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Staff
Traducción
Anubis
Hera
Huitzilopochtli
Nyx
Némesis

Corrección
Amalur
Artemisa
Circe
Coatlicue
Hades
Moira

Revisión final
Astartea
Perséfone

Diseño
Hades

Pdf y Epub/Mobi
Iris
Huitzilopochtli
Contenido
Sinopsis Capítulo 20 Capítulo 40
Capítulo 1 Capítulo 21 Capítulo 41
Capítulo 2 Capítulo 22 Capítulo 42
Capítulo 3 Capítulo 23 Capítulo 43
Capítulo 4 Capítulo 24 Capítulo 44
Capítulo 5 Capítulo 25 Capítulo 45
Capítulo 6 Capítulo 26 Capítulo 46
Capítulo 7 Capítulo 27 Capítulo 47
Capítulo 8 Capítulo 28 Capítulo 48
Capítulo 9 Capítulo 29 Capítulo 49
Capítulo 10 Capítulo 30 Capítulo 50
Capítulo 11 Capítulo 31 Capítulo 51
Capítulo 12 Capítulo 32 Capítulo 52
Capítulo 13 Capítulo 33 Capítulo 53
Capítulo 14 Capítulo 34 Capítulo 54
Capítulo 15 Capítulo 35 Capítulo 55
Capítulo 16 Capítulo 36 Epílogo
Capítulo 17 Capítulo 37 Sobre la Autora
Capítulo 18 Capítulo 38 Únete a nuestra
Capítulo 19 Capítulo 39 comunidad
Sinopsis
Jameson Taylor es nómada. Una vagabunda. Una coleccionista de recuerdos.

O, al menos, eso es lo que ha sido de su vida desde que se vio obligada a dejar
atrás pedazos de su corazón fracturado.

“Esta es la culpa de nuestro destino, nuestra única perdición: Todo lo que siempre
ha querido es mi felicidad, incluso cuando le cuesta lo suyo”.

Holden Eastwood está resentido. Enfadado. Pero sobre todo, dolido.

Destrozado por la chica que lo dejó, lucha por encontrar el perdón en el órgano
que una vez rompió.

Cuando una tragedia los obliga a enfrentar las consecuencias, Jamie busca
aceptación, mientras que Holden busca respuestas.

Lo que encuentran, en cambio, son restos de su amor.

Fragmentos de siempre.

Y piezas de un rompecabezas que les conducirá a la verdad...

Una verdad que podría hacerlos pedazos.

Pieces Duet #2
Capítulo 1
Jamie
—Holden… —Puedo verlo debajo del camión, tumbado de lado, con sus ojos
cerrados, y la sangre rezumando de su boca, su nariz, su pecho apenas se mueve.
—Holden —sollozo, y encuentro las pocas fuerzas que tengo y me arrastro
hacia él.
A lo lejos, suenan sirenas.
—Holden —grito, tosiendo sangre. Levanto su brazo cuando llego a él, pero
no se mueve. No por voluntad propia—. ¡Holden, despierta! —Me acuesto a su lado,
pongo su brazo sobre mí y lo abrazo.
—Jamie —susurra, y yo lloro en su pecho, el alivio se apodera de mí cuando
su brazo me rodea con fuerza—. Está bien, cariño. Estás a salvo.
Me despierto jadeando, sentada en una cama y una habitación desconocida.
El sudor cubre cada centímetro desnudo de mí, acumulándose en la línea del
cabello mientras lucho por respirar. Me estremezco ante la cálida mano que se posa
en mi hombro, mientras el colchón se mueve a mi lado.
—¿Otra pesadilla?
Parpadeando para contener las lágrimas, fuerzo el aire en mis pulmones, y
lucho por volver a realidad.
—¿Jamie?
Me trago el dolor de garganta y me giro hacia el hombre que está sentado a
mi lado.
—¿Estás bien? —pregunta, con sus grandes ojos marrones parpadeando por
el cansancio.
—Sí, Dean —murmuro, levantándome de la cama y llevándome las mantas
conmigo para ocultar mi vergüenza—. Estoy bien.
No son más de cinco pasos desde la cama hasta el baño, pero cada esos
pasos se siente como si una pesada ancla me estuviera agobiando, tratando de
arrastrarme hacia abajo. Con la manta envuelta a mi alrededor, llego al lavabo, mi
visión se nubla cuando abro el grifo, rápidamente me echo agua en la cara antes de
frotar la frescura contra mi nuca. El oxígeno quema contra mi garganta, crea un
fuego en mi pecho.
El toque de Dean es como el hielo contra mi carne ardiente, y por un
momento... solo uno, quiero sumergirme en el contacto, ahogarme en él.
—Has tenido una cada noche desde que volviste... —dice, mientras las
yemas de sus dedos se deslizan por mi frente y baja sus ojos a los míos,
sosteniendo mi mirada por más tiempo del que me siento cómoda. Con la palma de
la mano apoyada en mi mandíbula, acaricia el arrepentimiento líquido que recorre
mi mejilla.
Me alejo de su tacto, del dolor y la compasión que se reflejan en sus ojos de
piedra.
—Creo que ese es el problema... —murmuro, haciendo una pausa para
respirar a través de la agonía que atraviesa mi sangre—. Estar de vuelta aquí...
El único asentimiento de Dean es lento mientras se mueve detrás de mí,
poniendo una mano en mi cadera y dejando caer un suave beso en mi hombro
desnudo.
—¿Puedo hacer algo?
Mantengo la cabeza baja, negándome a verlo, pero puedo sentir su mirada
como pequeños pinchazos a lo largo de cada centímetro de mi carne, exponiéndole
lentamente mis secretos internos. Solo que en realidad no son secretos, al menos
no entre nosotros.
Él no dice una palabra. Sabe que decir algo ahora mismo significaría
alejarme, y ya estoy tan lejos como puedo llegar.
—Solo necesito un minuto —le digo.
Parece que pasa una eternidad antes de que él hable.
—Te espero en la cama entonces. —Espera una respuesta, y cuando no
llega nada, añade—: Deberías tratar de dormir un poco. Tienes un gran día mañana.
—Y luego se va, cerrando la puerta del baño entre nosotros.
Respiro por primera vez desde que me desperté sobresaltada y me concentro
en mis manos, las veo temblar bajo la dura luz del baño. Entonces me concentro en
el cristal en mi mano, grande, intrusivo y oscuro, tan oscuro que es casi negro, como
los recuerdos que me mantienen despierta por la noche, burlándose de mí,
provocándome.
No sé cuánto tiempo permanezco en el baño esperando que mi respiración
se nivele hasta sentirme segura para hacer algo tan básico como moverme. Tan
silenciosamente cómo es posible, me dirijo de nuevo al dormitorio donde Dean está
profundamente dormido, roncando suavemente mientras está tumbado boca abajo,
con una mano debajo de la almohada.
Lo dejo allí y me dirijo a la sala de estar, donde las cortinas transparentes se
mueven, provocadas por la ligera brisa que sopla a través de la puerta abierta del
balcón. Con velocidad y mientras la alfombra de felpa agita mis pies me dirijo hacia
el carrito de las bebidas junto al tocadiscos de época. Ni siquiera tiene discos.
Su apartamento es de nueva construcción, comprado según los planos, y
decorado como una casa de exhibición. Yo estaba en la ciudad cuando lo
inspeccionó. Es una de las muchas “inversiones” que piensa “añadir a su cartera”
según dice. Todos los electrodomésticos están relucientes y completamente nuevos
y nada, ni un solo elemento está fuera de lugar.
No es un hogar.
Al menos no para mí.
Me apresuro a agarrar un vaso de cristal y la botella de whisky caro en su
colección. Ni siquiera se dará cuenta. Él ni siquiera bebe whisky. Como todas las
cosas en el apartamento: es todo para el espectáculo.
Con mi salvación en mis manos, miro el reloj digital de la cocina. Son casi
las tres de la mañana. Doy pasos lentos y silenciosos alrededor de su oscura sala
de estar, deteniéndome de vez en cuando para mirar las obras de arte que cuelgan
en las paredes. Inclino la cabeza, inspeccionando las zonas de pintura gruesa
hechas sin duda por una espátula. Luego, levantando la mano, paso un dedo a lo
largo de un trozo particularmente grande de pintura roja y arrugo la nariz. No es
realmente mi estilo, pero de nuevo, no me gusta mucho el arte.
Ya no.
Vuelvo a mirar la puerta cerrada del dormitorio, preguntándome por un
momento si es que incluso vale la pena volver. Ya sé que no voy a dormir más, así
que me dirijo a la puerta del balcón y la abro lo más silenciosamente posible. El
azulejo del piso contrasta completamente con el interior alfombrado, pero los
muebles del patio aquí coinciden con todo lo demás en el interior.
Brillante.
Nuevo.
Dejo caer el vaso y el whisky sobre la mesa y me siento. Lo miro fijamente
un momento. Y luego lo bebo.
Un trago.
Dos.
Mis ojos se cierran por su cuenta y me tomo un minuto, un momento, lo que
sea que necesite para aferrarme a la poca cordura que aún tengo.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, me doy cuenta de lo oscuro que está. Qué
tranquilo. Hay una quietud que reconozco, un silencio. Una calma.
Justo antes de la tormenta...
Las luces del techo del hospital brillaron a través de mis iris mientras las
pisadas irregulares de la oficial de policía coincidían con los latidos de mi corazón.
—Va a estar bien, ¿verdad?
La oficial no era mucho más alta que yo, con el cabello recogido en un
apretado nudo. Me sonrió, tratando de ocultar la lástima en sus ojos. Ella lo sabía
antes que yo. Me levanté y caminé... y Holden... Holden estaba...
Me veo obligada a salir de mi pesadilla viviente al escuchar el sonido de un
auto que arranca, y lo primero que veo es el líquido marrón del whisky.
El pulso me late en los tímpanos y trato de librar la batalla.
Pero no puedo.
Tomo un sorbo.
Solo uno, me lo prometo.
Pero entonces uno se convierte en dos.
Después tres.
Hasta que ya no recuerde por qué estoy luchando.
—Bésame —graznó Holden, con un ojo abierto mientras me ponía sobre él.
Fue lo primero que me dijo después de nuestro ataque, y no fue una orden,
pero tampoco era realmente una pregunta. Así que me incliné y le di lo que él quería.
Lleno de moretones, su cara se contorsionó en una sonrisa insoportable.
—Mmm —gimió, alcanzando mi mano—. Sol y consuelo.
Capítulo 2
Jamie
Los truenos son tan fuertes que puedo oírlos por encima de la música que
suena en el auto de Dean. Él instintivamente baja el volumen cuando entramos en
el estacionamiento, inclinando su cabeza para mirar por el parabrisas y hacia el cielo
gris y condenado.
—Maldita sea —comenta, viendo cómo caen fuertes cortinas de lluvia
torrencial alrededor de nosotros.
Me encontró dormida en el balcón esta mañana, con la cabeza apoyada en
la mesa de metal, descansando junto a la botella de whisky medio vacía. No dijo ni
una palabra mientras me ayudaba a ponerme de pie y luego a entrar en su ducha.
Si él estaba avergonzado o incluso sorprendido por lo que vio, no lo demostró. Para
ser justos, probablemente se había estado preparando para ese momento tanto
como yo tratando de luchar contra ello.
Cuando salí de la ducha, él ya estaba vestido, sus ojos oscuros me miraban
con lástima mientras me ponía la ropa sin pensarlo mucho. Se aclaró la garganta
antes de preguntar.
—¿Estás lista para hoy?
Cualquiera pensaría que ya estaría acostumbrada a esto, o por lo menos,
tendría los mecanismos de afrontamiento adecuados. No los tengo, pero aún así,
forcé una sonrisa y lo miré.
—Sí, estoy bien.
No lo estaba.
Todavía no lo estaba.
Dean pasa los siguientes minutos buscando un lugar vacío en el
estacionamiento mientras miro fijamente el monstruoso edificio de ladrillo salpicado
de ventanas, de al menos siete pisos de altura. Es tan desalentador en el exterior
como me siento en el interior, y nada de esto está bien.
Nada.
—Vas a llegar tarde. —El dorso de sus dedos roza mi muslo mientras cambia
de marcha—. Te dejaré en el frente y buscaré un lugar para estacionarme. —
Esboza una sonrisa mientras me mira de reojo—. Seré rápido, para que no tengas
que ir sola.
Exhalo, larga y lentamente.
Mentiría si dijera que no estaba aterrada o que no estaba agradecida de que
estuviera aquí, pero la verdad es que he estado sola durante tanto tiempo que tener
a alguien a mi lado casi lo hace peor. Como si tuviera que fingir quién soy y lo que
siento para no lastimarlo de la misma manera que he lastimado a todos los demás.
—Suena bien.
Me sacudo la humedad de los brazos tan pronto como estoy en el edificio y
voy directamente al ascensor. Había pasado unos minutos esta mañana planeando
este mismo momento. Incluso ensayé cada palabra de cada frase que planeaba
usar. Pensé que cuanto más preparada estuviera, menos poder le daré a mis
emociones. Una vez dentro del ascensor, presiono el número del piso del despacho
del abogado y me niego a mirarme en los espejos de pared a pared. Yo ya sé lo que
voy a ver:
El moño limpio.
Falda plisada hasta las rodillas.
Blusa blanca cegadora con los botones puestos hasta arriba.
Ni una sola parte de mí está fuera de lugar, y sin embargo... toma todo en mí
para no arañar mi carne, arrancar la fachada. Es asfixiante, este continuo frente de
perfección, y ya ni siquiera sé por qué lo hago.
Se me permite quebrarme.
Simplemente no quiero hacerlo.
Cuando las puertas se abren de nuevo, salgo del ascensor, haciendo
contacto visual con la recepcionista detrás del gran escritorio. Tiene unos treinta
años, con lápiz de labios rojo brillante y gafas azul cielo que se posan en la punta
de su nariz. El largo cabello oscuro le cubre su rostro y cuelga sobre sus hombros,
y tan aburrida como ella se ve, su sonrisa es cálida. Por un momento, me pregunto
si sabe por qué estoy aquí.
Lo más probable es que sí.
Espero hasta estar lo suficientemente cerca para hablar.
—Hola, vengo a ver al señor Marlon.
Ella me indica la dirección correcta, y me dirijo hacia allí mientras le envío un
mensaje a Dean para que sepa dónde encontrarme.
Fuera de la puerta cerrada de la sala de juntas hay gente que reconozco.
Gente que vi hace solo unos días. Se ponen en pie, empezando por la señorita May.
Nosotros intercambiamos rápidas y falsas cortesías, y luego todo lo demás es un
borrón. Me veo obligada a sentarme. A esperar. Una mano toma la mía, una acción
que parece tan natural para la persona que está a mi lado. Si solo supieran lo
incómodo que me resulta el contacto.
Afortunadamente, el señor Marlon aparece solo unos segundos después,
asintiendo brevemente al grupo solemne cuando abre la puerta y entramos uno por
uno. No digo una palabra.
No tengo nada que decir.
El señor Marlon se sienta a la cabeza de la larga mesa rectangular mientras
las tres señoras mayores ocupan un lado y yo me siento en el otro. No es que quiera
crear una división entre nosotros o distanciarme de ellas; es solo que... ellas
merecen estar aquí, y yo... no sé por qué lo estoy.
—Como todos ustedes saben —comienza el señor Marlon, con una voz
profunda que hace juego con su aspecto. Se me presentó en el parque de una
iglesia mientras me sentaba en una silla de plástico contra la pared, un plato de
papel con comida sin tocar en mi regazo y Dean sentado a mi lado. Se puso de pie
cuando el señor Marlon se acercó a nosotros, pero yo permanecí sentada. El
abogado quería asegurarse de que yo supiera que debía estar aquí en este día, a
esta hora. Ahora, él se inclina hacia adelante en su asiento, con los codos apoyados
en la mesa—. Estamos aquí para la lectura del testamento para la señora Esme
Wallace.
Ante la sola mención de su nombre, mi corazón se retuerce, y se hunde hasta
mi estómago. Con la garganta apretada, bajo la mirada a la mesa, sin querer ver
los ojos tristes y dolientes que tengo frente a mí.
No debería estar aquí.
Se me escapa una sola lágrima, y me apresuro a apartarla justo cuando la
puerta se abre. Mi cabeza se levanta al oír el sonido y mis ojos recorren la corta
distancia hasta la puerta donde espero ver a Dean.
Solo que no es Dean.
Es el chico que compone mis sueños.
—Siento llegar tarde, yo… —El chico, ahora un hombre, se para frente a mí,
y sus palabras mueren en el aire cuando sus ojos atrapan los míos. Un momento.
Dos. Y luego se alejan, esos ojos suyos ahora oscuros con una emoción que no
puedo descifrar.
Vuelvo a mirar la mesa, me concentro en las vetas de la madera bajo el
pulido. Con el corazón acelerado, apoyo las manos en las rodillas, para evitar que
reboten.
Pensé que estaba preparada.
Había repasado todos los escenarios probables de lo que este día podría
traer y nunca, ni una sola vez, pensé que me vería obligada a enfrentarme con los
demonios que me han perseguido durante los últimos cinco años.
El señor Marlon reconoce su presencia con mucha más gracia que yo y
continúa el proceso. La totalidad de la fortuna monetaria de Esme irá a su iglesia,
junto con su vehículo. La casa y su contenido se repartirán al cincuenta por ciento
entre la figura solitaria sentada estoicamente al final de la mesa y yo. Echo un
vistazo en dirección a Holden, pero él no me mira. En cambio, está mirando al frente,
con los ojos muy abiertos, claramente sin tener idea de que esto iba a suceder.
¿Sabía por qué le pidieron que estuviera aquí? No estuvo en su funeral, en el único
lugar que me había preparado para verlo.
A Holden y a mí nos entregan las llaves de la propiedad, y tan rápido como
empezó, termina. No me muevo mientras los demás se ponen de pie y abrazan al
hombre que controla la reunión.
No esperaba nada de Esme, y ahora...
Mi teléfono vibra en mi bolso y no hago ningún movimiento para revisarlo.
Estoy atascada.
En algún lugar entre el pasado y el presente, y nada tiene sentido.
Nada.
La sala se despeja y yo permanezco sentada, con todo el cuerpo entumecido.
Ni siquiera siento el dolor de los bordes afilados de las llaves que se clavan en la
palma de mi mano cuando las agarro y las aprieto como si fueran mi salvavidas.
Mis ojos se cierran cuando el silencio me rodea, y me permito un momento
de dolor. De agonía. Nunca había sentido una pena así. Nunca he tenido una
pérdida tan grande.
Las lágrimas caen a través de mis párpados cerrados, y un solo sollozo se
abre paso. Y luego otro. Aprieto las llaves con más fuerza. Rezo por el dolor, pero
no llega nada.
—¿Cómo es que ella...?
Mis ojos se abren de golpe al oír su voz. Es más grave de lo que recordaba.
Más dura. Abro los ojos y dirijo mi mirada hacia él. Supuse que él se había ido con
todos los demás, pero sigue aquí, todavía en su silla, y no sé cuánto tiempo ha
estado observándome.
Sus ojos se clavan en los míos ahora, ojos verdes como un bosque vivo, ojos
que una vez me aterrorizaron, solo para atraerme y hacerme sentir amada, hacerme
sentir suya.
Me aclaro la garganta, y preparo mi voz antes de limpiar la humedad de mis
mejillas.
—Tuvo un derrame cerebral mientras dormía —le digo, mis palabras apenas
superan un susurro—. Se fue en paz —le aseguro y luego añado, con la voz
quebrada—: Al menos, así se veía cuando la encontré.
—Jesús —murmura, y sus ojos se cierran al pensar en ello. Parece que se
desplaza hacia delante mientras los abre de nuevo, diciendo—: Ni siquiera sabía
hasta que… —Se detiene, su mirada se centra en el juego de llaves que descansa
en la mesa frente a él. Como si necesitara una excusa, se apresura a decir—:
Encontré los correos electrónicos y las cartas anoche. Mi papá pensó que eran para
él y no es muy dado a abrir cosas, lo cual es una tontería porque...
—¿Se terminó? —La voz de Dean se estrella contra la poca cordura a la que
me aferro. La cabeza de Holden se dirige al sonido, a Dean que está parado con un
pie en la habitación.
Sus ojos se estrechan primero hacia Dean y luego hacia mí. No dice nada.
No se mueve ni un centímetro.
Pero Dean sí. Da un paso hacia mí, con su rostro transmitiendo un nivel de
preocupación al que ya me he acostumbrado. Intenta ignorar por completo a Holden,
pero puedo sentir las preguntas que sé que se están acumulando. Muchas de ellas.
Me pregunto cuál elegirá primero.
—¿Estás bien?
Niego con la cabeza, la primera verdad que le digo desde la muerte de Esme.
No estoy bien.
Porque Esme se ha ido.
Y Holden Eastwood no solo está en esta habitación, sino que de repente está
de regreso en mi vida, una vida que ya estaba fuera de control.
Capítulo 3
Jamie
Desearía que nunca hubieras cogido un bolígrafo.
Desearía que nunca hubieras puesto ese bolígrafo en el papel.
Y desearía que lo que surgiera no fuera más que líneas duras, ángulos
agudos, y pura fealdad.
Desearía que nunca hubieras cogido un bolígrafo.
Así, la gente que importaba no te habría animado a seguir ese camino.
Esas líneas.
Esos ángulos.
Esa fealdad.
Desearía que nunca hubieras escuchado a esa gente.
No son más que creyentes sin esperanza, soñadores temerarios,
y mentirosos dispuestos.
Te convencerán de que tienes un talento especial de una manera que ni
siquiera habías pensado. Te motivarán, inspirarán esa supuesta “pasión” que llevas
dentro. Y confiarás en ellos lo suficiente como para verter tu corazón, tu dolor, en
un lienzo.
Un lienzo que luego se presentará en un concurso de arte.
Él aparecerá esa noche, completamente inesperado. Debería haber estado
en fisioterapia para su rodilla rota, pero estará ahí para ti, aunque le dijiste que no
lo hiciera.
Es la única vez que lo verás con un traje, y aunque estará en muletas, seguirá
caminando con la misma fanfarronería que solías encontrar molesta.
Su cara se iluminará cuando te vea, los restos de sus cortes y moretones del
ataque siguen ahí, pero son mucho menos prominentes.
La forma en que te mira...
La forma en que te mira...
La forma en que te sonríe...
Pero no es más que un momento fugaz compartido en silencio porque cuando
vea tu obra, el brillo de sus ojos se apagará, y la luz en tu interior disminuirá.
Él nunca habrá visto esa pieza antes, nunca habrá sido un testigo presencial
del dolor de tu pasado.
Después de un largo momento de mirar fijamente la obra, el chico que te
quita el aliento con su mera presencia se volverá hacia ti, su angustia llenando sus
ojos con una tristeza líquida que nunca liberará. Pero luego sonreirá cuando se dirija
a ti, te diga—: Vas a ganar.
—Ni siquiera has visto a los otros.
—No necesito hacerlo.
¿Quieres saber una locura?
Tú ganas.
Y el orgullo y la euforia que brotarán de él te harán sentir como si tuvieras
seis años otra vez, bailando en un escenario, obligando a tus pies a moverse en
formas que has ensayado docenas de veces antes.
Esa noche, lo celebrarás con las personas que lo significan todo para ti, él,
Esme y Zeke, en la misma cafetería, la misma cabina donde pasas casi todos los
miércoles perdiéndote en emociones sin sentido. Después, le pedirá a Esme que
pase por la ferretería de camino a casa. Él comprará ganchos y clavos, y luego se
irán juntos a la casa de la piscina en el patio de Esme. Una casa de piscina que
Zeke y Esme habían convertido en tuya mientras estabas en el hospital, sin querer
separarte de él. Colocará el lienzo en el centro de la cama y te obligará a mirarlo
con él.
Será la primera vez que trabaje con medios mixtos: pintura, tinta y papel
rasgado junto con cualquier otra cosa que pueda encontrar. Son tres paneles
separados, cada panel visto a través de una ventana. El primero es tu madre
dormida en el sofá, con el brazo colgando del borde, los dedos enroscados
alrededor de una botella de alcohol. Junto a la botella vacía hay un pequeño par de
zapatillas de ballet.
La siguiente es de ella frente a la estufa; las llamas arden detrás de ella
mientras te sonríe, la sangre brota de su nariz, de su boca.
La última es ella en su lecho de muerte, con los ojos hundidos, la piel
cenicienta y alas negras hechas de plumas reales.
Frente a cada ventana, una chica observa la escena desde el exterior
mirando hacia adentro.
En cada panel, su madre envejece.
Tú no.
Es oscuro y deprimente, pero eres tú.
Y soy yo.
—Es fenomenal, Jamie —dirá. Y tú asentirás porque es todo lo que puede
hacer para no desmoronarte—. Entonces... —Se le escapará la más pequeña de
las sonrisas—… ¿te pusiste un tutú con esas zapatillas de ballet, adorable
mierdecilla?
Te reirás y asentirás de nuevo porque él sabrá de alguna manera cómo
recomponerte.
—Tuve un recital de ballet cuando tenía seis años —le dirás—. Y mi mamá
estaba entre el público, aplaudiendo y animando más fuerte que nadie. Yo pensaba
que era la mejor chica de allí porque así me hacía sentir. Resulta que solo estaba
borracha. Alguien debe haber llamado a la policía porque la estaban esperando en
el estacionamiento cuando terminó y la obligaron a hacer un test de sobriedad
delante de todos. Fue la primera vez que me apartaron de ella... Es el día en que
perdí mi inocencia.
Colgará tu obra de arte ganadora en la pared frente a la cama, y aunque te
parezca mórbido, él te convencerá de lo contrario.
Te dirá que ahora, la más joven puede ver el nuevo tú, y ella sabrá que el
sufrimiento, el dolor y la angustia disminuirán y fluirán pero no es siempre, y no es
para siempre, porque cuando ella vea quien eres ahora, cómo eres ahora, ella
sabrá que estará bien.
Tú estarás bien.
Te dormirás como lo haces la mayoría de las noches, en el lugar más seguro
en el mundo, en sus brazos. Pero cuando te despiertes unas horas más tarde, él ya
no estará allí, en tus brazos o en tu cama. En su lugar, estará dando vueltas,
cojeando, a los pies de la cama, y escucharás la dureza de su respiración atravesar
el silencio circundante. Te sentarás, encenderás la lámpara, y sus ojos se fijarán en
los tuyos.
—No he hecho planes para ti —él dirá—. Todo este tiempo, se trataba de Mia
y su bebé, y yo... nunca hice planes para ti. —Sus palabras serán apresuradas, sin
espacio para el oxígeno—. Nos graduáremos en un par de meses, y luego... ¿luego
qué?
Te quitarás las mantas de encima y te arrastrarás de rodillas para llegar a él,
tirando de su brazo hacia abajo, hasta que esté sentado en la cama contigo.
— Entonces tendremos el verano —le dirás.
—Tengo que volver a casa para el verano.
—Entonces iré contigo.
Un atisbo de sonrisa adorna sus labios.
—¿Y después de eso?
—Después de eso... lo que sea necesario, lo haremos realidad.
—Prométemelo —dirá—. Porque no puedo vivir sin ti, Jamie.
Asentirás, y lo besarás hasta que sientas que la tensión lo abandona...
...y esa misma tensión te abandonará...
Porque mientras casi todo en tu vida, en tu futuro, es incierto, solo hay una
cosa de la que estás segura:
Tampoco puedes vivir sin él.
Y en ese momento, tú eres la creyente.
La soñadora.
La mentirosa.

—Está igual que cuando te mudaste aquí. —Las palabras de Holden me


hacen cerrar mi computadora portátil y ponerme de pie tan rápido que la cabeza me
da vueltas. Abro mi boca para responder, pero no se forma nada.
Está de pie en la puerta abierta de la casa de la piscina, con las manos
metidas en sus bolsillos como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
Después de la lectura del testamento de ayer, asumí que había dejado la ciudad.
Obviamente, estaba equivocada.
Entra en la habitación y mira a su alrededor. Con la nariz fruncida en señal
de disgusto, añade.
—Aunque no tanto cuando te fuiste.
Hay desdén en su voz, en la forma en que escupe cada palabra, e incluso
aunque su reacción es la que esperaba si volvía a estar cerca de él, yo no esperaba
este nivel de dolor por eso.
Tal vez debería haberlo hecho.
—Supongo —murmuro, apartándome de él para meter mi computadora en el
bolso. Con el corazón encogido, respiro y trato de ordenar mis pensamientos—.
Solo estaba saliendo, así que...
—No tienes que hacerlo —dice, y cuando me vuelvo hacia él, se encoge de
hombros—. Quiero decir... la mitad de este lugar es tuyo. —Se detiene a medio
metro delante de mí, con la cabeza inclinada a un lado mientras sus ojos recorren
los míos, y no puedo apartar la mirada, pero no me atrevo acercame—. Pareces
más pequeña de lo que recuerdo. —Él me hace sentir más pequeña—. Y por qué
pareces tan... —Hace una pausa como si contemplara sus siguientes palabras—.
¿Asustada? —No espera una respuesta mientras se mueve a mí alrededor hasta la
cama, la cama en la que me apoyaba mientras escribía palabras al azar para formar
frases inútiles. La misma cama que prácticamente compartimos una vez.
Parece que fue hace una eternidad.
Y apenas ayer.
Todo a la vez.
Se sienta en el borde de la cama, con los brazos extendidos hacia atrás.
—Si te preocupa que te pregunte dónde coño has estado los últimos cinco
años y por qué te levantaste y te fuiste en primer lugar, entonces no lo hagas. No
quiero saberlo porque me importa una mierda. No va a cambiar lo que pasó, y
seguro que no va a cambiar lo que siento por ti, así que...
—Holden —interrumpo, con la voz quebrada, rompiendo mi fachada. Lucho
por mantener las lágrimas que amenazan con derramarse—. Tienes todo el derecho
a sentirte como quieras sentirte, pero todavía estaba tratando de procesar la muerte
de Esme cuando entraste ayer por esas puertas. Así que si en algún momento
tienes ganas de darme un respiro, ahora sería genial. Porque he tenido una semana
muy, muy, jodida. —Lleno mis pulmones con un poco de aire que tanto necesito
antes de añadir—. Y estoy bastante segura que el hecho de que acumules más
mierda sobre mí me va a llevar al puto límite.
Sus ojos se estrechan sobre los míos mientras yo no hago nada más que
quedarme allí, agarrando las correas de mi bolso porque no sé qué hacer. A dónde
ir. O qué decir.
—¿Cuándo consiguió Esme una caravana?
La confusión mezclada con la agitación pululan por mis venas.
—¿Qué?
—La caravana... en la entrada.
—Oh. —¿Acaso escuchó algo de lo que acabo de decir?—. No es de Esme.
Es mía.
—Bien. —Se mueve y se acuesta en la cama, con las manos cruzadas debajo
de la cabeza, con los tobillos cruzados, como si todo esto fuera completamente
normal ¿qué coño está pasando en este momento? Tras un fuerte suspiro, dice,
mirando fijamente al techo—. He pasado las últimas veinticuatro horas pensando
en esto. En esta casa, quiero decir. Tú y yo. En cualquier otra circunstancia, no hay
forma de que yo la acepte, pero en este momento me estoy ahogando en una
montaña de deudas y esto realmente podría ayudarme.
Parpadeo y me trago los nervios.
—Claramente, ella quería que sacaras algo de esto, así que…
—Así que. —Se sienta de nuevo, sus pies aterrizan en el suelo con un ruido
sordo. Mira las paredes ahora vacías, antes llenas de mis obras de arte de las que
estaba tan orgulloso, después al lugar donde estaba la mesa de café de vidrio, la
mesa que rompí en mil pedazos, y luego a la puerta abierta, finalmente terminando
en sus puños cerrados descansando en su regazo—. ¿No estarás por casualidad
en un posición financiera para comprar mi parte, ¿verdad?
Casi me río de la idea.
—No.
—¿Entonces la venderemos? —pregunta, y ahora me está mirando. De
verdad, de verdad mirándome, y me pregunto qué espera ver—. Dividiremos el
dinero por la mitad? Supongo que tu... —Se encoge visiblemente—. Él… ¿está en
bienes raíces con su abuelo?
Por él, se refiere a Dean, y solo puedo imaginar las suposiciones que han
pasado por su mente.
—Sí, lo está.
—Bien. —Holden se aclara la garganta mientras se levanta, pero no se
mueve hacia la puerta. En cambio, abre los cajones de la mesa auxiliar y dice, de
espaldas a mí—. Entonces puedes encargarte de ello. Envíame un cheque. Estoy
de vuelta a casa ahora. Estoy seguro de que puedes encontrar la dirección.
Con su atención fuera de mí, me permito un momento de gracia y admito las
mariposas que me invadieron el estómago la primera vez que escuché su voz ayer.
Luego vinieron las palmas sudorosas y el corazón acelerado y todas las cosas
buenas que iban junto con todo lo de Holden.
Porque habían muchas cosas buenas, y la mayoría de las veces, esas cosas
buenas superaban lo malo, y lo malo se convertía en nada más que un recuerdo
lejano.
Pero ahora... está aquí. Solo a unos pies de distancia. Y él es el recuerdo
lejano.
Holden se gira lentamente, sus ojos en mis pies primero, antes de recorrer a
lo largo de mi cuerpo.
—Dijiste que ya te ibas...
Giro sobre mis talones y me muevo hacia la puerta abierta justo a tiempo
para que caiga la primera lágrima. No la limpio. Quiero que se quede ahí como un
recuerdo, que me queme la piel, que castigue mi carne con el dolor de su existencia.
—Oye, Jamie.
Me detengo, con un pie fuera de la puerta, pero no me vuelvo hacia él.
—¿Alguna vez hiciste el rompecabezas que te di?
Capítulo 4
Jamie
Hay demasiadas piezas, y todas y cada una de ellas se ven exactamente
iguales. Fue un reto hace cinco años, cuando abrí por primera vez la caja, y aunque
él se había ofrecido a ayudarme, me negué. Era el primer y único rompecabezas
que había tenido, y era una parte de mí que él había tomado para crear una parte
de sí mismo... todo para poder regalarme mil piezas de nosotros.
Había querido dominar el rompecabezas. Hacerlo mi perra. Pero había tantas
formas diminutas de cartón, y todas ellas eran blancas con una o dos líneas negras
atravesándolas. Si tenía suerte, encontraba alguna que otra que tenía más detalles
y, lo juro, fue como ser un niño que gana un premio en una feria. Al menos, así es
como Holden describió mi reacción. La primera vez que encontré uno, se burló de
mí, me decía que estaba loca y que era un poco adorable, y luego se inclinó sobre
la cama y llegó hasta el suelo para poder mostrarme una pieza aún más detallada
en el montón. Yo había entrecerrado los ojos, le dije que lo odiaba y sonrió con esa
sonrisa perversa y arrogante que tiene, justo antes de besarme. Habíamos estado
en la casa de la piscina de Esme (mi nuevo hogar) y cuando tuvimos sexo esa
noche, la primera vez desde el ataque, eso también se sintió nuevo. No solo el sexo
en sí, sino nuestras emociones, nuestras convicciones y nuestras promesas tácitas.
Me tomó la cara con las dos manos, desesperado por aferrarse a mí.
A nosotros.
Cada toque, cada mirada, cada sentimiento se sentía como la primera vez. Y
cuando susurró esas dos palabras contra mis labios, palabras a las que yo había
estado aferrándome desde antes, había inhalado el Te y el Amo en mis pulmones,
y dejado que se convirtieran en la razón de mi nueva existencia.
—Después de todo este tiempo, ¿por qué es tan importante ahora? —La
pregunta de Zeke me tiene volviendo al presente.
A la realidad.
Está sentado en el borde de mi cama en la caravana mientras yo me siento
en la mesa, mirando todas las piezas del rompecabezas. Después de que Holden
me preguntara si alguna vez lo había terminado, prácticamente corrí a mi caravana,
conduje hasta la cafetería y entre directamente en la cocina como si fuera la dueña
del lugar. Encontré a Zeke donde se podía encontrarlo normalmente: detrás de la
parrilla con una espátula en la mano.
—Necesito esa última cosa.
Zeke no se inmutó ante mi petición. En su lugar, simplemente me llevó a su
oficina y quitó el feo cuadro que colgaba de la pared para revelar la caja fuerte
oculta.
Odio esa estúpida caja fuerte.
Solo hay tres objetos materiales que poseo y que significan algo para mí, y
hasta que conocí a Holden, solo había uno. Cuando me fui, le había dado a Zeke
dos de ellos. Uno iba a ser guardado y el otro debía ser entregado a Holden. El
último artículo, no pude dejarlo ir. Ha pasado todos los días de los últimos cinco
años siempre conmigo. En mi mano. En mi bolsillo. En algún lugar al que siempre
pudiera llegar a el.
—Aquí tienes —me dijo, entregándome la caja del rompecabezas—-. Esta
exactamente como lo dejaste.
Esa interacción tuvo lugar hace no más de unos minutos, y ahora... ahora su
pregunta cuelga entre nosotros: ¿Por qué es tan importante ahora?
Con el dedo índice muevo algunas piezas del rompecabezas y trato de
mantener mi voz es uniforme.
—No hay razón.
—Mentira, Jamie —se burla—. Esta mañana, cuando te fuiste, dijiste que
ibas a casa de Esme. ¿Pasó algo mientras estabas allí?
Me encanta Zeke. De muchas maneras, por muchas razones, y esta es una
de ellas. Tiene una manera de presionar por mis verdades sin empujarme al límite.
Después de una fuerte inhalación, lo miro, directamente a los ojos. He ido y
venido más veces en los últimos cinco años de las que puedo contar. Y ni una sola
vez me ha juzgado ni me ha pedido que me quedara o exigido saber qué carajo es
lo que he estado haciendo con mi vida.
—Holden estaba allí.
Con los ojos muy abiertos, su voz dobla el volumen cuando pregunta.
—¿En la casa?
Asiento con la cabeza.
Se pasa una mano por la barba mientras inclina la cabeza, y suspira.
—¿Qué estaba haciendo allí?
—Quiero decir... la mitad de la casa es suya ahora, así que...
Su cabeza se levanta de golpe.
—Quieres decir que te la dejó a ti y a él...
Mi asentimiento lo interrumpe.
—Debes haber omitido esa parte. —Me observa un momento,
escudriñándome—. Eso es un poco raro. No ha estado por aquí desde...
—Lo sé —interrumpí.
—¿Se mantuvieron en contacto mientras...?
—No que yo sepa.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
Me encojo de hombros. Seguramente, él debería saber por qué no
mencionaría el nombre de Holden, especialmente a él.
—Jamie —dice entre risas, sus ojos se iluminan con diversión—. No tengo
nada contra el tipo.
Casi pongo los ojos en blanco. Casi.
—Te golpeó, Zeke.
—Era un chico enfadado. —Zeke se encoge de hombros, y su cuerpo se
desinfla ligeramente—. Diablos, si me pusieran en su lugar, yo también habría
golpeado algo.
Le dedico una sonrisa llena de dientes y completamente falsa.
—Gracias.
Zeke devuelve mi sarcástica respuesta con una propia.
—De nada. —Se ríe para sí mismo antes de añadir— Me agradaba Holden.
Probablemente me gustó aún más después del golpe. Simplemente demostró lo
mucho que se preocupaba por ti.
Me quedo callada, sin tener nada que decir.
—¿Quieres saber por qué me agradaba? —dice.
No hay necesidad de una respuesta, él no está esperando una.
—Me agradaba porque te empujaba a ver lo que los demás veían en ti. Me
gustó la confianza que despertó en ti, la forma en que tomó lo que era importante
para ti y lo hizo importante para él. Y me gusta mucho la forma en que te decía…
no, te mostraba que eras digna de ser amada.
A mí también me gustaban todas esas cosas de él. De hecho, me
encantaban.
Se pone de pie y se golpea la cabeza contra el borde inferior del armario
superior. Esta caravana está bien para mí, pero no es adecuada para hombres de
su estatura. Trato de contener mi risita mientras él se frota la zona de dolor.
—Me gusta mucho más que ese imbécil de Dean.
—Para —advierto.
Pone los ojos en blanco, y seguro que no se detiene como le pido.
—Ese maldito Dean te usó, te engañó, te trató como una mierda y te hizo
sentir inferior. Pero bueno... —Sus hombros se levantan con un encogimiento de
hombros—. Si puedes perdonarlo, tal vez Holden te perdone a ti.
—No es lo mismo —me apresuro a responder.
—¿No? —Mete las manos en los bolsillos y levanta una sola ceja—.
Entonces mi pregunta sigue siendo... ¿por qué ahora este rompecabezas es tan
importante para ti?
Hago una pausa, contemplando cuánto necesita saber.
—Me preguntó si alguna vez lo había completado —murmuro, todo mi cuerpo
se desinfla. Se siente patético decir las palabras en voz alta, como si Holden tuviera
el poder de controlar tanto de mí con esa interacción.
—¿Y...?
—¿Y qué?
—¿Lo has hecho?
Estiro el cuello para mirar al hombre que nos salvó.
—No.
Zeke contempla esto un momento.
—Hmm.
—¿Hmm? —repito, la molestia mezclada con la confusión llenando mis
entrañas—. ¿Qué significa hmm?
Su sonrisa es lenta. Conocedora.
—Ve a hacer tu rompecabezas —dice, alborotando mí cabello mientras pasa
junto a mí—. Asegúrate de tomar descansos. Come. Duerme. —Abre la puerta,
trayendo la luz del sol al pequeño espacio—. Envíame un mensaje si necesitas algo.
Me burlo de él.
—Sí, señor.

🧩 🧩🧩

Durante los tres días siguientes, vivo y respiro y me ahogo en las piezas de
rompecabezas. Inspecciono, clasifico, coloco. Una y otra vez. Una y otra vez.
Modero mis frustraciones y disfruto de cualquier victoria menor para mantener la
cordura. Como cuando Zeke me obliga a dormir cuando ya no puedo mantener los
ojos abiertos. No duermo mucho tiempo, un par de horas como máximo. Y cuando
me despierto, vuelvo a hacerlo.
Veintitrés años he existido en este jodido mundo, y nunca, nunca, he sido tan
determinada.
Paso minutos, incluso horas, sin hacer nada más que escanear la pila de
piezas sin usar, viendo cómo se reduce a una velocidad glacial: otra pequeña
victoria.
Nunca he estado drogada en mi vida, pero eso es lo que se siente cuando
llego a la última docena de piezas. El subidón de adrenalina es embriagador, como
si estuviera a punto de abrir las puertas de la iluminación, y detrás de esas puertas
doradas no hay nada más que pura tranquilidad. Entonces, finalmente, llego a cinco
piezas. A cuatro. A tres. A dos...
Y ese paraíso, ese éxtasis hacia el que subía, muere en mi pecho y toma mi
aliento como rehén. Mi visión se nubla. Mi mente se adormece. Me duele el cuerpo
por el cansancio. Todo en mi interior se debilita, y me siento como si estuviera
sentada en el balcón de Dean otra vez, y he olvidado por qué estoy luchando.
—No —susurro, mirando la imagen incompleta. El pánico me golpea las
costillas, justo sobre mi corazón, haciendo que mi pulso se acelere de nuevo—. No,
no, no.
Me pongo de pie por primera vez en horas y busco. En todas partes. En
cualquier lugar. Debajo de la mesa. En el asiento. En la cama. Entre las sábanas.
En la basura. Yo reviso cada prenda de vestir, buscando en los bolsillos y en los
pliegues.
Nada.
El aire fresco de la noche golpea mis fosas nasales cuando pongo un pie
fuera de la caravana por primera vez en días, y entro en la cafetería con las piernas
inestables, deteniéndome a solo unos centímetros de Zeke.
—¡Necesito entrar en la caja fuerte!
Zeke tarda en girar la cabeza y mover los ojos hacia los clientes cuyo pedido
había estado tomando, como si fueran más importantes que mi crisis existencial.
—¡Le falta una pieza!
Su tono es tranquilo, parejo.
—Dame un minuto, Jameson.
Oh, genial. Está sacando el Jameson como la figura paterna decepcionada
que es para mí.
Me cruzo de brazos, me encojo en mí misma. Puede que me haya vuelto loca
en tres días. El aislamiento es una forma de tortura. También lo es el abandono.
También lo es el abuso. Y hola, trauma infantil aleatorio. Gracias por aparecer sin
avisar... ahora vete a la mierda.
—Lo siento —murmuro, dando un paso atrás.
Estoy bastante segura de que Zeke se dejó crecer la barba en menos tiempo
del que tardan los clientes en completar su pedido. Cuando termina, Zeke se toma
su tiempo para arrastrar sus largas piernas hasta la cocina, y luego a su oficina.
Sin mediar palabra, retira el cuadro, introduce el código de la caja fuerte y
abre la puerta para mí. Se aparta del camino, haciéndome un gesto para que siga
adelante.
Utilizo la luz de mi teléfono para mirar dentro de la caja fuerte, y cuando lo
único que puedo ver es el metal gris, meto la mano ahí, tanteo alrededor.
Esperanza... la esperanza es una emoción tan voluble. Cobra vida tan rápido
como muere, y no te da tiempo entre medias a prepararte para la pérdida.
El calor me quema detrás de los ojos, de mi nariz, y tan decidida como estaba
a terminar el maldito rompecabezas, estoy aún más decidida a no soltar las
lágrimas, a no dejarlas caer y deslizarse como si nunca hubieran sido míos para
empezar.
Al igual que Holden nunca fue mío para empezar.
—Jamie... —La voz de Zeke es apenas un susurro, pero penetra en mis
tímpanos y resuena en mi cráneo—. Hay una razón por la que él te preguntó sobre
eso.
Mis ojos se cierran mientras me vuelvo hacia él, soltando las lágrimas que
tanto he intentado retener.
—Lo sé.
Me estremezco instintivamente cuando estira la mano y me limpia las
lágrimas que empapan mis mejillas.
—Y una razón por la que Esme les dejó la casa a ambos.
—Pero, ¿y si...?
Él retrocede, interrumpiéndome.
—Los “y si” son para los tontos.
Una sonrisa se dibuja en mis labios.
Él suspira.
—Ten cuidado.
—Conozco las reglas —aseguro, y él niega con la cabeza.
—Quiero decir... ten cuidado con tu corazón, Jamie.
Lo abrazo durante lo que parece una eternidad, y es tan impactante para él
como lo es para mí.
Pero algo se siente diferente con esta despedida. Se siente más… indefinido.
Porque ambos sabemos que lo que voy a hacer me hará o me romperá. Y solo hay
un número determinado de veces que una persona puede romperse antes de que
el daño se vuelva demasiado.
Demasiado irreparable.
Demasiado permanente.
No me sigue de vuelta a la caravana como suele hacer. Hago un rápido
trabajo de preparar el vehículo para el viaje, y con una mirada más a la destartalada
cafetería, me limpio el miedo líquido con el dorso de la mano y hago lo que siempre
hago.
Lo que mejor hago...
Me voy.
Capítulo 5
Holden
Una vez leí que hay siete versiones diferentes de una mentira. Hay mentiras
por error, omisión, reestructuración, negación, minimización, exageración o por
fabricación. ¿Y la verdad?
La verdad es que no sé qué versión de una mentira estoy a punto a soltar.
—Estoy bien, papá.
Papá sigue mi movimiento de un extremo a otro del granero, con los brazos
cruzados mientras se apoya en el banco. Espera hasta que yo haya soltado la
carretilla cargada con los sacos de césped para preguntar “¿Estás seguro?” .
Entonces se agarra la nuca mientras se mira los pies, un signo revelador de su
incomodidad. Si él se siente incómodo teniendo esta conversación, imagina cómo
me siento yo al estar en el extremo receptor de la misma. Papá y yo no somos
“profundos”. Nuestras conversaciones generalmente consisten en unas pocas
palabras, seguidas de gruñidos, como los neandertales que somos, lo que hace que
sea fácil asumir que todo esto, la mierda de preguntar si estoy bien, proviene de
Maggie, su novia.
Estoy a punto de informarle de que puede decirle lo mismo que le acabo de
decirle, que estoy bien. Pero él habla primero.
—Es solo que... siento como... como si hubieras dejado un pedazo de ti en
Tennessee.
Eso es un maldito no. Fui allí entero, y volví igual. No iba a dejar que la mera
existencia de Jamie tomara parte de mí y la hiciera pedazos.
He estado allí.
Ya lo he hecho.
No importaba que verla por primera vez en cinco años se sintiera como un
rayo que me atravesó directamente el pecho. O que uno de los primeros
pensamientos que tuve al verla fue que no era justo que de alguna manera se viera
más hermosa con el paso de los años.
No pude salir de la habitación cuando todos los demás lo hicieron. En parte
por el shock de lo que acababa de pasar, pero también... Quería saber si ella tenía
algo que decirme a la cara. Pero entonces llegaron sus lágrimas y el llanto, y todo
lo demás pareció desaparecer.
Hasta que él entró.
Primero llegó la confusión, y poco después llegó la claridad.
No diría que estoy enfadado. Simplemente... lo superé. Y lo he estado
haciendo durante mucho tiempo.
—Si necesitas tiempo para llorar... —dice papá.
Ah, así que él cree que esto es sobre Esme. Bien. Y aunque apesta que ella
se haya ido, no es como si nos hubiéramos mantenido en contacto. Todavía estoy
muy confundido acerca de por qué ella me dejó la mitad de su casa. De hecho, he
llamado al abogado tres veces desde que estaba allí para asegurarme de que no
había ningún tipo de error.
—Estoy bien, papá. De verdad. —Me limpio el sudor de la frente y deslizo
mis ojos hacia los suyos—. Y puedes decirle lo mismo a Maggie Mags.
Sonríe, y asiente. Puede que no nos digamos mucho, pero vemos todo lo que
necesitamos. Recogiendo una vieja vasija de barro que probablemente ha estado
en el banco de trabajo desde antes de que yo naciera, dice:
—Me alegro de que estés en casa, hijo.
No sé si se refiere a casa de mi breve viaje a Tennessee o a casa en general.
Después de la universidad, Joseph, el papá de Mia, el nuevo marido de
mamá, el tipo al que nunca me referiré como mi padrastro, me ofreció un trabajo. Él
tiene una de las empresas tecnológicas más exitosas en el país, si no en el mundo
y mi trabajo consistía en… ¿presentarme todos los días? No tengo ni idea. Tenía
un título de negocios en mi bolsillo pero eso significaba poco en su campo. Aun así,
acepté el trabajo, me pagaron por pasearme alrededor y coquetear con las
pasantes. Además, pude pasar el rato con Mia y su hijo, Benny. Por supuesto, estar
cerca de mi madre tampoco apestaba. Pero yo solo estuve ahí unos meses. Sobre
el papel, yo estaba viviendo el sueño. ¿En la realidad? No tanto.
Y entonces llegó la llamada telefónica que lo cambió todo. Papá, la tierra, el
negocio del Vivero y Centro de Jardinería Eastwood que había estado en la familia
durante generaciones... estaban luchando, y papá no podía encontrar una salida
además de vender todo. Y todo significaba vender mi casa. Mi consuelo. Estoy
bastante seguro de que mi respuesta exacta fue “a la mierda”.
Así que me despedí, me subí a un avión y me dirigí a casa como si fuera
Capitán Salva el Día. Solo que ya llevo unos meses aquí y no estoy salvando casi
nada. Entrecierro los ojos hacia mi papá
—¿No deberías estar trabajando?
Papá se ríe, y un suave estruendo se forma en lo más profundo de su pecho.
—Sí, jefe.
Sí. Lo compré. Al menos la propiedad y el negocio. No había ninguna manera
de que le quitara su casa. Pero ahora tengo veintitrés años y cientos de miles de
dólares de deuda. Es radical. Y es la única razón por la que estoy aceptando algo
de Esme. Papá pone la vasija de barro en el torno de alfarería, algo que no hemos
usado desde que mi abuela y mi abuelo dirigían el vivero, y se pone los guantes de
trabajo de nuevo.
—Estaré en el invernadero si necesitas algo —dice por encima de su hombro,
ya caminando hacia el invernadero adjunto. Oigo un auto entrando en el pequeño
estacionamiento y me detengo momentáneamente. No hemos tenido clientes sin
cita previa durante... demasiado tiempo, y si es un cliente, Mags llegará a antes de
que yo pueda hacerlo. Sigo vaciando las bolsas de césped, apilándolas en lo alto
contra la pared. Un momento después.
—¿Holden?
Me giro para ver a Maggie de pie en la puerta, una silueta contra la luz del
sol. Ella y papá han estado juntos durante casi ocho años, aunque tienen una
historia mucho más larga que eso. En otra vida, podría haber crecido llamándola
mamá.
Con su siempre presente gorra de béisbol y su cola de caballo baja y rubia,
está vestida prácticamente igual que yo porque no solo vive con mi padre, sino que
también trabaja con nosotros. Otra razón por la que no pude quitarle la casa a papá,
es que ahora es su casa y la de Maggie. Ella espera hasta que está a unos metros
de distancia, sus ojos grises se encuentran con los míos. Es linda para su edad, y
si me gustaran las mujeres mayores, ella probablemente sería mi tipo. Ya sabes...
si ella no fuera de mi papá.
—Alguien está aquí para verte.
Quitándome los guantes, me sale un chasquido.
—¿Un cobrador de deudas?
Maggie sacude la cabeza mientras paso junto a ella.
—No... es...
Miro por encima de su hombro, a la caravana en el estacionamiento, y la
chica de pie junto a ella.
—¿Jamie?
Capítulo 6
Jamie
—¿Qué estás haciendo aquí? —Las palabras de Holden son cortas, agudas
y llenas del mismo desprecio que debería aprender a aceptar de él. No se molesta
en ocultar su mirada mientras se acerca a mí.
Me trago los nervios mientras lo observo, sus ojos verdes más brillantes que
contra la luz del sol.
—Yo...
Holden se detiene a unos metros de mí, con las cejas levantadas como si
quisiera que continuara. No puedo ni respirar, y mucho menos formar palabras.
Lleva unos jeans oscuros, su característica gorra hacia atrás y una camisa caqui
con el logotipo del Vivero y Centro de Jardinería Eastwood sobre el bolsillo del
pecho. Debería ser ilegal tener un aspecto tan bueno como el que él tiene, pero eso
no es nada nuevo.
—¿Me has oído, o necesitas que te lo repita? —dice. Más fuerte. Más firme.
Dieciséis horas. Ese es tiempo que tardé en conducir hasta aquí, parando
solo para orinar, comer y tener una siesta.
—¿Ya vendiste la casa? —pregunta—. Podrías haberme enviado un
cheque. O transferirlo. No tenías que venir hasta aquí.
Esta no es la bienvenida que esperaba. Sin embargo, es la bienvenida que
estaba temiendo. Sus ojos pasan de los mis ojos a la caravana y viceversa.
La forma en que me mira.
Mi estómago se rinde y deseo que el mundo me trague entera.
Dieciséis largas horas.
—Faltaba una pieza. —Odio la vacilación en mi voz, la debilidad.
Sus ojos se entrecierran, y su ceño se hunde.
—¿Qué? —Casi sisea la palabra.
Levanto la barbilla, intento mostrar valor.
—El rompecabezas que me diste... lo terminé, y falta una pieza, y...
—¿Y qué? —interrumpe, sus ojos ya no se fijan en mí—. ¿Crees que tengo
algo que ver con eso?
Esta emoción enfermiza y retorcida comienza en mis entrañas y se abre paso
hasta mi pecho. Quiero reírme, como una puta psicópata desquiciada, porque tal
vez eso es lo que soy.
Dieciséis. Malditas. Horas.
Me paro más derecha y aprieto mis rodillas. Evito correr.
—Y nada —digo sin palabras, arrepintiéndome de todas las decisiones que
me han llevado hasta aquí.
—¿Revisaste la casa de la piscina de Esme? —pregunta, y ya sé que es lo
que viene antes de que lo diga—. Porque has destrozado ese lugar bastante...
—Olvídalo —lo interrumpí, y estoy tan enojada por las lágrimas que
amenazan con caer.
Se ríe. Se ríe de verdad. Y su risa no suena desquiciada como lo hubiera
hecho la mía. Es un sonido construido con humor y degradación. Doy un pequeño
paso atrás ante su burla.
Cómo me hace encoger metro y medio con un solo sonido es... aterrador. Y
soy mejor que esto. Más fuerte.
—No necesitas ser un idiota, Holden.
Deja de reír, sus labios cambian instantáneamente de una sonrisa a un
gruñido.
—Siento que hayas venido hasta aquí, pero ¿qué coño esperabas? Un
emotivo reencuentro en el que nos abrazamos y caminamos de la mano hacia el
atardecer?
—¡No! —casi grito—. Yo solo... —Mi fuerza de voluntad se desvanece.
Lentamente. Sin pausa.
—¿Solo qué?
—Nada —murmuro, mi visión se pierde en el vacío que hay entre nosotros.
Sacudiendo la cabeza, me niego a mirarlo cuando añado—: Tú mencionaste el
rompecabezas, y pensé que significaba algo, pero claramente estaba equivocada.
—Lo estás —se apresura a decir, las dos palabras actúan como un último
clavo en mi ataúd. Miro hacia arriba, notando la forma en que sus rodillas están
ligeramente dobladas, la forma en que inclina la cabeza y de que sus ojos buscan
los míos como si trataran de ver a través de mí... todo para ser testigo de la
destrucción que está causando.
Y entonces sonríe.
Malvado.
Desquiciado.
Porque mi dolor... mi dolor es su placer.
—Es una mierda que hayas venido hasta aquí para nada. —Se encoge de
hombros—. La próxima vez, solo envíame un mensaje.
Y entonces se eleva a toda su altura, justo antes de girar, y regresar por
donde vino. Ni siquiera me devuelve la mirada.
Y yo me quedo sola...
En medio de la nada...
Sin ningún lugar a dónde ir.
Vuelvo a mi caravana antes de dar vida a las lágrimas que había retenido,
dejo que se deslicen por mis mejillas, y aparto el único pensamiento que ha estado
rondando en mi mente desde el momento en que llegué:
Ya he estado aquí antes.
Capítulo 7
Holden
Hay siete versiones diferentes de una mentira.
Y acabo de usar todas y cada una de ellas.
Capítulo 8
Jamie
La campana sobre la puerta de la cafetería suena, y ese único sonido me
hace sentir nostalgia. Lo cual es raro, teniendo en cuenta que no tengo un hogar.
Pero me recuerda a Zeke's, y desearía entrar allí en lugar de aquí.
Me recibe una mujer de mediana edad con el cabello rubio decolorado y
cejas oscuras, cuya sonrisa es comparable a la del sol.
—Siéntate donde quieras, nena. —Casi canta, girando su mano alrededor de
la cafetería. Aquí no hay literalmente nadie.
—Gracias —logro decir. Todavía tengo un nudo gigante de emoción retenida
en mi garganta, y realmente debería haberla purgado antes de venir aquí.
Después de que Holden se alejara de mí, todo lo que quería hacer era entrar
en la caravana y conducir muy, muy lejos. El problema era que en cuanto me ponía
al volante, mi fatiga hacia acto de presencia. Fue como una descarga de adrenalina.
Durante todo el trayecto hasta aquí, mi cuerpo había sobrevivido de alguna manera,
funcionando solo con esperanza y anticipación, y ahora que ha terminado... lo único
que quiere es hacerse el muerto.
Por desgracia para mí, no puedo permitirme ese lujo.
Ocupo una cabina entera en una esquina y saco mi computadora del bolso,
la pongo sobre de la mesa, y me quedo mirándola. La camarera, cuya placa de
identificación dice Sandra, regresa con una cafetera recién hecha como si de alguna
manera pudiera leer mi mente. O tal vez solo es buena leyendo el lenguaje corporal.
—Parece que necesitas esto —afirma, sirviendo una taza hasta el borde.
—Eres un salvavidas —exhalo, llevándome la taza a los labios y soplando el
vapor de la parte superior—. ¿Siempre está así vacío a esta hora? —pregunto.
Zeke's siempre estaba tranquilo los viernes por la tarde. Dijo que es porque
la mayoría de los camioneros intentan estar en casa el fin de semana, y a la mayoría
de la gente le gusta cenar en algún lugar un poco más elegante los viernes por la
noche. Suele haber más actividad después de las nueve, una vez que los partidos
de fútbol han terminado, y realmente no se detiene hasta las dos de la mañana,
cuando todos los borrachos y los drogadictos llegan buscando algo de comida
grasienta para absorber el subidón o el alcohol.
—Te perdiste la hora del almuerzo —afirma, cogiendo un menú del
dispensador de servilletas—. Más tarde habrá más gente. —Da unos golpecitos en
la parte trasera del menú—. La contraseña del Wi-Fi está ahí. Volveré por tu pedido.
—Gracias —respondo, asintiendo.
Rápidamente ojeo el menú y decido lo que quiero antes de abrir mi
computadora. Hace días que ni siquiera reviso mi correo electrónico del trabajo, y
mucho menos he hecho ningún trabajo.
Cuando Sandra vuelve unos minutos después, le doy mi pedido, pero ella no
se va de inmediato. En cualquier otra circunstancia, estaría encantada de sentarme
y charlar, pero los plazos son los plazos, y solo hay un número determinado de
excusas o disculpas que pueda enviar antes de que empiece a perder clientes.
—¿Supongo que estás aquí por trabajo? —pregunta Sandra, señalando mi
computadora.
—No. —Sacudo la cabeza—. Solo... de paso.
—Bien —dice, y luego se va de nuevo.
Reviso mis correos electrónicos e intento ponerme a trabajar, pero mi cerebro
está frito, y mis dedos se niegan a escribir algo coherente.
Frustrada, cierro mi computadora y busco a Sandra, solo para encontrarla
sentada en un taburete del mostrador, mirándome. Cuando sonríe, me encuentro
haciendo lo mismo. Y me pregunto, solo por un momento, si mi madre habría sido
como ella si hubiera dejado el alcohol el tiempo suficiente para mantener su trabajo
en Zeke's.
—Señorita Sandra —canto—. ¿Le gustaría acompañarme?
Ella jadea en un simulacro de horror.
—¿Por qué? Estoy trabajando, ¿señorita...?
—Jamie.
—Señorita Jamie —repite, deslizándose de su taburete. Se acerca a mí
arrastrando los pies, con los hombros pegados a las orejas, y no sé si está
emocionada por ver a alguien nuevo o simplemente... tiene curiosidad por el
“alguien nuevo”. Mi pregunta se responde en el momento en que se desliza en la
cabina frente a mí y se inclina hacia delante.
—Dime por qué estás realmente aquí —susurra, luego se inclina hacia atrás,
enderezando su columna vertebral—. No importa. Estoy siendo entrometida. Mis
hijos siempre me dicen eso, y yo nunca les hago caso. No soy una chismosa —se
apresura a decir—. Pero soy entrometida.
Me río, empujando mi computadora a un lado.
—He venido a ver a un amigo...
—¿Un chico?
Asiento con la cabeza.
—No salió exactamente como estaba planeado.
Sisea un suspiro entre dientes.
—Lo siento.
Me encojo de hombros.
—Es lo que es.
—Sin embargo, es una mierda. Supongo que has venido de muy lejos.
—Tennessee.
—¡Ay! Y, entonces... ¿qué vas a hacer ahora?
—Viajar —digo, señalando la caravana—. Esa es mi dirección permanente.
Y mi trabajo. —Palmeo mi computadora—. Así que, probablemente continuaré con
eso.
—¿A qué te dedicas? —pregunta y se echa hacia atrás cuando el cocinero
me trae mi pedido, junto con un trozo de tarta de manzana para ella.
Las mejillas de la señorita Sandra se ponen rosadas como si la hubieran
atrapado haciendo algo que no debería.
—Hay muchos trabajos que se pueden hacer a distancia —le digo—. Por
ejemplo, soy asistente virtual de algunas oficinas y administro las cuentas de las
redes sociales para algunas pequeñas y medianas empresas. Hago la entrada de
datos, y transcripciones de audio, y... básicamente cualquier cosa que pueda hacer
con una computadora y Wi-Fi, yo lo hago.
—Fascinante —susurra la señorita Sandra, y tengo la sensación de que así
es ella: una mujer atrapada en un pequeño pueblo legítimamente encantada con el
mundo exterior. Por eso es entrometida. La respeto.
—Debes ver y hacer tantas cosas emocionantes.
—A veces.
Sus ojos se estrechan, solo un poco.
—Pero, ¿te sientes sola?
El dolor sordo en mi pecho es tan repentino que me sorprende.
—A veces —repito, y es solo una verdad a medias. Es solitario la mayor parte
del tiempo, y el único alivio real que tengo son estas conversaciones con extraños
al azar—. ¿Tú que tal? —pregunto, cambiando de tema—. ¿Cómo es vivir aquí?
—Pfff —se burla, agitando la mano entre nosotras—. Soy un festival de
aburrimiento, cariño. Tu vida es mucho más emocionante que la mía.
—No necesariamente. —Niego con la cabeza—. Es la naturaleza humana
estar intrigado por lo que no tenemos, pero en el fondo, todos queremos cosas
diferentes. Y no digo que la intriga equivalga a la falta de felicidad, porque podrías
ser completamente feliz y satisfecha viviendo en una pequeña ciudad y trabajar
aquí, pero... también podría hacerlo alguien como yo.
La señorita Sandra inclina la cabeza, sus ojos se clavan en los míos mientras
me mira fijamente, y me mira un poco más. Sonrío a un lado mientras dejo que mis
propias palabras se repitan en mi mente.
También podría hacerlo alguien como yo.
Hace cinco años, lo que podría creer que es una vida mundana era mi
fantasía.
—Tienes razón —dice ella—. Tengo tres hijos. Dos niñas y un niño.
Saca su teléfono, me muestra su pantalla de bloqueo: tres hermosos niños
que van desde, yo diría, seis a diez años, todos con sonrisas de megavatios y ojos
iluminados con pura alegría.
—Son todo mi universo.
Sonrío cuando la miro.
—Me doy cuenta. —Entonces saco una libreta y un bolígrafo de mi bolso,
diciendo— ¿Puedo preguntarle algo, señorita Sandra?
—Lo que quieras, cariño. Soy un libro abierto.
—¿Cuál es tu recuerdo favorito de la infancia?
Capítulo 9
Holden
Los faros brillan a través de las cortinas cerradas de mi sala de estar, y mis
ojos se cierran, la irritación pulula por mis venas, arrastrándose por mi carne.
Odio sentir que todavía puedo olerla a mí alrededor.
En mí.
Dentro de mí.
Es una locura, realmente, sobre todo porque nunca estuve lo suficientemente
cerca como para olerla.
Me llega un mensaje al teléfono y no me molesto en revisarlo. En su lugar,
simplemente bajo los pies de la mesa de café y me obligo a levantarme. Además de
ducharme y cambiarme, creo que no me he movido desde que termine el trabajo.
Después de agarrar un paquete de seis de la nevera, me pongo los zapatos
junto a la puerta principal y me dirijo al auto que está parado en mi entrada.
Es un viernes por la noche, y aunque las opciones de entretenimiento por
aquí son escasas comparadas con mi antigua vida en Boston o Nueva York, lo que
sea que hagamos esta noche será, con suerte, suficiente para sacarme de mi
estado de ánimo.
Una cosa era estar frente a frente con Jamie en un terreno parejo, pero verla
aquí, de pie en la entrada de mi casa... Quería destruirla. Aniquilarla. Así que eso
es lo que hice.
El crujido de la grava suelta bajo mis tenis hace estragos en mis tímpanos,
y hago a un lado el chirrido de mis nervios mientras abro la puerta del pasajero.
Brianna me saluda con una sonrisa cuando me acomodo en el asiento, sus labios
carnosos brillan con un rojo pecaminoso.
—Hola, cariño —me dice, acercando mi cara a la suya.
La beso.
Porque eso es lo que haces con tu novia.
Las besas.
Mucho.
Sus grandes ojos marrones escanean mi cara cuando se echa hacia atrás,
su labio inferior se estira, formando un mohín.
—Pareces cansado —señala—. ¿Semana larga?
Su mano sigue en mi nuca, y me inclino hacia ella, esperando que su toque
alivie el dolor en mi pecho.
—Sí.
—No tenemos que salir esta noche. Podemos quedarnos...
Coloco mi mano en su pierna y aprieto una vez, interrumpiéndola. Luego me
alejo, me pongo más cómodo.
—Quiero ir. —Quiero que me jodan en cada manera posible, para poder
borrar todos los recuerdos de los fantasmas de mi pasado: la chica que piensa que
puede aparecer vestida con pantalones cortos de mezclilla y una camiseta blanca
y pedirme cosas que no tiene derecho a pedir—. Siento que no he visto en una
eternidad —digo.
Bri no se mueve de inmediato, y después de un momento, la miro.
—¿Tú me has echado de menos? —me pregunta, con un tono tímido que me
hace recordar que es exactamente lo que me atrae de ella.
Después de apartar el cabello suelto y rubio como la mantequilla de su
hombro, me inclino a través de la cabina y le acaricio el cuello, la mordisqueo allí.
Ella se retuerce contra mí, y su risa llena rápidamente la cabina.
—No tienes ni idea —le digo, cubriendo su boca con la mía. Entonces inhalo
profundamente, y me pierdo en su aroma. Huele como al océano, como a las olas
chocando sin cesar contra la orilla.
Es perfecto.
Porque no se parece en nada al sol y al consuelo.

🧩 🧩🧩

Cinco pares de ojos me miran como si me hubiera crecido una segunda


cabeza.
—¡Lo son! —casi grito, agarrando más fuerte mi cerveza.
—Estás tan lleno de mierda. —Jasmine, la mejor amiga de Brianna, me mira
de reojo, con el porro a medio camino de sus labios. Estamos en su casa, en su
patio, sentados alrededor de una hoguera sin encender. Es la misma escena de casi
todos los viernes noche.
Mason, su novio, coge el porro e inhala la mitad de una sola calada. Si no
estuviera tan indignado y quizás un poco drogado, estaría impresionado. Él
pregunta.
—¿Cómo coño son negros los osos polares?
Mi amigo, Colton, sentado a su lado, le pasa la hierba y se la entrega a su
chica de la noche, cuyo nombre ya he olvidado.
—¿En dónde carajo aprendiste esto? —Colton pregunta—. ¿En la
universidad de agricultura?
—En primer lugar —digo—. Cómete mi polla. —Una ronda de risas me hace
poner los ojos en blanco, y luego cuadrando los hombros—. Y segundo. Su piel es
negra. Su pelaje es translúcido y refleja la luz visible. —Ahora estoy gritando, y
Brianna me agarra la mano, reprimiendo su risa en mi brazo. Me vuelvo hacia ella,
el movimiento es lento, o tal vez es la hierba haciendo su trabajo—. Estamos
rodeados de idiotas, nena.
—Eres tan apasionado —dice, cogiendo el porro de la chica sin nombre y me
lo pasa—. Y drogado.
—Lo estoy —admito, llevándome la colilla a los labios e inhalando
profundamente. Sostengo mi aliento un momento. Dos—. Lo siento.
—No lo lamentes.
Exhalo la cinta de humo lejos de ella, asegurándome de que mis pulmones
están vacíos antes de besarla rápidamente. Brianna no bebe. No fuma. Es vegana.
Ella cree que nuestros cuerpos son nuestros templos, y solo tenemos uno en esta
vida, así que tenemos que tratarlo bien. Y créeme, su disciplina, más el yoga y el
pilates que practica constantemente, demuestra que está haciendo algo bien. Está
tonificada en todos los lugares correctos, suave donde cuenta, y flexible en formas
que nunca había imaginado. Pero... también es una de esas personas siempre
positivas, todo arco iris y mariposas, y una genuina creyente de que realmente
puedes inhalar lo positivo y exhalar lo negativo. Lo cual es una mierda, pero oye...
¿quién coño soy yo para arruinar su Zen?
Lo mejor de Bri es que no juzga a los demás que deciden vivir sus vidas de
manera diferente, al igual que cualquier otra persona en esta sala. Es amable, y es
dulce, y lleva a sus abuelos a la iglesia todos los domingos, donde puede confesar
todos sus pecados... los que comete de espaldas. De rodillas. En mi cama.
Ella es el sueño húmedo de todo hombre, y que está haciendo con un tipo
como yo, no lo sé.
—¡Mierda! —Jasmine prácticamente chilla, su mirada se levanta del teléfono
en su mano—. ¡Tiene razón! Los osos polares son negros.
Me siento de nuevo en mi silla, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras
todos miran el teléfono de Jasmine.
—Se los dije, hijos de puta.
—Tengo un hambre de mierda —anuncia Colton, poniéndose de pie
rápidamente—. Vamos.

🧩 🧩🧩

Como Bri no bebe, siempre es la conductora designada, así que con Colton
y su chica en la parte trasera de su auto, entra en el estacionamiento del único lugar
abierto después de las siete en nuestra pequeña ciudad agrícola de Blessing,
Carolina del Norte. Todos nos bajamos una vez que ha estacionado, y la tomo en
mis en brazos cuando me doy cuenta de que está temblando.
—¿Frío?
—Un poco.
Me quito la sudadera con capucha y la pongo sobre su cabeza mientras
espero a que Jasmine y Mason aparezcan. Unos minutos más tarde, llegan con dos
personas más. Con mi brazo alrededor de los hombros de mi chica, entramos en la
cafetería como si gobernáramos el lugar. Todos crecimos aquí o en Justice, el
pueblo de al lado. Brianna es de Justice, pero sus abuelos están aquí, así que pasa
la mayoría de los fines de semana con ellos. Después de la escuela, la mayoría de
los chicos se quedan a trabajar en sus granjas familiares. Algunos se van a la
universidad para no volver jamás. No recuerdo la última vez, antes de mí, que
alguien terminara haciendo ambas cosas. La señorita Sandra, la camarera, sonríe
a nuestro grupo de inadaptados y no se molesta diciéndonos dónde sentarnos. Nos
unimos a un grupo de mesas, y Bri me pone al día de su semana mientras los demás
charlan sobre la comida que piensan devorar. Escucho con atención, hasta que veo
a la chica solitaria sentada en una cabina del rincón, con la computadora sobre la
mesa, el café negro al lado, sus ojos clavados en los míos.
—¿Qué coño?—susurro, poniéndome de pie lentamente.
—¿Qué pasa? —pregunta Bri, pero no puedo apartar los ojos de Jamie.
Maldita sea, casi me había olvidado de ella y de la rabia que me hacía sentir.
La hierba, el alcohol, la chica con la que había planeado perderme esta
noche, todos ellos habían desempeñado su papel en mi necesidad de escapar. Pero
ahora aquí esta ella. Otra vez. Y no puedo soportarlo.
Prácticamente me abalanzo sobre ella y me deslizo en el asiento de enfrente.
Sus ojos se ensanchan cuando le digo.
—¿Qué coño haces todavía aquí?
—Estoy... estoy agotada. He estado conduciendo durante mucho tiempo, y
necesitaba un descanso. Me iré...
—¡No puedes hacer esto, Jamie! —le interrumpí. No sé si estoy gritando o si
el THC1 me está jodiendo la cabeza—. ¡No puedes venir a mi ciudad! ¡A mi casa!
—Miro hacia otro lado cuando me paro, las lágrimas retenidas en sus ojos color
avellana casi rompen mi determinación—. ¡Este es mi espacio seguro, mi consuelo!
—Me enfurezco, mi pecho sube y baja, la respiración áspera contra mi garganta.
Me doy la vuelta rápidamente, con la mandíbula desencajada y la ira corriendo por
mis venas. No me importa que acabe de hacer una escena. Que la gente con la que
entré me está mirando.
—¡Holden, espera!
Esas dos palabras... viniendo de ella... me rompen. Detona la bomba que
había estado haciendo tictac lentamente dentro de mí durante cinco. Malditos. Años.
—¡¿Espera?! —rugo, girando hacia ella. Ella está de pie, con la barbilla
levantada, los hombros cuadrados como si estuviera preparada para un ataque.
¿Está preparada para un ataque? Mierda, yo le daré uno—. ¡He esperado, Jamie!
—grito, con el dedo apuntando entre nosotros—. ¡Esperé todos los putos días a que
volvieras! Me dejaste sin nada más que un críptico pedazo de papel y un maldito
corazón roto. Y aún así. Esperé. Yo esperé el resto del año escolar y todo el maldito
verano. —Mi voz se quiebra, y no me molesto en ocultarlo—. Todo ese verano, cada
vez que pasaba un auto por mi casa, pensaba que eras tú, ¡pero nunca lo fuiste!
¡Así que esperé! Esperé por ti durante todo mi primer año de universidad. —Exhalo
un poco de aire y trato de dominar mi ira—. Cada vez que una chica con el cabello
castaño recogido en un puto moño como el tuyo entraba en mi campo visión, la
perseguía, pensando que eras tú, que habías entrado en razón. Pero nunca fue así.
¡Porque nunca volviste por mí, joder!
—Ya estoy aquí —grazna, y casi me deshago ante sus palabras. Durante
años, soñé con esas palabras, las escuchaba susurradas en mi oído cuando no
había nadie cerca.
Doy un paso adelante, dejo que mi resentimiento se forme en mis entrañas,
y salga en la dureza de mi tono.
—¡No te quiero aquí! —grito—. ¡No te quiero aquí, arruinando todo lo que
tocas, empañando mis recuerdos de este lugar!
Se seca las lágrimas.
—Holden...

