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3
No ta DE LA A uto r a

Brutal es una novela de romance oscuro, y contiene algunos aspectos


que pueden no ser para todos los lectores. En este libro hay escenas de
consentimiento dudoso, aunque a nuestra protagonista siempre se le per-
mite hacer su propia elección. Como el interés amoroso es un asesino en
serie, también puede ser un poco brusco. Si te asustan los juegos anima-
lísticos que incluyan mordiscos y rasguños, los juegos de violación y los
juegos de persecución: cazador/presa, este libro no es para ti.

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Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Con t en ido
TÚ SERÁS MI NOVIA. MI PERFECTA Y PRECIOSA NOVIA QUE ANSÍA AL ENORME

Nota de la Autora Capítulo 13


Sinopsis Capítulo 14
Capítulo 1 Capítulo 15
Capítulo 2 Capítulo 16
Capítulo 3 Capítulo 17
Capítulo 4 Capítulo 18
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 19
Capítulo 20
5
Capítulo 7 Capítulo 21
Capítulo 8 Capítulo 22
Capítulo 9 Capítulo 23
Capítulo 10 Capítulo 24
Capítulo 11 Sobre la Autora
Capítulo 12 Créditos
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Sinop s is
TÚ SERÁS MI NOVIA. MI PERFECTA Y PRECIOSA NOVIA QUE ANSÍA AL ENORME

Nada malo sucede en un campamento de verano.

Eso es de lo que todos mis compañeros consejeros me han convencido cuando


las noches alrededor del lago se vuelven un poco espeluznantes. Pero una vez que
todos los niños se van a casa, y los consejeros organizan una fiesta celebrando
nuestra última noche en el Campamento Clearwater, las cosas cambian.

Ninguno de nosotros podría haber sospechado que había un extraño observán-


donos o que a nuestro visitante con machete parece no gustarle que estemos aquí.
Excepto que en el momento en que soy atacada en el bosque, inesperadamente
viene a mi rescate de la manera más despiadada. 6
Wren es terrorífico, impredecible y posesivo de una manera que me atemoriza.
Debería ir a la policía y mantenerme alejada de él a toda costa. En cambio, me
encuentro dejándolo entrar cada vez que viene a jugar.

¿Puede un carnicero brutal realmente enamorarse de mí, o simplemente me


convertirá en su próxima víctima?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
TÚ SERÁS MI NOVIA. MI PERFECTA Y PRECIOSA NOVIA QUE ANSÍA AL ENORME

S i hay algo que echaré de menos del campamento Clearwater es la forma en


que los árboles se iluminan con la “lluvia de luces” que se encienden una vez que
empieza a anochecer.

Estiro los brazos sobre la mesa de picnic, la mejilla apoyada en la áspera ma-
dera mientras miro las luces parpadeantes en los árboles. Me he pasado todo el 7
verano intentando encontrar un lugar que encajara perfectamente bajo algunas
de las zonas mejor iluminadas, y esta mesa de picnic lo es.

Bueno, al menos con un poco de ayuda por mi parte. La he movido de un lado


a otro cuando no había nadie, y finalmente ha quedado perfecta.

Por no hablar de la falta de voces y chillidos de los niños lo hace aún mejor.
Tras dos meses organizando campamentos de dos semanas de duración en este
lugar y cobrando más del salario mínimo por cada noche, por fin puedo sentarme
aquí sin los gritos de los niños ni el sonido de mi nombre para ocuparme de algo
casi demasiado ridículo para creerlo.

Consejera Hazel, ¡Adam está tratando de ahogar a Petra en el lago por diversión!

Consejera Hazel, Kira se ha pegado al banco de manualidades y ahora no puede


ir al baño...

Nunca en mi vida había pensado que los niños fueran capaces de ser tan, ah,
creativos, pero este verano definitivamente me ha probado lo contrario.

Y me ha demostrado las pocas ganas que tengo de tener mis propios hijos.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Liberando un profundo suspiro cierro los ojos ante el sonido de las pisadas
TÚ SERÁS MI NOVIA. MI PERFECTA Y PRECIOSA NOVIA QUE ANSÍA AL ENORME

sobre la hierba áspera, el crujido de las pequeñas ramas y las hojas caídas mien-
tras la persona se dirige hacia mí. Tal vez si no me muevo, pensarán que estoy
muerta y seguirán adelante. Otros consejeros son como osos, ¿verdad? ¿No te ven
si no te mueves? Además de eso, tengo una idea bastante buena de lo que quieren,
y lo he estado evitando toda la tarde.

Los pasos se detienen detrás de mí y casi siento el suspiro de decepción ma-


terno que mi mejor amiga y compañera consejera, Jenna, lleva perfeccionando
toda la vida. Incluso cuando éramos niñas, sonaba más como una madre que mis
propios padres cuando ella así lo quería. Y con la forma en que posa las manos
en las caderas y frunce el ceño, es muy buena para hacerme sentir que soy una
decepción para el honor de mi familia.

Tengo la sensación de que lo está haciendo ahora, pero no voy a apartar la vista
de mis árboles para averiguarlo.

—Te vas a perder la fiesta —anuncia, con la voz seca por la decepción esperada.
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—¿Recuerdas? ¿Eso que nos pasamos toda la tarde preparando? Tú estabas allí.

—Sí, limpiando pegamento mientras intentaba no drogarme con el olor —


bromeo, dándome la vuelta para enterrar la cabeza entre las manos. —No quiero
emborracharme, Jenna. Mañana nos vamos a casa y preferiría no tener resaca.

Ella resopla. —Entonces no bebas. Pero no puedes quedarte aquí toda la noche
enfurruñada.

No le explico que no estoy enfurruñada. Simplemente estoy admirando las


luces de colores y preguntándome qué voy a hacer cuando vuelva a casa. Mi tra-
bajo como paseadora de perros estará ahí para mí, obviamente esperándome.
Pero no es exactamente suficiente para cubrir mi alquiler.

¿Seguirá la Srita Jenkins, la florista del final de mi manzana, teniendo un tra-


bajo a tiempo parcial? Si es así, probablemente tenga faena para rato. Si no, tendré
que ir a alguna agencia de trabajo y rogar por otra oportunidad.

Se me revuelve el estómago al pensarlo y golpeo con los nudillos la áspera ma-


dera de la mesa.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Quizá estoy demasiado preocupada para ir contigo —expongo con una risa
TÚ SERÁS MI NOVIA. MI PERFECTA Y PRECIOSA NOVIA QUE ANSÍA AL ENORME

ligera. —Quizá tengo demasiado miedo de que atraigas al asesino. —Sabe de lo


que hablo y la oigo removerse inquieta entre los guijarros detrás de mí.

—¿Por qué un asesino estaría aquí en un campamento de verano junto al lago,


Hazel? —pregunta Jenna marchitándose. —¿Qué, crees que le excita matar a los
celadores del campamento? ¿O que está aquí para preservar sus recuerdos de la
infancia de gente como nosotros?

—Sí, obviamente. —Me siento, apenas capaz de ver el brillo del agua a través
de la arboleda. —Estoy haciendo guardia para que cuando salga del agua como
una cosa muerta y poseída, pueda gritar lo suficientemente fuerte para que todos
ustedes huyan. Mientras me sacrifico, por supuesto.

Poniéndome de pie de todos modos, estiro los brazos por encima de mi cabeza.
Por fin está refrescando aquí, ahora que estamos a mediados de agosto en Ohio,
y la brisa del lago es agradable en lugar de bochornosa y portadora de una marea
de mosquitos dispuestos a chuparnos toda la sangre.
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Jenna espera a que la mire antes de poner los ojos en blanco.

—Vamos. No podré emborracharme mientras me preocupa que te arrastre una


marea errante del lago o algo así. O que te pierdas en el bosque.

—No voy a meterme en el lago —suspiro, poniéndome a su altura. —En primer lugar,
apenas me gusta nadar. —Pero no puedo negar exactamente el resto de su declaración.

No cuando se me da bien divagar y perderme en lo que sea que esté lidiando


o pensando. A veces no puedo evitarlo. Me gusta estar a solas con mis pensa-
mientos, y el bosque es un lugar estupendo para hacerlo.

—EL CUERPO DE KIRSTEN WHITE, de treinta y dos años, fue encontrado en


Glendale Road, justo al sur del lago Clearwater, mientras... —Las palabras de la
radio se desvanecen en un montón de estática, y frunzo el ceño, moviendo la an-
tena de la radio del campamento que alguien ha puesto sobre la encimera, justo
fuera del alcance de las bebidas.

Como le había dicho a Jenna, no tengo intención de emborracharme. Para mí,


beber no es sinónimo de pasarlo bien, y nunca lo ha sido.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Ni a los diecinueve años, cuando estábamos en la universidad tratando de des-


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ahogarnos los fines de semana, ni ahora, cuatro años después, aquí en el campa-
mento Clearwater mientras los más de quince consejeros sorben todo el alcohol
que tienen a la vista.

Aunque me uniría a ellos si no me preocupara vomitar al estilo exorcista por


todas partes. Por no mencionar que es muy probable que sufra de una vergonzosa
resaca si intento siquiera oler una de las bebidas dentro de los vasos de plástico.

¿Cómo dice el dicho? ¿Cerveza antes que licor y nunca enfermo vas a sentirte?
Algo así creo, sin embargo, nunca se me ha aplicado, ya que todo me sienta fatal
cuando se trata de alcohol.

Sin pesar más en ello, mi cerebro hace los cálculos de lo que he oído, y pre-
siono las palmas de las manos contra el mostrador mientras frunzo el ceño. Glen-
dale Road no está tan lejos de aquí. Tal vez unos dieciséis kilómetros si tenemos
suerte, y eso me pone increíblemente nerviosa.
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Mis ojos parpadean, la mirada va de cara en cara de la multitud de conse-
jeros. A diferencia de otras instalaciones que emplea adolescentes, Campamento
Clearwater siempre ha contratado jóvenes adultos para su colonia de verano, ale-
gando que somos “más maduros” cuando estoy bastante segura de que no es así
en absoluto. La mayoría ronda alrededor de los veintiuno o veintitrés años, como
yo, aunque hay un par con valores atípicos.

Como Brett. Con veintisiete años, me parece raro que quiera trabajar aquí con
personas cinco o seis años más joven que él. Y lo que es peor, ciertamente no
actúa como si fuera mayor que cualquiera de nosotros. En todo caso, es exacta-
mente lo contrario.

Por fin, encuentro a Jenna, justo a tiempo para verla sacudirse el flequillo os-
curo y apartar sus ojos igualmente oscuros mientras mira a otra de las orienta-
doras, una chica que se hace llamar Em, con una expresión en la cara que ya he
visto antes. Alguien tiene un enamoramiento.

Dudo, ya que no quiero molestarla ni arruinarle la noche. Necesito contarle lo


que acabo de oír, porque me preocupa que estando aquí, en medio de la nada, la
policía pueda encontrarnos al menos treinta minutos después de que tengamos
cobertura para llamarlos.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Me aparto del mostrador con la intención de dar a conocer mis preocupaciones,


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sólo para que alguien me sujete del brazo y tire de mi para enfrentarlo.

Por supuesto que es Brett.

No hay nadie más en el mundo que pueda hacerme fruncir el ceño así, ni hacer
que mi corazón se hunda. No es sólo que sea cinco años mayor que yo, además
de ser el hijo del dueño. Y no es sólo que su personalidad apesta. No, esos no son
los verdaderos problemas.

El verdadero problema es que lleva semanas acosándome, intentando tenerme


a solas y tocándome siempre que cree que puede salirse con la suya, aunque
siempre se disculpa justo después como si no lo hubiera hecho intencionada-
mente. Cuando eso es una jodida mentira, y ambos lo sabemos.

—¿Estás bien? —pregunta, tomándome con la guardia baja. Parece realmente


preocupado, y sus ojos miran en dirección a la radio antes de volver a mirar mi
rostro. —¿También lo había oído? ¿Quieres hablar de ello? 11
Dudo. Que sea espeluznante no significa que Brett sea la peor persona que existe.
No es un asesino en serie, después de todo. —Sí. Sólo quiero hablar con Jenna sobre
lo que anunciaron en las noticias. ¿Supiste dónde encontraron el cuerpo?

—Sí —reconoce Brett, la preocupación clara en sus rasgos. —Pero mira, ella
está... —Frunce el ceño mientras observa a Jenna, que ahora se ríe de Em acercado
su cuerpo a la chica más alta. —¿Quieres que vayamos a hablar fuera?

Levanto la vista hacia él, observando su delgado y atractivo rostro por el que
debería desmayarme en lugar de que me resulte indiferente. Y quizá debería apre-
ciarlo, si no fuera porque no es mi tipo y para nada simpático. Pero ahora mismo,
parece la persona más sobria de aquí, y quiero hablar con alguien sobre la posibi-
lidad de que nos maten a todos mientras dormimos.

Esta no puede ser una decisión peor que cualquiera de las que ya he tomado
este verano. —Bueno, eh sí. Supongo. —Asiento un par de veces, aún insegura.

—Vamos afuera.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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C uando dije que saldría con Brett, no me imaginé que me llevaría de excur-
sión. Esperaba ir justo afuera de las puertas de la cabaña comedor, donde es más
tranquilo y no podemos oír el ruido de los otros consejeros intoxicados.

Desde luego, tampoco voy vestida para un paseo nocturno. No en shorts de


jean, zapatillas de deporte y una camiseta sin mangas debajo de mi sudadera 12
ligera para correr. Sobre todo, porque esta chaqueta abraza mis curvas en los lu-
gares correctos y las hace parecer más llamativas que desaliñadas es una de mis
favoritas. Sinceramente. Ni siquiera sé por qué la he traído.

Ah, claro, porque sólo tengo dos sudaderas para usar en otoño y ésta es una
de ellas.

—Brett... —Casi tropiezo con una raíz en la oscuridad, y apenas mantengo el


equilibrio mientras casi caigo sobre el consejero mayor. —Oye, ¿a dónde vamos?

—Querías hablar fuera, ¿recuerdas? —señala, mirándome por encima del hombro.
No puedo ver su expresión en la oscuridad, pero sus palabras me hacen dudar.

Ya debemos de estar a casi un kilómetro de los demás, y estoy segura de que


estamos entre dos de los muelles en los que los niños se zambullen al lago y
sacan barquitos de remos para pasear. Lo que demuestra a mi estúpido cerebro
que estamos mucho más lejos de lo que quisiera.

—Pero no quería ir de excursión. —Me detengo, con los brazos cruzados sobre
el pecho mientras lo miro bajo la ristra de luces que hay sobre nosotros. Es sufi-
ciente para poder verlo girarse con una estúpida sonrisa en su estúpida cara.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Quería hablarte de lo que escuché en la radio.


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—¿Sí? —Da un paso a un lado. —Cuéntamelo, entonces.

No me gusta cómo lo dice, y retrocedo dejando caer las manos a los lados para
apretarlas, con las uñas clavándose en mis palmas.

—Hombre, hay un asesino aquí fuera —expongo despacio, como si tuviera pro-
blemas para oírme. —Quizá no estabas escuchando, pero en la radio han dicho
que esta mañana han encontrado un cadáver en Glendale Road. No está lejos de
aquí. ¿Tal vez dieciséis kilómetros?

—Nueve —corrige Brett. —Sé dónde está. ¿Y eso qué, Hazel?

—¿Y eso qué? —repito, estupefacta. —¿Lo único que puedes decir es y eso qué?
Está demasiado cerca para que nos quedemos aquí arriba. Este tipo ha matado a
tres personas en dos semanas. ¿De verdad quieres ser el siguiente?

Secretamente, no creo que me importe que Brett sea el siguiente. Pero es un 13


pensamiento interno y no puedo dejarlo ver en mi cara.

Sería grosero hacerle saber lo poco que pienso de él, o que estoy segura de que
es un asqueroso pervertido.

—Entonces, ¿qué quieres que haga al respecto? Nadie va a subir aquí. Esto es el
campamento Clearwater, por el amor de Dios.

Tardo un momento en darme cuenta de que se está acercando a mí, y cuando


lo hago, el corazón me salta a la garganta, casi ahogándome.

—Los únicos que están aquí arriba son los consejeros borrachos y nosotros
dos. Nadie más.

La forma en que lo dice me pone nerviosa. Como si fuera una amenaza, en


lugar de algo destinado a hacerme sentir mejor con la situación. —Quizá tengas
una idea equivocada —explico lentamente, mi talón encuentra la misma raíz del
árbol con la trastabillé al llegar aquí.

Vuelvo a tropezar, pero esta vez la mano de Brett se extiende para sostenerme,
reteniéndome incluso cuando soy capaz de valerme por mí misma.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Ni siquiera cuando intento quitármelo de encima me libera. En lugar de eso, me


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agarra con más fuerza, y mi estómago se retuerce de náuseas y miedo.

—Suéltame —exijo. —Estás equivocado si crees que quiero que me toques.

—No entiendo cuál es tu problema. —Me acerca, centímetro a centímetro, hasta


que mis zapatos resbalan literalmente en el barro. —He sido amable contigo todo
el verano. Cuando Jenna vino y le pidió a mi madre que te diera un trabajo, me
aseguré de que lo consiguieras. ¿Qué más tengo que hacer, Haze?

—No me llames así —reprendo bruscamente. Nunca he tenido a nadie que in-
tente acortar mi nombre, y él no será el primero.

—Como quieras. Te llamaré lo que quieras, sólo dame una oportunidad. Deja
de ser tan fría. Es la última noche del campamento de verano, ¿sabes? —Su otra
mano se extiende, agarrando mi brazo opuesto para que no pueda golpearlo.

Menos mal que lo hizo, porque mi plan era, romperle la nariz. Por desgracia,
con sus largos dedos de Nosferatu agarrándome, eso no va a suceder.
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Abro la boca para increparlo, pero me detengo al oír algo cerca de nosotros,
como pisadas en el bosque.

—¿Has oído eso? —susurro, interrumpiendo lo que probablemente era un dis-


curso encantador.

Se detiene, con los ojos entrecerrados.

—No. Aquí fuera no hay nada, excepto tú y yo.

—Prefiero estar aquí con un asesino —mascullo, con el corazón latiéndome


más deprisa mientras intento apartarme de él, sólo para que el hombre más alto
me tire hacia delante. —Suéltame, Brett. Eres tan malditamente asqueroso...

—¿Entonces qué? —Se burla de mí, cortándome el rollo. —¿Me has estado jo-
diendo todo el verano?

Por el rabillo del ojo, veo que algo se mueve a mi izquierda, pero el agarre de Brett
es demasiado doloroso para que pueda distinguir realmente si era sólo la sombra de
una rama o yo recibiendo un latigazo cervical por lo fuerte que me está sacudiendo.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—¿Qué? —Sus palabras atraen mi atención hacia él en lugar de hacia lo que nos
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rodea. —¿De qué carajo estás hablando?

—Nunca has dicho nada las otras veces que te he tocado, o cuando te he ayu-
dado. —No creo que respirarme en el cuello durante el voleibol sea ayudarme,
pero está claro que para Brett sí. Quizá no le enseñaron buenos modales de pe-
queño. —Ni una sola vez me has dicho que pare, o que no te gustaba. Y esta noche
aceptaste salir afuera conmigo. ¿Cuál es tu jodido problema, Hazel?

No lo entiendo. Apenas dejo que tire de mí hacia donde quiere, y acabamos


adentrándonos en el bosque, donde las hiladas de luces en los árboles están
menos agrupadas y más distantes.

—¿Cuál es mi problema? —Casi susurro, sin pensar en nada más que en él y


en las palabras que aún resuenan en mis oídos. —¿Mi problema? Brett, no dije
nada porque quería que pararas. No quería animarte sin querer. Cada vez que me
tocabas, me alejé.
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Su agarre en mis brazos se hace más fuerte, haciéndome estremecer.

—No quiero tener nada que ver contigo. Y definitivamente no quiero lo que sea
que te propones hacer. Suéltame, Brett. Suéltame de una jodida vez y vete.

—Estás actuando como una perra. —¿Acaso no me escucha? Sus dedos me


aprietan lo suficiente como para hacerme moretones, y aprieto los dientes de dolor
para no hacer ningún ruido que lo anime. No quiero que sepa lo aterrorizada que
estoy, ni lo mucho que deseo que se vaya y que daría cualquier cosa por obligarlo a
hacerlo. Dios, no puedo creer que haya sido tan estúpida de confiar en él e ignorar
mi instinto y hacer algo así cuando he estado lidiando con esto todo el verano.

—Estás actuando como...

La rama de un árbol se quiebra en el bosque circundante, tan fuerte que re-


suena en la oscuridad. Él se detiene y yo levanto la vista, con los ojos redondos en
busca de cualquier señal de movimiento.

—Está bien —tranquiliza Brett después de un momento, sin más ruido que
el de los grillos y el resto de la vida nocturna junto al lago. —No es nada, ¿de
acuerdo? Jesús, Hazel. Actúas como si nunca hubieras estado al aire libre. Son
sólo los sonidos de la naturaleza por la noche.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Hay suficiente luz de luna para que pueda ver la sonrisa arrogante de su cara,
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pero cuando presiona su cuerpo contra el mío, doy un respingo para prepararme
para su asalto y cierro los ojos con fuerza contra el movimiento.

Lo que no espero es que afloje las manos. No espero sentir su respiración en-
trecortada ni el sonido ahogado que emite.

Levanto la vista justo a tiempo para recibir la salpicadura de sangre en mi cara


y mi cuello, y para advertir al hombre que está detrás de Brett, blandiendo un ma-
chete, mientras los ojos del consejero mayor se abren de par en par y su garganta
se llena de sangre.

A pesar de ello, cuando abro la boca para gritar, lo único que sale es un agudo
jadeo y un muy sentido—: Joder.

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O tra salpicadura de sangre caliente me da en un lado de la cara, empa-


pando la parte delantera de mi chaqueta mientras los dedos de Brett se aflojan y
finalmente se deslizan lejos de mis brazos al caer al suelo.

Él mira hacia arriba, el miedo ampliando sus ojos saltones, sus rodillas se do-
blan y él sólo… se va. 17
Con poca gracia, sus piernas patalean mientras una mano sube para aga-
rrarse la garganta como si pudiera hacer algo para alterar el hecho de que se está
muriendo.

Sus ojos giran en sus órbitas para encontrarse con los míos y un sonido sale de
su garganta mientras me mira en busca de ayuda.

Pero, ¿qué demonios se supone que debo hacer? Mi mirada se desliza hacia
arriba, con el miedo helándome cada centímetro del cuerpo mientras el hombre
enmascarado, vestido con un abrigo negro holgado sobre una camiseta y unos
jeans negros, observa a Brett morir. Sin embargo, no es su atuendo ensangrentado
lo que mantiene mi atención. Tampoco es la sucia máscara manchada de sangre
que lleva sobre su rostro.

Es el machete que lleva en la mano. Largo y manchado con la sangre de Brett,


su filo brilla a la luz de la luna reflejando las centelleantes luces de los árboles. La
sangre parece negra en su hoja y en la piel de Brett, donde mancha su tez morena.

Cuando levanto las manos temblorosas y veo la sangre en ellas, veo que allí
también parece negra.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Soy demasiado estúpida para correr, incluso cuando el hombre, el asesino, da


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un paso más cerca de mí, atravesando el cuerpo de Brett como si fuera un obstá-
culo más en el suelo.

Alarga la mano, y mi corazón casi se detiene en mi pecho cuando un suave


sonido me abandona... sólo para darme cuenta de que la mano que me sujeta la
barbilla es la que no sostiene el machete.

—Por favor, no me mates —susurro, incapaz de ir a ninguna parte. El cuero de


su guante resbala contra mi mejilla y puedo oír su suave respiración bajo la más-
cara, aunque no puedo ver más allá del blanco brillante del plástico para saber
cómo son sus rasgos debajo. —Por favor, no...

Me interrumpo, aterrorizada.

Cuando me suelta, estoy segura de que va a blandir la cuchilla y cortarme la ca-


beza por completo. ¿Me dolerá? Brett, que ahora está en silencio, definitivamente
hizo que pareciera doloroso. ¿Y por qué no debería? 18
Voy a morir aquí.

Pero no hace nada de lo que imagino. Se limita a pasar rozándome, y la rigidez


de su abrigo me hace estremecer al tocar el fino y ceñido material de mi chaqueta.
Cierro las manos en puños, aún convencida de que va a hacerlo y sin querer verlo,
pero sólo oigo el eco de sus pasos mientras se aleja.

Estoy a salvo. El alivio de que, por alguna razón, no haya decidido matarme
inunda mi cuerpo y casi me derrumbo. Estoy a salvo y él se marcha y se va...

Dirigiéndose directamente al campamento.

—N-no —digo, dándome la vuelta.

Caigo al suelo, arrodillándome en la tierra mientras rebusco hasta que mis dedos
se cierran alrededor de dos rocas de tamaño mediano. Esto es estúpido. Esto es
increíblemente estúpido y no voy a tirarle una piedra a un jodido asesino en serie
para que no pueda ir por mi mejor amiga y los amigos que he hecho este verano.

Sin embargo, son blancos fáciles. Están completamente indefensos, borrachos


y estúpidos como son, y sé que podrá matarlos tan fácilmente como mató a Brett.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—¡No! —repito, y esta vez creo que veo su cabeza inclinarse hacia un lado,
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como si estuviera considerando lo que estoy diciendo.

Lanzo la piedra más grande, con mala puntería por el susto y la oscuridad, y le
pasa por encima del hombro.

Pero aun así tiene el horrible efecto de hacer que se detenga.

—Mierda —susurro, observando cómo el hombre se vuelve en mi dirección.


Mira hacia abajo lo suficiente como para llamar mi atención sobre el cadáver de
Brett entre nosotros, y luego vuelve a mirarme fijamente.

—¿En serio? —Me sorprende que su voz no sea una mezcla de maldad espe-
luznante. Desde luego, no suena como si el diablo lo hubiera enviado sólo para
asesinarme, ni como un monstruo.

Suena normal.

Entretenido incluso, como si hubiera hecho algo gracioso y ahora quisiera ha- 19
blar sobre ello. El corazón me late en el pecho y tengo los dedos fríos mientras ese
estúpido pensamiento es ahuyentado por un miedo abrumador.

—Mataste a Brett —siseo, con los ojos muy abiertos. —¿No puedes simple-
mente... irte?

Resopla, y eso me recuerda de nuevo que es tan humano. Dios mío, realmente
no debería estar haciendo esto. Debería intentar llegar antes que él al campa-
mento y sacar a todos mis amigos antes de que llegue.

¿Pero quién me dice que no me matará si lo intento? Entonces recae en mi con-


ciencia mi propia muerte y la muerte de Jenna. No puedo manejar eso. No cuando
podría haber hecho algo, o al menos intentarlo.

—Si lanzas eso, voy a hacer que te arrepientas. —Su tono es conversacional,
más que amenazador. Casi sorprendido, más que... bueno, amenazante. Tiene una
voz más ligera que no concuerda con la máscara de hockey, y cualquier otro día,
nunca asociaría esta voz con un asesino en serie.

Hoy, por desgracia, sé que eso no es cierto.


Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Bueno. —Muerdo con fuerza mi labio inferior. —¿Si pudieras caminar en la di-
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rección contraria? —Mis palabras son arrastradas y oscurecidas por mi respiración


agitada, y espero por Dios que las haya entendido. —Entonces no te golpearé con ella.

—¿Intentabas golpearme con la primera? Porque si realmente me das con eso,


realmente voy a hacer que te arrepientas.

Joder, joder, joder. No hay suficientes palabrotas en el mundo para describir lo


aterrorizada que estoy, y cuanto quiero llorar. Él va a matarme.

Pero si no me mata a mí, matará a todos los demás. Lógicamente, es una deci-
sión fácil. Desafortunadamente, es mi vida la que está en juego, y no quiero morir.

—Mis amigos están en esa dirección. No puedo dejar que mates a mis amigos
—añado, poniéndome en pie. Si voy a lanzar esta piedra, no quiero seguir en el
suelo cuando lo haga. Por suerte, el cuerpo de Brett está entre nosotros y sólo
puedo esperar que me dé un segundo extra para alejarme cuando arroje la piedra.

Dios, realmente voy a hacerlo. El conocimiento me aterroriza y desliza algo en


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su lugar que se siente como una fría aceptación.

Voy a morir aquí esta noche.

Se mueve, inclinando la cara como si estuviera considerando mis palabras. Su


mano sobre el machete se tensa y relaja los hombros preparándose para atacar.
Esta vez, no dice nada en respuesta a mis palabras. En lugar de eso, se da la vuelta
en dirección al campamento, y sé lo que tengo que hacer.

Lanzo la estúpida piedra. Una parte de mí espera fallar, pero le da en la nuca,


golpeándolo en la capucha y arrancándole un profundo gemido.

—Bien —murmura, y se vuelve de nuevo hacia mí, blandiendo el machete bri-


llante. Pero eso es todo lo que veo. Echo a correr, asegurándome una sola vez que
está detrás de mí y de que no se está tirando un farol mientras se dirige hacia los
otros consejeros.

Por favor, déjame correr más rápido que él. Tropiezo con raíces y ramas, pero
no dejo que me frenen. Ni siquiera cuando me cortan las piernas desnudas o des-
garran mi sudadera. Solo sigo corriendo y finalmente llego junto al lago, donde la
luz de la luna me ayuda a ver.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Una vez allí, alargo la zancada con los brazos a los costados. Nunca fui una
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estrella del atletismo ni en el instituto ni en la universidad, pero eso no importa


ahora. Corro más deprisa de lo que nunca lo he hecho, con los pulmones ardiendo
por el esfuerzo. El miedo es un gran motivador que me empuja más allá de mis
límites ayudándome a ignorar las protestas de mi cuerpo.

No quiero morir aquí. Una y otra vez, mientras corro, ruego a cualquier deidad
o destino que me escuche que pueda ayudarme. Que me ayude a escapar de él
lo suficiente como para avisarle a Jenna y pedirle que llame a la policía. Tal vez
pueda rodear el lago, si es necesario. No es... tan grande. No en este momento,
cuando el miedo y el terror me impulsan hacia adelante. Sin mencionar la abru-
madora amenaza de muerte.

Dios, no puedo dejar que me atrape.

Finalmente reduzco la velocidad, mirando detrás de mí. No le he visto desde que


llegué a la orilla del lago, y seguramente ya se habrá dado por vencido porque aún
no me ha atrapado. Lo oiría, creo, o al menos podría ver algún rastro del asesino.
21
Jadeando, me concentro en dar pasos largos y pausados mientras intento tran-
quilizarme todo lo que puedo. Me arde el pecho, el miedo se mezcla con la adre-
nalina cuando saco el teléfono del bolsillo y lo acerco a mi cara. La luz ilumina
la sangre que ya ha manchado el vidrio y gimo suavemente, con ganas de llorar.

¿Se ha dado por vencido? ¿Ha cambiado de opinión y vuelto al campamento?

¿Y si Jenna ya está muerta? Se me retuerce el estómago tan dolorosamente ante


la idea de que yazca muerta en el suelo mientras yo huyo de un asesino que, para
empezar, nunca me estuvo persiguiendo. Quiero llorar, la visión es tan real, y me
tiembla la mano al sostener el teléfono.

De repente, suena el tono que Jenna había elegido para ella y casi me hace le-
vitar de la sorpresa. Me tapo la boca con una mano ensangrentada para no hacer
mucho ruido y deslizo el dedo por la pantalla, dejando una huella ensangrentada
del pulgar en el cristal haciendo una mueca de dolor.

—¿Jenna? —susurro, apoyándome en un árbol mientras el alivio me roba parte


del miedo que me ha mantenido en pie. —Jenna, por favor, dime...
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—¿Dónde estás? —Está entrando en pánico, y puedo oír la histeria en su voz.


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—Hazel, ¿dónde demonios estás ahora? Acabamos de encontrar a Brett cuando


vinimos a buscarte. Él está jodidamente muerto Hazel.

—Lo sé —gimoteo. —Jenna, tienes que...

Una respiración llega a mis oídos momentos antes de que me arrebaten el te-
léfono de las manos, desapareciendo entre la maleza mientras me doy la vuelta,
sabiendo ya a quién me voy a encontrar.

Efectivamente, el hombre del machete está detrás de mí, con la máscara ilumi-
nada por la luz de la luna.

—Mierda —mascullo, con el cuerpo gritándome que ya he corrido demasiado


esta noche. El cardio nunca ha sido lo mío, pero una mirada a su mano aferrando
ese machete ensangrentado es todo lo que necesito para convencerme.

Arranco de nuevo, zigzagueando entre los árboles y rezando por no tropezar


o caerme encima de algo en mi prisa por alejarme de él. Ahora me resulta más
22
difícil, y cada pocos pasos siento que las piernas me van a fallar y no voy a poder
continuar. Mi respiración es entrecortada y estoy lo suficientemente lejos del cam-
pamento como para no ver ninguna luz o punto de referencia desde donde estoy.

Aun así, estar perdida es mejor que estar muerta.

Al menos, hasta que acabo tropezando y se me escapa un chillido al caer al


suelo sobre mis manos y rodillas. Me escuecen las rodillas por el impacto, y el
resto de mí tampoco está en buen estado. Pero al menos sigo viva.

Sólo tengo que levantarme.

Me arrastro desde mis brazos mientras jadeo y miro fijamente el suelo oscuro
debajo de mí. Me repito que tengo que levantarme. Necesito moverme o moriré en
el suelo con un machete clavado en medio de la cara. Y aunque estoy segura de
que hay peores formas de morir, ahora mismo no se me ocurre ninguna.

Tengo que levantarme.

Los pasos se acercan y mis brazos tiemblan mientras jadeo. Mis dedos se en-
roscan en la tierra cuando los pasos se detienen, pero no tengo que levantar la
vista para saber que está cerca.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Pobrecita. —La voz del hombre solo puede describirse como un ronroneo, y
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no puedo evitar estremecerme. No es lo que esperaba, y mis hombros se tensan


mientras espero el dolor que sé que va a llegar. —Has corrido mucho, ¿verdad?
Como un conejito asustado intentando huir del lobo feroz.

Se acerca y, cuando abro los ojos, alcanzo a ver las perneras de sus jeans y la
puntera negra de sus botas de montaña. Mis labios se separan cuando lo miro, y
me muero por decir algo que desmienta el miedo que me provoca estas nauseas.

Pero no lo digo. Porque no puedo. Se me hace un nudo en el estómago mientras


lo miro fijamente, y una mano enguantada se extiende para inclinarme la barbilla
un poco más hacia atrás, tanto que resulta incómodo, y me doy cuenta de que es
para que pueda mirarme bien a los ojos.

Va a matarme.

—¿No vas a rogarme por tu vida? —pregunta, sonando curioso más que nada.
—Viste como maté a ese chico. Seguro que sabes lo que viene después, ¿verdad? 23
Me estremezco, agarrando tierra entre los dedos y sacudo la cabeza.

—Que te jodan —siseo, parpadeando con fuerza para intentar apartar las lá-
grimas. Si va a matarme, no va a hacerme suplicarle también.

—No, esto no funciona así. —Sujeta mi barbilla hasta que su pulgar me pre-
siona el labio inferior. El cuero de su guante es áspero cuando lo desliza dentro de
mi boca, y me estremezco cuando siento el sabor cobrizo de la sangre. La sangre
de Brett. —Te atrapé, conejita. Mi pequeña presa.

Se arrodilla a mi lado, mi mandíbula sigue en su agarre, y estoy tan sorprendida


que ni siquiera intento apartarme al encontrarme cara a cara con la máscara fría
y ensangrentada que cubre su rostro. Así de cerca, huele a sangre, vieja y nueva.
Como el cuero de su chaqueta y sus guantes, un toque a viejo metal.

No debería resultarme agradable, y definitivamente no debería intentar perse-


guir el toque de especias bajo todo eso. Pero estoy a punto de morir, así que no
me importa que mi cerebro sea estúpido y se apague.

Temblorosa, levanto una mano y lo agarro de la muñeca mientras retiro mi cara


de un tirón.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—No voy a rogarte que no me mates —digo con voz temblorosa. —No te lo voy
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a conceder.

—¿No? Estabas más que dispuesta a rogarme que no matara a tus amigos. —Es
tan sociable que me inquieta. Como si no estuviéramos aquí, en el lago, y la policía
no estuviera en camino para detenerlo o matarlo a tiros.

—Si vas a matarme ahora... —Me giro, tratando de mantener a la vista la mano
con la que sostiene el machete, aunque con él tan cerca de mí, es increíblemente
difícil. —¿Por qué salvarme de Brett? ¿Por qué evitar que me hiciera daño?

—¿Salvarte? —Su cabeza se inclina ligeramente, despacio, hacia un lado y la


máscara se limita a mirarme con fría brutalidad. —¿Quién ha hablado de salvarte?

—Pero tú...

—A lo mejor estaba celoso de que otra persona tocara a la chica tan hermosa a
la que estuve acechando todo el verano.
24
Se me hiela la sangre al oírlo y levanto la cara hacia la suya, con la boca abierta
para replicar, solo para que él levante el brazo de repente y agarre la base del cuello
con sus dedos largos. Me empuja de espaldas al suelo, mis hombros chocan contra
la suave hierba y mis ojos encuentran el débil resplandor de las luces de los árboles.

Voy a morir aquí, bajo una hermosa noche de verano. Me late el corazón en el
pecho cuando se mueve para sentarse a horcajadas sobre mis caderas, y estoy de-
masiado agotada por mi intento de escape como para hacer algo más que mirarlo
fijamente y rezar a Dios para que no me duela tanto como parecía cuando asesinó
a Brett.

Mueve el brazo, el que sujeta el machete, pero cuando entra en mi campo de vi-
sión, no sujeta la hoja en sí. En su lugar, sostiene una tira de tela, algo que podría
haber sido arrancado del faldón de su camisa, y lo cuelga por encima de mi cara.

—Cierra los ojos, conejita —ronronea en voz baja haciéndome estremecer.

—No. No voy a...

—¿Suplicarme que te deje vivir? Eso ya lo hemos hablado.

Vuelve el humor a su voz y me agito al oír sus palabras.


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—No voy a dejar que hagas... lo que sea esto. Si vas a apuñalarme o a dego-
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llarme, tendrás que aguantarte que te vea hacerlo. —No sé qué clase de postura
es esta, y puedo sentir mi alma llorando ahora mientras busco mentalmente cual-
quier señal de que esto no está pasando de verdad.

Porque no puede estar pasando. Tengo veintitrés años y no merezco morir así.
Claro, no he hecho nada grandioso como conseguir un trabajo a tiempo completo
u acudir a terapia con regularidad. Ni siquiera he mantenido viva una planta.

Pero aun así no merezco morir.

—Adorable —expresa, y me agarra las manos con sus dedos enguantados, obli-
gándome a bajarlas a los costados para poder sujetármelas con las rodillas mien-
tras me agito con renovada energía intentando por todos los medios quitármelo
de encima.

—¡Basta! —grito, probando darle una patada sin conseguirlo. Aparto la cara de
sus manos, pero es inútil. En cuestión de segundos, el paño está atado sobre mi 25
cara, lo suficientemente seguro como para que no vaya a ninguna parte.

Abro los ojos tras él y no me sorprende no poder ver nada. Todo está negro
como el carbón y me paralizo.

—Ya está, conejita —anuncia, recorriendo con el pulgar mi labio inferior. Con
una sacudida, me doy cuenta de que se ha quitado los guantes, aunque no en-
tiendo por qué. —A diferencia de otras personas, no soy tan estúpido como para
mostrar mi cara tan pronto.

—¿Qué? —susurro, con voz suave.

—Nada. Sólo hablo conmigo mismo. —Algo tintinea en una roca cerca de mi
cabeza, y cuando me doy la vuelta, encogida ante la expectativa de dolor de ser
apuñalada... no pasa nada.

En lugar de eso, coloca la mano en mi bajo vientre, sujetándome.

—Hablemos de lo que va a pasar, pequeña presa —gruñe el hombre, ya sin la


voz encubierta. Ese clic significa que se ha quitado la máscara, y eso es probable-
mente lo que ha dejado a mi lado. —No soy como el príncipe azul con el que te
encontré hablando. Y no voy a hacerte daño como él lo habría hecho.
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—Sí, sólo vas a apuñalarme —ironizo, tratando de demostrar que no tengo


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miedo. —Totalmente no son lo mismo… Los nudillos de su otra mano golpean mi


mejilla, llamando mi atención, aunque no me duele lo más mínimo. De hecho, si
tiene las dos manos sobre mí, significa que no lleva el machete.

¿Acaso va a estrangularme?

—Se cumplió tu deseo, ¿verdad? Vine por ti en vez de ir por tus amigos. Eso es
lo que querías. Y me diste una persecución tan divertida. En realidad, no pensé
que durarías tanto, si te soy sincero. Y tienes tan buen aspecto en el suelo, man-
chada de sangre y tan cansada que estás temblando.

Quiero decir algo, aunque no tengo ni idea de qué. Parece casi un cumplido,
pero mi mente se niega a aceptarlo. Es imposible que un asesino en serie esté di-
ciéndome que lo he hecho bien o lo que sea. Claramente, sólo me está jodiendo
para darme esperanzas antes de acabar con mi vida.

—Sólo quiero una cosa, luego te dejaré ir. 26


—No, no lo harás —contradigo, estúpidamente. Pero con mi cerebro demasiado
concentrado en mi inminente muerte, es difícil que mi filtro cerebro-boca se inter-
ponga a todas las estupideces que quiero decir.

Sus nudillos vuelven a tocar mi mejilla, como una suave reprimenda, aunque
no es una bofetada. Es un roce, como mucho.

—Vas a dejar que te bese, conejita bonita, y entonces te liberaré de mi trampa.


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S é que le he oído mal. De algún modo, mi cerebro ha transformado la pa-


labra asesinato en beso para proteger mi subconsciente. Me está diciendo cómo
va a acabar con mi vida, pero mi cerebro ha activado el modo de audición selec-
tiva y ahora sólo capto las cosas que no harán que mi alma abandone mi cuerpo

27
inmediatamente.

—¿Me has oído, conejita? —Toca mi mejilla una vez más, con tono divertido.
—¿O el shock te ha dejado inconsciente?

—Eso —susurro. —Porque sé que no acabo de oír lo que creo que escuché.

—¿Qué parte? ¿Qué voy a besarte? ¿Que un asesino con más víctimas que años
llevas viva quiere destrozarte esa boquita tan bonita antes de dejarte libre? ¿O que
he estado viniendo aquí cada semana durante todo el verano, imaginando lo que
te haría si tuviera exactamente como te tengo ahora? Iba a dejarte ir, ¿sabes? —Se
inclina más hacia mí y me agarro con fuerza, aunque ahora no puedo hacer nada
más que apartar la cara de él, con los ojos sin poder ver bajo la improvisada venda.

—¿Vas a obligarme a pelear contigo también por esto? —Se ríe, con su aliento
caliente bañando mi mejilla.

—Haré que luches conmigo por todo —replico, y no estoy preparada para la
forma en que gruñe contra mi oído. Joder.

—Cuidado, pequeña presa —advierte el asesino. —O vas a pedir más de lo que


puedes con palabras como esas. ¿No vas a mirarme? —Sacudo la cabeza. —¿No
vas a abrirme la boca para que pueda tener lo que quiero?
Sacudo la cabeza, todavía mirando resueltamente hacia otro lado.
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—Bien. —¿Qué? —Prefiero hacerlo, de todos modos. —Su mano libre me agarra
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la mandíbula y acerca mi cara a la suya mientras me pellizca el labio inferior, mor-


diéndolo tan fuerte que jadeo instintivamente.

—Buena chica —ronronea, justo antes de besarme en serio, con su lengua pre-
sionando contra la mía y recorriéndome toda la boca. Al contrario de lo que espe-
raba, no sabe a sangre.

Sabe tentador. Y asombroso, y si fuera cualquier otra persona, suplicaría por


tener su sabor en mi lengua. Pero es un jodido asesino, y yo sigo siendo su próxima
víctima. Un escalofrío me recorre la espina dorsal y, cuando se mueve puedo
soltar los brazos, creo que voy a empujarlo y tirarlo al suelo para salir corriendo.

Sin embargo, de alguna manera, uno de mis brazos termina en su cabello, mis
uñas rasguñando con dureza el cuero cabelludo hasta que emite un sonido de
satisfacción dentro de mi boca. Esta vez hay un estremecimiento en dirección
contraria que empieza en mi lengua y termina entre mis muslos.
28
Es jodida adrenalina, me grito a mí misma, agarrando con fuerza su pelo ás-
pero. En realidad, no quieres esto. Es literalmente la adrenalina. Pero no siento
esa energía cuando me besa. De hecho, siento que realmente estoy disfrutando
esto y que no quiero irme a ninguna parte. Con todo, mi cuerpo no reacciona así,
y aunque hace tiempo que sé que estoy un poco jodida, no puedo estarlo tanto.

¿Verdad?

Acabo de ver a este hombre asesinar a alguien, quien me persiguió por el bosque
para cazarme y divertirse confundiendo a mi cerebro aterrorizado.

Otro pellizco en el labio inferior me devuelve al presente, y jadeo un suave


insulto ante el agudo dolor.

—Vas a tener que soltarme el pelo. O al menos sujetármelo con más suavidad,
conejita —murmura contra mi garganta. —Si no, voy a pensar que deseas algo
más que un beso.

Aunque sus palabras me abrasan como llamas, tardo un segundo en separar


los dedos de su grueso pelo. No me detengo a analizarlo, sino que dejo caer la
mano torpemente junto a mi cabeza, respirando agitadamente contra sus labios.
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—Buen conejita —felicita, como si hubiera hecho algo realmente meritorio. La


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verdad, no siento que lo haya hecho, y desearía poder ver, algo más que la negrura
tras la venda que me ha puesto.

—¿Vas a dejarme ir ahora? —susurro, deseando haberme guardado las pala-


bras en el momento en que se escapan. Probablemente le he recordado que siga
con el itinerario y ahora voy a acabar con un machete en el pecho.

Suspira y me roza el labio inferior con el pulgar, arrastrándolo hacia abajo hasta
que su mano se enrosca alrededor de mi garganta. —Supongo. Ya que quieres que
lo haga. —Hay un toque juguetón en su voz que definitivamente no entiendo, y
cuando su mano aprieta muy ligeramente mi garganta, me estremezco cerrando
los ojos con fuerza.

