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El salvaje metropolitano
Reconstrucción del conocimiento social en el trabajo de
campo
PAIDÓS
Buenos Aires
Barcelona
México
1. El trabajo de campo etnográfico: trayectorias y
perspectivas
1. En los comienzos
A mediados del siglo XIX, el sentido que se le asignaba a la historia era aún optimista;
la Europa metropolitana e imperial ostentaba, según dicha perspectiva, el modelo
civilizatorio más elevado al que hubiera llegado la humanidad. Otras sociedades, otras
culturas, serían asimiladas tarde o temprano a ese modelo. En ese contexto, los inte-
lectuales se identificaban "con su sociedad y su cultura, con la 'civilización' y sus
prácticas coloniales" (Leclercq, 1973: 64). En los albores de la antropología científica,
los primeros en ocuparse de los pueblos primitivos buscaban incluir prácticas y modos
hasta entonces considerados aberrantes, como exponentes de la historia universal de la
humanidad. Influidas por los ecos de los descubrimientos de las ciencias naturales de
mediados del siglo XIX (Darwin, Mendel, Virchow) y por los avances en las
comunicaciones, el transporte, la medicina, la sociología y la antropología, se abrieron
nuevas áreas de conocimiento cuya legitimidad científica aún debía ser probada. Dado
que los cánones impuestos por la ciencia -fundamentalmente la física y la biología-
requerían la formulación de leyes generales, la antropología se propuso contribuir a la
reconstrucción de la historia de la humanidad y a revelar su sentido. La naciente
disciplina vino a montarse sobre siglos de colecciones y recopilaciones de creencias,
mitos, ceremonias religiosas, narraciones, artefactos, objetos rituales, códices y
vocabularios: era la herencia que la sociedad industrial europea recibía de los sucesivos
contactos con otros pueblos, desde los griegos y los romanos hasta los colonizados en la
expansión imperial. A lo largo de su historia, Europa no sólo acumuló bienes materiales
sino también un conjunto de interrogantes acerca de los orígenes de la [37] civilización,
la unidad del género humano, su devenir histórico diverso y la evolución de la cultura.
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una etapa de desarrollo anterior al de una sociedad agricultora; sociedades con sistemas
coordinados de regadío y Estado centralizado revelaban un estadio de mayor
civilización que sociedades nómades-pastoriles con regulación por bandas. Y si un
grupo humano era simultáneamente cazador (supuesto signo de un estadio primitivo) y
creía en un alto Dios (correspondiente a estadios avanzados, por su semejanza con el
judeocristianismo europeo), ello revelaba grados de desarrollo desigual -mayor en lo
religioso que en lo económico-. Estas aparentes contradicciones quedaban soslayadas en
la medida en que "la descripción de tal o cual sociedad no tenía valor autónomo", pues
debía referirse a un estadio de desarrollo en el cual se diluía su peculiaridad y
organización interna (Leclercq, 1973: 82; Stocking, 1968,1985).
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la cultura y la sociedad, con amplia preferencia, especialmente de parte de sus
respondentes, por los sucesos extraordinarios o exóticos. El criterio por el cual los
recolectores seleccionaban y registraban cierta información, y no otra, era precisamente
su mayor o menor familiaridad con la cultura del recolector (Burgess, 1982a; Urry,
1984). Estas investigaciones revestían un estilo de trabajo de campo "enciclopedista"
(Clammer, 1984: 70). Un cúmulo de datos heterogéneo y poco sistemático reunía
información sobre vivienda, creencias, religión, organización política y sistema de
producción, intercambio y distribución; el campo era la fuente de material empírico que
debía ser rescatado de una veloz extinción. De lo contrario, ¿cómo reconstruir el pasado
si sus testimonios vivientes desaparecían para siempre?
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zoólogos, psicólogos y lingüistas fue a encarar un estricto trabajo de relevamiento
antropológico. En el grupo se destacaban el médico y psicólogo experimental W. H. R.
Rivers y el médico Charles G. Seligman, además de un experto en lenguas melanesias,
Sydney Ray, y un estudiante de Haddon, Anthony Wilkin, asistente en fotografía y
antropología física. El resultado de aquel trabajo de campo en inglés pidgin fueron seis
volúmenes de datos etnográficos, buena parte de los cuales procedían de la información
suministrada por personal que vivía en los parajes contactados por los expedicionarios:
Mer, Mabuaig, Saibai y la península de Cabo York (Stocking, 1983).