1
El THC o tetrahidrocannabinol , es el principal constituyente psicoactivo del cannabis y puede afectar el
cerebro y cambiar el estado de ánimo o su conciencia..
—¡Vete! —Lanzo mi brazo hacia la salida, golpeando a alguien detrás de mí.
Colton se pone a mi lado, con la palma de la mano apoyada en mi pecho mientras
me empuja hacia atrás. Lejos de Jamie. Lejos de mi ira. Mi rabia.
—Es suficiente, H. Entra en el auto y terminemos la noche.
—No. —Me mantengo firme, sin dejar de mirar a Jamie—. No me iré hasta
que ella lo haga.
Me empuja de nuevo. Más fuerte. Con más firmeza.
—No, te vas ahora —dice, y estoy celoso de la tranquila inflexión en su tono—
. Bri, mételo en el auto.
Bri.
Mierda. Ni siquiera sé dónde está, ni qué ha visto. No es hasta que la siento
a mi lado, con sus dedos enlazados con los míos, que el arrepentimiento se instala.
Ella nunca me había visto así. Nunca había estado así.
—Vamos, cariño —dice, tirando de mi mano. Dejo que me lleve, con el
corazón acelerado, y el pulso palpitando en mis tímpanos. La adrenalina todavía
está bombeando para cuando llego afuera y dejo que el aire fresco llene mis
pulmones. Bri me guía hasta el asiento del pasajero como un maldito niño, y
aprovecho los pocos segundos que se ha ido para pensar en lo que voy a decir.
Cuando entra, me mira de frente, y su mano se extiende ahuecando mi mandíbula.
Mis ojos se cierran ante su contacto.
—Respira, cariño —dice—. Inhala lo positivo. Exhala lo negativo.
Abro los ojos, pero no la veo a ella. Es Jamie. Y Colton. Él tiene la mano
sobre el hombro de ella, con su cabeza inclinada para mirarla a los ojos, unos ojos
que he pasado minutos, horas, días perdiéndome. Él habla, y ella asiente, y luego
él le toca la cara, le limpia las lágrimas con la yema del pulgar, y es instantáneo,
este maldito retorcimiento en mi estómago...
Es la misma sensación que tuve cuando Dean entró en la sala del despacho
del abogado. Rabia al rojo vivo mezclada con algo que no quiero admitir. Ni siquiera
a mí mismo.
Celos.
—Solo respira, bebé —dice Bri—. Respira.
Me vuelvo hacia ella. A la chica que no pregunta, que no juzga.
—No puedo.
Capítulo 10
Jamie
Su arte es a la vez una bendición y una maldición.
Su favorito, o quizás el más despreciado, es uno al que se aferrará durante
años.
Tienes ocho años y dos días cuando pones el lápiz sobre el papel y dibujas
montañas y cascadas y puestas de sol y pájaros libres para recorrer los cielos
interminables. La mayoría de las personas que lo miren verán el paisaje y pensará
que ese era el objetivo. No lo es. Has creado el telón de fondo para que los pájaros
tengan algo hermoso que mirar, un lugar al que llamar hogar.
Quieres ser los pájaros.
Quieres volar.
En el futuro, le dirás al chico que te provoca mariposas en el estómago todo
sobre el dibujo y lo que significa para ti. Él escuchará cada palabra y entonces
cogerá un rotulador de tu bolso y te tomara la mano, algo que ya has hecho con él
docenas de veces antes. Solo que él no dibujara. Él escribirá. Y escribirá las
palabras que sellen tu amor, que llenen todas las lagunas en tu corazón, un corazón
que late solo para él.
—¿Por qué volar cuando se puede renacer?
A los dieciocho años, dejarás ese dibujo desordenado de crayón para el chico
con la esperanza de que entienda lo que significa.
Atención: no lo hace.
Capítulo 11
Holden
Todos trataron de convencerme de que me fuera a casa, pero de ninguna
manera iba a dejar que Jamie me arruinara la noche.

Mi vida.

Otra vez no.

Estamos en una fiesta en una casa, aunque no tengo ni idea de qué casa es
ni siquiera de dónde estamos. Todo lo que sé es que la cerveza es interminable, y
que la cerveza ayuda con la ira y se convierte en mi mejor amiga. La gente con la
que he venido ha hecho preguntas. Muchas. Me niego a responder a todas. Y luego
está Bri. Ella sólo ha hecho una pregunta:

—¿Quieres decirme de qué se trata? —Le dije que no. No ha vuelto a sacar
el tema. Se limita a mantener mi mano agarrada a la suya, me sigue desde el barril
hasta el sofá, una y otra vez. Eso es lo que pasa con Bri. Siempre está ahí, cuando
la necesito, cuando la quiero. Y tal vez es por eso que funcionamos. Porque ella
nunca se va de mi lado.

Cuando mi cabeza se hunde y mis párpados se sienten pesados, me aprieta


la mano y me susurra: —Vamos a buscar una habitación.

Me levanto de buena gana y la sigo a través del mar de gente y hacia una
escalera, y aunque tengo mi propia habitación, mi propia casa, y esta es la mierda
que solía hacer en el instituto, todavía hay un nivel de excitación por hacer el tonto
en otro lugar. En algún lugar desconocido.
Encontramos un dormitorio vacío en cuanto subimos, y me siento en el borde
de la cama mientras Brianna enciende la luz, cierra la puerta y se apoya en ella.

Me mira desde el otro lado de la habitación, pero no es la habitual mirada


sensual que me dedica justo antes de follar.
—Sólo preguntaré esta cosa una vez, y luego lo dejaré pasar para siempre.

Exhalo con fuerza y mis hombros caen. Pensé que habíamos terminado con
esto. Está claro que me he equivocado.

—De acuerdo —digo, porque se lo debo.

Brianna no se detiene, no duda.

—¿Quién es ella?

—Ella es... —No sé ni por dónde empezar cuando se trata de Jamie. Decir
—es una ex— no parece validar lo que teníamos, pero añadir algo más podría
llevarme al límite. Brianna me observa, esperando, con su cabello claro recogido
sobre un hombro. Lleva un vestido que abraza sus curvas, la falda es tan corta que
apenas le cubre el culo. Mi mente se dirige a lo que hay debajo de la fina tela, y al
instante dejo de pensar en Jamie y en todas las emociones inútiles que me provoca.
Le tiendo la mano a Bri, rezando para que sepa lo que quiero. Lo que necesito—.
Ella no es mi foco de atención ahora mismo.

Su sonrisa es lenta mientras se acerca a mí, justo entre mis piernas.

—Entonces, ¿cuál es tu enfoque?

Con mis ojos puestos en los suyos, poso mis manos en sus muslos desnudos
y los levanto, subiendo la parte inferior del vestido hasta las caderas.

—Tú —digo, tirando de la tela hasta que se quita el vestido por completo y
se queda delante de mí sólo en ropa interior. La chica es un bombón, no lo niego, y
me inclino hacia delante, besando su estómago, justo debajo del ombligo—. Y yo
—Tiro de su ropa interior “la molesta barrera” hasta que se desliza hasta el suelo, y
entonces deslizo un dedo entre sus labios, sonriendo cuando noto lo preparada que
está. Le sostengo la mirada mientras la beso allí, sólo una vez, una prueba—. Y
todas las infinitas posibilidades.

Grita cuando la volteo sobre la cama, le quito rápidamente el sujetador y, con


ella completamente desnuda debajo de mí, le pregunto: —¿Hay cerradura en la
puerta?

Con los labios fruncidos, Brianna asiente.

Lamo el punto entre sus pechos y me dirijo hacia abajo. —¿Lo has cerrado?

Con los ojos puestos en mí, sacude la cabeza, su cabello se mueve contra la
almohada mientras agarra mi camiseta y se la quita.

Pregunto: —¿Y si alguien abre la puerta?


Sonríe, tímida, y abre más las piernas, empujando mi cabeza hacia abajo,
hacia donde ella quiere.

—Pueden mirar. —Ni siquiera tengo tiempo de reprimir mi risa porque sus
dedos me agarran del cabello, empujando mi cara hacia su sexo. Se retuerce debajo
de mí, gimiendo como la pequeña pícara loca por el sexo que es. Aunque Brianna
se enorgullece de ser una chica “buena”, ni el mismísimo Dios puede luchar contra
sus tentaciones cuando se trata de una buena polla. Deslizo una mano por sus
piernas tonificadas, su estómago apretado, mientras uso dos dedos de la otra para
entrar en ella. Se levanta de la cama, aprieta sus muslos contra mis orejas y, maldita
sea, está muy lejos de ser la misma chica a la que me tiré encima hace más de seis
años.

Unos minutos más tarde, está montando mi polla, en vaquera invertida, para
poder vigilar la puerta, no para asegurarse de que no entre nadie, sino para poder
ver sus caras cuando lo hagan. Es esto, la emoción de ser descubiertos, de ser
observados, lo que nos lleva a los dos al borde del placer. Es esta pequeña manía
voyerista que compartimos la que nos hace volver el uno al otro.

Para mí, todo empezó con Jamie en ese maldito campo de margaritas. Hacía
frío, e incluso a través de mi sudadera con capucha, podía ver sus pezones
endurecidos a la vista. Le dije que, al mismo tiempo que me ajustaba, mencionaba
que daría cualquier cosa por tenerlos dentro y alrededor de mi boca. La sonrisa
perversa que se apoderó de ella cuando se quitó la sudadera... y luego su camisa...
su sujetador…

Casi me desahogo sólo con esa mirada. Y luego se tumbó en la manta de


picnic, me dejó comer fresas de sus pechos, lamer sidra de manzana de su
estómago, sus piernas, su coño. Gritó cuando llegó al orgasmo, el más fuerte que
había tenido. Y luego se puso de rodillas y me devolvió el favor. Todavía puedo
sentir el calor de su boca contra el frescor del aire que nos rodea. Estaba en falda,
sin bragas, así que la follé con los dedos mientras ella me chupaba la polla. Nos
empujamos mutuamente hasta el límite, una y otra vez, y cuando llegó el momento,
ella me empujó sobre mi espalda y se sentó a horcajadas sobre mi regazo, guiando
mi polla...
Me vengo antes de estar listo. Antes de que Bri se baje.Es una sorpresa para
los dos.

—Qué carajos, Holden…

La quito de encima y la pongo de espaldas antes de que pueda terminar la


frase.

—No te preocupes —le digo, bajando por su cuerpo—. Te saciaré lo


suficiente como para que te confieses las próximas semanas.
Se ríe, pero el sonido muere en el aire cuando uso mis manos, mi boca, para
llevarla al éxtasis. Ella explota en mi lengua, susurrando palabras caprichosas y
falsas promesas a nadie en particular. Dejo que mis músculos se relajen, que mi
mente haga lo mismo, y por un momento, sólo uno, me olvido de las estúpidas
coronas de margaritas y de las maravillosas obras de arte.

🧩 🧩🧩

El lado de mi cabeza golpea contra la ventanilla del coche de Brianna


mientras ella conduce de vuelta a mi casa. Ha sido un día muy largo, y con la
repentina llegada de Jamie combinada con toda la hierba y el alcohol que he
consumido... lo único que quiero es meterme en la cama y dormir. Durante días. Tal
vez incluso años. Mis ojos se cierran, mi cuerpo pierde la lucha por fingir.

—¡Qué demo…! —dice Brianna, y no puedo evitar reírme. La chica acaba de


montarme como una estrella del porno, pero se niega a decir demonios.

—¿Qué? —murmuro abriendo los ojos lo suficiente como para mirar por el
parabrisas y ver una caravana arrollada en una zanja—. ¡Joder! Détente —Me
despierto de repente, en plena alerta, y Brianna sigue conduciendo—. ¡Para, joder!
—¡Está bien! ¡Caramba! —Ella frena de golpe, y yo empujo la puerta y salgo
antes de que el coche se detenga.

—Pon las luces intermitentes —grito, corriendo hacia la casa rodante. Está
medio tumbada de lado, el suelo bloquea el lado del conductor, así que me muevo
hacia el lado del pasajero, intentando abrir la puerta—. ¡Jamie! —El pánico se
arremolina en mi línea de sangre, haciendo imposible pensar, respirar. Agarro la
manilla, tirando, pero no pasa nada. Con los faros de Brianna encendidos, sólo
puedo ver el cinturón de seguridad conectado a algo en la puerta, impidiendo que
se abra—. ¡Joder! —Golpeo con la palma de la mano abierta contra la ventana antes
de darme cuenta de que hay otra puerta en el lateral de la casa rodante. Intento
abrir esa también, pero no cede. Corro alrededor del vehículo, tratando de encontrar
otra forma de entrar. Lo único que veo es un techo solar en la parte superior. Antes
de que pueda subir y patear al maldito, escucho su voz tranquila y estoica.

—Estoy bien.

Mi cabeza se dirige al sonido, a la chica sentada en la cuneta frente al lugar


del accidente, con las rodillas levantadas, los antebrazos y la cabeza apoyados en
ellas.

—¡Jesús, Jamie, me has dado un susto de muerte!

No levanta la vista cuando dice: —Lo siento.

Golpeo mis bolsillos, buscando mi teléfono.


—Toma —dice Brianna detrás de mí, entregándome su teléfono con la
linterna ya encendida.

Al oír las palabras de Brianna, Jamie levanta lentamente la cabeza y sus ojos
encuentran a Brianna en la oscuridad. No dice nada, solo vuelve a mirar al suelo.
Me pongo en cuclillas frente a ella y la apunto con la luz a los ojos.

—Mira hacia arriba —le digo y hago una mueca de dolor al ver el hilillo de
sangre que le sale de la raya del cabello.
—Jesucristo, estás sangrando, Jamie.

—Estoy bien.

Miro a mi derecha, a la caravana de su lado, y suelto un suspiro, tratando de


calmar mis nervios.

—¿Qué demonios ha pasado? —Me doy cuenta de que estoy temblando, el


teléfono en mi mano tiembla con mis movimientos.

—Estoy bien —repite, y me pregunto qué versión de una mentira está


diciendo—. Puedes irte.

—Sí, porque realmente voy a dejarte a un lado de la carretera con una herida
abierta en la cabeza. —Vuelvo a apuntar la luz a su cabeza para poder
inspeccionarla mejor, más claramente—. Mira hacia arriba.

Esta vez, no es el corte lo que veo en el momento en que levanta la cabeza.


Son sus ojos. La tristeza. El dolor. Las lágrimas retenidas. Y aunque veo todo esto,
lo único que percibo es el vacío.

—No hay señal de teléfono —dice, su voz es tan baja que apenas la oigo.

Abro la boca, sin tener ni idea de lo que pienso decir.

—Traté de llamar a Triple A2, pero no hay señal.

—Es un punto muerto. —Miro la casa rodante: está más que jodida—. Y,
sinceramente, no sé cuánto puede ayudarte la Triple A, Jamie.

Sus ojos apuntan en mi dirección, pero no me está mirando realmente.


Viéndome a mí.

—Oh.

2
Triple A: American Automobile Association (AAA). En español, Asociación Americana Automotriz.
—¿Estás bien? —pregunto—. Porque seguro que no lo pareces.

—Quizá esté en shock —dice Brianna—. Creo que tengo algo de agua en el
coche. Vuelvo enseguida.

Escucho cómo se desvanecen sus pasos antes de acercarme, con las yemas
de los dedos, a la mandíbula de Jamie, ajustando ligeramente su cabeza para poder
verla mejor.

No tarda en retroceder, en agarrarme la muñeca y apartar mi mano. Sus ojos


se encuentran con los míos, muy abiertos y... temerosos. Su respiración se acelera,
sus hombros y su pecho suben y bajan rápidamente. La observo, con las cejas
fruncidas, mientras sus ojos se llenan de lágrimas que no libera. Finalmente, tras un
momento que parece una eternidad, dice: —Estoy muy cansada. Dormiré aquí toda
la noche y resolveré la mierda por la mañana...

Mi columna vertebral se endereza mientras hago a un lado la irritación por su


reacción al simple hecho de tocarla. Como si fuera a hacerle daño.

—Coge lo que necesites —murmuro—. Puedes quedarte conmigo.

—Así está bien.

—¡No es negociable, Jamie! —Casi grito, mis palabras son firmes. Duras.

—Necesito quedarme aquí.

—Jesucristo, eres tan jodidamente terca.

—He perdido algo —dice, y ahora vuelve a mirar a la nada como si yo no


estuviera aquí, joder—. Necesito encontrarlo.

—Puedes encontrarlo por la mañana. Vamos.


—No quiero encontrarlo por la mañana —dice, con los dientes apretados, la
mandíbula apretada—. Necesito encontrarlo ahora.

Exhalo una bocanada de aire, exasperado.

—Tienes unos cinco segundos para levantar el culo antes de que te coja y te
meta en el maldito coche.

🧩 🧩🧩

Mi casa —el lugar al que he llamado hogar durante los últimos meses— sigue
estando en la propiedad de Eastwood. Solía ser del jardinero cuando mis abuelos
abrían el jardín y el estanque a los visitantes. No hemos necesitado un jardinero
desde antes de que yo naciera, así que cuando volví a casa, reclamé el lugar como
mío. Cuando éramos niños, Mia y yo íbamos en su dirección general y echábamos
un vistazo al edificio desde detrás del tronco de un árbol gigante. Nunca nos
aventuramos a acercarnos lo suficiente como para mirar dentro porque, bueno... era
una vieja y espeluznante cabaña en el bosque.

Sigue siendo una vieja y espeluznante cabaña en el bosque.

Cuando me mudé por primera vez, me deshice de los muebles enseguida.


No había mucho que sustituir: una cama, un sofá, una televisión y una pequeña
mesa de cocina. Mi mesa de centro es una pila de palés3 que encontré en la
guardería. Decir que es diminuta sería quedarse corto, pero... siempre me ha
servido, y nunca he deseado nada más.

Hasta ahora.

Porque no hay un dormitorio. Sólo una habitación abierta que contiene la


cama, el sofá y la cocina. Y esta noche, mi novia actual, mi ex novia y yo dormimos
en la misma habitación.

Divertido.
—No es mucho —le digo a Jamie, señalando el sofá— pero es mejor que la
alternativa.

Jamie asiente. No ha dicho nada desde que subió al coche.

Brianna pone un vaso de agua en la improvisada mesa de café y dice que se


va a duchar. Por suerte, el baño es la única habitación que está cerrada, porque eso
habría sido muy incómodo. O increíblemente caliente. Y no tengo ni idea de lo que
Jamie ha estado haciendo en los últimos cinco años, así que quizás ahora le gustan
las chicas. ¡O tríos!

Aquí está la esperanza.

Además, puede que todavía esté un poco borracho.


Dejo caer una almohada y un saco de dormir en el sofá y Jamie se queda
mirando el dibujo de la funda —rocas— antes de mirarme, con el ceño fruncido.

—Sólo la usa mi sobrino cuando se queda aquí, y le gustan las rocas y los
minerales…

Su cabeza se inclina confundida, sus ojos buscan los míos, e incluso después
de todo lo que me ha hecho, hay una opresión en mi pecho, en esa sola mirada,
que me hace querer alcanzarla y abrazarla. Siempre ha estado un poco perdida,
pero ahora es diferente, y tal vez sea la perspectiva de perderla, de perderla de

3
Palé: Plataforma de madera que se utiliza para almacenar y/ transportar mercancías.
verdad, lo que me hace romper mi determinación.

—Benny —digo—. El hijo de Mia. Lo llamo mi sobrino porque... ya sabes...


Mia y yo… —Por primera vez en años, soy agraciado con su sonrisa, una sonrisa
que me deja sin aire en los pulmones y me debilita las rodillas, los sentidos. Trago.
Con fuerza. Y me obligo a apartar la mirada—. Se queda a dormir aquí, pero...
siempre acaba en mi cama, así que no sé por qué…

—Es perfecto, Holden —dice ella, haciendo una cama para sí misma—.
Gracias.

—¿Seguro que estás bien? No necesitas ver a un médico o…

—Estoy bien —dice ella—. Me quitaré de encima por la mañana.

Asiento con la cabeza porque... que se vaya... es lo que pedí. Es lo que


quería.
¿Verdad?

🧩 🧩🧩

No miro en su dirección una vez que estoy en la cama. En su lugar, me limito


a mirar al techo, observando los gradientes de luz que provoca la lámpara de la
mesilla de noche. Unos minutos más tarde, la ducha se apaga y, al mirar la puerta
del baño, veo a Brianna salir vestida sólo con su ropa interior y una de mis
camisetas. Se mete en la cama e, instintivamente, le tiendo el brazo, espero a que
se acomode a mi lado y pongo su pierna sobre la mía. Es un movimiento que ya
hemos hecho docenas de veces. Es una rutina. Un hábito. Y no debería sentirme
mal por hacerlo ahora, con Jamie quizás observándonos.

Pero lo hace.

Y no debería sentirme culpable por tener una novia sólo porque de repente
ha vuelto a mi vida.
Pero sí.

No sé cuánto tiempo permanezco allí, sosteniendo a una Brianna


dormida mientras miro fijamente la oscuridad.

Hace menos de una hora, podría haberme dormido en la cuerda floja, y


ahora... ahora mi mente está trabajando horas extras, demasiadas preguntas...
demasiadas emociones... demasiados pensamientos, y de alguna manera sigo
dando vueltas a uno.

Tenía miedo de mi toque.


Miro en su dirección y me sorprende ver el brillo de su teléfono en su perfil.
Con cuidado, me separo del abrazo de Brianna y busco mi teléfono. Abro mi correo
electrónico y saco el del abogado de la herencia de Esme con mis datos y los de
Jamie. La dirección de Jamie aparece como Zeke's Diner, pero eso no es lo que
estoy buscando. Encuentro su número de teléfono, lo copio en mis contactos y
vacilo un poco antes de escribir un mensaje:

Holden: Nunca te haría daño físicamente.

La observo mientras pulso “enviar” y sé que lo ha recibido cuando gira


rápidamente la cabeza en mi dirección.

Me acomodo de lado para poder observarla: cada reacción, cada emoción.

Sus pulgares se mueven sobre su teléfono y, un momento después, el mío


vibra en mi poder.

Jamie: Lo sé...

Me apresuro a responder.

Holden: Entonces, ¿por qué parecías tan asustada cuando iba a tocarte? Me
apartaste la mano.

Tarda un minuto en responder.

Jamie: No tenía miedo.

Holden: Entonces, ¿por qué?

La veo mirarme ahora, sus ojos contienen más preguntas que verdades. Por
fin, tras unos minutos de juego de miradas, responde.

Jamie: Porque podía olerla en tus dedos.

Mis ojos se cierran en el instante en que sus palabras golpean mi cerebro,


creando estática en todo mi cuerpo, obligando a mis músculos a entumecerse. Me
golpeo el teléfono contra la frente. Una y otra vez. Y por muy jodido que sea... por
mucho que quiera hacerle daño... quiero protegerla aún más. Y quizás ese ha sido
siempre mi objetivo.

Mi perdición.

Cuando abro los ojos, ella ya no está en su teléfono, y lo único que puedo
ver, lo único que puedo sentir, es oscuridad.
Capítulo 12
Jamie
Me despierto con el olor a café. Es lo primero que percibo, y me hace sonreír
porque me recuerda a Zeke. Pero entonces abro los ojos, y mi sonrisa se borra, mi
realidad se estrella contra mi pecho, con fuerza, y deseo que los cojines del sofá
me traguen entera.

—¡Te toca! —Su voz es demasiado fuerte. Demasiado chirriante. Es como si


una sirena estridente sonara en mi cabeza, que ya late con fuerza. Me acerco al
lugar del dolor y me encojo ligeramente cuando las yemas de mis dedos rozan la
sangre seca. Por un momento, me he olvidado del accidente, del corte en la cabeza,
de la parte que me falta. Necesito encontrarla—. ¡Te he hecho café!

Levanto la cabeza, veo a la chica de Holden revoloteando por la pequeña


cocina con sus piernas desnudas y perfectas a la vista, y su cabello perfecto, y su
sonrisa perfecta, y ella es todo lo que yo no soy y todo lo que Holden se merece.

—Holden está en la ducha —casi canta—. Saldrá en un minuto.

Dejo a un lado los inútiles y lamentables celos, porque, por supuesto, él tiene
novia, y por supuesto, ella tiene el potencial de adornar la portada de Penthouse4,
y por supuesto, ella es tan amable como para hacerme un café. Apuesto a que es
súper amable. Y súper dulce. Y súper normal.

Guh.

—Gracias —murmuro, quitándome las mantas de encima y poniéndome


lentamente en pie. Me dirijo al pequeño mostrador, donde ella está de pie frente a
mí, sirviendo café en una taza.

—Soy Brianna, por cierto. No estoy segura si Holden nos presentó anoche.

4
Penthouse: Revista pornográfica fundada por Bob Guccione y publicada por Penthouse Media Group.
Brianna. Un nombre tan perfecto. Y tendrían hijos tan perfectos y les pondrían
nombres igual de perfectos.

Debo tardar demasiado en responder porque deja de verter y me mira.

—¿Y tú eres Jamie?

Asiento con la cabeza antes de aclararme la garganta y coger el café de ella.

—Sí, Jameson, pero todo el mundo me llama Jamie. —Todo el mundo...


como las cinco personas que conozco. Incluyendo a Holden. En realidad, ahora solo
cuatro. Eso es una mierda.

—Bien. —Ella me devuelve el saludo, sólo que el suyo no se detiene. Dios,


es bonita—. ¿Puedo preguntarte algo, Jamie?

Doy un sorbo a mi café y me encojo de hombros.

—Claro.

—¿Dibujas?

Casi escupo mi café. Casi. Me inclino un centímetro hacia delante como si no


la hubiera oído la primera vez. Lo hice. Fue sólo... una pregunta extremadamente
extraña.

—¿Perdón?

Parece crecer unos centímetros cuando repite:

—¿Dibujas? —Sólo que esta vez lo dice despacio, enunciando cada sílaba
como si yo tuviera problemas de audición. O quizás el inglés no es mi primera
lengua.

Respiro, la miro fijamente como ella me mira a mí. Como si esto fuera un
juego. Un reto. No debería tardar tanto en contestar, pero mi respuesta no es tan
definitiva. Le digo la verdad porque nada más importa. ¿Dibujo?

—No.

Sus hombros se desinflan en el momento en que la única palabra sale de mi


boca.

—Vale, bien —murmura.

¿Bien? ¿Qué significa bien?


—¿Puedo hacerte una pregunta? —Le respondo.

Brianna asiente y saca de la nevera un montón de fruta y verdura cortada.


Espero a que termine de colocar el exprimidor en la encimera, y ahora me doy
cuenta de que no se ha servido un café.

—¿Cuánto tiempo llevan juntos Holden y tú?

Antes de responder, el exprimidor cobra vida y ella introduce lenta y


metódicamente toda la porquería de la bolsa. Me hace esperar. Minutos que
parecen horas. Y ella sabe exactamente lo que está haciendo. Ha ganado este
pequeño juego nuestro. Este desafío. Al igual que ha ganado a Holden. No es que
haya tenido una oportunidad. Una vez que el jugo está hecho, ella tiene la audacia
de tomar un sorbo, y luego, finalmente, responde.

—Como, seis años, de vez en cuando.

Seis años. Estuve con él hace cinco años... eso no tiene sentido. O tal vez
sí. Tengo una opresión en el pecho, en los pulmones, y tengo que obligarme a
respirar.

Respira, Jamie, respira.

Como si necesitara retorcer el puñal en mi corazón, añade: —Nos conocimos


el verano anterior a su último año de instituto, y nos hemos estado viendo desde
entonces.
Genial, genial. Además: a la mierda con esto.

—Ahora tengo señal de móvil, así que creo que voy a salir, llamar a la Triple
A y arreglar las cosas.

—¡Está bien! —chirría, y se da la vuelta, concentrándose en su zumo como


si fuera una obra de arte. Agarro mi teléfono y salgo, y se me corta la respiración
cuando veo nuestros alrededores por primera vez. Es... hermoso. Y me doy cuenta
de que esa palabra está demasiado usada y es un cliché, pero realmente es algo.

Estamos rodeados de nada más que altos árboles con hojas tan verdes que
me dan ganas de bañarme en las sombras. La luz del sol se filtra entre las ramas,
creando un espectáculo de luz natural ante mis ojos. Estoy tan impresionada por el
ambiente que tengo que darme un momento para asimilarlo todo. Puede que nunca
vuelva a hacerlo. Me siento en un banco de madera justo al lado de la puerta y cierro
los ojos, escuchando el sonido de los pájaros que se llaman entre sí.

Quiero ser los pájaros.


Quiero volar.
Quiero elevarme.
Inhalo profundamente y me siento inmediatamente abrumada por los aromas
que llenan mis fosas nasales. Un cosquilleo me recorre la espina dorsal y no puedo
evitar soltar una risita justo antes de volver a inhalar. Y otra vez. Y otra vez. No me
detengo. Ni siquiera cuando oigo que se abre una puerta en algún lugar lejano.
Quiero ahogarme en este aroma. Morir en él.

—¿Estás bien, Gladys? —Holden murmura.

Abro los ojos de golpe y la risa que emana es tan desconocida que casi no
creo que haya salido de mí.

—Esto huele tan bien —digo, mirando hacia él.

Tiene el cabello todavía húmedo y va vestido con un pantalón de chándal gris


y una camiseta azul marino lisa que se extiende por su amplio pecho y sus anchos
hombros. Parece... un hombre. Como un hombre ridículamente guapo que debería
estar blandiendo un hacha y cortando leña. Apuesto a que lo hace. Apuesto a que
Brianna lo ve hacer eso. Apuesto a que ella se excita cuando él hace eso.

Se toma su tiempo para observar nuestro entorno, con el ceño fruncido, justo
antes de olfatear el aire. Luego me mira de reojo.

—Huele a mierda de animal, Jamie.

Se acerca, poniéndose a un palmo de mí.

Niego con la cabeza, inflexible, e ignoro la palpitación que genera.

—No, no es así. —Levanto el cuello para mirarlo a los ojos y hago ademán
de olfatear el aire—. Huele a musgo húmedo. Y a lluvia. Y a troncos mojados. Y... a
flores. Tantas flores que no puedo distinguir ninguna.

Me observa un momento, con la cabeza inclinada hacia un lado, y sus ojos...


Mi jadeo es lento, silencioso.

Sus ojos son del color de las hojas, un bosque vivo. No es de extrañar que
tuviera una reacción tan visceral.

—¿Seguro que no tienes una conmoción cerebral o algo así? —pregunta,


poniéndose en cuclillas frente a mí.

Se levanta y me quita el cabello de la frente, y esta vez le dejo. Con voz débil
por su cercanía, respondo: —Estoy segura.

Su mano está cogiendo el lado de mi cara ahora, y sus ojos están justo en
los míos. No en la herida.
—¿Cómo de segura?
Obligo a tragar, y él se centra en mi garganta antes de volver a subir. Digo:

—Muy segura. —Y trato de retirarme, pero él no me suelta—. Tengo mucha


experiencia con las conmociones cerebrales.

Sus ojos se abren un poco, porque sabe exactamente a qué me refiero. Era
joven —demasiado joven— cuando tuve que aprender la diferencia entre una
contusión, una conmoción cerebral y todas las demás lesiones que el novio de mi
madre le provocaba “cariñosamente”
.
—No, tú tienes experiencia en ayudar a alguien con una contusión. Tú no has
tenido ninguna, ¿verdad? —Levanta las cejas, esperando una respuesta.

—¿Las has tenido tú? —replico.

—Por favor —se burla—. Fui la estrella del equipo de fútbol de mi


instituto, ¿recuerdas? ¿O tu conmoción cerebral te hizo perder la memoria?

—El equipo de fútbol apestaba, y tú estabas lejos de ser la estrella —


bromeo—. Diría que, como mucho, eras promedio.

—¡Sólo me viste jugar una vez!

—Sí, yo era una más —digo entre risas—. Fuiste una gran decepción, Holden
Eastwood.

No responde. Se queda mirando y mirando. Y yo le devuelvo la mirada. Y


cuanto más tiempo nos miramos, más rápido se extienden nuestras sonrisas. Y
también el calor en mi pecho. Porque este familiar vaivén entre nosotros se siente
bien.

Parece que estoy volando.

Elevándome.
—¿Así que estás bien? —me pregunta, y de repente su mano se mueve,
desde el lado de mi cabeza, pasando por mi mejilla y bajando hasta mi cuello. No
puedo apartar los ojos de los suyos. Incluso cuando siento que mi respiración se
acorta y mi boca se seca. Pero no se detiene en mi cuello. Vuelve a bajar: su mano
áspera y callosa se mueve hacia mi hombro, mi clavícula, por debajo de la camiseta.

Mis exhalaciones no son más que pequeños chorros de aire que caen de mis
labios, y ahora su otra mano está en mi cintura, sus dedos se enroscan, agarrando
la tela y moviéndola lo suficiente como para tocar la parte baja de mi espalda.

Me pierdo en el contacto, la carga eléctrica entre nosotros, y me olvido de


quién soy. Quién es él. Dónde estamos. Qué demonios estamos haciendo.
—Holden —susurro, y ni siquiera sé por qué lo digo... qué significa.

Él se adelanta y yo hago lo mismo.

—¡Cariño! ¿Dónde estás? —Brianna llama desde el interior de la casa.

Nos separamos, como el Mar Rojo. Un océano de distancia entre nosotros.

—¡Estoy fuera! —dice, poniéndose de pie hasta su altura.

Me quedo sentada.

Brianna sale, con un aspecto impecable, por supuesto. Desvío la mirada


cuando se pone de puntillas y lo besa. Como probablemente lo habría besado yo.
¿Qué carajos estoy haciendo?

—Tengo que irme —dice ella—. ¿Nos vemos pronto?

—Por supuesto. Te llamaré más tarde. —Esta vez, la besa. Como


probablemente me habría besado a mí. Y ahora la pregunta es: ¿Qué carajos está
haciendo?

No nos miramos. No decimos una palabra. No hasta que oímos el coche de


Brianna salir del camino de entrada lo suficientemente lejos como para que ya no
podamos oírlo.

—Toma tus cosas —dice Holden—. Llamé a alguien que viene a ver los
daños de tu casa rodante.
Capítulo 13
Holden
No debería haberla tocado como lo hice, pero...

Pero nada.

No debería haberla tocado, y punto.

¿El problema? Quiero hacerlo de nuevo.

Lo peor es que no sé si lo quiero por pura lujuria o... por despecho.

Reconozco lo jodido que es que obtenga una especie de alegría enfermiza y


retorcida al saber que ella tiene una reacción tan visible hacia mí.

—Tu novia es preciosa, Holden —dice, rompiendo el silencio en el que me


ahogo desde que subimos al coche. Es cierto que sólo han pasado unos minutos,
pero parece una eternidad. Incluso su puta voz me pone nervioso... la forma en que
dice mi nombre. Y no sé por qué le parece bien tener el nombre de Brianna en su
boca.

—Tengo ojos —murmuro—. Soy plenamente consciente del aspecto de mi


novia.

Jamie suspira.

—Bueno, la declaración iba a ser tu novia o tu camión —Puedo sentir su


agitación. Bien—. ¡Tu camioneta es preciosa, Holden! —Estoy demasiado ocupado
concentrado en la carretera que no la veo cuando dice esto... pero puedo imaginarlo:
la sonrisa exagerada y los dientes apretados que acompañan a su habitual
sarcasmo.

Me resisto a soltar una carcajada.


—Gracias. —Entonces agarro el volante con más fuerza, intentando controlar
mis emociones. Es una buena camioneta, una que no merezco. La Ford F-450
blanca destaca como un pulgar dolorido en un pequeño pueblo agrícola en
dificultades como Blessing, y la mayoría de los días, casi me avergüenzo de
conducirla—. Fue un regalo de graduación de mi madre y su marido.

Después de un rato, pregunta:


—¿Tu madre se ha vuelto a casar?

Se casó hace unos meses, pero con el horario de trabajo de su marido, hace
poco que se fueron de luna de miel. Tres meses, alrededor del mundo, en primera
clase. Porque el gran Joseph Kovács no aceptaría menos. Miro a Jamie, asintiendo.

—Sí. Con el padre de Mia, Joseph.

—Oh.

Probablemente ni siquiera recuerde mucho sobre Mia o lo que sentía por su


padre. No es como si hubiéramos salido ayer.

—Pensé que lo odiabas.

Así que sí se acuerda.

—No tiene que gustarme —digo, mirándola de reojo—. Pero a mi madre sí,
y eso es lo único que importa.

No responde, lo cual es bueno porque no estoy de humor para responder a


preguntas sobre ese tema. Cuando su caravana está a la vista, se sienta más alto
y emite un sonido sibilante.
Sí, no es bueno.
Y verlo en la oscuridad de anoche no es nada comparado con cómo se ve a
la luz del día.

—¿Llamaste a toda esta gente?

—¿Toda? —Me burlo—. Hay tres personas allí, Jamie —Y no, sólo
necesitaba hacer una llamada.

Se queda callada mientras reduzco la velocidad de mi camioneta y me


detengo en el lado opuesto de la gran grúa. Me bajo y la espero en la parte trasera.
Cuando se une a mí, le digo:
—Espera aquí.

—¿Qué?

Pongo los ojos en blanco.


—Espera. Aquí.

—¡Hola! —llama Maggie, caminando hacia nosotros con el botiquín que


tenemos en la oficina—. Debes haber tenido una gran noche, ¿eh?

Seguro que sí.

Miro a Jamie, pero ella no responde, demasiado ocupada mirando los restos.
La mirada de Maggie se desvía rápidamente hacia la mía antes de volver a
centrarse en Jamie.

Se detiene justo a mi lado cuando dice, sus palabras para Jamie: —Holden
me ha dicho que tienes un tajo bastante feo en la cabeza, así que voy a comprobarlo
rápidamente.

—Realmente no es necesario —murmura Jamie.

—Tal vez no, pero es mejor prevenir que lamentar, ¿no?

—Realmente, es...

—Deja que lo mire —gimo—. No seré responsable de ningún traumatismo


cerebral que pueda haber desarrollado por ser demasiado terca para...

—¡Holden! —Maggie se queja. Yo también pongo los ojos en blanco, aunque


no estoy seguro de que pueda verlo a través de la mirada que me lanza.

Bajo el portón trasero y le hago un gesto a Jamie para que se siente. No lo


hace. Y como ya no tengo más miradas y —según Maggie— no puedo decir lo que
pienso, agarro a Jamie por la cintura —ignorando su protesta—, la levanto sin
esfuerzo y le siento el culo.

—Pórtate bien —digo, sonriendo, y luego me meto las manos en los bolsillos
para evitar la tentación de volver a tocarla. Hombre, esas curvas son otra cosa.

Los dejo allí y me reúno con mi padre y Henry, el mecánico local.

—Hijo —saluda papá con una inclinación de cabeza.

Le devuelvo el gesto y le digo: —Papá. —Luego le pregunto a Henry—: ¿Qué


tan malo es?

—Malo. —Henry pasa los siguientes minutos mostrándome los daños del
vehículo: parabrisas roto, daños en la carrocería, pero —según él— es el neumático
y el eje del lado del conductor lo que se llevó el peor golpe—. No sé si podré
arreglarlo o si habrá que cambiarlo. —Henry se ocupa principalmente de la
maquinaria agrícola y de algún que otro vehículo antiguo, pero no sé si ha trabajado
alguna vez en una casa rodante.

—¿Cómo pudo salir? —pregunta papá, rascándose la sien.

Henry señala la ventanilla del conductor semiabierta que da a la zanja.

—Creo que se arrastró fuera.

—¿Ese pequeño espacio? —Dice papá.

—Es bastante pequeña —murmuro. De hecho, había olvidado lo pequeña


que era hasta que la tuve delante.

—¿Es salvable? —pregunta Jamie, y mis ojos se dirigen a ella. La sangre


seca ha desaparecido de su frente, sustituida por unos moratones que no había
notado, junto con unas cuantas vendas de mariposa.

Henry le lanza una sonrisa lastimera.

—Puedo sacarlo de la zanja por ti, pero no estoy seguro de cuándo podré
echarle un vistazo. No tengo un ascensor adecuado en mi garaje. Así que tendré
que hacer algunas llamadas y ver quién tiene. Incluso si lo tuviera, mi terreno está
lleno en este momento, así que…

—Entonces... ¿unos cuantos días?

—Ojalá —responde Henry.

Jamie asiente.

—Entonces, está bien. —Parece estar repasando todos los escenarios


futuros en su mente—. Sólo necesito encontrar un lugar para quedarme unos días.
¿Alguna sugerencia?

Henry asiente.

—Hay un bed and breakfast en Justice.

Maggie vuelve de poner el botiquín de primeros auxilios en su camioneta.

—Ese lugar cerró hace unos meses. Chinches y termitas.

—Qué asco —susurro.

—Siempre está el albergue local —sugiere Henry.


—¡No! —Papá se apresura a insistir, y todos le miran, con los ojos muy
abiertos. Incluso Jamie—. Lo siento, no voy a dejar que te quedes allí. Sólo los
veraneantes y los vagabundos se quedan allí, y por favor, no te lo tomes a mal —
no digo que vayan a hacer nada—, pero una joven atractiva como tú... Yo,
personalmente, no me sentiría cómodo.

Ni siquiera recuerdo la última vez que papá encadenó una frase con tantas
palabras.

—Yo también soy un poco vagabunda —dice Jamie—. Estaré bien.

—Tiene razón, Jamie —dice Maggie—. Puedes quedarte con nosotros un par
de días. Sólo hasta que sepan qué pasa.

Mi boca se abre, lista para hablar, pero Maggie se me adelanta.

—Puedes quedarte en la antigua habitación de Holden.

—¡No! —Casi grito. Al diablo con el no.

Jamie parece mirar a todos, a la vez.

—Me quedaré en el albergue. No es para tanto.

—Lo es —insiste papá—. ¿Por qué no llevamos la caravana a nuestra casa


y te quedas allí si eso es lo que te hace sentir cómoda?

Cinco minutos más tarde, la caravana está en pie, y estoy ayudando a Henry
y a mi padre a prepararla para subirla a la grúa.

Media hora después, con la caravana en su posición, papá dice:

—¿Por qué no van a desayunar? Nosotros nos encargamos. —No es tanto


una pregunta, sino más bien una sugerencia, y ni siquiera espera una respuesta
antes de que él y Mags se suban a su camioneta y se vayan, la grúa sale justo
después de ellos.

Jamie y yo nos quedamos uno al lado del otro, viendo cómo se van todos.

—Seguro que tienes cosas que hacer. Volveré caminando —dice Jamie.

Me vuelvo hacia ella, pero ya se está moviendo hacia el lugar de los restos.
Espero un momento, viéndola caminar en línea recta por la zanja, con la cabeza
baja, buscando. Tras una ligera vacilación, me uno a ella.

—Puedes irte, Holden.


La ignoro.
—¿Qué estamos buscando?

—Sólo... algo que es importante para mí.

Obviamente.

—No puedo ayudarte a buscar si no me lo dices.

—Sólo vete. Te alcanzaré más tarde.

No sé por qué no me lo dice o por qué parece enfadada por mi mera


presencia. Si quiere jugar a estos juegos mentales, que lo haga consigo misma.

—Bien. —La dejo en la cuneta y me dirijo a la cama de mi camioneta, donde


me siento en el borde, dejando que el sol de mayo cubra mi carne con su calor.
Después de unos minutos, me tumbo, me tapo los ojos con el antebrazo y pienso.
Esta no es una situación ideal para nadie, especialmente para mí. Tal vez incluso
para ella. Pero va a estar aquí —en mi casa— durante unos días.

Puedo lidiar con unos pocos días.


No tengo ninguna maldita opción.

Además, ¿qué tan malo puede ser?

Eones después, la puerta del coche se abre y el metal se desplaza debajo de


mí. Me siento y estiro la espalda antes de ponerme al volante.

—¿Lo has encontrado?

Bostezo.
Olfatea una vez, el único sonido que me obliga a mirarla.

—No —susurra, mirando al frente, con los ojos llenos de lágrimas no


derramadas.

Mi corazón se retuerce al verla así, y ese viejo sentimiento de fastidio vuelve


a aparecer.

Me gustaría poder arreglarla.

Ojalá pudiera salvarla.

—¿Tal vez todavía está en tu casa rodante? —Le sugiero—. Estoy seguro
de que lo encontrarás.

Lo que sea que es.


Capítulo 14
Holden
Al entrar en el camino de entrada del vivero, hay un pequeño aparcamiento
a la izquierda, y junto al aparcamiento está la casa principal.

A la derecha del camino de entrada hay un viejo granero que solía ser la
tienda de regalos/estudio de cerámica/café básico. No lo hemos utilizado para esas
cosas en todos los años que he vivido. Junto al viejo granero está el invernadero
principal, que pienso arreglar para hacerlo más atractivo para los clientes.

Según mis abuelos, en la época en que el negocio era próspero, las familias
venían de todas partes para comprar bebidas y productos de panadería y montar
un picnic en nuestros jardines. Todo un día. Mi abuelo culpa a Internet de la
desaparición del negocio, alegando que había tanto entretenimiento disponible al
alcance de la gente que salir de casa parecía más una tarea que una excursión.

Más arriba a la derecha, a unos seis metros, hay una vivienda individual con
grandes puertas corredizas de cristal que utilizamos como oficina. Papá no estaba
muy metido en la parte comercial del negocio, así que probablemente podría contar
con una mano las veces que ha entrado en la oficina. No estoy diciendo que él tenga
la culpa de cómo están las cosas ahora, porque hizo un buen trabajo manteniéndolo
a flote durante todo el tiempo que lo hizo. Sólo... necesita una revisión. Y yo estoy
aquí para hacerlo.

Para arreglarlo.

Guárdalo.

¿Te resulta familiar?

Detrás de la oficina está la caravana de Jamie. Está lo suficientemente


escondida como para que los proveedores y los clientes no la vean desde la
entrada, pero yo sí.
Papá y Mags no aparecen por ningún lado, y Jamie toma nota de ello
mientras sale de mi camioneta.

—Debería encontrarlos y darles las gracias.

Salgo y me uno a ella.

—Su camioneta no está.

—¿Sabes cuándo volverán?

Sacudiendo la cabeza, le digo:

—No.

La sigo hasta una puerta en el lateral de la casa rodante, donde ya hay un


manojo de llaves en la cerradura. La abre, entra y, como tengo un poco de
curiosidad, la sigo también. Es bonita. Mucho más bonita de lo que esperaba de una
caravana de tamaño medio. Hay luces de hadas colgando en los bordes del techo.
Una cama lo suficientemente grande como para que quepan dos personas a la
izquierda, una cocina y una zona para comer a la derecha, detrás de los asientos
delanteros, y justo delante está lo que supongo que es el baño. Hay cortinas de
colores pastel, alfombras y cojines esparcidos por el lugar. Me recuerda a su
habitación en casa de Esme.

—Esto es bonito —le digo—. Mucho mejor que el blanco sobre blanco de tu
casa rodante.

Está entre los dos asientos delanteros, las manos metidas en espacios
reducidos, los ojos dispersos, buscando.

—Sí, bueno, es mi casa, así que...

—Espera. —Intento ponerme en pie y hago una mueca de dolor cuando me


golpeo con la esquina inferior de un armario superior. Frotándome el punto
dolorido, pregunto: — ¿Vives aquí?

Jamie asiente, distraída con su tarea.

—La mayor parte del tiempo, sólo duermo aquí. O estoy conduciendo o
trabajando en... —Se interrumpe ahí, sacudiendo la cabeza—. No importa.

Encorvado, para que no se repita el golpe en la cabeza, me acerco a ella.

—Muévete.

—¿Qué?
—Tal vez sólo necesitas un par de ojos frescos.

—Ni siquiera sabes lo que estoy buscando.

—Estoy seguro de que lo sabré cuando lo encuentre.

Nuestra proximidad hace que sea imposible no rozar nuestras frentes


mientras intercambiamos posiciones, y por mucho que intente ignorar la forma en
que sus pechos rozan mi torso, mi polla lo nota. A mi polla le gusta. Demasiado. Mi
polla tampoco ha dejado de recordar los campos de margaritas y el increíble sexo
voyerista5 con la chica a la que pertenecen esas tetas.

Intento ocultar la reacción de mi cuerpo a nuestra cercanía... metiendo la


mano en mi sudadera. Porque eso es discreto.

—Jesús, Holden —exhala Jamie, mirando a todas partes menos a mí.

—Cállate.

Me siento al volante y busco primero en el suelo, luego en los bolsillos de la


puerta y después en el tablero. Es entonces cuando me fijo en la fotografía pegada
en el panel de instrumentos. Es una imagen de lo que mi pene acababa de
fantasear: una Jamie de ojos brillantes con las mejillas quemadas por el viento y
una cadena de margaritas como corona.

Despego la foto del plástico transparente y la examino más de cerca, mi pulso


se debilita cuanto más la miro. Dejo a un lado el revuelo en mi estómago, el causado
por la nostalgia y el arrepentimiento. Me aclaro la garganta y no puedo apartar los
ojos de la imagen mientras digo: —Es un poco egocéntrico conducir mirando una
foto tuya, ¿no?

Hay un clic debajo de mí y luego un cambio, justo antes de que mi cabeza dé


vueltas. Literalmente. Ha girado el asiento hacia ella, agarrando con una mano el
reposacabezas y con la otra el cuadro. Sus pechos están ahora a la altura de mis
ojos, y se acercan cada vez más cuando se inclina hacia delante, con su rodilla
apoyada en mi muslo, para volver a colocar la foto en el tablero.

No respiro.

No me muevo.

Comienza a alejarse, pero no llega muy lejos porque en algún momento, sin
pensarlo, he rodeado su cintura con mis brazos y la estoy abrazando.

5
Voyerista: El Voyerismo consiste en alcanzar la excitación sexual observando a las personas que están
desnudas o que participan en una actividad sexual.
Y ni siquiera puedo contar cuántas veces he querido hacer esto desde que
me abandonó. Sin necesidad de explicaciones. Sin razones. Sin discusiones en
absoluto. Sólo quería abrazarla.

Aunque sea una vez.

Aunque sea por un segundo.

Y ahora tengo eso.

—No hay nada malo en aferrarse a un trozo del pasado —susurra, con su
boca tan cerca de la mía que puedo sentir su aliento calentando cada centímetro de
mí. Con los ojos cerrados, bajo las manos desde su cintura hasta sus muslos
desnudos, agarrándonos con fuerza para poder ajustarnos hasta que ella se sienta
a horcajadas en mi regazo. Está caliente entre las piernas y empuja mi polla,
gimiendo mientras sus manos encuentran mi cabello.

Dejo escapar un gemido mientras mis manos se extiendan contra su espalda,


acercándola. La sujeto con más fuerza. Paso mi nariz por su mandíbula. Le acaricio
el cuello. La inhalo en mis pulmones. Dios, qué no daría...

Ahí detengo mis pensamientos. Esto está muy jodido.

Y me gustaría poder señalar la motivación de lo que estamos haciendo, pero


no puedo.

Me echo hacia atrás, lo suficiente para ver su cara con claridad.

—¿Qué estás haciendo aquí, Jamie?

Con las cejas fruncidas, dice: —Te lo dije. Hice el rompecabezas, y...

—Mentira —interrumpí, aflojando mi agarre sobre ella—. Incluso si eso es


cierto, no es razón suficiente para conducir hasta aquí.

Jamie se encoge de hombros, con la mirada perdida.

—Quizás te he echado de menos.

Inclino la cabeza, buscando algo en sus ojos. Algo más. Porque te echo de
menos es demasiado jodidamente genérico y no va a servir.

—Tenía que seguir adelante, Jamie. —Las palabras salen antes de que
pueda detenerlas. Me arrepiento de ellas. La suelto por completo y la ayudo a
ponerse en pie—. Y no me arrepiento de ello.
Capítulo 15
Jamie
Han pasado menos de veinticuatro horas desde que crucé el cartel de
“Welcome to Blessing”, y todo lo que he vivido desde que llegué aquí ha sido todo
lo contrario.

Debería irme.

Debería subirme a un avión y volver a casa de Esme, y... ¿qué? ¿Acudir a


su casa? ¿Es eso lo que se consideraría ya que, técnicamente, sólo soy dueña de
la mitad de ella? Que me aspen si lo sé.

Como la caravana aún estaba en modo de viaje cuando la conduje a una


zanja, no había mucho que limpiar. Aparte de los daños evidentes en el exterior,
más el eje posiblemente irreparable, la destrucción no fue demasiado grave. Soy
afortunada, de verdad, y me lo recuerdo constantemente en las horas que he estado
sentada aquí tratando de formular un plan para los próximos días. No tanto un plan,
supongo, sólo... necesito tener la cabeza bien puesta si voy a tratar con Holden a
diario.

Holden... el hombre cuyas acciones dicen una cosa mientras sus palabras
dicen otra. Un tipo genial.

Llevo horas sentada en la mesa con la computadora delante, intentando


trabajar, pero no consigo despejar la mente lo suficiente como para hacer algo
sustancial. Y necesito trabajar. Los acontecimientos de las últimas dos semanas me
han retrasado, y Holden es un agujero de gato.
¡Guh!

Claramente, se ha infiltrado en cada centímetro de mi mente, y no en el buen


sentido. Aunque, no debería sorprenderme. Ha sido así desde que lo vi en la lectura
del testamento. Olvídate de eso. Incluso antes, cuando los amigos de la iglesia de
Esme me pidieron que ayudara con los planes de su funeral. No había mucho que
hacer. Parece que Esme lo había estado planeando por sí misma durante meses,
tal vez incluso años.

Es casi como si hubiera estado esperando el momento.

Esme tenía una lista de personas que quería que asistieran, y a mí se me


encargó contactar con ellas.

El nombre de Holden estaba en la lista.

Y desde entonces ha estado en el primer plano de mi mente.

Fue entonces cuando empezaron las pesadillas, los recuerdos del ataque.
Cada una venía acompañada de un nuevo recuerdo reprimido, y eran muchas. Al
menos una cada noche. Es irónico, en realidad, porque sé que si le contara a Holden
sobre ellas, lo compararía con un rompecabezas.

Pieza a pieza hasta que la imagen completa cobre vida.

Me esfuerzo por exhalar mientras mis ojos se cierran, con visiones de su


mano en mi pierna, su tacto suave cuando me instaba a dibujar.

—Sólo dibuja —me decía—. Cualquier cosa. Todo. —Así que lo hacía. Para
él—. Dios, te quiero así.

Mis ojos se abren de golpe y, sin pensarlo, busco inmediatamente el bolígrafo


que hay encima de mi cuaderno. Pongo la punta sobre el papel y luego la suelto
rápidamente como si fuera fuego en la punta de mis dedos. Con una respiración
entrecortada en la garganta, miro fijamente la página en blanco.

Tan cerca.

Hasta ahora.

—Necesito salir de aquí —susurro a nadie. Abro una nueva pestaña en mi


navegador y escribo la definición legal de allanamiento, pero antes de que pueda
mirar los resultados, un golpe en la puerta hace que mi cabeza se levante de golpe,
mirándola fijamente.

—¿Jamie? ¿Estás ahí? —Maggie llama, golpeando de nuevo.

De mala gana, me levanto y abro la puerta.

Ella ya está sonriendo, así que se lo devuelvo torpemente.

—Hola.

—La cena está lista.


—Oh no, está bien —aseguro. Es ahora cuando me doy cuenta de que no he
comido en todo el día. Probablemente debería cambiar eso—. Tengo comida aquí.

Inclinándose hacia delante, mira en el pequeño espacio de mi casa rodante,


buscando pruebas de dicha comida.

—Tengo ramen —explico. Y luego resoplo contra mí misma porque estoy


siendo ridícula—. Y realmente no quiero molestarte. Ya has hecho mucho por mí.

Maggie se encoge de hombros y se da la vuelta, diciendo por encima del


hombro:

—Como quieras.

Cierro la puerta e intento volver a concentrarme. Mi trabajo debería ser mi


prioridad, pero aparentemente, las legalidades del allanamiento son mucho más
interesantes. Tal vez si le pregunto a Holden si puedo...

Los sonidos procedentes del exterior de mi caravana irrumpen en mis


pensamientos. Curiosa, me levanto y vuelvo a abrir la puerta.

—Señorita Jamie —saluda el Sr. Eastwood mientras arrastra hacia mí una


mesa de café de madera. La aparca junto a mi puerta abierta y se va, regresando
unos instantes después con dos sillas a juego—. ¿Le ha enseñado Holden el lugar?
—me pregunta, y no sé qué responder.
Holden se fue justo después de tocarme y frotar su erección entre mis
piernas. Probablemente no es algo que su padre necesite saber.

—Um...

Se mete la mano en el bolsillo y saca un juego de llaves.

—Estas son para la oficina —dice, señalando el edificio que está justo detrás
de mí—. Allí hay un baño completo. Sanitario. Ducha. Es todo tuyo mientras estés
aquí. Y no sientas que tienes que estar encerrada ahí todo el día y toda la noche.
Pasea por los jardines si quieres.

Siempre había tenido una especie de extraña obsesión con las flores desde
mi época con Gina, pero principalmente eran imágenes de ellas. Hechos sobre ellas.

Lo único que recuerdo de estar aquí la primera vez es el olor. Era


tan increíblemente abrumador que tuve que tomarme un momento para respirarlo.
Recuerdo que me quedé allí de pie, deseando poder bañarme en ese aroma. En los
últimos años, he coleccionado momentos en los que he podido concederme esos
deseos. Visitas a jardines botánicos y exposiciones florales e incluso a mayoristas,
pero esta oportunidad es un deseo que sólo él podría conceder, y no puedo evitar
la sonrisa que se apodera de mí mientras acepto las llaves de su mano.

—Gracias.

Sus ojos se clavaron en los míos, amables y suaves, un completo contraste


con los de su hijo hace sólo unas horas.

—Quiero que te pongas lo más cómoda posible mientras estés aquí, ¿vale?

Asiento con la cabeza, sin palabras.

—Y si necesitas algo, Mags y yo estamos siempre cerca.


—Literalmente, siempre —dice Maggie, caminando hacia nosotros, con dos
platos en la mano. Los deja sobre la mesa y se sienta en una de las sillas—. Y si no
vienes a cenar, entonces te traigo la cena.

Miro entre ellos.

—Esto realmente no es necesario.

El Sr. Eastwood se ríe antes de volver a salir hacia la casa. Apenas me he


sentado a la mesa cuando vuelve con una bandeja llena. Deja una jarra de té helado,
una botella de vino, dos copas de vino y un pequeño jarrón con una gerbera 6 rosa.

—Disfruten, señoras —dice, y luego se inclina para besar rápidamente a


Maggie.

Si el acto de derretirse tuviera una definición en el diccionario, diría que es la


forma en que Maggie mira al Sr. Eastwood.

Ella aprieta su mano.

—Gracias, Big H.

Lo vemos volver a la casa principal antes de que ella se dirija a mí.

—Siento que hayamos tenido que dejarte hoy. Espero que Holden te
haya enseñado los alrededores.

Encogiéndome de hombros, digo: —Está bien.

Señala mi plato.

—No te emociones demasiado. Son las sobras. Hoy hemos ido a una

6
Gerbera: Flor conocida también como ¨margarita africana¨, es usada típicamente para adornar el jardín o
ramos de flores.
barbacoa en casa de mi hermano, y su mujer es una de esas cocineras manitas,
¿sabes?

Me río en voz baja.

—Se ve delicioso. —Es un smörgåsbord7 de todo lo que se puede encontrar


en la cocina sureña, y ya estoy babeando al verlo—. ¿También llamas al Sr.
Eastwood Big H?

Maggie se ríe.

—Llámale Sr. Eastwood a la cara. Te desafío.

Hago una mueca.

—¿No le gusta?

—No. El Sr. Eastwood es su padre, y odia que le llamen así. Se enfada tanto
que le sale esta vena en el cuello —dice señalando un punto de su cuello—. De
todos modos, todo el mundo le llama Big H. Ha sido eso o simplemente H incluso
antes de que naciera tu Holden. —Quiero decirle que no hay nada de “mi” Holden
que sea realmente mío, pero me callo. Los dos nos zampamos la comida mientras
ella sigue hablando entre bocado y bocado—. Pesaba cuatro kilos cuando nació,
salió del vientre con unos abdominales de acero, unos bíceps abultados y una
cabeza llena de cabello. —Levanta la botella de vino, interrogante.

—No, gracias —afirmo.

Luego pregunta:

—Entonces, ¿cuántos Holden hay aquí y cómo se diferencian todos por el


nombre? —No sé por qué me intriga tanto, pero nunca he conocido generaciones
de hombres con el mismo nombre.

—Holden Senior, el padre de Big H, sigue con nosotros. Viene a ayudar


cuando le apetece. Los niños le llaman Sr. Eastwood, pero la mayoría de la gente
le llama Senior o Clint.

—¿Clint?

—Como Clint Eastwood —dice entre risas—. Y luego está tu Holden. Él es


simplemente Holden. A veces la gente le llama Junior, pero rara vez responde a
ello.

—Interesante —murmuro, haciendo que me sonría. Me acomodo en mi

7
Smörgåsbord: Es un bufé elaborado con diferentes ingredientes típicos de la cocina sueca.
asiento y me pongo más cómoda. Hace cinco años, no se me podía pillar
manteniendo este nivel de conversación con un desconocido. Mi experiencia en
situaciones sociales era muy escasa cuando era niña y siguió siéndolo durante mi
adolescencia. Una de las cosas más increíbles que he conseguido en mis viajes en
solitario es conocer a gente nueva y, poco a poco, armarme de valor y confianza
para actuar civilizadamente.

—Entonces, ¿cómo se conocieron tú y Big H? —Pregunto.

Se ríe una vez.

—Es una larga historia.

Miro a nuestro alrededor y observo que el sol poniente se encuentra con el


horizonte muy, muy lejos. Este es realmente un lugar hermoso. No sé por qué
Holden había estado tan ansioso por dejarlo en primer lugar. Vuelvo a mirar hacia
ella.

—No tengo ningún sitio donde estar.

Maggie sonríe a nada en particular.

—En realidad nunca nos conocimos, per se8. Su padre y el mío eran mejores
amigos desde que eran niños, así que cuando ambos tuvieron hijos el mismo año,
fue natural que también se hicieran amigos. Así que siempre lo veía por la casa, o
veníamos aquí, y yo siempre, y quiero decir —se inclina hacia delante para tocarme
el brazo, apretándolo para enfatizar— siempre estuve enamorada de él.

—Eso es muy bonito.

Poniendo los ojos en blanco, añade:

—Es bonito cuando yo tengo cinco años y él trece, ¿verdad? O incluso


cuando tengo diez y él dieciocho. Es inocente. Pero cuando él tiene veintiséis y yo
apenas dieciocho, y finalmente actúo sobre esos sentimientos...

—Oh, no... —Exhalo, apartando mi plato. Por muy vacío que esté mi
estómago, no siento la necesidad de llenarlo. Estoy demasiado embelesada por sus
palabras, por cada giro de la historia, y apenas ha empezado a contarla.

—Sí —suspira—. Estaba a mitad de mi último año cuando empezamos a salir


a escondidas, a vernos a espaldas de todos. La emoción de todo esto, Jamie —dice
soñadoramente, y me hace sentir como si fuéramos amigas que se conocen desde
hace años. Nunca había tenido una amiga. Es algo agradable—. Fue mi primer
amor, y me dijo que yo también era suya, y me imaginé una vida con él, la vida que

8
Per se: Locución latina que significa ‘por si mismo’ o ‘por sí’.
estoy viviendo ahora...

—¿Y qué pasó? —Insisto. Necesito saberlo todo.

—Mis padres me organizaron una fiesta de graduación, y H estaba allí, y...


aparentemente, fue una sola mirada que me echó mientras cortaba la tarta lo que
le dio una pista a mi hermano de lo que estaba pasando.

—Nooo.

—Sí, no estaba muy contento con ello. Lo cual, quiero decir, tiene sentido
dada nuestra diferencia de edad y la historia de Big H con las damas. Además, yo
acababa de terminar la escuela y había aceptado una plaza en una universidad de
Pittsburgh.

Ella toma un sorbo de su vino, y yo sorbo mi té.

—Mick, mi hermano, deseaba cosas más grandes para mí que esta ciudad.
Veía mejores oportunidades en cualquier otro lugar, y aunque quería luchar contra
él, lo respetaba lo suficiente como para escucharlo. Big H también lo hacía, y estaba
de acuerdo con Mick, así que... decidimos seguir caminos separados. Ver a otras
personas.

Me recuesto en mi silla, con mi clara decepción.

—Eso es una mierda.

—Ajá —murmura, bajando el resto de su vino y volviendo a llenar la copa—.


Unas semanas después, empecé a oír rumores de que la pareja perfecta de Tammy
Wakefield y Joseph Kovács ya no era perfecta...

—Para... —digo, pero no sé si lo digo en serio. No quiero escuchar más


porque sé a dónde va, pero también necesito escuchar el resto porque estoy muy
involucrada.

—Y unas semanas después de eso, Big H me llamó para decirme que le


había pedido a Tammy una cita.

—¡Oh, no! —Casi quiero apretar las palmas de las manos contra mis oídos.

—Y unas semanas después...

—Holden —susurro, frunciendo el ceño.

Maggie asiente con la cabeza y suelta un suspiro mientras se echa hacia


atrás en su asiento.
—Así que.... Fui a la universidad, me gradué, conseguí un trabajo de nivel
inicial como analista de datos en una gran empresa y fui ascendiendo hasta llegar
a la cima. Hacía todo lo que mi hermano y mis padres querían que hiciera. Y, de
repente, me acercaba a los treinta años, me iba muy bien, ganaba dinero, así que
me compré una mansión porque me parecía el siguiente paso. Y entonces, una
noche, estaba sentada en el patio con una copa de vino, mirando esta piscina
estúpidamente grande que nunca había usado, y pensé... ¿qué carajos estoy
haciendo? Tenía el mundo entero al alcance de mi mano, y nunca había sido tan
infeliz. —Se atragantó con las últimas palabras, sus ojos se llenaron de lágrimas,
así que me acerqué y tomé su mano entre las mías.

Me aclaro el nudo en la garganta y digo: —¿Así que has vuelto a casa para
encontrar la felicidad que buscabas?

Asiente con la cabeza.

—En un mes, vendí todas mis posesiones, dejé mi trabajo y me mudé a la


habitación de mi infancia en la granja de trigo.

Mi sonrisa tarda en consumirse.

—¿Y entonces llegó Big H como el gran gigante malvado que es y


literalmente te levantó y te echó sobre su hombro como un cavernícola, cantando:
¡Mujer mía! ¿¡Mujer mía!?

La carcajada de Maggie es tan fuerte y tan natural y todo lo que esperaba


que fuera.

—Algo así —suelta una carcajada, secando las lágrimas de tristeza


mezcladas con alegría de sus ojos.

Pasamos los siguientes minutos en silencio, comiendo la comida mientras


nos miramos de vez en cuando.

Ella es la primera en romper.

—¿Puedo preguntarte algo?

Me encojo de hombros.

—Claro.

—¿Qué te hizo caer en la zanja anoche?

Bueno, eso es un buen cambio de tema si alguna vez escuché uno.

Me limpio la comisura de la boca con una servilleta de papel.


—Yo... creo que tal vez vi algo en el camino... —Por supuesto, es una
mentira, una muy grande. Y ella también lo sabe, por la forma en que me mira.

—Es gracioso... —Hace una pausa—. La mayoría de la gente suele frenar


antes de dar un volantazo, y no vi ninguna marca de neumáticos en la carretera.
Además, las bolsas de aire se dispararon, lo que significa que debías ir bastante
rápido...

Miro mi comida, mi corazón se acelera, el estómago se cae.

—¿Qué eres, un detective? —Intento bromear.

—Sólo observadora.

—Estaba cansada —admito—. Había conducido un largo camino, y no


estaba durmiendo bien incluso antes de eso. —Porque estaba demasiado
consumida por un estúpido rompecabezas.

—O... —dice, e instantáneamente temo lo que va a decir a continuación—.


¿Tal vez no pudiste ver bien la carretera porque estabas llorando?

Me burlo, mirando hacia otro lado. Si la culpa tuviera una cara, sería la mía.

—¿Qué? No.

—Es un pueblo pequeño, Jamie. Unas cuantas personas vieron la caravana


en la zanja. Y más de una persona está hablando de cómo Holden se comportó
contigo en la cafetería.
Me estremezco al pensarlo, pero no voy a respaldar sus afirmaciones. Me
niego a hablar mal de Holden con nadie. Yo causé su reacción, y las consecuencias
de ellas son algo con lo que él tiene que lidiar mucho más y por más tiempo que yo.
En unos días, me habré ido. Él estará aquí para siempre.

—No debería haber venido aquí —le digo. Es un pensamiento que me agota
desde que lo admito.

—¿Por qué no?

Revuelvo la comida con el tenedor, negándome a mirarla a los ojos. Luego


me encojo de hombros porque es lo único que puedo ofrecer.

Tras un rato de silencio, dice: —Sabes que ya nos conocemos...

Mi mano se detiene, mi corazón hace lo mismo. Lo sé. Nos conocimos en el


hospital. Ella y Big H condujeron toda la noche para estar con Holden después del
ataque. Con un movimiento de cabeza, le respondo: —No estaba segura de que se
acordara de mí.

—Lo hago.

Levanto la vista justo a tiempo para ver cómo su sonrisa se vuelve triste, y
me pregunto cuánto sabe.

—Jamie... —Mi nombre es un suspiro cuando sale de sus labios—. Cuando


miras hacia atrás en esa época de tu vida... —Sí, ella sabe lo suficiente. Tal vez
incluso demasiado—. ¿Siguen siendo válidas tus razones para irte?

No me salgo de mi asombro cuando respondo:

—Absolutamente.

Maggie parece asimilar mi respuesta y pregunta:


—¿Y tus razones para alejarte? ¿Siguen siendo válidas?

Me he debilitado en el espacio de minutos.

—Sí —susurro.

Su pecho se eleva con su aguda inhalación.

—¿Sabe Holden por qué te fuiste?

Sacudo la cabeza.

—No, y me ha dicho de forma rotunda que no quiere saberlo.

—¿Quieres decírselo?

Ahora le sostengo la mirada, negándome a retroceder.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque no creo que deba venir de mí.


Capítulo 16
Jamie
Maggie me había invitado al servicio dominical de esta mañana, pero me
había negado. Incluso trató de coaccionarme con la tentación de una comida en el
pueblo después. Me mantuve firme. No porque tenga una aversión inherente a la
religión, pero después de nuestra conversación de anoche, estaba claro que mi
presencia ya intrigaba a todo el pueblo. Además, desde que Big H sacó el tema de
pasear por los jardines, es lo único en lo que he podido pensar. Cuando se lo
mencioné a Maggie anoche, fue al despacho y volvió un momento después con un
mapa de los terrenos. Era mucho más grande de lo que yo esperaba y se extendía
mucho más allá de lo que el ojo podía ver.

Maggie y yo acabamos hablando de todo. No volvió a sacar el tema de mi


repentina salida de la vida de Holden, y yo estaba muy agradecida por ello. Por ella.
Era casi medianoche cuando nos dimos las buenas noches, y cuando me metí en
la cama, por fin sentí que el peso de la angustia y la derrota se me quitaba de los
hombros.

Sólo un poco.

Dormí.

Y dormí.

Y para cuando me desperté, me duché y me vestí para el día, ya era casi


mediodía.

Con el mapa en la mano, me dirijo alrededor del granero y el invernadero


hasta la abertura en la maleza. Maggie había mencionado que sólo se veía un
indicio de sendero, y si lo seguía, en teoría debería acabar justo donde empecé.
Según el mapa, los jardines se extienden por más de cien acres, incluyendo un
arroyo, un estanque y aproximadamente tres millas de senderos.

Me tomo mi tiempo, disfrutando de todo lo que mis ojos pueden ver y mi nariz
oler. A pesar de que no han mantenido los jardines durante décadas, la naturaleza
es increíble. Que exista un lugar así es alucinante. Hago muchas fotos con mi
teléfono, de nada en particular y de todo a la vez. Disminuyo la velocidad cuando
me encuentro con una cuatrimoto, y cuando la inspecciono más de cerca, me doy
cuenta de las marcas de neumáticos frescos y del calor que irradia. Ha sido utilizada
recientemente, y como Big H y Maggie no están cerca, sólo puedo suponer quién la
ha utilizado. Miro a mi alrededor y veo una puerta de madera en medio de un seto
tan alto que me dobla en altura. Al acercarme, puedo ver el candado sin cerrar, y
maldita sea mi curiosidad porque se apodera de mí. Me muerdo el labio y dudo un
momento antes de empujar la puerta para abrirla. No llego muy lejos. A lo sumo,
unos centímetros, y entonces Holden está allí, imponiéndose sobre mí, bloqueando
mi vista mientras abre la puerta lo suficiente como para caber por ella. La cierra
detrás de él. La cierra con llave. Y entonces me mira, con las cejas fruncidas.

Ignoro el repentino golpeteo de mi corazón y me trago los nervios.

La forma en que me mira...

—Yo... —No puedo decir que lo siento, porque no lo siento—. Tu padre dijo
que podía pasearme. —Levanto estúpidamente el mapa—. Y Mags.

—Has visto la cerradura de la puerta, ¿verdad? —interrumpe.

Levanto la barbilla. Asiento con la cabeza una vez.

—Supongo que no me di cuenta de que ocultabas algo. ¿Qué es? ¿Un


cultivo? Estoy segura de que la marihuana sigue siendo ilegal en Carolina del Norte.

Sus labios se tuercen, su mirada se eleva como si contemplara.

—No es una granja de cultivo, pero no es una mala idea. Gracias por el
consejo, pequeña. —Se acerca para susurrarme al oído—. ¿Quieres ser mi
cómplice? —Y entonces se endereza de nuevo, acariciando la parte superior de mi
cabeza.

Le quito la mano de un manotazo, molesta.

—Que te den por culo. —Me pongo más alta e intento mirar por encima del
seto como si fuera realmente posible—. Entonces, ¿qué es?

Se ríe entre dientes y no contesta durante mucho tiempo. Demasiado tiempo.


Cuando vuelvo a mirarlo, me está mirando, y casi, casi, le perdono todo lo que me
ha dicho en las últimas cuarenta y ocho horas.

—¿Diciéndome que me joda? Clásico de Jamie. Me preguntaba cuándo la


vería.
Pego un pisotón. Como una mocosa.

—Sólo dime qué es.

—¡Es un secreto! —dice entre risas.

—¿Un jardín secreto? —Casi canto, y mi repentina sonrisa es ridícula—.


¿Cómo la película?

Soy la única que sigue sonriendo mientras sacude la cabeza.

—No se parece en nada a la película —afirma, con un tono uniforme—. Es


un jardín que es un secreto. Y te agradecería que lo mantuvieras así.