—¿Qué? ¿Crees que voy a estrangularte? —pregunta, riéndose dulcemente al final


de las palabras. —Podría. Ya que me lo estás poniendo bastante fácil... pero no me
va eso de matar. Quiero verte jadeando, pero no porque esté a punto de matarte.

Definitivamente no hay otra buena razón para estar jadeando, pero no lo digo. 29
Me quedo en silencio, esperando que se levante y se vaya para que yo pueda
volver al camping gritando. Y si pateo un poco de tierra sobre el cuerpo de Brett
en el camino, ¿quién va a saber o decir algo?

—Toma. —Me ponen algo en la mano, y cuando mis dedos lo rodean, respiro
sorprendida.

—¿Ese es mi teléfono? —Estoy segura de que sí. Noto la carcasa entre mis
dedos y mi pulgar se desliza sobre la lente de la cámara mientras mi corazón lo
toma como una invitación a acelerarse de nuevo. —¿Me devuelves mi teléfono?

—Claro que sí, preciosa —asegura el hombre. —Tardé un minuto en encon-


trarlo cuando te perseguía, pero supuse que habría sido descortés por mi parte
dejarlo tirado en el suelo.

Sus palabras no tienen sentido, y tengo la sensación de haber flotado en un


sueño mientras él me apuñala hasta matarme a la orilla del lago.

—Me lo estás dando —repito, aún sin creérmelo. —¿Sólo... dándomelo?

—Sí. —Se mueve, y siento que se pone de rodillas encima de mí, sus labios ya
no están encima de los míos.
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—¿Y si te tomo una foto?


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Cuando se sienta sobre mis caderas suspirando, sé que la he cagado. Incluso


cuando pronuncie las palabras lo sabía, y ahora es sólo la guinda del pastel de la
confirmación de que realmente debería aprender a callarme.

Ah, bueno. Tal vez en la próxima vida.

—¿Y si me haces una foto? —Su mano acaricia mi cadera, haciéndome estre-
mecer. —¿Qué vas a hacer, conejita? ¿Quitarte la venda de los ojos, tirarme al
suelo y hacerme fotos para enseñárselas a la policía? ¿Eh? —Sus dedos rozan
mi piel desnuda, dibujando pequeños círculos en mi bajo vientre. —Y ya que
estás, ¿me atas a un árbol con una cuerda que has tejido con hojas y ramas secas
guiando a la policía hasta mí por el olor?

Se está burlando de mí. Está tratando esto como si fuera una gran broma, y
como si yo no pudiera hacer lo que he dicho. Aunque, para ser honesta, no estoy
seguro de que pueda. Probablemente tiene todo el derecho a burlarse de mí, y 30
prefiero que haga eso a que me asesine.

—Discúlpame por respirar —murmuro, con la cara vuelta hacia un lado.

Él se ríe. —No, conejita, no seas así. Te diré una cosa. Eres más que bienvenida
a intentarlo. No voy a matarte.

No le creo.

—Me levantaré y me marcharé; entonces quizá no vuelvas a verme. La policía


tampoco me atrapará. —Qué engreído. —Y esa es tu última oportunidad de ser un
ciudadano útil. Tómame una foto y la policía sabrá quién soy. Me arrestarán y me
pudriré en la cárcel. ¿Es eso lo que quieres?

No estoy segura de sí lo es o no. Él mató a Brett. Y me ha salvado a mí.

¡Pero ha matado a muchas otras personas! Mi cerebro me recuerda, gritando.


¡Quizás jugó juegos como este con ellos también! Probablemente miente sobre
haber vuelto para acecharte todo el verano.

—¿Me ha estado vigilando todo el verano? —En realidad no es asunto mío saber por
qué un loco asesino en serie hace eso, pero una parte de mí sigue sintiéndose curiosa.
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—Una vez a la semana por lo menos —asegura casi con dulzura. —A veces puede
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ser difícil escaparse, pero me alegro mucho de que hayamos quedado antes de que
vuelvas a casa mañana. Es un poco como un dulce romance de verano, ¿no crees?

No, no lo creo en absoluto.

—No te creo. —Dios, realmente tengo que controlar mi boca. —Nunca te he


visto. Alguien te habría visto.

—Nunca me has visto porque lo único a lo que siempre prestas atención es a la


lluvia de luces en los árboles —arrulla.

Mi estómago cae por el suelo, directo al centro de la tierra, y se esfuerza por no


volver a subir ante sus palabras. ¿Cómo iba a saber eso a menos que realmente me
hubiera estado observando, al menos durante parte del verano? Demasiado atur-
dida para responder, me quedo tumbada como una idiota sin el sentido común
para ser la chica final en la película de nadie.

—Hazte un favor y no me hagas caso, conejita. Como te he dicho, podrías


31
arrancarte la venda de los ojos y fotografiar mi cara... Pero entonces tendría que
quitarte tu teléfono para borrar las fotos y darte luego un buen castigo. —Se pone
en pie, ya sin su calor, me encuentro temblando en la fría noche.

—Pensé... que no me matarías —comento, medio para mis adentros.

Se ríe y me estremezco cuando recoge lo que había dejado a mi lado. —No lo


haré. Pero hay muchas formas de hacer que te arrepientas de semejante estu-
pidez que no implican lesiones permanentes, mutilaciones o la muerte. Soy así de
creativo. Te diría que saludes a todos tus amigos de mi parte... pero no lo diría en
serio. De todos modos, tú eres la única que importa aquí.

No respondo.

Ni siquiera tengo la oportunidad de hacerlo cuando se aleja adentrándose en el


bosque, sus pasos desapareciendo en un minuto hasta que sólo quedan el cantar
de los grillos y el olor del lago en mi nariz, ahuyentando su olor.
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S e ha ido.

El alivio me invade tan rápido como los sonidos del bosque y me quito la venda
por completo. Hay una brisa entre las ramas por encima de mí, una que mueve
las pequeñas luces sujetadas a los árboles incluso tan lejos desde el campamento.
Por lo que he oído, las luces se extienden un par de kilómetros en cualquier direc- 32
ción del campamento, aunque cada vez son más escasas a medida que avanzan.

En teoría, ¿no podría escudriñar las luces y seguirlas?

De repente, la decepción me cala hasta los huesos y me pongo en pie con el


teléfono en la mano. No puedo quitarme sus palabras de la cabeza, aunque no
estoy segura de por qué.

Podría seguirlo. Puede que no se dé cuenta, y al menos podría averiguar adónde


va para avisarle a la policía. Eso sería bueno, ¿verdad? Ha matado gente. No sólo
a Brett, por quien no puedo obligarme a sentir pena. Sino a otra gente inocente.

Necesita estar en la cárcel, no paseando por el bosque con un maldito machete


en la mano. Por otro lado, podría haber sido un farol. Podría matarme si me in-
terpongo en su camino otra vez. Arrojarle una piedra es una cosa. Averiguar algo
para ayudar a que lo encarcelen es otra.

Mis ojos encuentran los árboles de la orilla del lago y veo un parpadeo de luz
entre ellos.

Estoy segura de que podría dirigirme hacia allí y regresar a salvo al campa-
mento, pero ese no es el camino que siguió el enmascarado.
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Pero, de nuevo, no debería seguirle el rastro a un asesino... ¿verdad?


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Tomo una respiración profunda y me alejo de los árboles iluminados.

En lugar de eso, sigo el sendero usado para caza menor en el bosque, bastante
segura de que es por aquí por donde ha ido. Sinceramente, se me da bien guardar
silencio y vigilo mis pasos para no pisar piedras o ramas ni nada que pueda de-
latar mi presencia.

No necesito una foto de su cara, como me incitó anteriormente. Si pudiera ave-


riguar adónde se esconde, eso funcionaría igual para mí. Lo suficiente, de todos
modos, ya que estoy demasiado asustada para hacer más que esto.

Incluso caminar en la misma dirección que él me aterroriza. Me lo estoy bus-


cando, aunque una parte de mí, una parte realmente enferma y sin instinto de
supervivencia, se pregunta qué haría si me atrapara.

¿Llegaría a verle la cara? Eso sí que es una locura, en las películas los asesinos
sólo muestran su rostro a las personas que van a matar. Y yo no quiero morir.
33
Pero creo que tampoco quiero que muera nadie más.

Mis pasos lentos me llevan a una parte más oscura del bosque, aunque todavía
puedo oír las olas rompiendo en la orilla en algún lugar a mi izquierda. Luego el
sendero se desvía hacia el lago y, finalmente, salgo de la espesura de la arboleda
y llego a un lugar más despejado en la orilla.

¿Es un lugar para acampar? Es lo único que se me ocurre. El suelo está limpio de
escombros y hay un pequeño muelle que conduce a una parte más profunda del lago,
en vez de la suave orilla que los chicos utiliza para nadar y que me resulta familiar.

Incluso hay una mesa de picnic, ¿y en ella? Casi se me paraliza el corazón.

Encima de la mesa de picnic está el machete ensangrentado.

Me trago la bilis, deseando haberme quedado en la parte más espesa del bosque
en lugar de venir aquí. Echando un vistazo al alrededor, intento vislumbrar en la
oscuridad de los árboles circundantes. Pero no hay nada. No hay movimiento. Ni
el brillo blanco de una máscara. De hecho, lo único que tiene vagamente forma de
persona es lo que hay en el borde del muelle.
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Excepto que no se mueve. ¿Estará muerto? Da la sensación de que quizá haya


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una víctima ahí fuera, en una silla al final del corto muelle.

Eso, o el asesino decidió tomar una siesta.

Pero... ¿Y si no están muertos? Probablemente no es una situación como la de


Brett, y si alguien allí fue apuñalado y está agonizando, entonces tengo que ayudarlo.

Sé que me gustaría ser asistida si la situación fuera al revés.

Sin embargo, mis ojos se posan en el machete, su hoja todavía manchada de


sangre. No puede haberlo dejado, así como así. Seguro que está aquí en alguna
parte. O se ha ido, y esta persona realmente necesita ayuda.

Tengo que decidirme rápido, y con la sangre martilleándome en los oídos, me


aterra pensar que vaya a ser la opción equivocada y que acabe muerta.

Cambio de planes, apunta mi cerebro. Comprobamos si esa persona está bien


y entonces corremos. Así no me siento tan mal. Si quien está en el muelle está 34
muerto, entonces estoy libre de todos modos. Si no lo está, llamo a la policía en
busca de ayuda.

Y si el asesino aparece, entonces definitivamente me arrojo al lago y nado en


busca del campamento. Soy buena nadadora, y si tengo que cruzar el lago para
ponerme a salvo, lo haré. Con su pesada chaqueta, su máscara y su machete, no
puedo pensar sinceramente que vaya a lanzarse tras de mí. Especialmente si no
le he visto la cara.

Además… ¿no había dicho que no me mataría?

¿Soy tan estúpida como para creerle?

En lugar de huir como el conejo asustado con el que me había comparado,


salgo a paso ligero hacia el muelle. Mi pie encuentra el primer trozo de madera
y me detengo cuando cruje, luego continúo con más cuidado. No está cerca, o le
habría oído.

¿Verdad?

Sólo necesito asegurarme de que no hay nadie herido.


Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Dios, es la primera vez en mi vida que espero que alguien esté muerto. ¿Eso
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me convierte en una persona de mierda? Todo mi cuerpo tiembla a medida que


me acerco. Aunque no es hasta que me encuentro cara a cara con la silla, con una
chaqueta de cuero sobre el respaldo y la máscara en el asiento, que me doy cuenta
de hasta qué punto ha sido un error.

Parece una trampa.

Lentamente, me doy la vuelta, con la boca apretada en una fina línea mientras
camino con cuidado hacia el muelle. No me importa que la madera cruja bajo mis
pies. No me importa que se quiebre dejándome caer en al lago.

Sólo necesito salir de aquí.

Al final del muelle, miro hacia arriba con la intención de volver a comprobar el
claro antes de escapar. Pero mi cuerpo se detiene en seco.

La mesa de picnic ya no está vacía.


35
En su lugar, hay una gran figura sentada, con los pies apoyados en el banco y
los brazos cómodamente colocados por encima de las rodillas.

Mi boca cae sorprendida, con la respiración entrecortada y aterrorizada mien-


tras miro al asesino, que está sentado sobre la mesa y sin máscara.

Ha sido una muy mala idea.

—¿Creías que estaba sentado admirando la vista? —Su voz es burlona, tran-
quila y jodidamente peligrosa. —¿O pensabas que hallarías otra desafortunada
víctima en el bosque? —Con la capucha puesta, no puedo ver sus rasgos, y tam-
poco se sí quiero.

—No he visto nada —susurro. —Lo siento, yo... no quería...

—Bueno, no eso es del todo cierto, ¿verdad? —Se acerca con el machete, pro-
bando el filo con sus dedos enguantados. Me estremezco ante el movimiento y
doy un paso atrás hacia a los árboles más espesos. —No te ofendas, conejito...
—dice sin mirarme, volviendo a apoyar el machete sobre la mesa. —Pero no eres
lo suficientemente rápida como para dejarme atrás. Sobre todo, porque tengo la
sensación de que estás tan cansada como cuando te atrapé la última vez.
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—Saltaré al lago —amenazo, moviéndome en dirección al muelle.


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—Y me arrojaré para sacarte a rastras. Te haré respiración boca a boca, si es ne-


cesario. No puedo permitir que mi conejita se mueras tratando de escapar. —Una
parte de mí quiere decirle mi nombre, para que deje de llamarme conejita y presa.

—¿Por qué? —suelto furiosa, con las manos apretadas a los lados.

No contesta.

—¿Por qué has venido aquí? —cuestiona en lugar de responder unos segundos
después. —¿Después de que te dejara sola? ¿No deberías haber vuelto saltando a
tu campamento? —Otra vez con las bromas de conejos.

—Me perdí —miento con facilidad, abriéndome paso lentamente hasta la línea
de árboles. —Estaba tratando de volver, pero no sabía por dónde ir, y no me di
cuenta que elegiste este camino...

—No eres buena mintiendo. Y tendrás que mejorar mucho si quieres engañarme 36
—señala suavemente, sin levantar la vista de sus manos.

—¿Por qué crees que miento?

—Llámalo intuición. —Lentamente estira los dedos. —Ven aquí.

—Ni lo sueñes. —En lugar de eso, doy otro paso dispuesta a correr.

—Te lo diré una vez más. Ven aquí o te obligaré.

Dudo, aunque realmente debería huir. Pero tiene razón en algo increíblemente
desafortunado. Estoy agotada. Me arden los músculos y aún siento las piernas
como gelatina. Necesito otro minuto, o diez, para poder correr a cualquier parte,
y me temo que ambos lo sabemos.

—¿Por qué? ¿Qué quieres de mí? Dijiste que no me matarías, ¿recuerdas? —de-
safío, como si un asesino en serie se atuviera alguna vez a su palabra.

—También te dije que hay muchas formas de hacer que te arrepientas que no
impliquen matarte o hacerte un daño grave —explica, sin moverse. Su mano sigue
levantada entre nosotros y la miro, luego a su rostro ensombrecido que no puedo
distinguir.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Me harás daño.


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—Tal vez. Pero creo que deberías arriesgarte haciendo lo que te digo, en lugar
de huir.

Sus palabras hacen que se me hielen los pulmones y me ahogo con el aire que
respiro. Él me hará daño. Va a jodidamente matarme, más concretamente. Y le
tengo tanto miedo que me siento paralizada.

Entonces, sin decir una palabra más y rezando para que ocurra algún milagro,
salgo disparada hacia los árboles...

O lo intento.

El asesino en serie salta de la mesa de picnic y, en pocas zancadas, me agarra


por la cintura. Grito y chillo, sacudiéndome para me suelte. Doy manotazos y
patadas, pero no parece notarlo. En lugar de eso, me arrastra con él, hasta que
consigue sentarme en la mesa de picnic con una mano de repente alrededor de la
cara, tapándome los ojos.
37
—Pobre conejita. —Se burla, apretándome con fuerza mientras me estiro para
intentar que me suelte. —No podías dejarme en paz, ¿verdad? Cierra los ojos.

—N-no.

Se ríe entre dientes. —Mis amigos dicen que soy más simpático sin la máscara,
pero de cualquier forma no vas a verme la cara. O los cierras para que pueda ven-
darte los ojos, o me la pongo y no te gustaré tanto.

Siento que tiemblo bajo su agarre casi abrasador y asiento lentamente, incapaz
de pensar en una salida sin hacer lo que me dice.

—¿Tú no… me harás daño? —pregunto, mientras su mano se aparta de mi cara


y me duele abrir los ojos para verle la cara.

—¿Confías en un asesino en serie?

La bilis me sube a la garganta cuando me envuelve la cara con un trozo de tela,


oscureciéndome la vista como hizo antes. Pero antes de que pueda responderle,
se inclina hacia delante y me roza la oreja con los labios.
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—No pasa nada. Puedes confiar en este. Sólo por esta vez. No te haré daño,
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conejita mía. No como estás pensando.

—No entiendo lo que quieres decir. —Mi voz es pequeña y aterrorizada, y mi


respiración llega en jadeos desesperados mientras él se mueve.

Sin pensarlo, me aferro a su brazo, temerosa de lo que ocurrirá cuando ya no


pueda sentirlo, y él me deja mantener el agarre.

—Lo siento. Me iré. Por favor. Me iré, y no le contaré nada a nadie. No sé nada...

—Sí, soy plenamente consciente de ello. ¿Qué? ¿Pensaste que te dejaría se-
guirme hasta aquí si existiera la posibilidad de que vieras algo que pudiera me-
terme en problemas? ¿Consideraste por un segundo que no sabía lo que mi pe-
queña presa iba a hacer una vez que la dejara libre? —Su voz es un rumor bajo y
burlón que me sacude con una sensación que sólo en parte es de miedo.

—Lo siento —repito, sin oponerme a que me lleve adonde quiere. No sé dónde
ni para qué exactamente. No cuando estoy cegada. Aunque cuando da un tirón
38
repentino y su otra mano me obliga a apoyarme sobre su regazo, con los codos
sobre la mesa de picnic, se me vuelve a hundir el corazón.

—¿Qué estás haciendo? —exijo, intentando luchar contra su agarre. Me empujo


contra la áspera madera, y mis pies patalean inútilmente en el banco.

—¿No es obvio, o es que nunca te azotaron de niña? —ironiza el asesino en


serie. — Quizá si lo hubieras sido, no tendrías unas ganas imprudentes de se-
guirme por el bosque de noche.

—No vas a...

—De hecho, sí —asegura. —Supongo que, según tu definición, te estoy haciendo


un poco de daño. Pero creo que ambos sabemos que podría ser peor.

Antes de que pueda replicar, su mano desnuda se desliza por mi muslo, y se


me corta la respiración al lamentar lo poco que cubren estos shorts de jean. No es
que esperara estar sobre el regazo de alguien esta noche.

—Por favor, no.


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—Podría pedirte que contaras por mí... —Levanta la mano y un segundo des-
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pués la baja, con tanta fuerza que el golpe me escuece en la piel. Jadeo, ponién-
dome de puntillas, intentando alejarme de él y del dolor punzante o algo así.
—Pero no seré tan malo contigo. Lo único que tienes que hacer es quedarte ahí y
aguantarlo. Eso es todo, conejita. ¿Es mucho pedir?

—Sí.

—Bueno... —tararea suavemente y su mano desciende de nuevo, esta vez contra


el muslo izquierdo. Grito y me giro para enterrar la cara contra el brazo que me
sujeta en su regazo. —Supongo que, si no puedes soportar el castigo, no deberías
haber cometido el delito, ¿eh?

Cuando vuelve a levantar la mano, me estremezco, esperando que me pegue


otra vez. Pero en lugar de eso, me pasa una mano por la piel ya inflamada de los
muslos, haciéndome estremecer.

Oh joder, maldigo para mis adentros, mientras algo distinto del miedo y el alivio 39
inunda mi cuerpo. Mis muslos se aprietan cuando desliza la palma de la mano
sobre la carne maltratada de la parte superior de mis muslos, y gimo cuando me
golpea, en el mismo sitio, lo que sólo hace que empeore. Me azota dos veces más
y luego baja la mano para acariciarme de nuevo los muslos.

Esta parte es la peor, y no porque duela. Intento amortiguar cualquier ruido


contra su antebrazo desnudo, pero las piernas me fallan y se hunden hasta quedar
pegada a su regazo en lugar de alejarme de él para mantener la distancia. Mur-
mura algo que no puedo oír, y estoy demasiado centrada en intentar no derrum-
barme como para entenderlo.

—¿Estás lista para otra ronda más? —canturrea con los dedos clavados en mis
suaves muslos.

Sacudo la cabeza y aprieto la nariz contra su brazo. —Sí, lo estás, dulce co-
nejita. Te portas muy bien conmigo. Eres una chica tan buena para mí. —Eso no
ayuda y desearía que dejara de hablar. Su voz es como un terciopelo suave y liso
que se desliza contra mi cuerpo, haciendo que esta sesión de castigo sea mucho
peor. —Puedes hacerlo por mí una vez más. Dos más en cada lado, ¿de acuerdo?
Eso es todo.
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—Eso es demasiado —discrepo, apenas capaz de hablar con la cara presionada


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contra él.

—No lo es. —Desliza la palma de la mano por mi muslo y al quitarla me tenso


esperando la picadura. Gimo cuando vuelve a darme un azote, esta vez justo de-
bajo del dobladillo de los shorts de jean, en la parte carnosa del glúteo. Mis muslos
se aprietan nuevamente cuando vuelve a azotarme y, antes de darme cuenta me
estoy moliendo contra su regazo, apretando los dientes para aguantar.

Se detiene y me apoya la mano en la parte baja de la espalda mientras in-


tento controlarme. ¿Estoy llorando? Definitivamente siento que estoy llorando y,
a juzgar por el tacto húmedo de la venda, es una suposición muy acertada.

—Oh —murmura y se ríe suavemente. —No es por esto por lo que pensé que te
oponías a recibir tu castigo, conejita.

Me quedo en silencio. Sin nada más que decir, sobre todo cuando siento como
el ardor que deja en mi piel tras cada azote parece dirigirse al mismo centro de 40
mi cuerpo.

Su mano vuelve a mis muslos, calmando con caricias uno y luego el otro. Su
piel se siente fría contra mi carne maltratada y gimo mientras me retuerzo en su
regazo, intentando no sonreír contra él.

—Sabes, si necesitas más... —Me sujeta la cadera con la mano inclinándome


hasta que realmente me muelo sobre su muslo, con las piernas deslizándose a
ambos lados de las suyas para poder hacerlo con facilidad. —Creo que lo estás
disfrutando, ¿verdad? —No espera a que responda, y esta vez sus golpes son más
ligeros, más burlones.

Pero no importa.

Continúo sintiéndolo como ramalazos de fuego, y me aferro a su rodilla y a lo


que puedo alcanzar de su cuerpo cuando vuelve a apoyar la mano sobre mi piel.
Tiemblo y no puedo decidir si quiero que siga o si prefiero apartarme de él.

—Para, por favor. Sólo... para —suplico, apenas capaz de prestarle atención. La
cabeza me da vueltas por el placer que intento alejar, y sólo oigo vagamente su
suave risa.
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—¿Que pare qué, conejita? Estás temblando de placer y lo único que he hecho
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es mantener mi mano sobre tu muslo durante los últimos treinta segundos. A


menos que estés suplicando que te golpee más, ¿quizá...?

Me acaricia la piel enrojecida de los muslos, haciéndome más difícil pensar.

—Supongo que es justo. ¿Mi conejita es masoquista?

Sacudo la cabeza.

—¿Estás segura? Porque creo que ambos podríamos averiguarlo fácilmente.

Su mano vuelve a posarse en mi cadera y me empuja hasta sentarme a horca-


jadas sobre su regazo, con las rodillas apoyadas en la áspera madera de la mesa,
mientras intento recomponerme, tan penosamente como antes.

—Buena chica —elogia en voz baja y tensa. —Te portaste muy bien conmigo...
aguantaste más de lo que esperaba.

—¿Me dejarás ir, entonces? —susurro, con las manos en sus hombros mientras
41
miro a ciegas el lugar en donde estaría su cara.

—Sí, claro que lo haré. —Empieza a aflojar su agarre, solo para apretarme con
más fuerza, manteniéndome en mi sitio.

—A menos que prefieras que te dé una recompensa.


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P or supuesto que no quiero eso.

Continúo sentada en su regazo, con las rodillas sosteniendo mi peso para no


hundirme sobre mis muslos doloridos. No es que le importe hacerme daño, obvia-
mente. Especialmente cuando una de sus manos abandona mi brazo y la mueve
para hundir sus dedos en mi muslo, el agarre tan deliciosamente doloroso contra 42
mi carne tan maltratada.

Joder, a lo mejor si soy masoquista.

—Eso duele —suspiro, inclinándome hacia delante mientras intento apartarme


de su mano.

Acabo con la cara apoyada en su hombro, incapaz de ver nada de la situación.


Me gustaría verle la cara, pero me doy cuenta de que no es porque quiera descri-
bírselo a un dibujante de la policía.

—Lo sé, conejita —arrulla, deslizando sus uñas por mi muslo. —Pero eso es
sólo un lloriqueo de alguien a quien no le gusta. ¿Tienes cosquillas? —Ante el
cambio de tema, vacilo y niego con la cabeza. Es mentira, pero definitivamente no
estoy de humor para jugar con un asesino en serie.

—Ah, ¿sí? ¿En verdad, no las tienes? —Me doy cuenta vagamente de que ya no
me sujeta los brazos, sobre todo cuando sus dedos rozan mis costados y luego
se van. Un segundo después, siento que tira de la cremallera de mi chaqueta y,
con un par de movimientos sencillos, me la quita arrojándola a algún lugar que
presiento que es el maldito lago o la zanja más cercana.
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Luego duda, con la mano en mi brazo desnudo. —¿Dónde está tu teléfono? —


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pregunta, y las palabras ásperas hacen que me vuelva a poner tensa.

—No voy a dártelo —señalo, con más confianza de la que podría sentir dada la
situación.

—No me dejas tenerlo. No me dejas que te toque. No me has dejado darte unos
azotes... y no me has seguido al bosque —reprocha burlón, girándose para que
sus labios rocen mi oreja. —Tantas cosas que has jurado no me dejarías hacer...
pero aquí estás, en mi regazo. Y ni siquiera te estoy sujetando.

Sus palabras me inundan con la verdad. Que no estoy amarrada aquí por él.

—No me dejarías irme, aunque quisiera —argumento, sintiéndome casi... ¿a la


defensiva? Aún me tiembla el cuerpo, me duelen los muslos, y dudo que pudiera
correr mucho más. No hay forma de que pueda escapar de él.

—Por supuesto que lo haría. No te mantendría aquí si estuvieras resistiendo.


No necesito obligar a nadie, mucho menos a ti.
43
—Estás mintiendo...

Su mano encuentra mi boca de repente, el brazo apoyado contra mis hombros


mientras tapa mis labios. —Deja de hacer eso. No te he mentido ni una sola vez esta
noche ¿o lo hice? —No espera respuesta y, de todas formas, apenas puedo hacer
más que emitir quejidos. —Si quieres irte, puedes hacerlo. Incluso teniéndote cla-
vada a esta mesa de picnic a punto de correrte, puedes pedirme que pare y lo haré.

¿Qué... acaba de decir?

—¿Me entiendes, Hazel?

Probablemente el su uso de mi nombre es lo que me choca más que nada, y el


hecho de libere mi boca al mismo tiempo.

—¿Sabes cómo me llamo? —No puedo evitar preguntar, con la cara vuelta hacia
la suya.

—Claro que lo sé. Te he estado acosando, ¿recuerdas? —Apoya las manos sobre
mis caderas. —¿No sientes acalambrados los muslos, conejita? ¿Preferirías sen-
tarte en mi regazo?
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Niego con la cabeza, aun dudando. Pero cuando hace ademán de empujarme,
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no vacilo, y sólo muevo las piernas para que me resulte más cómodo sentarme
sobre las suyas. Tampoco se me escapa que a él le excita azotarme tanto como
a mí. Sería bastante difícil no darse cuenta. Sobre todo, sintiendo el roce de su
abultada erección.

—No puedo decirte que sí —discuto, medio conmigo misma mientras miro
hacia abajo. No es que cambie nada. —Eres un asesino en serie. Mataste a Brett...

—No te vi muy disgustada por eso…

—Ibas a matar a mis amigos.

—Debatible —responde, con los dedos recorriéndome la columna por debajo


de mi camiseta. —Pero continúa.

No estoy segura de lo que significa. ¿No pensaba matar a mis amigos? Estoy
segura de que esto no era un plan extrañamente elaborado para perseguirme
desde el campamento. No soy tan importante para nadie, y mucho menos para un
44
asesino en serie.

—Vamos —insta de nuevo, mientras sus dedos acarician sugerentemente mi


piel. —Estás pensando demasiado, conejita. Sigue diciéndome que no puedes
dejar que el feo asesino en serie te toque así, o que te tenga en su regazo. —Intro-
duce la mano en el bolsillo trasero de mis shorts de jean y encuentra mi teléfono,
sacándolo. Como si siempre hubiera sabido que estaba ahí.

—No puedo —admito, temblando bajo su contacto.

—Apuesto a que tampoco me dejas encontrar tus cosquillas. —Sus uñas me


raspan ligeramente los costados del vientre, haciéndome retorcer, y casi me salgo
de su regazo cuando hace lo mismo con la piel que hay sobre mis costillas. No
puedo negar la risita que oigo cerca de mi cara, pero al menos se detiene.

—Deja de hablar como si me conocieras. No voy a quedarme ni a dejar que


hagas lo que creas que quiero —protesto, pero es una batalla perdida, por muy
firme que sea mi voz.
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—Ah, ya veo. Entonces no pasa nada. No tienes que decirme que sí. ¿Va... a de-
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jarme ir? ¿Me dejará en el suelo y se marchará, silbando, hacia el bosque? —Pero si
voy demasiado lejos o hago algo que no te guste, dirás ‘rojo’. Y eso no es negociable.
¿Entendido, conejita? —ordena con voz tan severa que vuelvo la cara hacia él.

Entiendo lo que me dice. No es difícil de entender, la verdad. Y, en cierto modo,


me quita la carga de decir ‘sí, señor asesino en serie, quiero que me folles sobre
la mesa de picnic hasta el amanecer después de matar a alguien que pretendía
hacerme daño y casi acabar con mis amigos’.

—Espera. —Presiono una mano contra su pecho y siento su respiración. Con la


capucha desabrochada, está cálido bajo mi toque, y tardo un minuto en recordar
lo que quería decir. —¿Puedo quitarme la venda?

Se ríe. —Claro que no. ¿En qué piensas, conejita? ¿Que el lobo feroz se va a
poner dulce contigo? Quítatela y esto se acaba, y realmente no te gustaré después
de eso.
45
—¿Por qué? ¿Me secuestrarías y me llevarías a tu espeluznante cabaña con la
mecedora delante y la vieja cama desvencijada detrás? —Casi hago una mueca,
descubriendo que parte de mi miedo me ha abandonado.

—No, porque eso te gustaría mucho. ¿Por qué estoy esperando, conejita?

—Porque quiero saber si de verdad ibas a matar a mis amigos... o no.

—Maté a tu novio, ¿verdad? —gruñe peligrosamente, apartando mi mano de su


pecho y llevándosela a los labios para mordisquear las yemas de mis dedos.

—No era mi novio, y lo sabes.

El hombre suspira y me suelta la mano. —Yo tampoco soy tu novio. Y no voy a


ponerme de rodillas y prometerte que jamás se me ocurriría matar a los amigos
de la chica que acecho. Sigue preguntando y esto no irá a ninguna parte. ¿Es eso
lo que quieres?

No lo es. Pero no sé qué hacer. Tan segura como el infierno que no voy a lan-
zarme sobre él.

—No —murmuro. —No lo es —confieso en voz alta.


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—Eso pensaba. —Hay cierta arrogancia en su tono que no me espero y, de re-


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pente, me levanta la camisa con las dos manos y me clava las uñas ligeramente en
la piel, arañando los lugares en los que tengo cosquillas.

Chillando, me inclino hacia delante para rodearle los hombros con los brazos.
—¡Para! Eso duele —gimo, cuando en realidad es un dolor del bueno. Mueve su
pierna para que un muslo quede más alto, presionándome para que no pueda
cerrar las piernas.

—¿Te duele? Pobrecita —bromea, haciéndolo de nuevo. —Apriétame más fuerte,


¿de acuerdo? A lo mejor paro. Quizá me apiade de mi pequeña presa. —Lo hago,
me apoyo en él y agarrando su sudadera con una mano mientras la otra serpentea
hasta enredarse en su pelo.

Mi asesino en serie suelta un jodido gruñido. El sonido es de lo más sexy cuando


me aprieta la garganta con los labios y, en respuesta, le rasguño el cuero cabe-
lludo con las uñas mientras él me mordisquea la piel.
46
—Que me jodan —gruñe, poniéndose en pie tan deprisa que temo caerme. No
lo hago, pero unos instantes después tengo la espalda apoyada en la mesa de
picnic, las piernas colgando del borde hasta que él las separa colocándolas alre-
dedor de sus caderas y se inclina sobre mí para golpear la madera con las manos a
ambos lados de mi cara. —Sabía que había elegido la mejor presa —dice a escasos
centímetros de mi boca. —Las mejores son las que saben defenderse. ¿Quieres
tirarme del pelo otra vez? ¿Quieres arañarme igual que yo te arañé a ti?

—¿Te duele? —pregunto, con voz tranquila. —¿Cuándo lo hago?

—Ni una puta pizca. —Se lanza hacia delante para aplastar sus labios contra
los míos, tragándose mi ruido de sorpresa mientras me fuerza a abrir la boca e
intenta succionarme el alma de entre los dientes. Levanto las manos mientras él
lo hace, subiendo por sus brazos hasta encontrar su cara. Tiene la mandíbula ás-
pera por la barba incipiente y los pómulos afilados bajo mis dedos. Me pregunto
qué aspecto tendrá, sobre todo cuando sus largas pestañas rozan mis palmas y se
aparta un poco para dejarme respirar.

—¿Te gustaría verme? Quizá no sea tu tipo. —Se burla. —Quizá estoy cubierto
de sangre y ahora estoy manchando tu bonita y pálida piel.
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No respondo de inmediato. En lugar de eso, vuelvo a agarrarle del pelo, apre-


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tando su cara contra la mía y deleitándome con el sonido que hace. Pero sólo dura
unos segundos, hasta que me agarra por la garganta y se libera de mí.

—Las manos sobre la mesa —indica en voz baja.

—¿Por qué? ¿He tirado demasiado fuerte? —discuto burlonamente, inclinando


la cabeza hacia un lado.

No puedo decir si estoy decepcionada u orgullosa, pero cuando no hago lo que


me dice, empuja bruscamente mis manos contra la mesa.

—No. Porque te lo he dicho, joder. ¿Y no deberías hacer lo que te digo, mi dulce


y exhausta presa? Quién sabe lo que podría hacerte si no me obedeces.

Una sacudida de miedo me recorre el pecho y noto que me tenso.

Abro la boca, pero antes de que pueda hablar, añade—: Si no lo haces, quizá
tenga que replantearme mi plan de echarte al hombro y llevarte a casa conmigo. 47
No vivo en una espeluznante cabaña en el bosque como mencionaste antes, pero
creo que puedo mantenerte entretenida durante un tiempo, de todos modos.

¿Entretenerme?

—Me gusta tocarte —respondo, aunque no sé si es porque quiero discutir o


simplemente porque quiero que lo sepa.

—Lo sé. Eso no cambia lo que te pedí que hicieras. —Él espera, totalmente pa-
ciente, hasta que dejo caer los brazos incómodamente sobre mi cabeza, estirán-
dolos hacia el extremo de la mesa para sujetarme a la madera.

—Hazel. —Cuando pronuncia así mi nombre, escucho con más atención. —No
voy a hacerte daño. ¿De acuerdo?

—¿Está bien? —pregunto, confundida. Hasta que siento el beso del acero frío
contra mi garganta.

Doy un grito ahogado, y mis piernas caen de su cintura para temblar en la mesa.
Mis labios están a punto de formar la palabra rojo cuando la hoja desaparece y su
mano presiona mi abdomen, justo encima del ombligo, para mantenerme quieta.
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—No voy a hacerte daño —repite. —No lo he hecho hasta ahora, aunque he te-
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nido todas las oportunidades para hacerlo.

—¿Entonces por qué el jodido machete contra mi garganta? —gruño, levan-


tando las manos de la mesa, sólo para que él me sujete mientras se inclina para
besarme y pellizcarme la garganta.

—Porque voy a cortarte la ropa para follarte como te mereces —ronronea en mí


oído, y me estremezco.

—Pero puedo quitármela...

—No. No puedes.

—¿Por qué?

—Porque yo lo digo, conejita. Las manos arriba y no las muevas.

—¡Tengo que volver andando al campamento! —protesto, mis piernas ya no


envueltas alrededor de sus muslos ahora están separadas y con las rodillas flexio-
48
nadas sobre la mesa.

—No puedes cortármelos. ¿Qué se supone que usa...?

No consigo terminar. Agarra mi camisa y me la quita del cuerpo con tanta


fuerza que mi espalda se despega de la mesa. El aire frío me roza la piel donde
antes me cubría la tela.

—¿Qué decías? —consulta con dulzura, mientras el filo del machete acaricia la
turgencia de mis pechos, justo por encima del sujetador.

—Por favor, no —suspiro, agarrando de nuevo el extremo de la mesa. —Por


favor, no me lo cortes.

—¿Por qué, nena? —pregunta, atrapando el cierre delantero de mi sujetador


con la cuchilla. —¿No merezco mirarte? ¿No merezco jugar contigo sin nada en
medio que nos separe? —Espera mi respuesta, inmóvil.

—No —digo simplemente, y él se ríe sombríamente.


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—Estoy en desacuerdo —replica y corta el delicado material que cubre mis pe-
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chos. Se abre de inmediato y lo único en lo que puedo concentrarme es en el frio


de su hoja contra mis erectos pezones.

—Pero como soy muy amable. Dejaré que te quedes con los pantaloncillos. Si
haces una cosa por mí... —La hoja del machete roza mi garganta, deteniendo mi
respiración mientras me pregunto, de nuevo, si va a acabar con mi vida.

—¿No vas a preguntarme qué es? —añade, mientras la hoja continúa subiendo
hasta posarse justo debajo de mi labio. Me estremezco al sentir la hoja de acero y
trato de no preguntarme si la sangre de Brett me está manchando la piel.

—¿Qué pasa? —pregunto, sin apenas mover la boca.

—Suplica.

—¿Qué?

—Ruégame que te las quite en lugar de cortártelas. Suplícame que te deje algo 49
para que puedas mantener tu dignidad cuando vuelvas al campamento tropezando,
casi sin poder andar y tratando de ocultar que estás llena de mi semen.

Es difícil suplicar cuando mi cerebro está lleno de la imagen mental de sus


palabras.

Pero vuelvo a la realidad cuando suspira y el cuchillo recorre mi cuerpo.

—¡Está bien, está bien, espera! Por favor, por favor. No me los cortes. Por
favor, déjame conservarlos. No quiero que todo el mundo me vea. Por favor, solo
quítamelos.

—¿Qué es exactamente lo que no quieres que vea todo el mundo, conejita? —in-
cita, con el lado romo del machete presionando de repente entre mis muslos. —Sé
más específica para mí.

—No quiero que todo el mundo me vea... a mí. Desnuda —revelo, la humillación
tiñendo mi rostro.

—¿Por qué?

—Me daría vergüenza...


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—¿Qué te daría tanta vergüenza, conejita? ¿Aparte de tu desnudez? —Es obvio


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lo que quiere, pero joder, es difícil de decir.

—No quiero que todo el mundo sepa que me has follado.

—Ahí está. —El machete desaparece y sus dedos se enroscan en las presillas
de mis shorts.

—No quieres que nadie vea que te folló el asesino en serie favorito de Ohio.
—Tira con fuerza de mis shorts de jean hasta que llegan a mis rodillas junto con
mi ropa interior. —No quieres que todo el mundo vea lo mucho que lo has dis-
frutado. Pero está bien. Está más que bien. —Me los quita y vuelve a inclinarse
sobre mí, presionando entre mis muslos desnudos. —Porque creo que prefiero
tenerte para mí solo. Abre las jodidas piernas todo lo que puedas. Déjame verte
toda. Cada parte de ti me pertenece ahora mismo. Y no muevas esas manos. Ni
un centímetro.

Dejo quietas las manos, aunque permito que separe mis piernas hasta que mis 50
muslos caen por los bordes de la mesa. Me estremezco bajo su atenta mirada.

—¿Sigues...? —No quiero irritarlo moviéndome, pero estoy sintiéndome inse-


gura por si ha visto algo que no le gusta.

—Sí, nena —promete. —Estoy aquí mismo. Lo siento, ¿así está mejor? —Me
pasa las manos por los muslos. —Sólo te estoy mirando. Eso es todo. Admirando
lo bonita que eres, y el bonito coño que tienes para mí.

Joder. Sus palabras me producen estremecimientos y me aferro con más fuerza


a la mesa de picnic.

—No te importa que mire, ¿verdad? No te importa que quiera tocarte toda.
Quiero jugar con todo este cuerpo… aunque no tenemos tiempo, ¿verdad? No.
—Parece decepcionado, pero sus manos se mueven hasta que desliza los dedos
por mi raja, introduciéndolos en mi entrada antes de arrastrarlos mojados con mi
excitación para llegar a mi clítoris.

Me retuerzo sobre la mesa y él se ríe del movimiento. —Lo sé, lo sé. Ya hemos
tardado demasiado, ¿no? No puedo provocarte como quiero. No puedo hacer todo
lo que quiero, pero está bien.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Desliza sus dedos dentro de mí suavemente, estirándome mientras su pulgar


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rodea mi clítoris. —No necesitas mucho, ¿verdad? No cuando estás tan preparada
para mí. Sé cuánto deseas mi polla. Sé cuánto quieres que te llene. ¿Verdad?

—Sí —digo, flexionando las manos. —Pero también quiero tocarte.

—Di por favor.

—Por favor.

Tira de uno de mis brazos hacia abajo, guiando mi mano hasta que puedo
sentir su pecho y su hombro. Acaricio su camisa con los dedos, deseando poder
acercarlo más a mí.

—Estás muy mojada, tan lista para mí. Creo que estás mojada desde que te
azoté. Así que no sé por qué he alargado la espera. —Oigo cómo se baja la crema-
llera de los pantalones y me pongo tensa.

¿De verdad voy a dejar que lo haga? ¿Voy a dejarme follar por un asesino serial 51
en mitad del bosque? Esto es una puta locura. A estas alturas estoy completa-
mente loca.

—No, no. Shhh. No hagas eso. —Su longitud se desliza contra mi cuerpo, y
ronronea animándome. —No te pongas tensa. Tranquila mi conejita. No te haré
daño, Hazel. No te preocupes. —El repentino deslizamiento dentro de mí fue tan
profundo como puede, hasta que mi cuerpo está al ras del suyo, desmintiendo un
poco sus palabras. No me lo esperaba y grito de sorpresa cuando se inclina hacia
delante para sellar sus labios contra los míos.

Gime contra mi boca mientras se mueve y se separa lo suficiente para volver a


penetrarme y hacerme ver las estrellas.

—Buena conejita —murmura contra mis labios. —Tan caliente y apretada para
mí. ¿Me estabas esperando? Apuesto a que sí. Tal vez sabías que te estaba mirando.

—No lo sabía —niego, girándome hacia el sonido de su voz para perseguir sus
labios mientras me folla. Mis piernas vuelven a rodear su cintura y me muevo para
tironear su pelo una vez más, clavando esta vez mis dedos en su cuero cabelludo.
—No quería que...
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Sin esperar la respuesta mi otra mano que encuentra su pelo. Gruñe y aporrea
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con la mano la mesa junto a mi cara, sobresaltándome, mientras se inclina para


atraparme el labio inferior entre los dientes. Continúa penetrándome, y yo estaría
acompañando sus envites si mis piernas no estuvieran trabadas alrededor de su
cadera.

Pero también me ha quitado la venda y, cuando me tenso y espero a que lo re-


proche, me doy cuenta de que no lo sabe.

—Espera —murmuro, con una mano volando hacia su pecho. —Espera.

Sus movimientos se ralentizan y noto la tensión en su cuerpo.

—Siente. —Sujeto su mano callosa, y la acerco a un lado de mi cara para que


roce con sus largos dedos la tela suelta de la venda.

No se mueve. Lo siente; sé que lo siente. Incluso tocando la tela en la oscuridad,


deja escapar un suspiro contra mi boca.
52
—Cierra los ojos —insta. —¿Están cerrados para mí, conejita?

—Sí.

De repente, la venda desaparece tan deprisa que me siento como si tuviera un


latigazo cervical. Sigo sin abrirlos, aunque mi corazón tartamudea conmocionado.

—Entonces mantenlos cerrados. No mires. No te atrevas a mirar, joder. ¿Enten-


dido? Te volveré a castigar si miras, y aunque lo disfrutarás, no volverás con tus
amigos ni esta noche, ni mañana, ni este jodido mes si abres los malditos ojos.
Afirma con la cabeza si lo entiendes, conejita.

Asiento enérgicamente, con el corazón martilleándome en el pecho mientras


me estiro para rodearle de nuevo el cuello con los brazos.

—Buena chica. Eres tan, tan buena. La pobre conejita no querrá otro castigo
tan pronto, ¿verdad? —Sacudo la cabeza cuando empieza a moverse de nuevo,
gimiendo ante la deliciosa sensación de su profundo deslizamiento. —Lo sé, lo
sé, shh —masculla, con sus labios pegados a mi mejilla. —Me tomas muy bien,
¿verdad? Apuesto a que me estabas esperando, aunque digas que no.

Niego con la cabeza. —No podría...


Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Apuesto a que sí. No me mientas. Puedo oler tus mentiras. —Se retuerce de
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repente para morderme la garganta, haciéndome un moretón en la piel. —Sólo


querías acabar debajo de mí, donde perteneces. Pero conejita... todo lo que tenías
que hacer era pedírmelo, y yo estaría encantado de enseñarte cuál es tu sitio. —Me
besa de nuevo antes de que pueda replicar, y luego se echa hacia atrás de repente,
con una mano contra mi vientre. —Vas a correrte por mí, ¿verdad? Déjame sentir
cómo te aprietas a mi alrededor. Apuesto a que te sientes muy bien.

Su pulgar encuentra mi clítoris y lo acaricia con suavidad, mientras su polla


sigue entrando y saliendo de mí. Es mucho más grande que los únicos dos tipos
con los que he follado en mi vida, y me hace ver estrellas detrás de los párpados.

—Córrete por mí. Ahora mismo. No tengo toda la noche y quiero que te co-
rras para poder llenarte. —Sacudo la cabeza, por un sentimiento de orgullo per-
dido o fuera de lugar. —No te resistas. No te resistas a las jodidas ganas que me
tienes. —Abro la boca para replicar, pero tiene razón. Presiono las manos contra
la madera cuando siento que retuerce mi pezón mientras me exploto. Aprieto las 53
piernas contra él y echo la cabeza hacia atrás, casi abriendo los ojos sin querer
antes de volver a cerrarlos con fuerza al oír el murmullo de su alabanza.

Segundos después, jadea una maldición y sus manos se mueven para sujetarme
con fuerza por las caderas y enterrarse en mí una última vez. Su agarre tiembla y
yo respiro con dificultad, recuperándome de mi propio clímax mientras él cumple
su promesa de llenarme con su semen.

Por fin, cuando noto el frescor de la brisa nocturna rozando todo mi cuerpo,
mi asesino amante da un paso atrás y se ríe. Cierro las piernas y vuelvo a sentir
que me arde la cara mientras intento en vano cubrir mi desnudez con las manos.

—No, no hagas eso. No te escondas de mí, conejita. Eras tan perfecta. Eres tan
preciosa. No te escondas ahora. —Da un paso adelante, ubicándose nuevamente
entre mis muslos, sujetándome la cara y la levanta para darme el beso más dulce
que he sentido nunca. —Escúchame con atención, ¿está bien? —Asiento y me roza
la nariz con un beso. —Si estás mirando al lago, tienes que ir a la izquierda. Hay
un sendero cerca del agua que te llevará de vuelta al campamento. No te pasará
nada. Yo soy lo único peligroso aquí. Volverás en media hora, ¿de acuerdo?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Presiona el teléfono en mi mano, sosteniéndolo hasta que mis dedos se en-


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roscan alrededor del frío material de mi funda.

—Está bien —respiro, inclinándome como si lo estuviera mirando a los ojos.


—Gracias.

—No me agradezcas —rechaza. —Sólo te he tendido una trampa para que caigas
en la mía. —Besa mi nariz, luego la frente. —Que tengas una buena vida, mi des-
afortunada presa. —No espera una respuesta y se aleja. Lo oigo recoger sus cosas
en el muelle, antes de que sus pasos se desvanezcan en el bosque a mi espalda.

Y ni una sola vez abro los ojos, por mucho que desee ver el rostro de mi ase-
sino en serie.

Tiene razón, y tardo algo más de treinta minutos en volver al campamento, con
las luces azules de la policía y las rojas de una ambulancia titilando mientras los
paramédicos retiran el cuerpo de Brett.

Pobre jodido Brett. Una tragedia, si es que alguna vez hubo una.
54
Jenna me ve primero y libera un sonido estrangulado de sorpresa, golpeán-
dome fuerte con un abrazo y casi haciéndome caer de pie.

—Estás viva —solloza, tirándome al suelo para sentarme a su lado. Un agente


de policía se acerca y observo a los paramédicos abriéndose paso hacia nosotras
mientras el agente interroga, sin preámbulos—: ¿Lo has visto? ¿Su cara? ¿Hay algo
que puedas decirnos sobre el hombre que hizo esto? —pregunta amablemente,
con una mano en mi hombro y una mirada intensa.

La miro fijamente con los ojos muy abiertos y le digo sin un ápice de arrepenti-
miento o deshonestidad en mi voz—: Nunca lo vi, así que no puedo decirle nada.
Lo siento.
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E s una locura cuando pasa una semana y vuelvo a mi trabajo de florista a


tiempo parcial. Y es una locura aún mayor que pase otra y tenga que prepararle
a alguien el pedido de flores que la señorita Jenkins me encargó terminar. El
hombre sonríe, dice que quiere sorprender a su mujer y se va. Mantengo la son-

55
risa, aunque no parece auténtica hasta que sale por la puerta y me quedo sola en
la tienda, con el zumbido de la nevera de fondo.

Finalmente me siento, con los brazos estirados sobre el mostrador y la mejilla


apoyada en la superficie fría. Algo me pasa, aunque sé que no estoy enferma. Si le
pregunto a mi terapeuta, me dirá que es porque he pasado unos días sin tomar la
medicación y que el Citalopram está intentando vengarse de mi cerebro. Aunque
lo dirá con más exasperación y menos estilo. Así que no se lo diré, pero me gus-
taría no sentirme tan... apagada.

Las cosas no han sido lo mismo desde mi última noche como consejera del
Campamento en el lago Clearwater. Mi mente recuerda, sin que me sirva de ayuda,
la sensación del pelo de mi asesino serial entre mis manos y la de su aliento
contra mis labios.

Pienso en cómo se sentía cuando estaba dentro de mí casi todas las noches.
No necesito que eso se extienda a las horas del día si puedo evitarlo. Aunque a
este paso, no estoy segura de poder sortearlo.

¿Qué demonios me pasa que quiero que él vuelva? Seguro que no le echo de
menos... ¿o sí? Porque, aunque mi sentido común y mis instintos de supervivencia
no siempre están a punto, me parece digno de un premio Darwin estar deseando
en silencio que venga a buscarme en medio de Akron, Ohio.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

La puerta se abre y me pongo en pie, golpeando el suelo con la puntera de la


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zapatilla mientras miro a dos hombres que entran, uno de los cuales casi le da
con la puerta en las narices al otro mientras sonríe como un lobo a su compañero.

El segundo en entrar, un tipo moreno de más de dos metros, pone los ojos en
blanco y mira a su compañero, más pálido y de pelo claro. Dice algo, sin mirarme
siquiera, y observo cómo los dos curiosean por la parte más romántica de las
muestras de ramos y peluches con muy poco interés.

Después de todo, no parecen clientes normales de la señorita Jenkins. Mis


dedos golpean la mesa cuando agarran un par de peluches y los vuelven a dejar.
No pueden estar aquí para recoger un pedido. No queda nada en la nevera ni en
ninguna de las estanterías, y la tienda solo estará abierta unos veinte minutos más.

Quiero decírselo, pero me muerdo el labio mientras observo cómo siguen


curioseando.

Después de cerrar, me voy a casa a desplomarme en mi cama, probablemente 56


cabreando a mis gatos cuando lo haga, y que me parta un rayo si me quedo aquí
más allá de la hora de cierre por dos hombres que parecen no haber pisado nunca
una jodida floristería.

Parpadeando, me doy cuenta de que han abandonado su búsqueda y ambos


se acercan al mostrador. La sonrisa del hombre de cabello claro y ojos azules es
dulce, pero el de cabello negro sonríe con una alegría lobuna.

—Venimos a hacer un pedido —dice, apoyándose en el mostrador sobre los


codos para mirarme. Su voz es ligera y agradable, y si no tuviera otras cosas en
la cabeza, probablemente disfrutaría escuchándola más de lo que lo hago ahora.

Le devuelvo la mirada amistosa y dejo el catálogo delante de él, acercándoselo.


—Puedes pedir lo que quieras con pequeñas modificaciones —explico, abriéndolo
de un tirón y mostrándole lo que quiero decir. —Si quieres...

—¿Por qué no le enseñas lo que te gusta de aquí? —interrumpe el moreno, con


voz suave. Cuando levanto la vista hacia él, añade con una sonrisa más amplia —:
Es bastante malo decidiendo cosas así por sí mismo. Me sorprende que incluso
pueda prepararse la cena, la verdad.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

El hombre de pelo negro, que podría tener treinta años como mucho, lo mira y
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pone los ojos en blanco.

—Lo siento —dice, volviéndose hacia mí. Está más cerca de lo que tiene de-
recho a estar, invadiendo mi burbuja de espacio personal, seguro. Pero yo sólo
me encojo de hombros y vuelvo a sentarme en el taburete que tengo detrás del
mostrador.

—No te preocupes. A mí personalmente me gustan las orquídeas. —Paso la


página y toco el ramo que siempre me ha gustado ver como prepara la señorita
Jenkins. —Pero no gritan romance, supongo. Si es eso lo que buscas.

—Lo es —dice el hombre de pelo negro. —Estoy comprando flores para mi novia.

—¿Oh? —Una verdadera lástima que esté tomado. No es que estuviera a punto
de lanzarme así sobre un desconocido. Se siente frío, de alguna manera. Distante,
aunque no ha dejado de sonreír ni una sola vez. —¿Y no sabes lo que quiere?

Se encoge de hombros. —Nunca he hecho lo de las flores antes, si te soy sin-


57
cero. Así que esto es algo nuevo para mí, y admito que no he prestado suficiente
atención para saber lo que ella quiere. —Sus palabras son precisas y claras, y el
tono educado de su voz es igual de obvio.

—De acuerdo. Umm... —Me vuelvo hacia las rosas. —Si quieres hacer algo real-
mente... único, ¿podrías regalarle las rosas preservadas? —Le doy un golpecito a
la caja negra y ni siquiera se inmuta ante el precio.

—No lo creo. Eso no es muy de ella —niega. Asiento y le enseño otros tres arre-
glos populares, pero niega con la cabeza ante todos ellos.

—¿Por qué no me enseñas otra vez las orquídeas? No creo que a mi novia le
gusten las rosas. —Su amigo de cabello claro le lanza una mirada exasperada y
vuelve a jugar con los expositores del mostrador lateral, contemplando la vitrina
de marcos de fotos y recuerdos de boda mientras lo hace. La señorita Jenkins
también hace arreglos para bodas y siempre tiene a la vista lo que puede ofrecer
para la fiesta.

Vuelvo a las orquídeas y le enseño los precios de diez o veinte tallos y las op-
ciones de jarrón.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Elige el más caro de todos, sin pestañear, e incluso cambia el jarrón por uno
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más bonito, de cristal azul con una banda dorada en la parte superior. Cuando lo
llamo, le entrego una de las pequeñas tarjetas que pueden ir en el arreglo floral y
miro su tarjeta de crédito para leer su nombre.

Wren Crystal.

¿Lo eligió él mismo? Parece demasiado... diferente para que lo hayan elegido
sus padres, pero tampoco es asunto mío, así que no digo nada mientras él y su
amigo hablan.

—¿Qué suele decir la gente en estas cosas? —bromea, con el rotulador en la


mano mientras mira la tarjeta.

—Lo he visto todo —admito, le devuelvo la tarjeta y escribo la fecha y el nú-


mero de pedido en el bloc para mi jefa.

No volverá hasta mañana para recogerlo, lo cual sé que le parecerá bien, pero
puede que le envíe un mensaje cuando haya cerrado la tienda por si necesita traer
58
algo mañana para completar el pedido. Aunque no es probable. La parte de atrás
de la tienda está repleta de jarrones, cintas, globos y todo lo que uno pueda ima-
ginar en un arreglo floral.

—«Siento haber hecho que te despidieran».

—«Te quiero». —Trato de pensar en algunas de las mejores, menos aburridas.


—Oh, una vez vi a un tipo escribir instrucciones realmente explícitas para su
novio. Eso fue incómodo.

Se ríe entre dientes, ya está escribiendo un mensaje y me lo entrega.

No he dejado ni un segundo de pensar en ti.

Su letra es desordenada e inexacta, y no firma, pero eso no es raro.

—¿Necesitas algo más? —consulta Wren mientras cierro el catálogo y lo vuelvo


a guardar detrás de la caja registradora.

Niego con la cabeza, sonrío y guardo la tarjeta junto al recibo. —No, a menos
que quieras añadir algo más a tu pedido.
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—Hoy no, creo. —Por fin se endereza y hace una mueca mientras estira la co-
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lumna vertebral. —Gracias. Y siento que te hayamos retenido hasta después del
cierre.

—Oh. —Miro el reloj y vuelvo a mirarlo mientras intento sonreír. —Ni siquiera
me había dado cuenta.

—¿No te diste cuenta? —Mantiene sus ojos oscuros clavados en los míos, con la
cabeza inclinada hacia un lado. —¿No sabías que pasaron diez minutos después
del horario de cierre?

—No —miento. —Y la verdad es que no es para tanto. No es que tenga nada


mejor que hacer. —Excepto estar en cualquier sitio menos aquí.

Se le dibuja una sonrisa en los labios y da un paso atrás. —Si tú lo dices. De


todos modos, volveré mañana por la tarde. Es viernes, así que no te entretendré
más. —Me hace un gesto con la mano, riéndose como si hubiera hecho una broma,
y su amigo lo sigue por la puerta antes de que empiecen a hablar de nuevo, con 59
cuidado de cerrarla tras de sí.

Sólo por casualidad, unos segundos después levanto la vista y veo a su amigo
mirándome, con una expresión confundida en el rostro, antes de que doblen
la esquina y acaben perdiéndose de vista en la calle, dejándome a mí también
despistada.

No es que los conozca, ni que haya hecho nada para molestarlos. De hecho,
he sido bastante amable, teniendo en cuenta que llegaré tarde a una cita con mis
gatos y mi pollo teriyaki favorito de la ciudad.

Realmente fui muy amable.


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M e perdí el regreso del hombre educado y atractivo y su amigo. Pero proba-


blemente sea lo mejor, porque el viernes voy arrastrando los pies y llevo el cabello
apenas recogido en una coleta, aunque odio que mi cara parezca más redonda y
aniñada con este look.

Pero es inevitable. Hoy apenas he tenido fuerzas para levantarme de la cama 60


sin acordarme de todas las cosas tristes que me han pasado o pensar en todas las
formas en que mi día podría irse a la mierda.

Francamente, después de encontrar mi última camiseta limpia y mis shorts de


jean, cepillarme los enredos del pelo me había parecido imposible. Sé lo que dirá
mi terapeuta. Que debería atarme a una rutina para que no me resulte tan insupe-
rable recomponerme cuando llegue lo peor de mi depresión. Pero ella no está aquí
y no tengo por qué contarle todo lo que me pasa durante la semana. Si lo hiciera,
tendría que escribirlo en un diario que llenaría semanalmente.

Me paso la lengua por los dientes mientras cierro la tienda, con la mente
apenas concentrada en las tareas fáciles y cotidianas. Al menos me había lavado
los dientes a las cuatro de la madrugada, cuando no había podido volver a dor-
mirme. Y hoy, cuando me duche después del trabajo, me echaré un bote de acon-
dicionador en el pelo y no me preocuparé de si está bien lavado mientras me
peino para desenredar los nudos.

Por muy agonizante que sea, estoy segura.


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Dejo escapar un suspiro y me balanceo sobre los talones mientras miro a mi


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alrededor. La señorita Jenkins está de pie junto a la caja registradora, con sus
gruesas gafas posadas en la nariz mientras cuenta el dinero y lo guarda cuida-
dosamente bajo el cajón por ahora. Sé que deposita el dinero en el banco los sá-
bados, y ese es mi día libre, por suerte.

Bueno, de aquí. Los sábados y domingos es cuando normalmente recojo al-


gunos trabajos como paseadora de perros, y durante la semana, si mi cuenta está
baja, hago lo mismo. Está claro que mi destino es ir tirando el resto de mi vida,
sin posibilidad de ahorrar dinero a este ritmo.

Después de todo, no es que mi carrera universitaria vaya a completarse sola.


Ocho créditos más y tendría mi título de antropología. Ocho más y habría termi-
nado y podría llamar a mis padres con una noticia que no les decepcionaría.

Pero ahora, sin la beca que me había sacado adelante los primeros créditos, no
tengo ni el dinero ni las ganas de volver. Así que esos ocho créditos vacíos se van
a quedar ahí, sin cumplir, mientras mi título me saluda desde lo alto.
61
Casi se me saltan las lágrimas. Aunque sé que es sobre todo por lo mal que me
siento hoy.

—¿Me necesita para algo extra hoy? —consulto, viendo que la señorita Jenkins
levanta la vista al oír mis palabras. Se vuelve para mirarme y una sonrisa amable
se dibuja en sus labios. No tengo ni idea de lo que piensa de mí, ni de mi carrera
universitaria fracasada, y nunca se lo voy a preguntar.

—No, que yo sepa. —Siempre parece tan amable que me pregunto si es por lás-
tima... pero lo dejo a un lado y la observo unos segundos, por si se le ocurre algo.

—De acuerdo —suspiro al fin, me desato el delantal verde y lo cuelgo en el


gancho. —Que pase un buen fin de semana. Y nos vemos el lunes.

—Igualmente para ti. Haz algo emocionante por mí, ¿de acuerdo? —Me guiña
un ojo y me pide lo mismo de siempre, mientras suelto una pequeña risa forzada.

—De acuerdo, señorita Jenkins. —Si emocionante significa comer comida para
llevar, ver reality shows y acurrucarse con gatos, entonces lo tengo en la bolsa.

De alguna manera, sin embargo, no creo que sea así.


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Mi departamento está fresco, tal y como lo dejé, y me alegro de que, incluso


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en este edificio antiguo de Akron, el aire acondicionado funcione tan bien que no
tenga motivos para quejarme. Sin pensarlo, atravieso la cocina, reprendida por
maullidos furiosos, mientras meto el cuenco de comida de los gatos en la bolsa
y se lo dejo delante del fregadero, en la alfombrilla designada. A continuación,
les lleno el bebedero de agua de forma automática antes de dejarlo en el suelo y
volver a enchufarlo.

—De nada, paganos. —Bostezo y rasco a Shadow detrás de las orejas. El gato
negro me mira con ojos amarillos brillantes y yo levanto las manos en señal de
rendición. —Bueno, perdóneme por pensar que podría querer un poco de amor,
señor quisquilloso —murmuro, dando a mi hembra atigrada, Morticia, la misma
atención antes de ponerme de pie.

Al menos lo agradece y se frota contra mis piernas, ronroneando.

—Yo también te quiero —digo, sonriendo mientras los rodeo y me dirijo al


baño, pero me detengo mordiéndome ligeramente el labio.
62
¿Se me olvidó algo? Me siento extraña, como si se me erizara el vello de la nuca,
y cambio el peso de un pie a otro mientras me paro en el borde de mi pequeña
cocina. ¿Qué me ocurre?

Despacio, vacilante, me dirijo a la puerta y la cierro de nuevo, sólo para asegu-


rarme de que está bien asegurada. Ya estaba cerrada, así que no sé por qué siento
la necesidad de hacerlo de nuevo, y descubro que en realidad no me da ninguna
tranquilidad.

Pero ya lo he hecho, y ahora mismo no puedo hacer nada más, ¿verdad? Al


menos, nada que se me ocurra. Me encojo de hombros y me dirijo al cuarto de
baño, me quito la ropa y la tiro al suelo antes de abrir la regadera y empezar a du-
charme. En mi fresco apartamento, siento un escalofrío inmediato en la piel y me
estremezco antes de meterme bajo la roseta, dejando la puerta del baño abierta
para que no se empañe.

Detesto salir de la ducha y sentirme como si hubiera entrado en una sauna, y


tampoco es que viva nadie más en mi pequeño piso de una habitación.
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Suspiro cuando el agua cae en cascada sobre mí, calentándome casi al instante
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mientras dejo que mi larga melena rubia se empape. Aunque me había duchado
ayer, no había tenido la energía mental para arreglarme el pelo, y eso ha provo-
cado un desastre con el que realmente no quiero lidiar hoy.

Pero ya lo he dejado antes, y sé que, si paso uno o dos días más sin ocuparme
de él, entonces será peor. Levanto las manos y me masajeo el cabello con champú,
aunque lo lavo rápidamente y lo sustituyo por el acondicionador profundo que
prácticamente compro a granel. Me paso los dedos por el pelo y suspiro, inten-
tando no tirar de los enredos y de un desafortunado nudo que tendré que solu-
cionar mientras me siento en el sofá y me desconecto. Con cuidado, cubro todo el
cabello grueso que puedo, con la esperanza de que no sea tan malo como podría
haber sido de otro modo.

Por último, tomo el aceite desenredante y me lo echo también en el pelo, repi-


tiendo el mismo paso en los puntos que más lo necesitan con el ceño fruncido. El
cepillo está en el salón, como de costumbre, así que simplemente me peino con 63
los dedos de largos a puntas para asegurarme de que reciben la misma cantidad
de acondicionador para que el tratamiento sea efectivo.

Cuando considero que he terminado y siento que me ahogo con el agua ca-
liente, sumerjo la cabeza bajo la roseta y enjuago todo el acondicionador que
puedo. Soy tan minuciosa como necesito serlo, aunque sé que el aceite desenre-
dante tiene el desafortunado efecto secundario de dejar partes de mi pelo oleosas
hasta que vuelva a lavarlo.

No es que importe, ya que es viernes y a los perros que saco a pasear nunca
les ha importado el aspecto de mi pelo. Por fin salgo de la ducha, con el aire de
mi apartamento enfriando mi piel. Podría haberlo evitado, obviamente, si hubiera
cerrado la puerta, pero prefiero el frío al calor húmedo del vapor.

Quizá me eche una siesta cuando termine de cepillarme el pelo.

Me seco rápidamente y no miro al espejo empañado hasta que me he puesto


una camiseta corta y holgada que apenas tapa por encima de los shorts del pi-
jama. Cubro con la toalla mi pelo y lo seco mientras salgo del cuarto de baño
buscando en la mesa del salón el cepillo.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Al principio, apenas noto las flores. Luego me detengo, parpadeo y vuelvo la


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vista a la mesa de centro, donde está el jarrón de cristal azul lleno de orquídeas.

¿Qué? ¿Se trata de un error? ¿Alguien se ha equivocado de dirección de entrega


o... algo así?

Pero más que eso, ¿cómo demonios ha entrado alguien en mi apartamento ce-
rrado para dejar esto? Sé a ciencia cierta que no estaban aquí antes de mi ducha,
así que eso significa que alguien irrumpió mientras yo estaba desnuda, en el baño,
con la puerta abierta.

Lentamente, me acerco a la mesita, pensando si debería correr.

Dejo caer la toalla al suelo y el pelo mojado moja mi camisa. No es que importe,
aunque no sea incómodo. Estoy mucho más concentrada en mis pies descalzos
que se acercan a la mesita y en la tarjetita que veo asomar entre las flores.

Levanto la mano y extiendo los dedos para arrancarla de su soporte y acercarla


a mi cara. Pero ya sé lo que dice, porque había leído el mensaje ayer en la floris-
64
tería, aunque entonces no había hecho que el corazón casi se me saliera del pecho
de miedo.

No he dejado ni un segundo de pensar en ti.

Joder. Oh, joder, esto significa que alguien definitivamente ha entrado y no sé


cómo ni quién, o si es el asesino en serie del lago que he estado deseando toda la
semana, pero eso era solo una fantasía, así que…

—Ya estás otra vez pensando demasiado, conejita —dice una voz suave y sin
diluir por encima del hombro, cerca de la cocina.

No me muevo. El corazón me late en el pecho, cortándome el suministro de


aire, pero estoy jodidamente paralizada.

—¿Y bien? ¿No vas a darme las gracias?


Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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A bro la boca lo justo para lamerme los labios, todavía demasiado asustada
para moverme. Claro que no me había matado en el bosque. Pero esto no es el
bosque, y con él en mi apartamento, estoy petrificada.

—Gracias —susurro finalmente, sin darme la vuelta. No puedo. Estoy dema-


siado aterrada de ver el machete de antes, o algún arma más pequeña que haya 65
estado ocultando. Con los ojos fijos en la tarjeta que sostengo en la mano, es
bastante fácil ver cómo me tiemblan los dedos al oír el sonido de sus pasos por el
apartamento merodeando hacia mí.

—¿No vas a mirarme? —Suena divertido, y niego con la cabeza ante sus pala-
bras, apartándome ligeramente de él cuando su mano encuentra mi hombro. Su
otra mano sujeta obviamente un arma, y va a matarme.

Él jodidamente va a asesinarme.

Dejo caer la tarjeta de entre mis dedos entumecidos, con el corazón latiendo a
un ritmo desesperado entre mis costillas. No sé qué hacer aparte de quedarme aquí,
congelada, porque él está justo detrás de mí y no tengo ninguna forma de escapar.

Cuando su otra mano se acerca a la parte delantera de mi garganta, suspiro y


cierro los ojos, preguntándome si estrangularme es realmente la forma en que
voy a dejar este mundo.

—No pensarás de verdad que voy a matarte, conejita —comenta secamente, y


yo hago una pausa.

—¿Vas a hacerlo?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—No. ¿Por qué te regalaría flores si fuera a asesinarte? —chasquea un sonido


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indignación en la garganta, como si lo hubiera ofendido, y se aleja de mí segundos


antes de que escuche protestar al sofá cuando se sienta en él. —¿Vas a quedarte
ahí mirando a la nada toda la noche?

—Sabes, realmente podría —respondo, con más ligereza de la que creo que
debería ser capaz. —Quiero decir, irrumpiste en mi departamento mientras me
duchaba para poner flores en mi mesita. Y estoy bastante segura de que no llevas
tu máscara, ¿verdad? —indago, medio aterrorizada y medio suspicaz.

—No la llevo —confirma con una risita y se inclina hacia delante lo suficiente
como para rozarme la pierna desnuda con los dedos. —¿Crees que voy a matarte
porque me he quitado la máscara?

—Así es como funciona en las películas.

—Bueno, no siempre es así en la vida real. ¿No quieres verme la cara? —incita
con las uñas acariciándome el muslo. 66
Me muerdo el labio y digo, por fin—: Ya la he visto, ¿no?

Si tengo que adivinar, se trata del hombre moreno y de ojos oscuros de la flo-
ristería. El que se había inclinado hacia mí y se había mostrado tan familiar con-
migo que yo había pensado, en ese momento, que me gustaría ser el centro de su
atención. Supongo que se cumplió mi deseo.

—Sí —suspira. —Pero actuando así, me hace pensar que no te gusta. No me


tengas tanto miedo, Hazel. Si fuera a matarte, lo habría hecho en el bosque.

Enrosca los dedos alrededor de mis caderas, arrastrándome hacia él y aleján-


dome del lugar en el que he estado congelada los últimos minutos. —Lo habría
hecho donde hubiera sido fácil tirarte al lago. Nadie te habría encontrado en se-
manas. Así que no te pongas así ahora.

Antes de que pueda decir nada, de repente estoy sobre su regazo, frente a él,
y casi nariz con nariz con mi asesino en serie del bosque y el hombre de la flo-
ristería. Sus manos me agarran firmemente por los muslos, así que no puedo ir a
ninguna parte.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Es tan hermoso. Ese es el primer pensamiento que se me pasa por la cabeza al


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inhalar, su almizclado aroma me llega a la nariz mientras mis ojos se abren de


par en par.

—Guau —suspiro sin poder evitarlo. Su sonrisa crece.

—¿Sí? ¿Qué pasa, nena?

—Sin duda eres el asesino en serie más atractivo que he visto nunca. ¿De verdad
te llamas Wren?

—Te acuerdas. —Parece encantado y se acerca para acomodarme el pelo detrás


de la oreja.

Mantiene la expresión abierta, la boca hecha para sonreír.

Incluso tiene líneas de expresión a los lados de los ojos y, si tuviera que cal-
cular su edad, diría que tiene unos treinta años.

Pero no puedo creer lo apuesto que es. Brazos ligeramente musculosos, pelo
67
negro como el carbón y unos ojos castaño oscuro en los que podría ahogarme,
mantienen mi atención mientras me agarro a sus brazos que están a mis cos-
tados, deseando no sentirme a punto de morir. —Ese es realmente mi nombre. Y
con una afirmación como esa, tengo que preguntarme a cuántos otros asesinos
en serie persigues en el bosque —comenta Wren, sus manos subiendo por mis
muslos, por lo que básicamente está ahuecando mi culo.

Me retuerzo, con el corazón latiéndome en la garganta, pero no me deja ir a


ninguna parte.

—No iba a enseñarte mi cara así — añade, ignorando que me retuerzo en su


regazo como si quisiera levantarme. —Pero te lo mereces. Y quiero que me veas.

—¿Porque... no vas a matarme? —respiro, con la garganta bloqueada por el miedo.

—Porque sin la máscara es mucho más fácil ver esas miraditas tan agresivas
que me echas. Como esta. Aunque prefiero cómo me mirabas cuando te subías a
la mesa de picnic, con tus muslos alrededor de mi cintura y...
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Ya me hago una idea —interrumpo, sintiéndome más que un poco incómoda.
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Puedo sentir el calor en mis mejillas, y no necesito oír su estúpida risita para
saber que me estoy sonrojando. —¿Qué quieres?

—¿No disfrutas del placer de mi compañía?

Lo miro y frunzo el ceño. —Aparte de lo obvio... ¿cómo voy a saberlo? No


sé cómo es estar en tu compañía. Ni siquiera sabía tu nombre hasta ahora, y la
única experiencia que tengo es que me obligas a hacer demasiado cardio y luego
practicas el mal uso de los machetes sobre una mesa de picnic —explico con
amargura, levantando las manos para apoyarlas ligeramente en sus hombros. Esta
posición es muy incómoda, y reacomodo las piernas para sentarme en su regazo,
ya que ahora es obvio que no me deja ir a ninguna parte.

—¿Mal uso de los machetes? —repite, con las cejas subiendo hacia su flequillo.
Sólo me recuerda lo mucho que me gustaba su pelo entre los dedos, y las reac-
ciones que conseguía tirando de él antes. ¿Conseguiría la misma reacción ahora?
No puedo evitar preguntármelo, y me pican los dedos de tirar bruscamente de su
68
pelo negro sólo para comprobarlo.

—Sí.

—¿Demasiado cardio?

—Es otra forma de decir correr. —Odio cómo salen las palabras de mis labios.
Como si estuviera llena de bravuconería y sarcasmo y no le tuviera ni un poco de
miedo, aunque ese no sea el caso y este sea aparentemente mi nuevo mecanismo
de defensa para evitar llorar.

Que, francamente, es lo siguiente. Diga lo que diga, no puedo evitar que este
hombre me aterrorice. Aunque es más que ligeramente atractivo y tentador, sigue
siendo espeluznante.

Sigue siendo un asesino en serie.

—Lo siento, entonces —murmura, inclinándose más cerca. —Pero no por el mal
uso del machete. Sólo por el cardio. Prefiero que ejercitemos de mejores maneras
que sólo corriendo.

—Gracias.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Cuando se recuesta en el sofá, tengo la oportunidad de estudiarlo.


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Parece cansado, me doy cuenta cuando escudriño sus rasgos lo mejor que
puedo. Parece... agotado, en realidad. Tiene ojeras y el pelo alborotado, lo que me
hace pensar que se lo ha pasado por la mano, irritado o frustrado.

—¿Por qué estás aquí realmente? —pregunto, ya sin intentar levantarme de su


regazo. Sus manos han empezado a amasarme suavemente el culo, arrastrando
las uñas por mis muslos de vez en cuando antes de volver a subir.

—Esto es... extraño —añado. —No digo que sea malo...

—¿Quieres que me vaya?

—No quiero morir.

Abre los ojos, poniéndolos en blanco con fastidio. —Nunca he amenazado con
matarte, conejita. No vas a morir.

—A lo mejor lo dices porque te falta dormir.


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Suspira y se sienta recto, inclinándose cerca de nuevo. —¿Qué te hace pensar
que me falta descanso?

—Bueno, cometiste el error de elegir a la chica deprimida que sabe lo que el


agotamiento a largo plazo le hace a una cara —reprendo, de nuevo en mi tren de
sarcasmo mientras busco en sus ojos una reacción. —Y me parece que necesitas
con urgencia una siesta.

—Necesito una coartada. —Su respuesta me sorprende y me aparto, confusa.


No me deja ir muy lejos, sino que me arrastra hacia él hasta que mis muslos
quedan apretados contra él. —No, no te vas a ninguna parte. Porque te necesito,
así que vas a ayudarme.

—No soy una asesina.

—No necesito que lo seas. No, tú eres mi novia. Y hemos estado saliendo du-
rante meses, en realidad. Eres la chica más perfecta que he conocido... y he estado
cuidando tu departamento todo el verano mientras estabas en ese campamento.
¿No es así?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Me quedo boquiabierta, y no puedo evitar la pequeña nota de decepción que


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siento. En realidad, no me ha echado de menos. Sólo quiere a alguien crédulo y


que le tenga miedo para que lo ayude a no ser arrestado.

Para ser justos, yo también me elegiría para eso.

—Oh.

No puedo contener la decepción, suspiro y abro la boca para preguntarle algo


más. Pero no puedo.

Me interrumpe con una risita y me agarra la nuca con una mano. —Oh, no, ¿es
decepción lo que oigo? ¿Pensabas que había vuelto porque te extrañaba? ¿Porque
no podía dejar de pensar en ti? ¿Quizá porque no me canso de tus gemidos, de tu
sarcasmo o de cómo te sientes cuando estoy dentro de ti?

Vuelvo a sonrojarme, pero esta vez no me gusta tanto. No cuando se burla así de mí.

—Para. No quiero... 70
—Porque todo eso es perfectamente cierto. —Se inclina hacia delante y recoge
algo de la mesita, se aprieta contra mí un momento antes de enderezarse. Sube
las manos, y un segundo después siento el roce de mi cepillo contra un lado de
mi cabeza, arrastrándose delicadamente por mi cabello mojado.

—¿El hecho de que vas a ser mi fiable y perfecta novia que puede proporcionar
a la policía una localización para mí en cualquier momento que lo necesite? Eso
es sólo un bono fantástico. ¿No te parece?

—¿Y si digo que no?

Me mira inescrutable, todavía cepillándome el pelo. Es... extraño, y extraña-


mente doméstico por su parte. También significa que me inclino hacia delante
contra él, mientras me suelta los enredos.

—¿Y si no lo haces? —pregunta burlonamente, con voz suave. —¿Y si no te


niegas y me gustas aún más por ello? No es mucho pedir, ¿verdad? Sólo unas se-
manas. Un mes como mucho. Haré que valga la pena, mi dulce conejita.

—¿Cómo? —No sé para qué pregunto, porque probablemente no sea tan difícil
de averiguar. Para empezar, no me matará.
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No estoy preparada para su sonrisa oscura y lenta. No estoy preparada para el


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calor de sus ojos cuando me arrastra hacia delante, sus labios a centímetros de
los míos cuando dice—: Oh, creo que podemos resolver algo. Muchas cosas, en
realidad. Apuesto a que hay tantas cosas que le gustan a mi conejita que nadie le
ha hecho nunca... y yo te ayudaré a encontrar todas y cada una de ellas.

Sin obtener una respuesta me besa con dureza, casi devorándome, y el cepillo
queda olvidado cuando enreda los dedos en mi pelo para sujetarme mientras se
toma su tiempo para demostrarme que sólo con la boca dice en serio cada una de
sus palabras.

—¿Me ayudarás? —ronronea por fin, después de separarse para que pueda res-
pirar. —¿Por favor, Hazel? —No parece preocupado.

¿Está realmente tan desesperado, si no parece preocuparle lo más mínimo que


pueda decir que no?

Y voy a negarme rotundamente. 71


—Sí —respiro contra su boca, con los ojos muy abiertos. —Yo... te ayudaré. Seré
tu coartada, ¿de acuerdo?

—Tú serás mi novia —corrige, acortando la distancia una vez más hasta que
sus labios rozan los míos. —Mi perfecta y preciosa novia que ansía al enorme y
malvado asesino en serie para inmovilizarla y cazarla como se merece.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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10

A unque no estoy bien despierta, no puedo apartar la mirada del televisor.

No cuando las noticias informan de un asesinato y tengo la aterradora sos-


pecha de quién lo ha cometido. Aunque siempre puedo estar equivocada.

Y Dios, realmente espero equivocarme.

Morticia salta hasta colocarse sobre mi estómago, con una pata sobre mi pecho 72
mientras descansa, lo que parece todo su peso, sobre esa única pata.

—Muchas gracias —jadeo, sacando la mano de debajo de mi manta de vellón


para quitármela con cuidado. —De verdad, te lo agradezco mucho. Apuesto a que
hasta me va a salir un moretón. —Puede que no, pero me ha dolido.

Mi teléfono vibra en la mesita y me incorporo, apartando por completo a mi


gata de su nueva cama mientras atiendo. Morticia, por su parte, parece irritada y
se aleja con la cola levantada. Es probable que no me perdone en una hora o así,
ya que no le he dejado usarme como cojín.

Por un momento aterrador, me preocupa que sea Wren. Había guardado su nú-
mero en mi teléfono antes de irse y me había dicho que lo llamara, cosa que hice,
así que ahora también tiene el mío.

—Para cosas de pareja —había dicho dulcemente al salir por la puerta. — Todas
las parejas tienen el número del otro. ¿Por qué habríamos de ser diferentes?

Me estremezco al recordar sus palabras y miro sorprendida al ver que es Jenna


quien llama, en lugar de mi asesino en serie.

Gracias a Dios.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—¿Diga? —pregunto con un suspiro, enterrándome de nuevo en mi sofá bajo


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las mantas.

—Hola —saluda Jenna, sonando un poco molesta. —¿Cómo estás?

¿Cómo estoy?

—Estoy bien —miento, pasando de las noticias a un programa de cocina. De


mis programas favoritos para dormirme o simplemente relajarme, los concursos
de cocina son los primeros de la lista. La temporada que estoy maratoneando no
decepciona, y mientras Jenna sigue, mis ojos se fijan en una pequeña chica mo-
rena que no para de gritar a su compañero de equipo de dos metros.

Un clásico.

—Estoy... bien —consiente. —Espero que no estés ocupada. Sólo quería llamar y
ver cómo estabas y todo eso. Después de... ya sabes.

Sí, lo sé. —¿Después de ver cómo asesinaban a Brett y huir de un asesino en


serie? —pregunto, muy seria. Obviamente eso no es todo lo que pasó, pero es todo
73
lo que ella necesita saber. Sin embargo, pensar en ello me produce un calor que no
puedo ignorar. Presiono los muslos y me obligo a concentrarme en las siguientes
palabras de Jenna, aunque es difícil.

Sobre todo, cuando apenas había podido ocultar mi decepción dos noches
atrás, cuando Wren se había largado de aquí con sólo unos besos y unas promesas
gruñidas. Dios, ¿cómo de jodida estoy para desear tanto que un asesino en serie
vuelva a follarme?

—Quiero disculparme. —Sus palabras me toman por sorpresa y dejan de lado


mis otros pensamientos mientras mi mente se tambalea confundida.

—¿Quieres que te disculpe? —aclaro, insegura de por qué podría estar discul-
pándose. —¿Por qué?

—Por cómo actué el último día de campamento. Estabas preocupada, y yo pensé


que solo estabas siendo... tú. Perdóname. Pero sé cuánto te disgustan las cosas so-
ciales, y no debería haberte arrastrado a la fiesta. Especialmente desde que Brett
fue un idiota contigo todo el verano. No estuvo bien. Y luego me emborraché tanto.
—Sus palabras se vuelven más rápidas a medida que habla, y menos mal que do-
mino el lenguaje de Jenna.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Eh, eh, espera —digo con firmeza, cerrando los ojos. —Literalmente, no hay
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nada que lamentar. Definitivamente no sabías que había un asesino en serie en


el bosque. Y lo de Brett se solucionó solo. —La imagen de él siendo apuñalado y
cayendo al suelo mientras chorreaba sangre aparece en mi mente, al igual que la
sensación de su sangre salpicando mi cara.

Debería darme asco, pero... no lo encuentro. Era algo más que un asqueroso,
y me aterra pensar hasta dónde podría haberme empujado si Wren no hubiera
aparecido y “ayudado”.

—Es una forma horrible de verlo —comenta Jenna secamente. —Pero supongo
que tienes razón. ¿De verdad no estás enfadada conmigo?

—No, de verdad que no. ¿Por eso has estado distante últimamente? ¿Porque
pensabas que estaba enfadada?

—Sí, Hazel. Pensé que estabas furiosa y he estado pensando cómo disculparme.
—El alivio es evidente en su voz y deja escapar un suspiro. —Dios, me alegro de 74
que no lo estés. Por cierto... ¿has visto las noticias de hoy?

Vuelvo a girar los ojos hacia el televisor, olvidando que acababa de cambiarlo.
—Sólo unos minutos antes de que llamaras. ¿Te refieres a eso?

—¿Crees que es él? —La pregunta resuena en mis oídos, y mi corazón se hunde.
Wren podría haber matado a un hombre, y yo acabo de aceptar ser su coartada y
falsa novia.

Debería ir a la policía. Debería hablarles de él, de lo que ha hecho.

Debería hacer algo más que seguirle la corriente.

Recuesto la cabeza contra el brazo del sofá antes de ponerme en pie. —No lo
sé —admito. —No es que sepa nada de él. —Eso es bastante cierto. Estoy segura
de que hay que investigar sobre Wren, pero no voy a ser yo quien lo haga. —En
fin, tengo que irme —miento, sobre todo porque quiero tiempo para ordenar mis
frenéticos y complicados pensamientos.

Últimamente estoy muy cansada, aunque no quiero reconocer que podría de-
berse a ciertos factores como que mi cuerpo se opone rotundamente a producir
esa deliciosa serotonina de la que tanto oigo hablar.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—¿Qué vas a hacer esta noche? ¿Quieres ir a cenar? —invita Jenna, con voz es-
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peranzada. Odio romper sus sueños, pero ser sociable no está en mi lista de cosas
que me gustaría hacer ahora mismo. Al menos, algo más social que caminar una
manzana hasta la cafetería y hacer mi pedido allí.

—Me gustaría, pero me duele mucho la cabeza —vuelvo a mentir. Aunque, tal y
como está mi estado de ánimo, el dolor de cabeza podría quedar para más tarde,
¿quién sabe? Apago la televisión y me pongo en pie para buscar mis zapatos y
ponérmelos. —¿Podemos intentarlo esta semana? Si te parece bien.

—Sí —acepta, sin parecer especialmente ofendida ni nada por el estilo. —Sólo
avísame, ¿está bien?

—No hay problema. Y recuerda que no estoy enfadada, ¿sí? No importa si pen-
sabas que lo estaba.

—Siempre y cuando lo digas. Pero me lo dirías, ¿verdad? ¿Si lo estuvieras?

—En un santiamén —le aseguro a Jenna, y cuelgo un segundo después de su


75
despedida. Mi conversación con ella me ha dado ganas de moverme, y me pongo
una sudadera ligera y grande antes de dirigirme a la puerta y recoger las llaves
del mostrador que hay junto a ella. Mis pasos son rápidos al bajar las escaleras en
vez de tomar el ascensor, y sólo tardo unos segundos en ponerme los auriculares
y subir el volumen de la música lo suficiente como para no oír un tsunami si es-
tuviera dos pasos detrás de mí.

Aunque no estoy segura de cuándo empecé a caminar con la música a niveles


perjudiciales para relajarme, ahora lo hago cada dos días.

También voy andando a la floristería, a menos que me dé pereza o esté lo bas-


tante cansada como para tomar el autobús, y creo que esto fue lo que más eché
de menos cuando era consejera en el campamento de verano.

Necesito este tiempo para mí. Y aunque entro y salgo de la cafetería en menos
de veinte minutos, hace más por mí que la mayoría de las otras cosas. El cerebro
no se me nubla, y cuando vuelvo al departamento con mi macchiato helado de
leche de avena medio vacío, me siento mucho mejor que antes de que Wren vi-
niera a verme ayer.
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Ahora, si pudiera tener el resto de la noche para seguir con esto, estaría bien.
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Cenar es fácil, pienso mientras mis pies suben penosamente las escaleras. Es una
mala idea, y la rodilla que me destrocé de niña empieza a protestar a mitad de
camino. Aun así, aprieto los dientes y aguanto, odiando que de vez en cuando me
recuerde que siempre tendré algún dolor que aflora en los peores momentos.

Suelto un suspiro cuando llego al rellano de mi piso, agachándome con la mano


libre para masajearme la rodilla a través de los leggings. Sigo ajena al mundo que
me rodea, aunque echo un vistazo a la escalera y veo a otra persona que entra en
la planta de abajo y cuyo abrigo oscuro desaparece por el pasillo, donde ya no
puedo verlo.

Qué vergüenza. Sobre todo, si me han visto subir cojeando el último tramo de
escaleras mientras respiro ruidosamente para aliviar un poco mi frustración.

Oh, bueno, pienso, encogiéndome de hombros mentalmente mientras avanzo


por el pasillo hasta mi departamento al final del pasillo. El dolor en la rodilla está
desapareciendo, aunque sigo teniendo cuidado de no presionarla demasiado. A
76
estas alturas, me alegro de que me duela ahora y no en el campamento Clearwater.
Caer de bruces después de unos veinte pasos habría sido muy embarazoso.

Con la mano en la puerta, no me doy cuenta de que está sin seguro hasta que
se abre.

Me da tiempo a separar los labios y a que el corazón se paralice de miedo antes


de que un brazo me rodee los hombros y me obligue a entrar.

—Hazel. —La voz de Wren es condescendiente y, si lo conociera mejor, diría


que está decepcionado. Me revuelvo en su agarre cuando tira los auriculares al
mostrador y me mira con el ceño fruncido. —Me avergüenzo de ti. ¿No sabes lo
peligroso que es andar así cuando no puedes oír nada? Hoy ha habido un asesi-
nato en la otra punta de la ciudad, ¿sabes? Deberías tener más cuidado.

El corazón me late en el pecho mientras lo miro, y tengo que inclinar ligera-


mente la cabeza hacia atrás para verle la cara y el brillo oscuro de sus ojos.

—¿Fuiste tú? —susurro, agarrando las llaves y el café con más fuerza cuando
empieza a acomodarlos por mí.
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Sus ojos se dirigen a los míos y se entrecierran antes de sonreír. —Les he traído
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la cena. Bueno, nos he traído la cena. ¿No prefieres comer a preguntarme si hoy
he matado a alguien?

