuviera a punto de llorar. Pero el placer se impone
y, un segundo después, sus ojos se ponen en blanco mientras se estremece
debajo de mí. Siento las oleadas de su orgasmo mientras su coño palpita a
mí alrededor, y la guío a través de él, prolongándolo todo lo que puedo.
En cualquier otro momento, esparciría nuestro semen combinado sobre su
clítoris y le exigiría un orgasmo más, pero no puedo romper la conexión que
tenemos ahora. Quiero quedarme dentro de ella todo el tiempo que pueda.
Para siempre, si ella me deja.
La recojo en mis brazos y nos hago rodar, manteniéndola empalada en mi
polla mientras ella se tumba sobre mí. Pero cuando compruebo que está
cómoda, veo que empieza a llorar.
—¿Janey? —pregunto bruscamente, sin saber qué le pasa, pero ya con ganas
de arreglarlo.
Sonríe entre lágrimas y explica:
—Soy muy feliz.
El nudo de mi pecho se relaja y le devuelvo la sonrisa diciéndole:
—Yo también.
Permanecemos así durante horas, su cabeza sobre mi pecho, justo encima de
mi corazón, que late por ella, y mis manos recorriendo su piel, memorizando
cada centímetro. Al final, se queda dormida en mis brazos, pero yo sigo
despierto escuchando sus ronquidos.
Soy el cabrón con más suerte del mundo. No sé cómo ni por qué Janey fue
capaz de ver bajo mi exterior de imbécil y encontrar un pequeño resquicio de
bondad en lo más profundo de mi alma, pero estoy jodidamente contento de
que lo hiciera. Sólo ahora, con ella en mis brazos y en mi vida, me doy cuenta
de la cáscara de hombre que era. Pero ella me ha llenado con su sol y su
amor.
Y no puedo imaginarme un día sin ella.
Capítulo 29

—Cinco minutos más —murmuro. Tengo la cara aplastada contra la


almohada y, aunque no está en la cama conmigo, huelo la colonia de Cole en
las sábanas.
Toc. Toc. Toc.
Frunzo el ceño con los ojos cerrados, escuchando mientras proceso lo que
oigo. La ducha está abierta, así que debe de ser Cole. ¿Pero ese otro sonido?
Todavía medio dormida, tardo un tiempo vergonzosamente largo en darme
cuenta de que es alguien llamando a mi puerta.
Me siento en la cama, malhumorada por la intrusión demasiado temprana.
Todo el mundo sabe que me gusta dormir hasta tarde los fines de semana y,
dado que entre semana me despierto temprano, es perfectamente razonable
dormir hasta las nueve los dos días que puedo.
Pero parece que hoy no.
Me levanto, agarro la bata y me la pongo mientras entro en el salón.
Toc. Toc. Toc.
Quienquiera que esté llamando impaciente a mi puerta debe tener ganas de
morir o una cuota de ventas que tiene que cumplir hoy. Pero noticia de última
hora, no voy a comprar. A menos que sean galletas Girl Scouts.
Me ato la bata y abro la puerta. Y casi la cierro de golpe. Pero llegó demasiado
tarde.
—Joder, Janey, creía que me iba a morir de vieja ahí fuera antes de que me
abrieras la puerta —me espetó mamá mientras entraba en mi casa sin
invitación.
No estoy preparada para esto. Estoy medio despierta, sin cafeína y no tengo
la guardia alta.
—Bueno, son las nueve de la mañana —respondo.
—Exactamente. Ha pasado la mitad del día y estás siendo perezosa. Parece
que apenas has salido de la cama. —Sus ojos me miran e, inconscientemente,
me paso la palma de la mano por la cabeza para alisarme el cabello. Seguro
que está encrespado y alborotado, sobre todo por la forma en que Cole lo tocó
anoche.
—Estaba durmiendo y no esperaba compañía.
Mamá hace un gesto despectivo con la mano.
—¿Es café lo que huelo? Deberías ofrecer algo de beber a los invitados. —No
espera a que haga lo que me ha ordenado, sino que sigue su olfato hasta la
cocina, donde al parecer Cole ya nos ha preparado café—. ¿Dónde están las
tazas? —pregunta abriendo y cerrando armarios.
Abro el armario que hay sobre la cafetera, porque, claro, ahí es donde están
las tazas, pero abrir ese no le habría permitido husmear en todos los demás.
Saco dos tazas y las lleno de café. Mamá no necesitará más porque no estará
aquí mucho tiempo. Eso espero.
Toma la leche del frigorífico, comprueba la fecha con el ceño fruncido y parece
decepcionada de que esté bien y no caducada.
—¿Haces la compra hoy? Apenas tienes comida en la nevera. —Sí, incluso
con leche relativamente fresca, todavía hay algo que estoy haciendo mal para
quejarme.
—¿Qué quieres, mamá? —pregunto secamente. Hace tiempo que se acabaron
los buenos modales y esta conversación está muy atrasada.
—Esa no es forma de hablarle a tu madre —responde con una mirada afilada
mientras da un sorbo a su café. Luego mira hacia el fondo de la taza, como si
fuera agua de perro y no café recién hecho.
¿Cómo he podido hacer esto durante tanto tiempo? Hasta su voz me pone
nerviosa y me hace reaccionar con rapidez. Siento que el corazón se me
acelera y que la niebla del sueño desaparece de mi cerebro.
De acuerdo. Hagamos esto.
No estoy preparada, pero en cierto modo, lo estoy.
No me disculpo como ella espera. Le devuelvo la mirada, sin reaccionar, que
es lo que realmente quiere. Creo que ni siquiera importa si es una disculpa
sin emoción, una súplica lloriqueante de perdón o una respuesta maliciosa.
