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El control constitucional en México

enero 21, 2019


Escrito por: Arturo Gómez Camacho

Introducción

Las disposiciones constitucionales no son simples declaraciones, sino mandamientos que al


surgir de un órgano popular constituyen normas obligatorias que deben ser observadas. Para
ello, desde el surgimiento de las constituciones escritas se ha ido evolucionando en las formas
para que las normas establecidas en ellas sean cumplidas, lo cual se ha denominado como
control constitucional[1].

Hoy en día el control constitucional constituye la principal herramienta del control del poder
estatal, un presupuesto básico para el equilibro de poderes, así como una garantía de la
supremacía constitucional. En la actualidad nos resulta imposible imaginar sentencias
dictadas por los Jueces que no se rijan bajo este principio.

Pero el control constitucional no fue creado de la espontaneidad; sus antecedentes surgen de


dos fuentes históricas importantes, por una parte, en el control centralizado que imperó por
el hartazgo social en Europa de un sistema parlamentario represor y arbitrario con la
complacencia de un poder judicial corrupto y, por la otra, el control difuso a raíz de una
voluntad de independencia que comenzó con de las trece colonias en América y se definió
con la sentencia de John Marshall en el famoso caso Marbury versus Madison.

El control constitucional no surgió de la letra de la Constitución, pero fue bajo ese cobijo de
ideas y circunstancias que, a partir de Estados fallidos y crueles, nacieron los principios sobre
el control jurisdiccional de la constitucionalidad de las leyes.

Antecedentes históricos del control constitucional

La diferencia entre los modelos institucionales se debe a las distintas circunstancias históricas
y a las diferentes filosofías políticas que imperaron en los Estados Unidos y en Europa en los
momentos en que éstos fueron diseñados y que evidenciaban una distinta organización del
Estado y, muy especialmente, un distinto órgano en quien depositar la confianza o
desconfianza.[2]

Para entender está forma de actuación, resulta de particular relevancia diferenciar dos
modalidades de aplicación del parámetro de constitucionalidad: el concentrado y el difuso.
El primero, con antecedentes en Europa particularmente en Austria y, el segundo, en Estados
Unidos.
No obstante, con ambas categorías se pone de manifiesto el tipo de proceso y el modo que
dentro de él, los órganos jurisdiccionales aplican el parámetro de constitucionalidad. Es decir,
dichos modelos presentan diferencias sustanciales en cuanto al órgano encargado de ejercer
el citado control.

El modelo centralizado nació especialmente en Francia y no precisamente de una opresión


del parlamento sino en la tiranía de la monarquía absoluta con la complicidad de los jueces
que no desempeñaban el papel de luchadores contra dicha monarquía, sino que, en lugar de
coincidir con el pueblo, fueron partidarios del régimen. Contrario a lo acontecido en Estados
Unidos, los jueces franceses carecían de valores igualitarios lo cual paralizaban las reformas
modernistas que se pretendía en dicha época.

La constitucionalidad se fundaba en la creencia de que el parlamento era soberano porque


había sido elegido por el pueblo y, por tanto, representaba a la nación; lo cual debería concluir
en la voluntad de los ciudadanos, que se traducía en la legalidad de las leyes. Es decir, la ley
era resultado de la voluntad del pueblo y por ello no podía ser anulada o inaplicarse por los
jueces. El juez debía someterse a la ley y limitarse únicamente a su aplicación.

Fue por ello que hasta la Segunda Guerra Mundial no existió el pensamiento de que el poder
legislativo debía ser limitado por el poder Judicial. Dada las experiencias negativas de los
regímenes totalitarios imperantes hasta la postguerra generó un importante cambio de
idealismo, entre el los que se encuentra, la aceptación de que el parlamento podía cometer
excesos en sus funciones. Con ello, surgió la limitación del poder legislativo y el control
constitucional centralista mediante la creación de tribunales con la tarea de llevar dicho
control.

Europa comenzó a centralizar el ejercicio del control de constitucionalidad en un único


órgano, que se denomina tribunal constitucional.[3] A diferencia de Europa, en los Estados
Unidos había desconfianza en el parlamento conquistador que había dictado las leyes con
que eran juzgados antes de la independencia de las trece colonias. Por ello, los ciudadanos
estadounidenses depositaron su confianza en los jueces lo que a la postre llevó a atribuirles
el ejercicio del control de constitucionalidad como mecanismo para cuidar y defender la
supremacía de la Constitución. Este modelo se vería influenciado por el derecho británico.[4]

Con la necesidad de limitar el poder de las legislaturas que sólo representaban los intereses
de mayorías irracionales en perjuicio de las minorías, surgió la judicial review (revisión
judicial), la cual no es otra cosa más que la doctrina en la cual la actividad de los poderes
legislativo y ejecutivo está sujeta a la indagación judicial. Es decir, los jueces pueden
invalidar actos del Estado que son incompatibles con la Constitución.

