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ADRIENNE VON SPEYR

JOB

L
ADRIENNE VON SPEYR
JOB
L
ADRIENNE VON SPEYR

JOB

SAINT JOHN PUBLICATIONS


© Saint John Publications (an imprint of The Community of
St. John, Inc.), 2023 | Original alemán editado por Hans Urs
von Balthasar: Job, 1972 (© Johannes Verlag Einsiedeln) | Con
licencia eclesiástica para el original alemán | Traducción de
Ricardo Aldana | La publicación se distribuye gratuitamente y
puede ser compartida libremente sin ánimo de lucro (detalles
en el aviso legal de la página balthasarspeyr.org) | isbn 978-1-
63674-057-7 | https://doi.org/10.56154/vs ■

balthasarspeyr.org
CONTENIDO

Prólogo 7

La desgracia de Job (1-2) 11


Primer discurso de Job (3) 18
Primer discurso de Elifaz (4-5) 21
Respuesta de Job (6-7) 40
Primer discurso de Bildad (8) 60
Respuesta de Job (9-10) 63
Primer discurso de Sofar (11) 69
Respuesta de Job (12-14) 69
Segundo discurso de Elifaz (15) 77
Respuesta de Job (16-17) 80
Segundo discurso de Bildad (18) 84
Respuesta de Job (19) 87
Segundo discurso de Sofar (20) 91
Respuesta de Job (21) 93
Tercer discurso de Elifaz (22) 95
Respuesta de Job (23-24) 98
Tercer discurso de Bildad (25) 102
Respuesta de Job (26-27) 103
El ocultamiento de la sabiduría (28) 107
Lamento de Job: su vida precedente (29) 110
La miseria actual (30) 112
Defensa de Job (31) 115
Los discursos de Elihú (32-37) 117
Los discursos de Dios (38-41) 131
Última respuesta de Job y epílogo (42) 140

Apéndice: Mística al estilo de Job


en el Nuevo Testamento 147
PRÓLOGO

L a autora ha dedicado un comentario al libro de Job


en la forma de escolios sumarios que, desde el punto
de vista del contenido, representan una paráfrasis crítico-
teológica. Al poner de relieve los acentos principales,
se sacan a la luz los giros, a menudo recónditos, en el
hilo del pensamiento y en la actitud existencial de los
interlocutores, se evidencian las contradicciones que hay
allí y, en una distancia crítica, se aportan las necesarias
correcciones. Para juzgar el valor del trabajo, lo más re-
comendable será que el lector aborde primero cada uno
de los capítulos del libro de Job y luego el comentario.
Para situar teologícamente lo dicho por la autora, era
imprescindible que se considerasen cada vez de nuevo la
proximidad y la distancia de la «noche» de Job respecto
de la noche de la cruz de Cristo (y de la noche de los
que en el Nuevo Testamento participan en ella). En esto
hay que atender a dos cosas: que por todos lados se ha-
cen visibles indicaciones y prefiguraciones que van de
la Antigua Alianza a la Nueva, pero también que entre
ambas no hay transiciones paulatinas, sino solo un salto.
Esto se hace evidente del modo más conmovedor en la
ausencia de lo que en el ámbito cristiano se denomina
«Comunión de los Santos»: a partir de la cruz, poder ser
el uno para el otro.

7
No se podrá pasar por alto la fuerte tonalidad ig-
naciana de este libro magistral. En la conclusión, en
los discursos de Dios, esta tonalidad resuena en toda
su plenitud: apenas se habla de la «provisionalidad» y
«superabilidad» propias del Antiguo Testamento, como
tampoco de lo desconcertante e irritante de estos dis-
cursos (de un Dios que solo domina «señorialmente»),
pero se habla muy claramente de la Majestad Divina
que allí aparece, la cual, con su simple aparecer, anula,
haciéndola absurda, toda contestación contra Dios. Lo
mismo se anuncia ya en la interpretación muy positiva
de los discursos de Elihú. Es ignaciana también la ma-
nera sobria en que se objetiva, en algunas páginas casi
trivializa, toda dramatización de los sufrimientos de Job:
solo Dios cuenta. Despreocupadamente esparcida a lo
largo del comentario, se encuentra una abundancia de
conocimientos sutiles sobre la vida espiritual, signo de la
naturalidad con la que la autora vive en esta abundancia,
y de cuán fácil y acertadamente consigue diagnosticar
un estado espiritual y sus variados matices. Junto con su
libro sobre Elías, el presente análisis es probablemente
una de sus mejores obras.

Hans Urs von Balthasar

8
EL LIBRO DE JOB
Para el texto del libro de Job, se ha tomado como base la
traducción española de la Biblia de Jerusalén, adaptándola
cuando necesario a la versión comentada por la autora.
LA DESGRACIA DE JOB

Job 1

U n pagano. Rico. Temeroso de Dios. Bendecido.


Que ofrece holocaustos. Se tiene la impresión de
que él tiene especialmente mucho para que se le pueda
quitar especialmente mucho.
La historia de Satán: ningún vínculo con la historia de
Adán, porque Adán ciertamente también había recibido
mucho, pero esto para él no era nada extraordinario. Él
tenía todo y no tenía nada. La entera creación estaba a
su disposición, su dominio no estaba delimitado por el
derecho de ningún otro. Adán es agraciado con los dones
de la fecundidad de Dios, ellos se le ofrecen. Job posee
riquezas de las cuales él es el centro como individuo. No
tiene la creación de Dios para sí, sino que tiene su mundo,
sus hijos, los frutos de su propio trabajo y fecundidad.
Satán adquiere por todo esto más flancos de ataque, más
derechos; él se puede dirigir a Dios mismo. Cuando
Adán cayó, hubo un pacto entre el demonio y el hombre:
contra Dios. En el caso de Job hay un pacto entre Dios y
el demonio: contra Job y su patrimonio. Esto supone el
pecado original. Ahora el demonio debe experimentar
el poder de Dios en el hombre en aquellos que tienen
una fe probada.

11
La tentación de Job está entre la de Adán y la del
Señor. Mientras el demonio apuesta con Dios, el hombre
está a salvo. Job no hubiera dejado que el demonio se le
acercara directamente, como hizo Adán. Así, la prueba
de Job es como una prueba anticipada de las tentaciones
del Señor. En la cruz, como en el desierto, se le dejan
solo las fuerzas humanas. El Padre sabe todo, también
sabe de la obediencia del Hijo. A pesar de esto, Él pone
a veces pruebas, como si no supiera. Así como ante la
obra terminada de la creación Él vio que todo era bueno,
así al final de la prueba reconoce que su fe es buena, que
Él ha dotado al hombre de fe de la fuerza suficiente,
que el hombre es capaz de permanecerle fiel. También
lo ven los hombres. E incluso el demonio. Quizá este
redoblará sus esfuerzos en el caso del Señor, porque no
lo ha conseguido con Job.
Un servidor tras otro se presenta con un mensaje ate-
rrador. La desposesión de Job no tiene lugar de una vez
por todas, sino paso a paso. Su disponibilidad a aceptar
todo permanece imperturbable. Entre una cosa y otra
no se le deja tiempo alguno para reponerse. No puede
prepararse para la siguiente pérdida en virtud de la pre-
cedente. Así, tampoco tiene la tentación de decir: ya es
suficiente, demasiado. No llega en absoluto a esta situa-
ción. La rabia de Satán aumenta; al principio quizá no
quería quitarle todo; si después del primer revés Job se
hubiera rebelado, Satán bien habría podido detenerse.
Job bien podría haber hecho un pacto con el demonio,

12
ahorrándose así más golpes. Su disponibilidad inalterada
es lo que irrita a Satán. También queda bien claro que,
donde hay muchos bienes y riquezas exteriores, Satán
siempre está cerca.
El demonio es de la opinión de que Job tiene un pac-
to con Dios: prestación y contraprestación. Job regala
a Dios su fe si Dios le otorga bienes, familia, etc. Satán
comprende la piedad de Job como trabajo que le asegu-
ra lo propio. Las dos cosas le parecen necesariamente
ligadas una con la otra. Dios le concede destruir esta
relación, para demostrarle que la fe permanece intacta.
Job se sitúa en una dependencia de Dios todavía más
fuerte que antes (21). Porque ahora él incluye en su fe
también la prueba. Quiere entender y vivir su fe como
una fe probada. El que aquí Job no peque, fortalece su
fe, da a esta una nueva calidad. «El Señor lo ha dado…».
Al retirar Dios lo que le ha dado, Job mismo se lo pone
en Sus manos. Job siempre ha sabido que los bienes de la
tierra están ligados al tiempo. Ahora el tiempo de estas
cosas ha terminado; el tiempo de Dios permanece.

Job 2

Satán se presenta ante Dios cuando se presentan los hijos


de Dios. Como si pudiera entrar con la mayor seguridad
en la presencia de Dios cuando Dios está reunido con sus
hijos; como si tuviera un derecho de ser recibido justo

13
cuando Dios se alegra en sus hijos; allí donde tiene lugar
el intercambio divino, él tiene su lugar determinado. Y
entonces Dios hace preguntas, y Satán responde. Es un
diálogo en el que no se conceden a Satán todos los dere-
chos. Dios habla como si no supiera todo lo que Satán
ha hecho. Y, en este estar ante Dios, Satán dice la verdad.
Satán no influye directamente en Dios; necesita hom-
bres para actuar, para mentir, para robar, etc. Su poder
delante de Dios es limitado. Dios sólo le ha dado ese
poder sobre los hombres, no sobre Él mismo. También
en el demonio, por tanto, es visible la omnipotencia de
Dios. Y Dios dice: En balde me has incitado contra él para
perderle (3). Como si Dios mismo hubiera tentado a Job y
conservara el predominio a pesar de la acción del demo-
nio. Como si el demonio quisiera emprender esta acción,
pero para la realización necesitara la fuerza de acción de
Dios que sustrae a Job sus bienes. Esto lo reconoce el
mismo Job: «Dios me lo dio, Dios me lo quitó» (1, 21).
Mis bienes vienen de Dios, Él me los puede quitar de
nuevo. En esta acción de Dios, ya que Él es quien da y
quita, el demonio se puede infiltrar. Y si, al quitarle Dios
algo, el hombre peca, la relación entre hombre y Dios es
destruida. En efecto Dios dice: Ahí le tienes en tus manos
(6); pero al entregar Dios los bienes al demonio, es Dios
mismo el que quita los bienes; el acto propio de quitar
queda en sus manos. La función del demonio reside me-
nos en el acto de privar que en el de tentar. Al recibir
como una tarea subalterna el poder de privar a Job de

14
sus bienes, tiene la posibilidad subalterna de tentar a Job.
Pero Dios no permitirá que Satán lo seduzca completa-
mente. Se reserva una zona que Satán no puede pisar;
el conjunto depende de su gracia. Por el momento Job
está tan estable en Dios que ni siquiera ve en esto una
tentación. Él adora a Dios, sin vacilación y sin reservas.
Satán sigue siendo de la opinión de que puede llevar
a Job a apostatar. Mientras su propia vida sigue intacta,
el hombre puede prescindir de muchas cosas exteriores.
Pero si se le echa la mano a él mismo, si se le inflige do-
lor, si se introduce la lucha en su propio ser, renegará de
su Creador. El hombre no puede renunciar a su estado
interior de salud. Si se le provoca continuamente por
dentro, se le provoca contra Dios mismo. Los bienes ex-
teriores son calculables: el quitar tiene un término. Pero
si se ataca la salud, entonces puede no tener fin. Se pier-
de la paciencia. Y Dios entrega la salud de Job a Satán.
Este puede hacerle todo, solo debe respetar su vida. Con
esta condición Dios alarga el margen de maniobra del
tentador. Pero el tiempo es limitado. También en esto el
poder de Satán es limitado: Dios sigue siendo Señor de
la vida y de su duración.
Satán se retira de la presencia de Dios. En el cielo no
puede actuar; allí solo puede mantener conversaciones.
Para realizar acciones, debe estar en el mundo. Su po-
der está ligado a la tierra. Cuando Job ha sido herido
por el demonio con la llaga, llega su mujer. Como en
el Paraíso, están juntos el varón, la mujer y el tentador.

15
Para Job la situación se ha agravado: hasta entonces él
era solo un herido. Con el acercarse de la mujer se con-
vierte en uno que es tentado. «¿Todavía perseveras en tu
entereza?» (9). Ella lo tienta precisamente en el modo en
que, en su conversación con Dios, Satán había decidido
tentarlo. Ella es extremadamente dócil a las intenciones
del demonio. En ella se manifiesta una traducción direc-
ta de la voluntad demoníaca. No se dice nada de una
conversación entre el demonio y ella.
«¡Maldice a Dios y muérete!». Precisamente la muerte,
lo que Dios no quiere, ella lo exige. En realidad asumien-
do lo que el demonio quiere. Este «muérete» es la última
etapa de lo que Satán quisiera pero no puede. La mujer
le es tan dócil que ella va adelante con tal deseo. Ella ve a
su marido con el fragmento de teja sentado en la basura,
ve cuán insoportable es su situación, ve la muerte como
única salida. No está claro en qué medida quiere con ello
ayudar a su marido o en qué medida quiere ser dócil al
demonio. No se sabe si ella ve con buenos ojos la muerte
de Job para aliviarlo en su destino, o para poder vivir
completamente para el demonio. Mientras él se aferre
a Dios, él no se puede quitar la vida. Así que conviene
separarlo de Dios para que se quite la vida. O quizá tam-
bién si él muriese piadosamente, Dios no sería expulsado
de la casa.
Job la reprende, él quiere acoger de las manos de Dios
también el sufrimiento físico. Uno puede acoger un tal
sufrimiento por parte de Dios si lo considera como una

16
prueba. Este mal tendría entonces como dos planos: en la
tierra lo da el demonio, pero se convierte en algo bueno
si es llevado para gloria de Dios. Entonces el mal es refe-
rido directamente a Dios.
En todo esto Job no pecó con sus labios. Como si el aferrar-
se a Dios de Job se restringiera a sus labios. No se sabe
cómo está el corazón de Job.
Los tres amigos vienen de sus lugares de origen para
visitarle. Habitan separadamente y solo les une la amis-
tad. Cuando les llega la noticia, cada uno se pone en
marcha por sí mismo espontáneamente, sin haber con-
venido con los demás en ir a darle el pésame. Se ve que
Job tiene verdaderos amigos. El hecho de que estén tan
de acuerdo en su modo de sentir respecto de Job, dice
mucho en su favor. Al principio no lo reconocen. Luego
se lamentan por él, casi como por un muerto. El que
ellos no lo reconozcan muestra cuán a fondo ha trabaja-
do Satán. Pero la amistad espiritual ha permanecido. No
se atreven a consolarlo con palabras, perseveran con él
en silencio durante una semana. Quizá hubiera sido más
fácil pronunciar algunas palabras de consolación. Ellos
pasan junto a él un tiempo de penitencia.

17
PRIMER DISCURSO DE JOB

Job 3

J ob comienza a hablar. Preferiría no haber nacido. El


día de su nacimiento debería haber sido cancelado. Él
se obstina en borrarlo completamente. Se remonta más y
cancela también la noche en que fue concebido. Él quiere
el «nunca» total como oposición pura al total «siempre y
ahora». O quiere, si ya estaba en el seno materno, quedar
encerrado allí para siempre. O salir de él como un niño
muerto.
Luego, una alabanza de la muerte. En la tumba to-
dos son iguales. Ya no les llega ninguna queja. Se los
deja tranquilos. En este clamor por la muerte Dios se ha
como extinguido; todo es reducido a vida y muerte, y
la muerte tiene sobre la vida la ventaja de la tranquilidad.
Ya no hay nada sobrenatural a la vista. Ahora Job tiene
delante de sí un horizonte de existencia en el que solo
tienen espacio la propia vida y sus límites. Todo se juega
en la naturaleza; no hay alma, no hay sobrevivir, no hay
Dios. La tumba es lejanía de Dios, la vida no es un don
de Dios. Job no niega que la luz y la vida sean otorgadas
(20), pero no ve por qué. No dice que la vida en sí sea
mala, sino que se vuelve insoportable cuando Dios impi-
de toda salida hacia una situación soportable (23). Por eso
prefiere la tumba –con su vacío– a una vida con Dios.

18
Su pan cotidiano es suspirar (24). Esto ha sustituido,
en cierto modo, a su oración. Porque lo horrible que
temía se le ha venido encima (25), se ha hecho realidad.
Evidentemente, correspondía a sus imaginaciones el que
algo así pudiera ocurrir. Y Dios lo ha hecho caer sobre
él, aunque sabía que Job se horrorizaba ante ello. Quizá
también para que Job conociera la diferencia entre temer
y soportar. Esto no está lejos de la vivencia cristiana. Se
puede saber acerca de algo que es terrible, y suplicar a
Dios: ¡Dámelo! Ciertamente, esto es neotestamentario,
y aquí todavía no estamos tan avanzados. Por el momen-
to, nada se ve de una inserción en la voluntad del Padre
por la gracia del Hijo. Pero en la Antigua Alianza por lo
menos ya se podía decir: yo quiero familiarizarme con lo
terrible para quizá ayudar consolando a uno que lo pade-
ce. Cuando se agrega Cristo, todo adquiere un aspecto
distinto. No se trata ya de un conocer teórico, sino de
aceptación, de un sí, de un «¡hágase Tu voluntad!». Y
entonces es Dios mismo el que asume el uso del sufri-
miento, en una forma adecuada a la obra de salvación del
Hijo. Aquí, en Job, se reúnen en cierto modo elementos
del sufrimiento cristiano. Pero la última autoentrega tie-
ne que ser mostrada y vivida por el Hijo, para que los
elementos lleguen a ser un todo también para nosotros.
Job no tiene tranquilidad alguna, no tiene paz (26).
Vive en su propio desasosiego. También en el cristianis-
mo será quizá requerida la experiencia de esta intranqui-
lidad. Pero ella enseguida encuentra una prolongación

19
en y hacia Dios, tanto en el desasosiego de Dios como
en la paz de Dios. Aquí falta la salida. El desasosiego no
llega a ser anclado en Dios. Como Job no puede captar el
sentido de su sufrimiento, tampoco puede comprender
el de su no-poder-encontrar-reposo.

20
PRIMER DISCURSO DE ELIFAZ

Job 4

E lifaz ha aguardado ya lo suficiente, siete días, para


hablar. Él quisiera seguir siendo amigo de Job, no
quisiera herirlo (2). No habrá titubeo en sus palabras, así
que al menos quiere contenerse en la forma de dirigirse
a él. Aquí quiere asegurarse la amistad de Job, para luego
ya solo conocer el respeto por Dios.
Ahora se describe a Job objetivamente. Elifaz, el ami-
go, ya no habla personalmente. Indica las diferentes
formas de la verdad de Dios, como antes Job y él las
han conocido. Y se inserta a Job entre ellas como un
ejemplo objetivo. Él mismo conocía todas estas verda-
des. Pero ahora Job ha sido tratado por Dios como una
cosa en la que se debe probar la verdad de Dios. Y si Dios
lo trata como una cosa, el amigo, encargado por Dios,
puede hacer lo mismo. El reproche de que él no esté re-
sistiendo, no es personal, sino un reproche pronunciado
por encargo divino, en el marco de una ejemplificación
objetiva desde Dios.
De nuevo estamos cerca de lo cristiano. Existe el cris-
tiano que se ofrece y que Dios toma en serio, pero que,
en este ser tomado en serio, casi ha olvidado su ofreci-
miento. Entonces otro puede mostrarle todo el contexto
objetivo en el cual se le impone este sufrimiento. Pero

21
aquí no precede ningún ofrecimiento de Job; Dios mis-
mo lo ha arrancado de su vida ordinaria para hacer de él
algo que se convertirá en ejemplo de puesta a prueba.
A continuación se desarrolla una enseñanza acerca
de la paciencia, de nuevo, tal como Job la ha conoci-
do. Y no era un mero conocimiento abstracto; Job la
aplicaba continuamente, para fortalecer a otros. Pero
la usaba como una teoría que se demostraba justa a sus
ojos, solo que estaba alrededor de su vida sin englobar-
la. En esto Job no es desemejante de un apóstol ante la
pasión. Este no había caído en la cuenta de que todo
lo que Jesús dijo e hizo era absolutamente vinculan-
te para él e incluía y exigía toda su vida. Cuando un
cristiano se ofrece al sufrimiento, no debe tener otra mo-
tivación que la cruz. Si quiere emprender el seguimiento
de Cristo, debe partir del evidente auto-ofrecimiento
del Hijo, debe situarse allí donde este ofrecimiento es
realidad cumplida, inexorable. Antes de la pasión del
Señor este auto-ofrecimiento no es posible. El hombre
puede acatar lo que le es mostrado, y transmite su cono-
cimiento para confortar con él a otros. Pero en definitiva
no se nutre de la experiencia de un auto-ofrecimiento
que Dios ha tomado en serio. Por eso no puede nutrirse
de la sabiduría cristiana experimentada personalmente.
Su sufrimiento no es una respuesta de Dios.
El verdadero mérito del sufrimiento comienza solo en
el soportarlo realmente, no ya en la voluntad indiferente,
no ya en la mera disponibilidad para llevar la carga de lo

22
que Dios tiene a bien darnos. Reside en un co-soportar
juntamente con el Señor. Y Dios determina el co- y el
contenido de lo que se soporta.
Elifaz no ve ninguna relación lógica entre la rebelión
de Job y sus discursos anteriores. En este sufrimiento
insoportable, Job se comporta como un extraño. Ahora
que la verdad de Dios penetra, es incapaz de reconocerla
como la misma verdad de la que antes tenía un conoci-
miento abstracto, que lo envolvía como una atmósfera.
«¿No es tu confianza el temor de Dios?» (6). ¿No son
el temor y la confianza los dos extremos de la misma
verdad? ¿Puede existir el temor de Dios donde no reina
la confianza y viceversa? Las dos cosas son la misma fe
en el poder absoluto de Dios de realizar en nosotros sus
intenciones, de determinar nuestro destino, de ocuparse
de nosotros. La misma fe de que todo, bueno y malo,
viene de Dios. Temor y esperanza pueden parecernos
a nosotros mismos como dos cosas distintas, pero en Él
son una misma cosa, expresión de su voluntad de tomar
seriamente la gracia que nos da. Nosotros podemos sen-
tir esta gracia de un modo o de otro, en oposición, pero
en Él es unidad perfecta, querida y actuada. Y si noso-
tros no tuviéramos las dos, la confianza y el temor, no
tendríamos ninguna clase de prueba de que esta unidad
existe verdaderamente en Dios. Debemos llegar a expe-
rimentar los dos extremos para vislumbrar el centro.
Todo esto es objetivamente constatado. Ahora Eli-
faz quiere sacar a la luz la esperanza para Job. Él y Job

23
asumen la tarea, por así decirlo, de representar los dos
extremos: Job el temor, Elifaz la esperanza.
«¿No es tu esperanza tu vida intachable?». ¿No ha de
poner Job todo el peso de su vida, hasta entonces inta-
chable, en el platillo de la esperanza? Sabe muy bien que
hasta ahora ha vivido así por amor a Dios. Lo recto que
ha constituido su vida, no lo ha hecho para arrojarlo al
vacío, sino en consideración a Dios, para ser expresión
de una esperanza, para poder estar a la espera de la res-
puesta de Dios a él, en el sentido que le da su esperanza.
Él lo daba a Dios, lo hacía por Dios; él sabía que Dios lo
veía y apreciaba y que de ello crecía para él un fruto que
de alguna manera redundaría en su bien.
«¿Qué inocente jamás ha perecido?» (7). Es la cuestión
de la relación entre la culpa humana y la justicia divina.
Castigo y recompensa se contraponen; la recompensa
no es expresamente mencionada, flota en el aire, debe
ser en última instancia la respuesta inequívoca a la vida
de Job hasta el momento. Por el contrario, la justicia que
se expresa en el castigo es contundentemente perfilada.
Solo los culpables perecen. La idea de que uno pueda
soportar voluntariamente el castigo, el sufrimiento, no
emerge por ninguna parte. La suma del sufrimiento no
juega ningún papel; todo está incluido en el resultado
final que hay que esperar. Job vive, por lo que no puede
contarse entre los que perecen. Pero nadie muere sin
culpa. El sufrimiento puede aumentar hasta la muerte
solo cuando es castigo por una culpa correspondiente; si

24
el sufrimiento es visto como castigo, al otro lado debe
estar la culpa.
Pero a los ojos de Elifaz Job no es un pecador. Puesto
que en la Antigua Alianza cada uno tiene que cargar por
sí mismo, y Dios todavía no ha dado ninguna tarea de
expiación en común que uno asume por mucho o poco
que haya pecado, Elifaz ve en Job a un justificado que no
tiene nada que ver con el castigo real. La corresponden-
cia entre culpa y castigo, entre sembrar crímenes y ser
exterminado, entre la ira del león y los dientes que que-
dan rotos, se describe detalladamente: incluso en el reino
de la naturaleza se mantiene la ley de Dios, según la cual
la desgracia es el resultado de la injusticia. En cambio, la
justicia de Job se establece como algo absoluto: fuera de
toda «Comunión de los Santos», fuera también de toda
«comunión de los pecadores». Se ve aquí la diferencia
entre la comprensión de la santidad en la Antigua y en la
Nueva Alianza. El santo de la Antigua Alianza no puede
tener que ver con castigos, porque nunca ha pecado. Se-
gún la visión de Elifaz, si María Magdalena después de
la Pascua recibe algo de sufrimiento, solo puede expiar
por sus propios pecados pasados. La Nueva Alianza pien-
sa muy distinto. ¡A todo santo de la Nueva Alianza le
chocaría si uno quisiera concluir de su vida que él sea un
justo! La magnitud de sus pecados anteriores no consti-
tuye de ninguna manera un criterio para la dimensión de
su sufrimiento posterior. En la Antigua Alianza solo hay
el individuo y su destino. Uno no tiene ni hermano ni