Cualquier reacción mantiene el juego, y eso es lo que la hace ganadora en su
libro.
No sé si ella se da cuenta. Creo que nunca me he planteado lo que ella piensa
o siente, demasiado atrapada en mi propio trauma. Pero estoy reparando el
mío, poco a poco, día a día. El daño de mamá es algo que ella debe afrontar.
Ya no me corresponde a mí aliviarlo, sobre todo a mi costa.
Sin saber qué hacer con el cambio de juego, mamá suspira pesadamente.
—Bueno, estoy segura de que sabes que arruinaste completamente la
recepción de Paisley. Era su día especial, pero tenías que hacerlo sobre ti de
la manera que siempre lo haces.
Me quedo boquiabierta, sorprendida por sus palabras.
¿Hacerlo sobre mí? Nada, literalmente nada, en mi familia se trata de mí.
Mamá está en racha, divagando un poco.
—Siempre has sido una niña muy celosa de Paisley, de tus otras primas e
incluso de Jessica. Pero pensé que te comportarías en una boda, por el amor
de Dios. Le debes a Paisley una disculpa. Pobre Glenda también. Ha estado
llamando casi todos los días, llorando por lo feo que se puso todo y
preguntando si estás lista para compensarles. Ya he tenido que decirle diez
veces a mi hermana que estás fuera enfurruñada como siempre.
Cada palabra es un cuchillo, afilado y preciso. Después de todo, tiene años
de práctica y sabe dónde clavar el cuchillo para causar el mayor daño.
—Lo siento... —empiezo, pero ella me interrumpe.
—No me lo digas a mí. Es a Paisley y Glenda a quienes tienes que decírselo
—dice.
Respiro hondo y vuelvo a empezar.
—Siento no haber sido la hija que querías. Pero fui la que tuviste, y nunca
me dejaste olvidar, ni por un segundo, que no era lo bastante buena.
Pone los ojos en blanco y murmura en voz baja:
—Ya estamos otra vez. Pobre y lamentable Janey.
No dejo que me descarrile.
—Lo gracioso es que, una vez que me alejé de ti, seguía pensando que no era
lo suficientemente buena. Y dejé que esa vocecita en mi cabeza me llevara a
relaciones que no eran adecuadas para mí. Pero he pensado mucho, mamá,
y quiero que sepas... que tengo valor. Vale la pena amarme. Quizá no para ti,
pero para todo un mundo de gente ahí fuera, soy digna de amor. Y lo que es
más importante, me quiero a mí misma.
Pienso en Cole y en cómo me quiere con todo su corazón. Pienso en los
Harrington, a quienes todavía estoy conociendo pero que me han acogido con
los brazos abiertos como nunca lo hizo mi propia familia. Y pienso en mi
propio sentido del yo y en cómo ha crecido exponencialmente.
No soy la misma Plainy Janey Williams.
—Bien, genial. Me alegro de que estén tan enamorados. Ahora, llama a Paisley
y discúlpate. —Se ciñe a su guion e ignora cualquier cosa que yo diga en
sentido contrario. No esperaba nada diferente. He jugado este juego antes.
Pero esta vez, no voy a ceder.
He crecido demasiado, me he hecho demasiado fuerte para preocuparme por
lo que mamá quiere cuando ella nunca se ha preocupado por lo que yo
necesitaba.
—No. —No sacudo la cabeza ni hago ruido. Es una simple negativa a una
demanda ridícula.
Las cejas de mamá trepan por su frente mientras me mira como si me hubiera
crecido una segunda cabeza.
—¿Perdona, jovencita? Llamarás a tu prima y te disculparás como la mujer
educada y bien educada que te crie.
Me río amargamente.
—Me criaste para ser obediente. Me criaste para ser un blanco silencioso. Me
criaste para aceptar el abuso, el abandono y la soledad. Me educaste para
esconderme. Bueno, mamá... —Respiro hondo y la miro fijamente a los
ojos—. ¡A la mierda!
Bien, quizá no era eso lo que quería decir, pero ahora que está ahí fuera… ¡Sí,
a la mierda!
Mamá retrocede como si la hubiera abofeteado.
Pero tengo la boca abierta.
—Paisley es una persona horrible. Lo ha sido desde que éramos niñas. Y todo
lo que pasó fue el karma regresando para patearle el trasero por ser siempre
tan cruel. Espero que Max haya visto muy bien su futuro con ella como esposa
y espero que corra, lejos y rápido, para alejarse de ella. Es lo que se merece.
Mamá se queda boquiabierta.
—Y cómo te atreves a aparecer sin invitación, exigiendo esto e insistiendo en
aquello. En caso de que lo hayas olvidado, me comprometí. No es que te
importe. —Para mí, esa es la última muestra de dónde están sus prioridades.
Conoció a Cole, lo vio proponerme matrimonio, y luego no ha dicho una
palabra al respecto. No me llamó, no me mandó mensajes, y se metió esta
mañana como si no importara.
Ella no sabe que era falso entonces. Ella no sabe que es real ahora.
A ella simplemente no le importo. . . yo.
—¿Qué mierda está pasando aquí? —brama una voz desde la puerta.
Mamá y yo miramos de reojo. Cole está de pie en el borde de la sala de estar
en pantalones cortos deportivos y nada más, el pecho todavía húmedo de su
ducha. Probablemente me ha oído gritar y ha venido corriendo. De hecho,
creo que el agua sigue abierta en el baño. Así de rápido respondió a mi
angustia.
Sus ojos son duros y fríos. El imbécil de Cole está aquí ahora, listo para
protegerme si es necesario. Pero tengo que hacerlo yo. Lo miro a los ojos y le
digo en silencio que lo tengo controlado.