Los colonos americanos comenzaron a utilizar la Constitución como un derecho que ni


siquiera el parlamento podría contradecir. Con ello pretendieron justificar los límites del
poder legislativo del Estado opresor y ante su incumplimiento, su lucha por su independencia.
Tocqueville dijo:
“…los americanos han establecido el Poder Judicial como contrapeso y barrera al poder
legislativo; lo han hecho un poder legislativo de primer orden (…) El juez americano se
parece, por tanto, perfectamente a los magistrados de otras naciones. Sin embargo, está
revestido de un inmenso poder político que éstos no tienen. Su poder forma la más terrible
barrera contra los excesos de la legislatura (…) La causa está en este solo hecho: los
americanos han reconocido a los jueces el derecho a fundar sus decisiones sobre la
Constitución más que en las leyes. En otros términos, le han permitido no aplicar las leyes
que le parezcan inconstitucionales”.[5]

Por otro lado, un parteaguas importante del control constitucional lo fue la sentencia dictada
por John Marshall en 1803 y la teoría de la supremacía de las constituciones, misma que se
encuentra adoptada y reconocida en los órdenes jurídicos modernos en el mundo, la mayor
parte de dichos textos fundamentales contemplan diversas vías para garantizar y defender su
superioridad ante los demás ordenamientos normativos[6]. Es un hecho que a pesar de todas
y cada una de las contradicciones con las que John Marshall fundó la sentencia de Marbury
versus Madison, dicha resolución constituye el antecedente más importante del control de
constitucional (al menos así lo es en el control difuso).

El control constitucional

A partir de los antecedentes históricos de Estados Unidos, la defensa del texto constitucional
implica dos aspectos fundamentales: en primer lugar, que se prevean mecanismos que
impliquen una dificultad considerable para modificarlos, es decir, su rigidez y, en segundo
lugar, los medios procesales establecidos en la propia Constitución que tienen como principal
persecución, la limitación de los poderes del Estado para que actúen únicamente bajo su
esfera normativa.[7]

Mediante diversos procesos ciertos órganos del Estado, de carácter jurisdiccional, son
competentes para determinar si una norma es contraria o no a la Constitución y, a fin de
mantener la supremacía mencionada, precisar qué consecuencia acarrea tal consideración.
Un tribunal o corte constitucional es aquel órgano encargado principalmente de hacer
efectiva la supremacía de la Constitución. Lo que de cualquier manera es importante destacar
es que el parámetro de control será exclusivamente constitucional.

Sistema concentrado

Una vez sentadas las bases en los países europeos, se comenzó a institucionalizar el control
constitucional hasta el grado de evolucionar a nuestros días. Así, hoy el sistema centralizado
del modelo europeo centraliza el ejercicio del control constitucional en un único órgano.

Es decir, el control concentrado alude a los procedimientos en los que la norma considerada
contraria a la Constitución de manera expresa se impugna, precisamente, por considerarse
específicamente contraria al texto constitucional.
Lo que se busca del órgano jurisdiccional es una declaración de inconstitucionalidad de la
norma impugnada, de ahí que la norma, sea el objeto central de la impugnación. En otras
palabras, se le cuestiona al juzgador si cierta norma es contraria al texto constitucional. Como
señala José Ramón Cossío Díaz: “la sentencia deberá ocuparse, expresa y destacadamente,
de la norma impugnada de inconstitucional a fin de determinar su calidad normativa”[8]. En
este sentido, Kelsen sostenía que la función del tribunal constitucional no es una función
política sino judicial, como la de cualquier otro tribunal, aunque con matices que los
distinguen.

Sistema difuso

El control difuso es la competencia que permite a los juzgadores considerar en un proceso no


dirigido expresamente hacia tal fin, si una norma es o no contraria a la Constitución. Este
sistema denominado confiere a todos los jueces la tarea del control constitucional. Es decir,
todos los jueces son jueces de legalidad y de constitucionalidad.[9]

El trabajo del juzgador en el control difuso no es, en principio, determinar la validez de las
normas generales invocadas o aplicables en el juicio, sino resolver la lucha de “intereses” de
las partes. Sin embargo, dada la supremacía constitucional y la obligación de acatarla y
mantenerla, el propio juzgador asume la tarea de enfrentar las normas contrarias al texto
constitucional, para “hacer algo con ellas” dentro del proceso y, específicamente, al resolver
la contienda.[10]

El juzgador ordinario es aquél que no tiene como competencia directa el control


(concentrado) de constitucionalidad, puede encontrar, motu proprio o a instancia de parte,
que una de las normas mediante las cuales debe resolver el litigio es, evidentemente a su
juicio, contraria a la Constitución. Por lo mismo, que procede desaplicarla al caso concreto,
es decir, a hacer como si la misma no formara parte del ordenamiento y, con base en ello,
resolver lo que corresponda.

