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Apuntes profesor Luis Almada

Profesorado de Lengua y Literatura, 4to año

Los años 20
Los años 20 abren un paréntesis de prosperidad en la Argentina y en el mundo.
Las ciudades locales -y principalmente Buenos Aires- han crecido y se han
modernizado, los jóvenes son el nuevo factor de cambio, los lectores se han
multiplicado, se publican numerosas revistas culturales.Dos movimientos literarios
marcan una profunda huella en el panorama de la época. Uno de ellos, llamado
Florida, trae todas las novedades de las vanguardias europeas y goza de su
principio "el arte por el arte". El otro, con el nombre de Boedo, se interesa
profundamente por los problemas sociales, a los que les da espacio en su
producción literaria.

Grupo Boedo y grupo Florida

En 1921 se publica en la revista Nosotros (fundada en 1907) el manifiesto titulado


"Ultraísmo", escrito por Jorge Luis Borges (1899-1986) que, después de vivir varios
años en Europa, regresa al país y da a conocer los principios de la escuela
ultraísta, concebida en España bajo el magisterio de Rafael Cansinos-Assens. El
ultraísmo es una particular versión española de las tendencias vanguardistas
(futurismo, cubismo, expresionismo, dadaísmo, surrealismo) que renovaron la
literatura y el arte europeos en las primeras décadas del siglo veinte. De esta
manera, Borges enuncia un programa poético que se traduce en la búsqueda de un
lenguaje capaz de prescindir de nexos causales para traducir, a partir del ritmo y la
metáfora, las emociones y sensaciones en estado puro. Al año siguiente,
acompañado por Eduardo González Lanuza (1900), Guillermo Juan (1906) y
Francisco Piñero, lanza la revista mural Prisma, de la que sólo se publican dos
números. Le siguen Proa (primera y segunda época) e Inicial. En febrero de 1924
nace Martín Fierro, la más exitosa de las revistas de vanguardia aparecidas en
Buenos Aires, dirigida por Evar Méndez (1888-1955). Muy pronto, se erige en la
más representativa del vanguardismo local y núclea en su redacción a Borges,
González Lanuza, Oliverio Girondo (1891-1967), Leopoldo Marechal (1900-1970),
Francisco Luis Bernárdez (1900-1978), Cayetano Córdova Iturburu (1902), Nicolás
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Olivari (1900-1966), Xul Solar (1887), Norah Lange (1906-1972), Pablo


Rojas Paz (1896-1956), Horacio Rega Molina (1899-1957), Brandán Caraffa
(1898), Conrado Nalé Roxlo (1898-1971), y los hermanos Enrique y Raúl González
Tuñón (1901-1943 y 1905-1974), respectivamente), entre otros.

La primera definición de estos jóvenes es la de reaccionar contra una situación


cultural que juzgan rutinaria y caduca. Los rasgos centrales de la revista son el
desenfado y la irreverencia con que juzga la crítica artística, el tono festivo del que
aparece rodeada la actividad literaria, la virulencia de las polémicas, la búsqueda
de un criollismo que conjugue la tradición nacional con estéticas europeas. Ya en el
primer número de la revista se pueden leer, por ejemplo, un artículo sobre la obra
de Apollinaire, una serie de "membretes" de Oliverio Girondo y el despliegue de
ese humor desenfadado e ingenioso que, a través de sus páginas, se prodigó en
innumerables baladas, odas, romances burlescos, parodias, epigramas y epitafios.
En el número cuarto, un "Manifiesto" redactado por Girondo insistió en la denuncia
y en postular una "nueva sensibilidad" y "una nueva comprensión" que "nos
descubre insospechados y nuevos medios y formas de expresión".

Los jóvenes desplazan la literatura de Lugones como modelo literario hegemónico


y rescatan la obra de dos "mayores", hasta ese momento olvidados: Macedonio
Fernández (1874-1952) y Ricardo Güiraldes (1886-1927). En efecto, con la
aparición de las revistas de vanguardia, Macedonio Fernández se incorpora en la
vida literaria porteña a través de múltiples colaboraciones y la publicación de No
toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928) y Papeles de Recienvenido (1929). Más
tarde publica Una novela que comienza (1940) y, luego de su muerte, aparecen
Museo de la novela de la Eterna (primera novela buena) (1967) y Adriana Buenos
Aires (última novela mala) (1974). La obra de Macedonio, concebida como suma de
fragmentos donde convive la ficción con la reflexión crítica y teórica sobre la
literatura, es la negación de todo intento de realismo como modo de
representación. Los cruces de géneros, el uso del humor y la ironía, el absurdo
como forma de conocimiento, el desenfado ante los grandes temas y los juegos
verbales anticipan la búsqueda de los martinfierristas, centralmente de Borges, que
lo erigen en maestro de su generación.
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Asimismo, Ricardo Güiraldes, cuyos primeros libros —Cuentos de muerte y