Aun así, acude a mi lado, haciéndome sentir segura y querida sin mediar
palabra y mirando abiertamente a mamá, que está dispuesta a hacerse la
víctima porque lo último que quiere es un público que esté de mi parte.
—¡Cole! Me alegro de que estés aquí. Janey se niega a disculparse con
Paisley...
—¿Por qué se disculparía? Janey debería presentar cargos contra Paisley por
agresión.
—¿Qué...? —dice mamá. Pero luego sacude la cabeza e intenta restar
importancia a la paliza del ramo como si hubiera sido un simple
malentendido—. No ha sido nada. Sólo un día emotivo... para todos. —Es la
más pequeña concesión de su parte, una pequeñísima admisión de que tal
vez Paisley fue un poco responsable de la pelea. Y no lo dijo porque piensa
que es verdad o para apaciguarme, sino para apaciguar a Cole.
—Dejó una marca en el rostro de Janey —le informa Cole con frialdad.
Se miran fijamente durante un largo momento, y yo observo, desde fuera,
pero viendo claramente desde esta posición ventajosa por primera vez.
—Mamá —digo, llamando su atención—. Ya he terminado. Tienes que irte ya.
No me refiero a esta conversación. Quiero decir con... ella. Con mi familia.
Hay tantas cosas embotelladas dentro de mí, bajo los revestimientos de plata
y el sol, donde escondí los pensamientos oscuros sobre mi madre. Sobre mi
familia. Pero sacarlos a la luz no nos hará ningún bien a ninguna de las dos.
No voy a darle munición que pueda usar contra mí, difundiendo chismes
sobre mí entre la familia, y no voy a lidiar con ese dolor delante de ella. No se
ha ganado mi confianza de esa manera. De hecho, ha demostrado no ser
digna de confianza con mi corazón una y otra vez.
Y he terminado.
Como un interruptor.
—Janey- —dice, la condescendencia obvia en sólo las dos sílabas.
Sacudo la cabeza y miro a Cole. Es toda la señal que necesita.
—Ya la has oído. Fuera de aquí. Ahora mismo. —Su tono no admite discusión
y toma la taza de café de delante de mamá, dejándola caer en el fregadero con
estrépito.
Mamá frunce el ceño. Creo que es la primera vez que me escucha de verdad,
y es porque Cole está repitiendo lo que he estado diciendo todo el rato.
—Bueno, yo nunca...
—Vete, mamá. —Mi voz es firme y dura. Mis manos tiemblan y están heladas.
Se gira y se dirige a la puerta.
—Tengo que ir a casa, de todos modos. Jessica tiene una cita en la peluquería
hoy. —Intenta que parezca que irse es su decisión, pero todos sabemos la
verdad.
Cole llega antes que ella y le abre la puerta, no con la caballerosidad con que
lo hace conmigo, sino más bien para poder mirarla mientras pasa. Tengo la
sensación de que podría soltar algunos detalles que mamá preferiría
mantener en privado, como hizo con el padre de Samantha, pero no lo hace.
No tiene que librar esta batalla por mí. Esta vez lo he hecho yo sola.
Y me sienta bien.
Aun así, cuando Cole cierra la puerta detrás de mamá e inmediatamente se
abalanza sobre mí, caigo rendida en su abrazo. Me abraza y me pasa una
mano por la espalda mientras dejo escapar todas las emociones que he
reprimido durante años. Las lágrimas, amargas y calientes, recorren mis
mejillas. Pero por muchos malos recuerdos que haya, también recuerdo los
pocos buenos momentos. Eran como faros de esperanza en los momentos
más oscuros. Pero esas excepciones no cambian la verdad.
—¿Estás bien? —me pregunta Cole al cabo de un rato, cuando se me pasan
los sollozos. Nos ha trasladado al sofá hace un rato y estoy sentada de lado
en su regazo con la cabeza apoyada en su hombro.
Resoplo y asiento con la cabeza.
—Estoy triste, pero también me siento... ¿libre?
Es lo más cerca que puedo estar de describir el caos de mi mente y el tornado
de mi corazón.
Se queda callado, pensándolo, y finalmente dice:
—No puedo imaginar lo difícil que fue enfrentarte a ella, pero lo hiciste. Estoy
muy orgulloso de ti.
Sé que me quiere, pero que esté orgulloso de mí me hace sentir bien de otra
manera.
—Yo también estoy orgullosa de mí —susurro.
Y eso es lo que mejor sienta.
Capítulo 30

—¿Juras que no nos estás secuestrando y llevándonos a un cementerio


masivo en el bosque para poder ser el único heredero de la empresa de papá?
—Kyle pregunta a Cole con una ceja levantada y otra baja. Parece que habla
en serio, pero puedo ver la risa en sus ojos.
—¿Es una preocupación real? —Gabriella se ríe, pero me mira alarmada.
Es una pregunta válida. Avisamos a todo el mundo con menos de dos
semanas de antelación, alquilamos una furgoneta de fiesta para el transporte
y ahora estamos dando tumbos por un camino de tierra con árboles que rozan
los laterales del vehículo. Además, es Cole, y aunque la familia sabe lo que
hace ahora, las bromas de sicario no han parado.
—No, claro que no —tranquilizo a mi jefa-amiga—. Es una boda normal y
corriente.
Eso no es exactamente cierto. Cole y yo decidimos que no queríamos esperar
y que no queríamos un gran alboroto. En realidad, tuve la idea de donde
casarnos de Samantha y Chance eligiendo su club como lugar de celebración.
