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2
Traducción

Mona
3

Corrección

AnaVelaM

Diseño

ilenna
SINOPSIS CAPÍTULO DIECIOCHO
LISTA DE CAPÍTULO DIECINUEVE
REPRODUCCIÓN CAPÍTULO VEINTE
CAPÍTULO UNO CAPÍTULO VEINTIUNO
CAPÍTULO DOS CAPÍTULO VEINTIDÓS
CAPÍTULO TRES CAPÍTULO VEINTITRÉS
CAPÍTULO CUATRO CAPÍTULO
CAPÍTULO CINCO VEINTICUATRO 4
CAPÍTULO SEIS CAPÍTULO VEINTICINCO
CAPÍTULO SIETE CAPÍTULO VEINTISÉIS
CAPÍTULO OCHO CAPÍTULO VEINTISIETE
CAPÍTULO NUEVE CAPÍTULO VEINTIOCHO
CAPÍTULO DIEZ CAPÍTULO VEINTINUEVE
CAPÍTULO ONCE CAPÍTULO TREINTA
CAPÍTULO DOCE CAPÍTULO TREINTA Y
CAPÍTULO TRECE UNO
CAPÍTULO CATORCE CAPÍTULO TREINTA Y
DOS
CAPÍTULO QUINCE
EPÍLOGO
CAPÍTULO DIECISÉIS
ACERCA DE LA AUTORA
CAPÍTULO DIECISIETE
U
tilicé su cuerpo para olvidar el dolor hasta que la línea que trazamos
quedó enterrada bajo el agua turbia.

Solía creer en tres cosas:


Que el amor verdadero sólo existía una vez, que el desamor no podía matarte
y que todo sucedía por una razón.

Pero si eso fuera cierto, nunca habría visto a Daniel McCray casarse con otra
mujer, tener una preciosa niña y fallecer ante mis propios ojos.

Todo lo que creía era una mentira. 5

Hasta que los conocí.


“Bleeding Love” - Leona Lewis
“Demons” - Imagine Dragon
“Delicate” - Taylor Swift
“Get Stoned” - Hinder
“Slow Hands” - Niall Horan
“Say Something” - A Great Big World
“How You Remind Me” - Avril Lavigne
“Good For You” - Selena Gomez
“Bring Me To Life” - Evanescence
“Apologize” - OneRepublic
6
E
l sonido metálico de una cremallera subiendo es lo que me despierta de
un sueño agitado en el que mi cuerpo se amolda al lado derecho del
colchón. Una necesidad inútil de darme la vuelta me atormenta, pero me
obligo a quedarme quieta y a escuchar su silenciosa rutina: el algodón erizado de una
camiseta desgastada contra la carne esculpida y entintada, el plástico raspado de una
funda de teléfono rayada contra una vieja mesita de noche y el leve crujido de las
tablas del suelo bajo sus pesados pies.
Hay una pausa, un pequeño respiro, antes de que los labios carnosos con los
que mi cuerpo se ha familiarizado presionen contra el costado de mi sien. Ni una sola
vez abro los ojos para encontrarme con los ojos azules bebé que sé que están
estudiando mi cuerpo desnudo apenas cubierto por la fina sábana. En su lugar, dejo
que se escabulla del dormitorio sin decir una palabra.
No, buenas noches.
No, te quiero.
Tal y como acordamos en silencio. 7
La puerta suena suavemente tras él poco antes de que se abra la del otro lado
del pasillo. Soltando una respiración temblorosa, me siento y trato de ignorar la
pesada ausencia de su calor corporal. Lo único que queda cuando la oscuridad baña
la habitación es su colonia Armani que se pega a la ropa de cama.
Agarrando el edredón que se ha caído del borde de la cama, examino el tenue
resplandor de la luz de la luna que se cuela por las persianas rotas. Mis ojos se centran
en los pequeños copos de nieve que caen graciosamente del cielo, encerrando mi
mente en los recuerdos de una piel bronceada y una sonrisa brillante que el invierno
me arrebató hace tres años.
Ya no oigo la risa ronca que se burlaba de mis muchas capas de ropa cuando
la temperatura bajaba de los cincuenta grados, ni la voz cascajosa que me ponía la
piel de gallina en los brazos a pesar de sus burlas cuando le advertía que condujera
cuando caía la nieve. Mi corazón ya no se aprieta ante los profundos hoyuelos o los
ojos marrones moteados que me hacían sonrojar cada vez que me prestaban atención.
El corazón que martillea en mi apretada caja torácica ya no es causado por el
amor que anhelaba, sino por el amor que nunca volvería a tener.
Balanceo las piernas por encima del marco de la cama y miro distraídamente
el marco de madera que descansa a 15 centímetros. Con la mandíbula apretada, me
deslizo fuera de la cama con el edredón enrollado alrededor de mi cuerpo y pienso
mejor en hacer el paseo de la vergüenza hasta el baño del pasillo que comparto con
mis compañeros de habitación.
Se oye un suave golpe en la puerta de mi habitación, demasiado silencioso y
anormal para ser suyo. Aun así, se me congela el cuerpo cuando se abre de golpe y
deja ver su enmarañado cabello rubio pajizo y sus grandes ojos marrones inclinados
hacia mí. Extiende la mano, su mano blanca y pecosa aprieta la mía de porcelana.
—¿Mal sueño, Nugget? —susurro, agarrando la camiseta de gran tamaño que
me habían quitado con cuidadosa precisión horas antes.
Después de ponérsela rápidamente, me doy la vuelta y veo sus pequeñas
palmas frotándose los ojos. Me arrodillo a su altura, le quito el cabello encrespado de
la cara y le doy un beso en la frente. —Vamos a intentar dormir un poco los dos, ¿de
acuerdo?
La levanto y la pongo en la cama junto a mí, su cuerpecito resalta la gran
diferencia de quien la ocupó antes que ella.
Alcanzo el marco de fotos de la mesita de noche, lo coloco boca abajo y me
arrastro junto a ella sin más remedio que apartar los sentimientos asfixiantes que
abruman mi conciencia.
—Te quiero, Ainsley.
Otro apretón de manos.

La habitación está filtrada por una luz apagada del amanecer que me indica que 8
es demasiado temprano cuando el tirón de mi camisa me despierta de un estado
parcial de inconsciencia. Primero veo los números rojos parpadeantes de mi alarma
y luego los ojos marrones redondos a escasos centímetros de mi cara, llenos de
expectación, mientras ella vuelve a tirar de mí.
—Demasiado pronto —murmuro, tentada de enterrar mis ojos entrecerrados
en la almohada.
Ella no cede.
Exhalando un suspiro, observo de nuevo los números de la madrugada en mi
reloj antes de sentarme en la cama.
Ainsley hace un gesto hacia la puerta.
—Bien, de acuerdo.
Antes de seguirla, me pongo un pantalón de pijama cubierto de bastones de
caramelo de mi piso y dejo que me arrastre al pasillo con la fuerza que nadie de su
edad debería tener. Me quedo helada cuando se abre la puerta del otro lado del
pasillo y aparece una figura delgada y sin camiseta que solo lleva un pantalón de
chándal negro de tiro bajo.
Tragando, le doy una pequeña sonrisa.
—Buenos días —saludo, con la voz ronca como siempre por la mañana.
Ainsley me tira de la mano y me señala las escaleras, donde el árbol decorado
se asoma desde lo alto del abierto pasillo. Mis hombros se levantan mientras la sigo
hacia abajo, y solo oigo un murmullo de “Feliz Navidad, Piper” detrás de nosotros
mientras descendemos por la estrecha escalera.
Enciendo las luces justo cuando Ainsley se lanza hacia los regalos multicolores
envueltos bajo el árbol. Algunos de ellos no los reconozco y me pregunto si Easton
los puso allí después de salir de mi habitación anoche, lo que hace que mi cara se
ruborice cuando suenan pasos detrás de mí.
Mientras me ocupo de limpiar la mesa de centro y de enchufar las luces del
árbol, intento ignorar la conciencia punzante del hombre de dos metros y tatuajes que
nos observa desde el pasillo de la escalera.
Me aclaro la garganta y paso los dedos por el cabello de Ainsley para intentar
controlar la forma en que sobresale por todas partes. Al final me rindo, le doy un beso
en la coronilla y le paso el calcetín lleno de caramelos y accesorios de Barbie para
que lo abra primero.
Por fin me giro para ver a East, y observo su propia cabeza de cama indomable,
que normalmente descansa en un peinado desordenado a propósito. Los lados de su
cabello casi negro son más cortos que la parte superior, con ligeras ondas que me
hacen preguntar si su cabello se riza cuando es más largo. Sólo lleva siete meses
viviendo conmigo, y en ese tiempo nunca lo he visto crecer más allá de lo que es
ahora.
—¿Café? —pregunto, sin esperar a que responda antes de pasar por delante 9
de él. La planta baja de nuestra casa de tres dormitorios es un espacio abierto,
excepto el medio baño y el armario para abrigos de la entrada.
No tengo que mirar detrás de mí para intuir que me ha seguido, así que busco
en la alacena la lata de café sólo para descubrir que ha desaparecido. Mis ojos vagan
por la encimera, buscando la salvación con ojos cansados y sin conseguirlo. Me
agarro al borde de la encimera de mármol, suelto un suspiro y dejo caer la cabeza.
—¿Salimos? —pregunta detrás de mí, con la voz más baja que nunca. Nunca
habla en voz alta, como si sus únicos volúmenes fueran el de meditabundo y el de
melancólico. A él le funciona. El joven de veintiocho años, bronceado y delgado, que
se encuentra en la moderna cocina a pocos metros de mí, es el sueño húmedo de
cualquier chica, desde su aspecto y su personalidad relajada pero misteriosa hasta su
forma de hablar. Su brazo derecho está cubierto por una intrincada manga de tatuajes
negros con palabras e imágenes que le llegan hasta la clavícula y el borde del cuello.
El dorso de su mano tiene pequeñas letras que forman un diseño pensado, y sé que
tiene otros tatuajes en la espalda y en el lado izquierdo de la caja torácica.
Chasqueando la lengua, me cepillo el cabello detrás de las orejas y asiento,
volviéndome hacia él. Agradezco que se haya puesto una camisa, o me quedaría
mirando. Mi cadera se apoya en el mostrador, pero no establezco contacto visual con
él. Nuestro acuerdo comenzó hace poco más de dos meses después de un poco de
alcohol. Una noche se convirtió en dos, que a su vez se convirtieron en tres, hasta que
me acostumbré a perseguir un subidón con su cuerpo que me sacó de mis casillas
durante un tiempo.
Siempre venía a mi habitación.
Y siempre se iba.
Y funciona.
—¿Quieres que vaya a por un poco? —Son las siguientes palabras que salen de
su boca. Sabe que necesito cafeína para funcionar, sobre todo tan temprano. No sé
cómo se las arregla, teniendo en cuenta que suele estar hasta tarde en el salón de
tatuajes del que es copropietario con un amigo de la ciudad. Sin embargo, todas las
mañanas, entre las cinco y las seis, se levanta, se pone la ropa de correr y está listo
para empezar el día con lo que supongo que son cinco horas o menos de sueño. Por
lo general, menos en las noches que viene a mi habitación.
Por mucho que quiera decir que sí, sacudo la cabeza y tomo un vaso limpio del
escurridor y lo lleno de agua del fregadero. —Es Navidad. No habrá nada abierto.
Se limita a hacer un ruido contemplativo, como si tarareara en señal de
acuerdo, antes de apartarse de la pared junto a la que está y dirigirse a la nevera.
Nunca hablamos de lo que ocurre al anochecer y rara vez entablamos una pequeña
charla sobre algo. El silencio entre nosotros suele ser cómodo, no incómodo, pero
tampoco me ha besado nunca antes de salir de mi habitación por la noche.
Señalando mi pulgar detrás de mí con la mano libre, le doy una sonrisa
cansada. —Voy a la otra habitación. Ainsley querrá empezar a abrir los otros regalos. 10
Así que...
Sólo asiente una vez.
Me relamo los labios, giro sobre mis talones y me alejo antes de decir nada
más. Tomo asiento en el suelo junto a Ainsley y dejo el agua en la mesa detrás de mí,
cruzo las piernas y tomo uno de los regalos más pequeños firmados por Papá Noel.
Sonriendo al ver cómo se le iluminan los ojos con las nuevas muñecas, vestidos
y peluches, me apoyo en el lateral del sillón y escucho cómo Easton toma asiento
detrás de mí. —Tienes algunos —observa en voz baja.
Levantando las cejas mientras miro hacia donde su barbilla hace un gesto de
asentimiento, tomo un pequeño paquete cuadrado plateado. —No te he comprado
nada —admito con pesar, sin saber que estábamos intercambiando regalos.
Mis dedos rasgan el papel hasta que aparece una caja negra debajo. Miro a
East, que observa atentamente a Ainsley jugar con uno de sus nuevos juguetes, antes
de volver a mirar la caja y abrirla. Mis labios se separan cuando veo una tarjeta regalo
de doscientos dólares para una tienda de material de oficina a la que me gusta ir.
—East... —Mi cuerpo gira hacia él, parpadeando ante su postura
despreocupada en la silla raída que había comprado de segunda mano en
Craigslist—. Esto es demasiado. No te he comprado nada.
Sus hombros se levantan. —Dijiste que la escuela no tenía dinero en el
presupuesto para suministros, así que me imaginé que podrías usar eso antes de que
el año comience de nuevo. No es un gran problema, Piper.
¿Él...? —¿Me compraste esto para mi clase?
Otro ruido incoherente sale de su garganta mientras se desliza hasta el borde
de la silla. —Si hago roles de canela, ¿comerán algunos? Incluso compré glaseado el
otro día.
Parpadeo.
Ainsley se gira y asiente con entusiasmo al oír el sonido del azúcar, dejándome
distraída haciendo lo mismo. Sus ojos pasan de mi cara a la tarjeta que tengo en la
mano antes de ponerse en pie y alejarse sin decir nada más.
Se me seca la boca.
Ainsley me tira de la camiseta y me enseña la Barbie que le ha regalado Papá
Noel. Yo solo sonrío en señal de alabanza y vuelvo a mirar la tarjeta de regalo.

11
M
etiendo la última bolsa de plástico en el asiento trasero de mi
destartalado Toyota Highlander verde que compré a precio de
liquidación a un amigo de la familia, siento la vibración de mi teléfono
en el bolsillo trasero de mis vaqueros ajustados. Al cerrar la puerta y sacar el celular
para ver el nombre de mi mejor amiga en la pantalla, sonrío y subo a la parte
delantera.
—Hola, Jenna.
Hay una música fuerte de fondo que conozco muy bien de la película de Disney
favorita de Ainsley. Insiste en escucharla cuando no se siente bien. —La niña vomitó.
No te preocupes, lo hizo en el suelo de la cocina.
Haciendo un gesto de dolor, suelto un suspiro. Al menos está en la madera y no
en la alfombra beige que cubre el noventa por ciento de la casa. —Probablemente es
por todos los dulces que ha estado comiendo esta semana. ¿Está bien ahora?
—Está acostada en el sofá bajo su manta favorita —explica mi mejor amiga,
moviéndose hasta que el ruido de fondo se desvanece ligeramente—. Le he dado un 12
poco de ginger ale, que sólo puedo suponer que es de tu compañero de piso, ya que
odias los refrescos. Dile que lo siento.
Dudo que a Easton le importe. Puede que sea reservado, pero estoy segura de
que siente debilidad por Ainsley. Sobre todo, después de ver los regalos de Navidad
adicionales que le hizo, que consistían en nuevos libros para colorear y un juego de
comida para jugar que ella había estado mirando cada vez que íbamos juntos a la
tienda a comprar.
—Llevaré más —digo, sólo para estar segura. No pensaba hacer otra parada en
la tienda, pero está cerca de Staples—. Iba a pasarme por El Loto Tintado antes de
volver, pero me pasaré por la tienda y luego....
—No. —Parpadeo ante sus firmes palabras—. Estamos bien aquí, Piper. Parece
que Ainsley se va a quedar dormida en cualquier momento y yo tengo un libro que
leer en mi Kindle. Ve a hacer tus cosas. Y por cosa, quiero decir...
—Para —gimo, dejando caer la cabeza sobre el reposacabezas—. Sólo voy a
agradecerle la tarjeta de regalo. Tengo todo el material de la clase. Tengo que
devolverle el favor de alguna manera.
Su risa me hace poner los ojos en blanco. —Se me ocurren algunas formas de
devolverte el favor. Podrías dejar que te perforara, si sabes a qué me refiero. Tal vez
dejar que te marque la piel.
Mis mejillas se calientan por sus insinuaciones. —A veces te odio.
—¡Mentiras!
Arranco el auto. —Lo que sea. Si estás segura de que estás bien, haré una
parada rápida en boxes. Llámame si necesitas algo.
Después de colgar y terminar mis recados, de comprar un nuevo paquete de
seis cervezas de jengibre como las que le gustan a Easton y que guarda en la nevera,
así como unas galletas para que Ainsley coma, hago el corto trayecto de veinte
minutos de vuelta a la urbanización en la que vivimos.
El Loto Tintado es un pequeño edificio de ladrillos justo en las afueras de las
residencias, rodeado de unos cuantos establecimientos de comida y una diminuta
oficina de correos que comparten un estacionamiento. Me meto en una plaza de
estacionamiento libre delante del salón, por suerte, ya que el resto del
estacionamiento está abarrotado.
Deslizando mi bolso sobre el hombro y cerrando el auto tras de mí, me dirijo
hacia la puerta de cristal con un cartel de abierto que cuelga justo debajo del horario
impreso de la tienda. Sé que abre hasta más tarde porque es sábado, lo que significa
que no estará en casa hasta cerca de las dos de la madrugada.
El timbre de la puerta señala mi llegada, haciendo que Jay, su amigo y
copropietario, levante la vista de donde está trabajando en la espalda de un tipo
fornido. —Hola, Red.
Le sonrío a él y a su nombre poco original para mi cabello naturalmente
castaño. Sin embargo, es mejor que cuando me llamaba Red Velvet todo el tiempo. 13
Desde que Jenna me convenció de añadir mechas cobrizas, el color no es tan intenso.
Pero eso no impide que el alto y delgado treintañero me llame lo que quiera.
Mis ojos se dirigen a East, donde está vendando el brazo de una chica rubia
platino. Levanta la vista en cuanto Jay menciona mi apodo y me saluda con la barbilla.
Le hago un pequeño gesto con la mano y me apoyo en el mostrador donde está la caja
registradora.
Saco la botella de agua del bolso y bebo un sorbo, pero casi la escupo cuando
Jay dice: —¿Por fin vas a dejar que te perfore?
Mi cara debe ponerse muy roja al pensar en lo que ha dicho Jenna, porque Jay
me mira y se echa a reír.
—Eh... no. —Sonriendo tímidamente, tapo mi agua antes de dejarla en el
mostrador.
Para mi sorpresa, East habla. —Ella ya tiene un piercing.
Las cejas de Jay se juntan ante mí. —¿Sí?
Asiento, señalando mi ombligo. —Me lo hice hace unos años. —Hoy en día, rara
vez me pongo los numerosos aretes que elegí.
Jay hace un ruido interesado en el fondo de su garganta, sus labios se mueven
hacia arriba como si entendiera exactamente cómo Easton sabe que tengo un piercing
en el vientre. —¿Pensaste en hacerte otros?
Mis hombros se levantan. —Consideré la posibilidad de abrirme la nariz.
Cuando estaba en el instituto, intenté engañar a mi madre para que firmara un
permiso, ya que entonces era menor de edad. Se asustó. Ni que decir, no conseguí
firmar el formulario.
Jay inclina la cabeza. —¿Y hoy?
Mis labios se separan. —Tal vez en otro momento, Jay. En realidad, estoy aquí
para ver a Easton.
East se levanta, haciendo un gesto para que su cliente se acerque a la caja
registradora. Me aparto de su camino, sintiendo los ojos de la rubia sobre mí con
escepticismo mientras me escudriña antes de darme la espalda.
—¿Todo bien? —pregunta Easton, mirando hacia mí después de tomar el
dinero de la chica.
Asiento rápidamente. —Sí. En realidad, sólo he venido a dar las gracias de
nuevo por la tarjeta regalo. Hoy he ido a por mis provisiones. Jenna está cuidando a
Ainsley.
Cuenta el cambio y se lo devuelve a la chica con los ojos desviados. Debe de
tener diecinueve años como mucho, casi diez menos que él. Pero lo ignoro, porque
no es que tenga ningún derecho sobre él más que unas pocas horas robadas cada
noche.
—Te he dicho que no es para tanto —murmura, cruzando los brazos sobre el
pecho. 14
La chica interviene, inclinándose hacia delante para mostrar sus envidiables e
impresionantes tetas. —Me preguntaba si tienes planes para esta noche. Mis amigos
y yo hemos quedado en el Club 21.
Él no dice nada, con cara de no estar impresionado. —No tienes veintiún años.
Aprieto los labios para no sonreír, me reajusto la correa del bolso y me
entretengo mirando la tienda. Las revistas están esparcidas frente a los sillones
negros del lado donde la gente espera para hacer su trabajo.
—No te preocupes, tenemos identificaciones falsas —insiste, haciéndome
estremecer. East hace un ruido estrangulado en el fondo de su garganta, una señal
reveladora de que no va a aceptar la oferta.
—Estoy ocupado —es todo lo que dice.
Sus hombros caen. —Oh. Bueno...
No lo hagas.
—Te daré mi número y podrás avisarme cuando estés libre —dice a pesar de
mi silenciosa advertencia. No es que esté celosa. East puede hacer lo que quiera y
con quien quiera. De hecho, respeto las metafóricas pelotas de la mujer por haber
tomado incluso el recibo y anotado su número antes de devolvérselo.
Pero conozco a East. Tan pronto como ella se va, él envuelve el papel y lo tira
en los reciclables bajo el mostrador. Nunca entendí por qué lo hacía porque podía
conseguir cualquier chica que quisiera. Incluso antes de nuestro pequeño acuerdo
nunca guardaba los números que le pasaban. Y por lo que ha dicho Jay, hay muchas
mujeres que vuelven por el hombre callado de enfrente.
Hablando de eso, sus cejas se levantan para preguntarme. Saliendo del
pensamiento, espero a que la chica se despida y se dirija a la puerta antes de
colocarme frente a él. —No se me ocurría qué regalarte. Eres difícil de comprar y no
podía aceptar la tarjeta sin al menos intentarlo, aunque pienses que no es gran cosa.
—No lo es.
Pongo los ojos en blanco y lo veo dirigirse a su puesto para limpiarlo. Se
mantiene ocupado, así que estoy segura de que su próxima cita llegará pronto. —Lo
sé, pero aun así. ¿Y si te pago tu próximo tatuaje? Dijiste que querías añadirlo a tu
brazo, ¿verdad?
Jay se ríe mientras Easton se gira hacia mí, con una de sus cejas fruncidas. —
Tengo un salón de tatuajes. Puedo hacérmelo gratis, Piper.
Sí. El calor me punza la nuca. En retrospectiva, debería haber pensado en eso
antes de dejarlo escapar de mi boca.
—¿Cena?
Deja de hacer lo que está haciendo. —¿Dónde?
Lo que mucha gente no sabe es que es vegetariano, algo que aprendí
rápidamente después de que se mudara. Quería prepararnos la cena y romper el 15
hielo ya que íbamos a vivir juntos, pero cociné la famosa lasaña de mamá que llevaba
carne picada y salchicha de cerdo. Optó por comer la ensalada que preparé,
haciéndome sentir como una gorda al comer el plato de pasta yo sola. Ainsley
tampoco le gusta, así que la comí para el almuerzo y la cena toda la semana.
—Estaba pensando que podríamos pedir en ese sitio tailandés que te gusta —
sugiero, sabiendo que el salteado de verduras es su favorito—. Ainsley está enferma,
así que quiero quedarme en casa esta noche. Pero si quieres ir a algún lugar, quizá
podamos hacerlo mañana o cuando estés libre.
Ignora por completo la oferta de comida, concentrándose en una sola cosa. —
¿Está bien? —Enderezándose hasta alcanzar su altura, me observa con ojos
cautelosos, haciendo que mi corazón se apriete en mi pecho antes de amenazar con
derretirse en un charco desordenado allí mismo, en el suelo de cemento.
—Bicho estomacal. Creo que es el caramelo.
Frunce los labios. —Puedo pedir la comida y recogerla antes de ir a casa. Mi
última cita es a las seis y media.
Jay se aclara la garganta. —Uh, East...
—Jay cerrará —añade East.
Jay mira entre nosotros antes de asentir, dándose la vuelta para terminar el
tatuaje del cliente.
—De acuerdo. —Sonrío—. Ah, y te compré más ginger ale porque Jenna tuvo
que darle un poco a Ainsley para ayudar a su estómago.
Sus labios se crispan antes de murmurar: —No tenías que hacer eso.
Me encojo de hombros. —Es justo. Es tuyo.
No dice nada.
—Haré que entreguen la comida —insisto, tomando mi botella de agua del
mostrador y retrocediendo hacia la puerta, —así no pagarás cuando la recojas. ¿Lo
mismo de siempre?
Hace una pausa y luego asiente una vez.
—Hasta luego entonces. —Muevo los dedos hacia Jay, que inclina la barbilla
hacia mí antes de volver a concentrarse en su trabajo.
Una vez que estoy en mi auto de nuevo, le envío un mensaje a Jenna para
hacerle saber que estoy de camino a casa antes de mirar hacia el salón para ver a East
observándome desde la ventana principal.
Saludo con la mano.
No devuelve el saludo.

16
D
ebería haber sabido que el día iba a ir cuesta abajo rápidamente
cuando descubrí que no quedaban huevos para hacer el desayuno.
Poco después me doy cuenta de que solo quedan unos cuantos tragos
de leche de almendras en el cartón, insuficientes para los cereales que ya había
echado en un bol para Ainsley. Exhalando un suspiro irritado por la persona
probablemente responsable, salgo de la cocina y subo las escaleras.
La habitación contigua a la mía está abierta, revelando a una rubia fresa
retorcida como un pretzel bajo su edredón púrpura, con la manta acolchada color
lavanda que su padre le regaló antes de que naciera agarrada entre sus garras. Su
abuela, la abuela Mable, la hizo para ella con retazos de tela vieja que le sobraron de
otros proyectos de su club de costura.
—Ainsley —susurro, entrando y dando un suave codazo en su hombro—. Es
hora de levantarse y desayunar. —Un desayuno que probablemente sea una tostada
con mantequilla y un plátano. Hago una nota mental para ir a la tienda cuando termine
las conferencias de esta tarde.
17
Se mueve pero no abre los ojos. Ya he estado aquí con ella y nunca termina
bien. La última vez, me arañó la cara en una rabieta cuando le dije que se levantara.
—Ains —repito.
Enterrando la cabeza en la almohada, me restriego una palma por la cara. Llevo
más de media hora levantada y aún no me he cambiado porque quería preparar su
desayuno. Ahora me arrepiento porque significa vestirme rápidamente y saltarme mi
propio desayuno, lo que no me hará pasar un buen día.
Hago lo que mis padres siempre hacían cuando actuaba así. Le quito las mantas
de encima y la levanto. Se contonea y me golpea el pecho hasta que la pongo de pie.
—Lo siento, niña. Hoy tengo que ir al colegio, lo que significa que la tía Jenna te cuida.
Normalmente se anima al oír el nombre de Jenna, pero me doy cuenta de que
la batalla matutina se está apoderando de ella. Intenta volver a la cama, pero la
detengo. Se resiste a subir las escaleras y yo no hago más que gruñir de frustración.
—¡Ainsley! —la regaño, tratando de no ser demasiado ruidosa ya que Easton
aún no se ha levantado. Ha salido de mi habitación después de las tres de la mañana,
más tarde de lo que normalmente lo hace. Creo que se ha dormido un rato antes de
recordar que no estaba en su habitación.
Ainsley arrastra los pies por la alfombra, lo que me obliga a soltarla y a
suspirar. Vuelve corriendo a su habitación y cierra la puerta. Apretando los ojos, me
froto los párpados y cuento hasta cinco antes de acercarme y abrirla.
—Tienes cinco minutos para bajar antes de que me enoje —le informo en un
tono que sólo he tenido que utilizar una vez. Odio sonar como un culo duro con ella.
Siempre hemos tenido una relación amistosa, pero ha sido diferente desde que
empezó a vivir conmigo a tiempo completo—. Y eso significa que no habrá postre...
durante los próximos tres días.
La verdad es que probablemente ceda. Es como todas las veces que
amenazaba con no darle golosinas a mi gato de la infancia cuando hacía algo malo, y
luego se las daba de todos modos. Sólo hacía falta una miradita, un masaje en la
espinilla y un fuerte ronroneo para que cediera.
Ainsley no es diferente.
Mientras bajo las escaleras, oigo cómo se cierra una puerta y se abre otra. En
lugar de mirar más allá del pasillo blanco que revela las puertas en cuestión, sacudo
la cabeza y vuelvo a la cocina para preparar su tostada.
Es unos minutos más tarde, cuando estoy untando el pan dorado con
mantequilla y refunfuñando para mis adentros, oigo unos pasos demasiado fuertes
para pertenecer a una niña de cinco años. Un cuerpo cálido se acerca por detrás de
mí y me quita el cuchillo de la mantequilla antes de que su cadera me empuje.
—¿Qué pasa?
Mis fosas nasales se agitan. —Te has vuelto a beber toda la leche y no te has
molestado en decírmelo ni en conseguir más. ¿Y qué pasó con los huevos?
Deja de hacer lo que está haciendo para mirarme, con los labios fruncidos. — 18
Iré a la tienda y tomaré algunos cuando abran. No es gran cosa.
No es un gran... Por supuesto que no lo cree. No tiene que alimentar a otra
persona. Todo lo que tiene que preocuparse es de sí mismo, y la mitad de las veces
simplemente agarra algo después de salir si no hace uno de sus asquerosos batidos
de proteínas verdes después de su carrera.
—Ainsley necesita desayunar —afirmo, dirigiéndome a la nevera y agitando el
cartón de leche—. Sólo bebe de esto
No responde.
—Todos lo usamos, Easton.
Deja el cuchillo y se gira hacia mí, con los ojos duros. —¿Qué pasa? ¿Estás
realmente enojada por la leche? He dicho que iré a por ella, ¿de acuerdo? Lo siento.
No es por la leche, pero mi orgullo no se lo dice. En lugar de eso, me pongo de
mal humor y me imagino que tiene que ver con mi periodo que ha empezado a
primera hora de la mañana. Si a eso le sumamos una niña que no escucha y que se
pone más gruñona si no come, la irritación que me hierve en la sangre se agrava.
—Tengo que prepararme —es todo lo que digo antes de dirigirme a la puerta.
Me detiene agarrando mi muñeca, tirando de mí hacia él—. East, no estoy
bromeando. Anoche te dije que hoy tengo conferencias con la administración. Todos
los profesores y sustitutos las tienen.
—Respira, Piper. —Su instrucción llega en un tono tranquilo y áspero que me
produce escalofríos a pesar de mi amargura—. No vas a conseguir nada si sigues
enojada.
Estoy medio tentada de hacer un comentario tipo Dr. Phil cuando sus labios me
sorprenden rozando mi mejilla en un suave picoteo. Sus manos apartan los mechones
de cabello sin cepillar de mi cuello antes de que su boca descienda por mi mandíbula
y deje un rastro de besos exuberantes sobre mi pulso. Trago saliva cuando su aliento
me acaricia la piel sensible, mis músculos se aflojan y cierro los ojos.
—¿Qué estás haciendo? —susurro.
Se aleja lo suficiente para hablar. —Te estoy ayudando a calmarte. —Antes de
que pueda responder, su boca sigue trabajando en mi cuello, mordiendo, chupando,
lamiendo, y luego vuelve a subir para encontrarse con mis labios.
Hiper consciente de que ni siquiera me he lavado los dientes, muevo la cabeza
hacia un lado haciendo que me bese la comisura de los labios. —Tengo que
prepararme y obligar a Ainsley a vestirse y comer. Tengo un horario apretado porque
tengo que dejarla en casa de Jenna de camino al trabajo.
Con eso, lo empujo suavemente y lo esquivo. Me quedo helada cuando dice:
—Puedo vigilarla aquí.
Parpadeando, me giro lentamente. 19
Se encoge de hombros. —La tienda no abre hasta las cinco los lunes. No es un
gran problema. No tiene sentido llevarla a otro sitio si voy a estar aquí de todos
modos.
Se me espesa la garganta con una mezcla de preocupación y agradecimiento.
Nunca había vigilado a Ainsley durante todo el día, solo si tenía que hacer un recado
de última hora que normalmente incluía tampones porque se me habían acabado.
Él malinterpreta mi expresión. —A menos que no confíes en mí. —Su voz ronca
me saca de mis pensamientos, haciéndome sacudir la cabeza.
—No es eso —prometo ligeramente, ofreciéndole una sonrisa en señal de
tranquilidad—. Es que no quiero agobiarte vigilándola. No volveré hasta después de
las dos, dependiendo de lo que duren las conferencias de espalda. Luego tengo que
ir a la tienda.
—Iré a la tienda.
Me mojo los labios, sabiendo que no tengo tiempo para contemplar esto. Si él
la cuida, es menos estrés para mí. No tendré que preocuparme por llegar tarde o por
recogerla después del largo día que seguramente tendré en el que repasaremos las
nuevas políticas y las expectativas para el profesorado y el personal.
—De acuerdo. —Me aclaro la garganta—. Tengo una lista empezada en la
nevera de lo que necesitamos. Deberías añadirle leche y huevos, y probablemente
pan porque ya casi no tenemos.
Sólo asiente.
—Y Ainsley necesita levantarse y comer.
Otro asentimiento.
—Y no puede ver la televisión todo el día.
Sus labios se mueven hacia arriba. —Lo tengo.
Lo miro fijamente durante un momento, sabiendo que debo darle un resumen
básico de todo. Por ejemplo, dónde puede localizarme si no consigue comunicarse
con mi celular, o qué debe hacer Ainsley, que no empieza la guardería hasta el
miércoles. Conociéndola, le hará ver películas o comer más caramelos. Le quité su
bolsa de dulces después de su infección estomacal del sábado y ha estado amargada
desde entonces.
Pero no tengo tiempo. Easton es inteligente y es bueno con Ainsley. Confío en
él a pesar de mis dudas. —De acuerdo. Bueno... —Señalo con el pulgar hacia las
escaleras—. Voy a prepararme y luego le diré a Ainsley que baje. Luego tengo que
correr o llegaré tarde.
—De acuerdo.
No dice mucho más antes de que suba y haga exactamente lo que le digo. Me
pongo un vestido de jersey gris y unos leggings negros y luego me paso rápidamente
un cepillo por el cabello rojo encrespado y me limpio los dientes. Cuando llego a la
habitación de Ainsley, la veo acostada en la cama abrazada a su nuevo oso de peluche 20
de Navidad.
—Easton te está vigilando hoy —anuncio, entrando y sentándose en el borde
de su cama—. Realmente necesito que me ayudes aquí, Ains. Estoy cansada y tengo
muchas cosas que hacer hoy. Necesito que bajes a desayunar algo. No hagas nada
con él porque me enteraré. ¿Entendido?
Parpadea, hace una pausa, pero finalmente asiente.
La beso en la frente. —¿Por favor?
Lanza un suspiro antes de salir de la cama y bajar de la mano las escaleras junto
a mí. La acompaño a la cocina y le paso una tostada, solo parcialmente consciente de
los ojos azules que recorren mi cuerpo.
Tras despedirme de Ainsley con un beso y ver cómo mordisquea su tostada,
me dirijo a él. —Gracias por vigilarla. Tendré el celular encendido por si me
necesitas.
Me sigue hasta la puerta, donde tomo el abrigo que está colgado en un gancho
a un lado y me pongo las botas de invierno. —Estaremos bien. Cuando termine de
comer, iremos a la tienda antes de que se llene.
Sin tener tiempo para pensar en ello, asiento y le doy las gracias de nuevo antes
de salir por la puerta con el bolso y las llaves en la mano.

Estoy a dos segundos de dañar a mi compañera de trabajo, pero me digo que


la cárcel no merece la pena. Ni siquiera si arremeter contra la mujer de cabello blanco
a través de la mesa sería satisfactorio sólo para dejar de oírla quejarse de todo. Uno
pensaría que con tres miradas del superintendente -nuestro jefe- se habría callado.
No es así.
—Sólo digo —dice Karen, porque por supuesto se llama Karen, desde el otro
lado de la calle. Agarra su yogur griego y se mete un poco en la boca, —no
necesitamos tanto personal extra. Si el presupuesto es tan limitado, ¿por qué
recortarlo pagando a más gente de la necesaria?
Más gente siendo yo.
Mi ceño se frunce. —Te olvidas de que hay gente que se jubila pronto, Karen.
—Espero por Dios que tú seas una de ellas—. Personalmente, agradezco que la
administración me deje ayudar a Diane hasta que termine mi maestría.
—Claro que sí, querida —dice condescendiente. Como la paciencia se agota,
aprieto los labios y trato de desechar su actitud.
Si no fuera porque el distrito escolar me contrató como ayudante del profesor
de historia del instituto y como sustituta en otros cursos cuando era necesario, no
tendría la experiencia necesaria para completar mi máster sin estar demasiado
estresada. Me habrían colocado en otro lugar en lugar de aquí en Aberdeen y
entonces mi horario no habría funcionado a mi favor.
Entre los trabajos que me ofrecen aquí, las tutorías que hago en el Centro de 21
Estudiantes de Linwood y los créditos de clase que me quedan por cursar en la
universidad, tengo todo planificado exactamente como lo necesito. Aunque no me
gusta, a veces tengo que recurrir al fondo que Danny dejó para Ainsley para
asegurarnos de mantener un techo sobre nuestras cabezas y las facturas pagadas,
pero ha sido más fácil de manejar desde que decidí conseguir un compañero de
cuarto para dividir los costos.
Las cosas funcionan incluso en los días estresantes. Incluso con musarañas
desagradecidas como Karen, que sólo se preocupan por su propia vida. Nunca la he
visto participar en las celebraciones mensuales de cumpleaños que hacemos ni donar
a ninguna recaudación de fondos que se hace cuando un compañero de trabajo pasa
por un momento difícil. Pero siempre está presente cuando tiene una opinión que
compartir.
—El presupuesto ya está aprobado —informa el superintendente Miller en tono
frío. Su cara se puso roja hace unos dos comentarios, pero fue el último el que hizo
que los músculos de su cuello se flexionaran—. Tenemos mucho dinero para nuevo
personal, así como para programas que muchas otras escuelas han desfinanciado. Eso
es todo.
Karen, por suerte, no dice nada el resto del día. Durante el tiempo libre que
nos dan para comer o hacer pequeños descansos, miro mi teléfono obsesivamente.
Normalmente lo tengo apagado cuando estoy aquí, pero no quiero arriesgarme a que
haya un problema y me lo pierda.
—¿Cómo está Ainsley? —Erin pregunta suavemente a mi lado en el pasillo.
Lleva en la mano un plato de sopa que acaba de calentar en la sala de profesores.
—Bien. —Mi voz está ronca, así que me aclaro y le doy una tímida sonrisa—. Mi
compañero de piso la está viendo por primera vez, así que estoy un poco nerviosa.
Agitando mi teléfono, suelto un suspiro y apago la pantalla.
Entra en el despacho a mi lado y me sigue hasta la gran sala de conferencias
con su comida. —Lo entiendo. La primera vez que dejamos a Aiden con una nueva
niñera casi me da un ataque. Pero siempre está bien.
Tarareo una respuesta incoherente.
—¿Y la escuela? —incita, enfriando el líquido amarillo que huele a mi crema de
brócoli favorita. Mi estómago ruge, ya que lo único que he comido es una manzana
que he agarrado del desayuno que han preparado esta mañana.
—Mi último semestre empieza la semana que viene.
Ella sonríe. —Apuesto a que estás emocionada.
—Y nerviosa.
Su cabeza se inclina, los mechones rubios no llegan a la sopa que tiene delante.
Me explico. —Me faltan un par de créditos, así que tengo que tomar una clase
al azar para llenarla, además de mi Seminario y la Enseñanza Estudiantil. Aunque, la
escuela está dejando que mi experiencia aquí cuente para eso, así que debería
quitarme algo de presión.
22
Un ceño simpático aparece en su rostro, por lo demás impecable. Siempre me
ha gustado Erin. Es una nueva profesora de inglés en el instituto, así que la veo de vez
en cuando si nuestras clases están en la biblioteca a la misma hora. Si no, estamos en
alas diferentes del edificio. —¿Qué clase tienes que tomar?
—Historia de la mitología.
El interés ilumina sus ojos. —Eso suena interesante. ¿No me dijiste que te
gustaba la mitología griega?
—Sí —cedo, encogiéndome de hombros—. He leído el programa de estudios
en Internet y sólo se trata en la última mitad del curso. Apenas lo repasamos durante
una semana, lo cual es decepcionante. Además, el profesor ni siquiera aparece en la
lista.
Ella se encoge. —Eso nunca es bueno.
Otra razón por la que estoy nerviosa. Si cancelan la clase porque ha habido un
cambio de profesorado, eso significa que tengo que intentar escabullirme en otra. La
mayoría de las que he visto para el trimestre ya están llenas.
—Se solucionará —insiste.
Sé que lo hará. Siempre lo ha hecho antes.
—Hey —miro fijamente la mesa de madera anudada, trazando la mancha con
el dedo—. ¿Qué has hecho para el sexto cumpleaños de Sarah? Tengo problemas
para planear algo para Ainsley por culpa de...
Erin es una de las pocas personas que conoce el mutismo selecto de Ainsley.
Desde que Danny falleció en el accidente de auto, no ha hablado. Los médicos dijeron
que le diéramos tiempo, pero en los tres años que la tengo no ha dicho ni una palabra.
Me preocupa que la escuela me diga que tengo que buscar otro distrito que se adapte
a sus necesidades. Ya me ha hablado la profesora del jardín, que me ha expresado su
preocupación por los futuros grados, como si por no hablar fuera incapaz de
entender.
Me cuesta tragarlo, aspiro con dificultad y trato de disimularlo. —Le gustan las
princesas, así que pensé que podría ser el tema. Pero no ha hecho ninguna amiga y
no creo que invitar a mucha gente sea una buena idea. ¿Alguna idea?
Erin se acerca y me da unas palmaditas en la mano. —Conozco a una mujer que
hace unos pasteles increíbles. Podría hacer una con la princesa favorita de Ainsley y
tú podrías hacer una fiesta íntima con la familia. Las tiendas siempre tienen platos
temáticos, globos y otras cosas divertidas para las fiestas infantiles.
Agradezco que no sea el tipo de persona que presiona para que intervenga un
terapeuta. Lo intenté el año pasado porque me presionó un médico al que había
cambiado a Ainsley, pero sólo la hizo empeorar. Hablar con extraños no iba a suceder
cuando ni siquiera hablaba con la familia.
—Lo haré —digo, sonriendo.
Cuando el resto del día transcurre sin llamadas telefónicas ni mensajes de SOS, 23
el viaje a casa desde el trabajo me resulta tranquilo. El sonido sordo de un canal de
mezcla de pop en la radio hace que no me quede atrapado en mi cabeza.
Al entrar en la casa, me detengo en seco tras cerrar la puerta principal. Mis
ojos se centran en Ainsley, que está durmiendo en un fuerte de almohadas muy bien
construido en el salón, con su pequeño cuerpo cubierto por los cojines del sofá y
enredado en las mantas que ha tomado de todas nuestras habitaciones.
A su lado, un par de largas piernas vestidas de jean se estiran, un brazo
entintado se extiende sobre su estómago mientras sube y baja a un ritmo
tranquilizador.
Ambos están durmiendo.
Conteniendo mi sonrisa, saco mi teléfono y hago una foto. Se la envío a Jenna y
me quito las botas y la chaqueta en silencio antes de entrar de puntillas en la cocina,
con cuidado de los objetos esparcidos por la alfombra.
Cuando abro la nevera, veo un galón de leche de almendras, un cartón de
huevos y un trozo de mi pastel de triple chocolate favorito en un recipiente de plástico
en el estante superior. Hay una nota adhesiva amarilla con una palabra rasposa
desparramada en ella.
Lo siento.
A
bro los ojos con un parpadeo cuando la cama se hunde a mi lado y el
aire se arremolina con el más leve olor a alcohol, y me concentro en la
cabeza oscura que mira la foto de mi mesita de noche. Su perfil está en
blanco, sus labios presionados en una línea apretada y sus ojos sin parpadear.
Me siento. —¿Qué estás haciendo? —Frotándome los ojos, compruebo que es
más de la una de la madrugada. Saber que tengo que estar en el campus mañana me
hace gemir—. Tengo que levantarme como en cinco horas, Easton. Vete a la cama.
Tengo la tentación de enterrarme bajo las mantas e ignorarlo hasta que se vaya,
pero hay una expresión en su cara que me hace soltar un suspiro. Hay algo en su
mente. Espero que merezca la pena despertarse en mitad de la noche por ello.
—Nos robaron —murmura.
Ya totalmente despierta, extiendo la mano y le toco el brazo. —¿Estás bien?
¿Jay?
Sólo asiente.
24
Exhalando un suspiro de alivio, me siento del todo y dejo caer el edredón para
dejar al descubierto mi desgastada camiseta que tiene demasiados agujeros y
manchas a lo largo de los años. —¿Hiciste una denuncia a la policía? ¿Atraparon al
responsable?
—Sí. Y no.
—East. —Le aprieto el brazo—. Lo siento.
Uno de sus hombros se levanta.
Me aclaro la garganta. —¿Estás borracho?
—Estresado.
Yo también sería muchas cosas si me robaran, pero no estoy segura de salir a
beber. Por otra parte, está Jay. En el poco tiempo que le conozco, he descubierto que
el Capitán Morgan es uno de sus mejores amigos, junto a Easton. No diría que es un
alcohólico, pero probablemente se convertirá en uno pronto si sigue confiando en un
zumbido cuando las cosas se ponen difíciles.
Sin saber qué decir, ofrezco el único consejo a medias que se me ocurre. —
Deberías tomar un poco de agua e irte a la cama. Tal vez tomar una aspirina antes de
dormir.
Su mandíbula se mueve, pero no dice nada. En cambio, sus ojos vuelven a mirar
el marco de la foto de Danny sonriendo. Para mi sorpresa, se acerca y la agarra. —
¿Quién la vigilará mañana?
A ella. Ainsley. —Ella vuelve a la escuela mañana. La recogeré después de mi
última clase y luego tenemos planes para visitar a la abuela Mable.
Estoy a punto de volver a explicar quién es porque dudo que recuerde la breve
conversación que tuvimos sobre ella no mucho después de que se mudara. Nunca
llegamos a conocernos realmente hablando, sólo observando. Como que tiene una
rutina fija cada día que odia romper o si no está de mal humor. O cómo le gusta cocinar
y limpiar cuando tiene muchas cosas en la cabeza. De hecho, me sorprende que no
esté ahora mismo abajo haciendo otra creación. Hace unos meses, me desperté con
el olor de algo dulce que salía de la cocina a las tres y media de la mañana. Él y Jay
se pelearon por algo en la tienda y llegó a casa e hizo galletas de mantequilla de
cacahuete.
—Su abuela —señala, haciendo un gesto hacia el cuadro que aún tiene en sus
manos.
—Sí.
Lo único que sabe de nuestra antigua conversación sobre ella es que su abuela
es la única familia que le quedaba a Danny. Su padre murió de un cáncer de pulmón
causado por años de fumar, su madre en el parto, y él era hijo único. La abuela Mable
siempre estaba pendiente de su hijo y su nieta, mimándolos con productos de
pastelería, juguetes y manualidades caseras. En una estantería de la habitación de
Ainsley hay un oso de peluche hecho jirones y remendado cientos de veces que 25
Mable hizo para Danny cuando era un niño.
—¿Por qué no se ocupa de Ainsley?
Es una pregunta que vi venir desde una milla de distancia. East siempre se
pone más hablador cuando sus defensas están bajas. Basándome en el fuerte olor a
bourbon que irradia, diría que sus defensas son inexistentes ahora mismo.
Jugando con el borde del edredón para evitar su mirada curiosa, inhalo
lentamente. —Mable fue ingresada en una residencia de ancianos justo antes del
accidente. Tiene demencia precoz, así que no está en condiciones de cuidarla.
Una vez más, permanece en silencio.
—Además —añado en voz baja, —Danny me nombró su tutora en su
testamento. Intento asegurarse de que Ainsley siga viendo a su bisabuela todo lo
posible. Eso hace feliz a Mable.
Tararea mientras asiente lentamente.
—¿East? —Me mira—. Deberías irte.
Sus labios se separan y luego se cierran.
Mordisqueando mi labio inferior, pregunto: —¿Quieres que te traiga agua y
medicinas? Creo que lo necesitarás para sobrevivir mañana. Seguro que Jay y tú
tienen mucho que revisar en la tienda.
Me doy cuenta de que tengo razón por la forma en que sus ojos claros se
oscurecen. Así que me deslizo fuera de la cama y le doy unas palmaditas en el hombro
antes de ir al baño y sacar unas medicinas del armario que hay junto al lavabo.
Cuando vuelvo con un vaso de agua y dos pastillas en la mano, está desmayado en mi
lado de la cama.
Mis hombros caen al ver esto. Dejo las cosas en la mesita de noche y me planteo
despertarlo. La forma en que su aliento sale con fuerza me hace pensar que tal vez no
sea la mejor idea. Chasqueando la lengua, le quito sus típicas botas negras que
parecen deshacerse y lo tapo con la manta.
Miro el espacio vacío a su lado y sopeso mis opciones. La verdad es que estoy
cansada y no tengo ningún interés en quedarme dormida en el mullido sofá de abajo
o encajada en la cama gemela de Ainsley en su habitación. Y dormir en la habitación
de Easton, en un lugar en el que nunca he estado, hace que la decisión de arrastrarme
detrás de él sea más fácil.
Deja escapar un suave ronquido.
Me duermo rápidamente con el sonido.

Un pequeño dedo me pincha en la mejilla, despertándome de un profundo


sueño que no había tenido en años. Cuando abro los ojos, veo unos grandes y
redondos ojos marrones que me miran fijamente. Me incorporo y bostezo, estirando
los miembros y mirando el despertador.
Excepto que no hay reloj despertador en la mesita de noche, ni el marco de 26
fotos que estoy acostumbrado a ver cada mañana cuando me despierto. De repente,
los acontecimientos de la noche anterior vuelven a aparecer. Al mirar por encima del
hombro hacia algo que ha captado los ojos de Ainsley, mi corazón se detiene al ver a
un Easton desmayado a mi lado. Una de sus piernas cuelga por debajo de las sábanas
que le he puesto, mientras uno de sus brazos está doblado sobre su cara.
En este momento, me alegro de que Ainsley no hable lo suficiente como para
preguntarse por qué nuestro compañero de piso está durmiendo en mi cama. Pero en
cuanto ese pensamiento se cruza en mi mente, la culpa se apodera de mí por haber
pensado algo tan horrible. Prefiero que Ainsley me pregunte qué hace aquí a que se
quede mirando, parpadeando y sin decir nada. Ni siquiera recuerdo cómo suena su
voz.
Con la garganta atascada por la emoción que me invade durante todo el día,
me levanto de la cama y la tomo en brazos antes de salir en silencio de la habitación.
Cuando mis ojos ven la hora en el reloj, se me escapa un jadeo.
—Oh, Dios mío. —Entrando a toda prisa en su habitación, saco rápidamente un
par de leggings negros y una camiseta rosa de manga larga de su armario y luego le
paso un par de ropa interior y calcetines de su vestidor. Son más de las siete y media.
Las clases empiezan dentro de quince minutos y no hay manera de que llegue a
tiempo.
Sé que anoche puse una alarma e incluso la comprobé tres veces. Entre el
primer día de vuelta a la escuela de Ainsley y la mía, sabía que nuestra agenda estaría
apretada. No podía permitirme que ninguna de los dos llegara tarde, lo que era una
pesadilla hecha realidad. Sólo podía suponer que mi compañero de cama borracho
apagó la alarma cuando sonó porque no la oí.
Maldiciendo para mis adentros mientras ayudo a Ainsley a vestirse, le paso el
cepillo de cabello del baño y le ordeno que se desenrede sus largos mechones
mientras me pongo el primer conjunto que tengo a mano en mi habitación. Con las
prisas, Easton no se mueve ni una sola vez. Quiero lanzarle algo y gritarle, pero no
tengo tiempo para eso.
Sacudiendo la cabeza por el holgado par de vaqueros y la sudadera que llevo,
me pongo un par de calcetines desparejados y le tomo la mano a Ainsley para bajar.
De la cocina, tomo un plátano para ella, una manzana y un yogur para mí, y el
sándwich con mantequilla de cacahuete y mermelada, una pequeña bolsa de patatas
fritas y un palito de queso que me alegro de haberle preparado anoche. Sujeto las
llaves con la boca mientras le pongo la chaqueta y las botas, le paso la lonchera rosa
y la empujo hacia la puerta.
No es hasta que la dejo, que recibo un regaño del director de la escuela
primaria, que apenas me conoce, y llego al campus con treinta minutos de retraso
cuando me doy cuenta de que he olvidado la mochila con todo el material de clase y
llevo dos zapatos diferentes. Es mi tercera clase cuando alguien se da cuenta de la
desafortunada elección de moda en mis pies, y me hace una mueca.
—A la mierda mi vida —gimo, hundiéndome en el asiento trasero del aula en 27
la que se imparte mi clase de Historia de la Mitología. Por suerte, nadie más me presta
atención mientras hablan entre ellos esperando a que empiece la clase.
Por lo menos llegué a mi segunda y tercera clase temprano. No hay nada peor
que llegar tarde a una clase y que todos te miren fijamente mientras el profesor te
mira mal. Peor que eso es cuando cierran las puertas para que todos los que llegan
tarde no puedan entrar. Ya he pasado por eso.
Empiezo a sacar un trozo de papel que saco del fondo de mi bolso junto con un
bolígrafo cuando los murmullos silenciosos de la parte delantera del aula se apagan.
Mi mirada se dirige hacia arriba y veo a un hombre alto de cabello oscuro que entra
por la puerta lateral de la parte delantera del aula y se acerca a la mesa y el podio del
centro de la sala. Se quita la bolsa de cuero marrón que lleva al hombro y la deja
sobre la mesa de espaldas a nosotros.
No hay duda de que el silencio proviene de todas las mujeres heterosexuales
y los hombres homosexuales que se ocupan de analizar de cerca los músculos que se
muestran claramente en el ajustado chaleco azul que envuelve al hombre montañoso.
Es cierto que la mayoría de los hombres son más altos que mi corta estatura de metro
y medio. Él tiene la ventaja añadida de estar bien construido además de su
impresionante altura.
Sacudiendo la cabeza, empiezo a escribir la fecha en la esquina superior
derecha de mi papel cuando una voz ronca interrumpe mi concentración. —Me
gustaría que todos los que se sientan atrás se pasen adelante para que los asientos
del frente se llenen primero. Gracias.
No somos muchos en las últimas filas, pero me doy cuenta de que unas cuantas
chicas se mueven de donde están en medio hasta la segunda fila para ver más de
cerca al profesor.
Reprimiendo mi risa, recojo mis cosas y me muevo. Cuando un chico me
interrumpe pasando por delante de mí para ocupar el último asiento de la fila a la que
claramente me dirigía, contengo la mirada de muerte que quiero lanzarle y enderezo
la columna vertebral para examinar el siguiente lugar disponible.
—Hay uno aquí delante —dice la misma voz grave. Al mirar a mi alrededor, me
doy cuenta de que soy la única que está de pie. Ignorando el débil calor que se ha
instalado en mi nuca, bajo los amplios escalones hasta situarme en el asiento situado
justo enfrente del estrado.
Los papeles se golpean contra la mesa de madera frente a mí antes de que
aparezca una pila en mi línea de visión. Al volver a sentarme, levanto la vista para ver
al profesor que me tiende el programa de estudios. Cuando nos miramos a los ojos,
noto una familiaridad en los rasgos afilados y envejecidos que me devuelven la
mirada.
¿Es eso...?
—Toma uno, pásalo hacia abajo —me indica, acercando los papeles como si yo
fuera un idiota por no saber lo que espera.
28
Está claro que no es quien yo creo, aunque el tono oscuro de sus ojos
almendrados es uno que juraría haber visto en el pasado. Este hombre parece el vino
fino del que siempre habla mamá con sus actores favoritos de los 80.
Algunos hombres mejoran con la edad, Piper.
Si este hombre es quien creo, entonces no puedo discutir con ella. Aunque yo
no lo llamaría un zorro plateado, sin duda lo será dentro de unos años. Es alto, de
complexión robusta, pero delgado en todos los sentidos, y va vestido de forma
profesional con una camisa sencilla metida en la cintura de sus pantalones negros
planchados. Sus músculos están a la vista, lo cual estoy seguro de que no ha querido
extenuar al vestir como lo hace, y ciertamente no soy el único que ha notado sus largas
piernas y su fornida figura.
No es que no haya visto a muchos hombres como él, sólo que no tan de cerca.
Por no hablar de que la piel clara envuelta en una mandíbula cuadrada, unos pómulos
envidiables y unos labios carnosos le hacen parecer sano de una forma que me resulta
familiar. Me resulta familiar de una manera extraña, como si lo conociera, pero no
quisiera decir que lo conozco.
La explosión del pasado en la que estoy pensando tendría al menos treinta y
nueve años, tal vez cuarenta ahora. No lo he visto en mucho tiempo. Si es realmente
él, tengo muchas razones para estar cansada. Como el hecho de que no apareciera
en el funeral de Danny a pesar de que eran amigos. ¿Cuándo fue la última vez que
habría visto a Carter Ford? Creció a unas cuantas casas de Danny y de mí y también
era buen amigo de mi hermanastro mayor Jesse. Los tres se metían constantemente
en problemas juntos, pero no podías controlarlos, aunque lo intentaras.
Este hombre... no puede ser Carter. Incluso si sus edades y rasgos coinciden,
eso significaría que ha estado por aquí todo este tiempo. No le daría ninguna excusa
de por qué no se despidió de su amigo, aparte de ser insensible. Incluso Jesse se
presentó a pesar de su odio a los funerales, algo con lo que tuvo que lidiar demasiadas
veces entre la sobredosis de su madre biológica que lo envió a vivir con nosotros y el
suicidio de su hermana menor algunos años después. Aun así, vino.
No es hasta que se distribuyen los papeles y él se concentra en algo colocado
en el podio frente a él que yo me quedo pensando. Mi mente evoca recuerdos de
veranos calurosos en los que ayudaba a papá a pintar la casa de rojo, o a mamá a
replantar la Hosta que Jesse había arrinconado al intentar salir de la calzada. Junto a
esos recuerdos están los de una cara sonriente y unos hoyuelos profundos que
siempre me hacían sonrojar cuando se dirigían a mí de forma amistosa. Me enojaba
mucho cuando Carter me despeinaba como si fuera una niña pequeña.
Es mayor que Jesse por seis años y mayor que Danny por diez. En un extraño
universo alternativo, incluso podría ser uno de los hijos de papá de un matrimonio
anterior, como Jesse y Hanna, mi difunta hermanastra. Ese era el chiste de la infancia,
ya que Carter venía a nuestra casa la mayoría de las veces porque su padre trabajaba
mucho. Se llevaba bien con toda mi familia y me trataba como a una molesta hermana
pequeña. Yo era la más joven, y Jesse me lo recordaba cuando me salía con la mía en
cosas que ellos no podían. A la princesa de papá la regañaba innumerables veces
hasta que se me escapaba. 29
El repentino sonido de mi nombre me aleja de los pensamientos de mi
juventud. No es el típico zumbido monótono de un profesor aburrido que teme otra
clase de introducción. Hay sorpresa en la rima de cada sílaba cuando repite mi
nombre de nuevo, dejándolo rodar por sus labios como si estuviera probando su
sonido después de años sin pronunciarlo.
—¿Piper Montgomery?
Cuando mi cara se inclina hacia arriba para ver al profesor buscando en la
habitación con los ojos entrecerrados, me retuerzo y me aclaro la garganta. —Aquí.
Sus ojos se dirigen al instante a los míos, con un notable cambio de postura que
endereza su columna vertebral mientras una de sus oscuras cejas se arquea un poco.
En ese momento sé con certeza que se trata del mismo hombre que me dije que
odiaba en secreto cuando no se presentó en la funeraria. La misma persona de la que
estuve enamorada durante mucho tiempo cuando era más joven, y el mismo individuo
al que esperaba no tener que volver a ver porque no sabría qué decir.
Carter Ford.
El profesor Carter Ford.
¿Cuándo diablos había sucedido eso?
Me doy cuenta de que quería decir algo, pero ya ha dedicado más tiempo a mí
que a los demás que aún esperan ser llamados. Las ruedas giran en su cabeza
mientras sus ojos se detienen en mis mechones castaños que parecen diferentes
alisados y recoloreados en comparación con sus rizos y tono normales. Solía tener
pecas por todas las mejillas que, de alguna manera, se desvanecieron a medida que
envejecía. Estoy más delgada, con más curvas; no me veo como entonces. Soy mayor.
Más madura.
Me encojo de hombros y vuelvo a anotar en mi agenda las fechas de entrega
de las tareas según el programa de estudios. Pasa lista antes de pasar directamente a
los aspectos básicos del curso. Agradezco, y no me sorprende, que se salte las
aburridas presentaciones. Nadie quiere saber un dato divertido sobre sus
compañeros, sólo quieren terminar la clase para poder irse.
De todos modos, ¿qué iba a decir? No hay nada en mi vida que considere lo
suficientemente divertido como para que a alguien le interese. Podría hablarles de
Ainsley, pero eso sólo suscitaría preguntas sobre por qué una joven de veintiséis años
está sentada en una clase de maestría cuando tengo una hija en casa esperándome.
He aprendido a lo largo de los años que la gente es prejuiciosa y no tengo tiempo
para estupideces.
Además, está Carter. Carter que, hasta donde yo sé, no sabe nada de Ainsley.
Danny admitió una vez que dejó de estar en contacto con Carter durante un tiempo
pero que se había acercado antes de su muerte. No sé de qué hablaron o de qué no.
Danny amaba a Ainsley con todo su corazón y amaba igualmente a su esposa Willow.
Estoy segura de que los habría mencionado porque estaba orgulloso de su familia. Y
yo, en mis infames celos, siempre le decía lo feliz que era cuando no lo era. En
absoluto.
30
Porque nunca supo realmente cómo me sentía.
Ni siquiera después de que Willow falleciera al dar a luz a Ainsley, un temor
que tenía desde que su madre falleció de la misma manera. Yo sólo estaba ahí para
él, un hombro en el que llorar como siempre. Él y yo éramos más cercanos en edad
que él con Jesse y Carter, otra razón por la que probablemente perdieron el contacto.
Aun así, quiero creer que sacar a relucir a Ainsley no causaría ninguna sorpresa en
los rasgos de Carter.
Pero no lo sé.
El periodo pasa rápidamente. Me doy cuenta de que todos esperaban que
Carter terminara la hora y cuarto de curso antes de tiempo, como hace la mayoría de
la gente la primera semana de clase. Sin embargo, lo conozco mejor que eso aunque
finja que no. Siempre ha ido al grano, es decir, a empezar la clase a pesar de las
gárgaras de la gente que me rodea.
Cuando nos despide, noto un ligero ardor en la parte superior de mi cabeza
mientras me agacho para meter mi improvisado cuaderno en el bolso. Sus brillantes
zapatos negros son visibles desde el rabillo del ojo, parados entre yo y el podio
donde imparte la mayor parte de la clase.
Levantando la vista, le doy una pequeña sonrisa de mala gana antes de
ponerme de pie y colgar la correa del bolso sobre mi hombro. —Hola.
Parpadea antes de que sus labios se curven hacia arriba en una diminuta
sonrisa. Reconozco la forma en que sus hoyuelos saltan incluso en la curva apenas
perceptible, manteniendo su expresión profesional pero no. Hay una familiaridad
entre nosotros que no existía cuando entré.
Sus ojos recorren mi cuerpo, pero no de forma incómoda. No hay naturaleza
sexual en el brillo de sus ojos, sólo un viejo conocido que no puede creer las
circunstancias. —Me sorprende verte aquí.
—¿Sinceramente? Yo también. —Soltando una risa silenciosa, sacudo la
cabeza—. Me mudé a Aberdeen hace un año. Había una casa abierta en la
urbanización de la I-87. Estoy agradecida de haber podido inscribirme aquí antes de
que empezara el semestre pasado.
Sus cejas se fruncen. —¿Tu familia sigue en Newport?
Asiento. —Sólo estoy yo aquí. A veces mamá y papá vienen de visita. Tengo un
amigo cerca que me sugirió buscar en algunos lugares que estaban disponibles para
comprar.
Sus brazos se cruzan sobre el pecho. —Entonces, ¿estudias Historia?
Otro movimiento de cabeza.
—¿Y tú eres un...?
Suspirando, apunto la hora en mi teléfono. —Tengo que ponerme en marcha,
pero estoy terminando el máster. Empecé la universidad justo después del instituto,
pero me desvié un poco, así que me gradué más tarde de lo esperado. —Me encojo 31
de hombros y le saludo con la mano—. De todos modos, fue un placer volver a verlo,
profesor Ford. ¿Nos vemos el jueves?
Se estremece visiblemente al oír el nombre. —Es extraño oírte llamarme así,
Piper. Pero sí. Te veré el jueves.
Me alejo del hombre que me enamoró por primera vez y atravieso el campus
para reunirme con mi asesora. Pero no escucho ni una sola palabra de lo que dice la
mujer canosa porque mi mente no puede dejar de lado al maldito Carter-Ford.
E
l sonido de mi nombre siendo llamado desde la distancia hace que mis
pasos se tambaleen en mi camino hacia el estacionamiento de los
estudiantes. Al detenerme y buscar en el patio abierto cubierto por una
fina capa de nieve que el sol está derritiendo rápidamente, veo una figura alta y
familiar que camina hacia mí desde uno de los nuevos edificios académicos.
—Piper —repite Carter, deteniéndose a unos metros de mí. La misma maleta
de mensajería descansa sobre su hombro, arrugando su camisa, por lo demás
perfecta.
—¿Dónde está tu chaqueta?
—Está a cincuenta —es todo lo que dice.
Sólo parpadeo.
—¿Cómo va... todo? —La pregunta me toma desprevenida, haciendo que mis
cejas se frunzan. La charla se siente forzada entre nosotros y la tensión incómoda se
respira en el aire.
32
—Bien. —Me alegro de que no salga una pregunta escéptica como la que tengo
en mente. No solía desviarse de su camino cuando yo era más joven porque no
andábamos mucho por ahí.
Solía herir mis sentimientos, lo que hacía que Danny se sintiera mal también.
Entonces me sobornaba con galletas que hacía Mable y todo parecía mejor. Hasta la
siguiente vez que me decían que no podía salir con ellos.
Carter se frota el lado de la mandíbula. —Hablé con Jesse hace un rato. Parece
que le va bien. Establecido.
Jesse se casó con una mujer llamada Ren, que es una fiera. Ella le ha dado una
base que él necesitaba desesperadamente. Creo que a todos nos preocupaba que
acabara muerto o en la cárcel si no dejaba de tomar decisiones estúpidas.
—Sí. —Cambio de un pie a otro—. Debería ponerme en marcha. Tengo planes.
Así que...
—Oh. —Asiente lentamente, dando un paso atrás como si no hubiera ya
suficiente espacio entre nosotros—. Por supuesto. Me alegro de verte, Piper. Que
tengas un buen día.
Sin saber qué decir, me limito a saludar con la mano y termino el camino de
vuelta a mi auto. Cuando estoy dentro, le envío un mensaje a Jenna para decirle que
tengo que hablar con ella sobre mi extraño día cuando llegue a casa esta noche. Hasta
entonces, me dirijo al colegio de Ainsley y la recojo.
Una vez que está en su asiento del auto, le doy una sonrisa brillante. —¿Buen
día de vuelta?
Sus hombros se levantan.
—¿Emocionada por ver a la abuela Mable?
Sus ojos se iluminan mientras asiente rápidamente, con mechones de cabello
volando hacia su cara. Me hace reír mientras me abrocho el cinturón y salgo a la
carretera.
—Sé que ella también tiene ganas de verte, Nugget. —Mis ojos se dirigen al
retrovisor para verla mirando por la ventana—. Tal vez podamos parar en el camino
y recogerle unas flores. ¿Quieres hacerlo?
Sus ojos se encuentran con los míos antes de asentir de nuevo, haciéndome
sonreír. Mable siempre tenía un jarrón lleno de flores en el centro de su mesa
mientras crecía. Solía tener un gran jardín de flores en su patio trasero que hacía que
Danny ayudara a mantener. Rosas, tulipanes, arbustos de lilas y todo lo demás se
exhibía en el césped más bonito que jamás haya visto.
Siempre he querido tener un jardín como el suyo.
Dejo que Ainsley escoja un surtido de flores en la floristería en la que paramos
de vez en cuando antes de ir a la residencia de ancianos. La mano de Ainsley sujeta
la mía con fuerza mientras ve a la mujer con un delantal verde atar una cinta de color
púrpura brillante alrededor del plástico que ella también ayudó a elegir.
Por desgracia, nuestro viaje no es tan largo como nos gustaría. Cuando 33
llegamos, una de las enfermeras que atiende a Mable me dice que ha tenido un
episodio todo el día. Cree que vernos le ayudará, pero sólo podemos quedarnos una
hora.
Y una hora... no es suficiente, pero cuando Mable hace un berrinche y pregunta
por su marido, que lleva casi veinte años muerto, sé que tengo que llevar a Ainsley a
casa. No nos reconoce y se pelea con las enfermeras que intentan calmarla.
Me rompe el corazón ver a la que fue una mujer despreocupada con un corazón
de oro tan perdida en sí misma. Quiero abrazarla, decirle que la quiero, pero sé que
no servirá de nada. Y cuando Ainsley se echa a llorar después de que Mable derriba
el jarrón de flores y rompe el cristal, casi nos empujan por la puerta antes de que
ninguna de las dos pueda despedirse.
Cuando llegamos a casa, tengo que cargar con una niña inconsolable que se
aferra a mí como sólo lo ha hecho una vez después de que le dieran el alta en el
hospital tras el accidente. Enciendo las luces para iluminar la casa, sé que estaremos
solas hasta pasada la medianoche y es lo mejor.
Hay algo escrito en la pizarra pegada a la puerta de la nevera que noto
inmediatamente que es la letra de Easton. Después de dejar a Ainsley en la encimera,
abro la nevera para confirmar que el guiso que dice haber hecho está allí para que lo
calentemos.
Otra disculpa.
Con la mandíbula desencajada, cierro la puerta y me vuelvo hacia Ains. Se está
limpiando la cara con el dorso de la manga de su camisa, lo que hace que tome un
pañuelo de mi bolso y le limpie las mejillas húmedas. —Lo siento, Nugget. La abuela
Mable se pondrá bien, sólo que hoy no se sentía bien.
Como siempre, está en silencio.
Pienso en la cazuela que tengo detrás y sé que debería ponerla en el horno.
Pero estoy cansada, hambrienta y admito que soy un poco mezquina, así que opto por
ignorar por completo su plato de disculpas. —¿Quieres pizza? Podemos comer hasta
que nos duela el estómago y ver una película.
Consigo que asienta y resople, lo que alivia algunos de los músculos tensos de
mi cuello y mis hombros. Después de que se le seca la cara, la dejo en el suelo y le
digo que vaya a elegir una película para que la veamos mientras yo pido nuestra
favorita. La mitad de queso para ella y la mitad de pollo a la barbacoa para mí. Me
digo a mí mismo que no me moleste en pedir nada más, pero sé que sería una grosería
pedirnos algo a nosotros y no a Easton para cuando esté en casa. Así que pido su
favorito de verduras y cuelgo.
Cuando entro en el salón, Ainsley está envuelta en su colcha de lavanda como
un pequeño burrito, y sé que está dolida. —¿Nugget? Sé que no lo parece, pero todo
irá bien. Volveremos a visitar a Mable pronto.
Tal vez después de llamar primero la próxima vez sólo para estar en el lado
seguro.
34
Me mira y señala una caja de DVD en la mesa de centro. Sonrío y tomo nuestra
película favorita para verla juntos. Nos sabemos todas las canciones de El Mago de
Oz. Yo canto mientras ella mueve la cabeza, fascinada por los colores, el vestuario y
los animales que hablan.
Y cuando se queda dormida horas más tarde, cuando su estómago está lleno y
la película termina, sé que estará bien. Tal vez no hoy ni mañana, pero sí con el
tiempo.