25
hermana en Dios. Los límites individuales de cada uno
en el bien y en el mal se convierten en límites que valen
también para Dios. Porque las circunstancias se pueden
abarcar con la mirada, y ahí reside el peligro de que todo
se convierta en una especie de juego espiritual, de que
los misterios de Dios sean suprimidos y sustituidos por
las seguridades del hombre. Elifaz quisiera que el cálculo
le «cuadrara» perfectamente. Él busca una fórmula que
explique el destino. Un amigo cristiano, en cambio, tra-
taría de introducir a uno que sufre en el misterio más
grande de Dios.
A mí se me ha dicho furtivamente una palabra, mi oído
ha percibido su susurro. En las pesadillas por las visiones de
la noche, cuando a los hombres el letargo invade, un temblor
me entró, un escalofrío, que estremeció todos mis huesos …
Se escurre un soplo por mi rostro, eriza los pelos de mi carne.
Alguien surge … no puedo reconocer su cara; una imagen
delante de mis ojos. Silencio …, después oigo una voz: «¿Es
justo ante Dios algún mortal? ¿ante su Hacedor es puro un
hombre?» (12-17). Elifaz experimenta la voz como la re-
velación de algo nuevo que le sale al encuentro. Como
si Job estuviera más allá de un umbral –que conduce a
la Nueva Alianza– y como si Elifaz, que busca entender
la situación de Job con los medios de la Antigua Alian-
za y mucha buena voluntad y conocimiento judío, y
porque para él es muy importante el destino de su ami-
go, recibiera, por amor a Job, una participación en esta

26
proximidad de la Nueva Alianza. La aparición espantosa
y fantasmal que le sale al encuentro lo arranca de sus
modos habituales de pensar. Job es elevado más allá de
la Antigua Alianza por su destino, en cambio Elifaz, que
quisiera ayudarle, lo es por un misterio revelado perci-
bido en la oscuridad. Un misterio que le hace temblar,
porque no lo puede comprender. En todo esto, Dios no
lo utiliza como un profeta al que también da un enten-
dimiento adecuado; él simplemente comunica a Job que
se le ha revelado algo personalmente. Algo que quizá
se agota en él y que no tendría por qué comunicar; y, a
pesar de esto, sabe que ese algo le ha sido anunciado para
Job. Así, en pleno intento de consolar al amigo, le cuenta
acerca de sus propios escalofríos –también él ha sufrido
algo horrible–. Y al hacerlo, en realidad intensifica el
horror del amigo. Entre ambos existe una conexión que
Elifaz ciertamente no ve en absoluto. Pero al describir
su experiencia, él actúa al servicio de esta conexión.
La aparición le dice: «¿Es justo ante Dios algún mortal?,
¿ante su Hacedor es puro un hombre?». Habla en voz baja,
en la noche, de modo que la realidad de la pregunta acer-
ca de la pureza queda afectada por la irrealidad. Lo que
se inclina hacia él es algo que está viniendo, que aún no
existe. Es llamativo que, cuando el Señor aparece, se en-
tregan todos sus misterios a plena luz; sus milagros son
milagros del día. Están rodeados de una realidad concre-
ta e histórica. Incluso la transfiguración en la montaña es

27
una aparición diurna. Aquí, en cambio, todo se da aún
en la noche, acompañado por horrores, transmitiendo
meros presentimientos.
Hasta ahora Elifaz ha dicho que Job está justificado,
y con una seguridad como si conociera cada momento
de su vida. Ahora tiene que expresar la opinión de esta
extraña aparición: «¿Ante su Hacedor es puro un hombre?
No se fía de sus mismos servidores, y aun a sus ángeles achaca
desvarío» (17b-18). Se declara que hay faltas no solo en los
hombres, sino incluso en los ángeles. «¡Cuánto más a los
que habitan estas casas de arcilla!» (19) a los seres humanos
en particular. En el trasfondo se va elevando cada vez
más la pureza de Dios, que creó a todos los que ahora
no pueden mantenerse ante su rostro. Y como prueba
de su impureza se nombra la transitoriedad: «Para siem-
pre perecen» (20). La aparición deja entrever que existe
una impureza que nosotros no conocemos. Así, a tra-
vés de Elifaz la pregunta para Job se vuelve apremiante:
¿él es realmente puro? Y ahora todo lo dicho al prin-
cipio sobre él parece puesto en duda. Fue presentado
como el perfectamente justo; ahora su justicia es toca-
da por una sombra que sin embargo no del todo clara.
Se plantea una pregunta, y la envuelve tanto misterio
que se sabe que la respuesta no es la que Elifaz espera.
Al contar la historia de la aparición, deja que la apari-
ción le refute. Él todavía no se posiciona sobre el asunto.
Antes ha desarrollado y fundamentado su opinión perso-
nal. Ahora dice otra cosa: Mira, yo, tu amigo, no tenía

28
dudas propias, pero me ha ocurrido algo que hizo que
surgieran dudas.
«¿No mueren privados de sabiduría?». Los hombres que
provienen del polvo, pero finalmente también tú y yo.
¿Reside en nuestra muerte quizá una culpa, una falta
de sabiduría que en el momento de la muerte se hace
más evidente que nunca, pero que ciertamente ya antes
existía?

Job 5

Elifaz comienza exhortando a Job a alzar su voz para


lamentarse. Qué vea quién le va a escuchar. Pero luego
Elifaz muestra que él mismo no escucha esa voz. Escu-
cha ciertamente las palabras, ve el estado miserable de
Job, pero no entiende el lamento en el sentido que Job
le da. Es como si otro tuviera que escuchar esa queja, si
es que alguien la percibe. Elifaz no puede pedirle que
calle, porque de alguna manera Job es demasiado im-
portante para él; Job ha de decir algo. Pero hasta ahora
Job no le ha interrumpido. Ciertamente, Elifaz está pro-
fundamente impresionado, pero no se puede explicar
la situación de Job. Por un lado, ve su miseria y su que-
brantamiento, por otro lado, la justicia de Dios. Hasta la
aparición, para él la pureza de Job estaba fuera de duda,
pero la aparición lo ha dejado inseguro. Toda su sabi-
duría y seguridad han comenzado a vacilar. Job debe

29
lamentarse y ver qué ángel puede ayudarlo. * Si es que
en general se puede esperar alguna ayuda en este estado.
En él, el amigo, en los siete días que ha pasado con Job,
ha madurado la decisión de ayudarlo en serio, y la ayuda
consistiría en la purificación de la relación entre Job y
Dios; pero ahora entiende algo del desvalimiento de Job
y lo anima a no quedarse en ningún caso simplemente
en silencio. Parece sentir que está ante la puerta de un
gran misterio. Mira: ¿a cuál de los ángeles vas a dirigirte?
(1). Quizá no hay ningún ángel que sepa la respuesta. O
quizá en la revelación nocturna está oculto un sentido
santo y algún ángel tiene que ver precisamente con ello,
y podría tanto profundizar la sabiduría de Elifaz como
iluminar nuevamente la justificación de Job.
Pero luego se vuelve otra vez a su antigua sabiduría.
Ha perseguido lo nuevo durante un rato corto; el ca-
mino se pierde, así que Elifaz se vuelve a lo que está ante
él muy concretamente: el inaudito destino de Job, que
este no puede soportar. El enojo mata al insensato (2), el
mero enojo ya no ayuda. Ahora cuenta la historia del
insensato que estaba tan enraizado en su casa que, cuan-
do la casa colapsó, fue sepultado con ella. Si no hubiera

* En la versión alemana del texto bíblico citada por la autora, el


v. 1 de Job 5 reza: «Mira: ¿a cuál de los ángeles vas a dirigirte?»,
conforme a la Biblia de los Setenta (εἴ τινα ἀγγέλων ἁγίων ὄψῃ).
Muchas traducciones corrientes, en cambio, hablan de «santos»
(N. del T.).

30
echado raíces tan tontamente, habría podido escapar a
este destino. Precisamente su insensatez lo ha atado a
su destino y ha alcanzado con él también a sus hijos y
al trabajo de sus hijos, y radicalmente. Se les quita todo
lo indispensable. Y, partiendo de este ejemplo, va ense-
guida más allá, a la situación de los hombres en general,
como si todo hombre fuera un insensato. ¿Deduce esto
también de su visión que le ha mostrado que ningún
hombre es puro ante Dios? La desgracia no procede de
la tierra (6), procede del hombre, él tiene la culpa del
sufrimiento. Y, muy discretamente, se lanza la pregunta
de si Job no tiene también la culpa de su sufrimiento; de
si no ha nacido también él para el sufrimiento, así como
las chispas se levantan para volar por el aire (7).
Elifaz no puede acusar a Job, no puede decirle lo que
ha hecho mal. Y, sin embargo, debe plantearle la pre-
gunta. ¿No está aquí la explicación? ¿No es un necio
como todo hombre? El hecho de que le plantee esta pre-
gunta se debe en parte a sus nuevos conocimientos. La
aparición debe haber tenido ciertamente un sentido. Y
si la vista de Job le aterra, y si la aparición también le ha
aterrado, entonces en la base de este doble terror puede
haber algo en común, algo que podría explicar el pro-
pósito de la aparición. Él mismo no lo ha dilucidado
interiormente; pero lo presenta tal como lo entiende, y
al hacerlo deja entrever una y otra vez su asombro por
el comportamiento de Job. Es como si intentara ensan-
char el horizonte interior del sufrimiento de Job, porque

31
su propio horizonte ha saltado por los aires por cau-
sa de la aparición. Aquí se nos hace tangible algo de la
Nueva Alianza que se acerca, pero Elifaz no lo puede
interpretar; en su relato da un paso decisivo, pero en
su exposición uno mucho más titubeante. La aparición
decía: los mismos ángeles no están sin mancha ante Dios.
En la interpretación que hace para Job, Elifaz vuelve al
burdo ejemplo del insensato. En esto al menos se hace
claro que nuestra impureza ante Dios tiene, bajo la luz
sobrenatural (de la aparición), contornos muy distintos
de los que tiene para nuestro juicio cotidiano. La Nueva
Alianza nos llevará a no juzgar ya por sí mismos casos
aislados, sino a ponerlo todo en el contexto sobrenatural
que solo Dios penetra con su mirada.
En todo lo que Elifaz manifiesta se hace evidente que
no puede comprender el sufrimiento de Job sino a la luz
de Dios. Asume que es una prueba por parte de Dios;
un destino impuesto por Dios; la aparición nocturna
está relacionada con Dios; su silencio y vigilia anteriores
corresponden a su sentir religioso, como también sus
primeros consejos y la historia del insensato. Pero aho-
ra ya no sabe ninguna receta prefabricada, sino que ya
solo puede señalar en una dirección: Yo por mí recurriría
a Dios, expondría a Dios mi causa (8). Habla en modo muy
contenido, no quiere obligar a Job. Intenta lo máximo
que se puede hacer cuando se vive en la Antigua Alianza,
expone su propia situación, trata de imaginarse lo que
haría si él mismo fuera afectado como Job. Todo en esta

32
extraña soledad, fuera de toda Communio Sanctorum, en
la que el llevar-con, el co-adyuvar, el padecer-con no
tiene lugar en el propio ser, pues no es necesario pro-
yectar nada para ser en el otro. Lo que Elifaz propone
es resultado de su cuidadosa reflexión: si él estuviera en
la situación de Job, no se podría imaginar a sí mismo
haciendo otra cosa sino acudir a Dios y presentarle todo.
Objetivamente, como ante un juez al que se presenta el
caso y a cuyo juicio uno se somete. Él iría no como acu-
sado, tampoco como acusador, sino simplemente para
ganar en claridad.
Y luego parece tener miedo de que Job pudiera ha-
ber olvidado en su desgracia la grandeza de Dios. Se
la quiere recordar de nuevo (9ss.). Muy objetivamen-
te, sin relación directa con Job mismo, intenta mostrar
quién es Dios, cómo es. Sublime e incomprensible. La
incomprensibilidad viene inmediatamente después de la
grandeza, como si temiera que Job pudiera objetarle que
no puede encontrar a Dios en esta grandeza. Que él, Job,
nada tiene que ver con el poder de Dios en la naturaleza,
ni con su poder de levantar al humillado, con todo el des-
tino de los tristes, de los listos, de los fuertes, de los débi-
les, de los que esperan y de los malvados. En su ser ines-
crutable reside el poder de Dios, que va hasta el fondo y
lo abarca todo. Elifaz sabe que su descripción sigue sien-
do imperfecta y fragmentaria. Pero debe caracterizar a
Dios desde el principio de modo que cuando Job le pon-
ga objeciones él pueda responderle: tú has sido introdu-

33
cido en la incomprensibilidad. Tú estás emparentado con
los listos y fuertes, pero también con los humildes, con
los débiles, con los malvados. En su hablar contenido,
Elifaz no enmarca expresamente el destino de Job entre
estos otros destinos. Pero quisiera hacer reflexionar a Job.
Él mismo debería meditar estas cosas. Podría encontrar
ejemplos que correspondan a los mencionados por Elifaz.
Podría conocer destinos que caen en una de las catego-
rías mencionadas, constatar semejanzas con su destino,
sin tener tampoco que conceder enseguida que ha sido
descrito con exactitud. Por lo menos su destino encajará
en un marco determinado, donde una y otra vez se hace
visible una cierta intención de Dios y también su ayuda.
Este marco deberá finalmente abrazar también su pro-
pio destino. Es un marco que está constituido al mismo
tiempo por dos cosas: por la grandeza y por la incom-
prensibilidad de Dios. Job no es una excepción absoluta,
irracional, sino que encuentra su lugar en algún punto
dentro de las obras de Dios. Por sí mismo, Elifaz no pue-
de indicar exactamente dónde. Solo sabe que Job es justo
y que Dios es también justo, y que su aparición noctur-
na está misteriosa e insondablemente en medio, y quizá
contiene la solución. Él no puede mostrar esta solución,
solo sabe que cuando considera las cosas desde Dios, tie-
ne razón. Y no puede considerarlas de otra manera.
Elifaz es amigo de Job. Seguramente, en virtud de
esta amistad, son cercanos en sus opiniones, en su fe,
en su juicio; sostendrán puntos de vista muy semejantes.

34
Quizá Job era hasta ahora el más fuerte de los dos. Quizá
era un ejemplo para Elifaz. Quizá Elifaz era como una
sombra de Job. Y si Elifaz no hubiera tenido la aparición,
habría sido simplemente convencido por los argumentos
de Job. Pero por la aparición sabe que está en posesión
de un nuevo misterio que debe desempeñar un papel en
la tragedia de Job. Ha sido sacado de la mera relación de
amistad para poder ayudar a Job: desde un nuevo plano
en el que Dios lo ha puesto expresamente. Él no se ha
buscado este nuevo lugar por sí mismo. Anteriormente
tenía una posición firme; ahora no sabe ya con precisión
dónde está. Pero debe poner sus pies en la tierra que se
le asigna.
En el trasfondo está siempre la idea de castigo y re-
compensa, que proceden según un sistema. El creyente
puede ver por qué Dios castiga en este caso y por qué
recompensa en aquel otro. Esta idea hace palidecer la
insinuación de la aparición. En la medida en que Elifaz
considera a Job como un justo, le da esperanzas de una
futura recompensa. No juzga su actual estado. Ve más
allá del hoy para mirar hacia un mañana seguro. Se pue-
de permitir que subsista, provisionalmente, una falta de
claridad, no hace falta indagar en ella.
Y luego él abandona también el plano de la esperanza
para simplemente describir el amparo en Dios: Feliz el
hombre a quien Dios corrige (17). Es feliz, Dios se ocupa de
él, lo educa. Seguro que se ocupa de él solo para su bien.
No quiera Job rechazar la obra de Dios en él. Contemple

35
lo inaudito de lo que le ha ocurrido como directamente
venido de Dios, y no se distancie de Dios con sus lamen-
tos, reproches, maldiciones. Acepte vivir en medio de
la corrección con una esperanza. En lugar de huir, debe
perseverar.
Elifaz ha llegado, por así decirlo, al fin de su sabidu-
ría. Ahora ya solo da reglas generales de conducta; no
puede explicar la situación de Job, pero está convencido
de que viene de Dios, y por lo tanto no sabe nada me-
jor que dar el consejo de permanecer, perseverar, tener
paciencia en Dios. Y en caso de no encontrar ninguna
explicación, mejor ponerlo todo en manos de Dios. El
énfasis principal está puesto en el permanecer.
Esta última indicación es a su vez muy notable. Por-
que el auténtico permanecer en la voluntad de Dios será
ante todo representado por Cristo. Él permanece en la
cruz. En el perseverar recomendado hay una alusión a
la cruz. Pero puesto que Elifaz no tiene la fuerza para
interpretar hasta el final su aparición, y por eso tampoco
el destino de Job, inmediatamente después de que ha
recomendado esta perseverancia central, pasa a mentar
generalidades. Estas se pueden justificar y fundamentar
en la fe, pero no son muy oportunas en este lugar, puesto
que con ellas Elifaz se aleja nuevamente del misterio del
Hijo y recurre a consolaciones que ya tenía preparadas
antes de la aparición.
Dios es el que hiere y venda la herida, el que llaga y luego
cura con su mano (18), etc. Elifaz cuenta casos de desgracia

36
que no son el caso de Job. Sigue elaborando sus ideas
en su marco general. Y, sin embargo, es como si con sus
nuevos ejemplos Elifaz estableciera una especie de comu-
nión de los sufrientes, pero que no une horizontalmente
de uno en uno, sino solo verticalmente, en el modo de
comportarse de Dios. En el cristianismo la comunión
repercutirá, con mucha fuerza, también horizontalmen-
te, sin que la verticalidad se debilite. Ya por su forma
la cruz une ambas direcciones. Ahora, cuando todavía
falta la cruz, solo se subraya que Dios tiene en sus manos
todo destino individual. Y en la comunión de la ayu-
da ofrecida por Dios para todos, reside una huella de
lo horizontal.
Estarás a cubierto (21). El que está en Dios, está a salvo.
Antes, Elifaz ha descrito cómo Dios actúa con cada uno.
Ahora da una garantía para el tiempo que viene. Casi
como si Elifaz hubiera olvidado el destino personal de
Job. No debe conocer el miedo y debe comprender que
no le falta nada; poco a poco se le mostrará que todo
está bien. Elifaz se refiere por así decirlo, a la casa que
aún le ha quedado a Job, y a su mujer. El número de sus
hijos aumentará, nada le hará falta a él mismo. Elifaz le
construye un futuro. Le reemplaza con esperanza todo
lo que le ha sido quitado, y lo hace llegar a una edad
avanzada. Esto se aleja mucho de lo precedente. Es un
consuelo muy barato el que Elifaz ofrece. Para consolar
así tiene que apartar la vista del sufrimiento actual. Que
el sufrimiento sea fecundo, solo se podrá mostrar en el

37
Señor. Y, sin embargo, puesto que lo sobrenatural de
la aparición le ha regalado una cierta luz, Elifaz ve la
posibilidad de una fecundidad. Solo que la ve comple-
tamente ligada a la fecundidad normal del hombre; en
nada se distingue aquí la fecundidad de un creyente de
la de un no creyente, aunque Elifaz reconoce que esta
fecundidad viene de Dios. Puesto que no la puede trans-
formar en una fecundidad regalada por Dios desde la
cruz y administrada por Él, Elifaz la vincula a la persona
natural de Job y a sus relaciones y necesidades terrenas.
Él tenía razón cuando presentía una fecundidad del sufri-
miento, pero ha vuelto a alejarse de este presentimiento.
No puede ver ni entender que esta fecundidad es un re-
galo nuevo que viene de Dios, pero es de una naturaleza
completamente diferente a la que imaginamos; ni puede
ver que ella en todo caso tiene su lugar en el interior de
la insondabilidad de Dios.
Él interpreta su presentimiento demasiado a partir de
sí mismo. El presentimiento es justo, pero lo interpreta
con sus conceptos habituales. Así, con sus interpretacio-
nes precipitadas, vuelve a cerrar la puerta que la reve-
lación le ha abierto. Como si no pudiera vivir con un
presentimiento indeterminado de algo sobrenatural que
se acerca. Como si tuviera que perseguir su tarea más
allá de lo que le es visible. Él no persevera en el estado
del que acoge una revelación tal como le es dada y deja a
Dios la plena libertad de revelar o no algo más, de expli-
car lo revelado o no. Más bien vincula la revelación de

38
lo nuevo a lo ya sabido, y hace de su incomprensibilidad
algo del todo comprensible. De este modo, sin embargo,
su presentimiento de lo nuevo, de lo que ampliaba todo,
se ha vuelto estéril. Él rebasa sus competencias respecto
de la revelación. La intención es buena, él quiere ayudar
a Job. Pero con su método debilita su ayuda; en lugar de
dejar brotar su ayuda en y hacia la revelación de Dios,
limita esta revelación a su propio entender e interpretar.
Al final cierra totalmente la puerta: Todo esto es lo que
hemos observado: y así es. A ti te toca escuchar y aprove-
charte (27). Mediante esta seguridad del «todo-volverá-
a-ir-bien», que Elifaz quiere grabar en Job, él quisiera
abreviar el tiempo de su sufrimiento. Parece creerse con
el poder de sondear la duración de este sufrimiento y de
configurarla según una ley manejable. Antes aconsejó a
Job no huir, perseverar. Ahora intenta hacerle imposible
este perseverar. Si Job se ajusta al hecho de que el tiem-
po es breve, esto acabará en una huida. Entonces ya no
perseverará en su sufrimiento actual impuesto por Dios,
sino que se refugiará en una esperanza que hasta ahora
Dios no le ha proporcionado. Celebrará la «pascua» en
medio del «viernes santo».