Si bien hubo otras misiones, como la del también zoólogo, aunque de Oxford, Walter
Baldwin Spencer a Australia (1894), la de la "Escuela de Cambridge", como se la
empezó a llamar, ocupó el lugar de cabeza de linaje en el desarrollo del trabajo de
campo británico. La expedición, más que los datos, se convirtió en el emblema de la
empresa etnográfica. Haddon, entonces, empezó a propagar el "trabajo de campo"
(field-work), término de los naturalistas de campo, en la antropología británica, "nuestra
ciencia cenicienta" (Stocking, 1983: 80). Esto se debió, en parte, a la labor de los demás
miembros de la expedición del Estrecho de Torres. En algunas conferencias y artículos,
Haddon advertía contra el recolector rápido, sugiriendo las bondades de ganarse la
simpatía de los nativos para obtener un conocimiento más profundo sobre el material
obtenido, además de que siempre hubiera en el campo dos o tres buenos hombres para.
emprender "el estudio intensivo de áreas limitadas" (pág. 81). [41]
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lengua vernácula" (págs. 92-93).
Las bases del trabajo de campo intensivo y moderno, propio de la disciplina científica
antropológica, estaban echadas. Se había institucionalizado la expedición y la presencia
directa de los expertos en el terreno, desde entonces un requisito sine qua non de la
antropología británica. Se requería que esa presencia tuviera cierta (larga) duración, que
cubriera totalidades sociales y que el conocimiento fuera de primera mano (Urry, 1984).
Tal fue el modelo que siguieron en [42] la primera mitad del siglo XX Bronislaw
Malinowski, Edward Evan Evans Pritchard, Raymond Firth, Daryll Forde, Max
Gluckman, entre muchos otros.
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actitud de un grupo que consiste en atribuirse un lugar central en relación con los otros
grupos, en valorizar positivamente sus realizaciones y particularismos y que tiende
hacia un comportamiento proyectivo con respecto a los grupos de afuera, que son
interpretados a través del modo de pensamiento del endogrupo" (PerrotyPreiswerk,
1979: 54). Dado que el estudio antropológico puede encararse con otros grupos sociales
y no sólo étnicos, como aquellos definidos por su posición económica, política,
religiosa, residencial, al "pecado" tradicional merecen agregarse los sociocentrismos, es
decir, todo conocimiento sobre otros que se concibe y formula en función de algún
rasgo o atributo de la propia pertenencia (como el sociocentrismo de clase).
Para controlar estos "centrismos" se suponía que el investigador debía liberarse de sus
preconceptos sobre cómo debían operar y actuar los individuos en esos otros contextos.
"El temor parece ser la idea de que una teoría sólo puede, en última instancia, demostrar
sus propios supuestos. Lo que queda fuera de estos supuestos no puede ser representado
y ni siquiera reconocido" (Willis, 1985: 6). Encarar genuina y empíricamente un
acercamiento a lo real significaba no tanto ir despojado de presupuestos teóricos y
sociocultura-les, sino de que esos presupuestos no condujeran el relevamiento de datos.
De lo contrario, sesgarían inexorablemente la mirada impidiendo acceder a lo
inesperado, a lo inaudito, a lo diverso, resultando finalmente en afirmaciones
tautológicas y proyectivas del propio universo del investigador en el de aquellos a los
que éste pretendía conocer.
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estudio científico de las sociedades humanas debía basarse en hechos observables. En su
primer etnografía, Malinowski afirmaba que "ningún capítulo, ni siquiera un párrafo se
dedica a describir en qué circunstancias se efectuaron las observaciones y cómo se
compiló la información [...] se nos ofrecen vagas generalizaciones sin recibir jamás
ninguna información sobre qué pruebas fácticas han conducido a tales conclusiones"
(Malinowski, 1986: 3-4). Si bien esta crítica estaba algo sobreactuada, ya que las
premisas del trabajo de campo intensivo que Malinowski describió en su introducción a
Los argonautas retomaban muchos de los supuestos de la expedición de 1898 y de las
elaboraciones posteriores de Rivers. También, aunque no en este lenguaje, retomaba la
tensión entre una perspectiva positivista y otra naturalista.
Para la época de Malinowski, las nuevas modalidades del trabajo de campo etnográfico
se asociaban con 'la revolución funcionalista" (Kuper, 1973) y con un "fuerte
renacimiento del empirismo británico" (pág. 19) que buscaba comprender la integración
sociocultural de los grupos humanos mediante "la acumulación de datos" de pueblos en
casi segura extinción. Fue en este clima que la academia británica reconoció como
legítimos los nuevos requisitos para la investigación etnográfica: [45]
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de lo observable, que en los pueblos "salvajes" equivalía a concentrarse en el presente
en vez de especular sobré su pasado; para ello había que explicar cómo se estructuraban
y organizaban las sociedades y las culturas en su interioridad (Holy, 1984). A la luz de
principios generales, los antropólogos debían interesarse en identificar recurrencias y
frecuencias más que hechos accidentales, en tanto que los datos particulares debían
utilizarse como ilustración de conceptos generales (función, estructura social, etcétera).