La puerta de mi habitación se abre un poco después de las once y media, y sé


al instante, por la gran sombra y el olor a Armani, que es Easton. Desliza la cabeza
hacia dentro y me ve apoyada en el cabecero con el teléfono en la mano. Esta noche,
después de ver a Mable, el sueño se me escapa, así que opto por sacar un libro para
leer.
—Todavía estás despierta —señala, cerrando la puerta en silencio tras él.
—Mhmm.
Se apoya en el respaldo de la puerta, con las manos metidas en los bolsillos de
sus vaqueros oscuros. Espero que diga algo, pero se limita a mirarme hasta que
suspiro y enciendo la lámpara de la mesilla.
—No puedes comprarme con comida, East.
Su manzana de Adán se balancea. —Lo sé.
¿Lo hace? —Hay pizza abajo, en el mostrador, por si no la has visto. Para los
amantes de las verduras. Te prometo que no escupí en ella ni escondí el tocino en
ningún lado.
Sus labios se mueven mientras empuja la puerta y se acerca. Conozco su
mirada. Probablemente sea la misma que la mía, la que quiere dejar escapar todas
las emociones que se acumulan sólo por una noche.
—La cazuela es de pollo —me responde, haciendo que mis cejas se arqueen.
Se sienta en el borde de la cama como lo hizo anoche, sus manos no se mueven de los
bolsillos—. Siento lo de anoche y lo de esta mañana.
No voy a retroceder. —Bien. Deberías estarlo.
Su barbilla se inclina. —¿Cómo fue tu día?
Mis fosas nasales se agitan mientras la pesadez se instala aún más en mi cavidad
torácica. —Mal —susurro, apagando el teléfono y dejándolo en mi soporte—. Mable
no estaba bien, y Ainsley tuvo una crisis nerviosa. Fue... —Me encojo de hombros,
dejando que mis palabras se desvanezcan en el olvido.
—Lo siento —repite bruscamente.
Sé que lo está.
Aunque lo sienta no cambia nada.
35
Me muevo y me cepillo el cabello detrás de la cabeza. —¿Está todo bien en la
tienda? ¿Jay y tú lo han resuelto?
—La policía encontró a los tipos que lo hicieron.
El alivio me inunda. —Bien.
—Ya se habían gastado el dinero.
Mis ojos se abren de par en par. —¿Qué? Ha ocurrido hace menos de
veinticuatro horas. ¿Cómo es posible?
—Drogas. —Una palabra. Una palabra que detiene mi respiración mientras lo
miro fijamente. Lo dice de forma tan casual, tan segura, que sólo puedo suponer que
los policías le dieron más detalles de los que está dispuesto a compartir conmigo.
—East... —Mi voz se quiebra cuando él se encuentra con mis ojos, el tono azul
de los suyos se suaviza. Busca mi rostro por un momento antes de que su mirada se
fije en mis labios separados.
Ambos necesitamos esto esta noche.
Él da el primer paso, inclinándose hacia delante y rozando suavemente sus
labios con los míos. Inclino la cabeza para profundizar el beso y me levanto sobre las
rodillas mientras él ajusta su cuerpo para pasar su lengua por mi labio inferior hasta
que me abro para él y pruebo la habitual menta del chicle que guarda siempre en su
bolsillo. Mis brazos se enroscan en su cuello mientras él retira el edredón y se abre
paso por debajo de mi fina camisa de dormir hasta que la levanta por encima de mi
cabeza y la tira al suelo.
Mis pechos desnudos provocan un ruido en el fondo de su garganta justo antes
de que se incline y se aferre a los pezones con su boca, haciendo que mi pecho se
arquee hacia delante. Antes de que me dé cuenta, estoy sentada a horcajadas sobre
su regazo, quitándole la camiseta mientras él me acaricia hasta que gimo, me retuerzo
y jadeo su nombre.
Se le quitan los vaqueros.
Mis pantalones de pijama.
Sus calzoncillos negros.
Mis bragas.
Cuando estamos desnudos, no tarda en trabajar conmigo hasta que necesito
algo más que su boca y sus dedos. Después de enfundarlo con un condón, agarro su
dura longitud y la guío hasta mi resbaladiza entrada, hundiéndome en él hasta que
maldice y gime. Se agarra a mis caderas mientras yo establezco un ritmo constante.
Las yemas de sus dedos se clavan en mí mientras sus dientes me acarician los pechos,
mordiendo, lamiendo y tirando de mis pezones hasta que lo cabalgo más rápido para
perseguir un orgasmo que me calienta rápidamente.
Me sostiene más cerca mientras empuja hacia arriba para encontrar mis
caderas cada vez, y es todo lo que necesito. Silencio. Lujuria. Deseo. Es impersonal y
sudoroso, pero nos funciona. Lo único que llena la habitación son nuestras 36
respiraciones aceleradas y los sutiles ruidos mientras nos acercamos cada vez más al
precipicio del que ambos queremos saltar.
Lo beso con fuerza y lo empujo para que se tumbe de espaldas, utilizando su
pecho para mantenerme erguida mientras giro mis caderas sobre él. Deja que lo use,
inclinando la cabeza hacia atrás cuando aprieto las caderas contra él y encuentro la
posición perfecta para que su pubis me roce el clítoris hasta que me aprieto alrededor
de su longitud.
Clavando las yemas de mis dedos en su pecho mientras me corro, siento cómo
se retuerce y me penetra dos veces más antes de que él también se libere.
Utilizo su cuerpo como almohada sólo el tiempo suficiente para que la
sensación de saciedad desaparezca. Cuando me bajo de él y tomo mi ropa del suelo,
miro por encima del hombro y veo sus ojos en el techo mientras recupera el aliento.
Digo: —Gracias por la cacerola.
E
l aire caliente de la estufa junto a la que me siento calienta mi piel fría
mientras reviso el papeleo de los alumnos a los que doy clases
particulares este semestre. A pesar de la chaqueta de lana, el jersey
grueso y los vaqueros que llevo puestos, todavía siento las mejillas y la nariz
entumecidas por el aire amargo del exterior. Es la única razón por la que la gente no
me mira de reojo por sentarme en el suelo, donde hace calor, en lugar de en una de
las mesas asignadas para las sesiones de tutoría.
Cuando la puerta principal se abre detrás de mí, una ráfaga de aire frío me
revuelve el cabello y hace que me recorran escalofríos por la espalda. El chasquido
de la puerta al cerrarse me hace mirar por encima del hombro, preguntándome si mi
primer alumno ha llegado antes. Lo dudo, pero siempre hay al menos una persona
que se toma en serio sus calificaciones. La primera semana siempre es dura porque
consiste en conocer a las personas con las que vas a trabajar durante las próximas
quince semanas y repasar el papeleo y las expectativas.
Expectativas como la de presentarse realmente.
37
Pero no es un estudiante el que registra la sala. Carter Ford lleva un largo
abrigo negro abotonado a la medida de su voluminoso cuerpo y unos pantalones de
color carbón más holgados que los que llevaba el martes. Parece profesional mientras
sus ojos escudriñan la sala en busca de... ¿qué?
Me aclaro la garganta y me pongo en pie, llamando su atención. Sus cejas se
levantan cuando me acerco a él y dejo los papeles sobre la mesa. —¿En qué puedo
ayudarle, profesor Ford?
—Es Carter.
Aquí no.
Simplemente espero a que me responda.
Lo intuye. —Me dijeron que podía encontrar a Maggie Fields aquí. Se supone
que debo hablar con ella sobre la organización de un alojamiento para un estudiante
en uno de mis cursos.
Asiento y le hago un gesto para que me siga hasta el despacho de la señora
Fields, en la parte de atrás. Normalmente se anima a los estudiantes a buscar su
propia ayuda en los Servicios del Centro de Estudiantes, pero algunos casos son
diferentes. Cuando veo la luz apagada al acercarnos a la sala cerrada, frunzo el ceño.
—¿Tenías una cita? —No importa si lo hace, ella suele estar aquí y a menudo no
está ocupada. Pero de vez en cuando llega tarde, y no me sorprendería que hoy fuera
una de esas mañanas.
—Sí.
—¿Tienes su correo electrónico?
Asiente.
—Bueno... —No estoy segura de lo que puedo hacer para ayudar, además de
decirle que le envíe un correo electrónico y que le deje una nota en la puerta de su
casa sobre su llegada.
—No es para tanto —dice, sacándome de mis pensamientos. Se mueve
ligeramente y me mira con ojos distantes. —Por casualidad no estarás libre en este
momento, ¿verdad?
Las campanas de alarma suenan en mi mente, diciéndome que ponga distancia
entre nosotros. Todavía no estoy preparada para perdonarlo. —No puedo ayudarte
con la programación de los estudiantes. Ese es el protocolo del que se encarga la Sra.
Fields.
—Para hablar —insiste—. Para eso es.
Dudando, niego, me paso el cabello por detrás de la oreja y vuelvo a lo que
estaba haciendo antes. —Tengo un estudiante que viene pronto. Además, no hay nada
que hablar.
Recogiendo los papeles donde los dejé, los organizo según la hora de la cita.
Hay una a primera hora de la mañana y otra antes de mi última clase. Noto su
presencia detrás de mí mientras ensillo junto al calefactor pegado a la pared, que 38
hace ruidos extraños por los que probablemente debería llamar a mantenimiento.
—Piper.
Sigo sin girar.
Suspira. —Sé que estás enojada, pero...
—¿Por qué iba a enojarme? —Me doy la vuelta, clavándole los ojos mientras
levanto una ceja en señal de pregunta. Siendo realistas, debería dejarlo pasar. Ni
siquiera he pensado en él desde el funeral. Pero verlo me trae recuerdos que
desearía poder olvidar fácilmente.
Recuerdos de Danny y él riendo, de Jesse y él burlándose de cosas
embarazosas que yo decía o hacía, y de los tres siendo amigos sin mí. Siempre había
estado celosa. Amargada de que encontraran amistad entre ellos cuando yo sólo tenía
a Danny si no estaba ocupado. Claro, eso cambió con el tiempo. Mi enamoramiento
de Carter se trasladó a Danny cuanto más tiempo pasamos juntos, pero una vez más
fue en vano.
Duele pensar en ello.
Su cabeza se inclina. —Sabes por qué…
Me hago la tonta, sabiendo que debo dejar de provocarle para que lo admita.
—Escucha, estoy algo ocupada ahora mismo y estoy segura de que tienes muchas
cosas que hacer antes de la clase. Así que...
Mis ojos se dirigen a la puerta, pero los suyos se quedan en mí. El color se
oscurece por la exasperación y sé que le están recordando lo molesta que solía ser
de pequeña. La hermana pequeña que nadie quería.
Planta los pies y cruza los brazos sobre el pecho. —No. Estás molesta por lo de
Danny y tenemos que hablar de ello.
Algo dentro de mí se quiebra, como una pelota de atar al aire libre esperando
a estrellarse contra la cara de alguna víctima inocente. —¿Lo de Danny? Vaya. Tiene
razón, profesor. Estoy molesta por el asunto de Danny. —Ya sabe, el hecho de que
esté muerto y no volverá.
Sus rasgos cambian, palideciendo. —Pip...
—¿Cómo has podido? —acuso, con la voz quebrada al soltar de nuevo los
papeles e igualar su postura. Mientras su expresión es tensa y arrepentida, la mía está
llena de rabia—. Los admiraba a ti y a Jesse y ustedes dos siempre actuaban como si
estuviera por debajo de ustedes porque era más joven. Creía que eran amigos y ni
siquiera apareciste en su jodido funeral. —Lo único que quiero es insultar, maldecirlo,
pero el hábito de abstenerse de soltar palabrotas estos días es demasiado fuerte
gracias a Ainsley.
Sus labios se aprietan en una línea recta.
Niego. —Así que, sí. Estoy molesta. Pero no. No hay nada de lo que tengamos 39
que hablar porque no puedes cambiar lo que ya está hecho. Tú... —Mis fosas nasales
se agitan mientras lucho contra las lágrimas no derramadas para que no caigan—. Sé
que no fuiste el conductor que le quitó la vida, pero al menos podrías haber estado
allí para mostrar tu apoyo.
Su mandíbula se mueve un momento antes de que lo haga su cabeza, asintiendo
lentamente. —Lo sé. Debería haber estado allí, pero no pude. Danny y yo teníamos
nuestros problemas que tenían mucho que ver con nuestra diferencia de edad, ¿de
acuerdo? Pero era un buen tipo, un buen amigo, y tienes razón. Podría haber ido a
ver a Mable, a Jesse... a ti.
A ti. No quiero que eso se me suba a la cabeza, pero lo hago. Dejo que sus
palabras se impregnen y se cocinen a fuego lento hasta que estoy un poco menos
enojada. Podría estar diciendo que tengo razón, pero sé que no es así. Su padre
siempre le enseñó a no ser orgulloso, así que cuando se equivoca lo admite.
Pero también me equivoco.
Exhalando un suspiro, me apoyo en el borde del calefactor. —Lo siento.
Significaba mucho para mí y a veces me preguntaba si a ti y a Jesse les gustaba o sólo
lo aguantaban porque quería ser su amigo.
—Nos gustaba —dice rápidamente.
—No parecía eso.
No dice nada de inmediato. Una de sus palmas roza su mandíbula ligeramente
desaliñada en señal de contemplación. —Puedo ver por qué pensaste eso. Jess y yo
estábamos más cerca en edad y podíamos hacer más que con Danny. Pero no te
confundas, Piper. Perder a Danny, por mucha distancia que hubiera entre nosotros
después de separarnos, no dolió menos.
Esta vez, no digo nada.
Se me seca la garganta mientras me obligo a asentir, sabiendo que está siendo
sincero. Cuando me encuentro con sus ojos, los suyos buscan en los míos para ver si
he aceptado su disculpa tácita. Me doy cuenta de que lo siente, de que está triste por
el fallecimiento de Danny, pero todavía hay una parte de mí que se pregunta qué le
impidió venir ese día.
—¿Por qué? —No hace falta que lo aclare.
—Fue demasiado duro.
Mis cejas se levantan.
La puerta se abre de nuevo antes de que pueda responder y entra un
estudiante. El chico de cabello rubio mira entre nosotros, con las mejillas sonrosadas,
antes de señalar con el pulgar hacia la puerta. —Puedo volver. Estoy aquí para ver a
Piper Montgomery.
Carter habla. —Es toda tuya.
Me señala con la cabeza una vez antes de salir por la puerta, con las manos en
los bolsillos del abrigo. Mis ojos no se detienen mucho antes de fijarse en mi cita de
las nueve. 40
—Estoy lista cuando tú lo estés.
Refunfuña algo y se sienta a la mesa conmigo. Mientras saca la agenda de su
bolso para organizar nuestros días de reunión, me asomo a la ventana lateral para ver
a Carter caminando hacia otro edificio académico.

Llego a todas mis clases con antelación para compensar el revuelo que supuso
mi vida el primer día. Cuando llego a la última, Historia de la Mitología, me sobresalto
al ver que Carter ya está en la parte delantera del aula escribiendo algo en la pizarra.
Cuando la puerta se cierra detrás de mí con un fuerte clic, se da la vuelta. Se
tapa el rotulador en las manos y lo deja en el suelo, acercándose a la mesa y abriendo
su maleta estilo mensajera.
—Piper —saluda, inclinando la cabeza.
Me aclaro la garganta y trato de no hacer las cosas más raras de lo que ya son
entre nosotros. Mis ojos se dirigen a la sección central donde quiero sentarme ya que
está abierta. El sonido de su voz ronca me hace suspirar y caminar hacia el mismo
asiento que ocupaba antes.
Dejo mi bolsa en la silla de al lado y saco mi cuaderno y mi bolígrafo antes de
hacerme una coleta. —Profesor Ford. ¿Cómo le ha ido el día?
Me dedica una media sonrisa. —Hasta que se me derramó el café por delante
de la camisa, todo iba bien. Teniendo en cuenta que eso ocurrió justo antes de mi
primera clase...
Me encogí de hombros y chasqueé la lengua. —Ya he pasado por eso. El café
es mi salvavidas, pero la cantidad de veces que lo he gastado, me he quedado sin él
o no he tenido tiempo de conseguirlo me pone a prueba más de lo que le gusta a mi
cordura.
Se ríe. —Cuanto más viejo me hago, más dependiente de la cafeína me vuelvo
para pasar el día. —Saca una carpeta de su bolso y la pone sobre el podio—.
¿Mencionaste que tu amigo te dijo que te mudaras aquí?
Asiento, golpeando la punta del bolígrafo contra la tapa de mi cuaderno por el
cambio de dirección del tema.
—¿Ha vivido aquí mucho tiempo?
Ahogando una risa, lucho contra una sonrisa por la suposición. En
retrospectiva, estoy viviendo con un chico... y acostándome con él. Pero no somos
más que compañeros de piso con derecho a roce, ni siquiera amigos de verdad, y
todo porque Jenna me habló de la casa cuando se embargó. —Se mudó aquí hace
poco. La conocí en la primera universidad a la que asistí. Tuve que tomarme un tiempo
libre, pero ella se graduó y vino aquí a trabajar en una boutique aprovechando su
título. Hemos mantenido el contacto a lo largo de los años, así que ella se encargó de 41
ayudarme después de que me licenciara y decidiera buscar otro lugar para terminar
el máster.
Se pasa la palma de la mano por la mandíbula. —No quise suponer nada. A
veces hablo con Jesse o con tu padre, pero no han mencionado nada sobre ti.
Chasqueando la lengua, asiento lentamente. —Sí, bueno...
Dice una palabrota en voz baja. —Eso no ha salido bien. Te mencionarán...
—No pasa nada —aseguro, agitando la mano en señal de despedida. Jesse
tiene treinta y tres años, siete más que yo. La diferencia de edad hace que sea difícil
que nos llevemos bien, algo con lo que me identifico cuando Carter hizo el comentario
con Danny antes.
Jesse y yo crecimos de forma diferente. Él vivió con su madre biológica durante
un tiempo antes de mudarse con mamá y papá tras su fallecimiento, al igual que
Hanna, que es dos años menor que él. Cuando llegué, vivían sus propias vidas y
visitaban a su otra familia hasta el suicidio de Hanna. Al igual que su madre, luchaba
contra la depresión y la adicción a las drogas, y la combinación fue fatal. Es raro que
Jesse y yo hablemos hoy en día, aparte de algunos mensajes de texto durante las
fiestas. No estoy triste por ello, quizá sólo decepcionada. Creo que le recuerdo a
Hanna, así que no puedo culparle por mantener las distancias.
—No hablo mucho con Jesse.
Simplemente asiente, apoyándose en el podio. —Entonces, ¿te vas a graduar
este semestre?
—Síp. —Mis labios se abren con la p.
Tengo la tentación de preguntarle por su vida actual: si tiene una esposa, una
familia, tal vez un hijo o dos. Nunca le oí hablar mucho de ese tipo de cosas cuando
era más joven, pero probablemente entonces eran demasiado jóvenes para
preocuparse por ese tipo de futuros. Aun así, pensar en los pequeños Carter
correteando por ahí me hace sentir curiosidad.
Pero antes de que pueda abrir la boca para decir algo, las puertas traseras se
abren indicando la llegada de otros compañeros. Apretando los labios, me hundo en
mi asiento y me concentro en los garabatos aleatorios que dibujan el papel de mi
cuaderno. Él saluda a todos a medida que entran, y no vuelve a mirarme durante el
resto del periodo.

Cuando llego a casa algún tiempo después con Ainsley a cuestas, corre hacia
sus juguetes e ignora la mochila, el abrigo y las botas que se le caen al suelo por el
camino. Demasiado cansada para regañarla, me limito a sacudir la cabeza y a ordenar
todo antes de ir a la cocina.
Me quedo helada cuando veo a Easton sentado en el mostrador con un trozo de
pizza en una mano y el periódico en la otra. Siempre es extraño verlo tan contento
leyendo las noticias o haciendo el crucigrama los fines de semana.
42
—Llegas pronto a casa —digo lentamente, dejando la mochila y la tartera de
Ainsley en la encimera frente a él.
Deja el papel y se termina la última pizza fría antes de quitarse las migas de los
dedos. —Hemos cambiado el horario de la tienda. Ahora cerramos los jueves.
Hago una mueca mientras tomo una botella de agua de la nevera. —¿Por qué
no se toman los lunes libres como la mayoría de los negocios? ¿Los jueves no suelen
estar más ocupados? Saco el único taburete que hay frente a él y me siento.
—Por eso estamos abiertos —comenta, arqueando la ceja como si fuera una
estúpida por mencionarlo—. No hay competencia.
Mis labios se separan y luego se cierran. Me ha atrapado. Soy de los que les
gusta tener dos días libres seguidos, aunque ahora mismo mis fines de semana están
llenos de deberes y calificaciones además de atender a Ainsley. Por suerte, ella no
me lo pone muy difícil. La mayoría de los días.
—¿Las clases están bien? —pregunta, doblando el papel e inclinándose hacia
atrás.
Últimamente, sus preguntas me han tomado por sorpresa. No es que nunca se
haya preocupado por mi vida, sólo que rara vez ha preguntado más de lo necesario.
Por otra parte, nunca he ofrecido nada que no estuviera dispuesto a hacer. Aunque
tengo a Jenna para despotricar en los días malos, a veces es bueno tener a alguien
más que no sea parcial.
Cuando le conté a Jenna lo de Carter, me dijo que conocía a un tipo que conocía
a un tipo, como si ponerle una pega resolviera algo. Me hizo reír al menos,
especialmente cuando dijo que el tipo que conocía era su profesor de Ciencias de la
Tierra de octavo grado.
—Bien... suficiente.
Sus cejas se levantan.
Mis hombros bajan mientras me inclino hacia delante y apoyo los codos en el
borde de la encimera. —Me encontré con alguien que conocía de hace mucho tiempo.
Fue duro.
Sus rasgos se oscurecen. —¿Ex?
Mis ojos se abren de par en par. Consigo reírme. —Uh, no. Definitivamente no.
Es decir, estuve enamorada de él durante mucho tiempo, pero era amigo de mi
hermano. Y... —Y de Danny—. Era amigo del padre de Ainsley. Con Danny. Todos
crecimos juntos y él hizo algo que me ha costado perdonar.
Me estudia durante un largo rato antes de bajarse del taburete y acercarse a la
nevera. —¿Qué ha hecho tan mal? —Saca la cazuela, toma dos platos del armario
lateral y empieza a poner una ración saludable en cada uno. Sabiendo que no come
carne, lo observo con atención mientras pone uno en el microondas.
Me muerdo el interior de la mejilla. —No importa.
Girándose, su espalda baja se apoya en la encimera mientras el microondas
hace la cuenta atrás. —Si estás tan molesta por ello, es obvio que sí. 43
—No fue al funeral.
Easton permanece en silencio.
—Eran amigos —señalo—. Si tu amigo muriera, ¿no irías al funeral? Fue una
grosería por su parte no hacerlo cuando pasaba tanto tiempo con Danny y Jesse, mi
hermano. La abuela de Danny, Mable, lo consideraba un hijo más y él nunca dijo que
lo sentía ni le envió comida ni flores ni nada.
Cuando se calienta el primer plato, lo cambia por el segundo antes de decir
una palabra. —¿Realmente puedes culparlo por eso, Piper? La gente se toma la
muerte de diferentes maneras.
¿Realmente se pone del lado de Carter? —No te equivocas, pero sigue siendo
un desastre. Podría haber hecho algo, enviado cualquier cosa, para saber que estaba
pensando en Mable.
—¿Mable o en ti?
Parpadeo.
Easton pone el plato de comida caliente en la encimera frente a mí. —¿Mable
ha sacado el tema alguna vez? ¿Dijo que estaba molesta con este tipo?
—Bueno... —No, no lo ha hecho. Pero Mable nunca fue buena en ningún tipo de
confrontación. A veces me preocupaba que la gente pasara por encima de ella porque
era demasiado amable. Pero, por otro lado, nunca dejaba que la gente se saliera con
la suya si significaba lo suficiente para ella.
Me toma un tenedor. —Parece que estás siendo dura con él sin razón. Estoy
seguro de que fue una mierda para ti, pero ¿realmente hizo algo que justifique el
rencor?
Juego con mi comida. —Tal vez.
Hace un ruido pero no dice nada más. En su lugar, toma el segundo plato del
microondas y mueve el taburete hasta donde está el mío.
—Ainsley —le digo, dedicándole una sonrisa de agradecimiento. Se limita a
inclinar la cabeza y a guardar el resto de la cazuela—. Ven a cenar.
Entra y mira a Oriente antes de ver la comida a mi lado. Se sube al taburete, se
sienta y agarra el tenedor.
Antes de que East pueda salir, le detengo. —Sé que tienes razón en todo. Pero
Danny significaba mucho para mí y se merecía algo mejor.
Su mandíbula se mueve, pero asiente antes de salir de la habitación. Escucho
sus pasos subiendo las escaleras, y luego su puerta se abre y se cierra.
Volviéndome hacia Ainsley, le doy un codazo en el brazo. —Come, por favor.
Quiero repasar el alfabeto y las palabras de ortografía contigo después de cenar y
luego podrás jugar más.
Hace una mueca.
44
Pongo los ojos en blanco. —No pongas mala cara. Tu profesora dice que vas
bien con el abecedario, así que sólo hay que acostumbrarse a usarlo en las palabras.
Dijo que uno de los proyectos implica colorear.
Ainsley pincha un trozo de pollo y se lo lleva a los labios. A veces es difícil
contener mi ceño cuando se calla. Quiero saber qué le gusta la escuela, qué está
aprendiendo, en lugar de escuchar el rendimiento de su profesor.
Pero sé que no puedo obligarla a hablar.
—¿Oye, Ains?
Me mira a través de sus gruesas pestañas, las mismas que recibió de su padre.
Siempre las envidié.
—Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?
Sus labios se inclinan hacia arriba mientras asiente.
—Bien.
Su mano se extiende y toca la mía.
Es su manera de decir te quiero también.
T
ras firmar en el mostrador de registro y ser recibida por las mismas
enfermeras de cabello grisáceo que suelen trabajar cuando me paso por
la residencia de ancianos Sunny Acres, me giro y observo la sala de
espera vacía. Mis labios se aprietan mientras tomo asiento cerca de las puertas que
llevan a las habitaciones de los pacientes, preguntándome dónde están las familias
de los demás. ¿No reciben visitas?
Cuando me llama Glenda, una dulce mujer de piel oscura que suele ponerme
al corriente de todo lo relacionado con Mable, me pongo de pie y le doy un ligero
abrazo. —¿Hoy no hay Ainsley?
Me encojo de hombros sin prisa. —No estaba segura de sí Mable estaría
dispuesta. Fue una decisión espontánea, y cuando llamé de camino aquí...
Asiente en señal de comprensión, con un mechón de cabello negro cayendo
del recogido que lleva. —Ha estado bien esta semana, lúcida. De hecho, esta mañana
preguntó por ustedes.
Eso me hace sonreír. Volvemos a caminar, pasando por habitaciones familiares 45
llenas de otros residentes ancianos, hasta que llego a la de Mable, en la esquina más
alejada. A veces pasamos el rato en la sala común, pero la mayoría de las veces
charlamos en la suya, donde hay más silencio.
Nada más entrar, los ojos de Mable se iluminan. —¡Piper, querida! —Se me
aprieta el corazón cuando se levanta y me envuelve en sus delgados brazos. Quiero
abrazarla con fuerza, pero siempre temo que esta mujer, la que siempre ha sabido lo
que siento por su nieto, se rompa—. Te he echado de menos. ¿Dónde está nuestra
pequeña favorita?
Al retirarme, le doy una sonrisa triste. —No le dije que iba a pasar por aquí.
Sólo quería verte. Jenna la está recogiendo de la escuela y probablemente la está
alimentando con demasiada azúcar.
Eso hace reír a Mable.
Glenda me roza el brazo y mira entre Mable y yo. —Estaré en la sala común si
necesitas algo.
Ambas asentimos, Mable me hace un gesto para que me siente en la pequeña
mesa situada junto al gran ventanal que baña la habitación es cálida luz del sol. En
cuanto mi trasero toca el cojín rojo, suspiro y miro fijamente a la gente que pasea por
los jardines. Son hermosos en primavera, cuando las flores florecen, y aún más
bonitos cuando algunos de los residentes -como Mable- salen a plantar más en
verano.
—¿Qué pasa, querida?
La dulce, dulce Mable. La quiero como si fuera mi propia abuela. Y, en cierto
modo, lo es. Mis abuelos fallecieron mucho antes de que yo naciera, y nunca llegué a
saber lo que era ser mimada por ellos. Mable llenó ese vacío, incluso siendo mi
abuela temporal durante los días asignados en la escuela primaria cuando no tenía a
nadie que viniera a comer conmigo como los otros niños cuyos abuelos y abuelas se
sentaban con ellos.
Pasando la punta de la lengua por el labio inferior, vuelvo los ojos hacia ella. —
Carter Ford es uno de mis profesores este semestre en la Universidad de Linwood. Te
acuerdas de él, ¿verdad?
Se detiene a buscar su taza de té y se la lleva a la boca. Tras un breve sorbo,
asiente. —Por supuesto. Es un buen joven. Danny le tenía mucho cariño a él y a tu
hermano.
Sí. Lo que me lleva a mi siguiente pregunta, una que probablemente no debería
hacer. Pero Mable nunca ha evitado hablar de Danny como si le doliera. Así que voy
a por ello. —¿Supiste algo de él después de...? —Agito la mano en el aire—. Sólo me
lo preguntaba. No lo vi ese día y me pregunté si tal vez él y Danny habían dejado de
hablar del todo.
Mable deja su taza y apoya las manos en la mesa. —Esos chicos tenían sus
propias vidas. No me ofendió que no se ocuparan de una ancianita con la que no tenían
ninguna obligación. 46
—Pero... —Tal vez Easton tiene razón al decirme que lo deje pasar. Mable no
parece molesta por la situación, así que ¿por qué debería estarlo yo? —Sí, supongo
que sí.
—¿Le va bien?
Sonrío. —Parece que sí. —La verdad es que no tengo ni idea. No es que él y yo
tengamos mucho tiempo para ponernos al día, y dudo que quiera hacerlo—. Creo que
está haciendo lo que le gusta. Deberías verlo enseñar, Mable. Es bueno.
Su sonrisa es leve en su rostro mientras estira la mano y me la da. —Siempre
estuviste muy enamorada de él. Para ser honesta, habría pensado que terminarías con
uno de esos dos. Jesse probablemente habría tenido un ataque, pero la idea de ti y
Danny siempre me hizo feliz.
Mis mejillas arden por este inesperado giro de los acontecimientos. Como no
quiero sumergirme en viejos sentimientos, algunos no tan viejos, cambio de tema. —
El cumpleaños de Ainsley es dentro de un par de semanas. Estaba pensando en
preguntarle a Glenda o a alguna de las otras enfermeras si le parece bien que te ceda
el día para venir a nuestra casa. Voy a hacer una pequeña fiesta temática. Tarta,
regalos, todo eso.
—Me encantaría, Piper.
Me hundo en mi asiento. —¿Mable?
—Hmm.
Hago una pausa, vuelvo a mirar por la ventana y observo a la pareja de ancianos
que caminan de la mano. Les sonrío distraídamente mientras se ríen de algo que dice
el otro. —¿Piensas mucho en Danny? ¿Te enojas por lo que pasó?
—Pienso en él todo el tiempo —admite, apartando su taza del camino. El sonido
del vidrio contra la madera hace que me centre de nuevo en ella—. Pero hace tiempo
que aprendí que la ira no nos lleva a ninguna parte en la vida.
Dejé que eso se impregnara. Ella siempre ha manejado la pérdida tan bien. A
veces la envidiaba. Entonces me di cuenta de lo triste que es envidiar a alguien que
ha perdido tanto: su marido, su hija, su nieto. Me revuelve el estómago que algo tan
horrible pueda pasarle a gente como ella. Gente que no se merece la tragedia.
Sus manos tiemblan ligeramente mientras levanta su taza y examina el
contenido. —Oh, Dios. ¿Cuándo me lo he terminado?
Mis cejas se fruncen ligeramente. —¿Quieres que te traiga más? —Sé lo mucho
que le gusta su té verde por las tardes, y el té de lavanda justo antes de acostarse.
Ella se lo quita de encima. —Por supuesto que no. —Se anima, levanta un dedo
arrugado hacia mí y saca su cartera—. Quiero darte dinero para mi regalo, ya que no
puedo salir de compras por mi cuenta.
—Mable, no tienes que...
—Oh, silencio, Darlene. —Mis labios se separan mientras una grieta astilla un 47
poco más abajo mi corazón. Darlene. La madre de Danny, su hija. Me pasa un billete
de veinte dólares con una gran sonrisa en la cara, sin ser consciente de lo que ha
dicho—. Quiero que el cumpleañero tenga todo lo que quiera. Todavía le gustan los
G.I. Joe, ¿verdad?
Con la boca seca, me obligo a asentir. —Bien. —Con la voz entrecortada, me
aclaro y acepto el dinero. Danny solía tener una enorme colección de G.I. Joe mientras
crecía. Mable siempre lo mimaba con uno nuevo cada vez que podía. Le doy el dinero
a Glenda para que lo vuelva a meter en su bolso más tarde—. Iré a traerte más té, ¿de
acuerdo?
Me hace un gesto para que me vaya y se dedica a ordenar la mesa de sus
crucigramas. Junto al asiento de la ventana hay una pila de novelas románticas,
algunas las reconozco por lo que le he regalado, otras se las habrán regalado las
enfermeras.
Cuando tomo su taza y salgo de la habitación, encuentro a Glenda hablando
con la familia visitante de otro paciente. Se levanta al verme y sabe, por la mirada de
mi rostro derrotado, que Mable está volviendo a decaer. Asiento una vez y voy a
rellenar su té.
Glenda y Mable están charlando cuando vuelvo a su habitación, pasándole el
té que está tibio porque temo que se lo derrame encima si no me reconoce.
—Gracias, querida.
Le doy un beso en la mejilla. —Tengo que irme para que Ainsley no moleste a
Jenna durante mucho tiempo. Volveré a verte pronto, ¿de acuerdo?
Su sonrisa me da esperanzas mientras Glenda me saluda, sabiendo que puedo
encontrar la salida. Le doy el dinero y hago un gesto hacia el bolso de Mable. Ya
hemos estado aquí antes. Ella ya conoce el procedimiento.
En cuanto cierro la puerta del auto, dejo que una sola lágrima resbale por mi
mejilla. Luego me la quito de encima, respiro profundamente y conduzco hasta
Ainsley.

La cabeza de Ainsley se balancea junto a mí en el sofá, lo que me hace ocultar


una sonrisa. Cuando su mejilla se encuentra con mi muslo, le paso un mechón de
cabello por detrás de la oreja, como solía hacer mamá conmigo.
Tiene la frente caliente, lo que confirma lo que me advirtió su profesora a
primera hora del día, cuando me encontró en el almuerzo para decirme que Ainsley
no se sentía bien. Cuando la vi durante mi periodo libre, estaba enrojecida. La traje a
casa una hora antes y desde entonces estamos arropadas en el sofá viendo películas.
No quiero despertarla cuando se duerme en mi pierna. En lugar de eso, la
envuelvo con la manta y le paso un brazo por encima del cuerpo para acercarla a mí.
Al cabo de un rato, siento que me ponen algo pesado en el regazo y abro los ojos.
La cara de East brilla en la luz parpadeante del televisor. —No quería 48
despertarte.
Sacudo la cabeza y trato de no despertar a la niña que se ha acomodado
fuertemente contra mí. —¿Qué hora es? —No tengo ni idea de cuánto tiempo llevamos
durmiendo, pero la oscuridad es total por las ventanas delanteras.
—Doce y media.
Parpadeando hasta que mis ojos se adaptan, miro a Ainsley para asegurarme
de que está bien. —Tiene fiebre. Sabes que está enferma cuando bebe agua y sopa
sin rechistar.
Se ríe, sabiendo la crisis que tuvo una vez cuando le dije que tenía que beber
más agua en lugar de robar su ginger ale de la nevera. No fueron sólo unas lágrimas
y un pisotón, sino lágrimas llenas de mocos. Y aun así, sin palabras. Una parte de mí
deseaba que me gritara por querer hidratarla, pero nada.
—¿Quieres que la lleve arriba? —Su pregunta me sorprende, pero me
encuentro negando.
—Creo que dormiremos aquí.
Asiente una vez y se gira para dirigirse a las escaleras como si se dirigiera a la
cama. —¿East? —Apretando los labios, levanta las cejas en espera—. Creo que puede
haber una película aquí que no esté relacionada con las princesas Disney.
La mitad de sus labios se mueven hacia arriba. La verdad es que sé que este
hombre vería cualquier cosa. Por Ainsley. Tatuajes, músculos y todo, se sienta y mira
lo que ella elige, ya sea bañado en rosa, lleno de música o cualquier cosa intermedia.
—Deja que agarre algo para beber —dice entrando en la cocina. Lo oigo abrir
y cerrar la nevera antes de agarrar algo que cruje con fuerza antes de volver al salón.
Se sienta en el sillón y me pasa la bolsa de palomitas abierta.
Agarro un puñado. —Gracias. —Agarra el mando y me lo ofrece, pero niego
con la cabeza—. Elige tú. Ya te hemos torturado bastante con nuestras elecciones.
Casi extraño la forma en que las comisuras de sus labios se curvan hacia arriba.
Casi.
Cuando elige una comedia, me acomodo y mordisqueo las palomitas. Ainsley
se revuelve, pero no se despierta, se acurruca en mi calor y ronca suavemente.
—¿Estará bien?
Dirijo mi mirada hacia él. Observa a Ainsley con las cejas juntas, preocupado.
—No es gran cosa, sólo un poco de frío. Entre el tiempo y el regreso a la escuela, tenía
que pasar.
Se frota la mandíbula con la palma de la mano y asiente, recostándose en la silla
para ponerse cómodo. Parece satisfecho con la respuesta y vuelve a las palomitas y a
la película. Terminamos la primera y empezamos otra a pesar de que son más de las
dos. Debería estar cansada, pero no lo estoy.
Al poco de empezar, Ainsley emite un pequeño gemido y se contonea bajo la
manta hasta que sus pies se la quitan de encima. Frunzo el ceño mientras ella se limpia 49
los ojos y la cara. —¿Ains? ¿Estás bien, Nugget?
Otro ruido sale de su garganta.
La silla de al lado cruje. —Piper...
—Está bien —susurro—. ¿Puedes traerle un vaso de agua y un poco de Tylenol
para niños del piso de arriba? Está en el armario de...
—Lo sé. —Mis labios se separan al ver que va a buscarlo sin preguntar,
dejándome sin palabras.
Ainsley se sube a mi regazo, agarrándose a mí como un pequeño koala. La
sostengo con fuerza, apoyando mi barbilla en la parte superior de su cabeza. Easton
no tarda en bajar, con un vaso de agua en una mano y un bote de pastillas y un
termómetro en la otra.
Tragando, le doy las gracias y le tomo la temperatura, haciendo una mueca de
dolor cuando veo los 39,3 en la pantalla. Le digo a Ainsley que se tome la medicina a
pesar de la cara que pone. La elogio con un beso en la frente cuando obedece.
East se desplaza. —¿Esta ella...?
—Veremos si la medicina ayuda.
Se moja los labios.
Ainsley vuelve a contonearse en mi regazo, así que le acaricio el cabello con
los dedos. Se deja llevar por mí, apoyando su cálida cara en la hendidura de mi cuello.
La hago callar y me acomodo de nuevo en el sofá, balanceando las piernas sobre los
cojines.
—¿Durmiendo aquí abajo todavía? —adivina.
Asiento, dedicándole una pequeña sonrisa. Con Ainsley envuelta en mi cuerpo
como una manta de peso, le cepillo el cabello y espero a darle las buenas noches a
East.
Pero se vuelve a sentar en la silla.
—¿Qué estás haciendo?
Se encoge de hombros, agarra el mando a distancia y baja el volumen de la
televisión. —Simplemente vuelve a dormir. No estoy cansado de todos modos.
Parpadeo.
Sigue viendo la película como si no lo estuviera mirando con una niña enferma
encima. Una niña que no es suya, pero por el que siente debilidad de todos modos.
Me hace gracia el corazón, pero no lo analizo. Me niego a hacerlo.
Es mucho después de que Ainsley vuelva a dormir cuando me decido a hablar.
—Vi a Mable la semana pasada. Ya sabes, la abuela de Danny de la que te hablé. En
fin, supongo que necesitaba oír de ella que estaba siendo estúpida.
Hay humor en su tono. —¿Y te ha dicho lo estúpida que estás siendo? 50
Mi sonrisa crece. Me abstengo de reír porque no quiero molestar a Ainsley. —
No. Pero ha dicho lo que necesitaba oír.
Su silencio me hace sentir la necesidad de explicarme, aunque sé que no
espera nada de mí. —No quiero enojarme por algo que no puedo cambiar. Eso
parece...
—No tiene sentido —murmura.
—No tiene sentido —coincido, dándome cuenta de que lo dice por experiencia
personal. Me pregunto por qué lo entiende, pero no lo pregunto. Al menos no ahora.
Ninguno de los dos dice nada más.
U
na semana después, Ainsley vuelve a ser ella misma justo a tiempo para
su cumpleaños. Aunque creo que tenía miedo de no conseguir su pastel
de helado de otra manera.
A la mañana siguiente de habernos quedado dormidos en el sofá, me desperté
para ver el sillón de al lado vacío. Me alegro de que Easton no se hubiera quedado.
No tenía sentido que ambos estuviéramos privados de sueño y preocupados cuando
sólo hacía un poco de frío. A juzgar por cómo preguntaba cada noche siguiente si
estaba bien, no está acostumbrado a los niños enfermos.
Estoy corrigiendo las últimas redacciones de práctica para el examen de
conocimientos del instituto en el pequeño despacho de la escuela cuando un golpe
en la puerta me hace levantar la cabeza de la letra rasposa garabateada delante de
mí. Miro el reloj cuando veo a la profesora de Ainsley. —Hola, Evie. ¿Va todo bien?
Mi amiga debía recoger a Ainsley.
Sonríe. —Jenna ya la recogió. Sin embargo, quería hablar contigo y Diana me
dijo que podía encontrarte aquí. ¿Puedo entrar? 51
Hago un gesto hacia la pequeña silla verde que hay frente al escritorio
improvisado. Los nervios se me agolpan en el estómago mientras tapo mi bolígrafo
rojo y me siento mientras ella toma asiento. Su sonrisa amistosa no me hace pensar
que sólo quiere ponerse al día o comprobar su estado.
—¿Evie?
Sus manos se dirigen a su regazo. —Se ha hablado de la educación de Ainsley.
La directora Harris me ha pedido que la ponga al día sobre los progresos de Ainsley
y me temo que no está lo suficientemente satisfecha con los resultados.
La miro boquiabierto. —Pero Ainsley es inteligente. Conoce el alfabeto y está
aprendiendo a leer...
—No podemos comprobarlo con seguridad —responde disculpándose. Sé lo
que quiere decir, pero eso no me impide luchar.
—Ella conoce sus palabras.
—Lo sé, pero Harris...
—Es amargada —afirmo en contra de mi buen juicio. Suspiro con fuerza y me
palmoteo la cara—. No puedo sacarla de esta escuela porque Harris no cree que deba
estar aquí. Veo cómo Ainsley repasa los libros en casa. Cuando repasamos las
palabras de ortografía se las sabe.
—¿Les pone voz? ¿Los lee en voz alta?
Se me traba la mandíbula.
Ella asiente una vez. —Escucha, lucharé por Ainsley porque sé que es una niña
inteligente. Pero ya sabes cómo puede ser Harris. No le gusta esforzarse por los
alumnos con ciertos problemas de aprendizaje.
—Entonces debería ser despedida.
Evie hace una mueca, pero no discute.
Rechinando los dientes, hago a un lado mis malos sentimientos y trato de
respirar tranquilamente. —¿No es esto discriminación o algo así? Hay muchos
estudiantes que no hablan por una u otra razón. ¿Les negaría el derecho a la
educación?
La cara de Evie se transforma en lástima, una mirada que odio con todo mi ser.
—Ella mencionó algunas escuelas en las que cree que Ainsley podría prosperar.
Ahora estoy enojada. —¿Habló contigo de esto sin mí? Yo... el tutor de Ainsley.
No puedo creer a esa mujer. Voy a...
Las dos nos levantamos, yo por rabia y Evie por necesidad. —Piper, sé que no
es justo, pero no puedes ir a su oficina y hacer una escena. Eso no te ayudará ni a ti ni
a Ainsley.
Cierro los ojos. —Tienes razón. —Las palabras no alivian la tensión que se
acumula en mi cuerpo a pesar de la verdad que contienen.
Es lo que dice a continuación lo que me hace abrir los ojos. —¿Has considerado 52
otras opciones para mantenerla aquí? Creo que debería quedarse, y hay formas de
conseguirlo.
Mis cejas se levantan.
—¿Qué hay de aprender el lenguaje de signos?
Signos... —Oh, Dios mío. —Sacudo la cabeza y me siento lentamente,
parpadeando hacia ella—. ¿Cómo es que nunca he pensado en eso? Ninguno de los
médicos lo mencionó como una opción a explorar.
—Piper...
—¿Eso me hace terrible?
—Piper...
—En serio, Evie. No hay razón para que no haya pensado en algo para que se
comunique. —Suelto un fuerte suspiro y planto la cara en las palmas de las manos—.
Los médicos me dijeron que hablaría cuando estuviera preparada. Les tomé la
palabra.
—Piper —dice suavemente, rodeando el escritorio y rozando mi hombro—. Lo
estás haciendo lo mejor que puedes. Sólo pensé en esto porque tengo una amiga con
un hijo sordo al que va a enseñarle el lenguaje de signos.
Me mojo los labios y la miro. —¿Tu amiga se enseñó a sí misma?
—Tomó clases.
Me animo. —¿Podríamos Ainsley y yo apuntarnos a algo así? Quiero que se
quede aquí. No quiero echarla porque Harris es una persona... mala. —Hay muchos
otros nombres que tengo para el director de la escuela primaria, pero ninguno de
ellos es inteligente para expresarlo aquí.
Sus ojos se iluminan. —Puedo preguntarle y ver si sabe de alguna clase abierta.
Si la memoria no me falla, ella fue al Centro de Recreación del pueblo de al lado para
tomarlas. Le pediré algunos detalles antes de que se haga ilusiones.
Demasiado tarde, quiero decirle.
En su lugar, digo: —Gracias.
Me aprieta el brazo. —Me aseguraré de que Ainsley se quede aquí. Si ella trata
de alentar un traslado, definitivamente puedes hablar en contra de la idea. Como
padre, estás en tu derecho de llamarla y pelear el asunto. Dependiendo de cómo vaya
eso, es un riesgo. Hablar como padre es una cosa, pero...
Como miembro del profesorado... —Podría perder mi plaza si la administración
piensa que hay un conflicto de intereses —concluyo, con un apretado movimiento de
cabeza.
No dice nada para confirmarlo.
—Ainsley significa más que este puesto —le digo en voz baja, sabiendo que el
riesgo es algo más que un sueldo. Si no cumplo con mis horas de enseñanza, no podré 53
graduarme.
—Se solucionará, Piper.
Evie siempre ha sido optimista. ¿Yo? No tanto. Pero trato de fingir que tiene
razón, aunque la duda se instala en mi estómago. Lo que tengo claro es que no quiero
que Ainsley se vaya del distrito. Ya ha habido demasiados cambios en su vida.
Necesita estabilidad, consistencia. Y si Harris o la administración tienen un problema
con eso, entonces haré que se escuche el punto antes de decirles lo que pueden
meterse en sus hipócritas culos.
Llevo todo el día de mal humor. Lo único que quiero es quejarme del colegio
por la escasa comunicación entre el profesorado y los padres, pero sé que Evie tiene
razón. Si digo algo ahora, nos pone a Ainsley y a mí en un mal lugar. No quiero que la
castiguen por mi bocaza.
Después de cocinar nuestra comida reconfortante favorita, espaguetis y pan de
ajo, ayudo a Ains con los deberes y estudio la forma en que absorbe la información.
Siempre he sabido que es una niña con talento, más inteligente que la mayoría de su
edad. Cuando mis padres me visitan o hacen de niñeros, notan lo mismo.
—Pepita. —El lápiz en su mano se detiene mientras me mira desde el cuaderno
de trabajo que tiene delante con líneas punteadas en el que está practicando su
caligrafía—. ¿Qué te parecería tomar clases conmigo? Sería para el lenguaje de
señas, que es una forma de comunicarnos con las manos.
Sus ojos marrones se abren de par en par y luego parpadean.
No es realmente una respuesta. Me aclaro la garganta y vuelvo a sentarme en
la mesa, apoyando el codo en el borde de la misma. —Nunca quiero obligarte a hacer
algo con lo que te sientas incómoda, así que nunca te diría que tienes que hablar. Y
nadie más debería hacerlo tampoco, ¿de acuerdo? —Pasa un momento antes de que
su cabeza se mueva hacia arriba y hacia abajo lentamente, dándome la confirmación
de que me entiende—. Entonces, una amiga mía mencionó este método como una
forma de comunicarse. Si pudiera meternos en una clase, ¿estarías dispuesta a
tomarla?
Por favor, que diga que sí. Asiente. Sonríe. Algo.
Contengo la respiración mientras me mira, con el lápiz apretado en la mano.
Le ha costado dos intentos sujetar bien el instrumento de escritura. Cuando hice
observaciones de enseñanza al principio de mi carrera, me colocaron en una escuela
primaria donde vi a los niños luchar por hacer eso durante mucho más tiempo. Me
han dicho que Ainsley es una niña especial, y nunca he necesitado oírlo dos veces
para estar de acuerdo.
—No tienes que decidir ahora —cedo cuando ella no hace ningún tipo de
movimiento que me dé una respuesta—. Pero quiero que elijas pronto, ¿bien?
Quiero... quiero darte la oportunidad de tener voz a tu manera.
Vuelve a parpadear y separa los labios. Mi corazón se acelera ante el pequeño
movimiento y luego se rompe lentamente cuando se cierra de nuevo. Pero ella estira 54
la mano libre y me aprieta la muñeca antes de asentir con la cabeza.
Parpadeo para evitar las lágrimas. —¿Sí?
Otra inclinación de cabeza y un apretón.
Exhalando un pequeño suspiro, sonrío. —Miraré las clases entonces. Será
divertido. Algo para ti, para mí y quizás para mis padres si les interesa aprender.
Cuando vuelve a sus deberes, saco mi teléfono y le envío un mensaje a Evie
diciéndole que quiero hacer las clases cueste lo que cueste, el tiempo no me
detendrá. Ainsley y yo necesitamos esto. Tal vez yo más que ella, al menos eso es lo
que me digo. No suelo enviar mensajes de texto a Evie, ya que no somos realmente
amigas fuera de la escuela, pero parece necesario. Esto, lo que ella ofrece, podría ser
el comienzo de algo que me cambie la vida.
Después de una hora de deberes, le digo a Ainsley que suba y tome su pijama
para poder darle un baño. Ni siquiera discute mientras nos dirigimos al baño, con su
pijama favorito en la mano, y espera a que se llene la bañera.
—¿Burbujas?
Me mira como si dijera: —Duh.
Una vez dentro, le doy tiempo para que juegue con la espuma mientras tomo
una toalla y la pongo en el lavabo a mi lado. Cuando suena mi teléfono, miro hacia
abajo y veo el nombre de Jenna en la pantalla.
—De verdad que contestaste —saluda antes de que pueda saludar—. Te juro
que tratar de localizarte es imposible últimamente. ¿Y si me estuviera muriendo y tú
fueras mi última llamada?
Mi cara se tuerce. —¿Por qué me llamarías a mí y no al 911 si te estuvieras
muriendo? Eso no tiene ningún sentido lógico.
—Tal vez porque te quiero, perra. —Me río de su actitud—. De todos modos,
sólo llamaba para ver si la fiesta de este fin de semana seguía en pie. Nuestra chica
ya no está enferma, ¿verdad? Antes parecía estar bien, pero esa chica tiene una cara
de póker impresionante.
Observo a Ainsley. —No, está bien. Unos días de medicinas, zumo de naranja
y descanso era todo lo que necesitaba. La fiesta sigue en pie.
Ains me mira, con una sonrisa en la comisura de los labios. Le guiño un ojo y
tomo la toalla que tengo al lado, la mojo con jabón y empiezo a lavarle la espalda
mientras juega.
—Le he comprado el regalo perfecto —exclama Jenna, demasiado
emocionada. Eso significa que se ha gastado mucho dinero, más que yo.
—Jen...
—No te atrevas a estropear esto —me corta, haciéndome poner los ojos en
blanco—. Pasé demasiado tiempo armando esta casa de muñecas como para que me 55
digas que no me moleste. Hubo muchas maldiciones y mi gato casi se ahoga con una
de las piezas. Fue una situación grave.
Intento no resoplar por eso. El pobre Oscar, el gato negro que adoptó como
vagabundo, no puede ganar. Por otra parte, yo tampoco querría vivir con Jenna. La
quiero, pero es un desastre.
—Lo traeré el viernes.
—La fiesta es hasta el sábado.
—Pero es en la residencia de ancianos —me recuerda como si lo hubiera
olvidado—. No quiero arrastrar la cosa allí y luego hasta tu casa. Es enorme.
Mis ojos se estrechan. —¿Cómo de enorme?
—No puedes medir el amor, Piper.
Lavo los brazos y el estómago de Ainsley. —No tengo mucho espacio aquí, es
todo. A este paso tendré que decirle a Easton que se mude o que duerma en el sofá
para poder guardar todos sus juguetes en él.
Debería haber sabido que la risa divertida de ella no conducía a nada bueno.
—¿Qué importa? Parece que pasa mucho tiempo en tu habitación de todos modos.
El calor florece en mis mejillas y recorre mi nuca. —Basta ya. No es que se
quede ahí. —Hace semanas que no tenemos sexo. Ninguno de los dos ha iniciado
nada. Ni siquiera viene a mi habitación—. Creo que eso se acabó de todos modos.
Sólo fue una pequeña aventura para pasar el tiempo.
—¿Una aventura?
—Mhmm. —Le paso la toalla a Ainsley y le digo que termine de limpiarse. Dejo
el teléfono y la pongo en altavoz para poder lavarle el cabello a Ainsley—. Mira, no
pasa nada. Easton y yo solo somos compañeros de piso que tienen un acuerdo. Nunca
fue algo para siempre. De todos modos, tiene muchas chicas a su alrededor en la
tienda.
—¿Eso no te molesta?
—No es que las traiga a casa.
—¿Pero esta él...? —Deja que la pregunta se desvanezca.
—¿Qué? ¡No! —Easton no es el tipo de hombre que se acuesta con varias
mujeres a la vez. Por otra parte, nunca hemos hablado de ello. No estoy viendo a nadie
más y asumo que él tampoco.
—Todo lo que digo —dice en un tono apagado, sin duda con una cucharada de
mantequilla de avellana en la boca, —es que está bien enrollarse con otra persona.
He visto a chicos paseando por la ciudad, P. Algunos de esos novatos vienen de
buenos genes. Si tú y tu compañero de cuarto con culo caliente no están teniendo...
—Estás en el altavoz… —la corté.
—…reuniones sobre cómo hacer correctamente la cama, entonces está bien
encontrar otros métodos —salva, haciéndome reír—. A algunos les gusta meter el 56
edredón, otros no se molestan en hacerlo.
Le enjuago el cabello a Ainsley. —Tu analogía me confunde, pero sé a dónde
quieres llegar. Escucha, si quiere... probar otros métodos para hacer la cama, no voy
a impedírselo. Es un hombre adulto. Simplemente no tengo tiempo.
—¿Para hacer la cama?
Hago una pausa. —¿No estaría yo deshaciendo el camino?
Hay dudas. —Tienes razón, esta analogía es estúpida. Lo que sea. Sólo quiero
que no te crezcan telarañas donde no brilla el sol.
Poniendo los ojos en blanco, le digo a Ainsley que puede jugar unos minutos
más antes de que tenga que salir. —No te preocupes, mis sábanas estarán
perfectamente bien sin que se alteren.
Se echa a reír. —Eres muy rara.
Me burlo. —¡Tú eres la que ha hecho la analogía! Sólo intento seguirle la
corriente.
Despliego la toalla y hago un gesto para que Ainsley se levante. Cuando lo
hace, me apresuro a secarla antes de envolverla y levantarla. Una vez que sus pies
tocan la alfombra de baño frente a la bañera, termino de secarla antes de pasarle la
pijama para que se lo ponga.
Le tiendo la mano, tomo el teléfono y me dirijo a la habitación de Ainsley. —
Tengo que ayudar a Ains a terminar de prepararse para la cama. ¿Puedo llamarte
cuando termine?
Jenna suspira ligeramente. —Por mucho que me gustaría quejarme de mi día
en el trabajo, probablemente debería ser productiva. Necesito montar la bicicleta
estática como dos horas para quemar la cantidad de Nutella que acabo de comer.
Sonrío. —¿Me lo dices mañana?
—Si no mato a mi jefe primero.
—No tengo dinero para la fianza —advierto.
—Entonces dame una coartada.
Cuelga antes de que pueda contestar, lo que me hace reír y guardar el teléfono
en el bolsillo trasero. Ayudo a Ainsley a meterse en la cama, le paso el oso de peluche
con el que sé que le encanta dormir y le pongo el edredón por encima. —Tu tía Jenna
está loca, ¿lo sabías?
Ainsley sonríe.
Le paso el edredón de lavanda y veo cómo se acurruca en él. —Te quiero
mucho, Nugget. ¿Quieres que te lea?
Señala un libro junto a su cama, el mismo que siempre quiere que lea. El libro 57
de tapa dura a cuadros blancos y negros se está deshaciendo de tanto leerlo. Pero a
ella le encantan las rimas infantiles que contiene, así que lo abro y acepto que tendré
que encontrar algún tipo de pegamento para mantener unidos el lomo y las páginas
antes de que se desintegre por completo.
No pasa mucho tiempo antes de que se duerma, dejándome besar su frente y
salir a limpiar abajo antes de apagar las luces y dirigirme a mi habitación. Es
temprano, pero estoy cansada y malhumorada por los acontecimientos del día, lo que
me deja acurrucada en la cama con mi teléfono y buscando clases en el Rec Center.
Un tiempo después, oigo unos pasos en la puerta de mi habitación que me
despiertan. El pomo gira lentamente, pero la puerta no se abre. Observo y espero,
conteniendo la respiración, antes de que los pasos se alejen y se abra y cierre otra
puerta al otro lado del pasillo.
Trago.
Y decirme a mí misma que no importa.
L
levar a una niña de seis años a casa después de que se haya desmayado
por un coma de pastel no debería ser diferente de llevar a una niña de
cinco años, pero lo es. No es sólo el peso físico de su cuerpo en mis brazos
lo que mantiene una sensación sombría en mi pecho, sino saber que hemos pasado
otro año juntas. Nunca pensé en tener hijos hasta que recibí la llamada del abogado
de Danny diciéndome que me habían asignado la tutela legal.
Al acostarla en su colchón, miro el glaseado que tiene en la comisura de los
labios y la purpurina en el cabello que encontraré dentro de diez años y consigo
sonreír. Es un gesto tembloroso, pero sincero, cuando recuerdo el ajetreado día de
ojos brillantes y apretones de manos en el que Mable y algunos otros adoraban a
Ainsley y la colmaban de regalos, azúcar y elogios. Le encantaba cada segundo de
atención.
Jenna aparece en la puerta, con la cabeza ladeada mientras estudia a Ainsley.
—Se parece un poco a mí después de nuestra primera fiesta de primer año. Ya sabes,
después de que me sujetaras el cabello cuando vomité los tragos de tequila que me
tomé.
58
Me estremezco, prácticamente oliendo los horrores de esa noche: alcohol y
malas decisiones. No es una buena combinación. —Nunca he sido capaz de
acercarme a esas cosas.
Ella sonríe. —Lo he hecho. Muchas veces.
Oh, lo sé. Le he sujetado el cabello más veces de las que podría contar. —Se
ve mucho más tranquila. Estabas gimiendo y despotricando sobre cómo no volverías
a cometer ese error. ¿No fue como una semana después que me arrastraste de nuevo?
Sus dientes muerden su labio inferior. —Al menos mi siguiente error fue en
forma de un ruso muy sucio.
—Habías tomado margaritas toda la noche —recuerdo, sabiendo que es su
bebida favorita.
—Está claro que no te acuerdas del chico con el que me fui a casa —dice con
un guiño. Niego con la cabeza y tiro de las mantas por encima de Ainsley, sin
preocuparme de quitarle nada más que sus zapatillas.
Dejando la puerta entreabierta, sigo a Jenna escaleras abajo, donde deja la
bolsa de regalos de Ainsley. Agarra una muñeca y examina su llamativo traje rosa. —
Me he dado cuenta de que tu compañero de piso no ha aparecido hoy. ¿Las ancianas
y el pastel de princesa son demasiado para él?
Me dejo caer en el sofá, cruzando las piernas debajo de mí mientras ella
desempaqueta los regalos. —Mencioné que íbamos a hacer una fiesta allí, pero nunca
dijo si vendría.
—¿Lo invitaste específicamente? —Sus cejas se arquean en busca de
información mientras coloca las muñecas en posiciones comprometidas en la casa
que le compró a Ainsley.
—¿Por qué está esa Barbie encima de otras dos Barbies? ¿Sabes qué? Olvida
que he preguntado. Y, no. Sólo insinué que habría una fiesta para celebrar. De todos
modos, no importa. Hoy trabaja.
—¿Habría venido si no?
¿Cómo voy a saberlo? Me encojo de hombros. —No sé lo que haría o no haría.
Probablemente no se habría divertido con un grupo de ancianas de todos modos.
Jenna se gira hacia mí lentamente. —¿Por qué parece que estás tratando de
convencerte de eso? ¿Querías que viniera?
Mis labios se separan y luego se cierran.
Ella se anima. —¡Oh, Dios mío! Lo has hecho.
—Cállate. No, no lo hice. Sería raro.
—Raro porque te gusta.
—Raro porque no tiene ninguna obligación con Ainsley ni conmigo —corrijo,
levantándome y caminando hacia la cocina. Saco una botella de zumo de tomate, me
subo a la encimera y dejo que mis piernas cuelguen del borde—. No tendría sentido 59
que viniera a celebrar el cumpleaños de una niña con gente que no conoce.
—Pero... tú querías que lo hiciera —presiona.
Me fulmino con la mirada. —No. No lo hago.
Me roba el zumo y toma un sorbo. —Puedes negarlo todo lo que quieras, pero
te gusta tu compañera de piso. Todos esos músculos entintados se te han subido a la
cabeza.
Negándome a responder, le devuelvo el zumo y me concentro en cualquier
cosa menos en la mirada entrecerrada que me dirige mi autoproclamada mejor
amiga. A veces me pregunto cómo hemos podido aguantar tanto tiempo sin intentar
matarnos la una a la otra. Somos opuestas en todo lo que cuenta, y sin embargo
funcionamos. Si no la tuviera, incluso cuando me molesta, estaría perdida. Ella
también lo sabe.
—Lo que sea, Sra. Negación —suspira, apoyándose en el mostrador detrás de
ella—. Entonces, ¿qué vas a hacer con la situación de la escuela? No quisiste
compartirlo cuando hablamos por teléfono la otra noche y no quise sacar el tema
delante de Ainsley.
Mojándome los labios, siento que la ansiedad de la realidad se estrella contra
mí. He evitado el tema durante todo el tiempo que he podido, pero la directora Harris
me apartó e insistió en que teníamos que hablar del bienestar de Ainsley el viernes.
No hace falta decir que la conversación fue tensa. Mi expresión facial era cualquier
cosa menos profesional a pesar de que ella me hablaba en horario de trabajo. Ya me
han dicho que la vea el lunes a primera hora, y tengo la sensación de que el poco
control que me queda desaparecerá cuando llegue esa conversación.
—Quiero que se quede allí.
Ella asiente una vez. —Comprensible.
—Harris apenas me escuchaba cuando le hablaba de las clases de lengua de
signos. Era como si todo lo que oyera fuera que tendría que contratar a un intérprete.
Lo juro, la mujer es...
—¿Una perra total? —termina mi mejor amiga.
—Iba a decir que no es apta para trabajar con escolares, pero sí. Lo es. Todo el
mundo está tenso por el presupuesto, y ella ve a Ainsley como un gasto más. ¿No se
supone que debe hacer lo mejor para los niños?
Jenna me mira con simpatía. —Puedo hacer de poli malo. Entra con los puños
en alto el lunes, así no te culparán a ti.
—¿Y cómo podría explicar eso?
Sus labios se levantan lentamente. —Podemos decir que soy tu ex amante loca.
Puedo hacer el papel de un padre preocupado.
—¿Ex amante loca? —Repito, parpadeando.
—Me encantaría el papel. 60
No tengo ninguna duda. —Algo me dice que eso no terminará bien. Lo mejor
es que hable con ella y acabe de una vez. Expresaré mis preocupaciones y explicaré
lo que quiero, como padre, a Ainsley. Si ella tiene un problema con eso...
—¿Y si lo tiene?
Odio pensar en situaciones hipotéticas. No nos llevan a ninguna parte. Empiezo
a tener un ataque de pánico hasta que estoy convencida de que mi corazón se rinde,
y luego termino con un pago de doscientos cincuenta dólares por una visita a la sala
de emergencias que nunca fue necesaria. Puede que ya haya pasado por eso después
de enterarme de lo de Danny... Y luego otra vez después de enterarme de lo de
Ainsley.
—Ya lo resolveré. —Mi voz no es más que un susurro inseguro que saco a la
fuerza. No puedo hacer nada más que esperar y ver. Es poco probable que Harris me
escuche, pero siempre voy a elegir a Ainsley antes que nada. Y si tengo que presentar
una queja formal contra ella, entonces me despediré con gusto de mi trabajo, y de la
colocación, si eso significa que la repriman. Nadie debería tener que luchar para que
su hijo tenga derecho a una educación de su elección sólo porque alguien como
Harris no quiera ocuparse de los pasos adicionales.
Cuanto más pienso en ello, más me enoja. Pero la rabia tampoco me llevará a
ninguna parte, así que me digo a mí mismo que me calme y me tomo un sorbo de
zumo. Todavía me queda un día antes de enfrentarme a la directora, lo que significa
un día más para formular un plan de respaldo. Esa noche, antes de acostarme, me doy
cuenta de que no tengo ninguno.
Jenna se fue de madrugada después de quedarse dormida unas horas en el sofá
viendo algún horrible reality show de citas. Me quedé despierta cuando la una se
convirtió en dos y las dos en tres, sintiendo punzadas de ansiedad al ver la nieve
pegada a las carreteras y sabiendo que Easton no había llegado a casa. Había llovido
a primera hora del día y se había congelado al bajar las temperaturas, dejando hielo
negro por todas partes.
Cuando llegan las siete de la mañana y Ainsley tiene un plato lleno de huevos
delante de ella, el sonido de las llaves que suenan fuera hace que toda la
preocupación que recorre mi cuerpo se desvanezca en un santiamén. En cuanto la
puerta se cierra detrás de mi compañero de piso, exhalo un pequeño suspiro y
termino de untar la tostada de Ains y la pongo junto a su plato.
East entra en la cocina, probablemente oyendo la conmoción, y me mira con
ojos cansados y cabello desordenado. Cabeza de cama. Tiene cabeza de cama pero
no estaba durmiendo aquí.
Tragando el estúpido nudo en la garganta, le hago un pequeño gesto con la
mano y vuelvo a la cocina para prepararme unos huevos. —Estoy preparando el
desayuno si quieres —digo con mi mejor voz, diciéndome a mí misma que no me
pregunte dónde estuvo toda la noche.
No es asunto mío. 61
—Estoy bien.
Es bueno. Asiento de espaldas a él, sin preguntar ni ofrecer nada más. No bebo,
no pregunto si su noche fue buena. Algo me dice que lo fue, y no necesito saber por
qué, cómo o por quién. Me limito a revolver otros dos huevos, poner dos tostadas más
en la tostadora y ocuparme del chisporroteo de la sartén caliente.
Se gira al cabo de unos instantes y saluda a Ainsley antes de subir. Dejo caer
los hombros, pero me niego a dejar que la decepción se prolongue. No teníamos
ninguna expectativa cuando empezamos a dormir juntos, así que no podía enfadarme
con él por haber pasado la noche en casa de otra mujer. Es una pérdida de tiempo
estar amargada.
Mucho después de que Ainsley y yo hayamos terminado de comer y se haya
despejado la cocina, East vuelve a bajar con sus característicos pantalones de chándal
negros y una camiseta negra que le abraza el cuerpo. Tiene el cabello mojado, los
ojos brillantes y pasa por delante de donde Ainsley y yo nos sentamos en el suelo
jugando para dejarse caer en la silla.
—¿Qué tal la fiesta de cumpleaños? —pregunta tras un rato de silencio.
—Bien.
—Genial.
Bien. Genial. Genial. —Sí.
Mis ojos se desvían hacia arriba cuando siento que me mira fijamente y
desearía no haber mirado. Me observa atentamente, con los ojos ligeramente
entrecerrados. No dura mucho, por suerte. Rompemos el contacto, sus ojos se dirigen
al televisor donde suena un dibujo animado, y los míos a la ropa de las muñecas
esparcida delante de mí mientras cambiamos todos los armarios de la Barbie de
Ainsley para lo que supongo que es un desfile de moda.
Me doy cuenta de que la nieve se levanta fuera, soplando desordenadamente
con el fuerte viento que aúlla con fuerza. Mirando los grandes copos que golpean las
ventanas, pregunto: —¿Estaban mal las carreteras al volver a casa?
—Fueron desalojadas.
—Oh. Bien. —Me encoge la respuesta entrecortada, pero la desestimo. Me
alegro de que las carreteras estén despejadas. Sé lo que puede pasar cuando no lo
están en esta época del año—. Llegamos antes de que se pusieran feas, pero yo... —
Estaba preocupado por ti—. Esperaba que estuvieran bien cuando tuvieras que viajar.
Sacudiendo la cabeza, concentro toda mi atención en mi cita de juego con
Ainsley. Todos los domingos lo hacemos: muñecas, casa, pastelería de fantasía, fiesta
del té, cualquier cosa para desahogarnos y divertirnos. Después vemos una película,
comemos comida basura y disfrutamos de la compañía mutua hasta la hora de
acostarnos.
East se adelanta. —¿Quieres algo de la cocina? Voy a servirme un agua.
Obligo a sonreír mientras lo miro, negando. —Estoy bien. Gracias. —Asiente 62
una vez y se aleja, sin ver el tic de mis labios cuando se fruncen.
—Estaba preocupada por ti —susurro audiblemente, apartando el cabello
detrás de la oreja. Echo los hombros hacia atrás y tomo la Barbie más cercana a mí y
la levanto—. ¿Qué te parece, Nugget? ¿Minifalda de leopardo o maxi vestido de
flores?
Ainsley señala un par de vaqueros.
—O eso.
Me pongo a trabajar para vestir a la muñeca.
El día transcurre en silencio.
M
e paso la hora del almuerzo del lunes llorando en mi auto. Tres
pañuelos de papel manchados con base de maquillaje de marca y
rímel barato después, y una incoherente llamada telefónica a Jenna,
no estoy mejor. Tengo los ojos rojos, las mejillas sonrojadas y apenas puedo respirar.
Todo lo que puedo pensar es, ¿qué voy a hacer ahora?
Pensando en la primera mitad de mi día, considero todas las formas en las que
podría haberlo hecho diferente. Como no ir contra Harris y decir que la
administración no debería haberla contratado. O decirle que no tenía derecho a
juzgar mis decisiones sobre la educación de Ainsley porque no había participado en
el proceso de toma de decisiones. ¿Acaso tiene hijos? No sabe lo que es mejor para
ellos. Si su hija estuviera en el lugar de Ainsley, se aseguraría de usar su autoridad
para el bien y no para el mal.
Perra. Es una perra total como dijo Jenna. Y tuve que morderme la lengua con
fuerza para no llamarla así cuando me dijo que no tenía derecho a hablarle como lo
hice. Como empleada, podría estar de acuerdo. Como padre, no tanto. Pero a ella no
le importaba.
63
Ahora tengo dos opciones. Volver a entrar y terminar mi día o ir a casa y decir
que se joda. Harris casi me dijo que había terminado. —Tal vez sea mejor que
encuentres otro lugar para terminar tu aprendizaje.
Y eso fue todo.
Sonrió y salió.
Sé que debería haberme marchado también, subirme al auto e irme a casa con
un helado de masa de galleta comestible, pero no quería que me viera rota. Así que
volví a la clase que me habían asignado y aguanté hasta el almuerzo. Entonces me
derrumbé.
Con las manos temblando, abro la puerta del auto y respiro profundamente.
Esta noche hablaré con mi asesor y averiguaré qué se puede hacer para graduarme
a tiempo. Si tengo que esperar un semestre más, puede que me tire de los pelos. Ya
estoy atrasada en mi carrera desde que me tomé un tiempo libre para cuidar a
Ainsley, y ahora necesito terminarla por ella. Por nosotros, para conseguir un trabajo
estable y finanzas.
El resto del día va tan bien como puede. Digo lo que tengo que decir en clase,
califico lo que me dicen y no interactúo más de lo necesario. Pongo una sonrisa
cuando me cruzo con los alumnos y los compañeros de trabajo e intento no echarle
en cara a Karen mi yogur de la tarde cuando sonríe al ver mi expresión manchada.
Cuando suena el último timbre y los pasillos se vacían de estudiantes, respiro
mejor que la fachada de lo que me asfixia. Evie se asegura de que estoy bien después
de escuchar lo sucedido, y Diane me roza el brazo cuando le digo que no volveré.
En cuanto traigo a Ainsley a casa, pido comida china para cenar, a pesar del
probable sueldo de mierda que voy a recibir pronto. Ahora mismo, lo único que me
interesa es el pollo agridulce, las albóndigas fritas y el salteado.
Me sorprendo cuando se abre la puerta mientras limpio la cocina y oigo a
Easton hablar con Ainsley en el salón. Cuando empiezo a meter las cajas de comida
sobrantes en la nevera, entra con las cejas arqueadas. No lo culpo: desde que llegué
a casa tengo un ceño fruncido permanente que ni siquiera dos platos de comida
podrían disuadir. Por no mencionar que hay demasiadas cajas en la isla. Normalmente
me avergonzaría, pero podría estar haciendo cosas peores que comerme mis
sentimientos.
Me mantengo ocupado mientras se acerca a mí, mirando uno de los cartones
más cercanos. —Hay salteados de verduras etiquetados en la nevera. También tengo
wantons de arroz y queso. Me imaginé que comerías algunos.
—Piper.
Cierro la última caja. —Siento no haber traído más. No tenían muchas opciones
y no te he visto comer comida china antes. No estaba segura de si la comías.
64
—Piper —dice en voz baja, acercándose por detrás de mí e inclinándose—.
¿Qué pasa?
Me rechinan los dientes. —Nada.
Voy a llevar lo último de la comida a la nevera, pero él me rodea con la palma
de la mano la parte superior del brazo para detenerme. —Piper. Para. Habla conmigo.
Me zafo de su agarre, me quito el brazo de encima y me pongo frente a él. —
¿Por qué te importa, Easton? He tenido un mal día. ¿No deberías estar en el trabajo
o... en algún sitio?
Una de sus cejas se levanta. —¿En algún lugar dónde? Voy al trabajo y aquí.
Deja de cambiar de tema. ¿Qué pasa?
Esto es lo más que hemos hablado en mucho tiempo. Normalmente nuestras
conversaciones son unas pocas frases aquí y allá, más a menudo una o dos palabras y
eso es todo. Pero la forma en que sus ojos azules observan mi rostro, mis cejas
fruncidas y mis labios finos, tiene la preocupación grabada en sus impecables rasgos.
—Como dije, tuve un mal día.
—Entonces, cuéntame.
Cierro los ojos durante un milisegundo y suelto un fuerte suspiro. —No te
ofendas, East, pero no quiero. Hay muchas cosas en mi plato ahora mismo de las que
tengo que ocuparme.
Al terminar mi tarea, espero que se vaya y me deje en paz. No lo hace. Cuando
la encimera está limpia y los platos lavados, se queda expectante.
Cuando voy a salir, me detiene de nuevo, tirando de mí hacia él y
aprisionándome entre su cuerpo y el mostrador que hay detrás. El calor de su cuerpo
es demasiado cálido, demasiado absorbente, y el leve olor a menta de su aliento me
hace tragar por el sabor al que me he acostumbrado.
—East —suplico suavemente—. Por favor, detente.
—Háblame.
Se me traba la mandíbula por su insistencia. No debería importarle y no sé por
qué le importa. O quizá se siente obligado a hacerlo porque vivimos juntos y nos
acostamos juntos. En cualquier caso, mis sentimientos no le importan.
Me hace girar y se me corta la respiración cuando sus dedos se dirigen a mis
caderas. Me aprieta y luego me aparta el cabello del cuello, dándome suaves besos
en la nuca. —Háblame, Piper. Cuéntame lo que ha pasado. Te sentirás mejor.
Me siento mejor. Estoy segura de que sentiré muchas cosas si él sigue
avanzando. La forma en que sus labios se acercan al pliegue de mi cuello y sus dientes
me pellizcan la piel me hace arquearme hacia atrás, y mi trasero roza su longitud cada
vez más dura. Me muerdo el labio inferior cuando sus manos se dirigen a la parte
delantera de mis pantalones y se detienen en el botón.
—Yo... —Intento encontrar mis palabras mientras él desabrocha el botón y baja
lentamente la cremallera—. No sé por qué estamos hablando ahora mismo, para ser 65
sincera.
Su risa sopla aire caliente contra el lugar donde su boca me acaricia. —Eres
como yo. Es difícil hablar de tus problemas cara a cara. Pero si no lo haces, se
acumulan hasta que te matan lentamente. Entonces perderás tu mierda con la gente
equivocada, en el momento equivocado.
De nuevo, habla por experiencia. Su pulgar roza la piel justo por encima de la
línea de las bragas, sin bajar hacia el dolor que se ha instalado entre mis muslos. Pero
tiene razón. Siempre disimulo mis sentimientos y finjo que está bien, cuando en
realidad me corroe por dentro.
—Me despidieron —susurro, sin apenas poder escucharme. Es lo último que
quiero admitir en voz alta, sabiendo que hace que las cosas sean reales—. Más o
menos.
Su dedo se sumerge bajo mis bragas, rozando mi pubis. —¿Cómo es que te
despidieron?
Me relamo los labios y le doy más acceso a mi cuello, dejando que lama,
pellizque y bese cada centímetro de piel que pueda. Su boca se detiene en mi pulso
un momento mientras su mano libre tira de mis pantalones para bajarlos lo suficiente
como para meter la mano.
Mis labios tiemblan cuando roza mi húmeda hendidura, la yema de su pulgar
presionando mi sensible manojo de nervios. —Hubo un problema con... la directora
sobre Ainsley. No quiere que Ainsley esté allí por sus... p-problemas. Oh, Dios. —
Dejo caer mi cabeza contra su pecho y abro más las piernas cuando sus dedos se
sumergen en mi excitación—. Eso se siente tan bien, East.
Me muerde más el cuello y luego pasa la lengua por el mismo lugar para
aliviarlo suavemente. —La directora parece una imbécil.
Con los ojos cerrados, asiento. —Lo es. No iba a dejar que se llevara a Ainsley
cuando es lo suficientemente inteligente como para estar allí. —Hablo en voz baja
para que Ainsley no me oiga, conteniendo el gemido que sube por mi garganta
mientras él me trabaja con sus dedos. Cuando añade un segundo dedo y empieza a
entrar en mí y a engancharse hasta dar con el punto perfecto, me inclino hacia delante
y entierro la boca en mi brazo para no hacer ruido.
—¿Te despidió por ser madre?
Mis labios se separan. —Sí.
Sus besos se vuelven más ligeros. —Lo siento.
No lo hagas. Me encuentro con sus dedos cada vez, apretando contra él hasta
que su polla se pone más dura con cada roce de mi culo contra la parte delantera de
sus vaqueros. —¿Qué estamos haciendo? —pregunto, sintiendo que mi orgasmo
aumenta.
—Lo que nos dé la gana.
Vuelvo a morderme el brazo mientras él acelera su movimiento, sus dedos 66
empujando dentro de mí mientras su pulgar se frota contra mi clítoris. —Pero yo
pensaba... —Cállate, Piper, me regaño a mí misma. Si abro una lata de gusanos, será
incómodo.
Estoy a punto de correrme cuando me pregunta: —¿Qué pensabas?
Mi respiración se vuelve más pesada mientras ahogo mis gemidos. El sudor me
salpica la frente, aprieto su mano y hago un ruido de gárgaras mientras me corro con
fuerza. Me deja aguantar la sensación y me besa el cuello, la mandíbula y la mejilla
hasta que mi cuerpo se queda quieto contra él.
—¿Pensaste qué? —repite, apartando su mano y dejando que vuelva a subir la
cremallera y abrocharme los pantalones.
Trago saliva. —No importa.
—Pip...
—Tengo que preparar a Ainsley para la cama.
Antes de que pueda responder, lo rodeo y entro en la sala de estar, donde
Ainsley está viendo atentamente otro dibujo animado. Ni siquiera me mira cuando me
siento a su lado, sigue viendo su programa sin preocuparse por nada.
La envidio.
Su inocencia.
Pero sé que, en el fondo, su inocencia se perdió cuando murieron sus padres.
Y sólo nos tenemos el uno al otro para superar los momentos difíciles.
—Te quiero mucho, Nugget.
Sus ojos se dirigen a los míos.
Y sonríe.

