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El capítulo II del libro III de la Ley 906 de 2004 se refiere a situaciones en las que tanto la fiscalía

como el acusado, como actores del proceso penal, llegan a un acuerdo mutuo que resulta en la
conclusión del caso sin necesidad de llevarlo a juicio oral. En el contexto de los preacuerdos y las
negociaciones entre la fiscalía y el imputado o acusado, es esencial destacar que estas decisiones
deben obtener la aprobación del juez de conocimiento. Este aspecto es una característica
fundamental del sistema penal acusatorio actual, que, como se mencionó anteriormente, impone
límites y controles legales a las facultades de la fiscalía con el fin de salvaguardar los intereses y
derechos de todas las partes involucradas en el proceso.

“Con el fin de humanizar la actuación procesal y la pena; obtener pronta y cumplida justicia;
activar la solución de los conflictos sociales que genera el delito; propiciar la reparación integral de
los perjuicios ocasionados con el injusto y lograr la participación del imputado en la definición de
su caso; la fiscalía y el imputado o acusado podrán llegar a preacuerdos que impliquen la
terminación del proceso. El funcionario, al celebrar los preacuerdos, debe observar las directivas
de la Fiscalía General de la Nación y las pautas trazadas como política criminal, a fin de aprestigiar
la administración de justicia y evitar su cuestionamiento” acto legislativo 03 de 2002.

El principio de la sentencia anticipada, que era característico de la Ley 600 de 2000, no permitía
que hubiera negociaciones previas entre las partes involucradas en el proceso. El fiscal tenía la
obligación inquebrantable de presentar los cargos que resultaran de la investigación en curso, y era
raro que se pudieran modificar esos cargos a través de una negociación.

Una institución relacionada con las negociaciones preacordadas era la audiencia especial
establecida en el artículo 4 de la Ley 81 de 1993. Durante la etapa de instrucción, tanto el acusado
como el fiscal tenían la opción de llegar a acuerdos en relación con aspectos como la adecuación
del delito, el nivel de implicación, el tipo de culpabilidad, las circunstancias del delito, la pena y la
posibilidad de una condena condicional. Esto solo era posible cuando había dudas sustanciales
sobre la existencia de pruebas. Sin embargo, para que esta audiencia especial fuera válida, debía
cumplirse el requisito inquebrantable de la aplicación del principio de legalidad en todos los casos,
sin excepción.

El propósito de la institución de los preacuerdos y las negociaciones es que el fiscal y el imputado,


a iniciativa de cualquiera de ellos y en presencia del defensor, lleguen a un acuerdo que permita al
fiscal formular los cargos que se presentarán bajo condiciones que el imputado o acusado
considere aceptables. Esto, a su vez, puede llevar al imputado o acusado a declararse culpable de
acuerdo con lo acordado. Si el juez lo aprueba, esto puede llevar a la terminación del proceso sin
necesidad de llevar a cabo el juicio oral. Es esencial que este acuerdo sea el resultado de la
voluntad libre del individuo sometido a acción penal, sin ningún tipo de presión o intimidación.

Por lo tanto, los mecanismos de negociación deben ser transparentes y no deben involucrar
estrategias engañosas para obtener la admisión de culpabilidad por parte del imputado o acusado.
Además, es esencial que el contenido del acuerdo sea preciso, es decir, que refleje fielmente las
expresiones de quienes participaron en la negociación. Por último, el imputado o acusado debe
tener una comprensión clara de las implicaciones del acuerdo, ya que al admitir su culpabilidad
con respecto a los cargos formulados en el acuerdo, estará renunciando a derechos
fundamentales, como el derecho a no autoincriminarse, el derecho constitucional a un juicio, el
derecho a interrogar a los testigos y, en general, al ejercicio del derecho a contradecir las
acusaciones en su contra. En resumen, la declaración del acusado debe ser consciente, razonada y
libre de cualquier tipo de defecto.

Dentro de la ley 906 de 2004, se establecen dos tipos de preacuerdos claramente definidos,
dependiendo del punto del proceso en el que se lleve a cabo la negociación:

a) Cuando se formula la imputación durante la audiencia preliminar correspondiente y antes


de la acusación (según el artículo 350 de la ley 906): en este punto, el imputado tiene la
opción de aceptar la imputación, lo que será suficiente para proceder con la acusación; o
puede llegar a un acuerdo con la fiscalía con respecto a la imputación. En este último caso,
"el fiscal presentará el acuerdo ante el juez de conocimiento en forma de escrito de
acusación". De acuerdo con lo estipulado en los artículos 350 y 351 de la ley 906 de 2004,
este acuerdo será evaluado y aprobado o desestimado por el juez de conocimiento antes
de concluir la audiencia de formulación de la acusación.
Es fundamental considerar que según lo establece el artículo 350 de la ley 906, tanto el
fiscal como el imputado, a través de su defensor, pueden entablar conversaciones con el
fin de llegar a un acuerdo en el cual el imputado se declarará culpable del delito imputado
o de uno relacionado con una pena menor, a cambio de que el fiscal realice las siguientes
acciones:

1. Eliminar de su acusación alguna causa de agravación punitiva o algún cargo específico.


2. Describir la conducta de manera específica en su alegato conclusivo para reducir la
pena.

En el contexto de esta figura, cuando el sujeto pasivo de la acción penal acepta de manera
simple y directa la responsabilidad de los cargos imputados, esto resulta en una reducción
de la pena a la mitad. No obstante, si como resultado de los acuerdos sobre los hechos
imputados se produce un cambio favorable para el imputado en términos de la pena que
se le impondrá, esto servirá como una reducción compensatoria, tal como lo establece el
artículo 351 de la ley 906 de 2004.
b) En una fase posterior al momento procesal mencionado, también es posible llevar a cabo
acuerdos entre el fiscal y el acusado después de que se haya presentado la acusación y
hasta el momento en que el acusado sea interrogado durante el juicio oral, según lo
estipulado en el artículo 352 de la ley 906 de 2004. Una vez que se inicia el juicio oral, el
juez deberá preguntar al acusado si se declara inocente o culpable, y si opta por lo
segundo, el juez lo interrogará para determinar si su decisión está basada en un acuerdo
con la fiscalía. Si la admisión de culpabilidad se fundamenta en un acuerdo con la fiscalía,
esta última deberá informar al juez sobre los términos del acuerdo y la pena que busca. De
acuerdo con el artículo 379 del código de procedimiento penal, si el juez decide aceptar las
declaraciones acordadas, no podrá imponer una pena más severa que la que solicitó la
fiscalía.
En virtud del artículo 352 de la ley 906, los acuerdos alcanzados en esta etapa del proceso
penal y aprobados por el juez resultarán en una reducción de una tercera parte de la pena
que podría imponerse.
Para establecer la relación entre los preacuerdos y el principio de oportunidad, se debe
comenzar por examinar las fuentes formales que regulan su aplicabilidad y contenido.

En primer lugar, el principio de oportunidad se establece en la Constitución Política de


1991 como una excepción al principio de legalidad que rige el sistema legal. El Acto
Legislativo 03 de 2002 establece que la Fiscalía General de la Nación no puede suspender,
interrumpir ni renunciar a la persecución penal, excepto en los casos definidos por la ley
para la aplicación del principio de oportunidad, el cual se encuentra dentro de la política
criminal del Estado y está sujeto al control de legalidad por parte de un juez que ejerce
funciones de control de garantías.

Es crucial destacar que la aplicación de este principio es excepcional y está condicionada a


causales específicas que permiten su uso. La regla general en la persecución penal es que
la Fiscalía debe aplicar rigurosamente el principio de legalidad, lo que significa que debe
llevar a cabo la acción penal cuando los hechos constituyen un delito.

Por otro lado, a diferencia del principio de legalidad, los acuerdos y negociaciones entre la
fiscalía y el imputado o acusado se derivan de la ley y no directamente de la Constitución
Política. Estos acuerdos son parte de varios proyectos de códigos de procedimiento penal
y, por lo tanto, deben cumplir con la norma general de legalidad. Esto implica que la fiscalía
tiene la obligación de iniciar el proceso penal y llevar a cabo la investigación de manera
obligatoria.
A partir de las características mencionadas de estas dos instituciones procesales, se
derivan conclusiones importantes:

1. Si el legislador ha establecido acuerdos y preacuerdos como medios alternativos para


resolver disputas en el proceso penal, es crucial notar que la libertad de configuración está
limitada por el principio de legalidad. Esto significa que la fiscalía no puede, como
resultado de los acuerdos, renunciar a perseguir un delito específico, ya que esto sería una
excepción directa al principio de legalidad, conocida como el principio de oportunidad. No
obstante, esto no descarta que, en el contexto de un acuerdo, el fiscal se comprometa a
aplicar el principio de oportunidad a un delito en particular. En este caso, la aprobación y el
control de un juez no son necesarios, ya que el proceso tiene sus propios procedimientos y
está sujeto al escrutinio de un juez de control de garantías posteriormente a su aplicación.
En otras palabras, aunque la aplicación del principio de oportunidad a un delito pueda
implicar la admisión de culpabilidad en otros, el juez de conocimiento solo puede evaluar
la legalidad del acuerdo y no la aplicación del principio de oportunidad.