Por eso vamos camino a la cabaña. No la pequeña que Cole y yo compartimos,
sino la más grande y elegante que alquiló el Sr. Webster.
—En medio de la nada —añade Kyle, que no ayuda a Gabriella a sentirse más
cómoda.
Por suerte, el camino de tierra desemboca en el camino de entrada a la
cabaña, y grito:
—¡Ya hemos llegado!
Salimos de la furgoneta y nos acercamos a la puerta principal, mientras Cole
abre el cerrojo y da la bienvenida a todo el mundo. Tiene el mismo aspecto
que a través de los prismáticos: colores cálidos, mucha vegetación y... un
momento...
—¿Cómo has hecho esto? —le pregunto a Cole, mirando la charcutería que
hay en la gran isla de la cocina.
Sonríe y deja caer un gran guiño falso y conspirativo.
—Tengo gente.
Una respuesta simple, pero notablemente cierta ahora. Cole tiene gente. Una
familia entera, de hecho, que está deseando estar aquí para nuestro día
especial.
No he llamado a mis padres para contarles lo de la boda. En realidad, no he
hablado con ellos desde que mamá apareció en mi puerta y probablemente
no lo haga. No ha pasado tanto tiempo, la verdad, pero estar sin contacto ha
sido un gran alivio. Simplemente me dejo llevar. Suena fácil y a veces lo es.
Semana tras semana no pienso en ellos en absoluto. Y entonces algo me lo
recordará, y tendré que decidir de nuevo... no llamar. Y eso es difícil.
Pero no vale la pena arruinar mi felicidad por ello, y eso es lo que ellos harían.
El precio de formar parte de esa familia es demasiado alto, y no cambiaré mi
alegría por la suya.
La gente que se alegra de que yo sea feliz está aquí, rodeándonos a Cole y a
mí mientras damos un gran paso hacia la eternidad, y eso es lo que quiero.
—Bien, ir a prepararse —ordena Miranda mientras nos empuja a Cole y a mí
a habitaciones separadas—. Gabriella, ¿puedes ayudarme con el champán?
Gabriella asiente, contenta de ser útil, y las dos mujeres se dirigen a la cocina.
¿Quién necesita una coordinadora de bodas cuando tienes a Miranda
Harrington al mando? Aunque me alegro de contar con su ayuda, y me
pregunto si será una de las “personas” que ayudaron a Cole.
En el dormitorio principal, Kayla me ayuda a ponerme el vestido y, cuando
me miro en el espejo, no puedo creer que sea yo. Me han peinado y maquillado
esta mañana antes de salir y están perfectos, con los rizos ondulantes y los
ojos sutilmente maquillados. El vestido que elegí es exactamente lo que quería
para una boda en el bosque, con mangas largas, un profundo escote en V y
aplicaciones de flores de encaje en el corpiño.
—Parezco una novia —murmuro, sobre todo para mí misma.
Kayla sonríe, divertida ante mi reacción, como si fuera la primera vez que veo
este vestido, pero se seca los ojos.
—Sí que lo eres. Estás impresionante, y si mi hermano no te lo dice, le sacaré
los ojos con uno de esos pequeños tenedores de cóctel. —Señala hacia la
cocina y, presumiblemente, los tenedores, pero en lugar de sonar
amenazadora, se le hace un nudo en la garganta.
—Dios mío, estoy lista. Estoy tan emocionada. ¡Vamos a hacerlo! Me voy a
casar. —Me subo la falda y salgo corriendo hacia la puerta.
Kayla me detiene.
—Alto ahí, chica. Déjame ver si Cole está listo y llevar a todos a sus lugares.
Hay un proceso para esto, por lo general, ¿sabes? ¿Un método para la locura?
Ah, sí. Se supone que hay una especie de línea de tiempo para las cosas de
hoy.
Me deja en el dormitorio unos minutos, presumiblemente para que todo el
mundo esté preparado fuera, y luego vuelve a asomar la cabeza.
—¿Todavía estás lista? ¿No has cambiado de opinión? Porque no hay
reembolsos, cambios o devoluciones en ese modelo. Probablemente te
acosaría, de todos modos —bromea con una sonrisa burlona.
Asiento con la cabeza, ya al borde de las lágrimas. De felicidad, pero no quiero
estropearme el maquillaje.
—Me hace mucha ilusión tener otra hermana —dice, pero antes de que pueda
contestar, cierra la puerta.
¡Mierda! Estoy llorando. Siempre quise una hermana, y ahora voy a tener tres.
Kayla, Luna y Samantha me han aceptado en su trío con los brazos abiertos
y buen corazón. No hay drama, no hay puñaladas por la espalda, no hay
chismes. Son buenas personas de verdad. Y todas son diferentes, y
maravillosas por ello. Uno de mis deseos de toda la vida se hace realidad hoy
con ellas.
Me froto los ojos con un pañuelo de papel, respiro hondo y abro la puerta al
resto de mi vida.
Estar de pie en la terraza trasera con vistas a un frondoso y verde bosque,
rodeado de mi familia, no es algo que hubiera predicho jamás. Pero más
sorprendente que eso es la hermosa mujer que camina hacia mí con lágrimas
y una sonrisa en la cara.
He aprendido a leer esas lágrimas, y son buenas. Son lágrimas que dicen que
está justo donde quiere estar y que está lista para siempre. Conmigo.
Está deslumbrante: sus rizos rojos forman una aureola, sus ojos grises
brillan, sus manos sujetan con fuerza un pequeño ramo de flores blancas y
su vestido blanco le llega hasta los tobillos.
Tengo la tentación de ir a su encuentro, pero fuerzo los pies para quedarme
en mi sitio y dejar que ella venga a mí porque me parece importante. Quiero
que tenga su momento de ser el centro de atención de todos, no sólo de mí.