Me despierta un sonido desconocido que me pone de los nervios. Se acercan


las cinco de la mañana, demasiado temprano para estar despierta, pero demasiado
tarde para que East llegue a casa. Me quito el edredón de encima y tomo el bate de
béisbol que tengo junto a la cama.
Salgo de la habitación de puntillas, con los pies descalzos y la camiseta de gran
tamaño cubriendo mi cuerpo, y me concentro en el ruido. Me detengo cuando me doy
cuenta de que procede de la habitación de Ainsley, y me apresuro a abrir su puerta
cuando oigo el sonido apagado de un llanto. Apoyando el bate contra la pared cuando
veo su cara húmeda enterrada en la almohada mientras se mueve inquieta, entro en
la habitación y me siento en el borde de la cama.
Algo sale de ella que me parte el corazón en dos mientras alejo el cabello de
su cara dormida. Tiene las mejillas enrojecidas, los labios apretados, y me doy cuenta
de que le duele.
—Papá —gime en un tono melódico y roto que no había oído en mucho tiempo.
Mis labios se separan cuando llora por Danny, y solo pasan unos segundos antes de 67
que las lágrimas corran también por mis mejillas.
—Nena —susurro, con la voz entrecortada mientras le paso los dedos por el
cabello—. Despierta, cariño. Es sólo una pesadilla.
Pero no es así. Ella sabe que fue este día, hace tres años, cuando su padre
falleció. Esperaba que fuera como cualquier otra niña sin sentido del tiempo. Por
supuesto, no lo es. Es consciente, demasiado consciente. No puedo ayudarla a dejar
de sentir la pérdida, el dolor. Sólo puedo estar a su lado mientras lo experimenta.
Ainsley no se despierta hasta que le sacudo suavemente el brazo, con el labio
temblando por la forma en que se levanta. Su cara manchada de lágrimas me rompe
en pedacitos, sus brazos me rodean el cuello y se aferran a mí. Los dos necesitamos
esto.
—Lo sé, Nugget. —Y lo sé. Sé lo que es echar de menos a Danny. Lo amé más
de lo que debía, incluso cuando él no podía amarme igual. No antes de la madre de
Ainsley, y no después de ella. Danny y yo nunca estuvimos destinados a ser más que
amigos, y yo...
La garganta se cierra y me cuesta respirar. Me duele el pecho cuando pienso
en la noche en que murió. Me he culpado todos los días de haber causado su muerte.
Puede que yo no estuviera al volante del auto que perdió el control y chocó con el
suyo, pero fui la razón por la que salió a luchar contra el tiempo que no debía.
—Danny, espera...
—No deberíamos haber hecho eso, Piper. —La angustia en su rostro hace
desaparecer la esperanza en el mío. Cualquier idea de que finalmente nos convirtamos
en algo más que mejores amigos se extingue como un fuego que se apaga con agua
helada.
—Danny... —Se me quiebra la voz, con la cabeza temblando mientras se pone las
botas y agarra su chaqueta del gancho que hay junto a la puerta de mi apartamento—.
Pensé... —¿Qué pensaba? ¿Que dormiríamos juntos y todo cambiaría? Ambos tomamos
la decisión.
Pero me doy cuenta de que lo suyo fue por dolor. No por amor. No como mi
elección fue impulsada por. Quería cada parte de él: su corazón, sus pensamientos, su
cuerpo. Y él quería algo diferente. Un escape. Un escape del que se arrepiente.
—Lo siento —murmura, cerrando la cremallera de su abrigo y tomando las llaves
de la mesa auxiliar.
Miro hacia afuera y veo la ventisca de la que nos advirtieron. —No puedes
conducir ahora mismo. Podrías tener un accidente. Quédate aquí.
—¡No puedo! —grita, volviéndose hacia mí con los ojos enrojecidos y una
expresión ilegible. Tiene los labios hacia abajo y las cejas fruncidas, como si lo que
hemos hecho lo estuviera enterrando vivo lentamente.
Y me mata.
—Por favor. Me quedaré en el sofá —ruego, cualquier cosa para que se quede
aquí. La visibilidad es escasa a través de la ventana y dudo que sea mejor en las 68
carreteras—. Piensa en Ainsley.
El dolor en sus ojos marrones se intensifica. —Lo hago, Piper. Por eso tengo que
irme. Mi pequeña me necesita.
Quiero gritarle. Suplicar. Suplicar. ¿Qué hay de mí? ¿Qué pasa con lo mucho que
lo necesito? Pero no me da la oportunidad de hacerlo antes de abrir la puerta y echarme
una última mirada antes de negar con la cabeza y marcharse.
Aprieto a Ainsley más contra mi cuerpo, dejándonos llorar juntas hasta que se
nos agotan las lágrimas. Nada de la pérdida de Danny será más fácil. Ella siempre
estará sin padre, y yo siempre estaré sin mi mejor amigo.
—Lo siento, Ainsley. Estoy tan... —Aspiro un poco y trato de calmar mi
respiración. Lo que ella necesita de mí es fuerza. Si no puedo ser fuerte para ella, he
fallado. Me fallé a mí misma y le fallé a Danny.
Pero hay algo en el fondo de mi mente que ovaciona la posibilidad de que él
hubiera cambiado su voluntad si hubiera tenido la oportunidad de hacerlo después
de la noche que pasamos juntos. ¿Habría elegido a otra persona? No se me ocurre
nadie más a quien le hubiera pedido que la cuidara, y me pregunto si gané por
defecto o si realmente me confió a su pequeña.
Nunca lo sabré.
—Te quiero. Él también te quería.
Asiente en el hueco de mi cuello y sus lágrimas se absorben en mi piel. Sigo
peinando mis dedos por su cabello hasta que el ruido disminuye y ella vuelve a
dormirse lenta, lentamente.
No me molesto en despertarla ni en preocuparme por la escuela. Algo me dice
que ambas necesitamos un día libre sin responsabilidades. Sin escuela. Sin trabajo.
Sólo nosotras.
Sólo soy medio consciente de la sensación de que alguien me está mirando
cuando abro los ojos en la incómoda posición en la que estoy en la cama de Ainsley.
Ella sigue durmiendo a pierna suelta frente a mí, lo que hace que mi cuerpo se
retuerza de un modo que no suele ser habitual.
Easton frunce el ceño y mira su teléfono, probablemente para comprobar la
hora. Vuelve a mirarme. —Son más de las ocho.
Asiento, me pongo el dedo en los labios y salgo de detrás de Ainsley sin
despertarla. Su cara está por fin contenta, con el pulgar en la boca. No lo chupa a
menudo, solo cuando está estresada. Saber que su mente no está tranquila ni siquiera
cuando duerme me hace fruncir el ceño cuando me encuentro con Easton fuera de su
habitación.
—Has estado llorando —afirma con frialdad.
Trago saliva. —Estoy bien. 69
—No estás en la escuela.
Mis hombros se levantan ligeramente. —Me tomo un día libre con Ainsley. Lo
necesitamos.
Su columna vertebral se endereza. —¿Está enferma otra vez?
Sacudo rápidamente la cabeza. —No, nada de eso. Es... —Mis ojos vuelven a
dirigirse a Ainsley y me preocupa—. Hoy va a ser un día malo para ella. Para...
nosotras. Así que vamos a pasarlo juntas.
Me estudia con demasiada atención, haciendo que me retuerza y evite todo
contacto visual. No quiero que me lo pregunte porque no estoy segura de poder
mantener la calma si lo hace.
Cuando su mano me aprieta la muñeca una vez, cierro los ojos y suelto un
suspiro tembloroso. —Hoy perdimos a Danny hace tres años. Lo recuerda, Easton.
Maldice suavemente, tirando de mí en sus brazos y envolviéndome contra su
cuerpo. La forma en que me sostiene me hace hundirme en su pecho, dejando que
sus brazos me mantengan quieta. —Lo siento, Piper.
Por mucho que no quiera, me alejo y me limpio unas cuantas lágrimas sueltas.
—No tienes nada que lamentar. Pero no quiero hablar de ello.
Sus labios se mueven antes de formar una fina línea, y me pregunto qué estará
pensando. No dice nada, solo asiente una vez y me observa cambiar mi peso de un
pie a otro. Cuando me mira así, como si fuera algo a diseccionar, me siento incómoda.
¿Qué es lo que ve cuando presta atención? ¿Ve la forma en que mis ojos se apagan
cuando pienso en Danny? ¿O el calor cuando pienso en él? ¿Ve la desesperación y la
frustración de saber que podría perder todo lo que he trabajado por haber hablado
con mi jefa tratando de defender a Ainsley? Me pregunto qué piensa de que sea una
madre soltera. Sabe lo básico: que Ainsley no es mía, que Danny murió y que la niña
que anoche lloró por su padre mientras dormía sólo me tiene a mí.
No quiero que piense que soy patética, o algo peor. Un caso de caridad para
compadecerse. En el fondo, creo que nos entendemos. Todo el mundo tiene
problemas, sólo que los míos resurgen más de lo que me gusta. Y aunque desearía
que Danny no se hubiera asustado después de que nos acostáramos y nos fuéramos,
que no se hubiera subido a ese auto, no cambiaría el tiempo que he pasado con
Ainsley y todo el tiempo que nos queda en el futuro.
—¿Te vas? —pregunto, observando su Henley negro de manga larga y sus
vaqueros desteñidos. Siempre se viste de forma causal, con ropa que se ajusta a su
cuerpo. Camisas que envuelven los grandes músculos y vaqueros que resaltan las
largas piernas. Los únicos tatuajes visibles en él hoy son los de la mano derecha de la
manga que le cubre todo el brazo. Siempre he querido saber qué historia hay detrás
de esos objetos que parecen tan aleatorios: un reloj de arena, palabras, números,
rosas. Ninguno de ellos tiene sentido, pero apuesto a que cada uno tiene un
significado. Easton me dijo una vez que odia a los clientes que se tatúan porque sí, sin
conectar con la tinta que están poniendo permanentemente en sus cuerpos. Me hace
pensar que hay una historia que contar. Sólo que no soy lo suficientemente valiente 70
como para pedir que me la cuenten.
—Jay y yo tenemos que hacer algunos recados antes de abrir —explica,
metiendo las manos en los bolsillos de sus vaqueros.
—De acuerdo. —Miro al suelo, tirando del borde de mi camiseta sólo entonces
me doy cuenta de la cantidad de piel que se ve. No sé por qué los nervios aparecen
de repente en mi conciencia teniendo en cuenta que me ha visto desnuda más veces
de las que puedo contar. No debería importar la cantidad de muslos que se muestran,
pero sí importa—. Bueno, que tengas un buen día. Estaremos aquí si necesitas algo.
No es que lo necesites. Pero... —Me encojo, sin saber por qué estoy divagando como
una idiota. Respiro profundamente y me quito el cabello encrespado de la cara—.
Bueno, nos vemos.
Me detiene cuando me dirijo de nuevo a la puerta de Ainsley. —Si me
necesitas, llama. No tengo un día ocupado de todos modos.
Mis cejas se fruncen. ¿Por qué me ha dicho eso? Pero en lugar de preguntar,
asiento y esbozo una sonrisa de labios apretados que espero que parezca al menos
real. Me confunde más de lo que quiero admitir, pero creo que para él no es diferente.
Cuando nos separamos, me acuesto detrás de Ainsley y la acurruco. Una hora
más tarde, las dos nos despertamos de nuevo, con sus ojos marrones clavados en los
míos... y en silencio.
Completamente, desgarradoramente silencioso.
L
a siguiente vez que me encuentro en el campus, la tutoría pasa en un
parpadeo y las clases aún más rápido. No presto atención, demasiado
distraída. Mis uñas no son más que bordes estriados de tanto morderlas,
y la piel que las rodea está roja y en carne viva.
Para cuando estoy sentada en mi silla habitual en la clase de Carter-Profesor
Ford, es imposible desconectar por mucho que quiera que el día termine. Estoy física
y emocionalmente agotada después de que mi asesora me regañara esta mañana por
mi puesto de estudiante de magisterio, seguida de la conversación de reprimenda
insistiendo en que tenía muy pocas opciones. Me dijo que no me graduaría a menos
que me disculpara con Harris y terminara lo que había empezado.
La mirada del profesor Ford se desplaza por la sala, esperando que alguien se
pronuncie sobre la pregunta que ha formulado. Con cada segundo que pasa, sus
hombros caen un poco más por la falta de respuestas. No sé por qué me siento mal
por ello, pero lo hago.
—¿Por qué existen los mitos? —repite, deteniéndose a unos metros delante de 71
mí—. No es una pregunta trampa. Son todos adultos con, esperemos, mentes que
funcionan. Piensen.
Suspirando internamente, levanto la mano.
Sus ojos se dirigieron a mí al instante, como si esperara que hablara. —Piper.
—Los mitos nos dan razones para justificar por qué el mundo funciona como lo
hace —respondo, mirando a todos los que me miran. Vuelvo mi mirada a sus ojos
oscuros—. Aportan consuelo a la gente que intenta racionalizarlo todo.
Sus brazos se cruzan. —¿Cómo?
—Uh... —Parpadeo—. Pienso en la mitología griega y en que hay un Dios para
diferentes aspectos de la vida. Hay una razón por la que las estaciones cambian, y
dónde vas después de la muerte. Parece que hay una respuesta para todo, que la
gente necesita.
—¿Porque...?
—Es de naturaleza humana querer respuestas. A nadie le gusta quedarse en lo
desconocido. Si supieras que el Inframundo existe, probablemente te sentirías más
tranquilo con la muerte. —Se me hace un nudo en la garganta al pensar que algo como
el más allá existe. Cuando era más joven estaba obsesionada con la mitología griega.
Mi madre me llevaba a la biblioteca local, donde sacaba todos los libros que tenían
sobre los distintos mitos.
¿En qué creía Danny? Iba a la iglesia con su mujer todos los domingos, pero
admitió que no estaba seguro de creer plenamente en Dios o en lo que ocurre
después de la muerte. Me pregunto si alguna vez lo decidió antes de la noche del
accidente. ¿Hizo las paces con sus dudas? No estaría en las peores profundidades del
Hades, si es que eso existe. Danny era bueno. Demasiado bueno. Se preocupaba.
Pero no sobre mí.
Carter debe ver que me alejo, porque recibe las opiniones de otras personas
sobre el asunto. Unos cuantos estudiantes van de un lado a otro sobre la realidad de
los mitos, argumentando que todo es mentira. ¿Lo es? Todo es posible.
No estoy segura de dónde está mi mente el resto del período de clase. No está
involucrada en la discusión, pero tampoco está centrada en ningún lugar específico.
Estoy atascada en algún punto intermedio, a la deriva en la nada en la que me sofoco.
Me pesa el pecho, pero no tanto como la cabeza por los sentimientos que me niego a
aceptar. Se amontonan en mis hombros hasta que es difícil funcionar en absoluto. Soy
Atlas.
Me sobresalto cuando todo el mundo se levanta, salgo de cualquier reino en el
que esté atrapada y miro alrededor de la sala mientras se vacía. Empiezo a meter mi
cuaderno en el bolso, observando el papel vacío que se supone que está lleno de
puntos de discusión de la clase, y suspiro para mí misma.
—Piper —dice Carter, acercándose a mí con las manos en los bolsillos.
—Necesito... 72
—Quédate —me corta—. Habla conmigo.
Se me desencaja la mandíbula. ¿Por qué los chicos siempre asumen que quiero
hablar con ellos? —Tengo lugares en los que tengo que estar, profesor Ford. Pero
gracias por la oferta.
Me pongo de pie, él da un paso para bloquearme. —No es una oferta. No
estabas prestando atención, no anotaste nada y apenas participaste. ¿Qué está
pasando?
Como no veo que sea de su incumbencia, deslizo la correa de mi bolso sobre
mi hombro y le sacudo la cabeza. —Con el debido respeto, mi tiempo con usted ha
terminado por hoy. Me voy a casa.
No me agarra como lo hace East, conociendo sus límites. Pero puedo decir que
quiere detenerme. —Siempre has sido una chica inteligente, Piper. No dejes que lo
que sea que esté pasando en tu vida personal afecte tu trabajo escolar.
Mis fosas nasales se agitan. —No sabes nada.
—Eso es porque no me lo dices —señala, cruzando los brazos sobre el pecho.
La combinación de hoy es una camisa gris clara con botones y pantalones negros. En
retrospectiva, tiene razón. Él lo sabe, yo lo sé, pero el orgullo es una mierda—. Si vas
a ignorarme durante la clase, es asunto mío.
Una risa seca burbujea entre mis labios. —¿Sabe cuál es mi problema,
profesor?
—Carter —dice.
—Es que probablemente no me voy a graduar a tiempo como había planeado
—continúo, ignorando su inútil corrección—. Una vez más, me están jodiendo por
mucho que lo intente. Mi vida sigue desviándose de su curso, y estoy jodidamente
harta de ello.
No me estremece decir palabrotas delante de él. De hecho, ni siquiera me
importa. Es la verdad, cada palabra. Cada vez que intento hacer algo de mi vida, llega
otra tormenta y arruina la oportunidad. Pero no sólo me afecta a mí ahora, sino a
Ainsley. No puedo seguir metiendo la pata porque soy responsable de otro ser
humano.
Y eso... da miedo.
Demasiado miedo. Antes de darme cuenta, las lágrimas brotan de mis ojos
pero no caen. Me niego a dejarlas caer, especialmente delante de Carter. Su postura
se tensa cuando me ve lagrimear, sus cejas se fruncen de preocupación. —¿Piper?
¿Qué pasa?
—Perdí mi colocación —le digo entrecortadamente, apretando los ojos y
palmeando los párpados con los talones de la mano—. Sólo estaba haciendo lo
correcto y me dijeron que no volviera. Me dijeron que buscara un lugar más adecuado
para mí. Pero no hay ningún sitio con disponibilidad. Todos los demás del programa
están ocupando escuelas locales.
—¿Para la enseñanza de los estudiantes? 73
—Sí.
Para mi sorpresa, me dice:
—¿Y qué tal ser asistente de un profesor aquí en el campus? Tenía un viejo
amigo de la universidad que lo hacía.
Mis manos caen a los lados mientras le miro con la mirada borrosa. —¿Qué?
Asiente, una pequeña sonrisa asoma por sus labios en lo poco que puede
reconfortarme. —Claro. Y si te interesa la enseñanza para la educación superior, sería
aún mejor. Pero la experiencia es la experiencia, y estaré encantado de ayudarte
hablando con tu asesor y con mi director para que lo aprueben.
Lo miro boquiabierta, las lágrimas se secan rápidamente hasta que su
expresión seria es clara como el día. —Espera. ¿Estás diciendo que me dejarías ser
tu ayudante de cátedra?
Su barbilla se inclina. —Por supuesto.
Por supuesto. ¿Cómo puede ser tan sencillo? —No sé si eso funcionaría. Quiero
decir, he considerado obtener mi doctorado un día para convertirme en profesor de
Historia, pero...
—Bien. Entonces habla con tu asesor.
—Carter... Profesor Ford
Se adelanta, las puntas de sus zapatos de vestir rozan mis botas de invierno de
la tienda de segunda mano. —Quiero ayudarte, Piper. Te lo mereces. ¿Por qué no
hablamos ahora mismo y me envías un correo electrónico sobre lo que dice tu asesor?
Sinceramente, no veo por qué mi director estaría en contra, especialmente si es por
razones académicas.
¿Qué otra razón podría haber? Me sacudo, agarrando mi bolso. —¿Por qué
haces esto por mí? No me conoces y he sido una perra contigo.
—Tenías tus razones.
—No es una excusa.
—Tú y Danny estaban muy unidos —dice en voz baja, moviéndose ligeramente
sobre sus pies—. Sé que te preocupabas por él. Sé que su muerte tuvo que ser dura
para ti. Tu enojo estaba justificado porque perdiste a tu amigo. No estoy enojado.
Debería estarlo. ¿No debería? La forma en que actué es casi vergonzosa para
mí ahora. —¿Estás seguro de esto? Si dicen que sí, te quedas conmigo para el
semestre.
Su risa baja llena la habitación. —Será una ayuda. Mi otra clase de 101 es muy
complicada y hay más trabajo. Me vendría bien una mano para calificar los trabajos y
repartirlos. Tendrás que dar unas cuantas clases, así que lo resolveremos cuando
sepamos que va a pasar.
Tengo demasiado miedo de ilusionarme y creer que lo hará. Todas las veces
que lo he hecho, me he estrellado y quemado por las expectativas. Como cuando 74
pensé que me graduaría con mi licenciatura, pasaría al máster y conseguiría el trabajo
perfecto a los veinticuatro años. Estaría con Danny y Ainsley, quizás por la vía rápida
hacia un lugar realmente feliz con una familia, y todo estaría bien en el mundo.
En cambio, soy una madre soltera de veintiséis años que todavía está de luto
por la muerte de su mejor amigo convertido en pareja de una noche, y con más de un
año de retraso en los estudios porque asumí el papel de madre de una niña por la que
tengo que luchar cada día debido a su condición.
Nada es lo que había planeado.
En voz baja, digo: —Gracias, profesor.
—Es Carter, Piper. Siempre será Carter.
Me duele el corazón por una frase tan sencilla, sobre todo al ver lo mucho que
quiere decir cuando cierro los ojos con los suyos. Ese color oscuro que me devuelve
la mirada junto con una sonrisa blanca y nacarada hace que mi pecho se apriete con
la familiaridad que tenía cuando era adolescente. Tal vez, sólo tal vez, un poco de mi
enamoramiento aún permanece en el hombre que está dispuesto a ayudarme incluso
sin conocer todos los detalles.
Eso significa algo para mí.
—Y de nada —añade, rozando mi brazo con su palma antes de apretarlo una
vez—. Si me necesitas, estoy aquí para ayudarte. Te conozco desde hace mucho
tiempo y quiero asegurarme de que vas a estar bien.
Sé por qué lo dice. Por Jesse. Por Danny. Está recuperando el tiempo perdido
y tratando de hacer valer mi perdón. Pero no tiene que hacerlo. No después de hablar
con Mable.
Pero no se lo digo.
Jenna decide darme tiempo para mí cuidando a Ainsley el sábado, lo que me
lleva a The Inked Lotus. Su cartel de abierto me mira fijamente mientras me siento en
el auto debatiendo si entrar o no. East y yo hemos estado bien en casa, no nos hemos
acostado, pero tampoco nos hemos enfrentado.
Se siente como cuando se mudó por primera vez, y sé que tengo la culpa.
Apenas le he contado el nuevo acuerdo que tengo para mis horas de enseñanza, sólo
que ha funcionado. Me ha dado la típica respuesta de una sola palabra y me ha visto
subir con Ainsley para prepararla. No ha ido a mi habitación ni ha intentado nada
conmigo desde la noche en la cocina, y no sé si me alegra o me confunde.
Respiro profundamente y apago el auto, tomando mi bolso y bajando. Easton
ha hecho mucho más de lo que tiene que hacer un compañero de piso, y es difícil
ignorar ese hecho. Así que ignoro la extrañeza que podría inducir entrar y empujar
la puerta con una sonrisa en la cara.
Como siempre, Jay me saluda primero. No está trabajando con nadie como
Easton, así que se levanta del sofá donde está acostado y me atrae en un abrazo con
un solo brazo. Me río mientras me revuelve el cabello, apartándolo. —¿De verdad? 75
Hoy me he esforzado por tener un aspecto decente. —Me quito el cabello encrespado
con los dedos y pongo los ojos en blanco ante su sonrisa tonta.
Jay me recuerda a Danny. Es encantador en un sentido de payaso de clase y no
tiene miedo de trabajar por todo lo que quiere. Es curioso ver lo opuesta que es su
personalidad a la de Easton, que es mucho más tranquilo y reservado.
—¿Qué te trae por aquí, Red? —Se apoya en el mostrador y me estudia—.
Déjame adivinar, estás aquí para dejarme entintarte.
—No.
Sus cejas se levantan. —¿Perforarte?
Mis labios se separan y luego se cierran.
Sus ojos se abren de par en par. —¿De verdad? —Da una palmada y me hace
un gesto para que lo siga hasta su silla—. Mierda, Red. ¿Qué tipo de piercing?
Acabamos de recibir nuevas existencias en la parte de atrás. Déjame ir a traer algunos
para que elijas.
Antes de que pueda decir nada, ya está en el pasillo. Parpadeando, me siento
lentamente en su puesto, mirando a Easton, cuya aguja ha dejado de moverse sobre
el brazo del tipo en el que está trabajando.
Nos miramos a los ojos. Los suyos son estrechos y escépticos mientras me
estudia de arriba abajo. —¿Te vas a hacer un piercing?
—Pensé que era el momento.
Deja la aguja en el suelo y le dice algo al hombre antes de acercarse a mí con
los brazos cruzados sobre el pecho. —Pensé que no podías por la política de la
escuela. Dijiste que iba en contra del código de vestimenta.
No me di cuenta de que me escuchaba. —Lo es, pero mi nueva colocación es
en la universidad como ayudante de cátedra. Si me hago un piercing ahora, tendrá
tiempo de curarse para cuando me contraten en un distrito escolar para dar clases en
el futuro.
Su mandíbula se mueve mientras mira por encima del hombro al hombre que
lo espera. —Espera.
Voy a preguntarle por qué, pero me da la espalda y se dirige a su puesto.
Cuando Jay sale con una caja negra, East le llama y le murmura algo. Los dos
conversan en voz baja, ambos me miran en algún momento, antes de que Jay dé una
palmada en el hombro de East y se acerque con una gran sonrisa.
—¿Qué fue eso? —pregunto, mirando a Easton. No está mirando, pero me doy
cuenta de que tiene la mandíbula desencajada.
—Nada, Red. —No me lo creo ni por un segundo, pero tampoco quiero
analizarlo. He venido para que Easton me haga un piercing en la nariz, pero está
ocupado. ¿A quién le importa si Jay lo hace?
Le muestro dónde quiero que me hagan el piercing antes de elegir un pequeño 76
pendiente de diamante de la caja. Sonríe y me prepara, diciéndome todo lo que va a
hacer. El vértigo me consume cuando levanta las cejas en forma de pregunta
silenciosa antes de seguir adelante.
Estoy seguro de que la gente se preguntará por qué me hago un piercing como
éste a mis veintitantos años. Cuando me hice el ombligo, ya recibí suficientes críticas
sobre cómo me arrepentiría cuando fuera mayor. ¿Pero mi nariz? He aprendido que
la gente tiene muchas más opiniones que expresar cuando ven que las mujeres se
convierten en madres, como si no pudiéramos hacer las cosas que nos gustan porque
somos responsables de niños impresionables. Pero quiero que Ainsley sea ella misma
en cualquier forma que llegue. Si llega el día en que quiere hacerse un piercing en la
nariz, ¿qué problema hay?
Siento otro par de ojos ardientes sobre mí, pero no me atrevo a moverme
mientras Jay termina el piercing. Ni siquiera me inmuto cuando entra como la última
vez, lo que hizo que Jenna se riera de mí después de que se quejara de que casi le
rompía la mano de tanto apretarla. Supongo que ahora estoy tan acostumbrada al
dolor que ya no me molesta.
Jay me tiende un espejo para que lo vea, y una enorme sonrisa se dibuja en mi
cara al ver el tachón en mi fosa nasal izquierda. —¿Te gusta, Red?
Asiento y veo que el diamante capta la luz. Por el rabillo del ojo, veo que East
me mira fijamente. No dura mucho antes de que vuelva a centrarse en el tipo que tiene
delante, poniéndose a trabajar sin decir una palabra.
No es hasta que sigo a Jay hasta la caja registradora que mi compañero de piso
se decide a hablar de nuevo. —Invita la casa, Piper.
Retrocediendo, sacudo la cabeza. —No.
Se detiene y me mira. —Sí. Lo hace.
Jay se aclara la garganta, alejándose de la caja registradora. —No te
preocupes, Red. Tiene razón. Ahora, si me dejas entintarte...
Pongo los ojos en blanco. —No va a pasar. —Rebusco en mi cartera y leo la lista
de precios de un piercing en la nariz antes de meterle el dinero en el pecho—. Toma
el dinero. También hay una propina.
Las ruedas retroceden y los pasos se acercan a nosotros cuando los duros ojos
de East encuentran los míos. —Fuera.
—¿Me estás echando? —Chillo. ¿Por qué haría eso sólo porque estoy tratando
de pagar los servicios aquí?—. East...
Jay observa con las cejas fruncidas cómo Easton me guía hacia la puerta, pero
no antes de arrebatarle el dinero a Jay y agarrarlo con fuerza en la mano.
Le quito el brazo de un tirón. —¿Cuál es tu problema? Sólo estoy tratando de
pagar. Eso es lo que hace la gente aquí, ¿no? No puedes ganar dinero si das trabajos
gratis.
Se adelanta, sus ojos me clavan en el silencio mientras se adelanta y desliza
lentamente el dinero en mi bolsillo delantero. Sus dedos se detienen más de lo
necesario antes de volver a salir. —Quédate con tu dinero. 77
—¡No necesito que te apiades de mí!
—Se llama ser amable —responde.
—Se llama ser un empresario de mierda.
Sus fosas nasales se agitan. —Vete a casa, Piper.
—¿Qué? No. —Agita la mano en señal de despido antes de darse la vuelta para
volver a entrar, pero esta vez lo detengo—. No sé por qué actúas así, pero es molesto.
Lentamente vuelve su mirada a la mía, sus ojos más oscuros de lo que estoy
acostumbrada. —Te dije que esperaras. Te habría hecho el piercing.
Mi cara se tuerce. ¿De eso se trata? Tiene que estar bromeando. —Pensaba
pedirte que lo hicieras, pero estabas ocupado. Jay está igual de calificado para hacer
piercings. Me lo ha dicho un millón de veces cuando lo he visto.
—Pero debería haberlo hecho —casi gruñe, haciendo que me estremezca ante
la hostilidad—. Soy tu compañero de piso, la persona que conoces aquí. Deberías
haberme esperado como te dije.
No puedo creer que estemos teniendo esta conversación. —No eres mi jefe,
Easton. Siento si he herido tus sentimientos por el hecho de que tu amigo me haga el
piercing, pero no es el fin del mundo. Y sería dinero de todos modos si me dejas
pagar. ¿Por qué eres tan terco con esto?
—No soy tu jefe —repite, con una lenta sonrisa que curva sus rasgos. Su cuerpo
se gira para mirarme, sobresaliendo por encima de mí cuando se endereza hasta
alcanzar su máxima altura—. Me parece recordar eso de otra manera, sobre todo
cuando estamos en tu habitación y me suplicas que entierre mi polla más
profundamente dentro de ti. Hmm. ¿Has olvidado lo mucho que gimes mi nombre
cuando te lamo, o cómo me tiras del cabello para que vaya más rápido, o me suplicas
que te folle como sé que te gusta?
Mis muslos se aprietan mientras el calor recorre mi cuerpo. Sabe lo que hace
porque se ríe como si esto le divirtiera. Pero a mí no me hacen gracia sus cambios de
humor. —¿Qué tiene eso que ver?
Se inclina más, rozando sus labios contra mi oído mientras habla. —Debería
haber sido yo quien te diera lo que querías hoy porque sé lo que quieres. Al igual que
sé cómo suenas cuando te corres, qué sientes cuando aprietas mi polla con ese
apretado coño tuyo, y lo fuerte que te pones cuando no tienes que contenerte. Quieres
libertad, Piper. Siempre la has querido.
Cuando se retira, me quedo sin palabras. Aprovecha y me lanza un guiño,
haciendo que mis labios se separen. Nunca me había guiñado un ojo. Y es... guao.
Entre esas palabras y ese gesto, no estoy segura de poder responder
adecuadamente, y él lo sabe. Por eso, esta vez, se aleja primero.

78
A
insley me agarra de la mano con fuerza mientras caminamos hacia las
puertas dobles del Centro de Recreación de Aberdeen. La miro con una
sonrisa reconfortante mientras abro la puerta cubierta de folletos de
eventos locales. Uno de ellos es la clase a la que vamos a ir.
Antes de que podamos entrar, oigo mi nombre detrás de mí. El tono ronco me
hace dudar, y mi columna vertebral se endereza cuando me doy cuenta de quién es.
Me doy la vuelta y veo que Carter se acerca con unos pantalones negros de deporte
y una sudadera de gran tamaño. Mis cejas se arquean al ver su atuendo informal, pero
rápidamente me fijo en la forma en que sus rasgos sorprendidos se mueven entre la
niña que está a mi lado y yo.
Me aclaro la garganta y veo cómo se agarra a la puerta para mantenerla abierta.
—Hola —dice en voz baja, con los labios fruncidos mientras mira a Ainsley.
Desplazo mi peso. —Hola.
Inclina la barbilla hacia la entrada, siguiéndonos. Cuando la puerta se cierra
tras nosotros, sigue mis pasos. Tiene las manos metidas en los bolsillos del pantalón 79
y mira el suelo a cuadros rojos y blancos.
—¿Qué haces aquí? —Mi voz es tranquila mientras ralentizo mis pasos,
inseguro de dónde se imparte la clase.
Se detiene unos metros más adelante, dándose cuenta de que ya no le sigo el
paso. —Vengo aquí cada dos fines de semana a hacer ejercicio y luego doy una clase
de boxeo.
¿Boxeo? Tiene el cuerpo para ello, eso es seguro. Sólo que no me lo habría
imaginado. De Jesse, Carter y Danny, no me habría imaginado a Carter en un deporte
tan violento. Eso siempre fue cosa de Jesse.
—Así que... —Se rasca la mandíbula.
Ainsley me tira de la mano, haciendo que la mire. —Nos pondremos en marcha
en un segundo, Nugget. —Puedo sentir la mirada de Carter y mis mejillas se
calientan—. Ainsley y yo estamos tomando una clase aquí.
—Ainsley —repite lentamente, asintiendo.
—La hija de Danny.
Sus ojos se abren de par en par mientras la estudia un poco más de cerca,
haciendo que Ainsley se agache detrás de mis piernas. Mi mano se dirige a su cabeza,
acariciando su cabello con comodidad. Es como yo, no quiere que nadie le preste
atención durante mucho tiempo.
Sé lo que ve: la nariz de Danny, la forma y el color de sus ojos, el tono de su
piel. Su personalidad es sin duda la misma, aunque sólo yo lo sabría.
—Guau. —La palabra es tan silenciosa que casi la pierdo. Me hace deslizar mis
labios secos y asentir una vez, sin saber con qué responder.
No sabía lo de Ainsley. No sé por qué eso no me gusta. —Deberíamos irnos.
Diviértete con tu clase.
—¿En qué salón estás? —me pregunta cuando empezamos a caminar de nuevo.
Dudo. —La sala comunitaria.
Hace un gesto hacia un pasillo lateral antes de volver a meterse las manos en
los bolsillos. —Habitación 104. Está a unos tres pasos. No se pierde.
Exhalando un pequeño suspiro, asiento una vez. Le doy las gracias y nos vamos
por separado, aunque los ojos me observan a partir de las punzadas que siento en la
nuca.
Cuando llegamos y nos registramos, Ainsley me tira de la manga de la camisa
y me mira. Sé lo que está pensando. —Es un viejo amigo mío y de tu padre.
Sus ojos se abren un poco.
No le digo que han dejado de hablar.
O que Danny nunca la mencionó.
¿Qué sentido tiene? La gente sigue su propio camino. Es natural, es parte de la
vida. Debería haber dejado que eso influyera en mi opinión sobre Carter cuando 80
entró en el aula el primer día. No debería haber necesitado que Mable me dijera que
no debía ser una perra con alguien sólo porque no estaba cerca de Danny. Debería
estar contenta. En cierto modo, me dejó a Danny para mí.
—Eso fue hace mucho tiempo —es todo lo que digo, dedicándole una sonrisa
triste. Quiero decirle que la gente cambia, pero eso es algo que tendrá que descubrir
por sí misma cuando llegue el momento.
La clase es más difícil de lo que espero, y Ainsley y yo compartimos más de una
mirada perdida mientras el profesor repasa los aspectos básicos del curso de dos
meses. Todos los sábados nos reuniremos en el mismo lugar y aprenderemos los
fundamentos del lenguaje de signos americano, desde el alfabeto hasta las frases
sencillas. Luego, una vez transcurridos los dos meses, pasaremos a clases más
avanzadas hasta que podamos comunicarnos con mayor claridad.
Grito cuando Carter aparece de la pared fuera de la habitación cuando Ainsley
y yo salimos, con el corazón acelerado por su inesperada presencia. La parte
delantera de su camisa está sudada y su cabello parece mojado. —¿Qué estás
haciendo?
Se pone a nuestro lado. —¿Lenguaje de signos? —No respondo. No es
realmente una pregunta y no le debo nada. Se aclara la garganta y se agarra la nuca—
. Tengo una clase que empieza en unos diez minutos.
—Genial.
—Hola. —Se pone delante de mí para impedirme caminar hacia las puertas—.
Reúnete conmigo en mi oficina el lunes por la mañana temprano. ¿Digamos a las ocho?
Podemos hablar del horario del semestre ya que todo ha sido aprobado.
—No puedo —respondo lentamente, mirando a Ainsley.
Sus labios se fruncen. —Sí. Bueno, la clase empieza a las diez, así que tal vez
podamos vernos antes de que empiece la mía.
No estoy seguro de que quiera hablar de la clase. Al menos, no es el tema
principal ahora que hay un bebé elefante en la habitación. Me doy cuenta de ello por
la forma en que su estatura está tensa y por cómo intenta no mirar a Ainsley, pero no
lo consigue. El rabillo del ojo sigue viajando hacia abajo, su mandíbula hace tictac
como si estuviera molesto. No tiene motivos para estarlo.
—Puedo encontrarte en el aula como a las nueve y cincuenta si te viene bien.
Su cabeza se inclina una vez. —Te veré entonces.
Mis labios se frotan. —De acuerdo.
Avanzo sin que me detenga y aprieto la mano de Ainsley una vez antes de
volver a girarme para mirarlo. No se ha movido. —Estoy dedicada a esta oportunidad,
Carter. Me aseguraré de separar mi vida personal de la profesional. Lo prometo.
Sus cejas se fruncen. —No estoy preocupado por eso, Piper. Es que... —
suspira—. No sabía que tenía una hija. 81
Lo sabía. —Me lo imaginaba.
—Se parece a él.
—Lo hace —asiento, sonriendo a Ainsley. Vuelve a tener el pulgar en la boca
mientras mira entre Carter y yo.
Sus labios se separan, pero no pasa nada entre ellos antes de inclinar la cabeza
una vez y retroceder. —Espero que tengan un buen fin de semana.
Se siente forzado, como si tuviera algo más que decir, pero no le salen las
palabras. Algo me dice que el lunes será interesante cuando encontremos tiempo
para hablar. Y a juzgar por el modo en que sus ojos pasan entre Ainsley y yo por
millonésima vez, necesitaré un café cargado para aguantar la conversación.
Porque parece herido.
Y no tengo ni idea de por qué.
El restaurante en el que Jenna y yo acabamos tras veinte minutos de búsqueda
de un lugar para comer tiene una fila más larga que la del último en el que intentamos
entrar. Me duelen los pies por las botas de tacón hasta las espinillas que me ha hecho
llevar con mis ajustados vaqueros pitillo que, según ella, hacen que mis piernas
parezcan más largas. No me importa lo que diga, mi figura de 1.56 no va a igualar a
la suya de 1,65, independientemente de la ropa que me ponga.
—Si no como pronto, me voy a poner en plan Jeffrey Dahmer con algún inocente
—se queja Jenna, dejándose caer a mi lado.
Riendo, la alejo. —Si nos hubiéramos ido cuando dije que lo hiciéramos,
probablemente nos habríamos perdido la multitud.
Gime como un niño pequeño. Aunque eso sería un insulto para Ainsley. —Fue
un largo día de trabajo. Necesitaba ponerme pintura de guerra nueva. Además, ¿ves
lo ajustados que están estos pantalones? Te juro que tuve que salir corriendo sólo para
saltar dentro de estas perras.
El hombre de delante se gira y mira hacia abajo, hacia los muslos de Jenna. Una
sonrisa sórdida se dibuja en su rostro antes de que la mujer que está a su lado le dé
un golpe en el pecho y lo fulmine con la mirada. Suspira y se da la vuelta, dejándonos
a Jenna y a mí mirándonos fijamente antes de romper a reír en silencio.
—De todos modos —dice—, no es que este sea nuestro único destino esta
noche. Estoy decidido a sacarte. No me importa si es un bar o un club...
—No.
—Pip...
Cruzo los brazos sobre el pecho. —No me gustaba salir cuando era más joven.
¿Qué te hace pensar que quiero hacerlo ahora?
Me mira, con los párpados negros entrecerrados en señal de desaprobación.
—Tienes veintiséis años, no cuarenta. Además, estás libre de niños por esta noche
gracias a tus padres. ¿Por qué no sales y te diviertes mientras puedas? 82
Hago un gesto a nuestro alrededor. —Estoy aquí, ¿no?
Ella parpadea.
Parpadeo.
La línea se mueve, pero apenas nos permite llegar a alguna parte. —Escucha,
aprecio que quieras ayudarme a tener una vida. La mía puede ser aburrida
comparada con la tuya, pero me gusta. Este es el tipo de salida que disfruto. Los bares
no son mi escena.
Jenna mira alrededor del hombre trajeado y maldice en voz baja. —Juro por
Dios que nunca había visto este lugar tan lleno.
—Es un sábado por la noche —le recuerdo. Después de la clase de esta
mañana, me había propuesto quedarme en casa y ver Netflix todo el día con Ainsley.
Me daba pereza y me preparaba mentalmente para lo que fuera que trajera el lunes.
Lo único que quería era quitarme a Carter de la cabeza durante un rato. Entonces
Jenna llamó y dijo que íbamos a salir. Mi argumento de que Ainsley estaba aquí fue
discutible cuando se puso en contacto con mis padres y consiguió que accedieran a
cuidarla. Me arrepiento de haberle dado sus números, pero mis padres quieren a
Jenna como a una segunda hija porque siempre está pendiente de mí.
—Tú solías beber —insiste, devolviendo la conversación a un lugar al que no
quiero que vaya—. ¿Recuerdas aquella vez que estábamos todos en tu dormitorio en
la Universidad de Maryland y Chris trajo ron con Coca-Cola? Después de tu segundo
vaso enorme, manoseaste al pobre chico delante de todos.
Estoy noventa por ciento segura de que a Chris no le importó que le metiera
mano. —Lo recuerdo perfectamente. Gracias por recordarme que le agarré sus
partes delante de la gente que probablemente hizo fotos y le di un golpe en la espalda
para felicitarlo.
Se ríe, haciendo que le dé un codazo. —No importa. En cuanto conseguí a
Ainsley, solo quería centrarme en ella. Estoy aquí para hacer algo de mí misma para
poder mantenernos mejor. No para salir y emborracharme como si tuviera veintiún
años otra vez.
Su labio inferior sobresale mientras avanzamos. Sé que es su forma de decirme
silenciosamente que no soy divertida, pero me parece bien. Mi versión de la
diversión nunca ha coincidido con la suya. Le gustaba llevarme a las fiestas de las
fraternidades, donde la veía bailar con los deportistas toda la noche mientras yo me
escondía en un rincón esperando volver a casa. La llevaba a las noches de cine del
campus, donde ambos devorábamos palomitas y nos burlábamos de las películas que
proyectaban hasta que la gente amenazaba con echarnos. Bebí de vez en cuando,
pero nunca mucho más que una cerveza barata aquí y allá porque sabía que pasaría
la mayor parte de la noche sujetando el cabello de Jenna mientras vomitaba.
Estamos de pie unos minutos más hasta que oigo que me llaman por mi nombre
desde algún lugar de los alrededores. Mis ojos recorren las mesas y las cabinas hasta
que se fijan en la de Carter.
83
Carter-maldito-Ford.
Jenna se inclina cerca de mí. —¿Piper?
—¿Hmm?
Rodea el mío con un brazo. —¿Ese hombre bueno te está llamando por tu
nombre o he alucinado por mi estado de inanición?
Resoplando, le doy un codazo en los hombros. —Para. —Levanto la mano y le
hago un gesto con la mano, ofreciéndole una sonrisa amistosa que no estoy segura de
que vea en la penumbra. Nos hace señas para que nos acerquemos, señalando los
asientos libres que hay frente a él. Empiezo a negar con la cabeza, pero Jenna ni
siquiera me da la oportunidad de rechazarlo antes de apartarme de la fila y acercarme
a la mesa que él ocupa.
Casi tropiezo con el escalón que lleva a la sección en la que está sentado, lo
que nos habría hecho caer a Jenna y a mí. Mirándola fijamente antes de que nos
detengamos frente a él, aprieto el brazo de ella.
—Pensé que eras tú —dice, mirando entre mi mejor amiga y yo. Extiende la
mano—. Carter Ford. Es un placer conocerte.
Jenna sonríe y le da la mano. —Jenna Green. ¿De dónde se conocen?
Estoy a punto de explicar que estoy en su clase, cuando él toma la iniciativa. —
Amigo de la familia. Conozco a Piper desde que era una niña.
Jenna se vuelve hacia mí con una ceja fruncida. —No recuerdo que me haya
hablado de un zorro plateado. —Me guiña un ojo antes de sacar un asiento—. Bueno,
Carter, estoy a punto de hacer de Hulk en todo el restaurante si no como algo. Piper,
siéntate.
Suspirando, le dirijo a Carter una mirada de disculpa antes de tomar asiento
justo enfrente de él. No quiero estar aquí, pero tampoco quiero decírselo y
arriesgarme a una conversación aún más incómoda el lunes. —No puedo detenerla
cuando se pone así. Siéntase libre de decirnos que nos vayamos.
Se ríe y agarra su vaso. Apostaría mi dinero a que está lleno de té dulce,
probablemente con sabor a melocotón, como el que le preparaba mi madre cuando
la visitaba. —Te llamé para que te sentases aquí de todos modos. Esta noche está
lleno.
Jenna apoya el codo en el borde de la mesa y apoya la barbilla en la palma de
la mano. —¿Hay alguna razón para que cenes aquí solo?
Le doy una patada en el pie. No es asunto nuestro, pero eso nunca la ha
detenido. Si se entera de que he visto a Carter antes y de que es mi profesor, que me
está ayudando a conseguir mis créditos de graduación, sobre analizará la situación y
sacará algo de la nada. Ya es bastante malo que sepa que estuvimos en la vida del
otro mientras crecíamos.
Los labios de Carter se inclinan en las esquinas. —Se suponía que iba a quedar
con un compañero de trabajo, pero lo canceló en el último momento. Pensé en ir a
cenar mientras estaba aquí, así que no... 84
Por suerte, aparece una camarera y nos da a los dos los menús. Yo opto por lo
más sencillo: agua y ensalada del chef. Jenna, en cambio, insiste en pedir un especial
de margarita, junto con algún especial de marisco del que no he oído hablar en toda
mi vida.
Cuando volvemos a estar los tres solos, me concentro en Carter, con la
esperanza de mantener una conversación ligera. —¿Tuviste un buen día?
La falta de un plato delante de él significa que probablemente todavía está
esperando su comida. —Ha sido productivo. —Me alegro de que no saque a relucir
el Centro Recreativo y le dedico una pequeña sonrisa antes de mirar mi regazo.
Jenna interviene. —¿Cómo era mi mejor amiga cuando crecía? ¿Era la misma
aburrida y tranquila que conozco? ¿O era una diva malcriada? Siento que tienes
historias.
—Jenna —siseo en voz baja.
—Ella era linda.
Parpadeando ante sus palabras, me distraigo de la posibilidad de empujar a
Jenna de su silla. Sus ojos oscuros son brillantes, juguetones. Más o menos como lo
eran cuando él y Jesse no hacían nada bueno. Me hace devolver la sonrisa con
facilidad, de forma inesperada.
—Linda —repite lentamente mi mejor amigo—. ¿Cómo es eso? ¿De qué nivel
de ternura estamos hablando? Voy a necesitar detalles, ya que Piper nunca habla de
su infancia.
Echo la cabeza hacia atrás. —Te he dicho que no hay nada interesante que
decir. Ya sabes quién es mi familia y a qué se dedica. Conoces a Danny. ¿Qué más
hay que saber?
Jenna señala a Carter. —Olvidaste mencionar que tienes un amigo de la familia
que es cien por ciento follable. Eso es información importante.
Se me salen los ojos de la cabeza. No acaba de llamar follable a mi profesor.
Basado en el repentino carraspeo frente a mí, lo hizo.
—No todas estamos tan calientes como tú —es mi respuesta, que me hace
hundirme en mi asiento dada la actual compañía que tenemos. Me cubro la cara
caliente y trato de calmar mi respiración.
Jenna considera esto. —Cierto. —Después de que la camarera entrega nuestras
bebidas, ella toma un sorbo de la suya antes de volverse hacia Carter—. Quiero saber
todas las cosas embarazosas que no me aclara. Me ha visto hacer demasiadas cosas
estúpidas. Siento que necesito igualar el campo de juego.
Mis ojos se encuentran con los de Carter durante una fracción de segundo en
una súplica silenciosa. La forma en que se iluminan sus ojos me dice que me espera
una larga cena. Lejos de la relajación que esperaba.
Se pasa el pulgar por el labio inferior para ocultar su creciente sonrisa. —Solía
llevar el cabello en coletas todos los días y se llamaba Pippi Calcetas largas. 85
Jenna estalla en carcajadas mientras yo vuelvo a cubrirme la cara con las
palmas de las manos y reprimo un gemido. —¿Por qué hacías eso? Espero que haya
fotos, porque necesito ver pruebas de esto.
Mis hombros caen mientras miro hacia arriba. —Encontré el libro en una venta
de garaje a la que me llevaron mis padres y le rogué a mi madre que me lo comprara.
Se convirtió en una obsesión, supongo.
Carter envuelve sus largos dedos alrededor de su té dulce. —Era linda, como
dije. Recuerdo que Jesse me dijo que tus padres intentaban poner el programa de
televisión, pero tú te negabas a verlo porque su cabello no estaba bien.
—¡No fue así!
Jenna resopla. —Eres demasiado adorable.
—Cállate. Puedo contar historias sobre ti.
Me hace una mueca. —Al menos esas historias me involucraban a mí estando
borracho. Tú elegiste ser Pippi Calcetas largas sobria.
Su argumento no es uno que usaría en un tribunal, pero lo dejé pasar. Sobre
todo, porque intercambiamos historias toda la noche, y lo último que quiero que
Carter escuche es cómo pasé mis años de universidad siendo la mascota del profesor.
—Hablando de beber —insiste, lanzándome una sonrisa malvada antes de
centrarse en Carter—. Necesito tu opinión sobre nuestra querida y vieja amiga.
Insiste en que no puede salir a divertirse porque tiene otras responsabilidades.
Pareces un tipo razonable, así que nos darás tu sincera opinión, ¿verdad?
Carter se lame los labios secos, la vacilación es clara en mis rasgos
repentinamente conscientes. —Bueno...
—Bien. Así que estoy tratando de convencer a Piper de que se suelte por la
noche. Ella dice que salir a comer es su versión de eso, lo cual es bastante patético.
Es demasiado joven para ser tan aburrida, ¿tengo razón?
Carter no responde.
—Y es hermosa, ¿verdad?
Carter parpadea y se lleva la bebida a los labios.
—Lo que significa —concluye Jenna—, que necesita salir y echar un polvo.
—Dios mío —susurro, hundiéndome más en mi asiento mientras Carter tose su
bebida. Le caen unas gotas por la barbilla, que rápidamente recoge con una
servilleta.
—Vaya, no me lo esperaba. —Deja su vaso en el suelo y no mira a ninguna zona
en particular delante de él, especialmente a mí.
Jenna pone su mano en mi hombro. —No te he oído negar ninguna de esas
afirmaciones. Simplemente digo que ambos nos preocupamos por el bienestar de
nuestra amiga, ¿verdad?
Le quito la mano de encima. —Mi bienestar y yo estamos bien comiendo algo 86
rápido, muchas gracias.
—Ainsley te quiere...
—Para —susurro. Puedo sentir los ojos de Carter sobre mí, lo que me hace
cerrar los míos—. Aquí no.
Su mano encuentra la mía y la aprieta. —Sé con certeza que Danny no querría
que dejaras de vivir. No es por eso que te pidió que la cuidaras.
Tragando, empujo mi silla hacia atrás. La opresión en mi pecho sube
rápidamente, asfixiándome lentamente. —Acabo de recordar que tengo que ir a casa.
—Mi voz se quiebra, dejándome vulnerable a los pares de ojos que me miran
fijamente.
Jenna extiende la mano. —Piper, vamos.
Sacudo la cabeza y me voy, no tengo energía para aguantar que me diga que
lo siente cuando sé que lo siente. Jenna nunca tiene mala intención cuando menciona
a Danny. Sin embargo, el dolor sigue instalándose en mi pecho cuando lo hace.
Entonces empiezan los ataques de pánico, dejándome sin aliento y llorando y
pidiendo aire.
Me digo a mí misma que estoy bien, incluso cuando no lo estoy.
L
a sonrisa falsa que se me dibujó en la cara podría ser descifrada
fácilmente por cualquiera que me conozca. Carter Ford no es una de esas
personas. Me saluda sin ningún tipo de reparo cuando nos encontramos
en el aula donde enseña Historia de Estados Unidos 101.
Por unos breves momentos, parece que el fin de semana ha quedado atrás. No
se habla del Rec Center, ni de Ainsley, ni del restaurante. Pero la tensión en mis
hombros no se alivia porque mi mente sabe que se acerca.
Primero se aclara la garganta, señal inequívoca de que está a punto de sacar
un tema del que no quiero hablar. Por un momento, me planteo pedirle que lo deje
estar: mi vida, sus preguntas. Una parte diferente de mí, un lado dominante, hace lo
contrario y le deja decir lo que quiere. —Quería disculparme si te he hecho sentir
incómoda antes —empieza en voz baja, recogiendo los papeles calificados que tiene
delante y poniéndolos en la mesita que hay entre nosotros.
—No lo hiciste. —Al menos no intencionadamente. Puedo diferenciar las dos
cosas, dadas las experiencias que he tenido con profesores en el pasado—. No se 87
preocupe, profesor Ford. Está bien.
—No lo está. —Camina alrededor de la mesa y se sienta en el borde de la
misma, estirando sus largas piernas y cruzando los brazos sobre el pecho—. Me
sorprendió verte el sábado por la mañana, y mirando atrás, estoy un poco
avergonzado por mi reacción. Es que no esperaba...
—¿Ainsley? —Supongo, poniendo distancia entre nosotros como si tuviera algo
de lo que avergonzarme—. Nos pasa mucho. A mí me pasa.
Se frota la nuca. —No me di cuenta de que tú y Danny... —Se aclara la
garganta—. Sabía que te gustaba entonces, pero no sabía que tenías una hija. Tiene
aún más sentido por qué estabas tan molesta conmigo.
Volvería a la idea de que todo el mundo aparentemente sabía que había tenido
algo con Danny, pero no es lo que mi mente se aferra. —Carter, no es así. Mi situación
es complicada.
Noto un curioso cambio en su mirada, pero desaparece rápidamente cuando
se levanta. —No es asunto mío. Sólo quería disculparme por cómo actué.
¿Por qué siento la necesidad de decirle la verdad? No es un gran secreto que
deba guardar. Ainsley no se parece a mí. Cualquiera que haya prestado atención o
haya permanecido en mi vida sabría cómo llegó a mis manos. También vería lo mucho
que la quiero, lo mucho que desearía que hubiera sido biológicamente mía. Y eso
impulsa el deseo de aclarar las cosas aún más porque estoy enojada.
Estoy enojada con Danny por no quererme. Estoy enojada con él por elegir a
otra persona. Una parte de mí lo odia por morir. No porque haya cambiado mi vida
para siempre, sino porque me duele demasiado no verlo de ninguna forma. Si nuestra
amistad hubiera terminado después de la noche que dormimos juntos o no, no
importa, ya no podría. Pero si pudiera repetir esa noche...
—Ella no es mía —susurro, casi para mí misma, porque decirlo más alto paraliza
físicamente el órgano medio muerto de mi pecho—. El mundo llegó a ver cuánto
amaba a Danny, pero él nunca me amó.
Carter se congela, con el marcador en la mano agarrado con fuerza mientras
se encuentra con mi mirada. No dice nada. No estoy segura de que haya algo que
pueda decir en este momento para mejorar el dolor.
Mi agrietado labio inferior se aprieta cuando paso la punta de la lengua por él.
—Tuve que ver cómo se enamoraba de otra persona. Estuve en su boda. Me convertí
en la madrina de su hija. —Chasqueo la lengua y suelto una risa sin gracia, como si
todo aquello fuera divertido. En cierto modo, lo es—. No estoy segura de por qué me
sometí a ese tipo de tortura cuando sabía que no pasaría nada. Sólo esperaba que un
día...
—Te elegiría a ti —termina en voz baja para mí. Respiro profundamente y
asiento lentamente, sintiéndome patética y babosa por haber tenido esos
pensamientos.
—Me gustaba su mujer, para que conste. —Parece extraño que la mujer que
me quitó a Danny me pareciera amable, pero así fue. Era dulce y quería ser madre 88
más que nada. Más que eso, sabía la verdad. No puedes robar algo que no es tuyo -
Danny siempre fue el amor de su vida, al igual que ella era el suyo—. Y por un
momento, después de que la perdiera, pensé que el universo finalmente nos dejaría
pasar. Nunca dejé de estar ahí para Danny y Ainsley. Se sentía bien para mí. Pero
Danny...
Danny estaba de luto. Nunca cambió, ni siquiera cuando pasaron los años.
Fingía que estaba bien, que había encontrado la manera de curarse, pero si hay algo
que se cimentó la noche que nos encerramos en mi habitación, es que nunca dejó de
amarla ni de llorar su pérdida.
Nunca podría ser lo que él necesitaba.
Porque la necesitaba.
Sacudiendo la cabeza, me coloco un mechón de espeso cabello castaño que se
me escapa detrás de la oreja. —Ya no importa. Lo hecho, hecho está. Sólo odio estar
atrapada sabiendo lo patética que Danny debe haber pensado que soy después de-
— La puerta se abre, y los chicos comienzan a entrar, cortándome de hacer que suene
aún más trágico para Carter.
Una sonrisa falsa se dibuja en mi cara mientras inclino la cabeza ante sus ojos
indiscretos y me giro para agarrar la pila de trabajos calificados que me pidió que
repartiera a todos para ayudar a aprender sus nombres.
Pases de clase.
Se queda mirando.
Lo evito.
Y cuando los alumnos ya no me dan una excusa para desviar su persistente
mirada, no tengo más remedio que intentar irme antes de que pueda decir algo sobre
lo que he admitido. No hace falta que me diga que debería avergonzarme por lo que
sentía, o por lo que pensaba y esperaba. Me he puesto enferma de culpa al saber lo
que Danny debió pensar de mí en sus últimos momentos.
¿Me quería incluso como amiga? ¿O me desprecia por haberme pasado de la
raya? Cada vez que dejo que mi mente se dirija a ese lugar, otra parte de mí se rompe
por dentro.
—Piper, espera —me llama, recogiendo sus pertenencias lo más rápido
posible antes de que pueda llegar a la puerta. Se acerca a mí con ojos firmes y difíciles
de mirar—. No eres patética. Eres humana. Una chica que tuvo esperanza.
Pongo los ojos en blanco. —La esperanza no siempre nos lleva a ninguna parte,
profesor. Es cuando tienes demasiada lo que te hace sentir lástima por aguantar de
un hilo.
—Eso no es malo. —Inclina la cabeza y ajusta su maletín—. Escucha, creo que
es admirable lo que has hecho por él y su mujer. Puedo decir, sólo por la corta
interacción, que amas a su niña. Y ella te quiere a ti.
Tengo que apartar la mirada para que no vea las lágrimas que empiezan a 89
brotar de mis ojos. Agradezco que no me presione sobre el asunto, que me diga que
lo mire o que me haga hablar.
Todo lo que dice es: —Si te hace sentir mejor, creo que Danny sí te quería.
Resoplo una risa seca. —No en la forma en que yo contaba.
Su réplica detiene mis amargos pensamientos. —¿Hay alguna forma de amor
que no cuente a la larga?
Cuando por fin levanto la vista, se limita a sonreír suavemente y sale por la
puerta. Lo veo saludar a alguien antes de abrir las puertas de cristal y desaparecer
fuera. Consigo soltar un suspiro y sacudir la tensión a la que sucumbe mi cuerpo en
días como este.
Los días en los que admito la verdad.
Me odio a mí misma.
Porque siento que soy responsable de la muerte de Danny.
En los días en los que mi estado de ánimo cae en picado, doy gracias a mi mejor
amiga. Basta una llamada telefónica para que ella esté al tanto de las
responsabilidades que no debería poner en segundo lugar a mi salud mental, pero
cuando el tiempo se pone malo, mi ansiedad se apodera de mí hasta que no puedo
respirar.
Sólo el saber que Ainsley está en casa de Jenna con una serie de alimentos en
mal estado por los que ni siquiera puedo enfadarme me permite respirar
profundamente en mi auto. Mi auto que no arranca. El mismo vehículo que está parado
en el estacionamiento casi abandonado del campus.
Honestamente, debería haber esperado lo mismo. Cada vez que la temperatura
baja de cero, el Highlander se comporta mal. La última vez que dejó de funcionar, el
concesionario local me dijo que no podían hacer nada. Eso nos dejó a mí y a Ainsley
varadas durante más de una hora hasta que una grúa y mi padre pudieron venir a
rescatarnos.
Mis manos permanecen aferradas al volante mientras apoyo la frente en la
parte superior del cuero desgastado. Dejo escapar una respiración temblorosa que
empaña el aire de los cinco grados negativos y trato de idear un plan. Ninguno de mis
padres llegaría antes de que se me entumezca la cara, y no me gustaría que ellos, o
Jenna y Ainsley, condujeran con el mal tiempo que estamos teniendo.
Si hubiera vigilado más el tiempo, no me habría quedado tanto tiempo en el
centro de tutoría con mi último alumno. Es raro que haya gente que quiera la ayuda,
y mucho menos que la acepte cuando se la ofrecen. No iba a defraudar a nadie
abandonando antes de tiempo por un poco de nieve.
Grito cuando unos nudillos golpean la ventanilla y me levanto para ver a Carter
entrecerrando los ojos. Cuando nos miramos a los ojos, los suyos se abren como si no
esperara que fuera yo la que estuviera patéticamente sentada en el asiento del
conductor. 90
Bajando los hombros, abro lentamente la puerta y le dedico mi mejor sonrisa.
Aunque la derrota que se dibuja en las esquinas probablemente no la haga muy
creíble. Él y yo hemos estado bien desde que empecé a asistir a sus clases hace casi
dos semanas. Hemos caído en una rutina, rebotando las conversaciones de clase el
uno con el otro, y no profundizando demasiado en las conversaciones personales que
rodean a Danny fuera de clase. A veces saca a relucir cosas del pasado, pero
normalmente se trata de mi hermano mayor, e incluso eso es un tema delicado
teniendo en cuenta que no nos hablamos.
—¿Piper? —me examina, y luego mi auto.
—Mi auto no arranca.
—No sabía que eras tú —admite, señalando con el dedo hacia el
estacionamiento de la facultad que colinda con el de los visitantes—. Me pareció ver
a alguien aquí.
—Sí, bueno... —Sacudo la cabeza y trato de no maldecir como quisiera. Todo
lo que quiero es ir a casa y ponerme algo cálido y cómodo. Diablos, puede que incluso
me atreva a llamar a la puerta de East.
En las últimas semanas, nos hemos encontrado buscando la compañía del otro
más a menudo. A veces llega a casa de mal humor y me dice que los negocios van
mal o que Jay le molesta, y entonces nos dedicamos a no hablar hasta que se va.
Excepto que ha habido dos veces más en las que se queda más tiempo de lo normal.
Se queda, me hace preguntas. Hablaremos de cualquier cosa.
Y lo raro es que... no me importa.
—...si quieres. —Parpadeo, avergonzada de admitir que no he oído nada de lo
que acaba de decir. En su lugar, me envuelvo con los brazos y me deslizo fuera del
auto una vez que tengo el bolso y el teléfono en mis manos—. A no ser que tengas que
llamar a alguien más —añade, viéndome cerrar la puerta.
Se ofreció a llevarme a casa.
Sacudo la cabeza. —No lo sé. Bueno, no hay nadie cerca. Mamá y papá vendrían
a buscarme, pero no quiero que estén aquí fuera con esto.
La nieve ha aumentado y, por la forma en que moja el gorro de punto que me
hizo mamá el año pasado, sé que está empezando a mezclarse. Aguanieve. Hielo.
Necesito llegar a casa.
Carter hace un gesto hacia el otro estacionamiento, poniendo suavemente su
mano en la parte baja de mi espalda para guiarme por la pequeña franja de hierba
que separa los estacionamientos, hasta un gran Sedán negro estacionado a una fila de
distancia de donde yo me he estacionado. Me abre la puerta del lado del pasajero y
sonríe antes de cerrarla, abriendo la parte trasera para dejar sus cosas en el asiento.
Cuando los dos estamos dentro, sube la calefacción y gira las rejillas de
ventilación para que apunten hacia mí. —Ahora mismo pareces un tempano de hielo.
Me sonrojo, pero el calor de mis mejillas es todo lo contrario. Acerco las manos
al calor y las froto para conseguir fricción antes de soltar un pequeño suspiro de alivio. 91
—Estuve sentada ahí durante veinte minutos.
Me mira fijamente. —Deberías haber intentado buscar a alguien —me regaña,
retrocediendo del lugar—. O llamar a una grúa al menos.
No quiero decirle que no puedo permitirme otra grúa. Mis sueldos no han sido
muy buenos y ya me he visto obligada a utilizar parte del dinero de Danny para pagar
mi mitad de las facturas. Sé que para eso están los fondos, para mantener un techo
sobre la cabeza de Ainsley y comida en la nevera, pero se siente mal. Como si fuera
dinero sucio.
—Me habría imaginado algo —es todo lo que puedo decir, mirando por la
ventana mientras atravesamos el campus hacia la carretera principal.
Tras un largo tramo de silencio, lo rompe con una pregunta a la que,
lógicamente, debería haberle dado respuesta antes de cerrarse. —¿Dónde vives?
Jugando con la bolsa que tengo sobre el regazo, le doy mi dirección y lo veo
asentir. Parece una eternidad antes de que opte por acercarse y encender la radio.
Está poniendo el tipo de canciones de rock que recuerdo que Jesse siempre
escuchaba.
Me hace sonreír. —Jesse me traumó con esta banda —le digo en voz baja,
acomodándome en el asiento y poniéndome cómoda—. Me decía que no tenía que
escuchar country todo el tiempo sólo porque a mis padres les gustaba.
Se ríe. —Este era su favorito. A veces salíamos y siempre ponía su CD hasta que
me daban ganas de abofetearlo.
Suena como él. —¿Has hablado con él últimamente? Probablemente debería,
pero no lo hacemos mucho estos días.
Su cara se tuerce mientras me mira durante un milisegundo. —¿Por qué?
Me encojo de hombros. —Simplemente no lo hacemos. Los dos estamos
ocupados y vivimos nuestras propias vidas. No es un gran problema ni nada. Jesse y
yo nunca fuimos tan cercanos.
Sus labios se fruncen antes de asentir una vez. —Le va bien. Lo acaban de
ascender en el taller en el que trabaja. Creo que sus planes de montar su propio
negocio no funcionaron, así que está intentando que su jefe acepte una asociación.
Intento forzar que mis labios sean neutros, pero se curvan en un ceño fruncido.
¿Por qué no sabía que Jesse quería tener su propia tienda? Nunca ha salido a relucir
en las conversaciones que hemos tenido en el pasado, y dudo que sea un sueño
nuevo. —Oh. Genial.
Debe sentir el cambio en mi estado de ánimo. —Creo que ha estado ocupado.
Él y Ren han estado en un lugar extraño últimamente y ha trabajado mucho para
ahorrar para... —Su abrupta parada hace que me gire hacia él y me aleje del paisaje
que estoy viendo pasar por la interestatal que lleva a mi casa.
—¿Qué?
Suelta un suspiro. —Ellos, eh, han estado intentando tener hijos. No ha 92
funcionado y ha puesto mucho estrés en su matrimonio. Jesse ha estado recogiendo
más proyectos para pagar el tratamiento para ella.
Parpadeo. —Oh.
Oh. Mi cuerpo se tensa de nuevo mientras vuelvo a centrar mi atención en la
ventanilla del copiloto. Sé que Carter sólo está respondiendo a mi pregunta, pero eso
no impide que me duela. No es que lo haya dicho intencionadamente para
molestarme, pero creía que Jesse y yo estábamos al menos en condiciones de saber
lo básico. Los niños son un gran problema.
—Lo siento —murmura en voz baja.
—Yo pregunté.
—Estás molesta.
—Yo... —Sacudo la cabeza—. Probablemente no quería decírmelo por todo lo
que ha pasado. Después del funeral de Danny sentí como si este interés mutuo ya no
existiera.
Se incorpora a otro carril para adelantar a un auto de delante. —Estoy seguro
de que eso no es cierto.
—Lo es. —Nos quedamos en silencio por un momento—. Nunca supe que
querían tener hijos. Una vez, él y Ren vinieron a verme por las fiestas en mi antiguo
apartamento y se fueron de un humor raro. Pensé que era por Danny, pero...
Carter no dice nada, dejándome ordenar mis pensamientos por un momento.
¿Están molestos conmigo por lo de Ainsley? No es que Jesse y Danny fueran tan
cercanos como nosotros.
—Quizá estén molestos conmigo. —Me gusta mucho Ren. Lo último que quiero
es que ella y mi hermano tengan problemas con la tutela que conseguí para Ainsley.
Nunca me lo esperé. Los niños eran lo último en lo que pensaba. Pero tal vez ese sea
el problema—. Tiene sentido, supongo.
Carter no parece estar de acuerdo. —Estoy seguro de que no están molestos
contigo. ¿Por qué iban a estarlo? Mira, ambos están ocupados con muchas cosas en
sus platos. Extiende la mano. No puede hacer daño.
Tiene razón. Pero eso no significa que vaya a enviar un mensaje y a morderme
las uñas hasta que me devuelvan uno que no tenga más de una o dos palabras como
es normal. A veces es mejor no alimentar la decepción y asumir lo peor.
—Te quiere —afirma Carter—. Y él... —Algo duro me golpea en el pecho
cuando el auto se desplaza por la carretera, lo que hace que mi ritmo cardíaco se
dispare y que las lágrimas empiecen a caer al instante por mis ojos. Es una respuesta
que no puedo evitar mientras Carter equilibra el vehículo sin que tengamos un
accidente, y no puedo controlar mi respiración agitada.
Empiezo a hiperventilar mientras la adrenalina corre por mis venas. Al mirar
hacia abajo, veo que su antebrazo aún se mantiene delante de mí en señal de 93
protección, con lágrimas frescas en la manga de su chaqueta por el choque de trenes
que es mi existencia.
Se detiene en cuanto salimos de la salida y gira su cuerpo para observarme. Su
brazo ha bajado, su mano se apoya ahora en mi rodilla y me aprieta mientras intento
contener las lágrimas. —¿Estás bien? Piper, mírame.
Sigo negando con la cabeza, enterrando la cara en las palmas de las manos
mientras suelto otro sollozo.
—Está bien. Estamos bien.
Pero no es así.
—D-Danny m-murió en un acc…cidente de auto —consigo decir entre gritos
sofocados, demasiado nerviosa para avergonzarme de estar llorando delante de él.
Pero Carter no es un tipo cualquiera que me enseña y me ofrece llevarme a
casa. Él me conoce, mi vieja yo. La versión de mí que amaba a Danny y sabía el tipo
de persona increíble que era al crecer. Ese tipo de conexión hace que deje caer mi
mano sobre la suya y la apriete hasta que las lágrimas desaparecen casi diez minutos
después.
Y se queda callado y deja que me calme sin decir ni una palabra, sólo mantiene
su mano debajo de la mía, apoyada en mi rodilla, con nada más que la radio y el ruido
de los autos que pasan para llenar el silencio.
Finalmente lo miro, con los ojos nublados y doloridos mientras me los limpio.
—Lo echo de menos, Carter. Lo echo mucho de menos.
Su mano gira y toma la mía entre las suyas, apretando su agarre una vez. Sólo
una vez. Pero ese pequeño y reconfortante gesto lo es todo. —Sé que lo haces, Piper.
No dice que también lo echa de menos.
Pero puedo verlo en sus ojos.
Cuando por fin llegamos a mi casa, estudia el exterior y una luz solitaria
encendida en el piso de arriba que debe ser de la habitación de Easton. No menciono
a mi compañero de piso, ni a Ainsley, ni a Danny. Me limito a decir: —Gracias —y
siento su pesada mirada en cada uno de mis pasos hasta que estoy encerrada en mi
casa.