2. Además, la fiscalía no puede celebrar preacuerdos que impliquen renunciar a la


persecución penal por delitos en los cuales existen suficientes pruebas materiales para
inferir la posible responsabilidad del imputado o acusado. En estos casos, si no se desea
continuar con la acción penal, se debe aplicar el principio de oportunidad, dado que es la
opción adecuada.

3. Los diferentes proyectos que dieron origen a la Ley 906 desarrollaron el contenido de los
preacuerdos y negociaciones en dos aspectos. En primer lugar, permiten la eliminación de
causales de agravación punitiva, lo cual no parece afectar el principio de legalidad, ya que
aún se cumple con la obligación de llevar a cabo la persecución penal en casos que pueden
constituir un delito. En segundo lugar, se permite la eliminación de cargos específicos
cuando hay falta de evidencia, lo que podría llevar a la preclusión de un delito particular. El
fiscal debe presentar esta solicitud ante el juez de conocimiento, ya que no puede
desvirtuar la presunción de inocencia. Además, el fiscal puede retirar un cargo cuando un
mismo conjunto de hechos da lugar a múltiples calificaciones legales, y la eliminación de
una de ellas no perjudica el ejercicio de la acción penal.
La Ley 906 de 2004 permite la opción de describir una conducta de una manera específica
en los alegatos finales con el propósito de reducir la pena. Sin embargo, esta facultad está
sujeta a ciertos límites. En este sentido, la nueva descripción de un delito con una pena
menor debe estar en línea con los hechos debatidos, ya que sería contrario al principio de
justicia material y no estaría en consonancia con la lógica ni los principios constitucionales
presentar una acusación por un delito de menor gravedad, como por ejemplo, acusar a
alguien por hurto o conspiración para delinquir en un caso de homicidio.

Es evidente que en los argumentos finales, el fiscal no puede solicitar una condena por
hechos diferentes a los incluidos en la acusación. Los hechos fundamentales deben
respetarse, ya que son elementos cruciales que influyen en el juicio. Sin embargo, esto no
significa que, ante la incertidumbre en torno a una descripción específica del delito, el
fiscal no pueda imputar o acusar por un delito de menor gravedad que aún guarda relación
con los hechos en cuestión. Por lo tanto, esta afirmación solo es aplicable cuando el delito
de menor pena es esencialmente congruente con el núcleo de los hechos.
Los preacuerdos en el proceso penal colombiano ofrecen varias ventajas tanto para el
sistema de justicia como para las partes involucradas en un caso. Algunas de las ventajas
más destacadas son:

1. **Eficiencia en el sistema judicial:** Los preacuerdos permiten una resolución más


rápida de los casos, lo que alivia la carga de trabajo del sistema de justicia. Esto es
especialmente beneficioso en un sistema donde los tribunales suelen estar
congestionados.

2. **Ahorro de recursos:** Al evitar juicios largos y costosos, los preacuerdos pueden


ahorrar recursos del sistema judicial, incluido el tiempo y el dinero que se gastaría en un
proceso completo.

3. **Reducción de la incertidumbre:** Los preacuerdos ofrecen a las partes involucradas,


tanto la fiscalía como el acusado, una mayor certeza sobre el resultado del caso. Saben de
antemano qué pena se impondrá en caso de una declaración de culpabilidad.
4. **Incentivo para la declaración de culpabilidad:** Los preacuerdos brindan un incentivo
para que los acusados admitan su culpabilidad, ya que a menudo se les ofrece una pena
reducida a cambio de su declaración de culpabilidad. Esto puede ser beneficioso para las
partes al evitar juicios largos y costosos.

5. **Reparación de víctimas:** En algunos casos, los preacuerdos pueden incluir


disposiciones que permiten la reparación de las víctimas, lo que contribuye a la justicia
restaurativa al garantizar que las víctimas reciban compensación por daños y perjuicios.

6. **Flexibilidad:** Los preacuerdos ofrecen a las partes cierta flexibilidad para adaptar el
resultado del caso de acuerdo con las circunstancias específicas. Esto puede ser útil para
adaptar las soluciones a las necesidades individuales de cada caso.

7. **Descarga de los tribunales:** Al permitir que ciertos casos se resuelvan sin un juicio
completo, los preacuerdos ayudan a aliviar la carga de trabajo de los tribunales, lo que
puede permitirles centrarse en casos más complejos y urgentes.