Ella será el centro de mi universo por el resto de nuestras vidas.
En unos pasos más, Janey está frente a mí. Le entrega el ramo a Mason, su
hombre de honor, y le susurro:
—Estás preciosa.
—¡Tú también! —susurra ella.
Todo el mundo está callado, así que nos oyen a los dos y se ríen, lo que hace
que Janey se ruborice. Hace un año, me habría cabreado, pero he aprendido
a leer las risas también. Es la risa del amor.
Cuando Janey mira a su alrededor, ve a Gabriella sosteniendo un iPad con
todo un grupo de personas de The Ivy en la pantalla. No pudieron venir, pero
querían estar aquí con nosotros, así que retransmitirlo en directo era una
forma de compartirlo con ellos.
—Hola, chicos —dice, saludando a sus compañeros y pacientes, que le
devuelven el saludo— ¡Me caso!
Se ríen, y hay algo de charla, y estoy bastante seguro de oír la voz de Ace en
la mezcla:
—Protege a la reina, chico.
No se refiere al tablero de ajedrez. Se refiere a Janey, a protegerla de un modo
paternal incluso ahora, y yo asiento con la cabeza, con toda la intención de
hacer precisamente eso.
Janey se vuelve hacia mí y unimos nuestras manos. Decidimos casarnos
nosotros mismos y, por suerte, nuestro estado lo permite, así que no hay
oficiante que haga un gran discurso. Es sencillo, somos nosotros, y eso es
suficiente.
Trago grueso y empiezo.
—Soy pésimo con las palabras. Y la gente. Y hablando con la gente. Pero a ti
no te importó. Te metiste en mi frío corazón y derramaste tu sol, te sentiste
como en casa, lo arreglaste con tu amor. Te convertiste en mi familia y me
devolviste la mía.
Me arriesgo a apartar la mirada para observar a la gente que nos rodea. Mamá
llora en silencio, papá la abraza estoicamente, Kayla sonríe entre lágrimas de
felicidad y mis hermanos tienen las mandíbulas apretadas. Somos calcados
el uno del otro y no sé cómo no me he dado cuenta antes.
A Janey, termino:
—Juro amarte como mereces ser amada: completa, intensamente, con
bondad y toda mi atención. Dedicaré mis días a tus sonrisas, mis noches a
tus sueños y mi vida a tu felicidad. Te amo, Janey.
Exhalo, aliviado. Lo he conseguido.
—Vaya —jadea mientras las lágrimas corren por sus mejillas. Se las quito
suavemente y le doy un beso en cada mejilla—. Eres bueno con las palabras.
No puedo evitar sonreír ante los elogios. Si ella supiera cuántas servilletas
garabateadas, papeles y notas borradas en mi teléfono he necesitado para
escribirle esas pocas frases.
—Bien, mi turno. —Se abanica la cara, secándose los ojos mientras
parpadea—. Debería haber ido primero porque no sé si puedo decir todo lo
que quiero decir ahora. Estoy toda...
Tarda unos segundos en ordenar sus pensamientos. Me agarra las manos y
me las estrecha mientras habla.
—En uno de mis momentos más bajos, me levantaste, me sacudiste el polvo
y me apoyaste cuando no podía valerme por mí misma. Me hiciste sentir
especial. Me demostraste que valía y que era valiosa, exactamente como era.
Y cuando por fin pude valerme por mí misma, me apoyaste, no por si
fracasaba, sino porque querías estar en primera fila para verme levantarme.
De todas las personas del mundo, nadie me ha elegido nunca, pero tú lo
hiciste. Tú me elegiste.
Resopla y la miro a los ojos, consciente de lo que ha curado y de las heridas
que ha dejado atrás.
—Crees que eres difícil de amar, pero la verdad es que amarte es lo más fácil
que he hecho nunca porque somos el uno para el otro. Tú eres mi hogar y yo
el tuyo. —Coloca mi mano sobre su corazón, donde puedo sentir el constante
latido de su corazón, y apoya la palma en mi pecho—. Y juro pasarme la vida
diciéndote lo mucho que te amo hasta que no tengas más remedio que creerlo,
porque es la verdad. Te amo, Cole. Con todo mi corazón, para toda mi vida.
Toma aire y, para ser justos, no estoy seguro de si quiere decir algo más o no,
pero necesito besarla. Ahora mismo.
Así que lo hago.
Doy un paso adelante, le tomo la cara con las manos, noto cómo sus mejillas
se inflan en mis palmas mientras sonríe y sellamos nuestros votos con un
beso.
—¡Whoo-hoo! —Kyle grita, el eco reverbera por el bosque.
—¡Enhorabuena! —dice otra persona.
Por supuesto, hay muchos aplausos de nuestra familia. Porque estas
personas, todas ellas, son ahora nuestra familia. Janey es una Harrington, y
por muy complicada que sea nuestra familia, vamos a ser la mejor familia que
haya tenido nunca.
Epílogo

—Esto parece una idea muy malísima —advierte mamá, sonando


exactamente como debería sonar una madre preocupada.
Pero estoy seguro de esto.
Tomo la mano de Janey y bajamos juntos los escalones de la terraza trasera
de la cabaña y nos adentramos en el bosque circundante. Le dije que me
dejara organizar la luna de miel, y supe exactamente qué hacer, sobre todo
cuando decidimos casarnos en la cabaña más grande de al lado. Así que
nuestra familia y amigos vuelven a subir a la furgoneta para regresar a la
ciudad, pero Janey y yo volvemos al lugar donde empezó todo.
La pequeña cabaña con una cama en el altillo, una bañera de hidromasaje en
la cubierta y una sorpresa esperando a Janey.