—No.

Resopla y se aparta, tendiéndome finalmente una mano en lugar de intentar


arrancarme las cosas. —Deja que te ayude. La comida se está enfriando desde que
tuve que ir a buscarte. Pensé que te darías la vuelta, me verías, o algo. Incluso te
llamé por tu nombre. Pero nunca me notaste.

—Estaba escuchando música —respondo acalorada, dándole las llaves en la


mano. Si no va a matarme, entonces voy a tener que dejar de casi desmayarme
cada vez que aparece. —¿Y cómo demonios has entrado en mi departamento?

—Entré a la fuerza otra vez.

—Bueno, detente.
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Me mira un momento, escudriñando mi cara mientras me entrega las llaves con
los auriculares. —Alguien se siente valiente hoy —murmura aburrido, acortando
la distancia entre nosotros para que su cuerpo roce el mío. Se me corta la respi-
ración en el pecho, pero me niego a que esta falsa bravuconada se eche a perder.

—¿Por qué no puedes simplemente pedirme que entre, Wren? Podrías, no sé.
Llámame o mándame un mensaje o algo. Así no tendrías que quejarte de mi mú-
sica o de mis hábitos que no te gustan. —Bajo su mirada de ceja levantada, mi
nueva confianza se desvanece, y agarro la taza de café con tanta fuerza que el
hielo cruje bajo mi agarre.

A él no le pasa desapercibido, por supuesto. Sus ojos bajan hasta mis manos y,
cuando niego con la cabeza, se limita a suspirar. No va a tomar mi café. Por lo que
sé, lo tirará por la ventana sólo para demostrar su punto.

—Iba a dejártelo mientras sacaba la comida —explica Wren, dando un paso


hacia la mesa.

Me giro para mirarla, masajeándome distraídamente la rodilla y apretando los


dientes contra la molestia que me produce.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Además, ¿no deberías ir a sentarte? ¿Quizá con una bolsa de hielo? Pensé que
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iba a tener que cargar contigo para subir esos últimos escalones, conejita —con-
tinúa Wren con despreocupación, y mi estómago se hunde de vergüenza.

—¿No puedes? —incito en voz baja, pero él se inclina hacia delante para posar
su boca en mi frente. Sus labios se sienten tibios, y un poco agrietados, pero es
imposible no dar un paso hacia él con su brazo alrededor de mi cintura y mi café
casi aplastado entre nosotros mientras suelta un suave suspiro.

En unos minutos estoy sentada en la mesita de la cocina, con los gatos mirán-
dome desde el pasillo mientras retiro la tapa de mi plato favorito de pollo teriyaki
con arroz. Debería sorprenderme, porque nunca le he dicho a este hombre lo que
me gusta, pero en lugar de preguntarle, sostengo los palillos y revuelvo el pollo y
el arroz para tomar una porción.

Tengo una bolsa con hielo en la rodilla que Wren también me lanzó, y lo miro
mientras se sienta frente a mí, con una caja de bistec y arroz integral delante suyo.
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—Entiendo por qué te gusta este sitio —comenta, abriendo el recipiente y reco-
giendo sus propios palillos. —Pero hay un restaurante en la zona norte que es un
poco mejor. Probablemente te guste, aunque tienes que comer allí.

—¿No preparan comida para llevar? —pregunto, perpleja por el hecho de estar
hablando de pollo teriyaki con un asesino en serie. —Qué raro.

—No, sólo quiero decir que el restaurante es tan bonito que sería una pena no
comer allí.

—Suena como si estuviera fuera de mi alcance si es tan lujoso —bromeo, to-


mando un bocado.

Wren tararea una respuesta neutra y también come su bocado. No puedo evitar
observar su manzana de adán se mueve mientras mastica lentamente, aunque
parece completamente absorto en sus propios pensamientos.

Finalmente, deja los palillos y una sonrisa se dibuja en sus labios. —¿Hay algo
más que quieras preguntarme, conejita? —invita, mirándome desde el otro lado
de la mesa con ojos astutos y entrecerrados. —¿O sólo me miras porque soy muy
hermoso?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—No eres modesto, ¿verdad? —bromeo con desgana, deseando poder aligerar
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el ambiente hasta el punto de no sentir que el aire en mi departamento me asfixia.

—La verdad es que no.

—De acuerdo, entonces —resoplo y dejo los palillos junto a la comida, mirán-
dole a los ojos antes de continuar—: ¿Cómo sabías que me gusta comer?

Toma otro bocado y sin vacilar responde: —Porque te he estado siguiendo.

—Acechándome, querrás decir.

—Si eso es lo que quieres oír, entonces sí, Hazel. Te he estado acosando du-
rante semanas.

Está tan... indiferente a la confesión, y me toma tan desprevenida que no tengo


ni idea de cómo reaccionar ante eso.

—Ahora, ¿qué más?


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—¿Tienes trabajo? Parece que pasas mucho tiempo acosándome si es que tra-
bajas a jornada completa.

—Sí lo hago. De hecho, tengo un empleo muy bueno. Trabajo con una organiza-
ción de concientización medioambiental aquí en la ciudad. Puede que hayas oído
hablar de ella.

Me detengo a pensar en ello y entonces mis cejas se disparan.

—¿Trabajas para GreenCo? No puede ser. ¿A qué te dedicas?

Sonríe con picardía e inclina ligeramente la cabeza hacia un lado. —Puedes


buscarme —sugiere. —No te voy a spoilear. Búscalo, conejita.

Dios, odio cuando actúa así.

—¿Mataste a ese hombre que salió en el noticiero? —No quiero preguntarlo,


pero no puedo contenerme. Necesito saberlo, y ya me he encontrado buscando
estúpidamente en sus manos rastros de sangre o alguna otra prueba de que lo
hizo. Aunque así haya sido, sé que no encontraré nada.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Wren no responde de inmediato. Le da otro bocado a su filete y se pone en pie,


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casi por encima de mí mientras estoy sentada. Considero la posibilidad de levan-


tarme, pero no tengo tiempo más que de empujar la silla hacia atrás antes de que
él esté frente a mí, ocupando el espacio libre entre mis rodillas y la mesa mientras
se apoya en ella con los brazos cruzados.

—¿Heriría tus sentimientos si te dijera que lo hice? ¿O te decepcionará si no lo


hago? —pregunta con voz grave. Quiero estirar la mano y enganchar los dedos en
la trabilla de sus ajustados jeans, aunque solo sea para ponerlo a mi altura.

—Me da igual —contesto rápidamente, sintiendo que me ha robado el aire de


los pulmones. —Sólo es curiosidad...

—¿Sabes cómo murió?

—No —digo, recordando que no haber llegado a esa parte en las noticias, si es
que la policía lo sabe. Retuerzo las manos en mi regazo mientras observo su cara,
medio deseando no haber dicho nada. —¿Lo sabes tú? 80
—Andrew Thomas, de cuarenta y dos años, murió en su departamento esta ma-
ñana a las cuatro y siete —recita Wren, sin apartar la mirada. —Los agentes dicen
que le asestaron siete puñaladas con una navaja, aunque una de ellas fueron en
realidad dos heridas en lugar de una como creen.

Él lo hizo totalmente.

—La policía también cree que lo mantuvieron vivo durante mucho tiempo, ya
que ningún órgano vital fue alcanzado, hasta que le cortaron la garganta con una
cuchilla grande que aún no ha sido identificada. Sin embargo, creen que puede
haber sido una espada. ¿No es estúpido? —ironiza, con los ojos brillantes. —¿Una
jodida espada?

—Sí —susurro. —Qué estúpidos. ¿Pero puedes culparlos? Dudo que alguno de
ellos haya tenido que abrirse paso por la jungla con un machete.

Su sonrisa se extiende de repente, sus ojos se iluminan ante mi respuesta.

—Quizá tengas razón —admite. —¿Cómo crees que podemos iluminarlos en su


error, pequeña presa mía?

¿Nosotros? Aquí no hay nosotros.


Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Quizá deberías dejarles una nota —sugiero, sin apartar mis ojos de los suyos.
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—¿Podrías dibujarla, o sacarle una foto? ¿O simplemente escribir machete en ella?


Ya sabes. Lo que fluya en ese momento. —No puedo creer esté aquí teniendo esta
conversación con él. Está lo suficientemente cerca para que lo toque de nuevo, y
estoy tan, tan tentada de hacerlo.

—Creo que eso responde a tu pregunta, ¿no? —Camina hacia delante, con las
piernas apoyadas en mis rodillas mientras se inclina para levantarme la cara con
los dedos bajo la barbilla. —Pero, ¿qué piensas tú, Hazel? ¿Crees que maté al señor
Andrew Thomas, de cuarenta y dos años, de Glaucester Drive, en Akron, Ohio?

Me está tomando el pelo. Quiere que lo diga, y puedo ver el brillo de diversión
en sus ojos que despierta en mí el impulso de hacer lo que él no quiere. Después
de todo, es obvio lo que espera. Es obvio que piensa que podría romper a llorar y
rogarle, de nuevo, que no me mate.

Demonios, en este punto, creo que podría excitarse con eso.


81
Agarro el miedo por la fuerza y lo reprimo mientras trago saliva, con los ojos
ligeramente entrecerrados.

—No —suelto, y desvío la mirada todo lo que puedo con su agarre. — Sincera-
mente esto suena a algo que podría oír en un aburrido canal de noticias. Dame
algo mejor, o tendré que pensar que te estás atribuyendo el trabajo de otro.

Wren no habla por un momento. De hecho, espero que se levante, recoja sus
cosas y se marche. He dicho algo distinto a lo previsto, y ¿no ha estado siempre
tan interesado en saber lo que voy a hacer mientras me atrae a su trampa?

Pero esta vez, no se lo permito, y segura de que se enfadará.

Interrumpiendo mis conclusiones, Wren suelta una jodida carcajada. Se apoya


en la mesa, soltando una risa estruendosa, como si yo acabara de decir la cosa
más graciosa del mundo.

—Tienes razón. Tienes toda la jodida razón. No te he dado nada en absoluto.


Entonces, ¿por qué piensas que lo maté? Apuesto a que te he ofendido.

¿Está... bromeando? Parpadeo, intentando que no vea mis ansiedad y confusión.

—¿Qué?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Necesito una ducha —anuncia inesperadamente. —No tardaré, Hazel, te lo


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prometo. Y cuando termine, te contaré todo lo que hice. —Hay un brillo aterrador
y maniático en sus ojos que no debería ser tan seductor como es, pero aquí estoy
una vez más excitada por un asesino en serie.

—No tienes por qué hacerlo —aseguro, pero ya está inclinándose y presio-
nando sus labios contra los míos. Instintivamente me derrito sobre él, incapaz de
dejar de disfrutar lo bueno que es besando.

Pero el beso dura poco y él se aparta con una sonrisa de anticipación en el rostro.

—¿Segura? —bromea. —Si quieres, te lo cuento todo. Te enseñaré exacta-


mente dónde lo corté... —Su mano desciende hasta presionarme la clavícula.
—Lo apuñalé aquí...

—Basta.

Sorprendentemente... lo hace. Wren se queda de pie, con las cejas elevadas, y


me observa mientras mi corazón intenta salirse de mi caja torácica.
82
—Culpa mía —balbucea, y me doy cuenta de que esto es un juego para él, y
acabo de subir la apuesta. —Pensé que querías oírlo todo. Pero voy a parar...

No quiero que gane.

—Detente, porque realmente necesitas esa ducha, y quiero terminar de comer


—miento, sin apartar la mirada. —Puedes decírmelo cuando termines.

Se aparta y se detiene evaluándome. Su mirada se entrecierra y sus labios es-


bozan una media sonrisa.

Finalmente, se ríe entre dientes y revuelve mi pelo burlonamente antes de apar-


tarse de mí y pasar de largo. —Lo has conseguido, conejita —comenta casi con
orgullo, y desaparece en mi cuarto de baño con un rápido y juguetón saludo.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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11

S e toma una ducha más larga que yo. Para el tiempo en que he terminado
de comer, fui poniéndome más y más nerviosa por lo que quiere contarme sobre
el señor Andrew Thomas, de cuarenta y dos años. Wren continua en mi cuarto de
baño, con la puerta entreabierta, y oigo la ducha cayendo a plena capacidad.

No puedo seguir apoyada en la encimera de la cocina como si fuera a salir


corriendo en cuando vuelva. Eso no es realista en absoluto, y suspiro mientras 83
me obligo a bajar los hombros desde el cuello hasta una posición más relajada y
cómoda, donde se supone que deben estar.

Libero un suspiro cuidadoso, agarro los auriculares y me dirijo a mi dormi-


torio, pensando que lo oiré cuando salga de la ducha. Por un momento me planteo
esconderme debajo de las sábanas como si él fuera el hombre del saco, pero en
lugar de eso, me dejo caer con un gemido sobre el colchón, mirando al techo
mientras me coloco los auriculares.

Mi teléfono, que ahora está en la mesita de noche, se enciende brevemente


mientras bajo el volumen, con la intención de oír a Wren salir del baño cuando
haya terminado, aunque mantengo los ojos cerrados.

Naturalmente, no tengo tanta suerte.

El colchón se inclina a ambos lados de mí y abro los ojos de golpe, encontrán-


dome con la sonrisa de Wren, que se coloca por encima de mí con las rodillas a
ambos lados de mi cintura. —Hola —ronronea, y antes de que pueda moverme,
se abalanza sobre mí para agarrarme los brazos con una mano y sujetarlos por
encima de mi cabeza. —Dime, ¿es esto intencional?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—¿Qué es intencional? —exijo acalorada, retorciéndome en su agarre mientras


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observo su expresión. Dios, ¿siempre se divierte con algo? Parece irreal que pueda
estarlo, pero siempre está jodidamente alegre o sonriendo o parece que está a
punto de carcajearse.

Como si estuviera loco.

—Esto. Tú. Aquí. Conejita, si querías que te follara otra vez, sólo tenías que
pedírmelo. ¿Es eso lo que quieres? —Se inclina para acariciarme la garganta, y yo
aspiro mientras empiezo a decirle absolutamente no.

¿Pero es eso realmente cierto? ¿No he estado deseando que volviera desde que
regresé del campamento Clearwater?

¿No he estado soñando con situaciones como esta?

—Quizá —acepto finalmente, intentando mantener cierta indiferencia en mi


voz. No es que funcione, porque me mira con esos preciosos ojos oscuros que
me dicen que apenas cree una palabra de lo que digo. —Pero si quisieras, ya lo
84
habrías hecho. Has estado aquí dos veces.

—He estado aquí cuatro veces —corrige Wren alegremente. —Una vez mientras
estabas fuera, y otra mientras dormías. Entonces ya sabes de las otras dos visitas.

—Joder —suelto con franqueza, porque no sé qué más puede haber aparte de
eso. —Te estás tomando esto del acoso demasiado en serio.

—Es un pasatiempo mío —admite, apartándose, pero sin soltarme las manos.
Me quita suavemente los auriculares y frunce el ceño por primera vez esta noche.
—¿En serio, Hazel? ¿Otra vez? Un día, se te acercará sigilosamente alguien que no
sea yo quien, y entonces tendré que hacer algo terrible.

—¿Cómo le hiciste a Brett? —No puedo evitar remarcar, con voz suave.

Se sienta sobre sus rodillas, su peso viene a posarse sobre mis caderas lo sufi-
ciente como para que no pueda levantarme.

—¿Sigues pensando en el príncipe azul? —cuestiona, y sus manos ya no sujetan


las mías. En lugar de eso, me sube el dobladillo de la camiseta, pone las manos en
mi estómago sintiendo mi agitada respiración.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Jenna me ha llamado hoy. Es mi mejor amiga y una consejera del campamento


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Clearwater. Ya sabes, una de las personas a las que ibas a masacrar y todo eso.

—Claro —asiente, clavándome ligeramente los pulgares en las caderas. —Me


acuerdo. Continúa.

—Ella mencionó lo que pasó, y a Brett, y lamentó haberme dejado sola. Pensó
que estaba enfadada con ella. —Me río con pesar. —Y...

—Deberías estarlo —interrumpe Wren suavemente, sus palabras contundentes.


—Deberías estar jodidamente furiosa con tu ‘mejor amiga’.

—¿Qué? —No puedo creer que lo haya oído bien, y cuando intento incorpo-
rarme, me empuja de nuevo para que me recueste, aun sujetándome con su peso.
—Es mi mejor amiga. Claro que no estoy enfadada...

—Podría haberte matado. Podría haberte cortado en pedazos en ese bosque si


hubiera querido. Si no hubiera sido por ti, los habría matado. Eras la única en todo
ese jodido campamento que me importaba lo suficiente como para dejarte vivir,
85
Hazel. ¿Aún no te has dado cuenta? ¿O es sólo que no me crees?

—No te creo —respiro, aturdida. —¿Por qué yo? Quiero decir, Jenna es mucho
más atractiva que yo. Algunos de los otros consejeros eran mejores en...

—Porque no eran como tú.

—Pero yo no soy nada...

—Eres mía, ¿no? Eso significa que eres más que ‘nada’.

No tengo cómo responder a eso. Me hace cosas en el interior que no tienen sen-
tido, y levanto la mano, con los dedos extendidos, deseando poder alcanzar sus
hombros o su pelo. En lugar de eso, me conformo con su camisa y la agarro con
fuerza para tirar de él hacia mí.

—Es muy bonito lo que dices —murmuro por fin. —Es bastante halagador, en
realidad, y...

—Conejita. —Wren se ríe y deja que lo acerque hasta que apoya su peso en los
codos a ambos lados de mí.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—No son halagos. O sólo palabras dulces para que me sigas la corriente en lo
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que te necesito. Es la verdad. Y si hubiera llegado unos minutos más tarde, si tu


príncipe azul de mierda te hubiera tocado... ¿sabes lo que habría hecho? —Me
besa de nuevo antes de rodar sobre su lado en la cama para poder estar mucho
más cerca de mis labios.

—¿Matarlo? —aclaro, medio en broma, porque eso es lo que ya había hecho.

—Bueno, sí —admite Wren, subiendo la mano para hacerme cosquillas.

Me retuerzo ante el contacto inesperado y jadeo cuando de repente me coloca


de costado, de modo que mi espalda queda pegada a su pecho, y yo sea la cuchara
más pequeña. Con su brazo alrededor de mis hombros, no tengo muchos sitios a
los que ir a menos que esté dispuesta a intentar quitármelo de encima, pero eso
apenas se me pasa por la cabeza cuando su otra mano se posa en mi estómago.

—Pero me habría tomado mi tiempo. Fui muy amable con él, ¿no crees? Le di
una muerte relativamente rápida cuando podría haberla hecho durar. —Arrastra 86
las uñas por mi estómago, haciendo que me retuerza y le responda con una patada
instintiva. —No seas tímida. Haz esos quejiiditos para mí. Quiero oírte cuando lo
haga. —Lo hace de nuevo, sus uñas dejan una línea de fuego punzante sobre mi
piel mientras abro la boca y jadeo ante la sensación. —Podría haberle cortado las
manos por atreverse a tocarte. —Desliza sus uñas por mi costado, sorprendida
suelto una risita mezclada con una especie de gemido de mis labios. —Podría ha-
bérselas roto antes de cortárselas, porque quería hacerlo. Podría haberlo cortado
pedazo a pedazo... y no habría pestañeado. ¿Te habrías gustado?

No pensé que fuera una pregunta de verdad hasta que me sujeta la garganta, la
presión lo bastante fuerte como para que jadee, pero no lo suficiente como para
dejarme sin aire.

—¿Qué? —pregunto, todavía concentrada en el ardor de sus rasguños.

—¿Te habría importado que desarmara al príncipe azul delante de ti para que
lo vieras? ¿Te habrías opuesto a que le diera su merecido por cómo te trató? Lo vi
unas cuantas veces cuando te vigilaba. No era muy amable, ¿verdad, Hazel?

—N-no. —Estoy de acuerdo, temblando bajo su agarre. —Y no me habría opuesto.


Quiero decir... —Intento echarme atrás, consciente de lo jodido que suena.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Pero no me da la oportunidad. En lugar de eso, me aprieta el cuello con los


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dedos y me mete la otra mano por debajo de mis shorts de jean.

—Sé que no lo habrías hecho. ¿Sigues queriendo oír hablar de Andrew Thomas?
—pregunta burlón, mientras me acaricia mi coño con los dedos.

—¿Te refieres al viejo de cuarenta y dos años que vivía en Glaucester Drive? —
incito, sin poder evitar el tono arrogante de mis palabras.

Se ríe. —Sí, ese Andrew Thomas.

—Quiero decir... —Trago saliva con dificultad y me giro todo lo que puedo,
acercando mi cara a la suya. —¿Si quieres decírmelo?

—Prefiero follarte. Y estrangularte. Y ver cómo jadeas mientras te corres cuando


por fin te dejo respirar —admite Wren, tomándome desprevenida y haciendo que
el estómago se me retuerza tanto de miedo como de expectación.

—¿Lo harías? —No sé por qué me tiembla la voz. Tampoco sé por qué no las 87
espero. Pero no me ha follado como es debido desde esa noche en el bosque, y me
preocupa que haya sido algo aislado, como si no le hubiera gustado tanto como
había dicho.

—Pareces sorprendida. —Su mano en mi garganta se afloja. —¿Quieres decirme


por qué?

—Sólo pensé... —Me aclaro la garganta. —Bueno, como no lo hemos vuelto a hacer
desde el campamento de verano. —Resopla ante la frase. —Quizá ya no lo querías.

Su mano en mi estómago se paraliza y, durante un largo y aterrador instante,


temo haber dicho algo malo. De hecho, estoy segura. ¿Por qué si no está tan in-
móvil, tan callado y haciendo su mejor imitación de una estatua a mi espalda?

—Bueno, eso no es cierto —espeta, y en un movimiento casi demasiado rápido


para que lo perciba, Wren se incorpora y me tumba boca abajo sobre la cama. —
Me encantaría que me explicaras qué otras señales te he dado para llegar a esa
conclusión, conejita —añade con malicia, metiéndome una almohada bajo las ca-
deras. Se me corta la respiración, con los nervios a flor de piel.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Umm. Quiero decir, es que... ¿eso? —admito, empezando a moverme, pero en-
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cuentro su mano extendida sobre mi columna vertebral, presionándome hacia abajo.

—No te levantes —sugiere dulcemente, quitándome los pantaloncillos y ti-


rándolos en algún sitio. —Estamos teniendo una conversación, Hazel. ¿Por qué
quieres marcharte?

Sabe lo que hace. Está en el peligroso y aterciopelado tono de voz que utiliza
mientras oigo como baja la cremallera de sus pantalones. Un escalofrío me re-
corre la espalda, bajo sus dedos, y me pregunto si él puede sentirlo.

—Sólo iba a mirarte para no hablar con una almohada —señalo, incapaz de
sonar más que nerviosa con él detrás de mí, sujetándome en esta posición. —Sólo
estaba...

—Sólo me dabas más y más excusas. Hazel, sólo ibas a darte la vuelta y ponerme
esos dulces y tristes ojos. Haces tan bien el papel de conejita que es un apodo
muy apropiado para ti. Tal vez te consiga un lindo pompón como colita que haga
juego. —Su mano libre se posa en mi trasero, y me estremezco al recordar la úl-
88
tima vez que me tocó así. —¿Te acuerdas cuando nos conocimos? ¿La noche que
te di unos azotes? Te lo merecías, ¿sabes? Pero no pensé que te gustaría tanto.
—Está disfrutando esto. Lo denota su voz, sobre todo cuando hunde los dedos en
mi carne y la amasa con la dureza suficiente para que emitir un sonido que no es
precisamente de protesta. —¿Te duele?

—Sí.

—Pobre pequeña. Pobrecita mi conejita.

Lo hace de nuevo, arrancándome un grito ahogado, y luego retira la mano,


para bajarla con renovada fuerza. Sólo la otra mano presionando mi espalda me
impide moverme, y su risita casi se pierde en mi chillido. Wren se acomoda y su
mano en mi espalda sube para arrastrar las uñas por mis costados, buscando de
nuevo mis lugares cosquillosos y arrancándome un aullido de sorpresa que casi
me hace levantarme de un salto.

O lo haría, si su mano no estuviera atrás mientras mi asesino en serie ríe a car-


cajadas. —Te gusta, ¿verdad, conejita?

—Duele —siseo, sintiendo aún los ecos de la quemadura.


Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Sí, y jodidamente te gusta. No hace falta que me mientas. Me encanta que


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te guste. Eres tan buena para mí, tan buena que tomas todo lo que quiero darte.
Apuesto a que te encantaría que marcara esa suave piel tuya con mis dientes. —
Sus dedos vuelven a deslizarse entre mis muslos, y por un momento espero que
no comente lo mojada que estoy sólo por su violencia.

Pero claro, estoy hablando de Wren.

Se ríe sombríamente e introduce dos dedos en mi cuerpo sin decir nada.

—Si te ha dolido tanto, si te has sentido tan miserable, ¿por qué carajo estás
chorreando por mí?

—Joder. —Es mi sentida y bien pensada respuesta mientras continúa estirándome


con los dedos. Mis caderas se levantan de la cama, arqueándose hacia él, pero su
mano en la parte baja de mi espalda me mantiene en mi sitio con facilidad.

—Si esto es lo que querías, o lo que hacía falta para que aceptaras lo mucho que
te deseo, lo habría hecho hace días —detalla Wren, con la boca cerca de mi oído
89
mientras se inclina sobre mí. —¿Crees que pasa un solo día en que no me acueste
en la cama pensando en este dulce y apretado coñito que tienes? ¿Crees que no
desperdicio un solo sueño imaginándome todas las cosas que quiero hacerte?

—No pueden ser tantas —susurro, con los dedos empuñando la almohada.

—¿Eso piensas? —Casi conversa mientras retira los dedos, pero antes de que
pueda sentirme vacía, siento su longitud en mi entrada. —Será mejor que estés
preparada para mí, nena —promete, y es todo el aviso que recibo antes de que me
penetre por completo, apretando sus caderas contra mi culo.

Un gruñido de satisfacción sale de él, reverberando en su pecho mientras se


inclina sobre mí para cubrirme con su cuerpo.

—Quiero cazarte —susurra, rodeándome la garganta con una mano. —Quiero


soltarte en el bosque y darte ventaja.

—¿Quieres que corra? —pregunto, apenas capaz de concentrarme en otra cosa


que no sea el deslizamiento de él dentro de mí. ¿Por qué es tan bueno esto?
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—Quiero que corras con todas tus fuerzas hasta que colapses en sucio suelo.
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Luego quiero cazarte y arruinarte tan completamente que nunca podrás soportar
estar sin mí. Encontraré todas las formas de hacerte mía que puedan existir, e
inventaré algunas propias.

Abro la boca para discutir, pero cuando sus dedos me aprietan la garganta,
jadeo antes de poder resistirme—: Me parece exagerado, Wren.

—A mí me parece insuficiente. Deja de hablar, Hazel. Estás gastando todo tu


oxígeno. No quiero que te desmayes ahora —dice con regocijo, y cuando sus dedos
presionan mi garganta, la cabeza me da vueltas. Gimoteo y me aferro a su brazo,
mientras sacude las caderas de inmediato.

Wren se ríe. —¿Estás aturdida? ¿Mareada? Pobre pequeña presa. ¿Acaso soy
demasiado para ti? —Me folla como si estuviera tratando de hacer un punto. Uno
dramático.

Y mi cabeza sigue dando vueltas. 90


Impulsivamente, le muerdo el antebrazo que está sobre la almohada junto a mi
cara, hundiendo los dientes en su piel mientras toma aire.

—Oh, qué buena jodida conejita eres, joder. Eso es. Márcame. Muérdeme los
brazos. Lucha conmigo, Hazel. Déjame sentir cómo peleas contra mí.

De alguna manera, el terror no está a la vanguardia en mi mente. Especialmente


cuando me suelta el cuello lo suficiente para que aspire una bocanada de aire que
me despeje y lo muerda como ya había amenazado.

Mis dientes se hunden en su piel y estoy segura de sentir su estremecimiento.

—Sigue —insta, aunque no sé si se habla a sí mismo o a mí. Con sus movi-


mientos inestables y su mano temblorosa, tengo la certeza de que está a punto
de correrse.

Pero yo también.

Me agarro a su brazo y vuelvo a mordisquearlo, pero eso es todo lo que consigo antes
de gritar de éxtasis, con la mirada perdida mientras él me folla un poco más fuerte.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Si existe el cielo, espero que sea así. Me folla hasta el fondo mientras casi
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pierdo el conocimiento, casi descuidando su suave apretón y en la forma en que


mis dientes se clavan en su brazo.

No vuelvo a la realidad hasta que me voltea, poniéndome finalmente, de es-


paldas, con él mirándome fijamente que veo la sonrisa complacida de Wren. Y
siento el cosquilleo de su dedo cuando me acaricia el labio inferior, sin dejar de
mirarme ni un momento.

—Debo de haber matado a la persona adecuada para que me recompensen con-


tigo —revela simplemente, atrayéndome hacia él mientras le muerdo el dedo con
petulancia. —Eres perfecta, conejita. ¿Te lo ha dicho alguien alguna vez?

—No, no me lo han dicho —digo con voz ronca, sin sorprenderme al notar que
tiemblo cuando me mete la rodilla entre los muslos.

—¿Quizá debería compensártelo? —Es una broma, pero la forma en que me


mira es cualquier cosa menos eso. 91
—Me encantaría.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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12

E s sólo una noche, conejita.

Luego te librarás de mí, te lo prometo.

Las palabras resuenan en mi cabeza una y otra vez, pasando como una pelota
de ping-pong que nunca se sale de la mesa. No es que pueda hacer nada al res-
pecto, ya que estoy de pie frente al espejo con la cabeza inclinada hacia un lado y 92
los ojos muy abiertos mientras me observo.

Estoy mucho mejor de lo normal. Hasta yo me doy cuenta. Por supuesto, me ha


ayudado el hecho de que Wren me haya dado una cantidad fija de setecientos a
cambio de su “favor”. Si no, nunca me lo habría podido permitir.

¿Es esto lo que está buscando? No estoy segura de cuándo empezó a impor-
tarme tanto lo que un asesino en serie piense de mí, y suelto un suspiro. Quizá lo
odie y se vaya y no tenga que enfrentarme a mi mayor miedo del mundo.

Un evento social. Peor aún, un evento social elegante lleno de gente elegante.
Ante su insistencia, había buscado a Wren en la página web de GreenCo y casi
había vomitado ginger ale por la nariz al ver una foto suya del brazo del director
general de la empresa.

Él es importante. A mi cerebro también le cuesta asimilarlo. Es importante y


un jodido asesino serial que trabaja en una jodida empresa medioambiental. Tal
vez mata a los grupos de presión que contaminan. Tal vez Andrew Thomas, de
cuarenta y dos años, era un fanático de la contaminación desenfrenada que iba de
bosque en bosque deshaciendo el trabajo del Oso Smokey.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Es la única opción que estoy dispuesta a aceptar esta noche, ya que voy a una
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cena organizada por GreenCo para sus empleados en algún salón de banquetes
del centro.

Incluso eso es un misterio para mí. Todo lo que puedo pensar mientras aliso
mi nuevo vestido negro hasta mitad del muslo es que será como una boda en la
que las mesas están cubiertas de tela blanca barata y las sillas son de vinilo y
crujientes. Puede que haya un bufé o, como mucho, comida preparada con pollo
o ternera a elección.

El golpe a mi puerta es una sorpresa, pero solo porque Wren nunca había lla-
mado antes y no estoy segura de por qué lo hace ahora. No me parece un movi-
miento muy de acosador, y por eso tardo en contestar.

No cuando la inseguridad y los nervios se hunden en mi piel como la lluvia.


Tengo mejor aspecto de lo normal, seguro, pero nunca soy muy amable con mi
propia apariencia. Sobre todo, conmigo misma.

Mi largo cabello rubio cuelga en ondas hasta mi pecho, y el vestido que he en-
93
contrado es negro, con lentejuelas y más cómodo de lo que tiene derecho a ser.
Las mangas transparentes son agradables al tacto en lugar de irritar mi piel, y son
lo bastante holgadas hasta los puños más ajustados para que me sienta como una
Lady pirata.

Mis botines son sencillos, de ante negro, agregándome diez centímetros más
de alto, aunque eso no importa cuando Wren mide un metro ochenta y yo apenas
llegó al uno setenta y cinco metros. No suelo llevar joyas, pero esta noche he
hecho una excepción con una gargantilla negra y el collar de llaves Tiffany que me
regaló mi madre cuando me gradué en el instituto.

¿Y si Wren piensa que luzco como una mierda?

Cuando vuelven a golpear, suspiro y aprieto los dedos a los lados. Solo hay una
forma de averiguarlo, y es abriendo la puerta.

El camino hasta allí parece durar más de lo normal y, para cuando llama por
tercera vez, tengo la mano en el pomo y abro de un tirón, frunciendo el ceño.

—Podrías darme un minuto —reprocho, aun sabiendo que me ha dado el tiempo


suficiente. —¿Y desde cuándo llamas a la puerta?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Yo diría que siempre llamo a la puerta cuando me veo así de bien —explica
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Wren, con sus ojos oscuros sobre mí. Se dirigen a mi cara durante unos instantes
antes de viajar hacia abajo hasta que estoy segura de que ha escaneado cada cen-
tímetro de mí y probablemente puede dibujar una imagen precisa de las cicatrices
con las que está decorada mi rodilla derecha.

—Pero ¿cómo puedo hacerme un cumplido cuando estás ahí de pie con ese
aspecto? —Su voz es áspera y grave. Ilegible mientras me observa de nuevo, y
frunzo el ceño.

—¿Entonces está bien? —aclaro finalmente, levantando las manos como si in-
tentara vender algún producto al concursante. Sin embargo, en lugar de hacer un
gesto significativo, las dejo caer a la altura de la muñeca, preocupada por si va a
decirme que no le gusta algún aspecto de todo esto.

—¿Te preocupa que no sea así? Conejita —suspira y avanza hasta que tengo
que dar un paso atrás dentro del departamento. Apenas soy unos centímetros
más baja que él con mis tacones, y cuando se inclina para rozar ligeramente sus
94
labios con los míos, un cosquilleo recorre mi cuerpo. —Me entristece no poder
quedarme y arrancártelo.

—Si lo odias, supongo que puedes —bromeo. —Pero eso significaría que no
puedo ser tu coartada esta noche.

—Novia —corrige automáticamente, y se aparta. —No eres mi coartada, Hazel.


Eres mi novia.

Echa un vistazo a mi departamento y se detiene al ver mi teléfono y mis llaves


sobre la mesa.

—¿Estás lista para irnos? ¿O necesitas algo más?

—No, sólo eso. ¿Necesito llevar dinero? —pregunto, como si esto fuera una cita y a
pagaramos a medias. —Aunque si vamos en Uber, no voy a pagar la mitad. Me niego.

Sonríe y coloca una mano suavemente en mi cintura, como si fuera a estro-


pearme el vestido. —No vamos a tomar un Uber ni un autobús ni lo que sea que
se te ocurra. Yo conduje hasta aquí y nos llevaré hasta el evento. Además, no
necesitas dinero. ¿Por qué demonios te haría pagar para que me ayudes con esto?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—¿Porque te gusta verme sufrir física y emocionalmente por gastar dinero?


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—pregunto dulcemente, arrancando un bufido de mi asesino en serie. —¿Porque


estás dispuesto a dejarme en Waffle House de camino a casa para que pueda re-
cibir como apoyo emocional, gofres con trocitos de chocolate?

—Allí habrá comida, ¿sabes? —recuerda mientras recojo mis cosas y lo sigo por
la puerta. —Ya que es una cena y todo eso.

—Sí, ¿pero tendrán gofres? —Alejo a Morticia de la puerta antes de asegurarla,


sólo para oír sus maullidos de protesta mientras cierro con llave.

—¿Sabías que ella es la primera en darme la bienvenida a tu departamento


cuando irrumpo en él? —comenta Wren mientras me guía por el pasillo. —Me
encantan tus gatos.

—Qué raro de tu parte.

—¿Por qué? Me adoran. Nunca hicieron ruido cuando entré la primera vez.
95
Pulsa el botón del ascensor y entro a su lado, con los brazos enroscados en
torno a mi cintura cuando se pone en marcha. —De hecho, salimos cuando te
estabas duchando.

—Shadow no —niego, mirándolo de reojo. —Es imposible que le gustes. Apenas


le gusto yo.

Su sonrisa es dolorosa en su brillantez. —¿El negro? Dormía sobre mi pecho y


ronroneaba.

—Te odio —gruño, mientras tira de mi cuerpo hacia él con tanta fuerza que
tropiezo con el suelo resbaladizo.

Solo gracias a su agarre no me caigo y, por un momento aterrador, pierdo el


equilibrio cuando se ríe contra mi oído. —¿De verdad? ¿Realmente lo haces? No
creo que lo hagas, conejita. Ni un poquito y desde luego no como deberías. Demo-
nios, ni siquiera pienso que me tengas un poco de miedo. Y eso me gusta.

—¿Por qué te importa si me gustas, de todos modos? —pregunto, incorpo-


rándome de nuevo. —Has terminado conmigo después de esta noche, ¿verdad?
¿Fuera de mi vida, de mi mente y de todas las cosas que me has dicho?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

No sé cómo sentirme al respecto, pero odio cómo se me retuerce el estómago al


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pensarlo. No parece una reacción lógica. No está bien que me duela que no quiera
volver a verme después de esta noche.

Pero es inevitable y no puedo discutir con él.

Estoy tan absorta en mis pensamientos que tardo unos segundos en darme
cuenta de que Wren no ha contestado. Sin embargo, cuando intento obtener una
respuesta, la puerta del ascensor se abre y él se dirige al vestíbulo conmigo detrás.
Cuando pasa por delante del despacho de mi casera, ella levanta la vista, con las
gafas colgando de la punta de la nariz, y me sonríe afectuosamente.

—Que pases una buena noche, Hazel —dice mirando a Wren. Sinceramente,
también lo miraría así. Es atractivo, todo sonrisas y simpatía... es todo lo que una
chica querría si no supiera cuál es su pasatiempo.

Pero yo sí lo sé, y de alguna manera, eso no me desanima tanto como debería.


Mientras le sigo hasta su coche, no puedo evitar que mis cejas se eleven en señal
de agradecimiento, pero tampoco me pierdo la forma en que Wren me devuelve la
96
mirada para ver mi reacción ante su auto.

—Puede que los resultados de tu búsqueda en Google sean verdaderos —ad-


mito, abriendo la puerta de su elegante Camaro negro antes de que él pueda
hacerlo por mí. No estoy indefensa, maldita sea. —Aunque supongo que podrías
estar alquilando esto. —Me deslizo en el asiento del copiloto mientras él sube
también, con una risita en los labios.

—No lo estoy alquilando —asegura.

—Debe ser difícil meter cuerpos aquí si te los llevas a cuestas o algo así.

Me arrepiento de haberlo mencionado cuando no contesta enseguida y me


preocupa que se haya ofendido. En cambio, Wren enciende el motor y pone el
auto en marcha, alejándose del bordillo suavemente. —Para eso tengo un todote-
rreno —anuncia finalmente, con aire divertido. —¿Quién demonios transportaría
cadáveres en un deportivo, Hazel? —suspiro, agradecida de que no esté enfadado,
y me acomodo en el asiento. Con cuidado, deposito las llaves en la consola, pero
mantengo el teléfono en la mano libre.

Wren tiene la amabilidad de no decir nada mientras conducimos.


Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Cuando se detiene frente al museo, lo único que puedo hacer es mirar. Hay ser-
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vicio de valet y Wren me hace un gesto para que salga del auto, entrega las llaves
y me rodea con el brazo.

A regañadientes, camino y dejo que me arrastre por las escaleras hasta la gran
entrada acristalada del Museo de Historia Natural. —No sé si podré hacerlo. Creía
que ser tu coartada significaba decir que te quedabas en mi departamento en
lugar de estar disfrutando otras actividades —susurro, acercándome para que
nadie me oiga.

Se ríe, los dientes brillando con una hermosa sonrisa. Con su chaqueta y sus
pantalones sastre a medida, tiene un aspecto muy distinto del Wren al que estoy
acostumbrada.

—No es gran cosa, Hazel —ronronea, sus labios cerca de mi oído. —No tendrás
que hacer nada más que verte bonita.

—Eso suena demasiado complicado. 97


—Bueno, ya lo estás haciendo —señala con dulzura, pero niego con la cabeza.

—Me siento mal. Creo que me va a dar alergia.

Eso le arranca una carcajada y tira de mí para acercarme más, como si fuera un
riesgo de fuga que va a volver al estacionamiento y esperar allí hasta que esto ter-
mine. Ahora que lo pienso, puede que tenga razón. —Esto es todo lo que necesito
de ti, ¿de acuerdo? —explica, besándome la sien mientras cruzamos la puerta y
entramos en el gran vestíbulo.

Sin embargo, Wren no se detiene. Sigue caminando, saludando a unas cuantas


personas, pero sólo cuando estamos en una sala etiquetada como “salón de ban-
quetes” aminora la marcha y me permite apreciar lo que nos rodea.

—Supongo que no vamos a visitar un museo de verdad, ¿no? —comento, mi-


rando alrededor de la enorme sala de techos altos y arqueados. La conversación
en la estancia es como un ruido blanco para mí, sobre todo porque rebota en las
paredes, y no me molesto en intentar escuchar. La mano de Wren se desliza por
mi brazo hasta que puede agarrarme los dedos, y lo miro sorprendida cuando me
aprieta la mano para consolarme.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Esta vez no. Pero si quieres ir, seguro que podemos hacerlo —ofrece. Sin em-
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bargo, antes de que pueda continuar, oigo su nombre resonando en las paredes
más cercanas a nosotros, y levanta la vista para ver a un hombre de pelo castaño y
ojos oscuros con una amplia sonrisa que se acerca hacia él con la mano extendida.

Wren me suelta la mano, haciéndome sentir repentinamente sola, para estre-


char la mano del hombre. Radiante, intento aparentar que pertenezco a este lugar,
con él, en lugar de estar bajo las mantas en casa. Puedo hacerlo. Acepté hacerlo,
¿no? Sería grosero por mi parte romper una promesa que había hecho.

Aunque fuera a un asesino en serie.

Pero es Wren. Este hombre raro y problemático con una perfecta sonrisa es tan
extrañamente seductor que quiero que siempre vuelva por más. No es que se lo
vaya a decir en voz alta.

Él no quiere quedarse, después de todo. Y no puedo demostrarle que quiero


que se quede. ¿Verdad? 98
—Esta es la novia de la que te hablé. —Las palabras me sacan de mis pensa-
mientos y sonrío al hombre que es unos centímetros más alto que el propio Wren.
Hago todo lo que puedo para parecer que debería estar aquí.

Como si debiera estar con Wren.

—Hola —saludo, sosteniendo ligeramente la mano que me ofrece. Su palma es


cálida y callosa, y el hombre me mira con una pizca de sorpresa.

—Creía que habías dicho que tu novia era pelirroja —expone, volviendo a mirar
a Wren. Antes de que él le pueda responder, lo hago yo. —Es porque estaba peli-
rroja cuando nos conocimos. Llevaba tiempo tiñéndome el pelo y estoy segura de
que pensaste que era natural. —Le sonrío a Wren, quien me devuelve una sonrisa
maliciosa.

El hombre le dice unas cuantas cosas más que ignoro, y pronto se marcha para
hablar con otra persona. Wren lo observa irse, al igual que yo, y luego se vuelve
hacia mí con una ceja arqueada.

—Yo no te pondría en un aprieto, ¿sabes? —asegura. —No creas que tienes que
cubrir mis errores si no te sientes cómoda con ello.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Se me hunde el corazón. —¿Preferirías que no dijera nada? Sólo pensaba que…


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—Estás perfecta —interrumpe. —Especialmente esa dulce e insegura expresión


que pones cuando arrugas la nariz y me miras así. —Intenta inclinarse hacia mí,
suspira y levanta la vista. —No, eso no es lo que en absoluto. Quiero decir, no voy
pedirte imposibles. Si pasa algo que no sabes cómo responder, no te estreses. Me
ocuparé de todo. Sólo necesito que seas tú misma.

—No tengo ni idea de lo que eso significa —admito, su mano vuelve a desli-
zarse entre las mías mientras me lleva más adentro de la sala con mesas redondas
cubiertas de manteles y camareros que se pasean ofreciendo comida y bebida.

Wren recoge dos copas de champán y me ofrece una. —Significa que eres per-
fecta tal como eres, y que no necesitas fingir ser nada para mí o para ellos —ex-
plica encogiéndose de hombros, observando si me gusta la bebida antes de beber
de las suya.

No es hasta después que se sirve la cena, de la que no como casi nada porque me 99
preocupa equivocarme con los cubiertos y sentirme cohibida con todos cuando me
siento preocupada. El jefe de GreenCo, Jonah, al que reconozco por sus fotos, se
acerca a Wren con una mujer que, según me informa mi asesino en serie, es su esposa.

Jonah se lanza a abrazar a Wren, alejándolo de mí mientras su mujer se acerca


con ojos brillantes de interés.

—Podemos dejarlos tranquilos —comenta con la mano en la muñeca. —A Jonah


le gusta ponerse un poco achispado en estas fiestas y es la primera vez que Wren
no está cerca para entretenerlo. —Sus dedos en mi brazo presionan con sus uñas
rojo rubí en forma de garras, y dejo que me aleje de ellos, intentando aparentar
que no me importa.

La mujer morena no se da cuenta de que vuelvo a mirar a Wren, que me lanza


un asentimiento rápido mientras soy empujada hacia una mesa en las afueras de
la fiesta, donde se sienta otra pareja.

—Espero que todos lo estemos pasando bien —saluda, sentándose y haciéndome


un gesto para que también lo haga. —Sabes, Jonah quería celebrar esto en el jardín
botánico, pero no me pareció lo suficientemente apropiado. Oh... —Ella me observa,
de repente al notar algo. —Eres la invitada de Wren, pero aun no sé tu nombre.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Sonrío, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho.


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—Hazel —digo. —Y lo siento mucho, pero en realidad tampoco sé ninguno de


sus nombres. —Miro alrededor de la mesa, intentando parecer contrita mientras
mi cuerpo intenta fundirse con el suelo.

