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Orden

Propósitos

Distintos textos críticos sobre la obra de Rivera reiteran que la clave de su poética se encuentra en
la oposición “entre la lengua de los vencedores y lengua de los derrotados”. Para nosotros esta
oposición que se establece constituye una lectura esquemática. La derrota es una adjetivación
recurrente, un valor otorgado al proyecto de los sectores opimidos, pero no es su lengua, o al
menos no la de Rivera: la lengua es la de la tradición socialista/comunista, la derrota

fundamentalmente, en los principios constructivos que se reiteran en la escritura de Rivera y que


la definen en su particularidad. No supone ello someter las obras a un análisis mera y
anacrónicamente estructural, nos proponemos más bien trascenderlo, examinando el modo en
que los procedimientos formales se involucran con ciertos temas ideológicos persistentes y que
originan, desde el interior de los textos, una apertura significativa de gran complejidad.

La clave de su poética se encuentra en la oposición entre la lengua de los vencedores y la de los


derrotados, en la que el segundo término -el discurso de la derrota- se impone al poder de la
lengua oficial. Este es el núcleo básico que recorre su obra y que define una escritura
decididamente política. Su particular concepción tanto de la experiencia histórica como de la
temporalidad se manifiesta, más que en una representación transparente, en los intersticios que la
elaborada textura narrativa ofrece y en la que la materia y los materiales mantienen un notable
equilibrio. Surge, en este sentido, la figura del anacronismo, que si bien atañe a las Ciencias
Sociales, en especial a la Historiografía, en nuestro estudio la utilizamos desde la perspectiva de la
filosofía del arte, mediante la conceptualización que nos ofrece Georges Didi-Huberman. Lejos de
considerar el anacronismo como un error o equívoco por parte de la ciencia histórica o del
historiador, su figura nos remite, en el campo de la estética, a una imagen dialéctica, a un
paradigma que reúne tiempos heterogéneos. Valiéndonos de este concepto, es posible, desde
nuestra óptica, analizar los procedimientos constructivos propios de la mayoría de las narraciones
de Andrés Rivera, que se caracterizan por interpelar al pasado histórico desde un presente en el
que se imprimen las huellas del tiempo acaecido y, a su vez, en una suerte de movimiento
recíproco, el presente puede leerse como síntoma de los acontecimientos ocurridos en el pasado.
Es claramente perceptible, en la obra de nuestro autor, el anacronismo como fenómeno
propiamente estético. Si Rivera pone en boca de un personaje histórico del siglo XIX un discurso
pronunciado por un político del XX, no lo hace porque cae en el dato errado, tampoco para jugar
paródicamente con la imprecisión; utiliza el anacronismo en tanto paradigma de la interrogación
histórica, en tanto procedimiento que da lugar a un hecho de memoria. Es importante señalar que
el concepto de anacronismo, dentro del análisis crítico de la narrativa hispanoamericana, ha sido
abordado originalmente por Fernando Aínsa, Ángel Rama y Seymour Menton, a comienzos de los
años noventa.Si bien sus estudios son fundamentales a la hora de examinar las narraciones

literarias denominadas “históricas” -y, en nuestra opinión, aún más los ensayos de

