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3.2.

Las fronteras de la imagen

Las dificultades acerca del uso de la locución latina ut pictura poesis en la crítica literaria ya había sido
planteada desde el primer capítulo; ahora, con las posturas de Chantal Maillard y Mario Montalbetti, el
ejercicio de la expresión ya no es solo que resulte complicada, sino que la niegan. Si el poema no entabla
relación con los objetos del mundo, entonces qué tipo de conexión hay entre el poema y la pintura. La
filósofa española es tajante: "no existe objeto estético sin actitud estética, conviene admitir que no solo
los límites, sino la esteticidad del objeto mismo son establecidos por la mirada y no por el objeto en sí".
Esta autonomía se debe sobre todo a que la mirada "establece los límites, dibuja los contornos, enmarca
y sitúa el objeto en un ámbito de significación [... ] la esteticidad del objeto mismo son establecidos por
la mirada y no por el objeto en sí". Ambas posturas, inclinadas en especial a los conceptos de Jacques
Lacan, puntualizan que el objetivo de la esquizia, o más bien, que el propósito del sujeto es el
descubrimiento y el análisis con lo real. Sin embargo, para el sujeto, hay un primer encuentro con "la
preexistencia de una mirada (donde) —solo veo desde un punto, pero en mi existencia soy mirado
desde todas partes", es decir, un encuentro con su propia mirada en el campo escópico. Lacan
reformula: "¿no debemos distinguir a este respecto la función del ojo y la de la mirada?". Y responde:
"Aquello que le permite a la conciencia volverse hacia sí misma es un escamoteo. Allí se evita la función
de la mirada". Es decir, donde ocurre el encuentro de la visión del sujeto con la imagen del mundo, la
mirada queda eludida.

"En nuestra relación con las cosas, tal como la constituye la vía de la visión y la ordena en las figuras de
la representación, algo se desliza, pasa, se transmite, de peldaño en peldaño, para ser siempre en algún
grado eludido —eso se llama la mirada".

Ante la pintura, Lacan convalida a Maillard en el hecho de que la mirada determina el objeto, pero
sustituyendo la mirada (en el sentido que lo toma Maillard) por el proceso que realiza el ojo del sujeto.
En el sistema escópico lacaniano, el sujeto se convierte en cuadro, en objeto observado. La mirada, que
al principio queda eludida, reaparece bajo el rasgo de esa ausencia. Esta mirada y esta ausencia, a su
vez, son asumidas por Lacan como el objeto a. La visión, de la que es parte el sujeto, y el cuadro, como
la imagen de esa visión, quedan fijadas por la mirada, quien los mira desde un afuera: "En el fondo de mi
ojo, sin duda, se pinta el cuadro. El cuadro, es cierto, está en mi ojo. Pero yo estoy en el cuadro". Es de
esta forma que la mirada es lo que falta en la imagen, es el objeto a en la imagen. De este modo, la
función de la mirada es ser ausencia; la del ojo, pintar la imagen. Así, lo que antes llámabamos como
"actitud estética", deviene de "la luz" que propaga el objeto en la visión del sujeto. Se entabla, primero,
una relación geometral, es decir, la luz, lo esencial del objeto, sale en línea recta hacia el ojo del sujeto,
para después, a través del iris, refractarsd, crear la imagen. La imagen, por consiguiente, es el resultado
de este método, en el que la luz viaja del objeto hasta la visión del sujeto.

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