En este sentido, el trabajo de campo serviría para comprobar o refutar hipótesis; su
objetivo se [46] orientaría a la demostración teórica que asentaría su refutación o ra-
tificación sobre los ejemplos recogidos en el campo (Holy y Stuchlik, 1983:6). Sin
embargo, por otro lado, se abría un camino en dirección alternativa: el investigador
habría de ser muy cuidadoso en distinguir sus inferencias de la observación, y lo que
correspondía a su perspectiva de lo que correspondía a los nativos. "Considero que una
fuente etnográfica tiene valor científico incuestionable siempre que podamos hacer una
clara distinción entre, por una parte, lo que son los resultados de la observación directa
y las exposiciones e interpretaciones del indígena, y por otra parte, las deducciones del
autor basadas en su sentido común y capacidad de penetración psicológica"
(Malinowski, 1984:12). Esta advertencia concedía una cierta autonomía al campo cuyos
"datos" no podían quedar subsumidos al enfoque teórico del día. En la práctica,
entonces, el campo no servía para ratificar hipótesis, sino para generarlas y, más
radicalmente aún, para producir un conocimiento inesperado y nuevo. Si bien no se
disponía de instrumental técnico peculiarísimo para justificar este abordaje, el
investigador se valdría de cierta disposición científica, lo cual se terminaba traduciendo
en el manejo cada vez más sistemático de sus órganos sensoriales; sus técnicas se
basarían en los órganos de la observación y la audición. Estar allí garantizaría la
percepción directa. "Esta es toda la diferencia que hay entre zambullirse
esporádicamente en el medio de los indígenas y estar en auténtico contacto con ellos.
Para el etnógrafo [esto] significa que su vida en el poblado [...] toma pronto un curso
natural mucho más en armonía con la vida que los rodea. [...] avanzado el día, cualquier
cosa que sucediese me cogía cerca y no había ninguna posibilidad de que nada escapase
a mi atención" (Malinowski, 1984: 8).
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investigaciones realizadas dentro de este paradigma introdujeron características que han
perdurado en la acepción actual del trabajo de campo, a saber: la unidad entre el analista
y el trabajador de campo; la presencia prolongada en el campo; la recolección de datos
con presencia directa del investigador; la escala microanalítica; el relevamiento de
información en contexto; la diferenciación entre la perspectiva del actor y la perspectiva
del investigador; la importancia de las técnicas de observación; el perfeccionamiento de
las técnicas de registro; el trabajo de campo como ámbito de contrastación de hipótesis
y teorías sobre la vida social.
3. La perspectiva interpretativista
El positivismo fue criticado desde las teorías interpretativistas (cf. capítulo 2) que
postulaban que los hechos humanos no se rigen por movimientos mecánicos ni por un
orden inmanente y externo a los individuos, sino por las significaciones que éstos
asignan a sus acciones. Por ejemplo, y recordando el famoso ejemplo de Clifford
Geertz, ¿de qué valdría registrar que un hombre cierra un ojo y mantiene el otro abierto
si eso que llaman guiño no puede interpretarse como un signo de invitación sexual, de
complicidad o de comunicación entre compañeros en un juego de naipes? El sentido del
guiño es diferente en cada caso y constituye, por consiguiente, tres hechos sociales dife-
rentes. Las significaciones que fundan el orden social no son observables como puede
serlo la conducta animal o los movimientos físicos, por lo que los medios para
aprehenderlas deben ser otros. Y si el orden simbólico varía en cada pueblo
modificando los sentidos de las prácticas, el investigador debe proceder a reconocerlos
en su propia lógica, a través de técnicas que garanticen la eliminación de nociones etno-
y sociocéntricas.
Desde esta perspectiva, el trabajo de campo no se plantea como una cantera de hechos-
datos, sino como la experiencia misma sobre la cual la antropología organiza Su
conocimiento (Panoff y Panoff, 1975:79). Dicha experiencia se lleva a cabo por el uso,
el ensayo y el error, esto es, por la participación. Según los interpretativistas, el
investigador aspira a ser uno más, copiando y reviviendo la cultura desde adentro, pues
los significados se extraen de los usos prácticos y verbalizados, en escenarios concretos.