—¡Cuidado con la hiedra venenosa! —grita Kayla tras nosotros, y Janey se ríe
mientras le lanza un pulgar hacia arriba.
Lejos de la cabaña, donde aún podemos ver a nuestra familia observándonos,
me detengo y rodeo a Janey con mis brazos.
—En este lugar es cuando lo supe —le digo mientras miro a mi alrededor,
sonriendo—. Me buscaste y viniste a ver cómo estaba. Nadie lo había hecho
antes. Pero lo hiciste, con tus sonrisas y tu sol. Aquí supe que te quería.
—No lo hiciste —argumenta ella, riendo—. Pensabas que era una loca molesta
que no se callaba cuando intentabas trabajar.
Inclino la cabeza y sonrío.
—Bien, eso también. Pero en el fondo... muy en el fondo... lo sabía.
Mira hacia arriba como si buscara el búho que vimos aquel primer día, pero
no aparece por ninguna parte.
—No sabía que estabas aquí. Pensé que eras guapo pero estúpido, saliendo
sin spray para osos. —Se encoge de hombros como si le avergonzara la
verdad—. Me di cuenta en la cabaña, en el porche. No me diste una patada
cuando estaba en el suelo. Me diste de comer. Entonces lo supe.
Un gesto tan pequeño, pero que para Janey lo significaba todo.
Le doy un beso en los labios, los dos sonreímos.
—Vamos, tengo algo que enseñarte.
Ella cree que me refiero a mi polla, y sí, definitivamente llegaremos a eso. No
puedo esperar a estar con ella como marido y mujer por primera vez. Pero
realmente tengo una sorpresa para ella.
Subimos las escaleras traseras de la pequeña cabaña hasta la cubierta de la
que hablaba Janey, y ella hace ojitos al jacuzzi, señalándolo.
—Tengo planes para ti —le dice al agua—. Muchos planes.
La conduzco al salón y la coloco justo delante de la chimenea, donde puede
ver la nueva y enorme fotografía que cuelga de ella.
—¡Es nuestro búho! —exclama mientras gira para mirarme—. ¿Es la foto que
hiciste?
Asiento con la cabeza mientras la miro.
—No soy fotógrafo de naturaleza, pero me pareció bastante buena.
No importaría si fuera borrosa como la mierda. Creo que a Janey le
encantaría. Y porque a ella le gusta, a mí también.
—¿Sabe Anderson que cambiaste su obra de arte? —El diablo en sus ojos dice
que no le importa lo que Anderson sepa o no.
Pero niego con la cabeza y la acerco.
—No, porque es nuestro.
Me mira, ladeando la cabeza confundida.
—¿Qué cosa?
—La cabaña —explico, levantando una mano para señalar el espacio que nos
rodea—. Es nuestra. Yo la compré. Feliz día de nuestra boda.
Sueno un poco brusco, incluso para mis propios oídos, pero es porque este
lugar es ahora nuestra vía de escape. Cuando la vida se vuelve ajetreada o
nuestra familia se pone demasiado necesitada con todas las cenas
obligatorias, podemos venir aquí y sólo estaremos nosotros. Janey y yo.
Para siempre.
Y no habrá ni un oso a la vista. Aparte de mí malhumorado yo. Pero incluso
ese oso es raro de ver ahora que tengo a Janey.
Mi sol.
Epílogo extendido

Seis meses después


—¿Estás seguro de que todo eso es necesario? —pregunto aunque ya sé la
respuesta de Cole.
Deja de teclear en su teléfono el tiempo suficiente para fulminarme con la
mirada y levantar una ceja.
—Sí.
Sí, eso es lo que pensaba que iba a decir, pero aun así...
—Es un barrio seguro. Has comprobado todos los vecinos, las estadísticas de
criminalidad e incluso los tiempos de respuesta de la policía y las
ambulancias. Todo lo cual pasó sus requisitos con aprobaciones elogiosas. El
sistema de seguridad normal estaba bien.
Deja el teléfono sobre la mesita, en la que descansa cómodamente los pies
porque hemos decidido hacer de mi ranchito nuestro hogar.
—Estaba bien, cuando éramos nosotros dos. Pero con un bebé en camino, a
la mierda. Este lugar va a estar cerrado como supermax para que pueda
mantenerte a ti y a él a salvo en todo momento.
Sí, la razón por la que decidimos instalarnos aquí es porque queremos que
nuestro hijo crezca en un barrio con aceras, patios y amigos. El edificio de
Cole -bueno, nuestro edificio ahora- está muy bien para trabajar, pero no es
exactamente tan familiar como esta casa.
No puedo resistirme a la sonrisa que se dibuja en mi cara. Estoy de cuatro
meses, pero cada vez que pienso en Cole y en mí teniendo un bebé, sonrío.
Bueno, a veces lloro, pero son lágrimas de felicidad.
—Bien. ¿También tengo que descargarme la aplicación? —digo, cediendo.
Sonríe y vuelve a coger el teléfono.
—Ya lo he descargado para ti y he configurado tu cuenta. Estás conectada
como L-O-M-L17, esposa. Todo una palabra, LOML mayúscula y W.
Por supuesto que lo hizo por mí. Y me llamó “esposa del amor de mi vida”. Y
probablemente hará una rápida sesión de “enséñame” más tarde para que
sepa cómo funciona todo. Porque así es Cole - dulce, protector, y le gusta
cuidar de mí.
Miro mi teléfono y encuentro la aplicación fácilmente. Para ser un sistema de
tan alta calidad, con todas las campanas y silbatos que Cole quería, la
aplicación es bastante fácil de usar. Hago clic un poco y veo algo inesperado.