El frío de Holden ha vuelto, y hace que se me ericen los vellos de los brazos.

—Bien. Siento haberte molestado. —Giro sobre mis talones, rezando para
que no me siga, y empiezo a regresar por donde he venido.

Está claro que no me quiere en lugares donde no debo estar. ¿El problema?
Que ahora mismo no tengo elección. ¿Y la verdad? No pertenezco a ningún sitio.

Se me hace un nudo en la garganta mientras el corazón se me hace pesado,


y desearía... desearía tener un lugar al que huir.

—¿Sabes lo que hace que sea tan difícil tenerte aquí? —me dice,
deteniéndome en mi camino.

He llegado hasta su cuatrimoto. Diez pasos. No más.

De mala gana, me vuelvo hacia él pero no le miro a los ojos.

—¿El hecho de que me odies?

—Odio es una palabra fuerte —se apresura a decir.

Cierro los ojos, preparándome para lo que va a decir a continuación. Luego,


cuando los abro de nuevo, pregunto: —¿Y entonces qué?

Sacudiendo la cabeza, se acerca a mí.

—No entiendo por qué estás tan jodidamente guapa todo el tiempo.

—Cállate. —Estúpidas mariposas. Miro mi ropa: un pantalón corto negro de


ciclista y un top suelto que muestra mi vientre. Nunca he estado especialmente
tonificada ni he sido descaradamente sexy en ningún sentido, pero él siempre ha
apreciado mi cuerpo, incluso cuando yo no podía.
—Sólo mírate, Jamie. —Ahora está justo delante de mí, a sólo unos
centímetros, y no se detiene. No hasta que tiene su mano en mi cintura desnuda, y
me empuja hacia atrás, lentamente, lentamente, y estoy segura de que podría
empujarlo. Y quiero hacerlo. Debería hacerlo. Pero no lo hago—. He echado de
menos tus curvas —murmura, mirando por mi cuerpo una vez que estoy apretada
entre él y la cuatrimoto. Su nariz me roza la mejilla mientras me susurra al oído—.
Y tus malditas piernas...

Con las palmas de las manos apoyadas en su duro pecho, no empujo, pero
no dejo que se acerque más.

—Deberías dejar de hablarme así.


—¿Por qué? —Su voz es áspera, su aliento caliente a lo largo de mi oreja.

No puedo ignorar la atracción hacia él, incluso cuando las siguientes palabras
salen de mi boca.

—Porque tienes una novia.

Sus suaves labios se extendieron, sonriendo contra mi cuello.

—Ella diría lo mismo. —Hace una pausa—. Ella oscila en ambos sentidos,
¿sabes?

Ya lo he visto tumbarse en la cama con Brianna y no hacer nada más que


dormir, y eso ha sido suficiente. Ahora mi mente se ha infiltrado de repente con
imágenes de él y ella y alguna chica al azar, sin nombre y sin cara, follando como
estrellas del porno en una manta de picnic en medio de la nada.

—Sí, realmente me importa una mierda ella o cualquier otra chica con la que
estés follando.

Parece que mi angustia le resulta cómica porque se ríe en silencio, con la


frente apoyada en mi pecho mientras le tiemblan los hombros.

—Joder, Jamie —susurra, y entonces su rodilla está entre mis piernas,


separándolas mientras me levanta por la cintura, asentando mi culo sobre el capó
del todoterreno. Fue un movimiento tan rápido y sin esfuerzo que ni siquiera tuve
tiempo de protestar antes de que su dureza me presionara en el centro y sus manos
se deslizaran por mis costados, rozando con su pulgar la base de mis pechos—. No
te odio —dice—. Pero odio echarte de menos. —Se aparta, lo suficiente como para
mirarme a los ojos, sostener mi mirada. Y ahora lo veo, lo mismo que vi la primera
vez que lo miré a los ojos. Verde, como un bosque animado. Pero cuando te mira
—realmente te mira— no hay nada vivo en su mirada.

La incertidumbre se arrastra por mi línea sanguínea y sube por mi garganta,


apretando mis vías respiratorias.

Holden parpadea una vez, dos veces, y luego una y otra vez como si acabara
de salir de un aturdimiento. Finalmente, su garganta se mueve al tragar y me suelta
por completo, dejándome vacía y desechada.

Caliente y frío.

—¿Sabe que estás aquí?

Me preguntaba cuándo surgiría esto. Esperaba que nunca, pero aquí


estamos. Trato de pensar en lo correcto para decir. Dean no sabe que estoy aquí,
pero eso no es nada nuevo. Nunca sabe dónde estoy. Y eso está bien. Porque sabe
quién soy.

—Tiene un nombre.

Está claro que esa fue la respuesta equivocada, porque Holden dice, con los
dientes apretados y la mandíbula tensa.

—¿Sí? —Sus ojos brillan de forma oscura mientras se inclina de nuevo—.


¿Gritas cuando te folla?

Lo alejo con un fuerte suspiro y me deslizo fuera de la cuatrimoto.

—Adiós, Holden.
Ya me estoy alejando cuando me dice: —¿Quieres relajarte? Sólo estoy
jugando.

Por encima de mi hombro, respondo: —Qué curioso. No me di cuenta de que


era parte de tu juego.

Sólo he dado unos pasos cuando me grita: —¿Has comido? —Me detengo
en seco y me vuelvo hacia él.

Con las manos metidas en los bolsillos, un atisbo de sonrisa curva sus labios
mientras asiente hacia la cuatrimoto.

—Sube.

🧩 🧩🧩

En el momento en que entro en la casa de Holden, me abruma el olor de algo


increíble.

—¿Qué es eso? —Pregunto, olfateando el aire.


—Lasaña. —Se mueve detrás de la encimera de la cocina y abre el horno,
amplificando el olor—. Bueno, lasaña vegana... y aún no está hecha.

—¿Te has vuelto vegano? —pregunto, mirando alrededor de su casa. No


estaba exactamente en el mejor estado mental cuando vine aquí la primera vez, así
que no asimilé mucho. No es que haya mucho que ver—. Si no recuerdo mal,
básicamente vivías de hamburguesas y filetes.
Holden se ríe, el único sonido que hace que mi corazón dé un vuelco.

—No estrictamente —dice, abriendo el refrigerador—. Pero a veces no me


importa. —Saca un montón de cosas del refrigerador y las deja en la encimera, listo
para hacer lo que supongo que es una ensalada.

Caminando hacia la cocina, pregunto: —¿Cuándo aprendiste a cocinar? —


Hay fotos en la puerta del refrigerador, sobre todo de Holden y de una chica que
reconozco como Mia con un niño pequeño cuya sonrisa me arranca la mía.

—Mia, principalmente —responde Holden, picando—. Cuando estaba en la


universidad, tenía una especie de apartamento, y ella y Benny venían a visitarme
cuando estaban libres.

—Ah, sí —digo, asintiendo aunque estemos de espaldas y él no pueda


verme—. ¿El apartamento que te compró su padre?

El corte se detiene, y me aprieto los ojos. Joder.

—¿Cómo supiste lo del apartamento?

El pánico me hace abrir la nevera sin motivo alguno.

—¿Eh?

Puedo sentir sus ojos en mi nuca.

—No supe lo del apartamento hasta que te fuiste, así que... ¿cómo lo sabes?

Trago. Con fuerza.

—Sólo lo supuse —miento—. Quiero decir... con todo el asunto de Joseph y


tu madre, y el camión y... —y joder, joder, joder.

Se queda callado un largo momento. Luego, finalmente, dice: —Tiene


sentido. —Suelto el aliento que había estado conteniendo, y el picado comienza de
nuevo—. ¿Crees que deberíamos instalarnos dentro o fuera?

—Fuera. —Me vuelvo lentamente hacia él—. Por supuesto.


—Debería haber sabido que dirías eso. —Señala el cuchillo hacia el lado
opuesto del mostrador—. Hay algunas cosas de picnic en el armario de abajo si
quieres instalarte.

Disimulo mi sonrisa mientras me muevo a su alrededor, busco lo que necesito


y me dirijo al exterior. Sólo cuando he extendido la manta a unos metros de la puerta
de su casa, dejo que mi sonrisa aflore por completo. La idea de sentarme y mantener
una conversación decente con él alivia un anhelo que he mantenido durante
demasiado tiempo. He deseado un momento como éste, los dos solos, para poder
hablar. Para que me cuente todo lo que ha hecho en los últimos cinco años, y quizás
—si él quiere— yo pueda hacer lo mismo.

Preparo el plato de plástico para dos y cojo algunas flores del jardín para
ponerlas en uno de los vasos transparentes. Lo coloco en el centro de la manta y
me pongo de pie, con una sonrisa cada vez más amplia al asimilar mi trabajo. Con
un salto en mi paso, me dirijo de nuevo al interior y me detengo junto a él.
—¿En qué más puedo ayudar? —pregunto, saltando sobre las puntas de los
pies.

Se detiene a medio camino, sus ojos brillan con una emoción que no puedo
descifrar. Suelta el cuchillo y se acerca lo suficiente como para que pueda sentir el
calor que irradia, ver cómo su camiseta se estira sobre su amplio pecho con cada
inhalación, con cada exhalación.

Mantengo mis ojos en los suyos, esperando que no se dé cuenta de mi lucha


por respirar, especialmente cuando levanta la mano y sus dedos desplazan los
mechones de cabello sueltos de mi cara hasta detrás de mi oreja. Mis ojos se cierran
cuando el calor de su palma flota a lo largo de mi mandíbula. Susurra mi nombre
cuando su frente se encuentra con la mía, sus manos se posan suavemente en mis
caderas, y lo único que se me ocurre decir es: —¿Qué estás haciendo?

Su mejilla roza mi sien cuando acerca su boca a mi oído.

—¿Qué quieres que haga?

Tartamudeo una respiración, abro mis ojos a los suyos.

—¿Qué quieres hacer?

—Besarte. —Sus ásperas manos se mueven desde mi cintura, subiendo por


mi espalda, por debajo de mi top, deteniéndose en mi nuca. Me aprieta suavemente
ahí, sujetándome, y puedo oír cada una de mis respiraciones superficiales pasando
por mis labios, haciendo que se me seque la boca—. Pero si te beso —murmura—
los dos sabemos que no podré parar ahí. Tendré que probarte, follarte. ¿Es eso lo
que quieres?
Antes de que pueda contestar, suena mi teléfono, que vibra en la encimera a
mi lado. Sé quién es por el tono de llamada, pero Holden... su mirada se dirige al
teléfono, y puedo ver el momento en que lo registra.

—Contesta —exige, acercándose, bloqueándome y manteniéndome en mi


sitio.

Su dureza me presiona el estómago, demostrando que no soy la única que


se pierde en nuestra lujuria, en nuestro deseo.

—No.

Suelta su mano de mi nuca y toca mi teléfono, poniendo fin al timbre. Justo


cuando creo que ha declinado la llamada, la voz de Dean irrumpe en el aire,
dividiendo la tensión entre nosotros.

—Hola, Jamie.

Antes de que pueda responder, Holden me besa. Y no es forzado, ni


dominante.

Es suave y delicado, como sus manos en mi cara, y cuando nuestras lenguas


se juntan, un silencioso gemido pasa de sus labios a los míos. Suelta una mano y
la baja por mi cuerpo, entre mis pechos, hasta mi vientre desnudo, e instintivamente
muevo las caderas hacia delante mientras le muerdo el labio, provocando otro
gemido. Encuentra el punto palpitante entre mis piernas y pasa un solo dedo por
mis labios.

—¿Jamie? ¿Estás ahí? —dice Dean, y yo salgo a tomar aire, obligando a


Holden a trasladar sus besos a mi cuello, mordiéndolo, lamiéndolo.

—Sepáralas —murmura Holden, lo suficientemente alto como para que lo


oiga.

Hago lo que me pide, le rodeo el cuello con los brazos y él desliza una mano
por la parte delantera de mis calzoncillos.

—¡Jamie! —Dean vuelve a llamar y Holden se detiene. Cada músculo de su


cuerpo se tensa por un momento antes de soltarme por completo, poniendo fin a
nuestra locura. Da un paso atrás y se mete una mano en los calzoncillos para
ajustarse, y antes de que pueda darme cuenta de lo que está pasando, la puerta
principal se abre de golpe.

—¡Hola, Jamie! —Brianna canta, caminando hacia nosotros en nada más


que un sujetador deportivo y pantalones cortos ajustados.
Mi boca se abre, pero cualquier palabra que tenga muere en mi pecho. Cojo
el teléfono y le cuelgo a Dean mientras Holden abre el horno y saca la bandeja. La
coloca con cuidado en la encimera y dice: —En el momento perfecto.

Brianna está ahora en el lado opuesto del mostrador, y se inclina, inspecciona


la comida.

—¿Es la receta de lasaña vegana que te di?

—Claro que sí —responde Holden, y aunque estoy cegada por la traición,


consigo ver cómo se inclinan sobre el mostrador y se besan.

—Eres muy dulce —dice Brianna, y casi me río de la idea. ¿Holden? ¿Dulce?
Se me aprieta el pecho al darme cuenta de que tiene razón. Holden es dulce.
Cuando te quiere, cuando te adora y quiere complacerte, Holden puede ser el único
hombre que te baje la luna.

—¿Vas a venir a comer con nosotros? —me pregunta Brianna, y yo me doy


la vuelta, esperando que no se den cuenta de mi esfuerzo por parpadear las
lágrimas, por luchar contra la angustia.

—No... —Casi susurro. Despejo el dolor de mi pecho—. Yo estaba...

Aparentemente, Holden habla por mí ahora.

—Jamie ayudó a preparar un picnic afuera.

—Vaya, gracias. —La dulce e ingenua Brianna. Y la estúpida y lamentable


yo.

—Bueno, ya me iba. —Ni siquiera espero una respuesta. En su lugar, me


apresuro a la puerta y salgo, pasando por el montaje del picnic mientras me voy.

Se me llenan los ojos de lágrimas y un sollozo se aloja en mi garganta, porque


¿cómo he podido ser tan jodidamente patética?

—¡Jamie! —Holden llama tras de mí, y puedo oír sus pasos cerca.
Demasiado cerca.
—¡Vete a la mierda!

—¡Jamie! —Me agarra del brazo, haciéndome girar hacia él. Lo que ve en mi
cara tiene su caída. Su mirada pasa de mí a su casa, una y otra vez. Lentamente,
con cuidado, me mueve detrás de un enorme tronco de árbol, ocultándome de su
novia. Del mundo—. Sólo era una broma... —dice, sus ojos buscan los míos.

—¿Me besaste y tocaste así, como una broma? —digo, con los dientes
apretados. Holden no responde, sólo sigue mirándome.

—Bueno, felicidades —murmuro, encogiéndome de hombros para evitar que


me toque—. Porque seguro que me has hecho sentir como tal.

Se encoge de hombros.

—Lo siento —dice, pero está claro como el día... No lo siente.

Ni siquiera un poco.
Capítulo 17
Holden
Lo primero que dejé de recordar de Jamie fue su risa, y escucharla ahora es
como un repentino dolor punzante en el pecho.

Para ser honesto, después de la mierda que hice ayer, no estaba seguro de
volver a escuchar esa risa. Fue una gilipollez, pero me disculpé, ella no aceptó, y
eso fue todo. No iba a arrastrarme para pedir su perdón, sobre todo teniendo en
cuenta que nunca me pidió el mío.

Su risa viene en oleadas, recuerdo ahora, silenciosa al principio, y luego todo


se desata. Recuerdo haberla observado una vez, comentando lo mucho que su risa
se adaptaba a su sonrisa, a ella. Fue difícil sacarla las semanas posteriores al
ataque, pero poco a poco, con seguridad, la recuperé. Un poco por ella, pero sobre
todo por mí. Necesitaba saber que lo que nos había pasado no iba a destrozarla, y
habría hecho cualquier cosa para asegurarme de ello.
Detengo mi trabajo en el invernadero para poder escucharla de nuevo.

—Es mucho más difícil de lo que parece —dice Jamie entre risas.

Un hombre responde, pero no es con quien supuse inicialmente que estaba


hablando.

—Sí, seguro que lo haces parecer más difícil de lo que es. —Reconozco al
instante la voz como la de Colton, mi amigo, y me quito los guantes, los tiro en el
banco y me dirijo a la salida. No tengo ni idea de por qué está aquí, pero él —
alrededor de cualquier chica— es un problema. Todavía me estremezco cuando
pienso en la vez que le puso una mano en la pierna a Mia y su ahora marido, Leo,
casi lo ahoga hasta la muerte.

Colton es un par de años mayor, y siempre nos hemos llevado bien porque
nos gusta la fiesta de la misma manera. Nosotros dos —en su día— éramos a los
que las madres de por aquí advertían a sus hijas. ¿La diferencia entre nosotros? Yo
siempre soy respetuoso. Colton tiene el hábito de tambalearse en el borde. Y que
se joda si le permito hacerlo con Jamie.

Aparecen en el momento en que salgo del viejo granero. Al otro lado de la


calzada, en el aparcamiento, Jamie lleva unos pantalones cortos de mezclilla y una
camiseta negra suelta que cuelga por un lado, dejando al descubierto su hombro
desnudo y el tirante del sujetador de color rosa intenso. Y entonces me fijo en el
resto de ella: casco, coderas, rodilleras y patines.

Maldita sea, es linda. Y me cabrea muchísimo.

Está dando pasos de bebé, sin rodar realmente, con los brazos extendidos
para intentar alguna forma de equilibrio.

Demasiado tarde, me doy cuenta de lo que Colton está haciendo, y mi sangre


hierve a fuego lento, mi rabia se está gestando, furiosa justo debajo de mi carne.

La está tocando.

Tiene su mano enroscada alrededor de la cintura de ella mientras la otra le


mantiene firme el antebrazo.

—Ya lo tienes —le anima.

Me muevo antes de poder detenerme, gritando: —¿Qué carajos estás


haciendo? —No estoy seguro de a quién van dirigidas esas palabras, pero no
parece importar porque ambos se detienen en seco y me miran. Colton parece
confundido, mientras que Jamie tiene los ojos muy abiertos, como si la hubiera
pillado haciendo algo que no debería. ¿Estaba coqueteando con ese hijo de puta,
aquí mismo, en mi casa?

La maldita audacia.

—Sólo estaba probando algo... —dice, su voz baja, los ojos se niegan a
encontrarse con los míos.

—Hermano, ¿cuál es tu problema? —dice Colton entre risas.

—¿Mi problema? —Sigue aferrándose a ella, y ella no lo detiene. Debería


arrancarle las manos y golpearlo con ellas. Una mano por tocarla en la cafetería, y
la otra por esto. Porque él no es digno de tocarla, nadie lo es. Nadie más que...

Detengo mis pensamientos ahí... evito que me tiren hacia abajo, que me
arrastren. Los celos son una emoción peligrosa, y es una que no había sentido en
años. No hasta que vi a Jamie de nuevo.

—¿Mi problema? —pregunto, tratando de mantener la calma—. Mi problema


es que te ves ridícula, Jamie.
La mirada en su cara...

Me pregunto si tenía el mismo aspecto cuando Dean entró en esa habitación.

—Y este es un lugar de negocios. No es precisamente profesional que


parezcas una niña de ocho años dando vueltas en patines. ¿Y si viniera un
proveedor? ¿O un cliente?

—Hermano, realmente no es para tanto —dice Colton. Como si tuviera algo


que decir. Que se joda.

—No, tiene razón —dice Jamie—. No debería estar haciendo esto.

Colton me mira un momento antes de ayudarla hacia la acera, sin soltarla


hasta que está sentada y se quita los patines. Les doy la espalda porque me duele
demasiado mirar y vuelvo al trabajo, ignorando la voz dentro de mi cabeza que me
dice que es demasiado, que he sido demasiado duro.

Unos minutos más tarde, siento la presencia de Colton antes de que se dé a


conocer.

—¿Quieres decirme de qué se trataba eso?

—No especialmente —murmuro, concentrado en recortar las plantas de


cítricos que deben salir mañana—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Maggie me pidió que dejara algunas cosas de la panadería. —Los padres
de Colton son dueños de la granja de trigo en el pueblo, junto con la panadería. Ha
estado en su familia durante generaciones, y como yo, el negocio es su futuro. Su
legado.

Sin mirarle, afirmo, intentando mantener la voz uniforme: —Genial. Puedes


dejarlo en la casa.

Se queda callado un rato antes de afirmar:

—He oído que Jamie sigue por aquí... —Que se joda por tener su nombre
cerca de su boca—. Entonces, ¿cuál es el trato?

—No hay trato —suspiro.


—¿Ah, así que ese pequeño acto tuyo en la cafetería fue sólo para qué?
¿Para divertirte y reírte?

Cierro los ojos con fuerza y trato de recuperar la compostura. Finalmente, de


cara a él, le doy las notas a pie de página.

—Es una chica con la que salí en el instituto y a la que no he visto en años,
y se ha presentado aquí por casualidad, y no sé qué quiere de mí, pero sea lo que
sea, no puedo dárselo.

—Claro. —Asiente lentamente, una y otra vez, pero está claro que mi
explicación no es respuesta suficiente, y deseo que se vaya a la mierda. Cruzando
los brazos, dice: —Es que... Quiero decir, sabes que siempre que salías de la
ciudad, Bri y yo nos enrollábamos, y no parecías tener ningún problema con eso.

Mantengo la boca cerrada.

—Y hubo una vez en la que tú y yo...

—Lo entiendo —interrumpí. No necesito que me recuerden cuando Colt y yo


estábamos borrachos y drogados, y Bri nos convenció de alguna manera de que
sería “divertido”.

No lo fue.

¿Qué puedo decir? Éramos jóvenes, tontos y llenos de semen. Y Colton no


se calla.

—Y Bri es tu actual novia.

Igualo su postura y finjo aburrimiento.

—Tu punto sería bueno ahora mismo.

—Mi punto es que te tiene presionado, hermano, y quiero saber por qué.

—¿En qué te afecta?

—Puede que quiera invitarla a salir —dice encogiéndose de hombros.

Sólo de pensarlo se me revuelve el estómago.

—Se irá en un par de días.

Se ríe.

—Aún mejor.

Ha pasado un minuto desde que sentí la necesidad de golpear a alguien,


pero Colton... lo está presionando.

—Deberías alejarte de ella. —Mis ojos se desvían hacia la puerta abierta del
granero cuando oigo abrirse y cerrarse las puertas de los coches. Un segundo
después, el coche de Maggie pasa con Jamie en el asiento del pasajero.
—¿Por ella o por ti? —pregunta Colton.

Y aquí radica mi dilema. Porque por muy cliché que sea, estoy seguro de que
no la quiero, pero tampoco quiero que nadie más la tenga. O incluso estar cerca de
ella. Y aunque sea difícil de admitir, es la verdad. No importa cómo intente darle la
vuelta.

—Por ti, hermano —miento, mirándolo de nuevo. Y luego me encojo de


hombros, dejando caer las manos a los lados en una muestra de desinterés—.
Como he dicho, no la he visto desde el instituto. Quién carajos sabe qué, o quién,
ha estado haciendo los últimos cinco años.

🧩 🧩🧩

Jamie
Ayer, después de huir literalmente de Holden, seguí corriendo.

Mi terapeuta dice que está arraigado en mí —esta mierda de correr— ya que


era lo que mi madre solía decirme que hiciera cuando las cosas estaban a punto de
“irse a pique”' en la casa.
Correr tampoco significaba necesariamente un movimiento rápido de las
piernas. Podía significar cualquier forma de disociación con cualquier situación no
deseada en la que me encontrara.

De ahí la caravana y este estilo de vida nómada que he adoptado


involuntariamente. No se suponía que fuera para siempre, pero sinceramente, cada
vez me resulta más imposible ver otro futuro para mí.

Cuando salí de la casa de Holden, volví corriendo a la casa principal, y no


me detuve. No sabía a dónde pretendía ir, pero acabé en el lugar de mi accidente,
donde pasé buena parte de la tarde buscando mi posesión más preciada con los
ojos llenos de lágrimas. No lo encontré. Así que volví a mi casa rodante, busqué
cuánto cuestan los detectores de metales e intenté trabajar con el Wi-Fi irregular
que pude conseguir.

Y entonces Maggie —mi salvadora, mi gracia— llamó a mi puerta con nuestra


cena.
Nos sentamos, comimos y hablamos un poco más. Cuando me preguntó por
mi día, simplemente le dije que había ido a dar un paseo y que había sido divertido.
Maggie tenía un radar para mentiras que podría desafiar a los sistemas más
poderosos del mundo, pero no insistió en el tema. Le dije que había intentado hacer
algo de trabajo, pero que no podía hacer mucho por culpa de Internet. Resulta que
Holden está actualizando su red, signifique lo que signifique, y el Wi-Fi sólo funciona
en la casa o en la oficina. Me dio la bienvenida a usar cualquiera de los dos.

Todavía no he pisado la casa principal.

Ya es bastante malo que esté invadiendo el espacio personal de Holden al


estar en su propiedad. La idea de estar realmente dentro de su casa... rodeado de
pruebas de su infancia y su familia y su... su madre... no hay manera de que le haga
eso.

No hay manera de que me lo haga a mí misma.

Así que, con la casa fuera de los límites y siendo la oficina la zona de Holden,
le pedí si podía llevarme a la cafetería. Allí fue donde pasé la mayor parte del día,
poniéndome al día con el trabajo y siendo “cotilla” con la señorita Sandra.

Si se quita el gigantesco montón de mierda de perro al que se refiere el odio


de Holden hacia mí, creo que podría gustarme de verdad este lugar.

🧩 🧩🧩

—Por favor, dime que la razón por la que no has llamado es que llegaste y
desde entonces todo ha sido un puto arco iris y mariposas.

Me encojo físicamente ante las palabras de Zeke y sostengo el teléfono con


más fuerza mientras me deslizo fuera de la casa rodante, con la ropa de dormir y la
toalla en la mano.

—Debería haber llamado.

—No me digas, Jamie —dice Zeke—. Y sabes que siempre te he dado el


tiempo y el espacio para hacer lo que necesitas, pero esto es diferente.

—Lo sé —digo, desbloqueando la puerta del despacho y deslizándola para


abrirla.

—Lo siento.

—¿Llegaste bien?
Enciendo las luces.

—Llegué aquí bien, y luego... —Me detengo, dudando sobre cuánto revelar.

—¿Y luego qué?

—Y entonces... —Me detengo a la salida del baño y pienso un momento—.


Encontré a Holden. Básicamente me dijo que me fuera a la mierda, y mientras me
iba, como que... conduje mi caravana a una zanja.

—No recuerdo haber dicho tal cosa. —Me ahogo en un jadeo y giro hacia la
voz. Holden está sentado detrás del gran mostrador de recepción, con la cabeza
inclinada y las cejas fruncidas—. O tal vez sí.

Con los ojos muy abiertos, digo al teléfono.

—Tendré que volver a llamarte.

—¿Todo bien?

—Ajá. —En realidad no—. Te lo explicaré todo más tarde. —Cuelgo, tratando
de calmar mi pulso—. Me has asustado —le digo a Holden, mirando la hora en mi
teléfono—. ¿Qué estás haciendo aquí? Son como las diez y media.

Se echa hacia atrás en la silla, observándome de la misma manera que lo ha


hecho en los últimos días: aburrimiento mezclado con desprecio.

—Tienes una gran habilidad para decir lo obvio.

Me aguanto las ganas de reír.

—Primero que mi novia es hermosa y ahora el tiempo...

—Bueno... —digo, negándome a recibir su mirada—. Ha sido un placer hablar


contigo. Voy a meterme en la ducha... —Dejo el teléfono y las llaves sobre el
escritorio y me vuelvo hacia el baño, murmurando— Tal vez incluso me ahogue allí
sólo para hacerte feliz.

El vapor de la ducha hace que respirar sea una tarea difícil. También lo es el
simple hecho de mantenerse erguido. Lo único que quiero es meterme en la cama
y olvidar los últimos días. Por desgracia para mí, me seguiré despertando en el
mismo lugar con los mismos enigmas y sin una salida inmediata. Frustrada, cierro
el grifo, aparto la cortina y salgo, quedándome momentáneamente helada cuando
veo a Holden apoyado en la puerta cerrada, con mi toalla sobre un hombro. Me
apresuro a volver en mí, a cubrir mis partes más íntimas.

—¿Qué carajos, Holden?


—Tu teléfono ha estado sonando —afirma, sosteniendo mi teléfono hacia mí
como prueba. Sus ojos recorren lentamente mi cuerpo y luego vuelven a subir—.
Mensaje tras mensaje de él.

—Vale —exhalo. Estoy temblando, y no sé si es por el frío o por el hecho de


estar desnuda y empapada delante de un chico que no esperaba que estuviera
aquí—. Dame mi toalla.

—¿Crees que debería leer los mensajes?

La irritación recorre mi carne.

—Adelante —le digo—. El PIN es el mismo de siempre. —La mirada de


Holden pasa de mi teléfono a mí, y el destello de calor en sus ojos me provoca un
escalofrío. Deja el teléfono en la encimera del baño y se acerca a mí, cogiendo mi
toalla del hombro y abriéndola de par en par.

Lentamente, con cuidado, me pasa la toalla por los hombros y me envuelve


por completo. No se aparta cuando termina. En su lugar, dice, en voz baja: —
¿Recuerdas cuando solía hacer esto por ti?

Mi pecho se eleva con mi repentina inhalación.

—Siempre que te duchabas en mi casa, ponía la toalla en la secadora, para


que estuviera caliente cuando salías.

Estoy congelada. Incapaz de moverme. Incapaz de pensar.

—Dime que te acuerdas, Jamie.

Asiento con la cabeza, tragándome el dolor de mil recuerdos agradables.

—Por supuesto que me acuerdo.

En un instante, el calor de sus ojos desaparece, sustituido por algo siniestro.

—Entonces, ¿qué hiciste después de salir ayer? —No espera mi respuesta


antes de añadir— Yo, por mi parte, tenía las pelotas tan azules que apenas podía
caminar. Gracias a Dios que Bri estaba allí.

Sacudo la cabeza, intento moverme alrededor de él, pero me detiene.

—¿Volviste a tu caravana y te cogiste la mano mientras pensabas en mí? —


Sonríe, y siento que una parte de mí muere por dentro con esa sola mirada—. O tal
vez pensaste en Dean —escupe, acercándose de nuevo—. Tiene sentido, teniendo
en cuenta que ambos merecen ser follados.
No soy más que un juego para él. Un pequeño e insignificante juguete para
torturar y atormentar.

—Vete a la mierda —murmuro, ignorando las lágrimas que amenazan con


caer. No me molesto en vestirme. Sólo tomo mi ropa, me pongo los zapatos y me
doy la vuelta para irme, pero mi orgullo y mi autoestima me retienen en mi sitio.

Las lágrimas se agolpan en mis párpados cerrados mientras mi corazón late


contra mi caja torácica. Aun así, me tomo mi tiempo, asiento mis respiraciones antes
de abrir los ojos y enfrentarme completamente a él.

—¿Crees que caí en esa zanja a propósito? —Exhalo.

Me observa mirándole, sin señal de remordimiento en ninguno de sus rasgos.

—¿Lo hiciste?

—No.

Se cruza de brazos, aburrido de nuevo.

—Nunca se me pasó por la cabeza esa idea.

—¿A no? —pregunto, tratando de serenarme. Porque quiero que mis


siguientes palabras sean tranquilas. Concisas. Para que no tenga más remedio que
escucharlas. Para sentirlas—. Porque actúas como si yo quisiera estar aquí. —Mi
garganta arde con mi sollozo retenido—. Contigo, alguien que ha dejado muy claro
que no me quiere aquí. Aprovechas cada oportunidad para recordarme lo que
tuvimos con tus ojos y tu tacto, pero luego me hablas... ¡y las palabras que dices
me destripan, Holden!

Su boca se abre, pero no le dejo hablar.

—Lo entiendo. Te hice daño cuando me fui. Pero me arrinconaron y sentí que
no tenía otra opción. Lo entiendes. Nunca he hecho nada para herirte o degradarte
a propósito. Y tú... —digo, empujando un dedo en su pecho—. Has sido jodidamente
implacable. La forma en que me golpeas. La forma en que me hablas, como si no
importara. Has hecho que me asuste estar cerca de ti, y eso es algo que nunca
pensé que sentiría contigo. Incluso después de todo. —Ahora estoy llorando,
lágrimas inútiles y patéticas que no paran, joder—. Cada día, pierdo una parte de
mí contigo porque me haces sentir tan... tan menos. Tan inútil. —Mi mirada cae, y
mi estómago la sigue. Sin levantar la vista, le digo, añadiendo angustia a mi
miseria— Y si quisiera sentir esas cosas, nunca habría escapado del ambiente
tóxico de mi infancia.

Acorta la distancia entre nosotros y yo me quedo quieta, momentáneamente


paralizada por mis verdades.

—Jamie —susurra, su mano rozando la mía.

—No. —Me alejo, doy otro paso atrás—. Por favor, no me toques más. De
ninguna manera.

Me giro rápidamente y corro. Porque eso es lo que hago cuando me enfrento


al miedo.

Espero a estar encerrada en mi casa rodante, y él está demasiado lejos para


oírme soltar mis gritos.

Hoy, me aferraré a mi ira.

Y mañana, lo perdonaré.

Porque lo único que aprendí desde que me enfrenté a mis miedos hace tantos
años es lo siguiente: la gente herida, hiere a la gente.

Y yo soy la causa del dolor de Holden.

Hoy, me aferraré al dolor.

Y mañana, me disculparé por ello.


Capítulo 18
Jamie
Últimamente, he pensado mucho en la definición de
hogar.
¿Se trata de cuatro paredes exteriores y un techo sobre
la cabeza, o es el hogar un estado del ser?

He viajado por el país durante los últimos años, y mi


hogar era esta casa rodante.

Cuando llegaba el momento de seguir adelante,


simplemente me trasladaba a un nuevo escenario, veía algo
diferente. Tratar de sentir algo diferente. En mi corazón, sabía
que cada mudanza significaba el comienzo de una nueva
búsqueda, pero el problema es.... Creo que no sé realmente lo
que estoy buscando. Siempre supuse que sabría lo que es
cuando lo encontrara... sea lo que sea eso.

Pero, cuanto más tiempo hago esto, más difícil es ver el


final. O el principio. Porque si el hogar es un estado del ser,
entonces creo que nunca he tenido uno realmente. Y supongo
que por eso me resulta tan difícil definirlo.

Tal vez el hogar no sea más que un lugar en el que


apoyas la cabeza cada noche. Si es así, me entristece pensar
que esto es lo mejor que nos va a pasar, a ti y a mí.

En mi mundo ideal, el hogar es estar envuelto en los


brazos de alguien que te quiere. O que te ama. Al menos
entonces, puedo decir que lo tuve una vez. Y el hogar era todo
lo que esos carteles genéricos de inspiración de la Dollar
Store9 te dicen que es.

9
Dollar Tree Store: Tienda de dólar. Es una tienda de Estados Unidos, donde todos los artículos que ahí se
Dejo de teclear cuando la luz se cuela en mi caravana y me quito los
auriculares justo a tiempo para escuchar un vehículo que se detiene a mi lado. La
puerta del coche se abre y luego se oyen pasos. Con la respiración contenida,
espero a que llamen a la puerta. Como hay un coche de por medio, dudo mucho
que sea Maggie. Además, se fue hace más de una hora después de nuestra cena
nocturna.

Si tuviera que adivinar, diría que es Holden el que ha venido a echarme la


bronca después de todo lo que dije anoche. Había pasado todo el día evitando la
situación, pero no puedo hacer esto para siempre. Cada acción tiene una reacción,
y no puedo culparlo por lo que siente... o por lo que dice a cambio. Unos segundos
más tarde, la puerta de la caravana suena lo suficiente como para que me dé cuenta,
pero no lo suficiente como para hacer ruido. Y entonces todo vuelve a suceder, sólo
que a la inversa. Pasos, la puerta del coche cerrándose, los faros desapareciendo.

Pasan minutos antes de que esté lista para levantarme y abrir la puerta. Salgo
al exterior, comprobando primero el suelo y luego la puerta, y es entonces cuando
lo veo. De la manilla de la puerta cuelga una bolsita transparente con trozos de tierra
y un colgante de plata con un anillo de humor en el centro y pétalos de dalia
alrededor.

El mismo colgante que me había dado la noche del ataque.

Cuando me fui, ya había sucumbido al hecho de que no podía tenerlo, no


todo él, y por eso me había conformado con un trozo de él.

Hasta el accidente, siempre había estado conmigo —en la mano o en el


bolsillo— como un recordatorio de por qué seguía aquí.

Respiración dolorosa. Pero sigue existiendo.

Es mi posesión más preciada.


Tengo miedo de parpadear por si se me caen las lágrimas. Lo saco de la
bolsa, mis ojos se cierran cuando cierro los dedos a su alrededor, siento sus bordes
familiares clavándose en mi palma. Un único y silencioso sollozo se escapa cuando
lo acerco a mi corazón, dejando que llene todos los espacios vacíos que he creado
por las decisiones que he tomado.

—Lo siento —susurro.

Pero no hay nadie cerca para escucharlo.

venden cuestan $1 dólar o menos.


Capítulo 19
Holden
—No entiendo por qué no te llevas mi camioneta.

Papá carga el último de los limoneros en maceta en la plataforma de su vieja


y destartalada camioneta con el descolorido logotipo de Eastwood Nursery en el
lateral.

—No, gracias —dice.

—¿Por qué no?

No responde. No necesita hacerlo. Ya sé la respuesta y, en realidad, fue una


estupidez por mi parte siquiera ofrecerla. Ya era bastante malo que las flores que
suministramos para la boda de su ex mujer con su nuevo marido nos dieran
suficiente beneficio para otra temporada, pero ahora tiene que ver mi camioneta
exagerada en la entrada de su casa todos los días, un recordatorio de todas las
cosas que él no podía proporcionarme y que Joseph sí puede. Joseph, el
multimillonario, y no, no estoy exagerando. Aunque estoy seguro de que mi padre
desearía que lo fuera. A veces sueño con vender la maldita cosa y devolver el dinero
a la empresa, pero no quiero herir los sentimientos de nadie.

Además de la de Jamie, aparentemente.

Soy el primero en admitir que la he cagado. Mal. Y sé que debería


disculparme por la forma en que la he tratado, pero decir esas palabras se siente
como si le diera un pedazo de mi alma, y la última vez que hice eso... no terminó
muy bien.

Aun así, sé que debería arreglarlo de alguna manera. Sólo que... no sé cómo
hacerlo, y para ser honesto, no sé si vale la pena intentarlo. Pronto, ella se habrá
ido, y no será más que un recuerdo lejano. Otra vez.
Estas son las mentiras que me digo a mí mismo. Una y otra vez. Una y otra
vez. Siete versiones diferentes de la misma puta mentira.
Papá y yo nos giramos al oír el ruido del coche de Maggie entrando a toda
velocidad en la entrada de la casa, que apenas consigue salirse de la carretera
antes de detenerse.

—Oh, mierda —murmuramos papá y yo al mismo tiempo.

—Está loca —comenta papá.

Maggie nos mira a través del parabrisas.

—Muy loca —acepto. Entonces pregunto —¿Qué has hecho?

—No lo sé —dice en voz baja— ¿Respirar mal?

Vemos a Maggie salir de su coche, sin molestarse en cerrar la puerta tras


ella.

—¡Holden Gregory Eastwood el Quinto10! —grita, marchando hacia nosotros.


Puedo sentir cómo la tensión abandona el cuerpo de papá y se traslada
directamente al mío.

Me pongo más alto.

—¿Si...?

Me señala con un dedo el pecho.

—¿Le dijiste algo a Jamie sobre su patinaje?

Ah, mierda.

—Um... —A mi lado, papá se ríe. Traidor.

—¡Porque acabo de encontrarme con la señorita Sandra en la cafetería y me


ha dado esto! —grita, golpeando un papel contra mi pecho, y ni siquiera tengo
tiempo de mirarlo antes de que siga furiosa— ¡es un dibujo de su hija para agradecer
a Jamie los patines! Así que supongo que has dicho algo. ¿Lo hiciste?

Empujo hacia abajo el miedo que construye un nudo gigante en mi garganta.

—Tal vez.

10
El Quinto: Hace referencia a que es la quinta persona en esa familia con el mismo nombre. El padre de
Holden seria, Holden Gregory Eastwood el Cuarto. Y así sucesivamente.
—¡Maldita sea! —Para ser tan pequeña, es muy luchadora. Nunca había visto
este lado de Maggie Mags. No sé si quiero volver a verlo. Estoy seguro de que
podría prenderme fuego sólo con su mirada.

—Cálmate, cariño —intenta calmar papá, moviéndose detrás de ella para


masajearle los hombros.

Ella se encoge de hombros.

—¡No! —le dice. Luego a mí— ¿Sabes siquiera por qué lo hacía?

Miro hacia papá, esperando que pueda salvarme. Pero está demasiado
ocupado intentando no reírse. Así que mi miseria es su alegría. Es bueno saberlo.

—¿Quién?

Los ojos de Maggie se diluyen hasta convertirse en rendijas.

—No te hagas el tonto conmigo, mierdecilla.

Papá suelta una carcajada y Maggie se aleja de él y se acerca a mí.

—Siempre que Jamie conoce a gente nueva en sus viajes, les pregunta cuál
es su recuerdo favorito de la infancia y lo añade a una lista. El patinaje fue uno de
ellos. Y hace estas cosas de la lista como su forma de reclamar su infancia. La
misma infancia que le fue arrebatada.
Las facciones de papá se vuelven solemnes mientras mi corazón se hunde
en el estómago.

—¡Y tú! —Maggie golpea su dedo en mi pecho de nuevo—. ¡Te has cagado
encima!

—La he cagado —admito.

—¡Sí, lo hiciste! —Maggie está de acuerdo—. ¡Le debes una disculpa,


Holden! ¡Ahora!

🧩 🧩🧩
Jamie
Oigo los gritos de Maggie, pero no puedo distinguir sus palabras. Cierro la
computadora y me pongo rápidamente en pie, cogiendo la lata de gas lacrimógeno
de camino a la puerta. Dudo mucho que necesite este tipo de ayuda, pero más vale
prevenir que curar. En cuanto abro la puerta, me encuentro cara a cara con Holden,
cuyos ojos se dirigen inmediatamente a la maza que tengo en las manos.

—¿Es eso un spray de pimienta?

Instintivamente lo escondo detrás de mi espalda.

—Escuché a Maggie gritando...

—Sí... —Su cabeza baja mientras se frota la nuca—. Me estaba gritando —


murmura antes de levantar la vista hacia mí—. ¿Podemos hablar?

—¿Qué pasa?

Hace un gesto hacia un lado, lejos de mi casa rodante.

—¿Tal vez dejar el spray de pimienta aquí?

Vuelvo a colgar la lata en su gancho junto a la puerta y espero a que dé un


paso atrás antes de unirme a él.

—¿Está todo bien?

Su respuesta es un suspiro que siento en mis huesos.

—La verdad es que no. —Me mira fijamente un momento, con sus ojos
brillantes contra el duro sol. Luego me hace un gesto para que le siga—.
Deberíamos hablar.

Pasamos junto a Big H y Maggie en la camioneta de la empresa mientras él


me guía a través del granero y hacia el invernadero aún más grande. Todavía no
me he atrevido a poner un pie en esta zona, ya que sé que es principalmente donde
Holden pasa sus días. Y por si los últimos días no fueran prueba suficiente, ¿Holden
y yo ahora mismo? No es una buena combinación.

El granero en sí mismo no es gran cosa, pero el invernadero... Dios mío, lo


que daría por vivir aquí. Morir aquí. Hay tanto verde salpicado de colores que no
podría describirlo con palabras. Bandejas y bandejas llenas de macetas y macetas
de plantas en el suelo, en estantes, colgando del techo. El olor en sí mismo es
abrumador, pero la vista de todo ello...

Sigo a Holden hasta la prominente fuente de agua situada en el centro del


invernadero y casi suelto un chillido cuando veo a los peces de colores nadando en
el fondo. Se sienta en un banco frente a la fuente, con una miríada de helechos
detrás. Me siento a su lado, con el colgante en la mano y acercando las rodillas al
pecho, mientras mis ojos lo captan todo a la vez.

—Mierda, Holden, esto es hermoso...

—Lo siento —interrumpe—. Sobre los patines. No sabía...

Lo miro de reojo, pero está inclinado hacia delante, con los codos apoyados
en las rodillas, mientras mira cómo sube y baja el agua de la fuente. Abrazando más
mis rodillas, ignoro el ligero dolor de mi pecho y digo:

—Tenías razón. No debería haber hecho eso. No hace falta que te disculpes.
—No, yo sí —dice rápidamente, devolviendo la mirada hacia mí—. Y tengo
que disculparme por la forma en que te he tratado desde que llegaste.

—Como dije, no necesitas disculparte. Este es tu mundo, Holden, y yo sólo


estoy... entrando sin permiso.

Sacude la cabeza y se echa hacia atrás en el asiento.

—Oye, ¿recuerdas que cada vez que necesitabas desahogarte, te


preguntaba si simplemente estaba escuchando o si estábamos resolviendo un
problema?

Mi corazón quiere sonreír. Pero mi realidad me dice lo contrario.

—Sí.

—Esta es una de esas veces en las que necesito que sólo escuches...

Me quedo mirando la fuente, demasiado asustada para mirarle.


—Vale...

Se toma un momento antes de inclinarse de nuevo hacia delante, mirando


fijamente sus manos.

Después de aclararse la garganta, dice —No ha sido fácil para mí, Jamie...
que estés aquí. —Hace una pausa y yo le escucho. Escucho cómo el pulso late
inestable bajo mi carne, escucho cómo su respiración se vuelve tan tensa como las
palabras que siguen—. El caso es que, cuando nos conocimos, yo estaba pasando
por un momento muy duro en mi vida. Sentía que le había fallado a Mia, alguien
importante para mí, y... tenía miedo. Estaba en ese punto de abandonar mi
adolescencia y convertirme en un hombre, y... no tenía ni idea de cómo era eso para
mí. —Se ajusta la gorra, moviendo el ala de atrás hacia adelante, y mantiene la
cabeza baja para que no pueda ver sus ojos aunque lo intente—. Y entonces te
conocí, y me enamoré de ti, y de repente pude imaginar mi futuro.

El calor me quema detrás de los ojos, de la nariz, y separo los labios, intento
respirar a través de la angustia, mientras Holden continúa.

—Y cada vez que lo hacía, sólo estabas tú, aquí. Eso era todo, Jamie. Y no
sabía cómo íbamos a llegar hasta aquí ni cómo sería ese viaje... Sólo sabía que lo
quería. A ti. Aquí.

Sus palabras atraviesan un agujero en mi corazón, disminuyen la luz de mi


alma.

—Te imaginaba paseando por los jardines o sentada en este mismo banco
con las rodillas levantadas, rotulador en mano y bloc de dibujo en el regazo,
dibujando lo que tuvieras delante. —Me mira rápidamente, con una sonrisa triste en
sus hermosas facciones—. Exactamente igual que ahora. —Centrándose de nuevo
en sus manos, añade— Tú, aquí... era lo único que tenía sentido para mí.

Sé lo que viene a continuación incluso antes de que lo diga. También lo sabe


la fuente de mi vida porque me late en el pecho a través de las lágrimas que suelto.

—Pero luego te fuiste y te llevaste todos esos momentos perfectos. —Ahora


está en un rollo, revelando los últimos cinco años de angustia que le entregué—. Y
no entendí por qué. Durante mucho tiempo, me pregunté qué había hecho mal, y
repasé cada evento, cada conversación que tuvimos, y no pude... no pude
entenderlo.

No hiciste nada, quiero decir, pero sé que no significará nada para él, no
después de todo este tiempo.

Aspira una bocanada de aire y la suelta lentamente. Y luego se vuelve a


sentar, con el cuerpo medio girado hacia mí. Con los ojos llenos de lágrimas, levanto
la barbilla y le devuelvo la mirada. Merezco escuchar cada una de sus verdades,
por mucho que me arruine.

—Fue el verano después de mi primer año de universidad... Finalmente me


harté de preguntarme y fui a ver a Zeke a su restaurante. —Se lame los labios
mientras sus ojos buscan los míos—. Estaba de espaldas, y hablaba por teléfono,
y le oí decir “Cuídate, chica”.

El aliento que me abandona vuelve sólo unos instantes después, y ya no hay


olores abrumadores ni paraísos nirvánicos para que mis ojos se deleiten. Sólo hay
trozos de mí. Y de él. Y un pasado de imágenes incompletas.

—Lo juro por Dios —se apresura Holden—. Me sentí como... como si el
mundo entero se me cayera encima. Fue en ese momento, más de un año después,
cuando me di cuenta de que todo lo que imaginaba que sería mi futuro, todas esas
cosas a las que todavía me aferraba hasta ese mismo segundo... no significaban
una mierda para ti, Jamie.

No puede mirarme cuando mis lágrimas caen.

—Porque no corrías por correr. No corrías para desplegar tus alas y volar
como los pájaros. —Le perdono que se burle de mí—. Estabas huyendo de mí. Y
yo... —Se quita el sombrero por completo, se pasa una mano por el cabello—. No
voy a mentir, no sólo me rompiste el corazón, Jamie, lo destrozaste. Así que seguí
adelante. Dejé de esperar y empecé a vivir. Y entonces apareciste tú... —Su voz se
quiebra en las últimas palabras, y desearía poder abrazarlo sólo para que deje de
hacerlo porque no sé si puedo seguir escuchando. Pero sé que lo necesito. Que
necesita decírmelo—. Y cuando te vi, fue como... tú, aquí... y mi corazón me gritó:
“¡Esto es! Esto es todo lo que siempre has querido... ¡todo lo que podías imaginar!”
Pero entonces recordé lo que sentí al estar de pie en esa cafetería, destrozado y
solo, y lo que sentí cada día que te fuiste, y yo... pensé cómo carajo te atreves, y
me enojé contigo. Todavía estoy enfadado. Porque verte aquí es un recordatorio de
todo lo que me robaste sin siquiera una mirada atrás. Y si no me querías...

Por fin encuentro mi voz, o lo poco que puedo usar a través del insoportable
dolor de mi pecho.

—Holden, yo lo...

—No —interrumpe, todo su cuerpo vibra con su animosidad contenida—. No


quiero oírte decir esas palabras. No ahora. No después de todos esos días confusos
y noches solitarias en las que lo único que quería era oírte decirlas.

Asumo sus palabras. Una por una. Acepto sus emociones. Pieza por pieza.

—De acuerdo.

El silencio se extiende entre nosotros, y lo único que puedo hacer es observar


cómo me mira.

—No me gusta la forma en que te he tratado. Y a pesar de lo que pienses,


no quiero hacerte daño, Jamie —grazna—. Pero no puedo controlar lo que me hace
sentir verte, aquí.

Asiento con la cabeza, mis palabras son un susurro cuando digo: —Lo
entiendo.
Es el primero en romper nuestra mirada.

—Puedes quedarte todo el tiempo que necesites, pasear por los jardines, oler
las flores, dibujar lo que quieras.

Ya no dibujo, no se lo digo.

Porque no importa.

Nada de eso importa.


Capítulo 20
Jaime
Nunca he sentido la necesidad de llamar a la puerta principal de la casa. Todo
lo que necesito está guardado bajo llave en mi RV, donde pasé la mayor parte de
las últimas dos noches trabajando. Ayer y la mayor parte de esta mañana la pasé
en el restaurante trabajando. Y por “trabajar”, me refiero a: evitar a Holden a toda
costa.

La llamada llegó justo después del almuerzo, y desde entonces he necesitado


hablar con Maggie. Pero solo la idea de encontrarme con Holden me daba ganas
de meter la cabeza en un balde de agua y nunca volver a salir a tomar aire.

Estoy siendo dramática. Obviamente.

Al comprobar la hora en mi teléfono, me doy cuenta de que son poco más de


las siete. Maggie suele traernos la cena entre las seis y las seis y media. Pero la
comida es irrelevante porque no es por eso que estoy aquí.

Llamo a la puerta.

Espero.

Después de un minuto completo sin respuesta, llamo de nuevo.

Aún nada.

Miro a mi alrededor, confundida. Su coche está aquí, pero el camión de la


empresa no.

Con los hombros desinflados, resoplo y miro hacia el viejo granero, notando
que la puerta está parcialmente abierta y las luces encendidas. Suena música
suave, flota en el aire de la tarde y llega directamente a mis oídos. Sonrío cuando
reconozco “Two Princes'' de los Spin Doctors y, casi como si me atrajera el sonido,
mis pies me llevan hacia él.
Mi mamá solía tocar esta canción. Solo cuando Beaker no estaba en casa. Y
solo cuando pudiera permanecer erguida el tiempo suficiente para bailar conmigo.
Una vez, cuando yo tenía alrededor de ocho o nueve años, quitó las cortinas
transparentes de sus varillas y nos abrazamos en ellas sobre nuestras cabezas y
girábamos en círculos una alrededor de la otra. Todavía puedo imaginarla en mi
mente, puedo ver su sonrisa clara como el día, todavía puedo escuchar los ecos de
nuestra risa desvaneciéndose. Si tuviera una cámara de video, la habría filmado en
ese momento. Habría sido el complemento perfecto para el montaje de video que
se reprodujo en el funeral que nunca tuvo.

Me apresuro a apartar esos pensamientos mientras abro la puerta del


granero y miro dentro. Big H se vuelve hacia mí, con una gran maceta Monstera en
cada una de sus manos.

—Lo siento —murmuro, al mismo tiempo que dice, con una sonrisa tan
grande y prominente como él— ¡Hola, señorita Jamie!

Baja las plantas y pasa al estéreo, bajando el volumen —Espero que mi


música no te haya molestado.

—En absoluto —digo—. Solo estaba buscando a Maggie.

Su sonrisa se desvanece un poco —Está haciendo unas entregas. Quedó


atrapada en el tráfico —Luego, sus ojos se mueven hacia un lado mientras aspira
aire a través de sus dientes—. Se suponía que debía pasarte ese mensaje... y
decirte que traerá la cena, así que no comas sin ella —Se quita los guantes para
poder frotarse la nuca, un manierismo claramente transmitido a su hijo—. ¿Es por
eso que estás aquí? ¿Tienes hambre? Probablemente pueda…

—¡No! —Interrumpo—. Estoy bien. Solo buscaba un consejo, eso es todo.

Se apoya en un gran banco de trabajo y tira los guantes a su lado antes de


cruzarse de brazos, haciéndome señas para que ponga un pie en el granero —
¿Puedo ayudar en algo?

Me acerco unos pasos y digo: —Recibí una llamada de Henry hoy. Ya sabes,
el mecánico?

—Sé quién es Henry —dice, y puedo escuchar la sonrisa en su voz.

—Cierto —Asiento con la cabeza—. Pueblos pequeños...

—Bueno, eso y que es el cuñado de Maggie...

Claramente, yo no sabía esto —Vaya.

—Pero tu punto se verifica con mi declaración —se ríe— «Pueblo


extremadamente pequeño. Así que adelante. ¿Necesitas consejo?
Me acerco de nuevo, obsesionada con las vasijas de barro decorativas y los
jarrones que recubren los estantes cortos en la pared. —Él acaba de decir que tiene
un amigo en Justicia dispuesto a mirar la caravana, pero no tiene un lugar disponible
hasta la próxima semana… —Estas son las palabras más grandes que Big H y yo
nos hemos dicho, y no sé porqué tal vez asumí que la amargura de Holden hacia
mí se extendería a su padre. Levanto la mano, agarrando un jarrón para ponerlo al
nivel de los ojos. Pasando el pulgar por la pintura, elimino el polvo lo suficiente para
ver los pétalos de dalia pintados en él. Me apresuro a devolverlo.

—Bueno, eso es bueno, ¿verdad? —pregunta Big H, y ahora está justo a mi


lado.

Intento sonreír mientras inspecciono un jarrón diferente —Supongo. Es solo


que él puede echarle un vistazo, pero quién sabe cuánto tiempo llevará arreglarlo,
y me siento como… —Como si estuviera abusando de su hospedaje. Me giro hacia
él, estirando el cuello para ver su reacción. Tiene la misma altura que Holden, pero
su presencia parece mucho más autoritaria cuando está a mi lado—. Se suponía
que solo serían unos pocos días. Es jueves ahora. Ya llevo aquí casi una semana.

Sus ojos se encuentran con los míos un momento antes de mirar la pared
frente a nosotros —¿Así que?

—Así que… —Me encojo de hombros, aunque él no puede verlo— Yo solo...


No creo que deba quedarme aquí y sé cómo te sientes acerca del albergue.

—Eso es un duro no, señorita Jamie —dice arrastrando las palabras.

Tomo otra maceta de barro del estante, está tiene narcisos, y pretendo
concentrarme en ella cuando digo, mis palabras casi se me traban en la garganta:
—No puedo quedarme aquí más tiempo.

Su suspiro es silencioso, pero aún puedo escucharlo por encima del sonido
del estéreo —¿Por tu bien o...?

—Para Holden, principalmente —admito abiertamente. No sé cuánto sabe él


sobre lo que pasó entre nosotros, pero estoy seguro de que es suficiente—. Es difícil
para él tenerme aquí. Ya lo he hecho pasar por mucho en el pasado y no quiero
empeorar las cosas.

—Entonces, ¿qué consejo le ibas a pedir a Maggie?

—No lo sé —respondo, encogiéndome de hombros de nuevo—. Tal vez no


estaba buscando un consejo. Tal vez solo necesitaba a alguien con quien hablar.

—Ella ha disfrutado tenerte aquí —afirma, tomando la olla de mí y


colocándola de nuevo en el estante antes de señalar un disco circular de metal en
una mesa pequeña—. Me quedo dormido todas las noches con el sonido de ustedes
dos riéndose como viejas amigas.
Mi sonrisa es instantánea —Ella realmente ha sido una bendición para mí —
le digo, siguiéndolo a la mesa—. Tú también, obviamente, y no puedo agradecerte
lo suficiente por abrirme tu casa. Has sido muy complaciente.

—Honestamente si no fuera por Maggie, que me cuenta el tiempo que pasan


juntas, probablemente ni siquiera recordaría que estás aquí —Saca un taburete
pequeño debajo del banco de trabajo—. Eres callada como un ratón, Jamie. Apenas
te das a conocer.

—No quiero interponerme en el camino.

Colocando el taburete frente a la rueda de alfarero, dice, con un tono suave:


—Siéntate.

Me siento, preguntándome cuánto tiempo ha pasado desde que alguien lo


usó.

—La abuela de Holden, mi mamá, solía tener esto como su estudio de


cerámica. Mi papá trabajaba en el invernadero o en los jardines, y mi mamá ayudaba
siempre que podía, aunque a ella no le gustaba, ¿sabes? Y mi papá, él sabía eso,
así que construyó esto para ella —Gira un dedo en el aire, indicando la gran
estructura que nos rodea—. Él no la necesitaba a su lado todo el tiempo, pero la
quería cerca —dice esto con una leve sonrisa, como si conociera el sentimiento.
Vívelo todos los días. ¿La diferencia? A Maggie le encanta trabajar aquí, ella misma
me lo dijo—. La abuela Eastwood daba clases de cerámica los fines de semana
para los niños de aquí —Señala la pared de objetos de arcilla—. Algunos de ellos
son suyos. Algunos son de los niños. Eso fue… —Inclinando su cabeza, mira el
techo—. Eso fue hace mucho tiempo... justo antes de que me hiciera cargo del lugar.
Holden ni siquiera había nacido todavía. —Se aclara la garganta y agrega—
Todavía no he tenido el corazón para deshacerme de ellos. Es parte de este lugar...
es historia... es legado.

—Es un hermoso legado —digo, mi voz se quiebra, y es tan claro lo que


significa este lugar tanto para él como para su homónimo. Este no es solo un lugar
de negocios. Ni siquiera es solo su hogar. Este es el lugar donde nacen las familias,
se hace la felicidad y los recuerdos son eternos.

Big H busca debajo de la rueda de alfarero, sus ojos se iluminan cuando saca
el cable eléctrico —Lo más difícil que he tenido que hacer en mi vida es hacer esa
llamada telefónica a Holden para decirle que quizás tengamos que vender el lugar
—dice mirando las paredes del granero en busca de una salida gratuita—. Ningún
padre quiere que su hijo tenga que salvarlos de la forma en que lo ha hecho.

—Confía en mí… —digo, esperando hasta que haya enchufado el cable en


un tomacorriente debajo de los estantes—. El sueño de todo niño es ayudar a sus
padres con éxito.
Permanece en cuclillas, pegado al suelo, mientras sus ojos se encuentran
con los míos, y puedo decir por la lástima en su mirada que entiende lo que quiero
decir. Ojalá hubiera podido salvar a mi madre.

¿La diferencia entre Holden y yo? Es que yo fallé.

Big H no responde, y el silencio alarga el tiempo, espesando el aire entre


nosotros. Finalmente, rompo nuestra mirada y dejo caer mi mirada hacia el torno de
alfarero, diciéndole: —Has criado a un buen hombre, Big H —Trago el repentino
nudo en mi garganta, ignorando el calor detrás de mis ojos—. Estoy segura de que
no hay nadie más en este mundo por el que derribaría mis muros, o aceptaría el
amor en mi corazón, como lo hice por Holden —Presiono las yemas de mis dedos
en mis ojos, un intento patético de ocultar las lágrimas allí—. Holden hizo que amarlo
fuera increíblemente fácil. Y eso es por su corazón, por la forma en que nunca me
juzgó por quién soy o de dónde vengo. La forma en que me amaba más allá de las
palabras. Más allá de la razón. Y sé que tú tienes todo que ver con eso.

Big H me mira un momento, asintiendo lentamente, antes de tomar una


respiración entrecortada. Se vuelve hacia el tomacorriente y enciende el interruptor,
sus hombros se desploman momentáneamente cuando nada cambia.

—Sabes… —dice, poniéndose de pie a toda su altura. Toma el jarrón más


grande del estante y lo coloca en el centro de la rueda. Este no tiene una flor en él.
Son solo líneas de colores—. Holden y yo hablábamos todos los días cuando él
estaba en Tennessee.

Hace girar la rueda manualmente y escucho sus palabras, aunque estoy


hipnotizada por el giro del jarrón, los diferentes colores cambiando, actuando como
un maremoto de arcoíris detrás de mí iris —Me contaba todo sobre ti. Sobre cómo
ambos se estaban recuperando de lo que les sucedió. Incluso me enviaba fotos de
las cosas que habías dibujado… —Mi cabeza se levanta de golpe, la mirada fija en
la suya. Él simplemente me sonríe. —Esa pieza con la que ganaste el concurso de
arte… —Mi estómago se revuelve mientras la bilis sube a mi garganta. Cierro los
ojos, obligo a los recuerdos a desaparecer para poder asimilar sus palabras. Que
me tiren lejos. Que me rompan y luego me curen—. Estaba increíblemente orgulloso
de ti, Jamie. No solo por tu arte, sino por ti, en general. Me decía todo el tiempo que
le asombraba poder conseguir una chica como tú.

Me río, tal contraste con las emociones que estoy sintiendo.

—¿Sigues dibujando? —pregunta, y niego con la cabeza—. Es una pena —


Disminuye la velocidad de la rueda de alfarero hasta que el jarrón se detiene—.
Creo que es importante que las personas mantengan sus pasatiempos, sus
pasiones… sus amores —Hace una pausa—. Hay gente que espera quince años
para redescubrirlos...

La comisura de mis labios se levanta —¿Tú y Mags? —Bromeo.


Big H sonríe —Confía en un hombre experimentado como este, Jamie. No
esperes quince años —Mete las manos en los bolsillos, sus anchos hombros se
mueven con el movimiento. Lentamente, comienza a retroceder fuera del granero,
diciendo—. Y tienes razón, por cierto. Todo este lugar podría arruinarse mañana, y
podría perderlo todo, y al final, no importaría porque sé que hice una cosa bien en
mi vida. He criado a un buen hombre. El tipo de hombre que se da cuenta de lo
afortunado que es de encontrar a una chica como tú —me lanza un guiño de
complicidad mientras su sonrisa crece—. Del tipo que todavía se aferra a sus
pasiones, a sus amores… aunque no lo demuestre.
Capítulo 21
Jaime
—No te rías… —le advierto a Maggie.

—Oh, Dios, tengo miedo. No me digas que es como... ¿Un viejo súper
espeluznante como Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes?

Casi me atraganto con la cena —¡No! ¡Tonta! ¡¿Qué diablos, Mags?!

—Entonces, ¿qué tan malo podría ser? —ella dice a través de una risita.

—Chris Pratt.

—Oohh, me encanta un poco de Chris Pratt.

—Pero no la versión rota de Star-Lord o Jurassic World. Estoy hablando de


Parques y Recreación, sobrepeso.

—¡Ew!

—¡Oye! ¡El sentido del humor puede recorrer un largo camino! —No sé cómo
llegamos a la conversación sobre los enamoramientos de las celebridades, pero
aquí estamos.

Anoche, después de la conversación con Big H, decidí quedarme el fin de


semana. El lunes decidiré qué hacer. Pero, por ahora, voy a disfrutar el poco tiempo
que tengo con la mujer sentada frente a mí.

Maggie mira a su alrededor antes de inclinarse hacia adelante —¿Quieres


saber el mío? —ella susurra como si Big H fuera a doblar la esquina y atrapar su
pensamiento ilícito en medio. Maggie y yo hemos cenado juntas en la mesa y las
sillas que instalaron justo afuera de mi caravana todas las noches desde que llegué
aquí, y Big H nunca nos ha interrumpido. Sin embargo, reemplaza la flor en el jarrón
todos los días. Todavía tiene que darme una dalia, y me pregunto si sabe que era
el nombre de mi madre. Maggie dice—. Channing Tatum en Magic Mike.
Mi nariz se arruga con disgusto —Asqueroso...

Clava su tenedor en el aire, apuntando directamente a mí —¿Cómo está pre-


arrancado Chris? Pratt está bien, ¿pero Channing Tatum es asqueroso?

—Porque… —Mis ojos se abren como platos en el momento en que me doy


cuenta—. ¡Ew! —chillo, dejando caer mi propio tenedor y frotándome los ojos,
deseando poder verter lejía directamente en mis ojos—. ¡Ahora me imagino a Big H
haciendo un striptease para ti y ew!

—¡Dios, eso sería tan caliente! —Maggie se ríe.

—¡Detente!

—El hombre está musculoso, Jamie. Yo estoy hablando…

Yo chillo —¿Por qué me torturas?

—¿Cuál es el problema? ¡No es como si estuvieras relacionada!

Bajo mis manos, la miro —Pero él es como una figura paterna para mí.

—Sí, él puede ser tu figura paterna… —Hace una pausa y sonríe


perversamente—. Pero él es un daddy para mí.

Jadeo con horror, o tal vez disgusto —¡Maggie!

Ella se dobla sobre sí misma, riendo más fuerte, y en mi mente, Big H se ha


desnudado hasta sus boxers.

—¡No puedo dejar de ver las cosas que están sucediendo en mi cabeza
ahora mismo!

—¿Qué es tan gracioso? —Los dos saltamos hacia la figura que dobla la
esquina.

Solo que es alguien que ninguno de nosotros esperaba.

La risa de Maggie se reduce a una risita a fuego lento mientras mira hacia el
chico que he conocido dos veces ahora.

—Coltamus —dice ella a modo de saludo.

Colton, el tipo que estaba allí para secarme las lágrimas en el restaurante y
luego de nuevo, cuando mi pequeña aventura en patines se truncó, le devuelve el
saludo con uno igual de extraño.

—Magsamillian.
Miro entre ellos —Esos no son vuestros nombres reales —murmuro.

Me ignoran y Maggie le pregunta —¿Qué haces aquí?

Colton me sonríe, y si yo fuera la mayoría de las chicas solteras, esa sonrisa


podría dejarme estúpida. No soy ciega. El tipo es atractivo en esa forma genérica
de fuck-boy. Buena cabeza de pelo desgreñado, casi rizado. Rostro simétrico.
Mandíbula cuadrada. Nariz recta. Sonrisa blanca y brillante y grandes ojos marrones
como los de una cierva. Lástima que no siento absolutamente nada cuando me mira.
Él le responde a Maggie —Voy a salir con Jamie.

—¡Qué! —Esa era yo...no del todo confundida.

Maggie se ríe una vez —No es una cita ni nada, ¿verdad?

—No es una cita —asegura Colton. Luego se enfoca en mí de nuevo—


¿Estás lista?

—No estuve de acuerdo con…

—Sí, lo hiciste.

—Um, creo que lo recordaría.

—Um… —se burla en tono de broma—. El lunes... ¿cuándo te salvé de caer


sobre tu culo...?

Niego con la cabeza, con los ojos muy abiertos mientras lo miro —No
recuerdo tal interacción.

Colton suspira —Dije, deberíamos pasar el rato el viernes por la noche, y tú


dijiste, yo no creo que estaré por aquí entonces, y dije, sí, pero si lo estás... y luego
dijiste, no lo estaré, y dije, sí, pero ¿y si estás?... y rodaste los ojos y finalmente
concediste. Estoy bastante seguro de que tus palabras exactas fueron, '‘sí, está
bien, lo que sea'’

—Eso suena como un acuerdo sólido para mí —dice Maggie, poniéndose de


pie.

—No voy a ir a ninguna parte —afirmo, inflexible.

—¿Por qué no? —pregunta Colton.

—Porque... porque no sé a dónde vamos, y ni siquiera sé… tú, y eres amigo


de Holden, lo cual es un desastre esperando a suceder —Los ojos de Colton se
mueven hacia Maggie, luego de nuevo hacia mí.

—Solo vamos a la casa de mi amigo, y yo soy Colton Lockwood —Enuncia


su apellido como si tuviera que significar algo. Cuando mi expresión muestra que
no tengo ni idea de qué es ese algo, pone su brazo alrededor de los hombros de
Maggie y la lleva a su lado—. Como el sobrino de Maggie Lockwood.

—Vaya...

—Y tu chico ni siquiera va a salir esta noche. Él y Brianna van a pasar la


noche en su casa.

—De acuerdo —Brianna. Su novia perfecta. Porque él tiene una de esas, una
novia, y estoy segura de que lo último que tiene en mente es lo que sea que yo esté
haciendo con quien sea que lo esté haciendo.

—Deberías irte, Jamie — alienta Maggie—. Diviértete. Desahoga un poco de


vapor.

Hago pucheros abiertamente —Estaba desahogándome un poco.

—¿Sí? —Maggie levanta las cejas—. Hablando de soplar, quieres saber qué
Big H….

—¡Detente! —Me levanto tan rápido que mi cabeza da vueltas—. Me voy,


¿de acuerdo? Dios.

🧩 🧩🧩

Como cualquier otra persona en esta ciudad, Colton conduce un camión. No


es tan grande como el de Holden, ni tan nuevo ni elegante. Me recuerda al que tenía
Holden en la escuela secundaria. El que nuestros atacantes destruyeron con bates
de béisbol...

No hablamos mucho en el viaje, no es que tenga mucho que decir. O que el


tiempo lo permitiría. Solo estamos conduciendo unos minutos antes de que se salga
de la carretera principal y entre en un camino de entrada ancho y de grava suelta.
En el momento en que me doy cuenta de dónde estamos, dudo de mi decisión de
irme con él. He visto el edificio al pasar unas pocas veces ahora, principalmente
cuando Maggie me lleva al restaurante.

Es una gran estructura cuadrada con ventanas rotas, graffiti y sin evidencia
de vida. Está claramente abandonado, pero cualquier señal de lo que alguna vez
fue se ha desvanecido con el tiempo. Miro de reojo a Colton, tratando de no mostrar
mi incomodidad. Sí, es el sobrino de Maggie, y estoy segura de que ella cree que
es un tipo agradable, decente y perfectamente normal, pero adelante... pregunta a
todos los que conocieron a Ted Bundy qué piensan de él.

—Relájate, Jamie —dice, mirando hacia el edificio que se avecina cuando lo


pasamos.
Sonríe hacia un lado mientras explica: —Es una antigua fábrica de papel. No
ha estado operando como en treinta años. Solía emplear a un par de miles de
trabajadores antes de que cerrara, y dado que no había muchas viviendas en el
área para acomodar a esos trabajadores, los propietarios construyeron una
pequeña aldea de cabañas en la parte de atrás —Sin quitar las manos del volante,
señala directamente delante de nosotros—. Los propietarios aún arriendan las
cabañas. Ahí es donde viven mis amigos.

—De acuerdo —Asiento, sintiéndome un poco patética por pensar que algo
siniestro estaba sucediendo.

—En realidad, es bastante genial por dentro —dice—. Puedo llevarte allí
durante el día si quieres comprobarlo.

Suena asombroso —Sí, me encantaría verlo.

Se gira ligeramente, mostrando los dientes con su sonrisa, justo antes de


detenerse frente a la única casa que puedo ver con las luces encendidas —Mierda
—murmura, su sonrisa se desvanece lo suficiente como para que me dé cuenta.

Miro entre él y la casa —¿Qué ocurre?

—Nada —afirma, distraído— ¿Estás lista?

Está oscuro afuera y no puedo distinguir mucho de lo que nos rodea cuando
salgo de la camioneta. Ya hay algunos otros autos aquí, y sin saber qué hacer,
espero a que me lleve. Con su mano en la parte baja de mi espalda, me guía a
través del costado de la casa y hacia la parte trasera. El olor de una hoguera llena
el aire, junto con algo más que no puedo identificar.

—¡Lockwood está aquí! —es lo primero que escucho cuando doy la vuelta a
la esquina. ¿Lo primero que veo? Holden. Me detengo en seco y giro sobre mis
talones, solo para chocar contra una sólida espalda de Colton.

—Relájate, Jamie —dice en voz baja, solo para mí. Es la segunda vez que
dice esas palabras exactas en el lapso de minutos. Si pensaba que iba a pasar una
noche libre de estrés, divertida y salvaje conmigo, estaba claramente equivocado.
Pobre tipo —Él ya te ha visto, así que correr no va a cambiarlo —Por encima de mi
cabeza, grita, obviamente a Holden— ¿Pensé que no saldrías esta noche?

Holden no responde. No verbalmente. Y cuando Colton usa mis codos para


hacerme girar y enfrentar la tormenta, Holden parece... aburrido.

Esto va a ser una explosión.

Colton me presenta a Jasmine y Mason, la pareja que alquila la casa, luego


agrega: —Y obviamente conoces a Holden y a su novia, Bri.
Necesito un plan de escape. Tal vez uno que me incluya saltando al fuego
crepitante en medio del patio. Eso tiene más sentido.

Nos estamos moviendo ahora, más y más cerca de la zona de peligro, y luego
Jasmine dice: —Una de las sillas se rompió, así que Colton tendrá que ensuciarse
el culo.

Holden se mueve tan rápido que es casi como si lo hubiera imaginado. Se


pone de pie, toma la tumbona que estaba usando y nos la acerca —Aquí —Deja
caer la silla justo a los pies de Colton—. Ya que te sientes tan cómodo tomando lo
que es mío.

—Gracias, hermano —le dice Colton a su espalda que se retira—. Siempre


has sido tan generoso cuando se trata de compartir —Claramente hay un significado
subyacente detrás de sus palabras, pero estoy demasiado envuelta en mis propios
pensamientos para preocuparme por lo que podría ser.

Colton tira de mi mano, obligándome a sentarme en la silla a su lado, y juro


que es como una experiencia extracorpórea ver a Holden levantar a Brianna de su
asiento para poder sentarse y acomodarla en su regazo. Ella se ríe de esto, y no
puedo culparla. Yo también lo hubiera hecho. Y luego su boca está en su cuello, su
gran mano deslizándose por su muslo, debajo de su falda, hasta que desaparece
por completo, y sé... sé que debería mirar hacia otro lado. Que verlos así solo agrega
más dolor a mí ya tortuosa existencia aquí. Me dijo que siguió adelante, y ahora lo
está demostrando.

Me despierto de mi pesadilla cuando Colton dice mi nombre y toca mi pierna.