94
E
l dulce olor del tocino y miel de arce me atrae a la cocina, y mis ojos
cansados observan cómo Easton se encuentra delante de los fogones y
Ainsley se dedica a comer huevos en la encimera. Parpadeo un par de
veces antes de acercarme a la cafetera llena, observando cómo mi compañero de piso
agarra los trozos de tocino y los desliza en un plato cubierto de servilletas que tiene
a su lado.
—Buenos días —murmura, concentrado en terminar los huevos que
chisporrotean en la sartén.
Mis ojos estudian toda la escena con curiosidad, preguntándose por qué está
preparando el desayuno. —Eh, hola. ¿Es eso tocino de verdad?
Una de sus cejas se frunce. —Sí.
—Pero tú eres vegetariano. —Parece una estupidez señalar a alguien qué
preferencias alimentarias tiene, pero estoy un poco perdida. No es la primera vez que
cocina algo, sólo que suele estar ligado a una disculpa o al mal humor que tiene—.
¿Tuviste una buena noche? 95
Refunfuña algo en voz baja antes de apagar los quemadores. —Sólo pensé en
hacer el desayuno. ¿Tan malo es?
Sacudo rápidamente la cabeza, llevo mi taza de café llena al asiento de Ainsley
y me siento mientras él me pone un plato de huevos y tocino delante. Mi estómago
refunfuña ruidosamente por el olor apetitoso mientras tomo un tenedor y miro a
Ainsley. —¿Acabas de levantarte?
Duda, mira a Easton, que no nos presta atención, antes de firmar que sí. Sonrío
ante el uso de una palabra que hemos aprendido a lo largo de semanas, sabiendo que
aún nos queda mucho camino por recorrer. Pero es mejor que asentir o sacudir la
ropa cuando quiere algo.
—No he visto tu auto —señala, deslizando los huevos de la sartén a un nuevo
plato. Apuñalo algunos de mis huevos y veo cómo se sienta en el taburete del fondo,
agarra un vaso de agua y le da un sorbo mientras me observa con expectación.
Oh. —Alguien me llevó a casa. Mi auto no encendió en el campus. —Con los
ojos abiertos, murmuro una maldición y busco mi teléfono, sólo para recordar que lo
dejé en mi habitación—. Tengo que llamar a alguien para que lo vea.
Sus ojos se quedan fijos en mi cara. —Puedo.
Parpadeo. —¿Eres mecánico?
—Sé un par de cosas.
Contemplándolo, sacudo la cabeza. —Está bien. Llamaré a mi padre cuando
termine de comer. Me alegro de que Jenna haya tenido a Ainsley. Fue... el tiempo fue
bastante malo.
—Puedo mirar el auto. Estoy más cerca.
No sé cómo lo sabe. No recuerdo haberle dicho dónde está mi ciudad natal.
Por otra parte, probablemente no es difícil suponer que dondequiera que esté no está
tan cerca como nuestra casa del campus. Aun así. —Easton, está bien. Además, ¿no
tienes que trabajar hoy? Mi padre puede venir a verlo más tarde.
Su cabeza se ladea. —¿Y cómo vas a llegar al campus?
Maldita sea. Me tiene ahí. —Uh...
Suspirando, agarra su tenedor. —Yo te llevaré. La tienda no abre hasta más
tarde de todos modos.
Miro a Ainsley. —No quiero ser una molestia para ti ni nada parecido. Ains
necesita llegar a la escuela, luego yo al campus
Todo lo que dice es: —Mejor que comas entonces.
Y todo lo que puedo hacer es callar y mirar.

El capó de mi auto está levantado con mi compañero de piso envuelto en capas 96
que ocultan bien sus tatuajes. Por alguna razón, me entristece. Por otra parte, las
chicas que pasan en montones y echan un vistazo a su tonificado trasero inclinado
sobre la parte delantera mientras él mira el motor, atrae suficiente atención; si se le
añade tinta, nunca se escapará sin que le pasen más números de teléfono de los que
sabrá qué hacer.
Rechinando los dientes, vuelvo a colocar la correa de mi bolsa y lo observo con
atención. No sé nada de autos, aparte de dónde poner el líquido limpiaparabrisas y
cómo comprobar el aceite. Si alguna vez se me pinchara una rueda, estaría jodida. ¿Y
todo lo demás? Por eso tengo a mi padre y una tarjeta de asistencia en carretera.
—Puedes irte —me dice, poniéndose de pie y mirándome desde el capó—.
Creo que sé lo que pasa. No querría hacerte llegar tarde.
Frunzo el ceño. —Me siento mal por haberte abandonado.
—No vas a ser de mucha ayuda si te quedas parada —señala. Hago una mueca
ante la contundente afirmación, sabiendo que es cierta. Me hace un gesto para que
me vaya, haciendo que mis hombros caigan un poco.
—Gracias. Por todo. —Me alejo un paso, luego me detengo de nuevo y me
giro—. Te lo compensaré. Cena o algo así.
Se limita a asentir una vez antes de darme la espalda y volver a centrarse en el
auto. Cuando le doy un vistazo, juro que las comisuras de sus labios se inclinan en una
pequeña sonrisa.
Yo también me encuentro sonriendo.
Cuando llego al salón de Carter antes de que empiece la clase, dejo mi bolsa
junto a la suya en la mesa de enfrente y le saludo como siempre. No quiero mencionar
lo de anoche, aunque sé que debo agradecérselo de nuevo. No tuvo que llevarme a
casa, lo que le habría ahorrado tener que consolarme después de mi crisis.
—¿Quieres dirigir la discusión hoy? —me pregunta, dándome una salida como
si supiera que la necesito. O tal vez ni siquiera está pensando en la noche anterior.
—Claro. ¿Dónde lo dejamos?
Toma su libro de texto y pasa a una página marcada. Al igual que yo, codifica
los capítulos por colores con etiquetas adhesivas. Sus ojos recorren la página antes
de pasármela y señalar un capítulo resaltado. —Creo que empezaremos con un
examen sorpresa basado en esta sección para asegurarnos de que la han leído. Luego
empezaremos con los últimos comentarios sobre la discusión del miércoles.
Asiento y leo por encima el texto para memorizar el tema. La otra noche había
estado leyendo sobre el tema, pero me distraje cuando Easton llamó a la puerta de
mi habitación. Aunque esa noche no pasó nada entre nosotros, no volví a retomar el
pasaje porque no podía dejar de pensar en cómo Easton y yo habíamos hablado antes
de que se fuera.
Sólo hablé.
Sobre... nada. 97
—¿Piper?
Parpadeo ante Carter, con las mejillas encendidas. —¿Eh?
La diversión aparece en su rostro mientras se apoya en la pizarra en blanco. —
¿Estás bien? Te perdiste.
—Oh. —Le quito importancia—. Sí. Estaba pensando en los deberes, eso es
todo. Hablando de eso, estos chicos tienen su primer trabajo pronto, ¿verdad?
Su cabeza se inclina. —Correcto. Necesitaré tu ayuda para calificarlos. He
pensado que podríamos elegir un día que nos venga bien a los dos y repasar una
rúbrica de calificación y luego dividir los trabajos por la mitad para calificarlos.
Después de acordar, dejamos que los estudiantes que se acercan llenen la sala
y rompan cualquier conversación. El examen sorpresa parece poner en jaque el
viernes de todos, ya que Carter escribe las preguntas en la pizarra y les dice a todos
que saquen una hoja para responderlas.
A juzgar por las caras fruncidas y la escasa escritura, estoy segura de que nadie
hizo la lectura asignada. Me hace pensar en mi primer año, en el que codifiqué todo
con colores y escribí dos juegos de apuntes para tener las clases en la cabeza. Hacía
las lecturas con antelación y estudiaba demasiado cuando sabía que se acercaban los
exámenes.
Siempre me tomé muy en serio los deberes y las notas, lo cual es una gran razón
por la que odiaba ir a las fiestas con Jenna. Me sacaba de mi dormitorio y me
arrastraba haciéndome sentir culpable de no verla nunca porque estaba demasiado
ocupada preocupándome por sacar sobresalientes en clase.
Mirando ahora hacia atrás, me doy cuenta de que quizá estaba demasiado
concentrada. ¿Cuánto me perdí por pensar que nada podía ser más importante que
los deberes? Danny solía burlarse de mí cada vez que le llamaba para quejarme de
una fiesta a la que iba a la fuerza, diciéndome que debía dejar de quejarme y
divertirme para variar.
—Disfruta de las cosas mientras duren, Pipe. No durará para siempre —decía
siempre.
Y Dios, tenía razón.
El periodo de cincuenta minutos transcurre sin problemas, aunque la
conversación es limitada después de que todos entreguen sus pruebas. Carter
intervenía y pedía a alguien que hablara o reiterara un punto que yo había dicho para
que el diálogo fluyera.
Cuando la clase termina y casi todo el mundo se retira entre murmullos
malhumorados y hablando de saltarse el resto de las clases, Carter se acerca a la
mesa y saca algo de su bolso. Recojo mis cosas al mismo tiempo que él me tiende una
tarjeta de plástico. Vacilante, la tomo y examino las palabras del anverso.
—¿Por qué tengo una tarjeta de regalo?
—Para que puedas comer en el restaurante que dejaste antes de Tomar la
comida —responde simplemente, dándose la vuelta para recoger sus cosas. 98
¿Qué?
Mirando fijamente a su espalda, empiezo a responder cuando uno de sus
alumnos se acerca a nosotros. —¿Profesor Ford? Me preguntaba si podría fijar una
hora para hablar con usted sobre la primera tarea de escritura.
Carter se gira hacia ella con los labios apretados. —No está previsto hasta
dentro de casi dos semanas.
Las mejillas de la pobre chica se enrojecen. —Sí, pero... eh, quería asegurarme
de que lo estoy entendiendo. Mi beca depende de mis notas, así que tengo que
mantenerlas altas.
Apretando los labios, miro fijamente la tarjeta de regalo mientras Carter le dice
que se reúna con él mañana en horario de oficina. Ella asiente y luego me mira con
una tímida sonrisa antes de irse. No puedo evitar sentirme mal por ella.
—Ella estaba coqueteando.
Hace una pausa. —¿Qué?
Muevo la cabeza. —No me importa, lo importante es que sea sobre la escuela,
no intentas conseguir tiempo a solas con un profesor dos semanas antes de que haya
que entregar algo, a menos que quieras tiempo a solas con él por otra razón. Yo lo sé.
Yo solía ser esa persona. —Abriendo los ojos, retrocedo rápidamente—. Me refiero a
la persona que siempre tenía el trabajo hecho antes, no a la que quería un tiempo
especial a solas con un profesor.
No puedo contener la risa cuando su cara se frunce de incomodidad. —Soy
prácticamente lo suficientemente mayor para ser su padre.
Encogiéndome de hombros con indiferencia, me reajusto el bolso y trato de
devolverle la tarjeta. —Seguro que sí, abuelo, pero a la gente no le importa eso si
cree que eres atractivo. Mi mejor amiga está obsesionada con Jeff Goldblum. ¿Ves lo
que quiero decir? —Le sacudo la tarjeta de regalo—. No voy a aceptar esto. Puedo
volver allí y comer cuando quiera con mi propio dinero.
Suspira, sin tomar el objeto que quiero que se lleve. —Piper, el restaurante
insistió en que te lo diera. Creo que asumieron lo peor cuando te fuiste antes de
recibir tu comida. Lo tenía desde hace tiempo y nunca tuve la oportunidad de dártelo.
—Oh. —Lentamente, bajo el brazo—. ¿Seguro que no lo quieres? Mi tiempo es
algo limitado, así que no salgo muy a menudo.
Me da vergüenza lo patético que suena eso, pero me hago la desentendida y le
sonrío amistosamente. Seguramente se habrá dado cuenta de que, además de la
escuela, tengo que cuidar a una niña.
—Es tuyo —insiste, echándose la bolsa al hombro y señalando con la cabeza
hacia la puerta. Nos quedamos en silencio un momento mientras caminamos hacia la
salida, antes de que él diga: —¿Por qué le gusta Jeff Goldblum?
Riendo, sacudo la cabeza. —Está obsesionada con las películas de Parque 99
Jurásico. No paro de decirle que el tipo es espeluznante, pero luego se limita a
enviarme mensajes con fotos de él. Una vez, me llamó borracha y empezó a divagar
sobre lo zombi que es porque había visto todas las películas después de consumir su
peso en ron.
Se detiene. —¿Un... qué?
Levanto las manos. —¡No lo sé!
Se rasca la nuca. —Huh. Pensaba que por fin me estaba poniendo al día con los
nuevos términos, entonces aparecen otros más raros.
—¿Verdad? —Empuja una puerta y la sostiene para mí—. Jesse usó la palabra
salado una vez, y yo asumí estúpidamente que quería decir que algo era realmente
salado. ¿No debería ser yo la que usara esas palabras? Soy como una abuela.
Su risa estruendosa sacude sus anchos hombros. —No eres una abuela, Piper.
—¿Es esta la parte en la que me dices que yo también podría ser tu hija? —
Poniendo los ojos en blanco, me meto un mechón de cabello suelto detrás de la oreja.
Frunce los labios y me mira con ojos que no puedo leer del todo antes de
murmurar: —Puedo decir honestamente que nunca te consideré así.
Mis labios se mueven hacia arriba. —Eso es porque yo era la hermana pequeña
molesta. Solía molestarlos todo el tiempo. Es un poco embarazoso.
Cuando noto que me mira, lo hace con los ojos entrecerrados, lo que me hace
retorcerme. Ninguno de los dos dice nada durante un largo momento mientras nos
detenemos entre dos pasillos académicos diferentes. Finalmente, dice: —No. Tú
tampoco eres como una hermana pequeña molesta.
Con los labios entreabiertos, veo cómo inclina la cabeza y me da una mirada
antes de negar con la cabeza y decirme que me verá mañana.
Mañana. Para mi clase de mitología.
Miro fijamente la tarjeta de regalo.
¿Por qué mi corazón va tan rápido?

100
D
ía de San Valentín.
No recuerdo la última vez que me gustaron las vacaciones sin
sentido. Me viene a la mente la escuela primaria, cuando todo el
mundo se veía obligado a comprar tarjetitas para sus compañeros. Por
eso estoy con Ainsley a mi lado en el pasillo de temporada de la tienda mirando
cuarenta opciones diferentes de tarjetas que se supone que debemos dirigir a sus
compañeros para mañana. Si hubiera revisado su mochila al principio de la semana,
tal vez no estaría con mi pantalón de chándal más desaliñado, con manchas en la parte
delantera y agujeros en las costuras, con una niña de seis años cansada colgada de
mí debatiéndose entre dos de sus personajes de dibujos animados favoritos.
—¿Por qué no compramos los dos? —Sugiero, esperando que diga que sí. Pero
no lo hace. Sus ojos viajan a las tarjetas con chocolates antes de iluminarse y señalar,
pero mis ojos se abren de par en par cuando veo el precio de las mismas—. Ainsley...
¿Me tira de la mano y me hace señas de por favor? ¿Y cómo demonios voy a
decir que no a eso cuando lo único que quería era comunicarme con ella? Así que 101
tomo dos bolsas para su clase y la conduzco a la caja.
Cuando llegamos a casa, sé que la realidad de mi noche es armar todas las
tarjetas usando la lista de nombres de la hoja que Evie envió a casa con todos los
niños. En cuanto volvemos, acuesto a Ainsley tras el baño más rápido conocido por el
hombre y me pongo a trabajar sentada en el suelo frente a la mesa de centro. Una
película ñoña suena de fondo mientras apunto cuidadosamente los nombres antes de
meterlos todos en una bolsa de plástico para que se los lleve. No me lleva más de
media hora, pero el largo día que he tenido de exámenes en todas y cada una de mis
clases hace que el agotamiento me cale hasta los huesos.
No es hasta que siento el calor de la luz del sol en la cara cuando abro los ojos
y gimo por la rigidez que se ha instalado en mi cuerpo. Mis ojos no tardan en
adaptarse a la poca luz que entra por la ventana del salón con cortinas, en la que
todavía predomina la oscuridad de la madrugada.
Al sentarme, me estremece la punzada en el cuello que me froto y ruedo antes
de ponerme en pie. Hay un vaso de agua lleno en la mesa de centro que no recuerdo
haber tomado, y todo ha sido ordenado. Las tarjetas de San Valentín están todas en
una pila ordenada, los envoltorios ya no están tirados por el suelo y la bolsa de
sándwiches llena de los de su clase están dobladas y colocadas al lado de donde
descansa la mochila de Ainsley contra la mesa de centro.
Me pellizco las cejas cuando tomo el vaso y bebo un sorbo. El agua hace tiempo
que está tibia, pero sigue siendo agradable para mi garganta seca. Me dirijo a la
cocina, me froto los ojos cansados y pongo en marcha la cafetera de la mañana.
Cuando se oye un ruido en el piso de arriba, miro la hora en la estufa y sé que
es Easton preparándose para su carrera. Apenas tengo tiempo de tomar una taza de
café y acercarme a ver cómo se llena la cafetera de salvación caliente antes de que
baje las escaleras y entre en la cocina.
—Buenos días. —Le sonrío, observando el pantalón de chándal negro y la
térmica gris que siempre lleva para entrenar. Sabiendo lo que va a agarrar antes,
tomo la botella de plástico que llenará con su batido de proteínas y se la paso mientras
toma los polvos del armario. Él gruñe una réplica agradecida, aparentemente tan
cansado como me siento yo.
—¿Por qué corres tan temprano?
Deja de hacer lo que está haciendo un momento antes de mirarme mientras me
sirvo el café. —Me gusta. —Eso es todo. Eso es todo lo que me da antes de terminar
de preparar su batido, pasarme la leche para mi café y proceder a conectar sus
auriculares.
Me mojé los labios. —Gracias por limpiar anoche. Sé que dejé el salón hecho
un desastre. Pensaba ocuparme de ello esta mañana.
Agita su bebida, se pone los auriculares y ladea la cabeza una vez. —No hay
problema.
No me molesto en detenerlo cuando se va, con la música saliendo de los 102
pequeños capullos blancos que cuelgan de ambas orejas. Encogiéndome de
hombros, me concentro en preparar el desayuno: tortitas con forma de corazón.
Danny solía hacérselas a Ainsley y a su madre todo el tiempo. A veces, en raras
ocasiones, las hacía para mí.
—Todo el mundo necesita un poco de amor en San Valentín —me decía.
Dejo escapar un pequeño suspiro y alejo el recuerdo. Sonriendo al corazón en
la sartén, le doy la vuelta con cuidado y me pregunto en silencio si tengo los mismos
ingredientes que tenía Danny. Chips de chocolate, fresas, nata en una lata.
—¿Qué se supone que es eso? —Me río, mirando el chocolate derretido que creo
que debe parecerse a una cara feliz—. Parece una versión ligeramente menos
desquiciada del Joker.
Danny lo había arreglado amontonando nata por encima, pero yo siempre
conocí el intento fallido de una cara sonriente. Pero era nuestro secreto. Ainsley nunca
lo supo.
Agarro trozos de chocolate del armario que tengo encima, lo abro y coloco con
cuidado los trozos en la masa de cocción, observando cómo se hornean mientras le
doy la vuelta. El dulce olor me hace mordisquear algunas de las papas fritas mientras
hago más, quemando solo dos en el proceso que me regalaré... Y las cubro con nata.
Es después de que Ainsley esté abrochada en mi auto con su mochila sentada
al lado de su asiento cuando East se pasea por la entrada. Se quita los auriculares y se
detiene a mi lado, con la frente empapada de sudor. Su cabello, ya de por sí negro,
lo luce aún más por la humedad, lo que hace que mis cejas se levanten.
—¿Buena corrida? —Supongo. Nunca se ha ido tanto tiempo, pero no le digo
que lo sé.
—¿Se van a pasar el día? —me responde.
Sólo asiento.
Su barbilla se inclina. —Feliz día de San Valentín, por cierto. —Se aclara la
garganta y se limpia la frente con el bíceps antes de agarrar su botella de proteínas
vacía y fruncir el ceño.
—Gracias. A ti también. —Me froto el brazo para hacer fricción una vez que el
aire frío se levanta—. No sé si quieres, pero hay tortitas en el microondas para ti. Un
par son sencillas, las otras tienen trocitos de chocolate.
—Gracias.
Otro asentimiento. —Bueno, debería irme.
Retrocede hacia la casa. —Hasta luego. —Sus ojos se dirigen a la puerta trasera
abierta, donde saluda a Ainsley—. Que tengas un buen día, señorita.
Parpadeo, cierro la puerta y subo a la parte delantera al mismo tiempo que él
desaparece en la casa. Cuando miro a Ainsley por el retrovisor, le pregunto
lentamente: —¿Acaba de llamarte señorita?
Todo lo que consigo es una pequeña sonrisa. 103

No ocurre nada especial a lo largo del día, excepto que mi segunda clase se
cancela y me da tiempo para ir al Coffee Cottage hasta que empiece la tercera.
Cuando llego, todavía hay una larga fila de gente esperando delante de mí, así que
saco mi teléfono y le envío un mensaje a Jenna para ver cómo le ha ido el día, ya que
no hemos hablado tanto como de costumbre.
—Larga fila esta mañana —dice alguien detrás de mí.
Mi atención sigue pegada a la pantalla de mi teléfono mientras ojeo mis correos
electrónicos a la espera de que mi mejor amigo me responda. La cantidad de basura
de la inmobiliaria con la que me bombardean todavía hace que me arrepienta de
haber buscado casas online antes de contactar con las agencias locales que
representan el mercado en la zona.
—¿Piper? —Enderezando la columna vertebral, me giro para ver a Carter de
pie detrás de mí con su atuendo habitual: su camisa blanca, corbata negra y
combinación de pantalones negros lo hacen parecer más profesional que de
costumbre.
Exhalando un suspiro, agito la mano con mi teléfono hacia él. —Lo siento, estoy
un poco distraída.
Su sonrisa hace que la mía crezca ligeramente mientras su atención se centra
en la fila que tenemos delante. —¿Cómo te ha ido el día?
Una conversación sencilla. Puedo manejar eso. —Sólo tengo dos clases.
Normalmente hago una revisión con mi profesor que se encarga de la enseñanza de
los estudiantes ya que mi horario es diferente al de mis otros compañeros. Hoy está
fuera.
—Te sorprendería la cantidad de gente que se toma el día libre —reflexiona,
avanzando al mismo tiempo que yo mientras la fila se desplaza.
Hago una mueca. —¿Para el día de San Valentín?
Uno de sus hombros se levanta.
—Huh. —Nunca consideré la festividad como algo más que un comercial para
hacer que la gente gaste dinero en cosas sin sentido. Por otra parte, me encantan los
chocolates que venden y soy culpable de comprarme algunos. Me hace reír antes de
poder detenerme.
Carter ladea la cabeza. —¿Qué es tan gracioso?
Las mejillas se calientan y agito la mano. —Es una estupidez. Estaba pensando
en la caja de bombones que me compraría el día después de San Valentín, cuando
todos los dulces están de oferta.
—¿Nadie te envía algo?
Su pregunta me sorprende, mis cejas se arquean mientras le dirijo una mirada
momentánea. Finalmente, me encojo de hombros. —No, la verdad es que no. A veces 104
Danny me compraba flores o chocolates o esos pequeños animales de peluche que
puedes encontrar por poco dinero en la tienda.
Ni siquiera dejó de hacerlo después de casarse. Nuestra amistad era conocida
por todos, y ni una sola vez Willow se molestó por ello. Se alegraba de que nos
tuviéramos el uno al otro. Otra razón para que me guste. No estaba dispuesta a
deshacerse de mí porque yo fuera amiga de su marido.
No me di cuenta de lo fácil que sería hablar de Danny con Carter. Él lo conoce,
no hay que dar largas explicaciones sobre nuestra complicada dinámica. De alguna
manera, no duele tanto saber que Carter fue testigo de lo maravilloso que era Daniel
McCray.
—¿Y tú? ¿Alguna dama afortunada? —Las palabras salen antes de que pueda
procesarlas, encendiendo toda mi cara cuando me doy cuenta de lo que ha dicho en
voz alta. Con los ojos abiertos, mis labios se separan para retractarse o disculparse,
pero él sacude la cabeza con una sonrisa fácil dirigida a mí.
—De momento no. —Su voz es suave mientras me echa una rápida mirada antes
de volver a centrar su atención en las personas que tenemos delante.
Recuerdo vagamente a mi madre hablando de una mujer llamada Elizabeth. La
había mencionado de pasada, diciendo que ella y Carter iban en serio. Hablaron de
matrimonio, incluso. Pero nunca me molesté en preguntar los detalles porque no
había hablado con él ni había pensado en él lo suficiente como para creer que fuera
de mi incumbencia.
En lugar de insistir en el tema, lo dejé pasar. —Siempre pensé que estas
celebraciones eran tan estúpidas.
Avanzamos. —¿Por qué?
Me encuentro encogiéndome de hombros. —Todo tiene que ver con el dinero
que ganan las empresas. Antes me molestaba mucho. Pero realmente... —Mi voz se
apaga mientras miro al suelo. Él espera pacientemente, sus ojos arden de interés
dirigidos a mi cara—. Es diferente cuando tienes a alguien con quien compartirlo,
supongo. Incluso con Danny era agradable.
Hace un pequeño ruido de acuerdo con el fondo de su garganta.
—¿Qué te ha parecido vivir por aquí? —pregunta, rompiendo el cómodo
silencio.
Mis ojos se apartan del bollo de chocolate que me llama desde el expositor de
pastelería y vuelven a mirarlo a él. —Me gusta. Es diferente. Bien diferente.
Lo entiende, por el leve arrugamiento de sus ojos que forma su sonrisa. —Aquí
no hay tantos animales de granja.
—¿Es raro que eche de menos el olor a estiércol? —Observo las miradas de
asco que me lanzan las dos chicas que esperan sus pedidos. Lo ignoro rápidamente.
—No. Lo entiendo. —Asiente mientras la fila se mueve, avanzando conmigo—.
¿Qué tal... Ainsley, ¿verdad? ¿Le gusta esto? ¿La escuela? 105
Una extraña sensación me oprime el corazón. Nadie ha preguntado por ella
fuera de mi familia y Jenna. Easton también, pero vivimos todos juntos, así que parece
obligatorio. Muy poca gente sabe de ella. Danny estaba alejado de su familia
extendida, así que nunca intentaron conocer a la dulce niña que tengo la suerte de
tener.
Sorprendida, sacudo la cabeza y le doy un rápido vistazo para ver si realmente
quiere saber. Sin embargo, Carter parece realmente interesado, lo cual me resulta
extraño.
Mojándome los labios, digo: —Ainsley es... eh, especial. Se adapta muy rápido,
pero no es necesariamente mutuo. Tiene más espacio para jugar en esta casa que en
el apartamento en el que vivíamos, así que sé que eso le gusta. La escuela ha sido
dura, pero sé que puede manejarla.
Su cabeza se inclina y asiente lentamente. —Los niños pueden adaptarse
rápidamente a las nuevas situaciones. ¿Qué edad tiene?
Hablar de ella me arranca una sonrisa que me falta demasiado a menudo. —
Acaba de cumplir seis años.
Cuando me llaman para pedir, le digo a la cajera qué bebida quiero y luego
miro la vitrina para ver que falta el bollo. Refunfuñando por la oportunidad perdida,
pido una magdalena de manzana y canela y busco mi cartera en el bolso.
—Ya lo tengo —dice Carter, bajando la mano y pasándole a la mujer un billete
de veinte dólares mientras hace su propio pedido.
—No tienes que...
—No te preocupes por eso.
Es inútil discutir cuando recoge el cambio de la trabajadora estudiantil que
claramente no quiere estar aquí. Su falta de entusiasmo al pasarle el recibo me hace
reprimir la sonrisa.
Nos dirigimos al mostrador de entrega y nos ponemos uno al lado del otro
mientras Carter vuelve a meter su dinero en la cartera de cuero que parece nueva.
—Gracias —murmuro.
Inclina la barbilla.
Esperamos en silencio otro momento, ninguno de los dos dice nada. Veo a la
gente entrar y salir del pequeño establecimiento, a los chicos empujándose y riendo,
a las chicas susurrando y riendo. Parece todo lo que me he perdido. Tuve tres años
para formar ese tipo de amistades, y sólo lo había conseguido más o menos con Jenna.
Pero nunca salí a tomar café con ella, ni a chismear sobre la vida del campus, ni a
contarle todo sobre algún chico con el que me acosté porque podía hacerlo.
¿Me arrepiento de eso? ¿Arrepentirme de Danny?
Una punzada de dolor irradia en mi pecho tan pronto como el pensamiento
recorre mi mente. ¿Cómo podría arrepentirme de alguien que impactó tanto en mi
vida como él? Aunque él y yo no llegáramos a ser más como yo quería, lo quería a 106
pesar de todo. Como un amigo, alguien de quien depender.
Un carraspeo. —¿Estás bien?
Parpadeo. Y vuelvo a parpadear. Carter vuelve a estar enfocado cuando vuelvo
a la realidad. Esa en la que estoy junto a mi atractivo profesor en medio de los
universitarios locales en lugar del hombre con el que siempre me había imaginado.
Porque Carter existe.
Y Danny ya no lo hace.
Con el corazón herido, fuerzo una sonrisa falsa. —Perdida en mis
pensamientos. Estoy bien. —Mis ojos se dirigen al mostrador donde uno de los otros
estudiantes trabajadores termina de poner tapas a dos cafés.
—¿Danny?
Me tiembla el labio inferior. —Sí.
—Puedes hablar conmigo, Piper —murmura, con los ojos fijos en los míos a
pesar de mi falta de atención hacia él.
Sé que puedo hablar con él. Ese es el problema. No importa el papel que
desempeñemos aquí en el campus -profesor y estudiante o no-. No debería tener que
hablar con nadie sobre alguien que perdí hace tres años como si todavía me rebanara
como si me hubiera despedido de él ayer.
—Está bien, profesor Ford —es la respuesta que consigo decir de manera
uniforme. Nos llaman para que recojamos el pedido, y yo tomo con gusto la bolsa
blanca con mi comida y la bebida fría que se siente como el cielo contra mi palma
húmeda y le doy las gracias a Carter de nuevo—. Voy a llegar tarde.
No es hasta que salgo caminando que me doy cuenta de lo estúpido que fue
decir eso. La siguiente clase a la que voy es la suya, y no empieza hasta dentro de
treinta minutos. Y es entonces cuando decido ser débil por un día y caminar hasta mi
auto, abrir la puerta y conducir a cualquier sitio menos aquí.
No hay clases.
No Carter Ford.
No hay sentimientos.
Y cuando finalmente encuentro el camino a casa con Ainsley en el asiento
trasero después de la escuela, entramos en la casa que huele a brownies de chocolate
y algo más, algo floral. Entro en la cocina y revelo el motivo, una niña de seis años
que me pisa los talones y me tira del dobladillo de la camisa cuando ve la bandeja de
brownies.
Mis ojos están clavados en las flores.
Es un hermoso ramo de flores variadas que da vida a la cocina. Arrastro las
yemas de los dedos por los pétalos y observo la bonita cinta blanca atada a lo largo
del pequeño jarrón en el que se encuentran. Por el rabillo del ojo, veo que Ainsley se
sube a la silla y echa un vistazo al postre de la bandeja de horno. 107
—Espera —dirijo, viendo la pequeña nota delante de ellos. Está escrita con la
caligrafía de East.
Disfruta.
Tomo un plato y una servilleta para Ainsley antes de sacar un trozo para que
coma. Mis ojos vuelven a las flores. Apartando algunas en busca de otra nota, me doy
cuenta de que no hay más que una tarjeta genérica de Feliz Día de San Valentín
pegada en el centro con el logotipo y el número de la tienda local.
Sacando mi teléfono del bolsillo trasero, envío un mensaje rápido a Easton
diciendo que a Ainsley le encantan los brownies.
East: Me alegro de oírlo
Me muerdo el labio y miro las flores un momento más antes de volver a pulsar
las teclas de mi pantalla.
Yo: Gracias por las flores
No tardan en aparecer burbujas en la parte inferior seguidas de su respuesta.
East: No sé de qué estás hablando
Al principio, creo que está bromeando. Me hace sonreír por un momento al
pensar que no quiere que lo sepa, pero esa sonrisa desaparece rápidamente cuando
veo los dos mensajes que me envía directamente después.
East: No son de mi parte
East: Vuelvo tarde
Parpadeo y releo los mensajes antes de sacudir la cabeza y mirar las flores. Si
no las ha enviado él, no tengo ni idea de quién lo ha hecho. Jenna odia esta festividad
con una pasión ardiente y boicotea cualquier tienda que intente que ella compre algo
para alguien especial. Además, nunca ha enviado flores antes. La única otra persona
que sabe dónde vivo es mi familia. Y...
Carter.
Tragando más allá de la sorpresa alojada en el fondo de mi garganta, muevo
las flores del centro de la isla y las pongo junto al fregadero, donde se filtra más luz
solar a través de la pequeña ventana. Sin saber cómo sentirme, le doy la espalda al
hermoso gesto y vuelvo a leer los mensajes de mis compañeros de piso.
¿Por qué iba a suponer que me compraría flores? Ahora que sé que no lo hizo,
me siento estúpida. Probablemente piense que espero algo ahora porque estamos
durmiendo juntos.
Maldiciendo ligeramente en voz baja, sacudo la cabeza ante el trozo de
brownie que me ofrece Ainsley. Al menos sé que los ha hecho él. Me limito a besar su
sien, tomo su mochila y me ocupo de preparar la cena.
Al no saber cuándo llegará Easton a casa, ya que dijo que sería tarde, sólo hago
suficiente para dos.

108
Me despierta el sonido familiar de mi puerta abriéndose y dejando entrar la
poca luz que ofrece la pequeña luz nocturna del pasillo. Al abrir los ojos, casi espero
ver a una niña entrando a hurtadillas para acurrucarse a mi lado. No lo hace a menudo,
pero siempre me encanta cuando decide estar cerca.
Es Easton quien entra. Cierra la puerta en silencio y se vuelve hacia mí mientras
me incorporo lentamente, frotando uno de los talones de mis manos contra mi
párpado cansado. Cuando veo que son casi las cuatro de la mañana, le sacudo la
cabeza. —¿Acabas de llegar?
—Te dije que llegaría tarde.
Me volví a acostar. —Ve a la cama, East.
—Piper...
Cerrando los ojos, le doy la espalda. —Quiero volver a dormir. Deberías irte.
Seguro que estás muy cansado.
Sus pasos se acercan en lugar de retroceder hasta la puerta. El colchón se 109
hunde. —¿Qué significa eso? —Hay un filo en su voz, y cuando me vuelvo para
mirarlo, huelo el alcohol que irradia de él.
—¿En serio? —gimoteo—. Estás borracho.
—Tipsy.
—¿Condujiste hasta aquí?
—Amigo. —Su cabeza se ladea, los ojos duros en mi cara mientras me
estudian—. ¿Qué quieres decir, Piper?
—Ve. A. A la cama. —Si cree que no lo empujaré del colchón, se equivoca.
Estoy cansada, malhumorada y sólo quiero las dos horas de sueño que aún puedo
tener antes de que suene mi alarma.
Tira del edredón con el que intento cubrirme la cara. —No hasta que hables
conmigo.
Le quito las manos de la manta de un manotazo y me siento apresuradamente.
—Easton, estoy jodidamente cansada. Lo último que quiero es que vuelvas a tropezar
aquí y te quedes dormido para que lo vea Ainsley. Deberías haberte quedado en casa
de quien sea que hayas estado todo este tiempo.
Su expresión se oscurece. —Estaba con Jay.
—Mmhmm.
Sus ojos se estrechan. —Fuimos a Divers.
¿Divers? —¿Y luego conociste...? —Lo pico, imaginando a alguna mujer allí
poniéndole ojitos. No culparía a nadie. Es guapo y grita sexo.
—Estuve con Jay —repite lentamente, mirándome con escepticismo.
Frotándome las palmas de las manos por la cara, finalmente asiento con la
cabeza. —De acuerdo. Estabas con Jay. Bebiendo. Otra vez. Espero que te hayas
divertido.
—Piper. —Esta vez es un gruñido.
—Easton —contesto, —no me gustaría mucho que me despertaran horas antes
de que suene mi alarma. Así que, si no te importa...
No lo deja pasar. —No he estado con nadie más que contigo desde que
empezamos esto. No actúes como si estuviera por ahí follando con mujeres al azar. Ni
siquiera puedes estar celosa.
¿Celos? Tal vez por un momento, el más pequeño, el más leve momento, había
tenido malos sentimientos por la idea de que él estuviera con otras mujeres mientras
estaba conmigo. Pero la cosa es que no estamos juntos. No hay un nosotros. Tenemos
sexo. Mucho. Lentamente. Rápidamente. Duro. Suave. Nos utilizamos mutuamente por
razones que sólo puedo asumir que son mutuas.
Para escapar.
Porque es divertido. 110
Porque podemos.
—No soy celosa —es todo lo que obtiene de mí, y me enorgullece que salga
tranquilo. Lo último que quiero es que piense que me importa lo suficiente como para
ser una zorra a propósito—. Escucha, sólo estoy cansada. Tengo un día ajetreado por
delante y estoy deseando que llegue el fin de semana más de lo que puedas imaginar.
Pienso dormir. Mucho. Tal vez ver un montón de películas que me hagan llorar. No lo
sé. Así que, lo siento si estoy siendo una perra. Lo que hagas no es asunto mío.
Sus fosas nasales se agitan y noto que sus manos se aprietan en su regazo. —
Tuve una noche de mierda y Jay y yo salimos a soltarnos. No había mujeres de por
medio. Sólo alcohol. Se nos pasó la borrachera antes de salir del bar.
Mis labios se mueven. No parece estar sobrio en este momento, pero no lo
menciono.
—Es más fácil —murmura.
Eso me confunde. —¿Qué es?
—Hablar contigo cuando estoy borracho. —Me encoge pensar en cómo me
debe hacer eso. ¿Soy inaccesible cuando está sobrio? ¿Actúo como si no me
importara? Vamos, yo.
—¿Perdón?
Suspira, con los hombros caídos. —No me resulta fácil abrirme a la gente,
Piper. Pero lo hago contigo. Es más fácil cuando he tomado unas copas y me pongo
de humor.
Una de mis cejas se frunce. —¿Necesitas valor líquido para hablar conmigo? —
Está mal encontrar eso divertido cuando es tan... él. Sexo en un palo. Un orgasmo
entintado a punto de ocurrir. En todo caso, debería necesitar alcohol para acercarme
a él.
He estado allí, he hecho eso.
—Lo amas —afirma al azar, sus ojos se fijan en la foto de Danny—. Puedo decir
lo mucho que lo quieres. Eso me hace respetarte porque no tienes que hacerlo. —Sin
saber qué decir, me callo y le dejo decir lo que piensa—. La gente no tiene que querer
a los niños. No tienen que dedicarles su tiempo. Lo sé de primera mano. ¿Pero tú?
Mierda, Piper. Acogiste a la hija de tu amigo incluso cuando podrías haber
encontrado otra forma. Pero la quieres y harías cualquier cosa por ella. Esa mierda
me afecta. Me afecta. Así que, sí. El coraje líquido es a veces necesario cuando me
siento como una mierda y necesito alguien con quien hablar.
¿Y quiere que ese alguien sea yo? Dejo que mis hombros se aflojen de su
postura tensa, relajando mi espalda contra el cabecero. —Ainsley realmente amó los
brownies que hiciste. Se comió tres aunque le dije que con dos era suficiente. Te juro
que me ha engañado con sólo una miradita. 111
Sus ojos se iluminan y la sonrisa apenas perceptible en su rostro regresa. Sólo
que esta vez, dura más que los tres segundos normales a los que estoy acostumbrado
a verla. —Siento haberte despertado. No debería haber entrado.
—¿Por qué lo hiciste? —¿Por qué me contó todo lo que hizo? Nunca habla de su
vida personal. De su pasado. Tal vez no le doy la oportunidad de hacerlo antes de
usarlo para escapar del mío.
Su voz es suave. —Sólo lo necesitaba.
Hay algo familiar en su tono que me hace extender la mano sobre la suya. La
derrota. Lo he sentido antes, lo he escuchado en mi voz cuando deseaba no hacerlo.
Easton y yo nos parecemos mucho.
Con dolor.
Necesidad de comodidad.
Queriendo escapar de las razones.
Así que me inclino hacia delante al mismo tiempo que él hasta que nuestros
labios se encuentran en el centro. Empieza como un beso suave, persistente,
explorador. Él roza los míos con una delicadeza que no sabía que podía poseer. Una,
dos, una tercera vez. Cada vez es más firme, como si buscara algo.
Una de sus manos se dirige a mi cadera, donde me desliza por el colchón hasta
que estoy acostada de espaldas, con él encima. Nuestros labios no dejan de tocarse.
Su lengua me recorre el labio inferior hasta que me abro para él, y puedo saborear la
amargura del veneno que ha elegido en el bar. Pero lo ignoro y tomo su camisa, la
subo y toco su duro estómago.
Retrocede quitándose la camisa y ayudándome con la mía. Los movimientos
son calculados pero lentos, como si quisiera esto, pero no con la misma urgencia que
antes. Lo que necesita ahora no es olvidar. Necesita recordar: necesita mi cuerpo, mi
calor, la forma en que jadeo, susurro y suplico.
Y se lo doy.
Nuestra ropa se desprende lentamente mientras sus manos acarician mi
cuerpo. Sus labios encuentran mi pecho, me acarician los pechos, me pellizcan el
vientre, hasta que bajan y se encuentran con el manojo de nervios que le apetece
entre mis piernas. Me besa, me chupa, me lame y juega conmigo hasta que me agarro
a las sábanas a ambos lados de mi cuerpo y me muerdo el labio inferior para no decir
nada.
Después de que mi clímax disminuye, me besa a lo largo del cuerpo hasta que
su dura polla se sitúa en mi entrada. Sabe que tomo la píldora, ya hemos hablado de
ello. Pero, a diferencia de las otras veces en las que se ha enfundado el preservativo,
me echa una larga mirada como si me preguntara si esto está bien.
Y yo asiento.
Sus movimientos son tortuosos, ya que me penetra centímetro a centímetro, se 112
detiene, se retira y sigue entrando, una y otra vez, hasta que una de sus manos
encuentra la mía y entrelazamos nuestros dedos, empujando hasta que me llena por
completo. Mis dedos se crispan alrededor de los suyos mientras él sostiene mi mano,
retirándose y llenándome de nuevo. Es lento, demasiado lento, y uso la mano que
tengo libre para ahuecar su cara y tratar de besarlo más fuerte, más rápido, pero él
no quiere.
Cada vez que nuestras caderas se encuentran, es con una precisión pensada.
Está buscando, explorando, buscando algo dentro de mí. Su mano libre me acaricia
la cara como la mía lo hace con la suya, y profundiza el beso, saboreándome y
mordiendo mi labio inferior mientras continúa con sus movimientos rítmicos.
Los sentimientos que se acumulan en mi pecho me calientan todo el cuerpo al
darme cuenta de lo diferente que es esto de las otras veces. Siempre buscamos la
forma de utilizar el sexo como medio para conseguir un fin. Esto no es así.
Y quiero saber por qué.
¿Qué te provocó, Easton?
Sea lo que sea, lo ha cambiado. En lugar de buscar una compañera de sexo por
unas horas, buscaba algo totalmente distinto. Una persona a la que amar. Para
abrazar. Para encontrar refugio. A mí. Él confió en mí para eso.
Me encuentro desligando nuestras manos y rodeando su cuello con mis brazos
mientras rodeo su cintura con mis piernas. No me apresuro en la forma en que me
penetra ni intento cambiar el ritmo de nuevo. Me conformo con todo lo que me da y
me pierdo en esa sensación extraña mientras nuestras pesadas respiraciones se
mezclan.
¿Qué te ha pasado, Easton?
Empuje.
Háblame, Easton.
Empuje.
Estoy aquí para ti, Easton.
Mis labios forman una O mientras él empuja una vez más y me golpea en el
punto perfecto hasta que los puntos negros salpican mis ojos y me orgasmo
silenciosamente con mi cuerpo arqueándose hacia el suyo. Siento cómo se vacía
dentro de mí y es la sensación más erótica que he sentido nunca.
No se retira de inmediato. Y antes de darme cuenta... lo estamos haciendo de
nuevo. Sólo que más despacio, alargando el momento.
Y me pierdo de nuevo.