En resumen, los preacuerdos en el proceso penal colombiano ofrecen ventajas


significativas al agilizar el sistema judicial, ahorrar recursos y proporcionar incentivos para
la resolución temprana de los casos. Sin embargo, es importante que se utilicen de manera
transparente y justa para garantizar que se respeten los derechos de todas las partes
involucradas.

PRINCIPIO DE OPORTUNIDAD

El Principio de Oportunidad se define como la facultad de la Fiscalía General de la Nación,


sujeta a control judicial, de renunciar o suspender el ejercicio de la acción penal. Esta
renuncia puede basarse en disposiciones del Código de Procedimiento Penal o en
directrices de la política criminal del Estado (Forero, 2013). La aplicación del Principio de
Oportunidad se basa en la norma constitucional que busca fortalecer la unidad de la
Nación y garantizar la convivencia, justicia, igualdad, libertad y paz para sus ciudadanos
dentro de un marco jurídico democrático y participativo que asegure un orden político,
económico y social justo (Fiscalía General, 2007).

El Principio de Oportunidad está implícito en la Constitución Política de Colombia, ya que


persigue fines realizables a través de órganos normativos que promueven la justicia social y
los objetivos constitucionales.

La introducción del Principio de Oportunidad en el sistema penal colombiano está


relacionada con las formas de solución alternativa de conflictos. Sin embargo, sus
disposiciones respecto a la renuncia, suspensión o interrupción de la acción penal en casos
considerados "de bagatela" generaron debates y preocupaciones. A pesar de esto, el
Principio de Oportunidad presenta ciertas características que ayudan a comprenderlo,
según lo indicado por la Fiscalía General (2007):

- Tiene fundamento constitucional.


- Es discrecional pero reglado, lo que significa que la Fiscalía debe aplicarlo en casos
específicos establecidos por la ley.
- Es de aplicación exclusiva y excluyente por parte de la Fiscalía General de la Nación.
- Está sujeto a control de legalidad por parte del juez de garantías.
- Es de aplicación taxativa y residual.

En este contexto, se destaca la estrecha relación entre el Principio de Oportunidad y la


legalidad, con su fundamento en el artículo 250 de la Constitución Política de Colombia.
Aunque este principio está respaldado por la Constitución, su aplicación está claramente
regulada y dirigida, lo que significa que la Fiscalía debe aplicarlo en situaciones específicas
que la ley permita.
En relación al Principio de Oportunidad, se destacan tres aspectos fundamentales en las
sentencias, según lo señalado por Mojica Jaimes y Suárez Correa en 2015:

El primer aspecto se refiere a los parámetros y límites del Principio de Oportunidad. La


aplicación de este principio está sujeta a reglas y restricciones que definen cuándo y cómo
puede ser aplicado. Estos parámetros y reglas incluyen:

- La necesidad de establecer de manera clara y explícita las causales que justifican la


aplicación del Principio de Oportunidad.
- La especificación de las circunstancias en las cuales se puede aplicar el principio de
oportunidad penal, siempre y cuando estas circunstancias sean razonables.
- La excepción de su aplicación en casos de delitos de lesa humanidad y aquellos que
causen una grave vulneración de los Derechos Humanos.

El segundo aspecto que se deriva de la jurisprudencia se relaciona con las características


generales del Principio de Oportunidad, que incluyen:

- La necesidad de que las causales de aplicación sean definidas de manera clara y concisa
por el legislador.
- Su fundamento exclusivo en la Política Criminal.
- Su carácter excepcional, ya que no se aplica en todos los casos.
- La consideración del derecho de las víctimas.
- La obligación del juez de aplicar el Principio de Legalidad en su implementación.

El tercer aspecto aborda la procedencia de la aplicación del Principio de Oportunidad. Es


importante destacar que, para que este principio sea procedente como un mecanismo
para poner fin de manera anormal al proceso penal, se requiere al menos la inferencia y el
indicio probatorio de la comisión, autoría o participación del sujeto en el hecho punible,
así como la tipicidad del mismo (Mojica Jaimes y Suárez Correa, 2015).
En Colombia, el concepto de Política Criminal es difuso, carece de concreción y no se
materializa de manera significativa. Las pautas de política criminal en el país no
representan políticas estatales en el ámbito penal, sino más bien son opiniones de
organizaciones creadas con la intención de fortalecer una política criminal que, en
realidad, no está definida. Por lo tanto, la falta de una política criminal clara y precisa
afecta la aplicabilidad del principio de oportunidad, haciéndolo igualmente vago y limitado
en su implementación. Sin embargo, la escasa aplicación del principio de oportunidad no
solo se debe a la falta de una política criminal clara, sino que también se ve influenciada
por otros factores, como la insuficiente formación de los fiscales, la falta de claridad en las
causales de aplicación y la necesidad de concluir procesos con sentencias condenatorias.
Una de las características generales del principio de oportunidad es que su regulación,
aplicación y comprensión deben estar alineadas con los enfoques de la política criminal
que el Estado adopte para abordar los problemas delictivos. En este sentido, la Corte
Constitucional, en su Sentencia C-646 de 2001, define la política criminal como el conjunto
de medidas que el Estado debe implementar para hacer frente a conductas socialmente
censurables, con el propósito de garantizar la protección de los intereses fundamentales
del Estado y los derechos de los habitantes dentro de su territorio.