Miro el porro en su mano, y ahora me doy cuenta de qué era ese olor desconocido
—No, gracias —le digo, sacudiendo la cabeza.

—¿No fumas? —Jasmine me pregunta.

—No, pero no tengo ningún problema con eso —Holden y yo habíamos ido
a un total de dos fiestas juntos en nuestro último año, y lo había visto fumar hierba,
me había reído con sus travesuras.

—¿Bebes? —pregunta Masón—. Puedo traerte una cerveza.

Miro frente a mí las manos de Brianna en la mandíbula de Holden mientras


sus bocas se cierran y sus lenguas se encuentran. Vuelvo a mirar a Mason —Una
cerveza sería genial, gracias.

Solo cuando digo esto, Holden se aparta y sus ojos encuentran los míos a
través de las brasas flotantes que crepitan entre nosotros. Nos observamos unos a
otros, agregando tiempo adicional a nuestro juego de miradas que alguna vez fue
nuestro favorito. Solo los minutos no cuentan, porque ya sonaron las sirenas, y el
partido ya hace tiempo que terminó.
Colton regresa con tres cervezas, me pasa una y deja las otras dos al lado
de mi silla —En caso de que los necesites —dice.

Abro la primera cerveza y me la trago en cuestión de minutos. Luego miro a


Holden, que sigue mirándome mientras su novia le pasa la mano por el pelo, le besa
el cuello, la mandíbula. Y aunque podría ahogarme en mis penas, mis
arrepentimientos, elijo tomar otra cerveza y ahogarme en alcohol.
Capítulo 22
Holden
Menos mal que no me quedé en casa porque Jamie está aproximadamente
a tres segundos de la intoxicación. Puedo decirlo por cómo sus ojos están caídos y
su cuerpo se balancea. Ya llevan aquí una hora, y cada vez que me ofrecen un
porro o una cerveza, paso. Necesito ser coherente en caso de que ella no pueda
serlo.

La pequeña reunión que esperaba se ha convertido en una fiesta en toda


regla, y hay al menos treinta personas aquí, pero no me he movido ni una vez porque
ellos tampoco se han movido.

Con cada sorbo que toma, Colton se acerca más y más.

Él sabe que estoy mirando, y lo está haciendo para joderme.

Está funcionando.

Porque no quiero nada más que marchar para allá y darle un buen puñetazo
en la polla y luego su cara. Y luego su pene otra vez solo para aclarar por qué lo
golpeé en primer lugar.

Tengo preguntas. Muchas de ellas. Principalmente cuando Jamie decidió que


el alcohol no sería su perdición como lo fue para su madre. O tal vez es su perdición,
y esta es la elección que está haciendo. Porque todos tenemos esas opciones,
incluso cuando hacer una parece imposible en ese momento. Y, bueno o malo,
correcto o incorrecto, debe ser responsable de las decisiones que toma.

Ese es el mantra por el que he vivido durante los últimos cinco años. Ella optó
por huir.

Y durante el primer año de eso, elegí esperarla.

Supongo que todos tomamos decisiones de mierda.


Colton se mueve de nuevo, su boca justo en la oreja de Jamie mientras dice
algo, eso la hace reír. A la mierda con este tipo.

—¿Qué ocurre? —Bri pregunta, sus dedos en mi mandíbula, obligándome a


mirarla.

—Nada.

—Estás todo tenso.

Colton la está besando ahora, o al menos intentando hacerlo, y casi empujo


a Bri de mi regazo, pero Jamie... Jamie lo empuja y niega con la cabeza, y puedo
leer sus labios cuando dice —Lo siento.

No lo sientas, Jaime.

Se pone de pie por primera vez, y la observo, inestable sobre sus pies,
mientras esquiva a la gente en el patio y entra a la casa por la puerta trasera.

Cuento hasta tres antes de tocar a Bri en la rodilla, diciéndole que voy a tomar
una cerveza. Ella me deja ir, sin hacer preguntas.

Cuando entro en la pequeña casa, la única puerta cerrada era la del baño.
Presiono mi oreja contra la puerta, escucho el grifo correr. Apoyado contra el marco,
espero no tan pacientemente a que Jamie aparezca, y cuando lo hace, doy un paso
adelante, empujándola hacia atrás. Con los ojos muy abiertos, ella murmura —¿Qué
diablos?

Cierro la puerta detrás de mí, le echo el cerrojo y la miro adentro de pies a


cabeza. Su vestido es gris con tirantes finos y termina justo por encima de las
rodillas. Está suelto alrededor de la parte superior, apretado alrededor de su trasero,
aferrándose a ella como una segunda piel. Joder, se ve lo suficientemente bien
como para tomarla. Estoy casi tentado a solo eso si ella no fuera tan inestable sobre
sus pies.

—Tal vez deberías dejar el alcohol.

Ella inclina la cabeza, sus ojos inyectados en sangre entrecerrando los ojos.

—No.

—Jamie...

—¡No! —grita, pero se está riendo, y no sé por qué. Nada es gracioso sobre
esta situación. Ninguna cosa—. ¿Sabes por qué?

No tengo idea de lo que está hablando —¿Por qué?


— ¡Porque beber hace que las imágenes de ti chupándote la cara con tu
perfecta novia sean menos clara! —Sus ojos se abren con un grito ahogado, y da
un paso adelante hasta que casi nos tocamos— ¡Puedo emborracharme hasta
perder el conocimiento, y de esa manera, no tengo que ver nada!

Mis ojos se cierran mientras pellizco el puente de mi nariz, tratando de


mantener la calma —Jesús, Jaime. Estás perdida, y ¿cuándo empezaste a...?

—¡Ay dios mío! —interrumpe, y mis ojos saltan a los suyos de nuevo—.
¡Beber es como dibujar cuando estaba encerrada en el armario! —Mis hombros se
desploman, mi cabeza hace lo mismo—. ¡Puedo elegir lo que veo! ¿Lo entiendes,
Holden? —Ella aprieta mi camiseta, sacudiéndome suavemente— ¡Puedo ser los
pájaros! —Soltándome, extiende sus brazos, los usa como alas mientras gira
alrededor del pequeño espacio—. ¡Tengo que volar! Puedo volar —Se detiene de
repente, sus ojos se cruzan entre los míos, y hay tanto dolor, tanta tristeza detrás
de su mirada, y solo ahora me doy cuenta de que el enrojecimiento de sus ojos no
es por el alcohol. Ella ha estado llorando—. Y nunca, nunca, tendré que volver a
verte con nadie más...

Suelto un suspiro, tratando de concentrarme en mis verdades sin importar


sus sentimientos porque cualquier otra cosa nos arrastraría a ambos —¿Qué?
¿Estás celosa?

—No seas ridículo —se burla, rodando los ojos—. Por supuesto que lo estoy,
Holden.

—No tienes derecho a estarlo.

Toma una sola respiración tranquilizadora y luego dice: —Lo sé.

—Teníamos planes, Jamie, y tú solo...

—Lo sé, Holden —dice con los dientes apretados—. ¿Podrías detener ya?
Cada jodida vez... —Me rodea para abrir la puerta, pero bloqueo su camino. No sé
por qué lo hago. Tal vez no estoy listo para salir todavía. O tal vez no estoy listo
para que ella se vaya. La parte superior de su cabeza está justo debajo de mi nariz,
y necesito todo mi poder para no inclinarme unos centímetros e inhalar su aroma
como quiero. Incluso así de cerca, su aroma perdura: flores y cítricos.

Sol y consuelo.

Ella olfatea una vez mientras da un paso atrás, estirando el cuello para
mirarme. Las lágrimas a las que se había estado aferrando están jodidamente ahí,
justo al borde de la liberación —¿Sabes cuál es la peor parte? —ella llora, su pecho
agitado—. Te preocupas tan jodidamente poco por mí que me obligas a verlo...
porque quieres lastimarme.
Me estiro, coloco mis manos en sus codos —Jamie, eso no es… —me
interrumpo. ¿No es qué? ¿Verdadero? No puedo decir eso porque ella tiene razón.
Hasta este mismo momento, quería lastimarla. Quería que supiera exactamente
cómo se siente sentarse frente a ella después de años de ser abandonado, solo
para que él entrara. Él la consolaba. Él la abraza. Él existía para ella cuando yo no.

Jamie parpadea, liberando su angustia líquida —Me odias tanto que te


alegras de verme de esta manera —Se seca las lágrimas de las mejillas, de la
mandíbula y, después de inspeccionar la humedad de sus dedos, niega con la
cabeza—. ¿Por qué estoy llorando? —ella solloza, y no sé si me está hablando o
simplemente lanzando palabras al universo—. No puedo dejar de llorar, Holden —
Todavía está sacudiendo la cabeza cuando me mira—. Desde que encontré a Esme
muerta en su cama, es todo lo que he podido hacer —Se atraganta al inhalar
mientras fluyen más lágrimas y su respiración se vuelve irregular. Como si estuviera
confundida, se seca las lágrimas y se mira las manos, una y otra vez, una y otra
vez. —No puedo parar —llora—. Las lágrimas siguen viniendo y viniendo… ¡y no
paran!

Ni siquiera pienso.

Simplemente la atraigo hacia mí y la abrazo... todo mientras muero por


dentro. Cada sonido de angustia, dolor, tristeza y dolor, cada una de sus lágrimas
que empapa mi camiseta, solo amplifica su agonía. Todo este tiempo, he estado tan
atrapado en mi propio dolor de mierda que nunca... nunca me detuve a pensar en
lo que está pasando o lo que está experimentando... o lo que ella está sintiendo. —
Lo siento, Jamie —susurro, besando la parte superior de su cabeza.

No sé cuánto tiempo nos quedamos allí, con su oreja en mi corazón, mis


brazos apretados alrededor de ella, escudándola, protegiéndola. En un momento,
esto es todo lo que quería de toda mi existencia: protegerla de todo lo feo y trágico
que este mundo le presentaba. Nunca se suponía que yo fuera aquello de lo que
necesitaba protección.

Demasiado pronto, sus gritos de silencio, y ella se aleja de mi toque por


completo.

—Estoy bien —dice, pero no me mira.

Doblo las rodillas, bajo la cabeza para poder ver sus ojos —No tienes que
estar bien.

Levantando un poco la cabeza, dice con tono solemne: —Deberías ir con tu


novia, Holden.

—¿Y qué? —pregunto, poniéndome de pie en toda su altura. Mi tono coincide


con el de ella cuando agrego —¿Vas a estar con él?

Sus labios se levantan de un lado —¿Estás celoso? —ella se burla.


Mi sonrisa es la sonrisa más triste y patética de la historia de las sonrisas —
Claro que lo estoy.

Pasan segundos de silencio, nuestros ojos nunca se separan. Y luego ella


aspira una respiración áspera —No me siento bien.

—Está bien —Me muevo alrededor de ella para abrir el grifo—. Toma un poco
de agua y deja de beber. Puedo hacer que Brianna conduzca…

—No me refiero físicamente, Holden —murmura, y cierro el agua, me vuelvo


hacia ella—, no me siento bien conmigo misma. Sobre quién soy y lo que he hecho.
Tengo veintitrés años y yo... todavía me siento como...

Un golpe en la puerta la interrumpe —¿Jaime? Soy Colton. ¿Estás bien?

Jamie y yo nos miramos desde la puerta, y cualquiera que sea la mirada que
tengo en mi rostro, ella susurra: —No hemos hecho nada malo. Le diré a Bri

—Oye —dice Colton al otro lado de la puerta—. Si ves a Holden, ¿puedes


decirle que Brianna lo está buscando? Le dije que creí haberlo visto en el frente, así
que...

Lamentablemente, le quito el cerrojo a la puerta abriéndola. Colton retrocede


cuando me ve, como si fuera una jodida sorpresa que estoy aquí —¿Puedes llevarla
a casa? —pregunto.

Colton asiente, su mirada cambiando detrás de mí —¿Estás lista?

Los dejo allí y vuelvo al patio mientras le envío un mensaje de texto a Maggie:

Holden: Jamie ha bebido demasiado. Colton la llevará a casa. ¿Puedes


avisarme cuando llegue allí para que sepa que está a salvo?

Maggie: Lo tengo. Te avisaré en cuanto vea su camioneta. XX.

No tengo idea de lo que sucede a mi alrededor en la próxima media hora


porque estoy demasiado ocupado mirando mi teléfono esperando que me llame
Maggie. O texto. O enviar algún tipo de señal de humo en mi dirección. Me siento
en la tumbona, Brianna a mi lado, mi rodilla rebotando por los nervios. Finalmente,
vibra en mi mano, y me pongo de pie y me muevo a un lugar tranquilo mientras
respondo: —Hola, Mags.

—¿Se estaban yendo justo cuando me enviaste el mensaje de texto o...?

—Sí… —Me puse un dedo en la oreja para poder escucharla mejor —¿Por
qué? ¿Todavía no están allí?

—Estoy segura de que está bien —dice Maggie—. Tal vez fueron a buscar
comida o algo así. ¿Su camión todavía está allí?
Corro hacia el frente de la casa, mi estómago se hunde cuando veo el auto
de Colton estacionado detrás del de Bri —Sí, todavía está aquí —murmuro, mirando
alrededor.

—Dios —dice Maggie—. Debe haber mucha gente allí si ni siquiera los has
visto.

Me congelo; la única parte de mi cuerpo todavía fluida es el latido de mi


corazón. Casi tengo miedo de mirar, pero sé que necesito hacerlo. Me giro hacia la
casa, hacia la ventana que sé que es el dormitorio. Una luz opaca brilla entre las
persianas y, de repente, me muevo de nuevo. Corriendo —Te llamaré luego —Ya
estoy en la puerta del dormitorio cuando cuelgo, me meto el teléfono en el bolsillo y
golpeo la puerta con el puño. —¡Jaime!

—Vete a la mierda —grita Colton, y Jamie... Jamie se ríe.

Intento abrir la puerta cerrada con llave, mi sangre caliente debajo de mi


carne —¡Abre la maldita puerta, o la voy a patear!

—¡Vete a la mierda! —Es Jamie esta vez, así que hago lo que dije que haría.

Pateo la maldita puerta.

Mi pulso late fuera de mi pecho cuando los veo en la cama, Jamie debajo él
con la parte inferior de su vestido levantado hasta la cintura. Las yemas de mis
dedos arden mientras las arrastro contra la parte de atrás de la camiseta de Colton,
sacándolo de ella y arrojándolo contra la pared. Choca contra un estante, los libros
y los trofeos caen al suelo.

—¿Qué carajo, hermano? —grita, enderezándose rápidamente. Jamie está


sentada en la cama ahora, riéndose, y Colton empuja mi hombro, obligándome a
enfrentarlo. No veo mucho de su rostro antes de que mi puño se conecte con su
boca, y ahora Brianna está aquí, con los ojos muy abiertos y aterrorizados mientras
mira la escena.

—Holden, ¿qué estás haciendo? —Ella va a Colton primero. Porque ella


siempre irá a él. Ya sea que esté parado aquí o no. El trasero de Colton está en el
suelo, sus rodillas levantadas, y trato... trato de respirar a través de la ira y los celos
endureciendo cada músculo dentro de mí— ¿Has perdido la maldita cabeza? —
Brianna grita.

Me tomo un segundo, noto que Colton está completamente vestido además


de su cremallera bajada, y Jamie... Jamie no ha dejado de reír —¿Tienes más para
beber? ¡¿Qué tan jodidamente destrozado estás?!

La risa de Jamie se convierte en una risita a fuego lento mientras levanta los
hombros —Simplemente no sé por qué lo golpeas —dice arrastrando las palabras,
poniéndose de pie para ajustarse la ropa interior y luego los senos, medio
asomándose por encima del vestido. La bilis se asienta en mi garganta, a la espera
de ser expulsada—. ¡Deberías golpearme! Quiero decir, ¡soy yo con quien estás
enojado!

Niego con la cabeza —Jamie, esto no es…

—Soy contra quien le advertiste, ¿verdad? —Ella sonríe, descuidada, y no


sé por qué no la vi venir—. ¿Cuáles fueron sus palabras exactas, Colton? —Ella no
espera una respuesta—. Oh, es cierto… —Ella se balancea sobre sus pies mientras
se mueve hacia mí, apuñalando su dedo en mi pecho —¡Quién diablos sabe qué, o
quién, ha estado haciendo los últimos cinco años! —Jamie se ríe una vez—. Eres
como ella.

—¿Cómo quién? —pregunto mientras Jamie tropieza hacia la puerta abierta.

Brianna la detiene —Solo espera —dice, ajustando los tirantes del vestido de
Jamie. —Estás... un poco expuesta, eso es todo. Vamos —Toma la mano de Jamie
y la lleva al baño.

Me paro en medio de la habitación, haciendo un balance de todo lo que ha


pasado. Se siente como horas desde que abrí la puerta de una patada. Solo han
sido minutos. Tal vez incluso segundos —Me lo debes —dice Colton, y puede irse
a la mierda.

—Vete a la mierda —murmuro, mirando el estante roto. Se aleja sin decir una
palabra más, y me siento en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos.

—¿Por qué me mentiste? —dice Brianna, y no sé si está hablando con Jamie


o conmigo.

Levanto la cabeza, mi posición me da una vista directa del baño donde Jamie
y Brianna están uno frente al otro. Bri pasa un trapo debajo del grifo, luego estira la
mano para limpiar el maquillaje corrido debajo de los ojos de Jamie.

—Apenas te he dicho dos palabras —responde Jamie, su tono es monótono.

—Te pregunté si dibujabas y me dijiste que no —¿Cuándo diablos pasó eso?


Los parpadeos de Jamie son tan lentos como sus palabras.

—Yo no dibujo.

—¿Alguna vez? —pregunta Bri.

Me pongo de pie rápidamente, espero a que las dos chicas de mi vida me


miren de frente.

—Vamos.
Capítulo 23
Jaime
Si alguna vez quiero saber cómo se siente decepcionar a ambos padres, no
solo a uno, recordaré este mismo momento: sentada en el asiento trasero del auto
de Brianna mientras Holden conduce y ella se sienta como una escopeta, y siguen
mirándose el uno al otro. Mientras juzgan en silencio a la chica de la que se sienten
responsables.

A pesar de que el auto de Brianna es un Jeep descapotable, siento que me


sofoco con la densidad del aire que llena mis pulmones. Es como si el mundo se
estuviera plegando sobre mí, el peso de nuestro engaño apretando mi garganta,
haciéndome casi imposible ver, respirar. Porque solo ahora me veo obligada a
darme cuenta de que todo lo que creía saber era mentira. Y la persona que creía
que era Holden es la mentira más grande de todas.

Se detiene frente a una pequeña casa estilo cabaña y Brianna se vuelve


hacia mí. —Es la casa de mis abuelos —dice, sonriendo con esa dulce e inocente
sonrisa suya—. Mi abuela tiene el sueño ligero, así que los faros la despertarían —
No sé por qué siente la necesidad de decirme esto, y realmente desearía que no
me importara o que no me gustara. Haría las cosas mucho más fáciles.

Miro la casa, el revestimiento de color amarillo pálido y las hortensias que


bordean el jardín delantero, y ofrezco una sonrisa propia.

—Es una casa preciosa.

Sin otra palabra, Holden sale para acompañarla a la puerta, y cierro los ojos,
esperando su regreso. Tan pronto como está detrás del volante de nuevo, dice: —
Puedes moverte al frente ahora.

Preferiblemente no —Estoy bien.

Golpea su frente contra el volante dos veces, como si estuviera frustrado por
tener que lidiar con mi trasero petulante, y luego gira el auto. Una vez que estamos
de nuevo en la carretera principal, pregunto: —¿Puedes llevarme de vuelta a la
fiesta?

Capto sus ojos a través del espejo retrovisor, observo cómo se ensanchan
un poco. Mandíbula apretada, él espeta: —¿Para qué diablos?

Con el corazón en la garganta, mi voz apenas audible, murmuro: —Dejé mi


colgante allí.

—¿Qué? —Es tan sarcástico, y no tiene derecho a serlo. No le pedí que


derribara puertas o que golpeara a la gente como un Hulk drogado con esteroides.
Ya he lidiado con uno de esos en mi vida. No necesito otro.

—Mi colgante —digo, más alto, más claro. Me siento derecha—. Dejé mi
colgante en el dormitorio y necesito volver a buscarlo porque no puedo… —No
puedo existir sin él, y ahora tengo que aprender a existir con él—. Solo lo necesito.
Por favor, Holden. Nunca más te pediré nada.

No habla, pero asiente con la cabeza y, diez minutos después, pasamos por
delante de la antigua fábrica de papel. Se estaciona en el mismo lugar que dejamos
y dice: —Espera aquí.

Se siente como una eternidad antes de que regrese, dándome mi teléfono


primero. Ni siquiera sabía que me lo había perdido.

—Maggie ha llamado un par de veces —me dice, poniéndose detrás del


volante de nuevo—. Ya le hice saber que estabas a salvo.

Nunca estuve a salvo...

Mi pulso se sale de mi pecho cuando me entrega el colgante, y lo sostengo


con fuerza, lo llevo a mi corazón, dejo que le devuelva la vida a mi alma. Mis ojos
se cierran mientras las lágrimas cubren mis pestañas, y créeme, me doy cuenta de
lo patético que es sentir tanto por un objeto físico o depender tanto de él para
mantenerme un poco cuerda.

—Gracias —Me ahogo con las palabras y no abro los ojos ni aflojo el agarre
del metal mientras nos movemos de nuevo. Momentos después, mi hombro golpea
la puerta y mis ojos se abren de golpe cuando Holden da un giro brusco. Pero él no
gira hacia la carretera; él está acelerando detrás de la fábrica de papel. Mi cuello se
tuerce mientras miro a nuestro alrededor, y me tambaleo hacia adelante cuando el
auto se detiene abruptamente, casi golpeando mi cabeza contra el respaldo del
asiento delantero—. ¡¿Qué diablos te pasa?!
Sale del coche, dando portazos y pateando piedras. Y a los neumáticos. Y
cuando se une a mí en el asiento trasero, sus ojos se iluminan con rabia, empujo mi
espalda hacia el interior, tratando de mantenerme lo más lejos posible de él.

—¿Qué tan borracha estás? —él acusa, sus palabras resonando a través del
silencio que nos rodea. Está estacionado en el lugar perfecto, aún escondido de la
carretera principal y lo suficientemente lejos de las casas para que nadie nos vea a
menos que pasen lentamente.

—No estoy borracha —respondo. Solo soy... autodestructiva.

—¿Se aprovechó de ti?

—¡No!

Holden es demasiado grande para espacios tan pequeños, y sus piernas


están dobladas de forma incómoda, su pecho solo ocupa la mitad del ancho del
asiento trasero, pero cuando su cabeza cae entre sus manos, las palmas de sus
manos rozan sus ojos, se ve tan, tan pequeño. —Necesito saber qué pasó allí —
dice, en tono plano, sin mirarme.

Aclarándome la garganta, pregunto: —¿Quieres que te diga que follamos?

—No —se apresuró a responder, con los ojos en los míos ahora—. ¡Quiero
que me digas la jodida verdad, Jamie!

Sus ojos se posan en mi mano cuando agarro el colgante con más fuerza.
Pulso acelerado, le doy lo que quiere. —Iba a llevarme a casa, pero dijo que
necesitaba algo del dormitorio, así que lo seguí hasta allí…

Deja caer su cabeza entre sus manos de nuevo, sus dedos se curvan,
agarrando su cabello. —¿Y entonces qué?

—Me dijo que no era lo que esperaba. Que le pareció raro que ni siquiera le
dejara besarme, especialmente después de lo que le dijiste... que le advertiste...

—Sé lo que dije —interrumpe.

Sus palabras se hunden directamente en mí, como un puñetazo repentino en


el estómago.

No puedo mantener mi voz incluso cuando pregunto: —Entonces, ¿lo dijiste?

Holden me mira un momento, luego asiente una vez.

—Supuse que lo harías —Miro a un lado, moviendo las lágrimas causadas


por mi ira. Y luego me río porque no hay nada más que pueda hacer—. Es por eso
que le dije que también podría darte una razón para creer que he estado
prostituyéndome durante los últimos cinco años. Lo cual, por cierto, es muy tú,
viniendo de ti. Cuantas chicas…

—¡No soy yo quien se alejó de nosotros, Jamie! —grita, con los puños
cerrados. Me mira rápidamente antes de concentrarse en el respaldo del asiento
frente a él. Sacudiendo la cabeza, su voz se rompe cuando dice —No lo entiendes,
¿verdad? —Luego se ríe una vez, un sonido triste, triste que casi rompe mi
resolución— Dime qué diablos pasó. Me debes tanto.

Lo observo un momento, antes de responder: —Fue al baño y no se molestó


en abrocharse la bragueta cuando regresó. Los dos sabíamos lo que queríamos...
Yo ya estaba en la cama, entonces él se puso encima de mí, entre mis piernas, y
comenzó a bajarme la parte de arriba del vestido...

A Holden se le revientan las venas del cuello, pero se niega a mirarme —¿Y
entonces qué?

—Y luego entraste.

Sus hombros caen una pulgada —¿Él te besó?

—No.

—¿Él te tocó...? —Se aclara la garganta— ¿Te tocó allí?

—No.

—¿Querías que lo hiciera?

No le quito los ojos de encima —Sí.

Su mirada se clava en la mía —¿Por qué?

Me niego a contenerme ahora. Quiere la verdad, se la voy a dar.

—Porque quería que me follaran, Holden. ¡Quería que me follaran tan


jodidamente duro, y quería correrme sobre su polla, solo para poder tener dos
jodidos minutos de sentir algo diferente a lo que he estado sintiendo!

Su cara se pone roja, ya sea de rabia o de celos. O tal vez ambos.

—¡Sal! —él hierve.

—Será un placer —Abro la puerta, salgo y la cierro de golpe, mis pasos se


apresuran mientras me dirijo de regreso a la fiesta.

—¿A dónde diablos vas? —Holden grita.


Por encima del hombro, grito: —Voy a buscar a Colton para que podamos
terminar lo que empezamos.

Doy dos pasos antes de que Holden esté frente a mí, bloqueando mi camino.
Intento moverme a su alrededor, pero no me deja. Él dice, sus palabras son un
estruendo profundo que me hace mantenerme firme: —Cualquiera de mis amigos o
ex amigos que quieras dejar intacto, házmelo saber.

—¿Por qué? —Casi me río, acercándome a él, así que estamos cara a cara—
. ¿Para que puedas advertirles sobre mi coño mágico y hambriento de pollas?

—Vete a la mierda, Jamie.

—Lo estoy intentando, pero estás un poco en mi camino —Mi sonrisa es


trastornada, pero cuando miro a Holden, de verdad, de verdad, lo miro, soy la única
que sonríe. La única que encuentra algo de humor en mis acciones. Mantengo mi
barbilla inclinada, mi pecho doliendo al ver su dolor. Con los ojos cerrados,
murmuro—. ¿Ya me odias?

—Sí, Jamie —se burla, colocando sus manos en mi cintura y guiándome


lentamente hacia atrás—. Te odio tanto que quiero asesinar a cualquier tipo que
mire hacia ti.

Son las yemas de sus dedos las que siento primero, suaves en mi mandíbula,
y luego su pulgar, acariciando mis mejillas, limpiando las lágrimas calientes que no
sabía que estaban allí. Y luego su aliento, caliente contra mis labios.

—Jamie —murmura. Y luego me está besando, con la cabeza inclinada, la


lengua acariciando mi boca, rogando por la entrada. Separo mis labios, nuestros
gemidos coinciden, fusionándose en uno. Con cuidado, me empuja hacia atrás
hasta que estoy apoyada contra el auto, sin romper el beso ni una sola vez.

Me derrito, todo mi cuerpo ardiendo de deseo, cuando desliza sus manos por
mis costados, levantando la parte inferior de mi vestido —Eres mía, Jaime. De nadie
más —dice, agarrando mi muslo y levantándolo, abriéndome a la dureza atrapada
en sus jeans. Presionado contra mí mientras sus besos bajan a mi mandíbula y
luego a mi cuello, mi pecho. El aire fresco golpea mis pezones cuando tira de la tela
hacia abajo, liberando mis senos. Pero el calor de su lengua pronto reemplaza el
frío mientras lame, chupa, muerde. Me agarro a sus hombros para mantenerme
erguida porque mis piernas son débiles, apenas capaces de sostener el peso de mi
placer. Se apresura a levantar más el dobladillo de mi vestido, sus manos expertas
encuentran el vértice de mis muslos. Después de empujar mi ropa interior a un lado,
desliza un dedo dentro de mí.

Me ahogo con la respiración, mi cuerpo se estremece en respuesta —Joder,


Holden.
Me hace trabajar hasta el límite con su boca en mis pechos y sus dedos solos,
algo en lo que es jodidamente profesional. Luego se aleja para mirarme, la pura
lujuria en sus ojos envía un escalofrío a través de mi columna. Manteniendo sus
ojos en los míos, se pone en cuclillas y me quita la ropa interior por completo. Miro
las estrellas justo cuando él se inclina hacia adelante. El primer golpe de su lengua
es suave, gentil, lo suficiente para abrir mi raja. —Oh Dios.

Sus dedos se unen a su boca y me acerca más y más a la felicidad. Estoy


tan jodidamente mojada que puedo escuchar los sonidos de mi placer líquido
atravesando mi áspera respiración. Con la boca seca, lo miro y se detiene cuando
me ve. Y luego, lentamente, hace un espectáculo de aplanar su lengua a lo largo de
toda la longitud de mi coño. Es esa mirada, ese movimiento lo que me lleva al límite.
Pulso alrededor de sus dedos mientras mi estómago se tensa con cada ola de mi
liberación, y antes de que pueda recuperarme, el brazo de Holden está alrededor
de mi cintura, levantándome mientras libera su pene. Él entra en mí. Sin pausa. Sin
previo aviso. Y luego me folla.

Duro.

Rápido.

Sin sentido.

Cuando termina, se queda quieto... y me aferro a él, sabiendo que lo perderé


en el segundo, que se aleje.

A través de respiraciones laboriosas, me libera lentamente, diciendo: —Te


traeré el Píldora del día después mañana.

De acuerdo.

Porque no usamos protección.

Por el sexo.

O para nuestros corazones.

Y los corazones rotos no son solo una metáfora porque puedo sentir el físico
agrietamiento mío debajo de mis costillas. Puedo escuchar el grito de su dolor en la
forma en que late mi pulso, débil, aferrado a este naufragio de mi vida.
Capítulo 24
Jaime
Holden se une a mí en el coche y apoya la cabeza en el volante. Por
segundos que se sienten como horas, permanece así, su respiración entrecortada
flota entre nosotros. Hay tantas palabras pasando por mi mente, tantas cosas que
desearía poder decirle. Voy a empezar con una disculpa, decido, y luego iré desde
allí. Abro la boca para hablar, pero él se me adelanta.

—Necesitaba saber qué pasó contigo y Colton, así podría encontrar una
nueva razón para enojarme contigo porque me estoy quedando sin… —Levanta la
cabeza, sus ojos tristes y solemnes justo en los míos—. Y no puedo hacer esto de
nuevo. No puedo volver a enamorarme de ti, y estoy empezando a hacerlo. Y lo
peor es que lo sé... Sé que podríamos ser tan buenos, pero también sé que me
despertaría todos los días con este maldito miedo paralizante de que vas a
desaparecer de mí. Sólo levantarte y déjame, y yo… —Toma aire, lo suelta
lentamente, y todo lo que puedo hacer es mirarlo. Mira el dolor y la destrucción que
causé derribarlo. Romperlo. Destrozarlo. Pieza por pieza—. Necesito proteger mi
corazón para que no puedas destruirlo de nuevo.

Enciende el auto y arranca sin darme tiempo a responder.

Mi mamá solía decirme que el silencio era lo peor... que podía sentir la
anticipación que el silencio creaba en sus huesos. Por eso temblaban como lo
hacían. Agregue oscuridad al silencio, y su miedo sería debilitante.

Ahora estoy rodeada de silencio, sentada en la oscuridad junto al chico que


una vez amé, todavía amo, pero el miedo que hace que mis huesos tiemblen debajo
de mi carne... no es causado por él. Ni siquiera es causado por mí. Es causado por
la fuerza de mis verdades no contadas. La razón por la que me fui en primer lugar.
La razón por la que está sufriendo. Pensé que ahora él lo sabría, que la persona
responsable habría admitido sus traiciones, sus verdades. Claramente, no lo han
hecho.
Mantengo mi espalda hacia él, para que no vea las lágrimas que fluyen
libremente o la reacción de mi cuerpo ante el dolor de corazón que me ahoga
lentamente, ola tras ola, golpe tras golpe, y yo... hago lo único que parece que puedo
hacer últimamente.

Lloro.

Con la cabeza apoyada en la ventana, dejo que el mundo exterior pase a


toda velocidad, sin mirar nada, sin tomarme el tiempo para apreciarlo.

Y lloro un poco más.

Llantos silenciosos y lágrimas interminables.

Y me pregunto dónde estaría si no hubiese venido aquí.

Esta vez.

O el primero.

Ya casi llegamos a la guardería cuando, como tantas otras veces, me pone


la mano en la pierna. En aquel entonces, fue porque quería que dibujara sobre él.
En este momento... No sé por qué lo hace en absoluto. No hasta que dice: —Lo
siento, Jamie.

Yo también, no lo digo en voz alta porque es demasiado tarde, y esas dos


simples palabras ya no significan nada.

Se detiene en el camino de entrada y estaciona justo al lado de mi RV, sus


faros iluminan el espacio abierto de la tienda. No apaga el motor, no hace ademán
de salir, pero tampoco quita la mano de mi pierna.

Él no está listo para dejarme ir, y yo no estoy lista para irme. No hasta que le
dé una última verdad que es mía para dar —He estado aquí antes.

—Te has estado quedando aquí hace una semana, Jamie. Pensé que habías
dicho que no estabas borracha.

Mis párpados están pesados; mi corazón es el mismo. Apoyo la cabeza en el


respaldo del asiento y miro a la nada frente a mí. Me siento vacía. Desapegada de
mis emociones. Como si no fuera más que carne y huesos porque en algún
momento esta noche, todo lo que me mantenía con vida dejó de hacer su trabajo.

—He estado aquí antes —repito—. Hace cinco años.

—¿Qué?

Intento asentir con la cabeza, pero mi cuerpo se niega a moverse porque está
muerto, muerto, muerto por dentro —Es extraño porque cuando mamá y yo huimos
de Beaker, tomamos un autobús y dimos vueltas hasta que encontramos un
concesionario de coches. Compramos el auto confiable más barato disponible y lo
pagamos en efectivo. Ni siquiera le pregunté de dónde sacó el dinero, pero... lo
conseguimos, y luego comenzamos... a conducir —Mi visión se vuelve borrosa a
medida que los recuerdos vuelan a través de mi mente, como imágenes fijas en
tarjetas que había memorizado con tinta—. Y podía hacerlo... podía conducir
durante horas y nunca veríamos las mismas cosas dos veces. En un momento,
saqué un mapa de todo el país de una gasolinera y comencé a marcar los lugares
por los que pensé que habíamos pasado... Es una locura cuando lo recuerdo.
Manejamos a través de Atlanta y llegamos hasta Cayo Hueso en Florida, y luego
manejamos a lo largo de la costa hasta llegar a la frontera entre Texas y México —
Es patético que sonría. Puedo imaginar el brillo emocionado en sus ojos claros ante
la perspectiva de un nuevo comienzo. Durante horas, ella habló de nada más que
comenzar una nueva vida en México.

Holden permanece en silencio, escuchando cada palabra.

—Al día siguiente, nos dirigimos al norte. Empecé a marcarlo en el mapa


hasta que me di cuenta de adónde iba —Mi estómago se hunde ante el recuerdo,
otra grieta en mi corazón roto—. Hay una razón por la que terminamos a solo cuatro
horas al sur de donde crecí. Ella iba a volver con él. Nunca le dije que lo sabía. Tal
vez debería haberlo hecho. Quizás algún día tenga la oportunidad de hacerlo. De
todos modos —exhalo, y sé que estoy divagando, pero necesito sacar esto. Es la
hora—. El punto es que, cuando me fui, simplemente… conduje en círculos. Por
días. Finalmente perdí la esperanza de llegar a alguna parte, así que agarré mi
teléfono, abrí la navegación y el único lugar en el que se me ocurrió escribir fue aquí.
Guardería Eastwood, Blessing, Carolina del Norte...

Levanto mi mano, limpio la humedad de mis mejillas y luego señalo la


dirección general de la carretera. Sigo mirando hacia delante cuando digo: —
Aparqué en la carretera justo enfrente de la entrada e incluso salí del coche. Estaba
asombrado cuando lo vi por primera vez. Las fotos en línea o en ese catálogo que
me diste... no le hacen justicia a este lugar. Me enamoré con solo verlo, y ni siquiera
había puesto un pie en la propiedad. Pensé... si pudieras esperar unas semanas.
Te graduarías, y estaría aquí esperándote. Y podríamos pasar el verano juntos,
comenzar nuestras vidas juntos. Solo nosotros. Lejos de cualquier influencia
externa. Y seríamos felices... solo tú y yo. Todo lo que tuvimos que hacer fue esperar
unas semanas —Cierro los ojos, mi cabeza colgando hacia un lado.

—Pero no estabas aquí esperándome, Jamie… —murmura Holden.

Empujo a un lado el dolor en mi pecho, preparado para lo que viene a


continuación. —Recibí una llamada mientras estaba parada allí. Fue um... fue la
policía. Beaker había muerto unos días antes —Holden jadea, pero lo ignoro—, y
cuando registraron su casa... encontraron un montón de cosas. Principalmente su
laboratorio de drogas en el sótano, pero también encontraron mi licencia de
conducir. Fue lo único que se llevaron esa noche del ataque. Fue entonces cuando
se confirmó… fue mi culpa… lo que te pasó.

—Te refieres a lo que nos pasó a nosotros.

Niego con la cabeza. —No importaba lo que me pasara cuando era por mi
culpa, Holden —Tomo una respiración entrecortada—. Y entonces me fui de aquí.
Y conduje. Y no piensas en ello mientras está sucediendo, sino veinte horas al día,
en la carretera, solo, sin nada más que tus pensamientos y tú culpa, esa maldita
culpa, y… —Me interrumpo para contener un sollozo e intentarlo. para recuperar mi
compostura, pero cada respiración superficial solo toma de la siguiente—. Ahí fue
cuando empecé a beber. Encontré estos bares al azar en medio de la nada donde
no verificaron la identificación, y yo solo... bebí. Un montón. Y me metía en mi auto
y dormía y me despertaba al día siguiente y lo hacía todo de nuevo. Sabía que
estaba mal, había días en los que pasaría sin... pero también había días en los que
me miraba en el espejo y veía a mi madre mirándome, y era casi... casi reconfortante
saber que no estaba sola… —Olfateo mi dolor, y por mucho que me duela
simplemente respirar a través de la agonía, tengo que seguir adelante. Para Holden.
Y tal vez incluso para mí—. Y luego, un día... Me desperté en la cama de un tipo al
azar, y no tenía idea de cómo llegué allí. Era la primera vez que pasaba, y me odiaba
a mí misma. Empecé a verme a mí misma a través de los ojos de todas las personas
que me rodeaban. Entonces, como un niño. Estaba sucia, asquerosa... inútil.

—Jamie… —Holden se mueve hacia mí, pero retrocedo porque empeora, y


no puedo tenerlo cerca de mí cuando se lo digo.

—Conduje hasta el borde de un acantilado, salí del auto, miré hacia abajo y
pensé... Podría saltar, y todo terminaría, y nadie me extrañaría, y lo sé... Sé que ese
no es el caso, pero esa era mi forma de pensar. Y también es lo que me salvó.
Porque me extrañarías, y por muy egoísta que fuera, todavía quería una vida
contigo. Entonces, volví a mi auto, conduje hasta la casa de Gina y pedí lo único
que debería haber pedido hace años. Pedí ayuda —Tomo aire un momento—. Ella
me metió en estas reuniones grupales y me llevó a terapia, y mi terapeuta me ayudó
a superar la culpa, me alentó a contactar a Zeke para hacerle saber que estaba a
salvo. Yo también quería acercarme a ti, pero cada vez que lo intentaba,
simplemente... no podía dejar que me vieras como era. Porque yo era un maldito
desastre, Holden. Me perdí en esos pocos meses, y necesitaba volver a... ser
alguien lo suficientemente bueno para ti. Y pensé... tal vez una vez que tenga eso
entonces... entonces tal vez un día iré y te encontraré, y te diré que es por ti que
sigo en pie.

—Me hubiera encantado y aceptado cualquier versión de ti, Jamie —


murmura Holden—. Tú lo sabes.

—Pero, ¿cómo es eso justo para ti? —Lloro—. ¿Cómo es justo que cada
versión que conoces de mí esté rota?

—Así es como eres...


Niego con la cabeza, mi visión borrosa por mis lágrimas retenidas. —No es
quien yo quiero ser.

Su exhalación llena el vacío entre nosotros —¿Eso explica qué? ¿Los


primeros meses? ¿Qué pasó en todos los años después? ¿Cuándo empezaste a
ver a Dean? —Toma un respiro calmante. Y luego otro.

—Mi terapeuta me convenció de que hay personas que se preocupan por


mí... que no podía simplemente desaparecer y no afectaría a nadie. Así que una
vez al mes durante los últimos años, volvía a casa. Vería a Gina, visitaría a Zeke y
me quedaría con Esme por unos días. Una vez, cuando estaba allí, me encontré
con Dean y empezamos a hablar. Se convirtió en un buen amigo para mí, Holden.
Nada mas —Hago una pausa, tratando de recuperar mis pensamientos—. He
estado haciendo la misma versión de nada durante los últimos años, pero estaba
avanzando y eso era importante para mí. Dejé de mirar el pasado y todos los errores
que había cometido, y lo estaba haciendo bien. Estaba saliendo lentamente de la
oscuridad, y pensé… —Oh, dios—. Pero entonces...

—¿Qué? —insiste Holden.

Finalmente me giro hacia él, viendo las mismas lágrimas en sus ojos que
están en los míos. —Entonces Esme murió.

El aliento de Holden lo deja apurado.

—Y Dean, él estaba allí para mí. Se paró a mi lado mientras empujaban su


cuerpo lejos, y él me ayudó con los arreglos de su funeral y... fue una noche, y esa
noche tomé mi primera gota de alcohol desde mi colapso. Ambos nos arrepentimos
a la mañana siguiente, y más tarde ese día, me llevó a la oficina del abogado donde
te vi… —Sonrío, pero está lleno de tanta tristeza que ni siquiera puedo comprender
cómo se siente—. Y eso es. Ahí es donde he estado los últimos cinco años, Holden
—Tiro de la manija de la puerta y la empujo para abrirla—. Tratando de encontrar
una manera de amarme a mí misma de la forma en que una vez me amaste.
Capítulo 25
Holden
No hay respuesta cuando llamo a la caravana alrededor del mediodía del día
siguiente, así que me arrastro de regreso al establo donde vi a papá mientras
conducía. Él me dio un asentimiento superficial y luego me preguntó qué estaba
haciendo. Normalmente no trabajo los sábados, así que era raro que estuviera aquí.
Le dije que estaba trabajando en la oficina. Revelar la verdad, que estaba aquí para
darle a Jamie la píldora del día después, me habrían valido unas bofetadas decentes
en la cabeza.

El piso del granero está cubierto con cubos de rosas blancas y peonías en
diferentes tonos de rosa. Típicas flores de boda, si me preguntas, pero bueno... no
es mi boda —¿Te estás preparando para mañana? —le pregunto a papá mientras
entra con dos baldes más. Uno de los viejos amigos de la universidad de Maggie se
casa mañana por la noche, y estamos proporcionando las flores casi al costo.

—Sí —dice papá—. Nos iremos a primera hora, y nos quedaremos en el hotel
durante la noche, así que nada de fiestas escandalosas, ¿de acuerdo?

Entrecierro los ojos mientras me apoyo en el banco de trabajo —Te das


cuenta de que tengo veintitrés años, no dieciséis, ¿verdad? Mis días de fiesta
ruidosas han terminado.

Papá se ríe —Volveremos el lunes alrededor del almuerzo.

—Genial —meto mis manos en mis bolsillos, mis dedos rozan la pequeña
caja que contiene una sola pastilla—. Oye, no has visto a Jamie, ¿verdad? Llamé a
su...

—Ella y Mags fueron a Charlotte. Deberían estar de vuelta en un par de


horas.

—¿Charlotte?

Papá asiente.
—¿Están simplemente de compras, o...? —Jamie nunca ha sido realmente
de ir de comprar porque sí. Sin embargo, le gustaba pasear por las tiendas de
segunda mano durante horas buscando ropa de viejita maloliente.

—Fue el lugar más cercano que Jamie pudo encontrar que tenía una reunión
de Al-Anon hoy, así que…

—Espera —lo interrumpí, tratando de entender lo que estaba diciendo—.


Jamie había bebido un poco demasiado anoche, pero está lejos de ser alcohólica.

—No, tal como lo explica Maggie, es como un grupo de apoyo para familiares
y amigos de alcohólicos —Hace una pausa en su tarea para mirarme—. Su mamá
era alcohólica, ¿verdad?

—Sí —exhalo, mis ojos frenéticos mientras busco respuestas a las preguntas
que tengo y ni siquiera lo sé todavía.

—Sabes… —dice papá—. A Maggie realmente le gusta esa chica para ti.

—Ella no es… —Me interrumpo porque no sé cómo terminar la oración.

¿Ella no es qué? ¿Mía? Porque ella lo fue... anoche... durante los cinco
minutos, y luego la realidad se derrumbó, y el mundo entero se volvió una mierda.
Me empujo del banco.

—Creo que la buscaré cuando regrese.

—Holden —me llama papá cuando ya estoy de espaldas—. Creo que


deberías cenar con nosotros esta noche. Siento que no te he visto en mucho tiempo.
Tal vez deberíamos simplemente... registrarnos.

Me giro hacia él lentamente —Nos vemos todos los días.

—No. Trabajamos juntos todos los días. Esta noche quiero cenar con mi hijo.
A las seis y media. No llegues tarde.

—Sí, señor.

🧩 🧩🧩

Me presento a las seis y media en punto, pero cuando entro en la cocina, la


única que está allí es Jamie. Está sentada en la mesa redonda que ha estado aquí
desde que nací, y en la mesa hay bolsas de comida para llevar del restaurante.
Jamie me mira con los ojos muy abiertos como si no supiera que estaría aquí. Tal
vez papá no le dijo que estaba invitado. Miro el reloj de la pared y luego de nuevo a
Jamie —¿Llego temprano o tarde?
—Llegas a tiempo —dice, moviéndose en su asiento—. Acabamos de
regresar.

Miro alrededor de la habitación, escucho si hay algún sonido. Es silencioso


—Entonces... ¿dónde están todos?

—Maggie fue a su habitación —dice en el aire—, a “refrescarse” y tu papá


entró allí para consolarla.

—¿Consolarla? —preguntó, tomando asiento junto al de ella.

—Creo que la rompí —Jamie se vuelve hacia mí, con el labio inferior hacia
fuera en un puchero—. Le dije que no tenía por qué sentarse en la reunión conmigo,
pero ella insistió y se sentó a mi lado y tomó mi mano y tuvo que escuchar todo.
Apenas dijo dos palabras en el camino a casa y me siento horrible.

—No te sientas mal —digo, girando todo mi cuerpo hacia ella. Me permito un
momento para observar su perfil. Ella siempre ha sido clásicamente hermosa... de
una manera que no te golpea en la cara sino que te persigue en tus sueños. Cuanto
más la miro, más rojas se ponen sus mejillas, y contengo una sonrisa, contengo el
impulso de estirar la mano y apartar un mechón de cabello de sus ojos y colocarlo
detrás de su oreja. Quiero besarla allí, justo debajo de la oreja. Me pregunto si
todavía la hace retorcerse como antes. Su hombro se mueve, y sigo su brazo hasta
su mano descansando en su regazo, su pulgar acariciando la parte de “estado de
ánimo” del colgante.

Lentamente, estiro la mano, mis dedos quitan suavemente el colgante de su


agarre.

—Inicialmente era un anillo de estado de ánimo —le digo, dándole la vuelta


en la palma de mi mano—. Lo encontré en línea y se lo envié a mi papá, junto con
las instrucciones de lo que quería hacer con él. Se lo llevó a un chico local que vive
en una choza en el bosque rodeado de obras de arte en metal que él hace y vende
—Coloco el colgante en mi palma y trazo los pétalos de dalia que lo rodean—. Todo
el mundo lo llama Jimmy Pata de Palo, pero no sé por qué. No tiene pata de palo y,
que yo sepa, su nombre es Paul. Hago una pausa para ver los ojos de Jamie
entrecerrar pensando—. ¿Qué pasa?

—Bueno, eso es un poco cruel. A menos que él mismo se haya puesto ese
nombre, pero si no lo hizo y la gente simplemente lo llama así...

—Supongo —murmuro—. Nunca pensé en eso, pero tienes razón.

—A menudo tengo razón —Jaime sonríe—. Por favor continua...

Después de una exhalación lenta, le digo: —No estaba seguro de si querrías


otro anillo, especialmente porque todos los que usabas eran de tu madre, así que
le pedí que lo convirtiera en este. De esa manera, podrías hacer lo que quieras con
él —Coloco con cuidado el colgante sobre la mesa y lo deslizo hacia ella—.
¿Recuerdas esa vez cuando Mia estaba en el hospital y yo volé aquí?

Jamie asiente, pero no habla.

—La única vez que me alejé de su lado fue para recoger esto, así podría
dártelo cuando volviera... pero luego descubrimos que Mia estaba embarazada, y
me asusté y me asusté, y bueno... tú sabes el resto.

Los ojos de Jamie son suaves, pero no tienen las lágrimas a las que se ha
estado aferrando desde que llegó aquí.

Mis hombros se elevan con mi larga inhalación —¿Así que fuiste a una
reunión de Al-Anon? —pregunto.

—Sí.

—¿Cómo estuvo?

—Fue... bueno —responde ella, animándose un poco—. Tuve un pequeño


avance.

—¿Sí?

Asintiendo, dice: —Todo este tiempo me preocupé por convertirme en mi


madre… resulta que somos todo lo contrario.

Solo ahora me doy cuenta de que Jamie ha estado aquí una semana entera,
y este es la primera conversación genuina que hemos tenido. Tampoco olvido el
hecho de que es completamente mi culpa que haya tardado tanto.

—¿Cómo es eso?

—Bueno... mi mamá bebió para ahogar el dolor de su castigo... y yo bebo


como una forma de castigo por mi dolor —Sus ojos se encuentran con los míos, la
aceptación en su sonrisa me hace perder el aliento.

Antes de que pueda responder, Maggie aparece en la puerta con papá a su


lado. Ella aplaude antes de frotarlas —Ahora estoy bien.

Jamie se levanta rápidamente de su asiento y se acerca a Maggie —Oh,


Mags. Lo siento.

—No es tu culpa —dice Maggie, abrazándola—. Pero no me hagas llorar otra


vez, o te ataré y te obligaré a quedarte —Se separan al mismo tiempo, y luego
Maggie dice—. Ahora, disfrutemos de nuestra última noche juntos.

¿Última noche juntos?


Comimos la cena. O todos los demás lo hacen. Apenas puedo masticar mi
comida, y mucho menos tragar. Y no entiendo cómo todos los demás hablan, se
ríen y actúan como si esto no fuera una noticia que cambia la vida.

Jaime se va. Esta es nuestra última noche juntos...

Son tres simples palabras que parecen hacer eco en mi mente, como bombas
explotando en mi cabeza, una tras otra, y no puedo... no puedo pensar. Me pongo
de pie tan rápido que mi silla se vuelca, y estoy agarrando mis llaves y el poco
sentido común al que aún puedo aferrarme —Tengo que irme.

—¡Holden! —Maggie jadea, pero ya estoy fuera de la habitación.

Antes de cerrar la puerta principal, escucho a papá decir: —Déjalo ir.


Necesita resolverlo por su cuenta.

🧩 🧩🧩

Son tres horas más tarde cuando llamo a la puerta de Jamie, y no he


trabajado ni una mierda. Ni siquiera sé si estaría parado aquí si no hubiera vaciado
mis bolsillos, solo para darme cuenta de que todavía tenía la maldita píldora.

Eso es una mentira.

Me fui a casa, caminé, traté de relajarme, traté de pensar en cualquier cosa


menos en ella, y pasé cada minuto convenciéndome de no volver. Sé que estaría
aquí, con o sin pastillas.

Doy un paso atrás cuando la puerta viene directamente hacia mí, y luego ella
está justo ahí, recién duchada, con pantalones cortos y una camiseta sin mangas,
sin sostén. Estupendo. Sin una palabra, busco en mi bolsillo, saco la caja y la
sostengo entre nosotros.

—Gracias —dice, tomándolas—. No estaba segura de sí lo tenías o no. Iba


a tomarlas mañana.

—Mañana... ¿Una vez que te vayas de aquí?

Ella niega con la cabeza, frunciendo el ceño en el medio —No me iré mañana.

—Pero Maggie dijo...

—Es nuestra última noche juntas, Maggie y yo, porque ella tiene una boda
mañana. Vuelo el lunes por la mañana.

Lunes por la mañana.

Dos noches más.


Un día completo.

Mis pulmones retroceden como si recordaran su propósito, e inhalo una


bocanada completa. Respiro por primera vez en tres horas.

—¿Puedo entrar?

—Por supuesto —Abre más la puerta y entro en su casa solo por segunda
vez en una semana entera. Ha aplanado cajas entre los asientos delanteros,
algunas construidas con artículos ya empacados. Me quedo junto a la puerta
mientras ella saca una botella de agua de la nevera pequeña y luego se traga la
pastilla.

—La señora de la farmacia dijo que podrías sangrar, y tal vez náuseas o algo
así… —Esta es la última conversación absoluta que quiero tener en este
momento—. Ella dijo que si vomitas dentro de las próximas veinticuatro horas,
entonces debes regresar y conseguir otro porque…

—Lo tengo —interrumpe ella—. Gracias por hacer eso por mí.

—Es un poco para los dos, pero lo que sea —murmuro, mirando alrededor
del espacio reducido. Estoy ansioso. Y confundido. Y tantas otras emociones que
estoy bastante seguro de que están jodiendo con los químicos en mi cuerpo porque
me siento enfermo. Como, físicamente enfermo.

—¿Estás bien? —pregunta, mirándome de reojo—. No te ves muy bien.

—Soy… —Un maldito desastre—. ¿Qué diablos pasó hoy?

Abre un cajón, saca su contenido y comienza a clasificarlo en cajas.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir… fuiste a una reunión de Al-Anon, ¿y qué? Decidiste que


¿Necesitas largarte de aquí?

—No —dice entre risas—. Me di cuenta de que era hora en el camino a casa
después de follar en el coche de tu novia —Ella se vuelve a medias hacia mí—.
Puedo hablar con ella si quieres.

Sí, eso es exactamente lo que quiero —¿Y decir qué? —me burlo—. ¿Que
tuvimos sexo y qué? ¿No significó nada?

—¿Es eso lo que significa para ti? —pregunta, y está tan jodidamente
tranquila, y me siento como si estuviera atrapado en un huracán. Ahogándome.
Despacio.
—Estoy jodidamente aquí, Jamie —le espetó. trato de manipular mis
emociones—. Estoy aquí hablando contigo sobre eso porque obviamente significa
algo.

—Entonces… —Ella resopla—. Le diré que lo que pasó entre nosotros no


afecta lo que sientes por ella.

Bajo la cabeza justo a tiempo para ocultar mi mirada en blanco —Lo que pasó
entre nosotros cambió todo lo que siento por Bri, pero no en la forma en que piensas,
Jamie. Brianna y yo somos buenos —murmuro—. Pero gracias.

Ella no responde, y cuando pasa el tiempo suficiente, miro hacia arriba para
atraparla observándome —Entonces, necesito hablar contigo sobre algo —dice ella.

Froto mis ojos mientras me muevo a su cama, siento mi trasero —A delante.

Ella continúa con el embalaje, de espaldas a mí —No tengo ningún lugar


donde quedarme cuando me vaya, así que me preguntaba si podría quedarme en
casa de Esme. Te pagaré la mitad del alquiler estándar por…

—Por supuesto que puedes quedarte, y no necesitas pagarme una mierda,


Jamie, y definitivamente no necesitas pedir permiso.

Ella se congela en medio del movimiento —Bueno, técnicamente,


legalmente, lo hago. Y éticamente, supongo —Hay una cadencia humorística en su
tono, y yo solo... no lo entiendo.

Hasta que lo hago.

Está feliz de irse, y me pregunto si así es como se sintió la primera vez que
me hizo esto.

—¿Qué va a pasar con el RV? —pregunto, agarrando el borde del colchón.

—Alguien vendrá a remolcarlo el martes y lo llevará de vuelta a su garaje. Me


dirán si vale la pena arreglarlo. Si no, lo venderé como chatarra, y si lo es,
conseguiré que alguien lo lleve a Tennessee y pague el vuelo de regreso, o Maggie
dijo que me ayudaría a venderlo. Ella me enviará mis cosas y me donará lo que no
necesito.

—¿Y entonces qué?

Ella está deslizando los gabinetes superiores abiertos mientras dice: —Y


luego... Realmente no sé qué. Yo solo… —ella se apaga.

Termino por ella —¿Solo necesitas salir de aquí?

—Sí —dice ella a través de un suspiro, revelando una caja familiar y


sosteniéndola en su pecho—. Me tomó tres días. Apenas dormí. Apenas comí. Y
luego conduje dieciséis horas hasta aquí, sin nada más que esperanzas y sueños…
—Se ríe una vez, el sonido de la decepción—. Pensar que una sola pieza del
rompecabezas me trajo hasta aquí… —Sostiene la caja entre nosotros—. ¿Lo
quieres?

Mi pecho se aprieta —¿Tú no?

—¿Sabes dónde ha estado esto durante los últimos cinco años?

Niego con la cabeza, me trago mis emociones —¿Dónde?

—En la caja fuerte de la oficina de Zeke —dice, y vuelve a empacar—. Así


de importante es para mí.

—Entonces, ¿por qué me lo darías?

Ella me mira, encogiéndose de hombros —¿Algo para recordarme?

Mantengo mis ojos en los de ella cuando digo: —Como si alguna vez pudiera
olvidarte, Jamie.

Su sonrisa es tensa. Falsa. —¿Algo bueno para recordarme para entonces?


—Ella comienza a girar, pero me estiro y agarro su brazo.

—¿Puedes simplemente… dejar de empacar. No puedo pensar con todo esto


pasando. —Yo tiro de su mano—. Solo siéntate conmigo un segundo.

Se sienta a mi lado, su muslo desnudo roza mis jeans. Descanso mis codos
en mis rodillas y paso mis manos por mi cabello, tirando de las puntas. Todo mi
cuerpo se sacude cuando siento su mano en mi espalda, su mejilla descansando a
su lado.

—Maggie te va a extrañar —me atraganto. Y por Maggie, me refiero a mí.


Probablemente debería encontrar una manera de decirle eso, pero el miedo encierra
esas palabras en el órgano que una vez rompió. Y no puedo olvidar eso. Incluso si
quiero.

—Sabes, he viajado mucho —dice, su voz suave, solemne—. He conocido a


mucha gente y nunca me he conectado con nadie como lo he hecho con ella.

—Así que quédate… —Joder. Se suponía que no debía decir eso, pero ahora
está ahí afuera, y no puedo retractarme. Me giro hacia ella, busco en sus ojos una
apariencia de algo—. Al menos hasta que sepas lo que va a pasar con esta cosa—
. Miro alrededor de la caravana—. Parece mucho trabajo para…

—No puedo, Holden.

—¿Por mí?
—No. No por ti. Pero para ti. Y yo. No quiero arruinar tu vida más que yo, y
en caso de que no lo hayas notado, he estado mentalmente en espiral desde que
llegué aquí.

—Sí, por mi culpa.

—Detente —Se levanta y creo que va a volver a empacar, pero en cambio,


ella se para frente a mí, sus dedos entrelazados a través de mi cabello mientras
lleva mi cabeza hacia su estómago, sosteniéndome contra ella—. No es tu culpa,
Holden —susurra, acariciando mi cabello. Envuelvo mis brazos alrededor de ella,
ignorando el calor que se filtra a través de mi carne y alivia mi interior—. Por favor,
no creas que lo es.

Me alejo para poder mirarla —¿Cómo no puedo, Jamie?

—Espera —dice, y me aferro a su mano todo el tiempo que puedo, soltándola


solo cuando está fuera de alcance. Ella obtiene algo del tablero y regresa un
momento después. Sentado a mi lado de nuevo, me muestra la fotografía de ella en
el campo de margaritas, con las mejillas quemadas por el viento y una cadena de
margaritas por corona—. ¿Recuerda esto?

—Por supuesto que sí.

—Nunca me había sentido más libre que ese día. Y no fue porque me
regalaste esta experiencia que nunca pensé que tendría, o incluso el increíble
sexo...

Una risa brota, pero la mantengo baja.

La sonrisa de Jamie es tan real, tan cruda. Ella me mira, sus palabras
encienden una chispa de esperanza dentro de mí, un recordatorio de por qué me
enamoré de ella en primer lugar. Con lágrimas en los ojos, se estremece y exhala y
dice: —Viajo por el país tratando de alcanzar la misma emoción que sentí ese día.
Tratando de encontrar esas emociones de nuevo. Pasé tanto tiempo de mi vida
escondiéndome o tratando de retratar una versión de mí misma que quería que otras
personas vieran que nunca llegué a conocerme realmente, quién era yo... hasta ese
día —Ella mira fijamente la imagen, una imagen de paz, de esperanza—. Quiero
volver a ser esa chica, Holden, y dudo mucho que la encuentre aquí —Parpadea
con fuerza, liberando las lágrimas, y llego a ellas antes que ella.

Sostengo su cara entre mis manos, descanso mi frente contra la suya.


Nuestros ojos sostienen.

Nuestros labios persisten.

Nuestros alientos se fusionan, ruedan en uno.


Y mi pecho... me duele el pecho porque mi corazón se debilita, un
recordatorio inútil del daño que ella había causado.

Retrocedo, la libero por completo. Y así, el hechizo se rompe. Tan rotos como
estamos.
Capítulo 26
Jaime
El golpe en mi puerta llega unos segundos después de los faros, la puerta
cerrándose y luego los pasos. Me recuerda la noche en que me devolvió el colgante.
No he preguntado cómo se las arregló para encontrarlo. Probablemente debería.

Compruebo la hora en mi computadora portátil y me doy cuenta de que son


poco más de las diez. Pasé la mayor parte del día empacando el RV y
preparándome para mi vuelo a primera hora de la mañana.

Los golpes comienzan de nuevo, solo que esta vez son más fuertes. Más
duros.

—¡Jaime! —Holden llama—. Sé que estás ahí. Y si estás desnuda, no te


molestes en vestirte. Lo he visto todo antes. Puedo escuchar su estúpida risa desde
aquí.

Poniendo los ojos en blanco, me levanto para abrirle la puerta.

—Hola.

Da un paso atrás para evitar ser golpeado con la puerta —¿Sabes lo que
acabo de darme cuenta? —dice, con las manos metidas profundamente en los
bolsillos de sus jeans. Lleva una camiseta de manga larga gris oscuro con las
mangas levantadas, sus antebrazos tonificados a la vista. Se ve... bien, supongo.

—¿Qué acabas de darte cuenta?

—He golpeado exactamente a dos personas en toda mi vida, y ambas fueron


por ti.

—¿Por mí?

—Sobre ti —corrige.
¿Es por eso que está aquí? ¿Para una disculpa? —Bueno, probablemente
deberías dejar de hacer eso, Holden.

—Quizás —Se encoge de hombros, sus ojos mirándome—. ¿Te llevó Mags
a visitar a mi abuela?

Estoy de pie en toda su altura —¿No, por qué?

—Pensé que podrías haber allanado su armario porque te lo juro, ella tiene
exactamente ese mismo camisón.

—Cállate —me río, mirando hacia abajo a mi ropa. Estoy en un camisón azul
claro con pequeños estampados de teteras. Cubre la longitud de mis brazos y cae
hasta mis tobillos. Es un camisón de abuela y absolutamente la cosa menos sexy
que podría verme, pero también es increíblemente cómodo—. Ya he empacado toda
mi ropa.

—De acuerdo —Él asiente una vez—. Así que ibas a quemar eso antes de…

—¿Quién eres? ¿La policía de la moda?

Él sonríe, sacudiendo la cabeza hacia un lado —Vamos.

Miro hacia abajo, a mi ropa —Em...

—No vamos muy lejos. Y además, ya lo he visto. Y no importa cuánto lo


intente, no puedo dejar de verlo ahora.

—¿Alguien te ha dicho alguna vez que es un deleite tenerte cerca?

El asiente —Sí. Granny Eastwood me lo dice todo el tiempo —Mete la mano


en la caravana y recoge mis chancletas justo detrás de la puerta, luego me agarra
los tobillos para ponérmelas. Mentiría si dijera que no sentí nada cuando me toca,
especialmente cuando es así de gentil. Consolador. Tal vez eso es lo que Holden
estará para siempre en mi mente: un recuerdo reconfortante de lo que alguna vez
tuve. Cuando termina, dice—Vamos, Gladys.

Una vez que estoy en el suelo con el RV cerrado detrás de mí, pregunto: —
¿A dónde vamos?

—Viniendo de un hombre que esperó cinco años a que aparecieras, tengo


todo el derecho de decir que eres increíblemente impaciente —Él me lleva lejos.

—Tantas excavaciones —murmuro, caminando a su lado.

—Bueno, trabajo con la tierra todos los días, así que… —Me mira de reojo,
con una leve sonrisa tirando de sus labios—. Tengo bastante experiencia con la
excavación.
—Eso es… —Niego con la cabeza—. No.

—Eres tan difícil de complacer —murmura.

—Gracioso —respondo—. No pareces tener problemas para complacerme.

Toda la cara se sonroja en el momento en que las palabras salen de mi boca,


y Holden tropieza con sus propios pies y luego se endereza rápidamente. No dice
una palabra mientras nos movemos por el granero, deteniéndonos justo antes del
invernadero. Cuando se vuelve hacia mí, miro hacia otro lado, avergonzada. Una
cosa es estar pensando en Holden en ese aspecto, pero decirlo en voz alta... Me
siento como si tuviera diecisiete otra vez, tratando de negar mis sentimientos a
pesar de que ya están expuestos para que el mundo los vea.

Y no tiene nada de malo tener esos sentimientos, incluso compartirlos con


él... es solo que ambos sabemos que no podemos actuar en consecuencia.

—Nunca me preguntaste —dice, y mis ojos se estrechan confundidos.

—¿Preguntar qué?

Da unos pasos hasta un panel en la pared con múltiples interruptores. El


primero que enciende atenúa las luces del invernadero, haciéndolo apenas visible.
El siguiente dispara luces de colores desde el piso, iluminando el espacio en tonos
combinados. Pero es el último interruptor el que me hace jadear: mi corazón se
acelera, mi sonrisa se extiende y mis ojos se agrandan como un niño en la mañana
de Navidad. Nieblas de agua salpican el aire, dividiendo las luces en pequeños
fragmentos de color.

Una risita se forma en mi pecho y no me molesto en ocultarla.

—Nunca me preguntaste cuál es mi recuerdo favorito de la infancia —afirma,


agarrando dos de las pistolas de agua más grandes que he visto de debajo de un
banco de trabajo. Me entrega uno y agrega—. Cada vez que me sentía un poco
deprimido, mi papá me preparaba esto. La clave es encontrar los globos de agua
escondidos… —Su sonrisa es gloriosa mientras me da la espalda, sosteniendo la
pistola de agua como un militar experimentado—. Tienes una ventaja de veinte
segundos.

Grito, saltando sobre los dedos de mis pies, y luego salgo disparada,
haciendo todo lo que puedo para contener mi risa. Noto los pocos globos de agua
cuando los paso, luego corro más allá de los lirios, la fuente de agua y hacia los
helechos.

—No te escondas detrás de los helechos —grita, todavía de espaldas a mí—


. ¡Ese es el escondite más obvio!

—¡Noooo! —Me quejo y me escondo detrás de los helechos de todos modos.


—Diecinueve. ¡20! ¡Listo o no, ahí voy!

Me quedo lo más quieta posible, mi respiración dificultosa, mi corazón


saltando con emoción mientras lo observo a través de los huecos en las hojas. Sus
pasos son lentos, sus ojos se mueven de un lado a otro. Agarro el arma con más
fuerza, mi dedo en el gatillo.

Holden se mueve de un lugar a otro, buscando, mientras aprieto mis labios


con fuerza, tratando de silenciar mis risitas infantiles.

—¿Sabes lo primero que hice cuando me hice cargo de este lugar? —


pregunta, acercándose a mí. Aunque no me encuentra. En cambio, se sienta en el
borde de la fuente, dándome una vista perfecta de su perfil. Saca su teléfono, lo
toca varias veces antes de decir—. Configurar cámaras en todas partes...

Salgo de detrás de los helechos, mi pistola de agua apuntando hacia él —


¡No es justo!

Él rueda los ojos.

Presiono el gatillo, pero no pasa nada. Luego lo sacudo, oyendo el agua caer.

Holden se ríe para sí mismo, levanta su arma y me apunta directamente —


Nunca has usado uno de estos antes, ¿verdad?

Niego con la cabeza, con los ojos muy abiertos —No.

Acecha hacia mí, bombeando parte del arma de un lado a otro. Camino hacia
atrás, tratando de hacer lo mismo, pero antes de que pueda lograr un solo
movimiento de deslizamiento, un chorro de agua me golpea directamente en el
pecho. Holden está tan ocupado riéndose que no está preparado cuando le disparo
en la nariz.

Su columna se endereza mientras pasa una mano por toda su cara, su


mirada de indignación hace estallar la burbuja de risa en mi pecho —Será mejor
que corras, Regina.

No sé cuánto tiempo pasamos persiguiéndonos, escondiéndonos detrás de


los estantes, agachándonos y zigzagueando entre exhibiciones de plantas. De vez
en cuando, chillo de alegría cuando encuentro un globo de agua y se lo lanzo, y solo
lo alcanzo la mitad de las veces. Nunca falla cuando me apunta con uno. Nos
resbalamos en el piso mojado más veces de las que puedo contar, nuestros
estallidos de risa se fusionan, rodando en uno. Arrancamos los tallos de las plantas
más grandes a medida que las rozamos, derribamos las macetas y rodamos por la
tierra. A él no parece importarle nada de eso. Y por mi vida no puedo recordar la
última vez que me reí así, aunque estoy seguro de que fue con él.
—¡Tregua! —grita, y me precipito detrás de un pasillo de flores en macetas,
apoyo mi espalda contra él. Con mi arma en mi pecho, me tomo unos momentos
para recuperar el aliento.

—¡Jaime!

Aparto mi cabello húmedo de mis ojos y me quedo callada.

—¡Estoy sin munición de todos modos!

Mi compartimento de agua todavía está medio lleno ya que no he tenido


muchos oportunidades para conseguirlo. Claramente, él tiene una ventaja sobre mí.
Probablemente podría correr a través de este espacio con los ojos cerrados y nunca
golpear nada. Apenas puse un pie aquí y sigo tropezando con callejones sin salida.
Agrega eso a la iluminación tenue, y estoy jodida.

—¿Jaime? —llama de nuevo, y puedo decir que se conmovió, el sonido de


su voz más cerca que antes. Ni siquiera escuché los pasos. Con el pulso latiendo
en mis oídos, me giro, tratando de mirar a través de los huecos de los pasillos en
busca de él. Lo veo justo al otro lado del pasillo y tomo un último respiro antes de
ponerme de pie de un salto y girarme hacia él, con la pistola de agua levantada.
Presiono el gatillo, pero no bombeé suficiente presión en la unidad y el agua gotea
por el extremo y cae al piso.

Holden sonríe.

—Apesta ser tú —dice, justo antes de levantar la mano y agarrar la boquilla


de la manguera extensible que cuelga de un estante superior. Abro la boca para
protestar, esto no estaba en las reglas, y antes de que pueda emitir un sonido, mi
boca se llena de agua fría y el resto es un borrón. Por unos segundos, me quedo
allí, aturdida, incapaz de moverme, y él empapa todo mi frente de pies a cabeza.

Finalmente volviendo en mí, saco mis manos, tratando de bloquear el rocío.

—Holden, ¡detente!

Dejo caer la pistola de agua y cargo contra él —Déjalo.

Su risa es como la luz del sol calentando mi carne. Presiono mi hombro contra
su estómago, mis brazos alrededor de su torso mientras trato de empujarlo hacia
atrás, pero él no se mueve. Ni siquiera una pulgada. El agua está apagada ahora, y
todavía se está riendo, un estruendo de un sonido que llega a todos los lugares
correctos —Está bien, ahora tregua —Sabelotodo.

Doy un paso atrás para poder mirarlo —¿Ahora?—Casi grito, señalándome


hacia abajo—. Ahora es un poco tarde, ¿no crees?
Él gime, con la cabeza colgando hacia atrás —¡Maldita sea, Jamie, no llevas
sostén!

Tan pronto como lo dice, siento el aire fresco flotando sobre mis pezones
endurecidos. Los cubro rápidamente, con los ojos muy abiertos.

Holden... se ajusta. Poniendo los ojos en blanco, dice, con un tono lleno de
sarcasmo: —Bien, porque eso es útil.

—Lo siento —digo entre risas. Doy un paso adelante de nuevo, mi frente casi
toca la suya para ocultar mi cuerpo.

Se inclina hacia adelante, sus brazos se enroscan alrededor de mi cuello


mientras me acerca a él, presiona un beso en mi frente. Mis ojos se cierran mientras
permanecemos así, mis manos agarran su camiseta. Parece que respiramos el uno
al otro, memorizando el momento, sabiendo que no durará —Déjame traerte algo
de ropa —dice, alejándose—. Probablemente tengo algo en mi antigua habitación
que me quedaba bien cuando tenía diez años.

Me paro más alto —No soy tan pequeña.

Su sonrisa es suave, casi entrañable —Eres muy pequeña —Y luego se


vuelve, agachándose ligeramente, un movimiento que ha hecho tantas veces antes,
cuando éramos un nosotros y el mundo no nos había hecho pedazos. Sin dudarlo,
me levanto el camisón y salto sobre su espalda, envolviéndome a su alrededor. Con
sus brazos enganchados detrás de mis muslos, me lleva sin esfuerzo a través del
invernadero, fuera del granero y hacia la casa. Es un movimiento tan familiar, que
llena mi corazón de calidez y añoranza por lo que alguna vez fuimos—. Siempre me
pregunté cómo era tu dormitorio de la infancia —le digo, tratando de mantener mi
voz tranquila.

Todavía está fuera. Tan tranquilo no sé qué extrañaré más: este lugar
específicamente, Maggie, o el chico que actualmente gira su cabeza hacia mí, esos
ojos verdes que brillan bajo la luz de la luna.

—¿Nunca te asomaste allí?

—No.

No dice nada más mientras abre la puerta principal sin llave, luego se abre
camino a través de la sala de estar oscura y hacia un pasillo a la izquierda. Él
enciende la luz, iluminando una pared entera llena de fotografías enmarcadas de él
y su familia, algunas de él y Mia. Desafortunadamente, no tengo suficiente tiempo
para apreciarlos a todos porque, demasiado pronto, estamos en lo que supongo que
es su antiguo dormitorio. Hay dos camas aquí, empujadas contra paredes opuestas.
En el piso hay una pila de cajas de rompecabezas. Hay una cómoda, y al lado hay
un mueble de televisión donde el polvo restante muestra dónde solía estar una
televisión.
No nos soltamos mientras él abre y cierra cajones para encontrar algo
adecuado. Luego me lleva a su baño, enciende la luz antes de soltarme. Me deslizo
por su espalda y aterrizo sobre mis pies, tomando la ropa que me ofrece.

No me ve vestirme como medio pensé que lo haría. En cambio, cierra la


puerta entre nosotros.