—¿Cole? ¿Qué es esto?
Giro el móvil y le muestro la imagen de la cámara de la habitación de
invitados. Va a ser la habitación del bebé. O bueno, iba a serlo, pero al parecer
ya lo es. Me mira con los ojos brillantes de alegría.
—Ve a ver.
Me levanto, corro hacia la guardería y, cuando atravieso la puerta cerrada,
me detengo en seco.
Es perfecto. Todo de lo que he hablado, comprado y colgado en mi recién
creado “Tablero del bebé” en Pinterest... está aquí. La cuna azul marino con
sábanas de cuadros azules, blancos y marrones, la mecedora color canela e
incluso el oso pintado en acuarela en la pared para conmemorar cómo nos
conocimos.
—¿Cuándo? ¿Cómo? —murmuro, mis ojos encuentran nuevos detalles por
todas partes.
Cole se me acerca por detrás y me rodea la cintura con los brazos, apoyando
las manos en mi vientre casi plano. —Ayer, cuando estabas en el trabajo. Kyle
vino a ayudarme con la cuna. Casi lo mato porque no quería leer las
instrucciones, pero si hay algo en lo que debes leer las malditas instrucciones
es en el lugar donde va a dormir tu bebé.
Estoy llorando. Mucho. Lágrimas de felicidad corren por mis mejillas y me
arremolina, enterrando la cara en el pecho de Cole.

17 siglas en inglés, esposa del amor de mi vida.


—Gracias. Te amo —consigo decir. Bueno, suena más como “ansias, e alo”,
pero creo que lo entiende porque me abraza fuerte, pasándome las manos por
la espalda.
—Yo también te amo, Janey.
Asiento con la cabeza porque lo sé.

Estoy de camino a casa.


Mi hogar. Nunca tuve uno de esos. En realidad, no. Tenía lugares donde vivir,
por supuesto. Algunos incluso eran lujosos, pero ninguno era mi hogar. Hasta
Janey.
El trayecto de la ciudad a las afueras ya forma parte de mi día, y me gusta.
Me permite dejar atrás la fealdad de mi trabajo para no traerla a nuestro
santuario. Nuestro hogar.
Cuando mi teléfono suena con una alerta, no me sorprendo. Janey dijo que
Mason venía a entregar unas galletas que le había comprado a la hija de su
nueva novia, que es Girl Scout. Pero cuando abro la aplicación del sistema de
seguridad, no es Mason con una linda niña portadora de galletas. Es Mason
más otro hombre, que hay que admitir que están sosteniendo un número
demencial de cajas, pero eso no es nada qué le diría a mi mujer embarazada.
Tengo un deseo de vida, no de muerte, y ella puede tener tantas galletas como
quiera. Incluso las mojaré en leche y se las daré de comer si quiere.
El semáforo se pone en verde y piso el acelerador, junto con el sonido de la
cámara de la casa. Confío en Mason implícitamente. Diablos, ha vigilado a
Janey por mí cuando he tenido que salir para una vigilancia nocturna, pero
¿el tipo que está con él? No lo conozco de nada, lo que significa que no lo
quiero en mi casa, y menos con Janey.
—¡Hola Mason! Entra —oigo la voz de Janey. Estoy escuchando a escondidas
y lo sé, pero me importa una mierda. Ahora también es mi casa. Y ella es mi
mujer.
—Gracias. Janey, este es Ben. Ben, Janey, —dice Mason.
—Encantada de conocerte —responde. No miro el vídeo, sino la carretera, pero
supongo que le está estrechando la mano.
—¡Vaya! Mason dijo que su amiga era guapa, pero debería haber dicho
preciosa. Maldito hombre, ¿me estás ocultando algo? —dice una voz
masculina.
Eso atrae mis ojos al instante. Una rápida ojeada a la imagen a todo color
muestra que Ben mide 1,80 m, tiene el cabello oscuro, los ojos oscuros y
sonríe a Janey como si viera algo que le gusta.
Janey retira la mano y se aleja hacia el salón, donde mira a la cámara. Veo
sus ojos. No le gusta Ben más que a mí y se pregunta si la estoy mirando.
Por supuesto, la estoy vigilando. Que estemos casados no significa que no la
siga acosando. Sólo que ahora, ella lo sabe. Y le gusta. Demonios, a veces la
acecho por la casa. Ella lo llama esconderse y buscar. Yo lo llamo encontrar
y follar. De cualquier manera, funciona para nosotros.
Mason y Ben siguen a Janey. Observo cómo Mason le envía a Ben una mirada
de “qué mierda”. No le ha dicho una mierda a Ben, que probablemente piensa
que es un encanto.
—Pueden poner las galletas aquí —dice Janey a los hombres.
Los dejan sobre la mesita y Mason dice:
—Gracias por apoyar a la Tropa 1204. —Suena listo para irse, o al menos,
listo para sacar a Ben de allí.
—¿Cuál es tu favorito? —pregunta Ben, sin preguntar a Mason—. A mí,
personalmente, me gustan las galletas sandwich de mantequilla de cacahuete.
Son tan ricas y espesas, pero aún tienen ese centro cremoso.
¿Por qué carajos este imbécil hace que las galletas suenen a guarradas?
Mason se ríe entre dientes:
—Hermano, tienes que callarte. Ya. —Lo está intentando. Tengo que darle algo
de crédito por tratar de salvar a su amigo.
Pero estoy cerca. Una señal de stop y estaré en casa.
—Me gustan los Thin Mints —contesta Janey, educada pero fría en su voz
profesional de 'este familiar es molesto'—. Mason, sé que hoy estás ocupado
así que no te entretengo. Gracias de nuevo por las galletas.