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Aínsa-, el anacronismo aparece allí como un rasgo más de entre una serie de características
pertinentes a la forma nueva novela histórica. Sin dejar de reconocer la influencia que estos textos
ejercen sobre nuestro estudio, pensamos que el hecho de partir de las ideas proporcionadas por la
filosofía del arte -desde Georges Didi-Huberman, por un lado, y del pensamiento de Walter
Benjamin, por otro- abre un espectro de diversas direcciones en nuestro examen, y nos permite
ahondar, en nuestra investigación, en el punto de vista filosófico e ideológico del análisis.
Siguiendo otra línea de análisis, advertimos que varias de las obras de Rivera han sido sometidas a
la corrección y reelaboración constantes. Si consideramos la producción de este autor en la
sucesión cronológica, podemos comprobar que muchos de los textos ya publicados son retomados
para ser transformados en nuevas versiones de los precedentes. Para ello, Rivera utiliza un
procedimiento que consiste en rescatar los materiales que él considera indispensables y
reescribirlos, con el resultado de que esas transformaciones algunas veces pueden alcanzar al
propio marco genérico. Esta actitud podría ser leída como simple anécdota acerca de las
inquietudes, motivos y preferencias de un escritor respecto del acto de escribir, ya que corregir y
reescribir, en cuanto trabajos implicados en la producción, son acciones obligadas que promueven
un cambio o que se llevan a cabo con la intención de mejorar lo escrito. Sin embargo, notamos, y
es lo que en el presente trabajo intentaremos demostrar, que la reelaboración y reconstrucción -
operaciones que guían el trabajo de este autor y se manifiestan microestilísticamente en la prosa
de cada uno de sus textos-, desde nuestra perspectiva son técnicas fundamentales para acercarnos
a la complejidad de una obra que se propone como prueba, como tanteo, como trabajo inconcluso
–por su forma esencialmente pero también porque cada uno de sus textos mantienen una relación
de continuidad y ruptura constantes. Todo este conjunto de factores contribuye a trazar los rasgos
peculiares de la poética de un autor, reflexivo y crítico, para quien el horizonte de las certidumbres
se ha borrado, y que persiste en la interrogación a la busca de un sentido. Conectando esta última
idea con el procedimiento anacrónico, podemos observar que el énfasis puesto en la memoria
llega hasta tal punto, que la imagen impresa de la obra rivereana, su textura, se convierte en la
figura de un palimpsesto que ostenta, en las sucesivas capas, todas las versiones de una creación:
tanto las primigenias como las actuales. Diferentes muestras, que al conservar las huellas de las
distintas retractaciones y enmiendas –los pentimentos o arrepentimientos– que el autor ejecuta en
sus textos, se erigen en perfectas alegorías, no solo del proceso creador sino también de una
suerte de “propuesta metodológica” legítima para examinar los fenómenos de la realidad histórica
desde el arte. El método rivereano, en este sentido, incluye categorías estrechamente vinculadas
con el ejercicio de socavar, llevando al extremo el significado de la relación entre ficción y realidad,
aunque su acción es decididamente política. Los procedimientos básicos de reescritura se
concretan en un agudo trabajo de fragmentación, de corte, de repetición, de elipsis, de silencio,
que produce una prosa crispante y que, en el nivel simbólico, constituyen un devastador ejercicio
de la desilusión como forma de lucidez ideológica y ética. La decepción o la derrota histórica -los
fracasos silenciados del pasado que irrumpen en el presente pero también las injusticias del
presente que se evidencian en el pasado- suscitan un repliegue que obliga, a partir del
trabajoreflexivo -aunque también intuitivo- de la memoria, al arrepentimiento de los errores
repetidos y callados, así como también a la enmienda y a la reescritura, y por tanto a la
reconstrucción significante de aquello que el presente aún mantiene secreto y mudo. De este
modo, el dispositivo formal de su estética se conecta con el concepto de auténtica experiencia
histórica en Rivera: en la confluencia de tiempos pretéritos y actuales -representada con exactitud
por la noción de anacronismo– tienen cabida el corte, la fragmentación (y evidentemente la
amalgama de zonas aparentemente disímiles), mediante los cuales se revela tanto una ausencia de
origen o de causas teleológicas, como también la imposibilidad de representar una totalidad. Para
Rivera, la ficción es una construcción imaginaria que se ancla a la experiencia real, aunque no tanto
para exaltar lo verdadero sino más bien para indagar en la complejidad de esa experiencia. En esta
idea se afirma su proyecto Decepción es el término utilizado por Beatriz Sarlo en un ensayo breve
sobre la novela Apuestas de Rivera, en Escritos sobre literatura argentina, Buenos Aires, Siglo XXI,
2007.

poético: ficcionalizar lo real, ya sea histórico, social, público o privado, lo cual en Rivera significa
construir una nueva realidad con fragmentos auténticos, insistiendo en la actitud de discrepancia e
incomodidad ante el sistema. Este anclaje en la realidad empírica se comprueba en la elección por
parte del autor de dos formas discursivas que son una constante en sus textos: relatos
autobiográficos –los que en algunos casos adquieren la forma de autoficciones, entanto que son
narraciones de elementos genuinos de la propia vida aunque ficcionalizados– y también biografías
y autobiografías ficticias de algunos personajes históricos. En nuestro análisis, intentaremos
dilucidar la imbricación de estas formas y su estrecha relación con el modelo estético de Rivera,
cuya búsqueda hace hincapié en la problematización tanto de la construcción ficcional como de la
condición de la verdad, o de la supuesta verdad. Resumiendo, la hipótesis general que
pretendemos defender es la supremacía que Rivera –fundamentalmente a partir de su libro Ajuste
de Cuentasotorga al hecho estético, al considerarlo como una totalidad que absorbe los contenidos
de lo narrado y, de este modo, demostrar que su literatura no manifiesta sino que construye –en el
interior de su organización- una versión posible y, sobre todo, crítica de la realidad.

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