39
RESPUESTA DE JOB

Job 6

J ob comienza con el intento de presentar la hondura


de su sufrimiento. Él quisiera ver establecido su peso.
No dice quién debe comprobar el peso, si Dios o los ami-
gos. Pero hay que poner en marcha el intento. Porque
él está en la soledad del que está tan atrapado por su su-
frimiento que ya no ve ninguna otra cosa y ya no tiene
esperanza alguna de que alguien pueda entenderlo. Por
eso para él es importante este pesar-en-la-balanza. Tiene
derecho a ello, por así decirlo. Para él, sería el punto de
partida de cualquier discusión. Si pudiera pesarse mi aflic-
ción, si mis males se pusieran en la balanza juntos. Pesarían
más que la arena de los mares (2-3). Él sabe que sus amigos
no pueden hacerse una idea de cuánto pesa la arena del
mar. Muy poco de esto se alcanza a ver, porque el mar
es infinito para los hombres. La cifra más monstruosa no
sería exagerada. Pero el peso de su sufrimiento superaría
aún esta cifra. Así que para Job, su sufrimiento parece
infinitamente pesado. Y él quisiera demostrar desde su
interioridad a los que están fuera que es objetivamente
mayor de cualquier cosa que puedan imaginarse.
Apenas lo ha dicho, Job se disculpa: por la magnitud
de su sufrimiento sus palabras se desmandan (3). Pero aho-
ra no le interesa comentarlas, sino solo constatar que un

40
tal extravío remite a su vez a la magnitud de su sufri-
miento. Las flechas de Shaddai se han clavado (4) en él. Por
tanto, no cree que su sufrimiento ha venido por casua-
lidad, sino que ve incondicionalmente su relación con
Dios. Su espíritu bebe su veneno (4). Esta es su disculpa.
Ha conocido los terrores de Dios y por ellos ha cambia-
do. Antes, cuando era honrado y no se lamentaba, no
tenía ni de lejos tanta participación en ellos. Cuando sus
amigos le reprenden y combaten, deberían reconocer en
primer lugar que él está bajo la acción de estas flechas
envenenadas. Así se aparta de ellos, entra más profunda-
mente en la soledad. Quizá entonces se acerca a Dios;
porque reconoce que las flechas vienen de Él. Algo secre-
to actúa en él, algo que necesariamente hay que calificar
de misterio divino. Y si está vinculado nuevamente a
Dios de este modo tan extraño, sin haber dado su con-
sentimiento a lo que Dios le ha puesto como carga, tiene
derecho a comportarse de modo distinto a los demás.
Dios no le ha preguntado, pero él tiene ahora parte en
un destino que Dios le impone. Este destino hace estallar
todo lo anterior, y su misterio es tan profundo –como
lo es el alejamiento de los amigos–, que Job realmente
ha quedado en una soledad desesperada. Él no busca la
desesperación, pero está envenenado. Por tanto, existe
todo un encadenamiento de cosas que puede reconocer
y constatar claramente.
Quizá se puede reconocer en este misterio, de nue-
vo, algo del misterio de la cruz. En el Hijo en la cruz

41
los «terrores de Dios» son los terrores que los hombres
infligen a Dios. El veneno que hace a Job desvariar, es
el dolor de todos los pecados, que el Hijo carga. Su so-
ledad está condicionada por el hecho de que Él no está
con todos los hombres contra Dios, sino que carga el
peso de todos los hombres, para ser unido con el Padre
en un nuevo misterio. Pero este misterio conoce la fase
del abandono absoluto. En cierto modo, Job es separado
de sus amigos por el misterio, como el Hijo en la pasión
es separado del Padre y también queda separado de sus
discípulos. Incluso de los que quisieran compartir con
Él su misterio.
¿Rozna el onagro junto a la hierba verde?, ¿muge el buey
junto al forraje? ¿Se come acaso lo insípido sin sal?, en la clara
del huevo ¿hay algún gusto? Lo que aun tocar me repugnaba
eso es ahora mi comida de enfermo (5-7). Esto justifica el
grito de Job. Él comprende que sus amigos encuentren
repugnante escucharle gritar. Él grita como el onagro
o el buey, cuyo grito es odioso, pero que solo braman
cuando no reciben su alimento. Quizá él mismo hasta
ahora no ha sabido que puede gritar de ese modo y asus-
tar así a los hombres y sacarlos de quicio. Porque hasta
ahora tenía lo que necesitaba. Y con su palabra espera
convencer a sus amigos de que carece realmente de lo
más necesario, de que para él se trata de ser o no ser. De
que él no puede seguir viviendo en las circunstancias
actuales. A los animales que hacen tal ruido, se les dará
lo que necesitan para que se sacien y den tregua. Job no

42
tiene interés en molestar por más tiempo a sus amigos,
de ninguna manera. Y los motivos que los mueven a
ayudarle no tienen que ser elevados, con tal de que sim-
plemente lo ayuden. Con este grito él recurre al último
medio para conmoverlos.
¿Se come acaso lo insípido sin sal? (6). Lo que Dios le
pone delante él no puede comerlo tal como es. No pue-
de sacar ningún gusto de lo que no sabe a nada, de lo que
es repugnante de comer, como la clara de huevo. Intenta
explicarles su sensación de repugnancia mediante ejem-
plos que despierten en ellos lejanamente esa sensación.
Le da asco lo que Dios le sirve, pero no lo puede dejar
a un lado, porque le es administrado a la fuerza. No se
puede defender de esto porque el veneno ya está en él. El
alimento que recibe se parece a la flecha que se le clavó.
No ve ningún modo de tomarse este alimento y tampo-
co de rechazarlo. Y no serán los discursos de los amigos
los que hagan gustoso este alimento para él. Ellos tienen
su propio alimento, van por su camino, muy distinto del
suyo. No están unidos a él por ninguna comunión de
camino y de experiencia. No tienen que huir de nada de
lo que Dios les da; son como el onagro en su pastizal.
Esto está de nuevo muy cerca de la cruz. Si el Señor
la soporta y bebe el cáliz, es porque Él lo prometió al
Padre y en ello reconoce Su voluntad, que Él ha asu-
mido. Pero Él no puede elegir, no ha sido invitado. Y
no puede actuar por amor al Padre, porque el amor
le ha sido retirado y queda solo la justicia; no puede

43
contraponer a la desmesura de su sufrimiento ninguna
medida limitante del pecado, como tampoco puede ver
en la desmesura del sufrimiento que le es adjudicada nin-
guna medida de la expiación. Así también se pone a Job
ante lo completamente incomprensible y no ve cómo
podría hallarlo comprensible. Tampoco puede acoger
lo incomprensible como algo comprensible, porque su
tarea reside precisamente en señalar –por la desmesura
del sufrimiento, por su no comprender y por su ser so-
bre-exigido– hacia el abismo que hay entre la medida
de su sufrimiento y el sufrimiento del Señor, entre su
sufrimiento y el de los que siguen al Señor. Puesto que
él no puede llevar todo a la cruz, tanto los elementos de
su sufrimiento como su rebelión quedan yuxtapuestos,
no se funden en la unidad de un sí ni se reparten en vir-
tud de una com-pasión. Todo permanece inmóvil en sí
mismo, aparentemente ningún camino conduce más allá
del exceso de su sufrimiento, a pesar de que él reconoce
que todo viene de Dios.
También el Señor en la cruz está en la noche total, ya
no ve camino ni salida; pero ha pronunciado un sí tal
al Padre que, incluso en el abandono, al menos todavía
ve a los hombres, cuya medida de pecado Él carga y de
cuya salvación se trata. Él está ocupado con la desmesura
del pecado y no consigo mismo. El buey brama porque
siente su propia hambre. El Señor no piensa en sí mismo,
solo en el Padre y en el pecado. Y el Señor tiene delante
de sí el sufrimiento absoluto, mientras que Job aún tiene

44
su propia relatividad; le falta algo para poder acoger su
sufrimiento.
¡Que Él consintiera en aplastarme, que soltara su mano y
me segara! Tendría siquiera este consuelo, exultaría de gozo
en mis tormentos crueles, por no haber eludido los decretos
del Santo (9-10). Job anhela la muerte y eso de la mano
de Dios; la suplica de Dios. Job está convencido de que
tiene derecho a solicitar la muerte. Porque Dios le ha
enviado lo que no ha pedido, un sufrimiento que él no
puede soportar. Y así Dios debe extraer la consecuencia
y enviarle ahora lo que pide: la muerte. Antes de que
Dios le hubiera enviado este sufrimiento, él estaba muy
lejos de anhelar la muerte. Y si ahora se siente envene-
nado y perdido, sabe, sin embargo, que esto viene de
Dios. Así que espera que Dios ahora se le muestre dócil.
El sufrimiento no deseado está metido dentro de él, por
eso no puede escapar de él en ninguna dirección, así que
tiene el derecho a que se le quite la vida; solo así morirá
con él el sufrimiento que se le ha clavado. Si Dios ha
emprendido el experimento de ver si un hombre pue-
de aguantar tanto, Job declara que el experimento ha
fracasado. En el fondo, no pide a Dios nada irracional.
No pide que Dios revoque lo irrevocable. Pide solo que
Dios le ponga fin. Y esto sería algo fácil para Dios. Si
Dios ha aniquilado todo su haber, y le ha quitado todos
sus hijos, su muerte solo sería la conclusión de la obra
iniciada. Job pide simplemente que Dios siga adelante
con su acción. Pero se toma el derecho de proponer a

45
Dios lo que debe acontecer. Quizá esto sea para Job in-
cluso un modo de decir sí a lo vivido hasta entonces, con
la pequeña condición de que esto que ha vivido hasta
ahora siga hasta incluirle a él también. Quizá esta sea
realmente la última obediencia de la que él es capaz, la
más extrema.
La muerte sería para él un consuelo, él exultaría de
gozo (10) si Dios ahora diera cumplimiento a la voluntad
de Job. Si Él lo hiciera, Job estaría dispuesto a adjudicar
a su alegría un peso mayor que a todo el sufrimiento
vivido hasta ahora, aunque él haya perdido todo y ahora
esté sentado con sus úlceras y un fragmento de teja en el
montón de estiércol. Hace un balance entre sufrimiento
y alegría; si Dios lo escucha, la alegría habrá triunfado.
Y, es extraño, cuando él antes intentaba describir el
peso de su sufrimiento no encontraba ninguna medi-
da; ahora una pequeña concesión de Dios haría aparecer
todo como perdonable. La alegría llegaría si por un mo-
mento la relación de obediencia se invirtiera, si Dios
quisiera adaptarse a la voluntad de Job. De este modo
Job se aleja una vez más de la cruz. ¡De repente todo está
en el cumplimiento de su voluntad! Toda la voluntad
de Dios que ha repercutido en él, la larga cadena de su-
frimientos es superada para él por esta pequeñez (que,
además, sería su propia muerte). De ello se desprende
que el hombre, como individuo, se considera aquí mu-
cho más importante que todos los suyos. Es una especie
de egoísmo. Donde el hombre aún no ha aprendido a

46
cargar-con, a ser dado a luz de nuevo en la cruz para los
demás hombres, él pesa con su propio peso más que to-
dos los demás: más que sus siete hijos, sus tres hijas, etc.
Por no haber eludido los decretos del Santo (10). Nada en
su vida hasta ahora parece inspirarle arrepentimiento y
temor. No se siente pecador. Y en este sentimiento está
pronto a alegrarse si Dios le quita la vida, y pronto a bo-
rrar este tiempo de sufrimiento de su vida. Su vida era
una alabanza a Dios, no tiene nada que temer. Y la muer-
te es para él ya solo recompensa. Están en paz: Dios le ha
quitado todo; Job se ha rebelado terriblemente, pero ha
tenido motivo para hacerlo: ojo por ojo. Se puede borrar
desde los dos lados este incidente como no acontecido.
Si Dios no lo borra, ha de reconocer, en conformidad
con la razón, que Job está facultado para maldecir el día
de su nacimiento. Si Job se alegra ahora con la muerte
y justifica esta alegría también por el hecho de que él
nunca ha negado las palabras del Santo, una vez más se
hace evidente hasta qué punto es el hombre el que tiene
aquí la medida. Mide toda su honradez y lo que Dios
le debe por ella. Está dispuesto a presentarse ante Dios
como el «irreprochable» (el ideal del judío).
¿Cuál es mi fuerza para que aún espere, qué fin me espera
para que aguante mi alma? ¿Es mi fuerza la fuerza de la roca?,
¿es mi carne de bronce? ¿No está mi apoyo en una nada?,
¿no se me ha ido lejos toda ayuda? (11-13). Una vez más
la compasión consigo mismo. Después de que ha dicho
que su sufrimiento proviene de Dios y que le quedaría

47
agradecido por una muerte salvadora, vuelve a ence-
rrarse completamente y no sabe de dónde puede venirle
ayuda. Busca fuerzas para persistir y no encuentra ningu-
na. Como si creyera que Dios le ha impuesto la prueba,
pero esperara encontrar por sí mismo la respuesta, la
fuerza para soportar. Por tanto, no ve nada de gracia en
el sufrimiento. No sabe que cuando Dios manda una
prueba, Él mismo se quiere comunicar incondicional-
mente en ella y por ella. Más bien, Job rebusca en su
propia naturaleza las capacidades para aguantar. Si re-
flexionara en su Creador, debería ver y entender que
Dios no expone a sus criaturas, sino que las dota con
sus dones, y la criatura debe ver siempre en estos dones,
que señalan como indicadores del camino continuamen-
te hacia Dios, un signo de la presencia y de la atención
de Dios. Job parece sospechar en su agotamiento que
su camino todavía no ha llegado al final; pero al mismo
tiempo rechaza todo lo que pudiera recordarle a Dios.
Actúa como si tuviera que ser señor de su situación y
encontrar en sí mismo un sentido para su sufrimiento
por sus propias fuerzas. Así que examina lo que le queda.
Sigue teniendo un tiempo, el final no ha llegado, debe
aguardar. Le queda alguna fuerza, porque todavía existe,
pero la juzga insuficiente. Tiene su carne, que está muy
dañada, pero que al menos está todavía ahí. Y ahora ne-
cesitaría ayuda para hacer trabajar juntos sensatamente
tiempo, fuerza y carne. Pero puesto que ahora no re-
curre a Dios precisamente para conseguir esta ayuda,

48
porque no encuentra ningún apoyo en Él, ve que su
carne, su tiempo y su fuerza quedan privados de todo
sentido. Este alejamiento de Dios está en contradicción
con la precedente constatación de que el veneno de Dios
está en él y lo extravía. Él se construye una nueva se-
guridad en sí mismo, pero cuando hace el balance tal
seguridad es insuficiente.
El que retira la compasión al prójimo abandona el temor
de Sadday (14). El amigo tiene frente al amigo la tarea
apremiante de ayudarlo. La amistad es lo que vincula a
los hombres entre sí. El mandamiento del amor al próji-
mo está muy cerca del amor a Dios, y el prójimo nos es
confiado por Dios, especialmente si es un amigo. Apenas
hay para los hombres algo más obvio que la fidelidad en
la amistad. Cuando uno llega tan lejos que se vuelve in-
fiel como amigo, entonces rechaza también el temor del
Señor y devuelve a Dios su mandamiento. Es privado
del amor y del mandamiento; frente a Dios, ha entrado
en una relación falsa.
Hasta ahora Job no ha hablado de amor, sino de justi-
cia. Pero la amistad se cuenta ahora de repente entre los
bienes que ha perdido. Los amigos, que han venido para
consolarlo, se muestran incapaces de proporcionarle la
ayuda adecuada. Por consiguiente, ya no le sirven como
amigos, sino que solo aumentan su miseria. Job mismo
les ayuda a ello, pues les echa en cara, quizá más de lo ne-
cesario, lo inadecuados que son. Y esto, después de que
él ya antes no quería buscar en Dios la ayuda esperada,

49
sino en sí mismo. Dios le ha quitado mucho, y ahora él
mismo se quita lo que aún resta. Y luego vuelve a des-
viar su indignación: la traslada a sus amigos. Ellos son un
torrente (15) engañoso, que crece con el deshielo pero que
se seca con el calor del verano y a las caravanas sedientas
les hace perder esperanza (15-20). Job está muriendo de
sed, y sus amigos nada tienen para ofrecerle.
Vosotros veis algo horrible y os amedrentáis (21). Puesto
que ellos ven lo que es horrible, deberían ponerse a ayu-
dar. En cambio, de un modo inútil para Job, se vuelven
presa del horror, aunque ellos mismos no experimentan
mínimamente lo horrible. Solo en la Nueva Alianza, me-
diante la cruz, ellos podrían ser presa del horror en un
auténtico cargar-con. Y en esto estaría la ayuda. Por el
contrario, ahora se alimentan de alguna manera del sufri-
miento de Job, sin que tal cosa se les hubiera pedido y sin
que ayude a Job. Él acentúa mucho que no lo ha pedido:
¿He dicho acaso: «Dadme algo … de vuestros bienes»? (22).
Si ellos lo hubieran hecho, se habrían empobrecido y
él se habría enriquecido: habría tenido lugar una cierta
compensación del horror. Pero ahora ellos están horrori-
zados como si hubieran perdido algo. Sin embargo, uno
se pregunta qué es lo que han perdido, ya que Job no ha
ganado nada. En la Antigua Alianza, Job puede recono-
cer como significativo respecto de sus amigos solo un
compartir material: ellos podrían, por ejemplo, darle di-
nero; entonces él tendría más y ellos menos. No pueden
participar de una manera útil en los estados espirituales

50
de Job. Del espanto de los amigos, Job no saca nada. Si
fuera un espanto en la Nueva Alianza, tanto Job como
sus amigos podrían asumir que exista un sentido oculto,
una fecundidad en Dios. La cruz es el principio de este
hacerse cargo. Aquí, en la Antigua Alianza, esto es com-
pletamente imposible, porque nadie pide nada ni quiere
dar nada. Job siente repugnancia de verlos asustados.
Dios quiere mostrar en el ejemplo de Job que si el
sufrimiento ha de adquirir un sentido el Hijo debe venir.
Desde la Antigua Alianza no se puede resolver en abso-
luto el problema de Job. Él demuestra que la solución
debe ser buscada más allá de la Antigua Alianza. Median-
te sus pérdidas y disgustos, él tiene que mostrar cómo en
sus pérdidas se pierde él mismo, mientras que el Señor
nos mostrará cómo en la pérdida de sí mismo Él gana la
salvación de todos.
Instruidme, que yo me callaré; hacedme ver en qué me
he equivocado. ¡Qué dulces son las razones ajustadas!, pero,
¿qué es lo que critican vuestras críticas? ¿Intentáis criticar solo
palabras, dichos desesperados que se lleva el viento? (24-26).
Por un momento Job habla muy razonablemente; él su-
pone una auténtica relación de amistad. Quiere recibir
una sentencia de ellos y someterse a ella, si ellos tienen
algo justo que presentar. Él está de nuevo cerca de su con-
fesión de que su espíritu se ha extraviado por causa del
veneno de Dios. No se permite ya ningún juicio y espera
algo sensato de sus amigos. La amistad tiene de nue-
vo valor para él; si es auténtica, los amigos encontrarán

51
la palabra y él callará. Él ve y entiende que sus palabras y
las de sus amigos no armonizan. Y les deja la preceden-
cia. Quisiera ver su error, y para esto uno necesita poder
ver en qué ha faltado. El sistema de la Antigua Alianza
debería seguir en vigor: las penas que Dios le ha impues-
to deberían ser un castigo. Esto supone un pecado por
su parte. Y él soportará las palabras de los amigos si son
ajustadas. Con esta condición él se plegará a las pruebas
que ellos presentarán.
Pero enseguida le viene de nuevo la duda. ¿Qué pre-
tenden criticar? ¿Quieren encontrar fallos en sus pala-
bras? Uno no puede tomar las palabras de un desesperado al
pie de la letra, pues el viento se las lleva. Son palabras que
solo son desahogo momentáneo de un sufrimiento des-
mesurado. De modo que él comienza a hacerles nuevos
reproches. ¡Vosotros … especuláis con vuestro propio ami-
go! (27). Es como si él no pudiera soportar ser declarado
culpable por sus propias palabras, como si tuviera miedo
de que los amigos pudieran hablar de forma realmente
ajustada y sincera con él, y hacerle entender; así que se
permite de nuevo un modo de hablar injusto. Como si
sus amigos hubieran llegado a la misma alienación que él.
Si ellos son sus amigos y él debe hacerles esos reproches,
no se puede entender en qué consiste esta amistad, en
el caso de que hasta ahora él fuera el justo y ellos no. La
contradicción en sus expresiones –querer someterse y
volver a sustraerse completamente– muestra en verdad
que él está confundido. Todo en este capítulo parece

52
incoherente, ilógico. Es cierto que Job busca por todas
partes una verdad: en Dios y en los hombres. Pero tan
pronto ha encontrado un apoyo, recae en lo anterior y
vuelve a querer otra cosa, pone en duda el fundamento
que antes ha declarado sólido. Juega a enfrentar a Dios
con los hombres y a los hombres con Dios. Por un mo-
mento ya no cree: ni en los amigos ni en Dios, pero al
siguiente está de nuevo con ellos.
Y ahora, por favor, volveos a mí, que no he de mentiros a
la cara. ¡Tornad, pues, que no haya entuerto! ¡Tornad, que
está en juego mi justicia! ¿Hay entuerto en mis labios?, ¿no
distingue mi paladar las cosas malas? (28-30). Por decirlo
así, él busca reconducir a sus amigos a la razón, para
que ellos lo puedan después conducir a la razón. Pone
el juicio en sus manos, después de haberlos hecho justos.
Todo depende de esta justicia. Él cuenta en el fondo con
la justicia de los hombres para poder reconocer la justicia
de Dios. Pero en esto tiene la sensación de haber sido
injustamente precipitado por Dios en la desgracia, de
ser tratado injustamente por sus amigos. Él mismo no
sabe ya dónde está la justicia, pero tiene sed de ella y no
puede estar sin ella. Para volver a alcanzarla, él mismo
debe comenzar de nuevo a fundamentar en algún punto
la justicia, debe exhortar a los amigos a volverse justos
para que ellos puedan mostrarle la justicia de Dios, que
él quizá podría entender de nuevo gracias a sus palabras.
Ellos deben ver si miente. Él no mentirá. Pero deben es-
cucharle. Está dispuesto a establecer un punto de partida,

53
describiendo con justicia su destino. ¡En ningún caso
una injusticia ahora! Su legítimo derecho debe quedar
de manifiesto. Él quiere por tanto reunir en sí mismo toda
la justicia, de la que tiene sed. Casi como si esperara un
juicio del que él saldrá como un justo ante Dios y ante
los hombres, mientras que la perspectiva de Dios y de
los amigos podría verse criticada. Y se atreve a emitir
este juicio por sí mismo incluso contra Dios y los amigos.
Y ellos le secundarán, ya que, en virtud de sus palabras,
deberán reconocer su inocencia y la injusticia de su des-
tino. Porque no hay ningún entuerto en sus labios. No los
engañará. Su paladar puede distinguir con precisión lo
justo de lo injusto.
Todo esto es puramente del Antiguo Testamento. Pues-
to que el amor entre el Padre y el Hijo todavía no es
visible, los hombres no tienen nada más elevado que la
justicia. Y, sin embargo, Job sabe perfectamente que su
justicia no basta para alzarse por encima de la justicia
de Dios, y que, por otro lado, en su estado actual le es
imposible experimentar realmente la justicia de Dios.
Precisamente en su continuo girar en torno al centro de
la justicia, deja ver que no encuentra en sí mismo ningún
lugar estable. Cuanto más alza la voz clamando por la
justicia, tanto más claramente surge de ello el clamor por
otra cosa. En la Antigua Alianza uno no puede transmitir
sus penas a nadie porque la cruz todavía no está ahí. Solo
se demuestra, puesto que cualquier otra cosa es reducida
al absurdo, que esa transmisión es necesaria, porque de

54
otro modo uno queda eternamente dependiente de un
yo que ya no se puede entender a sí mismo.

Job 7

Job comienza una larga lamentación acerca de la vida


humana, que es descrita como carente de valor. Dios ha
puesto a los hombres en la existencia y les ha infundido
un anhelo que nunca es saciado. Necesitan un salario y
no lo reciben, suspiran por la sombra y no encuentran
ninguna. La vida es servidumbre frente a otro, sin des-
canso ni satisfacción. Job ha olvidado completamente
el tiempo de su felicidad y ahora considera todo única-
mente desde su miseria. Y, sin embargo, en el trasfondo
planea a través de las comparaciones el pensamiento de
que servir es la nobleza del hombre. Anteriormente Job
habría hablado del servicio de otra manera. Habría in-
terpretado la desgracia venidera, las pequeñas molestias,
como sacrificio, como contraprestación por la felicidad
más grande que Dios otorga a los hombres. Ahora para
él todo es dura servidumbre. Está muy cerca de la idea
de ofrecer el sufrimiento como sacrificio. Sus tormen-
tos le traen a la boca todas estas comparaciones con el
servicio, sin que sospeche en absoluto cuánto de verdad
tiene lo que expresa. Pero todo es generalizado y dicho
en rebelión, de modo que se pierde su auténtico sentido.
Las comparaciones con el servicio son en sí verdaderas,

55
pero en su boca se vuelven no verdaderas porque él no
quiere prestar su servicio. En el Nuevo Testamento su
sufrimiento sería absolutamente servicio. Si todo se dije-
ra en vista de la cruz, si se entendiera todo el tiempo de
la vida como tiempo de servicio, entonces Job expresaría
una profunda verdad cristiana.
Pero para apoyar su comprensión de la vida como un
sufrimiento perpetuo, muestra el tiempo como un trans-
curso en el que nada ocurre que libere del sufrimiento.
Describe el destino humano como un infierno eterno.
Todo tiende a la muerte, todo es un mero soplo. Y luego
incluso se lamenta de que deba morir pronto y de que
nunca regresará. Quisiera encontrar descanso al menos
en el sueño, pero hay sueños que lo despiertan sobresal-
tado. Es como si Dios quisiera mostrarle su persisten-
cia no soltándole nunca y poniéndole a prueba en cada
momento.
De modo que, de repente, se vuelve a hablar de Dios:
todo el sufrimiento acontece ante Dios; al no dejarlo
en paz, Dios demuestra a Job que Él se interesa por este
sufrimiento. Pero Job no entiende el interés de Dios. E
intenta hacer que a Dios se le pasen las ganas de ocuparse
de él. Él busca demostrar a Dios lo poco interesante que
él, Job, es para Dios. ¡Qué por fin se dedique a otra cosa!
¡Como si él regalara a Dios lo que hasta ahora ha sufrido,
pero esto ahora debe terminar! Busca imponer a Dios
su propio rostro. No busca confesar a Dios su fe, sino
salvarse de Sus manos.

