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Introducción
Hoy en día el control constitucional constituye la principal herramienta del control del poder
estatal, un presupuesto básico para el equilibro de poderes, así como una garantía de la
supremacía constitucional. En la actualidad nos resulta imposible imaginar sentencias
dictadas por los Jueces que no se rijan bajo este principio.
El control constitucional no surgió de la letra de la Constitución, pero fue bajo ese cobijo de
ideas y circunstancias que, a partir de Estados fallidos y crueles, nacieron los principios sobre
el control jurisdiccional de la constitucionalidad de las leyes.
La diferencia entre los modelos institucionales se debe a las distintas circunstancias históricas
y a las diferentes filosofías políticas que imperaron en los Estados Unidos y en Europa en los
momentos en que éstos fueron diseñados y que evidenciaban una distinta organización del
Estado y, muy especialmente, un distinto órgano en quien depositar la confianza o
desconfianza.[2]
Para entender está forma de actuación, resulta de particular relevancia diferenciar dos
modalidades de aplicación del parámetro de constitucionalidad: el concentrado y el difuso.
El primero, con antecedentes en Europa particularmente en Austria y, el segundo, en Estados
Unidos.
No obstante, con ambas categorías se pone de manifiesto el tipo de proceso y el modo que
dentro de él, los órganos jurisdiccionales aplican el parámetro de constitucionalidad. Es decir,
dichos modelos presentan diferencias sustanciales en cuanto al órgano encargado de ejercer
el citado control.
Fue por ello que hasta la Segunda Guerra Mundial no existió el pensamiento de que el poder
legislativo debía ser limitado por el poder Judicial. Dada las experiencias negativas de los
regímenes totalitarios imperantes hasta la postguerra generó un importante cambio de
idealismo, entre el los que se encuentra, la aceptación de que el parlamento podía cometer
excesos en sus funciones. Con ello, surgió la limitación del poder legislativo y el control
constitucional centralista mediante la creación de tribunales con la tarea de llevar dicho
control.
Con la necesidad de limitar el poder de las legislaturas que sólo representaban los intereses
de mayorías irracionales en perjuicio de las minorías, surgió la judicial review (revisión
judicial), la cual no es otra cosa más que la doctrina en la cual la actividad de los poderes
legislativo y ejecutivo está sujeta a la indagación judicial. Es decir, los jueces pueden
invalidar actos del Estado que son incompatibles con la Constitución.
Por otro lado, un parteaguas importante del control constitucional lo fue la sentencia dictada
por John Marshall en 1803 y la teoría de la supremacía de las constituciones, misma que se
encuentra adoptada y reconocida en los órdenes jurídicos modernos en el mundo, la mayor
parte de dichos textos fundamentales contemplan diversas vías para garantizar y defender su
superioridad ante los demás ordenamientos normativos[6]. Es un hecho que a pesar de todas
y cada una de las contradicciones con las que John Marshall fundó la sentencia de Marbury
versus Madison, dicha resolución constituye el antecedente más importante del control de
constitucional (al menos así lo es en el control difuso).
El control constitucional
A partir de los antecedentes históricos de Estados Unidos, la defensa del texto constitucional
implica dos aspectos fundamentales: en primer lugar, que se prevean mecanismos que
impliquen una dificultad considerable para modificarlos, es decir, su rigidez y, en segundo
lugar, los medios procesales establecidos en la propia Constitución que tienen como principal
persecución, la limitación de los poderes del Estado para que actúen únicamente bajo su
esfera normativa.[7]
Mediante diversos procesos ciertos órganos del Estado, de carácter jurisdiccional, son
competentes para determinar si una norma es contraria o no a la Constitución y, a fin de
mantener la supremacía mencionada, precisar qué consecuencia acarrea tal consideración.
Un tribunal o corte constitucional es aquel órgano encargado principalmente de hacer
efectiva la supremacía de la Constitución. Lo que de cualquier manera es importante destacar
es que el parámetro de control será exclusivamente constitucional.