La tarjeta regalo de Bellamy's Bistro me mira fijamente desde el fondo de mi


bolso. Me muerdo el labio inferior mientras rebusco entre el contenido para
113
encontrar el lápiz de labios que he perdido, saco la tarjeta y la estudio durante un
largo momento con indecisión. Ni siquiera he pensado en usarla hasta ahora.
Pero una parte de mí quiere usarla pronto para salir y disfrutar. Dudo que
Ainsley esté interesada en ir, ya que el menú para niños apenas tiene más que unas
pocas selecciones básicas, y a ella nunca le han gustado los restaurantes. Culpo a
Danny por eso porque él era igual. Le gustaba pedir comida a domicilio o cocinar en
casa, aunque sé que Willow prefería arreglarse y salir. Me lo había confiado con la
esperanza de que pudiera convencer a Danny de que consiguiera a alguien que
hiciera de niñera mientras ellos tenían sus citas nocturnas. Hablé con él y cuidé de
Ainsley.
Después de la noche que pasé con Easton hace más de una semana, no puedo
evitar preguntarme si querrá ir conmigo. El Bistró proporcionó una tarjeta con más
que suficiente para dos personas. Podría pedírselo a Jenna, incluso sería más seguro,
pero no es con ella con quien quiero salir una noche. Y no estoy segura de cómo
sentirme al respecto.
Sacando mi teléfono mientras espero que Carter se presente en su oficina como
habíamos planeado, le envío un mensaje a East antes de acobardarme.
Yo: ¿Has estado alguna vez en Bellamy's?
Mordiendo la uña del pulgar en espera de una respuesta, vuelvo a centrarme
en la barra de granola a medio comer que tengo en la otra mano. Sin hambre,
envuelvo lo que queda en el envoltorio de plástico y lo meto en el bolso. La tarjeta de
regalo descansa a su lado, burlándose de mí, mientras mi teléfono zumba en mi mano
unos minutos después.
East: No suele ser mi escena
¿Cuál es su escena? Después de la noche en la que he pensado demasiado, me
he preguntado más sobre él. Quiero preguntarle por su madre, cómo se llama, por su
padre y si hablan, y si tiene hermanos. Quiero conocer al hombre que prácticamente
ha admitido que el pequeño yo le intimida lo suficiente como para abrirse sólo
después de haber bebido. Tal vez debería estar ofendida, pero por alguna razón me
siento halagada.
¿Mi brillante respuesta a él? Oh. Bien.
Cuando vuelvo a leer mi mensaje, me acobardo y apago la pantalla para no
tener que mirar su respuesta. No me ha enviado flores y no quiere ir al restaurante
conmigo. Bien. Cuanto más abro la boca con él, más codiciosa me vuelvo.
Probablemente piensa que estoy desesperada, como si el sexo fuera igual a una
relación. Necesito retroceder y darle espacio. Darnos espacio.
—Buenos días —saluda Carter, doblando la esquina con las llaves en la mano.
Su abrigo aún está abotonado y salpicado por la nieve que ha estado cayendo toda la
mañana.
Me guardo el teléfono en el bolsillo del bolso y sonrío desde donde estoy 114
sentada en el suelo junto a su puerta. Se acerca y me ofrece su mano, que tomo para
levantarme. —Gracias. Buenos días. Supongo que sigue nevando.
Asiente, desbloquea la puerta y la abre de un empujón. Con su mano libre,
enciende las luces y me hace un gesto para que le siga. —Se ha aclarado un poco.
Dejo mi maleta en la silla de repuesto que hay junto a su escritorio, apoyado en
la pared lateral. La primera vez que vi su despacho, me quedé hipnotizada por las
estanterías que se alineaban en la pared opuesta, cubiertas de libros de texto de
historia, novelas de mitología, enciclopedias, fotografías y baratijas que parecían
aleatorias. Pero conozco a Carter y él no exhibe objetos al azar. Todos ellos significan
algo para él, al igual que los cuadros que ha seleccionado.
Sonriendo cuando veo que se ha añadido uno nuevo al final, me acerco a él
mientras abro la cremallera de mi propia chaqueta y me la quito. —Jesse te odiaría si
supiera que tienes esto en tu estantería.
Es una de Jesse, Danny, Carter y yo. Yo todavía tenía frenos, así que debía tener
diez u once años. Danny tenía un brazo sobre mi hombro y la cara de Jesse parecía
querer asesinar a quien estaba tomando la foto. ¿Era mi madre? ¿Nuestro padre? No
lo recuerdo.
Carter se ríe, apoya su chaqueta en el respaldo de su silla de oficina y se acerca
con las manos en los bolsillos. —Nunca le gustó que le hicieran fotos. La abuela de
Danny tuvo que sobornarlo con galletas sólo para que se tomara esa.
Mable. Sólo la he visto dos veces desde la fiesta de cumpleaños de Ainsley. Sus
enfermeras me mantienen al tanto de su salud y no han tenido muchas noticias
positivas que darme. Ella ha estado luchando y no hay nada que pueda hacer para
ayudar.
Algo me roza el brazo. —¿Estás bien?
Me encuentro negando. —Mable no está bien estos días. Está en una residencia
por su demencia y está empeorando.
Su ceño fruncido me saluda cuando levanto la vista. —No lo sabía. Lo siento. —
Estudia mi expresión hosca durante un momento antes de volver a mirar el cuadro—
. ¿La ves mucho?
—Intento ir un par de veces al mes. —Mi agenda no me permite hacerlo
últimamente, y si tengo tiempo sus enfermeras me dicen que tal vez sea mejor no
venir hasta que tenga un mejor día. Me mata verla así. Ellas lo saben. Yo lo sé. Es
mejor para todos si mi trasero emocional no está allí cuando ella se resbala—. Es
difícil no reaccionar cuando el interruptor cambia para ella. Un minuto eres tú, al
siguiente ella cree que eres otra persona. Sucede en segundos, Carter.
Su mano aprieta la mía. —Es fuerte.
Mis labios se frotan. —Nadie es lo suficientemente fuerte para luchar contra
eso. —Es una verdad que odio decir en voz alta, pero es cierta. Hay muchas
enfermedades que no son justas. No sé por qué existen. Nunca he sido una persona
religiosa, nunca he ido a la iglesia, pero si hay un Dios ahí fuera no entiendo por qué 115
crearía cosas tan horribles.
Me aclaro la garganta y me dirijo a mi bolsa, la muevo al suelo y me siento en
las horribles sillas amarillas que suministran para los despachos de la facultad. Él
sigue su ejemplo, apretando una mano contra la parte delantera de su camisa negra
antes de sentarse en la suya. —Lo que dije antes iba en serio. Puedes hablar conmigo
de cualquier cosa. Si hay alguien que puede entender, soy yo. Danny, Mable, los
conozco. Lo entiendo.
—Lo sé. —Suelto un suspiro y me acomodo en la incómoda excusa de un cojín—
. Sólo que no creo que sea apropiado. Eres mi profesor, no mi amigo.
—¿Quién dice que no puedo ser ambas cosas?
—¿Política escolar? —Supongo tontamente.
Se ríe, se echa hacia atrás y apoya las manos cruzadas sobre el estómago. —No
hay nada en contra de que los estudiantes confíen en sus profesores. De hecho, se
fomenta.
Soy sincera con él. —Hay una diferencia entre confiar en un profesor y
encontrar amistad en uno. La amistad abre puertas que seguro que la administración
no vería con buenos ojos.
Su cabeza se inclina hacia un lado, sus ojos marrones se clavan en los míos con
interés. —¿Cómo?
—Confianza.
—¿No se puede confiar en los profesores?
Me desplazo hacia delante, apoyando los codos en las rodillas. —Es así,
profesor Ford. La confianza es algo íntimo. Significa que estás dispuesto a abrirte a
una persona con cualquier cosa y todo. Esa persona, entonces, estará ahí para ti. Es
raro poder encontrar eso en alguien y que sea puro y genuino. Cambiará debido a su
rareza. Las líneas se vuelven borrosas. La confianza se complica entonces. A la
administración no le gustan las cosas complicadas.
Parpadea, sorprendido. —Huh.
Eso es todo lo que consigo. Huh. —Sería aún más complicado por nuestra
situación. Te conocí en el pasado. Como que crecimos juntos. Eso añade una capa que
no les gustaría si decidimos ser amigos.
—Estás pensando demasiado en esto —afirma simplemente, levantando los
hombros. ¿Pero lo hago? Siempre he sido buena. Nunca me gustó estar en el lado
malo de nadie o meterme en problemas. ¿Y Carter? Pienso en el viaje de vuelta a
casa, en las flores y en todo lo que ha hecho por mí, con mis prácticas.
Ya somos complicados.
—Tal vez —cedo.
Su sonrisa me dice que no se cree mi respuesta, así que lo deja pasar. —
Independientemente de lo que puedan pensar los demás, estoy aquí para ti. Nadie
merece pasar por lo que tú has pasado. Eres fuerte, Piper. Siempre lo has sido. 116
Eso me hace resoplar. —Nunca fui fuerte. De hecho, recuerdo que Jesse me
decía que era un bebé cada vez que me enojaba por algo.
Sus labios se mueven. —Jesse es tu hermano. Se supone que es un imbécil para
ti. Pero incluso él se asombraba de ti a veces. Como cuando el perro del vecino te
mordió en la pierna y te las arreglaste para luchar contra él y correr de vuelta a casa
aunque estabas sangrando mucho. No lloraste ni una sola vez. Ni siquiera cuando
Jesse te llevó al hospital cuando se dio cuenta de lo que había pasado. Dijo que nunca
derramaste una lágrima ni siquiera cuando te estaban dando puntos.
Puse los ojos en blanco. —Me adormecieron la pierna. —Todavía tengo
cicatrices de eso. No fue culpa del perro que intentara acariciarlo mientras comía en
su patio. Me acerqué demasiado y se puso territorial. Ni una sola vez el pastor alemán
había mordido a nadie. De hecho, solía ser el animal más amistoso—. Si hubiera
denunciado al perro, habrían tenido que sacrificarlo. Tuve una compañera que fue
mordida por el perro de sus padres y tuvieron que sacrificarlo.
Carter sólo me mira.
—De todos modos —continúo, —Jesse me sobornó con un helado después de
todo ese calvario. No quería llorar porque temía que se retractara de su trato. No soy
fuerte.
—Lo eres.
Estamos de acuerdo en no estar de acuerdo.
Pasamos a la razón real por la que estamos aquí, que es repasar los primeros
trabajos que debía entregar en su clase de 101. Me enseña la rúbrica de calificación
y lo que hay que tener en cuenta, y luego me enseña la pila de trabajos que hay en la
esquina de su mesa. Hay treinta alumnos en su clase y los trabajos tenían un mínimo
de cinco páginas, no más de diez. Apuesto a que la mayoría de ellos son de cuatro y
media con una página de trabajo citado.
Cuando saco un bolígrafo de mi bolso para anotar algunos consejos que me
dio, la tarjeta de regalo se cae con él. La recojo, pero no antes de que Carter diga: —
¿Todavía no has ido?
Lo puse en su sitio, dándole una pequeña sonrisa. —Te dije antes que no tengo
mucho tiempo. Sin embargo, he pensado en ir pronto. Sólo que no he concretado los
detalles.
Sus cejas se levantan con curiosidad.
—Sobre con quién ir —aclaro, agitando la mano en señal de desestimación—.
En realidad no importa. Siempre me siento rara comiendo en sitios sola, a menos que
pueda sentarme en la barra para que sea menos raro. ¿Sabes? —Ahora estoy
balbuceando, lo que hace que mis mejillas se calienten—. Pero sí. Iré. Seguro que
ahora piensan que realmente odio sus cosas.
—Podemos ir.
Yo me sacudí hacia atrás.
—Si quieres —añade despreocupadamente. 117
Uh... —¿Se te escapó toda la conversación sobre la amistad? Si la
administración mirara con malos ojos la posibilidad de que seamos amigos,
definitivamente no les gustaría la idea de que saliéramos a comer juntos.
Platónicamente, por supuesto.
Asiente una vez, los labios se mueven ligeramente hacia arriba como si se
divirtiera. —Por supuesto.
—Y si supieran que me has llevado a casa, sólo sería peor —señalo por si acaso.
Me observa por un momento. —Ya nos vimos allí una vez. Por pura
coincidencia. —¿Y cuál es su punto? —¿Quién dice que no nos encontraríamos allí de
nuevo por las mismas casualidades? No es una zona tan grande.
¿Está diciendo lo que creo que está diciendo?
—Podríamos encontrarnos allí juntos —es la siguiente afirmación que hace que
mis labios se separen ante él con asombro—. Mañana por la noche a las siete.
Mañana. El viernes. El viernes es como una noche de cita. Es cuando la gente
se reúne para ... citas. ¿Es eso raro? ¿Estoy pensando demasiado en las cosas con él?
Y añade: —Platónicamente.
Trago. Platónicamente. Podría hacerlo. Encontrarme allí mañana a las siete. Me
da tiempo a encontrar a alguien que cuide a Ainsley. Tal vez Jenna. Mis padres
probablemente lo harían si no tuvieran planes para ellos mismos.
No estoy segura de cuándo empiezo a asentir, pero él me devuelve el
asentimiento. Es un acuerdo silencioso.
Carter Ford y yo iremos a cenar.
Juntos.
En una no cita platónica.

118
L
a ansiedad se apodera de mi conciencia mientras aplico las palmas de las
manos a los lados del traje que Jenna eligió para mí. La blusa negra de
encaje está metida dentro de los vaqueros pitillo extra ajustados que mi
mejor amiga insistió en que eran casuales y sexys, dos cosas que me dijo que tenía
que buscar. Los combino con unos cómodos botines grises de tacón que me llegan a
las espinillas, y me examino una vez más en el espejo antes de aceptar que esto es lo
mejor que puedo hacer.
El viaje a Bellamy's es tranquilo. Demasiado nerviosa para escuchar la radio,
absorbo el sonido del tráfico que pasa. Antes de darme cuenta, ya estoy en el
estacionamientos junto al restaurante poco iluminado, y veo el vehículo familiar en el
que me llevó Carter unas cuantas filas delante de mí. Mis ojos se desvían hacia la hora
en el salpicadero. Los dos llegamos temprano.
Me aclaro la garganta, me doy una charla de ánimo como me dijo Jenna y salgo
del auto. Con el bolso al hombro y el teléfono en la mano, me acerco a la entrada y
vacilo al darme cuenta de que no sé qué decir. ¿Digo que estoy esperando a alguien?
¿Pregunto si está aquí? El pánico que me invadió antes vuelve a aparecer cuando
119
alguien me abre la puerta interior con una sonrisa, sin darme otra opción que entrar.
—Hola. —Sorprendida, miro hacia la voz que me saluda, observando a Carter
apoyado en la pared. Al igual que mis ojos que se desvían por sus pantalones negros
y el botón azul real metido en su cintura, me da una mirada con una sonrisa creciente
en su rostro—. Estás muy guapa esta noche.
Nos vimos antes para la clase que ahora co-enseñamos y no hubo nada raro. Él
enseñaba, yo hacía algún que otro comentario, pero sobre todo me centraba en los
alumnos. Nadie habría imaginado que estaríamos aquí horas después, ambos con
trajes nuevos y esperándonos para cenar.
—Hola. —Me lamo los labios—. Y gracias. —Mis manos se dirigen de nuevo a
mis costados, cepillando una arruga en la camisa que debería haber dejado sin meter.
Jenna me dijo que mi figura se muestra mejor si la meto por dentro, pero ahora me
arrepiento de haberla escuchado.
—Te ves sexy, Piper. Lo sexy es bueno.
—Sexy no es lo que busco.
—Todo el mundo tira por lo sexy —argumenta, echándome una mirada maligna
que sé que no debo discutir—. Haz que se le caiga la baba y que se arrepienta de que
esto no sea una cita.
Como siempre, mi extravagante bestie me hizo sentir empoderada. Pero en
cuanto cambian las tornas y me quedo sola, la duda se apodera de todo el valor que
me dio. Aunque me gusta el conjunto, creo que podría haber ido con algo más
informal. Preferiblemente, algo que no me pareciera tan pintado como los vaqueros
en los que me metí.
Hace un gesto hacia la cabina de la azafata. —Mesa para Ford —le dice a la
joven.
Revisa el libro que tiene delante y asiente una vez, cogiendo dos menús y
diciéndonos que la sigamos. La mano de Carter se dirige a la parte baja de mi
espalda, haciendo un gesto para que yo vaya primero. Le miro por encima del
hombro y sonrío. —Debes tener una gran intuición para reservar una mesa ante la
posibilidad de que alguien aparezca al mismo tiempo que tú.
—Tal vez sólo lo esperaba —es su suave respuesta. Me hace morderme el labio
y sobre analizar cada una de las cuatro palabras. Esperaba verme. No sé qué hacer
con eso.
Cuando llegamos a nuestra mesa en la esquina, Carter me acerca una silla.
Sorprendida, tomo asiento, le sonrío agradecida y le veo sentarse frente a mí mientras
la anfitriona nos da los menús y dice que la camarera vendrá enseguida.
Por alguna razón, decido soltar: —Nunca me han sacado una silla. Eso fue...
agradable.
Un lado de sus labios se mueve hacia arriba mientras toma el menú y examina
la sección de bebidas en el panel posterior. —Parece que la gente con la que has 120
salido carece de modales.
Una sonrisa se dibuja en mis labios. —¿Es tu forma de intentar averiguar con
qué tipo de gente salgo?
Se ríe, dejando el menú. —Si esto fuera una cita, que no lo es, diría que no. Es
de mala educación hablar de los ex en la primera cita. Pero como no es una cita,
entonces sí.
Mis cejas se levantan. —¿Quieres saber sobre mis ex?
Su barbilla se inclina.
—No tengo ninguno.
Ahora sus cejas se arquean, la sorpresa cubre claramente su rostro. —¿Nunca
has salido con nadie? ¿Ni una sola vez?
Chasqueando la lengua por lo patético que suena eso viniendo de él, me limito
a sacudir la cabeza y mirar las bebidas de la fuente que ofrecen. Me parece mal ir a
por el alcohol, aunque esta conversación me hace desear un poco.
Hace un ruido con el fondo de su garganta y se echa hacia atrás en su silla. —
¿Por qué no?
Gimiendo, me atrevo a mirarle a los ojos. —Hay muchas razones. La más
reciente sería el niño de seis años que cuido. Los chicos no eligen a las madres
solteras como primera opción. Somos como la tapioca cuando todos los demás
sabores de pudín se agotan, ¿sabes?
—No lo sé. —Sus ojos bailan, el marrón oscuro ahora lleno de picardía—.
Resulta que me encanta la tapioca.
Mi ritmo cardíaco aumenta un poco.
—Esa es la razón más reciente —reitera—. ¿Qué hay de las otras razones? No
puedes decirme que Ainsley es la razón por la que no ves a la gente. No me cabe
duda de que eres de las que se fijan en los hombres.
Vaya. No es así como esperaba que fuera la cena. El cuerpo se calienta por la
pregunta y trato de concentrarme en el menú para elegir algo de comer que no se
pase del saldo de la tarjeta regalo. —Ya sabes la razón, Carter.
Se queda callado por un momento, con sus ojos puestos en mí por la forma en
que arde la parte superior de mi cabeza. Elijo una ensalada, memorizándola para
cuando venga la camarera. —¿Por Danny?
Permanezco en silencio.
—Por culpa de Danny —confirma para sí mismo en voz baja.
Finalmente, digo: —Por un amor no correspondido al que me aferré. Quizá
había chicos que se interesaban por mí, pero nunca me fijé en ellos. Si no me dejaba
llevar por Danny, me ocupaba de la escuela. Entonces ocurrió el accidente y mi vida
cambió para siempre. Danny se fue y tuve a Ainsley, y la gente empezó a mirarme
por una razón totalmente diferente. Así que, no. En realidad nunca he salido con 121
nadie.
Aprieta los labios, pero antes de que pueda responder, la camarera se acerca
y pide nuestro pedido. Una vez que las bebidas y la comida han sido colocadas, toma
nuestros menús y nos deja en paz de nuevo. El aire está tenso. Sus ojos son oscuros.
Y mi mente grita que huya.
Pero no lo hago.
Estoy harto de correr.
—¿Y tú? —pregunto, cambiando de tema con la esperanza de que lo acepte—.
¿Algún ex que atormente tu mente y tus sueños?
Se las arregla para sonreír, dejando de centrarse en mí. Por eso me gusta
Carter. Ni una sola vez ha presionado conmigo. —Una ex prometida, en realidad.
Elizabeth. Salimos durante unos tres años antes de que le hiciera la pregunta.
Parpadeo. Estaba comprometido con la mujer de la que oí hablar a mi madre.
—Vaya. Siento que no haya funcionado.
Sus hombros se levantan. —Fue mutuo terminar las cosas. Nadie engañó. Nadie
mintió. Nos dimos cuenta de que no estábamos hechos el uno para el otro antes de
que fuera demasiado tarde.
—¿Aún hablas?
Sacude la cabeza. —No tenemos nada que decir. Se mudó a Georgia, donde
está su familia, así que no nos vemos. Antes de ella hubo algunas otras -novias, no
prometidas-. Más de las que me gustaría admitir. Aunque no tanto como tu hermano.
Pongo los ojos en blanco ante el último comentario. —Jesse siempre insistió en
que nunca se conformaría, ¿eh?
Su asentimiento es fácil. —Ren es bueno para él. Ha cambiado mucho desde
que ella entró en su vida y me alegro por ellos.
—Yo también. —La respuesta es rápida, genuina. Aunque no nos hablemos ni
nos veamos mucho, me alegro de que mi hermano haya podido encontrar esa
felicidad.
Su cuerpo se mueve en el asiento. —¿Te importa que te pregunte por qué
estabas tomando una clase de lenguaje de signos en el Centro Recreativo? No tienes
que explicarlo, sólo tenía curiosidad.
Mojando mi labio inferior, me tomo un momento para decidir si es mi historia
la que debo contar. —Es para Ainsley. Bueno, para los dos. Ella no se comunica
verbalmente, así que uno de sus profesores le sugirió que aprendiera el lenguaje de
signos.
—¿Es muda?
—Seleccione el silencio —corrijo en voz baja. Siempre recordaré el día en que
dejó de hablar. Era joven y siempre parloteaba sobre algo a quien quisiera
escucharla. Aprendió a hablar a una edad temprana y sabía cosas que la mayoría de
los niños no sabían. Ainsley era inteligente. Muy, muy inteligente. Y después de la 122
muerte de su padre, se apagó. Nunca más volví a escuchar sus preguntas o hechos al
azar o risas.
Es lo que más echo de menos.
Su risa.
—Lamento escuchar eso.
Mis hombros se levantan como si no fuera un gran problema. Lo es, sólo que
no puede hacer nada al respecto. Su disculpa no nos llevará a ninguna parte. —Hemos
estado haciendo más señas el uno al otro mientras aprendemos. Ella lo está captando
más rápido que yo. Juro que es una niña genio, Carter. Me hace preguntarme si
realmente era de Danny. —Una risa burbujea entre mis labios ante la ridícula
afirmación—. Quiero decir, por supuesto que lo era. Pero siempre odió la escuela y
el aprendizaje y casi suspendió un curso. ¿Recuerdas? Creo que Ainsley se parece a
su madre. No la conocía tan bien.
—De todos modos, es agradable verla hablar de alguna forma. Yo no soy tan
rápido para aprender, pero sé lo suficiente para desenvolverme. Vamos a seguir
tomando clases para mejorar ya que los cursos no son tan largos en el Centro. Mis
padres incluso están aprendiendo, y mi mejor amiga ha dicho que también se
apuntará. —Sonriendo ante el esfuerzo que todos quieren hacer por Ainsley,
suspiro—. Tengo suerte. Siempre pensé que estaba maldita, pero tengo suerte de
tenerlos. ¿Sabes?
—Parece que te rodeas de buena gente —asiente, sonriendo.
Y lo hago. Realmente lo hago.
Sintiendo que la presión de los nervios de la primera no cita abandona mi
cuerpo a medida que la pesada conversación se aligera, me inclino hacia atrás en mi
silla y le doy una sonrisa sensual. —Entonces, Carter Ford. Cuéntame todos tus
secretos más profundos y oscuros.
Sus ojos se clavan en los míos, algo que permanece en ellos mientras estudia
mi expresión detenidamente antes de que sus propios labios esbocen una sonrisa
mezclada con diversión y algo más. ¿Interés? No estoy segura. —No creo que estemos
preparados para eso.
Nosotros. No yo.

Cuando vuelvo a casa, más allá de la medianoche, la oscuridad es total.


Después de la cena, nos tomamos unas copas y dimos un largo paseo para
despejarnos y hablar de todo lo que queríamos. Datos divertidos y mundanos como
los colores, la comida y las películas favoritas. Se sorprendió al saber que los míos
son el morado, la pizza de pollo a la barbacoa y El Mago de Oz. Aunque, no estoy
seguro de por qué la elección de la película es tan impactante ya que la veía todo el
tiempo cuando era más joven.
Fueron sus elecciones las que no me sorprendieron en absoluto. Siempre he
sabido que el azul era su color favorito y que le encantaba cualquier tipo de pasta, o
que La matanza de la sierra era su película favorita para los nostálgicos. Él y Jesse 123
siempre me sobornaban para que viera las películas con ellos a medida que salían
más, y luego apostaban el uno al otro cuánto duraría antes de esconderme en mi
habitación.
Carter siempre apostó a mi favor.
Además, siempre perdía.
Con apenas un zumbido recorriendo mis extremidades, cierro la puerta
principal y observo la luz de la cocina encendida. Me quito los zapatos y los dejo junto
al sofá, voy a la cocina a por un vaso de agua y veo a Easton preparándose un
sándwich en la isla.
—Hola —saludo, cogiendo un vaso del armario y llenándolo de agua.
—Llegas tarde a casa. —No hay ninguna acusación en su tono. Es una simple
declaración.
Me doy la vuelta y le veo untar mayonesa en el pan y observar los tomates
cortados en el otro. Me hace rugir el estómago a pesar de que Carter nos compró un
postre de madrugada en una cafetería justo antes de separarnos. —He salido a cenar
con alguien.
Sus ojos se dirigen al reloj del horno antes de pasar por mi cara. —¿Cena?
¿Cómo una cita?
Con una mueca de disgusto, sacudo la cabeza mientras él estudia el traje que
se me ha pegado al cuerpo con una mirada amarga. —No es realmente una cita, no.
Más bien... dos personas que se encontraron, comieron juntos y hablaron. Fue una no
cita.
—¿Una no cita? —dice lentamente.
Asiento, dando un sorbo a mi agua. —Probablemente fue con el mismo tipo que
envió las flores.
—¿Las flores?
¿Por qué demonios está repitiendo todo lo que estoy diciendo? —Sí, las flores.
—La atención de ambos se dirige al ramo en cuestión, que aún se mantiene fuerte
detrás de mí en el mostrador—. Ya sabes, las que vergonzosamente pensé que habías
comprado para mí. Y honestamente está bien que no lo hayas hecho. No espero nada
de ti. Es sólo sexo. Buen sexo. Así que, sí. Salí. Pero no en una cita. En una no cita con
comida y conversación. Y luego alcohol.
Su ojo se estremece. —Estás borracho.
—Estoy sobrio.
Sus ojos vuelven a mirar las flores. —Las flores, ¿eh? —Sacude la cabeza y
recoge su sándwich, limpiándose—. Espero que te hayas divertido entonces.
Pasa por delante de mí sin mirar atrás, y sale de la cocina. Pero no quiero
terminar la conversación sabiendo que la expresión pellizcada de su cara está ahí. —
¿Por qué tengo la sensación de que estás enfadado conmigo? —Le llamo, siguiendo 124
al melancólico hombre hacia las miradas.
—No lo estoy.
—Lo eres.
Se detiene unos pasos más arriba y se gira. —¿Por qué debería importarme si
tienes una cita, Piper? Sólo estamos follando, como has dicho. Sal y vete con quien
demonios quieras. Pero que sepas que esto entre nosotros termina aquí. No me gusta
la doble inmersión.
Mis labios se separan mientras me duele el pecho. ¿Es eso lo que realmente
piensa de mí en este momento? —No me he acostado con él. No es que sea de tu
incumbencia.
Levanta los hombros. —Como dije, no me importa. Probablemente sea mejor
que lo dejemos de todos modos. Eres libre de ir a todas las no-citas que quieras.
Probablemente tenga planes para mañana por la noche tal y como está. Mira cómo
seguimos adelante.
Mudanza-
Observo cómo sube las escaleras, muerde su sándwich y se encierra en su
habitación. Permanezco al pie de la escalera, sin saber qué acaba de ocurrir. Me
agarro con fuerza a la barandilla mientras las lágrimas me nublan la vista, pero las
alejo a la fuerza y aclaro la emoción atascada en mi garganta. La sensación de
quemazón reside a pesar de que sostengo la cabeza y finjo que no importa.
No hay razón para llorar por Easton.
Después de todo, sólo estábamos follando.

125
V
er a Mable cuidando de sus plantas cuando entro en su habitación me
hace sonreír. La ventana está cubierta de ellas, incluso más que la última
vez que vine a verla. La enfermera que trabaja hoy en la planta dijo que
la jardinería la mantiene tranquila, así que le siguen dando más.
—Piper —saluda Mable cuando se gira y me ve, dejando la regadera verde en
el suelo y acercándose para darme un abrazo—. ¿Cómo estás, querida?
Aflojo el agarre que no quiero más que mantener, sabiendo que su calor es lo
único que puede hacerme sentir mejor. Han pasado días desde mi no cita con Carter
y la tensa conversación con Easton que le siguió. No ha vuelto a casa desde entonces,
aunque me dijo a través de un único mensaje que se quedaba con Jay.
Con Jay. Eso era todo lo que decía su mensaje cuando le pregunté si estaba
bien porque no había estado en casa. Yo estaba preocupada, pero él no debió darse
cuenta o simplemente no le importó. Mi suposición fue lo segundo. Fue Jenna quien
se dio cuenta del cartel en la puerta de The Inked Lotus que decía que estaban
cerrados por una convención hasta el lunes. 126
No esperaba que Easton me lo contara todo, pero habría estado bien
escucharlo de él. Por otra parte, no me debía nada. No sería justo preguntarle dónde
estaba cuando en realidad no era asunto mío.
—Estoy bien —miento con una sonrisa.
Me da palmaditas en los brazos, sin que parezca notar la diferencia. La sigo
hasta sus plantas. Sus dedos rozan las hojas mientras toma la regadera y se dirige a
las del fondo.
—¿Tienes alguna fiesta salvaje sin mí? —Me burlo, apoyándome en la pared y
observándola.
Se gira y parpadea hacia mí. —Oh, soy demasiado mayor para eso. —Cuando
retoma su tarea, me encuentro frunciendo el ceño. Mable siempre bromeaba
diciendo que salía con un hombre diferente cada semana y que se tomaba tragos con
los strippers que contrataba. ¿Era verdad algo de eso? No. Pero así era Mable. Era.
Supongo que esa es la palabra clave.
Tragando, fuerzo una sonrisa. —Tuve una cita el otro día. —Las palabras salen
de mi boca antes de que pueda procesarlas—. Bueno, fue más bien como dos viejos
amigos poniéndose al día. Pero fue agradable. Me divertí.
No estoy segura de por qué se lo cuento. Jenna me contó todos los detalles
mientras tomaba vino y pizza la noche siguiente. Excluí cualquier cosa sobre Easton,
aunque su ausencia no pasó desapercibida para ella. Se alegró por mí cuando admití
que había disfrutado de la noche con Carter. La conversación entre nosotros durante
la cena y las bebidas no fue forzada, aunque se puso tensa en algunos momentos, y
Carter y yo nos burlamos con facilidad y sin cuidado. Hablábamos de la escuela, de
la enseñanza, de mis planes de futuro. Carter Ford estaba interesado en mí. Y eso
hacía que yo me interesara por él. La adolescente yo gritaba de alegría internamente.
—Qué bien, querida. —Suena ausente, pero los primeros signos de un episodio
no están ahí. Me las arreglo para superarlo, asintiendo.
—Fue con Carter Ford.
Sus ojos se desvían para encontrarse con los míos, una genuina sonrisa de
Mable se extiende en su rostro. —Es un chico tan agradable.
—Lo es.
—¿Te divertiste?
Hago una pausa y luego digo: —Lo hice. Gracias.
Su cabeza se mueve de arriba abajo. —Es un buen chico. No tan bueno como
mi hijo. Danny era un chico tan bueno. ¿No lo era?
Luchando por tragar, muevo la cabeza. —No conozco a nadie que diga lo
contrario, Mable.
Ella me mueve el dedo. —Ustedes dos habrían hecho una gran pareja. Dos
buenas personas juntas. Nunca entendí por qué eligió a otra.
Mis hombros se tensan. Mable amaba a Willow. Decía que era la mejor 127
panadera después de ella misma. Y yo estaba de acuerdo. Willow podía hacer
cualquier cosa en la cocina. A Danny le encantaba que su mujer y su abuela pasaran
tiempo juntas. Y pasaban horas horneando galletas para todo el vecindario.
Ambos eran buenas personas.
—Porque estaban enamorados —susurro, más para mí que para Mable.
Inspirando lentamente, me mojo el labio inferior—. Danny quería mucho a Willow,
Mable. Era una gran mujer. Mejor que yo.
La verdad de esas palabras no me hiere, sino que rompe un muro que he
construido. Siempre me comparaba con Willow tratando de entender por qué la había
elegido a ella en lugar de a mí. Se conocían desde hacía poco tiempo comparado con
el tiempo que yo le conocía a él. Pero cada vez que pensaba en esas razones, la
envidia crecía. Willow nunca envidiaba a nadie. Nunca se quejaba. Ahora puedo
admitir honestamente que ella era mejor que la mayoría de la gente que conozco.
—No, no —discrepa la dulce anciana.
No tengo energía para luchar. —Veo que tienes más plantas. Glenda en el
frente dijo que podrían tener una más para ti.
Sus ojos se iluminan. —Oh, me encantan mis plantas. Mantienen a estas viejas
manos ocupadas. La mente, también. Sé lo que dicen de mí.
Mis cejas se fruncen. —¿Qué dicen?
Se da unos golpecitos en la cabeza. —No todas las herramientas están en el
cobertizo, si sabes lo que quiero decir. Meredith siempre habla de mí con las otras
enfermeras. Bromea con ella, Piper. Resulta que sé que tiene una ETS por acostarse
con Harold. Se mete por aquí.
Con los ojos saltones, no puedo evitar reírme hasta que las lágrimas me
escuecen. Por un momento pensé que iba a perder a Mable en otro episodio. Pero
aquí está, hablando como siempre. Me aferro a eso para cuando resbale.
Sé que sucederá.
—¿Oye, Mable?
—¿Hmm?
Dudo, viéndola desprender una hoja muerta y examinando las otras plantas. —
Quería mucho a Danny. Creía que era el indicado para mí. Quería que lo fuera.
No dice nada.
—Pero no lo era. —Es una admisión reticente, que siempre escocerá como lo
hace cualquier primer amor duradero.
Finalmente, Mable se gira. —Lo sé, querida.
Nos quedamos mirando el uno al otro.
—Harold tiene un nieto, ya sabes.
Mi cabeza se inclina. —¿También tiene ETS?
128
Se encoge de hombros.
Sonrío. —Creo que está bien.
Mis pensamientos se dirigen a Carter.
No estoy seguro de por qué.

Ya está oscureciendo cuando termina la tutoría. Las previsiones


meteorológicas anuncian lluvias además de este tiempo inusualmente agradable que
hace que el invierno se parezca más a la primavera. Pero sé que volverá a haber hielo
y nieve, así que no me hago ilusiones de que la temporada termine antes de tiempo.
Voy caminando hacia el estacionamiento de los trenes cuando veo a Carter
saludando en mi dirección y gritando mi nombre. Sonriendo con cansancio, me
encuentro con él a mitad de camino y meto las manos en los bolsillos de la chaqueta.
—Hola, profesor Ford.
Me mira pero no corrige el nombre. Le dije en la cena que me sentía rara
llamándole Carter en el campus. Se me escapa por familiaridad más de lo que me
gusta, pero siempre me acoso en silencio por ello después. —Piper. —Me alegro de
haberte encontrado. Estaba... ¿Estás bien? Estás un poco pálida.
Tengo un dolor de cabeza que me golpea en las sienes, que me recalienta el
cuerpo y me produce náuseas, pero sonrío. —Estoy bien. Sólo tengo un pequeño
dolor de cabeza. En fin, ¿qué pasa?
Me estudia por un momento. —Me preguntaba si tendrías tiempo mañana para
ayudarme a calificar las tareas. Tengo algunas reuniones entre clases, pero estoy
libre sobre las cuatro.
Mordiéndome el labio, le dirijo una mirada insegura mientras contemplo a
Ainsley. En los últimos meses he pedido mucho a Jenna y a mis padres. Siempre me
ayudan con gusto, sobre todo Jenna. Ella mima muchísimo a Ainsley aunque siempre
ha dicho que nunca le han gustado los niños. —¿Cuánto tiempo crees que te llevará?
Definitivamente puedo ayudar, sólo recogeré algunos y los calificaré en casa.
—Algunos de ellos me gustaría verlos juntos. —Desplaza su bolsa de
mensajero sobre el hombro y mete una mano en el bolsillo de su pantalón—. Sé que
estás ocupada, así que podemos organizar algo. Si no es esta semana, quizá el lunes.
—¿Y el sábado? —Me sorprendo a mí misma con esas palabras, haciendo una
pequeña mueca de dolor y tratando de disimularlo—. Quiero decir, si quieres. Los
dos vamos al Rec Center de todos modos, y hay una zona de juegos para los niños
mientras los padres van a los programas. No es que espere que dejes tus planes de
fin de semana para ir a trabajar. Eso es injusto y probablemente estúpido de mi parte.
Así que...
—El sábado me viene bien —me corta, luchando contra una sonrisa. Las
comisuras de sus labios se mueven hacia arriba, pero se neutralizan—. ¿A qué hora
estabas pensando? Podríamos trabajar por la tarde, tal vez comer algo. 129
Mis dientes se clavan en mi labio inferior. —Tendré a Ainsley, así que...
—Podría venir —me ofrece. Su cabeza se inclina ligeramente al ver la
incertidumbre que se refleja en mis ojos—. O no. No quiero que tú o ella se sientan
incómodas. Sólo pensé que te facilitaría las cosas. El trabajo, la comida.
—No es... —Dudo, tratando de ordenar mis pensamientos por un momento—.
No me incomoda. Sólo que no sé cuál es el protocolo correcto para traer gente a su
vida.
Pienso en Easton. Estaba desesperada por conseguir un compañero de piso y
pasé por un proceso de selección suficiente como para saber que no nos iba a
asesinar, pero aun así metí a un total desconocido en nuestra casa a vivir. Y aunque
funcionó en algunos aspectos, la tensión persiste en cada habitación. Easton y Ainsley
se llevan bien, se gustan. Pero no sé qué pensaría de Carter, o qué supondría si los
presentara.
—Oye, no te preocupes. —Debe tomar mi silencio como algo diferente—. No
estoy ofendido, de verdad. Podemos pensar en otro plan. Tienes que tener en cuenta
a alguien más. Lo entiendo.
Mis hombros se relajan un centímetro mientras medito algo con curiosidad. —
¿Por qué no? Tener a alguien más en cuenta, quiero decir.
Sus cejas suben un poco.
Me sonrojo. —No es de mi incumbencia, pero eres... —¿Cómo lo digo de forma
amable?
—¿Viejo? —adivina.
Pongo los ojos en blanco. —Más viejo que yo. La mayoría de los chicos de tu
edad que conozco tienen esposas e hijos. No es para todos, así que entiendo si es por
eso. Sólo tengo curiosidad porque le decías a Jesse que querías eso algún día.
Se frota la mandíbula con la palma de la mano. —Te acuerdas de eso, ¿eh?
—Recuerdo muchas cosas.
Su sonrisa vuelve a aparecer.
Suspirando, le dirijo una mirada cómplice. —No tienes que fingir que no era
obvio que no me gustabas. Por supuesto que iba a recordar lo que dijiste,
especialmente lo de tener una familia. Fue una estupidez.
—¿Gustarte fue una estupidez?
Mis ojos se entrecerraron pensativos en consideración, aunque sabía que no lo
era. —No. Lo estúpido no fue que me gustaras. Fue pensar que tenía una oportunidad
cuando tú eres trece años mayor. Era joven y tonta. Ingenua.
Se nota que quiere decir algo. Pero lo que sea no sale de sus labios. —La razón
por la que no tengo eso con alguien es porque no he encontrado a la persona
adecuada para el trabajo. Aunque estoy trabajando en ello.
Separando los labios, le miro fijamente antes de recomponerme y asentir 130
lentamente. —Sí. Bueno... eso tiene sentido.
Sus labios se curvan hacia arriba mientras mira al suelo. —Si sirve de algo, creo
que las cosas pasan por una razón. No creo que haya sido tonta o ingenua por tu parte
que te guste alguien mayor. Es algo natural. Siempre estuve cerca.
Lo único que quiero es terminar esta conversación. Lo último de lo que quiero
hablar con mi profesor-viejo amigo de la familia es de mi enamoramiento
preadolescente por él antes de pasar al hombre que realmente me destrozó.
Realmente puedo elegirlos.
Se aclara la garganta y da un paso atrás, sus ojos brillan con algo que no puedo
entender. —¿Y sabes qué? La vida está llena de oportunidades, Piper. Nunca se sabe
lo que puede pasar.
Parpadeo.
Y parpadea de nuevo.
Antes de que pueda procesar lo que dice, Carter ya se ha ido.
Al separar los labios, suelto un suspiro.
Mi alarma suena. Tengo que buscar a Ainsley.
U
na cuchara cuelga de la boca de Jenna mientras agarra su pasta de
avellana favorita en la palma de la mano y cuelga los pies de la encimera
de la isla. —Dime exactamente lo que ha dicho otra vez.
Poniendo los ojos en blanco, detengo la masa de pizza que estoy aplanando en
la sartén. —Ya lo hice. Cinco veces. No lo haré por sexta vez.
Deja caer la cabeza hacia atrás y sumerge la cuchara en el tarro. —No eres
divertida, Piper. Sólo quiero ver cómo te pones colorada y femenina cuando me lo
cuentas. Hay una mirada en tus ojos.
Me burlo y alcanzo la salsa de tomate. —No tengo una mirada. Estás loca. —
Observando el tarro medio vacío en sus manos, estrecho la mirada hacia ella antes de
alcanzar el queso rallado de la encimera—. ¿Vas a espacio para la cena o vas a seguir
comiendo eso? ¿Quién viaja con crema de avellanas?
La sostiene más cerca de ella. —Lo hago, perra. No me juzgues. ¿Quién viaja
con un libro? No vas a ninguna parte sin uno en tu bolsa.
Parpadeo. —Mucha gente lo hace.
131
—Bueno, estoy segura de que la gente lleva avellanas para untar —contesta
ella con enojo, aunque ambas sabemos que no lo hacen—. ¿Recuerdas a esa chica de
primer año?
Me muerdo una sonrisa. —Oh, claro. Esa chica. Entre las tres mil que asistieron
con nosotros. Definitivamente la recuerdo.
Si tuviera algo que lanzarme ahora mismo, sé que lo haría. —Ugh, apestas.
Hablo de la que solía llevar mostaza de miel a todas partes. Como si fuera necesario.
Frunciendo la nariz, intento recordar a la persona de la que habla. Parece
alguien que vale la pena recordar. —No tengo ni idea de quién está hablando. Pero
es un poco raro —admito abiertamente.
—¿Un poco? ¡Mostaza con miel, Piper!
—Crema de avellanas, Jenna —digo sin palabras.
Ella salta del mostrador. —¿Podemos volver a hablar de ti y de tu sexy
profesor? ¿Vas a acostarte con él?
Dejo caer la bolsa de queso sobre la encimera y observo cómo se desparraman
los trozos por todas partes. Maldiciendo, los cepillo en una pila. —¿Por qué me
preguntas eso? No. No somos así.
Me ayuda a limpiar el desorden. —Pero tú quieres. Tienes que admitirlo.
—No tengo que hacer nada.
Me agarra la mano para detenerme. —Como tu mejor amiga, necesito
informarte de que estoy preocupada. Te quiero. Es porque te quiero que siento la
necesidad de expresar dichas preocupaciones.
—¿Preocupaciones?
Me gira para mirarla. —No quieres pedir ayuda. Siempre has sido así. Entiendo
que tienes que cuidar a Ainsley, pero puedes pedirme ayuda y vendré cuando lo
necesites. Como cuando un hombre maduro y caliente quiere salir contigo.
—Para trabajar...
—Dice que es trabajo. —Sus cejas se arquean—. Quiero que me pidas que
vigile a Ainsley para que te des una oportunidad.
Chasqueo la lengua. —No veo de qué se trata.
Su abrazo se hace más fuerte, la expresión de su cara es repentinamente seria.
—Me preocupa tu vagina.
Apartando las manos, sacudo la cabeza y vuelvo a centrarme en la pizza. —Eres
demasiado, Jen. Y deja de preocuparte por esa parte de mí.
Siento su mirada ardiente sobre mí. —No te has acostado con Easton. No me
digas que me equivoco porque sé que no ha estado en la casa ni en el pueblo. Y tú
estado de ánimo siempre es mejor cuando consigues algo a deshoras.
132
No digo nada.
—Pídeme que vigile a Ainsley.
—No voy a acostarme con Carter —susurro, sabiendo que Ainsley está viendo
la televisión en la otra habitación—. Y baja la voz. No necesito que te escuche.
Sus manos se levantan en señal de rendición. —Entonces, no vas a dormir con
él. No ahora. Pero puede que lo hagas más adelante si llegan a ese punto. Y... ¡No me
mires así, Piper! No hay nada malo en que intentes tener a alguien en tu vida. No
pongas excusas de por qué no puedes ser feliz.
Suspiro. —Soy feliz, Jenna.
—Pero Carter podría hacerte más feliz...
Una vez más, guardo silencio.
—¿Por favor?
—Lo nuestro es complicado —razono. Ella sabe que es mi profesor y eso no
parece disuadirla. Le gusta que me haya dado la oportunidad de asistir a él, y aún más
que nos hayamos conocido cuando era más joven. En su mente, tenemos sentido. ¿En
la mía?—. Seríamos un desastre.
—No lo sabes. —Entonces. —Pregúntame, Piper.
—No.
—Yo vigilaré a Ainsley.
La miro fijamente. Ella sonríe. Sacudiendo la cabeza, termino la pizza y la meto
en el horno sin mirarla. Sé que me está mirando porque me arde la nuca. Hará esto
toda la noche a menos que le diga que pare. Incluso entonces, encontrará otras formas
de molestarme.
Me giro, me agarro al borde del mostrador y la miro con ojos de cachorro. —
¿Por qué quieres tanto que salga con él? Hay mucho en contra de nosotros, sabes.
—Eres mi amiga —es su respuesta, encogiendo los hombros—. Quiero verte
feliz. Si las cosas con East no van a progresar como algo más que sexo casual, al menos
deberías intentarlo con Carter. Él te conoce, tu pasado, y podría ser capaz de ayudar
con el asunto de Danny.
Con la mandíbula desencajada, vuelvo a ocuparme de limpiar mis utensilios
sucios. —No sé a qué te refieres.
Ella ayuda, montando a mi lado para mojar un trapo para el mostrador. —Te
niegas a soltarlo porque te hace sentir algo. ¿Pero no quieres sentir algo más que
dolor? ¿Más que la pérdida? ¿Y si Carter puede darte eso, Piper?
¿Pero puede? —No creo que merezca la pena el estrés —admito en voz baja,
dejando correr el agua para los platos—. Él sabe que me gustaba. Todo el mundo lo
sabía...
—Eso fue entonces —me corta—. Él mismo lo dijo, amigo. Tienes una 133
oportunidad. Puede pasar cualquier cosa. Los dos son mayores, adultos que
consienten.
—Que tienen una dinámica complicada.
—¡Te vas a graduar pronto!
Entrecerrando los ojos, me giro para mirarla. Va en serio, me mira fijamente
con los brazos cruzados sobre el pecho. El trapo queda en la encimera, olvidado hace
tiempo. —¿Crees que eso cambia algo si la gente se entera de que ha pasado algo
antes? Sigue siendo una relación por la que ambos podríamos tener problemas.
—Bueno, no creo que debas esperar.
Respirando profundamente, cuento hasta cinco. —No creo que tengas nada que
decir. No es tu vida la que podría arruinarse. Es la mía.
Está callada, demasiado callada, y no tarda en aparecer el dolor en sus ojos.
Me siento mal, pero es la verdad. Su vida no ha dado un vuelco como la mía. Jenna no
tiene ni idea de lo que es estar en mi situación.
—Tengo que pensar en Ainsley —añado, apartándome de ella y fregando uno
de los platos del fregadero—. Sería egoísta pensar siquiera en involucrarme con
alguien como él.
—¿Por ella o por ti? —La contra pregunta me desconcierta, pero no vacilo en
pasar al siguiente plato sucio—. Lo digo en serio, Piper. Eres la reina de las excusas.
Entiendo que tengas dudas, pero no eres una persona temeraria. No es que te esté
diciendo que te acuestes con el chico de la clase delante de todos. Diablos, ignora al
otro. Ya has tenido una cita con él. Y no me digas lo contrario. Él pagó, aunque podrías
haber usado la tarjeta de regalo. Eso es una cita.
—No digas eso.
—Lo fue.
—Jen...
—¿Qué te preocupa tanto? —exige ella con firmeza—. Te quiero, pero
sinceramente a veces me molestas. El chico del que admitiste haberte enamorado
durante años por fin te da una segunda oportunidad. Te invitó a salir. Te ha pagado la
comida. Te está ayudando a terminar tu maestría. Puede que no conozca al tipo tan
bien como conozco a Easton... —Quiero decirle que no conoce a East, pero ni siquiera
estoy segura de conocerlo realmente—. Pero parece un buen hombre.
Definitivamente alguien a quien deberías darle una oportunidad. Ver a dónde va.
Mi corazón se estruja un poco al pensar en mi compañero de cuarto ausente.
Jenna se enteró por los rumores de que se supone que volverá mañana por la noche.
No sé cuándo, no he preguntado. Me digo a mí misma que no es asunto mío,
independientemente de nuestro régimen de vida.
—¿Qué es lo que realmente te detiene? —pregunta finalmente en voz baja, su
mano rozando mi brazo mientras se acerca a mí.
Cuando me encuentro con sus ojos, me muerdo el labio inferior y lucho contra 134
la avalancha de lágrimas que brotan allí y difuminan su imagen. —Todo.
Me abraza. —Estará bien, Piper.
Quiero creerlo.
¿Pero lo hago?

No sé cómo lo hace, pero Jenna consigue que acepte cuidar a Ainsley durante
la noche para poder corregir los trabajos con Carter en su oficina. Nada de cenas,
nada de salidas, sólo trabajo. Al menos, eso es lo que me digo a mí misma. Pero
cuando llego a su despacho a la hora acordada, a última hora de la tarde, el olor a
comida china que sale de la puerta abierta me hace entrecerrar los ojos y me hace
rugir el estómago.
Al llamar a la puerta, levanta la vista del ordenador y me sonríe. En la esquina
de su escritorio hay una bolsa con el logotipo de un conocido restaurante chino en la
parte delantera. He visto los vehículos de reparto ir y venir cuando me dirijo a mi
auto. —¿Has pedido comida?
Dejo caer mi bolsa junto a la silla habitual que ocupo y estudio las diversas cajas
y contenedores apilados dentro de la bolsa de reparto.
Me dedica una pequeña sonrisa y se echa hacia atrás en su silla, poniéndose
de pie para alcanzar la bolsa. —Me salté el almuerzo antes porque tuve que ir a casa
por una pequeña emergencia. Pensé en pedir algo de comida para nosotros mientras
trabajamos. —Sus cejas se levantan mientras saca uno de los envases, los labios se
mueven hacia arriba mientras me lo pasa—. ¿Sigues obsesionado con el pollo
agridulce?
Con las mejillas encendidas por el calor, acepto el recipiente lleno de mi plato
chino favorito y me dejo caer en el asiento. Los recuerdos de haber rogado a Jesse y
a Carter que me llevaran con ellos al restaurante chino del pueblo de enfrente donde
vivíamos se agolpan en mi mente. —¿Por qué siento que nunca viviré esos momentos
con ustedes?
Su risa baja me hace sacudir la cabeza mientras coloca todos los envases de
comida para llevar en su escritorio antes de volver a sentarse. —Jesse se empeñaba
en no dejarte venir cada vez que lo pedías, pero tú insistías en lo contrario.
—Jesse nunca me quiso cerca —refunfuño, abriendo la comida y buscando un
utensilio para usar—. Como dije antes, lo entiendo. Ustedes son mayores que yo y
probablemente no hubiera sido divertido tenerme junto a ustedes donde fuerais.
Me pasa unos palillos y un tenedor de plástico y me mira con complicidad. —
Nunca descubrí cómo usarlos, pero sé que tú sí. Y si te hace sentir mejor, siempre me
pareció bien que me acompañaras. Jesse tenía muchas cosas que hacer en ese
entonces.
Rompo el envoltorio de los palillos. —Sé que lo hizo. —Entre su madre y su
hermana, sólo quería estar a su lado—. Por eso quería estar cerca. Para cuidar de él.
Mostrar que me importaba. 135
Cuidado. Cuidado. La misma diferencia.
Me observa por un momento. —Sabe que lo haces. De hecho, hablamos el otro
día. Le mencioné que estabas haciendo tus prácticas conmigo. Me preguntó cómo
estabas.
Resoplo, cogiendo un trozo de pollo. —Apuesto a que le has dicho que estoy
montando en arco iris y unicornios por aquí. Que soy tu estudiante-asistente favorito.
¿Estoy en lo cierto?
La diversión ilumina sus rasgos. —Debo de haberme olvidado de aclararle lo
del arco iris y los unicornios, pero sabe que lo estás haciendo bien. Está orgulloso.
Me abstengo de poner los ojos en blanco, me meto un poco de pollo en la boca
y mastico lentamente mientras él se zampa su propia comida. Se echa hacia atrás en
la silla, con las mangas de la camisa remangadas hasta los codos, y me mira con la
cabeza.
Me retuerzo. —¿Qué?
Sus labios se frotan. —Nada.
—Estás pensando en algo. ¿Qué?
Apoya la caja de algún tipo de fideos en su regazo. —Eres diferente. Un buen
diferente.
Dejo el recipiente sobre su mesa, tomo una servilleta y me limpio los labios. —
Eso espero. Yo tenía, ¿qué? ¿Dieciséis, diecisiete años la última vez que nos vimos?
La gente tiende a cambiar en ese periodo de tiempo. Diez años, de hecho. —Se limita
a tararear en señal de acuerdo y procede a recoger su comida y a comer de nuevo—
. ¿Está todo bien? Dijiste que te habías ido a casa por una emergencia.
Asiente, toma un trozo de comida que se ha caído antes de que caiga en su
regazo y se lo lleva a la boca con el dedo. Por alguna razón, me quedo paralizada por
el movimiento y tengo que apartar la mirada antes de que me vea mirando. —Sí. Cap
se salió.
Mis cejas se fruncen. —¿Cap?
—Mi perro.
Me animo. —¡No sabía que tenías un perro! ¿De qué tipo es? ¿Es un niño o una
niña?
—Había olvidado lo mucho que te gustan los perros —reflexiona,
adelantándose y tomando una servilleta para él—. Es un gran danés al que le encanta
escaparse. Mis vecinos siempre me llaman cuando lo ven merodeando por los patios
de la gente. Por suerte, no se mete en el tráfico. Al gran bruto le aterrorizan los
vehículos.
—Mejor —estoy de acuerdo. Intento imaginármelo con un danés y sonrío para
mis adentros—. Parece el perro perfecto para ti. ¿Por qué Cap?
Noto el más leve enrojecimiento de sus mejillas, lo que me inclina a escuchar 136
su respuesta. —Le puse el nombre del Capitán América. Era eso o Steve, y
francamente, pensé que el Capi funcionaba mejor.
Una sonrisa humorística se extiende por mi cara mientras lo estudio. —De
acuerdo. Aunque Jesse llamó a un perro Bruce una vez por Batman, así que...
Los dos nos reímos.
—¿Tienes una foto? —Me muevo en la silla para ponerme cómoda mientras él
toma su teléfono y desliza la pantalla un par de veces. Cuando lo gira para mirarme,
una sonrisa aún más grande se dibuja en mis labios cuando veo el perro moteado de
blanco y negro que está a su lado—. Es un perro de culo enorme. Pero es bonito.
Apaga la pantalla de su teléfono y lo vuelve a dejar. —Es un buen chico. Aparte
de la rutina de escapada ocasional. Creo que se pone nervioso al estar solo durante
el día. Elizabeth solía...
Cuando se corta, inclino la cabeza preguntándome por qué. Chasquea la
lengua y se queda mirando su comida un momento. —Elizabeth se quedaba en casa
con él cuando era un cachorro. Creo que se acostumbró a ello y tiene algún tipo de
ansiedad por separación.
No es asunto mío. —¿La extrañas a veces? Mi madre la mencionó antes de
pasada. Ustedes estaban comprometidos. Incluso si se separaron amistosamente
tiene que haber algún sentimiento todavía.
Sin dudarlo, responde: —Por supuesto. Iba a casarme con ella. Pasar para
siempre con ella. Incluso si lo hubiéramos hecho, no me habría sentido miserable.
Éramos felices en su mayor parte. Contentos.
Frunzo el ceño ante eso. —Sin embargo, el amor debería ser algo más que
satisfacción.
—Exactamente.
Con ganas de más información, indago a pesar de que mi conciencia me dice
que no lo haga. —¿Qué le hizo darse cuenta de que la satisfacción no era suficiente?
Sé por experiencia personal que es difícil averiguar qué sentimientos son reales o no.
Me mira pensativo antes de dejar la comida frente a él y recostarse con las
manos en el estómago. —No se trata tanto de que los sentimientos sean reales o no.
No existen los sentimientos falsos. Para mí, se trataba más bien de ser consciente de
sus sentimientos para entender mejor los míos. Si fuera el amor de siempre, no
habríamos buscado otra cosa.
Cruzo las piernas bajo la silla, el interés burbujea en mi interior. —¿Qué
estabas buscando?
Durante un largo momento, no responde. En lugar de eso, mira fijamente como
si estuviera perdido en sus pensamientos. Cuando la punta de su lengua se desliza
por su labio inferior, sigo el movimiento con los ojos. Entonces mira y me descubre
mirando su boca. Mi cara se calienta de vergüenza.
Sus ojos se entrecierran ligeramente, pensativo. —No estaba seguro entonces,
pero creo que ahora sí. 137
Mis cejas se fruncen hacia abajo.
Recoge su comida. —Estoy buscando algo que sea fácil. Sin conversaciones
forzadas ni sentimientos heridos cuando me burlo. Quiero hablar del trabajo, de la
vida y de los viejos recuerdos. Lo que quiero es esto.
Me sorprende su respuesta y le miro fijamente con un nuevo tipo de
sentimiento en mi corazón. Esta vez no se aprieta con dolor, sino que bombea con
anticipación y nerviosismo. —Carter...
Hace un gesto hacia mi comida. —Come antes de que se enfríe. Aquí hay más.
Arroz, verduras, albóndigas. Todavía te gustan esos también, ¿verdad?
Mis labios se abren, pero no sale nada.
¿Qué está ocurriendo ahora?
—¿Puedo preguntarte algo? —Hace la pregunta con tal despreocupación que
casi olvido lo que acababa de decir.
—Eh... claro.
—Era Danny —murmura, —¿verdad? La persona por la que luchaste para saber
si tenías sentimientos reales o no.
Mis hombros se tensan y vuelvo a sentarme, picoteando mi comida para
entretenerme. —Nunca hubo duda de que sentía algo por él. Era él quien no sentía lo
mismo por mí. Eso es lo que siempre me confundió. ¿Cómo puede una persona
enamorarse perdidamente de otra que no siente lo mismo? Eso significa que todo en
lo que creo es una mentira.
Hace una pausa. —¿En qué crees?
—Que el amor verdadero sólo existe una vez —susurro a su vez, sin encontrar
su mirada. Me siento en la silla, mirando mi comida, ya sin hambre a pesar de que mi
estómago me dice que lo llene con cada fuerte olor a comida grasienta que respiro
de la selección que me rodea—. Que el desamor no puede hacerme daño más de una
vez. Que las cosas pasan por una razón.
Oigo que su silla se mueve por su peso inclinado hacia delante y siento el ardor
de sus ojos inquisitivos recorriendo mi cara. —¿Y ya no crees en esas cosas? Su tono
es grave, bajo, entretejido con un interés por el que mi corazón late con más fuerza.
Mojando mis labios secos, miro hacia arriba. —Si algo de eso fuera cierto,
nunca habría visto a Daniel McCray casarse con otra mujer, tener una hermosa niña y
fallecer.
Su garganta se tambalea, pero guarda silencio.
—Así que, sí. Todo lo que sabía era una mentira.
—Piper...
Me encojo de hombros, forzando una sonrisa que ya no es extraña en mi rostro.
Está tensa, incómoda, pero parece una máscara que indica que estoy bien. La forma
en que Carter me mira, me estudia con ojos marrones entrecerrados, me dice que
sabe que no lo estoy. 138
—Hay más de una persona para nosotros —afirma con una inclinación de
cabeza. Acomodándose en su asiento, sonríe de una manera que parece genuina, no
falsa—. Hay alguien para nosotros en cada situación, gente que necesitamos en el
momento.
Cuanto más se empapan esas palabras, más esperanza tengo en creer que tiene
razón. Tal vez un día pueda incluso afirmar que son ciertas. Un día podré decir que
he experimentado tres tipos de amor: el que perdí, el que encontré y el que
reconecté.
Pienso en Danny.
Sobre Easton.
...y miro fijamente a Carter.
—¿Está pasando algo aquí? —pregunto en tono audible, observando la comida
y la conversación que surge con demasiada facilidad.
—¿La verdad?
Asiento, escuchando cómo mi corazón bombea a un nuevo ritmo que no duele,
pero que me mantiene muy consciente de la forma en que su cuerpo se desplaza hacia
el mío. Su silla chirría, su cabeza se inclina y sus ojos se oscurecen. Me gusta cada
parte de él.
Dice cinco palabras.
Cinco palabras que lo cambian todo.
—Me gustaría que lo hubiera.
En ese momento, contengo la respiración.
Dejo que la piel de gallina me ponga los brazos.
Dejo que el dolor que se ha cocinado a fuego lento durante tanto tiempo dentro
de mí se libere en la naturaleza para que no pueda contenerse en el órgano que
tamborilea dentro de mi pecho. En su lugar, repito sus palabras en mi cabeza.
Me gustaría que lo hubiera.
Esas palabras marcan la diferencia.

139
L
a tarde que pasé con Carter terminó con el estómago lleno y una sonrisa
permanente en mi cara. Nuestra conversación se convirtió en una
reminiscencia entre la calificación de los trabajos. Nos hicimos bromas,
nos burlamos de las cosas que hacíamos de pequeños y él se reía cada vez que mis
mejillas se ponían rojas al recordar algo vergonzoso que hacía para intentar llamar su
atención.
Jenna se sintió decepcionada cuando llegué a casa a una hora decente sin ni
siquiera un beso en los labios, aunque le dije que no pasaría nada de eso. Cuando
terminamos de calificar las tareas, Carter me preguntó si quería sobras, mencionó
volver a cenar algún día, y sonrió antes de despedirse. Nada era incómodo, y la
sonrisa en mi cara, la que todavía vacilaba allí, es la única razón por la que Jenna no
me presionó.
Estoy sentada en el suelo del salón con Ainsley jugando a la fiesta del té cuando
empieza a hacerme señas sobre la falsa comida que tenemos delante. Nuestro
próximo curso comenzó ayer, y sé que la siguiente etapa mejorará nuestra
comunicación de formas que sólo había soñado. Ella está abierta a hablar de esta
140
manera, y eso descongela la preocupación que ha recubierto mi corazón todo este
tiempo.
Estamos en medio de un falso té con galletas cuando la puerta principal se abre
por primera vez en mucho tiempo. Tanto Ainsley como yo la miramos mientras Easton
se abre paso, y sus ojos encuentran inmediatamente los nuestros donde estamos
sentados alrededor de la mesa de centro. Su mirada se desvía hacia el juego de
comida y platos, los mismos que le compró para Navidad, antes de inclinar la cabeza.
Se acerca el mes de marzo, pero el frío no ha desaparecido. El aire frío entra
detrás de él mientras cierra la puerta con llave, y el frío me pone la piel de gallina en
los brazos. —Bienvenido —le digo en voz baja.
Su agarre de la correa de su mochila negra que cuelga de su hombro se afloja,
y luego se aprieta mientras examina la sala de estar. Hay juguetes esparcidos por
todas partes de las travesuras de Ainsley durante el tiempo de juego y un fuerte de
manta parcial está construida junto al sofá. Intenté hacer uno como el que él hizo el
día que la vigiló, pero cuando Ainsley y yo retrocedimos para examinar el horrible
trabajo que hice, ella me tiró de la camiseta y firmó: —Él lo hizo mejor.
—Piper. Amiga.
Una vez más, en la cara de Ainsley se dibuja una sonrisa por su especial apodo.
Cada vez que veo la franja blanca de su sonrisa feliz, me toca la fibra sensible. —¿Qué
tal la convención? —Deja de avanzar hacia las escaleras para mirarme, sin decir nada.
Me aclaro la garganta—. Jenna vio el cartel en la puerta de la tienda.
Su barbilla se inclina. —Estuvo bien.
Me froto los labios y asiento antes de levantarme. —¿Te importa si hablamos
un minuto? Estoy segura de que estás ocupado, pero... —Dejando que mis palabras
se desvanezcan, me roe el interior de la mejilla mientras contempla su respuesta.
Cuando por fin inclina la cabeza, le hago una señal a Ainsley de que ya vuelvo y lo
sigo arriba.
Cuando abre la puerta de su habitación y entra sin mirarme, dudo. Se me hace
raro entrar en sus dominios cuando él siempre ha entrado en los míos. Me detengo
en la puerta y echo un vistazo a las paredes de color beige, como el resto de la casa,
y observo que hay muy pocos objetos personalizados en la habitación. No hay marcos
de fotos ni baratijas ni pósteres, sólo una estantería con algunos libros, una mesilla de
noche que no coincide con el marco de su cama con una luz encima y una cómoda con
una planta medio muerta encima y algo de ropa doblada al lado.
Su ropa de cama es oscura, su cortina clara, y nada de lo que veo es ... Easton.
Pero, ¿qué sé de él? Es tranquilo, cauteloso y bueno en la cama. Se lleva bien con los
niños, o al menos con Ainsley, y te daría la camisa de su espalda. Su amor por el
diseño artístico le hizo prosperar como artista del tatuaje, y su mejor amigo y
copropietario es la única persona con la que parece hablar además de conmigo.
—¿De qué querías hablar? —refunfuña, dejando su bolsa en la cama y
volviéndose finalmente hacia mí. 141
—¿Dónde están todas tus cosas? —suelto.
Sus cejas se levantan. —¿Qué cosas?
Dudo, arrepintiéndome incluso de haber preguntado cuando oigo la irritación
en su tono. —No tienes ninguna foto.
La respuesta cortante llega rápidamente. —No tengo a nadie que valga la pena
recordar. —Me atraviesa el corazón mientras se vuelve hacia su bolsa y saca ropa y
algunas otras cosas—. ¿Es eso todo lo que querías hablar? Tengo cosas que hacer.
Mi mandíbula hace tictac. —No tienes que ser un idiota, Easton. No es que te
importe, pero me preocupé cuando no volviste a casa.
Su espalda se endereza, los hombros se echan hacia atrás mientras se enfrenta
bruscamente a mí. —¿Por qué te importa?
Parpadeo. —Porque yo... sí. —Cruzando los brazos sobre el pecho, añado: —
No sé si eso es algo ajeno a ti, pero tienes gente a la que le importa una mierda.
Podrías haberme mandado un mensaje diciendo que te ibas a ir una temporada y así
no pensaba que había pasado nada malo.
—Detente —dice con fuerza.
Mis ojos se abren de par en par. —¿Detener qué?
—No tengo que informarte, Piper.
Al separar los labios, me faltan las palabras para responderle. Sé que no tiene
que informarme. Me lo he recordado muchas veces. ¿Pero no ve que me importa?
¿Que somos amigos? —Ya lo sé. Yo sólo...
—¿Qué? —desafía.
—Jesús. —Levanto las manos—. ¿Por qué estás siendo tan idiota? Pensé que
éramos amigos. Los amigos se dicen si van a estar fuera, así la gente no piensa que
están atrapados en una zanja en algún lugar herido. Siento mucho haberme
preocupado por ti. Intentaré que no me importe la próxima vez.
Empezando a alejarse, lo oigo maldecir antes de llamarme. —Detente. Es que...
mierda, estoy cansado. No era mi intención romper. No sé cómo hacer lo de los
amigos.
Eso me detiene. —Tienes a Jay.
—Sí, bueno, no me he acostado con él.
Me encojo y me vuelvo a girar lentamente para mirarlo. Apoya la palma de la
mano en el marco de la puerta. —Puedo ver que eso nos pone en una situación
incómoda. Eso no significa que no pueda preocuparme por ti.
Sólo se frota la nuca.
—Pero tienes razón. No me debes ninguna explicación sobre a dónde vas o con
quién te vas —cedo suavemente—. Si ha sonado así, lo siento. Es que... —Sus ojos se 142
quedan clavados en mi cara a la espera—. Danny murió saliendo de mi apartamento.
Accidente de auto. No lo supe hasta que Mable me llamó porque el hospital se puso
en contacto con ella para identificar el cuerpo.
Otra maldición escapa de sus labios. —No lo sabía.
Me encojo de hombros. —No nos conocemos —es todo lo que le ofrezco,
sonriendo lo mejor que puedo—. Sólo quiero que sepas que quiero que seamos
amigos. Si eso es demasiado raro, lo entiendo. La forma en que dejamos las cosas el
otro día fue... Una mierda, sinceramente. Sin embargo, no voy a insistir en nada que
te haga sentir incómodo.
—No me haces sentir incómodo.
—Estabas enojado conmigo —murmuro.
—Más conmigo mismo —murmura, lo suficientemente alto como para que lo
oiga. Pero no creo que haya querido que yo lo oyera. Se aclara la garganta y se sienta
en el borde de la cama, apoyando los codos en las rodillas, y mira alrededor de la
habitación—. Estuve en el sistema hasta los dieciocho años. Nunca me adoptaron.
Nunca encontré un buen hogar. No tengo familia que valga la pena enmarcar y exhibir
en ningún sitio. Jay y yo no nos hacemos fotos juntos, y él es el único que tengo.
Además de ti.
Dice la última parte en voz tan baja que casi está llena de incertidumbre. No
tarda en desaparecer de sus facciones, como si la duda sobre nuestro estado no se le
hubiera pasado por la cabeza.
Le dirijo una mirada triste. —No lo sabía.
—No quería que lo hicieras.
—Si alguna vez quieres hablar de ello...
Sacude la cabeza. —El pasado es el pasado, Piper. Hay una razón por la que no
me detengo en él. Hay cosas que no se pueden cambiar. Así es la vida. Sé que soy
afortunado aunque nunca me hayan adoptado ni me hayan dado una oportunidad.
Nunca me golpearon, descuidaron, mataron de hambre o abusaron de mí como lo
hacen tantos otros en el sistema. He oído cosas horribles y he aceptado que salir
indemne es nada menos que un milagro. Eso es todo lo que importa. Todo lo que hay
que decir.
Frotándome el brazo, consigo asentir aunque no esté de acuerdo. Eso tiene que
pesar en su conciencia aunque finja que no. —¿Te importa que te pregunte por tus
padres biológicos?
—No sé mucho sobre ellos.
—¿Nunca has intentado preguntar?
Sus ojos se oscurecen mientras se restriega una palma de la mano por un lado
de la cara, los músculos de su brazo se flexionan por el movimiento. —Me dijeron que
eran jóvenes cuando me abandonaron en las escaleras de una iglesia para que un
pastor me encontrara a la mañana siguiente. Tenía frío, me costaba respirar y tuve 143
que estar en el hospital durante un mes para recuperarme antes de que vinieran los
trabajadores sociales y me llevaran. Nunca los encontraron. Nunca pregunté.
Puedo ver por qué no lo haría. A veces es mejor no hacer preguntas si no
quieres las respuestas. Por otra parte, siempre he sido lo contrario. —¿No crees que
alguna vez te preguntarás?
—Piper. —Suspira con fuerza—. No, creo que nunca me preguntaré por qué me
entregaron. Lo hicieron por las razones que consideraron justificadas y se acabó.
Estoy contento con mi vida. ¿Por qué iba a interrumpir eso?
Mi mente se dirige instantáneamente a la conversación que tuve con Carter en
su despacho. —No deberías conformarte con la satisfacción. Escucha, obviamente
haces lo que es mejor para ti. Te apoyaré pase lo que pase porque eso es lo que hacen
los amigos. Pero si alguna vez sientes la necesidad de hablar, que sepas que estoy
aquí.
No dice nada.
Chasqueando la lengua, empujo los dedos de mis pies desnudos contra la
alfombra. —Sobre antes de que te fueras... —Aprieto los labios un momento antes de
asentir una vez para darme ánimos—. Siento haberte molestado. Cuando salí antes,
realmente no era una cita.
Su ojo se estremece. —Antes —repite lentamente, desviando la mirada—.
¿Supongo que has cenado desde entonces?
Intento mantener mi voz uniforme. —Nos pidió algo. —No sé por qué se lo digo.
Tal vez sea porque parecía tan definitivo cuando me dejó plantada, como si no le
importara porque sólo nos acostábamos—. De todos modos, lo siento. Como dije,
estoy aquí si necesitas algo. Compañero de piso. Amigo. Lo que sea.
Se limita a mirarme. —¿Y tú?
Eso me toma desprevenida. —¿Y yo qué?
—¿Estás contenta? —Cuando me doy cuenta de que está preguntando por
Carter, dejo que mis labios se separen mientras el oxígeno inunda lentamente mis
pulmones. Hay muchas cosas que podría responder. Podría ser honesta, podría
mentir, o podría evitarlo por completo. Pero lo que le he dicho es en serio. Quiero
estar ahí para él, lo que significa que es una calle de doble sentido.
—Estoy trabajando en ello —admito.
Simplemente asiente.
—Tú también deberías —añado—. Trabajar para ser feliz, quiero decir. Nadie
debería conformarse con menos. La vida es demasiado corta para eso. —Se me
quiebra la voz al pensar en Danny. Él había sido feliz, lo sabía. Willow lo hizo así.
Ainsley. Mable. A mí. Estaba rodeado de la clase de felicidad que yo también me
esforzaba por experimentar.
Su muerte me quitó eso. Tal vez, sólo tal vez, Carter pueda cambiar eso. Y por
la forma en que Easton me observa durante un largo y tendido momento, me pregunto
si él también tiene a alguien con quien está dispuesto a encontrar la felicidad. 144
Parpadea. —Sí, Piper. Trabajaré en ello.
Sonrío.
No devuelve la sonrisa.