56
Si he pecado, ¿qué te he hecho a ti, oh guardián de los hom-
bres? ¿Por qué me has hecho blanco tuyo? ¿Por qué te sirvo
de cuidado? (20). Aparece el concepto de pecado. Esto es
nuevo. Quizá Dios tenga un motivo. Quizá haya justicia
después de todo, quizá todo tenga un sentido. Y este po-
dría consistir solo en el castigo. Y puesto que el castigo
es siempre personal, Job podría realmente haber pecado.
Hasta ahora él era el absolutamente justo. Ahora, para
pagar su rescate, quiere incluso renunciar a su propia
justicia y creer en la de Dios. Tal vez la justicia reside
realmente en Dios y en Job la posibilidad de un pecado.
Pero entonces pregunta: ¡¿Qué te preocupa mi pecado?!
Dios es tan poderoso, ¿por qué no le perdona? También
de este modo él intenta mover a Dios a dejarlo en paz.
Dios podría simplemente mirar hacia otro lado en lugar
de tomarlo a él como diana. Podría cambiar su táctica,
como Job cambia la suya. ¿Por qué armar tanto revuelo
por este poquito de polvo? (21). Se presentan tres argu-
mentos uno tras otro: ¿Qué es pues para Ti el hombre
viviente? ¡Solo polvo! ¿Qué es pues para Ti el hombre
pecador? Tú le puedes perdonar. ¿Qué es ya para Ti el
hombre muerto? De él no te viene ningún provecho.
Así como intentaba convertir a sus amigos a una nue-
va justicia, ahora lo intenta con Dios mismo. No cam-
biando la esencia de la justicia, sino presentando a los
hombres que son objeto de la justicia como irrelevantes.
Se podría dejar a Dios la justa evaluación del pecado,
pero Él debe considerar qué miserable y caduco es aquel

57
ser a quien juzga, y buscarse más bien otros objetos para
su grandiosa justicia. Incluso la necesidad de la Nue-
va Alianza queda aquí eliminada: ¡Dios es demasiado
grande para que nuestro pecado pueda alcanzarlo! Pero
precisamente porque el pecado lo hiere, la obra de la sal-
vación será necesaria. Job trastoca toda la relación entre
Dios y el hombre. El Dios que nos ha creado y permane-
ce en contacto con nosotros, nos educa, nos quiere tener
puros, debe alejarse, debe apartar los ojos de su creación.
Y esto solo para que Job sea dejado en paz. Finalmente,
piensa Job, no existe ninguna relación verdadera, porque
si Dios está por encima de todo lo pasajero y de todo
el ajetreo del hombre, un partner no debe ser para nada
interesante para Él. No puede existir ninguna relación
de justicia, porque los partner son demasiado desiguales
y la muerte viene tan rápido que muy pronto deja de
haber partner. El diálogo entre Dios Padre, el Creador, y
su criatura, tiene que enmudecer, porque de ahí no sale
nada de importancia.
Aquí hay un nuevo punto de arranque para la Nue-
va Alianza. Porque Dios puede retomar nuevamente el
diálogo de un modo muy distinto y que Job no puede
sospechar. Puede relacionarse como hombre con el hom-
bre. Puede dejarse herir, puede llegar a ser el blanco de
las flechas, de modo que ambas partes sean claramente
concernidas. Y, en la noche única de la cruz, puede su-
frir mucho más profundamente que Job en largo tiempo,
puede invertir humana y divinamente las relaciones. Job

58
tiene razón en esto: si uno persiste en la mera justicia,
apenas puede encontrar a Dios, porque deja fuera de
consideración el amor que Él es. Solo porque Él es el
amor, puede ser herido, también como el Justo, por los
hombres.
Job no puede dejar hacer. Se necesitará al Hijo de
Dios para que nosotros lleguemos a entender que he-
mos de dejar que se haga en nosotros la voluntad de
Dios. Nosotros siempre queremos entender. En el dejar-
hacer hay una gran parte de no-entender, incluso de
no-querer-entender. Nosotros quisiéramos poner peque-
ñas etiquetas a todo, pero deberíamos más bien dejar las
clasificaciones a Dios.

59
PRIMER DISCURSO DE BILDAD

Job 8

P ara Bildad la justicia de Dios es lo absoluto, lo que


no debe tocarse. Pase lo que pase, pasa en la justicia
de Dios. De un Dios que no se equivoca, cuya justicia
supera la razón del individuo. Esta solidez, que Bildad
subraya tanto, está en contradicción plena con el prece-
dente discurso de Job, que ciertamente quería volver a
una justicia, pero la veía ante todo en sí mismo, y desde
sí mismo proyectaba una justicia cambiante para sí mis-
mo, para sus amigos y para Dios. Bildad es ahora estricto.
Es Dios el que es justo. Y si esto es inquebrantablemen-
te cierto, entonces también los sufrimientos de Job son
justos. Entre la justicia de Dios y sus actos no es posible
ninguna contradicción.
Para empezar, Bildad reubica el castigo de Dios: no
es Job quien debe ser castigado, sino los hijos que han
pecado contra Dios (4). Si Job ha entendido esto, reen-
contrando así su lugar dentro de la justicia –pues el sufri-
miento lo hace injusto–, entonces podrá buscar y encon-
trar a Dios. Si no se enajena por su negación a sufrir y a
reconocer la inquebrantable justicia de Dios, si él busca
de nuevo a Dios, entonces su felicidad será más grande
que antes (6b). Y así para él, lo que ha visto como castigo,
aparecerá como recompensa; los hijos que han pecado

60
serán castigados y de nuevo restaurados. (El discurso de
Bildad es quizá la primera pieza completamente lógica).
Que Job se informe: verá que Dios solo castiga a los
pecadores. Si su vida fue demasiado breve para hacer esta
experiencia, que se apoye en la experiencia de los padres.
Solo en la justicia está la felicidad y la constancia, todo
lo demás es felicidad aparente e inconstancia (11ss.). La
felicidad aparente del impío es puramente exterior, está
ligada a su entorno. Basta un pequeño cambio y todo
colapsa; el nuevo entorno ya no lo reconocerá. También
el impío tiene su esperanza, en ello no se distingue de
los justos. Pero lo esperado reside dentro de su impiedad,
debe servir a esta y por eso no subsiste, no perdura, se
disipa (14) y arrastra todo consigo, hasta que ya no queda
nada. Así, el pecador debe hacerse continuamente nue-
vas esperanzas, pero que no son constantes, no tienen
ninguna subsistencia; toda su actividad puede agotarse
en esperar siempre algo nuevo que esté al servicio de su
impiedad y que será destruido una y otra vez.
Por el contrario, Dios no olvidará al hombre sin tacha
y piadoso (20), lo reconocerá dondequiera que esté. No
hace falta que él se edifique su morada, su felicidad; Dios
cuida de ello. Pero Dios no da la mano a los malvados, y
aquel a quien Dios no tiene de la mano no tiene ninguna
subsistencia. Estar sostenido por la mano de Dios: esto
es fe y esperanza en uno, porque en el caso del piado-
so la esperanza está contenida en la fe, mientras que la
esperanza del malvado se funda en su propia maldad.

61
«La risa ha de llenar aún tu boca» (21) por obra de Dios.
Bildad está seguro de que su esperanza no será defrauda-
da. Él está seguro porque en ningún momento duda de
la justicia de Dios y tampoco duda de que Job es justo.
Pero también cree que el castigo está reservado exclu-
sivamente al pecador. Debe expiar solo el que merece
castigo.
También en la Nueva Alianza Dios Padre llenará de
risa la boca del Hijo. Pero con una risa que se dona, una
risa eucarística que ha sido merecida por la pasión. El
lugar propio de la pasión del Señor es la justicia más
grande y más amplia de Dios; pero su fin es la alegría.
En este sentido, el discurso de Bildad se cumple en la
Nueva Alianza.

62
RESPUESTA DE JOB

Job 9

J ob da la razón a este discurso firme. Por un momen-


to. La justicia de Dios es seguramente más grande que
la suya. Y si existe una contradicción entre ambas, el
hombre no puede tener razón y no puede responder a
Dios ni una vez entre mil (3). Job está en desventaja con
sus argumentos, porque si son argumentos de justicia, en
última instancia todas las razones están del lado de Dios,
a quien pertenece la justicia. El hombre, en cambio, en
su infinita distancia de Dios, no conoce argumentos. Juz-
gar entre los hombres no es difícil, porque uno puede
encontrar razones en el mismo plano. Y justo esto, en el
caso de Dios, no es posible; Él tiene todo, nosotros casi
nada. Para reforzar esto, Job pasa a una grandiosa alaban-
za de Dios: su poder es tan grande que el ser del que este
poder se ocupa no lo nota para nada (11). Los montes
no se dan cuenta en absoluto cuando son trasladados (5).
Precisamente porque Él puede todo, no necesita para
nada ser percibido, aún menos necesita consentimien-
to. Y nadie puede ponerle coto, porque nadie conoce la
profundidad de sus intenciones ni las conexiones de sus
decisiones. Si se quiere poner coto a alguien se debe sa-
ber por qué. Pero el hombre no tiene razón alguna. Está
demasiado lejos. ¿Quién le dirá: «qué es lo que haces»? (12).

63
¿Cómo podría un único hombre rebelarse contra la om-
nipotencia, acusar a Dios, dejarle clara su situación desde
el punto de vista humano? Incluso si el hombre tuviera
razón, no podría explicarse (15).
Después de que Job, por tanto, ha dado la razón a
Dios en todo y ha reconocido este derecho de Dios como
insondable, asume, sin embargo, que él mismo podría
tener razón. La omnipotencia de Dios es tan grande que
Dios podría actuar sin razón (17). Por el rodeo en que
alaba la omnipotencia divina, Job vuelve a su propio
derecho; pero la omnipotencia condena este derecho a
la impotencia (18-21). Así se llega de nuevo a la total
inversión de las cosas: Job es justo e inocente.
¿Por qué tal cosa? Mientras el amigo hablaba y lo per-
suadía del castigo de los malos, Job estaba convencido
de que el amigo tenía razón. Que Dios castiga a los ma-
los, Job mismo lo ha sabido hasta entonces. Con eso él
está completamente de acuerdo. Pero de repente ve una
clamorosa excepción: ¡él mismo! Y para él su inocencia
es más importante que la justicia de Dios. Y así acusa
de nuevo, aun sabiendo que no se le dará la razón. Su
propia justicia está arraigada en él más profundamente
que todo lo demás, y prefiere trastocar el orden entero
del mundo antes que renunciar a su propia inocencia.
Así que solo queda igualar omnipotencia de Dios con
arbitrariedad absoluta (22-24). Él aniquila por igual al
intachable y al malvado (22). Para Él todo es lo mismo
siempre que ocurra lo que Él quiere. Job es la víctima de

64
esta arbitrariedad divina que ahora, de repente, ha toma-
do el lugar de su justicia. Si no es Él, ¿quién puede ser? (24).
Una pregunta que replantea toda la relación con Dios.
Y Job es infeliz por no poder alcanzar la armonía con
la justicia y con Dios. Job, que no puede encontrar ya
ninguna clase de fundamento, debe reconducir todo a
una intención de Dios, pero no ve ninguna explicación
para esta intención. Su estado es insoportable, y el hecho
de que no se pueda explicar lo insoportable es aún más
insoportable. Por todas partes solo ve la contradicción
entre su vida anterior en la fe y el sufrimiento actual.
Las explicaciones que remiten a Dios, también las de su
amigo, no le satisfacen. Necesita un ensanchamiento, un
inicio completamente nuevo. Allí hay Uno que se ríe de
la angustia de los inocentes (23); Job cree escuchar esta risa
a la vista de la incoherencia entre su vida anterior y su
destino actual.
Los días pasan volando sin ver la dicha (25). Él bus-
ca olvidar, pero en vano (26s.). Y sabe que no puede
emprender nada para ser inocente. Ante sí mismo lo es,
ante Dios es culpable. Está convencido de que es inocen-
te, pero Dios está manifiestamente convencido de que
es culpable. Y él no puede hacer nada para purificarse
con lejía: a pesar de esto, es hundido en el lodo (30-31), de
modo que da asco incluso a sus vestidos. También estos
lo rechazan, ellos que no tienen derecho alguno, que son
lo último a lo que se pregunta. Que solo existen para su
servicio. Los vestidos toman partido por Dios contra él.

65
Luego, el gran clamor por lo nuevo. Job necesita a
toda costa alguien con quien hablar. No un amigo, por-
que este tiene una opinión humana y como él está ligado
a su humanidad. Necesita a uno que pueda juzgar entre
él y Dios. Y quizá él no lo ve ni como hombre ni como
Dios. La última respuesta será que este juez será tanto
Dios como hombre. Sin este Dios-hombre Job permane-
ce en la situación más irremediable. Solo el Señor puede
ser este juez que, como mediador, ponga su mano entre los
dos (33), que lleve al Padre a los hombres y a los hombres
al Padre. Ante Él, el hombre ya no tendrá que temer,
porque será un hombre entre nosotros. Desde su necesi-
dad, Job da a luz al Dios-hombre, tal como Dios Padre
lo enviará. Job lo necesita, grita hacia Él, perfila su lugar,
pero solo en negativo: Él no puede ser esto ni aquello.
En cambio, Él será en positivo tanto esto como aquello.
Uno que de mí aparte la vara de la justicia de Dios (34),
porque Él asumirá todos los golpes. Uno cuyo terror no
me espante: ante Él ya no habrá que tener miedo alguno.
Y así se podrá hablar con Él. En el terror actual no se
puede hablar, porque la distancia es muy grande, por-
que no se entiende nada, porque aparentemente todo se
vuelve contra el hombre.

Job 10

El lamento de Job comienza de nuevo, y él quiere dejar


libre curso a la amargura (1). Anteriormente pensaba haber

66
hablado por envenenamiento y confusión, ahora habla
por amargura. Lo segundo deriva de lo primero. Dios
lo ha envenenado, ahora Job habla precisamente con
veneno por una «justa amargura». Él se dirige a Dios, sin
mediador. Primero la súplica: ¡No me condenes, hazme
saber por qué me enjuicias! (2). Un diálogo correctamente
introducido. Pero luego una conjetura se apodera de él:
¿Acaso te beneficia mostrarte duro? (3). Él no ve que Dios
obtenga ningún provecho con ello, pero no lo excluye. E
inmediatamente, a este posible provecho de Dios, opone
su deshonra acumulada, el sinsentido que en él mismo
se ha amontonado. Él es la obra de las manos de Dios, y
Dios aniquila su propia obra. Es un testimonio vivo de
la contradicción que hay en Dios. Dios busca el pecado
en Job y, sin embargo, sabe que es inocente (6-7). Job
es creado como un ser humano y por eso tiene derecho
a su humanidad (8-9). ¡Cada uno en su esfera! (4). ¿Por
qué se mete Dios en la mía?
Luego deja que todo su proceso de devenir se desa-
rrolle ante los ojos de Dios (10 ss.). Fue una gracia ser
formado, él tuvo incluso una vida llena de favores (12). Y,
sin embargo, Dios ya sabía lo que haría después. La con-
tradicción, por tanto, estaba desde el principio en Dios.
Dios lo meció en una sensación de seguridad, solo para
arruinarlo con tanta mayor certeza y seguridad. Dios no
debe negarlo, sé lo que en tu mente quedaba (13). Y Dios
vigilaba si él pecaba alguna vez, para no eximirlo de su
culpa (14). Pero Job no se detiene en la cuestión de su

67
pecaminosidad. Al fin y al cabo, da igual que sea un pe-
cador o un justo (15). No se puede emprender nada en
absoluto contra Dios, todo es inútil. Si Job emprendie-
ra algo, solo serviría para que todo se vuelva aún más
terrible. Y puesto que ha descrito a Dios su situación
desesperada, ¿por qué simplemente existir? (18s.). Es el
mismo estribillo del principio, la maldición del día de
su nacimiento. Solo que ahora él se vuelve de alguna
manera llorón (20).
Toda la escena está muy cerca de una verdadera con-
fesión. Solo falta el arrepentimiento. En la confesión no-
sotros buscamos cambiar la disposición de Dios para con
nosotros mediante nuestro arrepentimiento, sabiendo
de la siempre nueva disponibilidad de su gracia. Cierta-
mente, describiéndole nuestra situación miserable, pero
confesando abiertamente que hemos pecado. Solo que
Job esto no puede concederlo sin más. Y, sin embargo,
él quisiera encontrar de nuevo alguna paz, si no en la
gracia de Dios, sí en el fin de su desgracia.

68
PRIMER DISCURSO DE SOFAR

Job 11

[Sofar acusa a Job de su culpa y lo exhorta a convertirse.


No hay comentario.]

RESPUESTA DE JOB

Job 12

J ob habla a sus amigos para mostrarles que ellos no


comprenden. Retuerce sus palabras y hace como si
ellos lo despreciaran, porque ha caído en desgracia. Se
ríe de su sabiduría que parecen haber monopolizado y
que se extinguirá cuando mueran. Se siente empujado
por ellos cada vez más a la soledad (1-3).
Anteriormente él estaba en diálogo con Dios y podía
esperar una respuesta (4). Y ahora ya no tiene siquiera la
posibilidad de hablar con sus amigos. Ellos solo se burlan
de él, y la burla no es ni pregunta ni respuesta. Ya no es
posible ningún intercambio (4).
Él muestra cuán profundamente se ha hundido como
persona pura, porque nadie lo considera ya digno de una
respuesta. Viven en paz las tiendas de los salteadores (6).
Lo que él tenía le ha sido quitado; más aún, ha sido

69
entregado a los impíos. Esto es decisivo para la actual
actitud de Job: gracia y amistad no quedan simplemente
suspendidas, sino perdidas porque han sido repartidas de
otra manera. No existe lo que en la Nueva Alianza será el
dejar en depósito: no surge el pensamiento de que Dios
pueda tomar consigo algo por un tiempo, para volver a
darlo después. Objetivamente, también el sufrimiento
de Job es un dejar en depósito, pero él no lo entiende. Y
llega así a la idea imposible de que Dios da a un injusto la
gracia que me pertenece a mí. Dos cosas harán que este
pensamiento sea imposible en la Nueva Alianza: prime-
ro, que nadie tiene derecho a la gracia. Y luego, que la
distancia entre el justo y el injusto se hará mucho más
pequeña. ¡Quién querría decir que él no es un pecador,
como era posible todavía en la Antigua Alianza!
Después de que Job ha mostrado que ya no entiende
la justicia de Dios, pasa inmediatamente a describir su
poder. De ninguna manera ha olvidado quién es Dios.
Para probarlo, vuelve Job a la creación, las aves, los pe-
ces…, que están ahí todos como testigos de Dios y que
el hombre solo tiene que contemplar para ver el poder
del Creador. Por último, también el espíritu del hom-
bre está en su mano (10). Su propio espíritu permite al
hombre, en virtud del saber y del don del discernimiento,
conversar con Dios, porque procede de Dios y es in-
comparable con los demás seres vivos. Uno que vive en
Dios, que tiene su espíritu en el Espíritu de Dios, crecerá
siempre más en y hacia la verdadera comprensión. Pero

70
no se menciona que entre el hombre y Dios existe tam-
bién el pecado. Aquí Job está completamente cerrado
a la posibilidad del pecado. La inteligencia procede de
Dios; pero Job no dice que la inteligencia puede cerrarse
y oponerse a Él.
Ahora se describe el poder absoluto de Dios sobre
todo (14-25). Contra este poder nadie puede vencer. Su
sabiduría se muestra ante todo en la omnipotencia con
que Él destruye lo que ya no se puede edificar (14). Su sabi-
duría se eleva sobre todas las contraposiciones que hay
en el mundo, sobre fuerza y debilidad, alto y bajo, sa-
biduría e insensatez. Dios no tiene que respetar estas
oposiciones.

Job 13

Este conocimiento de Dios lo ha adquirido Job por ex-


periencia propia (1-3). La fe no es para él un regalo, sino
un conocimiento alcanzado por él mismo. También los
amigos podrían tener esta comprensión, en todo caso
Job entiende tanto como ellos. Él les ha demostrado que
su entendimiento no se ha perdido, ellos pueden suscri-
bir cada una de las afirmaciones que ha dicho sobre Dios
hasta ahora. De esto está seguro. Ellos se burlan de él;
pero él sabe quién es.
Pero ahora ha de hablar con Dios. Les ha demostrado
que conoce a Dios, y quiere hacer uso de su derecho

71
de hablar con Él. Una vez más, él aumenta la distancia
que le separa de sus amigos (4ss.). Ellos son mentirosos,
lo mejor para ellos sería callar; esto sería todavía sabi-
duría (5). Si en lugar de hablar lo que no es verdad le
escucharan, tendrían que entender entonces que no tie-
nen nada que decir sobre su caso. Con cada una de sus
palabras hacen el asunto más terrible.
Ellos deben escuchar. Aunque quiere hablar con Dios,
los toma como testigos (6). No deben tomar partido.
Intenta intimidarlos: ¿cómo sería si Él os pusiera a prue-
ba? No serían capaces en absoluto de hablar con Dios,
lo engañarían, así como engañaron a Job. Destruye la
relación de ellos con Dios, como ha destruido completa-
mente la relación de ellos con él. Puesto que ya no puede
soportar su soledad, intenta empujar también a ellos a
la soledad. Y cuando acusa a sus amigos de mentira, se
insinúa calladamente que Dios es injusto. No necesita
decirlo expresamente, lo muestra suficientemente por el
hecho de que culpa a sus amigos de toda mentira. Él es
el justo, hasta el punto de que si Dios y los amigos no se
lo impiden, podrá finalmente demostrar su justicia.
Quiere poner todo en juego en este diálogo con Dios.
Con solo poder mostrar a Dios su modo de vida, hará
valer su derecho. Pues ningún impío comparece ante
Sus ojos, por eso él pertenece a aquellos que tienen el
derecho de defender su derecho ante Dios (13-18). Dios
solo tiene que dejar de aterrorizarlo y herirlo (21).

72
Y luego lo inaudito: la igualdad en la justicia que
Job quiere imponer. Dios no debe solo escuchar, sino
también dar respuesta. Job quiere entrar en un duelo:
con las mismas armas y el mismo derecho.
Y ahora desafía a Dios a demostrarle su culpa (23).
Pero pronto empieza a admitir algo. Ve ciertos pecados
de la juventud. Pero ¿tiene sentido castigarlos en la ve-
jez? La juventud es esencialmente insensata, mientras
que solo la vejez es sabia. Aquí Job piensa por segunda
vez en una posible culpa. Pero en un sentido muy distin-
to del de la Nueva Alianza, porque tiene lugar dentro
de una medición. Job mide el pecado y el castigo. Por
eso el reconocimiento por parte de Job del pecado no es
una confesión: en esta no hay ninguna clase de medición.
La penitencia impuesta no está en ninguna proporción
con la culpa que se perdona: puede ser impuesto algo
más difícil o algo muy fácil. En la confesión el cristiano
debe experimentar precisamente la inconmensurabilidad
del pecado.

Job 14

Job muestra la transitoriedad de la vida humana. Se


asombra ya del mero hecho de que Dios tome en con-
sideración algo que vive tan poco tiempo. Se presenta
a Dios como este hombre transitorio –tal es ahora su

73
característica principal– y le suplica que, para el poco
tiempo que le queda, se olvide de él. Dios mismo conoce
esta transitoriedad, sabe cuándo morirá el hombre, por
eso puede ser generoso y dejar en paz al que de todas
maneras no tiene futuro alguno.
En esto hay un reproche doble: que Dios haya hecho
al hombre tan pasajero y no le entregue el misterio de la
muerte; y que Dios, dado que es mucho más poderoso,
no deje pasar generosamente al hombre el resto de sus
días en paz.
Job compara al hombre con el árbol. Este tiene en
sí un futuro; aun talado, puede volver a brotar desde
sus raíces (7). Para Job esto significa un futuro real; él
se vale de la comparación solo para poner de relieve la
desemejanza; se pasa por alto el hecho de que el hombre
puede tener descendencia. El hombre no tiene futuro.
En esto Job es amargo, deshonesto. Si el hombre muere,
ya no hay para él esperanza alguna (12). Job vería futuro
para el hombre en el hecho de que pudiera prolongar su
vida como el árbol.
Si él tuviera esta posibilidad, perseveraría. Si pudiera
de nuevo empezar, sería de nuevo el que ha sido. En
el pensamiento de seguir viviendo, ciertamente se bos-
queja ya algo de la esperanza cristiana. Pero el cristiano
espera una vida nueva; Job quiere el status quo, sin consi-
derar la gracia de Dios que puede despertar lo muerto a
la vida. Por todas partes, donde parece abrirse una puer-
ta, se vuelve a cerrar, porque Job cuenta solo consigo

74
mismo, no reconoce un punto de intersección entre Dios
y el hombre. No hay ninguna idea acerca de una encarna-
ción, ninguna posibilidad para Dios de llegar a conocer
al hombre también en su propio plano. Después de que
se ha considerado todo humanamente, todo queda de
nuevo cerrado en lo humano, mientras que Dios perma-
nece inamovible y señala al hombre sus propios límites.
El hombre solo puede avanzar hasta sus límites, no más
allá de ellos, a pesar de toda su reflexión.
Mientras tanto, él quisiera quedar oculto ante Dios
(13), ser olvidado por Él, después Dios podría ir a bus-
carlo de nuevo, cuando su ira hubiera pasado. Si Dios
mismo ocultara a Job, al mismo tiempo podría olvidarlo,
y luego dar marcha atrás a su olvido y acordarse de él.
Pero todo esto sigue siendo para Job finalmente irreal. Ya
que no tiene la esperanza cristiana, no ve tampoco ningu-
na conclusión del tormento. Este terminaría solo si Dios
se apartara un tiempo y se olvidara entonces del hombre.
Luego Dios podría llamar de nuevo, acordarse de la obra
de sus manos, y el hombre respondería (15). Pero una
relación así con Dios no existe por ahora, porque Dios
no podría castigar así a Job si se acordara de él como de
su criatura. Si Dios llamara de nuevo y Job respondie-
ra, esto sería como un nuevo inicio en el Paraíso: inicio
intacto de un diálogo entre Dios y su criatura. Pero en
medio está el pecado original; de nuevo Job admite abier-
tamente que él puede ser un pecador (16-17). Pero él no
se detiene en este pensamiento. Siempre se pone a calcu-

