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APNEA.

Fisiología y síncope de los 7 metros.

Como dice Miguel Lozano, apneista profesional y doble subcampeón del mundo: “El agua es el
principio de todo, el lugar de donde venimos y posiblemente donde acabaremos”. Para él, el agua
es paz, tranquilidad, relajación, respeto, sostenibilidad, origen… Define la apnea como la
conexión entre el cuerpo y la mente, induciéndolos a un estado de tranquilidad absoluta donde
el agua se convierte en el medio perfecto para alcanzar ese estado. Para ello, recomienda que
hay que aceptar el poder del agua, la gran fuerza que posee y que está muy por encima de
nosotros. Por eso, pide permiso al mar y espera ser aceptado cada vez que hace una inmersión;
una cuestión de alma, espiritualidad con la naturaleza.

La apnea es la detención, voluntaria o no voluntaria, de los movimientos respiratorios. En


términos técnicos, es una disciplina deportiva donde la base es aguantar la respiración el mayor
tiempo posible, recorrer la mayor distancia o alcanzar la mayor profundidad con una sola
respiración. Con la respiración se induce a la relajación para que la mente y el cuerpo estén
relajados, y así el consumo de los músculos sea menor. Pero también a nivel mental, tiene que
haber esa relajación para reducir el consumo, estar relajados y mantener el control de la
situación.

FISIOLOGÍA.

La apnea requiere estresar al máximo la respuesta que tiene el cuerpo humano para preservar
la vida. Se producen bradicardias muy severas y se generan unas subidas de presión arterial
considerables, siendo estas respuestas dirigidas a conservar el O2; además, se genera un daño
pulmonar del que hablaremos más adelante. Durante la inmersión, la disminución de la
frecuencia cardíaca se produce como consecuencia de un reflejo vagal y, en menor medida, por
una vasoconstricción periférica. Este reflejo, que induce la bradicardia, puede entrenarse y
ponerse en práctica simplemente introduciendo la cara en un recipiente con agua y con otros
métodos.

Para el entrenamiento de esta modalidad deportiva, se requiere almacenar mucha cantidad de


aire en los pulmones, sangre y bazo, desarrollándose de esta forma una gran capacidad
pulmonar, consiguiendo almacenar unos 2 litros de aire más que una persona de su mismo
tamaño (en total unos 12 litros de aire).

Según la ley de Boyle-Mariotte, a temperatura constante, el volumen de un gas es inversamente


proporcional a la presión que soporta. Así, el volumen contenido en los pulmones, al estar en la
superficie del agua a 1 ATA y antes de la inmersión (en el caso de los apneistas profesionales
como Miguel, llegan a alcanzar los 12 litros), disminuirá a la mitad a los 10 metros de profundidad
(6 litros), donde estará expuesto a 2 ATA. Cuando alcance los 30 metros, albergará una cuarta
parte del volumen de la superficie (3 litros), así hasta alcanzar un volumen mínimo con el que
tendrá que realizar la subida, y en cuyos últimos metros del trayecto correrá el mayor peligro
(más adelante, ver: “síncope de los 7 metros”).

Para albergar el mayor volumen de oxígeno y alcanzar una mayor profundidad sin riesgos, se
ayudan haciendo carpas (“tragando” aire a presión) e inflando el pulmón con presión, buscando
una mayor oxigenación. Después de esto, en estado de relajación, inician la inmersión. A partir
de los 10 metros, el organismo comienza a trabajar tras la interrupción de la respiración, llevando
la sangre a los órganos vitales. Al superar los 30 metros y sobre todo a partir de los 50 metros de
profundidad, donde la presión del agua comienza a ser muy considerable, el cerebro corta el
flujo a todo lo accesorio y concentra la sangre en los puntos vitales (abdomen, corazón,
pulmones y el propio cerebro), entrando en un estado de meditación para maximizar el oxígeno.
Las razones de ello son: por una parte, asegurar la oxigenación de esos puntos vitales y, por otra,
la sangre, al ser incomprensible, cuando el agua comprime los pulmones, los alveolos
comprimen los capilares y la manera de protegerlos es acumulando sangre en estos tejidos; así,
cuanta más sangre haya, mejor soportan las presiones a estas profundidades los órganos vitales
(esto se ayuda de una distribución de la sangre que alberga el bazo, que cuando entra en apnea
se contrae, permitiendo prolongar la duración de esta). Hay que añadir que las pulsaciones, a
estos niveles, bajan hasta 15 pulsaciones por minuto, un rango incompatible con la vida, lo cual
añade dificultad al corazón para bombear la sangre al cerebro lo suficiente para mantenerlo vivo.

Para hacer frente a este fenómeno, que comienza a hacerse más evidente a partir de los 80
metros de profundidad, el cerebro, a través de los receptores que controlan los niveles de CO2
en la sangre y los tejidos, detecta un aumento en sus niveles (hipercapnia), lo cual activa al centro
respiratorio del cerebro y envía señales para que el músculo diafragma se contraiga y comience
a trabajar induciendo la respiración de forma involuntaria, que el apneista impide con el bloqueo
de la glotis. Estas señales y contracciones musculares son involuntarias para la persona y cuando
se alcanzan los 100 metros de profundidad, con unos pulmones muy reducidos de tamaño y, por
ende, también de capacidad y volumen pulmonar, resulta en un daño a los pulmones que van
recibiendo una especie de sacudidas involuntarias. Sin embargo, por otro lado, tienen un
objetivo beneficioso y salvador, que es que el diafragma, con sus movimientos involuntarios, en
un intento por llevar a cabo la respiración, de forma indirecta, cuando baja, ayuda al corazón a
precargarse, ya que lo libera de la presión a la que está sometido y lo vuelve a comprimir cuando
el músculo sube. De esta manera, permite mantener el circuito sanguíneo en funcionamiento y
que la sangre siga llegando a los puntos vitales.