Rápidamente me pongo unos pantalones de chándal y una camiseta, y


cuando vuelvo a salir, Holden está sentado en el borde de la cama, con la cabeza
gacha. —Dejé mi vestido de abuelita ahí —bromeo—. Puede ser tu trofeo por ganar
la batalla del agua.

Sus hombros tiemblan con su leve risa.

—Entonces, ¿esta es tu antigua habitación? —pregunto, mirando alrededor.


Sus paredes están desnudas, el piso salpicado de pedazos y piezas al azar. Es
como si entrara como un torbellino y se llevara lo que necesitaba para su casa y
nunca más regresara.

—Sí.

—Apuesto a que has tenido mucho sexo desagradable aquí.

Sus ojos se clavan en los míos, con la frente fruncida en el medio —¿Por qué
dices eso?

—Lo siento —digo, arrugando la nariz—. No sé...

—Ni siquiera puedo soportar la idea de ti con alguien más, y estás trayendo…
¿Me jodes con otras chicas como si no te afectara?

—Dije que lo siento —exhalo, dejándome caer a su lado. Mantengo mi


cabeza baja, balanceo mis piernas hacia adelante y hacia atrás—. ¿Qué importa
cómo me siento? Tú y Brianna lo arreglaron, ¿verdad?

—¿Quien dijo que? —pregunta, volviéndose hacia mí.

Lo enfrento —Dijiste que todo estaba bien entre ustedes dos, así que…

—Brianna y yo terminamos —dice, mirando hacia adelante mientras se


recuesta en su silla, extendiendo sus brazos.

Mi estómago se hunde —¿Cuándo?

—Ayer por la mañana.

Mis ojos se abren —¿Por mí?


Se encoge de hombros —No tú, específicamente. Quiero decir, no por lo que
pasó el viernes en la noche.

—¿Entonces, qué?

—No lo sé —murmura, mirándome rápidamente antes de apartar la mirada


de nuevo—. Supongo que tenerte aquí me recordó lo que se siente querer estar con
alguien.

Mi corazón se eleva, y es patético que lo haga porque no significa nada —


¿Y supongo que no te sentiste así con ella?

Sus hombros se levantan cuando dice: —Lo que Brianna y yo teníamos es


complicado.

—¿Cómo es eso? —No sé por qué estoy haciendo todas estas preguntas.
Yo solo... Siento que ya he jodido la vida de Holden, y tal vez, egoístamente, no
quiero ser responsable de este elemento.

—Conocí a Bri hace mucho tiempo, el verano antes de conocerte a ti, y


comenzamos a conectarnos. Cada vez que estaba en la ciudad, nos volvíamos a
conectar. No cuando estuve contigo, y no durante el año después de que te fuiste
—dice, apretando mi muslo. Quita la mano rápidamente como si no debiera estar
allí—. Nunca fue nada grave. Nunca fuimos exclusivos. Pero cuando regresé aquí
para vivir, simplemente continuamos donde lo dejamos. Obviamente, nos
gustábamos lo suficiente como para seguir viniendo. Supongo que asumí que las
cosas serían diferentes esta vez. Pensé que estábamos juntos, y ella todavía estaba
follando con Colton todo este tiempo.

Dejo caer la cabeza entre mis hombros —Lo siento mucho, Holden.

—Está bien. Estoy mucho más sorprendido que herido, y no hace mucha
diferencia. Lo rompí antes de que supiera esa parte —Me mira de nuevo—. ¿Estás
lista?

—¿Para qué?

Se pone de pie, su sonrisa provocando la mía —Segunda parte de nuestro


adiós.
Capítulo 27
Jaime
La segunda parte de nuestro adiós significa subirse a su camión y marcharse.
Llegamos a la carretera principal, giramos a la izquierda y entramos en la siguiente
entrada, mucho más escondida que la principal. Solo cuando veo su casa a la vista
me doy cuenta de dónde estamos. Sólo que él no se detiene en la casa. En cambio,
lo pasa, siguiendo el camino sin pavimentar otra media milla hasta que llegamos a
un claro que asumo que alguna vez fue un pequeño estacionamiento. Se detiene
frente a una puerta y se vuelve hacia mí, diciendo: —Espera aquí.

Estoy mareada, y ni siquiera trato de ocultarlo porque me recuerda la vez que


me hizo faltar a clase con él para conducir a otro campo, un campo lleno de
margaritas.

Cuando regresa de abrir la puerta, manejamos solo unos pocos metros antes
de que se detenga nuevamente. Estiro el cuello para mirar a nuestro alrededor, pero
está casi completamente oscuro donde no alcanzan los faros —¿Tienes tu teléfono
contigo? —pregunta Holden.

—¿Si porque?

—Dang, para que puedan rastrear tu cuerpo.

—¡Holden! —chillo, golpeando su pecho con el revés.

Finge dolor, frotándose el lugar —Estoy bromeando. Pero tengo que vendarte
los ojos, ahora.

—Detente. —me cruzo de brazos—. No.

—Vas a arruinar mi sorpresa —dice, y luego hace un puchero, y ese puchero


estúpido me hace algo.

Dos minutos después, estoy con los ojos vendados, sola en el auto, y puedo
escucharlo moviendo cosas desde la parte trasera de su camioneta, luego leves
sonidos que solo puedo describir como estallidos de aire. Abre y cierra la puerta
trasera, y unos momentos después, está justo a mi lado. No dice una palabra
mientras agarra mi cintura, tirando de mí del asiento. Desearía tener tiempo para
aferrarme a él antes de que plante mis pies en el suelo.

Toma mi mano, como si todo esto fuera completamente normal, y me aleja


un par de pasos. El calor flota contra mi carne, diferente de la temperatura exterior,
y salto sobre los dedos de los pies, la anticipación sacando lo mejor de mí.

Luego, parado detrás de mí, Holden coloca sus manos en mis caderas. —
¿Lista? —pregunta, y estoy tan agradecida de que esté detrás de mí, así que no
puede ver cuán patéticamente amplia es mi sonrisa.

Asiento, y él quita la venda de los ojos por completo. Una risita brota de mis
labios cuando me vuelvo hacia él —¡Esto es increíble! —Antes de que pueda contar
todas las antorchas tiki que me rodean, me lleva de nuevo, esta vez a la parte
trasera de su camioneta, donde yace un colchón inflable. Me giro hacia él, con el
ceño fruncido.

Está apretando los labios para dejar de reír.

—Que es…

—No es lo que parece —dice entre risas—. Lo juro —él dibuja un cruzar
sobre su corazón.

—¿Entonces que es eso?

Después de encogerse de hombros, dice: —¿Recuerdas cuando te di ese


catálogo de productos? —Asiento con la cabeza.

—Y viste fotos de este lugar... dijiste que si vivieras aquí, dormirías bajo las
estrellas todas las noches. —Se encoge de hombros—. Entonces, eso es lo que
estamos haciendo. Solo durmiendo.

Me giro hacia él, con el corazón en la garganta —¿Recuerdas eso?

—Lo recuerdo todo, Jamie —murmura, ofreciéndome su mano para


ayudarme a subir a la cama. Pero el camión es enorme y prácticamente tiene que
subirme a él.

Hay algo más que el colchón y las mantas aquí atrás. Hay bolsas de papas
fritas y dulces y latas de refresco —No tuve tiempo de prepararme, así que es lo
mejor que pude hacer —dice, saltando sin esfuerzo sobre la cama. Se acomoda con
la espalda contra la cabina, las rodillas levantadas y separadas. Toca el lugar entre
sus piernas—. Ven aquí.

Ni siquiera lo dudo. Solo hago lo que me pide. Y sé que estamos borrando


las líneas, pero parece que no me importa. Al igual que no me importa que todavía
esté húmedo por nuestra pelea de agua, especialmente cuando me envuelve en su
calor mientras me rodea con sus brazos. Me arropa más cerca y yo me acomodo,
descansando mi espalda contra su duro pecho.

—¿Recuerdas el juego de las preguntas? —pregunta, su barbilla en mi


hombro.

Me giro a medias para sonreírle —Lo hago. —Sin embargo, el juego de


preguntas nunca nos perteneció. Siempre fue de él y de Mia. Y aunque no lo
jugamos a menudo, todavía recuerdo las reglas—. No tienes que responder todas
las preguntas, pero al menos tienes que reconocerlo.

—¿Y si respondes? —él pide.

—Entonces tienes que responder con la verdad.

Su sonrisa es estúpida —Eso es un recuerdo que tienes ahí, Jameson Taylor.

Me pregunto si debería decirle que la mayoría de mis recuerdos consisten en


él

—¿Quieres jugar? —él pide—. Porque tengo un montón de preguntas.

—¿Cómo qué?

—Como... ¿Alguna vez volviste a la escuela como lo habías planeado?

Niego con la cabeza, envuelvo sus brazos más fuerte alrededor de mí —No.
Me concentré en ese mismo primer año después de que llegué a casa de Gina.
Trabajé algunos días a la semana sirviendo en un restaurante y luego encontré otro
trabajo que podía hacer desde casa o de viaje.

—¿Qué tipo de trabajo?

—Transcribiendo audio, ejecutando cuentas de redes sociales. Ese tipo de


cosas. Y hablando de eso, ustedes no tienen presencia en las redes sociales.

—¿Stalkeas mucho? —dice entre risas.

—Estaba curiosa. —Me encojo de hombros—. Realmente deberías ponerte


en eso.

—No sabría nada al respecto.

—¿Paso uno? —digo—. Configurar una cuenta de Instagram para la


empresa y publica una foto tuya sin camisa en el invernadero. Las chicas vendrán
en tropel.
Su risa es profunda, un estruendo lento que siento justo en mi pecho —Tú
¡Ni siquiera me he visto sin camisa últimamente!

—Oh, pero me lo puedo imaginar —murmuro—. Apuesto a que eres


exactamente igual, pero más varonil. Simplemente no hagas que parezca una
trampa para la sed. Haz que parezca que estás trabajando, ¿sabes?

Su cabeza se mueve de lado a lado mientras me mira fijamente.

—¿Quieres que te lo prepare? —preguntó, buscando su teléfono.

Después de buscarlo en su bolsillo, lo abre antes de entregármelo.

La imagen de fondo es de él y el mismo niño cuya cara y obra de arte cubren


su refrigerador. Trabajamos juntos para configurar la cuenta, incluida una breve
biografía y enlaces, y cuando termino, le devuelvo su teléfono y le muestro el mío.
—¿Te importa si te sigo desde lejos? Estoy un poco emocionada de ver lo que
haces con el lugar.

Él asiente, sus ojos directamente sobre los míos —A delante.

Encuentro la nueva cuenta rápidamente y presiono seguir —Está bien, mi


turno. Pregunta.

Él asiente de nuevo.

—¿Por qué estás haciendo todo esto? ¿La lucha del agua y el dormir bajo
las estrellas?

Su encogimiento de hombros es perezoso, como si la respuesta fuera obvia


—Solo quiero hacerte feliz.

Esas palabras por sí solas crean un dolor innegable en mi pecho. Aparto la


mirada, así que él no se da cuenta de que mi sonrisa se desvanece. Esta es la falla
en nuestro destino, nuestra única perdición: Todo lo que siempre ha querido es mi
felicidad, incluso cuando le cuesta la suya.

—¿Qué? —pregunta, y niego con la cabeza—. ¿Dije algo malo?

Empujo el nudo en mi garganta —No.

—Jamie —Me levanta hasta que estoy sentada de lado, mis piernas sobre
las suyas. no estoy sentada en su regazo, pero bien podría estarlo. Sostiene una
mano a un lado de mi cara mientras sus ojos buscan los míos—. Obviamente toqué
un nervio.

—No lo hiciste —Retiro su mano y la sostengo entre las mías—. Está bien.
¿A quién le toca?
—A mi —Me mira un segundo más, y cuando no cedo a mi dolor, dice en voz
baja—. ¿Cuándo dejaste de dibujar?

—Guau. Vamos directamente a las cosas difíciles, ¿eh?

—Tengo una noche contigo y cinco años de preguntas.

—Cierto. —Tomo aire, lo contengo y trato de pensar en una respuesta que


sea lo suficiente para satisfacerlo—. Después de que Beaker murió y la policía
registró su casa, lo principal en lo que se concentraron fue en el laboratorio de
drogas en su sótano. Siempre supe que estaba allí, pero nunca entendí por qué. Es
obvio ahora que estaba tratando. Resultó que estaba tratando de crear una droga
nueva y asequible similar a la oxicodona que no fuera heroína ni metanfetamina.
Así que puedes imaginarte cómo era vivir con pruebas diarias de drogas...

—Mierda —murmura Holden.

Asiento con la cabeza —Beaker, en realidad era muy inteligente, inteligente


al nivel de un genio. Su verdadero nombre es Raymond, pero sus amigos lo
llamaron Beaker en la escuela secundaria porque se destacó en química... lo
suficiente como para ir a la universidad y convertirse en farmacólogo.

—Entonces, ¿qué diablos le pasó?

—Cuando yo era joven... Aún no estaba en edad escolar, tuvo un accidente.


Se lastimó la espalda bastante mal. Así empezó su adicción, con analgésicos. Y,
por supuesto, en algún momento, los médicos dejan de darle guiones, pero él tenía
acceso a ellos, y cuando lo atraparon y perdió su trabajo, recurrió a otras drogas
para aliviarse, y bueno... pueden adivinar el resto…

—Eso es jodidamente loco —murmura Holden.

—¿Cierto? Es como la historia del origen de un supervillano.

—Quiero decir, no realmente —afirma Holden—. Estoy seguro de que mucha


gente pasa por lo que hizo, y no terminan siendo la escoria de la tierra.

No sabe ni la mitad. —De todos modos, la policía estaba decidida a averiguar


qué tan profundos fueron sus tratos, por lo que realizaron análisis forenses en sus
teléfonos y ordenadores. Resulta que tenía alertas configuradas para mí y mi mamá.

—Pero no tenías nada ahí fuera —se apresura a decir—. No estabas en las
redes sociales. Nunca publiqué sobre ti porque me pediste que no lo hiciera, así
que... ¿cómo…? —la mirada cambia, como si buscara respuestas en su mente.

—El boletín de la escuela —le digo—. Se trataba de mi participación en el


concurso de arte. Fueron tres jodidas frases las que casi te matan.
—Basta —dice, pasando un brazo por encima de mis hombros para
acercarme.

Coloco mi cabeza en su pecho, justo encima de su corazón, y trato de


mantener mi voz.

—Desde que me enteré, no he podido dibujar —Las lágrimas pinchan detrás


de mis ojos, lágrimas de odio y desesperación—. Tomo un marcador, y todo lo que
veo es a ti tirado al lado de tu camioneta con sangre.

—No puedes dejar que te quite esto, Jamie —Las palabras de Holden son
firmes y desearía poder hacer que significaran algo. Ya ha tomado suficiente.

Limpio la humedad de mis ojos en su camiseta, tratando de calmar mi


respiración, mi ira, mi rabia. Sé que tiene razón. He pasado cinco años tratando de
convencerme de ello, pero eso no quita el hecho de que no puedo hacer lo único
que nos unió a Holden ya mí —Mi turno. —Respiro una vez, mi mente
apresurándose a cambiar de tema—. ¿Cuándo te diste cuenta de que querías volver
aquí?

Se toma un momento para responder —Cuando mi papá me llamó y me dijo


que existía la posibilidad de que perdiéramos.

—¿Fue instantáneo? ¿La necesidad de salvarlo?

—Curiosamente, sí. Fue como pulsar un interruptor. Y ni siquiera sé de dónde


vino. Un minuto estaba perfectamente feliz trabajando apenas para Joseph, y al
siguiente, estaba contactando a los bancos tratando de obtener préstamos y
resolver problemas.

—Es bueno que pudieras conseguir uno tan rápido.

Holden se burla y yo me alejo para poder verlo —Ojalá —dice, sacudiendo la


cabeza—. Ningún prestamista me tomaría en serio. Tengo veintitrés años, tengo
préstamos estudiantiles hasta el cuello y no tengo un historial laboral real ni una
fuente constante de ingresos.

—¿Así que cómo...?

Sus ojos se encuentran con los míos, su sonrisa triste —Hice un trato con el
diablo, Jamie.

Pienso por un momento, y luego todo se vuelve claro. —¿Obtuviste el dinero


de Joseph?

—Sí —Sus labios se presionan con fuerza.

—¿Tu papá lo sabe?


—Dios, no —se apresura—. Y no puedes decírselo.

—Yo no lo haría —digo—. Pero debes saber que tu papá está muy orgulloso
de ti, Holden. Me lo dijo él mismo.

—Confía en mí. No se sentiría así si descubriera de dónde vino el dinero. La


traición ya es bastante mala, pero ocultárselo... No tenía otra opción.

—Lo sé —lo tranquilizo—. Lo siento.

Durante horas, dejamos que el calor de las llamas de las antorchas caliente
nuestras almas e ilumine nuestras emociones. Hacemos preguntas de un lado a
otro y, a veces, nos desviamos del rumbo. Le cuento mi lista de recuerdos de la
infancia y la gente que he conocido en mis viajes. Habla sobre los amigos que hizo
en la universidad, algunos con los que todavía se mantiene en contacto y las
travesuras que hicieron. Le menciono mis visitas mensuales con Gina y la terapia a
la que sigo asistiendo cuando estoy allí, y me cuenta sobre los cambios significativos
que quiere hacer dentro de la empresa. Quiere intentar obtener más cuentas
corporativas. Oficinas, hoteles y centros comerciales. Piensa en grande, por lo que
dice, y no tengo ninguna duda de que va a hacer que suceda. Y de todo lo que
hablamos, está claro que su mayor alegría, su más dulce pasión, viene de hablar
del pequeño Benny Preston, el hijo de Mia, su sobrino.

—Le gustan mucho las rocas y los minerales —dice—. Como obsesionado.
Cuando estaba en la universidad, solía enviarme sobres llenos de piedras que
encontraba al azar. Lo juro por Dios, podría tener los días más horribles, y luego
recibiría un paquete de él, y era lo único que podía hacerme sonreír. Ha comenzado
a leer mucho. Acaba de cumplir cinco años y lee mejor que yo. No solo eso. Es
inteligente, Jamie. Como increíblemente inteligente. Y seguro que lo heredó de su
padre porque Mia es una jodida tonta.

—¡Holden! —Me río a carcajadas.

—Estoy bromeando —se ríe—. Pero de verdad. He sido el equipo Leo, el


padre de Benny, todo este tiempo, y el culo terco y malcriado de Mia estaba
demasiado asustado para lidiar con eso. Ahora mira, están casados y
estúpidamente enamorados, y Benny tiene ambos padres, y ella nunca ha sido más
feliz, y no me importa lo que diga Mia: yo tenía razón y ella estaba equivocada. Fin.

Lo que no daría por verlo a él ya Mia en la misma habitación —Apuesto a que


le encanta que tus padres estén casados ahora.

Él rueda los ojos —Sí, porque ella tiene a la mamá que siempre quiso, y yo
lo tengo a él —Él suspira—. Estoy siendo un imbécil. Joseph no es tan malo.
Realmente me gusta guardar rencores, lo cual es una tontería porque las dos
personas a las que más lastimó parecieron perdonarlo, y yo... supongo que todavía
no quiero hacerlo —Mira fijamente la oscuridad frente a nosotros, con el ceño
fruncido.
Levanto la mano, trato de suavizar físicamente sus rasgos —Dime otro
recuerdo favorito de la infancia —le pido.

Su sonrisa es leve, pero está ahí, y es un poco adorable —Sucedió aquí


mismo. Por eso te traje aquí.

—¿Qué pasó aquí? —pregunto, mirando alrededor.

—Cuando era pequeño y me quedaba con mis abuelos, la abuela Eastwood


solía despertarme antes de que saliera el sol y me metía en la camioneta para
traerme aquí. Ella jura que es donde existe el mejor amanecer del mundo.

Me duele físicamente sonreír tan ampliamente como soy. Pero la imagen de


un pequeño Holden Eastwood dormido mientras su abuela lo lleva a la camioneta
es posiblemente lo más lindo que puedo imaginar.

—Tomaba chocolate caliente y pan fresco y caliente, y nos sentábamos en


la parte trasera de la camioneta, como tú y yo ahora, y veíamos el amanecer juntos.

—Awwww —Me estoy derritiendo.

—Ella me decía que el sol saliendo cada mañana era las puertas del cielo
abriéndose para todos aquellos que habían pasado en la oscuridad. Así que
inventábamos historias sobre todas las personas que habían fallecido y cómo eran
sus vidas.

—¡Para! —Llevo una mano a mi pecho—. Eso es lo más dulce.

—Sí, ella es bastante dulce —está de acuerdo, su mente perdida en sus


pensamientos, sus cejas bajando lentamente—. Solo recuerdo... cada una de mis
historias eran personas mayores. No acababa de captar la idea de que la muerte le
podía pasar a cualquiera, en cualquier momento. Y, por supuesto, eran historias
ridículas, como un tipo que viajó en el tiempo y fue comido por dinosaurios.

Me sale una risita, pero Holden no reacciona, demasiado perdido en sus


recuerdos.

—Pero esta vez, creo que fue justo antes de comenzar el primer grado, le
pregunté por qué, si Dios aceptaba a todos, había una puerta para entrar al cielo y
por qué estaba cerrada. Ahora me doy cuenta, independientemente de mis
creencias religiosas, que el mal existe en este mundo y no hay nada que puedas
hacer al respecto. Pero para mí, cuando era niño, el mal significaba villanos en las
películas y cómics de Marvel. No me di cuenta de que era la vida real… —Deja caer
la barbilla, sus ojos nivelando los míos—. Pero tú lo sabías, ¿no?

Es inmediato: la forma en que saca mis emociones crudas de mí, las voltea
al revés. A través del dolor en mi pecho, le digo: —No puedes dejar que mi infancia
te quite la tuya, Holden —Hago una pausa—. ¿Qué dijo tu abuela cuando le
preguntaste?

Después de una fuerte inhalación, se sienta más alto —Dijo que a veces la
vida termina demasiado rápido y que algunas cosas quedan sin resolver. Entonces,
para salvar a la gente del purgatorio, tuvieron la oportunidad de pedirle una cosa a
Dios. Podría ser el perdón, o podría ser una pregunta, o cualquier cosa, en realidad
—Me mira de nuevo—. ¿Cuál sería tu pregunta?

Lo reflexiono durante un largo momento, mi respiración se vuelve más corta


con cada segundo que pasa. Finalmente, parpadeo para contener las lágrimas
antes de responder: —Le preguntaría si conocía a mi madre.

Holden asiente como si supiera mi respuesta antes de que dijera las palabras
en voz alta.

—¿Cuál sería el tuyo? —pregunto.

Olfatea una vez, sus ojos rojos y crudos mientras mira hacia adelante. Pasan
los segundos, se convierten en minutos. No le quito los ojos de encima —Me
preguntaría por qué hizo que enamorarse fuera tan fácil… —Su mirada se posa en
la mía, inquebrantable—. Pero es casi imposible desenamorarse.

Llueve. Y no el tipo de lluvia que viene lentamente en gotas y chubascos. No.


Se acumula —¡Lo siento! ¡Debería haber revisado el clima! —Holden grita por
encima del ruido de los truenos y las grandes gotas que golpean el metal de su
camioneta.

Afuera es pura oscuridad, la lluvia apaga las llamas de las antorchas casi
instantáneamente.

Nos acostamos a dormir hace menos de una hora, y ahora estoy buscando
mi teléfono entre todas las mantas.

—¡Está bien! ¡Probablemente debería regresar, de todos modos! ¡Mi viaje


estará aquí en unas pocas horas!

Además, hubiera sido imposible para mí dormir mientras estaba en sus


brazos. Era demasiado tentador cruzar la línea, una línea que ahora estoy segura
de que ya no se puede cruzar. Porque no dijo que era imposible desenamorarse.
Dijo casi. Y casi es la palabra más desgarradora del diccionario inglés. Casi no deja
lugar a preguntas. Por la esperanza.

Encuentra su teléfono segundos antes de que yo encuentre el mío, y usa la


poca luz que emite para guiarnos a través de las cortinas de agua y salir del camión.

—¡Las mantas! —grito.


—¡Déjalos! —grita de vuelta, corriendo para abrir mi puerta. Me deslizo
adentro, limpiando la humedad de mi cara, mi cabello. En los segundos
transcurridos desde que comenzó a llover, de alguna manera me las arreglé para
empaparme de nuevo.

Holden se desliza en el asiento del conductor, sus manos en el volante


mientras sacude su cabello, rociando gotas sobre mí.

—¡Holden!

—Lo siento —se ríe. No lo siente en absoluto.

Tarda dos minutos en volver a la entrada principal, y estaciona sucamión al


lado de mi RV, dejando el motor en marcha mientras se gira hacia mí. Abre la boca
para hablar, pero le gano —Gracias por esta noche —le digo—. Cumpliste tu deseo.

Exhala un suspiro, su pecho se desinfla. —¿Y cuál es mi deseo?

Lo observo por última vez: ojos verde verdosos que no delatan nada y labios
que podría pasar toda mi vida besando. Una gota de agua cae como un rayo desde
la línea del cabello, pasa por su sien, cuelga de su mandíbula, donde se aferra a los
pocos días de crecimiento. Me estiro, lo deslizo con mi pulgar como si hubiera
terminado con todas las lágrimas que he derramado frente a él —Siempre me has
hecho feliz, Holden. Siempre.

Salgo de la camioneta y cierro la puerta detrás de mí porque no necesitamos


compartir otras palabras entre nosotros. Si nada más viene de mi tiempo aquí, él
necesita saber eso. Nunca fue él quien me empujó a irme o me empujó a alejarme.
Él era lo único que podía hacer que me quedara. Ya tengo mis dedos en la puerta
del RV cuando escucho que la puerta del camión se abre y se cierra —¡Jaime!—
grita, y no quiero hacer esto. No quiero despedirme. Lágrimas calientes se mezclan
con la lluvia helada, y trato de alinear mis rasgos. No quiero que me vea llorar. No
quiero que sepa cuánto duele esto, cuánto me arruina. Estoy feliz. Necesito serlo.
Para él.

—Jamie —dice de nuevo, su agarre en mi cadera me ruega que me vuelva


hacia él. En el segundo que lo hago, estoy en su abrazo, sus brazos alrededor de
mi cuello, su mano en la parte de atrás de mi cabeza para mantenerme en mi lugar.

La lluvia cae como un torrente a nuestro alrededor, pero no siento ni una gota
cuando me sostiene así. Solo lo siento. cubriéndome. protegiéndome Él olfatea un
par de veces, su pecho se sacude hacia adelante contra mi mejilla —Siempre pensé
que sería mucho más fácil si te hubiera dicho adiós —Se seca los ojos a lo largo de
mi hombro, empapando sus lágrimas en mí—. No lo es, ¿verdad?

Niego con la cabeza contra su pecho.


Por unos segundos, nos abrazamos, mis brazos alrededor de su torso, mis
manos agarrando la parte de atrás de su camisa. No quiero dejarlo ir, pero sé que
tengo que hacerlo, y cuando se retira, lo suelto de mala gana. Besa mi frente pero
no me obliga a mirarlo —Cuídate, ¿de acuerdo?

Asiento con la cabeza hacia el suelo, y luego se estira a mi alrededor,


abriendo mi puerta. No miro hacia atrás mientras entro, cierro la puerta entre
nosotros. Lo cierro, luego apoyo mi espalda contra él, incapaz de recuperar el
aliento. Oigo cerrarse la puerta de su coche y luego nada.

Y desearía no tener la esperanza de que se quedara. Que él me pediría que


hiciera lo mismo. Porque dijo casi. Escuché la palabra.

Él no está enamorado de ti, Jamie.

El camión arranca, y me atraganto con la respiración, mis lágrimas fluyen


rápidas y libres. Y cuando sus faros iluminan la oscuridad que me rodea, arrojando
luz a través de todas las partes rotas de mí, ya no puedo estar de pie, mis piernas
están demasiado débiles para sostenerme. Me deslizo por la puerta hasta que mi
trasero golpea el suelo, y lloro en mis manos, maldiciendo al mundo por todos mis
casis.
Capítulo 28
Jaime
La lluvia no cesa y no duermo. Simplemente observo cómo los minutos se
convierten en horas hasta que llego al aeropuerto. Pre-reservé el viaje solo
momentos después de mi decisión de irme, y tomó un día entero para que alguien
lo aceptara. Tenía sentido, considerando que estaba pidiendo que me recogieran
en medio de la nada a las seis de la mañana.

Mi conductor, Paul, es un hombre de cincuenta y tantos años con cabello


largo y canoso tan salvaje que parece haber clavado un tenedor en un
tomacorriente. Pero debajo de su bigote de manubrio, puedo decir que su sonrisa
es amable, similar a la de la señorita Sandra del restaurante —Lo tengo, cariño —
grita, con el hombro encorvado y la cabeza gacha para evitar la fuerte lluvia que cae
sobre nosotros.

Me quita el equipaje y le grito un —gracias.

Había estado esperando en la oficina para poder ver el auto detenerse, así
que me volví y cerré la puerta corrediza detrás de mí. Cuando me doy la vuelta de
nuevo, él está justo ahí, sólo un pie delante de mí —¿Eso es todo?

—Sí, señor —digo, asintiendo y sosteniendo las llaves—. Voy a ir a devolver


esto. Deberías volver al auto y protegerte de la lluvia. Vuelvo enseguida.

Él hace lo que le sugiero sin decir una palabra, y yo corro a la terraza trasera
de la casa principal. Encuentro alivio de la lluvia durante unos segundos cuando
coloco la llave de la oficina debajo de una olla junto a la puerta trasera, junto a una
pila de botas de trabajo y chanclas. Es la primera vez que estoy en la terraza y
ofrece una amplia vista del patio trasero y más allá. Es todo lo que me imagino un
hogar para sentir. Hay un patio cubierto con parrilla, mesa rústica y bancos. Debajo
de un gran olmo, hay un juego de columpios hechos por el hombre, y junto a él hay
una vieja casa de juegos de madera con las palabras Holden + Mia grabadas en un
letrero justo encima de la puerta.
Había visto la casa de juegos antes, en el catálogo que Holden me había
dado. Mia había sido la que me mostró la foto en detalle la noche que vino a verme
al restaurante. Recordó el momento en que se tomó la foto y lo que dijo la madre de
Holden. —Esa chica lo mira como si se escabullera todas las noches y colgara la
luna solo para ella —Fue hace más de cinco años, pero todavía me aferro a cada
palabra que dijo—. Todos los días, el sol se ponía... y la luna salía. Sólo para mí.

A veces, me pregunto si yo era más como Mia, entonces tal vez...

Me sumerjo de nuevo en la lluvia y dejo que el agua fría penetre en mi piel.

No tiene sentido revivir el pasado.

Los quizás son tan inútiles como los casi.

—Eso fue rápido —dice Paul mientras me quito la mochila y me deslizo en el


asiento del pasajero Agacha la cabeza, mirando más allá de la lluvia y hacia la
casa—. ¿No tienes a nadie de quien despedirte? ¿Nadie para despedirte?

Sacudo la cabeza, deslizo una mano por la piel de gallina de mi brazo e ignoro
el dolor sordo en mi pecho —He dicho todas mis despedidas.

—Bien entonces —Me mira un momento, su mirada me hace encoger en mi


asiento— ¿Lista?

Meto la mano en mi bolsillo y saco mi colgante antes de abrocharme el


cinturón. —Lista.

Antes de que Paul haya salido del camino de entrada, mi teléfono me alerta
de un mensaje de texto.

Maggie: Entonces... ¿qué estás haciendo?

Jamie: Acabo de subir al auto.

Ella responde con una fila completa de emojis llorando. Frunciendo el ceño,
empiezo una respuesta:

Jamie: Te extrañaré mucho, Mags. Has sido…

Las lágrimas ya brotan de mis ojos, y ni siquiera sé cómo terminar la oración.


Has sido... ¿qué? ¿Mi gracia salvadora? ¿Mi mejor amiga la semana pasada? Sé
lo que quiero decirle; Yo sólo... no sé cómo hacerlo.

Anoche, mientras miraba pasar los minutos, seguí pensando en la única


pregunta que le haría a Dios si alguna vez estuviera a las puertas del Cielo. Ojalá
pudiera cambiar mi respuesta. No me importa si él conoce a mi madre o no. La
verdad es que quiero conocer a mi madre, quién era antes de que la enfermedad la
venciera. Quiero saber cómo hubiera sido si esa enfermedad no le hubiera robado
tanto el alma. Quiero saber si sería como Maggie... porque eso es lo que espero.

—Eso no son pétalos de dalia alrededor de ese colgante, ¿verdad? —Paul


pregunta, sacándome de mis pensamientos.

Mi mirada se dirige a la suya antes de dejar caer el colgante que sostenía


flojamente en mi mano —Sí lo es. ¿Te gustan las dalias?

—No —Sacude la cabeza, con ambas manos en el volante—. No podría


decirte mucho sobre la flor, pero puedo contarte sobre el metal y cómo hice ese
colgante para un joven enfermo de amor hace unos años.

Con los ojos muy abiertos y en estado de shock, me siento más alto. —Tú
eres Peg… —me interrumpí—. ¡Quiero decir, Jimmy! Paul, ¿hiciste esto para mí?

Su hombro se levanta. —Bueno, no sabía que era para ti en ese momento.


Big H vino a mi taller y me pidió que lo hiciera, y luego Junior apareció un par de
semanas después para recogerlo. Hombre, su rostro cuando lo vio, uno pensaría
que acababa de entregar un millón de dólares. Me dijo que era para una chica muy
especial en su vida —Me lanza una sonrisa mientras me mira. —Pensé que era
para la pequeña Mia, ¿sabes? Esos dos siempre estaban juntos. Pero cuando le
pregunté, dijo que no. Dijo que era para su... su... —Entrecierra los ojos, como si
tratara de recordar. E inhalo con fuerza, como si me hubiera olvidado de respirar—
. Así es —dice, asintiendo para sí mismo—, su sol y consuelo.

—Dios mío.

—Dijo que te lo iba a dar cuando volviera… cuando te iba a decir que te
amaba por primera vez. ¿Cómo fue eso…?

—¡Regresa!

—¿Qué?

—¡Regresa! —Repito, inclinándome hacia delante para ver qué hay delante.
No puedo ver mucho más allá de la lluvia, y no tengo idea de dónde está el camino
de entrada de Holden—. Necesito…

Paul enciende la luz intermitente y sale de la carretera principal—. Ya te tengo


cubierto, cariño.

En un minuto, se detiene justo antes de la casa de Holden, y estoy corriendo,


deslizándose por el barro para llegar a su puerta. Golpeo mi puño contra él, una y
otra vez. Ni siquiera me importa que no haya refugio, que cada segundo que paso
aquí me empapa más. —¡Holden!
La puerta se abre un resquicio. Lo suficiente para ver su rostro apenas
despierto y la mitad derecha de su cuerpo. —¿Jaime? ¿Qué estás haciendo?

—¡Nunca me di por vencida con nosotros! —grito, con la esperanza de que


pueda oírme a través de la niebla matutina y la fuerte lluvia que cae sobre el techo
de hojalata.

—¿De qué estás hablando?

Trato de limpiarme la humedad de la cara, pero con cada limpieza viene un


capa fresca. —Nunca me rendí con nosotros —repito, gotitas volando de mis labios
con cada palabra—. Fui a verte. En Boston. Estabas en tu segundo año allí, y
lamento que haya tardado tanto, pero necesitaba arreglarme antes de que pudiera
intentar arreglarnos. Fui a tu universidad y les pregunté a todas las personas con
las que me cruzaba si te conocían o cómo podía encontrarte, y después de un día
entero en tu campus, finalmente me paré justo en tu puerta.

Holden me mira, sin decir palabra, con los labios entreabiertos. No se ha


movido, no ha dado un paso al frente, ni me ha invitado a acercarme.

Respiro una vez, tratando de respirar a través de la incertidumbre que corre


por mis venas —No estabas allí, obviamente, pero tu compañero de cuarto me dijo
que podía encontrarte en un bar cercano, así que fui. Dios, Holden... verte, fue
como... como si el sol abriera el horizonte por primera vez en años, brindándome
calor y luz. Estabas sentado en la esquina cerca de unas mesas de billar, y
sostenías un taco de billar entre tus rodillas, y tú... tenías amigos... y estabas
hablando y riendo, y yo me quedé allí, congelada, preguntándome dónde estaba.
Encajaría en esta nueva vida tuya. Pero luego el taco de billar que tenías en la mano
fue reemplazado por esta... esta chica increíblemente hermosa. Y pusiste tus manos
en su cintura, y la miraste, y yo... me di cuenta de que nunca me habías mirado de
esa manera. Y entonces tu amigo dijo algo…

—Jamie… —Es la primera palabra que dice desde que comencé a hablar, y
nada viene después.

—Yo… —Estoy perdiendo la esperanza—. Me fui porque me di cuenta de


que… que nunca te había visto así antes. Nunca te había visto tan feliz o libre
porque nunca podrías ser así conmigo. Cuando me mirabas, siempre había esa
preocupación subyacente. Siempre te preocupaste por mí, Holden, y sé que es
porque me amabas, pero... perdiste una parte de ti por mí. Y siempre estás haciendo
eso. Incluso anoche, tú mismo lo dijiste, solo quieres hacerme feliz, y eso no es justo
para ti. Yo también quiero hacerte feliz, porque te amo. Te amo jodidamente. Y
nunca dejé de amarte, y si tú—si tú no sientes lo mismo, dímelo. Ahora mismo. Y
dime cómo olvidarte, porque…

La puerta se mueve de repente, abriéndose por completo, y mis pulmones se


vacían en el momento en que lo veo completo. La tinta negra mancha su torso tan
profundamente; es permanente Rayos de luz solar oscura desde su clavícula
bajando por sus costillas, cada rayo de sol envuelto en enredaderas y hojas y flores
diminutas. Mi visión se vuelve borrosa cuando observo su pecho, la pieza central...
la brújula dentro de un corazón anatómico.

—¿Qué pasa con la brújula? —pregunto.

—Está justo encima de tu corazón.

—¿Pero por qué una brújula?

—Porque es donde me siento más encontrado.

—Jamie, no necesitas estar haciendo esto —Es como salir de un sueño. O


una pesadilla. Ni siquiera me di cuenta de que Brianna fue la que abrió la puerta por
completo hasta este momento. Vestida únicamente con la camisa de trabajo de
Holden, dice—. Eres una mujer fuerte e independiente, y no necesitas...

Me doy la vuelta. Y hago lo que siempre hago cuando estoy en una situación
en la que no quiero estar, corro. Mis pasos se aceleran cuando lo escucho detrás
de mí, mordiéndome los talones.

He estado aquí antes...

He sentido esto antes.

Llamar a su puerta y derramar mi corazón hace tantos años no termino bien


entonces tampoco. Claro, no se acostó con Bethany, la ex de Dean, pero se siente
igual. Duele lo mismo.

—¡Jamie, detente!

Me limpio la lluvia de los ojos, vacío la esperanza de mi alma. No me vuelvo


hacia él cuando grito, me duele la garganta con la fuerza de mi sollozo retenido —
Jesucristo, es como un déjà vu.

—¿De qué estás hablando? —grita a mi espalda.

—¡Es como Bethany de nuevo!

—¡Ni siquiera estábamos juntos entonces!

Yo paro. Quieta. Espero hasta que cada órgano dentro de mí se ponga al día
con mi mente. Es la confusión que viene primero... y el desamor sigue. Lentamente,
lo enfrento, y puedo decir por su mirada fantasmal y cenicienta que él también está
jugando a ponerse al día. Solo su mente está alcanzando su boca —¿Te acostaste
con ella? —Exhalo, la lluvia hace que el calor de mis lágrimas sea temporal.

—Jamie… —Su pecho sube y baja.


Y apenas respiro.

Tiene la boca entreabierta, pero no tiene nada más que decir, nada más que
dar.

Pero lo hago.

Doy un paso adelante, liberando lentamente mi agarre del colgante atrapado


en mi mano.

Durante cinco años, lo he guardado conmigo, siempre aferrándome a él, a


nosotros, ¿y para qué?

Para nada.

A través de un océano de lágrimas retenidas, puedo distinguir la brújula


tatuada directamente sobre su corazón...

Un corazón donde una vez me perdí y me encontré.

Golpeo el colgante allí y me giro antes de que pueda ver su reacción. Vuelvo
al coche.

Él no me detiene. Simplemente se para bajo la lluvia, descalzo y sin camisa,


con un asiento de primera fila para mi salida de su vida.

—Puedes irte ahora —le digo a Paul, y él no pregunta, no discute.


Simplemente da la vuelta al coche y se marcha.

Miro por el espejo lateral, viendo a Holden encogerse en nada más que un
recuerdo. Suena mi teléfono y Paul dice: —Ha sonado varias veces mientras
estabas fuera.

Me muevo en mi asiento, encuentro el teléfono escondido entre el cuero


gastado y yo. El nombre de Maggie parpadea en la pantalla y respondo antes de
acercarlo a mi oído. Ni siquiera trato de ocultar mi miseria —Hola.

—Entonces... ¿dónde está la pelota? —ella pregunta, su tono solemne.

—¿Qué pelota?

—Bueno, ¿está en tu parte o en la de él?

Miro hacia abajo a mi mano y abro mi puño, notando las hendiduras dejadas
por el colgante —Se acabó el juego, Mags.

Ella está en silencio por un largo momento. Luego: —¿Quién ganó?


A través de los ojos llorosos y la fuerza destrozada, respondo con el único
absoluto que han dejado. —Los dos perdimos.
Capítulo 29
Holden
—¿Alguna vez te has preguntado cómo se siente una muerte lenta?

—Oh, vaya —dice Mia, de pie sobre mí, tapándome el sol de los ojos. Aprieto
un puño alrededor del colgante y le doy un golpecito en la pierna, instándola a
moverse.

Llevaba no sé cuánto tiempo recostado en el camino de la zona exterior de


la tienda, mirando directamente al sol hasta que me ardieron las retinas. Solo puedo
soportarlo unos segundos seguidos. Era esto o tomar un buen y largo baño...

Ha pasado casi una semana desde que Jamie se fue, y estoy bastante seguro
de que me estoy muriendo. Lentamente. Dolorosamente. solo que el dolor no es
físico.

—¿Dónde está Benny? —Le pregunto.

—En casa. Leo se va mañana, así que lo traerá entonces.

Intento mirarla, pero todo lo que veo son manchas de oscuridad.

—Entonces, ¿qué haces aquí?

—Bueno, hace tiempo, yo era tu mejor amiga. Ya sabes, antes de que me


reemplazaras por un niño de cinco años.

—Me gusta más Benny —murmuro—. No me llama la atención por mis


tonterías.

—Eso es porque cree que cuelgas la luna solo para él. —Me ofrece su mano
y la tomo, solo la suelto cuando vuelvo a estar de pie—. Y, tu padre puede o no
haberme enviado un mensaje de SOS porque pensó que podrías necesitarme. —
Coge una manguera y espera a que me ponga en posición frente a ella: brazos
extendidos, pies separados—. ¿En la cara? —me pregunta, y yo asiento con la
cabeza, conteniendo la respiración mientras me rocía con la manguera. Casi puedo
ver el vapor que sale de mi ropa, de mi piel—. ¿Te sientes mejor?

—La verdad es que no.

Mia deja caer las manos a los lados, con la cabeza ligeramente inclinada y
unos grandes ojos marrones que me juzgan.

—¿Qué tan malo es?

—Malo.

—¿Malo sin solución?

Suspirando, me paso una mano por la cara.

—La he jodido, Mia.


🧩 🧩🧩

La granja de Mia ya no está en funcionamiento, pero cuando lo estaba, era


una granja lechera. Ahora, es solo un campo verde gigante con los restos de lo que
una vez fue. Uno de esos restos es un enorme cobertizo abierto donde ordeñaban
las vacas. Solía llamarlo La Fábrica de Chupar Tetas. Por supuesto, Mia odiaba el
nombre, pero también odiaba la mitad de la mierda que salía de mi boca, así que
da igual. Por supuesto, tenía como cuatro años cuando se me ocurrió, así que...

—Cuéntamelo todo —dice, llevándome hacia un largo bloque de hormigón.


Se sienta y yo me siento a su lado.

Con la cabeza entre las manos, murmuro:

—Te vas a enojar mucho conmigo.

—Seguro que me enojaré, pero nunca me decepcionarás—dice, con un tono


suave y reconfortante. Fijo mi mirada en la suya -sus ojos son claros y están llenos
de claridad- y no sé cómo se las ha arreglado para lidiar por todo lo que ha pasado
y salir adelante. Suelto un suspiro, preparándome.

—¿Sabes que te dije que Jamie estaba en la ciudad?

—Sí...

Mi cara se arruga ante mi propio disgusto.

—No fui exactamente... acogedor. —Le cuento todo a Mia. De principio a fin.
Y puedo decir las partes que le duelen, porque la verdad es que a mí también me
duelen. Para cuando termino, tengo un dolor en el pecho tan debilitante que apenas
puedo respirar, y mucho menos hablar. Abro la mano, con la palma hacia arriba,
mostrando el colgante que llevo desde que Jamie se fue—. Me lo devolvió. Fue a la
vez como una especie de despedida final y que te jodan.

Mia me quita el colgante, inspeccionándolo con el ceño fruncido.

—Alguien debería cortarte la polla —dice, sus ojos se abren de par en par
mientras me mira—. Lo siento, eso ha sido una reacción.

Sacudo la cabeza.

—No, tienes razón.

Durante los siguientes minutos, nos sentamos en silencio, ninguno de los dos
sabe qué decir. Nunca habíamos estado en esta situación. Yo soy el que arregla las
cosas, y hasta que ella reconectó con el padre de Benny, siempre ha sido ella la
que necesita ser reparada. Ahora las cosas han cambiado y...

—Tal vez debería acercarme a ella de nuevo.

Mis ojos se dirigen a los suyos.

—¿Qué quieres decir con de nuevo?

Ella frunce la nariz y desvía la mirada hacia cualquier lugar que no sea yo.

—Quizás fui a verla a la cafetería aquella vez que te visité en Acción de


Gracias...

—¿Qué? —Mis ojos se entrecierran—. ¿Qué demonios le dijiste?

—Nada malo, obviamente. Ella aceptó tu lamentable trasero de vuelta, ¿no


es así?

—Ese no es el punto.

—Voy a ponerme en contacto con ella —dice, sacando su teléfono del


bolsillo.

—¡Mia! No lo hagas.

—¿Por qué no?

—Porque soy un hombre adulto. No necesito que mi mejor amiga vaya a...

—¿Cuál es su apellido?

Cuando intento quitarle el teléfono, lo levanta en el aire como si no midiera


30 centímetros más que ella.
—Hablo en serio, Mia. Déjalo.

—Quizá ese sea tu problema —afirma ella, bajando el brazo—. Todo lo que
haces es dejarlo en paz. ¿Sabes cuál es la definición de locura?

Pongo los ojos en blanco.

—Hacer lo mismo una y otra vez y esperar un resultado diferente. ¿Cuáles son sus
redes sociales?

—No lo sé.

—Bueno, tenemos que averiguar quién es ahora, no quién era hace cinco años.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —repite, como si fuera tonto por preguntar—. Para que puedas volver
a cortejarla. —Me golpea la frente con la palma de la mano—. Idiota.

Lanzo un suspiro, con los hombros encorvados.

—Su apellido es Taylor. Jameson Taylor.

Nos pasamos la siguiente media hora tratando de acosar en las redes a una chica
que, evidentemente, quiere seguir sin ser buscada. Tenía sentido cuando estábamos
juntos y ella tenía miedo de Beaker, pero ahora se ha ido.

—Tal vez te sigue con otro nombre y no lo sabes —sugiere Mia—. Tal vez ella
también te ha acosado.

—¡Mierda! —Exclamo, cogiendo mi teléfono. Abro Instagram y descubro que


todavía está la cuenta que ella había creado para mí. Solo hay un seguidor en la cuenta,
y es solo un montón de números y letras. Me meto en ella y la primera imagen que me
atrae es un primer plano de la cara de Jamie. Detrás de ella está la caravana, y delante
de ella hay una silla hamaca bajo luces parpadeantes.

—Dios, es más guapa de lo que recordaba.

Me pongo en contacto con la imagen.

—Sí, es hermosa.

—¿Hermosa? —pregunta Mia, echándose hacia atrás sorprendida—. ¿Qué? ¿No


caliente? ¿Sexy? Fo… —Sus ojos se cierran de golpe. La chica siempre ha odiado
maldecir.

—¿Follable? —digo entre risas, asintiendo—. Sí, ella es todas esas cosas. —
Vuelvo a mirar mi teléfono—. Pero principalmente, es hermosa.
—Awww —me dice Mia, acariciando mi cabello—. El pequeño Holdy Woldy ha
crecido.

—Vete a la mierda —me río, revisando más fotos.

Mia se acerca para poder ver mi teléfono. No hay muchas fotos de la cara de Jamie.
Son principalmente fotos de su caravana y de los lugares a los que ha viajado.

—¿Quiénes son? —pregunta Mia, deteniéndose en una foto de una pareja de


ancianos de pie uno al lado del otro, sonriendo directamente a la cámara. La amplio y leo
el pie de foto. Es la historia de una pareja que conoció en Idaho con hijos mayores que
tienen sus propios hijos. Pasan su jubilación viajando como Jamie, moviéndose de un
estado a otro y visitando a cada uno de ellos. El recuerdo favorito de la infancia del
hombre: comer helado bajo la lluvia mientras saltaba el charco descalzo.

Paso a la siguiente imagen, un breve clip de Jamie haciendo precisamente eso,


con su risa infantil fuerte y libre. El sonido por sí solo detona mi corazón, dejando astillas
a su paso.

—¿Holden? —susurra Mia, y yo trato de estabilizar mi respiración antes de mirarla.


Ella levanta las manos y me las pone en la cara mientras sus ojos buscan los míos.

Me retraigo de mi dolor de corazón.

—Estoy jodidamente enamorado de ella, Mia.

—Se nota —dice, asintiendo y bajando las manos—. Vamos a arreglarlo, ¿De
acuerdo? Sigue adelante.

Mia también coge su teléfono, y obtenemos una visión de los últimos años de la
vida de Jamie en fotos y vídeos de tres segundos. Y mientras el propósito de Mia puede
ser la información, el mío es rellenar las piezas del rompecabezas que faltan, cada una
reparando los agujeros de mi corazón.

—Holden... —dice Mia, y yo dejo de desplazar y miro su teléfono que está


sosteniendo para mi—. Mira este comentario.

Lo leo en voz alta.

—Así que un amigo me envió un enlace a tu blog hace dos días, y he pasado casi
cada minuto despierto envuelto en tu mundo. Siento que te he visto crecer desde la
distancia, y aunque seamos extraños en Internet, pensé que deberías saber que estoy
increíblemente orgullosa de ti. —Levanto mi mirada hacia la de Mia—. ¿Qué blog?

Volvemos a nuestros teléfonos, buscando.

—No hay ningún enlace en su biografía —afirma Mia, más para sí misma que para
mí. Ella es mucho mejor que yo en esto del acoso en las redes sociales—. Espera. Su
nombre de Insta. —Miro el nombre: Querida yo más joven—. Déjame hacer una búsqueda
—murmura Mia. Luego, solo unos segundos después, casi grita—: ¡Lo tengo!

Es una página web independiente, sin fotos, solo posts. Veo a Mia revisar al menos
cien entradas hasta que encuentra la primera, escrita hace casi tres años, y empieza a
leérmela.

—Querida yo más joven. Si pudiera retroceder en el tiempo, lo primero que haría


sería abrazarte. —Mia hace una pausa, frunciendo el ceño mientras se fija en mí.
Pregunta—: ¿Quieres estar solo?

—No.

—¿Quieres que siga?

—Sí.

Mia asiente, concentrándose de nuevo en su teléfono.

—Querida yo más joven. Si pudiera volver atrás en el tiempo, lo primero que haría
sería abrazarte. Solo quiero abrazarte y decirte que no es tu culpa. Porque va a haber
momentos en los que lo pongas en duda. Cuando la gente que te rodea te haga creer
eso. No es tu culpa. Eres una niña. La forma más dulce e inocente de la existencia, y no
te mereces lo que te pasa. No es tu culpa que te hayan obligado a aprender demasiado
joven que el mal existe en el mundo, y no es en forma de monstruos o demonios. El mal
existe y se sostiene sobre dos pies, y por mucho que intenten culparte, no es tu culpa...

Mia lee todas las entradas en orden, una tras otra, sin interrumpir, sin parar.
Escucho atentamente cada palabra que respira, cada pausa que hace cuando las cosas
se vuelven demasiado difíciles de leer, de continuar. Escucho sus sollozos, los gritos de
una chica de veinte años que se acerca a su yo más joven. Las advertencias. Los
consejos. La simpatía y el arrepentimiento.

Jamie escribe sobre Zeke, Gina, Esme e incluso Dean. No los menciona por su
nombre, pero yo sé quiénes son.

Durante horas, Mia lee en voz alta las palabras de la chica de la que estoy
perdidamente enamorado, pasando de estar sentada a estar recostada, a caminar y a dar
pisotones, sus emociones cambiando con cada nueva historia o recuerdo. Y yo estoy allí
con ella, montando en la montaña rusa, deseando que Jamie estuviera a mi lado para
poder cogerle la mano en todos los altibajos, en los giros y en las vueltas.

En algún momento, Jamie escribe sobre mí. Como los demás, no me menciona
por mi nombre, pero lo sé. También lo sabe Mia. Porque se sienta a mi lado y toma mi
mano entre las suyas. Veinte años de amistad y es la primera vez que necesita
consolarme.
Casi se ha puesto el sol cuando se vuelve hacia mí, con el teléfono pegado al
corazón y los ojos llenos de lágrimas no derramadas.

—Esta es la última.

Me aclaro el nudo en la garganta.

—¿Cuándo fue escrita?

—Este martes pasado —dice Mia, levantando la vista hacia mí—. Para entonces
ya se había ido, ¿no?

Asiento con la cabeza.

—¿Quieres que la lea?

—Sí.

Mia resopla, cuadrando los hombros antes de llevarse el teléfono a los ojos.

-Querida yo más joven. Hay algo de lo que quería hablarte, pero nunca era el
momento adecuado. Parece que he cubierto casi todas las cosas importantes que la vida
puede arrojar en tu camino, pero hay una cosa que no he cubierto todavía, porque,
bueno... no creo que nadie ni nada pueda prepararte realmente para ello.

¿Estás preparado?

Amor.

Ahí está.

Cuatro pequeñas letras.

Una simple palabra.

Amor.

El amor es a la vez una bendición y una maldición, y por mucho que quiera decirte
que solo experimentarás un lado de él, no quiero mentirte. El amor te va a herir y a
traicionar, y eso está bien porque el amor es más que una palabra. El amor es una
emoción que está destinada a ser sentida.

Siéntelo.

Acéptalo.

En todos los sentidos.


Porque el amor existe a nuestro alrededor, no solo viene en forma de una persona
con la que esperas pasar el resto de tu vida.

El amor puede ser alguien que conoces y con quien conectas enseguida. Alguien
que quiere compartir horas de su tiempo contigo, diariamente, riendo y hablando y
conociéndote.

El amor puede ser un Goliat de 1,80 metros de altura apegado a las ollas de barro
de veinte años porque ama el legado de su familia tanto como a su familia.

El amor puede ser algo tan pequeño como que tu chófer de cincuenta años sepa
que estás pasando por un mal momento y ponga a todo volumen a Taylor Swift en el
trayecto al aeropuerto porque cree que te ayudará.

El amor tiene muchas formas: puede ser un simple acto de amabilidad, o puede
ser profundo. Y aunque la sociedad te haga creer que el amor verdadero no tiene fin, aquí
está la mejor parte: El amor no tiene que ser infinito para que sea real.

Esta es la última entrada que te escribiré, yo más joven, así que voy dejarte con
esto... algo que escribí una vez en las páginas de un cuaderno de dibujo lleno de
margaritas recogidas a mano:

Tienes el privilegio y el honor de haber sido amada por Holden Eastwood. Incluso
durante un par de meses. Unas pocas semanas. Un solo día. Aunque no lo supieras en
ese momento. El amor tiene la capacidad de cambiarte. De curarte. Deja que Holden te
cure.
Capítulo 30
Jamie
Es sorprendente cuántas cosas la gente puede acumular en una vida. No es que
pueda juzgar a Esme y a su esposo, Wesley. Tengo un tercio de su edad y vivo sola en una
caravana, así que tiendo a coleccionar recuerdos, no posesiones materiales.

Después de su muerte, Esme había donado la mayoría de las cosas de Wesley, así
que he pasado la última semana empaquetando principalmente sus cosas. Ha sido...
honestamente, ha sido duro. Por suerte, las señoras de su iglesia se han pasado un par de
veces para ayudar, y han sido un auténtico regalo del cielo. Han organizado camiones para
llevarse los muebles y donarlos a gente necesitada. Así que ahora estoy de pie en la sala
de estar rodeada de bolsas de basura y cajas, las únicas cosas que quedan de toda la vida
de un matrimonio. Creo que he empaquetado cerca de cincuenta cajas. Cuando vacié mi
caravana, todo lo que quería conservar cabía en dos.

Las dos cajas habían llegado antes, y todavía están en la entrada. Mientras espero
a que llegue mi cena, cojo un cuchillo de la cocina para abrir la cinta.

La primera caja que abro tiene algo de ropa. La segunda tiene las posesiones
materiales que he reunido en los últimos cuatro años. Principalmente, cosas tontas que
creía necesitar en ese momento: cosas de turismo, matrículas de diferentes estados con
las que había planeado hacer alguna manualidad, pero que nunca hice.

Me siento y saco los objetos uno por uno, intentando invocar un recuerdo, algo a lo
que aferrarme, pero no llega nada. No hasta que llego al fondo de la caja y saco una bolsa
transparente con cuatro pequeñas macetas de arcilla. Con las cejas fruncidas, saco la
tarjeta de visita con el logotipo de Eastwood Nursery y le doy la vuelta para leer la nota
escrita a mano.

Para que puedas llevarte un trozo de nuestro legado allá donde vayas. - Big H.

Miro fijamente las palabras durante más tiempo del que debería, y con cada segundo
que pasa, las emociones que he forzado en lo más profundo se acercan cada vez más a la
superficie. Durante toda una semana, me he negado a llorar, a reconocer el dolor o el hecho
de que todavía me despierto cada mañana buscando un colgante que ya no poseo.
Intento respirar a través del dolor, el dolor causado por el anhelo de algo que nunca
podré tener. Cojo el teléfono y miro los numerosos mensajes de Maggie que he dejado sin
contestar.

—Es más fácil así —susurro, convenciéndome de otra mentira.

Un golpe en la puerta me hace soltar el teléfono, salvándome de más disgustos. Me


pongo en pie, gritando

—¡Ya voy! —mientras cojo unos cuantos dólares para el pizzero.

Abro la puerta y el corazón se me atasca en la garganta porque la persona que está


al otro lado no ha venido a darme una pizza...

Está aquí para darme mi posesión más preciada.

—Dejaste esto...
🧩 🧩🧩

Han pasado unos veinte minutos desde que Holden llegó aquí, y apenas nos hemos
dicho dos palabras. Poco después de que llamara a la puerta, llegó la pizza, y ahora
estamos en la cocina, él apoyado en la nevera, yo sentada en la encimera, luchando por
comer trozos de pizza que saben a cartón. O tal vez solo sea yo. Tal vez su presencia ha
matado mis papilas gustativas, y el enorme nudo en la garganta me hace difícil tragar. No
puedo mirarle. Cada vez que lo hago, lo sorprendo mirándome. Es desconcertante y lo odio.
Odio que parezca tener ese control sobre mí. Huele tan bien. Cállate. Hace un ruido, y dirijo
mis ojos a los suyos.

—¿Qué es eso?

—Solo... —me aclaro la garganta.

—Bien.

Doy un sorbo a mi soda.

Él bebe agua del grifo.

Queda una porción de pizza.

—Pregunta —dice, y mis piernas empiezan a balancearse solas. —¿Por qué Esme
me dejó la casa?

—No lo sé. —Me encojo de hombros, saltando de la encimera—. ¿Quieres este


último trozo?

—No. —Lanzo mi corteza en la caja y cierro la tapa mientras Holden dice—: Es que
he estado pensando mucho en ello estos últimos días. Me parece extraño. Es decir, tiene
sentido que te lo deje a ti, pero no he estado en contacto con ella desde el día que te fuiste
de aquí. Podría habértelo dado todo a ti o repartirlo con su iglesia, ¿pero a mí? No tiene
sentido. A menos que... —se interrumpe.

Mis hombros se ponen rígidos.

—¿A menos que qué? —pregunto, con los ojos fijos en los cuadrados rojos y azules
de la caja de pizza.

—A menos que... ¿hablaste con ella de mí? —Su voz es más fuerte ahora, más
cercana, y casi puedo sentir su calor a lo largo de mi espalda—. ¿Le dijiste que deseabas
que estuviéramos juntos? —me pregunta, con la mano en mi cadera, instándome a mirarlo.
Su tono se vuelve burlón cuando añade—: ¿Y lo mucho que me amas?

Me vuelvo lentamente hacia él y su mano pasa de mi cadera a mi espalda. Sonríe,


una sonrisa malvada y arrogante, y yo... Lo alejo y pongo los brazos entre nosotros.

—Sí, lo hice, Holden —admito. Le miro a los ojos y le digo la verdad—. Hablé mucho
de ti y de cómo desearía que las cosas fueran diferentes entre nosotros. Pero eso es lo que
pasa con los deseos. No siempre se hacen realidad. E incluso si lo hacen, no hay garantía
de que no te decepcionen.

Su mano cae a su lado, su sonrisa cae por completo.

—Tengo más cosas que empacar así que...

—Puedo ayudar —dice, y ahora es él quien no puede mirarme.

🧩 🧩🧩

Durante la siguiente hora, llenamos en silencio cajas con artículos que podemos
donar y tiramos todo lo demás.

Yo trabajo en el dormitorio de Esme, y él... no sé realmente qué hace. Había dejado


su dormitorio para el final porque sabía que sería lo más difícil. Esta es la habitación donde
ella guardaba sus posesiones más preciadas: joyas, álbumes de fotos, certificados de
matrimonio. Empiezo por los cajones, creando dos montones separados en el suelo. Las
cosas personales y las que considero que no tienen valor sentimental.

Me quedo con dos faldas y una blusa para mí y meto toda su ropa restante en bolsas.
Hasta que llego a la última prenda colgada en su armario. Está en una bolsa de ropa, y sé
lo que es en cuanto empiezo a abrir la cremallera: encaje blanco y botones de perla hasta
arriba. La había visto con él en las fotografías enmarcadas que tenía en su tocador. Empujo
la parte superior de la bolsa desabrochada sobre la percha y la dejo caer al suelo. El vestido
de novia de Esme es atemporal y de una belleza clásica, y me lo llevo al pecho, lo sostengo
delante de mí mientras me giro hacia el espejo de cuerpo entero que hay detrás de la puerta.
Pero no me veo a mí misma cuando miro mi reflejo. En su lugar, veo a Esme de pie en el
altar frente a ella para siempre, con esperanzas y sueños de los hijos que nunca tendrá,
pero una vida mucho más grande de lo que podría haber imaginado.

—He revisado todos los cajones y armarios y... —Las palabras de Holden mueren
en el aire cuando mis ojos captan los suyos en el espejo—. Te ves...

Vuelvo a centrarme en mi reflejo, en la falda de línea A que fluye hasta el suelo,


cubriendo los dedos de los pies.

—¿Ridícula? —pregunto.

—Cautivadora.

Mi respiración se detiene en mis pulmones y mis ojos se dirigen a los suyos.

Le observo mirándome... Un millón de imprudentes fugaces emociones.

Desvío la mirada, trato de mantener mi voz firme.

—Sí, bueno, me siento ridícula.

—Jamie...

Vuelvo a colgar el vestido en el perchero y empiezo a cubrirlo de nuevo.

—No sé qué hacer con todas estas cosas —murmuro, tratando de mantener mis
emociones bajo control—. Tiene todas estas cosas. Tantas cosas. Y todas ellas significaban
algo para ella, pero no significan nada para mí, y no tiene ninguna familia a la que dárselas.
—Casi se me escapa un sollozo, pero lo contengo—. Y no puedo llevármelas porque no
tengo ningún sitio al que llevarlas.

—Vaya —dice Holden, acercándose a mí—. No son decisiones que tengas que tomar
en este momento, Jamie. Podemos...

—¡No, tengo que hacerlo ahora! —Insisto.

—¿Por qué? —pregunta, con los hombros caídos.

—Porque cuanto antes esté vacía esta casa, antes se venderá. No hay que empacar
más. No más preocupaciones. No más...

—¿Tener que lidiar conmigo? —Sus palabras cortan el aire, abriéndome para él.

Lo miro fijamente, directamente a los ojos, esperando que no pueda ver el daño
causado por nuestra destrucción.

—Necesito seguir adelante, Holden.


Capítulo 31
Holden
Jamie me dejó la tarea de coger todas las cajas de cada habitación y apilarlas en
el salón antes de excusarse en la casa de la piscina con el pretexto de que tenía que
trabajar. También me dijo que no había camas, así que si pensaba quedarme a dormir,
probablemente debería reservar una habitación en un hotel. Es decir, que de ninguna
manera íbamos a dormir en la misma cama.

Clásico de Jamie, nunca ha sido una persona sutil.

La jodí.

Parece que es lo único que hago últimamente.

La verdad es que nunca he estado tan nervioso en mi vida. Empezó cuando llegué
al aeropuerto y se amplificó en cuanto subí al avión. Para cuando aterricé, era un
desastre. Y luego vino el viaje en auto. Ahora sé a qué se refería Jamie cuando decía que
las horas en el auto, solo, sin nada más que tus pensamientos y tu culpa, pueden volverte
loco. Y esa locura puede convertirte en un inepto, porque, en realidad, no tenía ni idea de
cuál sería su reacción ante mi presencia. No es que esperara que me recibiera con los
brazos abiertos, me besara, me desnudara y me follara crudo, así que no sé en qué
demonios estaba pensando al tocarla, burlándome de lo que pudiera haberle dicho a
Esme en el pasado.

—Eres un idiota —murmuro, poniendo los ojos en blanco mientras tiro las últimas
cajas en una pila contra la pared. Mi teléfono me avisa de un mensaje y lo saco del bolsillo.

Mia: ¿Y?

Holden: Lo he jodido.

Mia: ¿Ya?
🧩 🧩🧩
No reservo una habitación de hotel. En su lugar, me quito la camiseta, me pongo
un pantalón de deporte y busco una bolsa de basura llena de ropa para usarla como
almohada improvisada.

Es... una mierda.

Pero no quiero irme y que Jamie se vaya en mitad de la noche sin ni siquiera
despedirse. Porque eso es algo probable.

Justo cuando estoy a punto de acostarme, un chapoteo procedente del exterior me


hace entrecerrar los ojos y escuchar con más atención el sonido. Otro chapoteo, este más
silencioso, seguido de muchos más.

Me dirijo al fregadero de la cocina, donde la ventana de arriba da al patio. Jamie


está en la piscina, nadando, y dudo en salir por un segundo.

Los adoquines de hormigón que van de la puerta trasera a la piscina aún están
calientes contra mis pies descalzos, y me acerco lentamente. Cuando llego al borde de la
piscina, me subo la parte baja del chándal hasta las rodillas y me siento en el borde, con
los pies en el agua, y la observo, completamente cautivado por cada uno de sus
movimientos.

La primera vez que nadamos en esta piscina, la empujé. Ella fingió que no sabía
nadar y yo entré tras ella. Fue la primera vez que le pedí una cita. Se me frunce el ceño
cuando me doy cuenta de que no he vuelto a invitarla a salir, porque Jamie y yo nunca
realmente salimos. Simplemente... lo éramos.

Se desliza por la superficie sin esfuerzo, sus brazos se mueven con movimientos
familiares. Espero que se detenga al acercarse, pero no lo hace. En lugar de eso, mira
hacia mí y luego se da la vuelta, nadando hacia el otro extremo. Lo hace cuatro veces
más hasta que finalmente se detiene frente a mí, quitando el cabello de la cara frotándose
los ojos. Se concentra en mi pecho desnudo, iluminado únicamente por las luces de la
piscina. Con la cabeza ligeramente inclinada, dice:

—Creía que a los tatuadores no se les permitía recrear las obras de arte de otras
personas.

Me encojo de hombros y miro mi torso.

—Les dije que eras mi novia, y que acababas de morir... —Me encuentro con sus
ojos—. Lo cual, honestamente, no me pareció tan lejos de la verdad en ese momento.

—Ah. —Sus ojos se reducen a una mirada—. ¿Así que ahora eres un mentiroso
compulsivo?

Suspiro.

Vuelve a nadar.
Dos vueltas más tarde, nada hasta la escalera y empieza a salir. Juro que los
siguientes segundos transcurren a cámara lenta, desde que sube la escalera y revela
lentamente su bikini rojo de cuerdas y su piel húmeda y reluciente, su culo perfecto y esos
muslos que me encanta morder.

Estoy duro.

También soy un maldito idiota porque esta mierda es lo último que debería estar
en mi mente.

Camina los pocos metros que hay hasta la casa de la piscina y estira la mano para
coger el pomo. Pero no abre la puerta. Toma la toalla que cuelga de ahí y se la pone
alrededor de los hombros, y luego vuelve hacia mí. Se sienta a mi lado, con su brazo
cubierto de toalla tocando el mío, y sus pies haciendo lo mismo bajo la superficie de la
piscina.

—¿Cuándo te hiciste el estúpido tatuaje? —me pregunta, arrastrando su mano en


un puño por su cabello, soltando gotas en la piscina.

Me concentro en las estrellas del cielo en lugar de en su figura casi desnuda a la


distancia de un lametón.

—No es una estupidez —murmuro.

—Mi pregunta sigue en pie.

Me agarro al borde de la piscina y dejo caer la cabeza entre los hombros.

—Unos seis meses después de que te fueras.

—¿Por qué harías algo tan estúpido?

Tragándome los nervios, ignoro su hostilidad y le digo mis verdades, por mucho
que nos duela.

—Porque empecé a olvidarte, Jamie. Y no a ti, como persona, o al impacto que


tuviste en mí, sino... a estos pequeños matices sobre ti. Las pequeñas cosas en las que
nunca me centré porque supuse que siempre estarías cerca. —Me aclaro la garganta lo
más silenciosamente posible—. Al principio era tu risa. No podía recordar cómo sonaba.
Y luego fue tu voz por completo. Y la eché de menos. Te eché de menos. —Pestañeo y
me enfrento a ella. Ella ya me está mirando, sus ojos se dirigen a los míos en el momento
en que lo permito—. Te eché tanto de menos, joder, y lo único que quería era oírte decir
era que me amabas... y un día me di cuenta de que antes de que me dijeras esas
palabras... tu arte me habló primero.

Sus parpadeos son rápidos, pegando las lágrimas a sus pestañas, pero no habla.
—Así que revisé todas las fotos que había tomado en mi teléfono hasta que
encontré estas.

Jamie resopla, y luego dice entre una risita dolorosa:

—¿No podías haber conseguido algo más pequeño?

—Podría haberlo hecho —admito, con una media sonrisa en los labios. Me acerco
y le limpio la única lágrima de su mejilla—. Todo tu arte significaba algo para mí. Siempre
podía mirar una foto y recordar exactamente dónde estábamos y qué hacíamos, pero
esto... —digo, sentándome más alto para mostrar el tatuaje en todo su esplendor—, este
era el que más significaba.

—¿Por qué?

—Porque —suspiro—. ¿Recuerdas cuándo lo hiciste?

Su asentimiento es lento.

—Dijiste que habías dibujado la brújula sobre mi corazón porque era donde más te
sentías encontrada. —Tomo aire, y luego otra vez, y me concentro en las ondas del agua
que tenemos delante—. Me enamoré de ti ese día, Jamie, y quizá debería habértelo dicho
en ese mismo momento. Tal vez las cosas habrían sido diferentes. Pero tenía miedo.
Todos esos sentimientos que experimentaba por ti eran nuevos para mí. Nunca había
sentido por nadie lo que sentía por ti. Ni siquiera un indicio. Y todavía no lo he hecho. —
Y esta es la parte que va a doler—. Pero lo he intentado. Cuando te fuiste de mi casa el
otro día, me pediste que te dijera cómo superar lo nuestro, y lo que viste -con Brianna y
Bethany- es mi intento de superarte.

Tras un rato de silencio, pregunta:

—¿Funciona?

Giro la cabeza lo suficiente como para poder verla.

—Estoy aquí, ¿no?

Aspira y suelta el aire lentamente. Durante unos minutos, nos sentamos en silencio,
con nada más que el sonido del agua chapoteando contra nuestros tobillos. Entonces,
finalmente, habla.

—No me molesta que te hayas acostado con Bethany o con cualquier otra persona
con la que hayas estado cuando no estábamos juntos porque... no estábamos juntos. —
Abro la boca para hablar, pero se me adelanta—. Estoy enojada porque me mentiste,
Holden. Y lo hiciste sin esfuerzo. Tan instantáneamente. Y luego me hiciste sentir que era
mi culpa por pensar que harías algo así cuando en realidad lo hiciste. Y luego me dijiste
que me amabas. Usaste ese amor como una forma de venganza para herirme. Y luego
te aferraste a esa mentira todo el tiempo que estuvimos juntos y todos los días desde
entonces.

—Lo siento. —Es todo lo que puedo decir—. La he jodido.

—Te perdono —dice en voz baja—. Solo quería que supieras cómo me sentía y
por qué me dolía.

—Bueno, lo siento. Otra vez. Ni siquiera sé por qué lo hice, Jamie, yo...

—Porque solo somos niños, Holden. Y somos humanos, y cometemos errores. —


Su mirada cambia, enfocando algo en la distancia—. A veces, creo que las personas que
éramos en ese momento de nuestras vidas no son las que ninguno de nosotros merecía.
Y eso no hace que lo que tuvimos sea menos real o que nos haya cambiado la vida. —
Sus ojos vuelven a encontrarse con los míos—. Pero ya han pasado cinco años, y ambos
hemos crecido.

—¿Y el crecimiento es bueno? —pregunto.

—No lo sé —murmura, y luego me da un suave codazo en el costado con el suyo—


. Buenas noches, Holden.

La veo levantarse y dirigirse a la casa de la piscina. Y desearía haber venido aquí


con un plan, porque siento que la estoy perdiendo de nuevo y no sé cómo arreglarlo.
Arreglarnos.

—Solo para que sepas... —Le digo, y ella se queda quieta, de espaldas a mí—. No
me acosté con Brianna esa noche. Mi cabeza era un desastre, y simplemente... no pude.
Así que dejé que se quedara con mi cama y dormí en el sofá. —Durante unos segundos,
Jamie se queda ahí, sin hablar, sin moverse. Cuando por fin da un paso, le pregunto—:
No cambia nada, ¿verdad?

Llega hasta la puerta, con los dedos en el pomo, antes de volverse hacia mí.

—Deberías hablar con Dean.

—¿Qué?

Jamie se encoge de hombros.

—Te echa de menos.

—Yo… —Suelto un suspiro.