75
lar las posibilidades de Dios y le hace recomendaciones:
¡Tú podrías actuar así! Pedir perdón por su culpa queda
fuera de su consideración. En verdad, Dios es todopo-
deroso: ¿por qué no podría pasar por alto la culpa o
retirarla? (17). Y Job no establece ninguna relación entre
la posibilidad de que se guarde su pecado en una bolsa,
y su ser ocultado en el reino de los muertos. Pues Job
mismo no quiere ciertamente ser olvidado para siempre.
Job concluye con una comparación entre el hombre y
las cosas inanimadas: la roca cae, el agua ahueca la piedra.
El hombre participa en la vida auténtica solo por poco
tiempo, después no hay ya ninguna diferencia entre él
y las cosas inanimadas: así Dios ha destruido de hecho
en el hombre lo que Él le ha regalado: el poder espe-
rar (18-22). Si a sus hijos les va bien o mal, para él es lo
mismo, porque no tiene ya participación alguna en su
destino. Aquí esto suena totalmente como si Job dijera
a Dios: Ya es hora de que venga algo nuevo. Como si
él urgiera a Dios: Produce algo que ya no destruirás. El
hecho de que el hombre tenga hijos no es verdadera su-
pervivencia. Una vez que quede destruida la vinculación
de un padre con sus hijos, en realidad también su trabajo
por los hijos pierde todo sentido. Si yo mismo más tarde
no participo en ningún sentido de la vida, entonces es
un sinsentido educar a mi hijo como si la vida tuviera
sentido. Y el hijo acabará en la misma situación que yo.
Lo que nos distingue de la roca y la piedra, el espíritu, es
el sinsentido…

76
SEGUNDO DISCURSO DE ELIFAZ

Job 15

D e nuevo, reprimenda a Job: de todas sus palabras


se desprende que el pecado habla por boca de él. Se
ha alejado de Dios, no conoce ya ninguna medida. Se ha
vuelto sabiondo, está atrapado en lo propio. Y puesto
que Job se ha alejado por sí mismo de los sabios y los
piadosos para sacar de sí mismo toda su sabiduría y los
motivos de su rechazo, Elifaz quiere que Job sea casti-
gado según sus propias declaraciones (6). Job, en su bús-
queda de lo nuevo, ha cortado todos los hilos hacia Dios
y los que lo rodean, hilos que solo podrían ser atados de
nuevo si se demuestra que es justo. Elifaz le niega el dere-
cho de buscar esta conexión. Dado que él se presenta tan
seguro de sí mismo, también debe estar en él el juicio, y
este declara su culpabilidad: él se refuta a sí mismo.
Al fin y al cabo, Job es un hombre común entre otros
hombres (7s.), en nada se distingue de sus amigos. Y si
rechaza las consolaciones de Dios y también las de sus
amigos, se hunde por su propia culpa en una soledad
cada vez más profunda (11).
Después de Job, Elifaz se dirige al hombre en ge-
neral, que no es puro ni justo, porque bebe el pecado
como agua (16), se nutre del pecado. Este juicio univer-
sal del hombre confirma el inicio del discurso, que había

77
devuelto a Job a las filas de los pecadores. De nuevo esta-
mos muy cerca de la Nueva Alianza. El hombre, nacido
de mujer, no puede ser puro; los cielos mismos no lo
son. Pero precisamente esta visión no puede ser la últi-
ma palabra sobre el hombre: más allá de esto, tendría
que llegar alguna otra cosa. Pero para esto se debe pri-
mero reconocer la pecaminosidad humana, mientras que
Job pinta todo de colores, y precisamente este colorear
es un signo de que el pecado habita en él.
Luego quiere decirle lo que él mismo ha llegado a
conocer como sabiduría, y esto desde la tradición más
antigua (17). Teme que puedan haber actuado en Job
influencias extranjeras, quiere darle algo genuino, del
tiempo en que todavía no había forasteros en el país.
Siente el encargo de hablar con Job, y por este sentido de
su misión reclama para sí una posición especial. Apenas
le ha dicho a Job que él también es un hombre común,
cuando de repente él, Elifaz, sabe lo que es la sabiduría.
Lo que él conoce a partir de su sabiduría es el destino
de los impíos, de los malvados. Conoce toda la angustia
del que vive en el pecado, que es perseguido día y no-
che y no ve más allá de su angustia. Esta no tiene salida,
nace siempre de nuevo desde sí misma, porque el impío
ha levantado la mano contra Dios; como si este gesto
fuera la razón por la que no puede haber ya nada sino an-
gustia. Ni en su interior ni en su casa puede representar
otra cosa sino un perseguido por la angustia, porque se
topa por todas partes con su pecado. Y esta angustia está

78
justificada, porque todo lo que él posee se va a pique y
su estirpe es infecunda. Antes Job se había lamentado de
que su fecundidad no le aprovechaba para nada, de que
en general nada aprovecha al hombre, porque su tiempo
es demasiado breve y porque nunca llega a conocer lo
que más tarde surgirá de su estirpe. Elifaz retoma este
lamento a su manera, para mostrar que esto es cosa de
los malvados: el mal como tal es infecundo. Job señala
hacia la condición limitada de la vida, Elifaz indica que
el pecador está muerto ya en vida. El castigo empieza
para el malo inmediatamente.

79
RESPUESTA DE JOB

Job 16

I nicialmente, la defensa habitual que reprocha. Des-


pués viene que Job podría también parlotear como
ellos, lo que no sería difícil. Él quiere hablar de nuevo,
pero sabe que esto no será ninguna consolación: hablar
y callar significan lo mismo para su tormento. Y después
de haber constatado la inutilidad de hablar, se vuelve
contra Dios, se queja de su estado de agotamiento y de
sus amigos que lo hieren, que se comportan como ca-
lumniadores y por su falta de comprensión aumentan
la tortura que Dios le ha impuesto. Dios lo ha entrega-
do a los impíos, en lugar de dejarlo solo con su miseria;
sus amigos hurgan en su desgracia y lo hacen aún más
desgraciado (7-11).
Dios lo ha aferrado por la nuca (12) y no deja de ator-
mentarlo. Todos sus órganos son examinados por separa-
do (13-16). Luego él proclama de nuevo su inocencia: sus
manos, como su oración, son puras. Dios ha castigado
al hombre equivocado. Job no quiere que la tierra cu-
bra su sangre, su grito nunca deberá extinguirse: como
si hubiera sorprendido a Dios in fraganti, cometiendo
una injusticia. Nadie debe dudar de esto nunca más. Las
pruebas deben permanecer visibles eternamente.

80
Pero en ese momento se levanta en él una esperanza
hacia Dios. De alguna manera él separa entre el Dios que
lo ha aferrado y el Dios que ha de pronunciar sentencia.
Dios debe juzgar entre él y Dios. De repente atribuye a
Dios tanta justicia que Dios verá su injusticia. El Dios al
que apela está de alguna manera más arriba del Dios que
lo puede castigar.
Con esta idea Job está, de nuevo, cerca de la Nueva
Alianza. En ella se realizará lo siguiente: por la gracia del
Hijo doliente, a la que apela el pecador, el juicio resul-
tará favorable al hombre y no a Dios. Este sufrimiento
es puesto en las manos de los hombres como un arma
que arrancará a Dios su justicia. En el cielo habrá uno
que decidirá entre nosotros, pecadores, y Dios. Por la
encarnación se dará como una escisión en Dios. Está en
los cielos mi testigo, allá en lo alto está mi defensor (19). Este
procurará a los mortales su derecho contra Dios. En su
oscuridad, Job tiene un presentimiento inaudito del Hijo
que vendrá. Este no solo ayudará al hombre a conseguir
ser justo ante Dios, sino que también erigirá el derecho
entre los hombres en la forma de una nueva justicia. Pero
en Job este presentimiento se ve interrumpido: él morirá
y no vivirá lo nuevo. Tampoco el testigo y el defensor
en el cielo le aprovecha en nada. La salvación se tendría
que realizar en la tierra.
También el Hijo morirá. Pero porque Él vino y ha
sufrido la cruz, la transitoriedad del hombre ha recibido
un sentido completamente nuevo. Mientras el tiempo

81
eterno no entrara en el tiempo transitorio a través del
Hijo, todo el sentido tenía que ser buscado en la transito-
riedad. Desde que Él ha venido, el tiempo transitorio es
introducido como un todo en el tiempo eterno. Nuestro
sentido de la justicia ya no se ve vulnerado si no cua-
dran todas las cuentas en la tierra. La justicia tiene una
eternidad delante de sí para cumplirse.

Job 17

Dios debe hacer un pacto con Job, debe darle una prenda
(3). Después de que Job ha acusado a Dios de esa manera,
lo llama como fiador. Él considera imposible que Dios
pueda dar la razón a sus amigos (3-4); no tienen luces
y, por tanto, están en el lado equivocado (4). Establece
un pacto con Dios, con ese testigo al que ha acudido ya
anteriormente. Y, además, él ha llegado a estar tan dé-
bil (7) que se reúne en él toda vergüenza, y los demás no
participan en esta vergüenza. Aquí está, de nuevo, muy
cerca de la cruz. El Señor que sufre tomará sobre sí toda
deshonra. Pero en la Nueva Alianza todos tienen alguna
participación en la cruz y su deshonra. En Job pureza y
deshonra constituyen una pura oposición. Por el contra-
rio, el Señor demostrará su pureza haciéndose cargo de
toda vergüenza. Los amigos de Job, para garantizar su
propia pureza, tienen que cargar toda la vergüenza sobre
los impíos, trazando una línea de separación totalmente

82
distinta a la del Señor. De ninguna manera quieren con-
tagiarse de la enfermedad de Job; la miseria de este es
para ellos signo del pecado. Pero cuando el Señor en-
tra en la pasión, Él carga todo pecado; y todo el que
comparte algo de su vergüenza, carga algo del pecado
propio y del ajeno. La línea de separación corre de modo
completamente distinto.
Finalmente, Job queda sin esperanza (14). Por un lado,
pretende haberse habituado a su destino: fango y podre-
dumbre son sus parientes. Por otro lado, vuelve a clamar
en seguida por la esperanza (15). Lo primero parece ser
una comprensión real, resignada, de su destino. Pero no:
ese no es su destino, porque no puede prescindir de la
esperanza, tiene que clamar por ella. Es afín al fango y la
podredumbre, ya está en el reino de los muertos. Pero
esto no puede ser lo último.

83
SEGUNDO DISCURSO DE BILDAD

Job 18

O tra vez una áspera refutación del discurso de Job.


Ninguno encuentra al otro en el diálogo. El sufri-
miento de Job queda aislado, es infructuoso, impotente
para cambiar realmente la situación. Los dos están en un
punto en el que otro muy distinto debería entrar en el
diálogo. Es como si, una vez Job y la siguiente vez uno
de los amigos, dijeran algo irrefutable, que después es re-
lativizado o rebatido por la Nueva Alianza. Así pasa con
el pensamiento de que el sufrimiento es infecundo. O
de que los límites de la vida son inamovibles. O de que
no puede suceder nada nuevo entre Dios y los hombres.
Según Bildad para el impío todo debe convertirse en
desgracia, todo caerá, todo se transforma en angustia
(5-17). Él es expulsado por Dios mismo al reino de las
tinieblas. Ya está muerto y, sin embargo, es arrojado
igualmente a las tinieblas. Hay como una prefiguración
del camino del Señor: de la muerte en la cruz al paso por
los infiernos. Sin el libro de Job habría muchas cosas en
la Nueva Alianza a las que no prestaríamos atención. Lo
que está en este libro es ciertamente superado por la cruz,
pero es fecundo para la cruz y su interpretación. Lo que
en Job queda infecundo, desemboca en la fecundidad

84
de la cruz y hace que el misterio de esta se nos presente
mucho más profundo y de mucho mayor alcance.
Job mismo, evidentemente, ha sufrido fecundamente
sin saberlo, porque su infecundidad muestra la fecundi-
dad de Dios, porque sus límites y sus callejones sin salida
remiten por todas partes a Dios y al plan de salvación
que vendrá. Quedarán también proporcionalmente más
palabras de Job que del Señor. Pero las palabras de Job se
vuelven fecundas solo por las palabras y la vida entera
del Señor. Todo discurso y sufrimiento de la Antigua
Alianza –en sí mismo cerrado, infecundo y sin salida–,
solo es fecundo porque, precisamente en este callejón
sin salida, indica finalmente hacia el Señor, que abre un
camino atravesando el lugar sin caminos.
Al principio parece como si Job «cargara» su sufri-
miento: «El Señor lo ha dado…», y uno cree ver su
mérito. Pero luego viene el momento en que la medida
es sobrepasada, y no se ve ya ningún mérito.
La diferencia entre el sufrimiento de Job y el descen-
so del Señor a los infiernos: el Señor experimenta la
sobre-exigencia absoluta, el absoluto no-poder-cargar-
más. Pero nunca llega hasta el punto de acusar. En la
Nueva Alianza el que sufre sabe, también en el estado de
infierno, que hay algo mucho más grande que lo propio,
aun cuando no comprenda nada de eso. Por decirlo así,
es llevado a un lugar en el que no hay escapatoria algu-
na, porque él es inexorablemente abrazado por algo más
grande. Así es en la pasión del Señor, pero también en

85
los sufrimientos que desde el cielo Él sigue distribuyen-
do en su Iglesia, asaltando con ellos a algunos para que
no puedan negarse, pero tampoco pueden acusar. Pero
puesto que Job está solo y no tiene ninguna posibilidad
de dejarse encuadrar, tiene que gritar. Sus amigos no son
sacerdotes, no tienen ningún ministerio de mediación
eclesial, lo cual constituye otra diferencia muy esencial.
La verdadera participación en la pasión del Señor que se
da en la Iglesia es siempre conducida, administrada, me-
diada de alguna manera por el ministerio eclesial. Con
frecuencia esta mediación puede faltar, ocasional o du-
raderamente, entonces el sufrimiento no alcanzará su
plena fecundidad. El sacerdote debería estar ahí como
guía y ayuda. Los amigos de Job no tienen ningún mi-
nisterio, no pueden enseñarle a sufrir en el nombre del
Señor. Entre Job y sus amigos no hay ningún espacio me-
diador del Señor y de la Iglesia. Las misiones de pasión
en la Iglesia también pueden fracasar, apartarse del buen
camino, porque la conducción es mala: entonces el dolor
de los que sufren va hacia ellos mismos, ellos mismos son
el punto central de su sufrimiento, en lugar de abrirse
a la Comunión de los Santos. Job y sus amigos no son
culpables de la infecundidad del sufrimiento. Mientras
que en la mística mal guiada en la Iglesia siempre hay
alguno que es culpable.

86
RESPUESTA DE JOB

Job 19

A nte todo, ellos no deben creer que el pecado de


Job le haya ocasionado todo esto. Solo Dios lo ha
hecho. Job ve en su sufrimiento algo que no tiene nada
que ver con el pecado; los amigos quieren establecer
esa relación a toda costa. Job siempre hace saltar esta
relación, afirmando: «¡Es Dios!» (6). Y además no solo el
Dios de la justicia punitiva, sino, por así decirlo, el Dios
total. Él se siente con todo su sufrimiento fuera de la ley
de pecado y castigo como hasta ahora se ha entendido,
y como entregado a algo nuevo que no puede describir,
pero que en su novedad es Dios mismo.
Ha perdido el contacto con todos los hombres (13-19).
Ya no hay nadie ahí al que él pueda encontrar como el
que era antes. Ha entrado en un aislamiento increíble
que ya no se encuentra en la Antigua Alianza, sino solo
de nuevo en la cruz. Pero Job está en antítesis respecto a
la cruz. En ella el Hijo abandonado por todos exclama:
«Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Job, por el
contrario, dice en el momento de máximo abandono:
«Mi defensor vive» (25). Donde para el Señor comienza el
abandono completo, se da para Job una especie de espe-
ranza, que se expresa en una profecía. Dios ha ido más
lejos con su Hijo que con Job. Y el Hijo conoce al Padre,

87
lo ha visto, sabe quién es; en el abandono más amargo,
Él aún siente que es el Padre el que se ha apartado de Él.
Job, al contrario, no conoce al Hijo, no sospecha nada de
un Dios en la tierra, pero en el momento del mayor aban-
dono surge ante él proféticamente la imagen de aquel a
quien él aguarda. No es una mera profecía hacia Cristo,
sino también el esperar ser consolado por la visión del
Hijo. El Hijo debe gritar hacia el Dios que ha perdido,
para que se reconozca que todo, hasta lo último, queda
entregado en depósito. Job, por el contrario, debe cla-
mar que él verá a su defensor (26-27), para que se haga
claro el límite de lo que un hombre puede sufrir en la tie-
rra. Allana así el camino de los mártires y los perseguidos
del cristianismo: ellos vivirán de la profecía cumplida,
como Job ahora ha de esperar en ella. Ellos son liberados
de lo terreno y de sus consecuencias (26). Solo uno pudo
ser completamente abandonado: el Hijo en la cruz. Job
y sus seguidores, visto con los ojos del mundo, pueden
ser completamente abandonados, pero no sin ninguna
esperanza: «Mis ojos le verán». Cuando él llegue a verlo,
será también justificado. Lo será porque la plena medida
de su sufrimiento no era conmensurada a su pecado; en
esto tiene razón. Nosotros, por el contrario, somos jus-
tificados cuando hemos reconocido nuestros pecados y
nos hemos arrepentido. Pero, de nuevo, solo en relación
con el sufrimiento del Señor en la cruz, que es el cum-
plimiento del sufrimiento de Job. Nosotros nunca dire-
mos lo que Job ha dicho: que no hemos sido castigados

88
por los pecados, por nuestros pecados, los cuales, sin
embargo, nunca pueden ser delimitados tajantemente
respecto de otros pecados. Nunca podremos llamarnos
justos, como Job ha hecho, excepto como justificados
por la cruz que, sin embargo, fue padecida por causa de
nuestros y de todos los pecados.
Si el Señor ya se hace cargo de todos los pecados, los
míos y los tuyos y los de todos, y yo he de sufrir cris-
tianamente, es entonces evidente que yo tengo parte en
estos pecados. Y en este sufrimiento, en caso de que sea
cristiano, se hace completamente indiferente qué tanto
he cometido personalmente y qué tanto no. Todo es
ahora expiación, ya no castigo; o castigo que tiene un
sentido expiatorio. Un sentido eucarístico. Y si yo fuera
el pecador más endurecido, cuando realmente comien-
zo a sufrir desde Dios, entonces el sufrimiento ya no se
mide según la medida del pecado, porque el sufrimiento
cristiano nunca es un sufrimiento que mide, sino que
está en relación directa con el sufrimiento eucarístico
del Señor en la cruz. Si uno hubiera cometido cincuenta
asesinatos y sufre cristianamente, puede decir: es justo
que yo sufra, he pecado tanto y tanto, Dios tiene que
ser justo. Pero no puede detenerse en esta constatación;
su sufrimiento no cuadra como pasa con una cuenta;
sea cual sea el pecado cometido, pertenece al tesoro de
expiación de la Iglesia. Y nadie puede saber cuánto le
beneficia a él, el pecador que tiene tanto en la conciencia,
y cuánto a algún otro, que quizá casi no tiene culpas.

89
Job recibe de Dios, por tanto, la gracia de ser una
profecía que señala hacia la pasión. Palabras que son ex-
presadas desde el sufrimiento más profundo tienen un
sentido absoluto, porque el sufrimiento purifica profun-
damente.

90
SEGUNDO DISCURSO DE SOFAR

Job 20

E l pensamiento de Sofar se opone a todo lo que Job


ha dicho; toma una dirección muy distinta. No
quiere distinguir entre lo que en el discurso de Job era
verdadero y lo que era falso; la totalidad es para él inacep-
table. Job es para él un proscrito, lo rechaza completa-
mente. Sus sufrimientos lo han desalentado sin reservas.
Los amigos se alejan cada vez más. Ellos habían venido
a consolarlo y durante siete días habían llorado con él.
Pero cuanto más se prolonga el diálogo tanto más Job es
rechazado. Lo que al principio se levantaba como una
leve pregunta, ahora ha llegado a ser en ellos certeza:
Job es un impío. No queda ya nada de su justicia y de su
amistad con ellos.
El malo desaparece como un fantasma (7), debe en-
tregar todo lo que ha recibido (15). No puede asimilar
nada que no sea malo, que sea bueno o indiferente. No
puede sacar ventaja de nada, debe vomitar todo, y lo
que vomita se ha transformado en veneno (16). Job es
ahora absolutamente malo, y su cuerpo tiene este poder
transformador. El hecho de que también sus palabras
tengan ese poder, lo muestra Sofar cuando dice que
ya no quiere aceptar nada de él. Los amigos no toman
ya parte en el destino de Job, ya solo emiten juicios.

91
Juicios incontestables sobre el mal. Es una evocación del
infierno que el malvado recorre, pero por el que alguna
vez el Señor caminará. Es tanto más infierno cuanto que
Job ha hecho la profecía y Sofar ni siquiera la considera
digna de consideración. El infierno es un fuego que nadie
atiza (26), sino solo Dios mismo (29).
Sofar ve ciertamente que los sufrimientos de Job son
una acción de Dios en él, pero una acción que aniquila
toda esperanza, también la de la profecía. Los amigos
se retraen, como quienes no han experimentado el su-
frimiento. Job, por el contrario, muestra mediante su
abrirse una cierta fecundidad del sufrimiento, que él mis-
mo no vive, pero que, sin embargo, expresa. Para Sofar
el sufrimiento es infecundidad total, por eso no quiere
tener ninguna clase de participación en él.
En cierto modo, todo sufrimiento es como tal infe-
cundo para quien quiere participar en él. Solo puede
llegar a ser fecundo para aquel que primero quiere tener
parte en la cruz. Sofar se endurece contra el sufrimiento
de Job. Así también el pecador, que es invitado por la
cruz, se hace un pecador más endurecido si rechaza la
invitación. Por causa de la cruz surge más pecado.

92
RESPUESTA DE JOB

Job 21

J ob pide a sus amigos que lo escuchen con atención


antes de que comiencen a burlarse de él. Reclama solo
un breve plazo. En esto su discurso actual se distingue
un poco de los extensos lamentos precedentes.
Luego refuta todo lo que han dicho los amigos so-
bre el destino de los malos, y muestra que el malo, por
el contrario, tiene una vida más despreocupada y más
amigos. Que se le otorga la fecundidad a él y a su casa.
El malo no quiere saber nada de Dios, pero va al infra-
mundo en paz. Se ha procurado una felicidad propia
que depende solo de él; y esta felicidad, aparentemente,
perdura (7-13).
¿Acaso Dios lo castigará más tarde, sólo en sus hi-
jos? (19). Pero entonces el propio malvado ahora no
experimenta nada de todo esto. Y, sin embargo, ¡es él
quien debería sentir el castigo! Job limita el destino de
los malvados, como antes el de los buenos, a su existen-
cia personal; no puede establecer diferencias por ningún
lado entre la existencia de los buenos y la de los malos;
por el contrario, está convencido de que a los malos les
va relativamente mejor. En la muerte se produce una es-
pecie de igualdad (23-26), de modo que Job ya no percibe
dónde habría que ver algo de justicia.

93
Y, sin embargo, al principio, fue precisamente él quien
quiso arrogarse la justicia, cuando se confesaba inocente
y exigía que Dios tenía que darle la felicidad en la tierra.
Ahora, cuando su exigencia de justicia no se cumple, es
como si toda justicia se hubiera vuelto nula. También
aquí, de nuevo, hay un clamor hacia la Nueva Alianza,
hacia la participación en una vida que ya no pueda ser
solo la vida terrena. Como si Dios hubiera trasladado
lo principal de su ayuda a los hombres a un después,
porque la plenitud no ha de encontrarse en la tierra. Es
como una lucha entre el destino humano y la justicia
divina. Y el destino puede ser tan preponderante que
la justicia de Dios se vuelve invisible. En los amigos, la
intuición de la necesidad de la Nueva Alianza nunca es
tan fuerte como en Job, el cual es en todo su ser como
un trascender hacia la Nueva Alianza; tiene algo de ella
en sí mismo, sin poder descubrirlo.
Para concluir, él se dirige una vez más a los amigos (27)
para constatar que no hay manera de entenderse con
ellos. Lo tienen hasta tal punto como un malvado que
toda su teoría del mal es confirmada por él.

94
TERCER DISCURSO DE ELIFAZ

Job 22

I nicialmente Elifaz hace una separación tajante en-


tre Dios y el hombre. Dios no puede obtener ningún
provecho de la virtud del hombre (3). Solo al hombre le
puede aprovechar la virtud. Con ello Elifaz excluye toda
posibilidad de un intercambio entre Dios y el hombre.
El hombre solo puede vivir volcado sobre sí mismo y
soportar a Dios de alguna manera.
Luego Elifaz se vuelve a Job y pregunta si está siendo
castigado por causa de sus buenas acciones. Pues, ya que
no hay intercambio alguno, para Elifaz el destino de Job
sigue siendo el castigo. Intenta justificar para Job este
castigo, y menciona los más variados pecados, como si
fueran realmente pecados de Job y como si Dios tuviera
que castigarlo por causa de tales pecados (5-11). Después
de esta enumeración, indica cuán justificada es entonces
la angustia. Como si pudiera demostrar, de forma muy
concreta, su tesis de que Job es un pecador.
De repente, siente miedo de que Job pudiera haber per-
dido el sentido de sus pecados por haberse hundido tanto
en ellos; de que incluso pudiera pensar quizá en buena fe
que no merece ningún castigo. Muestra de qué manera
se ha deslizado Job hacia el pecado: manteniendo a Dios
alejado de sí, para que no se dé cuenta de sus actos (13s.).