Todo lo dicho hasta ahora ocurre durante el descenso, pero resulta que, en la subida, se gasta
mucha más energía y se consume más oxígeno, además de que las contracciones diafragmáticas
continúan dañando los pulmones, manteniendo los niveles de oxígeno críticamente bajos. Es en
torno a los 20 metros hasta la superficie donde se encuentra el tramo más crítico, ya que el
pulmón tiene un volumen de aire con una presión determinada, que va difundiéndose con la
sangre y cuyos niveles son muy bajos al subir, dado que al reducirse la presión del agua, el
pulmón se expande y el aire que contienen pierde presión, ya que se ha ido consumiendo a
medida que se ha descendido. De esta manera, existe menos presión en el pulmón que en la
propia sangre, lo que genera que el oxígeno difunda inversamente de la sangre al pulmón y la
saturación de oxígeno caiga hasta un 50%. El cerebro entra en una situación de pánico,
desconectando absolutamente todo lo que no sea vital (llegando a este punto, solo quedan
perfundidos el corazón y el cerebro), lo que conlleva un alto riesgo de desarrollar un síncope o
“blackout”, entrando en un estado de coma o pérdida de conocimiento que pone en riesgo la
vida del apneista, pero que no tiene ninguna forma de evitar una vez iniciado este evento. Esta
situación también se conoce por el nombre de “Síncope de aguas poco profundas” o “Síncope
de los 7 metros” y se produce cuando la presión de oxígeno en la sangre cae drásticamente al
descender la presión pulmonar debido a la baja en la presión atmosférica durante el ascenso.

En resumidas cuentas, los factores que van a determinar la duración de la apnea son:
a. Composición del aire alveolar inspirado en la superficie, que depende del esfuerzo,
respiración de O2 puro y la hiperventilación antes de la inmersión.
b. Capacidad pulmonar. Se entrena y puede aumentarse con la carpa o la Técnica de
Packing.
c. Tolerancia de los centros de control respiratorios; se aumenta con el entrenamiento, la
relajación y un buen control del cuerpo y la mente.
d. Factores psíquicos que dependen de los estímulos (buena coordinación del equipo de
trabajo para no interferir en ningún momento del recorrido, ni en el descenso ni el
ascenso), voluntad y emociones.
e. Respuesta cardiovascular al buceo en apnea y entrenamiento del buceador. Se conoce
la existencia de una relación entre la magnitud de la reducción de la frecuencia cardíaca
y la duración de la apnea.
f. Inmersión. Relacionada con una mayor PPO2 por la presión.
g. Ejercicio físico. Disminuye la duración de la apnea.
h. Técnicas de respiración previas a la apnea: yoga, relajación, movilización del aire
digestivo…
i. Técnicas de respiración durante la apnea: relajación, eliminar movimientos innecesarios,
2-3 espiraciones de bajo volumen en la segunda mitad de la apnea para disminuir la
estimulación del centro respiratorio…
j. Entrenamiento y dieta del buceador: baja en grasa y rica en azúcares.

La hiperventilación previa a la apnea consiste en varias inspiraciones profundas seguidas para


aumentar ligeramente la PO2 alveolar a expensas de un descenso notable en la PCO2,
consiguiendo así reducir el límite por el cual la hipoxia estimula al centro respiratorio y
desencadena la necesidad imperiosa del cuerpo de ventilar. Esto permite aumentar el tiempo en
apnea entre un 40-60%, aunque resulta peligroso y no debe emplearse en el buceo en apnea en
solitario.

SÍNCOPE DE LOS 7 METROS.

La mayoría de los accidentes hipóxicos en el buceo en apnea se producen durante el ascenso,


fundamentalmente entre los 5 y los 10 metros. Este fenómeno ocurre, como se ha comentado
anteriormente, porque la disminución de la presión atmosférica al ascender hace que disminuya
en los pulmones, generando un movimiento del oxígeno y un retroceso en el intercambio
gaseoso desde la sangre a los pulmones. Esto provoca que la saturación de oxígeno caiga
peligrosamente, originando este fenómeno.

Existen una serie de factores que ayudan a comprender este accidente:

- Al modificar la posición del buzo de supino a bipedestación (al llegar al cabo e iniciar el
ascenso), aumenta el consumo de O2 y disminuye la amplitud sistólica.
- La resistencia a la anoxia aumenta al descender la temperatura.
- La posición de Trendelemburg favorece el flujo sanguíneo cerebral.
- La apnea en inspiración forzada genera una presión intratorácica positiva en la superficie
y negativa en el fondo.
- Un repentino cambio de posición puede reducir el retorno venoso al corazón y favorecer
un síncope.
El reflejo vagal (bradicardia) es mayor con la persona en bipedestación. En el descenso, las
condiciones son más óptimas, pero en el ascenso convergen varios factores: la PPO2 disminuye
(por disminución de la presión atmosférica); el flujo cerebral disminuye, se dificulta el retorno
venoso y la estimulación del seno carotídeo; la presión intrapulmonar vuelve a ser positiva,
desciende la presión arterial y favorece la disminución del riego sanguíneo cerebral.

El presente trabajo ha sido realizado tomando como referencia:

- Vídeo: “Apnoia. Sin respiración. -Al filo de lo imposible-”


- Salas Pardo, P., García-Cubillana de la Cruz, J.M., Samalea Pérez, F. (2007). Manual de
medicina subacuática e hiperbárica. Esplugues de Llobregat. Barcelona: Laboratorios
SALVAT.

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