—Además, tal vez no es tan malo como lo haces ver. Ha guardado tu secreto todo
este tiempo.
Capítulo 32
Holden
Dean está mirando mi pecho desnudo, y me hace sentir incómodo. Obviamente.
De pie, con camisa de vestir y pantalones de traje, parece... un perdedor. También
parece tan sorprendido como Jamie la primera vez que vio mi tatuaje, y para ser justos,
dudo mucho que esperara que fuera yo quien abriera la puerta. Sonrío.
—No te lo ha contado, ¿eh?
La mirada de Dean se dirige a la mía.
—Tampoco me dijo que estabas en la ciudad.
—Llegué ayer. Ella no sabía que iba a venir.
—Probablemente deberías habérselo dicho —dice, entrando en la casa como si
fuera el dueño del lugar. No lo es. Yo lo soy. Bueno, la mitad, al menos—. Esa chica odia
las sorpresas.
—No, no las odia —me burlo, cerrando la puerta tras él.
Atraviesa la entrada y se dirige a la cocina.
—Sí, las odia.
—Tal vez solo eres un desastre dándoselas.
Por encima de su hombro, dice:
—Sigues siendo competitivo, ¿eh?
—Y tú sigues siendo una pequeña zorra.
Saca un suspiro.
—Y sigues siendo tan inmaduro como hace cinco años.
Pongo los ojos en blanco y le sigo por la cocina y la puerta trasera. Su llegada me
ha despertado, así que no tengo ni idea de la hora que es, pero el sol ya está cayendo.
Caminamos uno al lado del otro, con pasos apresurados, como si hiciera una maldita
diferencial quién llegue primero a la casa de la piscina. Espero a que estemos junto a la
piscina para preguntar.
—¿Tienes hora?
El cabrón mira su reloj.
—Justo después de las nueve.
—Genial. —Le igualo paso a paso—. ¿Sabes qué tiempo hace hoy?
Sus pasos vacilan mientras me mira de reojo.
—No lo sé, hermano. Deja que lo compruebe. —Se mete la mano en el bolsillo y
saca su teléfono. En cuanto está a mi alcance, se lo quito de la mano y lo empujo a la
piscina. Al fin y al cabo, soy inmaduro.
Lo veo salir a la superficie, con su estúpida corbata enredada en el cuello.
—¿Qué carajo?
La puerta de la casa de la piscina se abre y Jamie aparece con una fina camiseta
de tirantes y unos pantalones cortos de dormir, entrecerrando los ojos contra la dura luz
del sol. Se fija primero en mí y luego en Dean en la piscina.
—¡Jesús, Holden!
—¿Qué? —Me encojo de hombros.
Dean nada hasta el borde y se agarra a él.
—He quedado con un posible comprador aquí dentro de diez minutos, ¡Idiota!
Jamie está a mi lado ahora, aunque estoy seguro de que podría haber sentido su
mirada desde una milla de distancia.
—¿Qué te pasa? —me dice. A Dean le pregunta—: ¿Necesitas que vaya a tu
apartamento por un cambio de ropa?
Dean se levanta y sale del agua. Cuando vuelve a ponerse de pie, me quita el
teléfono y dice:
—Tengo una muda de ropa en el auto. —Se da la vuelta, dirigiéndose a la puerta
lateral.
Miro a Jamie y sonrío.
—Buenos días...
Lo último que veo son sus ojos abiertos como platos. Justo antes de sumergirme
en el agua. Debería haberlo visto venir, pero ver a Jamie en todo su esplendor matutino
hizo que mi mente entrara en una niebla. Una caída en picado. Cuando vuelvo a la
superficie, los dos me están mirando, Jamie sacudiendo la cabeza mientras Dean se
cruza de brazos, su sonrisa comemierda tan cegadora como el sol.
—¡Que te jodan! —Escupo, metiéndome en la piscina.
La sonrisa de Dean cae, sus ojos se estrechan.
—¡Vete a la mierda!
—¡Chúpamela!
Enarca una ceja, con la comisura de los labios tintineando.
—¿Como un silbato?
Mis labios se separan, pero cualquier réplica que tuviera se me muere en la lengua.
La cara de Dean se enrojece por el esfuerzo de contenerse, y yo rompo primero. La risa
que sale de mí es tan natural y desenfrenada, y ni siquiera me importa que con quien la
comparta sea con Dean.
—¿Qué? —pregunta Jamie, mirando entre nosotros.
Dean sacude la cabeza mientras asienta su carcajada, diciéndome:
—Díselo tú.
—Joder, no. Díselo tú.
—¿Qué es tan gracioso? —gime Jamie.
—La primera mamada de Dean… —digo
—Mentira —interrumpe Dean—. Fue tu primera...
—¡No puede ser! Tú me dijiste...
—¡No, fuiste tú! En el primer año, esa chica...
—¡Basta! —grita Jamie, y Dean y yo contenemos una risa como los imbéciles
infantiles que somos—. Ustedes dos, idiotas, vístanse. Ahora.

🧩 🧩🧩

Jamie y yo vamos a dar un paseo porque me ha desterrado de la casa mientras


Dean se la enseña a un cliente. Dice que no confía en que no me entrometa, y quizá eso
debería molestarme, pero oye... tengo más tiempo a solas con Jamie.
—Son unos idiotas —murmura, caminando a mi lado.
Me meto las manos en los bolsillos y agacho la cabeza.
—Dijiste que debía reconciliarme con él, así que...
—¿Tirándolo a la piscina?
Me río entre dientes. No puedo evitarlo.
Jamie suspira. Tras unos minutos de caminar en silencio, dice:
—Es la tercera vez que estos compradores miran la casa. La mujer está
embarazada de siete meses, así que quiere entrar de inmediato. Dean dice que están
muy cerca de hacer una oferta.
Gira hacia una calle y yo la sigo. No tengo ni idea de adónde vamos, y no me
importa.
—¿Qué pasa después?
—Supongo que o aceptamos o rechazamos y partimos de ahí. Dean dice que no
nos traerá nada que ni siquiera merezca la pena mirar, así que el hecho de que lo haya
mencionado tiene que significar algo, ¿no? —Me mira y me encojo de hombros.
La verdad es que no he intervenido en nada relacionado con la casa de Esme, lo
cual es una estupidez por mi parte.
—Debería haber participado más.
Jamie no responde. En su lugar, me lleva por un pequeño callejón entre dos casas
y gira a la izquierda hasta que llegamos a un terreno vacío en una ligera pendiente.
Camina hasta el punto más alto y se sienta, de cara a las casas de enfrente.
Me siento a su lado y espero que hable primero. No tarda mucho.
—¿Has pensado en lo que vas a hacer con el dinero? —pregunta, medio de cara
a mí.
—Pagar mis préstamos estudiantiles.
Exagera un suspiro.
—¿Te arrepientes de haber ido a la universidad y no haber trabajado con tu padre?
—Intento no pensar en ello —gimoteo. Además de todo lo relacionado con Jamie,
es la única cosa en mi vida de la que posiblemente me arrepienta—. ¿Qué hay de ti?
—Cuando volví la semana pasada, fui al banco —responde rápidamente, como si
hubiera estado esperando para contármelo—. Fui a ver si era posible comprarte...
—¿Quieres la casa de Esme? —interrumpo—. Deberías habérmelo dicho. Te la
habría dado. Todavía puedes tenerla.
—No. —Sacude la cabeza—. Pensé que sería más fácil si... —se interrumpe.
Mi corazón se hunde, anclado por el peso de la decepción.
—¿Si no tuviéramos que lidiar nunca más con el otro?
Jamie se encoge de hombros, y yo miro hacia otro lado porque me duele
demasiado.
—No quiero la casa de Esme —afirma—. Cuando ella y Wesley la compraron,
esperaban llenarla con una gran familia. Yo no tengo eso, y no creo que lo tenga nunca.
—Puede que sí —aseguro, pero lo que quiero decir es que un día podamos. Un
día.
No sé si me ha oído porque dice:
—Es demasiado grande. Demasiado mantenimiento. Y no necesito una casa de la
piscina, ni siquiera una piscina. —Señala al otro lado de la calle, y es ahora cuando me
doy cuenta de la pequeña casa de madera con un cartel de “Se vende”. Es la mitad de
grande que la de Esme y me recuerda a la casa que teníamos mamá y yo cuando
vivíamos aquí.
—¿Quieres comprarla? —pregunto—. Y... ¿qué pasa con la caravana? —Todavía
está en el taller de chapa y pintura cerca de mi casa, a todo un estado de distancia, siendo
reparada.
—Creo que he terminado de ser nómada. —Casi se ríe. Casi. Me vuelvo hacia ella,
pero está mirando la casa, con los ojos desenfocados—. Creo que es hora de echar
raíces. Estaba considerando un lugar más cercano a Gina, pero... ella se irá pronto, así
que aquí es tan bueno como cualquier otro lugar. Al menos aquí tengo a Zeke y a Dean,
¿sabes? —Se vuelve hacia mí, con una sonrisa triste que marca sus hermosas
facciones—. Nunca me he quedado en ningún sitio lo suficiente como para construir
amistades o relaciones, y estoy... —Exhala un suspiro—. Estoy cansada de estar sola.
Dean llama antes de que pueda responder, y nos hace saber que es seguro volver.
Jamie y yo no hablamos en el camino de vuelta, lo cual está bien porque realmente no
creo que tenga nada que ella quiera escuchar.
Ella está lista para construir una vida aquí, y yo...
Estoy atascado donde estoy.
Solo hay una manera de que las cosas puedan funcionar entre nosotros. Solo
que... no sé cómo llevarnos hasta allí.
Dean está esperando junto a su auto cuando volvemos a la casa, y nos da un
rápido resumen de la visita y nos dice que es probable que tengamos una oferta en los
próximos días. Jamie parece eufórica por la noticia, pero yo estoy demasiado ocupado
ahogándome en mis propios pensamientos para reaccionar.
—¿Te vas ya? —le pregunto a Dean.
—Sí, tío. ¿Por qué? ¿Necesitas que te lleven?

🧩 🧩🧩

La cafetería de Zeke es exactamente como la recuerdo, y por mucho que deseara


que me produjera algún tipo de alegre nostalgia, no es así.
Me duele físicamente atravesar las puertas, sentarme en el mismo cubículo que
Jamie y yo reclamamos una vez como nuestro, incluso llegando a grabar nuestros
nombres en el alféizar de la ventana: Holden + Jamie.
Me siento en el mismo lugar que la primera vez que vine aquí... cuando la vi
desplegar una servilleta, poner la pluma sobre el papel y dejarme sin aliento con un solo
trazo. Fue aquí mismo donde la oí reír por primera vez y vi su vulnerabilidad en toda su
extensión. Celebramos cada logro, cada hito, cada día que conseguimos mantenerlo
unido después del ataque.
Paso un dedo por el alféizar de la ventana y me imagino la concentración grabada
en sus rasgos mientras trabajaba en cada trazo de cada letra de mi nombre: un montón
de servilletas manchadas de tinta desechadas entre nosotros.
Me quedé con todas.
Incluso las de antes de que estuviéramos juntos.
Me aferré a ellas como si fueran piezas de un rompecabezas, ya que cada una me
daba una pista sobre quién era ella y cómo había llegado hasta aquí.
Todavía no tengo todas las piezas.
—Dios, ustedes eran solo niños en ese entonces... —Las palabras de Zeke me
sacan de mis pensamientos y mi posición sentada. Me paro frente a él -apenas un
hombre- mirando a los ojos de la única persona que sé que podría darme lo que quiero.
Lo que necesito. La última pieza del rompecabezas.
—Zeke. —Lo abrazo. Y ni siquiera me di cuenta de que era lo que necesitaba hasta
que lo estoy haciendo.
Durante los meses después de nuestro ataque, Zeke y yo nos hicimos cercanos.
La recuperación física y mental de Jamie se convirtió en nuestra prioridad, y trabajamos
en conjunto para asegurarnos de que saliera adelante. Ella era mucho más fuerte de lo
que ambos esperábamos, pero también estaba... perdida. Y confundida. El problema era
que ella no lo sabía en ese momento. Y ninguno de nosotros tuvo el valor de decírselo
porque todo lo que queríamos entonces, y estoy seguro que incluso ahora, era que fuera
feliz.
—Me alegro de verte, chico —dice Zeke, dándome dos palmadas en la espalda
antes de dejarme ir—. Jamie no mencionó que estabas en la ciudad.
Se desliza en el cubículo y me siento frente a él.
—Acabo de llegar ayer.
Zeke asiente.
—¿Cuándo te vas?
—Esta noche.
—Es una visita rápida.
—Sí, tengo que volver al trabajo.
Zeke asiente de nuevo, inclinándose hacia delante, con los antebrazos apoyados
en la mesa.
—Entonces, ¿qué pasa?
Me reclino en el asiento.
—Bueno, probablemente debería empezar pidiendo perdón por todo el asunto de
golpearte.
Sus cejas se levantan.
Continúo—: Tenía muchas cosas que hacer en ese momento. Acababa de volver
de una visita a la universidad que me alejaría de Jamie, y cuando volví, fui directamente
a la casa de la piscina para verla, y estaba destrozada, y me preocupaba que le hubiera
pasado algo, y entonces apareciste tú, y me diste su viejo dibujo y me dijiste que se había
ido, y yo... yo solo...
—No necesitas disculparte —interrumpe—. Le dije a Jamie que habría hecho lo
mismo.
—Aun así. —Me encojo de hombros—. No estuvo bien. Eres como un padre para
ella y no debería haberte puesto la mano encima.
—Disculpa aceptada. —Esboza una sonrisa—. Ahora déjate de tonterías. ¿Por qué
estás aquí?
Exhalo con fuerza y me siento más ligero.
—¿Es feliz?
Ladea la cabeza.
—¿Qué me estás preguntando exactamente?
—La quiero de vuelta, Zeke.
Asiente mientras se acomoda, extendiendo su brazo sobre el respaldo del cubículo.
—¿Ella lo sabe?
—No he dicho las palabras exactas...
—¿Por qué no?
Trago saliva, nerviosa.
—Porque no sé si luchar por ella -por nosotros- va a empeorar las cosas. Si ella es
feliz, entonces me iré. Volveré a coger un avión a Carolina del Norte y no volveré a
contactar con ella, y podrá vivir la vida que se merece.
Zeke trabaja su mandíbula, observándome, escudriñando cada una de mis
palabras. Finalmente, afirma:
—No lo sé.
La decepción golpea mi pecho, debilitando cada músculo, cada latido de mi
corazón.
—Está bien.
—Puedo decirte esto —dice Zeke, sentándose de nuevo hacia delante—. Nunca
la he visto más feliz que cuando está contigo, pero las cosas cambian, Holden. Ustedes,
chicos, no son los mismos que destrozaron mi cafetería. —Mueve la cabeza hacia la
ventana, y yo me río en respuesta—. Ahora, tengo una pregunta para ti.
—Adelante.
—¿Dónde carajo has estado los últimos cinco años?
—Yo…
—¿Te dijo por qué se fue?
Dejo caer mi mirada, la vergüenza me muerde por dentro.
—Le dije que no quería saberlo.
—Bueno, puede que sea mejor así —se apresura a decir. Espera a que levante la
mirada para añadir—: Ella volvió a ti, Holden. No una vez. No dos veces. Sino tres veces.
Si eso no es un mensaje suficientemente claro, entonces no lo sé. —Sale del cubículo y
se coloca justo encima de mí. —¿Lo tienes? —pregunta.
—¿Tener qué?
—Esa pieza que falta en el rompecabezas...

🧩 🧩🧩

—¡Jamie! —Golpeo con el puño la puerta de la casa de la piscina. Había regresado


hace solo unos minutos y ella no estaba en la casa, y ahora espero -rezo- que esté en
casa porque mi viaje al aeropuerto está a punto de llegar y se me acaba el tiempo—.
¡Jamie!
Las cortinas se mueven y ella aparece con el teléfono en la oreja. Con las cejas
fruncidas, abre la puerta.
—Te llamo luego, Gina —dice, mirando las bolsas junto a mis pies antes de
colgar—. ¿Qué es tan urgente? —Retrocede cuando revelo el ramo de flores que había
escondido a mis espaldas.
—¿Qué es esto? —pregunta, quitándomelo.
—Nunca te he comprado flores —le digo, con palabras apresuradas, impulsadas
por la adrenalina—. Lo cual es una tontería porque sé lo mucho que te gustan las flores.
Y nunca te invité a salir como es debido. Nunca te llevé a citas. Nunca te cortejé, Jamie.
Ella olfatea la mezcla de flores, pareciendo no estar impresionada. Lo cual no es
una sorpresa, pero es todo lo que le quedaba a la florista a las 4 de la tarde de un domingo.
Debería haberles dado mi tarjeta.
—¿Cortejarme?
Asiento con la cabeza, balanceándome sobre mis talones.
—Sip. Nunca te he cortejado. Y quiero hacerlo. Quiero cortejarte de tus putos pies.
—Señalo el ramo—. Hay una tarjeta, pero no la leas ahora. Espera a que me vaya. Mi
auto llegará en cualquier momento. —Entonces, justo cuando las palabras salen de mis
labios, un auto se detiene en el camino de entrada. Doy un paso adelante y suavemente
presiono mi mano en su mandíbula, instándola a que me mire. Cuando lo hace, le hago
la pregunta que debería haberle hecho hace tantos años—. ¿Quieres salir conmigo,
Jameson Taylor?
Sus labios se separan, y ya puedo percibir la vacilación.
—Mira, sé que hay un millón de razones diferentes por las que esto no funcionará.
Pero estoy aquí, luchando por la única razón por la que lo hará. Así que... te pido, te
ruego... solo una cita —suplico—. Y si decides que no me quieres después de eso,
entonces... te dejaré en paz. Lo juro.
Mueve la cabeza, no en señal de rechazo, sino de incredulidad ante lo que le estoy
pidiendo.
—Voy a ver a Gina mañana, y tú te vas ahora... —Sus ojos buscan los míos—.
¿Cómo una cita iba a funcionar?
—Yo me encargo de todo —me apresuro a decir—. Y no hace falta que me des
una respuesta ahora mismo. —Recojo mi bolso—. Por favor, solo piénsalo. Es todo lo
que te pido. —Le doy un beso en la frente y, antes de que pueda captar su reacción, me
doy la vuelta y me voy.
Subo al auto y me dirijo al aeropuerto con una sola cosa en la cabeza. Es la misma
cosa que ha estado ahí desde que entré en la habitación de Esme anoche.
Vi a Jamie con un vestido de novia, y yo... quiero verlo de nuevo. Eso es todo en
lo que he podido pensar. Ni el cómo, ni el por qué, ni el cuándo. Solo... quiero ver a Jamie
vestida de novia... y quiero que se lo ponga para mí.
Capítulo 33
Jamie
Puede que me haya aferrado a la pieza que me faltaba, pero tú eres la que me
completa.
Esperé dos segundos después de que Holden se marchara ayer para abrir el
sobrecito que había escondido en el ramo de flores. Dentro estaba la pieza que faltaba
del rompecabezas, junto con su nota manuscrita, una nota que he leído más de cien veces
desde entonces.
Es asombroso, realmente, la forma en que las mariposas aparecen cada vez que
respiro sus palabras en mi alma.
Pero también es totalmente aterrador.
Porque pensé que sabía lo que quería, y el futuro que había elegido era uno sin él.
Ahora se ha ido, dejándome en una bifurcación del camino, completamente confundida y
abrumada.
Mi teléfono vibra en el bolsillo y vuelvo a colocar con cuidado su nota en el sobre
con la pieza del rompecabezas y lo guardo en el bolsillo lateral de mi mochila.
—¡Jamie! —grita Gina—. ¿Te has olvidado de meterla en la maleta?
—No, está aquí. —Meto la mano en el bolsillo principal, saco una de las diminutas
macetas de arcilla que me había enviado Big H y empiezo a moverme hacia el salón
mientras reviso mi teléfono.
Holden: ¿Cuándo te vas de casa de Gina?
Me detengo en el pasillo y me cuestiono mi respuesta. Es la primera vez que se
pone en contacto conmigo desde que se fue, y yo no me he puesto en contacto con él
porque he estado demasiado aturdida para saber qué decir.
Le respondo:
Jamie: Jueves por la mañana.
Su respuesta es instantánea.
Holden: ¿Cuál es su dirección?
Jamie: ?
Holden: ¿Dirección?
Me muerdo el labio y respondo con la dirección completa de Gina y, tras un minuto
sin respuesta, me rindo y me reúno con ella en el salón.
Está en su sitio habitual, en un gran sillón reclinable junto al ventanal.
—Toma —le digo, entregándole con delicadeza la maceta de barro. Ignoro cómo
le tiemblan las manos envejecidas y marchitas cuando la coge, y sus ojos grises se
arrugan en las esquinas.
—¿Esto es de su granero? —pregunta, inspeccionándola más de cerca.
Solo había hablado con Gina un par de veces mientras estaba en casa de Holden.
Si hubiera hablado más, no habría sido mi costumbre y ella habría sabido que algo andaba
mal.
—Sí. Es bonita, ¿verdad? —No le digo que Big H las había enviado, porque eso
significaría explicarle cómo las envió, por qué estaba vaciando mi caravana y por qué mi
caravana estaba fuera de servicio para empezar. No le he dicho lo de conducirla a una
zanja. Ella solo se preocuparía, y realmente no es necesario. Por lo que ella sabe, fui a
casa de Holden, me quedé unos días para arreglar las cosas y me fui cuando me di cuenta
de que no había nada más que salvar.
Gina asiente, ofreciéndome la maceta para que la ponga en la estantería donde
guarda todas las demás cosas inútiles que encuentro para ella en mis viajes. La pongo
junto a una bola de nieve del Gran Cañón.
—¿Cómo están Zeke y Dean? —pregunta.
—Están bien. Zeke está buscando personal para el verano en la cafetería, y Dean
es... Dean.
Gina me observa un momento antes de preguntar:
—¿Y cómo estás tú, cariño?
Justo cuando estoy a punto de responder, me llega otro mensaje. Me apresuro a
comprobarlo.
Holden: Aquí están los detalles de tu vuelo. Un auto te recogerá en casa de Gina
y te llevará al aeropuerto. Otro estará esperando cuando aterrices.
—¿Jamie? —pregunta Gina—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —me apresuro a decir, con la mente dispersa, perdida en un mar de
posibilidades.
Gina señala la alfombra junto a sus pies, y no puedo evitar sonreír mientras me
siento frente a ella, soltando mi cabello del moño. Estoy segura de que tiene un cepillo en
la mesa para momentos como éste. Me cepilla el cabello, como hacía cuando tenía ocho
años, recién de salida del baño para deshacerse de la suciedad en la que había estado
viviendo. Cuando cierro los ojos, todavía puedo oler el aroma de los libros viejos, todavía
puedo oír el crepitar de la chimenea y sentir la alfombra de felpa bajo mis pies desnudos.
Todavía puedo oír la voz de Holden, sus palabras abriendo mi corazón para él. No estás
aquí para ser normal, Jamie. Has venido para ser extraordinaria.
Han pasado años desde que pronunció esas palabras entre nosotros, como si
fueran pensamientos al azar que no significaban nada para él. Pero significaban todo para
mí. Todo.
Me aseguré de hacer mucho en los años siguientes. Viajé por el país, conocí a
tantos desconocidos increíbles, experimenté la vida de una manera que algunas personas
solo sueñan, y sin embargo... sigo sintiéndome tan común. Tan ordinaria. Tan...
insatisfecha.
—¿Tienes un qué pasaría si, Gina? —Le pregunto.
Sus manos se detienen en medio del cepillado y se queda callada un momento
antes de decir.
—Solo tengo uno.
Me vuelvo hacia ella.
—¿Qué pasó?
Suelta un suspiro soñador y me da unas suaves palmaditas en la cabeza, así que
me vuelvo a girar. Empieza a cepillarme el cabello de nuevo y dice:
—Se llamaba Conrad Howells y era el amor de mi vida.
Mis cejas se fruncen.
—Creía que tu marido se llamaba Simon.
—Lo era, y Simon era un alcohólico abusivo que me puso las manos encima
demasiadas veces.
Me giro rápidamente y mi mano cubre la suya.
—Gina —jadeo—. Nunca me lo habías dicho.
—Pues claro que no —se burla—. Lo has vivido, Jameson. ¿Por qué iba a tener
que contarte historias de horror?
—Pero aun así... —Mi mente se acelera—. ¿Por eso sabías que tenías que
salvarme?
—Sí, y no. —Su sonrisa es suave, extendiendo las líneas de la edad y la
experiencia en sus mejillas—. Simon es la forma en que pude saber de tus abusos, pero
Conrad Howells es la forma en que supe que debía salvarte.
Me vuelvo hacia ella completamente, sentada sobre mis talones. Levantando la
barbilla para mirarla a los ojos, le imploro.
—Cuéntamelo todo.
Gina se ríe un poco, dejando el cepillo en su sitio.
—Simon y yo nos conocimos en el instituto... —empieza, con la mirada distante.
Recuerda la historia, de principio a fin, y yo sonrío con ella, lloro con ella, como si lo
estuviera viviendo todo junto a ella.
El que pasaría sí de Gina es así:
Nació y se crio en Missouri, conoció a su esposo en el instituto e hizo lo que muchos
adultos que apenas tenían edad hicieron entonces. Se casaron enseguida. Simon
trabajaba, Gina se ocupaba de la casa. Simon bebía, y Gina se llevaba la peor parte de
su enojo porque él tenía que trabajar, y ella no hacía nada para contribuir. Obviamente,
ella nunca había visto ese lado de Simon antes de casarse y vivir juntos, e incluso cuando
expresó sus preocupaciones a sus padres, ellos no la creyeron. Cuando insistió en el
tema, su consejo fue que “se aguantara” porque nadie la querría ni le daría estabilidad
como Simon. Era el típico maltratador, un lobo con piel de cordero.
Una noche, después de semanas de maltrato diario, Gina se despertó con Simón
de pie sobre ella con un martillo. Finalmente se hartó y huyó. Era la primera vez que huía
de él. Descalza y apenas vestida, llegó hasta la casa de su vecino, donde golpeó con
fuerza la puerta. Sabía que su vecina no podía salvarla físicamente -era una mujer mayor
que vivía sola- pero el hombre que respondió no era su vecina. Era el nieto de su vecina,
un agente de policía fuera de servicio que echó un vistazo a Gina y le abrió la puerta. La
llevó a la habitación de invitados, donde claramente había estado durmiendo, y le dijo que
esperara allí mientras él recuperaba su pistola.
Durante horas, estuvo sentada en el borde de la cama del desconocido con su
vecina al lado, cogiéndole la mano y consolándola. Oyó los gritos, el choque de objetos,
vio las luces rojas y azules al otro lado de la ventana.
Cuando el nieto regresó, el sol ya casi había salido, las luces habían desaparecido
y la calle volvía a estar tranquila. Le dijo que volviera a la casa y recogiera sus cosas
porque era probable que Simon pasara una noche en la cárcel para “dormir la borrachera”
y volver al día siguiente. En aquella época, ese era el castigo adecuado para el delito.
El agente fuera de servicio llevó a Gina a un hotel, pagó una semana por
adelantado y se marchó.
Al día siguiente, volvió para ver cómo estaba.
Al siguiente, volvió con comida y café.
Al día siguiente, trajo una baraja de cartas y algunas revistas. Ese día admitió que
solo iba a pasar una noche en la ciudad. La noche en la que llamó a la puerta.
La siguiente vez que Conrad Howells salió de esa habitación de hotel, fue con Gina
a su lado. Nunca volvió a ver a Simon ni a sus padres. Se mudaron juntos a la casa de él
en Tennessee... la misma casa donde nos sentamos ahora.
Cuando Gina termina de contarme la historia, se vuelve a sentar en su sillón, con
una nostalgia en sus ojos que provoca la mía.
—Así que te casaste con Conrad y…
—Bueno, no, creo que todavía estoy técnicamente casada con Simon,
dondequiera que esa alma malvada esté hoy -a dos metros bajo tierra, espero-... Conrad
me pidió que me casara con él, pero...
Mis ojos se abren de par en par y me inclino hacia ella, completamente cautivada
por cada una de sus palabras.
—¿Pero qué?
—Bueno, murió, cariño.
Mi jadeo es largo, fuerte.
—¡Gina!
—Sí —dice ella, asintiendo—. Dos años después de salvarme, lo mataron en el
cumplimiento del deber.
—¡Nooo! —Vuelvo a ser un desastre sollozando—. ¡Es una historia horrible!
Gina se ríe para sí misma.
—Bueno, no pediste un final feliz. Me pediste mi “qué pasaría sí”.
Me burlo.
—¿Y si el amor de tu vida no hubiera muerto?
—No. —Ella saca la palabra—. ¿Y si no hubiera elegido esa noche concreta para
huir finalmente? ¿Y si Conrad no hubiera estado allí en ese momento exacto en que lo
necesitaba? Entonces nunca habría llegado a vivir los dos mejores años de mi vida.
Aunque solo fueran dos años. —Se levanta lentamente, llevándose su taza de té vacía—
. ¿Y si Holden es tu Conrad, Jamie? El amor de tu vida... ¿y tienes la suerte de vivirlo dos
veces en la vida?
Capítulo 34
Jamie
A veces me pregunto cómo habrían cambiado las cosas si Holden y yo nos
hubiéramos conocido en otras circunstancias.
Por ejemplo, si los dos estuviéramos en el mismo lugar a la misma hora, y nuestras
miradas se cruzaran desde el otro lado de la habitación, y la atracción mutua fuera
inmediata. E intensa. Tan intensa que nos acercamos, atraídos el uno por el otro de una
manera que ninguno de los dos entiende.
Esa sería una historia digna de ser contada.
La primera vez que vi a Holden, estaba siendo arrastrado de la oficina del director
por la oreja, por cortesía de su madre. Era el día anterior a nuestro último año de instituto.
Observé su intercambio con abierta curiosidad, y cuando se dio cuenta, me guiñó un ojo.
Bruto.
No intercambiamos palabras hasta el día siguiente, cuando chocó accidentalmente
conmigo. Estoy bastante segura de que las primeras palabras que escuchó de mi boca
fueron:
—¿Quién carajo te ha enseñado a estar de pie?
Una primera impresión estelar, en mi opinión.
Yo era una adolescente solitaria que, sin saberlo, había sustituido mi pena por la
rabia, y él era un engreído de mierda.
Eso fue hace casi seis años, y parece que no ha cambiado mucho. Holden me abre
la puerta del auto con una sonrisa malvada en los labios, y lo primero que dice es:
—Sabía que ibas a aparecer.
Y yo le digo, mirándole fijamente mientras salgo del auto:
—Sí, bueno, si le compras a una chica un billete de avión, seguro que se siente
obligada.
En cuanto estoy frente a él, me envuelve en sus brazos, en un abrazo tan fuerte
que prácticamente me levanta del suelo. Casi me avergüenzo de la ruidosa de mi risa
infantil. Afloja su abrazo, solo ligeramente, cuando dice:
—Por cierto, estoy bromeando. Me has asustado por un segundo.
Levanto el cuello para mirarle, con las palmas de las manos apoyadas en su
estómago.
—¿Asustado de qué?
El conductor le entrega a Holden mi equipaje y él lo toma, dando un rápido
agradecimiento antes de dirigirnos hacia su casa. Mantiene un brazo alrededor de mis
hombros mientras nos aleja, diciendo:
—Nunca te pusiste en contacto conmigo después de que te diera la información,
así que no estaba seguro de cómo te sentías al venir aquí. —Se detiene justo al lado de
la puerta y me mira—. Sé que es un largo camino para una primera cita.
Hay una incertidumbre en la forma en que me mira, en la forma en que sonríe, casi
como si no estuviera seguro de qué hacer a continuación.
—Vuelvo enseguida —dice, y entra en la casa.
En el momento en que la puerta se cierra entre nosotros, respiro por primera vez
desde que llegamos a la entrada. Estoy nerviosa y asustada, y un millón de otras
emociones que me da miedo mostrar. En los días transcurridos desde que Holden me
envió los detalles del vuelo, he dado vueltas a mi decisión más veces de las que puedo
contar. Pero, al final, solo me engañaba a mí misma. Siempre supe que estaría aquí.
Siempre.
La puerta se abre y miro a Holden metiéndose algo en el bolsillo. Sonrío, justo
cuando él dice:
—Vamos. Vamos a perder la luz.
Con los ojos muy abiertos, pregunto:
—¿Vamos a la cita ahora? —Miro mi ropa, una blusa con estampado de cachemira
metida dentro de unos pantalones vaqueros. Está lejos de ser digna de una cita.
Holden suspira y se acerca.
—Eres perfecta tal y como eres, Jamie. —Y entonces me toma la mano, enlazando
nuestros dedos, mientras me lleva hacia el quad11. Hacía tanto tiempo que no nos
dábamos la mano así que había olvidado lo pequeña que se sentía la mía encerrada en

11
Los Quads son vehículos de cuatro o más ruedas que no tienen carrocería, cuyo sistema de dirección es un
manillar, están dotados de sillín donde el conductor va sentado a horcajadas .
la suya. Qué tan protegida. Es un contacto suave e inocente, así que cuando la ola de
afecto me inunda el pecho, no me lo espero.

Se siente como una primera vez.


Una primera cita.
Un primer contacto.
Un primer revoloteo de mariposas.
Holden
Vamos en el quad hacia nuestro destino. Si Jamie hubiera llegado una hora antes,
podríamos haber ido andando, pero quiero que lo vea todo en todo su esplendor.
No tardamos mucho en llegar, y cuando se da cuenta de dónde estamos, chilla:
—¡El jardín secreto!
—Sí. —Me bajo y la ayudo a bajar.
Con las manos pegadas al pecho, levanta la barbilla y dice:
—¿Me vas a enseñar el jardín secreto? —Su sonrisa es amplia, cegadora. ¿Y lo
mejor? Esa sonrisa es toda para mí.
—Sí —digo, asintiendo con la cabeza mientras saco la llave del bolsillo. El alivio
se apodera de mi pecho cuando ella se pone a mi lado y su alegría me llena el corazón
de orgullo. Abro la puerta y me vuelvo hacia ella antes de empujarla para abrirla—. Cierra
los ojos.
Ella cierra los ojos, su nariz se arruga, moviendo las pocas pecas que tiene. Luego,
saltando sobre los dedos de los pies, dice:
—¡Estoy tan mareada ahora mismo!
Quiero besarla. Tanto. Durante mucho tiempo. Pero sé que sería egoísta porque
la estaría tomando solo para mí, y con Jamie ya he tomado suficiente. Así que, en lugar
de eso, alzo la mano, le cubro los ojos y empujo la puerta hacia atrás, dejando que se
abra tras de mí. La guío con una mano en la cadera y retrocedo unos pasos antes de
moverme detrás de ella, con mi mano aún bloqueando su visión.
Había elegido su vuelo específicamente para que llegara aquí justo a esta hora,
justo antes de que el sol se pusiera, dando al jardín la iluminación perfecta y el telón de
fondo dorado.
—¿Holden? —susurra Jamie.
—¿Sí?
—¿Estás bien?
En realidad no. Este es mi momento de todo o nada. Mi hacer o deshacer. Si esto
no la convence por completo, no tengo nada más que mostrar.
—Estoy bien. ¿Por qué?
—Tu mano está temblando. —Se acerca y cubre mi mano con las dos suyas—. Tú
estás temblando.
—Estoy nervioso, eso es todo —admito, con mi boca cerca de su oído.
—¿Por qué?
Porque te amo, Jamie, y quiero que esto signifique tanto para ti como para mí.
Podría decir todas esas palabras en voz alta, pero no se acercarían a lo que siento. Así
que, en lugar de eso, me pongo a su lado, bajo lentamente la mano y observo con la
respiración contenida cómo sus ojos se abren, se ensanchan y lo asimilan todo a la vez.

Jamie
Cuando era niña, dibujaba las cosas que me gustaría ver mientras imaginaba
una vida que me gustaría vivir. Nunca fui demasiado lejos en mis fantasías porque
ya había llegado a temer la decepción, incluso a esa edad.
En todos los dibujos que había hecho, en todos los deseos susurrados que
compartía solo conmigo misma y en todos los interminables sueños por los que
rezaba, nunca se me habría ocurrido esto.
Lo primero en lo que me fijo es en las margaritas: cientos, si no miles, de
ellas. Cubren cada centímetro del suelo y, de alguna manera, trepan por los muros
de los setos -pétalos blancos con centros amarillos-, cada una de ellas actuando
como pequeños estallidos de sol. Hay docenas de jardineras en fila a cada lado,
que se extienden desde la entrada del jardín y flanquean un camino de más de
cincuenta metros de largo, que lleva directamente a una fuente de agua. Cada parte
contiene hojas oscuras y tallos altos y flores. Muchas de ellas. Todas de diferentes
tamaños y colores -rosas, moradas, amarillas, rojas-, pero las flores son todas
iguales, e incluso a través de mi visión borrosa, sé qué flores son porque Holden
fue quien las plantó. Sabía lo que significaban para mí, y por eso hizo que
significaran algo para él, aquí, en su casa.
Dalias.
La piel de gallina se me eriza a lo largo de la piel, enviando un escalofrío por
mi espina dorsal.
Puedo sentirla aquí... mi madre, Dahlia, observándome, y al igual que las
miles de margaritas que me rodean, me cubre con su calor.
Las lágrimas no tardan en acumularse y no puedo moverme, ni siquiera para
limpiarlas y poder volver a verlo todo.
No puedo hablar.
Apenas puedo respirar.
Lo único que puedo hacer es quedarme quieta, parpadeando, dejando que
una lágrima tras otra fluya por mis mejillas.
A mi lado, Holden emite un sonido, y apenas puedo oírle por encima del pulso
que me late en los oídos.
—Planté las semillas el verano después de que te fueras —dice, y ahogo un
jadeo, mi mente dando vueltas, mi corazón latiendo contra mi caja torácica—. Me
imaginé que un día volverías y quería tenerlo listo para cuando lo hicieras. Ese día,
cuando te llevé al campo de margaritas, pude ver en tu cara lo mucho que te
gustaba, y recuerdo que pensé que podría regalarte un campo entero lleno de
margaritas. No es un campo, pero pensé... —se interrumpe, y por fin me pongo
frente a él, con la respiración fuerte, áspera, contra la quietud que nos rodea.
Me gustaría poder decir algo, hacer algo. Pero no puedo.
Mirando hacia la fuente, añade:
—Me aseguré de que mi padre se ocupara de ella mientras yo no estaba. —
Su mirada se dirige a la mía antes de levantar la mano y secar las interminables
lágrimas—. Solíamos celebrar bodas aquí. Mis padres se casaron aquí. —Su voz
se quiebra con su propia emoción, y entonces me toma la mano, desplegando mis
dedos alrededor del colgante. Desliza la llave junto a él y dice—: Lo hice para ti,
Jamie. Es tuyo.
Inhalo un suspiro, el primer sonido que hago desde que abrí los ojos, que
ahora están fijos en los suyos.
Se acerca a mí, con las manos aún temblorosas mientras me rodea la cintura,
sujetándome a él.
—Supongo que es mi forma de decir que yo tampoco he renunciado a lo
nuestro.
Ni siquiera sé qué decir, cómo actuar.
—Yo...
—¿Tú qué? —pregunta.
—Necesito sentarme.
No me suelta mientras me guía hacia las jardineras y se sienta en el borde.
Me empuja hacia abajo hasta que me siento de lado en su regazo, con mi brazo
alrededor de su cuello para mantenerme firme. Apartándome el cabello suelto de
los ojos, Holden me pide, casi suplicando:
—Por favor, di algo... estoy un poco asustado.
Mi exhalación es larga, prolongada y audible, y cuando mis ojos llenos de
lágrimas vuelven a encontrarse con los suyos, lo único que se me ocurre decir es:
—Considérame cortejada.
Me besa. Suave y gentil. Y no es como nuestro primer beso, cuando me
abrazó cuando acababa de salir de la ducha. Ese beso fue impulsado por nada más
que la intriga y el deseo.
Este beso...
Este beso se siente como el cumplimiento de deseos desesperados
susurrados en la oscuridad.
Este beso se siente como una primera vez...
Una primera vez que podría durar para siempre.
Capítulo 35
Jamie
La puerta principal se abre y Holden aparece vestido solo con boxers. Tiene el
cabello revuelto y sobresale en todas las direcciones, y sus ojos tienen ese brillo recién
despertado. Me mira fijamente, y no sé por qué. Llevo casi una hora despierta,
esperando que él haga lo mismo. Me quedé en la cama durante la mitad de esa hora
antes de que el aburrimiento me hiciera efecto, así que me levanté, me preparé un café
y ahora estoy sentada en el banco que hay frente a la puerta de su casa.

Sin mediar palabra, Holden vuelve a entrar en la casa y cierra la puerta entre
nosotros.

—¡Holden! —Le llamo.

—¡Un minuto! —me grita.

—Raro —murmuro, contemplando si debo levantarme de nuevo. Ya he paseado


por su jardín delantero, disfrutando de todos los olores mientras observaba las plantas
y mantenía múltiples conversaciones unilaterales con pájaros al azar. En otras palabras,
estoy viviendo mi sueño.

La puerta se abre de nuevo y Holden reaparece con un pantalón de chándal gris,


pero todavía sin camiseta.

—¿Tienes un libro de pájaros? —le pregunto.

Se desploma a mi lado, con la cabeza caída entre los hombros.

—¿Un qué?

—Un libro de pájaros —repito y doy un sorbo a mi café mientras él se sacude el


cabello y se peina con los dedos—. Como un libro sobre diferentes especies de pájaros.

Dirige su mirada hacia la mía, con las cejas fruncidas.


—No sé si lo sabes, abuela Jameson —dice, con la voz entrecortada por la falta
de uso—, pero ahora hay una cosa que se llama internet, y puedes acceder a ella en
cualquier momento desde tu teléfono.

Se me escapa una risita, pero la reprimo.

—No recuerdo que fueras tan gruñón por las mañanas.

Lo juro, en realidad tararea. Justo antes de quitarme el café y tirarlo por el patio,
con taza y todo. Se agacha y me levanta las piernas por encima de él mientras me sube
a su regazo. Me abraza con fuerza, y todavía tiene ese calor que irradia de su interior.
Me acurruco mientras me murmura en el cuello:

—Creí que te habías ido.

Se me revuelve el estómago. No estaba pensando, estaba demasiado ocupada


en mi propia cabeza, en mis propias emociones.

—Aww, bebé. Lo siento. —Le paso las manos por el cabello, intentando calmarlo.

Se echa hacia atrás.

—¿Acabas de llamarme bebé?

Asiento con la cabeza.

—¿Es raro?

—No. —Su sonrisa es ridícula—. Me gusta.

Con la esperanza de levantarle el ánimo, le digo:

—Solo pensé que bebé te convenía, ya que te comportas como uno gigante.

—Cállate —dice riendo, apretando su boca contra la mía. Puedo saborear la


pasta de dientes en sus labios, pero apenas puedo sentir el tacto.

—¿Tienes la boca entumecida? —pregunto, rompiendo el beso.

Se ríe y asiente con la cabeza mientras relaja su abrazo.

—Apenas la siento.

Después de besarme en mi jardín la noche anterior, no dejamos de hacerlo. Había


preparado una manta de picnic y una cesta, y comimos mientras se ponía el sol,
besándonos entre bocado y bocado, y hablamos. Mucho. Una vez que oscureció
demasiado para permanecer fuera, llegamos al quad, y me besó de nuevo. Me dijo que
Maggie había preparado la habitación de invitados en la casa principal, afirmando que
no quería ser presuntuoso de cómo acabaría nuestra noche. Le dije que probablemente
debería quedarme allí. Me besó un poco más, y ambos supimos que ninguno de los dos
quería separarse. Así que volvimos a su casa, nos tumbamos en su cama y nos
besamos. Y eso fue todo lo que hicimos. Durante horas. Él nunca hizo un movimiento
hacia el siguiente paso, y yo realmente no quería que lo hiciera.

Fue tan dulce.

Tan inocente.

Como lo que imagino que es estar con tu primer enamoramiento cuando eres
adolescente. Las mariposas. El vértigo. La lucha contra el cansancio y la pesadez de
tus párpados solo para poder estar con ellos un segundo más, besarlos una vez más.

Así que, sí, nuestro primer beso real duró una especie de eternidad.

Fue la primera cita perfecta, y no estoy ni mucho menos preparada para que se
acabe.

—¿Qué estás haciendo aquí, de todos modos? —me pregunta Holden,


sacándome de mis pensamientos.

Le respondo:

—Me gusta estar aquí fuera. Los olores. Las plantas. Los pájaros.

—¿Los pájaros?

—Sip. —Asiento con la cabeza—. Ya he hablado con ellos, me he presentado


para que sepan que no soy un peligro para ellos.

Su risa es profunda, cruda, y siento sus efectos justo en mi pecho.

—Pequeña Blancanieves —dice, tocando mi pierna.

Miro hacia el jardín y trato de ver los mismos pájaros de antes.

—¿Qué quieres decir?

—¿Blancanieves no se comunicaba con los pájaros o algo así? —Lo pienso un


momento, quedándome en blanco, y me encojo de hombros como respuesta—. Sí —
dice Holden—, cuando estaba con los enanos.

Le miro de frente.

—¿Qué enanos?

Tarda un momento en darse cuenta, y puedo percibir el momento en que se da


cuenta. Sus ojos se vuelven blandos y su labio se frunce.
—No conoces Blancanieves y los siete enanitos, ¿verdad?

—Supongo que no —susurro—. Quizá mamá me lo leyó antes... ya sabes, pero


creo que era demasiado joven para recordarlo.

Holden me pasa una mano por la pierna.

—Aww, bebé.

—Cállate —digo riendo.

Me aprieta el muslo como respuesta.

—¿Cuánto tiempo puedes quedarte?

Escondo mi sonrisa en su hombro desnudo.

—No tengo planes inmediatos.

—Así que para siempre —declara.

Para siempre es un sueño, y odio el destello de inseguridad que parpadea en mi


mente. Lleva ahí desde que me he despertado esta mañana, yendo y viniendo a su antojo,
y realmente desearía que se fuera a la mierda.

Holden me pasa la nariz por la sien moviendo mi cabello para poder besarme allí.

—Estaba pensando… —empieza, recostándose en el asiento. Aspira una


bocanada de aire y la suelta lentamente—. Ya que te gusta tanto este lugar, podría
construir un techo sobre esta zona, pavimentarla un par de metros. Tal vez poner algunas
camas de jardín aquí —dice, señalando una línea recta frente a nosotros—. Podrías poner
lo que quisieras en ellos, para que puedas elegir lo que vas a ver cada mañana.

Se me corta la respiración.

—Esos son unos planes bastante permanentes —digo, arrastrando mis ojos
borrosos hacia los suyos.

—Sí, bueno, mis sentimientos por ti son bastante permanentes. —Esboza una
sonrisa—. Obviamente.

Durante unos minutos, nos sentamos juntos, sin que ninguno de los dos diga una
palabra. Sería tan, tan perfecto... si no fuera por los constantes recordatorios del temor
que vuela por mi mente. Entrando y saliendo. Una y otra vez. Finalmente, pregunto, sin
mirarle.

—¿Cómo está tu madre, Holden?

—¿Qué? —se ríe, y mis hombros se tensan—. Eso es aleatorio.


Dejo caer mi mirada, intentando que no se note mi incomodidad.

—Bueno, sé que eran muy cercanos. Pero, no te he oído hablar mucho de ella.

—Sí, seguimos siendo cercanos —responde rápidamente—. De momento sigue


de luna de miel, así que no hablamos tanto como de costumbre, pero volverá en un par
de meses.

Un par de meses.

Ese es el límite de la expectativa que me pongo.

Sigo con las preguntas porque mi necesidad de saber supera la incertidumbre.

—Entonces, ¿las cosas no cambiaron mucho entre ustedes después de que me


fui?

—En realidad no —dice—. Antes de que te fueras, ella ya viajaba entre Tennessee
y Nueva York para estar con Mia. Y una vez que nació Benny, estuvo allí casi a tiempo
completo. Cuando me fui a la universidad, ella ya había empezado una nueva vida sin mí.
—Se encoge de hombros—. Además, ahora soy mayor, así que... supongo que las cosas
cambiaron un poco, pero eso es de esperar, ¿no?

Me encojo de hombros, miro a lo lejos y murmuro:

—No sabría decirte.

Holden se queda callado durante un largo momento. Demasiado largo. Y cuando


vuelvo a mirar hacia él, me observa, con el ceño fruncido y la respiración tranquila.

—¿Qué acaba de pasar? —pregunta.

—¿Qué quieres decir?

—Siento que... te estás arrepintiendo...

—En absoluto —interrumpo.

Está claro que no me cree.

—¿Estás segura?

—Sí. —Asiento con la cabeza, positiva, y lo beso una vez—. No me arrepiento de


nada de lo que ha pasado entre nosotros en las últimas veinticuatro horas.

Sonríe, pero es leve, y es falsa, y no es lo que quiero.

—Escucha, Jamie —dice, tirando de mí más cerca—. He tenido mucho tiempo para
pensar los últimos días, y necesito decir algo...
—¿Está bien...?

—Primero, lo siento.

Sacudiendo la cabeza, digo:

—No tienes que...

—No, sí tengo que hacerlo —interrumpe—. No he sido precisamente justo contigo.


Te he tratado horriblemente porque te fuiste hace tantos años, y ni siquiera sé tus razones.
Y sé que te dije que no quería saberlo, pero al decir eso, desestimé cualquier posible
sentimiento que pudieras tener. ¿Quién sabe? Tal vez guardarlo para ti te esté haciendo
más daño del que me haría a mí saber la verdad.

El crecimiento es bueno, y puedo ver sus efectos entre nosotros.

—No he venido aquí para revivir el pasado —le digo con sinceridad—. He venido
a ver si tenemos un futuro.

—Bien —exhala, con el alivio que lo atraviesa—. Pero si alguna vez sientes la
necesidad de decírmelo, puedes hacerlo. Pero mi lógica sigue siendo la misma. Saber la
razón no cambiará nada. Porque nada ha cambiado en los últimos cinco años. Te amaba
entonces, te amo ahora, y te he amado todos los días de entremedio.
Capítulo 36
Jamie
No dije esas tres palabras de vuelta.
No porque no las sintiera, sino porque estaba demasiado aturdida para hablar.
Todavía no he hablado. He hecho muchas otras cosas como... ducharme,
vestirme, sentarme en su camioneta, ir a la cafetería, y todavía... sin palabras.
Estoy oficialmente muda.
Incluso cuando el camarero -no Sandra- vino a tomar nuestro pedido, no pude
emitir ningún sonido, así que Holden tuvo que pedir por mí.
Ahora me mira desde el otro lado de la mesa, con el brazo extendido en la parte
superior del asiento. Está tan tranquilo y calmado, como si no hubiera sacado todo mi
mundo de su eje. Tiene la cabeza inclinada hacia un lado, su cabello es un mechón de
glorioso desorden matutino, pero son sus ojos en los que me fijo: brillantes contra la luz
que entra por las ventanas, no se mueven, no se apartan de su mirada. Finalmente, abre
la boca y, tras una brusca toma de aire, dice, negando con la cabeza.
—No sé por qué estás tan sorprendida.
Inclino la cabeza, igualando la suya.
—¿Hmm?
Se inclina hacia delante y apoya los antebrazos en la mesa con una mirada de
pura perplejidad.
—Te acuerdas de anoche, ¿verdad? ¿Cuando te entregué las llaves de tu jardín?
¿El jardín que pasé cinco años cultivando? —Sonríe para sí mismo. Tan engreído. Tan
Holden—. Porque si eso no es una señal de lo mucho que te amo, entonces no sé qué
más puedo hacer. ¿Quieres que lo repita?
Asiento con la cabeza, mordiéndome el labio mientras el calor se forma en mis
mejillas.
—Te amo, Jameson Taylor. —Y antes de que me dé cuenta de lo que está
pasando, está de pie en la mesa, ahuecando las manos alrededor de la boca y
gritando—: ¡Hola a todos!
Es un viernes por la mañana, y solo hay otras tres personas aquí: una pareja de
ancianos y un tipo que estoy casi seguro que conduce el enorme camión de dieciocho
ruedas que hay en el estacionamiento. Aun así, me levanto e intento tirar de él por la
camiseta. —¡Holden, para!
No lo hace.
—¿Ven a esta chica increíblemente hermosa, talentosa, inteligente y
extraordinaria de aquí? —grita, señalándome—. ¡Estoy locamente enamorado de ella!
—Luego se burla de un hombre mayor que se encuentra a unas cuantas mesas de
distancia—. No la toque, Sr. Greeley —bromea—. Sí, he visto fotos de la Sra. Greeley
en su día. —Le guiña un ojo al hombre mientras su mujer se ríe—. Asesino de mujeres,
tú.
—¡Para! —Me río, tirando de su brazo—. ¡Baja! —Esta vez, hace lo que le pido y
se acomoda en su asiento—. Eres un idiota —le digo.
Finge estar herido y se lleva una mano al corazón.
—Le dices a una chica que la amas, y ella te llama idiota...
—Tal vez seas un idiota por amarme.
Sus ojos brillan, y se inclina de nuevo hacia delante. Dice, con voz baja y firme:
—Deja de hacer esa mierda de autodesprecio, o te doblaré sobre esta mesa y te
follaré delante de los Greeley. —Mira a la pareja antes de volver a verme a los ojos, con
una sonrisa apenas contenida en los labios—. Podemos montar un espectáculo —se
ríe—. Quizá les dé un ataque al corazón.
Sacudo la cabeza, viendo al chico que amo, todo lo que me gusta de él.
—Te he echado de menos.
—¿Sí? —pregunta, con las cejas levantadas.
Asiento con la cabeza.
—Qué bien —afirma—. Porque apenas respiraba sin ti, Jamie.

🧩 🧩🧩

—¡Basta! —Miro desde la caja ahora abierta, pasando por alto la amplia sonrisa
de Holden hasta encontrarme con sus ojos—. ¡¿Me has traído patines?!
Estamos sentados en su camioneta, todavía en el estacionamiento de la
cafetería. Nada más entrar, mete la mano en el asiento trasero, coge un regalo envuelto
y me lo entrega. Tardé tres segundos en abrirlo.
Holden asiente.
—Bueno, me siento como un idiota por lo que te pasó con los otros, así que era
justo que te comprara un par nuevo. —Señala el asiento trasero—. También te he
comprado un casco y unas almohadillas nuevas. Y, a juzgar por los pocos segundos
que te he visto con esas cosas, los vas a necesitar.
Suelto una carcajada y me acomodo igual de rápido. Levanto la mano, le acaricio
la mandíbula y le paso la yema del pulgar por la barba de un día.
—Sabes, no tienes que comprarme cosas para mostrarme...
—Sí, tengo que hacerlo —interrumpe—. Porque ¿sabes qué más -además de no
llevarte a citas- no hice mientras estábamos juntos?
Dejo caer mi mano.
—¿Comprarme regalos?
—Uh-huh. —Asiente con la cabeza.
—Me compraste el colgante y el rompecabezas…
—Pero no estábamos juntos.
—¿Y lo estamos ahora?
—Más vale que lo estemos —dice—, si no, te voy a doblar...
—¡Está bien! —Me río a carcajadas—. Lo entiendo.
—Solo estoy jugando —dice, empujando hacia delante para presionar sus labios
contra mi frente—. Estaba pensando en ir a la guardería para que puedas practicar.
Mi sonrisa es instantánea, y por mucho que intente ocultarla, él la ve igualmente.
Con los ojos todavía clavados en los míos, se acomoda de nuevo en el asiento y
da vida a su camioneta.
—Y tal vez puedas pasar un rato con Mags.
Le beso la mejilla.
—Eres el mejor novio que he tenido.
Pone la marcha atrás pero no se mueve. Luego, mirándome de reojo, pregunta
con un tono sospechoso.
—Creía que era el único novio que habías tenido.
—Exactamente.

🧩 🧩🧩

La camioneta de Holden apenas entra en el camino de entrada antes de que


Maggie aparezca, saliendo a toda prisa del granero y dejando caer cubos de flores por
el camino. Estoy rebotando en mi asiento, y ella está rebotando en sus pies, y estoy tan
ansiosa por salir y saludarla que me lleva tres intentos incluso abrir la puerta. En cuanto
salgo de la camioneta nuestros cuerpos chocan y nuestras risas hacen lo mismo.
Saltamos, nos abrazamos y nos reímos como amigas de la infancia que no se
han visto en años. Hemos pasado una semana juntas.
Dos semanas separadas.
Y, sí, puede que sea ridículo, pero estoy bastante segura de que estoy
enamorada de esta mujer.
—¡Espera! —suelta, empujándome.
Hago un mohín abiertamente.
—Me ignorarse, Jamie.
—¡Lo siento! —Me quejo—. Solo pensé que sería más fácil si…
Estoy en sus brazos de nuevo antes de que pueda terminar, y se siente... se
siente como en casa.
—¡Señorita Jamie! —llama Big H, caminando hacia nosotras con los brazos
extendidos. Nos envuelve a su novia y a mí en sus brazos, y me encuentro riendo—.
Gracias a Dios que has vuelto. Casi destrozas a mi Maggie Mags.
Nos separamos al mismo tiempo que Maggie pregunta:
—¿Cuánto tiempo puedes quedarte?
—¿Crees que estoy tan loco como para dejarla ir de nuevo? —dice Holden desde
detrás de mí. Me giro, notando que nos observa con una emoción en los ojos que no
puedo descifrar. Se detiene a mi lado y dice—: Tengo algo que hacer. ¿Estás bien aquí?
Frunzo el ceño.
—¿Quieres que vaya contigo?
—No. —Niega con la cabeza—. Quédate. Pasa un rato con Mags.
Maggie hace un sonido y aplaude.
—Cuidaré bien de ella —dice, marcando una cruz sobre su corazón—. Lo
prometo.
Diez minutos después, Maggie me sujeta del brazo mientras patino por el
invernadero.
—Eres muy mala en esto —dice entre risas.
—No entiendo qué estoy haciendo mal —digo riendo—. Me he pasado horas
viendo vídeos y parece muy fácil.
—¡Lo conseguirás! —anima Big H, empujando una carretilla con grandes
macetas de cerámica. Ha estado trabajando mientras yo he robado a Maggie y Holden
está haciendo Dios sabe qué.
—¿Deberías estar trabajando? —Le susurro—. Me siento mal por distraerte.
—Pshh. —Ella agita una mano en el aire, descartando el pensamiento—.
Sinceramente, ni siquiera sé lo que hago todo el día. Solo me gusta estar cerca de mi
maldito pedazo de carne de hombre.
—¡Maggie! —Me río, casi perdiendo el equilibrio. Doy pasos de bebé hacia el
banco que da a la fuente de agua y siento el culo.
Maggie se sienta a mi lado y me da un codazo en el costado.
—Me alegro de que hayas vuelto, Jamie. Te he echado de menos, y Holden...
Dios, era un desastre cuando te fuiste.
—¿Te contó lo que pasó? —pregunto, aflojando las cintas de los patines.
—¿Sobre que fuiste a él la mañana que te fuiste y descargaste tus sentimientos
y que esa chica Britney estaba allí?
Mi cabeza se levanta de golpe, con los ojos puestos en los suyos.
—¿Te refieres a Brianna?
—Lo que sea —dice, poniendo los ojos en blanco—. Ella no era la indicada para
él, así que su nombre es irrelevante.
—¿Crees que soy la indicada para él?
Se encoge de hombros.
—Quiero decir, creo que eres la indicada para mí, así que no importa lo que él
sienta. —Ella mira fijamente hacia adelante, diciendo—: Te vas a quedar, ¿verdad? ¿Al
menos por un tiempo?
Asiento con la cabeza, aunque ella no pueda verlo.
—Sí, creo que sí.
—Bien. Porque no estaba bromeando sobre Holden. Realmente era un desastre.
Nunca lo había visto así. Incluso durante el verano después de que te fuiste la primera
vez. —Sus ojos se encuentran con los míos—. ¿Se lo has dicho ya?
Sacudo la cabeza.
—Dice que no cambiará nada, así que...
Me observa un momento, trabajando su labio inferior, y sé lo que está pensando
porque yo también lo estoy pensando. Al final, tiene que salir, y cuando lo haga...
—Maggie —empiezo, quitándome los patines. Subo las rodillas y las abrazo
contra mi pecho—. ¿Sabes que la abuela de Holden solía llevarlo a este lugar en el
jardín y ver el amanecer?
—Sí, ella solía hacer lo mismo con Big H cuando era pequeño.
Sonrío, tratando de imaginarme a Big H como al pequeño H.
—Holden me llevó allí la noche antes de irme, y me habló de las puertas del
cielo...
—¿Cómo puedes preguntarle a Dios algo? —pregunta, recostándose en el banco
y volviéndose hacia mí—. ¿Te preguntó Holden cuál sería tu pregunta?
Con un movimiento de cabeza, respondo:
—Sí. Le dije que le preguntaría a Dios si conocía a mi madre. Supongo que era
mi forma de preguntar si su alma era buena o mala.
Maggie sonríe, pero es triste.
—Oh, cariño...
Me abrazo más a las rodillas y apoyo la barbilla en ellas.
—Pero ahora me retracto.
—¿Sí? —pregunta—. ¿Cuál sería tu única pregunta ahora?
—Le preguntaría quién era mi madre... ya sabes, antes de que su enfermedad se
apoderara. No porque crea que cambiaría mi opinión sobre ella. Solo... quiero saber
quién era ella para poder saber quién podría haber sido. —La emoción me obstruye la
garganta y me la trago—. Porque si tuviera mi deseo... —digo, inclinando ligeramente la
cabeza para poder mirarla—, desearía que ella fuera como tú.
Los ojos de Maggie se llenan de lágrimas, pero las aparta y las mantiene en los
míos.
—Ojalá hubiera tenido tu sentido del humor, tu ingenio. Pero, sobre todo, me
gustaría que hubiera tenido tu corazón y tu disposición a aceptar a todo el mundo tal y
como es...
—Jamie... —Maggie llora, secándose las lágrimas.
—Porque creo que si ella hubiera tenido todas esas cosas, yo habría crecido muy
feliz...

🧩 🧩🧩

—¡Papá acaba de enviarme un mensaje, dice que has vuelto a romper a Maggie!
—Holden llama desde donde supongo que está su cama.
Habíamos dejado la casa principal hace más de una hora después de cenar con
Big H y Mags. Luego fuimos a mi jardín y nos tumbamos sobre una manta hasta que se
hizo demasiado oscuro para permanecer fuera. Después, volvimos aquí, donde quité las
sábanas y las volví a colocar para estar seguros.
Ahora, miro hacia la puerta cerrada del baño mientras termino de secarme. La
había dejado abierta por si Holden quería entrar y... ya sabes. Cuando salgo de la ducha,
la puerta está cerrada.
—¡No era mi intención! —Le grité—. Solo estaba siendo sincera.
No responde, y me visto rápidamente y abro la puerta.
Holden está sentado en la cama, con la espalda apoyada en la pared y las mantas
subidas hasta la cintura. Frente a él hay una bolsa de papel marrón. Me detengo a mitad
de camino y miro de él a la bolsa. Una y otra vez.
—¿Qué es eso?
—Es un regalo —dice.
—Holden, tienes que dejar de...
—Solo ábrelo —interrumpe, poniendo los ojos en blanco.
No voy a mentir; estoy mareada de emoción, y no podría ocultarlo aunque lo
intentara. Me apresuro a ir a la cama y me pongo de rodillas hasta estar sentada frente
a él, con la bolsa entre nosotros.
—Lo digo en serio. No necesitas seguir comprándome cosas.
—Dios mío —gruñe prácticamente—. ¿Quieres dejar de ser una mocosa y
abrirla?
Lo fulmino con la mirada, haciendo que se ría, y luego, lentamente, con cuidado,
abro la bolsa y miro dentro. Miro fijamente su regalo, con la confusión mezclada con la
expectación que me recorre las venas.
—¿Qué...?
Holden, mucho menos delicado que yo con la bolsa, la abre y saca la caja de
libros. La extiende entre nosotros y me muestra exactamente lo que es: una colección
de cuentos de hadas.
—Blancanieves, Cenicienta, Caperucita Roja... —dice, leyendo los lomos de cada
libro. Levanta la vista, su sonrisa, sus palabras, me marean de adoración. Saca el
ejemplar de Blancanieves antes de deslizarse por la cama, dando una palmadita en el
sitio que tiene al lado. —Vamos.
Me arrastro a su lado y me meto bajo su brazo, recuesto mi cabeza justo al lado
de la brújula tatuada que le dibujé hace tantos años.
—¿Estás lista? —pregunta, abriendo el libro.
Levanto los ojos hacia los suyos.
—¿Me lo vas a leer?
—Por supuesto —dice, como si fuera lo más obvio del mundo—. Ninguna infancia
está completa sin un buen cuento antes de dormir.
Me encojo, dejo que su voz, sus palabras, me lleven a otro mundo. A un cuento
de hadas.
Llega a la mitad del libro antes de que le interrumpa, necesitando decir la única
cosa que ha estado en mi corazón y en la punta de mi lengua todo el día.
—Oye, ¿Holden?
Deja caer su mirada hacia la mía.
—¿Sí?
—Yo también te amo.
Capítulo 37
Holden
Estoy de mal humor y está claro que Jamie lo nota. Tal vez sea porque no he
tenido mucho que decir desde que recibió la llamada de que su caravana estaba lista
para ser recogida, o tal vez sea porque ni siquiera intento ocultar mi resentimiento.
Hace más de una semana que está aquí y, sinceramente, ha sido la mejor
semana de mi vida. Es como si hubiéramos retomado las cosas justo donde las dejamos
y hubiéramos dejado de lado todo lo demás.
Durante los días, trabaja en la oficina cuando lo necesita y sale con Mags a... no
sé realmente qué hacen, y eso está bien porque todo lo que necesito saber es que
vuelve riendo, sonriendo y feliz.
Cuando no está haciendo ninguna de esas cosas, pasa el rato en su jardín. Ella
y Mags compraron un par de hamacas y, a menudo, la encuentro allí después del trabajo
simplemente -como ella dice- “viviendo su mejor vida”.
Algunas noches cenamos con papá y Mags, algo que no hacía antes de que ella
se quedara conmigo. Siempre supuse que les estorbaría o que querían su tiempo a
solas. Resulta que estaba equivocado, y Jamie se aseguró de que fuera consciente de
ello.
Incluso la llevé a conocer a mis abuelos, cosa que nunca había hecho con
ninguna chica. Por supuesto, Jamie, una ancianita de corazón, se enamoró de ellos al
instante. Le hicieron saber que el sentimiento es mutuo. Ella y la abuela Eastwood ya
tienen planes para ir a comprar antigüedades y ver el amanecer juntas. El amanecer,
podría soportarlo, pero gracias a Dios que Jamie está aquí, porque por mucho que
quiera a mi abuela, no creo que pueda aguantar otro día más mirar mierda vieja
sobrevalorada mientras me habla de sus amigos que yo creía muertos hace años.
¿Mi momento favorito del día desde que Jamie ha vuelto?
La noche.
Porque por la noche, la tengo toda para mí.
Nos besamos mucho, y nos tocamos mucho, y hasta ahí ha llegado la cosa.
Todas las noches, la arropo y le leo un cuento antes de dormir, y aunque parezca una
tontería, es la razón por la que me despierto cada mañana.
No sé Jamie, pero yo, personalmente, nunca he sido más feliz.
Decir que salir con Jamie 2.0 es todo lo que esperaba que fuera es un eufemismo.
Por lo tanto, el hecho de que su caravana está actualmente estacionada en mi entrada,
dándole la opción de levantarse e irse cuando quiera, por lo tanto, rompiendo mi corazón
en pedazos ... sí, es aterrador.
No es que quiera encadenarla a mi cama y mantenerla aquí contra su voluntad,
porque eso sería una locura. Una locura. También estoy noventa y nueve por ciento
seguro de que es ilegal. Aunque, hay ese uno por ciento que me tiene preguntando...
—Está como nueva —dice Jamie después de dar una vuelta completa alrededor
de la caravana.
—Uh-huh —Me pongo de pie con las piernas separadas, los brazos cruzados,
mirando con desprecio la estúpida monstruosidad con ruedas—. ¿Cómo es el interior? —
Es raro que espere una infestación de ratas, porque eso resolvería todos mis problemas.
—Buen punto —dice, abriendo la puerta lateral y entrando.
Espero fuera de la puerta con las manos en los bolsillos, sumido en mis
sentimientos.
—Tiene buena pinta —dice ella.
—Genial.
Cuando vuelve, no sale de su humilde morada. En cambio, se sienta en el escalón
que baja y me mira, con la cabeza ladeada y los ojos entrecerrados.
—¿Qué te pasa?
Me hago el tonto y me niego a mirarla.
—¿Qué quieres decir?
—Has estado con tus sentimientos desde que recibí la llamada de que esto está
listo.
Resoplo, mis hombros se desinflan junto con mi fachada. Jamie estira sus piernas
desnudas, sus pies cubiertos con las sandalias golpean mis espinillas. Cuando llegó aquí,
venía directamente de la casa de Gina, así que no llevaba mucha ropa. Acabó registrando
mi antiguo dormitorio en busca de algo que pudiera servirle y volvió con unos cuantos
pares de vaqueros y algunas camisas que no había visto en más de una década. Convirtió
los vaqueros en pantalones cortos, que es lo que lleva ahora, junto con una vieja camiseta
abotonada que está atada justo por encima del ombligo.
Para ser una chica que creció en los suburbios, tiene un aspecto campestre. Y no
voy a mentir: se me pone dura.
Le pregunto, empujando la grava suelta con la punta de mis botas de trabajo:
—¿Qué planes tienes ahora que puedes irte cuando quieras?
—Holden...
—Y la casa está vendida... —murmuro. Se vendió hace unos días a esa pareja que
vino a verla cuando me desterraron de la casa. Dean tiene el depósito, y ahora solo
estamos esperando la liquidación—. Pronto tendrás el dinero —añado, encontrándome
con su mirada—. ¿Todavía quieres comprar un lugarcito allí? ¿Cerca de Zeke y Dean?
—¿Es eso lo que piensas? —pregunta, sentándose más alto.
Me encojo de hombros.
—¿Cuáles son exactamente tus planes?
Jamie mira hacia otro lado y dice:
—Bueno, pensaba ir al mercado nocturno con Mia y su familia esta noche.
—Jamie, no estoy jugando ahora mismo.
Después de un suspiro, dice, con un tono de tristeza.
—¿He insinuado siquiera que quiero irme?
—No que yo sepa.
Mantiene sus ojos en los míos.
—¿Te he dado alguna razón para pensar que no me gusta estar aquí o que no te
amo?
—No...
—Toma —dice, metiendo la mano en el bolsillo para mostrar las llaves de la
caravana. Toma mi mano y me las pone en la palma—. Escóndelas, si es necesario.
—Eso no es...
—Me diste la llave de mi jardín —interrumpe—. Así que te las doy.
Se hace a un lado, ofreciéndome el lugar a su lado.
Con un resoplido, me siento y mantengo la cabeza baja.
—Bebé, tienes que entender que he vivido esta vida, sola, durante mucho tiempo,
y durante ese tiempo, la única persona de la que tenía que preocuparme era de mí misma.
Así que siento no haber tenido en cuenta tus sentimientos —dice, y luego se inclina hacia
mí cuando añade—: o que no lea la mente.
Me vuelvo, levanto los ojos hacia los suyos y veo la angustia en su sonrisa.
—Debería haber dicho algo —admito.
—Deberías haberlo hecho. —Ella asiente—. Y no puedo prometerte que no haya
un momento en el que quiera irme unos días. Me gusta viajar.
—No quiero que te sientas atrapada aquí —me apresuro a decir.
—Holden, nunca me he sentido más libre que cuando estoy aquí, contigo. Y si
cuando vuelva a tener ese impulso, espero que puedas acompañarme.
—¿Si?
—Sí, idiota.
Mi sonrisa es estúpida.
—Tal vez podamos hacer un viaje rápido el próximo fin de semana. ¿Puedes
encontrar algún sitio?
La sonrisa de Jamie coincide con la mía.
—Conozco el lugar perfecto...
Capítulo 38
Jamie
―Creo que no te das cuenta de lo sexy que eres ahora mismo ―digo, tirando
de la parte inferior de la camiseta de Holden.
―¿Eh? ―Está demasiado ocupado concentrado en la entrada del
aparcamiento del mercado, buscando el coche de Mia.
―Estás muy emocionado por ver a Benny; prácticamente estás temblando.
―digo riendo.
Me fulmina con la mirada. ¿Me estás tomando el pelo?
Antes de que pueda responder, me empuja a un lado, gritando:
―¡Ya están aquí!
Corre hacia un camión que acaba de entrar en el aparcamiento, y yo le sigo
lentamente, viendo cómo Holden golpea la ventanilla trasera hasta que el coche se
detiene.
Abre la puerta y oigo a Mia gritar:
―¿Qué diablos estás haciendo?
Un momento después, Holden saca a Benny del asiento trasero y dice algo
que no consigo entender. Cierra la puerta, coloca al pequeño frente a él y observa
cómo el camión se aleja lentamente. Luego me grita:
―¡Danos un minuto!
Me detengo en medio del aparcamiento, con la confusión mezclada con la
ansiedad subiendo por mis venas.
Para ser sincera, me ponía muy nerviosa la idea de volver a ver a Mia, sobre
todo porque no tengo ni idea de lo que siente por mí. La última vez que hablamos
fue hace casi cinco años, y ella fue la que habló, la que alabó al chico que amaba
por quererla más. Era fácil entender las decisiones de Holden en aquel entonces y
aún más fácil para mí perdonarlo.
La camioneta de Mia, conducida por un tipo que supongo que es su marido,
aparca justo a mi lado, y ella abre su puerta, diciendo:
―Te juro que ese chico está loco.
Vuelvo a mirar a Holden y a su sobrino, justo cuando el pequeño finge subir
la cremallera de su la boca cerrada. Holden asiente y se juran con el dedo, y
entonces Benny salta sobre la espalda de Holden como yo he hecho a menudo. Se
dirigen hacia nosotros mientras Mia sale del coche y dice:
―¡Jamie!
Me enfrento a ella y, por mi vida, no puedo hablar. No puedo respirar.
Durante años he estado celosa de la chica que está frente a mí. No porque
sea increíblemente guapa, ni siquiera porque Holden la eligiera antes que a mí. Es
porque ella es todo lo que yo no soy, y de repente, vuelvo a tener diecisiete años,
de pie a las puertas de mi instituto el primer día del último curso, revisando mi ropa,
tocándome el pelo, asegurándome de que estoy lo suficientemente bien para que
nadie se burle de mí.
Nadie me juzga.
―¿Cómo estás? ―Me pregunta Mia. Y entonces sonríe, y la sonrisa es tan
dulce y tan pura, y me saca de mis pensamientos.
―Hola, estoy bien. ―respondo, con una risita incómoda que me recuerda la
crisis en la que estuve a punto de meterme de cabeza.
―Me alegro de volver a verte ―dice Mia, y entonces me abraza, y yo le
devuelvo el abrazo, es torpe y... agradable. Es lo que esperaba, pero no lo que
esperaba sentir, y hace que mis ya confusas emociones se disparen.
Le respondo:
―A mi también, Mia.
Me aprieta una vez antes de soltarme y dar un paso atrás, con sus ojos
clavados en los míos cuando dice:

―Me alegro de que hayas vuelto por él, Jamie. ―Vuelve a sonreír, pero con
tristeza―. Estaba un poco perdido sin ti.