95
Lo que Elifaz dice ahora está en una extraña contradic-
ción con su primera afirmación de que las buenas obras
no valen para Dios; porque, en cambio, las malas accio-
nes manifiestamente le enfadan. La relación de Dios con
los hombres se presenta así como algo unilateralmente
negativo: como si los hombres pudieran alcanzar a Dios
solo mediante sus pecados, no mediante sus virtudes.
Luego intenta establecer una nueva relación entre
Dios y Job (21ss.). Job debe volverse hacia Dios, pues
Elifaz no valora las quejas de Job contra Dios de ninguna
manera como un volverse hacia Él ni como el inicio de
un diálogo. Job debe recibir instrucción de la boca de
Dios: debe decir sí tanto a sus pecados como a la legiti-
midad del castigo –en esto consistirá la instrucción de
Dios– y luego volverse a Él de modo que sea posible una
nueva relación. La actual está completamente destruida.
Una vez más, la Nueva Alianza no está lejos de aquí.
Pero Elifaz no espera la Nueva Alianza como Job; no
cree que Dios pueda producir algo nuevo para atraerse
al hombre y que la principal aportación del hombre pue-
da ser aceptar la gracia de Dios. Todo, además, queda
en una relación yo-tú, en la que los demás no tienen
lugar alguno. Y cada golpe del destino es respuesta de
arriba a un pecado de abajo. Esto está, de nuevo, infi-
nitamente lejos del cristianismo. El cristiano intenta-
rá siempre comprender desde Dios, mientras que estos
hombres intentan comprender siempre desde el hombre,
y así anhelan una sabiduría que solo corresponde a ellos.

96
Dios debe ser deducido siempre de sus castigos, y por
eso el hombre y su destino deben ser siempre incluidos
en el cálculo.
Y dado que a Dios solo le afecta el mal, de aquí surge
claramente la imagen de un Dios sediento de vengan-
za. Pero cuando Job se vuelva de nuevo hacia Él, será
de nuevo reconstruido (21ss.). La benevolencia de Dios,
entonces, está solo de alguna manera dentro de la bene-
volencia del hombre para con Dios, y no será Dios el
que tenga alegría en el hombre, sino el hombre en Dios,
porque puede dirigirse a Él. De modo que su propia fe-
licidad queda puesta en sus manos, en ello encontrará
alegría en Dios; pero esta alegría procede mucho menos
de Dios que de él mismo, realmente es alegría en sí mis-
mo y en su virtud, sus negocios florecerán de nuevo (27).
Es cierto que también se habla de la súplica y de la es-
cucha de la misma, pero esta está como incluida en la
súplica. Y uno puede cumplir sus votos (27).
Por último (29), se recomienda la humildad como pre-
supuesto para la ayuda de Dios: así que finalmente la
virtud es capaz de mover de alguna manera a Dios, de
tocarlo. Así incluso el culpable puede ser salvado. Ante
Job se abre un camino para liberarse de su pecado; que
se libere de su culpa, y Dios lo liberará (30).

97
RESPUESTA DE JOB

Job 23

J ob quisiera arreglar todo con Dios; entiende que


con los hombres es imposible. Sus amigos de alguna
manera han terminado con él y su juicio permanece-
rá irrevocable. Pero tendría curiosidad por saber cómo
Dios le respondería. Porque él está completamente se-
guro de su caso (7). Dios es para él la última y la única
instancia, y ante ella quedaría absolutamente absuelto.
Pero Dios evita encontrarse con él. Se hace buscar, pero
no se deja encontrar. Y aunque no se deja encontrar,
conoce la conducta de Job. Sigue siendo para Job com-
pletamente invisible, no puede presentarle su caso, pero
Dios conoce este caso, conoce su caminar como el de un
justo (8-12). Job saldría del juicio como oro puro (10).
Luego Job muestra hasta qué punto está convencido
de su justicia: ha hecho siempre lo que Dios esperaba de
él, ha seguido su ley, ha guardado sus palabras (11-12).
Ahora no permite que su justicia dependa de la aproba-
ción humana; ante Dios él es justo, porque ha hecho
ante Dios lo que Él exige. Job ve que los hombres que
lo condenan parten de los golpes del destino para pro-
bar su culpa. Pero presentarse ante Dios no le da miedo.
Debido a su justicia, Job podría tomar con Dios parti-
do contra los amigos. Y porque está tan seguro de su

98
caso, entona un canto de alabanza; no hay ya ninguna
acusación.
Pero luego sobreviene el miedo (15). Puesto que Dios
sigue siendo el mismo y él sufre bajo los golpes de Dios,
tiene miedo ante Dios, ante su inmutabilidad, ante sus
planes ocultos en la oscuridad. No se imagina esta angus-
tia, no se deja llevar; Dios mismo ha hecho que el cora-
zón se desanime. Es una angustia querida por Dios. Esta
angustia está cerca de la cruz: como Dios Padre determi-
na la angustia mortal del Hijo, así ahora Él angustia a Job.
No le basta haber despertado esta angustia en él: tiene
todavía alguna cosa en mente para él. Y puesto que tal
cosa está oculta, luchar contra ella es algo sin esperanza.
(Se piensa tal vez demasiado poco en que Dios Padre
es el que ha producido la angustia del Hijo. Este se an-
gustia no solo a causa de pecados mundanos y asibles.
Siente al mismo tiempo la inquietud que el Padre le pro-
duce y que Él, como Dios, se impone a sí mismo como
hombre. Es una angustia de calidad plenamente trinita-
ria. La vive como hombre en la cruz. Pero la recibe al
mismo tiempo como algo inculcado por sí mismo como
Dios, por el Padre y por el Espíritu).

Job 24

Job no comprende por qué Dios no tiene determina-


dos tiempos de castigo y por qué los fieles no puedan

99
tener parte en ello como observadores. Él quisiera que
Dios separase radicalmente entre justos y malvados y
que los justos, como observadores, tuvieran una especie
de participación en la justicia castigadora de Dios, con lo
que podrían conocer con precisión cómo procede Dios
cuando castiga (1).
Luego sigue una larga descripción de todas las espe-
cies de crimen. En esto Job se distancia de Elifaz, que
lo ha caracterizado a él mismo como malvado. Elifaz
había enumerado los pecados que Job podría haber co-
metido. Job sabe todavía mucho mejor cómo son los
pecados, y alarga la lista. Pero en ningún caso para mez-
clarse de algún modo entre los pecadores. Al final, sin
embargo, constata que Dios no se preocupa de la acción
vergonzosa, que Él deja que ocurra todo sin participar.
Dios sabe ciertamente todo, lo ve, pero no se deja al-
canzar. Los pecados quedan sin castigo. Y por eso los
malvados pueden estar seguros de que Dios no interven-
drá, más aún: que Él no los ve, que la luz de Dios no
los toca (13ss.).
Y puesto que Dios no interviene, Job se siente mo-
vido a maldecir él mismo a los malvados. Indica cómo
deberían ser castigados. Hasta ahora ellos confiaban to-
davía en su vida, Dios tiene que privarles de ella (22).
En la cruz Dios da a los malvados que están contra Él
una vida más larga que a su Hijo. Solo Judas perece, los
demás sobreviven. Dios ha pensado los caminos de su

100
justicia y del castigo de una manera distinta a la que Job
quisiera proponerle. *

* En el texto de la Biblia en alemán que Adrienne expone, los


capítulos están ordenados en la manera antigua, sin los cambios
en el orden de los versículos que la crítica textual moderna en
alguna ocasión ha introducido. Además, cada participante en el
diálogo habla siempre a lo largo de un capítulo. Para el capítulo 25,
Adrienne sigue una traducción alemana insuficiente (N. del E.).

101
TERCER DISCURSO DE BILDAD

Job 25

L o curioso en este discurso es que el mundo pacífico


del cielo es confrontado con el mundo terreno y sus
horrores. Bildad no cree que Dios mismo pueda causar
estos horrores. Por decirlo así, solo puede dejar al mun-
do celestial influir en la tierra; lo horripilante solo puede
provenir de los hombres. Esto en oposición a la idea de
Dios que tiene Job, quien había dicho que Dios le había
hecho pesado el corazón.
Porque, ¿cómo puede el hombre afirmar su derecho
contra Dios? Ante Dios, está siempre en lo injusto, por-
que ha nacido impuro. Con este pensamiento, Bildad
busca consolar a Job refiriéndose a la luna y las estre-
llas. Pero incluso para él la impureza terrena no es ahora
un pecado personal, sino más bien un estado que se da
de una vez por todas. Las estrellas nos parecen puras,
pero a los ojos de Dios tampoco lo son. Y a partir de
ahí Job puede convencerse de que él mismo está carga-
do con toda clase de culpas ante Dios. Bildad admite la
posibilidad de ser culpable sin saberlo uno mismo, por
decirlo así, de pertenecer a los puros entre los impuros.
Él no hace reproche alguno a Job por esto; pero quisiera
llevarlo a ser consciente de su impureza.

102
RESPUESTA DE JOB

Job 26

J ob se burla del amigo que puede dar tan buenos


consejos al ignorante (3); no se deja tocar por sus
argumentos en lo más mínimo. Hubiera esperado for-
talecimiento y ayuda, pero no se vio nada de eso. ¿A
quién quería convertir Bildad con esas palabras? Parece
imposible que estuviera pensando en Job. Y puesto que
al fin y al cabo él era su amigo, debe haberlo guiado una
inspiración ajena.
Luego Job comienza a hablar de nuevo de Dios y de
su poder. Este poder él lo entiende ahora ante todo en
su extenderse a todas partes. No solo el destino indivi-
dual es moldeado y transformado por el poder de Dios,
sino el mundo entero (2ss.). Cielo y tierra son el ámbito
del despliegue de su poder, y también el infierno está
sin velos ante Él. Job no puede describir detalladamente
este infierno; como no puede hacer ninguna afirmación
sobre él, inmediatamente lo pone, por así decirlo, total-
mente al descubierto, como también va a los confines de
cielo y tierra, donde ya no es posible afirmar nada. Me-
diante lo indescriptible del infierno y de los confines del
mundo, Dios aparece tanto más poderoso. Todo lo que
antes siempre ha sido descrito verticalmente entre Dios
y el hombre individual, ahora pasa a una horizontalidad

103
infinita. Y si bien el poder de Dios domina sobre el mun-
do entero, su mano traspasó a la serpiente huidiza (13), con
una precisión en el detalle que es inaudita; y la serpiente
es el símbolo del pecado de los hombres, los cuales, sin
embargo, ya no son mentados. Ahora solo están ahí el
mundo y el pecado.
Una vez más, la Nueva Alianza no está lejos. Dios ha
creado el universo para que el hombre habite en él; pero
ahora este hombre ha como desaparecido. Es hora de que
Dios se dirija de nuevo al hombre, incluso de que cree un
hombre nuevo, para que pueda mostrar su poder no solo
en la amplitud inabarcable de la naturaleza y en el acto de
traspasar a la serpiente, sino también para que el mundo
sea de nuevo atractivo para el hombre. El poder de Dios
está siempre ahí, aunque el hombre haya renegado de Él
y la serpiente haga de las suyas. El mundo permanece
como una especie de desierto. Y esta amplitud y vacío
del mundo piden a gritos un cumplimiento. El hombre
tendría que poder estar en el mundo de nuevo como en
su casa. Por eso Dios debe intervenir.
Ya ha alzado su brazo para golpear a la serpiente. No
se retira a la amplitud inalcanzable del universo. Ven-
ciendo a la serpiente, Dios prepara un nuevo espacio
para el hombre. Pero Job concluye: estos son solo los fle-
cos de sus obras (14). Él es consciente de que, por mucho
que diera aún más rienda suelta a su fantasía, todo queda
siendo solo una intuición que nunca llegará a ser una
comprensión plena.

104
Job 27

Ahora Job parece querer hacer un pacto con Dios. ¡Vive


Dios!: Job dirá la verdad. Y esta verdad de Job está como
incluida en la verdad de Dios. Al principio le parece a
Job que esta constituye todo su ser. Mientras Dios viva,
Job defenderá su inocencia (5). La inocencia de Job no es
verdadera solo en él; por su invocación a Dios y por la
posición que le reserva a Dios, su inocencia es también
verdadera en Dios. Job crea en la justicia de Dios una
unidad que aúna en sí a Dios y a él, la verdad de Dios y
la de Job, que forman juntas una única verdad.
Y esto en oposición a los amigos; estos han caído fue-
ra de la unidad, constituyen una oposición estridente a
Dios y a Job (7ss.). Para separarse aún más claramente
de ellos, él los maldice: * se les debe tratar como a los
malvados, como a los impíos, porque son sus enemigos.
Al principio no dice que sus amigos se hayan entregado a
un modo de vida vicioso. Pero se siente tan traicionado
por ellos y ellos son tan ajenos a su comunión con Dios,
que no encuentra para ellos ningún otro lugar que no sea
junto a los malvados. Les amarga la alegría que podrían
tener en Dios. Dios no lo escuchará cuando grite, pero

* Los siguientes versículos no son atribuidos generalmente a Job


sino a uno de los amigos, quizá a Sofar. A partir del texto no es
evidente a quién pertenecen. Adrienne los expone como palabras
de Job (N. del E.).

105
tampoco sus amigos, ahora sus enemigos, se alegrarán
en Dios. Puesto que no están de su parte, deben expe-
rimentar el destino del aislamiento: fuera de la verdad
que une a Job con Dios.
Y quiere mostrarles qué aspecto tiene la acción de
Dios. Habla sobre cada pérdida que alcanza al malvado.
La mayor parte de lo que les cuenta está sacado de su
propio destino. Él mismo ha perdido a sus hijos, sus
bienes, su casa. Hace de su destino el destino reservado
para los pecadores. Pero este destino, que era el suyo,
ahora ya no parece amargarle, porque él está del lado de
la justicia de Dios y él mismo en realidad no sabe qué
reprocharse. Y, al fin y al cabo, son los inocentes los que
viven de las pérdidas de los malvados (17).
Después, una vez más, todo el hundimiento del peca-
dor junto con toda su casa: él no posee nada que pudiera
hacer resistencia, todo está condenado desde el princi-
pio a la ruina, debe huir de la mano de Dios como si
su muerte ahora fuera ya un castigo demasiado suave.
Debe aguantar cada humillación, ser un extraño en to-
das partes. Lo extraño es que en esta descripción de su
propio destino Job se olvida completamente de sí mis-
mo. Se ha puesto hasta tal punto del lado de Dios que
considera este destino del desnudamiento total como el
de los injustos.

106
EL OCULTAMIENTO DE LA SABIDURÍA

Job 28

E l hombre busca los tesoros escondidos en la tierra,


conoce los lugares para encontrarlos, indaga en ellos
hasta el fondo. Emprende todo para adquirir lo precia-
do, renunciando por ello incluso a su estabilidad, a su
seguridad (4). Llevarse a casa los tesoros es algo para él
más importante que una existencia sin ellos. Arriesga su
vida por ello. Los animales no conocen este afán que se
adentra en las profundidades de la tierra. Pero el hombre
no rehúye ninguna aventura para sacar a la luz lo que
está oculto.
Pero la sabiduría, la inteligencia, ¿dónde se la encuen-
tra? Como propiedades de Dios que Él comparte, son
contrapuestas a los tesoros. Job plantea la pregunta por-
que tendría que ser planteada por todos los hombres. La
mayoría preguntan por las piedras preciosas de la tierra;
él pregunta por lo esencial. Pero hace la pregunta desde
su humillación. Él ya no posee nada. Hace la pregunta
del joven rico, pero con la ventaja sobre el joven rico de
que a él todo le ha sido quitado, por lo que puede hacer
la pregunta con toda frescura.
El hombre no conoce el camino a la sabiduría. Porque
la sabiduría no habita en la tierra de los vivos (13), es decir,
en nuestro mundo. Se cree que está en el abismo, pero

107
el abismo dice: no está en mí (14). No en lo que Dios ha
separado de sí para crearlo. Tampoco está en el mar. Ni
en ninguna parte del reino de lo adquirible, de las cosas
que tienen valor de intercambio. Todas las minas, todo
lo que tiene poder adquisitivo, las pesas, todo lo que
el hombre conoce y usa para su vida, resulta ser inexis-
tente ante la sabiduría (13-19). Nada material le puede
servir como criterio ni le puede indicar el camino hacia
ella. Pero, ¿entonces, de dónde viene? Porque en algún
lugar debe tener su origen y su sede (20). No se duda
de que hay sabiduría e inteligencia. Se sabe demasiado
bien que existe, de modo que se está seguro de que tiene
un lugar propio. No es un concepto vago que estaría
por todas partes y en ninguna…, sino una realidad com-
pleta. Pero invisible y escondida. También el mundo
de los muertos sabe de ella solo por rumores; tampoco
los muertos dicen: ella habita con nosotros, nosotros
la conocemos (21-22).
Solo Dios su camino ha distinguido, solo Él conoce su
lugar (23). Porque su mirada llega hasta los confines del
mundo. Se tiene que poder abarcar todo para saber dón-
de mora la sabiduría. Porque está allí donde Dios ha
creado todo. Es decir, en Dios mismo. Él ha proporcio-
nado pruebas de su existencia en la creación por medio
de lo que Él mismo ha hecho. Por tanto, ha depositado
su sabiduría en estas pruebas: la sabiduría reside en el ser
del hombre, en el ser de la tierra, en el ser del mar. Pero
esta sabiduría solo puede encontrarse en relación con el

108
Creador. Quien no conoce a Dios no conoce los hilos
de sabiduría que unen a Él todo lo que Él ha creado.
Anteriormente, se decía que no había medida para me-
dir la sabiduría. Ahora se dice: la sabiduría reside en la
medida de Dios mismo. Y en cada cosa que Dios ha me-
dido está su sabiduría. En la fuerza del viento, en el peso
del agua, en la ley de la lluvia, en los caminos impuestos
a la tormenta. Todas estas cosas pueden ser medidas, y
esto revela que participan en la medida de Dios. Y Dios
dijo al hombre: El temor del Señor es la sabiduría (28). Dios
mismo no separa la sabiduría de su propio ser. Ella está,
por tanto, allí donde el hombre está vinculado con Dios,
así como antes estaba donde lo creado en general está
vinculado con Dios. Y la inteligencia, que pertenece a la
sabiduría, está en huir del mal, esto es, donde el hombre
permanece en el estado en el que puede temer a Dios.
Inteligencia y sabiduría son los dos hilos que llevan a
Dios, pero que en primer lugar vienen de Dios. Dios
vincula al hombre consigo mediante el regalo de la sabi-
duría y la inteligencia; si el hombre rompe los hilos, lo
pierde todo: pierde a Dios, pierde la medida de las cosas
y pierde su propia medida.

109
LAMENTO DE JOB: SU VIDA PRECEDENTE

Job 29

J ob lanza una mirada a su pasado. Desea que vuelva,


no se puede explayar lo suficiente en su descripción.
Al principio, en su casa había comunión con Dios. Dios
mismo le mostraba su participación cariñosa. A Job le
iban tan bien las cosas que deduce de ello que Dios le cui-
daba particularmente (4). Aquí Job tiene una idea muy
concreta de Dios: su bienestar material reflejaba por to-
das partes la presencia de Dios. Vivía con Dios como de
su mano. Había como una cadena: él en Dios, que lo
protegía, sus hijos en él, a los que él protegía.
Pero también le iba muy bien en la vida pública. Es-
taba rodeado por todas partes de estima y respeto (7ss.).
Esto está en relación con lo anterior: él respetaba a Dios
y Dios le amaba; y cuando al salir abre esta relación in-
terior, vuelve a encontrar, en cierto modo, la misma
estima, que ahora se le manifiesta. Es bienvenido en to-
das partes, toda clase de personas tienen debilidad por él
y le demuestran su estima.
Y no solo ha experimentado todo esto: él se refleja
en ello. Se hace una imagen de sí mismo en el pasado
que corresponde a lo que le manifestaban los demás. Ha-
bía, ante todo, personas de alto rango que lo apreciaban.
Pero por otra parte fue como un padre para los pobres

110
y abandonados. Ha hecho lo suficiente por ellos para
ganarse el respeto de los más elevados. La bendición del
moribundo subía hacia mí (13): esto muestra de nuevo la
relación con Dios. Y ya que todo era tan felizmente dis-
puesto, pensaba que poseería una hermosa vejez. No
veía ninguna posibilidad de que esto terminara. Desde
el pobre hasta Dios, todo estaba unido sin interrupción.
Finalmente, se contempla a sí mismo como desde fue-
ra para mostrar qué tranquila era su expectativa de una
felicidad duradera. Todo esto es muy veterotestamenta-
rio. En el Nuevo Testamento ese modo de hablar y esa
actitud sería pura instalación en lo terreno, sin la dispo-
nibilidad a dejarlo todo. Aquí tiene su justificación, en
la medida en que todo se consideraba como un signo de
la bendición de Dios.

111
LA MISERIA ACTUAL

Job 30

E stos más jóvenes, estos más ancianos, que entonces


eran para él demasiado viles para que él cultivara su
trato, ahora se ríen todos de él (1). Ahora él les resulta
más repugnante de lo que ellos eran entonces para él.
Job está ahora no solo en un escalón más bajo, como
ellos antes (2-8), sino definitivamente en el último, de
modo que no se alcanza a ver cuán honda ha sido su
caída. Desciende a lo que ya no se puede medir.
Esto está muy cerca de la pasión del Señor, que lo lle-
va al punto más bajo de la naturaleza humana, incluso
más profundamente, por debajo de la misma, a un esta-
do de deshonra que lo convierte en la cloaca de todo lo
humano. En el caso del Señor, la profundidad en la que
se hunde es tan inconmensurable para que la resurrec-
ción subsiguiente y toda la obra de la redención aparezca
tanto más luminosa.
El pueblo infame trata a Job como nadie se ha atre-
vido nunca. No tienen límites en su desprecio. Él se
siente completamente abandonado a su merced. Ellos
tienen todos los medios para llevarlo a la desesperación.
También aquí, de nuevo, un presentimiento de la bur-
la al Señor en la cruz: en las múltiples maneras en que
esta gente sabe procurarse acceso a Job para hacerle daño,

112
tenemos una imagen de las maneras por las que el pecado
sabe procurarse un acceso al sufrimiento del Señor. Y en
el caso de Job todavía se puede distinguir a las personas,
mientras que en la cruz finalmente todo desembocará en
el pecado universal anónimo.
Pero esto no es todo: Dios mismo lo tortura (19). Él
lo ha tirado en el fango. Casi como si Dios y los hombres
compartieran el papel de atormentar a Job, sin por eso
ser aliados. Job no ve a los hombres como encargados
por Dios; ellos están en algún lugar y Dios está en otro
completamente distinto. El ataque se dirige directamen-
te a lo más íntimo de Job: Traspasa el mal mis huesos (17),
y desde ahí hacia afuera. Los hombres entran desde fuera
hacia dentro. Pero Dios, para actuar eficazmente en el
hombre, toma su lugar en el interior de este. Que Dios
viva tan profundamente en Job es importante; es tam-
bién, de nuevo, un presagio de la Nueva Alianza, en la
que Dios establece su lugar en lo más íntimo del hom-
bre para obrar en él, quizá también para purificarlo y
edificarlo mediante sufrimientos que Él mismo impone.
Grito hacia Ti y Tú no me respondes. De nuevo la si-
tuación del Hijo en la cruz en su abandono. Se coloca
de tal manera ante Dios que Dios no puede pasarlo por
alto, pero no me haces caso (20). Se hace patente que Dios
no se interesa ya por su vida, que lo entrega a la muer-
te. Y esto es lo que manifiestamente Job teme más que
nada: no experimentar ya el restablecimiento de la jus-
ticia. Y como se está hundiendo, extiende la mano. En

113
la más extrema necesidad intenta alcanzar a Dios me-
diante su grito. Para obtener su misericordia, le muestra
cómo él mismo, Job, se ha comportado frente a los afli-
gidos (24s.). Discretamente, indica a Dios el camino, le
muestra cómo comportarse en un caso así. Y, al mismo
tiempo, describe su propia conducta una vez más para
que Dios vea lo bueno que era.
Finalmente, la pérdida de la esperanza: él, el justo, ha
perdido toda paz, me hierven las entrañas sin descanso (27).
Sus cantos se han convertido en amargos sollozos (31).

114
DEFENSA DE JOB

Job 31

J ob proclama por última vez su inocencia. No se ha


dejado inducir a la concupiscencia (1). No ha mentido
(5), ha tratado humanamente a sus siervos y siervas (13s.),
etc. Tampoco se ha dejado contagiar por los pecados
ajenos. Es puro, no tiene ninguna participación en el
pecado. Tampoco está dispuesto a cargar algo del mismo.
Describe el pecado que no ha cometido, y el castigo
correspondiente, que él tomaría sobre sí en el caso en
que se pudiera demostrar en su contra. Está dispuesto a
soportar lo que es justo, pero en una proporción para él
abarcable, mientras que ahora padece en bloque.
Job no quiere tener ninguna participación en la culpa
de los demás. Si su corazón se dejara seducir por una
mujer, otro debería unirse a su mujer; a ella no se le
pregunta, debería soportarlo. Ella forma parte de los
bienes del varón (9-10).
Donde quiera Job mire, no encuentra por ningún lado
un aliento de pecado. Tampoco ha ocultado nada: todo
lo que dice es verdadero. Si no fuera verdad, él se habría
escondido. Pero así quiere que al fin se le escuche. Avala
con su firma que todo es cierto. Ahora el Todopoderoso
puede darle una respuesta. Él ha terminado con todo lo
que tenía que decir. Incluso un libelo de su oponente

115
sería para él solo un honor (35), no podría contener nin-
guna incriminación.
Él mismo ha redactado la demanda con la que se pre-
senta ante Dios y tiene la sensación de que Dios hace sus
cuentas como él. Job no ha hablado al viento. Pero él
no puede ver el libelo de Dios. Solo está convencido de
que, si él pudiera penetrar totalmente la justicia de Dios
y tuviera en sus manos todas las notas de Dios sobre él,
todo se resolvería a su favor. Lograría una sentencia ab-
solutoria. Está lejos de pensar que Dios pueda juzgar de
forma diferente al hombre. O que quizá pueda utilizarlo
para algo que él no alcanza a ver.