Dar clase a Carter se ha convertido en la parte favorita de mi día. Estar frente


al aula se siente natural, me despeja la cabeza de todo, excepto de lo que hay en el
momento. Carter podía ver eso cuando me observaba, yo también lo notaba. También
lo ignoraba porque no podía arriesgarme a mirarlo como quería.
Cuando el aula se vacía cada vez, mi corazón se acelera mientras limpiamos
nuestras cosas y escuchamos a las hordas de estudiantes que entran y salen del
edificio fuera del aula. Hay algo que perdura en el aire, un sentimiento, un
pensamiento no expresado.
Hoy somos más lentos. Recogemos cada papel con estrategia. Él se mantiene
cerca de mí mientras recoge su libro de texto y hace la maleta, y yo sigo mis
movimientos que llevan mi brazo a rozar el suyo. No hay más sonidos que el golpe,
golpe, golpe de los latidos de mi corazón.
Es cuando ya no hay nada que recoger y guardar y apenas unos metros nos
separan de la puerta cuando por fin nos miramos. Yo a través de mis pestañas, y él
directamente sin disculparse. Esos ojos marrones me calientan las mejillas y agitan
mi mente con el estímulo que he recibido de Jenna y de mi propia conciencia.
—¿Hay algo aquí?
—Me gustaría que lo hubiera.
No hemos hablado de ello, pero tampoco lo hemos eludido. Nos hemos
limitado a hacer lo que hemos venido a hacer: enseñar y aprender. Y eso hace que
esto sea más fácil. Esto. A nosotros. Sea lo que sea.
—Lo estás haciendo bien —dice suavemente, golpeando mi hombro con el
suyo—. Se nota que te encanta estar ahí arriba.
Mordiéndome el labio, me coloco el bolso en el hombro. —Se siente bien estar
ahí delante de ellos. No estaba segura de que este fuera el camino correcto para mí
cuando empecé. Era demasiado tímida.
Ladea la cabeza. —Nunca fuiste tan tímida mientras crecías. ¿Qué ha
cambiado?
Mis hombros se levantan por sí solos. —Lo hice, supongo. Tiempo.
Practicabilidad. —Comenzamos a caminar hacia la puerta uno al lado del otro—.
Cuando estaba en la universidad, elegí la carrera de Historia porque es la única
asignatura que me gusta. El pasado me fascina. Ver lo que depara el futuro gracias a
él siempre me ha mantenido alerta. Pero entonces ocurrió el accidente de Danny, y
no estaba segura de que fuera a terminar la carrera porque no tenía un plan de acción.
Y con Ainsley a mi cargo, sabía que necesitaba uno. 145
—Así que decidiste enseñar —confirma.
Asiento y le agradezco que me haya abierto la puerta de salida mientras
salimos al aire fresco de la mañana. —Tenía sentido. Mucha de la gente con la que
tuve clases estaba haciendo un máster en enseñanza o ya tenía una doble titulación
en ese camino.
—Pero te encanta. Puedo verlo.
Le sigo por el abarrotado camino pavimentado de estudiantes que se dirigen a
diversas clases. No tardo en formular una respuesta porque sé en mi corazón que la
tengo. —Me enamoré de tener un plan. Siempre había sido organizada. Mis amigos
se burlaban de mí porque me gustaba la escuela y me concentraba en las
calificaciones y trataba de estar al tanto de todo, pero mi futuro era algo que siempre
parecía incierto. De una manera horrible, Danny me dio uno. Sólo que no el que pensé
que me daría.
—Te dio a Ainsley.
Me lamo el labio inferior antes de metérmelo en la boca, con el corazón aliviado
de ternura por la pequeña rubia de fresa que tengo en la cabeza. —Me dio alguien a
quien amar.
Con la mirada fija en el suelo salado mientras caminamos hacia el edificio de la
administración con su despacho dentro, me cuesta tragar más allá del nudo en la
garganta cuando me repito esas palabras.
Danny no podía amarme.
Él lo sabía. Yo lo sabía.
Pero me dio a alguien que podía.
Se me llenan los ojos de lágrimas que me duele contener. Antes de que pueda
detenerlas, una rueda por mi mejilla y cae al suelo. Carter murmura algo antes de
tirar de mí hacia el edificio.
Estamos en silencio hasta que llegamos a su despacho. Desbloquea la puerta y
me guía suavemente hacia dentro. Ni una sola persona nos ha mirado en todo el
camino, sin preocuparse, sin saber.
Y cuando la puerta se cierra detrás de mí...
—Piper —susurra, atrayéndome hacia su cuerpo en un fuerte abrazo. Me
derrito en su calor, enterrando mi cara ahora húmeda en su camisa y rodeando su
torso con los brazos. Su mejilla se apoya en la parte superior de mi cabeza.
—No estoy triste. Estoy... —¿Cómo estoy? Sacudo la cabeza y me quedo en la
posición en la que estamos, necesitando esto. Necesitando que me abrace y
permanezca en silencio y que sólo sea calor en una estación fría. Cuando mis
pensamientos se recomponen, muevo mi cara lo suficiente como para hablar sin
desordenar mis palabras en su pecho—. Estoy feliz de tenerla, pero eso significa que
fue a costa de él, de su vida, Carter. Tuvo que morir para que yo sintiera un amor tan
impenetrable por otro humano. Y me odio por ello. 146
—Oye... —Su abrazo se estrecha en mi cuerpo, uno de sus brazos se desliza lo
suficiente como para engancharse alrededor de la parte baja de mi cintura y tirar de
mí con más fuerza contra su cuerpo—. No tienes que odiarte por eso. No tienes
motivos para sentirte culpable ni para hacer nada malo sólo porque amas a su hija. Te
dio un regalo porque confió en ti. Danny sabía lo que hacía cuando te dio esa
responsabilidad.
¿Pero lo hizo? ¿Sabía él que mi futuro no estaba planeado? O que había días en
los que apenas podía funcionar por mi cuenta. Estaba aislada. Odiaba salir.
Consideraba la universidad como un periodo de estancamiento, así no tenía que vivir
la vida todavía.
Cuanto más pienso, más me doy cuenta de que lo hizo. Carter tiene razón.
Danny sabía exactamente lo que estaba haciendo cuando puso mi nombre en ese
pedazo de papel que cambió mi vida para siempre.
No estaba resentido con él.
No por no quererme.
No por darme a Ainsley.
Las cosas suceden por una razón.
Cuando me separo y parpadeo con los ojos llorosos y doloridos, su expresión
es suave mientras me estudia. Sube una de sus manos y me roza la mejilla húmeda
con el pulgar, mientras se inclina hacia delante y me da un ligero beso en la otra.
Mi corazón se detiene.
Mi respiración se mantiene.
Y cuando se retira y sonríe con la palma de la mano ahuecando la mejilla, sé
que estaré bien porque lo tengo de alguna manera, de alguna forma y de algún modo.
—Siempre estaré aquí si necesitas hablar, Piper. Lo sabes, ¿verdad?
Golpe, golpe, golpe.
Mis labios se separan. —Lo sé.
En este mismo momento, con poco espacio entre nosotros, siento el cambio.
Me mira bajo una nueva luz. No como la adolescente que solía conocer, ni como la
hermana pequeña de su mejor amigo. Y definitivamente no como su estudiante.

147
E
s más de medianoche cuando bajo las escaleras, con los ojos cansados y
dolor de cabeza, sin poder conciliar el sueño. Después de tomar un par
de pastillas y tumbarme en la cama sin suerte, lo único que quería era un
vaso de agua fría y ruido de fondo.
Acurrucada en un ovillo en el sofá, apoyo la cabeza en los cojines amontonados
y cierro los ojos cuando pongo un programa para sentirme bien. El palpitar de mis
sienes solo se alivia cuando bajo el volumen y aflojo el cuerpo para acomodarme en
los cojines.
No estoy segura de qué hora es cuando oigo una suave voz que me pregunta:
—¿No puedes dormir?
Abriendo los ojos, veo a un Easton sin camiseta, en pantalones de deporte
negros, con un vaso de agua en las manos. —Dolor de cabeza.
Se sienta en el sillón. —¿Tomas algo para eso? —Sorbiendo su agua, me mira
con ojos recelosos—. Estás pálida.
No le digo que me he quedado hasta tarde haciendo los deberes, corrigiendo
148
trabajos y pensando en Carter y en la cena a la que me invitó el día anterior. El estrés
y el exceso de pensamientos tienen mucho que ver con el estado actual de mis sienes.
—Ya tomé algunas. Gracias.
Hace un ruido afirmativo.
—¿Tampoco puedes dormir? —A primera vista, no parece tan cansado. Llegó
a casa temprano y subió después de saludarnos a Ainsley y a mí, donde yo la ayudaba
a hacer los deberes en el salón.
—No.
No le pregunto si quiere hablar porque sé que lo haría si quisiera. —Lo siento.
Se frota la mandíbula bien afeitada. —Está bien. ¿Qué estás viendo? —Sus ojos
se dirigen a la pantalla del televisor, que muestra una de mis favoritas—. Parece
femenino.
Es un extraño reality show que, sinceramente, no creí que me fuera a gustar,
pero lo hace. —Lo es, pero no está mal. Ponen a un grupo de personas en este edificio
sin ninguna interacción cara a cara. Sólo pueden hablar a través de mensajes de texto.
Parpadea y hace una mueca.
Reprimo una carcajada. —Es un programa de placer culpable. Hay gente que
hace catfish 1 a los demás, pero hay mucha gente auténtica que sigue siendo ella

Catfish: Cuando alguien configura un perfil en línea falso para engañar a las personas que buscan el
1

amor, generalmente para sacarles dinero


misma durante todo el juego. Se expulsan unos a otros mediante un sistema de
puntuación anónimo.
—Así que, es Gran Hermano con Supervivientes.
Esbozando una sonrisa, respondo: —Más o menos.
No dice nada más mientras lo ve conmigo, haciendo ruidos cuando alguien dice
algo raro, o los jugadores coquetean demasiado para crear alianzas. Easton no es un
coqueto, no es intencional. Pero me pregunto si se da cuenta de que no necesita serlo.
Basta con que le eche una mirada intensa a alguien para que las bragas de todas las
mujeres se derritan.
Resoplo para mis adentros, llamando su atención. —¿Qué es tan gracioso?
Tratar de hacer pasar como si alguien hubiera hecho algo divertido ni siquiera
funcionaría porque no está pasando nada interesante en este momento. —Sólo estaba
tratando de imaginarte en el juego.
Se queda callado.
—Te expulsarían muy rápido.
—¿Por qué?
Lo miro, sentándome ligeramente para verle mejor. —Bueno, tendrías la
ventaja de la apariencia con las damas si eligieras usar tus fotos reales. Pero es la 149
personalidad la que mantiene a la gente en el juego. Como el bromance entre Max y
Alex. Están formando conexiones. Ya sabes, usando palabras.
Una de sus cejas se levanta. —¿Estás diciendo que no sé usar mis palabras?
Chasqueo la lengua. —Digo que hace falta alguien con una fuerte personalidad
para ganar este tipo de juego. Alguien que esté dispuesto a coquetear con la gente
adecuada y a hacerse amigo de los demás para mantenerse a salvo.
Otro ruido de garganta sale de él. —Yo lo haría al menos un par de días. Hay
mejores formas de caerle bien a la gente si mi personalidad no funciona.
Poniendo los ojos en blanco, le recuerdo algo importante. —No puedes
acostarte con los concursantes, Easton. Hay cámaras literalmente por todas partes en
los apartamentos. Aunque te dejaran conocerlas cara a cara, solo estarías creando
porno.
—¿Y a quién no le gusta el porno?
Mis dos cejas se alzan ante esa pregunta mientras el calor sube por mi nuca.
Supongo que me tiene ahí, pero decido no comentarlo. —Si te hace sentir mejor, a mí
también me habrían expulsado al principio.
—No lo creo. Si vas como tú misma, la gente te querrá. —Su voz es inusualmente
suave al pronunciar el dulce sentimiento que hace que mis labios se estiren hacia
arriba.
Aliviando el dolor de cabeza, suelto un suspiro. —Eso es dulce, pero siento que
la desventaja sería mi alianza con los chicos. Todos están coqueteando para tratar de
hacer las conexiones correctas. Casi todos los que juegan de verdad lo hacen para
mantenerse dentro. Soy una coquetea terrible. Hablamos de lo incómodo que es.
—Ahora siento que me he perdido —reflexiona, tomando su agua para
terminarla.
Sacudo la cabeza. —Créeme, te estoy salvando. No querrás volver a hablar
conmigo.
—Lo dudo.
Tarareando, vuelvo a centrarme en la televisión. —O todos pensarían que soy
tan irresistiblemente adorable que todos querrían meterme en sus bolsillos traseros.
Su risa hace que mi sonrisa crezca. Puede fingir que no le parece interesante
este programa, pero lo ve como si lo hiciera. Me doy cuenta de que está calculando
quiénes serán expulsados y quiénes formarán las alianzas que los salvarán. Cuando
se echa hacia atrás y abre la pierna para ponerse cómodo, sé que querrá ver el
siguiente episodio.
Así que lo hacemos.
Me despierto cuando algo me apuñala en la caja torácica y hace que el dolor
me recorra el cuerpo. Cuando abro los ojos, me encuentro al instante con una cara
llena de cabello fresa metida delante de mí y un codo puntiagudo clavándose en mi
costado. Hago una mueca de dolor y trato de no despertar a la niña que se arropó en 150
el sofá en algún momento de la noche anterior. Cuando oigo un leve ronquido, me
doy cuenta de que Easton sigue sentado en la silla con la cara apoyada en el respaldo.
Todos dormimos en el salón.
La vejiga me pide a gritos que la vacíe, y trato de averiguar cómo levantarme
sin despertar a Ainsley. Apenas hay luz, lo que me indica que tenemos tiempo antes
de que se levante, así que me muevo ligeramente y prácticamente grito cuando una
voz corta el silencio. —¿Necesitas ayuda?
Me muerdo el labio para no hacer ruido y dejo que mis ojos cansados vuelvan
a mirar a mi compañero de piso. Se restriega los párpados adormilados mientras
bosteza e inclina la cabeza hacia Ainsley. Asiento, viendo cómo se levanta y gira el
cuello antes de acercarse y cargarla con cuidado. La acuna contra su pecho mientras
yo me deslizo fuera del sofá, luego la baja lentamente y tira de una manta para
cubrirla.
Y los observo con algo que me llena el pecho y que no puedo descifrar. Como
no quiero analizarlo, me escapo al baño para hacer mis necesidades y me lavo
rápidamente las manos, me paso un cepillo por el cabello y vuelvo a bajar para ver a
Ainsley que sigue durmiendo a pierna suelta donde la dejó Easton.
Lo escucho hacer ruido en la cocina. Cuando entro, hace un gesto hacia la
cafetera que ya ha encendido. —Debería estar listo en un momento. ¿Quieres que
prepare el desayuno?
Lo miro y pienso, gracias.
Es mi primer pensamiento, pero hay muchos más que lo acompañan. No me
permito reflexionar sobre ellos mientras tomo una taza del armario y la pongo sobre
la encimera. —Sólo si tú tomas algo. Sé que probablemente quieras correr esta
mañana.
La palma de su mano se extiende detrás de su cuello y amasa la piel. —No, creo
que hoy me lo tomaré con calma. He dormido mal y creo que me he dado un tirón.
—Aquí. —Camino detrás de él y me acerco, tomando su mano y palpando los
nudos de su cuello y hombros. Trabajando en ellos, gira la cabeza hacia delante y
gime cuando clavo mis pulgares en una de las zonas más difíciles.
—Mierda. Eso se siente bien.
—Estabas torcido cuando me desperté —observo en voz baja, intentando que
el nudo se afloje—. No me sorprende que estés dolorido.
Él no responde, sólo absorbe el mensaje que le estoy dando. No pienso en que
no debería tocarlo, aunque sea inocentemente. Un amigo ayudando a otro amigo. Dos
compañeros de piso. Pero entonces se da la vuelta y me mira, mis manos se desplazan
para trabajar la parte superior de sus hombros mientras me observa con ojos oscuros.
Dejo escapar un suspiro tranquilo mientras él me observa con la misma
intensidad que me debilita las rodillas. Mi corazón reacciona de una manera, con
plenitud, y mi cuerpo con otra. Él no hace ningún movimiento. No hay ningún beso ni 151
tacto ni palabras que hagan que esto sea algo más que un simple masaje en sus
hombros.
Pero el aspecto...
Es el primero en dar un paso atrás, con las fosas nasales encendidas. —¿Qué
tipo de huevos quieres? Creo que todavía tenemos cosas para hacer tortillas.
Tardo un momento en encontrar las palabras, ya que mi cuerpo sigue ardiendo
por lo que acaba de pasar entre nosotros. —El revuelto está bien para Ainsley y para
mí. Puedo poner las tostadas.
—¿Tocino?
—No tenemos.
—¿Quieres que te traiga algo hoy?
Me detengo, vacilando con el lazo que mantiene cerrada la bolsa de pan. Me
sacudo y sonrío. —Sí, eso sería genial.
Nos ocupamos del desayuno. Yo con las tostadas, él con los huevos. Cuando el
café está hecho, lleno la taza y envuelvo mis manos codiciosas alrededor de la taza y
respiro el fuerte aroma que ayuda a despertarme un poco más rápido. Bebiendo la
mitad antes de decidirme a despertar a Ainsley, dejo tres platos sobre la isla y coloco
los cubiertos junto a ellos mientras él termina los huevos.
Cuando Ainsley se levanta y se sienta a mi lado frente al plato que Easton se
apresura a cubrir de comida, observo la escena con un nuevo tipo de interés. Todo lo
que hay en ella es doméstico. Normal. Cuando el desayuno está delante de todos
nosotros, espero a que Ainsley y él empiecen a comer antes de dejar que mi mirada
se pasee por los dos.
Ainsley no se da cuenta en absoluto.
Pero Easton sí.
Y la mirada que me echa...
Bajo rápidamente la mirada, demasiado insegura y desconfiada para mantener
la mirada. Me concentro en mi comida, en Ainsley, en que mi dolor de cabeza ha
desaparecido.
Cualquier cosa menos Easton.

152
P
or primera vez en años, marzo deja atrás el invierno y nos ofrece un
tiempo de cincuenta grados durante las dos primeras semanas. No hay
nieve, sólo sol. Me deja respirar un poco más tranquila cuando llevo a
Ainsley a la escuela y a mí al campus. No hay que dar ánimos antes de ponerme al
volante ni más ataques de pánico cuando el hielo cubre las carreteras.
Las flores del césped delantero plantadas alrededor del cornejo empiezan a
florecer, mezclándose con las bonitas flores blancas de las ramas que hay encima. Le
dan color al patio, que de otro modo sería de un verde y un marrón turbios por la
nieve derretida y el barro. Pero no me quejo, ni siquiera cuando Ainsley decide salir
a la calle con su ropa buena y sus botas de lluvia para saltar hasta ensuciarse de pies
a cabeza.
Ella sonríe. Al igual que yo, le encanta el buen tiempo. No sé si es porque puede
salir a jugar más fácilmente o porque la primavera le recuerda a su padre. A Danny
le encantaba la primavera. Él y Willow siempre comentaban cómo todo vuelve a la
vida después de meses de una oscura depresión que parece vacía.
153
Chasqueando la lengua mientras ayudo a Ainsley a terminar de secarse de su
necesario baño, le paso un cepillo por el cabello húmedo y observo lo largo que se
ha vuelto. Cuando me mira a los ojos en el espejo que tenemos delante, me doy cuenta
aún más de lo mucho que se parece a Danny. Hay trozos de su madre mezclados en
sus suaves rasgos, pero mi difunto mejor amigo es quien me devuelve la mirada.
La emoción me atasca la garganta, me aclaro y le beso la mejilla una vez alisado
el cabello. —Te he dejado ropa en la encimera. Cámbiate, ¿de acuerdo? Bajaremos a
preparar la cena.
Se apresura a reunirse conmigo fuera de la habitación y me lleva de la mano
hasta abajo. Me pregunto qué estará pensando hoy. Desde que volvimos a casa del
centro recreativo después de nuestra clase, se ha aferrado a mí. No me importa ni un
poco; verla jugar fuera y sonreír con ojos brillantes a la luz del sol me hace más feliz
de lo que he sido en mucho tiempo. Pero también sé que comparte algo más que el
aspecto de su padre. Al igual que él, prefiere estar sola a menos que tenga algo en
mente.
Cuando pongo en marcha una olla de agua hirviendo, me vuelvo hacia ella y le
hago una señal: —¿Está todo bien?
Se queda mirando mis manos un momento, con el labio inferior metido en la
boca. Una señal segura de que algo pasa. Pero finalmente asiente como si todo
estuviera bien.
Puedes hablar conmigo, Ainsley.
Sus ojos se dirigen al suelo.
Me arrodillo y le doy unos golpecitos en la barbilla hasta que me mira a los ojos
con esos preciosos ojos marrones que tanto me gustan. En lugar de hacer señas, le
tomo la mano y sonrío. Sus manos se mueven como si tuvieran ganas de firmar, pero
permanecen a su lado.
Le digo: —Te quiero, Nugget. Lo que tengas en mente puedes decírmelo si
quieres. No te forzaré de ninguna manera. Sólo que sepas que estoy aquí. —
Acariciando su frente, me pongo de pie y me vuelvo hacia el agua de la estufa que
apenas comienza a burbujear en el fondo.
Una pequeña mano rodea la mía y tira de ella, haciendo que mi atención se
dirija hacia el labio tembloroso de la cara de Ainsley. Ella firma tres palabras que
asaltan mi corazón.
Extraño a papá.
Mis brazos la rodean al instante y los suyos se aferran a mi cuello. La levanto
hasta que sus piernas me rodean la cintura. Apago la hornilla de la estufa y nos
conduzco al salón al mismo tiempo que se abre la puerta principal. Easton entra con
bolsas de papel en los brazos y mira entre nosotros con la preocupación grabada en
el rostro mientras cierra la puerta de una patada.
Me limito a sacudirle la cabeza.
Aprieta los labios y asiente una vez, desapareciendo en la cocina. Me siento en 154
el sofá con Ainsley abrazada a la vida, y absorbo el dolor y la herida como puedo. Le
doy besos en la frente, le paso los dedos por el cabello y la dejo llorar.
A veces necesitamos eso, que nos abracen mientras nuestros sentimientos se
manifiestan. Durante mucho tiempo después del accidente dejé que las lágrimas me
ayudaran a dormir por la noche mientras pensaba en Danny, en el pasado, en lo
injusta que es la vida. Solía pensar que era débil por dejarme sentir demasiado,
llorando en mi almohada para absorber los sonidos desesperados hasta que mi
cuerpo se obligaba a apagarse. Al escuchar a Ainsley, esta preciosa niña, me doy
cuenta de que no es debilidad en absoluto. Simplemente elegimos ser fuertes durante
demasiado tiempo hasta que nuestros corazones necesitaron un descanso.
—Yo también lo extraño, nena. —Mis palabras se respiran en la parte superior
de su cabeza, el olor de su champú de lavanda flotando a mi alrededor—. Tu padre
era un hombre maravilloso, y el mejor padre para ti. Te quería tanto, tanto. Y también
tu madre. —Ella me abraza con más fuerza, enterrando su cara en mi camisa ahora
húmeda—. Sabes, recuerdo el día en que tu padre me dijo que te esperaban. La luz
en sus ojos era una que nunca había visto antes. Te amó desde el segundo en que
supo de ti, y yo...
Ese día, había sentido algo en lo más profundo de mi ser que me avergonzaba.
Sentí rabia. Sentí envidia. Sentí una mezcla de cosas horribles que se desvanecieron
con el tiempo mientras los veía prepararse para Ainsley. Cada actualización que me
contaba, cada imagen que me mostraba, la guardería que habían construido desde
cero. El amor que sentía por su hija y por su esposa era inigualable, y yo lo sabía.
Había desmenuzado esos malos sentimientos y los había convertido en otros
diferentes, más ligeros. Aunque todavía guardaba celos que me carcomían la
conciencia, era sólo porque no podía sentir lo mismo que había presenciado en ellos.
El amor. Amor incondicional y honesto.
—Yo también lo extraño —termino en un susurro que se rompe. Aprieto los ojos
por un momento para evitar que una lágrima se deslice. Una vez que me he
recompuesto, respiro profundamente y abro los ojos. Por el rabillo de la mirada, veo
a Easton apoyado en el arco mirándonos fijamente.
Lo escuchó todo.
Él ve mi angustia.
¿Qué más ve?
Cuando se da cuenta de que lo he descubierto mirando, se aparta de la pared.
—¿Quieres que haga la cena?
Miro a Ainsley y luego a él. —Me puse a hervir agua. Iba a hacer una especie
de pasta.
—¿Espaguetis?
—Claro.
—Tengo cosas para hacer macarrones con queso.
Eso llama la atención de Ainsley. Se separa de mí, con los ojos rojos y las 155
mejillas sonrojadas, y parpadea entre Easton y yo.
Consigo sonreír. —Creo que los macarrones con queso son exactamente lo que
necesitamos esta noche. ¿Necesitas ayuda?
Sacude la cabeza y duda como si quisiera decir algo. Sus ojos se dirigen a
Ainsley y sus cejas se fruncen ligeramente, pero luego asiente para sí mismo y se
dirige de nuevo a la cocina.
Lo escucho moverse de un lado a otro, hacer ruido con las sartenes y abrir el
frigorífico, todo ello mientras Ainsley se acomoda de nuevo a mí. Le hablo de Danny
y su madre, de cómo se conocieron y se enamoraron el mismo día. Danny era tímido,
Willow no. La pareja era una que cualquiera envidiaría cuando salían y mostraban lo
genuino de su amor.
Y me hace sentir como una escoria, pero hace tiempo que acepté que soy un
humano, un humano con sentimientos. Sentimientos que no fueron correspondidos
desde que tengo uso de razón.
Pero la amargura que había antes ya no resuena. No me quema ni me ahoga
por la noche cuando duermo. No hay pensamientos atormentadores que atormenten
mi conciencia cuando mi mente deja de distraerse con las tareas cotidianas.
Exhalo un profundo suspiro.
Dios, siempre he amado a Daniel McCray. Pero por una vez, creo que no estoy
enamorada de él. La sola idea me quita un peso de una tonelada de encima y me
permite respirar mejor.
Me acurruco en Ainsley hasta que, un rato más tarde, Easton nos entrega en
mano cuencos con nuestra humeante cena llenándolos.
Cuando le sonrío, me mira con ojos curiosos. Le doy las gracias en silencio,
pero mi mente se aferra a otra cosa. Algo más profundo.
Tal vez le esté agradeciendo más.

Esa noche llaman a la puerta de mi habitación. Es un sonido extraño a estas


alturas, pero le digo tranquilamente a la persona responsable que entre sabiendo
quién es.
Cuando East entra, tiene una mano metida en el bolsillo de sus vaqueros y la
otra se agarra al borde de la puerta. —¿Te importa si entro?
Las palabras suaves no se me escapan mientras se queda cerca de la puerta
como si le dijera que no. —Claro.
Se adentra más en el interior y cierra la puerta en silencio tras de sí,
quedándose cerca de ella. —Vengo como amigo.
Mi lámpara de cabecera está encendida porque estoy haciendo los deberes de
última hora, así que puedo ver la media sonrisa genuina que me lanza. —¿Es eso lo
que somos?
156
Uno de sus hombros se levanta. —Creo que sí.
—Bien. —Sonrío—. ¿Qué pasa?
Se aclara la garganta y espera un momento antes de responder. —Quería
asegurarme de que estabas bien. Ya sabes, desde antes. Pude verlo en tus ojos
cuando le contaste a Ainsley lo de su padre. Estabas alterada.
Parpadeo y miro rápidamente los papeles que están dispersos delante de mis
piernas cruzadas. No esperaba que se diera cuenta, y mucho menos que me
preguntara eso. Pero, ¿realmente me sorprende? —Era mi mejor amigo y siempre he
sentido su pérdida de una manera tan profunda que me negaba a pensar en ello
durante demasiado tiempo. Nunca hablé mucho de él si podía evitarlo.
—Lo amabas. —No es una pregunta.
—En cierto modo. —Recojo un papel y lo miro distraídamente—. Hay tantas
formas de amor y yo sólo me centré en la que creía más importante. Nunca pensé en
los otros tipos que me ofrecía. Creía que no eran suficientes.
—¿Y ahora?
Ahora no importa. —Ahora... —Chasqueando la lengua, suelto el papel y le
miro—. Me he dado cuenta hace muy poco de que no quiero aferrarme a lo que creía
sentir entonces. Duele demasiado.
Me estudia pero no habla.
—Tenerte en mi vida ha sido inesperadamente genial —admito tímidamente—
. No lo digo como una insinuación ni nada por el estilo. En mi caso, no dejaba entrar
a nadie porque no quería que mucha gente supiera lo maltrecha que estaba mi cabeza
por suspirar por un hombre que claramente no me quería. Pero estoy aprendiendo a
dejar pasar esa vergüenza.
Sus ojos no se apartan de mí mientras pronuncio esa silenciosa declaración.
Siento su mirada en mi piel, que me quema, me hormiguea. Soy muy consciente de
que me está prestando toda su atención y no estoy acostumbrada a ello. Ni con él ni
con nadie. —¿Puedo preguntarte algo?
Me encojo de hombros. —Ve a por ello.
—Mencionaste a un tipo de tu pasado con el que tú y... Danny crecieron. ¿Es el
mismo con el que saliste a cenar?
Con los labios separados, lo miro fijamente con las cejas arrugadas. Easton
siempre ha sido intuitivo. En muchos sentidos, es la mosca en la pared que observa
todo y en silencio une las piezas. De hecho, olvidé que había mencionado a Carter
antes del fiasco de la cena que puso una cuña entre East y yo. —Eh... sí. Lo es.
Su cara se tuerce durante un microsegundo. Si hubiera parpadeado, me lo
habría perdido. Me hace un gesto escueto con la cabeza y eso es todo.
—¿Qué?
Sacude la cabeza.
—¿East? —Despliego las piernas y las balanceo sobre el lado de la cama—. 157
Vamos, dime. Puedo decir que estás pensando en algo. Los amigos comparten.
Sus ojos se calientan, oscureciéndose como si se lo tomara de una manera
totalmente diferente. —Oh, confía en mí. Ahora lo sé bien.
Mi cara se pone roja. —No es eso lo que quería decir, y lo sabes —refunfuño.
Me sacudo y le dirijo una mirada suplicante—. ¿Por favor?
Suspirando, se pasa una mano por la cara y se la lleva al cuello. —Sólo ten
cuidado. Creo que es bueno que tengas a alguien con quien hablar de la mierda que
has pasado, pero a veces nos aferramos a las cosas equivocadas.
¿Cosas equivocadas...? —¿Qué quieres decir?
—Nada. —Se acerca a la puerta—. Sólo que no quiero que te hagan daño.
—Carter nunca me haría daño —le digo con seguridad.
Su mandíbula hace tictac. —De acuerdo.
Cuando se va después de dar las buenas noches, me pregunto cuál era la
expresión de su cara. Era distante pero no fría. Es como si supiera algo que yo no
sabía. Preocupado por algo en lo que yo no había pensado. Me hace preguntarme si
estaba hablando de Carter o de otra cosa.
A
ceptar salir de buena gana con Carter parecía una buena idea hasta que
se detuvo en mi entrada. Con mis padres vigilando a Ainsley y Easton
en el trabajo, me dejó en una casa vacía pensando demasiado en cada
pequeño detalle. Jenna estaba trabajando horas extras en la boutique, y no quise
molestarla con mi innecesario enloquecimiento cuando me di cuenta de en qué me
había metido.
La sensación de incomodidad de mis manos no cesa mientras nos lleva a un
restaurante que ha elegido a treinta minutos de distancia. Es un viaje decente. Las
ventanillas están abajo por el clima más cálido y el sol brillante que adorna el cielo
azul, y la música de rock de principios de los años 2000 suena a bajo volumen para
llenar su vehículo cuando nuestra conversación se detiene.
Y se adormece por mi culpa.
—Pareces perdida en tus pensamientos —dice en voz baja, mirándome un
momento antes de volver a mirar la carretera.
Cuando hace unos días me preguntó de nuevo si quería cenar temprano con él 158
en su lugar favorito, me planteé decir que no. Pero la forma en que sus cálidos ojos
me miraban hizo que algo en mi pecho se moviera. No pude encontrar una excusa
para no hacerlo. Ainsley ya estaba siendo vigilada por mis padres porque habían
decidido que querían llevarla al cine y darme tiempo para mí. Había planeado hacer
los deberes y cocinar el tipo de comida que sé que ella odia porque no está para
quejarse.
—Sólo estoy pensando en la escuela. —La mentira se me escapa de la lengua
mientras miro por la ventana—. No me queda mucho tiempo.
No me llama la atención si espera tanto. —¿Estás emocionada?
Voy a responder, pero me detengo. ¿Soy yo? Siempre me ha gustado la
escuela. Me gusta la rutina, el horario que hay que cumplir. Hace que tener que tomar
decisiones sea más fácil. —Más o menos —me conformo—. Creo que voy a disfrutar
de no tener que trasnochar para hacer los deberes, pero todo lo que viene después
de graduarse... Me da miedo.
—Da miedo —está de acuerdo—. Pero no me cabe la menor duda de que
estarás bien. Mira lo bien que lo estás haciendo ahora.
Esnifar no sería atractivo, pero es lo que quiero hacer. La mayoría de los días,
apenas me sostengo de un hilo. Sobrevivo con el dinero extra de mis préstamos
estudiantiles y el dinero que Danny dejó para pagar parte de mi alquiler. Mis cheques
de la tutoría me ayudan a pagar algunas de las facturas más pequeñas o los
comestibles, pero nunca ambos. La suplencia me ha dado lo suficiente como para no
tener que echar mano del dinero de Danny.
—La mayoría de los días no lo parece.
—Confía en mí, Piper. Es normal.
Mi cabeza se vuelve hacia él. —¿Intentas decirme que no lo tienes claro? No
estoy seguro de comprar eso, profesor Ford.
Su risa me sorprende. —Que tenga un trabajo decente no significa que no haya
aspectos de mi vida que no estén torcidos. Todo el mundo tiene momentos que le
suponen un reto. Es parte de la vida, especialmente para los que acaban de empezar.
¿Por qué me molesta tanto? Lo dice como si yo fuera tan joven, recién llegada
al mundo real. Pero lo que no sabe son todos los momentos difíciles que he tenido. Lo
mucho que he tenido que trabajar para llegar a fin de mes. Siempre me las arreglo,
pero a duras penas. Mis padres se daban cuenta de mi pérdida de peso y,
convenientemente, tenían comida precocinada para mí y para Ainsley o metían veinte
dólares en mi bolso. Sabían que no comía porque tenía que asegurarme de que
Ainsley lo hiciera.
—Lo sé —respondo distante.
Pasan unos minutos antes de que vuelva a hablar, con una voz más suave que
antes. —Mi padre me pregunta cuándo voy a sentar finalmente la cabeza. Estaba
enojado conmigo por no casarme con Elizabeth, pero sé que también se alegra de
que no lo hiciera una vez que le expliqué que no era ella. Él quería a mamá. 159
Comprendió que no quisiera casarme con alguien a quien no quisiera.
Sin saber qué decir, aprieto los labios y me desplazo ligeramente hacia él para
ver su expresión facial aliviada mientras sigue hablando. —Tengo un perro porque la
casa que tengo está vacía y fría. Necesitaba llenarla con algo más que muebles. Pensé
que cuando tachara cosas de una lista me sentiría completo. Graduarme. Conseguir
un buen trabajo. Hacer lo que me gusta. Comprar una casa. Pero nada de eso fue
suficiente para mí. No tengo vida social porque me entierro con el trabajo, y el único
momento en que suelo salir es para pasear a Cap.
De nuevo, no digo nada.
—Todos tenemos nuestras cosas —concluye, dirigiéndome una mirada
mordaz—. Nadie lo tiene todo junto. Créeme.
Mordiendo el interior de mi mejilla, cuento hasta tres antes de decir algo. —
Utilizo a Ainsley como excusa muchas veces. Eso molesta a mi mejor amiga. Creo que
mis padres me compadecen y Jesse no me habla lo suficiente como para saber lo que
debe pensar. A veces me pregunto si tomé las decisiones correctas en la vida, como
si hubiera hecho algo diferente, estaría en otro lugar. Pero no estoy segura de querer
estarlo.
—¿Qué habrías hecho diferente?
Me encojo de hombros. —Cualquier cosa. Como ir a otra universidad o salir
más. Salir con alguien. Hacer otros amigos. Hay tantas cosas que podría haber hecho
y estoy bastante segura de que habrían influido en el lugar donde estoy ahora. Pero
a pesar de todas las veces que me cuesta, no creo que lo cambiaría aunque pudiera.
Tengo la niña más inteligente, dulce y amable. Soy afortunada.
Sonríe. —Me alegro.
Asiento. —Yo también.
El resto del trayecto transcurre en silencio mientras escuchamos canciones.
Canta para sí mismo, y yo sonrío mientras miro por la ventana y lo escucho. Es
diferente, menos reservado, cuando no está en el campus. Siempre hay algo que le
retiene cuando estamos allí. Una barrera.
Su trabajo.
Mi posición.
No es hasta que estamos sentados en una cabina del coqueto establecimiento
con aspecto de cabaña de madera, con nuestro pedido de bebida y comida, que le
miro con curiosidad. —¿No te parece que esto está mal?
Sus ojos se abren un poco. —¿Mal?
—Puedo verlo en la forma en que te comportas ahora en comparación con el
campus. —Me inclino hacia atrás, jugando con mi envoltorio del popote para ocupar
mis manos—. Tus muros están levantados. Eres cauteloso allí. Como si alguien nos
viera hablando sería malo. Pero eso no impide que estés ahí para mí. Sólo me hizo
preguntarme qué pensabas al respecto. Ya sabes, lo que somos el uno para el otro. 160
—Somos amigos. Viejos amigos.
Sacudo la cabeza, me paso el cabello por detrás de la oreja y elijo las palabras
con cuidado. —Eres amigo de mi hermano. Eras de Danny. Yo era la compañera que
ustedes nunca querían tener cerca.
—Eso no es cierto.
Le dirijo una mirada cómplice.
—Eso no es del todo cierto —se disculpa—. No creo que esté mal, Piper. ¿Creo
que está bien? ¿Que no estamos cruzando potencialmente algunas líneas que no
deberíamos? No. Una parte de mí tiene que ser cauteloso debido a la delicada
situación. Pero no me parece mal.
Se agradece su sinceridad.
—Te vas a graduar pronto. Si esto es algo que quieres seguir persiguiendo, si
decides darme una oportunidad, entonces lo discutiremos cuando llegue el momento.
—Se inclina hacia delante, con los antebrazos apoyados en el borde de la mesa—.
Pero no tiene por qué ser una decisión que tomemos ahora, mañana o la semana que
viene. Haremos lo que siempre hacemos. Ir a la escuela. Trabajar. Formar parte del
entorno en el que nos han colocado y ver a dónde nos lleva. ¿Te parece bien?
Parpadeo. No estoy acostumbrada a que los hombres sean tan atrevidos. No
me impone nada, ni siquiera expectativas. De hecho, no parece aferrarse a nada que
indique que esto podría funcionar. —¿Crees que funcionará para nosotros?
—Sé que me gustas —responde sin dudar—. Te admiro a ti y a tu fuerza. Amas
con todo lo que llevas dentro y estás dispuesto a sacrificarte por Ainsley. Cualquiera
sería estúpido si no quisiera que las cosas funcionaran.
Sus palabras me hacen pensar en Easton, lo que hace que el agua que bebo a
sorbos sea difícil de tragar. La culpa me sube al pecho y se filtra en mi conciencia,
pero sigo apartándola.
—¿Qué es? —pregunta.
Sacudiendo la cabeza, sigo sujetando el vaso de agua. La condensación se
acumula en mi mano mientras mi agarre se afloja. —Estaba pensando en algo... en
alguien.
—¿Danny?
No contesto.
Asiente una vez. —No Danny. —No hay tristeza en su tono. No hay acusación.
Sólo dice lo que sabe—. ¿Quieres hablar de ello?
Lo último de lo que quiero hablar con Carter es de mis arreglos previos para
dormir con mi compañero de cuarto. —En realidad no. Sólo tuve algo con alguien
durante un tiempo y se acabó.
—Los ex pueden ser difíciles de dejar ir —es su respuesta. No sé cómo tomarlo.
Me alegro de que no le moleste que haya sacado el tema o que haya pensado en ello. 161
¿Pero no debería estarlo?
Mis mejillas se calientan. —No estoy segura de poder considerarlo un ex, pero
tienes razón. De todos modos, estaba pensando en que nunca he tenido una cita. Esto
es más o menos todo para mí, lo cual es vergonzoso. Tampoco tengo mucha vida
social.
—¿Te arrepientes de eso?
—No. —Me froto los labios—. Haría las cosas más fáciles. Saber qué esperar.
Entonces no sentiría que estoy a punto de decir o hacer algo incorrecto. Hay muchas
cosas que podría estropear aquí, y me preocupa que tú...
Eso hace que sus cejas se frunzan. —¿Te preocupa que yo qué?
Miro a la mesa. —Eres mayor que yo y tienes más experiencia en la vida. Tienes
un gran trabajo y una casa y... no sé. Supongo que estoy pensando en todo lo que he
hecho y lo que tendré que hacer y me pregunto si será suficiente.
—Eres demasiado dura contigo mismo.
Tal vez. Tal vez no. —¿Por qué yo? Dijiste que es porque me admiras, pero no
soy nada especial. De hecho, soy un desastre como la mayoría de la población
humana.
Me estudia durante un largo rato, haciendo difícil mantener el contacto visual.
Quiero romperlo y mirar a cualquier parte que no sean esos ojos marrones, pero no
lo hago. No puedo. —Tienes una historia que contar. Una que quiero escuchar. Sólo
quiero conocerte, Piper. No tiene que ser nada más que eso y las razones que
mencioné antes.
Parece que no es suficiente. ¿Por qué alguien elige perseguir a otras personas?
¿Atracción? ¿Intereses comunes? Carter y yo amamos la historia y su enseñanza.
Tenemos un pasado. Amigos similares. Conocidos mutuos. Pienso en Danny y trato
de recordar todas las razones por las que me aferré a él.
Era amable. Me hacía sonreír. Me hacía reír cuando quería llorar o golpear algo
si estaba de mal humor. Siempre sabía cómo arreglarlo y hacerme sentir mejor. Me
gustaba Danny porque era una buena persona.
Así que, tal vez no era tan complicado.
No soy una mala persona.
Me lo merezco.

Nos reímos tanto que me duelen los costados, pero eso no impide que hagamos
más bromas a costa de mi hermano. Estoy bastante segura de que Jesse se enojaría si
supiera que Carter estaba divulgando algunos de sus fracasos pasados con las
mujeres. Yo, sin embargo, estoy viviendo para ello.
162
—...luego le tiró la bebida encima y se fue con todos sus amigos. —Sus ojos
están tan llorosos como los míos. Me quito una lágrima y tomo mi agua, dando un
sorbo para calmarme.
—No puedo creer que tuviera tantos fallos con las mujeres —reflexiono,
sacudiendo la cabeza—. Siempre solía presumir de lo mujeriego que era, ¿sabes? Me
alegro de que algunas mujeres fueran lo suficientemente inteligentes como para no
caer con él.
Los hombros de Carter tiemblan de risa. —Me asombraba lo mucho que se
esforzaba. ¿Sabes lo del día en que conoció a su mujer? Sacudo la cabeza, cautivada
por el rumbo que podría tomar esto. Deja su propio vaso—. Estábamos en un billar
poniéndonos al día. Hacía tiempo que no salíamos, así que me preguntó si quería
jugar una partida y tomar unas copas. Ren trabajaba como camarero y te juro, Piper,
que en cuanto tu hermano la vio fue todo. Sus ojos se quedaron en ella toda la noche,
incluso cuando fingió que no estaba interesado. Le decía que fuera a hablar con ella,
le daba dinero para que nos comprara más cerveza, cualquier cosa para que el tipo
dijera algo en lugar de quedarse mirando como un asqueroso.
—Se acercó después de maldecirme y esperó a llamar su atención. Me
preguntaba si le iba a decir alguna frase cursi para ligar o si iba a hacer algo más.
¿Sabes lo que hizo? Le pasó el dinero, pidió otra jarra de cerveza y llevó las bebidas
a donde estábamos sentados. Eso es todo.
Parpadeo. Qué... idiota. —¿Estás diciendo que no hizo absolutamente nada?
Asiente una vez. —No es una maldita cosa. Fue entonces cuando supe que
estaba perdido. Le gustaban las mujeres. —Hago una mueca ante eso—. Lo siento,
pero es cierto. Cuando no hizo ningún movimiento para intentar conseguir su número,
supe que había algo más. No bebimos mucho esa noche, pero cada vez que pedíamos
algo, él subía a buscarlo. Tenían un rápido intercambio, se miraban, pero no hacían
nada más. Sus ojos, sin embargo... ahí era donde se podía ver.
—¿Ver qué? —Estoy enamorado de este lado de mi hermano que no conocía.
De acuerdo, no había muchos lados de él que conociera bien, pero ¿el suave? ¿El que
está enamorado?
—Los dos se han ido. —Juro que mi corazón se desvaneció con eso. Y
conociendo a Carter y su naturaleza genuina, sé que no está inventando una historia
para ponerme los ojos de gallina. Si él dice que pasó así, es que pasó—. Volvimos a
ese mismo lugar muchas veces y tenía que ver lo mismo. Un montón de nada.
Entonces, un día se puso nervioso cuando un tipo se le insinuó y se levantó para irse.
Ren lo llamó y lo detuvo antes de que pudiera irse. Le preguntó a dónde iba y le dijo
que no podía irse.
Parpadeo. —¿Qué? ¿Por qué?
Sus labios se levantan ligeramente. —Creo que sus palabras exactas fueron 'no
me has pedido salir todavía, imbécil. Hazlo antes de que lo haga otro'. —Mueve la
cabeza con una risa divertida. 163
—Eso suena a Ren —confirmo.
—Sí.
—Vaya. —No me había dado cuenta de lo mucho que me iba a gustar esa
historia. No es lo que esperaba escuchar conociendo al jugador que era Jesse. Sin
embargo, me da la esperanza de que todo puede suceder. ¿Por qué iba a necesitar
esa seguridad cuando estoy en una cita con un gran tipo, un tipo del que solía estar
enamorada? He soñado con tener este tipo de tiempo uno a uno con él antes. ¿Y ahora?
Se siente... natural. Normal. Como si no hubiera nada de surrealista en el hecho de
que hayamos cerrado el círculo o nos hayamos reencontrado.
Es una locura para mí. —Si no me hubiera mudado, no nos habríamos vuelto a
ver —murmuro, casi para mí misma al darme cuenta. Mis ojos giran hacia los suyos—
. Es un poco raro pensar en eso.
—Estoy seguro de que en algún momento nos habríamos cruzado. Conozco a
Jesse, a su familia —señala de manera uniforme.
—¿Realmente crees eso? —En todos estos años, no nos hemos cruzado ni una
vez. Oía hablar de él de vez en cuando por alguien, pero era raro. Y, sinceramente,
tendía a desconectar de la conversación si el tema derivaba en su dirección. Estaba
amargado.
—Creo que las cosas suceden cuando están destinadas, sí. Tal vez no nos
hubiéramos cruzado de inmediato, pero eventualmente. —Lo dice con tanta calma,
tan seguro, que no puedo hacer otra cosa que estudiarlo. Sus ojos son claros,
contentos, y su vaso casi vacío frente a él tiene su mano suelta envolviéndolo sin
tensión. Lo dice en serio.
—Huh. —Es todo lo que puedo reunir.
—Piénsalo —dice—. Todos hacemos cosas que nos llevan a un punto u otro.
Tuve ofertas de trabajo en otras universidades. Una de fuera del estado consideré
aceptarla por el sueldo. Pero elegí Linwood. Vivo aquí. Tomaste decisiones que te
llevaron a Aberdeen y creo que eso significa algo.
Quiero decirle que eso significa que no pude encontrar un lugar más barato,
pero me abstengo. —Nunca te tomé como un tipo de destino, Carter.
Sus labios se mueven hacia arriba. —Supongo que tengo que mejorar la
apertura, para que me conozcas entonces. ¿Qué tal si vamos a otro sitio? ¿Hablar?
—¿No estamos hablando ahora?
—¿Quieres ver dónde se conocieron Jesse y Ren?
La idea me produce un cosquilleo en el pecho y es difícil no sonreír en cuanto
la oferta sale a la luz. Por supuesto, quiero ver dónde se conocieron. Después de esa
historia, ¿cómo no hacerlo?
—¿No es demasiado temprano para beber? —Todavía no son las cuatro.
—Pero no es demasiado pronto para la piscina. 164
Me relamo los labios. —De acuerdo.
Me doy cuenta después de seguirle fuera del restaurante una vez que paga que
esto me gusta. Salir. Hablar con Carter. Tener una vida. Me imagino haciéndolo más
a menudo; sonriendo, riendo, sintiéndome más ligera de lo normal.
Cuando Carter me mira, es como si supiera lo que estoy pensando. Se acerca
y me toma de la mano, juntando nuestros dedos durante todo el camino hasta nuestro
próximo destino.
Mi sonrisa se hace más grande.
M
amá me ayuda a poner la mesa que nunca solemos usar mientras saco
la lasaña de verduras del horno. Ainsley está en el salón con papá
jugando juntos a la Barbie. Ella siempre tiene a la gente enredada en
su dedo, pero a él especialmente.
—Eso huele bien. —Mamá se acerca a mi lado, examinando el queso
burbujeante—. Parece que está listo. ¿Has hecho algo diferente para tu padre? Ya
sabes cómo es.
Poniendo los ojos en blanco, señalo otro plato en la rejilla superior del horno.
—He hecho macarrones con queso con hamburguesa. Ainsley también le gusta
gracias a él. —Arrastrando la nariz por la combinación, compruebo su comida—. No
me hagas hablar de su obsesión por la cátsup. Estoy bastante segura de que tengo
que culpar a Jesse por eso.
Jesse y Ainsley no han tenido muchas interacciones. La primera vez que se
vieron, ella era más pequeña. Pensaba que era demasiado pequeña para recordar
algo de él. Pero Danny, Willow, Ainsley, Jesse y yo habíamos salido a desayunar un 165
día justo antes de que ella cumpliera tres años, y Jesse puso kétchup sobre los huevos
revueltos que pidió. Se lo pone a todo, como ella. Aquella mañana, ella le había
pedido un poco y la cara que puso al fruncir el ceño por el sabor dulce no le impidió
comerse la mitad de lo que había en su plato.
Desde entonces está obsesionada.
Mamá sonríe ante eso. —Debería llegar pronto. Ren tuvo que trabajar, pero sé
que está deseando verte.
De alguna manera, lo dudo. —Es una pena que Ren no esté aquí. —Jesse me
envió un mensaje esta mañana preguntando si debía traer algo. No dijo nada sobre
Ren. ¿Cuándo fue la última vez que la vi? Ni siquiera estoy segura.
Pienso en lo que Carter me dijo hace un rato. ¿Siguen Jesse y Ren intentando
tener hijos? ¿Han estado peleando? Ren parece estar ocupada cada vez que intento
hacer planes, y nunca me lo he tomado como algo personal hasta ahora. Tal vez no
quiere estar cerca de mí y de Ainsley.
—¿Cuándo va a llegar tu compañero a casa?
Aparto el pensamiento y me giro hacia mi madre. Ella espera pacientemente
una respuesta, aparentemente sin saber el pensamiento que cruzó mi mente antes de
eso. —Pronto. Sólo estaba haciendo recados con su amigo.
Llaman a la puerta. Sabiendo que no será Easton, salgo y sonrío a Ainsley y a
papá en el sofá. Papá lleva un oso de peluche en una mano y una muñeca en la otra,
aparentemente dejándoles conversar. Sacudiendo la cabeza, abro la puerta y
encuentro a mi hermano mirándome fijamente con vino en la mano.
—Te dije que no trajeras nada —le digo, aceptando la botella que me tiende.
Irá bien con el plato que he preparado. Quizá no con los macarrones con queso, pero
tampoco es que papá sea un bebedor de vino. Se hace a un lado, pasa junto a mí y
saluda a papá y a Ainsley—. Entonces, ¿Ren no pudo venir?
Jesse se quita la sudadera y la coloca sobre el sillón. —Sí, sus padres están en
la ciudad, así que quería verlos. —Lo dice con tanta facilidad que no puedo evitar
parpadear confundida.
Veo a mamá por el rabillo del ojo, con una expresión de simpatía hacia mí. La
mentira está ahí para que la analice, pero decido no llamar la atención de ninguno de
los dos. En lugar de eso, la mentira se mantiene en silencio mientras continuamos con
los saludos. Ainsley extiende la mano y choca los cinco con Jesse cuando le ofrece la
palma de la mano. Él y papá se ponen al día durante un rato mientras yo voy a la
cocina y compruebo el último plato.
Mamá no dice nada.
Yo tampoco.
Con una sincronización perfecta, la puerta principal se abre con el ruido de las
llaves. Las conversaciones de los chicos se detienen un momento antes de saludar a
East. Mi familia ha conocido a mi compañero de piso unas cuantas veces. A todos les
cae bien, Jesse y él siempre encuentran cosas de las que hablar, mamá lo mira con
ojos de lince y papá suele estar demasiado ocupado con Ainsley como para prestarle 166
mucha atención.
Unos quince minutos después, estamos todos juntos rodeando la mesa con la
comida humeante delante de nosotros. Easton observa cómo papá llena el plato de
Ainsley, y luego nota la impaciencia de esta cuando toma el kétchup que le han puesto
al lado y cubre su plato con ello. Aprieto los labios cuando él mira entre ella y yo, no
muy disgustado por la adición a su comida, pero tampoco impresionado.
Jesse, sentado junto a Ainsley, le da un codazo en el brazo con una sonrisa. —
¿Quieres más macarrones con tu cátsup, chica?
Sus ojos se iluminan cuando él le habla y yo reprimo una risita. Está enamorada
de él, eso es evidente. Cuando le quita la cátsup y tapa el plato, le guiña un ojo y toma
un bocado de su plato, lo que hace que ella le sonría.
Easton se ríe para sí mismo, atrayendo mi mirada entre Ainsley y mi hermano
hacia él. También se da cuenta de dónde está la atención de Ainsley, que se queda
ensartada al lado de Jesse. Sé que la edad está llena de enamoramientos inocentes.
Yo también tuve bastantes con gente al azar entonces, y no hizo más que crecer a
medida que me hacía mayor. Cuando mi compañero de piso ve que mi plato sigue
vacío, alcanza la lasaña de verduras y toma mi plato para llenarlo.
—Gracias.
Mamá nos observa mientras acepto el plato, sus ojos brillan mientras sonríe
para sí misma. No estoy segura de lo que está pensando, así que me concentro en
comer mientras todos los demás hablan de cosas al azar: el trabajo, el tiempo, la vida.
Jesse dice: —Carter mencionó que ya casi terminas el semestre. Dijo que lo
estás haciendo bien con la enseñanza de su clase.
Por alguna razón, el calor sube a mis mejillas mientras asiento. Sé que todo el
mundo está mirando. Bueno, todos menos Ainsley. Ella está pinchando macarrones
con el tenedor y comiendo alegremente mientras la gente espera mi respuesta. —Ha
sido genial enseñar el curso. He tenido suerte de que estuviera allí para ayudarme
cuando las cosas no funcionaron en mi última colocación.
La mirada de Easton arde especialmente por su cercanía, pero la esquivo. Es
mamá quien se decide a hablar. —Siempre ha sido un buen hombre. Me preguntaba
qué hacía desde que se mudó. Todavía veo a su padre cortando el césped de vez en
cuando. Siempre me saluda. Es buena gente.
Asiento, sin decir nada.
Papá picotea su plato. —Debería pasarse por la casa cuando esté en la ciudad.
No sé si visita a su padre o no, pero he oído que hablan de vez en cuando.
—Estoy segura de que le gustaría —es todo lo que ofrezco. Me dijo hace poco
que habla con su padre por teléfono al menos dos veces al mes. A veces salen a
comer, pero no sé si vuelve a la casa de su infancia.
Jesse se inclina hacia atrás. —¿Pensando en dar clases en la universidad como
él? Me lo imagino. Carter siempre quiso ser profesor. Hablaba de ello desde que 167
éramos jóvenes. Pero tú también serías una muy buena, Pipe.
Mis cejas se levantan. ¿Él piensa eso? —Gracias, Jesse. No estoy segura de lo
que haré, sólo de que daré clases. —Ir a conseguir mi doctorado no parecía lógico.
Me encantaba estar frente a la clase de Carter, pero también me encantaba estar
frente a la del instituto. Además, eso es más deuda sobre mis hombros para después
de graduarme.
—Podría ayudarte —contesta mi hermano de forma casual.
Me humedezco los labios cuando veo el movimiento de la mandíbula de East.
No dice nada, pero sé que ha conectado los puntos. He mencionado el nombre de
Carter antes en una conversación pasajera; he tenido más citas con Carter y East ha
preguntado por ellas por consideración. Sin embargo, hay distancia. La última vez
que preguntó, realmente no quería saber.
Jesse no sabe lo de Carter y yo, puedo decirlo. Ya me habría enterado.
Recibiendo las miradas. Las preguntas. Mi familia no se sentaría aquí sin interrogarme
sobre el tipo que todos sabían que me gustaba. —Se ha ofrecido a ayudarme a
resolver las cosas ya que conoce el proceso. —Sin querer insistir en el tema, me dirijo
a Ainsley—. ¿Qué tal la cena, Nugget?
Ella sonríe y firma: —Bien.
Le pellizco la nariz y veo cómo vuelve a su comida mientras mis padres hablan
del padre de Carter. Participo de vez en cuando, cuando preguntan algo sobre la
escuela o la graduación. No voy a asistir a la ceremonia, algo que incluso a Easton
parece sorprenderle. Mamá me dice que tengo que hacerlo, ya que yo también me
salté mi graduación, pero no quiero molestarme.
Lo que quiero es salir a comer con la gente que me importa, tal vez planear un
viaje a algún lugar por un día o dos. Quiero disfrutar de mi vida y hacerlo de forma
que no me retenga. Sin barreras. Sin culpas. Miro a Ainsley y nos imagino en un auto
con las ventanillas abajo y la radio encendida.
La veo hablar.
Riendo.
Hace que mi sonrisa se tambalee por un momento.
—¿Piper? —Es Easton quien habla.
Parpadeo un par de veces antes de volverme hacia él, con los labios torcidos
hacia abajo. Me estudia, con las cejas fruncidas mientras observa mi expresión. ¿Qué
ve? No estoy segura de querer saberlo.
Pregunta en voz baja: —¿Estás bien?
Una vez más, mamá me mira fijamente desde el otro lado de la mesa. Siento su
mirada sobre mí y no la analizo. Ha habido muchas veces en el pasado en las que me
ha preguntado por los chicos. Me dijo que saliera con alguien, que me pusiera en
evidencia cuando Danny lo hiciera. Nunca la escuché, nunca le dije que lo hiciera. A
veces me pregunto si le molestaba que no me esforzara más. 168
Pero ahora lo estoy intentando.
—Estoy bien —le aseguro.
Creo que no se lo cree, pero no puedo asegurarlo. Algunas noches nos
quedamos hablando, poniéndonos al día. Una vez trajo a Jay a cenar, pero Ainsley no
se lo tomó bien, aunque no le hiciera daño. Se escondía detrás de mí o de Easton, y
Jay siempre nos miraba a los tres como si le divirtiera lo que veía.
Easton y yo somos amigos.
Somos compañeros de piso.
Estamos...
—...¿qué dices, Piper? —Papá pregunta.
Cambio mi peso en la silla. —Lo siento. ¿Qué has dicho?
Jesse pone los ojos en blanco. —Me preguntó si te interesaría que saliéramos
todos. Estoy seguro de que a Ren le encantaría ir a The Grove.
¿Pero lo haría? Mis ojos deben reflejar mi duda, porque no mantiene el contacto
visual conmigo. Sé entonces que su mujer está molesta. Quizá no conmigo, sino con
la situación. No estoy enfadado por ello. No me siento culpable por su dolor.
Pero me siento mal.
El brazo de Easton roza el mío.
En la comodidad, me doy cuenta.
—Claro —respondo en voz baja—. Me gustaría.

Estoy sentada en la encimera de la cocina con un bol de helado cuando Easton


entra en la cocina con su habitual pantalón de chándal negro. Sin camiseta y con el
cabello mojado como si acabara de ducharse, se acerca a la nevera y agarra una
botella de agua. Apoya su espalda en las puertas de la misma, aparentemente sin
importarle los diversos imanes y clips que sostienen dibujos y billetes.
—¿Masa de galletas con chips de chocolate? —adivina, examinando el bol. Es
mi elección habitual, aunque a veces le pido a escondidas una cucharada del tipo de
mantequilla de cacahuete que le encanta.
Asiento, sacando un poco con una cuchara. —Parecía una noche de helados. —
Mi familia se fue hace horas después de hacer planes para una cena de celebración
de la graduación en los próximos meses. Preparé a Ainsley para ir a la cama y vi
algunos episodios de algún dibujo animado al azar con ella antes de arroparla y venir
a escondidas.
Se aparta de la nevera y toma una cuchara del escurridor, se acerca y la
sumerge en mi cuenco. —¿Comiendo con estrés?
Frotándome los labios, me encojo de hombros. —No lo sé. No he estado tan
estresada últimamente. Las cosas han ido... bien. Pero ver a Jesse y oírles encubrir 169
por qué su mujer no estaba aquí fue duro.
Arrastra una ceja. —¿Por qué crees que no estaba aquí?
Hago una pausa y miro el helado que estoy convirtiendo en sopa. —Creo que
tiene que ver con Ainsley. La quieren, pero me entere por alguien de que están
intentando tener hijos. No está funcionando.
Sus labios se mueven. —¿Alguien cercano a la familia? —conjetura en un
murmullo. Retira la cuchara y la tira en el fregadero como si estuviera contaminada.
Con los ojos entornados, dejé el cuenco a mi lado en la encimera. —Sí, fue
Carter. Todavía son amigos.
—Amigo de tu hermano. —Resopla una carcajada sin gracia—. Y tú profesor.
Es curioso, no recuerdo que hayas mencionado esa parte.
—No importaba.
Ahora está muerto de risa. —No me mientas.
Mis labios se separan. —Mira, conozco a Carter desde hace mucho tiempo. Es
un buen hombre.
—Lo odiabas cuando lo conociste durante el invierno —señala dubitativo.
Esta conversación no va a ninguna parte. —Dije que sí, pero no lo hice. Nunca
he odiado de verdad a nadie en mi vida. A nadie más que a mí misma. Si estuvieras
en mi lugar, sentirías lo mismo.
Murmura. —Dudoso. —En voz baja antes de destapar su agua y dar un trago.
Se limpia una gota del labio inferior y me mira—. ¿Sabe tu familia que te acuestas con
él?
Yo... Acaba de... —¿Qué demonios, Easton? —Con los ojos abiertos por la
contundente pregunta, miro fijamente su expresión distante—. No tienes derecho a
hacerme esa pregunta.
—¿No es eso lo que hacen los amigos?
—Detente —digo.
—Muestra preocupación —replica. Su actitud seca me desconcierta. ¿Dónde
está el tipo que se quedaba hasta tarde conmigo o que se preocupaba por Ainsley
cuando estaba enferma? No es el que tiene el ceño fruncido frente a mí—. Creo que
lo que sea que tengas con él no merece la pena el riesgo teniendo en cuenta su
posición.
Mi mandíbula hace tictac mientras me deslizo fuera del mostrador. —No es que
esté usando su poder sobre mí. Nos conocemos...
—Sí, sí. Desde hace mucho tiempo. —Agarra la botella en su mano hasta que
se arruga—. ¿Cuántos años tiene este tipo?
—¿Por qué te importa?
—Porque, lo creas o no, soy tu amigo. Me importa. Estoy empezando a pensar 170
demasiado, carajo.
—¿Qué significa eso?
—Significa... —Su mandíbula hace un tic antes de sacudir la cabeza—. Voy a
salir. Al diablo con esto. Sólo ten cuidado, Piper. Supongo que eso es todo lo que digo.
Miro la hora. —¿A dónde vas? ¿De verdad es todo lo que me vas a decir ahora?
Se gira levantando las manos. —¿Qué más hay que decir? Estás con tu profesor
actuando como si tu jodido pasado hiciera que todo estuviera bien con él. Es un
hombro para llorar.
El dolor corre por mis venas. Sabe lo suficiente sobre mi pasado como para
saber que no debería haber dicho eso. Al igual que no debería haber dicho: —Y tú
sólo eras un idiota para montar cuando la mierda se volvía demasiado difícil de
manejar.
Sus ojos se estrechan mientras se echa atrás. —Al menos no soy tu profesor.
Burlándome, agarro mi tazón. —Vete a la mierda, Easton. Sólo... jódete.
Dice: —He estado allí, he hecho eso. Me alegro de no tener que experimentar
ese tipo de locura nunca más, cariño.
Se me rompe un poco el corazón al escuchar cómo sube las escaleras y cierra
la puerta. Me quedo en la cocina mirando mi teléfono celular con ganas de llamar a
Carter sabiendo que su número está ahora en mis contactos. Insistió en que podía
llamarlo cuando lo necesitara.
¿Lo necesitaba ahora?
Quiero llamarlo.
Para decirle que venga.
Pero no puedo.
Pienso en Ainsley durmiendo en el piso de arriba, y en mi compañero de piso,
que rebusca ruidosamente en los cajones de su cómoda, y cierro los ojos cuando le
oigo bajar las escaleras y cerrar la puerta principal tras de sí.
No necesito a Carter.
No necesito a Easton.
Sólo necesito... paz.
Enjuagando mi cuenco en el fregadero, tomo el celular y lo apago por la noche
mientras pienso en las duras palabras de East. Me penetran en el pecho de un modo
que no puedo ignorar. Si dice que le importa y lo dice en serio, no debería haberse
ido.
Me niego a preguntar si tiene razón.

171
H
ay un cómodo silencio en el despacho de Carter mientras corregimos
los trabajos uno frente al otro. La pila está casi terminada, lo que
significa que estamos a punto de terminar por esta noche. En cuanto el
último trabajo está marcado y colocado a un lado, cambiamos los papeles. Siempre
es una transición silenciosa, pero que parece fácil de hacer.
Sin embargo, esta noche es diferente. He comprado sopa y sándwiches de mi
cafetería favorita del campus y los he traído para cenar. Comemos con una
conversación básica sobre nuestros días, sobre los deberes, sobre la clase que
impartimos conjuntamente. Me habla de la semana siguiente, en la que mi asesor me
observará haciéndome cargo del aula. Me grabará, me evaluará y me pondrá al día
de mis progresos de cara a la recta final de la carrera.
—Estás callada —señala en voz baja, apartando el papel de él. Levanto los ojos
de mi propio papel para encontrarme con los suyos—. ¿Estás bien?
Desde mi pelea con Easton la otra noche, mi mente ha dado vueltas a todo lo
que dijo. Miro a Carter y pienso en la teoría de mi compañero de cuarto. —Tuve una 172
discusión con mi compañero de cuarto. Estoy pensando en las cosas que ambos
dijimos.
Carter se inclina hacia delante. —¿Quieres hablar de ello? Sabes que estoy
aquí para escuchar. Y tienes mi número si lo necesitas.
He tenido su número durante semanas, y ni una sola vez lo he usado. No porque
no quisiera, sino porque me dije a mí misma que cruzaría la línea. Hablar con Carter
en el campus, hacer planes con él cara a cara parece inofensivo. Inocente. Llamarle
al anochecer, desesperada por que alguien me escuche cuando estoy en lo más bajo
significa algo totalmente diferente.
Jugando con el bolígrafo rojo en mi mano, me inclino hacia atrás y me froto los
labios. —¿Crees que esto pasa entre nosotros por culpa de Danny?
Sus dos cejas se levantan con sorpresa. —¿Qué?
Me remuevo con la manga de la camisa. —Ya hemos pasado por esto, lo sé,
pero una parte de mí se preocupa de que tal vez lo que pasó en el pasado sea la razón
por la que estamos aquí.
Se toma un momento para estudiarme antes de recostarse en su silla. —¿Fue
parte de la discusión que tuviste con tu compañero de piso?
Mis labios se separan... pero no sale nada.
Asiente una vez. —Creo que el pasado juega una parte de por qué estamos
donde estamos, pero no creo que sea la única razón por la que esto ha continuado.
Con los hombros ligeramente relajados, dejo que su respuesta se asimile. Me
hace sentir un poco mejor, como si las dudas que persisten ya no pudieran
perjudicarme por nuestra situación. —Mi compañero de piso sabe un poco de mi
pasado con Danny, de mis sentimientos, y mencionó que me aferraba al pasado
utilizándote. Quizás no con tantas palabras, pero la insinuación estaba ahí.
Se moja los labios. —Él, ¿eh?
Trago. —Easton.
Sus labios se vuelven hacia abajo. La forma en que sus ojos se apagan me dice
que sabe lo que no estoy diciendo abiertamente. La verdad persiste en la atmósfera
entre nosotros, espesando el aire. —Ya veo.
—Las cosas con Easton y yo son complicadas, y...
—Oye —me corta, sonriendo—. No te estoy juzgando, Piper. Eres una mujer
adulta que puede tomar sus propias decisiones. Lo que hayas hecho no es asunto mío.
Mi mandíbula tiembla mientras la emoción se aferra al interior de mi pecho,
hinchando mi corazón. —Gracias —susurro, con la voz quebrada.
—No tienes que agradecerme. —Extiende la mano y enhebra nuestros dedos—
. Creo que Danny es la razón por la que estamos aquí, pero no creo que sea una razón
negativa.
—¿Como si tuviéramos que estar aquí? 173
Me aprieta la mano. —¿Por qué no vienes a mi casa mañana por la noche?
Prepararé la cena y podrás conocer a Cap. Trae a Ainsley si quieres. Quiero pasar
tiempo contigo, oírte reír, escuchar todo lo que quieras hablar.
Parpadeo para evitar las lágrimas. ¿Y si digo las cosas equivocadas? ¿Qué
pensará entonces de mí? Mi mente evoca imágenes de piel tatuada y una sonrisa
melancólica. Oigo el portazo de la puerta principal y la mirada de derrota absoluta
en los ojos azules. Me hace fruncir el ceño. —Me estaba acostando con alguien para
aliviar el dolor, Carter. ¿Cómo es posible que no pienses un poco diferente de mí por
eso?
—Somos humanos. —Su respuesta es así de simple, como si no le molestara—.
Te olvidas de que soy mayor que tú. ¿Y sabes qué? Me encanta que la edad no sea
una barrera entre nosotros, pero tienes que recordar que no eres la único que pensó
que el sexo era la respuesta.
—¿Tú también?
Se encoge de hombros.
—Easton tiene buenas intenciones. —Teorizo. No me impide hablar de él, lo
que sólo hace que mi culpa se alivie mucho más hasta que respirar no duele tanto—.
Creo que somos amigos. Pero en algún momento las cosas se complicaron por culpa
de...
—¿Tú y yo?
Voy a decirle que no, pero me detengo. —No estoy segura —admito. Y no lo
estoy. No creo que los pensamientos que pasan por la cabeza de Easton sean
exactamente lo que está pasando entre Carter y yo. Por otra parte, cada vez que mi
mente va a ese lugar, el que está lleno de posibles sentimientos y más
complicaciones, me alejo de él. De Carter. De Easton.
—La cena suena increíble —es lo que finalmente le digo, sacándome de la
madriguera en la que se encuentra mi compañero de piso.
No menciona nada sobre el cambio de dirección, sólo sonríe. —Genial.
Pienso en Ainsley y me digo que pronto lo conocerá. Podrá ver lo buen hombre
que es, lo genuino que es y lo bien que me trata.
Pero eso no lo descubrirá mañana.
—Genial —repito, forzando una sonrisa.