🧩 🧩🧩

Además de sus ojos, el marido de Mia, Leo, es la viva imagen de su hijo. O


al revés. Sabía cómo era Benny por todas las fotos que tenía en la nevera de
Holden, pero nunca había visto a Leo. Es igual de alto que Holden, igual de
corpulento, y ahí acaban las comparaciones. Leo es limpio, de ojos azules, con el
pelo oscuro pegado al cuero cabelludo, y Holden es... Holden está persiguiendo al
pequeño Benny Preston con un excremento falso que encontró en la tienda de un
dólar.
Benny chilla entre ataques de risa mientras se entremezclan entre la
multitud, y Mia, que camina a mi lado, dice:
―Es tan inmaduro.
Justo a tiempo, Leo grita:
―¡Ooh! ¡Conos de nieve! ―Y luego se va más rápido de lo que jamás he
visto correr a nadie.
Suelto una carcajada y, un momento después, Mia se une a mí. No sé qué
ha pasado entre Mia y Leo y por qué no estaba cuando Benny estaba más joven.
Lo único que me ha dicho Holden es que tardaron cinco años en volver a conectar
y que no fue culpa de ninguno de los dos. A veces, pierdo el sueño por cómo percibe
Holden nuestro tiempo de separación.
Holden vuelve llevando a Benny boca abajo, por los pies, y dice, claramente
sin aliento:
―Papá y Mags están en el otro extremo.
―¡Baja a mi hijo! ―ordena Mia entre risitas.
―Sí ―grita Benny―. ¡Bájame!
Holden empieza a bajarlo hasta que su cabeza casi toca el suelo.
―Holden. ―chillo.
Holden pone los ojos en blanco, luego da la vuelta a Benny y lo coloca entre
nosotros. Con la cara roja, Benny se balancea sobre sus pies, con las manos
extendidas para mantener el equilibrio.
―Estoy mareado.
―¡Holden! ―Mia amonesta.
―¿Dónde está papá? ―pregunta Benny, mirando a Mia.
Señala hacia el puesto de conos de nieve, donde Leo se encuentra al final
de una larga cola.
―Va a tardar un rato, amigo.
Pasamos junto a Leo, que se niega a abandonar los conos de nieve, y nos
dirigimos hacia Big H y Maggie. En cuanto los vemos, Benny se lanza hacia ellos,
con las manos extendidas y los brazos abiertos, gritando:
―¡Big H!
Mia corre tras él mientras Holden me coge la mano y une nuestros dedos.
Veo a Benny prácticamente saltar a los brazos de Big H mientras Maggie le
alborota el pelo, y hago a un lado las repentinas emociones que me obstruyen la
garganta.
―¿Por qué estás tan sonriente? ―pregunta Holden.
―Sólo quiero a tu padre y a Maggie. ―Me encojo de hombros, volviéndome
hacia él―. Cuando lo piensas, tu padre ha aguantado mucho. Tú y Mia, con lo
unidos que estaban cuando crecían, es un recordatorio constante del ex de tu
madre, ahora marido, que anda por ahí, y Benny... que es tu sobrino, también el
nieto de dicho ahora marido, y tu padre es como... ―Suelto su mano para poder
extender mis brazos―. ¡Ven aquí y déjame amarte!
Holden reflexiona un momento sobre esto.
―Nunca lo había pensado así.
―No sé ―murmuro, volviendo a tomar su mano―. Es que son tan
aceptantes, ¿sabes?
Holden se queda un momento en silencio, y me pregunto si se habrá dado
cuenta de que no estoy hablando solo de Benny. Estoy hablando de mí.
―Bueno, como que tiene que ser. ―dice Holden―. ¿Me conoces?
Me río en su brazo.
―Mierda, Jamie, antes de conocerte, era una gran mierda.
―¿Qué quieres decir antes de conocerme?
Se detiene, bajando su mirada a la mía. Con los ojos entornados y la voz
baja, dice:
―Debería ponerte de rodillas y azotarte.
―Siempre podrías... ―Me pongo de puntillas y acerco mi boca a su oído.
―... follarme.
Me empuja y me trae de vuelta igual de rápido. Luego, con el brazo alrededor
de mis hombros, nos lleva hacia el puesto de la Guardería Eastwood.
―Sólo digo que... no me has tocado realmente...
―¡Oye, Maggie! ―Holden interrumpe―. ¿Cómo va todo?
Reprimo mi risa porque no sé qué más hacer. Llevo una semana aquí y
Holden parece evitar todo contacto sexual. Dormimos en la misma cama todas las
noches, me amenaza con las cosas que quiere hacerme, y sin embargo... le he dado
todas las oportunidades, y no quiere ni siquiera tocarme de forma inapropiada. O,
apropiadamente, en mi caso.
―...se creen muy importantes con sus letreros elegantes y su doble espacio.
―escupe Maggie, mirando a nada en particular.
―¿Quién? ―Pregunto.
―Esa mierda de franquicia de centro de jardinería en Justicia. Nos robaron
la mitad del negocio y creen que pueden aparecer aquí como... como... ―Ella lanza
sus manos en el aire―, Debería ir a patear sus plantas.
―¿Quieres que lo haga? ―Me ofrezco. Sería una excelente manera de
liberar toda mi frustración sexual reprimida. Es eso o atar a Holden y sentarme en
su cara. Mmm
—... no, pero gracias. ―dice Maggie, con los hombros desinflados.
―¿Sabes qué deberíamos hacer? Deberíamos incendiar todo el lugar.
―No debería estar escuchando esto. ―dice Leo desde detrás de mí, con los
brazos llenos de conos de nieve de todos los sabores.
―¡Ja, ja! ―Maggie exagera, moviendo los ojos de un lado a otro―. ¡Estamos
bromeando, Leo!
―Leo es un oficial de policía. ―me informa Mia.
―¿En serio?
Miro a Leo y él asiente, levantando los brazos para ofrecerme un cono de
nieve. Mia y yo le ayudamos a descargar el resto, y antes de que haya probado el
suyo, grita:
―¡Ooh! ¡Pastel de embudo!
―Y se va de nuevo.
―A mi padre le gusta la comida. ―me dice Benny.
Lo miro.
―Le gusta, ¿eh?
Unos grandes ojos marrones claros como los de su madre parpadean,
parpadean, parpadean hacia mí.
―Dice que es porque tiene cinco hermanos, y todos tuvieron que pelear por
la comida aunque siempre tuvieron bastante.
―¿Cinco hermanos? Eso parece mucho...
Mia posa una mano en el hombro de su hijo.
―Imagina su emoción cuando descubrió que tenía otros cinco tíos como
Holden.
Nos sentamos en una mesa de picnic bajo unas luces de hadas y probamos
conos de nieve y pasteles de embudo y cualquier otra cosa que Leo haya
conseguido.
―¿Sabes de qué me acabo de dar cuenta? ―Holden dice alrededor de un
bocado de comida―. Mia y Leo tuvieron su primera cita aquí.
―¿Lo hicimos? ―pregunta Mia, con las cejas fruncidas. Benny está sentado
entre sus padres, viviendo su mejor vida con una variedad de azúcar a su
disposición. Rebota en su asiento, con la cabeza al ritmo de una canción que sólo
suena en su cabeza.
Holden desliza su mano por debajo de la mesa y la posa sobre mi muslo
desnudo. Leo dice:
―Primera cita falsa, pero sí.
―Oh, sí ―responde Mia―. Esa fue la noche en que Brianna... ―Se
interrumpe cuando Leo le aplasta todo el cono de nieve en la frente, y luego lo
desliza hasta su sorprendida boca abierta.
―Oh, Dios mío. ―susurro, riendo.
―Bloqueo de pollas ―murmura Leo, sus ojos encuentran a Holden sentado
frente a él―. Te tengo, hermano. ―le dice, y se ríen, chocando los puños como
hermanos.
Mia sacude la cabeza, limpiándose la cara con servilletas, y Benny canta
―¡Bloqueo de pollas!
―¿Ves lo que has hecho? ―Mia sisea, golpeando el hombro de su marido.
Durante uno o dos minutos, comemos en silencio, y cada vez que levanto la
vista, capto unos ojos marrones claros que me observan, que me sonríen.
Le devuelvo la sonrisa.
Benny dice, apoyando los antebrazos en la mesa:
―Mi tío Holden dice que vives en un coche.
Asiento con la cabeza y dejo caer el tenedor sobre el plato de papel.
―Solía vivir en una caravana, que es una pequeña casa con ruedas, así que
sí. Supongo que vivía en un coche.
―¿Vives allí todo el tiempo?― Benny pregunta.
―Lo hice. Ahora me quedo con tu tío Holden. ―Debajo de la mesa, Holden
me aprieta la pierna.
Benny pregunta:
―¿Cuánto tiempo has vivido allí?
―Los últimos años.
―Entonces, ¿sólo viajas por ahí? ―pregunta Leo.
Vuelvo a asentir.
―Sí. Puedo trabajar a distancia, así que fui a donde me llevó mi corazón.
―Entonces, ¿te despiertas en un lugar nuevo cuando quieres? ―pregunta
Benny.
―No es tan increíble como parece ―admito. Luego añado―. Hay muchas
mañanas en las que me he despertado en un estacionamiento de Walmart.
―Quizá deberíamos comprar una caravana. ―reflexiona Leo.
Holden se burla.
―Tienes un jet privado.
―No ―se apresura a decir Mia―. Mi padre tiene un jet privado para los
negocios. Nosotros no.
―Una caravana estaría bien. ―murmura Leo, más para sí mismo que para
los demás.
―Podríamos llevar a Benny por todo el país.
―Y a princesa ―grita Benny.
―Princesa podría venir ―acepta Leo.
Miro entre ellos.
―¿Princesa es tu... perro?
―No ―se ríe Leo―. Princesa es Katie, mi sobrina. La primera vez que
Benny la vio fue en Halloween, y estaba vestida de princesa, así que...
―Bien.
―Lo que me recuerda... ―Leo está de pie, golpeando sus bolsillos―.
Volveré.
Ninguno de nosotros se pregunta a dónde va o qué va hacer; sólo lo vemos
partir.
―¿No echas de menos a tu madre cuando te vas? ―Benny pregunta, y mis
ojos se dirigen a los suyos.
Miro entre Mia y él, preguntándome cuánto debería saber un niño de cinco
años. O cuánto sabe Mia. Después de contener el repentino dolor en el pecho.
―Mi madre ya no está. Pero tengo otras personas a las que estoy unida, y
me aseguro de visitarlas a menudo.
Benny no parece asimilar mi respuesta, lo que probablemente sea algo
bueno.
―Una vez, papá y Holden me llevaron de acampada y lloré porque echaba
de menos a mi mamá. ―Mia hace un mohín mientras le alisa el pelo.
―Eso es increíblemente dulce ―le digo, asombrada de que dos
adolescentes puedan criar a un niño tan increíble, incluso separados, y mi madre...
Alejo el pensamiento―. Seguro que ella también te echaba de menos.
Benny ladea la cabeza, con los ojos entrecerrados.
―¿Dónde está tu mamá?
Oh. Estamos de nuevo aquí.
―Um... Ella es... ―Le doy un codazo a Holden, instándole a que me ayude.
No lo hace.
―Amigo ―Mia susurra―. La mamá de Jamie murió.
―Oh. Así que está en el cielo con la mamá de papá y tu papá ―dice Benny
simplemente, centrándose en mí de nuevo―. ¿Crees que se conocen?
―No estoy segura.
―¡Espero que lo hagan! ―dice Benny, sentándose de nuevo en su asiento
y acercando su cono de nieve―. Así, todos podrían cuidar de los demás. Como una
familia.
Lo veo meterse una cucharada tras otra en la boca, con la cabeza golpeando
de nuevo su música imaginaria, y con cada segundo que pasa, la visión de él es
cada vez menos clara.
Como una familia.
Mi madre nunca habló de una familia aparte de Beaker y de mí. No sé nada
de sus padres “mis abuelos” y nunca mencionó hermanos o primos o... Una vida
antes de Beaker. Supongo que también es mi culpa. Nunca pensé en preguntar. A
veces me pregunto si tengo abuelos que me han estado buscando, tías que se
preguntan por mí todos los días.
El calor me quema detrás de la nariz, y mi garganta comienza a cerrarse, y
antes de saber lo que está pasando, un anhelo líquido recorre mis mejillas.
―Ah, Jamie. ―susurra Mia, y Benny levanta la cabeza. Parpadeo, y se
levanta de su asiento y camina hacia mí, y luego me rodea el cuello con sus
pequeños brazos, abrazándome a él.
Lo retengo, este dulce e inocente niño que es amado por tanta gente por
tantas razones, y lloro. Y ni siquiera sé por qué lloro, porque sería tan triste y patético
si fueran los celos los que provocan mis lágrimas... Pero no creo que sea eso.
Creo que, en el fondo, quiero una familia propia. Gente que me quiera por mí
y, por mucho que me duela, no creo que el chico al que quiero pueda ser el que me
dé eso.
Leo vuelve, agarrando una gran bolsa de papel.
―¿Qué me he perdido? ―pregunta, mirando de alguna manera a todos a la
vez.
―Sólo estaba abrazando a la señorita Jamie ―dice Benny, soltándome. No
vuelve a su sitio. En lugar de eso, se sienta a mi lado, pegando todo mi brazo a su
pecho.
―Vale... ―Leo murmura, viendo a Mia limpiarse los ojos, antes de sentarse
a su lado. Coloca la bolsa de papel sobre la mesa y la empuja hacia mí.
―Así que, mi hermana tiene una librería en casa, y Holden llamó, dijo que te
gustaban los cuentos de hadas...
Abro la bolsa y miro dentro, sacando una pila de libros, de todos los tamaños
y géneros. Mi sonrisa es ridícula.
―¿Dijo que Blancanieves es tu favorita? ―pregunta Leo.
Miro a Holden, mi sonrisa se ensancha ante la mirada de pura alegría en su
rostro, y asiento una vez.
Leo dice:
―Los hermanos Grimm escribieron la Blancanieves original, y es mucho más
oscura que la versión de Disney. También escribieron Hansel y Gretel y
Rumpelstiltskin y un montón de...
―¡Idiota! ―Holden grita.
―¡Cállate! ―Mia le lanza un cono de nieve.
Leo sacude la cabeza, señalando el libro más oscuro de la pila.
―Puse su colección de cuentos de hadas ahí ―Sonríe a un lado, casi
avergonzado―. A mi madre le encantaban los libros, así que nos transmitió ese
amor a mi hermana y a mí.
―¡Esa es Nanna Kathy en el cielo con tu mamá! ―Dice Benny, abrazando
mi brazo con más fuerza.
―Gracias ―le digo a Leo.
―No me lo agradezcas todavía. Mi hermana también metió algunas novelas
románticas, y no son el tipo de romance de mi mamá, si sabes lo que quiero decir.
―Te encantan las novelas románticas ―se burla Mia.
―Te encanta lo que aprendo en las novelas románticas ―afirma Leo.
―Espera ―Interviene Holden―. ¿Aprendes cosas de los libros románticos?
¿Qué clase de...? ―Sus ojos se abren de par en par mientras mira entre Mia y
Leo―. ¡Ahhh! ¡Qué asco, hermano! No quiero... ―Se interrumpe, fingiendo
arcadas.
Se me escapa una risita y le digo a Leo:
―Deja que te dé dinero por ellos.
Leo agita una mano entre nosotros y luego señala a Holden.
―Tu chico ya se encargó.
Me enfrento a Holden y le pellizco las mejillas, riéndome cuando frunce la
nariz.
―Lo aprecio ―digo, soltando las manos y besándolo rápidamente―. Pero
tienes que parar con los regalos...
―¿Y dejar de ver tu cara iluminada así? ―Holden sacude la cabeza y estira
la mano para desplazar un mechón de pelo hasta detrás de mi oreja―. Prefiero
clavarme una daga en el corazón.
―¡Aww! ―Mia chilla―. ¡Nunca te he visto así!
Holden se encoge de hombros, con sus ojos clavados en los míos, aunque
sus palabras son para ella.
―Eso es porque nunca me has visto enamorado.
―¡Pero tú me quieres! ―grita Benny, inclinándose hacia delante para mirar
más allá de mí y hacia Holden.
Me echo hacia atrás mientras la mesa estalla en carcajadas.
―Lo hago ―asegura Holden―. Pero es un tipo de amor diferente con
Jamie.
―¿Qué clase de amor? ―Benny pregunta.
Con los ojos puestos de nuevo en los míos, Holden dice:
―Del tipo inconmensurable… E infinito... Todo a la vez.
Capítulo 39
Holden
Esta es la diferencia entre Jamie y yo. Yo escondo mis sentimientos, los
retuerzo. Jamie da a conocer sus sentimientos. Pero, si quiero algo, lo pido. Jamie
me pone a prueba. Se burla de mí. Me tortura.

Me siento en la cama con la espalda apoyada en la pared, agarrando un


estúpido libro de cuentos de hadas en mi regazo para ocultar mi furiosa erección.
Me siento como si tuviera catorce años, y mis hormonas están fuera de control, y
mis calzoncillos golpean justo la parte sensible de mi polla, y ahora la jodida cosa
no se va.

¿El problema?

No tengo catorce años... Y Jamie está desnuda.

Cuando llegamos a casa después del mercado nocturno, fue directamente al


baño para ducharse, algo que hace todas las noches.

Es su forma de ponerme a prueba.

De vez en cuando, deja la puerta abierta, y puedo verla a través del hueco,
desnuda y reluciente de humedad.

Esa es la burla.

Sin embargo, esta noche... esta noche ella trajo la tortura.

Hace dos minutos me pidió que le trajera una toalla. Abrí la puerta lo
suficiente como para pasar el brazo por ella y le tendí la toalla. Me dijo, la muy
astuta:

―No quiero mojar el suelo. Tráemela.

Así que lo hice.

Jamie desnuda en toda su gloriosa gloria de desnudez.


Ni siquiera tiene sentido.

Eso es lo que pasa cuando toda la sangre de tu cuerpo se dirige a tu polla.


El cerebro no funciona.

Ahora, Jamie abre la puerta del baño, desnuda, y me mira como si yo


estuviera equivocado. Una moza tortuosa. Abre su cajón con una furia que
normalmente me asustaría... Si pudiera pensar con claridad. Juro que se mueve
como lo hace a propósito. Se inclina, calculadamente, dándome la vista perfecta de
su culo, de su coño.

Lo que no daría por nom, nom, nom.

Morderlo.

Lamerlo .

Chúparlo.

Gimoteo.

Después de ponerse la ropa interior, se gira para mirarme, con las tetas justo
ahí. Y justo cuando creo que no puedo aguantar más, se pasa las manos por el
estómago y se agarra las tetas como si las estuviera sopesando.

―Jesucristo ―murmuro, apenas un susurro.

Mi polla palpita, el presemen se filtra en mis boxers.

Jodidamente impresionante.

Esta es la cuestión: no es que no quiera a Jamie de todas las maneras


posibles, porque ¿quién coño no la querría? Sólo... Necesito poder separar las dos
atracciones, la física y la emocional, para que no se repita lo de antes. Cuando
estuvo aquí por última vez, la única forma de expresar mi necesidad por ella era
física. Ahora, las cosas son diferentes. Y quiero que ella lo sepa.

Mi teléfono suena con un mensaje, y aprovecho la oportunidad para


comprobarlo, sólo para tener algo más en lo que concentrarme que no sea una
Jamie desnuda.

―Increíble ―murmura Jamie, y cuando levanto la vista hacia ella, ya tiene


puesta una de mis viejas camisetas.

Vuelvo a centrarme en el texto.

Colton: ¿Van a venir o no?

Me pregunto si sería apropiado preguntarle si el presemen cuenta como


venida.

―¿Quién es? ―pregunta Jamie, revisando sus libros nuevos en la mesita de


noche.

―Colton ―respondo.

Toma el espeluznante libro de los Hermanos Grimm de la pila.

―¿Son buenos?

―Sí. Somos chicos. No nos peleamos como las chicas ―respondo,


observando cómo lleva el libro al sofá―. Además, no puedo culparlo por querer
meterse en tus pantalones.

Jamie se burla.

―¿Pero puedes pegarle por ello?

Me encojo de hombros.

―Para mí tiene todo el sentido del mundo ―Observo confuso, cómo Jamie
se tumba en el sofá, con las piernas desnudas apoyadas en el brazo. Abre el libro
y le pregunto—: Creía que te estaba leyendo un cuento para dormir.

Me devuelve mi encogimiento de hombros con uno propio.

―¿Qué quiere Colton?

Puse el libro que había estado esperando para leer en la mesa auxiliar.

―Tiene una fiesta en su campo esta noche.

Mirándome, me pregunta:

―¿Y tú no quieres ir?

―¿Sí?

Vuelve a fingir que lee.

―Podemos...

―Pero tú no quieres.

Se encoge de hombros.

Le doy la vuelta a la tortilla y la pongo a prueba.


―Brianna estará allí, probablemente con Colton.

Ella pasa la página, toda fría y tranquila. Mientras tanto, estoy bastante
seguro de que mi polla está rota. Ella pregunta:

―¿Y no quieres verlos juntos?

Pongo los ojos en blanco, aunque ella no pueda verlo.

―Me importa muy poco lo que hagan, Jamie.

Cierra el libro y lo deja con cuidado sobre la mesita.

―Entonces, vamos. ―dice, poniéndose de pie y dirigiéndose a la cómoda,


donde vuelve a abrir violentamente el cajón. Cambia la camiseta por un vestido, sin
sujetador, que se asoma a la vista.

Acepto su reto, me visto, cojo unas cervezas de la nevera y una manta. Le


abro la puerta.

―Vamos.

🧩 🧩🧩

Jamie no dice una palabra mientras conducimos hasta la casa de Colton. Se


queda sentada, disfrutando de la gloria de sus tortuosas costumbres. Más de una
vez, abrió la boca para decir algo, pero se detuvo. Sé que no quiere ir. No le gusta
ir a fiestas y, en general, no le gusta la gente. Al menos, no la gente de nuestra
edad. Para ser sincero, yo tampoco quiero estar aquí, pero es mejor que estar
atrapado en los confines de nuestra casa con una Jamie desnuda probándome,
burlándose, torturándome.

Me meto en el largo camino de entrada, viendo ya los faros de las otras


camionetas en la distancia.

―Cuando quieras retirarte... ―murmuro.

―No me di cuenta de que me estaban desafiando ―dice, y entonces levanta


el dobladillo de la falda de su vestido unos pocos centímetros.

Agarro el volante con más fuerza. Lentamente, en silencio, nos llevo al centro
del campo y a un lugar abierto.

Una vez al mes, Colton organiza estas fiestas en el campo porque no hay
nada más que hacer por aquí. Llevamos nuestras camionetas al centro del campo
de trigo, lo suficientemente lejos de la casa principal como para que su familia no
pueda vernos ni oírnos. Luego nos sentamos en las puertas traseras de las
camionetas y bebemos y fumamos hierba y, si nos comportamos, nos despertamos
en nuestras puertas traseras al día siguiente. La mayoría de las veces, dormimos
en nuestras camionetas. A veces, simplemente nos tumbamos donde sea que nos
desmayemos en el campo. Esa es la señal de un buen momento. O, al menos, solía
serlo. Ahora, sólo quiero meterme en la cama con Jamie, leerle un cuento e irme a
la mierda.

―¿Así que esto es una fiesta en el campo? ―pregunta Jamie, mirando a su


alrededor.

―Sí ―resoplo y cojo las cervezas del asiento trasero―. Sólo beberé un par,
a menos que quieras conducir a casa.

―¿Quién dice que no quiero beber?

La miro.

―Bien, bebe tú. Yo conduciré a casa. ―Ella niega con la cabeza.

―No quiero beber.

―Entonces, ¿por qué sacar el tema?

―Para molestarte ―dice ella, encogiéndose de hombros.

Salimos simultáneamente y nos encontramos en la parte trasera de la


camioneta. Bajo la puerta trasera y la subo a él. Se toma un momento para mirar a
su alrededor, aunque no hay mucho que ver. Hay una veintena de camionetas
destrozadas aparcadas y orientadas en distintas direcciones. Algunas tienen los
faros encendidos, apuntando a la hoguera encendida en el centro. La gente pasa
de un camioneta a otro con cervezas en la mano o con porros entre los dedos. Un
par de camionetas tocan una música demasiado distorsionada para que pueda
entenderla, y entre el ruido de los bajos que hacen sonar trozos de metal se
escuchan gritos mezclados con risas.

Cuando era adolescente, así es como pasaba la mayoría de las noches de


verano. Ahora que tengo veintitrés años, es justo decir que lo he superado.

―¿Conoces a todo el mundo aquí? ―pregunta Jamie.

―Probablemente ―Me encojo de hombros―. ¿Quieres que vaya y te


presente?

―Tal vez más tarde ―dice, frotándose de arriba a abajo los brazos. Está
más fresco en el campo de Colton que en nuestra tierra porque tenemos árboles
para romper el viento. Aquí, sólo hay interminables campos de trigo. Apuesto a que
ahora se arrepiente de haber elegido venir, aunque es demasiado terca para
admitirlo.

―Ahora vuelvo ―le digo y tomo la manta que había tirado en el asiento
trasero. Cuando vuelvo, Jamie está sentada con las piernas cruzadas. Le coloco la
manta alrededor de los hombros y ella baja los pies, dejándolos colgar del borde.
Me coloco entre sus piernas y le froto los brazos antes de envolverla en mi calor―.
¿Estás mejor? —le pregunto, y ella asiente contra mi hombro. Cojo sus manos con
las mías y me las llevo a la boca, soplando aire caliente sobre sus palmas abiertas.

―Eres tan dulce ―dice―. Siempre estás cuidando de mí.

Levanto mis ojos hacia los suyos, notando la forma en que la luz de la luna
se refleja en sus iris.

―Bueno, sí, es mi trabajo.

Se adelanta y abre los brazos para envolvernos con la manta. Y entonces me


besa, besos suaves y dulces con un toque de lengua.

―Te quiero ―susurra contra mis labios.

Me alejo, lo justo para mirarla.

―Yo también te quiero.

―¿Entonces por qué no quieres follar conmigo?

Con los ojos muy abiertos, me ahogo en un grito ahogado.

―¿Qué?

―No te hagas el sorprendido ―se burla―. Sabes que has estado evitando
activamente el sexo, y quiero saber por qué.

Suspiro, derrotado, y entonces le digo la verdad, por muy dolorosa que sea.

―La última vez que tuvimos sexo, no fue exactamente... ―La vergüenza me
obliga a apartar la mirada, con la nariz encendida y las cejas fruncidas por la ira―.
No sé. No es que te forzara, y nunca dijiste que parara, pero aun así... No me hace
sentir exactamente bien cuando pienso en ello...

―Holden ―murmura Jamie, con los dedos agarrando mi barbilla para que la
mire.

―No ―Me zafé de su agarre―. Estoy jodidamente avergonzado de lo que


hice, Jamie, y estoy tratando de ser bueno.

Se muerde el labio inferior un momento, y sé exactamente lo que va a decir


antes de que abra la boca.

―¿Pero qué pasa si quiero que seas malo?


Gimo, mi polla se agita mientras la sangre corre por mis venas.

―¿Cómo de malo?

Ella empuja hacia delante, pasando sus húmedos y cálidos labios desde mi
boca hasta mi oreja.

―Sucio... ―Entonces toma mi mano, la coloca en su muslo desnudo,


guiándola lentamente más y más arriba―… Sucio.. ―Encuentro el calor de su
centro, paso el dorso de mis dedos por su ropa interior―… Malo ―gime, sus ojos
se cierran.

Ni siquiera miro a mi alrededor para ver si alguien me observa. Simplemente


muevo sus bragas hacia un lado y deslizo un solo dedo entre su raja. Su cabeza se
inclina hacia delante, apoyada en mi hombro, y su respiración se detiene cuando
encuentro su clítoris y lo presiono suavemente.

―Joder, Holden ―gime, rodeando mi cuello con los brazos, envolviendo la


manta, protegiendo nuestras acciones.

―He querido tocarte, Jamie ―susurro, sintiendo que los músculos de sus
muslos se tensan mientras acaricio su entrada, extendiendo su placer líquido con la
punta de mi dedo―. He querido saborear tu coño en mi lengua. Joder, he querido
deslizar mi polla tan profundamente dentro de ti, ver cómo te abres para mí.

―Oh, joder.

Introduzco dos dedos en su interior y dejo que su calor cubra mi carne. Me


besa el cuello mientras yo le muerdo el hombro.

Dice:

―Cada mañana, cuando te vas a trabajar, sigo tan excitada de la noche


anterior que me toco.

―Mierda, Jamie.

―Pienso en ti ―dice, acercando sus labios a los míos―. Pienso en tu boca


sobre mí, sobre mí. Pienso en ti dentro de mí. Así. ―Desliza la punta de su lengua
por el borde de mis labios―. Pienso en ti follando conmigo.

Sus palabras desencadenan un ardiente deseo que no he sentido con nadie


más que con ella. Aprieto la boca abierta contra la suya, dejo que nuestras lenguas
jueguen, que nuestras respiraciones entrecortadas se unan, e ignoro el dolor de mi
muñeca por el movimiento de mi mano, rápido y duro, como sé que a ella le gusta.
Estoy tan jodidamente excitado; me duele la polla por estar encerrada. Y ella está...
maldita sea, está empapada entre las piernas, y estoy seguro de que sería capaz
de oír la evidencia de su placer si no fuera por la música. O la gente. Se retira,
mordiéndome el labio e inhalando un suspiro, antes de volver a hacerlo, con sus
caderas moviéndose, dando vueltas.

―¡Eastwood! ―Reconozco la voz de Colton y me obligo a apartarme de


Jamie.

Sólo su boca.

Mis dedos siguen trabajando su coño mientras muevo la cabeza hacia mi


amigo que se acerca.

―¿Qué pasa, hermano?

―No estaba seguro de si lo lograrías.

―¿Debemos parar? ―Jamie susurra.

Sí, no hay forma de que me detenga. Presiono mi pulgar sobre su clítoris y


ella ahoga su gemido en mi hombro.

Una vez que Colton se ha detenido a nuestro lado, le digo:

―Jamie quería divertirse, así que... ―Enrosco mis dedos dentro de ella,
haciendo que se estremezca y se apriete a mi alrededor.

Colton asiente hacia Jamie, con los ojos apagados por el alcohol que ya ha
consumido. Dudo mucho que recuerde esta conversación por la mañana.

―Oye, Colton ―exhala Jamie.

―Es bueno verte de nuevo ―responde Colton―. ¿Vas a estar aquí mucho
tiempo?

―No estoy seguro ―digo, deslizándome lentamente fuera del húmedo coño
de Jamie y subiendo hasta su clítoris.

La froto despacio, con cuidado, y sus brazos se estrechan alrededor de mi


cuello. Su respiración se entrecorta y sé que está cerca. Estos pequeños actos de
voyeurismo12 son algo que descubrimos juntos, una manía que compartimos en más
de una ocasión. Comenzó en el campo de margaritas y se trasladó al probador de
una tienda de segunda mano e incluso al armario del conserje de la escuela. La
posibilidad de ser observados era lo que nos volvía locos, lo que nos hacía volver
por más. Es una locura la cantidad de vueltas, es pensar que alguien podría
atraparte con los dedos metidos en su coño. Joder.

―Bebé ―exhala Jamie, y me planteo hacer que se corra, en este mismo

12
El voyeurismo consiste en obtener excitación sexual mientras se observa a alguien desprevenido que se
está desvistiendo, que está desnudo o en plena actividad sexual.
instante, delante de Colton. Pero no lo hago, porque a pesar de lo jodidamente ilícito
y caliente que es esto, ahora mismo, el placer de Jamie es para mí. Y es mío, y sólo
mío.

―Te veo luego, hermano ―le digo a Colton―. Jamie y yo estábamos en


medio de algo.

No espero a que se vaya para volver a centrarme en Jamie, cubriendo su


boca con la mía para ahogar los sonidos de su inminente orgasmo. Una vez que
percibo que Colton ya no está cerca, paso de follar con los dedos a frotar el clítoris,
una y otra vez, sintiendo cómo sube, sube, sube, hasta que la obligo a volver a
bajar, bajar, bajar.

―Deja de burlarte de mí ―sisea―. Como si no lo hubieras hecho en toda la


semana. Espera a que tenga tu polla en mi boca. No será tan divertido entonces.

Sólo de pensarlo me palpita la polla.

―Joder. ―Retiro los dedos por completo, sólo para poder levantarla
ligeramente, lo suficiente para bajar su ropa interior y deslizarla por sus pies. Caen
al suelo y no me molesto en recogerlos. La beso de nuevo, más profundamente, y
utilizo una mano para meterle un dedo, la otra enfocada en su nódulo.

No tarda en correrse, su coño palpita a mi alrededor, el placer gotea por mi


palma. Me separo del beso y dejo que me muerda el cuello para amortiguar su grito.

Durante todo un minuto después, nos abrazamos, recuperando el aliento.

El primer sonido que hace es una risita que lentamente se convierte en una
carcajada total.

―¿Qué? ―Pregunto, echándome hacia atrás.

―Dios, eso ha sido muy caliente ―murmura, con los ojos nublados por ese
brillo posterior al orgasmo.

―Al diablo con esto. ―La levanto, la tiro en el asiento del copiloto y doy la
vuelta a mi camioneta. Apenas estoy detrás del volante cuando ella se inclina sobre
mí, con sus manos trabajando en mi bragueta. Un momento después, me libera la
polla y la acaricia. Arranco el camión justo cuando ella me rodea con su boca, y el
calor de su lengua me produce un escalofrío. Agarro el volante y echo la cabeza
hacia atrás por el placer―. Dios mío. ―Mantengo la mirada baja, observando cómo
sube y baja la cabeza, mis gemidos mezclados con los sonidos de su succión.

Se retira pero mantiene sus labios a sólo un centímetro de mi polla palpitante.

―Conduce, bebé.
Sí. Eso es lo que estaba haciendo. Puse la camioneta en marcha, y ella volvió
a chupar, y mi pie se deslizó sobre el pedal, sacudiéndonos hacia adelante, mi polla
golpeando el en el fondo de su garganta. Joder.

―Cariño, no creo que pueda llegar a casa contigo...

Ella lame desde la base hasta la punta, luego hace un remolino con su lengua
alrededor de la cabeza.

Maldición.

Trago, con fuerza, y trato de concentrarme en la conducción, todo ello


mientras ella se burla de mí, me empuja cada vez más cerca del límite.

Tardamos demasiado, o quizá no lo suficiente, en llegar a casa, y nos


apresuramos a salir de la camioneta para poder terminar lo que habíamos
empezado. Ni siquiera hemos entrado en la casa cuando la he despojado de su
única prenda de vestir. Con su espalda apoyada en la puerta de entrada y el aire
fresco de la noche endureciendo sus pezones, paso unos momentos sobre sus
tetas, besándolas. Amándolas. Luego me arrodillo y levanto su muslo, colocando su
pie en el banco junto a la puerta. Me sumerjo como un hombre hambriento, gimiendo
por el sabor de su placer.

Le lamo el coño. Chupándolo. Mordiéndolo.

Sus manos están en mi pelo, tirando con fuerza, moviendo mi boca


exactamente como quiere, donde quiere. Ya no está callada. No necesita estarlo.
Gime, grita, pide más.

Sus rodillas se doblan y yo me pongo de pie y la atrapo justo a tiempo. La


levanto, abro la puerta y llevo su culo desnudo a la cama, donde la tiro. Cae con los
miembros sueltos y el pelo alborotado, y, joder, es gloriosa.

Me quito rápidamente la ropa y ella se sienta, y su boca vuelve a acercarse


a mi polla. Sujeto la parte posterior de su cabeza, no para forzarla, sólo para guiarla,
y cuando estoy a punto de correrme de nuevo, la empujo fuera de mí y me tumbo
en la cama, boca arriba.

―Monta mi puta cara, nena.

Se arrastra hasta la cama y luego hacia mí, con las tetas colgando. Tomo
una de ellas con la mano y la aprieto suavemente mientras ella se sube encima de
mí y coloca sus rodillas a ambos lados de mi cabeza.

Me agarro la polla, subiendo y bajando el puño mientras ella baja sobre mí.

No tarda en correrse, su placer empapa mis labios, mi barbilla. Gime con


fuerza, con la espalda arqueada, su pelo suelto cayendo, las puntas haciéndome
cosquillas en el torso.

Espero a que se acomode antes de ponerla de espaldas, limpiarme la cara


con la camisa desechada y coger un condón de la mesita de noche. Luego me
acomodo entre sus piernas, con la punta de mi polla acariciando su entrada.

―Holden ―exhala.

Suelto un suspiro mientras recorro con la mirada su demencial cuerpo,


encontrándome con sus ojos. Me agarra por la nuca y me acerca a su boca.

Me besa, el sabor de nuestros placeres combinados se mezcla. La penetro


lentamente, abriendo su coño como he fantaseado durante semanas. Y entonces
me quedo quieto, con mi peso sostenido por los antebrazos. Ella se retira,
rompiendo el beso, sus ojos se suavizan con cada segundo que mira fijamente los
míos.

―Te quiero ―dice, y la forma en que me mira es como un interruptor que


ilumina mi alma. Pasé de la pura necesidad y la lujuria a...

Le sonrío, con el corazón adolorido por la pesadez de mis emociones.

―Sol y consuelo.
Capítulo 40
Holden
―Definitivamente estaré allí. ―digo al teléfono.

―¿Estás seguro? ―pregunta Gina―. Sé que están en plena temporada y


deben estar muy ocupados.

―No me lo perdería por nada del mundo ―le digo con sinceridad,
levantándome del banco que hay junto a la puerta―. Oye, ¿has sabido algo de
Jamie hoy?

―No, traté de llamarla, pero no responde. ¿Por qué? ¿Está todo bien?

―Estoy seguro de que está por aquí. Sólo que no la encuentro ―murmuro―.
No puede haber ido muy lejos. Su caravana sigue aquí.

Y las llaves están colgadas en el gancho justo al lado de mis llaves del trabajo
y de la llave de su jardín, porque eso es lo que pasa cuando se introduce la
confianza en una relación, algo que ambos tuvimos que ganarnos de nuevo.

―Bueno, ya sabes lo mucho que le gusta pasear por tus jardines. ¿Tal vez
perdió la noción del tiempo?

―Sí, tal vez sea... ―Me quedo sin palabras cuando oigo algo en el sendero
detrás de unos matorrales y empiezo a avanzar hacia ellos. Antes de dar dos pasos,
Jamie aparece en una vieja motocicleta que nunca había visto.

―¿Estás ahí, Holden? ―Gina pregunta.

―Sí. ―me río―. Jamie acaba de aparecer. Espera, Gina.

Bajo el teléfono y observo, entretenido, cómo Jamie se baja de la moto. Lleva


su habitual pantalón vaquero y camiseta de tirantes, pero está sudando de pies a
cabeza y cubierta de tierra.

―¿Dónde has estado? ―le pregunto, sin poder ocultar mi diversión―. ¿Y de


dónde demonios ha salido esa moto?
―Era del viejo de Maggie ―dice, deteniéndose frente a mí―. Dijo que podía
quedármela. ―Mueve la cabeza hacia mi teléfono―. ¿Es Gina?

―Mierda ―susurro, acercando de nuevo el teléfono a mi oído―. Hola, Gina.


Lo siento, Jamie está aquí.

―¿Has llamado a Gina? ―susurra Jamie, con las cejas fruncidas.

Sacudo la cabeza mientras Gina dice:

―Está bien. Te dejaré ir ahora y hablaré con los dos pronto.

Nos despedimos y colgamos, y las pecas de las mejillas de Jamie se


desplazan mientras me mira, preguntando de nuevo:

―¿Has llamado a Gina?

―No. Ella me llamó.

―¿Cómo consiguió tu número?

―Llamó a la tienda y Mags se lo dio.

―¿Por qué no me llamó?

―Lo intentó, pero no respondiste. Lo intenté, y no respondiste. ―Levanto la


mano y le limpio la suciedad de la mejilla con el pulgar―. ¿Dónde has estado?

―En el arroyo. Me dejé el teléfono en la cesta de la bici ―dice, metiendo la


mano en los bolsillos. Me muestra lo que Benny llamaría sus tesoros―. ¡Tengo
algunas piedras para Benny! ―La forma en que lo dice, como una niña pequeña,
me hace resoplar de risa.

―Maldita cabeza de chorlito ―le digo, echándole el brazo al cuello y


atrayéndola hacia mí―. ¿Por qué no usaste el quad?

―No sabía si estaba permitido.

Nos giro hacia la puerta y se la abro.

―Nena, llevas aquí más de un mes, y si no te he dejado claro a estas alturas


que lo mío es tuyo, es que algo estoy haciendo mal.

Después de entrar en la casa, Jamie se dirige a mí.

―¿Significa eso que puedo reemplazar esa mierda de mesa de centro.

Miro las pilas de palés frente al sofá.


―Sí.

―¿Puedo cambiar las feas cortinas?

Deslizando mis ojos hacia los suyos de nuevo, digo:

―Te llevaré a comprar unas nuevas mañana.

―Odio tu cama.

―¿Qué? ―Me río a carcajadas.

―Tu cama. Has tenido sexo en esa cama con otra persona, y lo odio.

La agarro por los hombros y agacho la cabeza para asegurarme de que me


mira.

―Voy a quemarlo hasta las cenizas ahora mismo, joder.

Sus ojos se convierten en rendijas y veo que su mente da vueltas, intentando


encontrar una nueva forma de ponerme a prueba.

―Yo... ―Sus hombros caen bajo mi contacto―. No tengo nada.


―murmura―. Las cortinas son feas, pero ahora les tengo cierto cariño.

―Bien ―Le doy un beso en la frente―. Será mejor que te metas en la ducha,
o llegaremos tarde, y Mia odia que llegue tarde.

Me entrega las piedras de Benny antes de girar sobre sus talones, ya


quitándose la ropa antes de llegar al baño.

Me dirijo a la cocina y busco una bolsa de plástico para las piedras.

En el tiempo que Jamie lleva aquí, hemos salido con Mia, Leo y Benny más
veces de las que puedo contar. Benny adora a Jamie, y a menudo se van solos a
vivir sus propias aventuras. A veces temo que Benny deje escapar nuestro pequeño
secreto, pero hasta ahora ha mantenido su promesa.

La semana después de que Jamie recuperara su caravana, nos fuimos de fin


de semana. No me dijo a dónde íbamos, afirmando que sería mejor que fuera una
sorpresa, y no se equivocó.

Aparcamos la caravana junto a un lago con una cascada gigante y pasamos


allí dos noches, recorriendo los senderos y subiendo a la cima del acantilado, desde
donde saltamos varias veces al agua azul y transparente. Pasábamos horas en el
lago durante el día y, por la noche, nos escabullíamos donde nadie pudiera vernos
y teníamos cantidades insanas de sexo en todas las superficies posibles. Bien,
quizá esté exagerando la última parte, pero bautizamos su caravana, y ahora
entiendo por qué Jamie amaba lo que hacía. Puede que haya superado el estilo de
vida nómada, pero sigue queriendo viajar y ver cosas nuevas. Y ahora, yo también.
Así que hemos hecho planes para irnos un fin de semana al mes, al menos hasta
que termine el verano y el trabajo se calme un poco. Después, podremos irnos
durante más tiempo y no me preocuparé tanto por la guardería.

Desde que Dean vendió la casa de Esme, pasamos unos días la semana
pasada en Tennessee. Terminamos de limpiar la casa, firmamos algunos papeles,
cenamos con Zeke e incluso fuimos a un bar con Dean.

Jamie me hizo prometer que no le daría un puñetazo ni lo tiraría a la piscina,


a lo que accedí. La verdad es que no es difícil llevarse bien con Dean. Tenemos una
historia que supera mi tiempo con Jamie, y no puedo negar que él es importante
para ella o que estuvo ahí cuando yo no pude estar. Y tengo que respetarlo por eso.
Claro que le metió la polla, pero maldita sea, si Jamie fuera por ahí pegando a todas
las chicas que le he metido...

―¿Por qué estoy pensando en esto?. ―Me susurro a mí mismo, mientras


cierro la bolsa Ziplock llena de piedras.

Como Dean se quedó en casa mientras estaba en la universidad, mantuvo el


contacto con muchos de nuestros amigos del instituto. En el bar, nos encontramos
con mi antiguo compañero de fútbol, Billy Butler, y su esposa, Melanie, amiga de
Jamie de la clase de arte. Ahora tienen dos hijos, un niño y una niña, y el hombre,
mucho puede cambiar en cinco años. Mencionaron que querían visitarnos y Jamie
aprovechó la oportunidad para contarles todo sobre los jardines. Sobre todo el suyo.
Prometimos mantenernos en contacto, y luego pasamos la noche en la habitación
de invitados de Dean. Al día siguiente, aproveché el servicio de coches al que me
dio acceso el padre de Mia y viajamos cuatro horas al norte para visitar a Gina. No
voy a mentir; era un manojo de nervios. Sé lo mucho que Gina significa para Jamie
y viceversa, y por primera vez en posiblemente toda mi vida, quería gustarle a
alguien. Necesitaba que lo hicieran. Así que me presenté con el ramo más enorme
que pude encontrar y, con Jamie a mi lado, llamé a la puerta.

Gina era todo lo que Jamie me dijo que sería. Amable, gentil, cálida. Hasta
que subí nuestro equipaje a la -habitación de Jamie- esa noche y bajé para ver a
Jamie sentada en el suelo, frente a Gina, mientras ésta le cepillaba el pelo, no me
di cuenta de que el lugar en el que estaba era mucho más que la casa de Gina. En
un momento dado, era la salvación de Jamie. Y dos puertas más abajo estaba su
pesadilla viviente.

Me pregunto si eso es lo que ella y su terapeuta hablaron al día siguiente.

―¡Cariño! ―Jamie llama desde el baño, sacándome de mis pensamientos.

―¡Ya voy! ―Le contesto, dirigiéndome hacia el baño. Agarro la toalla del
estante y la mantengo abierta para que Jamie se meta en ella. Empiezo a secarla,
empezando por su pelo.
Mira. Soy plenamente consciente de lo que parece. Algunos dirían que soy
imbécil. Algunos incluso me llamarían simpático. Pregúntame si me importa una
mierda.

―¿Así que Gina te llamó? ―pregunta Jamie. Asiento con la cabeza.

―Sí.

―¿Qué quería?

―Ella estaba preguntando cuándo vamos a subir la próxima vez. Quiere


llevarme a su club de jardinería.

―Awww ―Jamie dice―. ¿Así que vas a volar conmigo la próxima vez que
vaya?

―Sip. Obviamente, no me gusta estar separado de ti, y tienes que ir a ver


Gina y a tu terapeuta, ¿verdad? ―Jamie asiente bajo mi contacto. Muevo mis
manos cubiertas por la toalla por su cuello hasta sus hombros―. Estaba
pensando... Tal vez podríamos hacer una sesión de terapia doble. Tú vas primero
y luego podemos hacer una juntos.

Me cubre la mano a mitad de camino y mis ojos se dirigen a los suyos.

―¿Quieres hacer terapia conmigo? ―me pregunta.

―Te ha ayudado mucho, ¿verdad? ―Me encojo de hombros―. Me imagino


que no puede hacer daño preguntar qué puedo hacer para ayudarte de la misma
manera.

―Holden... ―Pierdo el equilibrio, y la toalla cae, cuando Jamie en toda su


gloria desnuda me lanza contra la encimera. Ya me ha desabrochado los vaqueros
cuando pregunta―. ¿Tenemos tiempo para una mamada?

―No. ―Me río, apartando su mano de un manotazo―. Mia dijo que llegará
a tiempo. Está cocinando tan…

Jamie suelta la mano y pone los ojos en blanco, murmurando:

―Bien. ―Mientras recoge la toalla y se seca―. Pero cuando lleguemos a


casa. Tu polla. Mi boca. Mejores amigos.
Capítulo 41
Holden
Jamie se ríe mientras se sienta en el asiento del copiloto, tecleando en su
teléfono.

―¿Quién coño te hace sonreír así? ―le pregunto.

―Dean ―El golpeteo continúa―. Me está enviando estos memes.

La miro rápidamente, con los ojos entrecerrados mientras entro en la entrada


de Mia.

―Tal vez no parezcas tan feliz cuando le envíes mensajes de texto.

Deja caer el teléfono en su regazo.

―¿Estás celoso? ―bromea, acercándose para acariciar mi pelo, tal vez


incluso mi ego.

―Sí ―admito, deteniéndome. Me encaro con ella y añado―. ¿Por qué no


me envía ningún meme?

Jamie suelta una carcajada mientras empuja la puerta.

―Voy a crear un grupo... ―Se detiene, y sigo su mirada hacia el porche de


Mia.

―¿Mamá? ¡Santo cielo! ―Por ridículo que sea, salgo corriendo del coche y
me apresuro hacia ella. Hace meses que no la veo, el mayor tiempo que hemos
pasado, y la echo de menos. Claro que hablamos o nos enviamos mensajes de
texto casi a diario, pero no es lo mismo. Subo corriendo los escalones del porche y
la abrazo con fuerza, levantándola de sus pies―. ¡Pensaba que no ibas a volver
hasta dentro de dos semanas!

Se ríe cuando la pongo de nuevo en tierra firme, su sonrisa coincide con la


mía. Se ve diferente. Más bronceada. Más fresca. Como si realmente necesitara
ese tiempo de descanso.
―¡Quería darte una sorpresa! ―me dice, justo cuando Joseph y Benny abren
la puerta. Saludo a Joseph con un rápido apretón de manos mientras Benny se sube
a mi espalda.

―Acortaste el viaje, o...

―Vamos a volver ―dice mamá, sacudiendo la cabeza―. Sólo me faltaba...


―se interrumpe, su mirada se fija en los escalones del porche.

Jamie se encuentra en el fondo, mordiéndose el labio inferior mientras mira


entre todos de nosotros.

―Jamie, ¿te acuerdas de mi madre? ―digo estúpidamente. Por supuesto


que sí. Señalo a Joseph―. Y este es Joseph.

―Es un placer conocerte ―le dice ella, subiendo lentamente los escalones.

Mia y Leo salen ahora de la casa, y Mia dice:

―Ya has conocido a papá.

Miro a Jamie y veo que sus ojos se abren ligeramente.

―¿Sí? ―pregunta en voz baja.

Confundido, cambio mi mirada entre Jamie, Mia y Joseph, una y otra vez.

―Sí ―dice Mia―. Estaba conmigo cuando te visité en tu trabajo.

―Bien. ―Jamie asiente―. Me olvidé de eso.

Durante unos segundos, nos quedamos en un incómodo silencio, y no sé


muy bien por qué.

―Bueno, me alegro de volver a verte, Jamie ―dice mamá, con la voz suave
y los ojos igual―. Holden me dijo que se estaban viendo de nuevo.

¿Verse de nuevo? Esas tres palabras no hacen justicia a lo que Jamie y yo


tenemos. Quiero decir, ella está viviendo conmigo. He hablado con mamá muchas
veces sobre Jamie en el último mes, y siempre ha parecido apoyarnos.

Tal vez la entendí mal.

Tal vez sea más difícil para mi madre perdonar a Jamie, sobre todo porque
ella fue la única que quedó para recoger los pedazos cuando Jamie se fue.

Después de un rato, Jamie me mira, y luego a mi madre, y sonríe, pero sé


que es falsa. Tal vez esté nerviosa como lo estaba yo con Gina. Sólo que con Gina
tuve tiempo de prepararme. Jamie no.
―Yo también me alegro de verla, señora Kovács. ―dice.

Benny me golpea la cabeza con las palmas abiertas, rompiendo la tensión.

―¿Puedo enseñarte todos los regalos que me ha comprado papá?


―pregunta, inclinándose hacia delante para intentar mirarme a la cara―. ¡Me han
comprado un montón de puzles!

―Claro, amigo.

Espero a que todos los demás vuelvan a entrar en la casa y me quedo atrás
con Jamie un segundo.

―¿Estás bien?

―Estoy bien.

―No lo pareces.

Sonríe. De nuevo, falsa.

―Sólo me sorprendió. Eso es todo.

Benny toca la parte superior de mi cabeza como si fuera una batería.

―¡Tío Holden! ¡Están en mi habitación! ¡Vamos!

Pongo los ojos en blanco y avanzo, plantando un beso en la frente de Jamie.

―¿Estarás bien un par de minutos?

―Estará bien ―dice Mia, sosteniendo la puerta abierta para nosotros.

―Estaré bien ―repite Jamie, empujándome hacia delante―. Adelante.

La habitación de Benny es la antigua de Mia, en el ático, un lugar en el que


pasé muchos, muchos días. Sin embargo, no se parece en nada a la de entonces.
Pintaron su habitación de azul, mientras que la de Mia era blanca, y ella tenía
muebles de chica mientras que la de Benny es toda de chico. Lo único igual son las
fotos de la pared. No son exactamente las mismas fotos, pero se parecen en que
en muchas salgo yo, él y yo o su madre.

Lo bajo al suelo y se precipita hacia la cama, apenas visible por todas las
cajas de puzles que le acaban de regalar.

―¡Son en 3D! ―exclama, levantando uno de la Torre Eiffel.

―Eso es muy raro, amigo. Vamos a tener que pasar algún tiempo en esos.
Benny asiente, con sus grandes ojos marrones puestos en los míos.

―¿Puedo quedarme contigo y con Jamie esta noche y empezar uno?

―Tendremos que hablar con tus padres ―respondo, haciendo sitio en la


cama para sentarme―. ¿No quieres estar con papá y Tammy?

Se encoge de hombros.

―¡Tú y Jamie son más divertidos!

Un golpe en la puerta hace que los dos miremos hacia ella justo cuando se
abre de un empujón.

―Hola ―dice Mia, y solo por sus ojos me doy cuenta de que algo va mal

―¿Qué pasa? ―Pregunto.

―Benny, ¿puedes bajar a ayudar a papá con la cena?

Benny gime y vuelve a colocar el puzzle en la cama.

―Supongo ―dice, abatido.

Espero a que salga de la habitación para preguntar:

―¿Qué pasa?

―Jamie se ha ido ―susurra Mia.

―¿Qué? ―Me pongo de pie rápidamente, tocando mis bolsillos en busca de


mis llaves, pero no están ahí. Nunca las saco del coche cuando estoy en casa o
aquí porque nunca lo necesito.

Mia sacude la cabeza, con las manos levantadas a la defensiva.

―No te asustes ―asegura―. Dijo que se había dejado el teléfono en casa y


que necesitaba....

La empujo y le digo:

―¡Tenía el teléfono en el coche, Mia! ―Ella me sigue.

―No me grites. Sólo estoy...

―Lo sé. ―me apresuro a decir―. Lo siento.

Salimos juntos de la casa, y Mia debe saber lo que estoy pensando porque
ya está abriendo su coche antes de que yo llegue a él. Me giro justo a tiempo para
atrapar las llaves que me lanza. Apenas me he sentado al volante cuando ella
bloquea la puerta.

―Holden... ―susurra, su pecho se desinfla con su fuerte exhalación.

El miedo obstruye mis vías respiratorias.

―¿Qué?

Mia está casi llorando. Por Dios.

―No sé qué ha pasado. No dijo nada mientras estuvo aquí, pero he visto esa
mirada antes. Me siento como si hubiera sido donde estaba, y no puedo...

―Tengo que ir ―murmuro.

―De acuerdo ―asiente Mia, dando un paso atrás―. Sólo... Por favor, sé
amable con ella, Holden.

🧩 🧩🧩

No respiro hasta que entro en la entrada de mi casa y veo que la caravana


sigue aparcada donde siempre. Me apresuro a entrar en la casa y abrir la puerta, y
es... Es cada una de las pesadillas que he tenido en una sola.

Los cajones de mi cómoda están abiertos, las prendas esparcidas, y Jamie


está de pie junto a la cama, echando cosas en la bolsa de lona abierta.

―Jamie...

Ni siquiera me mira.

El corazón me late contra las costillas y siento los pies como si fueran de
plomo cuando me acerco y me pongo a su lado.

―¿Qué demonios estás haciendo? ―Pregunto, con la voz baja y la


mandíbula desencajada.

―¿Qué aspecto tiene? ―escupe.

―¡Jamie! ―Grito, y sé que no debería. Trato de tomar una respiración


calmada, y luego otra. Le agarro la muñeca y le impido que haga la maleta―. Por
favor, detente.

―Esto es lo que hago, Holden. Huyo ―murmura, sacudiéndose de mi


agarre―. Y tú lo sabías.

―¿Qué coño he hecho? ―Casi me río porque nada de esto tiene sentido.
Ni siquiera un poco.

―No has hecho nada. ―Se mueve a mi alrededor hacia el baño, recogiendo
todas sus cosas en sus brazos antes de volver a echarlas en la bolsa. Ni siquiera
me ha mirado, y eso es lo que me lleva al límite.

―¡Qué coño ha pasado, Jamie! ―Grito, agarrándola del brazo y haciéndola


girar hacia mí.

Se suelta de mi mano.

―¡No me grites, joder! ―me grita, con los hombros erguidos mientras me
mira, sin un ápice de emoción en su mirada.

―Estás fuera de tus cabales ahora mismo ―gruño.

―No. ―Ella vuelve a empacar―. Estaba fuera de mis cabales al pensar que
esto iba a funcionar.

Lanzo su bolso al otro lado de la habitación, golpeando una pared.

―¡Para!

Sin siquiera inmutarse, se acerca tranquilamente a la bolsa y comienza a


recoger los objetos.

Me agarro el pelo, el aire es espeso mientras lo trago. Miro al techo pidiendo


respuestas, sabiendo que estoy a minutos de perderla. De perderlo todo.

Susurro a nadie:

―¿Qué coño está pasando ahora mismo?

Jamie no responde y, cuando la miro, está cerrando la cremallera de la bolsa


y poniéndose en pie. Luego, mira hacia los ganchos junto a la puerta principal.

―No te atrevas ―le advierto.

No responde. Simplemente se acerca a la puerta, y en el momento en que


veo que coge las llaves de la caravana, me apresuro a cogerlas antes de que pueda
hacerlo.

―¡Devuélvelas! ―exige.

Abro la puerta, salgo, levanto el puño sujetando las llaves, tiro hacia atrás y
Jamie grita un sonido espeluznante que hace que mi corazón se detenga, frenando
la adrenalina que corre por mis venas.

Cae de rodillas a mi lado, su cara se va a las manos mientras se lamenta.


―¡¿Por qué has hecho eso?!

Hay muy pocos momentos de mi vida que desearía poder recuperar. A veces
me pregunto si hubiera sido más consciente la noche de nuestro ataque, entonces
tal vez podría haberla salvado de alguna manera. No tanto por la paliza que recibió,
sino por lo que ocurrió después, cuando tuvo que verme tal y como era. Una vez le
dije que yo era el afortunado, que salí de aquello sin nada más que cicatrices físicas
que se curaron perfectamente, pero a veces siento que ella sigue ahí, y ni siquiera
se da cuenta.

La verdad es que no tenía ni idea de lo que suponía para ella: ver a la persona
que quieres sufriendo y saber que no puedes hacer nada para ayudarla… Hasta
este momento.

―Cariño ―susurro, poniéndome en cuclillas junto a ella. La envuelvo en mis


brazos, las lágrimas se agolpan en mis ojos mientras me obligo a escuchar su
llanto―. Lo siento.

Sus hombros tiemblan mientras sus sollozos se intensifican, su angustia


resuena a nuestro alrededor.

―Lo siento ―repito, porque no sé qué más decir.

Tras minutos de silencio, dice entre sollozos:

―¿Por qué las has tirado?

Me retiro, abro la palma de la mano entre nosotros y le muestro las llaves.

―No lo hice. ―Sus ojos empapados de lágrimas se levantan y atrapo sus


labios temblorosos con los míos, saboreando la salinidad de sus lágrimas. Rompo
el beso, pero la abrazo más fuerte―. No sé qué ha pasado. ―susurro, limpiando
mis ojos a lo largo de su hombro. Me siento como si volviera a tener dieciocho años
y dijera exactamente las mismas palabras, solo que yo era el que estaba siendo
consolado.

Por mi madre...

Y Jamie acababa de dejarme.

―Tengo que irme, Holden ―grita Jamie, y yo respondo con la verdad que
sabía desde que entré por la puerta.

―Lo sé. ―Le rodeo el cuello con mis brazos, aprieto su cara contra mi
pecho y aunque no tengo ni idea de qué coño está pasando, las palabras de Mia
suenan con fuerza en mi cabeza: por favor, sé amable con ella, Holden.

Limpio mi dolor líquido mientras le acaricio el pelo, y luego me alejo para


poder ver sus ojos.

Sosteniendo su rostro entre mis manos, le digo:

―No te dejaré ir ahora. ―Me retraigo del dolor de mis palabras―. Eres
demasiado emocional y no quiero que vuelvas a caer en una zanja. Pero te prometo
que mañana podrás irte y no te lo impediré. ¿De acuerdo?

Jamie asiente, y se le escapa un único sollozo.

―Dibujaste esa brújula sobre mi corazón por una razón, Jamie. Así que,
cuando estés preparada, vuelve a mí, ¿Okay?
Capítulo 42
Jamie
La versión de los hermanos Grimm de Blancanieves es muy diferente a la de
Disney. Por ejemplo, en la versión de Disney, la reina pide al cazador que mate a
Blancanieves y vuelva con su corazón. En el original, le pide los pulmones y el
hígado de Blancanieves, que luego hierve y devora.

Oscuro, ¿verdad?

El cuento de los Grimm no tiene un príncipe encantador que besa a


Blancanieves, salvando así su vida. Sin embargo, tiene un príncipe espeluznante
que piensa que el cuerpo de Blancanieves es hermoso, y se ofrece a llevarse su
cuerpo muerto en el ataúd de cristal. Uno de sus sirvientes deja caer el ataúd,
desalojando la manzana envenenada de su garganta, devolviéndola a la vida. Lo
que el príncipe planeaba hacer con su cadáver es... ¿Hmm?

La diferencia significativa en la que me detengo entre las dos historias es el


número de intentos que le lleva a la reina hacer desaparecer a Blancanieves. En la
versión de los Grimm, tarda tres.

Disney sólo tuvo un intento, y la malvada reina tuvo éxito. Nunca imaginé mi
vida como una princesa de Disney, pero aquí estoy...

El espacio a mi lado en la cama está vacío, y Holden se ha ido. Tardó un rato


en calmar mi llanto y en secar mis lágrimas, y durante horas después, se quedó
tumbado a mi lado, abrazándome en silencio hasta que creyó que estaba dormida.

Obviamente, no lo estaba. ¿Cómo podría estarlo?

Se llevó la caravana. Lo sé porque pude reconocer el sonido de su arranque


desde una milla de distancia. No sé qué planea hacer con ella... ¿Quizás empujarla
por un acantilado?

Está bien de cualquier manera. Puedo volar de vuelta a Gina y quedarme con
ella. Tal vez cargar con suficiente terapia para los próximos cinco años.
Durante la hora siguiente, doy vueltas en la cama y Holden no vuelve.
Curiosa, finalmente salgo de la cama y camino hacia afuera. Como sospechaba, las
camionetas de él y de Mia están aquí, y la caravana no está. Descalza, vuelvo a
entrar en la casa y tomo mi teléfono, observando las llaves de su coche en el
gancho. Las había traído conmigo cuando vine en coche desde casa de Mia porque,
a diferencia de él, no me fío de nadie lo suficiente como para dejarlas en el coche.
No me molesto en ponerme los zapatos mientras cojo las llaves y me dirijo al
exterior.

Está tan oscuro, tan quieto.

Compruebo la hora. Es casi medianoche. Dondequiera que esté Holden, no


puede haber ido muy lejos. Este es su hogar. Su orgullo. Me subo a la camioneta,
ajusto los asientos y los espejos, y doy vida al motor. Sólo lo había conducido una
vez antes, y aunque es intimidantemente grande, solía conducir en una casa con
ruedas, así que...

No tengo que ir muy lejos para llegar a mi primera parada, y cuando veo las
luces encendidas en el granero, me meto en la entrada y aparco. No veo mi
caravana, pero eso no significa que Holden no esté aquí.

Salgo, el frío cemento golpea mis pies descalzos mientras me dirijo al


granero, y luego empujo la puerta para abrirla un poco. Suena Lighting Crashes de
Live y, confundida, empujo la puerta para abrirla más, obligándola a crujir por el
movimiento.

Con una escoba en la mano, Big H se gira al oír el sonido, y sus ojos se abren
de par en par al verme.

―Ah, mierda ―gruñe―. ¿Qué estás haciendo aquí? Se suponía que era una
sorpresa.

Entro, mi corazón se detiene al pensar en otra sorpresa no deseada. Miro a


mi alrededor y observo los cambios que se han producido desde que entré hace
unas horas. El suelo está limpio y las cajas están apiladas junto al torno de cerámica.

―Bueno, ya estás aquí ―dice Big H, soltando la escoba y dejándola caer al


suelo con un golpe―. Mira esto ―dice, y sonríe, rebotando de emoción. Pulsa el
interruptor del torno de cerámica y éste gira. Se ríe, y luego palmea las cajas que
tiene al lado―. También te hemos traído arcilla.

Mis labios se separan, mi estómago se hunde, se arremolina.

Big H añade:

―La niñera Eastwood me ayudó a elegir todo el material.

Agarra un bote de arcilla lleno de pinceles de la estantería.


―Sé que ya no dibujas, pero no sabía si te interesaría pintar. ―Señala una
hilera de botes en la estantería: pinturas de diferentes colores―. Si no te gustan los
colores, podemos elegir lo que te convenga.

Finalmente encuentro el valor para mirarle, con la respiración agitada

―¿Para... mí?

Asiente con la cabeza, sonriendo ampliamente, totalmente ajeno a las


diferentes emociones que luchan en mi mente. Mi corazón.

―Bueno, parecías tan interesada en ello cuando estuviste aquí la última vez.
Pensé que podría ser algo que te gustaría hacer.

Asiento con la cabeza, sin palabras, y paso un dedo por la rueda giratoria.

―Y mira aquí ―dice, acercándose a un escritorio en el rincón del que no me


había percatado. Golpea la tapa de madera―. Es el viejo de Holden de cuando
estudiaba en casa, pero me imagino que servirá por ahora, para que puedas trabajar
aquí con nosotros y no tengas que estar todo el día en la oficina mal ventilada.

―Yo… ―Ni siquiera sé qué decir, cómo actuar.

―Lo odias ―dice, y yo sacudo la cabeza, con los ojos y la garganta ardiendo
por la necesidad de llorar―. Está bien. ―Se apresura a acercarse a mí mientras
saca su teléfono―. No es el mejor de los escritorios, pero Mags y yo vimos esto en
esa cosa de Pinterboard de la que siempre habla. ―Toca el teléfono y lo desliza―.
Aquí está. ―dice, mostrándome su teléfono. Agradezco nuestra diferencia de altura,
para que no pueda verme la cara, para que no pueda ver lo mucho que intento
mantener la compostura―. Son flores de verdad en ese material de resina. Puedes
elegir las flores que quieras, y puedo construir una caja para que la viertas y hagas
un escritorio, y estaba pensando... Tal vez vayamos a ver a Jimmy Pata de Palo en
su estudio y le pidamos que haga unas bonitas patas para ello, creo...

Lo abrazo. Fuerte y apretado. Y él me devuelve el abrazo, sus enormes


brazos me rodean, me envuelven. Y finalmente, finalmente, lloro.

Sollozo en su camisa, con los hombros temblando, y él sigue sujetándome,


acariciándome el pelo, la espalda. Y eso solo me hace llorar más.

Ni una sola vez pregunta por qué o se cuestiona lo que está mal.

Él sólo me retiene.

―Sea lo que sea, Jamie, te prometo que está bien.

Me derrumbo ante sus palabras, perdiéndome por completo en los brazos de


un hombre que, sin saberlo, acaba de abrir mi corazón, dejando que todos los
pedazos de mí caigan a sus pies.

―Vas a estar bien ―me dice, y ahora me doy cuenta de cómo pudo
doblegarme tan fácilmente...

Porque me siento como si volviera a ser esa niña pequeña, de pie, sola,
viendo cómo mi mundo se desmorona a mi alrededor, y todo lo que quería...

Todo lo que necesitaba... Era que alguien me abrazara.

Que me abrace. Para decirme que todo estará bien.

Y que no es mi culpa.
Capítulo 43
Holden
El sol está empezando a salir cuando vuelvo a la casa. Tanto mi camioneta
como la de Mia siguen aparcadas en la entrada, así que no parece que Jamie se
haya marchado, y si lo ha hecho... bueno, ese es el destino que nos está dando.

Durante minutos, me siento en la caravana aparcada detrás de la casa, con


la cabeza apoyada en el volante porque no estoy preparado.

No estoy preparado para enfrentarme a ella, y no estoy dispuesto a perderla,


pero esa decisión no es mía.

No sé qué ha pasado.

Es un pensamiento que me ha mantenido despierto toda la noche, dando


vueltas en mi mente mientras conducía en círculos en su RV.

No sé qué ha pasado.

Y lo peor es que creo que nunca lo sabré.

Es como si la historia se repitiera. Sólo que esta vez, tengo la capacidad de


prepararme mentalmente... si es que eso es posible.

Levanto la cabeza -lo suficiente para ver el sol asomando por el horizonte
arbolado- y le hago a Dios mi única pregunta: —¿Por qué has hecho que sea tan
fácil enamorarse de ella?

Dios no responde porque Dios no es real. Dios es sólo un símbolo de


esperanza...

Y una excusa para todos los males del mundo.

Con el corazón pesado y la mente adormecida, lanzo un suspiro derrotado,


abro la puerta y salgo. Doblo una esquina y luego otra, sabiendo muy bien que no
puedo despedirme de ella, pero comprendiendo que en algún momento tendré que
hacerlo. Y cuando lo haga, el dolor será insoportable.
―Hey...

Levanto la cabeza y me detengo en seco al ver a Jamie sentada en el banco,


abrazando sus rodillas contra el pecho.

―Hey... ―respondo, acercándome lentamente a ella. Levanto sus llaves en


el aire―. He llenado el depósito de gasolina y me he asegurado de que haya
suficiente aire en tus neumáticos. No quería que... ―Me detengo cuando me clava
su mirada empapada de lágrimas.

Limpiándose las mejillas, grita:

―Ya estoy lista para hablar.

Mis pulmones se expanden, volviendo a entrar, como si me recordaran su


propósito. Me siento con cuidado a su lado, dejando suficiente espacio entre
nosotros para que ella decida lo cerca que quiere estar.

―¿Estamos resolviendo problemas o sólo estoy escuchando?

Al apartar la vista, Jamie se centra en las jardineras que habíamos construido


y plantado hace unas semanas. El silencio se extiende entre nosotros, pero no hablo
porque me doy cuenta de que ya está en la cima del acantilado, asomándose al
borde, y lo último que quiero hacer es empujarla.

Sin embargo, la observo. Miro su perfil como si fuera la última vez que lo
hago. He pasado muchas mañanas viéndola dormir, preguntándome si su alma
estaba en paz en su sueño. Las lágrimas se agolpan en sus ojos, y ella tarda en
parpadear, dejando que esas gotas de dolor líquido se adhieran a sus pestañas. Su
pecho se levanta, roto por sus sollozos retenidos, y luego su boca se separa, y yo
retengo todo el oxígeno en mis pulmones y espero.

Y espero...

―Mi terapeuta dice que tengo algo llamado amnesia disociativa. ―Ella sigue
sus ojos hacia los míos―. Dice que mi cerebro bloqueó ciertas partes de nuestro
ataque para ayudarme a afrontarlo.

Me paso una mano por la boca, trato de ocultar mi reacción a sus palabras,
a la ruptura de mi corazón al escuchar sus gritos silenciosos y sus olfateos para
combatirlos.

―Todavía no lo recuerdo del todo, pero justo después, cuando nos interrogó
la policía, yo... No podía recordar mucho del ataque. No fue hasta que tu madre y
Joseph me mostraron los informes policiales que...

―¡¿Qué?! ―Me deslizo hacia ella. Sólo un centímetro―. ¿Cuándo?


―Todo lo que recuerdo es el dolor ―murmura Jamie.

―¿Cuándo, Jamie?

―Estabas en Boston con tu padre para ver tu campus, y vinieron a verme


mientras yo estaba en el trabajo. Fue muy extraño ―casi se ríe―. Pensé que sólo
venían a visitarme, para asegurarse de que estaba bien ya que no estabas...
―Ahora llora, otro sonido que se suma a mi angustia―. Me senté con ellos en
nuestra mesa, y estaba sonriendo como una idiota... Tan feliz, ya sabes... Pero no
era por eso que estaban allí...

Mi rabia es instantánea y me obliga a ponerme en pie.

―Esto es una mierda...

―¡Holden! ―grita, tirando de mi brazo―. Necesito que me escuches.

Me vuelvo a sentar y trato de controlar mis emociones.

―¿Qué te han dicho?

―Por favor, cálmate.

―Estoy calmado ―digo con fuerza.

―Holden...

Intento una respiración, y luego tres más, mientras aprieto y suelto los puños.

Inhalo. Exhalo.

Dos tareas sencillas que había hecho durante toda mi existencia, y sin
embargo, ahora mismo, parece imposible.

―Estoy bien ―le aseguro, haciendo crujir mis nudillos―. Cuéntame lo que
te han dicho.

Después de observarme un momento, asegurándose de que no voy a


explotar, dice:

―Tu madre me dijo que Joseph había comprado un apartamento cerca de tu


campus, para poder visitarte cuando quisiera. Pero, ella sabía que una vez que te
lo dijera, me pedirías que me mudara allí contigo, y me dijo que... ―Se interrumpe
para aspirar una bocanada de aire, y la deja salir lentamente―. Dijo que bajo
ninguna circunstancia debía decir que sí.

―Por qué ella... ―Esto no tiene sentido. Nada lo tiene.

―También me dijeron que no estaban contentos con los progresos de las


fuerzas del orden en nuestro caso, así que habían contratado a un investigador
privado para encontrar a nuestros atacantes. El investigador privado empezó a
preguntar por la ciudad si alguien sabía algo. Al final, la gente empezó a señalarle
a un traficante de drogas de bajo nivel que iba por ahí presumiendo de ello.

―No estamos involucrados en las drogas, Jamie. Eso no tiene sentido.

―No lo estamos ―se apresura a decir, sus ojos desenfocados mientras se


alejan―. Pero conozco a alguien que sí lo está. ―Continúa, su tono es plano, sin
ninguna emoción―. El investigador privado no debió ser muy bueno porque dejó de
investigar después de eso. No me relacionó con Beaker ni con nadie más que con
ese traficante de drogas. Así que supongo que, en cierto modo, es comprensible
que tu madre me acusara de ser una adicta.

Dejo caer la cabeza sobre mis manos, mis dedos se enroscan, agarrando mi
pelo.

―Jesucristo.

―Metanfetamina y heroína, supuso ella. Y, por supuesto, creyó que tenía


una deuda de drogas que no podía pagar, y por eso vinieron por mí. Por nosotros.

―Jamie, no fue tu culpa ―exhalé.

Algo en esas palabras, o en la forma en que las digo, hace que se derrumbe
de nuevo.

―Al principio no las creí ―llora―, porque no tenía sentido

Todavía no lo tiene.

―Y entonces me levanté para irme, y ella me gritó delante de todos en la


cafetería... Dijo... ―se interrumpe para respirar. Luego traga con fuerza―. Dijo: '¡Mi
hijo tenía una pistola apuntando a su cabeza por tu culpa!' y sólo recuerdo que me
derrumbé en el asiento porque.... Porque no sabía lo de la pistola.

Lo hice. Lo puse en el informe policial.

Levanto la cabeza, intentando luchar contra la angustia que bombea en mi


interior, y me concentro en Jamie, apartando las imágenes que pululan en mi
mente... De Jamie sentada allí, con mi madre y su marido, mientras destruían todo
lo bueno que había dentro de ella.

Jamie exhala y sus ojos se cierran.

―Y luego...

―¿Y luego qué?


―Entonces Joseph, él deslizó un cheque. Dijo que era dinero más que
suficiente para que empezara una nueva vida en otro lugar... ―Sus ojos vuelven a
encontrarse con los míos―. En algún lugar lejos de ti.

Me clavo los talones de las palmas de las manos en los ojos, ocultando mis
lágrimas, ocultando mi dolor.

―¿Lo has tomado?

―Por supuesto que no, Holden. ¿Honestamente crees que lo haría?

―No ―le digo con sinceridad, bajando las manos―. Sé que no lo harías.

Vuelve a mirar hacia otro lado.

―No tomé el dinero, pero tomé lo que dijeron, y fui a la fuente de ello...

Mi estómago se cae, y el suelo se desliza debajo de mí.

―Fuiste a ver a Beaker...


Capítulo 44
Jamie
Cinco años antes.

No tenia sentido.

Mientras estaba sentada en la casa de la piscina después de la emboscada


de Tammy y Joseph, leyendo los informes policiales una y otra vez, comparando
nuestros relatos, lo único que podía pensar era que no tenía sentido.

Los recuerdos de Holden de esa noche eran muy diferentes a los míos, y no
podía entender cómo era posible.

Dijo que tenían armas.

Dijo que usaban mi nombre cuando me amenazaban, pero nunca el suyo.

Dijo que uno de ellos revisó el coche, buscando en mi bolsa.