—Arianna —se presenta la mujer que me ha arrastrado. —Jonah es mi marido,


así que conozco a Wren hace años. Este es Michael Adamson y su mujer, Heather.

La rubia, una mujer de unos cincuenta años, sonríe amablemente. —Es un


placer conocerte, Hazel. Llevamos tiempo diciendo que Wren necesita a alguien
en su vida. Siempre está tan... solo. Y nunca ha traído a nadie antes.

—¿Lo conoces desde hace mucho? —pregunta Arianna, saltando ante la opor-
tunidad. —Ha sido bastante hermético sobre su relación, así que lo siento sí pa-
rece que nos estamos entrometiendo.

—Llevamos juntos desde la primavera —miento, esperando que no les haya


dicho lo contrario. Quizá es algo que deberíamos haber hablado antes, pero ahora
100
no puedo hacer nada. —Y hace tiempo que me insinúa que me venga con él, pero
si te soy sincera... —Me inclino, mi sonrisa se vuelve un poco nerviosa. —Sentía
algo de miedo. Es un poco intimidante que sea tan importante aquí. Me preocu-
paba lo que pensarían de mí.

La confesión suaviza el rostro de Holly, y Michael bebe un trago de su agua


antes de preguntar—: ¿A qué te dedicas, Hazel? ¿También trabajas en asuntos
medioambientales?

—No —niego, con el corazón golpeándome las costillas. Sé que no importa, que
esto no es real, pero la posibilidad de su desdén me aterra igualmente.

—En realidad, ahora mismo estoy terminando la carrera de antropología. Y tra-


bajo como ayudante de florista. —No es nada prestigioso ni importante como sus
trabajos, y casi me da miedo mirarlos.

Pero lo hago de todos modos y, antes de que alguno pueda decir algo despec-
tivo, añado—: Desgraciadamente, he tenido que tomarme un tiempo libre. Tuve
algunos problemas de salud que me retrasaron un año y medio, y este es el primer
año completo que vuelvo a estar al cien por cien.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

No es una mentira descarada. El año anterior, no contaba con una terapeuta ni


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había seguido un régimen de medicación adecuado. Pero no estoy ni cerca com-


pletamente bien.

—Lo siento mucho —dice Holly al instante, con expresión preocupada. —Pero
me alegro de que vuelvas a poder tus cosas en orden. ¿Dónde conociste a Wren, si
no te importa que te pregunte?

Llevo toda la noche planeando esto, pero aun así me da miedo poner el plan en
marcha. —Como parte del trabajo en antropología, me dedico a estudiar las in-
fluencias culturales generacionales en los niños —explico, orgullosa de que apenas
sea una mentira. —Antes de enfermar, viaje a Malta a estudiar a los Caballeros
de San Juan, los moros y los romanos para comprender cómo su conocimiento
es transmitido actualmente a los niños. Quería hacer más, pero, obviamente, eso
quedó detenido. De todos modos, este año una amiga me pidió que la ayudara
con algún programa infantil en primavera y verano. Modifiqué mi estudio para
que encajara, solo usando a los niños de esta generación en el pueblo de Akron en 101
lugar de Malta. Fue una gran experiencia y realmente influyó en mi tesis. Conocí a
Wren en un lago del norte. Estaba tomando café y se lo tiré encima. Francamente,
me sorprendió que no me gritara, y mucho menos que me preguntara cuál era mi
nombre. —Resoplo ante mi falsa historia y Michael se ríe.

Incluso Arianna parece divertida. Parecen creérselo con tanta facilidad que
noto cómo la tensión va desapareciendo poco a poco de mis hombros.

—Apuesto a que un estudiante de antropología tiene mucho interés en un museo


como este —comenta Michael, y su mujer asiente. —¿Has estado aquí antes?

—Sólo cuando estaba en séptimo curso —respondo, sin apenas darme cuenta
de que Jonah se acerca para sentarse junto a su esposa.

Wren se sienta en la silla de mi lado y rodea mis hombros con su brazo mien-
tras participa en la conversación. —Me sentí excluido —admite, sonriendo. —¿De
qué estamos hablando?

—Estaba a punto de preguntarle a tu novia por Malta —revela Arianna. —No


nos habías dicho que tienes como compañera a una antropóloga en ciernes, Wren.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Me mira fijamente y me doy cuenta de que está intentando descifrar la mentira.


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Por desgracia para él, la única parte de mi historia que no es cierta es cómo nos
conocimos, y eso sigue siendo bastante cierto, salvo el asesinato y el mal manejo
de los machetes en la mesa de picnic.

—Me he alargado un poco —admito, captando su mirada. —Se me hacía raro


decir “nos conocimos en un campamento de verano para niños”. Así que le ex-
pliqué mi trabajo de antropología en Malta el año pasado frente a mis estudios
más cerca de casa este año. —Espero que sea suficiente para que lo capte, y cuando
su sonrisa se ensancha, me doy cuenta de que, por supuesto, lo hace.

—Estamos planeando otro viaje —informa, la mentira fluyendo suavemente de


sus labios. —A Malta. Ella describe hermosamente el paisaje, y a mí me gustaría
mucho verla en persona.

—Sólo porque no paro de hablar de los Caballeros de San Juan —resoplo. —Y


él cree que la mitad de lo que digo es mentira.

—¿Has pensado en lo que harás cuando te gradúes? —curiosea Holly, tomán- 102
dome desprevenida.

No lo he hecho, porque a este paso parece que nunca lo haré. —Umm, no estoy
segura —confieso, recogiéndome el pelo detrás de la oreja. —Disfrute mucho lo
que he estudiado para mi tesis, pero también quisiera hacer otra cosa. Me encanta
estudiar diferentes culturas y sus historias, y mi universidad ofrece bastantes
programas de posgrado, dependiendo de mi especialización.

—¿Adónde vas? —pregunta Jonah, curioso.

—Baltianic —respondo, nombrando una de las mejores universidades de Ohio.

—Avísenme cuando hayan terminado de monopolizar a mi novia —añade Wren


despreocupadamente, con la voz arrastrada. —Me gustaría tenerla de regreso si les parece bien.

—No puedes culparnos —acusa Arianna. —Tú eres el que ha sido tan reservado
escondiéndola de nosotros.

Wren se encoge de hombros, con una sonrisa juguetona en la cara mientras


cambia de tema a algo que no tenga que ver con mi pasado o con lo que estoy
haciendo con mi vida ahora mismo.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

M
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e dejo caer en el asiento del copiloto con un suspiro y apoyo la cabeza


en el asiento. —Dormiré por seis días —confieso a mi asesino en serie mientras
él también se sube, extrañamente callado. —Sólo me levantaré para comer pizza
y alimentar a los gatos.

—¿Por qué Malta? —interroga como si no me hubiera oído. —¿Cómo se te ha


ocurrido todo eso?

Abro los ojos y lo miro mientras sale a la carretera secundaria del museo.

—¿Qué? —pregunto, momentáneamente confusa. —¿Qué quieres decir?

—Estaba nervioso —admite. —Era una historia muy elaborada para recordar
todos los detalles.

De repente me doy cuenta de que Wren apenas me conoce. Una parte de mí siente
como si le conociera de toda la vida, aunque sólo hayan pasado unas semanas. 103
—No era mentira —digo con cuidado, con los dedos agarrando el teléfono en
mi regazo. —Todo era verdad, excepto cómo nos conocimos. Y, bueno, que estoy
terminando la carrera.

—¿Qué quieres decir?

—Me faltan ocho créditos y ya no estoy matriculada. —Me encojo de hombros,


fingiendo que no es importante. —Pero fui a Malta de verdad, y me especialicé en
antropología.

Se queda callado durante unos minutos que parecen horas. Finalmente, dice—:
Es increíble, Hazel. Siempre supe que había tomado la decisión correcta, pero eso
ha sido brillante. ¿Sabes cuánto les gustaste?

—¿De verdad? —aclaro, mirándolo sorprendida. —Me dio la impresión de que


pensaban que no era lo bastante buena para ti.

—Ni una chance —niega Wren rápidamente. —Ni por asomo.

Minutos después, se detiene ante mi edificio de departamentos, pero no salgo


de su auto. Me parece que no quiero, aunque sin duda lo necesito.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Supongo que ya no me necesitas —suspiro, echándome hacia atrás. —Aunque


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pensé que ‘coartada’ significaba más ‘hablar con la policía’ y menos ‘fingir ser tu
novia en un banquete’.

Wren no responde por un momento, pero cuando busco mis llaves, desliza
sus dedos sobre los míos. —Yo también —concede con una sonrisa torcida. —Su-
pongo que se me da mejor pasar desapercibido de lo que pensaba. ¿Hazel?

Lo miro y él se inclina sobre la consola para darme un beso.

Cuando se retira, con los labios aún pegados a los míos, jadeo por el aire que
necesito, aunque él no parece afectado en absoluto.

—No sigas a más asesinos en serie hasta el bosque —ronronea Wren, con los
ojos brillantes. —No creo que le vaya bien a una conejita como tú.

104
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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13

S e ha ido.

Con los brazos apoyados en la encimera mientras la señorita Jenkins trabaja


en un arreglo para la elegante cena de alguien, observo fijamente la puerta con el
ceño fruncido. Se ha ido de verdad.

Durante tres días he aguantado la respiración, pensando que saldría de la nada y 105
me diría que todo era una broma, que me necesitaba para otra cosa. Que tendría que
ayudarlo un poco más con su coartada, como ambos habíamos pensado que haría.

Pero él simplemente... no lo hace. Mi vida vuelve a ser como era antes de que
él apareciera en la floristería, pero, aun así, las cosas no van bien. Es estúpido, y
lo sé. Nadie debería querer que un asesino en serie vuelva a aparecer. ¿Y si se hu-
biera enfadado o aburrido? ¿Y si hubiera dicho algo que no le gustara? Wren mata
gente. ¿Quién dice que no me mataría a mí también?

Suena el teléfono y contesto automáticamente para tomar nota. Apenas tengo


que pensar en ello, mientras escribo los detalles para la señorita Jenkins. Ella
sigue ocupada con su pieza experimental para la cena, tarareando ligeramente
y metida en su propia cabeza durante el tiempo que tarda. No es que pueda
quejarme. Todo lo que tengo que hacer es ocuparme del mostrador durante la
próxima hora. Como es viernes, dudo que haya mucha prisa.

Es decir, hasta que se abre la puerta y entran cuatro personas, las tres mujeres
que están aquí para probar ramos y cuchichear entre ellas mientras levantan ja-
rrones y luego los vuelven a colocar de formas que antes no estaban expuestas.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

No puedo evitar el resoplido que se me escapa. Ahora tendré que reorganizar


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esa mierda antes de irme, a menos que quiera hacerlo el lunes antes de que abra
la tienda, lo que me obligaría a levantarme treinta minutos antes. De ninguna
manera quiero correr esa suerte, así que observo y tomo nota de las cosas que
han movido y que tendré que volver a poner en su sitio antes de centrarme en el
hombre mayor de la tienda.

No creo que esté con ellas. Al menos, no reconoce a las tres mujeres ruidosas ni
las mira. En lugar de eso, echa un vistazo a las tarjetas de felicitación y endereza
un peluche de la estantería, como si se hubiera tropezado con ellas para echar un
vistazo.

No se parece a los clientes habituales de la señorita Jenkins. Tal vez estoy


paranoica, pero es demasiado... infeliz. Su rostro está demasiado inmóvil. Es de-
masiado severo. Lo único que se me ocurre es que esté comprando flores para
un matrimonio fracasado, o para una amante a la que intenta sobornar. Ya me ha
pasado otras veces, y siempre tengo que esforzarme mucho para no dar a conocer 106
mis sentimientos o soltar una risita nerviosa.

Sin embargo, cuando pienso en ello, no puedo evitar recordar la vez que
ocurrió y no pude contener la risa chillona. No sé quién estaba más avergonzado
entonces. Yo o el tipo que había estado engañando a su mujer con un par de ge-
melas idénticas, que al parecer tampoco sabían distinguir la una de la otra.

Parpadeo al darme cuenta de que las mujeres siguen hablando en el mostrador


y espero a que se callen para mirarme.

—Queremos pedir arreglos para una fiesta —dice la que está delante, como si
yo debiera estar emocionada por una celebración a la que no estoy invitada.

Pero como buena vendedora, sonrío y apoyo los codos en el mostrador de


cristal, con el catálogo y mi bloc de notas sobre la superficie, mientras intento
reflejar, aunque sea una décima parte de su entusiasmo.

—¿Tienes idea de lo que quieres? —consulto, arrepintiéndome de cada palabra


cuando me dice que no, que por eso quiere que la ayude a elegir tres piezas únicas
y, en sus palabras, “escandalosas”.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Intentando desencajar la mandíbula ante su forma de hablar y el entusiasmo


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que la hace escupirme, abro el catálogo y asiento con la cabeza a todo lo que ella
dice, señalando nuestras opciones más populares y dirigiéndola hacia las flores
más caras que tenemos.

—A todo el mundo le encantaría —aseguro cuando me pregunta por la posibi-


lidad de bañar las puntas de las rosas en pintura dorada para que parezcan joyas.
Sé que la señorita Jenkins lo ha hecho antes, con bastante desdicha, pero sube
tanto el precio que dudo que esta mujer pueda pagarlo.

Finalmente se decide, y acabo de convencerla de que no añada un lazo con es-


tampado de cebra cuando el hombre se acerca al mostrador, con las manos vacías
y mirada pensativa. Por el rabillo del ojo, escudriño su expresión, aún dispuesta
a apostar a que está perdido o busca un regalo de disculpa como tantos hombres
infieles antes que él.

—Hola —saluda, apoyando las manos en el vidrio mientras me mira con el ceño
fruncido. 107
Se está quedando calvo y sólo le quedan algunas canas para cubrir los laterales
de la cabeza. Parte de él está peinado en un pobre intento de ocultar el hecho de
que realmente no tiene pelo. —Esperaba que pudieras ayudarme.

—Sí, de acuerdo —acepto, apenas prestando atención mientras deslizo las


notas del último pedido hacia el montón de la señorita Jenkins. —Dame un se-
gundo. Umm, ¿sabes los detalles de lo que quieres? ¿Un evento, tal vez, o alguna
ocasión especial?

—Oh, no quiero flores —asegura apresuradamente. —Estoy buscando a un


amigo mío, y creo que estuvo aquí hace unos días.

Lo miro sin comprender, ladeando la cabeza.

—Dudo que lo recuerde. —confieso. —Y no estoy aquí todo el tiempo. —Lo


estoy, pero se me hace raro contárselo ahora.

—¿Podrías intentar recordarlo por mí? Creo que es bastante único. Habría es-
tado aquí solo, probablemente. Pelo negro, ojos oscuros. Es un tipo muy simpá-
tico. —El hombre se ríe, aunque no le llega a la cara. —Ni idea de lo que pidió, sin
embargo. ¿Quizás algo para una novia?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

¿Podría estar hablando de Wren? Parte de la descripción encaja. Como su color


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de pelo y de ojos. Pero no estaba solo, y realmente no estaba ordenando algo para
su novia. Pero ¿por qué este hombre estaría preguntando por Wren?

Ciertamente no parecen amigos.

—Lo siento mucho —lamento, mordiéndome el labio mientras intento pensar


en alguien más que coincida con la descripción.

Apenas presto atención a los clientes, y normalmente son las mujeres que
vienen las que son memorables de alguna manera. La mayoría de los chicos de
mi edad no vienen aquí a comprar flores para una novia. —Sinceramente, no creo
que conozca a ningún cliente que haya venido recientemente con esa descripción.
—No quiero ser obtusa, y espero que no piense que estoy mintiendo.

Pero esto realmente se siente como un tiro en la oscuridad, y este tipo acaba de fallar.

108
—De acuerdo. Podría estar equivocado —asegura el hombre, moviendo las
manos para metérselas en los bolsillos. Mientras lo hace, se echa la chaqueta
hacia atrás y el brillo de algo me llama la atención.

Una placa. Me viene a la cabeza que es una placa y estoy segura de que me ha
visto mirarla. Si oculto que lo sé, pensará que es sospechoso. Sobre todo, cuando
parece que hay más posibilidades de que esté aquí por Wren. Vuelvo a mirarlo,
enarcando las cejas. —¿Eres policía? Hacemos descuentos a las fuerzas del orden
y a los veteranos, pero seguro que no te interesa, ¿eh? —Mi media sonrisa es triste
y sincera, y él se ríe.

—No, señorita. Veo que está ocupada... —Se interrumpe, mirando a la seño-
rita Jenkins, que sigue tarareando. —Pero, ¿podría preguntarle a su jefa por mí
cuando termine si ha visto a mi amigo? Por alguna razón, no consigo ponerme en
contacto con él, y estoy preocupado.

—Sí, por supuesto —prometo, sabiendo que no lo haré. —Y siento mucho no


poder ayudarlo. Pero no hay muchos chicos que vienen aquí, y los últimos cinco
tenían canas. —Lo siento —repito como si estuviera muy disgustada por ello. —
Estaré atenta por si viene alguien así. Si quieres pasarte otra vez.

Espero que funcione. Asiente, sin apenas escucharme, y extiende la mano para
poner su tarjeta en el mostrador.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Eso sería de gran ayuda. —Asiente el agente. —Llama a ese número y avísame
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si lo ves. Aunque no creo que debas decirle que estuve aquí buscándolo. — Duda y
frunce el ceño. —Entre nosotros, no creo que sea su tipo de lugar —comenta, con
cara de preferir estar en cualquier sitio menos aquí.

—Lo entiendo —digo, guardándome la tarjeta en el bolsillo. —Bueno, eh, si ne-


cesita algo, ya sabes dónde estamos. Espero que lo encuentres.

—Gracias de nuevo. —Se despide con respeto y sale por la puerta, en dirección
a la tienda de artesanía de enfrente.

¿Se equivocó Wren? me pregunto mientras intento arreglar todo lo que se ha


desordenado en la sala de exposiciones. Tal vez haya alguien buscándolo y él no lo
sepa, porque de alguna manera dudo que la policía esté mirando en su dirección.

Aunque supongo que podría ser otra persona la que busca el agente, aunque
encaje perfectamente con el aspecto de Wren y su falso motivo para entrar en la
floristería. Recuerdo que aún tengo su número en el móvil, aunque lo había olvi- 109
dado después de días sin usarlo. Por otra parte, nunca lo había llamado o enviado
un mensaje. Más bien había sido al revés.

Tal vez debería decírselo, por si acaso.

— D e acuerdo, está bien —siseo, masajeándome la rodilla mientras entro


en la cocina, donde está el comedero de los gatos. Shadow maúlla de nuevo, acom-
pañándome a la bolsa de comida y de vuelta mientras dejo sus croquetas en la
alfombrilla cerca del fregadero.

—Sabes, no es que te mueras de hambre. ¿Qué, lleva veinte minutos vacía? —


reprocho. Todavía me siento un poco dormida, y sobre todo fuera de mí, así que
me sorprendo cuando llego a la mesa y me siento sin romperme una pierna tro-
pezando con un gato.
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Podría volver a dormirme, lo sé. Pero dar de comer a los gatos me ha dado
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hambre y me doy cuenta de que no he comido nada desde esta mañana. Había
tomado un bollo y lo que parecía un litro de café, que me niego a aceptar que no
sea un grupo de alimentos por sí mismo.

El pollo teriyaki no suena bien esta noche, y definitivamente no quiero levan-


tarme a cocinar. Me da mucha pereza y requeriría más esfuerzo del que estoy
dispuesta a dedicarle. A no ser que meta en el horno una asadera con patatas, que
es una opción completamente viable que mi cuenta bancaria disfrutaría más que
mis papilas gustativas.

—Joder —murmuro, poniéndome en pie. Es fin de semana y, para celebrarlo,


me he puesto una sudadera ligera, unos pantalones cortos de pijama y calcetines
gruesos. Esa es otra razón por la que no pienso ir a ningún sitio, porque la ropa
de verdad suena fatal ahora mismo.

—¿Debes hacerlo? —Suspiro mientras Shadow ataca mi pie con vigor. No hace
ningún daño real, pero sigue siendo irritante tener que quitármelo de encima de
110
camino al congelador.

Sin embargo, el ruido de los golpes me paraliza. Por un momento, estoy segura
de que es el agente de la floristería y me quedo paralizada, sin saber qué hacer.
Quizá si finjo que no estoy aquí...

Vuelven a llamar y me muerdo el labio, preocupada por quién está al otro lado
de mi puerta. Podría ser mi casero. No sería raro, incluso a estas horas. O podría
ser que quieren interrogarme sobre Wren.

En cualquier caso, si salgo a la puerta vestida así, sabrán que es un mal mo-
mento, y eso es lo que pretendo.

—Un segundo —llamo, caminando rápidamente hacia la puerta y agarrando el


picaporte. —Oye, lo siento mucho —digo antes de que se abra. —Pero en realidad
estaba a punto de irme a... la cama. —Me detengo, mi cara se derrumba por la
sorpresa cuando veo quién está de pie allí y colgando una bolsa en la mano eti-
quetada como The Waffle Hut.

—¿Wren? —jadeo, con los ojos muy abiertos. —¿Qué haces aquí?
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—Bueno, traté de mantenerme alejado —consiente, con diversión en su rostro


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mientras me mira antes de entrar al pequeño departamento. —Lo prometí. Pero...

—¿Pero…? —pregunto, con el corazón latiéndome en la garganta. —Pero, ¿qué?

—Pero entonces pensé... ‘¿qué necesita hoy mi conejita?

—¿Waffles? —asumo, usando pistas contextuales.

—A mí en tu departamento, diciéndote que he decidido no dejarte escapar


nunca de mi trampa.

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Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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N o tengo ni idea de qué decir a eso. Especialmente con él tan cerca. Ob-
servo cómo deja la bolsa de comida sobre la mesa y sus ojos se clavan en los míos
cuando termina. —Apuesto a que pensabas que te habías librado de mí —ron-
ronea, inclinando mi cabeza hacia arriba con dos dedos bajo mi barbilla. —Que

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ibas a celebrar sin mí.

—No lo iba a hacer —asevero, dejando que me acerque a la mesa de la cocina.


Coloca una rodilla separando mis muslos, manteniéndome allí ansiando más.

—¿No? —bromea. —¿Querías que volviera, conejita? ¿No me extrañabas pe-


queña presa? —Su voz es provocadora, más de lo que he oído desde que lo conocí
como asesino enmascarado en el bosque. Siento que se remueve mi estómago por
los nervios. Estoy aterrorizada, agitada y casi sin aliento cuando se inclina para
que nuestros labios se rocen.

—Podrías haberme llamado o mandado un mensaje —murmura. —Si lo hu-


bieras pedido, habría estado aquí la mañana después de nuestra cita. Te esperé.
—Se echa hacia atrás, acusador.

—... ¿Qué? —pregunto, todavía muy confusa. —¿Me esperaste?

—A que me mandaras un mensaje. Pensé mantenerme alejado a menos que di-


jeras lo contrario. Porque no quería forzarte, conejita. No quería imponerte nada.
Pero entonces no me dirigiste la palabra. Y pensé, tal vez mi pequeña Hazel tiene
demasiado miedo del lobo feroz como para invitarlo a su casa de paja. ¿Temes
que sople demasiado fuerte? —Sus ojos brillan burlones, y la mano en mi barbilla
se mueve para agarrarme la garganta.
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Es la primera vez que lo siento igual al asesino enmascarado que me encontró


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en el bosque... y con una sacudida, me doy cuenta que lo extrañé.

¿Qué carajo dice eso de mí?

—Creía que te habías ido —confieso, con los ojos clavados en los suyos. —No
actuaste como si quisieras quedarte. No dijiste nada...

—No matarte fue mi primera señal —interrumpe Wren. —Por si no había que-
dado lo suficientemente claro, follarte sobre una mesa de picnic era la segunda
señal. Venir a tu departamento con la cena era yo diciéndote algo.

En retrospectiva, admito que las señales eran bastante claras, pero sigo negado
ante sus palabras. —Pero no dijiste nada —protesto, con el corazón latiéndome en
el pecho. —Ya sabes, con palabras. Necesito palabras. Y ni siquiera me conoces.
Sólo pensé que...

—Sé todo lo que necesito.


113
—¿Sabes siquiera mi apellido?

Lo piensa y luego se encoge de hombros. —No viene al caso, Hazel. No necesito


saber los pequeños detalles sobre ti.

—Entonces no me conoces —acuso frunciendo un poco el ceño.

Wren pone los ojos en blanco. — Teague —responde rotundamente. —Tu ape-
llido es Teague. Tienes veintitrés años. A pesar de haber trabajado en un campa-
mento este verano, no te gustan mucho los niños y prefieres tumbarte bajo las
luces de los árboles y quedarte mirándolas. Eres zurda, obviamente, porque la
primera vez que intentaste golpearme con una piedra fue con la mano derecha
y fallaste estrepitosamente. Tienes más cosquillas en el lado derecho que en el
izquierdo.

Lo miro asombrada, sin saber qué decir. —Está bien —acepto, con los ojos en-
trecerrados. —Pero tú no me conoces.

—Sé que eres mi conejita y que no me voy a ir a ninguna parte. —Esboza una
sonrisa descarada. —Y que no has comido.

—¿Cómo lo sabes?
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—Porque es viernes y no veo cajas de comida para llevar. Te he traído algo,


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pero no sé si confío en que te alimentes bien. Parece que cada vez que cenamos
juntos, estás demasiado nerviosa y no comes lo suficiente. Así que he venido a
solucionarlo.

—¿Yéndote? —acuso secamente, y él resopla.

—No. Ve a sentarte —señala hacia mi sofá y retrocede, evitando hábilmente a


Shadow, que ha llegado para enroscarse entre sus tobillos como la criatura trai-
cionera que es.

Sacudo la cabeza y me voy.

No hay mucho más que pueda hacer con la mente tan agitada, así que me
hundo en el sofá y lo escucho sacar de la bolsa lo que sea que haya traído.

Minutos después aparece Wren, con una bandeja de comida en una mano y dos
botellas de agua en la otra. Empuja la mesita hacia atrás con el pie, lo que observo
con confusión, y se sienta a mi lado en el sofá, con su rostro... ¿Ansioso?
114
Ansioso y engreído, y hay un brillo en sus ojos oscuros que no entiendo. Me
aparta el pelo de la cara y vuelve a ponerme la mano en la garganta.

—Tírate al suelo —arrulla dulcemente, en contradicción con la demanda.

Me tenso, repentinamente nerviosa. —¿Sí? ¿En el suelo, Wren? —pregunto, son-


riendo como si estuviera bromeando.

—En el suelo, conejita. ¿No confías en mí? ¿No te he demostrado ya que no te


haré mucho daño? Al menos... no más del que sí disfrutas. A menos que… si no te
pones de rodillas para mí, seguro que puedo ponerte sobre mi regazo en su lugar.

—De acuerdo —acepto, cayendo de rodillas suavemente sobre el duro suelo. Al


ver mi mueca, Wren aparta una almohada del sofá y la deja caer a sus pies mien-
tras me señala con el dedo. —Ven —murmura, atrayéndome hacia la almohada
entre sus muslos. —Justo ahí. Así.

Mis entrañas aún se retuercen ansiosas mientras veo cómo abre la caja. Son de
hecho, son mis gofres favoritos, pero desde luego nunca me los había comido de
rodillas en el suelo.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

No tomo la caja, porque estoy segura de que acabaré recibiendo una bofetada
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u otra cosa igual de humillante. En lugar de eso, me quedo sentada y mi rostro


ardiendo cuando me ofrece un tenedor con un trozo de gofre.

—Estás bromeando —acuso, mirándolo a los ojos con las cejas levantadas. —
Estás jodidamente bromeando. No soy una puta mascota. No voy a mendigar las
sobras de la mesa.

—Claro que no. —Se sienta y se mete el bocado de waffle en la boca, sin apenas
prestarme atención. —Puedes hacer lo que quieras, Hazel.

Dios, odio cuando se pone así. Eso es lo que me digo a mí misma mientras le-
vanta el tenedor burlonamente, justo fuera de mi alcance.

—Vamos —ronronea, sosteniéndolo justo encima de mi cabeza. —Acércate un


poco para mí. Lo único que pretendo es asegurarme de que comes lo suficiente.
¿Es tan mezquino por mi parte?

—Sí.
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Se ríe y baja el tenedor lo suficiente para que pueda tomar un bocado, mi mano
sube para apoyarse nerviosamente en su muslo.

Wren murmura su aprobación y repite el proceso, aunque es evidente que me


retuerzo de vergüenza cada vez que me da de comer. Mis dedos se enroscan en la
dura tela de sus jeans y, cuando me siento satisfecha, me encuentro medio tum-
bada sobre su regazo.

—Luces muy tentadora —dice, sorprendiéndome al levantarme del suelo y po-


nerme sobre sus muslos. Mis rodillas se separan para que pueda sentarme a hor-
cajadas sobre él, con la mano apoyada en su pecho mientras lo miro confundida.
—Debería haberte alimentado con los dedos para que pudieras lamérmelos hasta
dejarlos limpios.

—Ni lo sueñes —contesto exaltada. —Ni por mi vida.

—Ah, ¿no? ¿En serio? —Rodea mi cintura con un brazo para darme un beso
áspero que me hace preguntarme si está persiguiendo el sabor de los waffles con
chispas de chocolate dentro de mi boca mientras su lengua presiona contra la mía.
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—¿Crees que ahora sería un buen momento para hablar de cómo estás vestida,
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Hazel? —pregunta de la nada, sus manos deslizándose por mis caderas hasta
poder pellizcarme el culo con fuerza.

Grito contra sus labios por la brusquedad repentina y me abalanzo hacia de-
lante cuando me separa los muslos sobre los suyos.

—¿Y si no hubiera sido yo? ¿Y si otra persona te hubiera visto así? ¿Sabes
qué fue lo primero que pensé cuando entré, conejita? —Su boca está cerca de
mi oreja y sacudo la cabeza contra su hombro. —Lo fácil que sería follarte. Ni
siquiera tengo que desnudarte, ¿verdad? —Una de sus manos desaparece, solo
para apartar mis pantaloncillos del pijama a un lado para que sus dedos puedan
acariciar mi coño desnudo. —Quizá no lo sabías. ¿Es así? ¿No lo sabías? —Suena
provocador cuando lo dice, y yo alzo una mano para enredarla en su pelo, con la
cara escondida en su hombro.

—Nadie más lo habría pensado —aseguro, manteniendo el tono de voz mien-


tras sus dedos se burlan de mí. —Nadie más lo habría pensado... —Me interrumpo
116
soltando un grito ahogado cuando me penetra con dos dedos.

—Pues yo sí —remarca con dulzura, acariciando despreocupadamente mis


zonas más sensibles mientras giro mi cara hacia él para darle un beso que me
devuelve con entusiasmo. —Pienso en ello todo el tiempo. Pienso en todas las
formas en que quiero reclamarte como mía, y en cómo quiero asegurarme de que
nadie más tenga nunca la oportunidad.

—¿Nunca? —murmuro, pensando sólo a medias en la palabra mientras me


rasca ligeramente el costado.

—Nunca. Espero que no pienses que te estás deshaciendo de mí, conejita.


Además, me parece cruel dejarte marchar. Si te dejo salir de mi trampa, caerás en
la de otro. Te harán daño. Encontrarás a alguien que no sabe cómo tratar a una
deliciosa presa como tú. ¿Puedes tomar un tercer dedo por mí?

En realidad, no pregunta, porque lo mete antes de que pueda responder.

—En realidad no soy una presa —rechazo, tirándole del pelo con más fuerza.
Llevo la otra mano a su cuello y presiono suavemente con la palma al lado de su
garganta para sentir su pulso bajo mis dedos.
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Inconscientemente, me hundo ligeramente en los dedos que me penetra, lo que


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provoca un siseo del hombre que tengo debajo.

—Tal vez —responde Wren burlonamente, acariciándome cada vez más insis-
tente. —Pero lo dudo. Desde luego, no eres un depredador como yo. —Lo muerdo
sin pensar, clavándole los dientes en el hombro, y él gime.

Un escalofrío lo recorre, junto con un “joder” murmurado, y noto que su mano


abandona mi cadera durante unos segundos antes de volver a subir para aferrarla
con fuerza.

—Muérdeme otra vez —exige, si bien mis dientes aún rozan ligeramente su
piel. —Vamos, Hazel. Húndeme los dientes como yo quiero hacerlo contigo.

Lo hago, apenas lo pienso mientras muerdo la unión de su cuello y su hombro


y siento cómo apresuradamente se desabrocha los jeans. Desliza sus dedos fuera
de mí, sólo para sujetarme la cadera mientras me penetra de un empellón.

—Buena conejita —ronronea, y tira de mí hacia abajo, su longitud deslizándose


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tortuosamente dentro de mí mientras. Jadeo y libero su garganta de mi morde-
dura. Es demasiado a la vez, pero tan perfecto en la forma en que el estiramiento
quema cuando está dentro de mí y mis caderas se muelen contra las suyas.

—Joder —respiro, con la cabeza dándome vueltas. —Wren por favor...

—Tú te lo has buscado —acusa, riendo sombríamente. Con un gruñido se ba-


lancea dentro de mí imprimiendo cada palabra. —Tú y tu puta boca. Me has mor-
dido de verdad. ¿Sabes lo excitante que es eso? —Una de sus manos sube por
mi columna hasta que puede sujetarme la nuca. —Tú pediste esto. Y te encanta,
joder. No creas que no me doy cuenta de lo mojada que estás. Lo lista que has
estado para mí. ¿Necesitaba siquiera prepararte con mis dedos? ¿O podría haberte
inmovilizado y tomado lo que es mío apenas entré por la puerta?

Su agarre se tensa mientras me folla, y mi mano presiona su hombro donde


puedo retorcerme en la tela de su camisa.

—Me alegro de que hayas vuelto —jadeo, con los ojos cerrados concentrán-
dome en su tacto. —No creía que quisieras, es que...
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—Shhh —tranquiliza, enredándome la mano en el pelo. —Lo sé, cariño.


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No hace falta que me lo digas. De hecho, estás haciendo un excelente trabajo


demostrándomelo.

Sollozo mientras me empuja con más fuerza, y sus movimientos se vuelven


precisos mientras golpea mis puntos más sensibles.

—Me estás demostrando lo mucho que quieres pertenecerme. Eres tan buena
para mí, Hazel. —Mueve mis caderas lo suficiente para que en su siguiente embes-
tida vea las estrellas y, antes de que pueda negarlo, me corro.

Mis muslos tiemblan por las réplicas sobre los suyos y él se ríe complacido
contra mi pelo. —Eres toda para mí, pequeña presa. Y nunca jamás te dejaré ir.

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15

S in necesidad de abrir los ojos puedo saber que Wren no se ha ido.

Lo siento encima de mí observándome, el colchón hundiéndose mientras co-


loca sus rodillas al costado de mis caderas mientras sus labios rozan los míos. Así
que no abro los ojos.

En su lugar de eso, inclino la cabeza hacia arriba sólo un poco, lo suficiente 119
para poder perseguir sus labios en un beso apropiado mientras mi corazón se
acelera. Se aparta, burlón, y yo frunzo el ceño. —Se supone que estabas dormida.
He descubierto que me gusta verte dormir. Es un nuevo pasatiempo para mí.

—Es espeluznante —suspiro, empezando a mover las manos estirándome, solo


para que las coloque sobre la cabeza para retenerme. —Es algo que haría un
acosador.

—Es algo que hace tu devoto acosador —corrige, cambiando el agarre sobre
mis muñecas a una sola de sus grandes manos para que la otra quede libre y me
rodee la garganta. —¿Te parece bien? —pregunta, aunque tengo la cabeza echada
hacia atrás para que pueda hacerme lo que quiera.

—¿Te parece bien que te abrace así para poder sentir cada una de tus
respiraciones?

—Parece un poco intenso —admito, abriendo los ojos para mirarlo detenida-
mente. Me pregunto si notará cómo se acelera el pulso solo por tenerlo cerca.

Mi asesino en serie, que podría haberme matado un millón de veces, pero... no


ha querido hacerlo.
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—No esperaba que siguieras aquí —confieso, mientras su agarre se estrecha lo


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suficiente como para punzar. —Pensé que te habrías ido a casa.

—¿Querías que me fuera? —cuestiona, sin inmutarse por mi suposición.

—No se trata de eso —descarto, tragando saliva bajo su mano. Sus uñas rozan
ligeramente la piel de mi garganta cuando lo hago, y él se remueve para que su
pulgar esté bajo mi mandíbula, justo en el punto de mi pulso.

—Ese es el punto. Me conformaría con no volver nunca a casa, conejita. Quizá


ahora te sea fácil de aceptar, pero con el tiempo lo harás, te lo prometo. —Sus
garantías son extrañas.

Sobre todo, cuando me quita las manos de encima para levantar mi pierna y
colocarla encima de su hombro.

Anoche me había quitado los pantaloncillos del pijama antes de meterse en la


cama conmigo para el segundo asalto, pero no había pensado mucho en ello hasta
ahora. El aire de mi apartamento es frío sobre mi carne desnuda, y cuando desliza
120
dos dedos por mi raja, me estremezco.

—Necesito hablar contigo —protesto, pero él no se detiene. En lugar de eso,


se inclina sobre mí, con la boca justo encima de mi cuerpo, mientras sus ojos
vuelven a encontrar los míos.

—Adelante —invita, bajando la cara para besarme justo debajo del ombligo. —
No voy a impedirte que hables, Hazel. —Me besa hasta que su aliento calienta mi
coño y no puedo evitar el escalofrío que me recorre la espalda.

—Es importante —insisto, con la voz entrecortada por la expectación. No puedo


apartar los ojos de él, y Wren se encoge de un hombro sin detenerse acaricián-
dome con su tibio aliento donde más lo necesito.

—Seguro que sí. Cuéntamelo —solicita, como si su boca no estuviera a diez


centímetros de mi clítoris, mientras el corazón me golpea las costillas. —Te es-
cucho —comenta, y en cuanto abro la boca para hablar, se inclina rudamente y
presiona su boca contra mi clítoris, rozando con la lengua todo el nudo de nervios
y haciéndome jadear.
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—Hablo en serio —protesto, y mi mano baja volando para enredarse en su pelo.


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Lo que no hace nada por tranquilizarlo, y entonces baja para recorrer con sus
labios los míos, acariciándome la entrada con la lengua, antes de encontrar mi clí-
toris una vez más y acariciarlo alternando entre movimientos rápidos y pequeñas
caricias puntiagudas con los dientes.

Sus ojos se dirigen a los míos, con las cejas levantadas, y me doy cuenta de que
vuelve a provocarme para que termine de hablar.

Como si fuera tan fácil con él así, entre mis muslos, adorándome con su boca.

—Dime —ordena, rodeando mis caderas con sus brazos. —Dime, Hazel. Es im-
portante, ¿verdad? Dímelo. —No vacila, y no puedo apartarme mientras vuelve a
su “tarea” de saborear todo lo que pueda de mí.

—Ayer, antes de que vinieras, estaba en el trabajo —empiezo, incapaz de


apartar los ojos de él. Esta vez ni siquiera levanta la vista, como si estuviera en-
tregado a lo que hace. Su lengua se hunde en mí y mis muslos se tensan, pero él 121
no me deja ir a ninguna parte.

—Qué interesante —dice, apartándose lo justo para tararear las palabras con
falso entusiasmo. —Continúa.

Pongo los ojos en blanco ante su actitud, pero sigo—: Este tipo entró y estaba
actuando un poco raro. —Puedo sentir su atención más en mis palabras ahora,
por la forma en que sus movimientos se vuelven menos insistentes. —Supuse que
estaba engañando a su mujer y quería llevarle flores para aliviar la culpa. —Mis
dedos se aprietan contra su cuero cabelludo, mis muslos se aflojan cuando vuelve
a encontrar mi clítoris con sus dientes y su lengua. —Sucede mucho en mi trabajo.
Un tipo viene y quiere comprar la ira de su mujer.

Sé que me he salido por la tangente, pero es difícil no hacerlo ahora.

Wren suspira y se aparta de nuevo.

—Supongo que esto no es lo importante —apunta, quitando la mano de la parte


interior de mi muslo para poder separarme con los dedos. Su lengua se burla de
mí, no profundiza lo suficiente ni llega a mi clítoris como yo quiero, pero me hace
estremecer igualmente.
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—No —protesto. —No lo es. Umm... Vino a verme y me preguntó por un ‘amigo
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suyo’. Dijo que lo estaba buscando, y que estaba seguro de que había estado en
la tienda hace un par de días. Wren, te describió perfectamente. —Con la mano
aun en mi coño, presiona dos dedos dentro mío y los abre en tijera, un ronroneo
sonando desde detrás de su sonrisa burlona.

—¿Alto? ¿Hermoso? ¿Misterioso? —bromea mientras me abre con sus dedos.


—Eso suena exactamente como yo.

—¿Hablas en serio? Era un policía.

—Me lo imaginaba. Ya sabes, dudo sinceramente que me lo estuvieras con-


tando si no lo fuera.

—Estás siendo un imbécil —suelto con descaro, y Wren me pone los ojos en blanco.

—¿Lo soy? —pregunta, soltándome las caderas para poder rastrillar con sus
uñas mis muslos y luego volver a subir.
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Chillo sorprendida por el nuevo ángulo de ataque e intento incorporarme, pero
lo único que consigo es facilitarle que me ponga de rodillas debajo de él.

—Ya está. Ahí es exactamente donde te quiero. Vamos, pequeña presa. ¿Qué
decías? —Me está incitando, burlándose de mí, y suena tan petulante que me dan
ganas de morderlo. Sin embargo, como si leyera mis traviesos pensamientos, me
inmoviliza con su peso sin dejarme hacer otra cosa que apartar la cara de la almo-
hada para mirarlo con desprecio.

—¡Este tipo te estaba buscando! Intentó que admitiera que habías estado en la
florería. Quería que le ayudara a encontrarte. —Me muerdo el labio cuando siento
su polla en mi entrada, y él se ríe entre dientes.

—Buena chica —felicita Wren simplemente, antes de deslizarse dentro de mí.


No se detiene hasta que nuestras caderas están apretadas y yo aspiro por la pre-
sión que se siente con él detrás de mí. Sus manos acarician mi culo y vuelven a
bajar a mis caderas. —¿Qué le dijiste?

—Actué como si no te hubiera visto en mi vida. Prometí que estaría atenta y


que le preguntaría a mi jefa. Pero ella no estaba allí de todos modos, así que no
era como si la señorita Jenkins supiera algo...
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Me interrumpo con un grito ahogado cuando se retira, solo para volver a fo-
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llarme con tanta fuerza que me preocupa golpearme la cabeza contra la pared.
Como si a él también le preocupara, su mano baja para inmovilizarme, con los
dedos en la nuca.

—Apuesto a que sé quién fue —anuncia Wren mientras me folla. —Hay un de-
tective muy dedicado. Bueno, no siempre lo fue. Pero pensé que vendría a husmear
sobre mí antes de esto. Levanta un poco las caderas. Balancéate hacia mí, conejita.

Hago lo que me pide, mi mente da vueltas con sus palabras y la forma en que
me hace sentir. —Así, sin más. Eres perfecta, Hazel. Y te sientes tan bien alre-
dedor de mi polla. Quizá hoy no te deje salir de la cama. ¿Qué te parece?

—Suena como si no te preocupara que te atraparan —respondo, con el corazón


latiéndome en el pecho mientras un delicioso ardor se apodera de mi cuerpo.

—No lo estoy. Porque tengo amigos, y te tengo a ti. Aún no me han atrapado, y
llevo tiempo haciendo esto. O... ¿es que estás dispuesta a ser mi coartada un poco 123
más? ¿Es eso? ¿Me estás ofreciendo ayuda para salir de este embrollo?

—Ya no más, pero tampoco quiero… —chasqueo, con los dedos enredados en
las sábanas. —Que te encarcelen por lo que a mí respecta.

—Pero Hazel —ronronea al oído. —Si me agarran, ¿quién va a follarte así? ¿Te
aburriste y no lo estás disfrutando? ¿O quieres más? Iba a tomarme las cosas con
calma... Pensando que tal vez necesitabas adaptarte a mí primero antes de que te
tome de todas las maneras que quiero.

Me sacudo al imaginar la promesa detrás de sus palabras y me muerdo el labio


cuando presiona mi columna. —¿Esto es ir despacio? ¿Qué me cortes la ropa como
hiciste en el bosque es ir lento?

—Sí —dice en tono sombrío. —Sí, lo es. La verdad es que he sido muy amable.
Todo lo que he hecho ha sido follarme este bonito coño dejándote recuperarte
después cada polvo.

La excitación se apodera de mi pecho, aunque respiro para contenerla y pre-


gunto—: ¿Cómo sería la versión que no es amable y lenta, entonces?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Estoy a punto de correrme, pero él ha bajado el ritmo en el último minuto hasta


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el punto de que siento que va a dejarme en el borde.

—Podría llevarte a casa y dejarte allí. Tal vez atarte para que no puedas salir
de mi habitación. Podría convertirte en mi conejita de compañía, en lugar de que
corras libre como un conejo salvaje que me deja volver por más. Quiero usar todos
tus agujeros, Hazel. No sólo tu coño, aunque definitivamente soy adicto a lo que se
siente cuando mojas toda mi polla. Vas a dejarme. Lo deseas tan mal. ¿verdad? —
Vuelve a burlarse de mí y me aparta el pelo de la cara para poder besarme. —Deja
que te ayude. —Me rodea con una mano para acariciar mi clítoris, y sus embes-
tidas vuelven a aumentar. —Vamos, Hazel. Córrete por mí, nena. Quiero sentirte.

Quiero hacerlo, y aunque no debería, estar atrapada bajo él, contra él y con él
dentro de mí. Es perfecto, y demasiado, y todo lo que nunca supe que quería en la
vida mientras me corro con sus dedos en mi clítoris y su polla enterrada profun-
damente en mi coño

—Perfecta —ronronea sin dejar de penetrarme. —Siempre eres jodidamente


124
perfecta para mí. —Sólo dura unos segundos más antes de murmurar una suave
maldición contra mi oído y vaciarse dentro de mí.