Siguiendo las directrices establecidas en la Constitución, particularmente en el artículo


250, el Estado no ha establecido de manera efectiva los lineamientos de la política
criminal. Esto ha resultado en una aplicación casi nula del Principio de Oportunidad en los
procesos penales. Al considerar la precisión de la Corte con respecto a la política criminal,
se enfatiza que las políticas adoptadas por el Estado pueden abarcar diversos aspectos,
como la política penitenciaria, la reinserción social, la regulación de conductas delictivas o
las directrices y causales de aplicación del Principio de Oportunidad.

El Principio de Oportunidad se introduce en la legislación procesal penal de Colombia a


partir del Acto Legislativo 03 de 2002, que modifica la Constitución Política del país, en
particular el artículo 250. Posteriormente, se regula en la Ley 906 de 2004,
específicamente en su artículo 324. De acuerdo con la definición proporcionada por
Urbano en 2006 (citado por Bejarano y Castro en 2011), el Principio de Oportunidad es "la
facultad que tiene la Fiscalía General de la Nación de suspender, interrumpir o renunciar a
la persecución penal por razones político-criminales. Es una atribución reglamentada y
sujeta a control".

De esta definición, se pueden extraer las características principales de esta figura:

- Se ajusta al Sistema de Oportunidad Reglada, lo que significa que los criterios de


aplicación están claramente establecidos por la ley y se determinan mediante requisitos
específicos, dependiendo de las circunstancias de cada caso.

- Es Potestativo: esta es una facultad reconocida por la Constitución.


- Está sujeto a Control de Legalidad: La Corte Constitucional ha destacado la importancia
de que un juez de control de garantías examine si las intervenciones en el ejercicio de los
derechos fundamentales, realizadas por la Fiscalía General de la Nación, cumplen con la
ley y si los objetivos justifican las restricciones que esto implica tanto para los titulares de
los derechos como para la sociedad en general. Además, la Corte Constitucional ha
subrayado que la discrecionalidad regulada asignada al fiscal en relación con el Principio de
Oportunidad no debe convertirse en una herramienta de aplicación arbitraria.

El principio de oportunidad se aplica en distintas etapas del proceso penal en el sistema


acusatorio de Colombia de la siguiente manera:

- **En la etapa de investigación:** La Fiscalía General de la Nación tiene la facultad de


suspender, interrumpir o renunciar a la persecución penal en situaciones específicas, que
incluyen:
- Colaboración eficaz del imputado o acusado para prevenir la continuación de delitos o
desmantelar bandas delictivas.
- El compromiso del imputado o acusado de testificar contra otros acusados con
inmunidad total o parcial.
- Imputados menores de 18 años que hayan cometido delitos sin pena privativa de
libertad.
- Imputados mayores de 70 años que hayan cometido delitos sin pena privativa de
libertad.
- Imputados con enfermedades graves que pongan en peligro su vida o salud.
- Imputados víctimas de violencia intrafamiliar o doméstica.
- Delitos que no generen un grave daño social.

- **En la etapa de juicio oral:** En esta fase, la Fiscalía General de la Nación puede
suspender o renunciar a la persecución penal en los siguientes casos:
- Cuando el imputado o acusado admite su culpabilidad en el delito.
- Cuando el imputado o acusado acepta la responsabilidad por el delito y compensa el
daño causado a la víctima.
- Cuando el imputado o acusado cumple con las condiciones impuestas por el juez de
conocimiento para obtener la suspensión condicional de la pena.

El principio de oportunidad es una herramienta crucial en el sistema penal acusatorio


colombiano, ya que permite a la Fiscalía General de la Nación tomar decisiones basadas en
la política criminal del Estado, los principios de oportunidad, razonabilidad y
proporcionalidad, y los criterios de oportunidad establecidos en la legislación. El artículo
323 del Código de Procedimiento Penal establece específicamente las etapas del proceso
en las que se puede aplicar este principio.

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