Jenna se queda en mi casa mientras yo salgo. Me dio una charla de ánimo, me
dio una palmada en el trasero y me dejó con una pregunta que no pude responder en
el momento.
—¿Vas a seguir adelante con tu relación?
La forma en que sus ojos se iluminaron cuando no le contesté hizo que pareciera 174
que sabía la razón por la que no lo había hecho. Y aunque la vida me ofrece
distracciones por medio de conductores enojados y gestos odiosos con las manos en
la interestatal, mis pensamientos siguen dando vueltas en torno a su pregunta.
Carter y yo nos hemos tomado de la mano. Me ha besado en la mejilla cuando
estábamos solos. Nos hemos abrazado por muchas razones: por tristeza, por consuelo,
porque podíamos. Me gusta estar envuelta en sus brazos, eso nunca ha sido una
incertidumbre. Pero nuestra relación no ha progresado por mí. La forma en que sus
ojos se encienden cuando nos acercamos me dice que quiere algo más cuando
nuestras conversaciones se vuelven más profundas. Sobre la vida. Nuestros objetivos.
El pasado. Cuando conectamos, nunca dejo que vaya más lejos de lo que ha ido
debido al tirón en mi pecho que no puedo descifrar como bueno o malo. A veces, sus
labios se posan en mi mejilla y su respiración se entrecorta cuando vuelvo la cabeza,
como si por fin fuéramos a sellar lo que tanto miedo me da.
Cuanto más lo pienso, más deseo tener esa conexión con Carter Ford. Quiero
saber cómo se sienten sus labios contra los míos y a qué sabe. Quiero sentir su piel y
absorber su calor y saber lo que es estar abrazada a él piel con piel. Quiero seguir
adelante en lugar de contenerme. Intentarlo.
Pero es el miedo el que siempre ha alejado ese deseo, como si no mereciera
nada más por lo que he hecho con Danny y Easton. Los ahuyenté a ambos, los utilicé
de diferentes maneras. Utilicé a mi mejor amigo para intentar que me amara, y utilicé
a mi compañero de piso para olvidar que mi mejor amigo nunca pudo corresponder
a mis sentimientos. En el proceso, me perdí en una mezcla de sentimientos que están
demasiado enredados, demasiado entrelazados, como para descifrarlos. Cuando veo
a Easton en la remota posibilidad de que no me evite cuando ambos estamos en casa,
ya no veo a Daniel McCray. Veo el cabello oscuro y los ojos claros, y algo atrapado
en sus labios fruncidos y su actitud oscura. Veo a un ser humano como yo, roto hasta
cierto punto y sin saber si las piezas volverán a encajar.
Cuando pienso en Carter, pienso en la seguridad. Pienso en nuestra juventud.
Recuerdo los viejos tiempos en los que lo único por lo que tenía que estar triste era
cuando los chicos no me incluían en lo que estaban haciendo; cómo Danny se colaba
en mi habitación de abajo usando la ventana lateral y me traía caramelos para
disculparse. Cuando veo a Carter, veo a alguien que sabe lo que quiere y va a por
ello sin dudarlo. Es lo suficientemente compasivo como para ayudarme y lo
suficientemente cariñoso como para dejarme mi tiempo y mi espacio para procesar
lo que estamos haciendo.
Dos hombres.
Dos situaciones muy diferentes.
En muchos sentidos, me preocupan los dos. Hizo falta una noche de copas para
cruzar la línea con Easton, y una parte de mí se pregunta si es por eso que no he
dejado que Carter y yo hagamos más de lo que hemos hecho. Si es como cualquier
humano, querrá más a medida que vayamos moldeando nuestra relación: besos,
sexo. No es que no quiera tener sexo con él, cada parte de mí grita que sí. Sólo tengo
miedo de que eso cambie todo de una manera que ya no puedo controlar. 175
De repente, la pregunta de Jenna pasa a un segundo plano ante la idea de
intimar con el hombre al que me he acercado. Pienso en su aroma picante, en sus
manos suaves y en sus ojos cálidos que me reconfortan con una sola mirada. Sé que
disfrutaría acostándome con él si mi mente dejara de analizarlo en exceso.
En cuanto se me pasa por la cabeza la idea de que estemos juntos, el calor
florece entre mis muslos. Me retuerzo en el asiento cuando mi teléfono me avisa de
que me estoy acercando a mi destino. Agarrando el volante, retuerzo las palmas de
las manos y me pregunto qué diría Easton. Por otra parte, ya cree que me acuesto con
Carter.
¿Por qué debería importarme?
Con los ojos en blanco, entro en el camino de entrada de una casa blanca y de
ladrillo de tamaño decente. Estaciono el auto frente al garaje cerrado, como me dijo,
y examino las persianas negras y la puerta de madera que da acceso al interior. Un
camino de cemento conduce desde la calzada hasta la entrada, y unos arbustos de
flores verdes bordean la fachada de la casa. Desde aquí, puedo ver el contorno de un
patio trasero vallado y sé que es perfecto para su perro, probablemente una de las
razones por las que lo eligió en primer lugar. Es pintoresco y exactamente lo que me
imaginaba para Carter.
Mi teléfono zumba después de desenchufarlo del cargador, un texto de mi
mejor amiga aparece en la pantalla.
Jenna: Quédate la noche ;)
Parpadeando, me relamo los labios y apago el teléfono para que no haya
distracciones. Sé que tiene las cosas controladas en casa. Ainsley estará bien, Easton
ha estado saliendo cada vez más tarde, y lo único que importa en este momento es
que me permito admitir lo que quiero.
Mi cara se calienta.
Quiero a Carter Ford.
Al salir de mi auto, me limpio las palmas de las manos húmedas en la parte
delantera de mis vaqueros y respiro profundamente antes de llamar a su puerta. El
ladrido de un perro en el fondo me hace retroceder mientras Carter lo regaña,
abriendo la puerta.
—Piper —saluda con su habitual sonrisa cálida. En lugar de sus típicos
pantalones abotonados y de vestir, lleva unos vaqueros y una camiseta. Casual pero
sexy. Me hace un gesto para que entre y se aparta para que pueda pasar. Veo a su
perro, Cap, de pie fuera de la cocina, meneando la cola de forma vacilante—. Cap es
un gran bruto. Se hace el duro pero es dulce. Ya lo verás.
Carter cierra la puerta y me da un casto beso en la mejilla antes de cogerme
de la mano y llevarme a la cocina. Lo que sea que esté cocinando huele delicioso y
ver cómo comprueba la sartén colocada en el horno y remueve lo que hay en una de
las ollas de la cocina me hace morderme el labio inferior con asombro.
176
—Huele bien —le digo en voz baja.
—Estoy haciendo pasta de pollo al limón. —Pone la tapa en la olla y se vuelve
hacia mí, preguntando si quiero algo de beber. Niego y me doy cuenta de que su
perro se asoma por el estrecho pasillo de la cocina—. No va a morder, Cap. Puedes
salir.
Me resisto a sonreír cuando su perro se acerca a él, mirándome con la cabeza
inclinada. Meneo mis dedos sobre la criatura del tamaño de un caballo y luego
extiendo mi mano para que me olfatee, y él da unos pasos hacia adelante antes de
sacar su lengua. No tardamos en ser amigos, su cuerpo no se aparta de mi lado
mientras lo acaricio y Carter sigue cocinando.
—¿Cómo fue el viaje? —pregunta.
Mis pensamientos aún persisten desde antes, la parte posterior de mi cuello se
calienta. Lucho contra el rubor que quiere colarse en mis mejillas y creo que lo
consigo. —Estaba bien. El tráfico estaba ocupado.
—El tráfico del fin de semana suele ser más intenso.
Nuestra pequeña charla dura hasta que está juntando nuestra comida,
espolvoreando guarnición sobre los dos platos de pasta y pollo. Se me hace la boca
agua al verlo, pero no tanto como cuando me mira y dice: —Me gusta que estés en mi
casa.
Sin esperar esas palabras, me trago mi sorpresa. Sus ojos atraviesan la blusa
granate abotonada que elegí para combinar con mis vaqueros pitillo más holgados,
recorriendo mi cuerpo como si estuviera memorizando este momento en el que estoy
en su espacio. No en su clase, ni en su despacho, ni en un restaurante público lo
suficientemente alejado del campus como para que la gente no pueda hacer
preguntas, pero lo suficientemente cerca de casa como para no sentirme escondida.
Estar en su casa se siente íntimo. Que me prepare la cena se siente como algo
doméstico. Todo lo que tiene que ver con la forma en que me acoge mientras estoy
en su burbuja personal me hace saltar el corazón. Nos fijamos en los ojos cuando por
fin vuelve a encontrar su mirada en mi rostro, y no sé qué me pasa. Mucho. Nada en
absoluto.
Estoy en conflicto.
Sobre la vida.
Sobre el amor.
Sobre ellos.
Me acerco a él y coloco una de mis palmas sobre su corazón palpitante,
sintiendo cómo su calor corporal irradia en mi piel desde donde descansa en su suave
camisa de algodón. Me mira, sus ojos se calientan cuando me acerco hasta que
presiona una mano en la parte baja de mi espalda, apretándonos más.
Dice mi nombre en voz baja cuando me pongo de puntillas y rozo mis labios
con los suyos. Es tímido, inseguro, apenas dura unos segundos antes de que me aleje
y observe su reacción. Una de sus manos me acaricia la mejilla y el pulgar el labio 177
inferior, mientras su otra mano encuentra mi cadera. Cuando se inclina para
encontrarse con mis labios, no hay nada de inseguridad en la forma en que me besa.
Sus labios son firmes pero suaves cuando exploran los míos, profundizando el
beso cuando inclina mi cabeza hacia un lado. Me acaricia la costura de los labios con
la lengua, me abro para él y disfruto del sabor de su té dulce favorito. Le rodeo el
cuello con los brazos, le muerdo el labio inferior y le meto los dedos en el cabello
corto. Él emite un sonido que yo imito mientras la mano que tiene en mi mejilla
desciende lentamente por mi costado hasta posarse en mi otra cadera, con las yemas
de los dedos amasando la tela vaquera que me cubre.
Lo acerco, mi pelvis se arquea contra la suya hasta que siento que se endurece.
Él gime y yo me estremezco, la piel se me pone de gallina cuando me besa sin
reservas. Me abraza a él y absorbo la sensación. Nadie puede atraparnos, ni
regañarnos, ni amenazarnos con castigarnos por tener este momento. Lo absorbo
todo felizmente.
Sus manos.
Su lengua.
Sus labios.
Parece una eternidad antes de que nos separemos, su frente apoyada en la mía,
sus labios hinchados por mis dientes. Cierro los ojos mientras recupero el aliento, el
aire mezclado con nuestros cortos pantalones. Me lamo los labios antes de volver a
rozarlos suavemente contra los suyos antes de que él decida separarse primero.
Su mirada está llena de calor y lujuria y sé lo que quiere. Sonríe y me roza el
labio con la yema del pulgar. —¿Por qué fue eso?
Trago saliva. —Sólo quería hacerlo.
Mis palabras deben de afectarle, porque sus ojos se encienden y me da un
rápido picotazo que apenas perdura a pesar de que su expresión se ensombrece,
como él quiere. Se aleja y coge los platos sin esperar nada más. Es por esa
consideración, junto con el cosquilleo de mis labios y el calor de mi cuerpo, que lo
deseo mucho más. Pero no apuramos la cena que ha preparado mientras comemos
en la mesa y hablamos de lo que queramos.
Jesse.
Mis padres.
Su padre.
El Sr. Ford siempre ha sido un hombre bondadoso, más aún tras el fallecimiento
de su esposa. A pesar de su pérdida, hizo todo lo posible para criar a Carter como se
merecía. Le transmitió sus valores y su moral. Y cada día de su duro trabajo siendo un
padre soltero es algo que admiro diez veces más ahora después de escuchar las
luchas financieras que tuvieron al crecer. Su padre tenía varios trabajos para llegar a
fin de mes, aunque nadie lo hubiera sabido. Estaba allí para Carter cuando éste lo
necesitaba, yendo a cualquier función o evento para su hijo. En la forma en que Carter 178
habla de su padre se ve claramente que lo quiere.
A cambio, le cuento todo sobre Ainsley y su estado, las luchas de la escuela, la
fuerza que veo en ella y lo mucho que me duele verla llorar cuando cree que no estoy
mirando. Él ya sabe que mi amor por ella es el más fuerte que puedo tener, y lo mucho
que quiero a Danny por darme ese sentimiento a través de la niña a la que más quería
también. Cuanto más hablo de ella, más lágrimas brotan de mis ojos.
Estamos en el sofá con Cap a nuestros pies cuando dejo que una de las lágrimas
traspase la barrera y corra por mi mejilla.
Me toma la mano con la suya, apoyándolas en el poco espacio que hay entre
nosotros en el cojín. —Es una niña increíble, ¿verdad?
—La mejor —susurro, aclarando la garganta para que el tono áspero se
desvanezca—. Lo heredo de sus dos padres. Willow... ¿la conociste? —Sacude la
cabeza—. Danny me dijo desde el día en que se conocieron que sabía que ella era
para él. Venía de un entorno duro y luchaba por todo lo que tenía. Creo que Ainsley
saca mucho de su espíritu de su madre.
Aprieta nuestras manos. —Danny también era muy parecido. —Asiento—. No
tienes que castigarte como sé que estás haciendo. Lo que le pasó no es tu culpa, Piper.
Me lo he dicho cientos de veces cuando llego a un punto bajo, y la mayoría de
las veces me lo creo. Pero como Carter ha dicho antes, somos humanos. Y la
humanidad viene con la debilidad y la duda que derrumba a las personas en el
momento en que están atrapadas en su propia mente.
Me quedo mirando nuestras manos. —Hay muchas cosas que no sabes de mí.
Aunque no estaba al volante, ni fui quien creó la tormenta, fui quien lo ahuyentó.
Se queda mirando confundido.
—Pensé que lo amaba. —Tomo aire, admitiendo por fin en voz alta lo que nadie
sabe. Ni siquiera Jenna—. Pensé que por fin se había dado cuenta de que me amaba
esa noche, pero fue un momento de debilidad para él. Y en cuanto... —Me ahogo en
las palabras, luchando por recuperar el aliento mientras más lágrimas llenan mis
ojos—. En cuanto se dio cuenta de lo que habíamos hecho, no pudo ni mirarme. Dijo
que era un error, Carter.
La simpatía nubla instantáneamente sus ojos. —Oh, Piper. No lo sabía.
Soltando su mano, me froto furiosamente las mejillas y me obligo a respirar.
Cierro los ojos y cuento hasta cinco, abriéndolos solo cuando estoy más tranquila. —
Pienso en esa noche todo el tiempo. No porque me haya acostado con él, sino porque
sabía que era un error. Me dolió cuando me lo dijo, me dolió cuando se fue enojado,
pero nada duele más que saber que tenía razón. ¿Y lo peor? No pude decírselo.
Antes de darme cuenta, estoy envuelta en sus brazos. Me acuna, pero no salen
lágrimas que manchen su suave camisa. Se limita a abrazarme en silencio, dejando
que busque el consuelo que necesito en su calor. Lo rodeo con los brazos, cierro los
ojos y me doy cuenta de que el peso que tenía en el pecho ya no me sujeta.
179
Respiro más profundamente. Más fácil.
Cuando abro los ojos, me retiro y lo miro fijamente. Su imagen es clara, sus ojos
cálidos y sus labios neutros. Acaricio su mejilla como él hizo conmigo, su rastrojo
áspero bajo mi palma. Exploro su rostro, trazo la cicatriz en su piel y siento las leves
líneas de la risa que me indican que ha tenido una buena vida. Me pregunto si tendré
esas mismas líneas cuando sea mayor o si es demasiado tarde.
Pero la verdad es que... —He tenido una buena vida. —Me deja tocarlo sin
hacer su propio movimiento—. Sólo desearía que Danny siguiera vivo para seguir
disfrutando de la suya.
Sus ojos se suavizan. —Sé que lo haces, Piper.
Me relamo los labios y me inclino hacia los suyos, apoyando los míos contra su
boca sin moverme. Cerrando los ojos, siento su aliento y me envuelvo en la caricia de
su esencia. —Eres un buen hombre, Carter Ford. —Cada palabra roza nuestros labios
y busco la sensación que sólo he tenido una vez.
Y no fue con Danny.
Su respiración entrecortada cuando bajo las manos por la parte delantera de
su camisa y las meto por debajo me da confianza. Palpo los planos de su firme vientre
y trazo las líneas de sus músculos abdominales hasta que los recorro hacia arriba,
hacia arriba, junto con su camisa. Cuando mis manos se posan en el vello enjuto de
su pecho, abre los ojos y me mira interrogante.
—¿Estás segura?
Le respondo con un beso, enredando mi lengua con la suya lentamente y
tirando de la prenda que quiero quitarle. Se suelta lo suficiente como para quitársela
de un tirón antes de besarme de nuevo, atrayendo mi labio inferior hacia su boca y
chupándolo. Muevo las palmas de las manos por su pecho antes de deslizarlas hasta
la cintura de sus vaqueros y meter un dedo en su interior.
Maldice y se aparta. —Tú primero. —Su voz es áspera mientras trabaja
lentamente en los botones de la blusa que llevo hasta desabrocharlos todos. Sus
grandes palmas recorren mis curvas antes de desprender la tela y dejarme el
sujetador de color crema. Sus ojos observan el encaje que cubre mis pequeños
pechos antes de pasar a besarme la mandíbula, el cuello y la clavícula. Aparta uno de
los tirantes para que su boca pueda seguir recorriendo mi piel expuesta, y con la otra
mano tantea los ganchos de la espalda hasta que se sueltan y la prenda cae de mi
cuerpo. Traslada mi ropa desechada al suelo del salón, observando mi pecho
desnudo del mismo modo que yo hago con el suyo.
Unas punzadas de calor me cosquillean la nuca mientras sus manos se acercan
a mis pechos y los aprietan mientras se inclina y me besa de nuevo. Nuestras lenguas
recorren las bocas del otro mientras él juega con mis pezones, hasta que gimo y me
agarro a sus brazos.
—Por favor —susurro contra sus labios.
Me mete la lengua en la boca y desciende por mi cuerpo, arrastrando los besos 180
desde el valle entre mis pechos, bajando por mi estómago, pellizcando justo debajo
de mi ombligo, antes de desabrochar lentamente el botón y la cremallera de mis
vaqueros. No me aprietan, así que se los quita con facilidad y me los baja por los
muslos, levantando la mirada antes de hundir los dedos en la banda de mis bragas,
pidiéndome permiso en silencio para quitármelas hasta dejarme desnuda en su sofá.
Asiento.
En cuestión de segundos, estoy completamente expuesta. Tengo la tentación
de cubrirme con la manta que tengo a mi lado, pero veo cómo la lujuria arde en sus
ojos mientras me pasa una mano por el estómago y me besa uno de los muslos. Su
mano me empuja suavemente hacia abajo para que me tumbe de espaldas y me
separa las piernas delante de él. Mi cabeza se inclina mientras él se acerca a donde
me duele, sus dientes mordiendo el interior de mi pierna hasta que se detienen justo
antes de mi raja.
—Quiero esto, Carter. —Mis palabras en voz baja son todo lo que necesita
antes de que su lengua me recorra por primera vez, desde el clítoris hasta la entrada,
y una respiración entrecortada se escapa de mis labios mientras maúllo cuando lo
hace de nuevo. Mis dedos se dirigen a la parte superior de su cabeza y se enredan en
su cabello mientras él me separa y chupa mi clítoris en su boca.
Lo maldigo, lo alabo y siento que mis entrañas arden de anhelo mientras su
lengua juega conmigo en todo lo que mi cuerpo necesita. Mis muslos se abren más
para que él ajuste sus anchos hombros entre ellos mientras se arrodilla en la alfombra
y me trabaja hábilmente con su boca. Me aferro a su cabello mientras me lame con
determinación, trabajando mi entrada con su lengua hasta que me retuerzo y me
arqueo y sostengo su cara donde necesito que esté.
Con las piernas temblando, clavo las yemas de los dedos en su cuero cabelludo
y me aprieto contra él mientras su lengua me penetra. Uno de sus dedos se desliza
hacia donde está su boca, jugando con la excitación que ha creado antes de entrar en
mí lentamente mientras su lengua se dirige a mi clítoris. Mis ojos se cierran cuando
un segundo dedo entra en mí, bombeando, arqueando y haciéndome subir más y
más. Sus movimientos son lentos y calculados, y no se detiene hasta que apenas soy
capaz de jadear su nombre entrecortadamente. Mis caderas se arquean hacia él,
soportando la ola de placer que recorre mi cuerpo mientras él acelera el ritmo con
sus dedos y me pellizca el clítoris hasta que no puedo contenerme.
Gimiendo su nombre, mantiene sus dedos arqueados dentro de mí durante mi
orgasmo, esperando a que baje antes de sacarlos y levantarse. Me rodea la cintura
con un brazo, me coloca uno detrás de las piernas y me acuna mientras nos lleva por
el pasillo hasta la cocina. Me aferro a él, con las piernas entumecidas por el subidón
del que estoy bajando, y entierro mi cara en su pecho y respiro su picante aroma
mientras le lamo y muerdo la carne.
Nos lleva a su dormitorio y cierra la puerta con el pie para que Cap no pueda
entrar. No me tomo la molestia de echar un vistazo a la gran habitación ni de fijarme
en lo suaves que son sus sábanas oscuras cuando me acuesta con delicadeza. Lo único
en lo que me fijo es en la forma en que se desnuda con confianza delante de mí, sin
181
apartar la vista de nuestras miradas. Estoy fascinada por su tonificado torso y su
delgada cintura. Sus brazos están perfectamente redondeados por los músculos del
boxeo que practica en el centro recreativo, sus muslos son delgados y musculosos, y
su longitud es demasiado impresionante cuando sale de sus calzoncillos azules
ajustados que se deslizan hacia abajo hasta que él también está desnudo.
Cuando se arrastra por la cama y se cierne sobre mi cuerpo, trago saliva y
coloco mis piernas para que pueda caber entre ellas. Es más ancho que Easton, más
tonificado por todos sus entrenamientos. Sin embargo, la forma en que se eleva sobre
mí y estudia mi expresión no es con la misma intensidad, y no estoy segura de cómo
tomarlo.
Sus ojos son oscuros por la lujuria, pero más claros por algo más. Cuidado. Un
cuidado genuino. Y así lo siento cuando se inclina y me besa, rozando nuestros labios
en tiernos besos mientras recorre mi cuerpo y me abraza. Bajando sobre sus
antebrazos, su lengua me roza el labio inferior hasta que volvemos a explorar nuestras
bocas, besándonos, tocándonos y respirando el uno en el otro. Le paso la lengua por
el paladar, él me mordisquea el labio inferior y su polla se endurece contra mi
estómago entre nosotros.
Con la respiración entrecortada, me agarro a sus hombros y le miro a los ojos.
Nuestra respiración es agitada, deseosa, entremezclada con la anticipación. No le
digo que quiero esto otra vez, no con palabras. En lugar de eso, le aprieto los hombros
y le beso, juntando nuestros labios y abrazándole para que su peso se desplace sobre
mi cuerpo. Llevo mi mano a su polla dura como una roca y la bombeo hasta que se
estremece. Coloca una mano sobre la mía, ayudándome a sacudirlo hasta que se
dirige a mi entrada, se detiene y me echa una última mirada antes de que su boca se
entierre en el pliegue de mi cuello al mismo tiempo que me penetra de un solo y
profundo golpe.
Al instante me arqueo dentro de él, sintiéndolo por todas partes. Aprieto mis
brazos alrededor de su cuello y grito cuando se retira lentamente y vuelve a
introducirse. No se precipita. No es duro. Es suave, cariñoso, como si quisiera que
durara. Se desplaza por mi cuerpo, me toca la piel y me besa los labios con el tipo de
necesidad que quiero absorber, sentir y pensar incluso cuando el momento haya
terminado.
Y eso es lo que es. Un momento.
Un momento de éxtasis cuando su polla desnuda se entierra dentro de mí una
y otra vez, y uno en el que mis caderas responden a cada una de sus embestidas con
avidez. Nos alimentamos el uno del otro, nuestras lenguas y miembros se enredan y
agarran y jadean y juegan hasta que vuelve a aparecer el familiar revoloteo en la boca
del estómago.
Mis manos se deslizan por su espalda y mis uñas se clavan mientras él cambia
su peso y me penetra en un ángulo más profundo. Me agarro a su culo y me acerco a
sus caderas, incitándole a empujar dentro de mí con más fuerza, más profundamente,
y siento cómo llega al punto perfecto hasta que mis ojos se ponen en blanco y los 182
puntos negros llenan mi visión. Lo hace una y otra vez, el movimiento nunca va tan
rápido como yo quiero, pero hace que mi cuerpo arda igualmente.
Deslizando uno de sus brazos por debajo de mí, levanta mi cuerpo y se
introduce en él mientras cubre uno de mis pezones con su boca y lo chupa. Mantengo
los ojos cerrados mientras disfruto de la sensación de su polla moviéndose cada vez
que me agarro a él y de su aliento soplando en el pecho húmedo con el que juega.
Me coge la mano con la que tiene libre, intentando mantenerme cerca, y respira mi
nombre en mis labios cuando se juntan con los míos en un beso abrasador como si
me alimentara con oxígeno.
Y cada vez que golpea ese punto dejándome gemir, pienso en todos los demás
sentimientos que deberían apretar mi pecho. Siento el deseo, el anhelo del confort,
pero hay algo que me falta y que busco mientras su polla se introduce en mí. Así que
me aferro más a su cuerpo y me balanceo dentro de él cuando sus caderas empujan
hacia delante. Escucho el sonido que hacen nuestros cuerpos y la forma en que
nuestras respiraciones se hacen más fuertes. Mis súplicas se vuelven desesperadas,
mi mente se llena de pensamientos, deseos y esperanzas.
Espero que esto sea suficiente.
Espero que esto se convierta en lo que quiero.
No un escape. El amor.
Busco esa sensación mientras sus empujones se vuelven más exigentes,
sabiendo que ambos vamos a corrernos cuando desliza una mano por mi cuerpo y
juega con mi clítoris. Enrollo las piernas alrededor de su cintura y me aprieto contra
él, jadeando y suplicando hasta que mi cuerpo consigue lo que quiere.
No son necesidades. Deseos.
Esa sensación que busco en nuestra intimidad se pierde entre el sudor y el
aroma del buen sexo. Se pierde la forma en que mi mente intenta aferrarse a cómo
me sostiene, cómo me mueve en posiciones que me excitan también. Sabe cómo
trabajarme, cómo abrazarme y cómo besarme con razón.
Pero incluso después de que se separe y me apriete contra su costado,
dándome besos en la sien y en el cabello, sé que el sentimiento no está ahí.
No importa lo mucho que quiera que sea.
Coloco una mano sobre su pecho y acaricio el sudor que lo salpica, cerrando
los ojos mientras escucho cómo sus rápidos latidos empiezan a estabilizarse. Sus
labios permanecen apretados contra la coronilla de mi cabeza, su cálido aliento
empapando mi cabello.
—¿Estás bien? —pregunta.
Me ahogo en las lágrimas. —Sí.
Una hora más tarde, después de limpiarme en su cuarto de baño, me invento
una excusa para ir a casa con mi mejor amiga y Ainsley. Solo rezo para que mi
compañera de piso no esté allí para ver las lágrimas que me queman los ojos cuando 183
lo consigo.
M
e despierto a la mañana siguiente con Jenna y Ainsley aun durmiendo
a mi lado en la cama. Tengo la cara hinchada por haber llorado contra
el hombro de Jenna y el pecho pesado por cosas en las que no quiero
pensar antes de las ocho de la mañana.
Un par de ojos marrones se encuentran con los míos, una pequeña mano se
extiende y toca mi mejilla. Le sonrío, sintiéndome mejor con solo saber que está aquí
conmigo. Cubro su mano con la mía y deslizo su palma hasta mi boca para darle un
beso.
—Te quiero —susurro contra su mano, sonriendo mientras sus ojos cansados se
iluminan—. Se me antojan wafles esta mañana, ¿qué dices?
Desde el otro lado de Ainsley, oigo a Jenna refunfuñar: —Demasiado temprano.
Duerme. —Me muerdo la risa mientras suelto la mano de Ainsley y le beso la frente,
haciéndole un gesto para que se levante de la cama conmigo.
Bajamos las escaleras de la mano, mis ojos se detienen involuntariamente en el
pasillo abierto sobre nosotros, donde está la puerta cerrada de Easton. Levanto a 184
Ainsley y la dejo en la encimera de la isla, le doy un vaso de leche de almendras y
tomo los ingredientes que necesitaremos para preparar el desayuno.
Cuando Jenna baja, con la cabeza en la cama, los ojos cansados y las babas
secas en la comisura de los labios, ya me he hecho un par de ellas. Me río de su
aspecto poco estelar, olvidando lo mucho que odia las mañanas. Se pasa una hora
preparándose, así que nadie adivinaría a qué clase de zombi se parece a primera
hora.
—Buenos días.
—Cállate.
Resoplo y señalo la cafetera llena que aún no he probado. Toma una taza del
armario y se sirve una taza, sacando su habitual crema de la nevera y echando una
cantidad ingente de azúcar. Es una golosa que yo nunca podría igualar, y siempre me
pregunté cómo se mantenía tan delgada sabiendo lo mucho que comía. Por otra parte,
también va al gimnasio todos los días, algo que yo no hago.
—Puedo sentir tu juicio —murmura, llevándose la taza a los labios y poniéndose
al lado de Ainsley. Deja la taza en el suelo después de dar un sorbo y le revuelve el
cabello a Ainsley hasta que mi hija de seis años sonríe y aparta la mano.
Compruebo la máquina de wafles antes de sacar el siguiente y colocarlo en el
plato. —No te estoy juzgando —miento.
Murmura en voz baja y se sienta en el mostrador, sacando un taburete. —
Quiero hablar de lo de anoche.
Congelada, mis ojos se dirigen a Ainsley. Está jugando con el teléfono de
Jenna. —Ahora mismo no, ¿de acuerdo?
—Estuviste l-l-o-r-a-n-d-o.
—Ainsley puede deletrear, sabes.
Mi mejor amiga suspira. —Sólo quiero saber que estás bien. Anoche dijiste que
lo estabas, pero luego me llenaste de mocos la blusa. Estoy bastante segura de que
eso no equivale a estar bien.
Tragando más allá del nudo en la garganta, miro fijamente la máquina frente a
mí mientras cocina la masa. —No tuve una mala noche. De hecho, fue una buena noche
dadas las circunstancias.
—Bien...
Mis hombros se desploman ligeramente mientras mis ojos se cierran. Admitir
lo que había hecho era imposible anoche. No me sentí culpable. No me arrepiento.
Pero en cuanto entré, no pude contener las emociones que luchaban en mi interior.
Empecé a sollozar en cuanto Jenna me preguntó cómo había ido.
Tuve sexo con Carter.
Tuve buen sexo con Carter.
Mi profesor. 185
Mi antiguo enamoramiento.
Un amigo de la familia.
Y a pesar de que era gentil, amable y respetuoso, no podía responder a la
pregunta de Jenna. ¿Cómo fue? Sentía que Carter Ford derramaba sus sentimientos
en mí con cada beso, caricia y empujón, pero yo no podía hacer lo mismo. No
importaba el beso que devolviera, el toque que igualara o el empuje que recibiera,
no era suficiente.
Yo quería que lo fuera.
—No creo que pueda amar —susurro, sin querer decirlo demasiado alto por
miedo a quién lo oiga. Ainsley. Easton. A mí misma.
—Piper —dice en voz baja. Puedo oír la compasión en su tono, y me la quito de
encima mientras despego el wafle de la máquina—. Eso es ridículo. Puedes amar.
Quieres a tu familia, quieres a Ainsley. ¿Qué te hace pensar que no puedes?
Me mantengo de espaldas a ella mientras lucho con mi mandíbula temblorosa,
apretando los dientes para controlar mis emociones. El oleaje de la amargura sube
en mi pecho, asfixiándome lentamente hasta que tengo que forzar una respiración. —
Porque no lo sentí anoche cuando debería haberlo hecho.
Por un momento, hay una pausa. —Oye, ¿Ains? ¿Te importa si hablo con Piper
un minuto? Puedes ir a comprar el juego que quieras en mi teléfono y jugar.
Me estremezco ante la mala idea que es. Una vez Ainsley se hizo con mi teléfono
hace un año y compró más de cien dólares en juegos. Tuve que luchar para que me
los devolvieran. Cuando los pies pequeños salen de la habitación, con el teléfono en
la mano, suelto un suspiro sabiendo lo que se avecina.
—Te acostaste con él.
Simplemente asiento.
Su mano encuentra mi brazo. —Bien. Eso no es algo malo, ¿verdad? Siempre
has dicho que Carter te ha tratado bien. Él...
—¡No! —Ya sé a dónde quiere llegar cuando veo preocupación en sus ojos—.
No, estuvo genial. De verdad, Jen. Pero... —Me lamo los labios y me restriego los ojos,
no quiero volver a llorar—. Fue genial y no sentí nada. Quiero decir que sentí cosas,
pero no lo que quería sentir. ¿Sabes?
—Nena, no tienes que enamorarte del tipo después de tener sexo con él —
señala, con las cejas levantadas—. El amor lleva su tiempo. No te castigues por no
estar de cabeza o por intercambiar ese tipo de palabras sólo porque el chico estuvo
dentro de ti.
El calor se instala en mis mejillas. —No es eso. Sé que no tengo que decir eso
por lo que hicimos. Pero siempre ha sido muy amable conmigo. Mira lo que hizo por
mí con mi estudiante de magisterio. Me salvó de tener que esperar otro semestre para
terminar mi carrera.
—¿Crees que se lo debes? 186
Mis ojos se abren de par en par. —No. Es... —Me doy cuenta de lo mal que está
saliendo esto, así que me recojo y respiro profundamente. Contando hasta cinco,
exhalo y la miro—. He sentido cosas antes. Cosas que no sentía con él. No hay chispa.
No... no sé, ¿conexión? Al menos no una real. Y seguí buscando una porque sabía que
tenía que haber algo. Pero no lo había.
—Cuando dices que has sentido cosas antes...
Despuntando los labios, evito su descarada mirada mientras intenta
arrancarme una respuesta. —Sabes que no soy virgen. He tenido sexo antes.
Me golpea el brazo. —¡Piper!
Me froto el punto en el que se golpeó y frunzo el ceño. —Ay. Eso sí que duele,
Hulk. Te voy a traer comida, no hace falta que me hagas daño físicamente.
—¡Dime quién!
Me muerdo el interior de la mejilla, contando los wafles en el plato para ver si
tengo suficientes. Para estar segura, vierto lo último de la masa en la máquina y
enjuago el bol mientras se cocina. —Realmente no creo que importe, Jenna.
Su mano sale y me impide enjuagar el cazo en mi mano. —Oh, Dios mío. Es
Easton. —Sisea su nombre, con los ojos abiertos pero brillantes de acusación.
No lo confirmo ni lo niego. —No importa, ¿de acuerdo? Yo…
—Detente ahí. Anoche tuviste sexo con un hombre bueno y volviste a casa
llorando. —Me mira fijamente a los ojos—. Eso significa que estás enamorada de otra
persona, así que importa. Sé sincera conmigo. Soy tu mejor amiga. ¿Estás enamorada
de Easton?
¿Por qué mi corazón se siente de repente como si hubiera estado corriendo?
Late salvajemente en mi garganta mientras repito esas palabras. Bueno, sólo una de
ellas.
El amor. ¿Estoy enamorada de Easton?
—No veo cómo podría ser —es lo que digo.
—Dios mío —repite, esta vez con asombro. No estoy seguro de lo que está
pensando, pero estoy seguro de que no puede ser bueno—. Estás enamorada de ese
sexo en un palo. Debería haberlo visto venir.
—¿Qué significa eso?
De hecho, aplaude como si fuera la mejor noticia que ha escuchado en toda su
vida. —Piper, voy a ser sincera contigo, ¿de acuerdo? Después de lo de Danny, no
sabía lo que te iba a pasar. Te encerraste y te hundiste en un pozo profundo del que
no pude sacarte. Fingiste que estabas bien por Ainsley, pero el mundo pudo ver que
no lo estabas. Y esa noche, cuando te obligué a emborracharte aquí, fue la primera
vez que bajaste la guardia.
Algo bueno hizo.
Esa fue la primera noche que dormí con Easton. Jenna se puso sobria horas 187
después y condujo ella misma a casa. Easton y yo seguimos bebiendo, seguimos
mirando, seguimos acercándonos. Antes de darme cuenta, su boca estaba en la mía
y mis manos en su cuerpo y estábamos desnudos y en una posición muy
comprometida en mi cama. Aquella noche habíamos tenido tres relaciones sexuales,
todas ellas precipitadas y bruscas, pero nunca descuidadas. A pesar de la cantidad
de alcohol que bebí, recuerdo cada detalle.
—Te convertiste en alguien que volvía a vivir gracias a él —continúa, apretando
mi mano que no me di cuenta de que había tomado entre las suyas—. Luego, cuando
admitiste que estaban haciendo lo del sexo casual, me di cuenta de que te estaba
ayudando. Estabas más alegre, más feliz. No fue hasta hace un par de meses que
cambió, y no sé cuántas veces ignoré las señales. Cada vez que venía, se miraban
fijamente cuando la otra persona no miraba. Te sonrojabas si te tocaba
accidentalmente. Era como si intentaras fingir que no había pasado nada, aunque ya
había pasado mucho.
—Piper, piensa en ello. ¿Ya has presentado a Ainsley y a Carter? ¿Lo has
invitado a cenar o incluso lo has considerado? Sé que tienes su número, pero ¿lo has
usado? Tienes que preguntarte por qué es eso. No es porque tengas miedo o porque
sea tu profesor o incluso porque tu familia lo conozca. Dudo incluso que tenga que ver
con la diferencia de edad que dices que hay porque me has dicho una y otra vez que
ni siquiera has pensado en ello cuando estás con él. Entonces, ¿qué es lo que
realmente te frena?
Pero no es lo que me retiene lo que intenta sonsacarme. Es quién. Y esa
constatación es un puñetazo en las tripas que siento en todas partes.
Sus rasgos se suavizan cuando los míos se vuelven hiperinteligentes con cada
respuesta a sus preguntas. No he sacado el tema de la entrada de Carter ni siquiera
cuando me ha recogido y dejado. Nunca he estado dispuesta a presentarle a Ainsley
porque una parte de mí sabía que había algo que merecía la pena esperar: una
realización.
Se me aguan los ojos al mirarla. —Mierda, Jenna. ¿Qué voy a hacer?
—Easton no llegó a casa anoche —me dice abiertamente—. Si esto es lo que
quieres, tienes que hablar con él. Está claro que los dos han estado con otras
personas, así que si quieres estar sólo con él...
El miedo me llena las venas. —Pero ¿cómo puedo saber siquiera que quiere
estar conmigo? Hemos peleado demasiadas veces. Me ha dicho cosas horribles.
—Vaya. —Sus ojos se estrechan—. Me has estado ocultando algo, chica.
Primero, voy a necesitar que me des todos los detalles. Pero no antes de que
comamos, porque realmente me pondré como She Hulk si no tomo algo con este café.
Sus bromas no me hacen sentir mejor. Sólo me encierra en mi estado de neblina
mientras pienso en Easton. Otra vez.
¿Cuántas veces he pensado en él cuando no debía hacerlo? Inconscientemente,
he estado comparando a Carter con él, con lo que teníamos. Y si realmente siente lo
que siente por mí cuando discutimos, entonces no tengo ninguna posibilidad. Existe 188
la posibilidad de que experimente el desamor de nuevo.
Esta vez por Easton Wyatt.
E
stoy terminando mi examen cuando me doy cuenta de que soy el único
que queda en la sala. Los ojos de Carter se dirigen a mí más a menudo
ahora que nadie más puede ver. Mi primer día de ser grabada mientras
doy clases fue ayer. Me presenté diez minutos antes de la clase para instalarme y
preparar la lección. Eso dio poco margen para que Carter y yo habláramos.
Sé que está pensando en ello, en lo que nos pasó. Me envió un mensaje de texto
al día siguiente y me preguntó cómo estaba. Mi respuesta de una sola palabra lo dejó
llamando. Contesté y mantuve una conversación de quince minutos con él sobre cómo
estaba Cap y lo bien que estaba la cena y lo mucho que me había divertido antes de
decirle que había hecho planes con Ainsley.
Pero ahora me mira como si supiera que hay algo más. Es un hombre
inteligente. No me sorprendería que mi rostro se cubriera de culpa y dolor. Puede
que ni siquiera tenga que decir las palabras para que él lo sepa si simplemente le
miro a los ojos.
Easton se quedó fuera el fin de semana, dejándome sumida en mi 189
contemplación. No le envié ningún mensaje porque no quería tener esa conversación
por teléfono. Pero me di cuenta, después de que llegara el domingo, de que no iba a
volver pronto.
Jenna me dijo que arrancara la tirita. Pero estaría arrancando dos, y la carne
vendría con ella.
Cuando termino mi examen, recojo lentamente mis cosas y me preparo. Me
pongo la bolsa al hombro y me acerco a su mesa, agarrando la correa de la bolsa con
la mano.
—Por favor, mírame, Piper.
Me doy un momento, parpadeo, y luego alzo la barbilla para encontrarme con
él con una frágil sonrisa. Acepta mi papel y lo deja junto a los demás, ignorándolo
rápidamente. —Estoy segura de que he aprobado —le digo débilmente.
Se levanta, rodea su escritorio y se sienta en el borde del mismo a mi lado.
Extiende la mano y la junta, uniendo los dedos meñiques por un momento antes de
retirarla. Un toque sutil, rápido e indoloro.
No es indoloro.
—Háblame —dice. Es una exigencia suave, una que me dice que busque la
tirita—. Puedo verlo en tus ojos, Piper.
Dejé escapar un pequeño suspiro. —¿Ver qué?
—No estabas preparada.
Me duele el corazón. —Yo... —Cierro los ojos por un momento y empujo más
allá del remolino de pensamientos que inundan mi mente.
Me estoy ahogando. Ahogándome en mi indecisión y mi dolor, preguntándome
si sobreviviré si me sumerjo bajo las turbias aguas de mi conciencia. Quiero
liberarme del dolor que me atraviesa como una droga en el torrente sanguíneo.
Necesito claridad.
Sólo una vez.
Tragando con fuerza, abro los ojos. No hay lágrimas que saluden a mis
conductos ni una respiración aguda que escape de mis labios como si ya no pudiera
respirar. Pedí una libertad temporal y se me concedió lo suficiente para tener este
momento.
—Lo siento. —Dos pequeñas palabras con un significado tan grande están al
descubierto entre nosotros. Sus ojos se apagan ligeramente, pero sus labios dibujan
una sonrisa de complicidad. Veo su dolor, pero también veo algo más.
Comprensión.
—No tienes que disculparte —me dice simplemente, extendiendo la mano y
apretándola. Me toca la fibra sensible, pero no tanto como cuando añade: —
Asegúrate de que te trata bien, Piper. Te lo mereces aunque creas que no.
Me quedo mirando sin parpadear, asimilando su aceptación y preguntándome 190
si siempre lo había sabido. Había tenido esperanza, pero no se aferraba a ella como
yo lo había hecho durante tanto tiempo. —Cuando me besas —digo en un susurro
cauteloso—, ¿qué sientes?
Mira hacia el pasillo durante un instante antes de inclinarse hacia delante y
rozar sus labios con mi mejilla. —No estoy seguro de que importe lo que yo sienta,
Piper. Lo que importa es lo que tú haces, y nunca te presionaré para que finjas que
sientes más de lo que sientes. Lo digo en serio. Te mereces saber cómo se siente la
felicidad.
Llevando mi labio inferior a la boca cuando se aleja, siento el toque fantasma
de sus labios en mi mejilla. —¿Has sentido eso? ¿La felicidad?
Sonríe. —Una vez. —Pero ahora no—. Quiero ser claro contigo en algo. Me
gusta pasar tiempo contigo, oír tus pensamientos y escuchar tu risa. Me encanta ver
lo mucho que te importa Ainsley, y cómo te aferras a los recuerdos de Danny. Soy
feliz, Piper, y fui feliz contigo. Pero estaré bien. Al igual que tú lo estarás.
Quiero preguntarle cómo lo sabe, cómo parece tan seguro. Pero no lo hago.
Manteniendo a raya las preguntas, le hago un gesto seco con la cabeza y respiro
profundamente. No vamos a romper porque nunca hemos salido juntos. Tiene razón.
Nos divertimos juntos en compañía del otro. Era una amistad que se mezclaba con la
posibilidad de algo más.
Nunca iba a ser suficiente.
—Te vas a graduar en unas semanas —señala, cambiando de tema como si no
estuviéramos terminando algo.
Consigo asentir, un poco desconcertada. —Tengo una entrada para ti. Si lo
quieres, por supuesto. Mi familia dijo que les encantaría verte. Jesse estará allí... —
Me froto el brazo y me maldigo por haber sacado el tema: la entrada, mi familia.
—No voy a decírselo.
Mis ojos se dirigen a los suyos.
Sacude la cabeza. —Lo que pasó puede quedar entre nosotros. Me parece bien.
Jesse, tus padres, nunca lo sabrán. Y siempre que estés de acuerdo con que vaya, me
encantaría. Ha sido genial conocerte, Piper. No tengo ninguna duda de que llegarás
lejos.
Un nuevo tipo de emoción se apodera de mí, espesando mi garganta. La
gratitud. —En caso de que nunca te lo haya dicho, te admiro. Me diste una
oportunidad incluso cuando fui grosero contigo. No me estaría graduando si no lo
hubieras hecho.
—Eres un maestro natural.
—Tuve ayuda —digo, una sonrisa fácil finalmente adornando mis labios—. Y
gracias por... —¿Por qué? ¿Por comprender? ¿Por no decírselo a mi familia? ¿Por
guardar el secreto? Me conformo con —todo.
Se levanta y se mete las manos en los bolsillos. —Te dije que te cubría la
espalda, y lo digo en serio. Esto no cambia nada, Piper. Te vas a graduar y vas a hacer 191
cosas increíbles, y yo voy a estar ahí sin importar la forma. Amigo. Conocido de la
familia. Antiguo profesor.
—Es usted demasiado amable, profesor Ford.
Se ríe de mis burlas. Se siente bien al escuchar el sonido, como si no saliera de
la habitación sintiendo que mi cuerpo se hunde cada vez más. —Sólo estoy ahí para
la gente que me importa.
—Siento no haber podido...
—Oye —dice en voz baja—, no quiero que te disculpes por ser sincero
conmigo. Eso es todo lo que podría pedir.
Me pregunto si está pensando en su ex-prometida cuando sus ojos parecen
distanciarse como si estuviera perdido en sus pensamientos. ¿Su decisión de
permanecer juntos fue agotadora? ¿Consideró que era deshonesto?
—De acuerdo —digo finalmente, aunque hay cautela en mi tono, como si
tuviera miedo de dar la vuelta e irme. Sé que ambos sobreviviremos, que esto no es
el fin del mundo. He vivido tragedias mucho peores que herir los sentimientos de
alguien.
Pero eso no significa que no me importe.
—Piper —dice mientras me dirijo a la puerta. Me detengo un momento antes
de darme la vuelta y me paso el cabello por detrás de la oreja—. Respira hondo y
recuerda que tu pasado no te define. Estás hecha para vivir y amar. Danny habría
querido eso para ti. No importa lo que haya pasado entre ustedes.
No sabe cuánto necesitaba esas palabras. Por otra parte, es Carter Ford. Tal
vez él sabía exactamente lo mucho que necesitaba escucharlas.

192
M
e paso por El Loto Tintado con una Ainsley dormida en el asiento
trasero. Evie dice que ha tenido un día duro y se ha cerrado,
negándose a jugar con alguien. Todavía no le he sacado nada sobre lo
que ha pasado, pero tengo la sensación de que tiene que ver con los niños de su clase
por la forma en que mantuvo los ojos bajos todo el tiempo que caminé con ella hasta
el auto al recogerla.
Hacemos lo que Danny siempre decía que la calmaba. Condujimos. Por la
ciudad, por carreteras secundarias, por todas partes, hasta que su cabeza se hundió
y los párpados se hicieron más pesados. Hacía diez minutos que se había quedado
dormida, dormitando con suaves ronquidos. No estaba segura de saber a dónde se
dirigía hasta que las luces de la tienda iluminaron la oscura noche. Hay una plaza de
estacionamiento justo enfrente que tomo al instante, notando a Jay fuera de la tienda
fumando. Debe notar el vehículo porque apaga el cigarrillo contra el edificio y luego
lo pisotea en el pavimento con su zapato antes de acercarse.
Mi ventanilla se baja cuando él se acerca. —Pensé que eras tú, Red. —Me llevo
rápidamente el dedo a los labios y hago un gesto hacia el asiento trasero, donde
193
Ainsley está atada en su asiento infantil.
—Hola, Jay.
Me mira, apoyado en el alféizar de la ventana abierta. —No está en este
momento. Tenía que hacer unos recados o algo así.
—Oh. —Mis cejas se fruncen mientras me encuentro asintiendo. Jay me
observa por un momento, algo cruza su expresión—. Bueno, pensé en pasar por aquí.
Hace tiempo que no lo veo.
Dudo que realmente le importe, pero asiente como si lo hiciera. Siempre ha
sido amable conmigo, respetuoso siempre que lo veo. Es un ligón, pero hace tiempo
que dejó de intentarlo conmigo. —Últimamente estamos muy ocupados aquí. Muchas
noches hasta tarde.
Está cubriendo a su amigo. Lo entiendo. —No tienes que mentir, Jay. Escucha,
fue una mala idea venir aquí. Olvídate de mencionar siquiera que nos pasamos por
aquí. No sé por qué pensé que era algo inteligente.
—Piper. —Es la primera vez que usa mi nombre. Suena extraño viniendo de
él—. No lo estoy cubriendo. El negocio ha aumentado, eso es todo.
Pero cuando veo que las persianas se mueven ligeramente desde la ventana
principal, sé quién nos está observando. También sé que el auto que se asoma por el
edificio es el mismo que debería estar —haciendo recados— ahora mismo.
Me trago el orgullo cuando Jay se da cuenta de lo que me ha llamado la atención
y me aclaro la garganta cuando maldice. —Como he dicho, siento haber aparecido.
Tengo que llevar a Ainsley a casa. Ha sido una estupidez haber venido.
—Vamos, Red...
Levanté las manos. —Estás siendo un buen amigo para él, Jay. Lo necesita. Él y
yo ciertamente no podemos serlo, así que es bueno que te tenga a ti.
Aprieta los labios por un momento, los ojos brillan en contemplación. —Él
también te necesita, si te hace sentir mejor. Pero ustedes dos son los idiotas más
testarudos que he conocido.
Resoplando de forma poco atractiva, sacudo la cabeza ante el ridículo
sentimiento. —Ha dejado claro que no me necesita. Mira con cuánta gente se acuesta.
Ni siquiera esperó antes de que dejáramos de hacerlo... —Con la cara enrojecida, me
lo quito de encima—. Sólo estoy cansada. No me hagas caso.
—No, espera. —Mantiene el auto para que no pueda conducir como me
apetece. La palma de mi mano se mueve sobre la palanca de cambios, pero no la
pone en marcha—. ¿Qué quieres decir con toda la gente con la que se ha acostado?
Créeme, Red, no se ha acostado con nadie.
Parpadeo. —¿Qué? No, eso es imposible. Incluso antes de que las cosas se
pusieran... tensas entre nosotros, llegaba a casa más tarde de lo normal o no lo hacía 194
hasta el día siguiente.
Se limita a negar de forma rotunda. —Te digo que no se ha acostado con nadie.
Yo lo sabría. El culo me ha estado dando calambres. Hay una hendidura permanente
en mi sofá por su culpa.
Todo lo que puedo hacer es mirar.
Las cejas de Jay se levantan. —Te juro que te estoy diciendo la verdad. Las
noches que llegó a casa más tarde fue probablemente mi culpa. Todos sabemos que
me gusta beber un poco de más, y más que eso, me gusta tomar decisiones estúpidas
mientras bebo. Easton suele acompañarme al bar cuando sabe que estoy de humor,
así no bebo y conduzco o empiezo más peleas a puñetazos.
—¿Más?
Hace una mueca de dolor. —Normalmente soy un borracho feliz, pero tengo
mis momentos. No importa. El tipo ha estado durmiendo en mi sofá durante un tiempo.
Comenzó después de que ustedes dos se pelearan por algo. No quiso decir qué y yo
sabía que era mejor no entrometerse. Voy a ser realista contigo, Red. Mi amigo está
jodido por ti.
Me quedo boquiabierto.
Sólo asiente.
Mis hombros caen. —Actuó como...
—¿Como una pieza de la anatomía masculina? —Agradezco que intente
mantenerlo limpio delante de Ainsley—. Estoy seguro. La gente suele actuar cuando
las chicas que les gustan buscan a otros chicos.
No tengo nada que decir al respecto.
Se encoge de hombros despreocupadamente, como si esto fuera una
conversación más para él. —Eres su chica. No debería decir eso porque me daría una
patada en el culo, pero es verdad. Habla de ti todo el tiempo, incluso ahora. Y lo que
sea que haya sucedido entre ustedes dos que lo dejó bebiendo en mi sofá y haciendo
panes a las tres de la mañana, me hizo engordar como veinte libras, así que gracias
por eso.
Normalmente, lo encontraría divertido. Sin embargo, mis labios se niegan a
vacilar con una sonrisa inminente o cualquier forma de diversión. —¿Realmente se ha
quedado contigo?
Se inclina más cerca. —¿Quieres ver mi colección de postres en casa? No
puedo tener a nadie más en casa por miedo a que piensen que me he domesticado o
alguna mierda. Es como si Betty Crocker hubiera vomitado por todas partes.
Sólo para asegurarme, presiono. —¿Y nunca se ha acostado con nadie?
Suspira y se limpia la cara con la palma de la mano. Lo entiendo, estoy siendo
molesta con las veinte preguntas. No puedo entender que no se acueste con nadie. Sé 195
que tiene oportunidades para hacerlo, incluso fui testigo de los números que se
deslizaron en su mano o de las miradas que recibía cuando salíamos de compras. —
No. Tú fuiste la única, Red. Lo juro por lo poco que queda de mi masculinidad.
—Cocinar no te hace menos masculino —señalo.
—No, pero oler a azúcar sí.
No digo nada de inmediato. —Nunca quise hacerle daño, Jay. Nunca quise
hacer daño a nadie.
—Sé que no lo hiciste.
Mis ojos vuelven al edificio, pero las persianas no vuelven a moverse. Respiro
profundamente y miro a Ainsley por el retrovisor. Su pecho sigue subiendo y bajando
con un ritmo lento, apacible en su sueño. —Debería ir a casa. Dile... —¿Decirle qué?
¿Que lo siento?—. No lo sé. Tal vez no digas nada en absoluto.
La diversión ilumina su rostro. —Créeme, en el momento en que entre me
acosará en busca de respuestas. Incluso enojado, se preocupa por ti. Incluso se
pregunta por ella. —Hace un gesto con la barbilla hacia el fondo.
Se me llena el pecho. —Ella también pregunta por él.
Eso tampoco es una mentira.
La primera vez que firmó —¿Cuándo vuelve Easton a casa? —Sentí un profundo
pinchazo en el corazón que irradiaba dolor por todo mi cuerpo. Luego volvía a
preguntar. Nunca podía darle una respuesta segura. Así que le mentía y le decía que
pronto.
Sólo espero que no siga siendo una mentira por mucho tiempo.
—Adiós, Jay.
Acaricia el auto y sonríe. —Adiós, Red. Si necesitas más piercings... Bueno,
mejor ve al bruto de ahí. El imbécil no estaba muy contento conmigo por tocar a su
chica.
Su chica. La idea me pone la piel de gallina mientras pongo la marcha atrás. Se
aleja y me guiña un ojo y me saluda con la mano, volviendo a ser el mismo de siempre.
Cuando salgo del estacionamiento y me alejo de la acera, la puerta delantera se abre
y veo una cara familiar en el espejo retrovisor.
No saluda.

196
S
é que algo va mal cuando entro en el colegio y la directora Harris y Evie
están hablando entre ellas. En cuanto veo a Ainsley sentada en el
despacho de Harris, mis labios se crispan por la ira que se avecina, como
el día que me fui. En cuanto Evie levanta la vista y me ve, me ofrece una pequeña
sonrisa.
—¿Qué está pasando? —Exijo, sin intentar ser amable. Me gusta Evie, es una
buena persona y una gran profesora. Sin ella, no se me habría ocurrido hacer lenguaje
de signos ni dejar de estar aquí y encontrar algo que me haga más feliz.
Es el director Harris quien habla. —Hemos tenido algunas complicaciones con
algunas chicas de la clase que acosan a Ainsley. La Sra. Burke me lo hizo saber y lo
estamos manejando.
Señalo la habitación. —¿Te importa explicar por qué mi hija es la única aislada
entonces? ¿Dónde están las chicas responsables? ¿Qué han dicho?
Evie estira la mano y me la aprieta en señal de consuelo, su típico defecto. —
Te prometo que nos estamos ocupando de ellas. Ainsley ha estado bien, sólo 197
queríamos hablar con ella.
Me rechinan los dientes. —¿Se supone que algunas chicas tienen que esperar
para que empiecen a ser crueles? ¿Por qué demonios empiezan antes?
—Sra. Montgomery...
Levanto el dedo hacia Harris. —No. Con el debido respeto, no quiero escuchar
lo que tiene que decir. Quiero saber lo que le han dicho. No ha sido ella misma
últimamente y no he podido sacarle nada.
Para sorpresa, la directora Harris arquea las cejas y cruza los brazos sobre el
pecho. —Eso parece un problema. ¿Hay alguna preocupación en casa que debamos
conocer? Si no quiere hablar con usted, ¿cómo va a comunicarse con alguien más?
Mis labios se separan ante su pregunta.
Evie se gira hacia su jefe. —No quiero faltar al respeto, Angie, pero eso es
inapropiado.
—No —le digo a Evie, sin molestarme en apartar la vista del engendro del
diablo que tengo delante—. ¿Quieres saber lo que ha estado pasando en casa, Angie?
Esa hermosa, inteligente y bondadosa niña de allí ha estado luchando. Le han pasado
más cosas horribles en su vida que a la mayoría de la gente que conozco. Está
sufriendo por su padre, su voz y su oportunidad de ser normal. Apuesto a que es por
eso que las chicas se meten con ella, ¿verdad? Es porque es diferente a ellas. Piensan
que porque ella no habla, está por debajo de ellas. Ese tipo de actitud sólo empeorará
si no las detienes ahora.
—Y antes de que digan que debo ser un padre horrible por no obligarla a
hablar, sepan esto. Ainsley es como su padre. Si no quiere hablar, no lo hará. Si no
quiere contarme lo que pasó, no lo hará. En lugar de eso, se guardará todo lo que ha
pasado hasta que se rompa. Se aferrará a mí y no me soltará hasta que ya no queden
lágrimas que llorar, y durante ese periodo puedes apostar tu culo a que desearía
poder oír su voz cuando le diga que todo irá bien. Que la vida no será tan dura todo
el tiempo. Lo peor de toda esta situación es que no puedo hacer una promesa así
cuando lo único que ha conocido es el dolor.
—Entonces, contéstame a esto. ¿Quién coño te crees que eres para juzgarme?
¿O por tratar de dictar la vida de esa preciosa chica? Se supone que eres un modelo
a seguir aquí, alguien a quien le importa una mierda. Sé sincera contigo misma, Angie.
Odias tu trabajo y odias estar cerca de situaciones difíciles. Si estoy completamente
equivocada, entonces demuéstralo. Haz algo con las chicas responsables de acosar a
mi niña antes de que empeoren. Porque, te aseguro, lo harán.
Giro sobre mis talones y me alejo de la expresión boquiabierta de la mujer a la
que me enorgullece no haber abofeteado. Por muy tentador que sea, no le hará
ningún bien a nadie. Así que entro en el despacho de Harris y me arrodillo frente a
Ainsley.
Sus ojos se abren de par en par mientras me mira, y luego se llenan de lágrimas
cuando se lanza a mis brazos. Respiro la lavanda de su champú y la rodeo con mis
brazos en un fuerte abrazo. —Escuchaste todo, ¿eh?
198
Debería disculparse por decir palabrotas, por hacer una escena. Si fuera un
buen padre, le diría que no dijera palabrotas ni repitiera esas palabras. Pero no lo
hago. Simplemente la abrazo, dejo que me apriete, hasta que ambos nos separamos.
—Siento que lo hayas pasado mal en la escuela, Nugget. —Le acomodo el
cabello detrás de la oreja. Ella estira la mano y coloca una palma contra mi mejilla,
sus labios se separan ligeramente y hacen que mi corazón estalle en mi pecho.
Pero luego cierra la boca.
Sonrío. —No importa lo que te digan, sé fiel a ti misma. Eso es todo lo que tu
padre podría querer, ¿de acuerdo?
Ella firma, de acuerdo.
Le doy un beso en la mejilla. —Creo que deberíamos tomar un helado. ¿Qué te
parece? Masa de galletas de chocolate para mí y trocitos de brownie para ti.
Sus ojos se iluminan. Le ofrezco la mano cuando salimos de la pequeña oficina
lateral y nos detenemos frente a una directora Harris con la cara roja y una Evie con
los labios vacilantes. Les sonrío a las dos, aunque es más difícil de sostener cuando
miro a la mujer mayor. —Si vuelves a hablar con mi hija a solas sin llamarme antes, te
espera un infierno. ¿Me entiendes?
La mandíbula de Harris se mueve, pero asiente.
—Genial. Que tengas un buen día.
Siento su mirada mordaz en la nuca y no me molesto en mirar. No merece la
pena que me enoje por gente como ella, y es imposible que las chismosas que
engloban a las secretarias de la oficina no tengan nuestra conversación por toda la
escuela mañana por la mañana. Angie Harris odia que se manche su reputación.
Qué pena por ella, no me importa.