—¿Me prometes que no te atraparan? —pregunto, dejando que me ponga de


lado para rodearme con sus brazos. —No quiero que corras riesgos, ¿sabes?

—Lo sé. —Se ríe entre dientes, mordiéndome el hombro. —No te preocupes,
Hazel. Estarás conmigo por el resto de tu vida. No voy a ir a ninguna parte, ya no.
No ahora que me has dejado entrar.

—¿Lo harás? —aclaro agotada, medio dormida otra vez. —¿Es una promesa?

—Una inquebrantable.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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16

— H asta luego, conejita. —Siento su fantasmal beso contra mi mejilla en


tanto Wren se incorpora y, cuando logro abrir los ojos, noto que está al otro lado
de la habitación, frente a la puerta abierta del dormitorio, contemplándome con
una mirada inescrutable.

—¿Adónde vas? —interrogo, sentándome y cruzando las piernas debajo de mí. 125
—Parece un poco pronto para el asesinato, ¿no? —Mi voz es seca y burlona, pero a
estas alturas, no me extrañaría que el homicidio volviera a estar a la orden del día.

—Lo es —asiente. —Pero hoy tengo que ir a mi despacho y me gustaría volver


a mi casa y cambiarme. Si me dejas.

Me encojo de hombros tratando de sonar indiferente. —No puedo decirte lo


que tienes que hacer —remarco, sin apartar la mirada de la suya mientras noto
cómo se dibuja una sonrisa en sus labios.

—No —acepta pensativo. —Supongo que no puedes. Pero volveré más tarde.
También te traeré la cena. No puedo dejar que olvides comer.

—Nunca me olvido de comer, Wren. Porque no soy una niña. —Especialmente


no me gusta que me traten como una, o como si no pudiera cuidar de mí misma.
Si se va a quedar, es algo que quiero dejar claro.

La sonrisa decae, sólo ligeramente, y ladea la cabeza mientras me observa.

—Lo sé —asegura Wren en tono tranquilo. —Créeme, lo sé. Pero disfruto cui-
dando de ti, Hazel. ¿Por qué no me dejas consentirte?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Por suerte, antes de que pueda responder, sale por la puerta y cruza la cocina
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a grandes zancadas. Se despide de los gatos, y la puerta se cierra tras él unos se-
gundos después, cuando me levanto a buscar mi ropa.

Resulta obvio que hacer la colada debería estar hoy en mi lista de tareas. Por
fin encuentro un par de leggings metidos en mi armario que probablemente estén
limpios, una camiseta vieja, y me los pongo con una mueca. La camiseta está ás-
pera, ha perdido su suavidad en su centésimo ciclo de lavado, pero no me atrevo a
preocuparme lo suficiente como para meterla en el cesto de la ropa sucia y bajarla
a la lavandería. De todas formas, hoy no voy a ningún sitio tan importante como
para hacer la colada.

Sobre todo, cuando prefiero mirar fijamente al techo y repasar todas las cosas
que Wren me dice y que hacen que el corazón se acelere y mi estómago se contraiga
de expectación. Me gusta, me he dado cuenta. Más de lo que nunca pensé que me
gustaría, pero al mismo tiempo hay una preocupación persistente en mi corazón.

La razón obvia, por supuesto. Es un maldito asesino. 126


Mi teléfono suena justo cuando lo tomo de la mesita y me lo llevo a la oreja,
esperando que sea él. —¿Diga? —pregunto, pisándome las zapatillas.

—¿Estás ocupada hoy? —La voz de Jenna es amable y esperanzadora. Es impo-


sible decir que no a cualquier cosa que me pida cuando habla así. Probablemente
me vendría bien la distracción. Y no me importaría salir unas horas con ella y
hablarle de mis preocupaciones de un modo que no le haga sospechar lo que real-
mente está pasando.

—No lo estoy —respondo mientras retiro el plato de alimento de gato del suelo.
Shadow aúlla su desaprobación por no haberlo hecho antes, y yo lucho contra el
impulso de abandonarlo en un árbol para gatos en medio del lago.

No es que lo hiciera, por supuesto. Lo quiero, probablemente. En algún lugar


muy muy profundo de mi corazón que incluso a mí me cuesta localizar a pesar de
que maúlla hasta ensordecerme y me rasguña los pies como si estuviera poseído.

—Toma —murmuro, dejando el cuenco de comida para que pueda aplastar la


cara contra las croquetas como si no hubiera comido en semanas. Por otro lado,
Morticia es mucho más educada y espera unos pasos más atrás, sentada con el
rabo enroscado sobre sus bonitas y delicadas patas.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—¿Quieres ir a comer conmigo? Puedo llegar a tu departamento en unos mi-


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nutos. Pensé que podríamos ir a comer sushi. —Su voz se quiebra un poco, y puedo
decir que estoy en el altavoz de su coche.

—Me encanta el sushi —acepto. —Justo acabo de vestirme y de alimentar a


los gatos. Puedo estar fuera en un segundo. —El sushi no estaba en mis planes,
y aunque no es mi comida favorita en el mundo, ir con ella a nuestro favorito y
módico restaurante de sushi en este lado de la ciudad suena increíble.

Y mucho mejor que cualquier cosa que tenga en el congelador.

Segundos después de dejarme caer en el asiento del copiloto de su sedán blanco


con un suspiro, Jenna se aparta de la acera y se incorpora al tráfico.

—No tengo ni idea de por qué estoy cansada —admito, recostando la cabeza en
el asiento. —Sólo llevo levantada una hora, así que uno pensaría que me sentiría
refrescada como el infierno.

—¿Quizá has dormido demasiado? —Jenna siempre es útil cuando cree que
127
puede serlo y se encoge de hombros mientras se desvía por una calle lateral que
nos llevará a nuestro destino en diez minutos o menos. —A veces me pasa. Sobre
todo, cuando estaba muy cansada desde el día anterior.

—Puede ser —concedo encogiéndome de hombros. —Por cierto, te he echado de


menos. Parece que han pasado meses. Años, incluso, desde que hicimos algo juntas.

Sonríe. —Como si no hubiéramos pasado todo el verano juntas.

—Cuando está lleno de niños gritones y propensos a los accidentes con pega-
mento, no cuenta. Y ni hablar de los asesinos con machete.

El auto se queda en silencio y la culpa me golpea de lleno por lo que estoy ha-
ciendo. ¿Qué diría Jenna? ¿Se lo contaría a la policía si le explicara lo de Wren, o
intentaría internarme en un psiquiátrico?

No parece racional después de todo. Tal vez no me creería y me internaría en


un centro de tratamiento para la locura repentina y espontánea. Sería una suposi-
ción justa de su parte si lo hiciera. Después de todo, ¿quién en su sano juicio haría
lo que estoy haciendo? ¿O lo admitiría?
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—¿Qué? —pregunto, dándome cuenta de que me está hablando y no he oído ni


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una palabra. Repite lo que ha dicho mirándome, y entablo una conversación fácil
con ella hasta que entramos en el estacionamiento de Mermaid Fin.

—Está bien, pero hace siglos que no venimos aquí —comento mientras me
pongo de pie en el estacionamiento y cierro la puerta de su auto detrás de mí. —
Desde mayo. Es demasiado tiempo, y me ofende por nosotras, la verdad.

—Me siento ofendida por ellos —responde Jenna. —¿Te imaginas cómo se
deben sentir ya que los hemos estado privando del placer de nuestra compañía?
—Entra y yo la sigo, saludando a nuestra camarera quién nos ofrece una sonrisa
que llena su redondeado rostro al vernos llegar. Por lo que sé, es una de las hijas
del dueño y la siguiente en la línea de sucesión al trono de este local.

Según ella, al menos. Como no he conocido a las otras hijas no sé hasta qué
punto será cierto. Podría estar tratando de buscar alianzas improbables en caso
de que la sucesión se convierta en una guerra civil entre la familia Mermaid Fin. En
tal caso, sólo puedo esperar que la calidad de su sushi no sufra las consecuencias.
128
—¡Por fin! —Nuestra anfitriona, cuyo nombre no recuerdo, nos hace señas para
que nos acerquemos a una mesa junto a la barra que da a la cocina. —Pensábamos
que habían muerto durante una excursión del campamento de verano, ya que
hacía tanto tiempo que no las veía.

Casi me sacudo ante esas palabras. Las dice en broma, pero, por desgracia, se
acerca a lo que podría haber pasado.

Bueno, a mí no, supongo. Eso nunca estuvo en mis planes, y tengo que quitarme
de la cabeza los pensamientos de machetes y mesas de picnic antes de meterme
en problemas. Este no es el momento ni el lugar para eso.

—Definitivamente ha pasado tiempo —asiente Jenna con suavidad, disimu-


lando mi incomodidad mientras se desliza hacia el otro lado del reservado. Yo
también tomo asiento, odiando sentir que mis tetas están por encima de la mesa
al igual que las de Jenna. Siempre es un triste recordatorio de que estas mesas
están hechas para gente más delgada y pequeña que yo.

Pero no es que quejarme por ello vaya a cambiar nada, así que cruzo los brazos
delante de mí e intento fingir que no es tan incómodo como parece.
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—¿Necesitas un menú? —Ella ya ha colocado uno en la mesa, y me sonríe mien-


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tras lo deslizo más cerca. —Y ambas quieren té negro, ¿verdad? ¿Con hielo? Te
traeré el azúcar —le dice a Jenna.

—Nos conoces tan bien que es como si nunca nos hubiéramos ido —expongo,
sin querer parecer grosera. Soy antisocial, claro, pero no una imbécil. Me gusta este
sitio tanto como a Jenna y preferiría que tuvieran la impresión correcta de que dis-
fruto estando aquí, y no que sólo me dejé arrastrar por mi amiga, o algo así.

Se ríe y se aleja, y yo bajo el menú para que Jenna pueda agarrarlo y escanear
su contenido.

—¿Comparto una orden Mermaid Fin contigo? —ofrezco, nombrando el platillo


de la casa. —Y también pediré sopa y dumplings.

—Creo que pediré lo mismo —dice Jenna, y cuando vuelve la camarera, no


tardamos en darle nuestro pedido. Se marcha de nuevo unos segundos después,
y veo a Jenna abrir dos sobres de azúcar y removerlos distraídamente en su té. 129
—Estoy saliendo con alguien. —Lo suelto casi sin querer y sin pensarlo. Mi
amiga enarca las cejas, pero no deja de remover la cuchara. El tintineo del hielo
es una pequeña distracción, pero hablo por encima de eso mientras le explico—:
Nos estamos viendo... de todos modos. Así es como voy a describirlo. Es un poco
mayor. Como de treinta. Me gusta mucho. —Voy a omitir la parte de que casi lo
conoció en el campamento, a su machete más bien. Realmente no quiero saber lo
que pensaría si le digo quién es en realidad.

—¿En serio? —Sus cejas se levantan. —Es increíble. Me alegro mucho por ti,
Hazel. —Una sonrisa se extiende en sus labios, girándolos hacia arriba con pi-
cardía. —¿Cómo se llama?

—Wren.

—¿Dónde trabaja?

—En GreenCo. En el área de publicidad.

—¿Cómo es?

—Es simpático, y...


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—No, no me refiero a eso. Me refiero a cómo se ve. —Mueve las cejas sugestiva-
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mente y yo resoplo divertida. Parte de la tensión abandona mi cuerpo.

—Él es... —Aprieto los labios, pero no puedo contener la sonrisa que se dibuja
en ellos. —Está muy bueno. Como el mejor amante que he tenido. Y está metido
en un montón de cosas. Un montón. Sinceramente, a mí también me gusta tener
esas experiencias con él. Es sólo que se pone un poco... —Intento explicarle su
actitud y sus ganas de “cuidarme”. —No lo sé. Es raro, supongo. Dice que dis-
fruta cuidándome y asegurándose de que estoy bien. A veces se siente condescen-
diente, pero me gusta. Creo.

—Estoy celosa. Y si descubres que no te gusta, siéntete libre de enviármelo.

Aunque no creo que le guste; más que nada por lo que es.

—Oye, por cierto. No quiero empañar el ambiente ni nada, pero ¿te has ente-
rado de lo del padre de Brett? —El cambio de tema me pilla desprevenida y me
hace un nudo en el estómago. 130
—No. ¿Qué ha pasado?

—Está vendiendo el campamento. Dice que ya no soporta mantenerlo, desde que


su hijo, ya sabes. Murió allí. —Ella frunce el ceño, sus ojos se entrecierran en sim-
patía. Desafortunadamente, lo único que siento es interés por la noticia y una ligera
angustia por sus padres. Pero sólo un poco, porque alguien tuvo que criar a Brett
para que fuera un depredador y tengo la certeza de que probablemente fue su papá.

Aun así, no puedo ponerme triste por mi compañero consejero.

Se merecía lo que le pasó.

La crueldad del pensamiento me sorprende, y se me escapan parte de las palabras


de Jenna sobre los detalles del funeral y la venta del recinto. Finalmente, cuando
puedo volver a concentrarme, mi amiga empieza a hablar del campamento del año
que viene y de los programas en los que espera trabajar, si es que siguen existiendo.

—No creo que vaya contigo el año que viene —admito, sonriendo cuando llegan
nuestras sopas en pequeños cuencos blancos. Le agradezco a la camarera, y ella
asiente con la cabeza antes de marcharse de nuevo. —Sin ofender ni nada, Jenna.
Pero ya he tenido suficiente del Campamento Clearwater.
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—Sí, lo entiendo. A veces parece que parte de él nos siguió a casa. ¿Tiene sen-
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tido? ¿Sabes lo que quiero decir? —pregunta, con los codos golpeando la mesa.

—Oh, sí —asiento, agarrando la cuchara. —Definitivamente sé lo que quieres


decir, Jenna. Es como si algo del campamento Clearwater me hubiera seguido
hasta la ciudad.

Me mira, sorprendida por mis palabras o por el entusiasmo que hay detrás de
ellas, pero luego se encoge de hombros.

—Bueno, tienes cosas mejores en las que pensar, ¿no? —comenta riendo.
—¿Qué hace Wren en GreenCo? ¿Puede conseguirme un trabajo?

—¿Quieres uno allí?

Jenna se lo piensa y luego sacude la cabeza. —No sé lo que quiero hacer, sin-
ceramente. Excepto que no quiero trabajar en la oficina de mi madre el resto de
mi vida. ¿Y tú?
131
—Quiero terminar la carrera de antropología —admito, más en serio de lo que
creí posible. —Y quizá volver a Malta alguna vez.

La mueca de asombro de Jenna no pasa desapercibida, pero no respondo mien-


tras sorbo mi sopa. La miro a los ojos, esperando a que diga algo.

Ella sonríe y recoge la cuchara para hacer lo mismo. —¿Quizá me cuele en tu


maleta? —pide, moviendo las cejas. —La última vez quise ir y no me llevaste, así
que está claro que esta vez tendré que tomar medidas drásticas.

—Quizá gane algún tipo de beca subvencionada y nos consiga a todos billetes
de primera clase para ir allí —sugiero en su lugar.

—¿Todos nosotros?

—Tú, yo y mi tesis.

No es la respuesta que ella espera, y Jenna suelta una carcajada, sorprendiendo


a un comensal en la mesa de al lado para que levante la vista buscando las cau-
santes de tanto alboroto antes de regresar a su bandeja de sushi.
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17

C uando abro la puerta me encuentro con la típica sonrisa depredadora y


juguetona de Wren. Sin embargo, su increíble físico es quién me llama y tardo
más de un minuto en levantar la vista de su camiseta negra y jeans oscuros. Arras-
trando mi mirada hasta la suya lo veo escrutar mi expresión y catalogar mental-
mente lo que encuentra en ella.

—¿Quieres que hablemos de ello? —pregunta sin moverse del marco de mi puerta.
132
Doy un paso atrás y hago una exagerada reverencia que le hace resoplar al en-
trar en mi departamento y desplomarse con un gemido en el sofá. —Muy amable
por dejarme entrar.

—Siempre te dejo entrar —digo sentándome en el otro extremo. Se abalanza


sobre mí y me agarra las piernas para arrastrarlas hasta su regazo, pasando la
mano por las pantorrillas comienza a masajearlas y yo miro al techo asombrada.
Cuando intento incorporarme, no me deja. En lugar de eso, me lanza una almo-
hada que me pongo bajo la cabeza para estar un poco más cómoda.

—Bueno, la mitad de las veces entro solo —remarca. —La otra mitad de las
veces sueles sorprenderte bastante, o llevo unas cuantas calles acechándote. Hoy
no he estado, por si tienes curiosidad.

—No habrías podido, a menos que fueras a esconderte en el maletero de Jenna


—desafío, y me doy cuenta de que, para él, no suena tan descabellado. —Como
sea. Hoy he ido a almorzar con Jenna.

—¿Y? —pregunta curioso, rodeándome el tobillo con los dedos. Sube despacio,
amasando los músculos con sus largos dedos y casi derritiendo mi cerebro allí mismo.
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—Charlamos de todo. Le dije que estaba saliendo con alguien. Aunque, en el


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último segundo, decidí no revelarle que eres el asesino en serie que nos aterrorizó
en Campamento Clearwater.

—Aterrorizar parece una palabra muy fuerte.

—No lo sé. Me sentí bastante aterrada cuando me salpicaste con la sangre de


Brett. —Él resopla, y yo continúo. —Ella te sacó a relucir, de todos modos. La ver-
sión asesina serial de ti, no tu versión como novio. —Es extraño decir esa palabra,
pero antes de que pueda corregirlo o disculparme, Wren me corta.

—La versión de mí como novio y la versión de mí como asesino son la misma


persona. Lo entiendes, ¿verdad, Hazel? —La mano que me acariciaba se ha dete-
nido, y ni siquiera puedo oírlo respirar, está tan quieto.

Como si nuestra relación dependiera de lo que voy a decir.

—Lo entiendo. Tú lo entiendes. Pero Jenna no necesita entenderlo. A menos


que quieras que la involucre, en el mejor de los casos.
133
—No es lo que quiero —promete a la ligera. —Me escaparía contigo primero.
O compraría el lugar donde ella te internara y secretamente te dejaría bajo mi
custodia.

—Eso me parece muy villanesco de tu parte —señalo, con voz seca.

—Soy un villano, así que eso encaja.

No puedo evitar poner los ojos en blanco, con el ceño fruncido. —Como digas.
Es que... no sé. No es para tanto. —Empiezo a moverme para que me suelte la
pierna, pero él la sujeta con fuerza.

—Sí significa tanto —argumenta Wren, que me empuja aún más hacia su re-
gazo, de modo que mi culo queda pegado a su muslo y no puedo incorporarme.
—Para ti. Y eso significa algo para mí.

—Apenas me conoces —señalo, no por primera vez.

—¿Y?

—Entonces, ¿por qué te importa tanto?


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—Ah, ya veo. —Antes de que pueda detenerlo, me levanta obligándome a sen-


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tarme a horcajadas sobre sus muslos mientras mis ojos encuentran su sonrisa
dulce y fácil. —Hemos vuelto al inicio. Supuse que lo haríamos pronto, basán-
dome en lo que me contó Virgil.

¿Quién demonios es Virgil?

—Primero hablemos de tu amiga, ¿de acuerdo? No creo que debas decirle


cómo me conociste, la verdad sea dicha. No creo que debas decirle lo que soy.
No porque me avergüence, sino porque preferiría no tener que matar a los poli-
cías que vengan a detenerme. —Me aparta el flequillo de la cara y lucho contra el
impulso de besarle la mano. —Lo haría, si llegara el caso. Pero no quiero. Puedes
tener dudas sobre mí. Probablemente deberías desconfiar, siendo el individuo
mentalmente sano y no-tan-bien-adaptado que eres.

—Eso es grosero. —Pero no exactamente equivocado.

—Incluso puedo entender que pienses que es demasiado pronto, o que estoy
loco por sentir algo tan fuerte por ti. Tal vez incluso pienses que estoy mintiendo. 134
Pero Hazel, si pudiera dejarte entrar para que hurgues mi cerebro o incluso darte
mi corazón para que pudieras ver cómo me siento, sabrías que no miento.

—¿Y si dejas de sentirte así? ¿Y si te aburres? —susurro, sin poder evitarlo.

Esboza una sonrisa, con los ojos oscuros. —Eso es como preguntarme si me
aburriré de respirar. Mientras viva, siempre te querré. Puede que ya te quiera. —Mi
corazón se estremece al oír esas palabras. —Quizá sea obsesión. Demonios, creo
que son las dos cosas. Estoy jodidamente obsesionado contigo, Hazel. Siempre
estaré obsesionado contigo.

Desearía tener alguna respuesta ingeniosa y sarcástica para compensar el ner-


viosismo. Quiero detener la forma esa mirada intensa que atraviesa todas mis
defensas, porque cuando me mira así me aterroriza.

—No sé si puedo creerte —confieso, y no espero que la risita que recorre su


pecho resuene en mis oídos.

—Y eso está bien. Porque tengo el resto de mi vida para convencerte. Entonces...
—Se levanta y me pone en pie. —Antes de que decidieras ponerte tan seria, iba a
preguntarte si querías salir conmigo. Un par de amigos míos quieren conocerte.
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—¿Tienes amigos por fuera de GreenCo? —pregunto, incapaz de mantener la


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sorpresa fuera de mi voz. —¿Amigos que saben lo que eres?

—Los tengo. Y has visto a uno de ellos —asegura Wren. —Les gustarás.

—¿En el sentido del asesinato?

—No. En plan amistad. Y como no me crees, estoy dispuesto a echarte al


hombro, sacarte por esa puerta y llevarte hasta el restaurante.

En mi cabeza, visualizo cómo sería eso, y no puedo imaginar que realmente


lo haría. Estoy tan abstraída que apenas noto su mirada lobuna cuando Wren se
acerca a mí.

—¿No crees que lo haga? —tararea, y yo ignoro las alarmas que se encienden
en mi cabeza.

—No —digo con franqueza, porque suena ridículo. —Eso es... —No logro ter-
minar mi respuesta. Justo cuando Wren se abalanza sobre mí y me levanta, echán- 135
dome por encima de su hombro para ponerme la mano en el culo y poder dar
zancadas hasta la puerta sin obstáculos mientras yo lanzo dagas a su espalda.

—¡Bájame! —jadeo sin aliento, con las manos tratando de arañarlo. —¡Santa
mierda, Wren! Bájame...

—No —responde alegremente, cerrando la puerta con el pie y echando el pes-


tillo mientras me sujeta así. Su mano vuelve a apretarme el muslo y literalmente
silba una alegre melodía mientras se dirige al ascensor al final del pasillo. —Lás-
tima que ninguno de tus vecinos esté fuera —comenta, entrando en la caja metá-
lica y dejando que las puertas se cierren delante de mi cara.

—¡Estás loco! —Le doy un ligero puñetazo en el muslo y él se ríe, dejándome


finalmente caer al suelo.

—Sí —está de acuerdo. —Deberían encerrarme de por vida y todo eso. De todos
modos, ¿te gusta la comida cajún? ¿Y la música en vivo?

—¿A quién no le gusta la música en vivo?


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E
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l restaurante con su patio pegado a la orilla del lago Summit no es donde


esperaba acabar cuando se pone el sol. Miro a mi alrededor cuando salgo del auto
de mi novio y me quedo con la boca abierta al ver el edificio y el patio lateral, aún
más grande, con luces de colores alrededor de las columnas y una banda tocando
en vivo casi en el centro del establecimiento.

No está repleto, pero tampoco vacío. Wren rodea el auto y me toma de la mano
con una sonrisa, y yo lo espero para entrelazar mis dedos con los suyos en un
movimiento extrañamente tierno. Su expresión levemente sorprendida se vuelve
cálida y me atrae hacia él para depositar un beso en la sien haciéndome desmayar
por dentro.

—Me gustaría señalar que nunca he estado aquí —explico, contenta de que, con
mis leggings y camiseta, no vaya mal vestida ni para el público ni para él. —Pero
frecuento distintos sitios especializados en preparar comida a domicilio. Lo que
probablemente te resulte bastante obvio.
136
—Muy obvio —asegura Wren, deteniéndose en el puesto de azafatas que hay
fuera del patio y fijando una sonrisa amistosa en sus facciones.

—Mis amigos ya están aquí —dice, señalando el patio enmarcado por barandi-
llas hasta la cintura con celosías decorativas.

Ella sonríe y nos hace señas con la cabeza, y Wren aprovecha la invitación para
tirar de mí a través de las mesas hasta que estamos en el lado más cercano al río.
La música es más tranquila aquí, lejos del edificio, y todo lo que tengo que hacer
para ver el agua agitada es inclinar la cabeza ligeramente hacia un lado y mirar
por encima de la barandilla envuelta en luz.

—Por fin. —La voz es más tranquila que la de Wren, y me resulta familiar, así
que al levantar la vista no me sorprende ver al hombre que había estado aquel día
en la floristería. Sonríe al verme y deja caer al suelo las dos patas delanteras de
su silla. Su compañero, más pequeño y delgado, con el cabello rubio eternamente
desgreñado, se sienta en la silla más cercana a la barandilla y sólo levanta la vista
hacia mí tras un momento de contemplar el río.

—¿No vino Virgil? —consulta Wren, que no parece muy alterada por ello.
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—No, él dijo que no cambiaría su cita por una suya. Es la última noche de la
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semana que Sloane pasa en su casa —expone el rubio en tono de reproche, como
si Wren debiera haberlo sabido. —Y te agradece que recuerdes su siempre impor-
tante agenda. Además, le gustaría que te recordara que tiene a los perros comiendo
golosinas orgánicas, no la basura de cuero crudo que intentaste comprarles.

—No era cuero crudo —gime Wren, sacando una silla para mí y mirándome
como si fuera a arrojarme en ella si no lo hago yo misma. —Simplemente no es-
taba a la altura de su nueva comida para mascotas. ¿Alguno de ustedes ha tenido
las pelotas de pedirle a Sloane que se calme de una puta vez?

—Ni en sueños —admite el rubio, con una pequeña sonrisa en la cara. —Si
quieres morir, Wren, allá tú. Pero déjanos al margen.

—Por favor. —Se burla Wren, con voz despreocupada, pero bajando el tono al
añadir—: De todas formas, hace meses que no mata a nadie. Apuesto a que está
oxidado.
137
Me choca que sea tan abierto al respecto, y la mirada del rubio se desvía hacia
la mía antes de preguntar, en voz baja—: Eres Hazel, ¿verdad?

—Sí —digo, intentando sonreír mientras el corazón se me sale del pecho.

—¿Tú eres... amigo de Wren?

—Soy Jed —responde él, con el toque de un acento sureño. —Amigo es un eu-
femismo. Me recogió a un lado de la carretera y nunca me dejó marchar.

Miro sorprendido a Wren, que suelta una risita y sacude la cabeza. —Lo más
triste es que no miente. Encontramos a Jed haciendo autostop desde Texas. Pero
lo haces sonar tan malicioso.

—Fue malicioso —jura Jed, con el rostro vacío de humor.

—Soy Cass. —La presentación del hombre de mi tienda es amistosa, y me dirige


una ligera sonrisa. —Wren no me secuestró en una esquina, aunque su habilidad
para hacer amigos es bastante horrible.

La camarera viene a tomar nota de nuestros pedidos de bebidas y me sonríe


alegremente mientras me entrega un menú.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Nunca pensé que dejarían entrar a nadie en su club de chicos hasta que Sloane
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empezó a aparecer. Es bueno saber que no es una casualidad. —Mira a Cass como
si la hubiera ofendido personalmente y se va, sin molestarse en darle el menú.

—Creo que me odia —admite Cass, echándose hacia atrás con un suspiro. —
Antes le gustaba. De hecho, solía flirtear conmigo.

—¿Qué ha pasado? —Se burla Wren.

—¿Se acostó contigo?

Cass pone los ojos en blanco y me mira fijamente, haciéndome sentir que no
pertenezco al grupo.

—Mejor que sepa ahora que eres un problema —señala Wren con dulzura.

—¿Quién es Sloane? —pregunto, en vez de comentar eso. —¿Es otro de tus amigos?

—Más o menos. Bueno, sí. Es nuestra amiga —explica Wren. —Es la otra mitad
del cuarto miembro de nuestro club de chicos. —Hace una mueca con las palabras,
138
claramente no le gustan. —La conoció el año pasado y ahora son inseparables.
Pero ella no quiere mudarse con él, así que sólo pasa cinco noches a la semana en
su casa, en vez de las siete. Olvidé, que esta noche es la última que pueden com-
partir y él siempre se empeña en pasar hasta el último minuto con ella.

—Es muy hermosa —admite Jed, apoyándose en el codo para que pueda oír su
voz tranquila por encima de la música.

—Si te quedas con este, llegarás a conocerla. Normalmente pasamos mucho


tiempo juntos, y ella también suele estar aquí. Sería genial si se hicieran amigas.
Ahora dime, ¿Cómo conociste a Wren?

—Él... mató a un hombre frente mío y me salpicó con su sangre —revelo en un


susurro, inclinándome también hacia él. No hay razón para no decírselo, ¿verdad?
Puesto que él recuerda todo. —Luego me persiguió por el bosque y se llevó mi
teléfono.

La mirada de Jed se desliza hacia Wren, que deja de discutir con Cass para mi-
rarlo sorprendido. —¿Qué?

—¿Tú… mataste a alguien y la salpicaste con su sangre?


Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—La estaba atacando.


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—¿Le robaste el teléfono?

—Estaba llamando a alguien para pedir ayuda.

Incluso Cass lo mira, perplejo, y Wren se burla—: Ninguno de los dos estaba
allí, y ella obviamente está bien.

—¿Realmente está bien? Podrías no estar conforme con esto, si no quieres es-
tarlo —asegura Jed, con ojos suaves y amistosos puestos de nuevo en mí.

—Estoy bien —prometo, incapaz de contener mi sonrisa. —Aunque suene raro,


estoy realmente bien. Salvo que era mi chaqueta favorita porque se arruinó —
digo, lo bastante alto como para que Wren me oiga.

Vuelve a hacer una pausa, mirándome con sorpresa. —¿En serio?

—Eh, sí. —Vuelvo a sentarme en la silla, algo relajada, aunque todo esto me re-
sulte tan chocante. ¿Es posible sentirse incómoda alrededor de Jed? me pregunto.
139
Es tan dulce y su sonrisa tan amable... Es desequilibrante por naturaleza, decido,
y si además es un asesino, apuesto a que es uno bastante eficiente.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Me encojo de hombros, atrapada por las palabras. —¿Qué ibas a hacer? ¿Robar
una por mí? No pasa nada, Wren. Tengo otras chaquetas. Y prefiero tenerte a ti
que, a ella, de todos modos.

Él todavía sólo... me mira. Y no puedo decidir si cree que estoy mintiendo, o


simplemente está sorprendido al admitir que prefiero tenerlo a él que, a mi suave,
y cómoda sudadera.

Que echaré de menos hasta el día de mi muerte.

—Wren dice que eres antropóloga y que has estado en Malta —comenta Cass
con ligereza, rompiendo el silencio. Tanto él como Jed parecen más callados, y me
pregunto si Virgil es igual, o si es más ruidoso y sociable que ambos. Por lo demás,
no puedo evitar imaginar que es Wren el más extrovertido del grupo.
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—Así es —afirmo, incorporándome en la silla ante la perspectiva de tener algo


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más fácil de lo que hablar. —Sí. Más o menos, aunque nunca he terminado la ca-
rrera. Y fui a Malta hace un par de años para un viaje de investigación.

—¿Por qué no terminaste tu carrera? —pregunta Jed, con la voz tan suave como
siempre. No respondo de inmediato, frunzo el ceño ante mi copa y paso el dedo
por encima para limpiar una gota de condensación en el cristal.

—Son sólo malas rachas. —Me encojo de hombros, sin ganas de mentir ni ex-
plicarme. —Pero acabarán pasando.

Probablemente. Quizá.

Quizá no.

Wren arrastra la conversación lejos de mí al instante y sin esfuerzo, aunque por


suerte los otros dos no dicen nada en contra mientras se queja una vez más de
Virgil y su nuevo amor por todas las cosas holísticas para perros. Me parece ado-
rable, y estoy bastante segura de que a Jed también, pero no digo nada al respecto
140
cuando mi novio refunfuña.

En cambio, admiro la forma en que se asegura de que todo el mundo forme


parte de la conversación y me dejo arrastrar por ella. Me sorprende sentir que
estas personas son mis amigos, a pesar de que nunca lo he conocido y tengo la
sensación de que son tan malvados como Wren a su manera.

Pero al final del día, siento que eso podría no estar tan mal, en lo que a mí
respecta.
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18

N o me doy cuenta de que me he quedado dormida hasta que el auto se de-


tiene y Wren me pasa suavemente los dedos por el cabello. Suspiro, apoyándome
en él, y oigo su suave risita resoplando mientras apaga el motor.

—¿Estás despierta? Pensé que haríamos algo divertido antes de llevarte a casa,
pero si estás demasiado cansada, podemos saltárnoslo.
141
—No estoy cansada. —Bostezo, obligándome a despertar. Abro los ojos y,
cuando levanto la cara esperando que estemos en casa, me detengo.

Definitivamente, esta no es ninguna parte de la ciudad que yo conozca. Sólo


veo árboles y el metal de un columpio oxidado cerca del estacionamiento en el
que estamos sentados. La ansiedad se apodera de mi pecho y miro a Wren con-
fundida. Pero su sonrisa me frena en seco, así que le dedico una media sonrisa
desconcertada. —¿Dónde estamos? —aclaro, poniéndome la sudadera y subiendo
la cremallera por si vamos a salir de excursión a medianoche.

—Estamos en Rawls —responde Wren, y tardo un minuto en darme cuenta de


dónde está ubicado eso exactamente.

—Estamos a las afueras de Akron, ¿verdad? Aquí hay un club de campo y creo
que no mucho más. —Desde luego, nunca he venido a esta pequeña y exclusiva
ciudad para ricos, así que no sé qué demonios quiere hacer Wren aquí.

—Sí. —Se ríe Wren. —Tienen un parque impresionante. Hay rutas de sende-
rismo, hay un estanque. Un estanque de mierda, pero un estanque al fin. Hay es-
pacio para acampar, aunque ninguno de ellos está reservado ahora mismo. Es un
lugar popular durante el día, pero nunca he visto a otra persona aquí por la noche.
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El corazón me late en el pecho mientras lo miro, más ansiosa con él de lo que


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he estado en mucho tiempo.

Como siempre, me sorprende que sólo lo conozca desde hace unas pocas se-
manas y no desde hace al menos un par de años.

—¿Qué hacemos aquí? —averiguo con cuidado, nerviosa de que quiera que le
ayudo a hacer algo que “nos una para siempre” o algo así de críptico.

Como asesinar.

Sí, el asesinato es definitivamente la cosa que sigue encendiendo mi cerebro de


todas las peores maneras, espero, por todo lo que es sagrado, que no haya alguien
atado y drogado en el maletero.

Al ver mi cara, Wren suelta un bufido. —¿Por qué me miras así? —cuestiona, des-
abrochándose el cinturón de seguridad y echándose hacia atrás. —¿Qué he hecho?

—¿Vas a pedirme que te ayude a matar a alguien? —interrogo, con el corazón 142
latiéndome en el pecho. Mi voz es más suave de lo que pretendía, y las palabras
quedan suspendidas en el aire entre nosotros durante un segundo, convirtiendo
su pequeña mueca en una sonrisa completa.

Wren estalla de risa, con un sonido áspero y genuino, y echa la cabeza hacia
atrás mientras le tiemblan los hombros.

—Conejita, ¿de verdad crees que te obligaría a matar a alguien? ¿O que te lo


pediría? ¿Por qué demonios se te ocurriría eso?

—¡No lo sé! Me trajiste al bosque, junto a un estanque, ¡cómo el lugar donde


nos conocimos! Creía que ibas a decirme que tenía que demostrar mi lealtad par-
ticipando en el juego para no delatarte. Como la mafia o algo así —explico, con la
voz entrecortada por los nervios y la vergüenza.

Ahora que lo digo en voz alta, me siento... estúpida.

—Ya eres parte de esto —señala Wren. —Me has ayudado a que no me atrapen.
Por favor, conejita. Nunca querría que hicieras eso. No te lo pediría, eso seguro.
No estás hecha para ser asesina, ni nada por el estilo.
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—A lo mejor estás intentando cambiarme, convertirme en tu pequeña prote-


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gida, o algo así —murmuro, recordando uno de mis series favoritas de crímenes
reales en la que la trama entre los dos hombres era precisamente esa. Por su-
puesto, apenas recuerdo gran parte de la novela, la verdad sea dicha. Sólo la leía
por el sexo caliente e imaginativo.

—Nunca intentaría cambiarte.

Las palabras me sacan de mis pensamientos y lo miro, con una sonrisa curván-
dose en mis labios. —Es agradable oír eso. Aunque soy un asco.

—No eres asquerosa.

—Quiero decir...

Me pone un dedo en los labios, diciéndome sin palabras que me calle. —Po-
demos discutir sobre tus mejores cualidades en otro momento. O nunca, ya que
no aceptaré que seas menos que perfecta.
143
Se me retuerce el corazón al oír esas palabras y lucho contra el impulso de
morderle el dedo sólo por diversión. Sólo para ver qué haría.

—Pero recuerdo lo mucho que disfrutaste de lo que hicimos cuando te conocí,


conejita. —Yo también lo recuerdo, aunque el calor me suba por la cara cuando
pienso en ello. —Así que pensé que podríamos volver a hacer algo parecido. Y
recrearlo.

Mis ojos se dirigen a los suyos, sosteniendo su mirada mientras suelta la mano
y me mira con esa sonrisa satisfecha.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

—Pero no huyo de ti. ¿No deberías perseguirme? —pregunto, sin estar segura
de que el hecho de que me lleve a follar a un parque tenga mucho que ver con
cómo nos conocimos. Excepto por la naturaleza, claro.

—Quizá deberías empezar antes que yo. —Sus palabras resuenan en el pe-
queño espacio del cálido coche, y él no se mueve salvo para tamborilear con los
dedos sobre la consola.
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—¿Hablas en serio? —pregunto, con la emoción luchando contra el miedo que


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me atenaza el pecho. —¿De verdad quieres que...?

—O puedo sacarte del auto y follarte en el estacionamiento. Aunque sería una


pena que apareciera alguien. Es imposible que no te vean. —El tono de burla sal-
vaje de la primera noche que nos conocimos se cuela en su voz, haciendo que mi
corazón lata más deprisa.

Esbozo una sonrisa y aprieto los labios para ocultarla, aunque estoy segura de
que Wren ya ha visto la expresión.

—¿A algún sitio al que no debería ir? ¿Y si no puedes encontrarme? —pregunto en


voz baja, con el corazón latiendo tan fuerte que me sorprende que no él pueda oírlo.

—No salgas del parque —bromea. —Eso parece que estaría fuera de los límites,
y no quiero que nadie más te encuentre o piense que realmente estás en peligro.

Ese es un punto justo.


144
—¿Vas a empezar a perseguirme? No he practicado para esto. Probablemente
me atraparás en cuanto salga del auto —señalo, flexionando los dedos en mi re-
gazo antes de poner una mano en el pomo de la puerta.

—No. Voy a contar hasta veinte —segura, con el aspecto más relajado posible.

—Ochenta.

—Sesenta.

—¿Ochenta? —Vuelvo a intentarlo.

—Sesenta —responde con firmeza. —Discute un poco más y llegaremos a diez.


—Cuando le sostengo la mirada, su sonrisa se vuelve menos amable.

—Ya estoy contando, pequeña presa. ¿No crees que deberías, no sé... correr?

Sus palabras bastan para obligarme a salir del auto y me quedo de pie junto a la
puerta aún abierta, sintiéndome como un conejo asustado mientras deseo haber
encontrado algo mejor que mi camiseta, mi sudadera con capucha y mis leggings
para vestir esta noche.
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Aunque supongo que los arneses de combate, la pintura negra facial y las ropas
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camufladas no están de moda en esta época del año, así que nunca tuve la opor-
tunidad de comprarme uno. Qué pena.

—¿Vas a hacerlo o no? —Intenta sonar despreocupado, pero no me engaña.


Puedo oír el trasfondo de excitación en su voz. El suave tono de anticipación que
me hace prepararme para correr y mirar el parque planeando mi huida.

—¿Y si no puedes encontrarme? —pregunto, dudando.

Ladea la cabeza para mirarme, con los ojos brillantes. —¿De verdad crees que
no lo haré, conejita? —Su mirada astuta y depredadora me corta la respiración. Sé
que lo hará, pero no lo digo.

—Si no lo haces, me quedo con tu auto —respondo, intentando sonar lo más


atrevida posible. Aunque, si he de ser sincera conmigo misma, parece mentira.

—Lo que quieras, Hazel —ríe. —Ahora corre.

Y lo hago.
145
Me doy la vuelta y cierro el auto de un portazo antes de salir corriendo hacia
el bosque y desviarme inmediatamente en otra dirección. No entiendo cómo va a
encontrarme, a menos que vaya a gritar mi nombre o a fingir que necesita ayuda.
El parque ya me parece grande y apenas conozco el terreno.

Pero sigo corriendo hasta que por fin salgo cerca del muelle, en la orilla del
estanque que él mencionó. Los árboles son frondosos, aunque le falta la lluvia
de luces del campamento. Voy despacio, mirando a mi alrededor, y sólo oigo los
sonidos de la brisa entre los árboles y el agua a mi izquierda.

¿Vendrá por esta dirección? ¿Podré quedarme sentada aquí hasta mañana, o al
menos hasta que él acepte que no puede encontrarme? Supongo que me llamará
cuando se frustre y...

Un gran peso me hace perder el equilibrio y, jadeante, caigo de rodillas sobre


la hierba blanda y húmeda. Wren se ríe contra mi oreja y luego me la pellizca en
señal de reprimenda.

—Te dije que corrieras —ronronea, y una mano se acerca para sujetarme la
garganta. —¿Qué demonios estabas haciendo, conejita?
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—No creí que me encontrarías tan rápido... —Me interrumpo con un grito suave
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cuando me muerde la oreja más fuerte, como reprimenda.

—Inténtalo de nuevo —provoca, dejando que me levante. —Vamos, Hazel,


puedes hacerlo mejor. Y no dejes que te atrape tan fácilmente. —Sus palabras
son burlonas, oscuras y una advertencia, todo en uno. Me giro para mirarlo, sin
sorprenderme al ver que ha dejado la chaqueta en el auto. Vestido sólo con su
camiseta y sus vaqueros, está tan hermoso como nunca.

¿Y la mirada en su rostro? ¿La de cazador oscuramente deleitado de haber atra-


pado a su presa? Se me remueve el estómago de la mejor y la peor de las maneras.

Hecho a correr y me adentro entre los árboles mientras él se gira para contem-
plar el lago y contar una vez más. Ya no puedo preguntarle cuánto tiempo me da.

Y esta vez no paro de correr. Sigo hasta que me arden las piernas y comienzo
a tropezar con raíces y ramas. Una vez más reduzco la velocidad, escondiéndome
detrás de un par de un pino enorme, muy lejos del sendero y oscurecido por tres 146
lados con los arbustos y desniveles de tierra del bosque.

Esta vez, no hay forma en que no vaya a oírlo llegar.

Excepto que apenas cierro los ojos y reclino la cabeza contra el árbol cuando
Wren me agarra las piernas y me saca de un tirón de mi escondite. Se ríe, con la
alegría reflejada en el rostro mientras se cierne sobre mí, enjaulándome entre sus
brazos y rodillas.

—Estás haciendo trampa —acuso, jadeando con fuerza. —Es imposible que me
encuentres tan rápido.

—No estoy haciendo trampa —asegura Wren, sin parecer molesto por la acusa-
ción. Se extiende con su mano libre y agarra la base de mi garganta, inclinando mi
cara hacia la suya. —Sólo eres muy, muy ruidosa. Y algo predecible. ¿Te gustaría
volver a intentarlo?

—¿Por qué? ¿Para que la próxima vez que me encuentres esté desmayada en el
suelo por el cansancio?

—Exacto.
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Busco su rostro y dejo que mis labios se curven en una imitación de la sonrisa
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que él lleva. Mi mejor intento, aunque dudo que eso sea decir mucho.

—No —digo, con más curiosidad por ver qué hará que por otra cosa. Si real-
mente quiere que lo haga, volveré a correr. Supongo que, si me niego, aunque sea
por un momento, lo despistaré. Quiere perseguirme, así que...

—Mejor. —Su voz es un zumbido bajo que me detiene mentalmente.

—¿Qué?

—Mejor, conejita. Prefiero que tengas energía para pelear conmigo.

Oh. Perfecto, entonces.

Tampoco puedo decir que me decepcione. Lo miro fijamente, observando cómo


escudriña mi cara y arremeto contra él, agarrándolo del pelo e intentando hacerlo
rodar para dominarlo en el suelo.

No lo consigo, y no puedo decir que me sorprenda.


147
Se ríe mientras lo hago, agacha la cabeza y me agarra con fuerza de la garganta.
Su peso cae sobre mis caderas y su mano libre baja inmediatamente la cremallera
de mi sudadera para poder meter la mano en la tela de mi camiseta.

—Buena chica —bromea, el elogio suena más a burla que a otra cosa. —Vamos.
Pelea conmigo.

No digo que lo intento, porque no quiero sentirme más patética de lo que ya me


siento. Levanto la otra mano, pero él aprovecha el momento para quitarme la ca-
miseta y el sujetador por la cabeza, junto con la sudadera, en un movimiento que
soy demasiado lenta para comprender, por no hablar de hacer algo al respecto.

—Estuviste tan cerca. —Se burla, empujándome contra la sudadera que aún
tengo debajo. —Tan cerca de escaparte de mí, conejita. Tan jodidamente cerca,
¿verdad?

Tengo la sensación de que no estuve tan cerca.

—¿No te vas a tumbar ahí y dejar que te mire?


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—No —respondo dulcemente, retorciéndome mientras su mano me presiona


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tanto a ambos lados del cuello que veo las estrellas. Es cuidadoso. Lo noto en sus
movimientos, pero al cabo de unos segundos sigo tan mareada que no tengo más
remedio que quedarme en el suelo y respirar el aire que me deje.