Sistema concentrado
Una vez sentadas las bases en los países europeos, se comenzó a institucionalizar el control
constitucional hasta el grado de evolucionar a nuestros días. Así, hoy el sistema centralizado
del modelo europeo centraliza el ejercicio del control constitucional en un único órgano.
Es decir, el control concentrado alude a los procedimientos en los que la norma considerada
contraria a la Constitución de manera expresa se impugna, precisamente, por considerarse
específicamente contraria al texto constitucional.
Lo que se busca del órgano jurisdiccional es una declaración de inconstitucionalidad de la
norma impugnada, de ahí que la norma, sea el objeto central de la impugnación. En otras
palabras, se le cuestiona al juzgador si cierta norma es contraria al texto constitucional. Como
señala José Ramón Cossío Díaz: “la sentencia deberá ocuparse, expresa y destacadamente,
de la norma impugnada de inconstitucional a fin de determinar su calidad normativa”[8]. En
este sentido, Kelsen sostenía que la función del tribunal constitucional no es una función
política sino judicial, como la de cualquier otro tribunal, aunque con matices que los
distinguen.
Sistema difuso
El trabajo del juzgador en el control difuso no es, en principio, determinar la validez de las
normas generales invocadas o aplicables en el juicio, sino resolver la lucha de “intereses” de
las partes. Sin embargo, dada la supremacía constitucional y la obligación de acatarla y
mantenerla, el propio juzgador asume la tarea de enfrentar las normas contrarias al texto
constitucional, para “hacer algo con ellas” dentro del proceso y, específicamente, al resolver
la contienda.[10]
Desde el punto de vista teórico, la diferencia entre un tribunal constitucional y uno ordinario
consiste en que si bien ambos generan y aplican derecho, el segundo sólo origina actos
individuales. Mientras que el primero, al aplicar la Constitución a un acto de producción
legislativa y al proceder a la anulación de la norma constitucional, no elabora, sino que anula
una norma general, realiza un acto contrario a la producción jurídica.
Es un sistema concentrado en una parte y difuso en otra, lo que permite que sean los criterios
e interpretaciones constitucionales, ya sea por declaración de inconstitucionalidad o por
inaplicación, de los que conozca la Suprema Corte para que determine cuál es la
interpretación constitucional que finalmente debe prevalecer en el orden jurídico nacional.
Finalmente, todas las demás autoridades del país en el ámbito de sus competencias tienen la
obligación de aplicar las normas correspondientes haciendo la interpretación más favorable
a la persona para lograr su protección más amplia, sin tener la posibilidad de inaplicar o
declarar su incompatibilidad.[12]
Lo relevante consiste en saber que aquello contra lo que se contrasta la norma jurídica
impugnada es sólo el texto constitucional. Dependiendo del tipo de proceso de que se trate,
en algunos casos podrá ser cualquier norma constitucional, mientras que en otros
(primordialmente mediante el amparo), solo será posible respecto de un tipo específico
(derechos humanos).
Conclusiones
Propone Jorge Carpizo “una simple actividad protectora de los derechos humanos” que no
esté limitada únicamente a los juzgadores sino también a los ciudadanos, es decir, que dicha
protección no sea un monopolio de ninguna autoridad o institución del país, sigue diciendo
Carpizo, que aceptar lo contrario implicaría sostener una visión restringida donde el
reconocimiento de derechos y su salvaguarda únicamente competa a ciertas autoridades del
Estado.[13]
Sin embargo; en el supuesto que propone Carpizo, ¿se les podría exigir de igual manera a
ciudadanos y autoridades el respeto de los derechos humanos? Y ¿quién vigilaría a los
“vigilantes” de los derechos humanos?
Se deben dejar de lado las resoluciones judiciales que desprotegen derechos por “falta de
argumentación en los amparos” y se debe comenzar a exigir experiencia y expedites a los
encargados de impartir justicia. La sociedad es la única que gana cuando la maquinaria del
control constitucional se dirige correctamente.
Se requiere preparación, pero aún más, se requiere compromiso para la aplicación del control
constitucional y la protección de la dignidad humana y con ello, evitar los intereses más
obscuros de la ambición del poder.