La presencia directa, cara a cara, es la única que garantiza una comunicación real entre
antropólogo e informante y, a través de la intersubjetividad, el investigador puede
interpretar los sentidos que orientan a los sujetos de estudio (Schutz, 1974). "El
enfrentamiento cara a cara tiene el carácter irreemplazable de no-reflexividad y de
inmediatez, lo que hace plenamente posible penetrar en la vida, la mente y las
definiciones del otro. Al asumir cara-a-cara el rol del otro, se gana un sentido de
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comprensión de ese otro" (Lofland, cit. en Hammersley, 1984:51). El trabajo de campo
se asocia así a la inmersión subjetiva (subjective soaking), por la cual el investigador
intenta penetrar el punto de vista nativo a través de la empatia. Asimismo, el trabajo de
campo es la instancia que permite efectuar una traducción: la traducción etnográfica se
concibe como una decodificación y la cultura, como un texto en lengua desconocida que
el antropólogo aprende a expresar en su propia lengua y términos, haciendo uso del
procedimiento hermenéutico (Agar, 1980; Clammer, 1984; Geertz, 1974; Spradley,
1979, 1980). La perspectiva interpretativista le incorporó a la antropología una
concepción del trabajo de campo entendido como el modo en que el investigador
aprende otras culturas. Las técnicas basadas en la participación son el medio por
excelencia para recrear formas de vida a través de la experiencia.
Esta corriente ha despertado críticas que la acusan de contradecir sus propios postulados
al soslayar los condicionamientos que operan sobre el investigador. La distinción entre
el saber para la acción y el saber para la teorización, 1 enunciada por Schutz, Geertz y
tantos otros, se abandona al demandar al antropólogo que se transforme en uno más o
que, por su mera presencia, descubra el ethos de la cultura; se plantea así relativizar que
"las prácticas sociales sean explicables por sí mismas" (Garfinkel, en Giddens, 1987:
39). El lego interpreta a sus interlocutores en el contexto de una trama de
significaciones, propósitos y acciones; el investigador interpreta a sus informantes en el
contexto de una trama teórica (lo cual no excluye que ciertas modalidades de la
interacción y procedimientos del conocimiento sean, efectivamente, similares). Se
afirma que, si bien recuperable, la experiencia personal del investigador no basta para
hacer inteligible y compartible el saber alcanzado en el campo. Dos experiencias (como
la de R. Redfield y O. Lewis en un mismo poblado, Tepoztlán, México) pueden ser
demasiado diferentes como para que la subjetividad del investigador sea garantía
suficiente del conocimiento. Por otra parte, parece dudoso que la semejanza y afinidad
humana esencial entre informantes e investigador y la presencia directa en el campo
sean garantía suficiente para dilucidar los sentimientos presentes en la práctica social.
En definitiva, el investigador nunca se transformaría en "uno más" ni en agente neutro
de observación y registro, pues accede al campo desde su historia cultural y teórica; los
informantes, por su lado, se conducen con él de modo diferente de como lo hacen entre
sí. El compromiso si-tuacional del investigador es radicalmente distinto del de los infor-
mantes. El interpretativismo, si bien aporta un nuevo ángulo de mirada, continúa preso
del empirismo que le demanda al investigador sensibilidad ateórica para copiar lo real
tal como se presenta, a través de la revivencia.
1
Precisamente porque el conocimiento que proveen los informantes es un conocimiento práctico y el que
produce el investigador, un conocimiento para la teorización (Bourdieu, Passeron y Chamboredon, 1975;
Giddens, 1987).
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características al trabajo de campo: incorporación de los aspectos subjetivos del
investigador como herramientas genuinas y legítimas del conocimiento; el trabajo de
campo como experiencia de organización del conocimiento; la importancia de las
técnicas ligadas [50]
a la participación; la recuperación para el conocimiento antropológico y social del punto de vista de los
informantes.
• carácter científico de los estudios de campo, que los diferenciaba de los fines
aplicados de la administración colonial o del adoctrinamiento evangelizador;
• presencia directa, in situ, del investigador y, por lo tanto, relación no mediada con los
miembros de la cultura para evitar distorsiones etnocéntricas y extracientíficas;
• estudio de unidades sociales circunscriptas, generalmente pequeñas, que permitieran
relaciones cara a cara con los sujetos;
• relevamiento de todos los aspectos que conforman la vida social, aun de aquellos
que, en un principio, pudieran parecer irrelevantes para la investigación; la descripción
de la realidad social como unidad compleja y totalizadora no debía descuidar ningún
aspecto ni priorizarlo de antemano; la articulación entre lo económico, lo político, lo
simbólico y lo social debía provenir del estudio empírico;
• por consiguiente, una descripción cabal de la cultura procedía inductivamente, por la
sistematización, clasificación y generalización en el interior de la unidad estudiada, a
partir de lo observado;
• dicha descripción debía dar cuenta de la coherencia interna del sistema sociocultural
descripto;
• cada hecho social y cultural tiene sentido en su contexto específico, y no desgajado
de él.
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descansa en un término explícito o implícito de comparación, en un denominador
común: la humanidad del investigador y de los integrantes de la cultura. El énfasis en la
articulación y la lógica internas del sistema social y el recurso a veces exclusivo a
procedimientos inductivos hacían perder de vista las relaciones de subordinación y
hegemonización entre naciones y sociedades, esto es, la determinación del proceso
histórico en que se inscribe el sistema observado.
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