—Qué presa tan dulce —ronronea, y una mano se acerca a rozarme el estó-
mago. Me aprieta ligeramente; sus uñas pinchando contra mi piel mientras las
arrastra hacia arriba y hacia arriba, y luego me amasa ligeramente los pechos.

—Me encanta mirarte —admite, y abro la boca para decirle algo, pero él no me
da la oportunidad. Wren arrastra las uñas por mis costados con fuerza, y yo suelto
un quejido por el dolor agudo antes de que repito el movimiento.

—Tan sensible —bromea, reteniéndome una vez más cuando intento incorpo-
rarme. Me hace cosquillas en las costillas, justo donde me había arañado, y no
puedo evitar la súplica jadeante que sale de mis labios mientras mi cerebro casi
sufre un cortocircuito por las sensaciones. —¿Te he hecho daño?
148
—Sí —digo con voz pequeña, y los ojos muy abiertos.

—Y te ha gustado mucho, conejita. Mucho más de lo que debería, como sabes.


Y te diré una cosa... —tararea, inclinando la cabeza hacia un lado. —Esta vez no
te vendaré los ojos. ¿No es un lindo detalle por mi parte? ¿Dejarte ver lo que te
haga todo el tiempo?

—No siente tan agradable —murmuro, y él pellizca mi mandíbula en señal de


reprimenda.

—Lo es, aunque lo niegues. Es generoso, eso es seguro. Todo lo que tienes que
hacer es rogar por mí.

—¿Entonces por qué no me vendas los ojos?

—Para follarte como obviamente te mereces. —Se sienta para quitarse la cami-
seta, y ni siquiera pienso en lo que estoy haciendo antes de hacerlo. Salgo de su
agarre cayendo sobre mis rodillas, pateándolo por debajo, y saltando hacia ade-
lante en la hierba, tratando de ponerme en pie.

Al instante, Wren me agarra del tobillo y me arrastra hacia él con un sonido


grave de sorpresa y diversión. —Oh, no, conejita. Oh no, jodidamente no lo hagas.
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Me engancha los dedos en los leggings y me doy cuenta de que le he dado la


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oportunidad perfecta para hacer lo que quiera ahora que me tiene boca abajo.
Intento zafarme de él de nuevo, pero eso sólo lo ayuda a quitar el resto de mi ropa
antes de que me aborde una vez más, sujetándome con su cuerpo sobre el mío.

—¡Suéltame! —grito, aunque mi corazón late de alegría. No lo hará y no quiero


que lo haga. Pero esto forma parte del juego. Una parte de mí quiere correr, porque
sé que puedo. Porque quiero demostrarle que puedo escapar de sus garras. Pero
la mayor parte de mí quiere que me detenga en todo momento, y él no es de los
que decepcionan.

—Nunca —gruñe en mi oído Wren, arrastrando sus caderas contra las mías. —
Nunca dejaré que te alejes de mí, conejita. Eres toda mía. ¿Qué creías que estabas
haciendo exactamente? ¿Qué creías conseguir con ese pequeño truco? ¿Realmente
intentabas huir, o...? —Se aparta lo justo para bajarse bruscamente los pantalones
por los muslos, de modo que cuando sus caderas vuelven a encontrar las mías,
siento su dureza contra mi culo. —¿Sólo querías demostrarme cuánto me deseas? 149
¿Estás de rodillas ante mí para que te críe como a una perra necesitada?

Niego con la cabeza, dejando que me presione hacia abajo hasta que mi co-
lumna se arquea y mi cara queda contra la hierba.

—Entonces, ¿por qué estás goteando para mí, Hazel?

—No lo estoy. No es... —miento, tratando negar que estoy tan excitada cuando
ambos sabemos que no es verdad.

—Sí que lo es. Es todo por mí. ¿Quieres que te llene, conejita? ¿Qué me asegure
de que nadie más pueda reclamarte como suya? Seré tan meticuloso que quedarás
arruinada para cualquier otro.

Gimo y dejo escapar un suave sonido cuando sus dientes rozan mi hombro
antes de pellizcarlo.

—Ruega.

Sacudo la cabeza y él se burla en mi oído. —Suplica o te tendré aquí toda la


noche. Sabes que eres mía, así que dilo. —Como no respondo al instante, me da
una palmada en el muslo que me produce un dolor caliente y agudo.
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Y me siento tan bien como la noche que nos conocimos.


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—Estás atrapada, pequeña presa —advierte Wren. —No tienes adónde ir. Ni
siquiera puedes moverte si yo no quiero. Tiemblas de necesidad y necesitas que
te folle. ¿Crees que no es obvio? ¿Crees que no puedo sentir cuánto me quieres
enterrado en tu coño?

—Quizá no lo quiero —desafío, asomándome de entre mis brazos lo justo para


verle la cara. —A lo mejor te lo estás imaginando.

Sonríe, llamándome la atención, y se echa hacia atrás para meterme tres dedos
en el coño, arrancando un grito de sorpresa de mis labios.

—Oh, sí —asiente burlonamente, follándome rudamente. —Quizá me estoy


imaginando lo hambriento que está tu coño, ¿eh? ¿Es eso, Hazel? ¿Estoy imagi-
nando esto?

Asiento con la cabeza y él aparta los dedos para llevármelos a la cara. —En-
tonces abre la puta boca para que pueda enseñarte lo poco que me estoy imagi-
150
nando las cosas.

No me da la oportunidad de responder. Presiona sus dedos contra mis labios,


forzándolos contra mi lengua para que no tenga más remedio que saborear mi
humedad de su piel.

—¿Te sabe cómo si me lo hubiera inventado? —Se apresura a arrancármelos de


entre los dientes justo cuando los muerdo y, como si fuera una represalia, me los
limpia contra la cara antes de apretarme la garganta una vez más.

—Basta de fingir. Basta de mentir, conejita. Se acabó el juego. Sólo te queda


aceptar tu destino y tomarlo. —Mueve sus caderas contra mí una vez más y no
puedo evitar el escalofrío que me recorre. —Así que ruega.

Sus dedos alrededor de mi garganta se aflojan lo suficiente para que pueda


respirar hondo, y chupo mis labios mientras cierro los ojos con fuerza.

—Por favor —susurro, sin sorprenderme cuando hace un ruido de desaprobación.

—Hazlo mejor. Sé explícita. Deja de hacerme esperar.

—Por favor, fóllame como me merezco. Por favor, Wren, te necesito...


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—Sé que me necesitas. —Desliza la cabeza roma de su polla contra mis plie-
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gues mojados, arrancándome un gemido ahogado. —Pero sigue sin ser suficiente.

—Lo siento. Lo haré mejor. Lo haré mejor. Porque necesito que me folles. Quiero que...

—Eso es tan vago. Tan tímido. Dime dónde, cómo y por qué quieres que te folle.

Siento que me arde la cara, pero no me permite apartarme. No me deja mo-


verme, y cuando intento apartarme del suelo, me aprieta con la mano entre los
omóplatos para mantenerme en el sitio.

—Fóllame el coño, por favor —ruego finalmente, retorciéndome contra su


agarre. —Quiero que tú… no, necesito que me llenes. Quiero que me destroces,
Wren. Que me arruines para los demás, porque no quiero a nadie más. Nunca.

—¿Quieres que te críe? —incita, moviéndose para que su punta se deslice contra
mi entrada. —Parece que lo necesitas después de todo.

—Sí. 151
—Dilo otra vez.

—Sí, por favor... —Me interrumpo cuando se desliza dentro de mí, sin parar
sintiéndolo en lo más profundo. Es tan grande que, sin que me estire con los
dedos durante un rato, resulta casi doloroso. Pero eso hace que merezca aún más
la pena. Jadeo y me derrumbo sobre su mano en la garganta de él, con las caderas
aún levantadas y apretadas contra las suyas.

—Buena chica —elogia. Sus caricias se ralentizan durante unos segundos antes
de acelerarse y macharme hasta el desmayo. —Una jodida buena chica para mí.
Siempre lo eres, ¿verdad? —Me arrastra las uñas por los costados y no puedo evi-
tarlo. Grito y me aprieto a su alrededor, notando cuanto eso lo complace.

—Me tomas como si estuvieras hecha para mí —ronronea en mi oído. —Tan


apretada para mí. ¿Te gusta estar llena de mi polla? ¿Te gusta lo que siento cuando
te follo así?

—Sí —sollozo, arqueándome contra él cuando me pellizca la oreja. Saco una


mano de la tierra y me agarro a su pelo, enredando los dedos en las hebras negras
mientras me folla. —Por favor, Wren...
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—No necesitas que pare —promete. —Tampoco necesitas que sea suave con-
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tigo. Conejita, nunca jodidamente lo has hecho. Eres tan perfecta cuando me
tomas así. Es donde debes estar. Dilo conmigo. Este es tu jodido sitio.

Repito las palabras, tropezándome con ellas unas cuantas veces mientras él
sigue destrozando mi cuerpo. No es solo la forma en que me penetra como si
nunca fuera a volver a verme, o la forma en que aprieta mis costados llenándome
de moretones y sisea contra el desgarrador enganche que tengo en su pelo.

Es la forma en que me pellizca la piel y la forma en que me recuerda con una


precisión tan excitante que soy suya.

—Joder —sisea, el tono cambia cuando su voz se entrecorta contra mi oído. —


Me voy a correr. Estás cerca, pero esta vez no puedo aguantar. No cuando tu coño
es tan hambriento, conejita —gimo y noto su estremecimiento.

Empuja una, dos veces, y luego se hunde tanto que veo las estrellas mientras
se libera dentro de mí. —Córrete por mí —jadea, aún dentro de mí. Me rodea el
cuerpo con las manos y me levanta contra él para que apoye mi peso en las ro-
152
dillas. Sus dedos encuentran mi clítoris para que pueda acariciarme sin piedad
con una mano y sujetarme contra él con la otra. —Ahora mismo, mientras estoy
enterrado profundamente en tu coño. Córrete por mí, Hazel. Si intentas aguantar,
vas a tener problemas.

—¿C-cómo? —aclaro, apenas aguantando.

—Lo tomaré como un reto.

Quiero aguantar. De alguna manera quiero demostrarle que tengo más control
del que parece. Pero no puedo. Con un sollozo el orgasmo me golpea como un
puño mientras mis músculos se aprietan en torno a él y mi cuerpo casi se rinde
golpeando contra el suelo.

Me acaricia el clítoris, exprimiéndome otro orgasmo con unas cuantas embes-


tidas suaves y sus dedos, hasta que por fin soy un desastre jadeante, y nos vuelve
a tumbar en el suelo para que pueda salir de mí sin que me mueva un ápice.

—Vas a tener que llevarme de vuelta —advierto mientras me acaricia la espalda


y roza mi cuerpo con los dedos hasta el cuello. Lo hace de nuevo, en sentido con-
trario, y me estremezco al sentir el agudo roce de sus uñas contra mí.
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—Date la vuelta para mí, cariño —murmura Wren, sonando tan dulce que lo
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hago mientras él me atrae hacia su regazo. —¿Me escuchaste? —pregunto, apo-


yando mi cabeza contra su hombro cuando me arrastra contra él.

—Sí, lo hice. —Engancha mis rodillas a las suyas y, de repente, vuelve a pene-
trarme con dos dedos.

Aspiro un aliento, con los ojos abiertos, pero antes de que pueda moverme
para detenerlo, está añadiendo un tercer dedo mientras me mete suavemente los
dedos en el coño.

—¿Qué estás haciendo? —siseo, incapaz de hacer mucho más que girarme para
mirarlo.

—Me encanta tocarte —admite. —Y bueno, seamos sinceros, Hazel. No llevamos


aquí el tiempo suficiente para justificar el viaje... ¿no crees? —Su sonrisa es per-
versa, y sollozo al sentir la sobre estimulación de sus caricias.

—Acabo de correrme —protesto, con las rodillas tensas.


153
—Lo sé —afirma, con la misma voz que mi súplica quejumbrosa. —Pues vuél-
vete a correr. Te ayudaré, conejita.

—Yo nunca...

—Está bien, shh. Tranquila... —Me roza la sien con los labios, el pulgar encon-
trando mi clítoris. —Te obligaré.

Cumple su palabra, y mis ojos se cierran con fuerza mientras mi tercer or-
gasmo me desgarra, más desesperado que lo anteriores. Tarda lo suficiente para
que pueda sentirlo endurecerse contra mi espalda baja, listo para empezar de
nuevo, y cuando me ayuda a girar sobre su regazo, con una sonrisa en la cara,
apenas puedo creer que estemos haciendo esto de verdad.

—¿Qué? —pregunta, burlándose en cada pulgada de su expresión mientras me


empuja contra su regazo hasta que está dentro de mí una vez más. —Te dije que
iba a criar tu dulce coño, conejita. ¿Pensabas que una vez sería suficiente?

—Sí —admito, meneando mis caderas cuando el empuja hacia arriba.


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—Pobrecita. —Su sonrisa es oscura y burlona, y sus ojos bailan de placer. Hace
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una pausa, con una mano en mi cintura mientras me mira. —Sabes que puedes
decirme que pare, y si lo dices en serio, lo haré. Siempre lo hemos tenido claro,
¿verdad, Hazel?

La forma en que lo expresa, sé que lo dice en serio, haciendo que el corazón se


retuerza en mi pecho. Levanto la mano y lo arrastro hacia mí, buscando su boca
para un beso que él acepta y profundiza.

—Claro que sí —concedo, con una lenta sonrisa en los labios. —Pero también
hablo en serio, tendrás que llevarme en andas de vuelta a tu coche, Wren.

—Siempre y cuando consiga arruinarte primero, me parece absolutamente


bien —gime, las manos en mis caderas mientras profundiza sus envites y arranca
un grito de mis labios. —Buena chica, Hazel. Puedes soportarlo. Apuesto a que
puedes correrte unas cuantas veces más por mí, ¿no crees?

Sacudo la cabeza, pasándome la mano por la cara, y lo oigo reírse. 154


—No pasa nada. Yo creo en ti, aunque tú no lo hagas. Y soy un novio tan com-
prensivo que no pararé hasta demostrarte que tengo razón.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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19

S iento como si me estuvieran siguiendo.

Quizá sea porque Wren lleva casi un mes haciéndolo. O es sólo porque última-
mente estoy más nerviosa y siento que algo, cualquier cosa, podría salir mal y
caerá el otro zapato y voy a despertar de lo que sea esto.

Dios, no quiero despertarme. 155


Parpadeo, deseando tener ojos en la nuca para poder ver quién camina detrás
de mí lo bastante cerca como para oler su colonia.

Esa fue mi primera pista, creo. Llevo veinte minutos oliendo la misma colonia
y sé que no es la de Wren. Eso apenas tendría sentido, ya que acababa de lavar
esta ropa, pero sería más creíble que el spray corporal de un desconocido haya
invadido mi nariz.

Así que sigo caminando. No quiero detenerme todavía, cuando estoy aquí, en
medio de una multitud de gente. No me gusta esta parte de la ciudad y, lo que es
más importante, no me he terminado mi café.

Doy un sorbo, con tanta nata montada como cafeína, y me doy la vuelta para
alejarme de mi departamento. Si alguien me está siguiendo, no quiero llevarle de
vuelta a casa.

Y, además, quizá sea sólo una coincidencia.

Sigo andando y cruzo otra calle. Con todo, esa colonia se me queda en la nariz
y cada vez que puedo mirar discretamente detrás de mí, me parece vislumbrar al
mismo hombre con gafas de sol y un abrigo de cuero negro muy cerca.
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Esto apesta, francamente. Tengo miedo de sacar el celular y mandarle un men-


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saje a Wren. Tengo miedo de volver a casa, y no sé qué demonios voy a hacer si
este hombre me alcanza.

Aprieto más fuerte la taza de café y bebo otro trago, dándome cuenta tardía-
mente de que no estoy bebiendo más que hielo y los posos de mi café. Mierda.
Ahora no tengo muchos motivos para seguir caminando, y no estoy segura de
adónde voy ahora que he llegado tan lejos.

Giro por otra calle, todavía insegura, y se me encoge el corazón cuando me doy
cuenta de que es más residencial que comercial, y eso significa que hay menos
gente. Pero no puedo detenerme ni actuar como si me hubiera equivocado de ca-
mino. Eso avisaría a mi acosador de que algo va mal y me metería en un lío.

Sin saber qué más hacer, busco a tientas mi teléfono y escribo un breve men-
saje a Wren mientras camino. Con la esperanza de que, parezca que no sé qué
estoy siendo seguida y que estoy por encontrarme con alguien.
156
Aparentemente, no funciona. No si la mano que se cierra alrededor de mi brazo
tiene algo que decir al respecto. Apenas consigo bloquear el teléfono cuando me
sacan de la acera principal llevándome a un patio protegido por dos autos y un
gran arco de ladrillo.

Mi taza de café vacía cae al suelo y la tapa sale volando por el impacto. El hielo
se derrama sobre mis zapatos, y los suyos, mientras miro la cara del detective de
la floristería. Se quita las gafas de sol con la mano libre y me mira con los ojos
entrecerrados, con el blanco de los ojos enrojecido.

—¿Qué demonios? —jadeo, separándome de él mientras se mira los pies con


disgusto. —¿Qué quiere? ¿Por qué me ha agarrado?

—Me has estado mintiendo —gruñe el hombre en voz baja. —Me mentiste en la
floristería sobre tu ‘amigo’, ¿verdad?

—¿De qué estás hablando?

—¿En serio? —Me lanza una mirada plana y saca su teléfono, girándolo para
mostrarme una foto.

Soy yo.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Pero lo más importante es que estoy junto con Wren. Vamos caminando por
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la calle y él se ríe, con el brazo entrelazado con el mío, mientras yo me limito a


mirarlo cálidamente mientras bebo un café.

También es una prueba bastante contundente de que, de hecho, estaba min-


tiendo. —No sé de qué me hablas —vuelvo a decir. —¿Ese es el amigo que bus-
cabas en la floristería?

Voy a hacerme la tonta, aunque ya no le vea sentido.

—¿Cómo iba a saber que te referías a mi novio? —Quizá si admito eso, piense
que no miento sobre el resto. Por la mirada que me lanza, eso no es muy probable.

De hecho, el policía me mira con irritación en sus oscuros ojos. Como si yo


intentara cabrearlo a propósito. Me aprieta el brazo y hago una mueca de dolor.
Si no me equivoco, justo está presionando los moretones que me hizo Wren en el
parque, y eso me incomoda en más de un sentido.

—Suéltame —exijo, con voz más suave de lo que pretendo.


157
—Me mentiste —repite. —Así que dime qué sabes de él.

—Es mi novio, no lo que sea que estés buscando —contesto, intentando za-
farme de su agarre. —¿Qué te pasa? ¿No eres de las fuerzas del orden? ¿Qué he
hecho para que me acoses así? —De nuevo intento zafarme de su agarre, y sus
dedos me aprietan con más fuerza.

—Lo era —acepta con sorna. —Hasta hace poco. Con lo que creo que tu novio
también tiene algo que ver, estúpida perra.

¿Qué demonios le pasa a este hombre? Su mano, que aún me agarra tiembla, y
aprieto los dientes ante el constante ardor de su agarre.

—Todo porque no podía encontrarlo y mi jefe dijo que estaba actuando como
un obsesivo.

Yo, por mi parte, estoy de acuerdo con su jefe. No es que piense decirlo.

—No sé qué quieres de mí, pero está claro que lo has perdido —digo en voz
baja, mis palabras lentas y precisas. —Por favor, suéltame.
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—¿Por qué? ¿Para que puedas volver corriendo a él y decirle que lo estoy bus-
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cando? ¿Para qué me mate a mí también? —Sus ojos se agrandan con cada pa-
labra, y se me ocurre que podría saber algo. Sin duda, ninguna persona normal
actúa así sin un motivo.

Un gruñido le corta el paso y, antes de que pueda decir nada más, me suelta,
tambaleándose hacia atrás, mientras una figura oscura y peluda pasa junto a mí,
me golpea el extremo de una correa y vuelve al suelo sobre sus cuatro patas. El
perro, un gran pastor alemán, ladra y gruñe, enseñando los dientes, mientras el
ex policía tropieza con el vaso tirado, los hielos derretidos y casi se cae de culo
sobre la acera.

—Te ha pedido que la sueltes. —La voz suave y aterciopelada no es la de Wren,


pero no puedo evitar encontrar algo parecido en el sonido. —¿No la has oído? ¿O
realmente ha perdido la cordura para siempre, detective?

El hombre que entra en el arco de ladrillo para colocarse a mi lado es alto, con el
pelo rizado y castaño oscuro y unos ojos danzantes llenos de perversa diversión.
158
El enorme pastor alemán, vuelve a golpear el extremo de la correa, gruñendo, y
el hombre no le ordena que pare. —No parece que le caigas muy bien a Vulcan —
expone el hombre, sin molestarse en obligar al perro a cesar su comportamiento
amenazante. —Sería una pena que se me soltara la correa. Podría matarte.

—Yo le dispararía primero —gruñe el ex detective, buscando a tientas una pis-


tola que no está allí. El hombre que está a mi lado me observa, poco impresionado.

—Seguro que sí. Pero, ¿por qué no la dejas en paz? O tendrás problemas ma-
yores que el perro de mi novia haciéndote trizas, te lo prometo.

—Te haré pagar por esto —gruñe, tenso y presa del pánico, pero esa parece ser
su última línea de defensa. El detective huye, caminando tan rápido que básica-
mente trota mientras se mete las manos temblorosas en los bolsillos y finge que
no está aterrorizado por el perro y su dueño.

Yo sé que lo estoy.

Sin embargo, el perro se calma cuando el detective se va y se vuelve para olis-


quearme las manos. Moviendo rápidamente la cola, como si decidiera que estoy
bien, y vuelve a sentarse junto al hombre, con los ojos fijos en él.
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—Déjame adivinar —suspira, con los ojos fijos en la figura del detective que se
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aleja. —Tú debes de ser Hazel.

Las palabras erizan el vello de mis brazos y me alejo un paso de él, preguntán-
dome si será otra persona que odia a Wren.

El hombre se da cuenta, y arranca su mirada perezosa del policía en retirado


para mirarme a mí, con la cabeza ladeada. —No hace falta que hagas eso. Sé quién
eres porque Wren es mi mejor amigo, y me ha hablado tanto de ti que probable-
mente ya podría adivinar tu color favorito.

—Ah, ¿sí? —desafío, aunque insegura. —¿Cuál es?

Pone los ojos en blanco. —Lo digo en broma.

Vuelve a levantar la vista, con el ceño fruncido, y añade—: No me gusta que


sepa tanto de Wren. O que le siga la pista. El detective Hartmann fue despedido de
su departamento, como él dijo. Pero creo que eso sólo ha hecho que insista más
en encontrarlo. No vives lejos de aquí, ¿verdad?
159
—Claro —asiento, esperando que me esté diciendo la verdad. —Puede ser.

Me mira de nuevo, con los labios fruncidos.

—Soy Virgil. —Se presenta por fin, y algo se activa dentro de mí mientras siento
que tomo una respiración temblorosa. —Por esa mirada, parece que has oído mi
nombre antes.

—Wren me dijo que ibas a venir a cenar con nosotros la otra noche —admito,
con las manos apretadas en los puños.

—Pero no lo hiciste por tu novia.

—Te gustaría, y yo preferiría que estuviera aquí —admite en voz baja, apar-
tando la mirada. —No es nada personal, Hazel. No me gusta la gente.

—No, pero aún así... —Mis ojos se posan en el perro que lo mira con ojos felices
y una cola que se mueve lentamente. Parece que le gustan los perros.

Por lo que había oído, podría ser uno de los perros de su novia. ¿Los “adoptó”
cuando empezaron a salir?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

¿Es como Wren? Y más aún, no puedo evitar preguntarme qué piensa su novia
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de salir con un asesino.

—Volvamos a tu departamento. Le estoy enviando un mensaje a Wren, así que


estoy seguro de que se reunirá con nosotros allí. Hazel, no te haré daño. Te lo
prometo. —Me dedica una sonrisa amistosa que no parece nada genuina, pero yo
se la devuelvo con una media risita sardónica que lo hace resoplar.

—Espero de verdad que no me estés mintiendo —asiento, y vuelvo a la calle


para averiguar a qué distancia exacta estamos de mi casa. —De lo contrario, Wren
va a matarme, si no llegamos para cuando él este allí.

—Oh, claro que me mataría por ello —asegura Virgil. —Mejor amigo o no. Si
siente por ti lo mismo que siento por Sloane, entonces me haría pedacitos y me
daría de comer a los perros.

—Menudo cuadro pintaste —apunto, buscando un letrero en la calle que me


lleve a casa. 160
En cuanto abro la puerta, Wren me abraza. El perro, Vulcan, entra en el depar-
tamento junto a Virgil, y mis gatos lo miran con morbosa curiosidad.

—¿Estás bien? —Me aparta para mantenerme a distancia, escrutando mi rostro.


—¿No te ha hecho daño?

—Me ha tirado café y hielo en los zapatos —respondo, con el corazón latién-
dome en la garganta una vez más. Wren abre la boca para decir algo, pero agarro
su mano y rápidamente añado—: Tenía una foto donde estaba contigo. No debería
tener una foto tuya, ni saber quién eres, y creo que puede ser culpa mía…

Mis palabras se van volviendo histéricas a medida que hablo, pero antes de que
pueda continuar, me aplasta contra su pecho una vez más.

—Gracias —le oigo decir. —Me alegro de que te cruzaras con ella. Te debo una, Virgil.

—Claro que sí —asiente con ese tono perezoso que usa el hablar. —Pásate
luego por mi departamento. Deberíamos pensar qué vamos a hacer.

—Mañana —insiste mi novio, todavía sosteniéndome.


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—Ella está bien, Wren —tranquiliza Virgil. —No está herida. No hace falta que
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la revises en busca de heridas, te lo aseguro. Nos reuniremos mañana por la ma-


ñana. Pero tenemos que averiguar qué hacer con tu nueva amiga. —Sin decir nada
más, se marcha con Vulcan a su lado, y oigo sus pasos moviéndose por el pasillo
tras cerrarse la puerta.

—Tiene razón —digo sobre el material de la camisa de Wren. —Me encuentro


bien. Pero estoy preocupada. ¿Y si sabe quién eres, Wren? ¿Y si...?

Wren me aparta lo suficiente para besarme con fuerza. —No sabe lo suficiente
como para localizarme —explica, arrastrándome más adentro de mi departa-
mento. —Y no sabe dónde vives. Con el tiempo lo averiguará, pero ahora no. ¿Se-
guro que estás bien?

—Sí, mamá, estoy bien. —Sosteniendo su mano, la voz todavía demasiado histé-
rica. —Lo siento. Si metí la pata, es que me tomo desprevenida de alguna manera y...

—Soy un asesino en serie, Hazel —recuerda, tirando por fin de mí hacia su 161
regazo en el sofá. —Ya sabes lo que eso significa. La gente siempre me está bus-
cando. A veces son estúpidos y se acercan demasiado. —Me besa con fuerza, sus
manos encuentran el dobladillo de mi camiseta.

—¿Eso no los hace inteligentes? —cuestiono cuando por fin consigo separarme.
Con los ojos muy abiertos, veo cómo se le dibuja en los labios una sonrisa triste
y cómo se le oscurecen los ojos de emoción cuando dice—: Oh, no, no, no, mi
conejita. Eso no les hace inteligentes en absoluto. Porque no sólo se ha ganado
la muerte por mi mano y la de mis amigos, sino que ha tocado lo que es mío. Mi
pequeña presa. Mi Hazel. Virgil me dijo que te había tocado.

—Sólo un minuto —respondo, sin aliento, mientras me acaricia los brazos.

—Son sesenta segundos de más. Pero te compensaré. Le cortaré los dedos y te


haré un collar con ellos. Luego le quitaré las palmas y te haré un plato para que
dejes las llaves.

—Eso es jodidamente enfermo.

—Entonces tendré que conformarme con arrancarle el corazón y ponerlo en tu


mesita para que lo uses de florero.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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20

C uando lo veo al final de una esquina, vacilo.

Con sus gafas de sol y su chaqueta de cuero que resalta en el calor de agosto,
es fácil distinguir al detective de cualquier otra persona. El estómago me da un
vuelco y casi me alegro de que Wren no esté aquí para verlo.

No puede hacerme daño en medio de la multitud. Probablemente. En mi opi- 162


nión, no he hecho nada que justifique que me disparen o me arresten.

Pero, por otra parte, según Wren y Virgil, está loco y ya no tiene placa. Eso lo
hace más peligroso, y muerdo mi labio nerviosamente mientras me mira fija-
mente desde el otro lado de la calle.

Por suerte, el tráfico nos separa y el semáforo no cambiará hasta dentro de


unos segundos. No puede hacer nada más que fruncirme el ceño, algo que ha per-
feccionado a juzgar por las arrugas en su cara.

Su presencia me provoca náuseas y sudor en las palmas de las manos, pero me


niego a que mi rostro lo delate. En lugar de eso, me obligo a pensar en otra cosa.
En cualquier otra cosa. Como en el hecho de que tengo que comprar pasta de
dientes, toallitas sanitarias y un poco de algodón.

Me alejo de él, olfateando con desagrado, para mirar hacia la calle en la que he
acabado gracias al autobús. No estoy familiarizada con esta parte de la ciudad.
En primer lugar, es demasiado cara para mí. Y segundo, no conozco a nadie que
viva aquí.

Bueno, no conocía a nadie que viva aquí.


Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Wren tiene una casa en esta zona, según la dirección que me ha dado, y al pa-
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recer Virgil también. Al menos, eso es lo entendí. Cuando pregunté si Jed vive aquí
también, ambos negaron con la cabeza y me dijeron que reside en los suburbios,
en una bonita casa con un bonito buzón y sin nadie más que lo moleste.

Suena como muy solitario para mí, pero ¿qué sé yo? También vivo sola, con
dos gatos aulladores que rara vez se callan y a los que está claro Wren les agrada
más que yo.

Continúo caminando calle abajo, pasando por delante del dúplex de Wren en
lugar de pararme y llamar. Saco el celular del bolsillo mientras avanzo y doblo la
esquina al final de la calle como si este lugar no fuera mi destino. Despreocupa-
damente, abro mi conversación de texto con Wren.

Me está siguiendo otra vez. No quiero llevarlo hasta ti.

Se me acelera el corazón ante la idea, de que por mi culpa lo atrapen y de lle-


varlo hasta mi novio. Mis dedos temblorosos aprietan el teléfono mientras veo 163
que el estado entregado cambia a leído.

La burbuja de texto aparece un segundo después.

De acuerdo.

Luego, al cabo de unos segundos, recibo otro mensaje.

Da otra vuelta. Una amiga mía se reunirá contigo fuera. Ella actuará como si
el lugar fuera suyo, y así el policía no sabrá que es mío. A menos claro, que ya lo
sepa. Está bien, conejita. Hiciste bien en avisar.

Entendido, respondo, levantando la vista para no salirme de la acera y meterme


en la carretera. Temía tener que hacer algo drástico.

Reacciona a mi mensaje con un emoji de risa.

¿Cómo qué? ¿Saltar en otra dirección? No pasa nada, te lo prometo.

Le tomo la palabra y vuelvo a guardar el teléfono en el bolsillo mientras doy


otra vuelta a la manzana. No me había planteado huir y esconderme o saltar en
otra dirección. Me refería a algo menos legal.
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El pensamiento, y la certeza del mismo, me sorprenden. ¿Se me está pegando la


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lógica de Wren? Seguro que no soy una persona violenta como él. Una que está bien
con hacer algo sangriento o doloroso para ayudar a alguien que ha violado la ley.

No soy un monstruo como Wren, aunque esa píldora sea más fácil de tragar cada día.

Es un asesino en serie.

Doy unos pasos y vuelvo a mirar por encima del hombro, buscándolo una vez más.

Wren es un monstruo, pero lo más importante es que es mío. Mi propio asesino


en serie, mi monstruo.

Mi novio que mató a alguien delante mío salpicándome la cara con su sangre. Y
si estoy empezando a sentir que le ayudaría a hacérselo a cualquiera que se lo me-
rezca, sin embargo, eso es un problema para otro día. No puedo estar enamorada
de él. Eso es una mierda de “parejas asesinas” que me niego a mirar en detalle.

Y menos hoy, cuando mis pies me llevan dar vuelta a la manzana y veo la cha- 164
queta de cuero negro divisándome entre la multitud.

Un ladrido llama mi atención y mis ojos se posan en el perro que Virgil había
estado paseando el día anterior. Solo que esta vez es una chica, quizá un año
mayor que yo, quien lo pasea y, cuando me mira, sonríe y me saluda como si fué-
ramos viejas amigas.

—¡Hazel! —llama la morena, con voz cálida. —Te dije que lo perdiste. Siento
que hayas tenido que dar otra vuelta a la manzana.

Esta debe ser la amiga de Wren. Más exactamente, me pregunto si se trata de


Sloane, de quien he oído algunas cosas.

—¡Hola! —saludo, trotando el resto del camino hasta ella. Le da una señal a
Vulcan con la cabeza y yo le tiendo la mano, dejando que me huela para recono-
cerme como si ya no lo hubiera hecho.

Al menos esta vez no ladra ni gruñe como si quisiera comerse a alguien. Eso
promete. Le acaricio las orejas oscuras mientras sonrío a mi peludo “amigo”.
—No puedo creer que me perdiera la dirección —bromeo, viendo la chaqueta de
cuero por el rabillo del ojo.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Sloane también, y noto por primera vez de que tiene los ojos de distinto color:
TÚ SERÁS MI NOVIA. MI PERFECTA Y PRECIOSA NOVIA QUE ANSÍA AL ENORME

uno es marrón claro y el otro azul medio. Es bonito, aunque un poco curioso.

—Vulcan te ha echado de menos —añade, cuando el detective vaga y encuentra


cualquier excusa para dejar de caminar. —Yo también te he echado de menos. No
puedo creer que no hayas venido antes a conocer mi casa nueva.

—He estado ocupada —respondo, como si fuera verdad. Como si no estuvié-


ramos haciendo esto sólo para montar un espectáculo para el hombre que está a
menos de tres metros de nosotras.

—¿Quieres entrar? —No tiene sentido fingir que no sé qué está ahí. Puedo estar
tan incómoda como quiera, porque no es una actuación y él no creería lo con-
trario. —Me muero de hambre.

—He pedido comida —promete Sloane, y me hace un gesto para que la siga de
vuelta al pequeño y bien cuidado patio del primer dúplex. En total, hay cuatro uni-
dades repartidas entre dos edificios, y miro a mi alrededor con interés mientras
camino justo detrás de Sloane.
165
Sólo en los instantes previos a que la puerta se cierra tras de mí me doy la
vuelta para mirar al detective, que se encoge aún más el abrigo sobre los hombros
y se da la vuelta para marcharse.

Ambas nos detenemos y lo observo a través del grueso cristal ondulado de la


ventana. —Se va —murmura Sloane suavemente, aunque su voz es un poco inse-
gura, como si no estuviera segura del todo. —No pasa nada. Wren dice que no hay
manera de que sepa que vive aquí.

—¿Cómo? ¿No puede la policía averiguar que su nombre está en el contrato de


alquiler? —pregunto, siguiéndola a la sala de estar abierta.

—Mi nombre no está en él —dice Wren, entrando en la habitación con una son-
risa irónica. —Si no, probablemente lo haría. Gracias, Sloane. —La rodea con un
brazo en un rápido abrazo, sellando mis sospechas sobre su identidad.

Ella le hace una mueca. —Acuérdate de esto la próxima vez que quieras insultar a
los perros —reprende, pinchándole en el costado. Otro perro, un pastor alemán si-
milar a Vulcan, se levanta y se estira, caminando hacia Sloane y olfateando su pierna
como si hubiera algo que encontrar mientras desengancha al otro de la correa.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Soy Sloane. —Se presenta, volviéndose hacia mí con una sonrisa apenada. —
TÚ SERÁS MI NOVIA. MI PERFECTA Y PRECIOSA NOVIA QUE ANSÍA AL ENORME

Aunque supongo que ya lo sabes. Y tú eres Hazel. Quien de alguna manera está
tan loca como para querer aguantar al señor Camper. —Le lanza una mirada rá-
pida y mordaz a Wren, que sonríe dulcemente a su vez.

—Te encanta acampar conmigo —señala. Virgil entra en la habitación y se re-


cuesta en el gran sofá de felpa mientras añade—: Ya que tu novio solo quiere ir
de glampamento.

—No es un campamento glamuroso —protesta Virgil. —Es en una jodida ca-


baña. Y siento no ser un adicto a la naturaleza como ustedes dos. Bueno, los tres,
supongo. —Me mira y yo niego con la cabeza.

—No, oh Dios no. Nunca dormiría en una tienda de campaña o al aire libre. Lo
siento —admito, esperando no ofender a la chica.

—¿Ni siquiera si es conmigo? —consulta Wren, con los ojos muy abiertos.

—Especialmente si es contigo.
166
Sloane resopla al dejarse caer en el sofá junto a Virgil, y yo miro hacia la pareja
mientras ella se apoya en él, dejando que su brazo caiga sobre sus hombros para
acercarla. Al hacerlo, algo parece desvanecerse en ella. Algo de miedo o tensión
que no había notado hasta ahora. No puedo evitar preguntarme si está bien o si
hay algún problema en que yo esté aquí.

¿No le caigo bien? O quizá sólo huelo mal. Nerviosa, alzo la mano para pei-
narme con los dedos en los puntos seguros que casi siempre están libres de en-
redos. Wren da un paso adelante para abrazarme, apoyando la barbilla en mi
cabeza y tirando de mí hacia un sillón reclinable.

—Entonces... ¿qué hago aquí? —aclaro, aunque siento que probablemente sea
descortés, así que añado—: No es que me moleste. Sólo que no parecía que me
estuvieran invitando a pasar el rato.

—No lo hicimos —asegura Virgil con ese aire despreocupado que parece tener
para todo el mundo excepto para Sloane. Para ella todo son miradas suaves, e in-
cluso cuando habla de ella es dulce, a menos que le esté diciendo a Wren que se
guarde sus palabras.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

¿La ama? Y lo que es más importante, ¿la quiere como Wren me quiere a mí?
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Si es así, me encantaría sentarme y hablar con ella sobre esto. Sobre cómo lo co-
noció, o cómo se siente sobre lo que él hace. ¿Le molesta el hecho de que mate
gente? ¿Lo ayuda siquiera?

Respiro cuando Wren me arrastra hacia él, desconcentrándome y haciéndome


ver que están hablando.

—Estamos planeando cómo sacar a tu novio de un apuro —explica Virgil, con


los ojos clavados en los míos. —La cagó, Hazel. Y ahora alguien lo está buscando.
Regla número uno de ser un asesino en serie. —Sloane resopla ante su tono dulce
como la miel. —No seas un asesino en serie.

—Creía que habría sido que no te atraparan —detallo, dirigiendo la mirada a Wren.

—Bueno, probablemente debería serlo —admite mi acosador. —Pero eso es


mucho más fácil de hacer si no estás de fiesta.

—¿Estás... tú?
167
—Lo estaba —reconoce después de un momento, y es tan despreocupado que
parece que no le molesta en absoluto.

—¿Qué te detuvo?

—¿Tienes que preguntar? —murmura, mientras ajusta su agarre. —Mato gente


por diversión. Más que nuestros otros amigos juntos, probablemente. No tengo
miedo de admitirlo ante ti, ni de decirte que, de todos nosotros, siempre soy el
más propenso a que me atrapen. Me aburro, y hay gente que... —Su mirada se
vuelve soñadora y distante. —Justo es mi tipo, supongo.

—¿Pero ya no?

—No.

—¿Porque...? —Me gustaría que fuera al grano, explicara la razón, o lo que sea.
—Porque, Hazel. Ahora te tengo a ti. Y eres mucho más interesante de lo que po-
dría ser descuartizar a la gente.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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21

C uando desvío la mirada de Wren, mis ojos se posan en Virgil, quien sonríe
con franca diversión provocando que el calor suba a mi rostro, dándome unas
innegables ganas de retorcerme. —No digas esa mierda delante de otras personas
—murmuro, como si no fuera demasiado tarde para salvar las apariencias.

No es que a Wren le importe. Se ríe entre dientes, con una sonrisa evidente en 168
su preciosa cara, y se acomoda para apoyarse en mi espalda.

—Creo que podemos admitir que no soy un asesino compulsivo —declara, mien-
tras el pomo de la puerta gira al otro lado de la habitación, poniéndome tensa.

Vulcan, el más agitado y guardián de los dos perros, da un ladrido para alertar
a la habitación mientras la puerta se abre, revelando a Cass y Jed.

—¿Sabían que hay un policía rondando por aquí? —pregunta Cass, cerrando la
puerta tras Jed, que permanece callado. El hombre rubio y tímido camina hasta
sentarse en el suelo delante de Vulcan y, por un momento, me preocupa que el
perro vaya a comérselo o, como mínimo, a ladrarle.

Pero segundos después, el perro se revuelca en el suelo, los dedos de Jed le


rascan el pecho con pericia mientras su cola golpetea contra el suelo.

—Ex policía —aclara Virgil, mirando a Jed con pereza. ¿Es porque está tan cerca
de Sloane? En muchos sentidos, me recuerda a mi novio. Todos lo hacen, hasta
cierto punto. —Y sí, está bastante seguro de que ha atrapado a Wren y cree que es
responsable de los asesinatos de este año.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—¿Es responsable de todos ellos? —pregunto, girándome para mirarlo sor-


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prendida mientras me muevo para sentarme en el brazo de la silla en lugar de en


su regazo. Wren me sonríe dulcemente. —Claro que sí.

—¿Cuántos ha habido? —La pregunta debería molestarme más, pero no lo hace.


En cambio, descubro que tengo curiosidad por saberlo, más que disgusto o miedo.
Además, dudo que sean más de tres o cuatro cuerpos, sin incluir a Brett.

—Uh, siete —dice, un poco descontento.

—¡¿Siete?! —No tengo ni idea de cómo no lo han atrapado ya. Eso parece mucho,
aunque no es que tenga ningún tipo de experiencia con el homicidio.

Asesinato. Es un maldito asesino en serie.

—Sí. Me dejé llevar un poco después de año nuevo —admite.

—¿Por qué? —No puedo evitar preguntar, pero se limita a mirar a Jed, con una
ceja levantada. 169
—Ese perro va a comerte algún día —amonesta a su amigo, que resopla y niega
con la cabeza. —¿Y eso no será poético para ti?

—Irónico —corrige Jed, sin levantar la vista. —No es realmente poético, no lo


creo. Pero bueno, ¿cómo vas a saberlo? Nunca te gustó la poesía.

—Así que ahora Wren es un asesino compulsivo —añade Cass, arrastrando una
silla del comedor. Hace un ruido espantoso en el suelo de madera que no entusiasma
a Wren, pero no protesta verbalmente cuando Cass se deja caer en ella y suspira, pa-
sándose una mano por el pelo. —Si Kat estuviera aquí, acabaría contigo —regaña, al-
zando las cejas mientras lo mira de arriba abajo. —Deberías alegrarte de que no esté.

¿Quién demonios es Kat?

—Como sea. —Nunca había visto a Wren actuar como un niño petulante al que
regañan, pero eso es lo que parece. Especialmente ahora, cuando parece que se ha
cerrado en banda y no quiere hablar de lo que sea que estén insinuando, aparte de
su inminente muerte. —Mira. Hartmann no es el único problema. Es el principal,
claro, pero tiene amigos. Quienes siguen en el departamento y están empezando
a hablar. Si fuera solo él, no tendría por qué ser difícil solucionarlo.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

No es que suene particularmente molesto por ello.


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—Pero no puedes matarlo —señala Virgil, acercando a Sloane a él. —Eso es


sólo pedirlo. Por lo que he oído, los demás policías saben por qué lo echaron, y
que está obsesionado contigo. Si muere porque estaba investigando sus pistas,
entonces… —No termina, pero no necesita hacerlo.

—¿Y si uno de ustedes lo hace? —sugiere Sloane, como si la idea fuera obvia.
—Hacer que parezca que se enredó con algo que no debía, pero darle a Wren una
coartada honesta.

—Es una opción mejor —admite Cass dubitativo. —Pero sigue dándonos más
atención de la que nos gustaría. Aun así, si no podemos idear otra cosa, yo lo haré.

—Permíteme. —La voz de Jed es ligera y repentina, y levanta la vista con una
sonrisa dulce y pesarosa. —Nadie me mira como al resto de ustedes. Hace años que
no mato a nadie, y nunca por aquí. —Sus pálidos ojos azules parecen iluminarse a

170
medida que habla, hasta volverse espeluznantes. —Además. Todos ustedes suelen
deshacerse de los cuerpos de las formas obvias. Son creativos, en cierto modo.
Pero predecibles. Nunca lo encontrarán si lo hago yo. Soy la apuesta segura.

La forma en que habla me produce escalofríos. Pensaba que parecía demasiado


bueno para matar a alguien... hasta ahora que me parece estar mirando a otra persona.

—Pero necesitaré una motosierra —señala. —Y un martillo. Pero podría…

—No —Virgil y Wren lo cortan a la vez, este último frunce el ceño con preocupa-
ción mientras sacude la cabeza e intercambia una mirada con el novio de Sloane.
—No —repite Virgil, con la preocupación grabada en el rostro. —No creo que sea
una buena idea.

—Yo tampoco —acuerda Wren. —Te lo agradezco, Jed. Pero creo que todos
estaríamos más seguros si no lo hicieras.

Jed sólo se encoge de hombros, la luz de miedo se desvanece de sus ojos mien-
tras vuelve a darle masajes en la pancita al perro. Desde el sofá, el otro perro
observa, pero no deja su lugar allí con sus patas en el regazo de Sloane.

—¿Y si ninguno de ustedes lo hiciera? —participo, tratando de ordenar algunos


pensamientos perdidos. —¿Y si ninguno de ustedes lo mató, para que no hubiera
forma de pensar que están implicados en absoluto?
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—Pero ese es el problema aquí, Hazel —recuerda Virgil, no sin malicia. —Ya
TÚ SERÁS MI NOVIA. MI PERFECTA Y PRECIOSA NOVIA QUE ANSÍA AL ENORME

creen que tu novio es un maníaco homicida con tendencia a descuartizar a la


gente con un machete. Y tarde o temprano, hasta un idiota puede tener razón.
Actualmente, Hartmann es el idiota, y se le están acabando las oportunidades de
equivocarse. No creo que esta vez las probabilidades estén a nuestro favor.