Desde el punto de vista teórico, la diferencia entre un tribunal constitucional y uno ordinario
consiste en que si bien ambos generan y aplican derecho, el segundo sólo origina actos
individuales. Mientras que el primero, al aplicar la Constitución a un acto de producción
legislativa y al proceder a la anulación de la norma constitucional, no elabora, sino que anula
una norma general, realiza un acto contrario a la producción jurídica.

Los sistemas judiciales de control concentrado o difuso preservan el principio de supremacía


constitucional y analizan los actos, las normas y las omisiones a la luz de lo dispuesto en la
Constitución federal.[11]

El control constitucional en México


México ha logrado dar un gran salto en materia de control constitucional en los últimos años;
sin embargo, aún falta dar el paso final a un verdadero respeto a los derechos humanos: que
la supremacía de nuestra Constitución no sea letra muerta.

Derivado de la reforma en materia de derechos humanos publicada en el Diario Oficial de la


Federación el 10 de junio de 2011, resulta claro que todas las autoridades del país se
encuentran obligadas a velar por el cumplimiento de los derechos humanos, bien sean de
fuente nacional (constitucional) o internacional (convencional); que en lo tocante a los jueces,
el mandato del artículo 1º constitucional debe leerse conjuntamente con el del 133 a fin de
determinar el marco dentro del que debe realizarse el control de convencionalidad, “lo cual
claramente será distinto al control que tradicionalmente operaba en nuestro sistema jurídico”.

Actualmente existen dos grandes vertientes dentro del modelo de control de


constitucionalidad en el orden jurídico mexicano. En primer término, el control concentrado
en los órganos del Poder Judicial de la Federación con vías directas de control: acciones de
inconstitucionalidad, controversias constitucionales y amparo directo e indirecto; en segundo
término, el control por parte del resto de los jueces del país en forma incidental durante los
procesos ordinarios en los que son competentes, esto es, sin necesidad de abrir un expediente
por cuerda separada.

Ambas vertientes de control se ejercen de manera independiente y la existencia de este


modelo general de control no requiere que todos los casos sean revisables e impugnables en
ambas.

Es un sistema concentrado en una parte y difuso en otra, lo que permite que sean los criterios
e interpretaciones constitucionales, ya sea por declaración de inconstitucionalidad o por
inaplicación, de los que conozca la Suprema Corte para que determine cuál es la
interpretación constitucional que finalmente debe prevalecer en el orden jurídico nacional.

Finalmente, todas las demás autoridades del país en el ámbito de sus competencias tienen la
obligación de aplicar las normas correspondientes haciendo la interpretación más favorable
a la persona para lograr su protección más amplia, sin tener la posibilidad de inaplicar o
declarar su incompatibilidad.[12]

Lo relevante consiste en saber que aquello contra lo que se contrasta la norma jurídica
impugnada es sólo el texto constitucional. Dependiendo del tipo de proceso de que se trate,
en algunos casos podrá ser cualquier norma constitucional, mientras que en otros
(primordialmente mediante el amparo), solo será posible respecto de un tipo específico
(derechos humanos).

Conclusiones

Con la reforma en materia de derechos humanos de 2011 se sembró la semilla de una


protección más amplia de los derechos humanos y como muestra para ello, esta, el
principio pro homine. Hoy en día nos resulta imposible imaginar sentencias que no se rijan
bajo éste y demás principios engendros de la interpretación Constitucional de John Marshall.

Propone Jorge Carpizo “una simple actividad protectora de los derechos humanos” que no
esté limitada únicamente a los juzgadores sino también a los ciudadanos, es decir, que dicha
protección no sea un monopolio de ninguna autoridad o institución del país, sigue diciendo
Carpizo, que aceptar lo contrario implicaría sostener una visión restringida donde el
reconocimiento de derechos y su salvaguarda únicamente competa a ciertas autoridades del
Estado.[13]

Sin embargo; en el supuesto que propone Carpizo, ¿se les podría exigir de igual manera a
ciudadanos y autoridades el respeto de los derechos humanos? Y ¿quién vigilaría a los
“vigilantes” de los derechos humanos?

De cualquier manera, el control constitucional ha llegado a nuestro país y es una obligación


que se quede para siempre. Hemos dado el primer paso, pero aún falta aprender a dar el más
importante, el paso de una protección real, pronta y expedita, y no sujeta a tecnicismos
jurídicos que se llevan años en resolver en tribunales. De nada sirve un sistema de control
constitucional si al final el ciudadano no percibe un respeto real a sus derechos humanos.

Se deben dejar de lado las resoluciones judiciales que desprotegen derechos por “falta de
argumentación en los amparos” y se debe comenzar a exigir experiencia y expedites a los
encargados de impartir justicia. La sociedad es la única que gana cuando la maquinaria del
control constitucional se dirige correctamente.

Se requiere preparación, pero aún más, se requiere compromiso para la aplicación del control
constitucional y la protección de la dignidad humana y con ello, evitar los intereses más
obscuros de la ambición del poder.

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