Saliendo de la oficina de mi asesor con una gran sonrisa en la cara, me dirijo a


través del patio a un edificio familiar de ladrillo de tres pisos que alberga la oficina
que conozco bien. La sonrisa no se borra ni siquiera cuando un par de deportistas
chocan conmigo sin pedirme perdón o una chica me mira mal cuando me doy cuenta
demasiado tarde de que está detrás de mí antes de soltar la puerta del pasillo.
Lo único en lo que puedo concentrarme es en los sobresalientes en cada una
de mis clases de cara a los finales de esta semana. Aunque he tenido que faltar a
algunas clases a lo largo del semestre para atender a Ainsley, o a mis propias
necesidades egoístas, o al fiasco de las prácticas, me he dejado la piel por lo que he
recibido y sé que, mientras pueda estudiar, saldré con un 4,0 cuando terminen los
finales.
Cuando me acerco a las oficinas del personal y camino por el pasillo donde
está la habitación de Carter al final, oigo dos voces conocidas y me detengo frente a
la puerta. 199
...culpa. ¿No crees que es un poco injusto culparla por esto?
Mis cejas se fruncen ante la pregunta de Carter. El tono de su voz es firme,
incrédulo. Pero es la voz de mi hermano la que irrumpe y me hace apretar la espalda
contra la pared y debatir sobre la posibilidad de irme antes de que me descubran
espiando.
—No la estamos culpando, hombre.
—Parece que...
—No tienes derecho a juzgar —dice Ren con dureza—. Te queremos y la
queremos, pero es difícil para mí. Para nosotros. Ninguno de nosotros espera que lo
entiendas porque tú y Elizabeth nunca quisieron tener hijos.
Contengo la respiración cuando Carter responde con un tono frío que no le he
oído usar antes. —¿Cómo demonios vas a saber lo que queríamos o no queríamos?
Entiendo que estés enojada, Ren, pero no tienes derecho a venir a mi despacho y
echarme en cara una mierda que no entiendes.
—Elizabeth dijo... —Ren hace una pausa, sonando repentinamente insegura—.
Lo siento, Carter. Liz me dijo que ustedes no estaban de acuerdo en tener una familia
y que por eso se separaron.
Hay un largo y tenso momento en el que nadie dice nada. Me gustaría poder
hacer acto de presencia y ver cuál debe ser la expresión de Carter, pero permanezco
quieta donde estoy.
—¿Lo hizo ahora?
—Carter...
—Lo que sea. Liz se ha ido y está claro que sus razones no eran las que quería
compartir. Para que conste, yo sí quería hijos. Era ella la que no quería. Cualquier
noción preconcebida que tengas en tu cabeza ahora mismo, deshazte de ella. Ni
siquiera justifican por qué estás siendo una perra con Piper.
El sonido de mi nombre hace sonar las alarmas en mis oídos. Mordiéndome el
labio inferior, me muevo ligeramente sin hacer ruido y espero a que Ren o mi
hermano respondan.
Es Jesse quien dice: —Ella no es intencional...
—Oh, vamos. Jesse, los dos tratan a tu hermana como una mierda. Nunca hablan
con ella y apenas preguntan por ella. Ella cree que no la quieres y por eso ha dejado
de acercarse.
—Eso es... —Mi hermano se queda sin palabras por primera vez—. Acabo de
cenar con ella hace unas semanas. Estamos bien. Ella sabe que la quiero, Carter. Y no
puedes llamar perra a mi esposa.
Estoy agradecida por Carter ahora más que nunca cuando me defiende de
nuevo. Es más, de lo que puedo pedir a mi propia sangre. Media sangre. Creo que a
Jesse le importa esa distinción. —Simplemente he dicho que está siendo una zorra
con tu hermana. Piper sabe que algo pasa entre ustedes y se cree el centro de todo. 200
Ella no pidió la situación en la que está. No puedes culparla de nada. Sean seres
humanos lógicos.
—Todo esto se nos está yendo de las manos —afirma Jesse, con una silla que se
echa hacia atrás—. Estábamos en la zona y queríamos pasar a saludar. Así que, hola.
Aunque deberíamos irnos.
—¿Eso es todo?
—¿Qué más hay, Carter?
—¿No vas a ver a tu hermana?
—Está ocupada.
—¿Cómo lo sabes? —Carter se echa para atrás.
Es Ren quien responde: —Sé que debes pensar que soy una persona horrible
por evitarla a ella y a Ainsley, pero no lo soy. Sólo soy una mujer que está desesperada
por tener lo mismo que ella. Verla con Ainsley duele. No tienes ni idea de lo que me
hace ver a esas dos.
—Vaya. —Una palabra. Una pequeña palabra del profesor Ford y sé que Ren
está a punto de aprender muchas cosas que claramente no sabe ya. Mi ira aumenta
con todas las cosas que quiero decirle, gritarle, pero aprieto los labios y espero a que
Carter lo haga por mí—. Nunca te tomé por una mujer egoísta, Ren. Si le dieras una
oportunidad a tu cuñada, verías lo mal que lo ha pasado. Imagina tener su edad y que
te digan que no sólo tu mejor amigo está muerto, sino que ahora eres legalmente
responsable de su hija. Ponte en su lugar cuando se enteró de que esa misma hija ya
no habla; qué duro debe haber sido para Piper pasar por médicos y terapeutas para
intentar que diga aunque sea una palabra, que llore por la pérdida de Danny,
cualquier cosa. ¿Sabes que ya habría terminado la escuela si no hubiera tenido a
Ainsley? Su vida se puso patas arriba por la muerte de Danny. Y a pesar de todo,
sobrevivió.
—He podido ser testigo de una mujer increíble en Piper que ustedes dos
claramente no ven porque están demasiado ocupados en sus propios problemas. No
sé cómo pueden lidiar con ustedes mismos siendo celosos y mezquinos con alguien
que es de la familia. Si fuera mi hermana, me aseguraría de al menos comprobar cómo
se encuentra. ¿Te has molestado siquiera en hacer eso?
—Fui al puto funeral —gruñe mi hermano—. Eso es más de lo que puedes decir,
imbécil.
—Tienes razón. —La voz de Carter es uniforme—. Sé lo mucho que le molestó
a Piper y lo grosero que fue no enviarle ni siquiera flores a Mable. Me regañó porque
tenía todo el derecho a hacerlo. ¿Y sabes qué? Me alegro de que lo hiciera. Quizá
debería hacer lo mismo contigo, pero sé que no lo hará. Está dolida porque su propio
hermano mayor no le da la hora, así que se distancia para darte el espacio que has
dejado claro que quieres. No me extraña que piense que no la quieres.
—Escucha aquí...
—Jess —dice Ren en voz baja—. No se equivoca. Nos hemos visto envueltos en
el intento de tener hijos que hemos descuidado a mucha gente, pero a Piper la que 201
más. Ella es tu hermana.
Un fuerte suspiro suena en la habitación. —No es que no la quiera, ¿de acuerdo?
Pero nuestros pasados son diferentes. Nuestras madres son diferentes. Piper y yo
simplemente... No nos parecemos en nada. No tenemos nada de qué hablar. Danny
era nuestro tema seguro.
—Entonces, ¿qué? —Carter duda—. Todavía puedes hablar de él. O, ya sabes,
mantener una conversación básica. Preguntar cómo le va. Ver cómo va la escuela.
Siempre te contienes, Jesse. Eso no es justo para ella. Ella lo está intentando.
Nada. Mi hermano permanece en silencio. Sacudiendo la cabeza, giro sobre
mis talones en señal de derrota antes de que se decida a hablar de nuevo. —Como he
dicho, no es que no la quiera. Es mi hermana. Sólo que nunca estaremos cerca.
El dolor me aprieta el pecho mientras lo asimilo. Dice que me quiere, pero no
le creo. Tal vez tenga razón, somos demasiado diferentes. Nuestra edad. Nuestros
orígenes. Puede que no tengamos mucho en común, pero sé que podría mantener una
conversación con él si realmente quisiera intentarlo.
Carter refleja ese pensamiento. —Es una pena que estés dispuesto a alejarte
de ella. Es una buena persona, una gran trabajadora y una gran madre para la
pequeña de Danny. Tus problemas personales no deberían interponerse en el camino
de conocerla por fin después de todos estos años.
Todo lo que Jesse dice es: —Sí, bueno...
No espero que salga de la habitación hasta que es demasiado tarde. Mis ojos
vidriosos se encuentran con los suyos, que se ensanchan de sorpresa mientras agarro
mi bolso y miro fijamente su pálido rostro. —Mierda. Piper...
Levanto la mano. —Has dicho todo lo que tenías que decir, Jesse. Pero no te
atrevas a mentirme y decir que me quieres. Sólo te sientes obligado porque tenemos
la sangre de papá corriendo por nuestras venas. —Frotándome los labios, rebusco en
mi bolso y veo a Ren salir de la habitación por el rabillo del ojo. Saco dos billetes y
les paso uno a cada uno—. Vengan a la ceremonia de graduación o no lo hagan. A
estas alturas, me da igual. Ya he tenido suficiente amor a medias en mi vida. No
necesito el tuyo.
Ren frunce el ceño mientras los ojos de Jesse se apagan. Me sorprende verlo
herido. Es casi como si le importara de alguna manera. O tal vez sólo odia saber que
lo llamé por su mierda. En cualquier caso, lo que dije fue en serio. He terminado.
Carter sale y se coloca detrás de ellos, con la simpatía marcada en sus rasgos.
Lo ignoro y miro a mi hermano y a su mujer, deseando de repente haberme ido a
casa. A cualquier sitio menos a compartir las buenas noticias. —Antes de que actúes
como si la otra mitad de mi sangre que no compartimos fuera mala, deberías recordar
quién te dio un techo y comida en tu estómago. Puedes decir que somos diferentes y
que no tenemos nada en común que nos una, pero ambos venimos de un buen hogar
con buenos valores. Puede que mi madre no sea la tuya, pero nunca te ha tratado así.
Nunca le agradeciste eso y se notó. Y si sirve de algo, siento que hayas perdido a tu
202
madre y a tu hermana. Pero sé lo que es perder a alguien. Podríamos habernos
apoyado mutuamente. Conectar de esa manera. Llorar. Llorado. En lugar de eso,
elegiste convertirme en una escoria en tu vida.
Miro a Ren. —Y a ti. Siento que estés luchando por tener hijos. Puedes odiarme
todo lo que quieras, inventar excusas de por qué no puedes venir a la cena para la
que me he levantado demasiado temprano y evitarme a toda costa. De hecho, tira ese
boleto antes de salir del campus si es lo que quieres. Pero no me conoces, así que no
puedes hacer suposiciones sobre lo fácil que debe ser para mí ser una madre
veinteañera que tuvo que dejarlo todo. No estaba preparada. He hecho sacrificios. He
llorado hasta quedarme dormida y he torturado mi hígado con alcohol cuando las
cosas se pusieron difíciles. Pero Carter tiene razón. Sobreviví. Danny contaba
conmigo para asegurarse de que su niña tuviera una buena vida, y no puedo tener
gente tóxica en ella si así es como actúan.
Ella parpadea para contener las lágrimas mientras yo me alejo. No tengo nada
más que decirles. Si vuelvo a intentar abrir la boca, me romperé. Siento el comienzo
de las lágrimas en mis ojos, y me niego a que me vean derrumbarse. Aquí no. Ahora
no.
Me giro sobre mis talones e ignoro a Carter gritando mi nombre. Me ha
defendido y se lo agradezco. Sin embargo, nada mejorará lo que mi hermano siente
por mí.
Cuando me encierro en mi auto, ignoro las lágrimas ardientes que quieren
caer. Me concentro en lo bonito que es el día, en que la nieve ha desaparecido, en
que ha salido el sol y en que la temperatura es lo suficientemente cálida como para
salir a la calle en manga larga sin chaqueta.
Ya no hay montañas de nieve.
No hay más hielo.
Es un buen día a pesar de mi hermano.
Cuando estaciono el auto en la entrada de mi casa, un peso aplastante descansa
sobre mi pecho. Me cuesta respirar cuando el sonido del aire fresco de las ventanillas
abiertas del auto y el fuerte ruido del tráfico que pasa ya no están ahí para distraerme.
Me duele. Respirar. No pensar. Para no llorar.
Entro por la puerta y me detengo en seco cuando veo a Easton al pie de la
escalera. A través de unos ojos llorosos que ya no puedo contener, veo cómo su
expresión pasa de la sorpresa a la preocupación en un abrir y cerrar de ojos cuando
ve mi cara.
No la ira. No es una acusación. Sólo preocupación.
Pero como no tengo la energía necesaria para desmenuzar la agitación que me
hierve de todo lo que ha sucedido, le rozo suavemente y entro en mi habitación,
cerrando la puerta tras de mí.
Oigo sus pasos.
203
Oigo el golpe.
Pero no respondo.
Envío un mensaje de texto a mis padres.
Yo: ¿Sigues recogiendo a Ainsley y llevándola a tu casa para pasar la noche?
Mamá: Sí. Te la devolveremos mañana por la tarde. Tu padre le ha comprado
nuevas películas para ver.
Yo: Gracias
Apago el teléfono, me quito los zapatos y me desnudo hasta quedar en ropa
interior antes de meterme bajo las mantas. Dejo que la primera lágrima caiga en la
almohada y se impregne en el algodón desgastado, y me quedo dormida mientras el
resto sigue su camino en un flujo interminable.
Cuando me levanto a la mañana siguiente, abro la puerta y me encuentro con
la forma desplomada de Easton durmiendo contra la pared justo fuera. Tiene las
piernas extendidas, los brazos cruzados sobre el pecho y los labios entreabiertos
mientras ronca suavemente sin saber que lo estoy mirando.
Se me cierra la garganta por el enjambre de emociones al ver al hombre que
me ha ignorado durante semanas dormir allí como mi protector, y es entonces cuando
lo sé con certeza.
Dios, siempre lo he sabido.
L
a taza de café que tengo en la mano humea mientras miro fijamente el
líquido negro que la llena hasta el borde. Estoy tan concentrada en ella
que no oigo a nadie entrar en la habitación hasta que una voz ronca dice
mi nombre.
Al parpadear, veo a mi compañero de piso observándome con las cejas
fruncidas mientras me siento en la isla. En la encimera, frente a mí, hay un panecillo
crudo en el que se concentra. —Todavía no te has tomado el café. —Se acerca y toma
el panecillo, lo parte por la mitad y lo mete en la tostadora. Agarrando la mantequilla
en señal de pregunta silenciosa, asiento y lo veo tomar un cuchillo del cajón para
untarla.
—Dormiste fuera de mi habitación —respondo en voz baja, dejando la taza sin
tomar un sorbo. No está demasiado caliente. Está a la temperatura exacta a la que
siempre la bebo, pero no puedo pensar en la cafeína cuando sigo recordando la forma
en que su cuerpo dormía a metros de mí en el frío pasillo.
Se queda de espaldas a mí mientras espera a que aparezca la tostadora con mi 204
desayuno. Toma un plato del armario y lo pone delante de él. —Estabas enojada.
Frotando mis labios, le pido que me mire. No lo hace. Toma el bollo en cuanto
sale y lo unta con mantequilla por ambos lados, tomándose su tiempo. Cuando me
acerca el plato, inclina la barbilla y toma el cartón de huevos de la nevera.
—¿Eso es todo lo que comes? —pregunta.
¿De verdad no vamos a hablar de lo que ha pasado? Ignorando la comida y la
bebida listas para ser consumidas, me recuesto en mi taburete. —Me llamaste loca.
Deja de hacer lo que está haciendo, mirando los huevos que están abiertos
junto a la estufa. —No debería haber dicho eso.
—No estoy loca.
—Lo sé. —Toma una sartén, la coloca sobre el quemador y enciende el botón.
Una vez que un par de huevos se rompen en ella y empiezan a chisporrotear, suelta
un suspiro—. Jay odia que cocine. Apenas cocina para sí mismo. Compra comida
precocinada y descuida su cocina.
Con las manos puestas en el regazo, intento pensar en cómo empezar una
conversación que merezca la pena con él. —No quiero hablar de Jay ahora mismo,
Easton. ¿No podemos hablar de lo que pasó?
Da la vuelta a los huevos, sin decir nada de inmediato. Espero a que sea él quien
responda, dejando que mi comida se enfríe mientras él espera a que su desayuno
termine de cocinarse. No es hasta que está sentado frente a mí cuando me mira a los
ojos y me doy cuenta de lo cansado que parece. Algo me dice que es por algo más
que por haber dormido mal fuera de mi habitación. —No me he acostado con nadie,
Piper.
Mi apetito se vuelve inexistente, incluso para el café. —Eso es lo que dijo Jay
también.
—No estoy mintiendo. Él tampoco.
Me encojo de hombros. —Realmente no es asunto mío lo que hagas con la
gente, Easton. No pusimos ninguna regla cuando empezamos a acostarnos juntos.
Habría facilitado las cosas en caso de que quisieras...
—No quería —me corta. Agarra el tenedor con una mano y se frota el dorso de
la mano con la otra—. Mira, no soy bueno en esto. Lo de hablar. Lo de los sentimientos.
Quizá tengas razón. Tal vez deberíamos haber hablado de cosas cuando empezamos
a tener sexo regularmente, pero no creí que importara.
Me acobardo.
Refunfuña. —Quiero decir que no pensé que estuvieras interesada en nadie
más. Estoy seguro de que no lo he estado. Sí, entiendo por qué piensas que me estaba
acostando con chicas, pero no era así. Siempre fuiste tú, Piper. Sólo tú.
Al separar los labios, intento formular una respuesta a eso. Sólo eres tú. En
tiempo presente. Como si todavía lo pensara. —¿Qué intentas decirme exactamente?
Jenna dijo... y Jay... —Sacudo la cabeza y me froto las sienes—. Nunca actuaste como 205
si quisieras más conmigo. Te ibas todas las noches y estabas caliente y frío sobre,
bueno, todo. Apenas me hablas, nunca quieres tener conversaciones sobre tu pasado,
es como si nunca quisieras que te conociera como algo más que tu compañera de
piso.
Aprieta los dientes. —Eso no es cierto.
Le respondo:
—¿No es así?
—Yo... —Se endereza, deja el tenedor en el suelo y suelta un suspiro—. Te traje
flores.
La confusión me invade. —¿Qué? ¿Cuándo has...? —Mis palabras se apagan
cuando miro el jarrón vacío junto al lavabo donde estaban mis flores de San Valentín.
Trago saliva—. Dijiste que no eran tuyas. Que no tenías ni idea de lo que estaba
hablando cuando las enviaste.
—Mentí.
Burlándome, proceso esas dos palabras. —No sé ni qué decir ahora mismo.
¿Por qué mentirías sobre eso?
Se queda mirando sus huevos. —Piper, ya he admitido que no soy bueno en
esto.
—Inténtalo —digo.
Sus hombros se tensan mientras me mira a través de unas gruesas pestañas. —
Empezamos a tener sexo porque nos estábamos utilizando el uno al otro. Tú querías
un escape, y yo también. Pero luego dejó de ser para distraerme. Pensaba que te
sentías igual hasta que dijiste que las flores eran probablemente del Profesor amante.
Levanto las manos. —Porque dijiste que no eran de tu parte. Lo cual, por cierto,
me sentí tan estúpida por suponerlo. —Me tomo un momento y asimilo por lo que
llamó a Carter—. ¿De verdad te acabas de referir a él como el profesor amante?
Ignora mi pregunta. —No sabía que estabas hablando con alguien más. Como
dijiste, nunca acordamos ser exclusivos. Supuse que si estabas interesada en alguien
más, ¿quién diablos era yo para detenerte?
—Fuiste grosero conmigo sobre él —acuso con frialdad, cruzando los brazos—
. Hiciste comentarios horribles que ni siquiera eran precisos en ese momento.
Entiendo que probablemente pienses que soy fácil por estar bien con el sexo casual
y por involucrarme con mi profesor, pero no fue así. No soy así.
Sus ojos se oscurecen al instante. —Nunca te he llamado así. No eres fácil.
—No, sólo soy una muestra de locura. ¿Verdad?
Sus fosas nasales se agitan. —Me pasé de la raya y lo siento. Si no me importara
tanto, no me lo pensaría dos veces si te acostaras con alguien. Pero lo hago. Me
importa mucho, carajo, y me tortura saber que sales y te diviertes con alguien que no 206
soy yo. —Se golpea la palma de la mano contra el pecho—. Quiero llevarte a citas.
Quiero hacerte reír. Quiero estar ahí para ti cuando estés molesta. A mí. No él. No
nadie más.
Lo único que puedo hacer es mirar mientras baja la mano, que ahora forma un
puño cerrado, a su regazo y sacude la cabeza. Su respiración se estabiliza mientras
mira fijamente su comida. Nuestros dos desayunos se quedan sin tocar mientras
discutimos esto.
—Tengo muchos problemas —me dice en voz tan baja, tan rota, que apenas
puedo oírle hablar—. Provienen de haber estado en el sistema toda mi vida. Siempre
los tendré. No se me da bien hablar porque se convirtió en supervivencia para mí no
hacerlo. No hablar significaba no ser golpeado. Significaba que me dejaran en paz.
Vengo de un lugar donde expresarse no es común. Decirte que quiero estar contigo,
sólo contigo, es algo que no puedo decir en voz alta. Así que tuve que dejar que te
fueras. Te dije cosas horribles que no puedo retirar. Todo lo que puedo pedir es que
me des una oportunidad.
Es difícil de tragar cuando nos miramos a los ojos. Los suyos son oscuros,
suplicantes y derrotados, como si ya hubiera determinado cuál es mi respuesta. —
Conóceme antes de decidir que estoy demasiado dañada. Sé que no estoy tan pulido
como él, pero puedo apoyarte en lo que necesites. Estar ahí para ti y para Ainsley. —
En un tono malhumorado, admite: —La duda ha crecido en mí. Estoy acostumbrado a
estar con niños, pero ninguno como ella.
Pasando las palmas de las manos por los leggings que me puse esta mañana,
respiro profundamente. —Carter no está tan pulido como crees.
Su ojo se estremece.
—Y ya no estoy con él. —Eso llama su atención. Me mojo los labios y apoyo los
brazos en el borde del mostrador—. No digo que tuvieras derecho a meterte en mis
asuntos con él, pero no te equivocaste. Creo que quería sentirme cerca de mi pasado,
como si fuera suficiente para mantener a Danny cerca. Tenía miedo de perder eso.
Se me cierra la garganta mientras lucho contra las lágrimas. Supe lo que estaba
empezando con Easton la segunda vez que lo invité a mi cama. Utilicé su cuerpo para
olvidar el dolor hasta que la línea que trazamos quedó enterrada bajo el agua turbia.
Pero no quiero olvidar. Quiero recordar a Danny, nuestro pasado, todos los
recuerdos, aunque sean malos. En el fondo de mi mente, Carter me conseguiría eso.
Pero me quitaría algo más.
Algo que Easton ya tiene.
—Eres un poco imbécil —le digo. Sus labios se fruncen—. Pero quiero saber
por qué es así. Quiero conocerte. Saber de tu pasado. Tus hogares. Cómo conociste
a Jay. Qué te hizo interesarte en hacer negocios juntos. Nunca iba a ser feliz como
quiero serlo con Carter. Sólo pensé que podría. Pero él no es tú, y siento si te he hecho
daño por no haberme dado cuenta antes.
Por un momento, se queda mirando. Ni siquiera parpadea, sólo se sienta con
sus huevos ya no humeantes y su cara ya no está roja de ira. Entonces, se mueve.
207
Está frente a mí, ahuecando mi cara en sus palmas y mirándome con
incredulidad. —¿Sí?
Sonrío. —Sí.
—Gracias, mierda. —Sus labios se estrellan contra los míos, la sensación se
apodera de mi cuerpo cuando mete su lengua en mi boca en la primera oportunidad
que tiene. Suspiro mientras me levanta del taburete y me agarra de los muslos para
rodear su cintura con las piernas. Me deja en el borde del mostrador, sin dejar de ver
la comida que hay detrás de mí.
Nuestros labios nunca se separan. Se deslizan el uno sobre el otro sin
problemas, con suavidad, pero con un hambre cruda que alimenta la sensación que
he estado buscando, la que llena mi pecho, mis miembros y mi mente. Una de mis
manos rodea la parte posterior de su cabeza, la otra palpa el rápido latido de su
corazón. Lo respiro porque puedo, ya no siento que me ahogue.
Me agarra de nuevo y me pone de pie, con sus manos recorriendo mis costados
hasta que me da la vuelta y me inclina sobre el mostrador para que mi estómago
descanse sobre el borde. —Necesito estar dentro de ti. —Sus palmas recorren mi
cuerpo, amasando mi piel mientras hace rodar su dura polla contra mi culo. Cierro
los ojos cuando siento que sus labios me rozan el cuello y suben hasta mi oreja—.
Necesito que seas sincera conmigo.
Trago, asintiendo mientras su aliento irradia en mi mejilla.
—¿Te acostaste con él?
Cerrando los ojos, cuento hasta tres. —Sí.
Sus labios presionan mi mejilla. —De acuerdo.
Para mi sorpresa, me hace girar de nuevo hasta que estamos cara a cara. —¿De
acuerdo?
—No estábamos juntos, Piper —señala, con su pulgar tocando cada centímetro
de mi cara que puede—. No voy a culparte por estar con él. Pero que sepas que no te
voy a joder contra este mostrador porque tú significas más que eso. Puede que hayas
estado con él, pero estoy a punto de demostrarte cual es el último tipo que necesitas.
¿Entendido?
Tengo la boca seca mientras asiento.
Me besa de forma sensual, dejando que sus labios, su lengua y sus dientes se
prolonguen hasta que me pierdo en él. Apenas se retira, susurra: —Te voy a querer
mucho, pequeña.
La ropa que llevamos se desprende de una prenda a la vez mientras me lleva
al piso de arriba. En lugar de llevarnos a mi habitación, se desvía a la derecha y nos
lleva a la suya. Mi espalda choca con su cama, y sólo quedan mis bragas en mi cuerpo
desnudo. Me besa los pechos con fervor, atrayendo un pezón con guijarros cada vez
y haciendo movimientos circulares entre mis piernas con sus dedos justo por encima
de mi clítoris vestido hasta que me retuerzo con su contacto.
Tirando de él para que me bese, se acomoda sobre mi cuerpo y domina mi 208
boca. Arqueo mi pelvis para encontrarme con su dura polla, que ahora asoma por la
cintura de sus bóxers. Frotándome contra él, maúllo en su boca por la fricción. Se
retira, con su aliento caliente en mis labios, y me sonríe. —¿Qué quieres, Piper?
Ni siquiera dudo. —A ti.
Tomo una de sus manos, pongo su palma contra mi pecho y la guío por mi
cuerpo. No le suelto mientras me pongo las dos manos sobre mi núcleo caliente,
deseando que me toque ahí. Me besa lenta y profundamente, mientras su mano me
recorre con movimientos tortuosamente lentos hasta que gimo en su boca. Aparta el
material que separa su dedo de mi centro, jugando con la excitación que le espera
debajo.
Me arqueo hacia él mientras me penetra con un dedo, manteniendo mi mano
sobre la suya para ayudarle a marcar el ritmo. No necesita ninguna guía. Nunca lo ha
hecho. Easton Wyatt sabe lo que hace.
—East —susurro, retrocediendo y obligando a mis ojos a permanecer en los
suyos incluso cuando añade un segundo dedo y me trabaja.
Roza sus labios con los míos una vez, otra vez, hasta que los deja justo fuera de
su alcance. —Necesito decir algo, y quiero que me escuches, ¿de acuerdo?
Sólo asiento.
—Te quiero. Amo a Ainsley. Me encantan las noches en las que vemos la
televisión y comemos comida basura juntos, aunque sean horribles musicales o
ridículos reality shows...
Con los ojos llorosos, me río. —Te encantan esos reality shows.
Sonríe. —Me encanta hacer la cena contigo, para ti, y ver cómo se te ilumina la
cara cuando recibes tarjetas de regalo para material de oficina. —Introduce un tercer
dedo dentro de mí y los curva para dar en el punto perfecto hasta que veo el doble—
. Me encanta todo lo nuestro, incluso lo malo. La mierda mala nos mantiene reales.
Nos mantiene luchando y haciendo las paces porque sabemos que esto vale la pena.
Eres más que sexo, Piper. Tú. Eres. Eso.
Le tomo la cara y lo miro fijamente mientras me empuja una y otra vez, con la
vista nublada por las lágrimas que me brotan de los ojos. —Nunca sabrás cuánto me
gusta que tú y Ainsley se lleven bien y que le hayas puesto un apodo y cocines para
nosotros cuando yo no puedo. No quiero pelear, Easton. Sólo te quiero a ti.
Sus ojos se oscurecen mientras me besa, las palabras activan algo primitivo en
él mientras retira sus dedos y desliza mis bragas por mis piernas hasta que quedan
en algún lugar de su suelo. Protesto por la pérdida de su tacto antes de que se levante
y se baje los bóxers, con su erección dura y preparada mientras vuelve a subir sobre
mí y se coloca entre mis muslos abiertos. De repente, sus dedos no son lo que me falta
en absoluto.
—Te quiero —susurro, besándolo suavemente. Siento cómo tantea mi entrada,
sus manos encuentran las mías y las mantienen a los lados mientras entra lentamente
en mí. Palmo a palmo, siento cómo me penetra y se acomoda. Nos besamos mientras
se mueve hacia atrás y empuja hacia dentro, sin apresurar nuestros labios o lengua o
caderas.
209
Hace exactamente lo que dice.
Él me ama.
Adora mi cuerpo y toca cada trozo de piel que puede tocar con sus manos y su
boca hasta que lo único en lo que puedo pensar es en él: la forma en que empuja sin
prisas, cómo entrelaza nuestras manos. Su abrazo es relajante, sus besos son
exigentes y su amor es irresistible.
Mi pecho se llena de un estallido de luz cuando encierra nuestros labios y
empuja tan profundamente que me estremezco a su alrededor, sin soltarme. Me
aferro a sus manos, rodeo su cintura con las piernas y me pierdo por completo en este
hombre.
Pero sé que, cuando el momento termine, me encontraré igual de rápido. En
sus brazos. En su cama. Rodeada de todo lo que está dispuesto a decirme. Y cuando
se derrama dentro de mí, entierra su cara en el pliegue de mi cuello y susurra tres
palabras.
—Te quiero. —Su nariz recorre mi mejilla hasta que nuestros labios se
entrelazan, y mis brazos rodean su cuello—. ¿Cuánto tiempo tenemos hasta que
Ainsley vuelva?
Sonrío contra sus labios. —Horas.
Tararea. —Haré que funcione.
Riendo cuando se levanta, me agarra por los lados y me da la vuelta,
colocándome sobre las manos y las rodillas. De un rápido empujón, vuelve a estar
dentro de mí. Dejo caer la cabeza hacia atrás y gimo, arqueando la columna vertebral
y encontrando sus caderas cada vez que me penetra.
Me rodea y juega con mi clítoris, ya saciado por mi orgasmo anterior. Me
muerdo el brazo cuando su mano libre sube y pellizca uno de mis pezones entre sus
dedos. Sólo juega con él un momento antes de que los mismos dedos lleguen a mi
boca. —Chupa.
Sin estar segura de lo que va a hacer, envuelvo con mis labios los dos dedos
que me ofrece y los chupo en mi boca. Su polla se agita dentro de mí, pero no pierde
el ritmo. Gime cuando saca los dedos y los lleva de nuevo a mi clítoris. Sus labios
recorren mi espalda, mordisqueando y lamiendo mientras sus embestidas se vuelven
más fuertes y rápidas.
El sonido de nuestras pieles chocando entre sí me excita aún más, sabiendo
que el semen mezclado de la primera vez nos cubre a los dos. Me pellizca el clítoris
y lo rodea con el pulgar antes de usar su mano libre para sujetar mis caderas mientras
se inclina sobre mí y me penetra más rápido.
—Esta vez será rápido —dice en mis omóplatos, besándome allí—. Pero luego
iré despacio, te marcaré. Eres mía, Piper. Me sentirás a mí y sólo a mí durante el resto
del día. 210
Mis ojos giran en la nuca mientras él pone todo su peso en mi espalda y me
pellizca el clítoris hasta que ambos nos volvemos a correr. Sus dientes me muerden
el hombro, haciendo que me sacuda con él aún dentro de mí. Siento su calor bajando
por mis muslos y sé que tengo que limpiarme, pero no tengo la oportunidad de
hacerlo antes de que me mueva la cabeza y me bese de nuevo.
Después de otra hora y media de sexo, estoy dolorida, saciada y sudada en sus
sábanas. Su cuerpo me envuelve mientras me besa la nuca desde la posición de
cuchara en la que estamos tumbados. Cierro los ojos y escucho su respiración,
dejando que calme la mía hasta que nuestros latidos se sincronizan.
Tiene razón. Lo siento en todas partes.
Sonrío.
M
e siento en el borde de un banco junto a una gran fuente y observo a
Mable arrodillada sobre su sección del jardín comunitario, sonriendo
por lo tranquila que está. Cuando me vio, supe qué tipo de día sería.
Me miró como si fuera una extraña. No tuvo que llamarme por el nombre de otra
persona para que yo supiera que la educada distancia de sus ojos significaba que no
estaba lúcida.
Está empeorando, y por eso Ainsley la ve menos. La traigo durante media hora
antes de llevármela a casa cuando a Mable se le ponen los ojos vidriosos. Pero hoy
necesitaba verla, incluso cuando la enfermera del teléfono me dijo que no se sentía
bien.
La enfermera Douglas ha sido una de las principales enfermeras que han
atendido a Mable, además de Glenda. Se sienta a mi lado y sonríe. —¿Está todo bien,
Piper?
Por una vez, asiento y lo digo en serio. —Sí, todo es genial. Excepto que Mable
no se acuerda de mí. Está empeorando, ¿no? Parece que está menos lúcida estos días. 211
Sus labios no dudan en bajar, el ceño fruncido es evidente en su rostro. —No le
voy a mentir, estamos preocupados. Algunos pacientes se deslizan a un ritmo más
lento que otros y Mable no ha sido uno de esos casos.
Frotándome los labios, muevo la cabeza de arriba abajo y observo a la mujer
en cuestión atender la planta que tiene delante. —¿Cómo puede alguien recordar
cómo plantar y cuidar una flor pero no recordar a su propia familia? No tiene ningún
sentido.
La mano de Douglas baja sobre la mía, acariciándola. —La gente se aferra
inconscientemente a las cosas del pasado. Es su forma de aferrarse a trozos de su
antiguo yo. La suya es la jardinería. Tenemos algunos que pintan y tocan el piano. No
es raro. Pero puede ser difícil de aceptar.
Mable se apoya en sus rodillas y aprecia su trabajo con una brillante sonrisa en
la cara. Me hace feliz que esté haciendo lo que le gusta. No puedo enfadarme con ella
por no recordar a Danny o a Ainsley. No es culpa suya.
—Me gradúo este fin de semana —anuncio, suspirando—. Realmente quería
que todos estuvieran allí. Mis padres. Mi hermano. Mable. —Miro de la mujer mayor
a la enfermera más joven—. Sé que no puede venir. Habría sido agradable ver su cara
entre la multitud y saber que me está mirando.
La simpatía tiene a Douglas apretando mi mano en la suya.
—Ella siempre me decía que llegaría a lugares gracias a mi fuerza, pero nunca
la creí —admito en voz baja—. Recuerdo que en mi último año de instituto me
preguntó si iba a ir a la universidad. Le dije que pensaba ir a la universidad, pero que
aún no había decidido qué haría con la carrera de Historia que había elegido. —Me
encuentro riendo ligeramente, negando—. Mable me dijo que algún día sería una
magnífica profesora. Decía que tenía lo necesario para estar al frente de un aula con
una actitud sin complejos mientras enseñaba lo que me apasionaba. No la creí, incluso
me reí de ella. ¿Yo, profesora? No. Luego me dijo, en forma de verdadera Mable, que
tal vez su premonición se había confundido y que yo acabaría siendo profesora en el
futuro.
Lo había olvidado hasta este momento. Mable siempre tenía “sentimientos”
sobre las cosas. La mayoría de ellos nunca llegaron a materializarse. En secreto, creo
que todos los que los conocían se alegraban. Danny sacaba a relucir cualquier cosa
extraña que ella decía que había predicho y la dejaba de lado, pero la única vez que
tuvo razón fue cuando nos dijo a Danny y a mí que tuviéramos cuidado al volver a
nuestras casas después de visitarla. Dijo que había tenido un mal presentimiento
sobre la tormenta que se avecinaba. Eso fue una semana antes del accidente de
Danny. Antes de su muerte.
Haciendo una mueca, alejo el pensamiento y pregunto: —¿Crees en ese tipo
de cosas? ¿Que la gente puede predecir lo que sucede? No ha acertado la mayoría de
las veces, aunque pueda ir por el camino del profesor.
—No sé si creo en alguna capacidad sobrenatural para saber cuándo suceden
las cosas, pero hay algunas personas que son hiper conscientes de las situaciones.
Especialmente si hay una lógica ligada a ellas.
212
No puedo evitar reírme. —Lo siento. Sé que no es gracioso, pero Mable no es
precisamente de las que se preocupan por el bienestar. Tal vez lo era, pero ya no es
así. La mayor parte del tiempo ni siquiera sabe quién soy. Es como si fuera una mujer
totalmente diferente.
—Sé que se siente así, pero sigue siendo Mable. Sigue siendo la mujer que
conoces y amas, sólo que un poco perdida a veces.
Aprieto los labios.
—Siento que no pueda estar en tu graduación —añade sinceramente—. Si
hubiera una manera de hacerlo funcionar, lo haría. Hay demasiado riesgo con la forma
en que se está comportando últimamente. El médico quiere hacer un examen con ella
pronto.
Mis ojos se abren de par en par. —¿Un examen?
—Es sólo para probar sus habilidades cognitivas.
Exhalando un suspiro, mis hombros se aflojan mientras veo a Mable pasar a
otra flor. —¿Cómo le ha ido con la vida cotidiana? Sé que a algunos pacientes con
demencia les cuesta hacer cosas básicas. ¿Está ella...?
Cuando Douglas duda, sé que debo preocuparme. —Mable ha tenido
problemas para hacer ciertas tareas. En las últimas semanas, hemos tenido que
ayudarla a ir al baño y a bañarse porque no recuerda cómo hacerlo. Como he dicho,
su estado mental está decayendo a un ritmo más rápido de lo normal. Todavía puede
comer por sí misma y la estamos vigilando muy de cerca para asegurarnos de que se
cuida. Planeaba decírtelo antes de que te fueras. Sólo quería que pasaras algún
tiempo con ella antes de dar la noticia.
Me pesan los labios. —¿Qué significa eso para ella a largo plazo? Si pierde la
capacidad de funcionar...
—La vigilaremos más de cerca —asegura rápidamente—. Ella está en buenas
manos aquí, Piper. Te prometo que la estamos cuidando.
Sé que lo son, pero eso no disminuye la ansiedad que se acumula en la boca
del estómago. —No sé cómo voy a manejar la situación si llega un día en el que tenga
que ver tubos de alimentación en ella porque no sabe comer por sí misma. He leído
que algunas personas se mueren de hambre porque no saben vivir.
—Oye. —Su mano aprieta la mía con fuerza, sacándome de mis casillas—. No
vamos a dejar que eso ocurra. Tenemos pacientes aquí que están mucho peor que
Mable, y todavía están bien. E incluso si se trata de una sonda de alimentación, al
menos seguirá viva.
Cierro los ojos sabiendo que tiene razón. —Siento haberme asustado. Es que
lo he pasado mal últimamente y las cosas por fin me salen bien. Pero luego está
Mable...
—No deberías comparar sus situaciones. Mable puede estar luchando pero es
feliz, Piper. Ambos sabemos que ella también quiere eso para ti, así que no te 213
preocupes por ella. Ese es nuestro trabajo. Disfruta de tu vida y de todas las pequeñas
cosas. Deja el resto para nosotros, podemos manejarlo. ¿Puedes hacer eso por mí?
Le doy una pequeña sonrisa. —Puedo intentarlo.
Me da una palmadita en la mano y se levanta. —Eso es todo lo que puedo pedir
entonces. Sin embargo, ¿estás bien? Sé que las últimas veces que estuviste aquí
parecías un poco molesto, pero hay algo en tus ojos que me hace pensar que está
mejor.
Mis mejillas se calientan. —Lo estoy haciendo mejor que en mucho tiempo.
Una sonrisa de complicidad adorna su rostro. —Es un chico, ¿no? Conozco esa
mirada. Yo también la he tenido en la cara.
El rubor se intensifica. —Sí, es un chico.
—Me alegro por ti, cariño. Te he visto dedicarte a Mable y a su nieta y esperaba
que encontraras a alguien con quien compartir tu tiempo. ¿Es bueno para ti?
Mi garganta se espesa mientras la miro, los labios vacilan al pensar en él. —
Aún mejor. Es bueno para las dos.
Sus ojos son cálidos. —Me alegro por ti.
—Gracias.
Me echa una última mirada antes de volver a entrar en el edificio, dejándome
con Mable mientras se concentra en su jardín. La suciedad cubre sus pantalones
morados claros y los guantes beige de sus manos. Parece estar contenta en la tierra y
el mantillo, rodeada de vida. El mero hecho de observarla me alivia la ansiedad en el
pecho, aunque esta mujer no es la misma que podía hornear las mejores galletas sólo
de memoria. Nunca miró las recetas ni midió los ingredientes. Se limitaba a echar
todo en un bol y el resultado era siempre el mismo.
—Memoria muscular, querida —me dijo una vez. Yo siempre le decía que ojalá
tuviera esa habilidad, pero por mucho que intentara enseñarme sus recetas favoritas
siempre las estropeaba. Sin embargo, Danny nunca lo hacía. Tenía un talento natural,
como su abuela.
Pensar en él ya no duele. Al menos no los buenos recuerdos. Incluso en los
momentos en que pienso en nuestra última noche, me niego a dejar que me atraviese
el corazón. Hicimos una elección que no tiene vuelta atrás. Hubo consecuencias que
no se pueden cambiar. No podía seguir adelante.
Pero yo sí.
Levantándome, me acerco vacilante a Mable y meto las manos en el gran
bolsillo de la sudadera que le he robado a Easton esta mañana. —Hola, Mable. Sé que
no te acuerdas de mí, pero quería decirte que me ha gustado verte. Y... —Respiro
profundamente y la observo acariciar la tierra alrededor de su flor recién plantada—
. He estado pensando mucho en Danny, a quien probablemente tampoco recuerdes,
pero era un gran tipo. Alguien a quien ambas queríamos mucho. En fin, he estado
pensando mucho en el pasado y en todo lo que ha pasado entre nosotros, y creo que
por fin he encontrado la paz. La felicidad, incluso. Sé que me has dicho que la 214
encontraría con alguien algún día, pero nunca te creí porque estaba demasiado
atrapada por Danny, pero tenías razón. Sólo quería que lo supieras.
Me relamo los labios y veo cómo sus manos se detienen en su proyecto antes
de mirarme lentamente, con el sombrero de ala que lleva protegiendo sus ojos del
sol que hoy nos agrada. —Lo sé, querida. Siempre has estado destinada a amar a otras
personas.
La miro boquiabierto.
¿Ella...? —¿Mable?
Ella parpadea.
Me acerco más. —He encontrado al chico con el que podría pasar toda la vida.
Realmente lo he hecho. Creo que Danny estaría contento con mi elección.
Ella sonríe, pero vacila. —Bien, bien.
Eso es todo. El momento, el microscópico momento de claridad, ha
desaparecido. Pero me lo tomo como una victoria, porque al menos se acordó,
aunque fuera por un segundo. Es todo lo que puedo pedir sabiendo que su condición
está progresando.
—Te quiero —le digo suavemente, retrocediendo.
Ella inclina la cabeza. —Eres una chica muy dulce al decirle eso a una anciana
como yo. —Consigo sonreír antes de despedirme, asintiendo a la enfermera que nos
vigila para hacerle saber que me voy. Cuando me cruzo con Douglas en el pasillo en
dirección a las puertas principales, me roza el brazo al pasar junto a ella y me dedica
una cálida sonrisa.
—Estará bien, Piper —me dice suavemente. Y sé que lo estará. Confío en todos
los que trabajan aquí, que me han animado en cada visita. Me dejaron celebrar una
fiesta de cumpleaños para Ainsley y me ayudaron a calmar a Mable cuando tuvo un
episodio y se olvidó de nosotros.
Las personas que trabajan aquí son fuertes. Tienen que serlo para ser testigos
de lo que les ocurre a los pacientes. No les envidio, pero les respeto y lo que hacen
por familias como la mía.
Cuando salgo, veo a Easton sentado en el asiento del conductor y mirándome
desde el cuaderno de dibujo que descansa sobre el volante. Lo cierra y lo deja a un
lado cuando subo y me abrocho el cinturón. —Podrías haber entrado, sabes.
Sacude la cabeza y se inclina hacia delante para darme un rápido beso en los
labios. —En otro momento, Piper. Necesitabas hablar con ella a solas.
Tiene razón. Otra vez.
—¿Ha ido bien?
—Se acordó de mí por un segundo.
—Eso es bueno.
215
Me recuesto en el asiento y estudio su perfil mientras sale de la plaza de
estacionamiento y se aleja del estacionamiento. —Sí, lo es.
Me mira por un momento antes de volver a centrarse en la carretera. —
¿Quieres comer algo antes de recoger a Ainsley? Creo que he visto una cafetería de
camino.
—¿Te gustan los comedores?
Me sonríe. —Me gusta la comida.
—Una cafetería suena bien. —Miro por la ventana un segundo, viendo pasar
algunas casas de colores—. ¿Qué te hizo empezar a hornear? ¿Siempre te ha gustado
hacerlo? También eres buen cocinero. Debes practicar.
Uno de sus hombros se levanta. —Cocinaba mucho para mí cuando crecía. A
veces cocinaba para mis hermanos de acogida si estaba en una casa con ellos. No
podía darles de comer Ramen todo el tiempo, así que aprendí un par de cosas y
mejoré en ello.
—¿Y el horneado? —pregunto.
Se detiene en una cafetería justo al final de la calle de la residencia de ancianos.
Es un pequeño y coqueto establecimiento que se encuentra en la parte de atrás.
Cuando le miro, veo sus mejillas teñidas de rosa. —Veía muchos programas de
repostería en la televisión. Me gustaba lo que veía y me metía en la cocina una vez
que ahorraba y conseguía mi propia casa. Nunca quise hacerlo cuando vivía en un
hogar porque muchas veces a los padres adoptivos no les gustaba que usaras sus
cosas o que ensuciaras. Como dije, tuve mucha suerte con quien me colocaron. No
quería ponerlos a prueba. —No me da la oportunidad de responder antes de
desabrocharse el cinturón e inclinar la barbilla hacia la cafetería—. Vamos, podemos
hablar más adentro. Tengo la sensación de que tienes más preguntas.
Sonrío. —Tienes razón.
Se ríe y nos hace entrar, con su mano envuelta en la mía, mientras nos dice que
busquemos un asiento donde queramos. East elige una mesa en la esquina trasera,
lejos de otras personas. Nos sentamos uno frente al otro y agradecemos a la camarera
que venga a darnos los menús y a pedirnos las bebidas.
Cuando estamos solos, ignoro el menú laminado que tengo delante. —Parece
que la casa de acogida te ha enseñado mucho. A cocinar, a hornear. ¿También
dibujaste? Has mencionado tener cuadernos llenos de dibujos a lo largo de los años.
Levanta la vista del menú. —Sí. Mi padre adoptivo me regaló un cuaderno de
dibujo cuando me vio usar papel de desecho de viejos cuadernos escolares. No era
un mal tipo. Quizá un poco distante, pero nos dejaba en paz la mayor parte del tiempo.
—¿En cuántas casas estuviste?
La camarera vuelve con nuestras bebidas, dos aguas, antes de preguntar si
necesitamos más tiempo para decidirnos. Ambos asentimos. La veo alejarse mientras
Easton vuelve a mirar el menú. —Cuatro. Hubieran sido tres pero la anciana con la
que me quedé un tiempo falleció. 216
Frunzo el ceño. —Eso es muy triste.
Se encoge de hombros.
Le doy un respiro para mirar lo que sirven, decidiéndome por un sándwich de
pollo y patatas fritas. Estamos en silencio hasta que la camarera vuelve y toma nuestro
pedido, tomando los menús y dejándonos tranquilos.
Sorbiendo mi agua, le miro fijamente antes de decidirme a decir algo de nuevo.
—Durante un tiempo me costó averiguar lo que quería hacer. ¿Siempre supiste que
querías ser artista?
Asiente. —Los tatuajes cuentan historias y siempre he querido utilizar mi arte
para ello. —Sus ojos se dirigen a su manga—. Cada tatuaje que tengo tiene una
historia detrás. Nunca quiero hacer una marca permanente que no signifique algo
para mí. Cuando salí del sistema, conocí a Jay. Había vendido algunos dibujos aquí y
allá para ahorrar y conseguir un apartamento barato a unas horas de distancia, y me
encargaron hacer algunos diseños de tatuajes. Jay vio algunas de las cosas que dibujé
y me preguntó si estaba interesado en hacer unas prácticas en una tienda en la que
trabajaba. Yo era pobre y no tan estúpido como para dejarlo pasar. Me dio una
oportunidad, me dio un lugar más agradable cuando le dije dónde vivía, y el resto es
historia.
—Son íntimos, ¿eh?
—Es prácticamente mi hermano.
Eso me hace sonreír. —Así es como soy con Jenna. Ella ha estado ahí para mí
en las buenas y en las malas, incluso cuando la alejé. Ella no me dejaría.
—Se conocieron en la universidad, ¿verdad?
Le cuento todo sobre la orientación en la que nos conocimos, cómo ella supo
desde ese día que estábamos destinadas a ser amigas. ¿Yo? Yo era tímida y torpe y
me preguntaba por qué alguien tan seguro de sí misma como ella se molestaba. Me
quedé en un rincón y nunca hablé con nadie. Luego compartimos algunos Gen Eds
juntos y nos acercamos. Ella insistió en que era el destino y yo me lo creí, sabiendo
que me vendría bien una amiga en el campus, ya que Danny iba a otra universidad.
Le conté todo sobre él, sobre mis sentimientos, sobre su novia de entonces. Me
compró helados cuando su relación se desarrolló y alcohol cuando se
comprometieron. ¿Y después de su muerte? Durmió en mi apartamento todas las
noches, sosteniéndome cuando yo quería desmoronarme. Le conté todo, excepto la
razón por la que se marchó.
Me dolía demasiado admitirlo, decirle que yo era el responsable. Sé que ella
me habría dicho que estaba siendo estúpida, me habría regañado, y yo no podía
escuchar eso. Ahora sé que me equivoqué al aferrarme a esa culpa durante tanto
tiempo.
Estamos a medio camino de la comida cuando estudio su tinta. Mis ojos
recorren las hermosas flores. —¿Te has dibujado todos los tatuajes?
—Jay hizo algunas —admite—. Pero yo hice la mayoría. —Señala las que hizo
él, pasando los dedos por una de las rosas. 217
—¿Por qué las flores? —Parece apegado a la que está tocando, tal vez sin darse
cuenta de que lo está haciendo.
Se sienta de nuevo en su silla, parpadeando hacia su brazo antes de encontrar
mi mirada. —Las rosas eran la flor favorita de mi madre. —Mis ojos se abren de par
en par ante su respuesta—. Te mentí antes. Sí encontré a mis padres. Mi padre dejó a
mi madre poco después de que me abandonaran. Le dispararon y murió no hace
mucho. Mi madre me encontró hace unos cinco años y se puso en contacto conmigo
para preguntarme si estaba interesado en reunirme. Jay me llevó al lugar que
acordamos y se quedó en el auto mientras yo hablaba con ella. Se estaba muriendo
de cáncer de mama. Dijo que era el karma por lo que había hecho. No hablé con ella
más de una hora, pero aprendí mucho. Ella amaba las rosas. Le gustaba hornear.
Soñaba con ser artista, pero nunca lo logró. Parecía orgullosa de mí.
La tristeza me invade cuando se aleja para mirar algo detrás de mí. —Parece
que ustedes dos tienen mucho en común.
—Teníamos. Murió poco después de conocernos.
—Lo siento, Easton.
—No creo que haya sido el karma —dice, parpadeando y aclarando la mirada
hosca que llena sus ojos. Se moja los labios—. Pero no se lo dije. Dejé que pensara
que lo era. He pensado mucho en que eso podría haber cambiado de alguna manera
su forma de sentir, como si hubiera tenido un cierre. Sin embargo, estaba cabreada.
—Tenías derecho a estarlo.
Se frota el brazo. —No debería haberla tratado así. Era mi madre, después de
todo. Por eso dibujé la rosa e hice que Jay me ayudara con los detalles. Es mi forma
de pedir perdón. De recordarla.
—Es muy dulce de tu parte.
Una vez más, se encoge de hombros.
—¿Y el cráneo? —pregunto, apoyando el codo en la mesa y la barbilla en la
palma de la mano.
Su sonrisa es socarrona. —La muerte de la inocencia.
Mis cejas se arquean. —Profundo.
—Más bien demente.
Sacudo la cabeza. —Estás muy lejos de ello.
Me mira a los ojos. —No siempre tengo ganas. Lo que le hice a mi madre
todavía me afecta. Soy malhumorado, por si no lo has notado. Me apago fácilmente y
reacciono sin pensar a veces. No soy una persona fácil de querer.
—Tal vez no —estoy de acuerdo. Extiendo la mano y toco la suya—. Pero eres
una persona fácil de amar. Incluso si no lo fueras, lo haría igual.
Sus labios se separan.
—Como dijiste, pelearemos y nos reconciliaremos. Es lo que hacen las parejas. 218
No hay nada fácil en estar con la persona para la que estás destinado. Sólo somos
humanos. Dementes o no. —Aunque no importa lo que crea, nunca pensaré en él
como eso.
No tiene que responderme.
He aprendido de Ainsley que el amor es más que una palabra.
A
comodando mi cabello rojo rizado sobre los hombros y arreglando mi
birrete, sonrío a mi reflejo en el espejo y me alejo a un lado mientras
otros graduados terminan de prepararse para la ceremonia de
graduación. Estoy alisando mi toga blanca cuando veo que Carter está de pie junto a
la pared del fondo observándome.
Sonrío y le saludo con la mano, caminando hacia él con los tacones que Jenna
me hizo llevar con mi nuevo vestido negro que mamá le ayudó a elegir para mí. Me
evalúa con nada más que una sonrisa amistosa, chocando mi brazo con el suyo. —Hoy
es un gran día. Estás preciosa.
—Gracias. —Miro a la sala de mujeres que hay detrás de mí, todas hablando
ansiosamente entre ellas—. Parece que ha pasado mucho tiempo.
—Has llegado lejos —comenta—. He visto a tu familia entre el público. Jesse
me guardó un asiento junto a él y Ren.
Mis ojos se abren de par en par. —¿Están los dos aquí?
Asiente una vez, deslizando sus manos en sus habituales pantalones de vestir.
219
—Están al lado de tus padres y de Ainsley. Aunque Ainsley estaba en el regazo de
otra persona. —Sus labios se mueven hacia arriba de forma cómplice—. Cabello
oscuro, tatuajes, un tipo más joven. Él y Ainsley están fuera haciéndose caras tontas.
Easton. —Me sorprende que no esté sentada en el regazo de Jesse. Está muy
enamorada de mi hermano. Él la alimenta totalmente. Él no cree que yo lo sepa, pero
le lleva caramelos cuando la visita. No es a menudo, pero es su tradición.
Carter se ríe. —Me aseguraré de mencionarle sus futuras nupcias cuando tome
asiento. Sólo quería saber cómo estabas y felicitarte.
Sonrío. —Te lo agradezco.
—Es él, ¿verdad? ¿El tipo de ahí fuera?
—Sí, es Easton.
—Es bueno con ella.
Me froto el brazo. —¿De verdad estás bien con lo que ha pasado? Sé que no
tenías que venir, así que me alegro de que lo hayas hecho. Y me has defendido ante
mi hermano, lo que realmente aprecio. Sé que no lo dije cuando nos vimos después,
pero significó mucho. Y hablar de Easton parece...
—¿Un poco raro? —ofrece casualmente.
—Más o menos.
Sacude la cabeza, aparentemente sin molestarse por ello. —Te defendí porque
no tenían derecho a hablar de ti de la forma en que lo hicieron, y apoyo a ese tal
Easton porque veo que es bueno contigo y para ti. Hay una luz en tus ojos que antes
no había, Piper. Nunca me molestaré por eso, aunque no haya conseguido a la chica.
—Pero lo harás.
—Un día —acepta.
—Un día.
Hace un gesto hacia la puerta. —Debería salir. Tu hermano me dijo que cedería
mi asiento al mejor postor si no volvía a una hora razonable.
—Debes haber conseguido buenos asientos si cree que puede ganar dinero
con ellos —reflexiono—. Será mejor que te vayas antes de que Jesse venda tus
asientos. Me estoy imaginando una subasta. No me extrañaría que lo hiciera. Deberías
haber visto lo que hizo durante mi graduación del instituto.
Sus cejas se arquean. —¿Qué ha hecho?
—Hizo sonar una bocina y empezó a aullar cuando dijeron mi nombre. —Me
río, apartando el cabello detrás de la oreja—. Fue vergonzoso, pero se sintió como la
primera vez que éramos hermanos. Luego Danny se unió y quise asesinarlos.
—¿Crees que hará una escena hoy?
Dudo que lo haga. Ni siquiera estaba seguro de que él y Ren fueran a venir, así
que no tengo ni idea de qué esperar de ellos. Sea lo que sea, será interesante. 220
Aunque, no me importaría que estuviera callado. El hecho de aparecer significa algo
para mí.
Cuando nos despedimos, nos dan un aviso de cinco minutos antes de hacer la
fila. Respiro profundamente y sonrío para mis adentros sabiendo que estoy a unos
momentos de seguir adelante con mi vida.
Al cruzar el escenario una vez que se dice mi nombre, me detengo en seco
cuando oigo los gritos de mis amigos y mi familia. Pero no son los fuertes vítores de
mi hermano mayor ni los aplausos aún más fuertes de mi padre. Es un grito agudo que
viene de la misma sección. Allí, subida a los hombros de Easton, está Ainsley.
Y. Ella. Salud.
Las lágrimas me inundan al instante al verla gritar, sonreír y aplaudir, todo ello
mientras Easton la sujeta para que no se caiga. Mis padres me observan con
expresiones de orgullo mientras salgo de mi asombro y termino de caminar.
En lugar de volver a mi asiento, corro hacia donde se sienta mi familia. Ainsley
me rodea el cuello con sus brazos y se aferra a mi cuerpo en cuanto estoy a su alcance.
La aprieto contra mí como si pudiera absorber el sonido que ha hecho.
No dice otra palabra.
Y me parece bien.
Ella firma: —Te quiero.
La beso la mejilla, la frente, el cabello, por todas partes antes de susurrar: —
Yo también te quiero.
Sus ojos van de mí a Easton, donde firma algo que no puedo distinguir bien
debido al ángulo en que la tengo.
Pero hace algo que no espero.
Vuelve a firmar.
Él. Señales. Atrás.

Es mi padre quien me envuelve en un abrazo cuando por fin consigo volver a


la multitud de familiares y amigos que ven la clase de graduación. Me besa el costado
de la cabeza y me felicita, me da un golpecito en la nariz y me llama mocoso. Le sonrío
por el apelativo que no le he oído decir desde hace mucho tiempo.
—Orgulloso de ti —dice contra la parte superior de mi cabeza, dejándome
finalmente ir.
—Gracias, papá.
Jesse se acerca a mí y me alborota el cabello como solía hacer cuando era más
joven. Como en los viejos tiempos, le quito la mano de encima y me atrae para darme
un rápido abrazo. Es un gesto bonito, pero incómodo. No hemos hablado desde el
incidente en el campus. No sabía qué decir, y evidentemente él tampoco. Sin
embargo, estoy acostumbrada a ello, así que no dejo que mi mente lo medite.
221
Ren se acerca a mí y sonríe. —Me alegro mucho por ti, Piper. Has hecho muchas
cosas increíbles y has logrado mucho a pesar de las circunstancias. —Su sonrisa
flaquea un momento antes de añadir: —Y siento de verdad cómo he actuado. No te lo
merecías.
Miro entre ella y mi hermano, sabiendo que todos los demás esperan también
una respuesta mía. Carter se queda a un lado, con las manos en los bolsillos,
interesado en lo que voy a decir. Me ha preguntado una vez desde la tensa
conversación si me he acercado a alguno de ellos, pero he admitido que no podía ser
yo quien invirtiera energía en construir una relación que no estaba segura de que
quisieran. Por suerte, lo entendió.
—Gracias, Ren. Si te sirve de algo, sé que tú y mi hermano serán unos padres
estupendos. Son el tipo de personas que están destinadas a tener hijos.
Me abraza y me rodea con sus brazos. En voz baja, susurra: —Aunque no lo
hayas planeado, tú también lo eres. Yo no habría sido capaz de hacer lo que hiciste.
Una parte de mí siempre ha estado celosa de cómo lo has manejado.
Resoplo mientras se aleja. —No hay nada por lo que estar celosa. Soy un
desastre. Si no fuera por mi familia y mis amigos, no lo habría conseguido.
—Tu familia es increíble.
—Lo son.
Sonreímos y nos apartamos el uno del otro, Ainsley y Easton se acercan antes
de que Carter pueda decir algo. Ainsley me rodea las piernas con los brazos y me
mira fijamente mientras Easton me pasa un brazo por la espalda y me atrae hacia él.
Sus labios me acarician la oreja. —Tu padre me ha informado de que tiene una vieja
pistola de paintball de tu hermano y que duele más que una bala de verdad.
Me río y miro a papá, que me sonríe desde al lado de mamá como si supiera lo
que me están diciendo. Los dos nos miran con complicidad mientras me acerco a él y
lo rodeo el cuello con los brazos. —Ya le gustas. Estás a salvo.
Me besa la mejilla y se retira, guiñándome un ojo antes de rodearme los
hombros con un brazo. —Bien. No puedo decir que quiera saber lo que se siente al
ser disparado por una pistola de pintura.
Jesse se lanza, con los ojos brillantes. —¿Quieres saber cómo sería recibir un
disparo de uno de verdad?
Ren pone los ojos en blanco y se inclina hacia mi hermano, dejando que él la
arrastre contra su costado antes de pasarle un brazo por encima del hombro. —Menos
mal que los dos son unos tiradores horribles, ¿no?
—¡Oye! —dicen los hombres simultáneamente.
Un tirón de mi vestido me hace mirar a Ainsley. Mueve las manos, queriendo
que me arrodille más cerca de ella.
—¿Qué pasa, Nugget?
Su labio inferior se mete en la boca. Cuando sale, sus labios se abren como si
fuera a decir algo, pero no lo hace. Lo intenta de nuevo y frunce las cejas en señal de 222
frustración.
Le quito el cabello de la cara. —Está bien. No espero que digas nada. Que estés
aquí conmigo es todo lo que necesito.
Su mano va a mi mejilla por un momento antes de firmar, creo que papá está
aquí.
Parpadeo. —¿Qué?
Mira hacia el cielo.
Yo hago lo mismo, viendo el sol y el cielo sin nubes. Salían a la calle cada vez
que hacía buen tiempo. Siempre envidié lo bronceados que se ponían al estar fuera
aunque fuera una hora jugando. Cuando vuelvo a encontrarme con sus ojos, asiento
con la cabeza. Hago una señal, creo que él también está aquí.
Me sonríe.
Me pongo en pie, tomo su mano y sigo a mi familia hacia el estacionamiento.
Easton mantiene sus pasos en línea con los míos, sus ojos vuelven a dirigirse a Carter,
que camina junto a mi padre. Hablan en voz baja sobre quién sabe qué, pero me fijo
en lo reservados que están los ojos de Easton.
—Es un buen tipo —le digo, observando cómo su nariz se ensancha
ligeramente—. Sé que probablemente no eres el mayor fan de él, pero lo es.
Suelta un suspiro antes de asentir. —Sé que lo es, Piper. No significa que no
pueda mirar al tipo sabiendo dónde han estado sus manos.
Miro con precaución, sabiendo que mi familia aún no ha descubierto a qué se
refiere. Sé que Carter cumplirá su palabra de guardar silencio. A ninguno de los dos
nos beneficia que sepan lo que ha pasado.
Me da un beso en la sien mientras mi hermano se acerca, con una de sus manos
metida en sus vaqueros negros. Va muy elegante en comparación con sus vaqueros
normales manchados de grasa y su camisa Dickies. —Me preguntaba si podríamos
hablar un momento. —Sus ojos van entre Easton y yo, sus cejas se levantan en
espera—. No tardaremos mucho.
Asiento y veo cómo Easton toma la mano de Ainsley mientras yo me alejo con
Jesse a mi lado. Por un momento, nos quedamos en silencio. Sin saber qué decir, cruzo
los brazos sobre el pecho y me balanceo sobre los talones. Mis ojos vuelven a mirar
hacia donde se comunican Ainsley y Easton, cuyas manos se mueven rápidamente.
Easton sabe el lenguaje de signos. Ha aprendido. Me hace espesar la garganta
y me aprieta el pecho y hace que todo se sienta más ligero. El hombre que amo está
hablando con la niña que quiero de una manera que no se siente presionada ni
avergonzada.
Eso hace que lo quiera mucho más.
—Te quiero —dice. Me encuentro con sus ojos, que están llenos de dolor y
vacilación—. Sé que soy una mierda a la hora de demostrarlo, pero no estoy
mintiendo. Las cosas han sido difíciles con Ren y tomé partido aunque no debí 223
hacerlo. Odio verla molesta y sabía que verte a ti y a Ainsley era difícil para ella. Eso
no excusa la forma en que te traté, la forma en que cualquiera de nosotros lo hizo.
—Honestamente, Jesse, está bien.
Mueve la cabeza con firmeza. —Pero no es así. Tú siempre haces eso. Le quitas
importancia a las situaciones y ves lo mejor de la gente incluso cuando no lo
merecemos. Es una de las cosas que me gustan de ti, pero también me preocupa. No
quiero que te hagan daño porque te importa.
Consigo encogerme de hombros. —No voy a mentir y decir que no me ha
dolido la forma en que has actuado conmigo durante estos años, pero no es que no lo
entienda. Si estuviera en el lugar de Ren, me sentiría igual.
Se frota la mandíbula. —Eso no justifica que te haya rechazado en el pasado.
Has dicho que tengo mucho que agradecer a tu madre, y tienes razón. Papá y tu madre
me dieron un hogar cuando lo necesitaba, y yo hice todo lo posible para no estar allí
porque no lo sentía como tal. No sin mi madre y mi hermana. Me recuerdas a Hanna.
Te pareces mucho a ella. A veces me pregunto cómo sería ella si no hubiera
terminado. Si sería como tú. Trabajadora, decidida. No tuvimos el mejor modelo de
conducta en nuestra madre y Hanna se parecía mucho a ella. En cierto modo, la
resentía por ello.
—No pude controlar a Hanna ni ayudarla. Incluso si hubiera sabido lo que
estaba planeando, dudo que hubiera cambiado las cosas. Eso es lo que más me
molesta, ¿sabes? Era más fácil mantenerte a distancia porque no quería pensar en
Hanna o en lo mal que lo había hecho siendo su hermano. Pero Carter tiene razón. No
te mereces el trato que te hemos dado, y puedo ver por qué te has preguntado si te
quiero o no. Pero lo hago. Eres mi hermana y te quiero.
El corazón se me hincha ligeramente en el pecho. —Sé que puede parecer
increíble ahora mismo, pero no eres responsable de la muerte de tu hermana.
Créeme, sé lo que es aferrarse a la culpa. Sin embargo, es agotador. Estaba enferma
y quería una salida. Pero sé que Hanna te quería. Recuerdo todas las veces que
visitaban a papá y ella se mostraba protectora con ustedes a pesar de ser más joven.
Quizá sea un cliché escucharlo, pero ella querría que siguieras adelante y dejaras de
culparte por lo que hizo.
Desvía la mirada por un momento, observando a la multitud que se aleja del
campo donde se celebró la ceremonia de graduación. —Lo sé, Piper. No parece que
vaya a ser más fácil. Echándola de menos. Preguntándose por ella.
Le tomo la mano. —Siempre harás esas cosas. Pero mejorará. Tal vez no el dolor
de saber que se han ido, sino el sentimiento que nos agobia como si hubiéramos
podido evitarlo. Nadie puede detener lo que está destinado a ser, aunque nos parezca
cruel.
—¿Como Danny?
Asiento. —Cuando fuiste al funeral conmigo, significó el mundo. No podría
haberte dicho entonces lo mucho que te necesitaba, era como si lo supieras. No es
que pensara que me odiabas, Jesse. Sólo que no estaba segura de lo que íbamos a ser 224
cuando te alejaste después de eso.
—Era otra persona que moría demasiado pronto.
Lo entendí mejor que nadie. La mirada en sus ojos ese día era morbosamente
vacía. Como si estuviera allí pero no. Nunca lloró, sólo permaneció pálido mientras
transcurría el servicio. Sin embargo, estaba allí para mí, acariciando mi mano,
preguntando si estaba bien.
Ese día, era mi hermano.
Un hombre que estaba luchando.
Un hombre que estaba recordando.
Ambos sufrimos pérdidas.
—¿Estamos bien? —pregunta en voz baja, con cara de no saber qué le voy a
contestar.
Creo que hemos experimentado demasiadas pérdidas como para perder
voluntariamente cualquier forma de relación, aunque sea tensa. —Por supuesto que
sí. Eres mi hermano.
Asiente y nos hace un gesto para que volvamos con nuestra familia que nos
espera. —Sabes —dice mientras caminamos uno al lado del otro—. Carter es un buen
tipo. Si fuera más joven, te diría que lo hicieras. Habrían estado bien juntos.
Apretando los labios, me aclaro la garganta y miro al hombre en cuestión, que
sigue hablando con mis padres. —Quizá en otra vida.
Su risa es ligera. —Sí, tal vez.
Easton me tiende la mano en cuanto me acerco a él, y cuando nuestros dedos
se conectan todo en mí se alivia. Mi mente, mi corazón, mis pensamientos acelerados.
Con él, salgo de las profundidades en las que me he ahogado durante todos estos
años y siento que puedo volver a respirar. Ya no tengo miedo de lo que persiste en
las tinieblas, sino que entro en el agua clara y dejo que todo el dolor desaparezca.

225
Ainsley

M
is piernas se balancean de un lado a otro de la silla azul de plástico del
despacho mientras escucho a Piper, mi madre, hablar en susurros con
la secretaria más joven. Su rostro está lleno de determinación, del tipo
que es feroz. Easton, mi padre a todos los efectos, dice que esa fiereza es la razón por
la que la quiere tanto, por la que se casó con ella.
Pienso en el hombre con bonitos dibujos tatuados por todo el brazo y sonrío
para mis adentros. Puede que Easton no sea mi verdadero padre, pero me ha cuidado
como el mío hubiera querido. Igual que Piper. Llevamos juntos desde que tengo uso
de razón porque no conozco a mi propia madre. A veces, ni siquiera puedo recordar
cómo era o cómo sonaba mi padre, aunque estuve tres años con él antes de que
muriera. Nunca aparece nada cuando Piper me cuenta historias de su amistad o de él
y yo cuando era pequeña.
Me pregunto si es así como se supone que debe ser, como si tal vez todo lo que 226
debo recordar es el amor de Piper y Easton por mí. Nunca me he permitido sentirme
triste por la falta de recuerdos de mis verdaderos padres, porque Piper y Easton
nunca me han parecido nada más que los auténticos. Tengo la suerte de tenerlos, de
ver su amor, su felicidad.
Cuando eres un alhelí sin voz, la gente parece pensar que no puedes oír
también. Sé que a la madre de Joel Iverson le gusta beber mucho y que su padre se
ha ido porque los profesores siempre chismean sobre lo triste que es su vida en casa
cuando creen que nadie los oye. O cómo Maisy Hayes vive con sus abuelos porque
su mamá y su papá siempre están viajando por algunos trabajos importantes que
tienen.
Hay gente que lo tiene peor que yo. Mis padres están muertos, pero tengo otros
que me quieren mucho. Por eso mi madre está aquí, intentando conseguir una reunión
con el nuevo director, ya que la última fue despedida. La directora Harris nunca fue
apta para el trabajo, pero nadie sabe nada de la nueva persona que se hace cargo.
Ella quiere arreglar eso.
La puerta lateral de la oficina se abre y entran una mujer rubia y un chico. La
mano de ella está en el hombro de él, con la cabeza apuntando hacia el suelo de
baldosas en señal de evasión. Mi cabeza se inclina al verlo, viendo el nerviosismo que
irradia.
Un chico nuevo.
No me cabe duda de que es el hijo biológico de la mujer. Tienen el mismo tono
de cabello y rasgos faciales similares. Ella se muestra protectora mientras habla con
la otra secretaria canosa que maneja la hoja de registro de visitantes como un halcón,
su mano roza la espalda de sus hombros en señal de comodidad.
Mis ojos captan algo sobre su oreja, posado en su cráneo rodeado de cabello.
Entrecerrando los ojos, estudio el objeto con incertidumbre. Interrumpo mi mirada
cuando veo que el chico se desplaza, su peso se mueve de un pie a otro mientras
nuestras madres hablan.
Él capta mi mirada, pero yo no aparto la vista. Sigo balanceando las piernas y
escuchando a mi madre hablar con la suya con familiaridad. Tal vez no sean nuevos
porque se conocen, y la sorpresa inunda mi cuerpo cuando oigo mencionar el nombre
de mi padre biológico.
El chico se acerca a mí sin dudarlo mientras nuestras madres se reencuentran.
Es difícil escucharlas y prestar atención al chico que se detiene a pocos centímetros.
Sus ojos se llenan de interés y me saluda en voz baja. Mis labios se separan y me digo
a mí misma que tengo que forzar las dos letritas que harían falta para demostrarle que
no estoy siendo mala, pero no se me escapa ninguna palabra. Derrotada, los cierro y
miro por un momento mi regazo.
Sus zapatos aparecen en mi línea de visión, mi mirada se detiene hacia arriba
para verle de pie, más cerca, mientras sus manos se levantan. Me quedo boquiabierta
cuando me hace señas, moviendo sus manos con habilidad.
Firma, soy Milo. 227
En ese mismo instante sé que él y yo vamos a ser mejores amigos. Y por la
forma en que nuestras madres nos miran con asombro, pueden decir que algo cambió
drásticamente.
Porque ahora no estaré sola.
Y tampoco lo hará Milo.
B. Celeste está obsesionada con todo lo prohibido y tabú que le permitió allanar el 228
camino hacia un nuevo mundo de romance crudo, real y emocional.
Su primera novela es The Truth about Heartbreak.
229

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