—No a mi favor, querrás decir —señala Wren con un suspiro. —Pero tiene
razón. Es hacerlo o morir. Para cualquiera de nosotros.

—Sí, no estoy discutiendo eso. Pero yo sólo quería decir ¿qué pasa si ninguno
de ustedes lo mata? Si es claro como el día que ninguno de ustedes lo hizo, y el
departamento lo sabe también, entonces ¿no serviría eso? Ninguno los persigue
como a él, así que... —Me encojo de hombros y miro hacia un Wren inseguro, casi
preocupado. —¿Qué?

—Hazel... —Se detiene, la inquietud contrayendo sus rasgos. —No voy a dejar
que mates a alguien por mí. Ni que vayas a la cárcel por mí.
171
Frunzo el ceño. —No me estoy ofreciendo. Al contrario de lo que estás pen-
sando, a mí también me gustaría no ir a la cárcel. No, quiero decir, ¿y si lo mata
otro policía?

—¿Y por qué harían eso? —pregunta Cass, con voz interesada pero cuidadosa-
mente desprejuiciada.

—Hartmann está loco, o a punto de ser certificado —subrayo, mirando a Virgil


en busca de confirmación. El moreno asiente sin vacilar. —Y cree que conozco
todos los secretos de Wren, o que puedo guiarlo hasta ellos. Me acosa. Sobre todo,
últimamente, que me sigue más. Sé que no cree mis mentiras, y se enfada. Se pone
violento. —Recuerdos del día en que Virgil lo había alejado de mí pasan por mi
cabeza, alimentando mi plan. —¿Pero y si eso es algo bueno? Se enfada mucho
cuando miento, o cuando niego tener algo que ver. ¿Quizás si fuerzo una confron-
tación, y lo preparamos para que vengan otros policías? ¿Y si...? —Me quedo un
minuto pensativa. —¿Y si hacemos que otro lo mate? Como un oficial de policía.
Si es un peligro para la población, y estamos en un lugar público, entonces segu-
ramente tendrían que hacerlo. ¿No es así? Seguro que no le dejarían marchar sin
más, y como mínimo lo meterían en la cárcel y desacreditarían sus teorías sobre
Wren... ¿quizá?
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Levanto la vista, dándome cuenta de que hay muchas posibilidades de que mi


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plan sea estúpido.

—Bueno, eso es un poco rebuscado —repasa Virgil secamente. —Y peligroso.


¿Quieres que haga algo así? —La pregunta no es para mí, sino para Wren.

Mi asesino en serie se encoge de hombros con cuidado.

—No —admite, volviendo su oscura mirada hacia la mía. —No quiero hacer
nada que la lastime. Y no puedo prometerte que no lo mataré si se pone violento
contigo, Hazel. Y entonces tu plan se arruina, y yo voy a la cárcel de todos modos.
—Su sonrisa es irónica, haciendo que mi corazón se hunda.

—Entonces no vayas —dice Cass con firmeza. —Somos cuatro. No tienes por
qué estar allí.

Wren abre la boca para discutir, pero Virgil le corta para decir—: No, tiene
razón. Y tu novia tiene razón. Hazel, tiene razón. —Se corrige a sí mismo, como si
por fin me he ganado que usen mi nombre en una sala de asesinos en serie. —Es
172
una buena idea, si funciona.

Si no muero haciéndolo.

—Sólo tienes que estar en otro lugar diferente.

Cuando la puerta se cierra detrás de Virgil, le doy unos segundos. En lugar de


seguir a un Wren enfadado hasta su cocina, lo espero en el salón, deseando que
todavía haya alguien con quien hablar que no sea mi melancólico novio.

Está enfadado conmigo.

Aunque no le tengo miedo, me pone nerviosa. Me preocupa haber metido la


pata y haber fastidiado lo nuestro. Si bien no puedo evitar pensar que, aunque lo
haya hecho, si al final mi plan funciona, Wren seguirá estando a salvo.

—Toma. —Una fría lata de Coca-Cola me aprieta la sien, haciéndome chillar, y


alzo la vista hacia su cara, sorprendida de que haya vuelto. No le había oído, pero
parece que uno de sus mayores talentos es moverse en silencio.

—Pareces disgustada —añade, sin moverse cuando agarre la lata.


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—¿Yo parezco disgustada? —Hay un tono nervioso en mi voz que desearía que
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no estuviera ahí, pero es lo que es. —Has echado a tus amigos, básicamente. Tú
pareces realmente enfadado por esto. Conmigo.

Suspira y se apoya en la columna que tiene detrás y que separa el salón del
comedor y la cocina. —No es así —comenta finalmente. —No como tú crees. No
estoy enfadado contigo, conejita. ¿Cómo podría enfadarme contigo?

—Bueno, por el aspecto de tu cara, te estás esforzando al máximo en conseguirlo.

Me mira y se le dibuja una sonrisa en los labios antes de borrarla con la mano.
—¿Tienes hambre? —pregunta cambiando de tema, haciéndome un gesto para
que lo siga. —Y seguro que quieres ver algo más de mi casa que el salón.

Tiene razón, aunque mi estómago da vueltas y se retuerce nervioso, como si


fuera a estallar contra mí en el minuto siguiente. Aun así, lo sigo, admirando en
silencio la gran mesa del comedor con sus sillas a juego y la encimera de granito
con la que casi tropiezo al ir detrás de Wren. 173
Hay un frutero sobre la encimera, como si fuera una casa de exposición, y
cuando lo miro, Wren resopla. —No es para exhibirla o algo así. Me gustan mucho
las manzanas, y los plátanos son buenos para la salud. —En un segundo vistazo,
me doy cuenta de que el cuenco sólo tiene manzanas y plátanos.

Qué bicho raro más adorable.

—Sólo trato de ayudarte. Porque no quiero que vayas a la cárcel ni que te


maten —murmuro, deslizándome sobre un taburete de la barra mientras él deja
su propia bebida a mi lado y se acerca a la nevera para rebuscar en ella. Pero no
puedo evitar pensar que no tiene hambre, sino que busca algo para hacer.

—Lo sé —dice al fin, enderezándose. —Eso es lo que lo hace peor, ¿sabes? Odio
ser yo quien te ponga en esta situación. —Se acerca para apoyarse en el mostrador
frente a mí, sus manos a centímetros de las mías alrededor de la bebida.

—Si pudiera volver retroceder en el tiempo, me diría que me contuviera. Que


parara. Hubo algunas veces en las que podría haberlo hecho. Y mis amigos creen
que debería haberlo hecho. Pero no soy exactamente como ellos.

—¿Porque no se van de matanza?


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Resopla, sacudiendo la cabeza. —Cass mata a la gente que le recuerda a al-


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guien. Tiene un tipo, y normalmente sólo hay unas pocas veces al año en las que
le apetece matar gente. Por eso todos hacemos una buena fiesta de disfraces en
octubre y lo encerramos. Si no, volvería a ser el Halloween de 2019.

No tengo ni idea de lo que eso significa, pero no pregunto.

—Jed no ha matado a nadie en años. Ni siquiera sé mucho de él, salvo que su


familia es... —Me mira y enarco las cejas esperando que continúe. —Son caní-
bales —dice al fin. —Pero lo he visto ponerse como antes unas pocas veces. Me
preocupa. No sé si sería capaz de parar, si alguna vez volviera a empezar. Así que
intentamos no dejarlo. Y Virgil, a pesar de su arrogancia y sus amenazas, ha ma-
tado aún menos que Cass o yo. Es blando, pero no le digas eso.

—No lo parece —admito.

—No quiere parecerlo —bromea Wren.

—¿Y qué hay de ti, entonces? Me ibas a decir por qué eres diferente.
174
—He matado más que todos mis amigos juntos —explica Wren sin vacilar, con
los ojos oscuros mientras da golpecitos con el dedo en la mesa. —Fácilmente.
Apuesto a que podrías duplicar su número y aun así no igualar el mío. ¿Quieres
saber lo que me excita, Hazel?

—¿Sí? —susurro; sintiendo que es el secreto más interesante que he oído en mi


vida.

—Nada.

Pero la respuesta es cualquier cosa menos el gran secreto que esperaba. Debe
de ver la confusión en mi cara, porque sonríe y se inclina hacia mí, bajando la voz
para susurrar conspirativamente—: Porque no necesito un detonante. No necesito
un tipo. Todo el mundo es mi tipo, y siempre estoy buscando una razón.

Las palabras, aunque no sean una amenaza para mí, me dejan helada. Es una
reacción instintiva. Una que viene de mi propio ADN, no de mi cerebro ni de mi
corazón. Mis propios sentimientos la ahuyentan un segundo después, pero no
puedo evitar que esas palabras resuenen en mi cuerpo, sólo por un segundo.

Wren es un monstruo.
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Pero, más felizmente, no es algo que me moleste mucho.


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—¿Podrías tal vez, no hacerlo tanto? —sugiero suavemente, girándome para


alentarlo con una pequeña sonrisa. —Me gusta pensar que no estoy haciendo esto
por nada. No quiero que tengas que volver a hacerlo pronto.

Me mira, con la sorpresa coloreando sus rasgos y se mofa, lo que se convierte


en una carcajada plena y significativa. Wren me besa la mejilla antes de levantarse.

—Te quiero —suelta directamente, tan certero como recibir un puñetazo en


el pecho. —Quizá no como otras personas. Quizá no sea un amor normal, pero
Hazel... —Me mira a los ojos, aun sonriendo. —Te quiero a muerte, joder.

Afortunadamente, eso no me hace dudar. No me asusta como lo habría hecho


hace una semana, o hace un mes. Sólo me hace poner los ojos en blanco.

—Te encanta la idea de que me deshaga de tu acosador —acuso, tratando de


mantener esto ligero. ¿Lo quiero? ¿Podré quererlo también?
175
Sí, susurra una vocecita dentro de mi cabeza. Puedes, y lo haces.

¿Pero eso también me convierte en un monstruo?

—Pero desearía no fueras allí esta noche —admite Wren en voz baja. —Estoy
jodidamente preocupado por ti, conejita. Preferiría matarlos a todos y hacerlo así.

—Es una forma estúpida.

—Bueno, es mi manera.

Se aleja, vuelve a la nevera, antes de anunciar que va a recoger algo de la des-


pensa. Lo observo irse, con la cabeza apoyada en mi mano mientras coloco el codo
en la encimera debajo de mí. Estoy aterrorizada, pero no quiero que se entere.

Porque, aunque Cass va a estar allí para asegurarse que no acabe muerta, sigo
teniendo la terrible y persistente sensación de que podría hacerlo de todas formas.
Sólo puedo esperar estar equivocada, y que esto salga mejor de lo que nunca es-
peré. Entonces, por la mañana, Wren estará libre de esta sombra que lo persigue
y podrá dejar de preocuparse por una bala en la nuca o por pasar el resto de su
vida pudriéndose en la cárcel.
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22

E sto es una mala idea.

Bueno, para ser justos, es la única idea que se nos ocurrió. La única que se me
ocurrió cómo ejecutar, y nadie más, estaba sugiriendo otra cosa, así que, si es
una mala idea, es la mejor de las peores. Aunque, no estoy segura de si eso es un
cumplido, cuando pienso bien en ello. 176
Un soplo de ansiedad se apodera de mi pecho, y me paro en la esquina de la
calle mientras pasa un autobús, atento a la estación que está tan cerca detrás de
mí que se frena casi hasta detenerse por completo en mi cara. Mis ojos se elevan
mientras pienso, apenas lo enfoco, y sólo por un segundo veo el letrero intermi-
tente de la parte delantera que proclama Springwood, Ohio, antes de que haga el
giro hacia la estación.

No es tan lejos del centro de la ciudad. Pero por eso es mejor idea que ha-
cerlo, por ejemplo, en las escaleras del museo. Al menos aquí, aunque Wren y sus
amigos estén en la sombra, probablemente no serán reconocidos.

Por su parte, Virgil y Jed se mezclan a la perfección y no tengo ni idea de dónde


están. Ni siquiera sé qué aspecto podrían tener hoy, ya que es obvio que no se
parecerán a sí mismos. No, habían decidido que como Hartmann sabe lo de Wren,
es igual de probable que también conozca sus caras.

Soy la única que puede arriesgarse.

Tampoco veo al detective, aunque sé con certeza que no se encuentra tan lejos.
Me he acostumbrado a la sensación de ser observada, y está aquí, con toda su
fuerza, como ojos que perforan mi espalda.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

—Disculpa. —Las suaves palabras me hacen sobresaltar, aunque mi cerebro


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registra que no vienen de nadie que conozca. Me giro de todos modos, como si
estuviera en peligro, pero el hombre que está detrás de mí sólo levanta una ceja y
me observa. —¿Te he asustado?

Lleva una mochila al hombro y una semana de barba crecida en su atractivo


y anguloso rostro. Sus ojos castaños claros, hundidos en una nariz demasiado
grande, nunca se apartan de los míos, ni siquiera cuando se levanta para pasarse
una mano por el pelo también castaño.

—Lo siento. Siempre estoy muy nerviosa —miento, preguntándome si acaba de


bajarse del autobús que está estacionado fuera de la terminal. —¿Te... estorbo?
—No puedo evitar preguntar, confusa sobre lo que quiere.

—No. —Sonríe amablemente, y cuando veo que las líneas alrededor de sus ojos
se hacen más profundas, calculo que está en la treintena. Mayor que Wren y sus
amigos, sin duda. Pero no por mucho. —¿Sabes cuál es el camino más rápido a la
Universidad de Baltianic? Preferiría no tomar otro autobús, pero si es lo mejor...
177
—Encoge los hombros delgados bajo una ligera chaqueta negra. —Siento de nuevo
haberte asustado.

—No es nada. —Observo cómo vuelve a flexionar los dedos, como si no pudiera
mantener las manos quietas o le dolieran. —Yo que tú pediría un Uber —respondo
finalmente. —El autobús sería brutal para ir tan lejos por la ciudad. Y es tarde, así
que no será un buen viaje.

Hace una mueca, pero la mirada se suaviza cuando vuelve a encontrarse con la
mía. —Gracias —expresa el hombre, como si lo dijera enserio o yo hubiera hecho
algo más que darle vagos consejos. —Espero que tu noche empiece a ir mejor.

Le sonrío, insegura de si es alegre o tan dolorosa como se están volviendo mis


retorcidas entrañas. —No hay problema. —Espero que se vaya, pero me mira a un
segundo más y juro que lo oigo tararear suavemente.

Luego se encoge de hombros y se mueve, subiendo por la acera hacia una fila
de restaurantes que normalmente están abiertos hasta medianoche. Le dedico
unos segundos de mi tiempo antes de sacudir la cabeza para despejarla y cruzar
rápidamente la calle como si acabara de perder el hilo.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Y no como si estuviera instando al detective a que me siguiera hacia el interior


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del distrito de almacenes.

Las luces de los autos, las tiendas y los postes de la calle proyectan sombras
más inquietantes de lo que esperaba. A pesar del miedo creciente, camino como si
tuviera un propósito. Como si todo esto fuera parte de un plan bien pensado para
llegar a algún destino, y no el sinuoso rastro de migas de pan que intento dejar
para el ex agente de policía.

Intento no parecer tan apurada como me siento. Así que me detengo a mirar
dentro del escaparate de una panadería e incluso leo el cartel de un musical que
está haciendo su viaje de Broadway a Akron. Paso una esquina y le hago un cum-
plido al perro que camina por allí, luego vuelvo a cruzar la calle con la pareja y le
deseo lo mejor a la dueña antes de separarme de ella.

Los almacenes se alinean en las calles frente a mí, junto con una disminución
de la iluminación disponible que me hace dudar un poco. Pero confío en Wren y
en los demás, y me recuerdo a mí misma que en realidad no estoy sola aquí.
178
Sobre todo, porque ahora que hay menos gente, la presencia del ex detective
Hartmann es bastante obvia. Estúpidamente, continúa llevando sus gafas de sol,
incluso a estas horas de la noche, cuando es casi la una de la madrugada, y su
elegante chaqueta negra es otro claro indicio con la estrella dorada bordada en el
bolsillo.

Una que, por lo que he oído, ya no tiene derecho a llevar.

Seguro que, si siguiera siendo un detective y no estuviera completamente loco,


sabría que eso le hace bastante reconocible y obvio.

¿Qué está mal con él?

La idea es casi suficiente para detenerme en seco. Si le pasa algo, si tiene un tor-
nillo suelto y está dando vueltas en la cabeza para causar aún más daño, ¿es una
buena idea? No importa, seguro que los demás ya han pensado en esa posibilidad.

Giro por la calle Danvers, contenta de no tener tanto miedo como para olvidar
adónde voy, y finalmente ralentizo mis pasos, intentando parecer “perdida”.

Lo cual no es difícil cuando nunca he estado aquí antes.


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Los pasos detrás de mí desaceleran y finalmente se detienen. Me doy la vuelta


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bruscamente, como si no hubiera sabido que me seguían. Un sonido bajo me


abandona, y retrocedo asustada, la expresión de mi cara probablemente dema-
siado dramática para la ansiedad que siento.

—¿Qué quieres? —grito, lo suficientemente alto como para que alguien cercano
me oiga. Está vacío, pero no lo suficiente como para que pase desapercibido. Al
fin y al cabo, el plan es que el público oiga mi angustia y llame a la policía.

Entonces, cuando vengan el patrullero, tendrán que hacer algo con Hartmann.
Irá a la cárcel, o algo así. Tal vez se meta en problemas con sus antiguos supe-
riores. En cualquier caso, amenazar a una chica de veintitantos años no quedará
bien en su expediente.

Hartmann se detiene, con una sonrisa áspera y hostil en los labios. —¿Qué
demonios haces aquí? —suelta, ajustándose la chaqueta lo suficiente para que
pueda ver la pistola que lleva en la cadera. Se me corta la respiración y el corazón
me da un vuelco en el pecho. Esta es la parte aterradora, porque realmente podría
179
hacerme daño.

—¿Tienes una pistola? —Subo el tono de voz, levanto las manos y, de reojo, veo
que algunas personas se fijan en mí, aunque la mayoría se apresuran a mirar en
otra dirección o se quedan inmóviles. —¡Por favor, déjame en paz! —Retrocedo,
sintiéndome casi tan aterrorizada como estoy actuando.

Todo esto me recuerda un poco a la guardería. Por aquel entonces, había una
niña a la que no le caía bien y que un día, en la barra de equilibrio baja en medio
del patio de recreo cubierto de rocas, había fingido que le había dado un puñetazo.

Por supuesto, yo nunca había pegado a nadie en mi vida. Y no iba a empezar


con ella. Le tenía demasiado miedo. Sin mencionar que no era exactamente una
niña violenta. Pero ella me había convertido en la peor niña del patio ese día. Se
había doblado de dolor, quejándose de que lo había hecho cuando me acerqué
a comprobarla. Los profesores acudieron corriendo y, aunque yo había llorado
tanto como ella, me pusieron en penitencia el resto de la clase y llamaron a mis
padres para acusarme.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Años más tarde, Emily admitió que había mentido y que todo había sido una
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estratagema para meterme en problemas. Pero para entonces ya no éramos niñas


y era algo para poner los ojos en blanco, no para llorar.

Y esto es algo más importante que el patio de recreo. Aun así, canalizo a Emily
lo mejor que puedo y me lanzo al almacén que tengo detrás y que previamente
había visitado cuando planeamos esto hacía horas.

—¡Espera! —No desenfunda el arma, pero, como era de esperar, me sigue hacia
el interior del almacén, como sabía que haría. Sus pasos resuenan en el suelo
de piedra, y no avanzo demasiado antes de girar y detenerme en seco, todavía
petrificada.

A estas alturas, Jed o Virgil ya habrían llamado a la policía.

Levanto las manos y hago todo lo que puedo para convencerlo de que se calme,
mientras lo interrumpo a cada paso. Me late el corazón de miedo todo el tiempo
que lo hago, y cada vez que le ruego que me deje en paz, puedo ver más y más 180
rojo subiendo por su cara. Como si su irritación aumentara por momentos.

Dios, espero que no me dispare.

Si lo hace, probablemente dolerá como una perra.

Si lo hace, Wren lo matará, irá a la cárcel y ninguno de nosotros tendrá su fe-


lices para siempre.

—¿Por qué me estás siguiendo? —suplico, esforzándome por oír el sonido de


sirenas. —¡Por favor, por favor, déjame en paz!

—¡Tú sabes por qué! —suelta, con más control del que espero. —Sabes lo que
es, y yo también.

—¡No, no sé de qué estás hablando! Es mi novio, pero nada más. ¡Viene a la flo-
ristería y tenemos citas! Hablamos de antropología y de gatos. ¡Nos está haciendo
la vida imposible y no me deja en paz!

Ahí están. Mientras respiro para tranquilizarme, oigo el sonido distante de las
sirenas. Por suerte, no estamos lejos de una comisaría, así que los agentes no han
tardado mucho en aparecer. Hartmann parece más frustrado que otra cosa
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Pero no está... enfadado. No como el otro día. No como yo esperaba. Necesito


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que esté furioso.

Si no lo está, y puede explicarse con los policías que vienen, entonces estoy jo-
dida. Como mínimo, esto será mucho más difícil y no tengo a nadie que me ayude.

Las puertas se cierran fuera y Hartmann pone los ojos en blanco, más exaspe-
rado que otra cosa, mientras dos policías entran corriendo en el almacén, con las
armas desenfundadas.

Pero... esta no es exactamente la escena que necesitábamos.

¿Dónde está el detective furioso y gritón? ¿El que no podía controlarse y me


había amenazado?

—Finalmente —gruñe, mirando a los dos. —Los dije que se dieran prisa.

—Lo siento —dice el de pelo más oscuro, y se vuelve para mirarme, con la pis-
tola apuntando al suelo. —Estás bajo arrestado —indica, y las palabras hacen que 181
mi cerebro se ponga blanco y el terror se apodere de mí.

—¿Por qué? —pregunto, dando un nervioso paso atrás.

Así no es como deberían ir las cosas. ¿De verdad mi plan había sido tan malo?

—Por complicidad con un presunto asesino.

—Pero él no es...

—Lo es. Y creo que los dos lo sabemos —interrumpe Hartmann, más seguro de
sí mismo de lo que nunca lo había visto. ¿Lo del otro día fue una actuación? ¿Fue
algo aislado? Ha sido brutal en su seguimiento de mí. Implacable. Seguro que todo
eso no fue una actuación para intentar empujarme a hacer algo estúpido.

Seguramente no estaba tratando de presionarme para hacer algo que haría que
Wren saliera de la nada para ayudar.

—¿Cómo lo sabes? —exijo. —¿Por qué sientes tanto odio por mi novio?

Hartmann sonríe sombríamente y abre la boca, las palabras poco amables y


antipáticas fluyen por mis oídos y entran en mi cabeza. Debería tenerles miedo.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Miedo de las explicaciones y de cómo ha estado esperando una oportunidad


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para demostrarlo todo.

Me amenaza.

Lo oigo, aunque nada de eso se procesa en mi cerebro.

¿Cómo podría, cuando el hombre de la estación de autobuses está detrás de


ellos, con una larga garra metálica sobre los labios mientras se acerca silenciosa-
mente a los policías?

Pero la verdadera razón por la que me quedo sin aliento no son sus manos
cubiertas por afiladas garras ni el gesto que me silencie. No es porque se esté
acercando, no. Es porque con cada paso y cada respiración que tomo, lo veo en
su cara.

Va a matarlos.

182
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.
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23

V uelvo a mirar a los agentes y lucho contra el impulso de buscar a Jed y


Virgil. Deberían estar aquí. Habían prometido estar aquí.

Pero no están, por lo que veo.

Peor aún, aquí sólo está este hombre extraño. Estoy dispuesta a apostar que es
un forastero en Akron, y si Wren lo conoce, seguro que no me lo dijo. 183
—¿Estás escuchándome? —Hartmann avanza blandiendo un par de esposas y
yo lo miro con los ojos muy abiertos. Alarga la mano para agarrarme la muñeca,
con dedos duros y húmedos.

Estúpidamente, pregunto—: ¿No te habían expulsado del cuerpo?

Se le dibuja una sonrisa siniestra en los labios y le brillan los ojos.

—¿Y quién te dijo una cosa así?

Todos sabían lo cerca que estaba de atrapar a Wren. Y pensé que quizá, sólo
quizá, si le hacía creer que no tenía al departamento detrás de mí, harían algo que
normalmente no hacían. Mira hacia el almacén con ojo avizor y frunce el ceño.

—Pero no sé qué demonios es esto. ¿Por qué has venido aquí? ¿Y esperar por
la policía?

Resopla. —¿De quién creías que huías?

—Yo diría que huía de mí. —El extraño se desliza hacia delante en un grácil
movimiento antes de que ninguno de los dos agentes pueda girarse.
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Ni siquiera Hartmann reacciona con la rapidez suficiente, y las garras metálicas


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del desconocido sujetas al guante de cuero en sus manos se clavan en la garganta


de uno de los policías.

El tiempo parece ralentizarse cuando el otro apunta con su pistola, pero con
una mano en mi muñeca y la otra sujetando las esposas, Hartmann ni siquiera
piensa en ir por su reglamentaria.

Antes de que el segundo agente pueda disparar, el hombre le da un tirón,


agarra la cara con una mano y le rodea los hombros con el otro brazo.

Sé lo que va a hacer al igual que el agente, y el miedo parpadea en sus ojos.

—Oh Dios, por favor, no... —grita una vez mientras el hombre se retuerce,
y luego otra justo antes de que un crujido repugnante llegue a mis oídos y el
hombre caiga al suelo, con las extremidades flojas.

—¿Qué ocurre, agente? —ronronea, retorciendo los dedos para que las garras
hagan suaves chasquidos al rozarse. —Llevas tanto tiempo buscándome. Pensé
184
que te alegrarías de verme.

Está mintiendo.

Algo se desencadena en mí ante las palabras del hombre, porque está encu-
briendo a Wren. No dice la verdad sobre los asesinatos, pero el agente Hartmann
no lo sabe.

El ex agente a los dos hombres tirados en el suelo y le tiemblan las manos.

—Vete —sisea, empujándome hacia atrás. Retrocedo unos pasos a trompicones,


con los labios apretados mientras lucho por no temblar. Mis manos se cierran en
puños y veo cómo el desconocido rodea a Hartmann cuando éste va por fin por
su pistola.

—Yo no lo haría si fuera tú —advierte, y me pregunto si sabe, de algún modo,


que la pistola del detective se atascará en su funda, haciendo que tenga que dar
dos tirones adicionales.

Seguro que no. Es imposible que lo supiera. Es humano, como yo. No es un psí-
quico, o algo peor. Tal vez es sólo el destino.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

El desconocido se abalanza sobre Hartmann, le da puñetazos y lo golpea con


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unas garras metálicas que suenan como uñas en una pizarra cuando chocan
contra uno de los muchos desechos minerales del almacén. No da ninguna opor-
tunidad al ex agente, sólo se mueve a su alrededor y fuera de su alcance. Cuando
Hartmann por fin consigue liberar su arma, el desconocido se la quita de un ma-
notazo, sorprendentemente elegante incluso con las garras puestas.

Y yo me limito a mirar. Retrocedo otro paso y busco en mi memoria algo que


Wren pudiera haber dicho sobre otro “amigo”.

Pero no se me ocurre absolutamente nada.

Finalmente, Hartmann suelta un grito de dolor, su voz baja y reacia, como si no


quisiera admitirle al asesino ni siquiera la agonía de esa herida.

El desconocido sonríe y lo golpea de nuevo, mostrando que el dorso de sus


guantes también tiene incrustaciones de metal. Hay una salpicadura de sangre, y
cuando Hartmann intenta correr, lo hace en mi dirección. 185
El desconocido lo golpea de nuevo con el dorso de esos guantes mortíferos, y
cae desplomado, salpicándome de sangre el pecho y los brazos desnudos.

Hartmann no se levanta. Los otros dos policías tampoco, y es fácil ver por qué.
Uno yace en un charco de su propia sangre, con las garras clavadas en una arteria
carótida de la garganta. El otro, al que le habían roto el cuello, yace con ojos que
miran sin ver hacia la puerta, como si al final hubiera deseado poder huir.

Aunque este hombre me ha salvado la vida, no puedo evitar los acelerados


latidos de mi corazón. No puedo evitar el terror que siento cuando admira por
encima su trabajo, silbando una suave melodía con los labios apretados.

—Gracias —susurro, y tengo que tragar saliva para recuperar la humedad de mi


boca seca. —Me has salvado.

—No parecías gustarles mucho —asiente el hombre, pateando suavemente a


Hartmann. —Sobre todo a éste. ¿Intentabas traerlo aquí, pequeña?

El apodo me incomoda de inmediato. Alargo la mano para abrazar mi cuerpo


inestable, sin apartar los ojos de los suyos. —¿No lo sabes? —Tenía tantas espe-
ranzas de que conociera a Wren que la pregunta me pone de los nervios.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

El desconocido levanta la vista y frunce el ceño con interés. —¿Debería saber


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algo sobre por qué estás aquí?

—Yo sólo. Mmm no. —Me relamo los labios y miro a mi alrededor, sin encon-
trar rastro de Virgil ni de Jed. —Pero pensé que podrías conocer a mi novio. Eso
es todo. Pensé que lo habías hecho para quitar las sospechas sobre él... como yo
intentaba hacer.

—No lo hiciste muy bien. —Ahora que sus ojos están sobre los míos, no aparta
la mirada. Merodea más cerca, las garras haciendo ese sonido chasqueante a su
lado mientras mueve los dedos. —¿Qué ha metido a tu novio en tantos problemas
que la policía también te persigue a ti? Supongo que sabías que te seguían desde
la estación de autobuses.

Asiento con el corazón en la garganta.

Hasta ahora, esta noche no he sentido verdadero miedo. He estado aprensiva,


ansiosa y asustada. Pero no aterrorizada como ahora. El miedo helado que me 186
envuelve me tiene bloqueada en mi sitio, y apenas soy capaz de dar un paso atrás
antes de que la mano del desconocido se acerque a mi mandíbula, con el metal de
sus garras de quince centímetros aun brillando por la sangre.

—¿Quién eres? —susurro, sintiéndome como el conejito que Wren siempre me


ha acusado de ser. Porque no puedo correr. Ni siquiera puedo moverme.

Todo lo que puedo hacer es mirar fijamente a la cara del asesino que podría ser
el que finalmente me mate.

Su otra mano se acerca, acelerando mi respiración, y no puedo evitar el escalo-


frío que me recorre cuando el dorso de una de sus garras roza mi cara. Siento las
rodillas como gelatina y tengo las palmas de las manos tan húmedas que no me
sorprendería dejar huellas por todas partes durante la próxima hora.

Si es que vivo tanto tiempo.

Al oír mis sacudidas, el hombre inhala. Sus ojos se abren de par en par, como
si pudiera olfatear mi miedo, y se inclina hasta que su cara queda a escasos cen-
tímetros de la mía. Está tan cerca que puedo oler la colonia oscura y almizclada
que se adhiere a él como una capa.
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—Madre mía —ronronea, sin responder a mi pregunta. —Supongo que estoy


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tocando propiedad ajena... ¿verdad? —Levanta la vista y se echa hacia atrás, justo
cuando Wren aparece a mi lado. Aunque no tengo ni idea de cómo lo ha llevado
toda la noche, empuña un machete con los nudillos blancos mientras mira fija-
mente al hombre de las garras.

—¿Cómo te atreves? —susurra con los ojos muy abiertos. —¿Cómo te atreves
a tocarla? —Se coloca frente a mí, con una mano en el hombro, y me pregunta—:
¿Te ha hecho daño, Hazel?

—N-no —digo, y entonces me doy cuenta de que siento calor en la mejilla.

¿Estoy llorando? Me llevo la mano a la cara y los labios del desconocido se


tuercen en una sonrisa. —Sólo la he marcado un poco —admite, mientras retiro
una gota de sangre que han dejado sus garras. —Ella está bien.

—¿Qué haces aquí?

—Salvándola, por lo visto. ¿Eres el novio que buscaban? ¿Al que acusaron de
187
asesinato? —Sus ojos se clavan en el machete, y luego vuelven a mirar a Wren. —Si
lo eres, debes ser uno descuidado. La habrían matado. Y creo que tus dos amigos
debían estar aquí... ¿no? O tal vez estoy pensando en otros dos que intentaban
venir al almacén y fueron detenidos por los policías que están patrullando inten-
samente esta noche.

Wren hace una pausa, y el hombre aprovecha el momento para continuar.

—Oh, ellos también están bien. Pero te llamaron a ti, ¿no? Estaban preocupados
por ella.

—¿Quizá tú también?

—Él los mató —susurro, mirando los cuerpos. —Le rompió el cuello y apuñaló
al otro. Y el detective...

—Lo dejé vivo —interrumpe el desconocido. —Pensé que era la decisión correcta.
Ya que asumí la responsabilidad de sus crímenes y todo eso. No se preocupen.
Dudo que recuerde mucho. Y si lo hace... —El hombre se encoge de hombros. —No
estaré aquí por mucho tiempo.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

Se aleja, pero Wren se lo impide. Contengo la respiración, con el terror su-


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biendo por mi garganta cuando el desconocido lo mira tras una pausa.

—¿Por qué la ayudaste? —pregunta finalmente Wren, escrutando su rostro.

Por primera vez, el desconocido sonríe, y la malicia grabada en su rostro se


desvanece.

—Porque no soporto que hagan daño a los niños. Muévete, Wren.

Sabe su nombre.

Wren no se mueve por un momento. Se queda mirando al otro hombre, que es


igual de alto que él y de complexión similar... excepto que, de alguna manera, no
lo es. Con los hombros encorvados y la cabeza ligeramente baja, parece más bien
que intenta ocupar el menor espacio posible.

—¿Cuánto tiempo estarás aquí? —cuestiona Wren, sonando como si tuviera


que forzar las palabras. —¿Qué quieres? 188
—No estaré aquí más tiempo del necesario —promete el hombre, levantando
las manos, y las garras, en señal de rendición. —En cuanto encuentre lo que busco,
me iré. —Me mira una vez más, sonríe y camina alrededor de mi novio, quien no
se ha movido ni un milímetro.

Y aunque Wren se tensa como si fuera a detenerlo. Aunque creo que va a aga-
rrar el machete y clavárselo en la espalda al desconocido, no lo hace. Se queda
ahí de pie, congelado, y sólo cuando el desconocido se ha ido exhala y suelta el
machete para aplastarme en un abrazo que me arranca un chillido del pecho.

—Santa mierda —susurro, alzando la mano para agarrarle la chaqueta. —Santa


mierda. ¿Estaba planeado? ¿Sabías que...?

—Por supuesto que no —asegura Wren. Me besa una vez, con fuerza, y luego
vuelve a abrazarme. —No debería haberte dejado hacer esto.

—No pasa nada. Ha salido bien, ha... —Miro a Hartmann, que aún respiraba. —
Deberíamos irnos. De hecho, tú deberías irte.

—No sin ti, conejita. —Su voz es firme, pero niego con la cabeza. —No, no. Ese
tipo tenía razón. ¿No lo ves?
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—Nunca tiene razón en nada.


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Eso tiene implicaciones que tengo que averiguar, pero no ahora. Todavía no.

—Esperemos que Hartmann le crea. No pensará que tú lo hiciste. Pero si huyo


contigo, si lo hará. Déjame quedarme y responder a sus preguntas. Déjame que-
darme para que nunca pueda rastrear esto hasta ti.

Wren vacila y yo me estiro para abrazarlo, con el cuerpo aún rígido por el
miedo. —No pasa nada —susurro, aunque no me siento nada bien.

—Déjame hacer esto por ti.

—Ya has hecho demasiado por mí —murmura, y niego con la cabeza.

—Bueno, entonces me lo deberás. Así que vete, vete, por favor. Estoy bien. —En
realidad no me siento bien, pero esa no es la cuestión. Wren me besa de nuevo,
prometiendo que Virgil regresará para asegurarse de que no acabo muerta.

Y esta vez, espero que tenga razón.


189
Pero, en cualquier caso, me arrodillo en el suelo cerca de Hartmann, con la
mano en el teléfono mientras llamo a la policía y espero a que suenen las sirenas.
Ensayo una y otra vez todo lo que diré cuando me pregunten por esta horrible
tragedia y el giro que ha tomado esta noche.
Y MALVADO ASESINO EN SERIE PARA INMOVILIZARLA Y CAZARLA COMO SE MERECE.

24
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E sta vez, sé cuándo entra.

Incluso escuchando música, con los auriculares pegados a los oídos mientras
me tumbo boca abajo con la cara entre las almohadas, sé que Wren está aquí. Me
observa, a juzgar por la forma en que casi puedo sentirlo rondando la puerta.

Pero no me muevo. Abro un ojo y miro el teléfono que sobresale de mis dedos 190
enroscados, y espero no estar a punto de empezar a babear sobre la almohada
que tengo bajo la mejilla.

¿Por qué no se mueve?

Casi me levanto para comprobarlo, preguntándome si tal vez me equivoco o


es uno de los gatos que Wren ha acogido en su dúplex, cuando la cama se mueve
debajo de mí y lo siento trepar por el colchón hasta que se hunde a ambos lados
de mis caderas.

Alarga la mano y me quita los auriculares, los tira a la mesita de noche y se


cierne sobre mí. —Lo estás poniendo demasiado fácil.

—Quizá lo hago a propósito —murmuro, chillando de sorpresa cuando se in-


clina para pellizcarme el hombro desnudo.

—¿Tumbada en mi cama sin camiseta y sólo en ropa interior? Creo que es fácil
de adivinar, conejita. Mi dulce y pequeña presa. —Me besa la espalda mientras
habla, y no puedo evitar estremecerme. —Todas tus cosas están aquí, ¿verdad? ¿Y
has entregado la llave al casero?
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—¿Qué eres, mi madre? —protesto, como si fuera una dificultad que me con-
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venciera tan fácilmente para mudarme con él solo unas semanas después del
asunto con Hartmann.

Lo cual, a estas alturas, no es un problema en absoluto. El oficial se había dis-


culpado. Amigable. Incluso había mirado a Wren y le había estrechado la mano,
diciendo que sin duda tendrían que atrapar al bastardo realmente responsable.
Me había preguntado si vomitaría ante la perspectiva de estrechar la mano de
Wren, pero de algún modo el detective lo había conseguido.

Y mientras tanto, nos limitamos a mirar los cortes que aún cicatrizaban en su
rostro y supimos que acabábamos de engañarlo para que creyera de todo corazón
algo que no era cierto.

—No. Soy tu acosador —bromea, con dos dedos deslizándose contra mí por en-
cima de mi ropa interior. —Soy tu asesino en serie. —Me coloca debajo de él y me
pone de rodillas para que pueda apretar más fácilmente su cuerpo contra el mío.
191
Es entonces cuando me doy cuenta de que no soy la única que apenas lleva
ropa.

—Ahora eres mi problema, supongo. Eso es lo que dijo Cass —suspiro, aunque
cuando Wren me levanta con una mano en la garganta y me gruñe juguetona-
mente al oído, no puedo evitar reírme. Tampoco puedo evitar el suave sonido
de excitación que me abandona cuando desliza las manos en mi ropa interior y
contra mi clítoris. —Pero, oye. Quiero hablar contigo.

Él no se detiene, solo boquea mi garganta, y yo me giro para mirarlo mientras


agarro su pelo entre mis dedos. —¿Por favor, Wren?

—¿Qué pasa, conejita? ¿Qué puede ir mal? —Aun así, se deja caer sobre un
costado, llevándome con él, y enreda sus piernas con las mías mientras me besa
el hombro.

Desde que me mudé a su casa, le ha costado tanto apartar las manos de mí que
durante un tiempo pensé que era una adicción.

Ahora estoy convencida de que lo es.


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No puedo decir nada mientras me pellizca la piel. No puedo hacer otra cosa que
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disfrutar cuando me aparta las bragas para meterme dos dedos en mi húmeda y
dolorida entrada.

Joder, lo deseo.

—Vamos —incita, liberando sus dedos para deslizar mi ropa interior por mis
caderas. —¿Quieres preguntarme algo? ¿Quieres decirme algo, pequeña presa?
—Me agarra el muslo, lo sube bruscamente sobre su cadera para que su longitud
roce mi coño goteante.

Joder, lo necesito tanto.

—Eres horrible —susurro, mordiéndole la mano que apoya en la almohada.

—Soy espantoso —asiente burlón, sujetándose con una mano para poder hun-
dirse en mí.

Entonces vuelvo a morderlo, haciéndolo gemir y soltando la mano de la almo- 192


hada para sujetarme por el cuello.

—Soy horrible, ¿verdad? El peor. Soy un monstruo —gruñe mientras me folla y


yo pierdo el hilo de mis pensamientos.

Finalmente me corro, por tercera vez en el día, y me deja caer boca abajo mien-
tras intento recomponer mi hilo de pensamiento.

—Que te jodan —murmuro, odiando que pueda desbaratar tan fácilmente


todos mis planes de conversación.

—Bueno, acabamos de hacerlo, ¿pero puedo comerte? —sugiere, con la mano


apoyada en mi estómago. —¿Pero no tienes clase esta noche?

No digo nada. Él sabe lo nerviosa que estoy por haberme vuelto a apuntar a
clases. Había sido en el último minuto, y sólo gracias a sus contactos había conse-
guido entrar en la Universidad de Baltianic para las clases de este semestre.

Por no hablar de que había sido él quien lo había pagado cuando resultó que
ya no tenía la beca de antes. Lo único que me había pedido, cuando le había dicho
que de alguna manera se lo devolvería, era ir al parque esa noche con él y dar un
paseo por las rutas de senderismo del bosque.
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Por supuesto, no había sido sólo “un paseo”.


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—Estoy nerviosa por no aprobar —admito, asustada de que mi antigua dedi-


cación y pasión me hayan dejado por los suelos. Estoy nerviosa por las clases.
Nerviosa por las cosas que podrían haber cambiado de alguna manera incluso en
este tiempo.

—Aprobarás, Hazel —comenta perezosamente. —Y no vas a saltarte el examen.

—¡No iba a faltar!

—Sí lo ibas a hacer.

Puede que tenga razón, pero sólo porque él es una opción más atractiva. Des-
pués de todo, no hay otro lugar donde preferiría estar que aquí. —Ahora, ¿puedo
preguntarte algo? —pregunto cuando se sienta en la cama a mi lado. —¿O tienes
algo más que decir?

Me siento y lo miro, pero Wren solo me dedica una sonrisa perezosa. Nunca ha 193
intentado ocultarme nada y, al mirarlo, no puedo evitar admirarlo. Es precioso.

Y es mío.

Todo bronceado y musculoso y burlón... todo para mí. No es sólo mi novio, o


el amor de mi vida. Es uno de mis mejores amigos, y la primera persona, aparte
de Jenna, que está de acuerdo con todo lo que soy. Incluso si eso significa que
pasamos algunas noches con él cepillando los mechones de mi pelo mientras yo
lloro por algo que estoy segura que él ve como estúpido.

—¿Qué quieres preguntarme, Hazel? —ronronea, acariciando una mano por mi


columna vertebral.

—¿Crees que se ha ido? —Realmente no habíamos hablado del extraño desde


esa noche.

Wren ni siquiera me había dicho su nombre, aunque me imagino que es impo-


sible que no lo sepa.

Su mano se detiene y mira hacia otro lado. —No lo sé —dice por fin Wren, vol-
viendo a acelerar los movimientos. —Pero tampoco creo que vuelva a molestarte.
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—Lo conoces, ¿verdad? ¿Sabes quién es o qué ha hecho? —Una vez más, Wren
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no responde. No de inmediato, al menos.

—Lo conocía —responde al fin, y los nervios de mi estómago hacen que mis
tripas den saltos mortales. —Hace mucho tiempo. Cuando él era diferente, y yo
también. No es una buena noticia. Y no forma parte de nuestro pequeño ‘club’. No
es mi amigo. Hazel...

Se encuentra con mi mirada, sus ojos oscuros serios. —Si lo vuelves a ver, pro-
méteme que saldrás corriendo.

—Dijo que no le gustaba ver niños lastimados, refiriéndose a mí. —Aunque no


soy una niña. —¿Pero crees que me haría daño de todos modos?

—Creo que es la criatura menos predecible que ha pisado esta tierra, y no tengo
intención de averiguar si ha cambiado o no.

Nos quedamos sentados en silencio un momento hasta que Wren se pone en


pie y se acerca para tirar de mí hacia arriba. —Vamos —suspira, arrastrándome
194
hacia el baño. —He mirado tu horario. Tu clase empieza en dos horas, así que ve
a ducharte.

—No será muy eficiente si me acompañas —protesto, sin molestarme en apar-


tarme mientras me abre el grifo de la ducha con paredes de cristal.

Wren se da la vuelta, con una sonrisa dulce y abrasadora al mismo tiempo.


—Entonces, conejita, supongo que tendrás que tomar dos. —Sin decir una palabra
más, me empuja a la ducha hasta que mi espalda choca contra la pared. Apoyán-
dome contra la fría cerámica Wren se cierne sobre mí, mirándome fijamente con
esa terrorífica y tentadora sonrisa de depredador que tanto me gusta.

No me importa. Por qué siempre tomaré las dos.

F IN
Sob r e l a A uto r a

195

A.J. Merlin es una escritora, loca de los pájaros y fanática de las pelí-
culas de terror. Nacida y criada en el Medio Oeste de Estados Unidos, AJ
tiene la suerte de estar rodeada de gente que la apoya y de una colección
de animales que la mantienen cuerda, a veces. Cuando no está escribiendo,
probablemente esté viendo algo de aterrador y sangriento o siendo aco-
sada por sus propias palomas.

Conéctate con ella en Facebook o Instagram para saber de sus nuevos


libros, actualizaciones, sorteos y ser bombardeada con fotos de perros,
gatos y pájaros.
Cr ed i to s

TRADUCCIÓN Y CORRECCIÓN
Lady Dinamite

LECTURA FINAL Y DISEÑO


Evil Babe

196

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