de sangre (1915), Raucho (1917), Rosaura (1922) y Xaimaca (1923)— no concitan
el favor de la crítica, se incorpora a la militancia vanguardista como codirector de
Proa (junto a Borges, Brandán Caraffa y Pablo Rojas Paz) y colaborador de las
revistas Martín Fierro y Valoraciones. En 1926 aparece Don Segundo Sombra,
cuyo éxito inmediato lo consagra como escritor. Libro de aprendizaje de la vida del
gaucho, construye una utopía rural en la cual se logra la síntesis de dos culturas
(de la ciudad y del campo) y de dos estéticas (la literatura rural y el simbolismo
francés), a través de la integración del hombre y la naturaleza, la naturaleza y la
sociedad, el hombre y la sociedad, que desconoce los conflictos y tensiones
característicos de los procesos de modernización urbana y rural.

Los martinfierristas —integrantes del denominado grupo de Florida por la


cosmopolita calle porteña, sede de la redacción de Martín Fierro— son la expresión
local de las vanguardias que hacia la primera posguerra dominaron el panorama de
la cultura occidental. Al optar por el credo ultraísta, cuya poética privilegia el uso
intensivo de la metáfora, su producción se da sobre todo en verso: Veinte poemas
para ser leídos en el tranvía (1922) y Calcomanías (1925), de Girondo; Fervor de
Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929), de
Borges; El grillo (1923), de Nalé Roxlo; Prismas (1924), de González Lanuza; La
amada infiel (1924), de Olivari; La calle de la tarde (1925) y Los días y las noches
(1926), de Norah Lange; El violín del diablo (1926) y Miércoles de ceniza (1928) de
Raúl González Tuñón; Días como flechas (1926) de Marechal; La metáfora y el
mundo (1926) de Rojas Paz; Molino rojo (1926) de Jacobo Fijman; La danza de la
luna (1925) de Córdova Iturburu; La danza de la luna (1925) de Brandán Caraffa; y
El imaginero (1927) de Ricardo Molinari.

Al mismo tiempo que surgen los martinfierriestas, ultraístas, vanguardistas o


integrantes del grupo de Florida, prospera otro nutrido grupo de escritores que
cultivan preferentemente la prosa —cuento y novela—, que propugnan un arte "en
función social", y eligen como sede y símbolo la calle Boedo —arteria principal de
un barrio obrero—. Este grupo también tiene importantes publicaciones: Extrema
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izquierda (agosto de 1924) dirigida por Antonio Zamora, director también de


Los Pensadores (diciembre de 1924) y Claridad (julio de 1926), en las que
colaboran Elías Castelnuovo (1893-1982), Leónidas Barletta (1902-1975), Roberto
Mariani (1892-1946), Lorenzo Stanchina (1900), Álvaro Yunque (1889-1982), César
Tiempo (1906-1980), Pedro Juan Vignale (1903), Enrique Amorim (1900-1960),
Luis Emilio Soto (1902-1970) y Gustavo Riccio (1900-1927). Los principales libros
del movimiento boedista son Tinieblas (1923), primer libro de relatos de
Castelnuovo, de corte naturalista, que revela su preocupación por los seres
marginales y las formas coercitivas de una sociedad injusta; la novela de Barletta
Royal Circo (1927), de un realismo enriquecido por la observación psicológica; los
célebres Cuentos de la oficina (1925) de Mariani, que alejados del patetismo del
boedismo y con un discreto uso de la ironía, narran la gris epopeya tanto de
obreros como de empleados de oficina; Versos de la calle (1924), Barcos de papel
(1926) y otros volúmenes de Yunque.

El escritor de mayor talento que se suele adscribir al grupo, aunque perteneció a él


de manera muy tangencial, es Roberto Arlt (1900-1942), con quien nace la novela
urbana y moderna del siglo veinte en la Argentina. Las novelas y relatos de Arlt (El
juguete rabioso, 1926; Los siete locos, 1929; Los lanzallamas, 1931; El amor brujo,
1932; El jorobadito, 1933) incorporan los materiales nuevos de la ciudad moderna y
apelan a los nuevos saberes (tecnología, teosofía, invención, etc.) para percibir el
escenario urbano y representarlo. El léxico de la química, la física, la geometría, la
electricidad y el magnetismo le proporciona una enciclopedia con la cual
representar también la subjetividad y el paisaje. Periodista, novelista y dramaturgo,
Arlt presenta una galería de personajes marginales, desplazados, alucinados, en
los cuales la angustia del hombre moderno tiene como base el desmoronamiento
de los sistemas de valores previos a la primera guerra mundial.

No todos los escritores se adscribieron a estos grupos, como ejemplo podemos


mencionar a la poetisa Alfonsina Storni, que proviniendo de un hogar humilde y
madre soltera por propia decisión se labro un gran respeto en los círculos literarios
debida a su propio esfuerzo.

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