116
LOS DISCURSOS DE ELIHÚ

Job 32

Y a por su intervención en el debate y luego por el


contenido de su discurso, Elihú ocupa una posición
especial. Él es más joven que los otros, y en su juventud
mira en una dirección nueva. No se avergüenza de hablar
siendo más joven, después de que ha cedido la debida
precedencia a los mayores. Solo toma la palabra cuando
estos ya no saben qué decir. Pero durante todos los dis-
cursos de ellos, ya sabía manifiestamente que habría de
hablar y que su palabra aportaría algo nuevo. Él está de
alguna manera un paso más cerca de la Nueva Alianza.
Los demás han enmudecido por sí mismos, no tienen
ya ningún argumento (15); pero las palabras de él deben
llevarlos a un silencio aún más profundo; lo que ellos
tenían que decir, a él le parece insignificante; él tiene
otras cosas que decir. Algo nuevo que no procede de la
experiencia de la vida, como la sabiduría de los mayo-
res, sino que me urge el Espíritu desde dentro (18). Él no ha
dado muerte en sí mismo al Espíritu, todavía este pue-
de valerse de él. Elihú se deja conducir por el Espíritu.
El vino nuevo fermenta en él y hace reventar los odres
nuevos (19). Debe hablar. No quiere sorprender a los
otros, les dice previamente que sonará algo distinto. No
quiere tomar partido por nadie, no quiere lisonjear, de

117
otro modo Dios acabaría con él. Tiene una idea precisa
de su encargo. Los otros tenían una especie de misión
ligada a la amistad, a la costumbre. Él no, él obedece
al Espíritu. Su tarea está en inmediata vinculación con
Dios, es obediencia directa.

Job 33

Ahora Elihú se vuelve hacia Job. Es él quien le importa.


Debe escuchar, y escuchar hasta el final. Porque Elihú
no se detendrá antes.
Comienza recordando a Job que los dos han sido crea-
dos por Dios y han recibido de Él la vida. Ambos han
sido hechos del mismo barro. Job debe tener confianza:
él es hombre como Job, es su prójimo. Ambos proceden
del mismo origen, son hermanos, aunque sus tareas sean
diferentes. Tras describir su tarea, quiere mostrar a Job
la suya (1-6). Pero para que Job confíe en él y crea en una
misión, que con certeza viene de Dios, primero se ha
presentado.
Luego le da su libertad. No debe tener miedo, no se
le oprimirá. Hablarán de hombre a hombre en la igual-
dad de derechos de dos que han recibido un encargo de
Dios (8a). Ha escuchado el lamento de Job: cómo Job se
ha caracterizado a sí mismo y cómo ha caracterizado a
Dios (8b-11). Cómo ha reconocido que su destino viene
de la mano de Dios y sin embargo ha definido a Dios
como su enemigo, porque ha visto en este destino un

118
castigo inmerecido. Es aquí donde Elihú interviene: en
esto no tienes razón. Y da el motivo: porque Dios es su-
perior al hombre (12). No se puede reñir con Dios. Solo
se puede reñir de igual a igual.
Dios tiene diferentes maneras de tratar con el hombre,
y su palabra puede ser percibida de modos muy distin-
tos. Uno podría, si quisiera, hacerle caso. De todo se
podría sacar una enseñanza, en todo se podría percibir
la palabra de Dios para darle alguna aplicación. Por eso,
el que conoce a Dios nunca puede decir que Dios no
le ha hablado. Todo puede ser entendido de modo que
tenga una relación con Dios. Y una relación, incluso,
que no es creada por el hombre, sino por Dios: Él es el
que habla. Esto está en fuerte contradicción con el sentir
de Job de haber sido abandonado por Dios. El hombre
no es abandonado, permanece siempre en relación con
Dios. Dios lo sostiene. Elihú mencionará solo algunas
de las formas en que Dios habla, lo que no quiere decir
que no admita otras (14).
En primer lugar, Elihú nombra los sueños. En ellos
Dios abre el oído del hombre. Un oído, que normalmen-
te está cerrado, que solo en el sueño está en condiciones
de percibir lo que Dios dice. En el sueño, el hombre está
separado, apartado, ya no es el que siempre tiene delante
algo que hacer, está en un estado de puro dejar-hacer.
Está indefenso. Aquí Dios lo agarra. Y esto para liberarlo
de su hacer. Le muestra en el sueño caminos transita-
bles hacia Él, caminos que no están sin relación con

119
lo que el hombre ha hecho anteriormente. A través de
esto también debe reconocer cómo puede apartarse de
sus malas acciones y de su orgullo y así librar su alma
de la fosa (15-18).
Solo entonces, en segundo lugar, Elihú menciona los
dolores en el lecho del enfermo. Esta manera de Dios
de hablar con nosotros amedrenta más que la primera.
Quizá la advertencia en el sueño no poseía para nosotros
ninguna realidad hasta ahora. En todo caso, ninguna tan
desconcertante. Y aceptar sencillamente el lecho de en-
fermo con todas sus penalidades es algo a lo que estamos
mucho menos inclinados. Elihú nos dice: estos dolores
tienen un sentido. Son un lenguaje de Dios. Los dolores
son, por tanto, advertencia. Si Elihú tiene razón, uno ya
no temerá ante ningún dolor, no se querrá sustraer de
ninguno, porque en ellos hay una palabra de Dios. La
enfermedad, como él la describe, corresponde aproxi-
madamente al sufrimiento de Job. Este ha descrito con
muchas palabras su estado, tal como lo vive desde den-
tro. Pero ahora Elihú retoma todo y le da un sentido
completamente distinto: es una palabra de Dios a Job.
Para reconocerlo, el que padece necesita de un media-
dor, de un ángel. Por este, él llega a conocer que en el
sufrimiento debe ser tan entregado como el que duerme.
El mensajero de Dios, uno entre mil, le debe explicar
el sentido del sufrimiento para que él no se oponga. Y
este ángel estaría dispuesto a acompañarlo hasta el in-
fierno (23s.). Intercede por él.

120
Gracias a esto encuentra el hombre un nuevo acceso
a Dios. Ha pagado el rescate de su alma (24): Dios ha to-
mado su sufrimiento como expiación. El rescate pagado
no consiste solo en el sufrimiento, sino ante todo en la
aceptación y el sí al sufrimiento, de modo que la voz
de Dios ha podido hacerse audible en él. Con esto se
inaugura una posibilidad de alcanzar una nueva vida real
(mientras que el hombre anteriormente tenía que ir in-
discriminadamente a la fosa), una vida en el sufrimiento,
una nueva juventud que de algún modo está más allá del
infierno. Más aún, el hombre en su nuevo estado incluso
verá a Dios (26).
En esto hay una mirada a la Nueva Alianza. No es
todavía la Nueva Alianza misma, porque no se pasa a
través de la muerte. Pero ya hay una reanimación de
la carne, la cual ha conocido un estado semejante al de
la muerte. Falta la muerte, pero no el paso a través del
dolor, ni el posterior acceso a una visión de Dios. El
hombre del Antiguo Testamento regresa a su pueblo; es
usado, por tanto, como testigo, testigo de la misericordia
de Dios. Allí hay uno que ha pecado, pero Dios no le ha
dado lo que merecía (27). De alguna manera, Elihú ve
ante sí una continuación de la vida en la tierra, pero en
una nueva juventud. Y esto puede acontecer dos veces,
tres veces, de modo que el tiempo de la vida del hombre
se prolonga (28). Donde no había ya ninguna esperanza,
hay una nueva esperanza (29-30).

121
Job 34

Elihú invita a los demás a prestar atención. Quisiera pre-


sentarles el «caso Job» y examinarlo junto con ellos (1-4).
En primer lugar, la afirmación de Job: Yo soy justo,
pero Dios me quita mi derecho (5). En esta breve fórmu-
la ha de resumirse la situación de Job, la confrontación
Dios-Job. Luego Elihú toma inmediatamente partido
contra Job: blasfema. Pues dice que de nada le sirve al
hombre vivir en amistad con Dios (9). Con ello Job niega
toda su relación con Dios. Y esto porque no ve recom-
pensado su supuesto no tener pecado. Porque está tan
seguro de sí mismo que todo lo demás ya no vale para
nada. Y si Dios habla un lenguaje distinto del suyo, no
quiere ni oír hablar de ello. Quien rechaza la amistad
de Dios, rechaza a Dios mismo. Elihú había mostrado
anteriormente cómo habla Dios en los acontecimientos
de la vida del hombre. Por las consecuencias que tienen
lugar en el que oye y se convierte, se puede ver que tie-
ne mucho sentido buscar la amistad de Dios y vivir en
ella. Así que Elihú tiene que rechazar completamente la
posición de Job (7-10).
Luego Elihú se centra en la justicia de Dios en su
providencia. Dios no puede actuar injustamente (10), no
puede torcer el derecho (12). La violación del derecho
que Job cree ver es imposible dada la esencia de Dios,
que está pendiente de cada criatura singular y, en su
omnipotencia, le da lo mejor y más justo para ella. El

122
hombre es libre dentro de esta providencia, pero Dios
según su conducta paga a cada uno (11), su justicia abarca
toda injusticia que el hombre pueda hacer.
Y Dios no hace esto desde lejos, ya que su aliento
anima al hombre desde dentro (14). La providencia no
está frente al mundo, sino que actúa eficazmente en él, el
mundo está en Dios. Esto está cerca de la Nueva Alianza,
es como una prefiguración de la eucaristía. El aliento de
Cristo vive en nuestro aliento. Como el Hijo nos regala
su cuerpo, así en la Antigua Alianza el Padre da parte en
su Espíritu para que el hombre pueda vivir. Si Él recogiera
su soplo, a una expiraría toda carne (14b-15). Lo que nos
distingue del polvo es el hecho de que el soplo de Dios
está en nosotros.
Y Dios demuestra ser justo en su providencia. Ama a
los justos en unidad con este amor a lo que es justo. Apli-
ca con tal seguridad el derecho, que no hace acepción de
personas y reprende incluso a los de alto rango, porque
ellos nunca pueden ser tan justos como Él. Todos son
igualmente obra de sus manos, Él vigila a todos con la
mirada (21).
El juicio de Dios no depende de nadie. Y Él vela por
todo, así que nadie puede acusarlo. Su omnipotencia es
tan grande que el derecho está de su lado desde el prin-
cipio. Y el hecho de que se revele y nos dé parte en su
aliento, muestra que su omnipotencia no es arbitrarie-
dad, sino que es idéntica a su justicia. La palabra amor
está cerca: no puede haber nada malo en Dios, puesto

123
que Él nos ha creado y no nos ha abandonado. Tene-
mos constantemente la prueba de que Él permanece con
nosotros.
Job debe pedir perdón a Dios por el mal que ha he-
cho; y si no lo tiene claro, entonces Dios debe mostrarle
dónde está (31s.). Primero hay que someterse a Dios,
solo entonces el sufrimiento puede cobrar sentido. Elihú
quisiera dejar claro a Job que su sufrimiento no puede
tener ningún valor expiatorio mientras él se rebele. Que
frente a Job Dios ha elegido una manera determinada
de hacerse percibir y que es asunto de Job aceptar este
camino. La actitud de dejar-hacer es la única que Dios
puede aceptar de Job. Una vez se haya sometido, todo
irá bien y también será capaz de entender.
Pero: eres tú el que decides, no yo (33b). Elihú desempeña
ahora el papel del ángel mediador de antes, que revela el
sentido del sufrimiento, para que después la vida pueda
florecer. Pero incluso el mensajero de Dios solo puede
señalar, no puede decidir en lugar de Job.
Y Job debe dar a conocer su decisión. Finalmente,
Elihú lo exhorta a hacer caso a su discurso, que hombres
sabios aprobarían.

Job 35

Job no puede ser justo si no se somete a la justicia de


Dios que actúa y repercute eficazmente dentro del mun-
do, o si piensa que su conducta, buena o mala, pueda

124
ser indiferente a Dios. Porque Dios quiere el bien en el
mundo, y aborrece el mal. Por lo tanto, no hay posibili-
dad de que el hombre adopte otro punto de vista que el
de Dios en lo que respecta a la justicia. Y para el justo es
provechoso ser justo, porque esto corresponde al ser y a
la revelación de Dios. Si Job no comprende esta utilidad,
se sitúa en contradicción con la enseñanza de Dios (1-2).
Elihú quisiera convertir tanto a Job como a sus ami-
gos. Puesto que los amigos son amigos, a pesar de sus
discursos él asume que, dado que ya no saben qué decir,
finalmente podrían aceptar el punto de vista de Job (4).
Job debe aprender de nuevo a mirar hacia el cielo (5), a
contemplar la verdad de Dios como es en Dios, en lugar
de considerar siempre y solo cómo ella se refleja en él
mismo: separada de Dios, por así decirlo, y finalmente,
completamente alejada de Dios por la reflexión humana.
Él debe apartar la mirada de sí mismo y mirar hacia la
verdad de Dios, allí donde esa está.
Luego dice Elihú algo muy cercano a la Nueva Alian-
za: Job debe considerar su bien y su mal desde el punto
de vista de su prójimo. El provecho y el daño de nuestros
actos se manifiestan en el prójimo (8). Pues Dios mismo
no parece poder perder ni ganar nada por nuestras accio-
nes (6-7). Lo que la criatura hace, repercute en primer
lugar en la criatura. Es extraño cómo Elihú inicialmente
excluye tanto a Dios como a Job de la conducta de Job:
Dios es intangible, no se enriquece ni se empobrece a
través del hombre. Lo que Job podría hacerse a sí mismo

125
por su pecado de momento queda fuera de considera-
ción. Dios y Job son puestos aparte juntos. El camino
que se toma pasa por el prójimo. Este es importante:
de alguna manera, también Dios está escondidamente
implicado por el daño al prójimo, criatura de Dios.
Luego el camino hacia Dios (10 ss.). El hombre se la-
menta, pero no busca a Dios ni le está agradecido por
lo que le ha regalado, de antemano a todo el cúmulo
de sufrimiento. Mi hacedor, que nos da cantos de alegría en
la noche: todo lo que ilumina la noche, todas nuestras
alegrías. Una y otra vez olvidamos estas alegrías para
solo lamentarnos. Y, sin embargo, el gran don del ser y
del ser lo que somos proviene de Él.
No es verdad que Dios no cuide a sus criaturas y que
no atienda sus ruegos. Él es el que se ocupa de nosotros,
lo sepamos o no. Y todos los hombres deberían saber-
lo: todo depende de Dios. No es posible que tengamos
razón contra Él, porque somos nosotros en realidad los
que venimos de Él y Él nos ha dado de su justicia, que
reside en Él. Este es el conocimiento más profundo de
Elihú, por eso se indigna ante la arrogancia de Job, que
se atribuye derechos en su rebelión contra Dios.

Job 36

Elihú se presenta como un hombre de un conocimiento


claro, de una objetividad perfecta, y exige escucha atenta.

126
Conoce a Dios y conoce a Job. Tal vez los amigos se han
dejado influenciar por su relación de amistad y se han
dejado conmover por las palabras de Job.
Él quiere defender la causa de Dios (2-3), y eso a partir
de Dios. La justicia de Dios conduce a los hombres con
una correa larga, por así decirlo; su justicia tiene una
escala grande de posibilidades en su providencia, pero
finalmente siempre se impone. A los pobres y oprimi-
dos, que no pueden procurarse la justicia para sí mismos,
Dios les ayuda a hacer valer su derecho, mientras que los
poderosos que se engríen, con su humillación reciben lo
merecido. Si ellos, estos poderosos, permanecen abiertos
al derecho de Dios, si permanecen dóciles a su adverten-
cia, entonces Dios les permite participar también en su
derecho divino (10-11). De lo contrario, son abandona-
dos. Así que nadie se puede gloriar de un derecho que no
viniera de Dios, y nadie se puede calificar de plenamente
justo ante Dios. Pero para los poderosos lo importante
es que el tiempo de su humillación es el tiempo favora-
ble en el que pueden escuchar la advertencia de Dios.
Él obra ciertamente en las acciones de ellos, en la medi-
da en que reconocen a Dios el derecho supremo, pero
obra también en la contemplación de ellos, y allí obra
en ellos mismos. Si ellos escuchan Su palabra, pueden
seguir obrando. El tiempo de la desgracia se convierte
para ellos en un tiempo de reflexión, de «elección».
Resumiendo (15): el miserable es salvado precisamen-
te a través de su miseria. Por tanto, el sufrimiento tiene

127
un sentido que no se puede encontrar en ningún otro
lugar. Existe esta particular voz de Dios, para la que solo
el sufrimiento nos abre bien los oídos. Aquí el sufrimien-
to de Cristo está muy cerca. Él llegará a ser el arquetipo
perfecto de lo que Elihú quiere decir.
También a ti te arrancará de las fauces de la angustia (16).
Lo cual suena como una profecía para Job. Y esto in-
mediatamente después de la explicación del sentido del
sufrimiento. Si es verdad que la noche del sufrimiento
es de provecho, entonces el hombre también debe po-
der tener una esperanza de comprender este provecho y
tener parte en él.
Luego siguen las advertencias: el dolor no ha de llevar
a la blasfemia. Job ya no ha de persistir en la acusación;
si lo hace, se aparta de Dios en el momento en que Dios
le habla con más insistencia. Que ni el copioso soborno te
extravíe (18). Ya no debe dejarse extraviar por falsas justi-
cias –tampoco por la propia–. Cualquier alejamiento de
la justicia de Dios puede volver a arrojarlo a la prueba
por la que está pasando ahora.
Finalmente, Elihú entona un canto de alabanza a la
omnipotencia y la sabiduría de Dios. Dios es tan grande,
tan elevado por encima de los hombres, que nadie puede
pedirle cuentas (23). Él es esencialmente por encima de
nuestro entendimiento (26). No haber entendido esto
ha sido la falta más grave de Job. Elihú remite todo al
poder de Dios; no presume de haber despejado con su
explicación toda la oscuridad.

128
Job 37

Prosigue la descripción del poder de Dios en la naturale-


za. Impotencia del hombre frente a esta omnipotencia
de Dios. Todo se mide por las cosas que el hombre ex-
perimenta, que debe aceptar. Él reconoce en ellas las
consecuencias y efectos del gobierno de Dios, que en sí
mismo no se puede percibir. Los fenómenos naturales
que vienen del cielo se hacen cada vez más intensos, la
tierra es alcanzada de forma cada vez más sensible por
ellos, y el hombre siente las consecuencias de este impac-
to de lo celeste en el mundo que él habita.
Luego la amonestación a Job para que recapacite con-
templando las acciones de Dios. Él no debe preguntar si
entiende cómo realiza Dios todo esto, si su entendimien-
to es suficiente para inferir algo de la sabiduría de Dios a
partir de los efectos, si puede de alguna manera compren-
der las obras de Dios. Cuanto más se ensalza el poder de
Dios, tanto más impotente aparece el hombre (14-18).
También hay obras de Dios de las que el hombre no
tiene idea. Dios puede ocultarse en lo inaccesible (23).
Como comparación sirve el ocultamiento del sol detrás
de las nubes. Job no debe atenerse solo a las maravillas
visibles de Dios, sino no menos a las invisibles. Tampoco
detrás de las nubes deja Dios de obrar, incluso cuando
nosotros no sabemos nada de ello. Job debería aprender
de estas palabras a perseverar ante Dios, despreocupado
por su propio destino, en la fe y la admiración. Al igual

129
que el viento del norte disipa las nubes, solo hace falta muy
poco para que las maravillas de Dios se hagan de nuevo
visibles (21s.).
Finalmente, el inclinarse con reverencia ante Dios.
Todo espíritu dotado de razón debería llegar a la misma
alabanza como Elihú. En este himno se expresan una
auténtica entrega, una verdadera renuncia a todo lo pro-
pio y pobreza en el espíritu. De todas estas necesitamos
porque, sin temor de Dios, Él no se nos manifiesta.

130
LOS DISCURSOS DE DIOS

Job 38

D ios mismo toma la palabra. Él muestra su poder,


como Elihú y los otros lo han hecho, pero con mu-
cha mayor superioridad y en toda la multiplicidad que
le corresponde. Él muestra ante todo la ley que rige por
todas partes en la creación, que Él ha puesto en ella y a
la que Él se atiene. No solo ha esparcido cosas bellas por
aquí y por allí, sino que ha provisto a todos los seres de
leyes, medidas, límites, desarrollos, todo esto para que el
mundo siga adelante. Si los hombres intentan compren-
der poco a poco estas leyes, y en parte las comprenden
realmente, se encuentran siempre con el Legislador, que
al mismo tiempo crea, sostiene y guía. Todo el afán y
el esfuerzo de los hombres, el moral y el racional, debe
siempre e ineludiblemente reconducir a Dios. El hombre
puede ejercitar su intelecto en las cosas creadas por Dios,
pero este ejercicio no puede alejarlo de Dios. Pues nunca
llega a conocer hasta el final ninguna de las cosas que
proceden de Dios. Nunca llega al final de su búsqueda,
solo puede penetrar cada vez más profundamente para
encontrarse con nuevas leyes del Creador.
Todo el discurso de Dios desarrolla una poderosa vi-
sión de los muchos caminos que Él nos abre para que
lleguemos por ellos a una comprensión. Es como si Dios

131
quisiera suscitar una especie de entusiasmo. Cada uno
encuentra en estas descripciones algo que ya ha notado,
que quisiera seguir persiguiendo; luego toda la red lanza-
da es recogida hacia Dios y con ella todos los que buscan.
Después de que tanto se ha hablado de justicia e injus-
ticia de los hombres, ahora Dios recuerda simplemente
sus leyes, las cuales no tienen nada que ver con eso, que
sencillamente han llegado a existir por Él y se desarro-
llan en Él. Más allá de los problemas morales que son
tratados entre los hombres. Dios habla completamente
desde arriba. Con divina ironía. Pues Job había creído
poder penetrar el ser y las intenciones de Dios.

Job 39

Ahora vienen los animales. También aquí Dios muestra


las leyes que ha puesto en ellos. Y aunque el hombre
descubra algunas de estas leyes, nunca las descubre todas.
Conoce unas pocas características, no más. Y los mu-
chos animales muestran la variedad del obrar de Dios.
Dios precede al hombre desde siempre. Ha preguntado
a Job si estaba presente en la creación. Además, aquí no
se dice en ningún lugar que los animales deben servir al
hombre. Casi solo se enumeran los animales salvajes que
han permanecido sin relación con los hombres. No se
habla de lo que el hombre en el Paraíso habría podido
hacer con estos animales, ni de hasta qué punto habría

132
podido penetrar en las leyes de la creación descritas an-
teriormente. Aquí, en la descripción de los animales, se
muestran verdaderas derrotas del hombre. Ni siquiera
ha dominado la naturaleza, no reina sobre ella. Incluso
cuando se menciona el caballo y se dice que los caballos
prestan su fuerza al hombre, se subraya más bien que no
es el hombre el que les ha dado esta fuerza, y que esta
misma es, por diversos motivos, superior al hombre. El
hombre debe reconocer su impotencia incluso allí donde
cree ser poderoso, mientras que, en los otros ejemplos
precedentes, sabe por anticipado que fracasa.
Elihú y los demás dejaban presentir la omnipoten-
cia de Dios en una especie de vaguedad: es algo muy
grande, siempre más grande… Pero en la actual confron-
tación Dios lanza preguntas muy concretas. De hecho,
un número infinito de preguntas, cada una de las cua-
les demuestra que el hombre no basta. ¿Por qué, por
ejemplo, el avestruz no se preocupa de sus huevos? ¿Por
qué Dios interrumpe aquí su ley y no da a este animal
ninguna sabiduría? Y, sin embargo, es más rápido que
un jinete, de modo que, de nuevo, parece tener algo de
comprensión…

Job 40

¿Es que Job sigue teniendo ganas de juzgar? Había de-


clarado, sin embargo, que quería hablar seriamente con

133
Dios y discutir con Él; más aún, había dicho que Dios
se dejaría determinar por él si el diálogo tenía lugar al-
guna vez. Y ahora es como si Dios se hubiera puesto a
disposición de Job como partner para el juicio. Pero an-
tes de que este comience, Dios se da a conocer como es.
Job debe saber con quién está tratando. Antes los partner
eran desiguales: Dios sabía desde siempre quién era Job,
mientras que Job tal vez había olvidado, en su desgracia,
quién es Dios. Así que ahora Dios ha aclarado las cosas.
Y ahora convoca a Job. El que acusa a Dios, debe tam-
bién rendir cuentas (1). Las meras acusaciones no bastan.
Dios responde. «Llamad y se os abrirá». A la larga, Dios
no deja a nadie sin respuesta.
Job responde (4) y admite su impotencia. Es demasia-
do pequeño ante Dios para ponerse a litigar con Él. Se da
por vencido a pesar de sus acusaciones. Dice: He habla-
do una y dos veces, pero ahora se acabó, ya no insistiré (5).
La comprensión no le ha venido gracias a los distintos
discursos de los amigos, sino solo al reconocer la om-
nipotencia de Dios por medio de Dios mismo. Dios sólo
tenía que mostrarse para triunfar completamente sobre
Job. La palabra de Dios ha tocado a Job en lo más pro-
fundo. Job no describe el camino de su transformación
interior. Mientras Dios hablaba, esta transformación se
ha realizado patentemente en él y lo ha hecho capaz de
entender. No es una victoria obtenida por la lucha, por
la imposición, sino una victoria de la comprensión más
grande sobre la más pequeña.