Ella también lo intenta. Pero llega demasiado tarde.
Chillo en la entrada, mi teléfono vuelve a sonar cuando nuestros puntos
convergen en casa.
Oigo a Mason decir:
—La has cagado, hermano. Ni siquiera te das cuenta de lo que estás jodiendo
ni de lo mal que la has cagado.
—¿Qué? —Ben dice.
Y entonces atravieso la puerta.
—¡Janey! —grito.
Levanta la mano y me hace un gesto de lo más simpático:
—Hola, cariño, ya estás en casa —con una sonrisa de felicidad en la cara.
Sabía que estaba volando, batiendo récords de velocidad para llegar hasta
ella.
La escaneo aunque la he visto hace un segundo en la pantalla. Parece estar
bien. Diablos, se ve hermosa como siempre, pero, sobre todo, se ve ilesa y no
molesta por lo inapropiado de Ben.
Yo lo estoy.
Clavo a Ben unos ojos fríos y muertos.
—Aléjate de mi mujer.
Se ríe como si estuviera bromeando. En absoluto.
Entró en mi casa, con mi mujer, que lleva a mi hijo, y la incomodó diciéndole
cosas inapropiadas. Y ahora va a tratar de jugar como si realmente estuviera
hablando de galletas y yo estoy exagerando. A la mierda con eso.
—Hombre, relájate —me dice con una sonrisa de comemierda. Ben tiene
ganas de morir. Es la única explicación.
Mason se pone delante de su amigo, con las manos en alto en señal de
rendición.
—Él no lo sabía. No creí que necesitara explicarle que mi amiga está
felizmente casada con un psicópata cuando sólo pasábamos a dejarle unas
galletas. Culpa mía.
Janey viene a mi lado, acurrucándose contra mí como un gatito.
—Tú dices psicópata. Yo digo cariño. Papa, patata. —responde a Mason, pero
siento sus ojos clavados en mí y oigo su sonrisa.
Rodeo a Janey con un brazo, apretando su cadera en lugar de matar a Ben
donde está.
—Fuera. Ahora —le digo a Ben con dureza. A Mason le añado—: Llévate los
de mantequilla de cacahuete. Llévatelos al trabajo o algo.
—Oh, es una buena idea —ofrece Janey—. A Jackie y Pam les encantarían.
—Sí, estoy en ello —dice Mason asintiendo. Recoge unas cuantas cajas y se
las pone en los brazos a Ben, que me mira a mí, a Mason y a Janey
confundido. Mason me da la mano al pasar, disculpándose en silencio por su
amigo, y luego básicamente empuja a Ben por la puerta principal mientras
dice: —Nos vemos en el trabajo, Janey.
Cierro la puerta de una patada y cierro detrás de ellos.
A Janey le pregunto:
—¿Estás bien? ¿De verdad?
Ella asiente:
—Sí. Fue coqueto, pero yo soy tuya. Ya lo sabes. —Me mira con ojos llenos de
amor. Soy un imbécil, posesivo y obsesivo, pero soy suyo y me quiere tal como
soy.
Le doy un beso dulce y suave en los labios. Luego, gruño:
—Corre.
Parpadea una vez, luego dos, y con un grito de excitación, corre directa al
dormitorio. Sabe lo que quiero. A ella. Quiero follármela, amarla, marcarla
por todas partes con mis caricias, y aunque ella ya lo sabe perfectamente,
quiero recordarle de quién es.
Ella es mía. Mi esposa, la madre de mi hijo y el amor de mi vida.
Así que la persigo, atrapándola fácilmente porque ella quiere. Nos desnudo a
los dos rápidamente porque ella me ayuda. La doblo sobre la cama, donde
balancea ese culo sexy para atraerme, como si yo no estuviera ya empalmado
por ella.
Recorro su columna con las yemas de los dedos y ella se arquea, levantando
las caderas. Me inclino, lamo sus pliegues y rodeo su clítoris con la lengua
mientras pruebo su entrada. Está mojada y, a pesar del coqueteo
desventurado de Ben, sé que cada gota de esto es para mí y solo para mí.
Introduzco dos dedos en su interior, follándola lentamente mientras miro con
la mejilla apoyada en su culo. Me coge tan bien que añado un tercer dedo y
lo hago un poco más fuerte.
El médico me aseguró que no había nada de qué preocuparse, pero tengo
cuidado con Janey. Lleva una carga preciosa. Nuestro hijo.
Estoy impaciente por conocerle, pero también me emociona ver cómo Janey
se hace grande y redonda cada día que pasa. Ya es muy sexy, pero eso sólo
va a ser más sexy. Sólo de pensarlo ya estoy chorreando semen y necesito
estar dentro de ella. Ahora mismo.
Pero ella tiene que ser lo primero.
Le acaricio el clítoris con el pulgar mientras la follo con los dedos, y los
sonidos húmedos de su coño armonizan con la canción de sus gemidos.
—Di mi nombre cuando te corras —le ordeno.
Un segundo después, jadea:
—¡Cole! —y se deshace en temblores y jadeos mientras me mira por encima
del hombro.
Estoy detrás de ella, en su entrada en el lapso de un latido de corazón, y
empujo dentro de ella. Finalmente en casa, donde pertenezco. Con Janey
empalada en mi polla.
La acaricio lenta y profundamente unas cuantas veces, y entonces ya no
puedo contenerme más. Agarro sus caderas, justo por encima de su tatuaje,
y me la follo. Y cuando exploto dentro de ella minutos después, también digo
su nombre.
—Janey —gruño.
Mi mujer. Mi vida. Mi amor.

Fin

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