134
Y, además, Dios habla con Job como si no le hubiera
pasado nada. Cuando Él ironiza sobre Job, no se percibe
nada de un amor personal, tampoco que Job es un hom-
bre profundamente desgraciado al que Dios ha quitado
todo. Job es un hombre como los demás, quizá el que
era antes, antes de que ocurriera la desgracia. Dios domi-
na sobre los tiempos como quiere. Puede hacer como si
nada hubiera pasado. Puede hacer desaparecer el tiempo.
Puede olvidar y hacer olvidar. Esto pertenece a su poder.
Él ha creado todos los presupuestos para el pleito con
Job, ¡y ahora actúa como si no hubiera pasado nada! ¡Se
acabó! Como si nunca hubiera existido. Quizá también
Job se esté dando cuenta de todo esto. Él tendría ahora
la ocasión de reclamar su derecho, pero quizá todo lo
sufrido le resulta ahora como una historia envejecida y
superada. Quizá todo su haber sufrido y todo su haberse
alzado en rebelión le parece como irreal. Como si para
Dios todo hubiera sido un experimento.
Después de la crucifixión del Señor, este experimen-
tar de Dios se convertirá en algo muy distinto. El creyen-
te entonces tendrá ante sí al Dios hecho hombre y sabrá
que toda cruz termina en la resurrección. Aquí no hay
nada de eso. A pesar de que toda la situación recuerde
fuertemente a San Ignacio: Job ha de estar simplemente
como Dios quiere que esté. El superior ha dispuesto algo,
luego dispone otra cosa, no se puede ni siquiera suponer
que haya olvidado lo primero; y, sin embargo, ahora es
simplemente así. ¿Está Job ahora tan absorbido por el

135
poder de Dios que se olvida totalmente de su propio
problema? ¿Acaso este se ha vuelto algo sin importancia
para él?
Dios lo llama una vez más. Él quiere hacerse discípulo
de Job. Dios, que habla desde la más alta omnipotencia
que puede mostrar, lo interroga como se hace con un
maestro. ¿Me declararás culpable para hacer valer tus
derechos? ¿Tiene Job por sí mismo derecho a tener razón
ante Dios? ¿Puede Job establecer un orden cuyo núcleo
resida en él mismo, y construir desde ahí nuevamente el
orden de Dios?
Luego le pregunta algunas cosillas: ¿puede Job esto o
aquello como Dios puede? ¿O dispone de posibilidades
que pueden compararse con las de Dios? Como si el de-
recho de pleitear con Dios dependiera de lo que puede el
hombre Job. Dios parte ahora de Job para dar un nuevo
rostro a su propio poder. Antes ha mostrado su poder
más en lo que Él puede y realiza según su propio ser.
Ahora vincula más su poder a su persona divina, pero
dando un rodeo. Se presenta a Job una situación después
de otra, como uno se prueba vestidos, para que él, en
virtud de lo que no tiene, una vez más entienda mejor
que Dios tiene todo.
Dios toma una de sus criaturas: el hipopótamo. Con
este se debe comparar Job. Al fin y al cabo, no es más que
un animal creado por Dios. Dios parece complacerse en
alabar todo lo que ha otorgado al hipopótamo y no al
hombre, Job debe tolerar ser comparado con esta bestia

136
y salir perdiendo. Anteriormente Dios había mostrado
cómo Él domina el torrente de agua y qué miedo sienten
los hombres por el poder del mismo. Y ahora Él ha he-
cho una criatura que no debe temer al torrente de agua.
No hay ningún hombre que pueda con esta criatura. Job
es muy débil comparado con este ser.
Luego el cocodrilo. ¿Puede el hombre domesticarlo,
atraparlo con un anzuelo…? Las preguntas apuntan a lo
ridículo. Dios rebaja hasta lo infinito la inteligencia de
Job, como si no tuviera ninguna. ¡Que a uno se le pudie-
ra ocurrir la idea atar un cocodrilo con una cuerda para
divertir a niñas pequeñas! Como si Job tuviera las ideas
más abstrusas. Y si Job quisiera interrumpir exclamando:
¡No, tan tonto no soy!, Dios no tardaría en demostrárse-
lo: Sí tú eres tan tonto porque has tenido la idea mucho
más abstrusa de pleitear con Dios. Como si Job estuviera
totalmente liquidado para Dios, como si se hubiera com-
portado tan tontamente que no basta lo más tonto para
describir su conducta. Como si él por su pretensión se
hubiera comprometido por los tiempos eternos. Como
si no existiera punto de comparación para describir su
ridiculez. Job se derrite hasta llegar a ser un punto invisi-
ble ante Dios. No queda nada de él. No es solo que Dios
sea infinitamente más grande que Job en lo sobrenatu-
ral; es también que Job está completamente disminuido
en lo natural, en lo que es: comparado con los animales
no es nada; comparado con la naturaleza no es nada; su
inteligencia y sus capacidades no son nada.

137
Ante esta situación hay que decir que ya es hora, no
solo para el hombre sino también para Dios, de que ven-
ga el Dios-Hombre, el Salvador.

Job 41

En el fondo, todas esas formas de atrapar al cocodrilo


son, ocultamente, las maneras en las que Job ha preten-
dido hacer que Dios le sea sumiso y se doblegue a él. El
monstruo se convierte en una imagen de Dios. Ya ante-
riormente las leyes divinas en la naturaleza y en los ani-
males evocaban la presencia de Dios. Ahora que el hom-
bre debe capitular ante el animal poderoso, este recibe la
fuerza de un símbolo de Dios. Job debe reconocer que
en esta imagen Dios se refería a sí mismo (40,28). En la
imagen del animal se le pone ante un espejo: «Sí, después
de todo, realmente soy así de tonto. Debo admitirlo».
Es extraño que aquí Dios «se haga animal», por así
decirlo, antes de hacerse hombre. Lo hace para humi-
llación de Job. Quiere hacerlo a fondo; vuelve una vez
más al cocodrilo y lo sigue describiendo. Como si no
pudiera dejar de mirar el lujo de detalles que ha puesto
en el animal. «Mencionaré también sus miembros, habla-
ré de su fuerza incomparable» (4). Primero es descrito en
su tranquilidad: los miembros magníficos, la coraza, las
fauces, el dorso con sus escamas y surcos. Todo está per-
fectamente configurado y es tan poderoso que nadie se

138
atreve a acercarse, nadie puede penetrar en el interior.
Luego se muestra todo lo que puede el animal. Todo
tipo de atrocidades que mantienen a raya para siempre
al que tuviera el valor de tener trato con él. Tampoco
se le puede obligar a huir. Se queda ahí y ocupa exacta-
mente el lugar que se ha propuesto. Y mira con desdén
al fuerte, es el rey de todos los hijos del orgullo (26).
En la Antigua Alianza lo horrible deviene una ima-
gen sintomática de la expectativa de la salvación. Esta
expectativa se hace tanto más urgente cuanto más crecen
los terrores. De alguna manera, mediante todo esto el
Salvador es conjurado a aparecer. Y Job es purificado
por estos terrores.

139
ÚLTIMA RESPUESTA DE JOB Y EPÍLOGO

Job 42

J ob renuncia al pleito. Ya no, como antes, solo por


humildad, por impotencia, por la impresión sobreco-
gedora de la distancia entre él y Dios, sino porque Dios
es realmente demasiado maravilloso. Y él comprende
que Dios lo ha introducido mediante el sufrimiento en
algo absolutamente maravilloso. Algo demasiado ma-
ravilloso para que hubiera podido comprenderlo. Su
justicia anterior no habría bastado para prepararlo a la
aparición de Dios, tal como se manifiesta ahora. El sufri-
miento, así como la acción eficaz de Dios que reside en
el sufrimiento, eran necesarios. Antes, su comprensión
estaba ligada a su idea de Dios. Él conocía a Dios solo de
oídas (5). Luego aprendió a conocer a Dios en su sufri-
miento, pero sin comprenderlo. Y ahora, cuando Dios
habla con él, todo salta por los aires. Todo es nuevo, en
realidad puro don, de modo que su actual sometimiento
se distingue del anterior, cuando él era un justo. Ahora
reconoce que el derecho de Dios es más grande. Ahora
Job está muy cerca de un sometimiento por amor. Ha re-
corrido tres estadios: 1. El justo está ante el Dios justo. 2.
Job es humillado del modo más profundo. 3. Mediante
esto, Job es preparado para el pleno reconocimiento de
Dios. Y ahora, para ser partícipe de la nueva gracia, no

140
necesita medir justicia con justicia, ni la distancia, sino
simplemente arrepentirse y reconocer la admirabilidad
de Dios. Es como un arrepentimiento en una confesión
bien hecha. Job se arrepiente en verdad tanto de su justi-
cia anterior como de su rebelión contra Dios. Confiesa,
por decirlo así, simplemente la distancia. Además, ya
no confiesa solo como uno que ha sido humillado, sino
como uno al que se le concedió ver a Dios. La distancia
es ciertamente también su culpa, pero es todavía más: es
su no poder seguir. Como si su comprensión hasta ahora
hubiera sido demasiado humana. Él se la ha apropiado
humanamente. Ahora, cuando ha visto a Dios, ve la dis-
tancia de modo distinto, concreto, por experiencia; sabe
ahora que hay mucho que le sigue siendo incomprensi-
ble. Antes era una humillación para él el hecho de que
no entendiera. Ahora de alguna manera la humillación
es superada por lo admirable de Dios. La humillación
queda atrás. Ahora hay espacio para la gracia.
Con toda la prueba de Job, Dios ha abierto el camino
de Cristo, el camino de la pasión; ha dado por primera
vez un sentido al sufrimiento. Y, en verdad, al co-sufrir
de los hombres, aun antes de que el Hijo haya padecido.
Como Juan el Bautista es el precursor del Señor, así tam-
bién Job. Y quizá en toda esta prueba Dios Padre hable
más con el Hijo que con Job. Quizá esté mostrando al
Hijo cómo por el sufrimiento ha crecido la comprensión
de Dios, y le revele en un cierto sentido la utilidad de
su futura pasión. Esta nunca se agotará en sí misma; no

141
solo es ofrecida al Padre como expiación por muchos,
sino que trasladará a otros hombres al corazón de esta
gracia de la pasión y les permitirá, junto con el Hijo que
padece, comprender mejor al Padre. Les permitirá verlo,
donde antes solo lo conocían de oídas.
Como un médico se rasguña por cariño a un niño
que tiene miedo de una pequeña herida, para animar
al niño y mostrarle que «no pasa nada», así Dios Padre
anima al Hijo a padecer, mostrándole en Job que sufrir
es provechoso. Y animará a los hombres mostrándoles
al Hijo. Job es un conejillo de indias: abre el camino
al Hijo y a los que siguen al Hijo. Y cada vez todo se
termina con la visión del Padre.

Luego Dios se vuelve a los tres amigos y los reprende


(7-9): No habéis hablado con verdad de mí, como mi siervo
Job. Así pues, Job ha hablado como correspondía a lo
que esperaba Dios, y se ha ganado por su conducta el fa-
vor de Dios. Sin embargo, no se sabe si Dios justifica los
discursos de Job porque el conjunto total ha salido bien.
Es suficiente con que Job al final haya sido trasladado a
una especie de actitud de confesión y acto seguido Dios
lo acoja en la gracia, ya no lo considere como un alejado,
sino como al que ha llamado de nuevo a sí, que está per-
fectamente en orden con Él, que siente y experimenta
toda su admirabilidad. Además, fue Dios quien asumió
desde el principio la responsabilidad de toda la prueba
de Job, y no encargó a los amigos que completaran esta

142
prueba a su gusto. Puesto que han actuado injustamente
respecto de Job, pueden volver a entrar en la gracia divi-
na solo por medio de la intercesión de Job. Por tanto, Job
ha recibido por su conducta una posibilidad de recondu-
cir a sus amigos a Dios, y esto por expresa orden de Dios.
No se sabe cómo ha tratado Dios a los amigos antes
de que ellos hablaran con Job, si acaso necesitaban ya
entonces de la intercesión. Lo cierto es que ahora solo
mediante esta intercesión pueden ellos volver a la gracia
de Dios.
Y a Job ni siquiera se le pide su opinión. Ha sufrido,
y en ello Dios ve la garantía de que hará lo que se le
manda. Así que Job está en medio de una misión: recon-
ciliar a sus amigos con Dios… Hasta tal punto está en
ella que Dios le da la misión sin recabar explícitamente
su consentimiento. También en esto hay algo que señala
por anticipado hacia el Hijo. Así como Job con su mi-
sión reconducirá a unos pocos, así el Hijo con la suya
reconducirá a todos. Y al Hijo tampoco se le pedirá su
consentimiento una vez que esté en la tierra; su sí al Pa-
dre vale para toda su vida en la tierra, como vale para
todo en el cielo. El hecho de que Job haya visto la ad-
mirabilidad de Dios, autoriza a Dios a darle en adelante
tareas sin preguntarle. Él solo le indicará lo que ha de
hacer, porque la admirabilidad de Dios sigue actuando
en él. Job podrá reconducir a los amigos como fruto de
su sufrimiento. Pero los amigos deben saber cómo se
han alejado y que solo por Job se les ofrece la ocasión de

143
reconciliarse con Dios. Dios les muestra cómo se puede
recuperar la gracia.
Ellos deben ofrecer un sacrificio por sí mismos como
signo de su conformidad. No basta con que Job rue-
gue por ellos. Ellos mismos deben colaborar, realizar
una obra, si quieren recibir la gracia de la reconciliación.
Debe costarles algo. (Muy católico). Acerca de Elihú no
se dice nada. Se le hace simplemente pasar el umbral
junto con el resto, no necesita de ninguna expiación
especial.
Aparentemente, los amigos han hablado lo mejor que
han podido. Pero vinculados a lo humano. Se han com-
portado de algún modo como si fueran ellos mismos
los administradores de la gracia. Hasta el momento en
que Job ve y comprende qué admirable es Dios, todo
queda dentro de un sistema de medidas humanamente
delimitado. Solo entonces se hace explotar todo. Esta
explosión del concepto de Dios es un preludio de la ex-
plosión más grande que el Hijo llevará a efecto. Job está
en los albores del siempre-más de Dios.
Dios borra todo lo que Job ha hecho de injusto, por-
que al final él se arrepiente y dobla la rodilla ante Dios.
Es realmente una confesión. Quien acaba de confesarse
está en un nuevo estado de agregación. El que acaba de
confesarse es un santo. Así que también Job es ahora un
santo, cuya intercesión por los demás Dios escucha.
El destino de Job es transformado mientras Job inter-
cede. Mientras no está ocupado consigo mismo, sino con

144
los demás. Porque él está ahora en perfecta obediencia.
Ha asumido la tarea de Dios de orar por los amigos, no
hace otra cosa sino lo que Dios requiere de él, no pre-
senta ninguna objeción, tampoco dice, por ejemplo, que
necesita el favor de Dios para alcanzar sus antiguas po-
sesiones, sino que en humildad no hace otra cosa sino
lo que Dios quiere de él. Dios aprovecha precisamente
ese tiempo en el que Job no cultiva ninguna expectativa
para sí mismo, para cambiar su destino.
Dios le devuelve el doble de todo lo que había poseí-
do. Como signo de que cuando Dios regala su gracia,
siempre la regala con sobreabundancia. La justicia de
Dios tiene ahora un rostro completamente diferente a
los ojos de Job. Es una justicia del exceso, precursora de
esa justicia de Dios en la Nueva Alianza, que consiste en
pura gracia. En el caso de Job todavía se puede medir: él
ha perdido esto y aquello, y ha recibido precisamente el
doble. Después de la venida del Hijo, ese medir será su-
primido. La gracia será simplemente «más». Y solo Dios
sabe cuánto es este más.
Primero vienen todos sus parientes y antiguos cono-
cidos, le consuelan y le hacen regalos. Puesto que Job
es un hombre entre los hombres, y Dios justamente le
había quitado el respeto de los hombres, le da primero
lo que por gracia de Dios sus semejantes pueden dar:
respeto, regalos. Se le restablece, tal como él es, en los
derechos y alegrías que antes poseía, así que los parientes
y conocidos mismos participan en la rehabilitación de

145
Job y son como reeducados por medio del destino pre-
cedente de Job. Ellos deben consolarlo, traer sus regalos,
para ser capaces de relacionarse con el nuevo Job, y con
ello ser transformados interiormente.
Luego el Señor le da de nuevo hijos y posesiones. Y
finalmente le da lo más esencial: el tiempo para disfru-
tarlo todo. Antes Job pensaba que había llegado al final
de sus días. Ahora recibe un nuevo futuro junto con res-
peto y posesiones. Con el nuevo plazo que se le dona,
toda la cuestión de la muerte y de su relación con el in-
fierno es relegada a un futuro lejano. Ya no es algo actual.
También esto es un paso hacia la Nueva Alianza. Job no
puede recibir la salvación completa como el Hijo nos la
merecerá, pero recibe la vida como él la desea, lo mejor
que puede desear: una vida larga y feliz. Y ciertamente
también una alegría tan grande por todo lo que Dios le
ha dado, que aun al morir sabrá que Dios es mucho más
grande. Tampoco en la muerte ya litigará con Dios, sino
que todo, también la muerte y el infierno, lo dejará en
manos de su gracia.

146
APÉNDICE
MÍSTICA AL ESTILO DE JOB
EN EL NUEVO TESTAMENTO

S i Dios en la Nueva Alianza privara a una persona


tan completamente de toda gracia sensible como lo
hizo con Job, esa persona debería tener, a igualdad de
fe dejada en depósito en Dios, de obediencia, etc., una
visión del infierno.
Y lo corpóreo ( Job está cubierto de úlceras) no sería
ya mediación, no sería ya Iglesia, no sería ya ocasión para
algún cumplimiento de la voluntad de Dios, sino experi-
mentable solo como una alienación de Dios, que tal vez
no sería realizada conscientemente, pero se haría patente
al espíritu. Como presupuesto, de nuevo, habría una de-
cisión primaria de Dios de conceder poder al demonio
en mi existencia: yo estaría distanciado de Dios, mi ex-
pectativa respecto de Dios sería incumplida, yo no sabría
que mi fe está depositada en Dios, y así la alienación ten-
dría el carácter de una ruptura definitiva. Para que esa
ruptura fuera total, debería atravesarme por la mitad; mi
cuerpo sería incluido como expresión de mi ser creado,
pero también como expresión de mi ser esposa, de mi
pertenencia a Dios, de mi capacidad de concebir fruto
por Él, de cargarlo y de devolvérselo. Entonces yo re-
negaría de este cuerpo mío, quizá sin reflexión, porque
habría quedado privado de toda finalidad. Y entonces ya

147
no me impediría la visión. Lo que más suele obstaculizar
al creyente en la visión es sin duda el cuerpo, porque este
ha atado ya todos sus sentidos a objetos y sabe ya dema-
siado bien cómo se ve, cómo se oye, cómo se siente, y
por eso es incapaz, la mayoría de las veces, de entregar a
Dios incondicionalmente todos sus sentidos y funciones,
de modo que, si Dios lo quiere, puedan serle confiados
por un tiempo y Él pueda emplear el cuerpo para sí, con
sus antiguas funciones o también con otras que le son
proporcionadas como algo nuevo.
Job se ha despedido de su cuerpo, que no es más que
una postema, entregado como comida a los gusanos. En
la Nueva Alianza a esto le correspondería una renun-
cia completa a toda fecundidad natural y sobrenatural
del cuerpo. El cuerpo estaría, junto con todo lo demás,
depositado en Dios, y luego le quedaría a uno, en este
estado semejante al de Job, solo la visión del infierno. El
creyente, que vive en el amor, propiamente mira hacia
aquello que Dios mismo mira; y cuanto más pura es la
fe, cuanto más se mantiene a disposición de Dios todo
lo comunicado por Él, junto con el cuerpo, tanto menos
la visión queda impedida. Pero si Dios me retira la expe-
riencia de su gracia, yo debo mirar, como única conse-
cuencia lógica de mi actitud, hacia donde Él mira, hacia
el interior del infierno, porque la obediencia perfecta no
es un acto que se deje separar arbitrariamente del resto
de la existencia del hombre. La obediencia es finalmente
lo único que le queda a un verdadero creyente, sienta él

148
o no la gracia, el amor y la cercanía de Dios. Él puede de-
positar todo, todo, todo en Dios, lo único que no puede
depositar es la obediencia. Y así él mira, cuando en vir-
tud de la obediencia viene esta situación extrema de ya
no sentir ni lo más mínimo de gracia, hacia donde Dios
mira. Y si para sus ojos Dios ya no mira hacia la gracia,
hacia Su cielo y Su tierra, Su Trinidad, Su Iglesia, enton-
ces tampoco a Dios le queda otra cosa sino mirar hacia el
infierno. Por eso, un cristiano perfectamente semejante a
Job seguiría estando en posesión de la obediencia perfec-
ta y tendría la visión del infierno, sin tener siquiera que
participar interiormente en su realidad. Si él mismo fue-
se partícipe del infierno que ve, lo padeciese realmente
tal como lo ve, si pudiera sacar de allí conclusiones para
sí mismo, para su entorno, para su futuro, para la Iglesia,
esto sería ya un signo de que él, si no inmediatamente, sí
al menos más tarde, tendría que darse cuenta de que este
infierno era también signo de la gracia. Se podría objetar:
una obediencia absoluta que a uno le obligara a mirar
hacia el infierno, sin dejarle otra posibilidad, también en
este estado semejante al de Job sería un signo de la gracia.
Y ciertamente esto sería correcto desde el punto de vista
objetivo. Pero justamente desde el punto de vista subjeti-
vo, para el que experimenta este estado sería irrelevante.
La obediencia solo sería un signo de su tarea, sería com-
pletamente sustraída a su propio evaluar y apreciar.
Si un cristiano al que Dios concede una visión del cie-
lo tiene la posibilidad, en obediencia a su confesor, de

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experimentar los misterios celestiales llevando consigo
su cuerpo, es entonces evidente que posee también esa
posibilidad en el otro lado: que puede, por ende, alcan-
zar los respectivos puntos nodales del infierno. Lo puede
en obediencia; pero el modo de llevar consigo su cuerpo
no es el mismo que cuando participa en los misterios
del cielo: lo hace en una especie de muerte de su cuer-
po. Pues, si él entrega su cuerpo a la obediencia, esto
significa sin duda alguna un enriquecimiento, un nuevo
desarrollo de la fecundidad de su cuerpo, y este lleva per-
manentemente las huellas de este camino recorrido. Ya
no tiene el cuerpo de uno que no ha sido introducido en
obediencia en los misterios de Dios. Y no se trata de una
afirmación indemostrable que, en el caso de que se pon-
ga a prueba, no pueda demostrarse a sí misma. Porque
este cuerpo muestra continuamente, no solo en el mo-
mento de la obediencia cumplida, sino también en los
demás casos, la posibilidad de estar en unidad con Dios.
La mejor prueba de que ha sido transformado es el hecho
de que mantiene continuamente este tipo de obediencia.
Si nos representamos la «resurrección de los cuerpos»,
nos resulta claro que estos cuerpos en el cielo recibi-
rán una nueva fecundidad, que no carece de semejanza
con esta fecundidad en la obediencia. Pero un cuerpo
que fuera entregado al infierno debería mostrar signos
permanentes de la destrucción, de la privación; y con-
servaría estos signos aun en el caso de que se trate de ser
incluido en una visión terrena del infierno. No podría

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ya seguir viviendo en la tierra despreocupado de esta
experiencia del infierno. Pero con esto está claro que
una visión del infierno desde la tierra no puede ser una
visión que incluya el cuerpo. Si es una visión perfecta y
el cuerpo no constituye obstáculo para esta visión, en-
tonces durante este tiempo el cuerpo, al igual que la fe,
el amor, la esperanza, debe estar depositado en Dios.
Para una visión celestial, el cuerpo debe ser como «ef-
facé». Si la visión tiene lugar en la obediencia, el cuerpo
puede ser usado como el «que envía» al alma a su visión,
pero tiene que extinguirse completamente en el evento y
justo con ello nacerá como un cuerpo nuevo. Será pues-
to de una manera misteriosa en un estado de nacer de
nuevo, para poder prestar este servicio en la obediencia.
Se cuenta demasiado con el cuerpo como si fuera una
constante. Se opone virginidad contra no-virginidad,
concupiscencia contra no-concupiscencia, todo esto des-
de experiencias terrenas como límites infranqueables;
pero se debería saber que existe una perfecta plasticidad
y maleabilidad del cuerpo. En la obediencia el cuerpo es
tan dúctil que, aunque de manera corporalmente invisi-
ble, se deja transformar y llevar precisamente allí donde
se le envía. Pero esto solo va hacia arriba y no hacia aba-
jo, si bien la visión del infierno no es menos potente y
plena de gracia que la visión del cielo. Si es más limitada,
es solo porque Dios ha asignado al infierno un espacio
mucho más limitado en su creación. ■

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