Era imposible que él pudiera saber todo eso, ver u oír todo eso, porque
estaba más golpeado que yo.

¿No es así?

No tenía sentido.

Dejaron nuestros teléfonos, nuestras carteras, cualquier cosa de valor que


tuviéramos encima, y lo único que se llevaron fue mi carné de conducir.

Repasé el informe policial una y otra vez, y no sé en qué momento me di


cuenta.

Todo ese tiempo, creo que me obligué a creer que era un ataque al azar. Y
aunque había bloqueado ciertas partes, debería haber sido tan obvio que me
buscaban.
Y cuando me di cuenta de eso, agarré las llaves del viejo coche de reparto
de la cafetería que Zeke nos había dado a Holden y a mí, y me puse al volante e
inicié el viaje de cuatro horas hacia mi casa de los horrores.

Quería saber por qué.

Mientras estaba frente a una puerta que no había visto desde que mamá y
yo huimos, ese era el único pensamiento que pasaba por mi cabeza.

Quería saber por qué.

Antes de levantar el puño para llamar a la puerta, comprobé por última vez
mi bolso. Mi teléfono estaba allí, completamente cargado y desbloqueado por si
necesitaba llamar al 911. Debajo de mi teléfono estaba la pistola que mamá había
guardado en el cajón de su cama. Después de que falleciera y de que quemara
todas sus cosas en el campo detrás del parque de caravanas, guardé la pistola en
el mismo lugar que ella. Nunca la había usado. Y esperaba no hacerlo nunca.

Llamé a la puerta, y en cuestión de segundos, el hombre que persigue mis


pesadillas respondió.

Era extraño, encontrarse cara a cara con el mal. Sólo que no parecía tan
temible como lo recordaba. Quizá mi edad y mi tamaño me hacían temerle tanto en
el pasado. Supongo que siempre lo recordaba como un monstruo gigante y
aterrador, pero el hombre que tenía delante era como cualquier otro que entraba en
la cafetería y pedía tostadas para cenar. Estaba claro que lo había despertado, su
pelo oscuro y revuelto iba con su persona oscura y sus ojos del color de la pizarra.

Era alto, pero no estaba construido, como yo recordaba. Era escuálido... o tal
vez eso es lo que años y años de adicción a las drogas pueden hacer a alguien.

Entrecerró los ojos contra el sol de la mañana mientras me miraba fijamente.


Yo le devolví la mirada. Directamente a sus ojos, esos oscuros estanques de rabia
venenosa, y pude ver el momento en que me reconoció. Sus ojos se abrieron de
par en par, respiró hondo y luego... Lo más extraño... Pareció ablandarse.

―¿Jamie?

Aunque había pasado todo el trayecto ensayando esas pocas palabras -


quiero saber por qué-, no pude sacarlas. Apenas podía respirar. Lo único que podía
hacer era asentir.

Abrió más la puerta y entré.

No debería haberlo hecho.

A diferencia del hombre que me dio la bienvenida a mi infierno, la casa estaba


exactamente como la recordaba. Desde el jarrón roto en la mesa auxiliar que mamá
recompuso de alguna manera, aunque fue su cabeza la que lo rompió por cortesía
de Beaker, hasta los cuadros enmarcados en la pared.

Todavía estaban allí todos estos años después...

Una pequeña familia perfecta para que todos la vean.

Un vaso recto, una madre sobria y un yo más joven.

En un momento determinado de nuestras vidas, las fotos se detienen. Es


como si yo hubiera dejado de crecer, o tal vez ellos hubieran dejado de preocuparse,
de querer exhibirme. Miré una foto en particular en la que aparecíamos los tres
delante de la casa con las luces de Navidad encendidas. No podía tener más de
cuatro años. De repente, me encontré ahogada en este calor. Me dolía el pecho y
mantenía mi respiración como rehén, y yo... No sabía por qué.

―Esa fue la Navidad anterior a... Todo ―dijo Beaker detrás de mí. Me volví
hacia él lentamente, con cuidado.

―¿Antes de qué?

Sus ojos se entrecerraron.

―No te acuerdas, ¿verdad? ―Sacudí la cabeza.

―¿Tu madre te contó alguna vez cómo nos conocimos? ―Otro movimiento
de cabeza.

Hizo un gesto hacia el sofá, donde nunca se permitía que se sentara la sucia,
la joven yo.

Fue surrealista estar en la casa sin gritos. Sin gritos. Sin peleas. Me senté,
apretando el bolso en mi regazo, y esperé a que se sentara frente a mí.

Se sentó en un sillón reclinable y cogió la tela del brazo, con la mirada baja
mientras parecía revivir los momentos en los que hablaba.

―Estaba en un parque con unos amigos lanzando un balón de fútbol, y uno


de ellos terminó lanzando largo, y la pelota voló hacia ti y tu mamá. ―Suspira,
levantando la comisura de los labios―. Ella la bloqueó justo a tiempo, y yo fui a
recuperarla, y le eché una mirada, y supe que no iba a volver con mis amigos. Chica,
tu madre era un bombón. Más o menos como tú ahora. ―Sonrió, y recuerdo que
pensé que no recordaba que hubiera sonreído antes. Al menos no de una manera
que no fuera amenazante o siniestra―. Todavía no tenías un año ―dijo―. Te tenía
sentada en una manta y apretabas uvas en tus pequeños puños ―Agita los puños
delante de él, imitando sus palabras―. Eras la cosita más linda.

Me senté con la espalda recta, con el corazón latiendo fuertemente contra mi


caja torácica.

―Ese día me dijo que estaba haciendo couchsurfing13 hasta que pudiera
encontrar un trabajo y un lugar para vivir, y le dije que tenía suficiente espacio para
los dos.

―¿Así que se fue contigo? ―Exhalé.

Negó con la cabeza.

―Al principio no. Salimos un poco. Pero, a los pocos meses, habíamos hecho
de este su hogar.

Eso era una mentira. Nunca había tenido un hogar.

―No hay muchos tipos que aceptarían a una madre soltera y sin trabajo,
pero tú... Tienes que saber... Que las he querido con todo mi corazón, Jamie.

Las lágrimas se formaron en mis ojos, pero me negué a dejarlas escapar.


Me negué a que las tuviera.

―Entonces, ¿qué carajos pasó, Beaker?

Sus ojos se cerraron ante el volumen de mi voz, y yo apreté más mi bolsa,


sentí la pistola bajo mi agarre.

―Te encantaban las luces ―dijo, como si eso significara algo.

―¿Qué luces?

―¡Las malditas luces de Navidad! ―gritó, y yo cuadré los hombros―.


Estaba ocupado trabajando para mantenerte a ti y a tu madre, y no había tenido
tiempo, pero… No te callabas. No hacías más que llorar y llorar, ¡y todo lo que
quería era hacerte feliz, Jamie!

Es la culpa de nuestro destino... Nuestra única perdición.

Todo lo que quería era mi felicidad... Incluso cuando le cuesta la suya.

―Así que saqué la escalera en medio de una tormenta de nieve, y empecé


a colocar las luces para ti... Pero mi pie resbaló, y me caí.

Me invadió un entumecimiento, como si tuviera agujas y alfileres en todo el


cuerpo. Cerré los ojos, deseando estar en cualquier lugar menos allí.

―Los analgésicos ―susurré―. Así es como empezó tu adicción.

13
Couchsurfing es básicamente un sistema para alojarse en cualquier parte del mundo en forma gratuita,
―He perdido mi trabajo. Mi carrera. Mi sentido de estabilidad. Perdí a todos
mis amigos... Lo perdí todo... ¡Por tu culpa!

Por eso me odiaba tanto. Su rabia y su furia siempre iban dirigidas a mí, pero
mi madre estaba allí para protegerme.

―¿Por qué no nos echaste?

―Porque la amaba.

―La golpeaste. Diariamente.

―¡La amaba, carajo! ―rugió.

El pánico me obstruyó las vías respiratorias y me levanté con piernas


temblorosas para correr hacia la puerta. Pero le oí venir tras de mí, sólo un paso por
detrás, y en ese momento supe por qué mamá se paralizaba cuando él estaba
cerca. Ese miedo es debilitante. Estaba casi en la puerta cuando me agarró del
brazo y me hizo girar hacia él.

―Lo siento ―dijo, y luego lo repitió una y otra vez―. Te dejaré ir. Sólo
necesito saber una cosa.

―¿Qué? ―Tartamudeé, apenas capaz de ver a través de mi miedo.

―¿Cómo está ella? ¿Tu mamá? ¿Es feliz?

Me limpié los ojos para poder verle con más claridad, buscando en sus ojos
un indicio de decepción. Seguramente, él lo sabía. Tenía que saberlo.

―Está muerta, Beaker.

El dolor fue instantáneo: me rodeó el cuello y me cerró las vías respiratorias.

Su asfixia era tan firme que me levantó de los pies y empujó mi espalda contra
la puerta, y entonces vi... Lo que mi madre hacía a menudo... El monstruo en sus
ojos.
Capítulo 45
Holden
―Jamie, nena, por favor, para ―se ahoga, arranco sus dedos del cuello.

Suelta las manos, se balancea hacia delante y hacia atrás, su cabeza se agita
de un lado a otro. Ha estado hablando, repitiendo palabras sin sentido, y está
llorando. No deja de llorar. Y sé que está aquí físicamente, pero mentalmente está
ahí, y no sé cómo sacarla. No sé cómo salvarla.

―Cogí la pistola ―susurra―, y la saqué, y lo intenté, pero entonces él me la


quitó, y me la puso en la cabeza y siguió diciendo que estaba mintiendo, pero no
estaba mintiendo, porque ella está muerta, y no podía hablar, y todo lo que quería
era ir a casa. Quería ir a casa contigo. Y me apretó el cañón en la sien, y pensé en
ti... En cómo debiste sentirte cuando te pasó, y lo siento, Holden. Lo siento mucho.

Cada uno de mis músculos sólidos se congelaron.

―Cariño, no es tu culpa.

―¡Y entonces hubo una explosión!

Dejo de respirar.

―Y pensé que me había disparado, pero pude volver a respirar libremente,


y estaba de pie por mi cuenta, y juro por Dios que me parecieron minutos antes de
que se desplomara frente a mí.

Todo mi cuerpo late por la sangre que corre por mis venas.

―Jesucristo...

―Pensé que me había desangrado ―dice, bajando finalmente las manos.

Mira alrededor del jardín delantero iluminado sólo por la luz del amanecer,
como si acabara de volver en sí.

―Podía sentir este líquido cálido bajando por mis piernas, y pensé que era
su sangre, pero no lo era, Holden. No era su sangre. Porque toda la suya estaba en
el... En el... ―No puede hablar a través de sus sollozos, de esos que te sacuden
todo el cuerpo, como los temblores después de un terremoto―. Toda su sangre
estaba en el suelo bajo su cabeza, y sus ojos estaban muy abiertos, y...
―Finalmente, me mira, con toda la cara mojada y los ojos desorbitados. Luego se
levanta rápidamente―. Oh, Dios mío. ―Solloza, caminando de un lado a otro―.
¡Todo es culpa mía!

―No es…

―¿Cómo puedes decir eso? ―grita―. ¡¿Cómo puedes sentarte ahí y decir
eso?!

Obligo a mis músculos a moverse, me pongo de pie y me detengo junto a


ella.

―Cariño...

―No quiero salir de aquí. ―Sus ojos están frenéticos, buscando algo que
sólo ella conoce―. Me encanta estar aquí, y te quiero a ti y a Maggie y a tu padre,
y a este lugar, y pensé... Pensé que podría enfrentarme a tu madre, y que estaría
bien, pero la vi, y todo lo que pude ver fue a él... Yaciendo muerto frente a mí, y
joder, Holden, ¡nunca quise que me vieras así! ―grita―. He trabajado tan
jodidamente duro para luchar contra esta mierda, y nunca debiste...

Tomo su cara entre mis manos, obligándola a detenerse.

―Cásate conmigo.

―¿Qué?

Repito las palabras a las que me aferro desde que la invité a salir en una cita.

―Cásate conmigo.

Sacude la cabeza cuando la agarro, con un nuevo conjunto de lágrimas


cubriendo sus ojos.

―Holden, no puedes pedirme que me case contigo para probar...

―¿Probar qué? ¿Que mi amor por ti es incondicional? ―Me burlo―. Eso es


una estupidez. ¿Qué crees que es una boda? ¿Por qué crees que la gente gasta
cientos de miles de dólares en ellas? Para que dos personas puedan ponerse
delante de un montón de familiares y amigos para demostrar su amor.

―Holden... ―exhala, y está aquí de nuevo. Físicamente. Mentalmente.


Emocionalmente. Ella está de pie frente a mí, una visión. Un sueño. Y sé en mi
corazón que podría vivir mil vidas con cada pedazo roto de ella, y nunca, nunca
dejaría de amar a todos y cada uno.

―¿Te das cuenta de lo loco que estás actuando? ―me pregunta, y no puedo
evitar sonreír―. Me estás pidiendo que me case contigo porque tienes miedo de
perderme.

Pongo los ojos en blanco y suspiro.

―Vamos ―digo, tomando su mano y arrastrando su culo hacia la casa. Nos


dirigimos a la cocina, donde le suelto la mano solo para llegar a la esquina del
armario superior, donde sabía que nunca miraría. Saco una bolsa de joyas de
terciopelo que lleva ahí desde antes de nuestra cita―. Aquí ―digo, señalando la
docena de anillos que acabo de dejar casualmente sobre la encimera de madera―.
Elige el que quieras.

Coge uno, lo deja en su sitio y luego coge otro, con la respiración superficial
pero uniforme.

Observo su rostro en busca de un mínimo indicio de expresión que no sea de


sorpresa.

―Después de dejarte en casa de Esme, me juré a mí mismo que si venías


aquí, no te dejaría ir nunca más. Así que al día siguiente de mi regreso, estaba
pasando el rato con Benny en su habitación, y estaba en mi teléfono, distraído,
mirando anillos de compromiso para ti. Todos eran anillos de diamantes genéricos,
y ninguno de ellos era para ti, Jamie, porque tú... tú estás lejos de ser genérico.

Sus ojos se leva.ntan, se fijan en los míos, y todavía no puedo saber lo que
piensa, lo que siente.

―Benny vio mi teléfono y me preguntó qué estaba haciendo, y se lo conté.


Le dije que quería pedirte que te casaras conmigo y que estaba buscando un anillo,
pero no encontraba nada adecuado. Así que me dio todas estas gemas ―digo
señalando los anillos―. Y estas gemas, estas piedras... eran tú, Jamie. Eran únicas,
extravagantes y hermosas. ―Levanto la mano y le quito algunos cabellos de los
ojos―. Se las llevé a Peg-Jimmy, y él las convirtió en anillos con viejos cubiertos.
―Recojo uno que era claramente una púa de tenedor―. ¿Ves? ―Se lo enseño, y
ella asiente―. Antes de que volvieras a mí, tenía pensado pedírtelo. ―me apresuro
a decir―. Sólo estaba esperando el momento adecuado, y quizá no sea éste, pero
lo único que he hecho es esperar. He esperado… Y he esperado, y no he llegado a
ninguna parte y, ¡mierda! Lo estoy haciendo mal. ―Escojo un anillo al azar del
montón y tomo su mano entre las mías.

Y entonces me doy un momento para respirar. Para ordenar mis


pensamientos. Mis palabras. Y entonces me arrodillo.

―Jamie ―empiezo, mirándola. Suplicando. Rezando―. Cuando estábamos


sentados junto a la piscina en casa de Esme, me dijiste que ambos habíamos
crecido, y lo hemos hecho. Y el crecimiento es bueno, y juro por Dios que espero
que envejezcamos juntos, aquí mismo, rodeados de margaritas y dalias, de
momentos y recuerdos, y niños si los quieres...

―Sí.

Mi corazón se detiene.

―¿Sí?

―¡Sí, Holden! ―se ríe―. ¡Oh, Dios mío, sí!

Me apresuro a levantarme, a abrazarla por la cintura, a levantarla de los pies


y a hacerla girar. Y me prometo a mí mismo que, pase lo que pase entre nosotros,
nunca más olvidaré el sonido del que me estoy empapando: el sonido de su risa.
Capítulo 46
Holden
Después de que Jamie y yo celebráramos nuestro compromiso, nos
tumbamos juntos en la cama y hablamos. Sentí que todavía tenía que convencerla
de que la propuesta no tenía nada que ver con la posibilidad de perderla, y ella
prometió que me creía. También me contó lo que pasó después. Cuando por fin se
dio cuenta de lo que se había hecho Beaker, llamó al 911. Las fuerzas del orden y
los servicios de emergencia llegaron, y ella les contó todo. A diferencia de nuestro
ataque, ella lo recordaba todo. Demasiado, en mi opinión.

No la interrogaron mucho, y pronto fue libre de irse. Dijo que ni siquiera


recordaba cómo había vuelto a casa de Esme, sólo que estaba en la casa de la
piscina, y esta... Esta rabia se apoderó de ella. Estaba enfadada con todos y con
todo, pero sobre todo, estaba enfadada consigo misma. Se culpaba de todo,
empezando por la adicción de Beaker. En su mente, ese fue el catalizador que
desencadenó una serie de eventos que luego determinarían el resto de su vida.

Comenzó con ella lanzando su obra de arte ganadora contra la mesa de café
de cristal, y bueno... yo vi cómo terminó. Esme, sin embargo, lo vio mientras
sucedía. Supongo que llamó a Zeke, y él vino de inmediato y contuvo a Jamie lo
suficiente como para calmarla y simplemente... respirar.

Jamie le contó a Zeke todo lo que había pasado y admitió que sentía que me
había perdido sin que yo lo supiera, porque cómo... Cómo podía estar conmigo
después de saber cómo la veía mi madre... Cómo se sentía mi madre con ella…

Y sentir que mi madre tenía razón.

Claro, Jamie no era una adicta, pero Beaker era un traficante. Así que no le
habría sido difícil encontrar a alguien dispuesto a llegar a ella. Para hacerle daño.

Sólo para que él pudiera encontrar a su madre, la mujer de la que todavía


estaba enamorado.

Jamie sintió que no tenía otra opción que irse. Y ahora, sabiendo todo esto,
no puedo culparla. Al parecer, Zeke tampoco podía hacerlo porque llevó a Jamie a
la cafetería y a su oficina, donde abrió la caja fuerte y sacó una bolsa de lona llena
de dinero, dinero que su madre había robado a Beaker cuando se fueron. Zeke le
dijo a Jamie que Dahlia -su madre- se lo había llevado un año antes de morir. Dahlia
confiaba lo suficiente en Zeke no sólo para dejarle el dinero sino para saber cuándo
era el momento adecuado para dárselo a Jamie.

Ese momento había llegado.

Ese día salió de la oficina de Zeke, compró un coche usado y emprendió un


viaje que la llevaría a una espiral descendente. Luego, un año después, tras ir a
Boston y comprobar que yo había seguido adelante y que era lo que ella suponía
feliz, utilizó más de ese dinero para comprar la caravana.

¿Y ese dinero que Dahlia había robado? Es el dinero que nuestros atacantes
exigían a Jamie esa noche.

No creo que nadie sepa realmente si Beaker buscaba a Jamie porque quería
reunirse con su madre o si era para recuperar el dinero. De cualquier manera, no
importa.

Porque por fin, por fin, todo tenía sentido ahora.

Después del ataque, de vez en cuando sacaba a relucir que Beaker estaba
involucrado de alguna manera, pero Jamie siempre insistió en que no podía haber
sido él. No había forma de que pudiera encontrarla. Ella no dejaba absolutamente
ninguna huella de dónde podía estar, y no sólo eso, sino que si él podía encontrarla
en su trabajo, entonces podía ir fácilmente a su casa. ¿Por qué hacerlo allí?

No tenía ni idea de que había bloqueado las partes más cruciales: que usaran
su nombre y preguntaran dónde estaba el dinero. Así que lo achaqué a su negación
y finalmente dejé de insistir en el tema.

Y ahora lo entiendo. En la mente de Jamie, era un misterio, y tenía sentido


que a veces pareciera que ella seguía allí, tratando de conectar todas las piezas del
rompecabezas. En cierto modo, incluso después de que Beaker se suicidara delante
de ella, creo que seguía cuestionando su responsabilidad. No fue hasta que recibió
la llamada de la policía diciendo que habían encontrado su licencia en la casa de
Beaker que finalmente sucumbió a la verdad de todo.

También comprendo lo que debe sentir ella, estar atrapada en el pasado.


Porque por mucho que intente que no se note, me encuentro recordando cada
palabra que ha pronunciado hace sólo unas horas. Tener que presenciar cómo se
derrumba, tener que verla sufrir y revivirlo todo, siento que me ahogo en sus
emociones, en su dolor, y no puedo salir a tomar aire. ¿Y lo peor de todo esto?
Jamie ha sido la encargada de descubrir tres muertos en sus cortos veintitrés años
de vida. Son tres más de los que cualquiera debería tener.

No me extraña que la chica necesite una puta terapia. Jamie se agita en mis
brazos mientras mi teléfono vibra en la mesilla de noche por enésima vez. Lleva un
rato durmiendo, el cansancio ha podido con ella. ¿Yo, sin embargo? Estoy
demasiado excitado para acallar los pensamientos de mi cabeza.

―Nena ―susurro, tratando de retirar con cuidado sus extremidades a mi


alrededor sin despertarla.

Con los ojos cerrados, responde:

―¿Mm?

―Tengo que hacer algo en el trabajo, pero seré rápido.

―Mm-hmm.

Le doy un beso en la frente antes de deslizarme fuera de la cama y estirar


mis extremidades. Es casi mediodía y he dormido cero minutos en total. Me siento
como si me hubiera atropellado un camión, un camión lleno de todas las emociones
posibles. Después de vestirme, salgo de casa y me pongo al volante de la camioneta
de Mia. Por primera vez desde la noche anterior, compruebo mi teléfono. Hay un
total de trece llamadas perdidas entre mi madre y Mia, y ahora mismo, no sé cuál
de ellas debería tener más miedo.

Todas las miradas se dirigen a mí cuando abro la puerta de la casa de Mia y,


a primera vista, parece -y casi se siente- como cualquier otro día. Mia está poniendo
la mesa para el almuerzo y mamá está en la barra de la cocina. Su marido está junto
a los fogones y Leo está en el fregadero, lavando los platos, con su hijo a su lado.
Mamá deja caer un cuchillo sobre la tabla de cortar antes de limpiarse las manos en
un paño. Con los ojos muy abiertos, susurra mi nombre y se acerca a mí. Retrocedo
un paso y ella se detiene, con la respiración entrecortada.

Ahora estoy en silencio, al menos por fuera. Pero, por dentro, mi rabia
mezclada con la adrenalina está obligando a mi corazón a golpear, golpear, golpear
en mis tímpanos.

Me enfrento a Leo, suplicando sólo con la mirada.

―¿Crees que podrías llevarte a Benny por un tiempo?

Su mirada pasa de mí a Mia, y así es como sé que Leo es un buen hombre,


como sentí que siempre podía confiar en él con ella: espera hasta que Mia le
asiente. haciéndole saber que estará bien. Leo se seca las manos en sus
pantalones cortos y luego aprieta los hombros de Benny.

―Oye, amigo. ¿Por qué no vamos a probar ese nuevo dron que te regaló tu
tío Logan?

Las protestas de Benny duran sólo dos segundos, y todo lo que se necesita
es una sola mirada de su padre. Ahora me pregunto cuándo o cómo es que los niños
dejan de escuchar a sus padres. ¿Existe un punto en el que empezamos a
cuestionar... Cuando nos damos cuenta de que el respeto se gana y no se da
simplemente porque nos han parido?

Espero hasta saber que Benny está fuera del alcance del oído antes de
aclararme la garganta y mirar a Mia.

―¿Lo sabías?

Los ojos de Mia se abren un poco y sacude la cabeza, mirando hacia los
padres perfectos que siempre ha querido.

―¿Saber qué?

―Holden ―dice mamá.

―¡Cállate! ―Escupo. Sale fuerte, más duro de lo que esperaba, pero no me


importa.

―¡Holden! ―Mia reprende.

―¡¿Lo sabías?! ―Repito, porque una cosa es que mi madre haga lo que
hizo, pero mi mejor amiga... Hemos pasado por tantas cosas juntos, y si ella lo sabía
y no dijo ni una palabra en todo este tiempo...

―No sé de qué estás hablando ―se atragantó, con los ojos cubiertos de
lágrimas.

―No lo sabe ―dice mamá, y por fin dirijo mis ojos a los suyos.

―Bien ―gruño, con los dientes apretados mientras cruzo los brazos y amplío
mi postura―. Entonces díselo. ―Se hace el silencio y, durante unos segundos,
nadie se mueve. El aire de la habitación se vuelve espeso y parece que las paredes
se cierran sobre mí―. ¡Dile lo que has hecho!

―Ya se sabe ―interrumpe Joseph―. Obviamente lo sabes, y eso es todo lo


que importa.

Ah, así que no quiere que su dulce e inocente hija sepa lo jodidamente idiota
que es. Le ignoro y vuelvo a centrarme en mi madre.

―Quiero oírlo de ti. Díselo.

Nadie habla, y lo único que hace es poner mi rabia a flor de piel. Porque esto
es lo jodido de todo este lío: Podría culparme fácilmente por la forma en que
resultaron las cosas, al igual que Jamie. Tal vez si le hubiera contado a mi madre
mis sospechas sobre Beaker, nunca habría llegado a los extremos que llegó. Pero,
mi madre nunca preguntó, nunca me dio la oportunidad de arreglar el daño antes
de que se me fuera de las manos. En su lugar, asumió, juzgó -un rasgo que
despreciaba en todos los demás- y sacó una conclusión tan descabellada que obligó
a Jamie a huir. No hacia mí. Sino a Beaker. Todo para poder preguntar por qué, una
respuesta que aún no ha obtenido cinco malditos años después. Una pregunta que
tendrá que llevarse a la tumba.

―Bien. ―Me enfrento a Mia―. Jamie me dejó porque mi madre la acusó de


ser una adicta y la culpo por el ataque.

Mia jadea, con los ojos casi tan abiertos como su boca.

Pero no he terminado.

―Y entonces tu querido padre le ofreció un cheque para que desapareciera


de mi vida.

―¡Papá! ―Mia echa humo.

―Ella no tomó el dinero―dice Joseph, como si eso de alguna manera lo


hiciera bien.

―¡No me jodas, no lo hizo! ¿Crees que puedes poner un valor en dólares a


nuestra vida? ¿Nuestro amor? ―Me burlo, dejando que toda mi furia contenida
salga de mí lenta, lentamente―. ¡No todos vivimos en el mundo del puto Joseph
Kovács, donde el dinero manda sobre todo lo demás!

Mamá habla: ―No fuimos allí con la intención de...

―¿De qué? ― la corté―. ¿De su maldita huida? Eso es exactamente lo que


pretendías, y sabías que estaba mal. Por eso esperaste a que estuviera fuera de la
ciudad para hacerlo, ¡así que no me vengas con esa mierda, mamá! ―Sacudo la
cabeza, mis ojos justo en los suyos, los ojos perdiendo la lucha por fingir―. Me viste
en mi peor momento cuando me dejó. Viste mis luchas, mi dolor… Y te he hablado
de ella desde que volvimos a estar juntos. Te dije que estaba viviendo conmigo. Te
hablé de nuestros planes de futuro y ni una sola vez mencionaste nada de esto.
―Me limpio las lágrimas de traición de mis ojos, de mi alma―. Durante años, me
ocultaste esto... Y ni siquiera me advertiste de lo que podría estar pasando anoche.

―No sé qué decir, Holden. ―Mamá llora abiertamente ahora, sus manos
cubriendo su cara sin duda ocultando su vergüenza y por mucho que quiera ir hacia
ella, para consolarla, Joseph lo hace por mí―. Lo siento mucho.

Deseo, más que nada, que sea suficiente.

―No tienes ni idea de lo que le obligaron hacer ―me esfuerzo por decir―.
Ustedes la hicieron enfrentarse a los demonios de su pasado, un hombre del que
pasó años huyendo porque le hicieron creer que ella era todo lo que ustedes
pensaban de ella, todo lo que ella luchó tanto para escapar.
Mamá levanta sus ojos empapados de lágrimas hacia los míos.

―¡Y se mató delante de ella!

―Dios mío. ―llora Mia.

―¡Se metió una bala en el puto cráneo segundos después de intentar


estrangularla hasta la muerte! Se meó encima, estaba tan jodidamente asustada,
pero ¿sabes qué es lo peor? ―Respiro la pena y levanto la barbilla, intentando ser
tan fuerte como la chica a la que quiero―. Estaba sola, mamá. Yo no estaba allí
para ella... y ahora es parte de mi vida, y tú también, y no puede mirarte sin ver a
un hombre muerto que le devuelve la mirada... y eso es culpa de los dos.

Me giro rápidamente y abro la puerta de un empujón porque ya he dicho todo


lo que tenía que decir.

―Holden ―grita mamá―. Lo siento mucho. Te quiero tanto. Yo no...

Me detengo de espaldas, con la palma de la mano apoyada en la puerta


mosquitera, y me doy un momento para recuperar el aliento y los pensamientos.
Son los silenciosos gritos de Mia los que hacen que me gire, enfrentándome a todos
ellos de nuevo. Intento sonreír a Mia, transmitiendo en silencio mis pensamientos:
que esto no cambia nada entre nosotros. Y entonces miro a mi madre, veo a la
mujer que me ha criado... que me quiere.

―Yo también te quiero ―le digo con sinceridad―. Y eso no cambiará nunca,
pero...

―Tal vez pueda hablar con...

―No. ―No, carajo―. Ahora mismo, tienes que darnos tiempo. Y espacio.

Mamá suelta un suspiro, junto con una nueva serie de lágrimas, y yo me


quedo ahí, observándola, preguntándome cómo coño hemos llegado a esto.
Finalmente, digo, con la voz uniforme por primera vez desde que llegué.

―Le pedí a Jamie que se casara conmigo. ―Mia jadea mientras mamá llora
un poco más―. Y ella dijo que sí.

―Oh, Holden. ―solloza mamá mientras se acerca a mí.

Instintivamente doy un paso atrás y pongo las manos entre nosotros.

―Es el día más feliz de mi vida, mamá, y me gustaría que pudieras formar
parte de él.
Capítulo 47
Holden
Cuando vuelvo a casa y abro la puerta principal, lo primero en lo que me fijo
es en la cama. Sería difícil no fijarse en ella, teniendo en cuenta que está de lado
en medio del dormitorio. Por un segundo, sólo uno, pienso que he entrado en la
casa de la piscina post-Jamie 2.0. Pero entonces me fijo en las sábanas que cuelgan
entre el marco de la cama y la ventana, y llamo, caminando hacia ella.

—¿Jamie?

—¡Cariño!

Me pongo en cuclillas junto a la pared de sábanas, apartando la tela, y miro


dentro. Jamie está sentada en el colchón, a escasos centímetros de la pared, y
pregunto:

—¿Qué estás haciendo?

—¡Hice un fuerte de mantas! Está en la lista. —Cuando me fui hace sólo


quince minutos, estaba profundamente dormida, y ahora... ahora está acariciando
el lugar a su lado, su sonrisa infantil calentando mi pecho—. ¡Únete a mí!

Desde que llegó aquí, ha estado tachando casi a diario elementos de su lista
de recuerdos favoritos de la infancia. A veces, los hago con ella, pero
principalmente, parece feliz haciéndolos sola. Me agacho y entro en su fortaleza con
cuidado, esperando no romperla.

—Mira —dice, señalando la pared frente a ella antes de que me sitúe.

Miro hacia donde señala y.… es como si todos los recuerdos de ella a los
que me he aferrado chocaran con las visiones de nuestro futuro, creando un
presente mucho más significativo que cualquier regalo que pudiera hacerme. La
tinta negra se arremolina a lo largo de las paredes: líneas suaves, curvas
redondeadas y ángulos agudos...
—Lo más extraño sucedió —dice, apoyándose en mi costado—. Me desperté
cuando te fuiste, y sentí estos anillos en mis dedos, y recordé...

Me enfrento a ella, incapaz de controlar mi sonrisa.

—Estamos comprometidos, Holden.

—Lo estamos... —Me río a carcajadas.

—Y entonces yo sólo... —Se encoge de hombros, mirando a la pared de


nuevo—. Tenía esta necesidad de dibujar, así que pensé... Espero que esté bien
que haya dibujado en tu pared.

—Nuestra pared —le recuerdo, y mi mirada se dirige al rotulador que tiene


en la mano. Dios, echaba de menos ver cómo se movían sus manos cuando
dibujaba: fluidas, expertas, calientes.

—Quizá pueda hacer un mural o algo así aquí —reflexiona—. Margaritas y


dalias...

Tomo su mano entre las mías, la muevo hacia la pared y la guío para que
haga lo que me dicta el corazón. Empieza a dibujar, los diminutos huesos de sus
manos mueven los músculos que hay allí, y con cada movimiento, cada trazo, siento
que el peso de las últimas veinticuatro horas se desprende de mis hombros hasta
que los únicos pensamientos en mi cabeza son los de la chica que está a mi lado.
Empieza por el tallo y luego por las hojas de una dalia. Durante minutos, trabaja en
una sola hoja, perfeccionándola, tan concentrada en su tarea mientras yo me
concentro en ella.

—¿Crees que le habría gustado a tu madre? —le pregunto.

Titubea un momento antes de pasar a otra hoja.

—Ella te habría amado.

—¿Por qué estás tan segura?

—Porque tienes veintitrés años y estás sentado en un fuerte de mantas


conmigo ahora mismo. —Suelta su mano y se vuelve hacia mí—. Y no lo haces sólo
porque me quieras. O porque quieras hacerme feliz. Lo haces porque sabes lo que
significan para mí estas pequeños actos infantiles, y no sólo me apoyas, sino que
me animas a recuperar lo que me corresponde... a mi yo joven. — Su voz se quiebra,
y mira hacia otro lado, vuelve a dibujar—. Ella reconocería eso en ti, Holden, y lo
apreciaría.

Me siento y me acomodo, tratando de reprimir una sonrisa de orgullo. Pasan


minutos antes de que ella hable.
—¿Sabías lo del granero?

—¿Qué pasa con el granero?

—Anoche fui a buscarte y vi la luz encendida ahí dentro —dice, terminando


otra hoja antes de enfrentarse a mí—. Así que entré y tu padre estaba allí.

—Es raro que se levante tan tarde.

—Estaba allí limpiando el lugar. Para mí.

—¿Para ti? —pregunto, levantando las cejas.

Jamie asiente.

—Sí, arregló el torno de alfarería, y él y tu abuela salieron a buscar


suministros para que yo pudiera usarlo. —Con cada segundo que pasa, su sonrisa
aumenta—. Y trajo un escritorio para que yo trabajara y así poder estar más cerca
de ti.

—Eso hizo, ¿eh? —pregunto, y ella asiente de nuevo—. Bueno, eso no es


una sorpresa. Él y Mags te quieren, Jamie.

—Entonces... ¿podemos ir? —pregunta, pero en realidad no es una pregunta


porque ya está a medio camino fuera del fuerte.

Estoy tan jodidamente agotado, y todo lo que quería hacer al llegar a casa
era volver a la cama y dormir. Pero para Jamie...

—Por supuesto, podemos ir.

🧩 🧩🧩

Jamie se pone delante de Mags y papá con las dos manos levantadas entre
ellas, mostrando la docena de anillos que lleva en los dedos. Dice que no puede
elegir solo uno, así que por ahora los va a llevar todos.

Papá y Mags miran de las manos de Jamie a sus ojos, a mí y luego entre
ellos, su mirada de confusión es innegable. Estamos de pie en medio del granero y
tengo el brazo alrededor de los hombros de Jamie y, sinceramente, no sé cuánto
tiempo podré estar aquí sin...

—¿Estás comprometido? —Maggie jadea como si acabara de darse cuenta.

—¡¿Qué?! —Los ojos de papá son enormes mientras mira entre Jamie y yo.
Hago una mueca interna porque quizá debería haber hablado con él de esto
primero.
—¡Estás comprometido! —Maggie repite, y no sé qué pasa después. Sólo
hay un montón de gritos y chillidos, que, sí, esperaba de las chicas, pero es papá
quien parece hacer la mayor parte.

—¡Dios mío, felicidades! —Maggie ya está llorando cuando me envuelve en


sus brazos, y Jamie... Jamie está siendo sostenido en el aire por mi padre... algo
así como un trofeo después de ganar un campeonato.

Sabe que yo soy el que ganó, ¿verdad? Yo soy el que se queda con Jamie
para siempre.

Para siempre...

¡Mierda!

—¡Puedo quedarme con Jamie para siempre! —Lo digo en voz alta, como un
tonto, porque creo que acabo de caer en la cuenta. Y ahora Maggie y yo nos
tomamos de la mano y saltamos como niños de doce años.

Genial. Probablemente debería entregarle a Jamie mis pelotas ahora, es lo


más lógico. Maggie me suelta cuando papá vuelve a poner a Jamie en pie, y
entonces me envuelve un abrazo tan fuerte que me deja sin aliento.

—¡Oh, hijo! No podría estar más orgulloso —dice papá, apretándome más
fuerte. Cuando se retira, le sorprendo tapándose la boca para ocultar su sonrisa—.
Has elegido una buena.

Exhalo un suspiro, intentando apartar las repentinas emociones que se


apoderan de mí.

—Me alegro de que lo notes, papá.

—Por supuesto —dice, mirándome con desconfianza—. ¿Por qué no iba a


hacerlo? —se ríe, pero es una risa nerviosa, y ahora me pregunto si lo sabe.

Oh, mierda...

Antes de que pueda sumergirme en ese pensamiento, el torno de cerámica


que hay detrás de mí cobra vida.

—¡Estoy tan emocionada! —Jamie prácticamente chilla, quitándose los


anillos y embolsándolos todos—. ¡No puedo creer que hayas hecho esto por mí! —
Ella mira a papá, y papá la mira a ella, y durante unos segundos se quedan mirando
el uno al otro.

—Vamos —dice Maggie, tirando de mi brazo.

—¿Qué? —Miro desde su tacto hasta sus ojos.


Señala la puerta del granero.

—Sólo dales un minuto.

La sigo fuera, a través del camino de entrada, y a través del aparcamiento.

—¿Por qué les damos un minuto? —le pregunto a su vez.

Se encoge de hombros y luego dice por encima del hombro:

—Tu padre dijo que tuvieron un momento anoche, así que creo que sólo
quiere ver cómo está.

Huh. Jamie mencionó que había visto a mi padre en el granero, y que él le


había mostrado los cambios que había hecho, pero eso es todo lo que sé.
Obviamente, hay más, porque lo que sea que haya dicho la hizo volver a casa y
finalmente abrirse a mí.

Maggie se sienta en el bordillo y estira las piernas. En cuanto me siento a su


lado, enlaza nuestros codos y se inclina hacia mí.

—Me alegro mucho por ti, Holden.

—Gracias —digo—. Yo también estoy jodidamente emocionado.

Maggie se ríe.

—Deberías estarlo. Estás golpeando muy por encima de tu peso.

Me echo a reír.

—Puedo decir lo mismo de mi padre.

—Tu padre es un maldito semental, Hold.

—¡Mags! —me tapo los oídos—. ¡Para!

—Lo siento —se ríe—. Es una broma interna entre Jamie y yo.

—Yo… —Sacudo la cabeza—. No quiero saberlo.

Ella calma su risa hasta convertirla en una carcajada a fuego lento antes de
preguntar:

—¿Ya han hecho planes de boda?

—No —respondo, mirando hacia el granero—. Acaba de pasar hace unas


horas, así que...
—Bueno, es muy emocionante —dice, y la miro de frente, mirando a los ojos
de una mujer que lleva ya casi una década en mi vida.

—¿Cómo es que tú y papá no están casados?

Se encoge de hombros y sonríe a un lado.

—¿Quién dice que no lo estamos?

Me echo hacia atrás, tratando de leer si está mintiendo o no.

—Habrían mencionado... —Me detengo cuando un automóvil entra en la


entrada, y en el momento en que me doy cuenta de quién es, me pongo en pie y
me dirijo hacia él.

Mamá sale del automóvil, pero se queda detrás de la puerta.

—Solo quiero hablar —se apresura a decir.

Con los ojos entrecerrados por la incredulidad, grito:

—¡Te acabo de decir literalmente que nos des tiempo! ¡Y espacio! Y no


puedes ni siquiera...

—¿Qué pasa? —pregunta papá, saliendo del granero. Por suerte, Jamie no
está con él.

—Nada —murmuro, mirando a mi madre—. Ya se iban.

Joseph sale del coche y piensa que es el momento perfecto para hablar.

—Ha sido un desastre desde que te fuiste, Holden. Creo que...

Lo fulmino con la mirada.

—¡Me importa una mierda lo que pienses!

—¡Holden! —Mamá regaña—. ¡No le hables así!

—¿Me estás tomando el pelo ahora mismo? —grito. Estoy tan jodidamente
cerca de explotar, y no quiero hacerlo. No aquí. No con Jamie al alcance del oído—
. Sólo vete. Por favor. Y hablaré contigo más tarde, pero no ahora.

Mamá está de nuevo al borde de las lágrimas, con la cara pellizcada por la
fuerza de contenerlas. No quiero hacerle daño, pero tiene que entender mi situación.
Tiene que hacerlo. Veo el momento en que lo entiende, cuando sus hombros caen
derrotados y sus rasgos se aplanan. Mira entre papá y yo, y finalmente a Maggie.

—Se lo has dicho, ¿verdad?


Me enfrento a Maggie, con el corazón cayendo a mis pies.

—¿Lo sabías?

—Jesús, Tammy —se burla Maggie—. Es muy amable de tu parte culparme


de esto.

—¿Saber qué? —Pregunta papá.

Sacudo la cabeza, con la mente acelerada, tratando de darle sentido a todo.

—La noche de la graduación del instituto de Holden —dice mamá, hablando


claramente con mi padre—, tu novia estaba escuchando a escondidas...

—No —interrumpe Maggie, poniéndose delante de mí como si de algún modo


me protegiera—. Entré en una habitación en la que tú y Joseph estaban susurrando,
y oí el nombre de Jamie. Eso fue todo. Y no te atrevas a venir a nuestra casa y tratar
de echar la culpa...

—¿De quién es la casa? —interrumpe Joseph.

—Juro por Dios... —Doy un paso hacia él, con las manos en los costados—.
Cierra tu puta boca.

—Oh, muy bonito —dice, su mirada pasa de mí a mi padre—. ¿Le has


enseñado a hablarle a su padrastro de esa manera?

—¿Cómo carajo puedes ser mi padrastro? ¡Ni siquiera pudiste ser un padre
para tu propia hija!

—Holden... —Es papá quien lo dice, y sale como una advertencia.

Estoy cruzando una línea. Sé que lo estoy haciendo. Pero sé el costo de


cruzarla, y cuando se trata de Jamie, romperé cada maldita barrera para mantenerla
a salvo. Diablos, prenderé fuego a todo el puto mundo sólo para mantenerla
caliente.

—Esto se nos está yendo de las manos —dice mamá.

—No me digas —respondo—. Tal vez no tendríamos este problema si no


fueras a mis espaldas. De hecho, tal vez solo te mantengas alejada de mi...

—¡Para! —La voz de Jamie atraviesa el aire, mi corazón, y es como si el


tiempo se detuviera cuando me vuelvo hacia ella—. Sólo para...
Capítulo 48
Jamie
—¡Para! —hace falta todo lo que hay en mí para no derrumbarme. Había
sospechado que Holden había ido a verlos, ya sea esta mañana o anoche, pero no tengo
ni idea de cuánto le han contado o cuánto les ha divulgado. Y ahora están discutiendo,
gritándose por cosas demasiado personales, así que salgo del granero y balbuceo—. Solo
para... —Miro entre todos ellos mientras sus ojos se dirigen a mí—. Esto no es lo que quería
—digo, con la voz débil por contener un sollozo. El calor me quema detrás de los ojos, de
la nariz, y el pecho me duele bajo el peso del desamor. Cambio mi mirada entre Holden y
su madre y finalmente me fijo en ella, diciendo—. ¿Por qué crees que nunca se lo dije hasta
que fue absolutamente necesario? —tomo aire, tratando de calmar la ansiedad que me
invade—. No quería que estuviera en una posición en la que sintiera que tenía que elegir
entre nosotros. Y todavía no lo hago.

—Jamie... —Tammy llora—. Tienes que entender...

—Lo entiendo —interrumpo, y es la verdad, y quizá sea parte de la razón por la que
me lo guardé durante tanto tiempo—. Y sé, sin duda, que estabas tratando de proteger a
Holden. Es sólo que... creo que había tantas otras formas en las que podrías haberte
acercado a mí, como dos personas en este mundo que lo quieren más que a nada...
podríamos haber... —Me interrumpo, enjugando las lágrimas demasiado desafiantes para
rendirse. Me retraigo del llanto y, cuando siento que estoy lo suficientemente calmada para
hablar, le digo—. Entiendo que ver a tu hijo pasar por lo que pasó no fue fácil para ti y que
estabas dolida... y la lastimando a la gente, daña a las personas...

—No era mi intención que terminara como lo hizo —dice Tammy, y yo bajo la mirada,
derrotada. Debe saber lo que estoy pensando porque añade—; Quiero decir, sí, quería que
salieras de su vida, pero nunca desearía lo que te pasó después...

—Lo siento —interrumpí.

—Jamie, no les debes una mierda, y mucho menos una disculpa —dice Holden, y
yo niego con la cabeza.

—No lamento lo que pasó entonces —digo, con la voz más alta. Más clara—. Lo
siento porque no puedo seguir aquí. —Enderezo los hombros y levanto la barbilla—. Te
prometo que hablaremos. Tendremos una conversación. Los dos haremos nuestros
sentimientos conocidos, y lo que salga de ello... No lo sé —le digo a Tammy, encontrando
de algún modo el valor para hacer todo lo que practicaba una vez al mes en la consulta de
mi terapeuta y de nuevo en el espejo cuando sentía que me asfixiaba bajo el peso de las
expectativas—. Pero ese momento no es ahora porque no estoy preparada. Cuando lo esté,
te juro que acudiré a ti. —Miro a Joseph, y eso es todo lo que le doy. Ni siquiera lo conozco,
y ahora mismo, me importa un bledo lo que sienta—. Y esos son los límites que he
establecido para protegerme, y realmente apreciaría que lo respetaras. Gracias. —Asiento
con la cabeza una vez, con la vista nublada por mis lágrimas retenidas, y luego me doy la
vuelta y vuelvo al granero, donde me siento detrás de la rueda de alfarero.

Holden entra poco después, diciendo:

—¡Maldita sea, nena, estoy muy orgulloso de ti!

Y entonces Maggie y Gran H son los siguientes, y se acercan a mí, pero extiendo la
mano, con la respiración atrapada en la garganta, y por mucho que intente forzarla, parece
que no puedo llenar mis pulmones con su fuente de vida.

—Sólo necesito un minuto —logro decir.

Holden se detiene frente a mí, agachando la cabeza para mirarme a los ojos.

—¿Estás bien? —Asiento con la cabeza.

—Necesito un poco de tiempo —digo, mientras mis manos rodean la arcilla que
Gran H y yo habíamos preparado antes de la llegada de Tammy. Durante unos minutos, tal
vez una hora entera, me concentro en el jarrón de arcilla que estoy intentando crear y
repaso todos los pensamientos que pasan por mi mente.

Los colecciono como piezas de un rompecabezas.

Los inspecciono.

Los clasifico.

Y coloco en el lugar que les corresponde.

Pronto tengo algo que se parece a un cuenco y mi mente se despeja de todos mis
pensamientos desagradables. Levanto la vista y los sorprendo a los tres apresurándose a
fingir que no me están mirando. Holden juguetea con mi nuevo escritorio, y Maggie coge
una escoba mientras Gran H huele una orquídea. Me aclaro la garganta y todos se vuelven
hacia mí. No espero a que nadie hable porque ya he preparado mentalmente lo que quiero
decir.

—No quiero que traten a Tammy y a Joseph de forma diferente a como lo han hecho
antes. —Me centro en Holden—. Especialmente tú.

—Jamie, no puedes hablar en serio.

—Hablo muy en serio —digo, mi tono no deja lugar a la discusión—. Entiendo que
tu primer instinto es protegerme, y te quiero por ello, pero no necesito que lo hagas en este
caso. No necesito que seas mi héroe.
Se acerca a mí diciendo:

—Eres tu propio héroe, nena. Yo sólo estoy aquí para el viaje. —Se detiene detrás
de mí y me frota los hombros mientras se inclina y me besa rápidamente.

—Y ustedes dos —les digo a Mags y a Gran H—. Los aprecio mucho. Y los quiero
a los dos más de lo que podrán saber.

—¡Awww, nosotros también te queremos, pequeña! —Maggie responde.

Me resisto a sonreír.

—Sé que aún no lo sabes todo, pero necesito que entiendas una cosa. Este es mi
trauma... y es mi responsabilidad curarme de él. No necesito que otras personas peleen
mis batallas.

Maggie mira a Gran H mientras este deja escapar un largo y prolongado suspiro.

—No somos otras personas, señorita Jamie. —Luego, sacudiendo la cabeza,


añade—; Somos familia.

Familia.

Solía ser un concepto tan extraño para mí, como el hogar. Y ni siquiera se me ocurrió
hasta este momento que, de alguna manera, he llegado a adquirir ambos.

Una familia.

Un hogar.

Una vida digna.

Maggie resopla, atrayendo mi atención hacia ella.

—Somos familia —se burla, con una voz más grave para burlarse de Gran H. Mira
a su novio, con los ojos entrecerrados y la nariz arrugada—. ¿Quién te crees que eres?
¿Vin Diesel?

Holden y yo estallamos en carcajadas, un contraste tan grande con nuestras


emociones de hace unos minutos. Solo Maggie podía convertir algo tan pesado en algo
hilarante con un solo comentario sensacionalista.

—¡Pequeña mierda! —Gran H agarra a Maggie por la cintura desde atrás,


levantándola de sus pies. La risita de Maggie llena mi corazón de calor mientras da una
patada al aire.

—¡Suéltame!

Gran H no la deja ir. De hecho, se vuelve hacia nosotros.

—¡Toma la manguera, hijo!


—¡En marcha! —Holden grita, corriendo hacia el invernadero.

Maggie chilla mientras Gran H la lleva hacia Holden, y entonces me pongo en pie,
corriendo hacia ellos.

—¡Te protegeré, Maggie! —grito, bloqueando su camino. Me coloco entre ellos, con
las piernas y los brazos separados, y le advierto a Holden:

—No te... —Eso es lo máximo que consigo antes de que me rocíe la cara.

Jadeo.

Holden se ríe.

Gran H se ríe.

Y Maggie grita:

—¡Es la guerra, perras!

Dos minutos más tarde, tenemos equipos ¨Chicos contra Chicas¨ y Maggie y yo
estamos agarrando pistolas de agua cargadas y escondiéndonos detrás de los helechos.
Está claro que somos pésimas en este juego. Me vuelvo hacia Maggie, que está en cuclillas,
mirando entre las hojas.

—Hey, Mags —susurro.

—¿Sí? —susurra ella.

—Holden y yo nos vamos a casar.

Sonríe ampliamente, inclinando la cabeza para mirarme.

—Lo sé. Estoy muy emocionada por ustedes.

—Así que dos cosas —digo, y ella se pone de pie en toda su altura, asintiendo para
que continúe—. ¿Serás mi dama de honor?

—¡Cállate! —chilla, empujando mi hombro—. Aw, Jamie. Será un honor. —Me da


un rápido abrazo antes de apartarse, preguntando—: ¿Qué es lo segundo?

Bombeo la pistola de agua.

—Bueno, una vez que Holden y yo nos casemos, técnicamente, Gran H será mi
papá. —Le doy un chorro en la cara cuando su boca cae en shock, y luego corro...

No lejos...

Pero hacia mi futuro.


Capítulo 49
Jamie
—¡Llegas tarde! —Jimmy llama cuando abro la enorme puerta corrediza de
su estudio.

Una semana después de que todo se estropeara, Gran H me trajo aquí para
hablar de las patas de acero que queríamos para el escritorio de resina que
habíamos creado. El día en que Holden y yo nos comprometimos, le pregunté a
Gran H cuándo podríamos empezar a trabajar en él, y no dejó pasar la oportunidad.
No sé si fue porque le daba pena, o porque sabía que yo necesitaba la distracción,
o si estaba realmente emocionado por hacerlo. Probablemente las tres cosas. Se
ha convertido en nuestro pequeño proyecto, sólo él y yo. Desde el diseño hasta ir
juntos a la ferretería, pasando por la construcción del marco y finalmente el vertido
de la resina. Lo único que quería que hiciera por mi cuenta era escoger las flores.
Me dejó elegir todo lo que quería del vivero. Me ha enseñado a utilizar las
herramientas y a podar los tallos. Ha sido muy paciente y amable, y me ha
encantado cada momento que he podido pasar con él.

De la pistola de soldar de Jimmy salen chispas mientras continúa con el


soplete durante unos segundos más antes de apagarlo y levantar las gafas.

—Lo siento —le digo, entrando—. Me entretuve. —Y cuando digo que me


entretuve, me refiero a que Holden ha llegado a casa en su hora de comer justo
cuando yo me iba y la única comida que le apetecía era yo. Todavía puedo sentir
sus manos, su boca, tocándome y saboreándome en lugares que actualmente me
hacen sonrojar—. ¿Tienes algún trabajo para mí? —Pregunto.

—No. —Mueve la cabeza hacia mi mesa de trabajo, donde he empezado y


dejado demasiados proyectos en las semanas que he ido y venido—. Sigue
trabajando en lo que sea que estés trabajando.

Cuando Gran H me trajo aquí la primera vez, estaba tan fascinada con el
lugar que no quería irme. Jimmy dijo que podía quedarme si le ayudaba con algunas
tareas en el lugar, y que incluso me pagaría. Yo no quería su dinero, así que
negociamos. Durante unas horas, dos veces a la semana, me enseña su oficio y yo
hago los trabajos menores que sean necesarios.

Personalmente, lo considero una victoria.

A veces hablamos.

A veces no lo hacemos.

A veces le ayudo a mantener las cosas en su sitio o a pulir su trabajo


terminado. Y, a veces, simplemente estoy feliz de estar cerca de él.

Hoy, sin embargo... hoy se siente como un día para hablar.

Espero a que termine de soldar y le pregunto:

—¿Por qué la gente te llama Jimmy Pata de Palo? —Se congela a mitad de
movimiento y pienso que tal vez me he excedido. Nadie a quien he preguntado
parece saber la razón, y me ha picado la curiosidad, pero tal vez debería haberme
callado la boca.

Jimmy se quita el casco, con las mejillas y la frente manchadas de aceite y


sudor.

—¿Por qué lo preguntas? —pregunta, quitándose los guantes mientras me


clava la mirada.

Me recuesto en mi banco de trabajo, con la cabeza baja.

—Sólo me preguntaba —murmuro—. No tienes que responder.

Por el rabillo del ojo, veo que se mueve, así que levanto la mirada y lo sigo
desde su zona de trabajo hasta la nevera, donde saca una cerveza y me ofrece una.
Niego con la cabeza. Destapa la cerveza y tira el tapón en un cubo con un montón
de otros tapones metálicos de botellas con los que sin duda hará algo en algún
momento. Después de un largo trago, mantiene sus ojos fijos en mí mientras se
limpia la boca con el dorso de la mano.

—Me encanta esta ciudad —empieza, pasando un dedo por un tubo de


metal—. Si no fuera así, me habría ido hace mucho tiempo. Demasiadas
habladurías. Demasiados chismes. —Exhala una bocanada de aire, su pecho se
desinfla bajo el mono—. Mi madre era joven cuando me tuvo. Tenía quince años.
Era lenta... intelectualmente, quiero decir. Murió durante el parto y mis abuelos me
criaron. Vivieron en esta propiedad hasta que murieron. No les gustaba mucho
socializar y eran muy reservados, principalmente porque la gente del pueblo se
burlaba de mi mamá. Supongo que la gente del pueblo los consideraba raros. Todo
el mundo siempre trató a mi familia como parias, y eso me llegó a mí.
—Lo siento mucho —exhalo, con un nudo que obstruye mis vías
respiratorias.

—De todos modos, nadie sabía quién era mi padre aparte de mi mamá, pero
la gente de por aquí suponía que era este joven, Jimmy, que caminaba con una
cojera y trabajaba en la fábrica de papel. Si crees en los rumores, se fue del pueblo
poco después de que mi madre empezara a aparecer.

Me llevé una mano al corazón para aliviar el dolor que sentía.

—Así que, de todos modos —continúa—, cada vez que mis abuelos me
llevaban al pueblo, empezaban los chismes y todos susurraban: 'Ese es el chico
Jimmy de Pata de Palo'. Mis abuelos nunca les corrigieron, y con el tiempo, la parte
del niño se eliminó, y se convirtió en ‘¡Ese es Jimmy Pata de Palo!’ Y ahora aquí
estoy. —Lanza los brazos al aire—. El puto Jimmy pata de palo. —Se ríe una vez—
. Qué manera tan estúpida de ganarse un apodo.

Sacudiendo la cabeza, pregunto:

—¿Te importa que te llamen Jimmy Pata de Palo?

—Por supuesto, pero ¿qué voy a hacer? —Suelta un suspiro—. Creo que lo
peor es que no es el nombre que me puso mi mamá. Y estaría muy bien que la
gente de aquí respetara eso. La respetara.

No puedo evitar fruncir el ceño.

—Siento que tú y tu familia hayan pasado por eso.

—No es tan malo —dice encogiéndose de hombros—. Soy feliz. Saludable.


Conseguí tener una chica guapa en mi estudio para hacerme compañía.

—Me encanta venir aquí —admito.

—Es bueno saberlo.

—Y gracias por el cumplido, Paul —digo, usando el nombre que le puso su


mamá—. Perro astuto. —Se ríe entre dientes y sube el volumen del equipo de
música. La canción ‘Blank Space’ de Taylor Swift suena en el aire, y yo sonrío,
viéndolo fingir que golpea la batería en el aire.

—¿Eres un Swiftie? —grito por encima de la música, y Paul se ríe.

—Me gustan las melodías de esta canción —responde.

—Claro. —Y entonces me doy cuenta, mientras le observo, de que aunque


parece feliz, está viviendo exactamente la vida de la que yo intenté huir con tanto
ahínco. De esconderme. Ser juzgada y condenada al ostracismo14 me parecía una
carga monumental, una carga de la que luché tanto para escapar.

Y al final... no sé si lo hice.

14
Ostraciscmo: Exilio o destierro de una persona de la sociedad en la que creció o vivió.
Capítulo 50
Jamie
—¿Por qué crees que lo hizo? —Pregunta Maggie, sentada al volante de la
camioneta de la empresa.

Subo los pies para sentarme con las piernas cruzadas y mirar por el
parabrisas.

—No lo sé.

—¿Crees que fue como... como si estuviera tan abrumado por el dolor
instantáneo de darse cuenta de que, sin duda, tu madre se había ido para siempre
que simplemente... quería estar con ella en la otra vida o algo así?

Vuelvo a encogerme de hombros.

—No tengo ni idea. —Y no es que no haya pensado en ello. Probablemente


he perdido meses de sueño por ello. Durante mucho tiempo, también me culpé de
su muerte, porque si las suposiciones de Maggie son correctas -lo cual he pensado
a menudo-, entonces yo fui la razón por la que lo dejó. La presioné, le supliqué hasta
el punto de que probablemente sintió que no tenía otra opción, y fue mi culpa que
ya no pudieran estar juntos.

O, al menos, eso es lo que creería mi antiguo yo.

Estoy tratando de perder esos pensamientos, y lo estoy haciendo mejor, pero


también he llegado a aceptar que todavía soy un trabajo en progreso... y eso está
bien.

Han pasado dos meses desde que todo salió a la luz, y he tardado todo ese
tiempo en armarme de valor para contarle a Mags toda la historia, desde el momento
en que Tammy y Joseph entraron en la cafetería hasta... bueno... ahora. Porque, en
cierto modo, todavía siento que este capítulo de mi vida está inacabado. Y sé
cuándo terminará, cuando sienta que por fin puedo enfrentarme a Tammy sin
sentirme de cierta manera. Todavía no ha ocurrido, obviamente, y no estoy segura
de cuándo ocurrirá. Pero eso es lo bueno de tener el control de tu vida, puedes
tomar las decisiones. Y he decidido que no necesito una fecha límite porque, según
mi terapeuta, lo más importante es que me cure y supere esto, sea lo que sea.

—No te ofendas, Jamie —dice Maggie—, pero su relación parecía muy


tóxica.

—No me digas —casi me río. Estoy bastante segura de que si no hubiera


conocido a Holden tan joven como lo hice, el concepto de amor me repugnaría. Pero
él estaba ahí, guiándome, iluminando todas las posibilidades que el amor podía
ofrecer.

—Dios —gime, pasándose una mano por el cabello—. Después de toda esa
mierda, ¿cómo carajos estás tan estable?

—Cientos de horas de terapia —digo sin palabras, observando a los


peatones que se mueven por la acera. Estamos aparcados en un centro comercial
de Justice, esperando a encontrarnos con uno de sus clientes para recoger un
cheque.

—¿Cómo va la terapia? —pregunta—. ¿Sigues haciendo esa videollamada


semanal?

Asiento con la cabeza, volviéndome hacia ella.

—Sí. Ha sido útil, pero todavía me gusta volver una vez al mes cuando visito
a Gina y hacerlo en persona. Holden y yo hacemos una sesión juntos cuando
estamos allí.

—¿Sí? —pregunta ella, con las cejas alzadas.

Otro asentimiento.

—Creo que le ayuda más a él que a mí. —Hago una pausa—. ¿Sabes lo que
me parece realmente útil?

—¿Qué?

—La cerámica y pasar el rato en el estudio de Paul. Es algo terapéutico.

—No es una sorpresa —dice Maggie.

Levanto las cejas en forma de pregunta.

—Que encuentras el arte terapéutico... —aclara—. Quiero decir, el dibujo te


ayudó cuando eras pequeña, así que...

—Es cierto.

—¿Es un hombre o una mujer tu terapeuta?


—Mujer.

—Hmm. —Golpea con los dedos el volante—. He pensado en estudiar


psicología.

—¿Antes de obtener su título de matemáticas aplicadas?

—No, quiero decir, así como. Como, podría volver ahora y hacerlo.

Le sonrío.

—Creo que serías una terapeuta increíble.

—¿Tú crees?

—Estoy segura.

—Hmm.

Por un momento, nos sentamos en un cómodo silencio mientras ella mira por
el parabrisas y yo la miro a ella. Nunca he creído realmente en Dios, ni en Buda, ni
en ninguna forma de poder superior. Supongo que siempre pensé que si alguno de
ellos era real, entonces era una mierda que Él o Ella o Ellos crearan algo tan malo
como Beaker. Pero últimamente... no sé. Es difícil negar un ser etéreo cuando me
han enviado tantos ángeles guardianes en mi vida. Gina fue la primera, luego Zeke,
Esme... y ahora Maggie.

—¿Puedo preguntarte algo personal, y no tienes que responder si no


quieres?

—Por supuesto —casi canta—. No hay nada personal entre nosotros.

—¿Tú y Gran H quieren tener hijos? —Sé que se considera de mala


educación preguntar esto a la gente, pero Maggie tiene razón, entre nosotros no
hay nada personal. Lo compartimos todo. Casi demasiado a veces.

—Tenemos hijos —bromea—. Los tenemos a ti y a Holden.

Exagero mi mirada.

—Ya sabes lo que quiero decir.

Tras un momento, responde:

—Sí, y no.

La observo, claramente confundida.


—En realidad, hemos estado hablando de abrir nuestra casa a niños de
acogida. Tal vez incluso adoptar a un par en el futuro.

Me siento más alto, mi sorpresa es evidente.

—¿De verdad?

—Sí.

—¿No quieres ninguno tuyo?

Se encoge de hombros.

—Tal vez sea raro, pero no siento esta abrumadora necesidad de dar a luz a
un niño fuera de mi vagina, especialmente para que los ame como míos, ¿sabes?

Como Holden.

Como yo.

Me lo imagino ahora, tener niños pequeños corriendo por el invernadero y los


jardines, Mags y Gran H persiguiéndolos. Serían unos padres estupendos, tanto en
régimen de acogida como de otro tipo.

—Creo que Gran H y yo estamos en un punto de nuestras vidas en el que


preferimos ayudar a los niños que lo necesitan en lugar de crear una nueva vida. —
Duda un poco antes de añadir—: Los niños como tú, ¿sabes?

Las emociones que me golpean son instantáneas y abrumadoras y, de


repente, me obligo a respirar a través del ardor detrás de los ojos, en la nariz. No lo
consigo.

—Bueno, mierda, Maggie —grito—. Sólo estás aquí haciéndome sollozar. No


es gran cosa.

—Lo siento —dice entre risas, levantando ambas manos para limpiar las
lágrimas de mis mejillas. Me froto los ojos y, al bajar las manos, me doy cuenta de
que una figura familiar se acerca a nosotros.

—¿Es ese Holden? —pregunto y me froto los ojos un poco más. Está en la
acera, llevando una gran caja de cartón, y me acerco y toco el claxon. Levanta la
cabeza y nos descubre al instante, y mueve la cabeza en un gesto de asentimiento.
Pero no se acerca. En su lugar, da unos pasos hacia la puerta de una tienda de
regalos, y yo murmuro—: ¿Qué demonios está haciendo?

Maggie permanece en silencio y, cuando la miro, sonríe de oreja a oreja.

—Mira —dice, señalando hacia la tienda.


A través de las ventanas del suelo al techo, veo a Holden colocando la caja
en el mostrador, sonriendo -posiblemente coqueteando- con la mujer de mediana
edad que está detrás. Y entonces, mete la mano en la caja y saca uno de los
jarrones de arcilla que he creado.

—¿Qué está haciendo? —susurro, viéndole sacar otro jarrón y luego otro. La
mujer se toma un momento para inspeccionarlos, cinco en total, antes de mirar a
Holden y asentir. La boca de Holden se mueve, y luego se gira, señalándome. El
cabrón saluda, y la mujer se une a él, y Maggie sisea:

—¡Saluda de vuelta!

Le devuelvo el saludo.

Maggie dice:

—El dueño de la tienda vino a la guardería el otro día cuando estabas en


casa de Jimmy y quería comprar algunas de tus obras.

Bajo la mano, mirándola con los ojos muy abiertos.

—¿Por eso me preguntaba si tenía algún apego sentimental a ellos?

Maggie asiente.

—¿Por eso me has traído aquí? Para ver...

Me interrumpo cuando Maggie se ríe.

—Sí. Para que pudieras ver por ti misma el increíble talento que tienes. Se
quedó alucinada, Jamie, no solo con los jarrones en sí, sino con tu trabajo de pintura.
Dijo que nunca había visto nada tan delicado y perfecto.

—¡Cierra tu linda boquita ahora mismo! —Miro entre Maggie y Holden,


terminando con ella—. No hay ningún cliente con un cheque, ¿verdad?

—Oh, sí hay —se apresura a decir—. Holden tuvo que investigar por cuánto
venderlas, ya que son piezas únicas, hechas a mano, originales de Jamie-née-
Taylor-futura-Eastwood.

—¡Para!

—Pensó que tendría que negociar, así que duplicó el precio de los que vio
en Internet. Ni siquiera intentó hacer un trueque. Sólo los quería.

—Esto es una locura —digo riendo, con el corazón golpeando mis costillas.

—Es algo importante... ¡que la gente quiera pagar dinero por tu arte! Te lo
mereces más que nadie.
Vuelvo a mirar hacia la tienda, donde Holden está abriendo la puerta. Bajo la
ventanilla, con una sonrisa poco refinada mientras le espero. No me saluda con
palabras. Simplemente me entrega un cheque de cientos de dólares.

—Mierda —susurro, mirando hacia él.

—La comida va por tu cuenta —afirma, todo fresco y relajado como si no


tuviera ni idea de lo que acaba de hacer por mí.

Una vez le dije que el arte no era mi pasión, que no lo amaba, pero con el
tiempo, él cambió eso al animarme, al recordarme lo talentosa que era, lo dotada
que estaba.

No es una sorpresa, supongo, sobre todo teniendo en cuenta que mi arte le


habló antes que yo...
Capítulo 51
Jamie
—Entonces, ¿qué vas a hacer con la cuenta? —pregunta Holden, sonriendo
a un lado mientras me observa desde el otro lado de la cabina de la cafetería.

—Boda o fondo de viaje, probablemente.

Gime, poniendo los ojos en blanco mientras se inclina hacia delante.

—Jamie, eres oficialmente un artista o creador profesional o lo que sea.


¡Deberías derrochar tu primer sueldo en algo completamente inútil y ridículo como
la mayoría de los jóvenes normales de veintitrés años!

—¿En qué derrocharía? Tengo literalmente todo lo que quiero.

—¿Qué te queda en la lista?

Intento ocultar mi sonrisa, mi emoción, mientras cojo mi teléfono y saco la


lista de Recuerdos de la infancia favoritos. Repaso los artículos, uno por uno, hasta
que encuentro el derroche perfecto.

—Aprender a hacer volteretas en un trampolín.

—¡Diablos, sí, nena! Eso es perfecto. —Ahora está en su teléfono, tecleando.


Durante minutos, sólo lo observo, veo al chico que amo encontrar nuevas formas
de demostrarme que me ama a cambio.

—Ordenado. Estará aquí en unos días.

—¡Aún no he cobrado el cheque! —Me río a carcajadas.

—Como sea. —Se encoge de hombros—. Tenemos el dinero de la casa de


Esme... bueno, tú tienes el dinero de la casa. El mío se ha acabado. —Llora
fingidamente entre sus manos, y yo suelto una risita como respuesta. Utilizó el
dinero para pagar sus préstamos estudiantiles y lo que le sobró lo invirtió en el
negocio. La construcción del nuevo invernadero empieza la semana que viene.
—Hablando de dinero —digo, y él baja sus manos para acercarse y cubrir las
mías.

Dice, con la cara completamente seria:

—No te preocupes, tengo una Sugar Mama15 así que no voy a sumergirme
en tus fondos.

—Bueno, mierda, cariño. ¿Crees que pagaría el doble si yo estuviera


involucrada?

Me aparta la mano.

—Uno —dice, señalando con un dedo en el aire—. Estás loca si crees que te
compartiría con alguien. Y dos —añade un dedo al que ya está levantado—, se
supone que deberías estar celosa.

Pongo los ojos en blanco de forma dramática.

—No sé cuántas veces tienes que oír esto, pero la actividad de tu polla no
define tu valor. Pero, por si acaso, ¿cuánto te paga y cuál es mi parte por compartir?

Me frunce el ceño y baja la cabeza, haciendo que un mechón de cabello caiga


sobre su frente y caiga justo encima de esos ojos verdes que tanto me gustan.

—¿Por qué estás tan caliente? —Me quedé sin palabras.

Murmura, mirándome fijamente.

—Ayuda cuando necesito vender mi cuerpo. —Me río.

—¿Hemos terminado? ¿Podemos seguir adelante ahora? —Inclinándose


hacia atrás en su silla, asiente una vez.

—Adelante.

Inspiro una gran bocanada de aire, cansada de cómo va a responder.

—Estaba pensando que puedo destinar parte del dinero de la casa de Esme
a la presencia online de la empresa. Tenemos que actualizar la página web y hacer
publicidad en las redes sociales. Puedo publicar anuncios y otras cosas. Podemos
publicar fotos de la construcción del nuevo invernadero. Y, estaba pensando, ya que
nos vamos a casar en mi jardín, podría deslizar algunas cosas de la boda allí, ganar
otra audiencia, y tal vez en el futuro, puede comenzar a organizar bodas de nuevo.
—Tomo aire—. No tendrás que hacer nada, lo prometo... además de posar sin
camiseta para las fotos...

15
Sugar Mama: Mujer mayor que lo mantiene a cambio de favores sexuales.
Se ríe, sacudiendo la cabeza.

—Puedo atacarlo con todas las fuerzas. Creo que sería de gran ayuda.

—Creo que también lo haría —acepta—, pero no quiero que gastes tu dinero
en ello, y no podemos pagarte por tu tiempo.

—Cierra tu perfectamente placentera y asquerosa boquita —le digo


bruscamente y espero a que calme su risa—. Holden, ese lugar también es mi
legado, ahora, ¿verdad?

—Por supuesto que sí —dice, asintiendo, sus ojos se suavizan mientras sus
labios se levantan en las esquinas.

—Y nuestros futuros hijos...

Se inclina hacia adelante, sus palabras son un susurro.

—Voy a meter tantas malditas cargas dentro de ti...

Alejo su cara.

—¿Así que puedo hacerlo?

—Eso sería increíble —dice, su mirada se desplaza hacia la puerta de la


cafetería.

Le oigo antes de verle.

—¡Tío Holden! —Mi sonrisa se amplía cuando me vuelvo hacia Benny, pero
se desvanece igual de rápido cuando veo quién está con él.

Tammy y Joseph esperan a que Benny se siente al lado de Holden antes de


tomar un cuatro de altura lo más lejos posible. Me doy la vuelta y me siento con la
espalda recta de cara a Holden y Benny.

—¡Hola, señorita Jamie! —Benny canta.

—Hola, dulce niño.

Benny habla, y Holden agacha la cabeza, escuchándole, pero


observándome. Le dedico una sonrisa, para que sepa que estoy bien.

No sé si lo estoy.

No he visto a Tammy y a Joseph desde nuestro encuentro en la entrada, y


no es que no esperara hacerlo en algún momento. Blessing es un pequeño pueblo
con una población de poco más de 200 personas. Yo sólo... no estaba preparada,
y ahora estoy sentada aquí, teniendo que fingir delante de mi prometido.
Duele.

—¡Bennett! —Joseph llama—. ¡Ven y dinos qué quieres pedir, amigo!

Benny se levanta del asiento, pero no se va enseguida.

—¿Vienen? —pregunta, mirando entre Holden y yo.

Holden me mira rápidamente, con el ceño fruncido y los ojos desenfocados.


Odio, odio, odio esto para él.

—Tal vez en otro momento.

—Deberías irte —le digo.

Benny está agarrando el brazo de Holden ahora, tratando de sacarlo de la


cabina.

—¡Vamos!

—No puedo —le digo a Benny—. Tengo que estar en un sitio.

A Holden le digo:

—¡Vete! Le dije a Jimmy que estaría en su estudio hace diez minutos. Puedes
conseguir que te lleven de vuelta, ¿verdad? —Alargo la mano para tomar las llaves
de Holden.

—Nena...

Le hago un gesto a Benny, casi imperceptiblemente, insinuándole que no lo


haga ahora, no delante de él. Y además, no hay razón para que no pase tiempo con
su familia. Sé que habla con su madre. Le he pillado al teléfono con ella unas
cuantas veces, y siempre cuelga tan rápido, como si lo que está haciendo estuviera
mal. No lo es. Y no importa cuántas veces le diga que quiero que tenga una relación
con Tammy, él sigue sintiendo que tiene que ocultármelo.

Odio que sienta que está atrapado en el medio. Que tiene que elegir de
alguna manera entre su madre y su prometida, y que es una cosa o la otra, o no es
nada.

No es para nada justo para él. Lo sé. Pero lo estoy intentando. Lo estoy
consiguiendo, he querido decírselo. Sólo necesito tiempo.

—¡Vamos! —Benny insta, tirando del brazo de Holden de nuevo.

Holden finalmente cede, saca sus llaves del bolsillo y me las da.

—Estaré pronto en casa, ¿vale? —dice, saliendo de la cabina.


—Tómate tu tiempo. Estaré en casa de Jimmy un par de horas.

Deja algo de dinero en la mesa para nuestra comida y luego se inclina y me


besa la mejilla.

—Te amo.

—Yo también te amo —aseguro—. ¡Ahora, ve!

No los veo caminar de la mano hacia su familia.

Al igual que no contengo mis emociones al salir de la cafetería hacia la


camioneta de Holden.

Y definitivamente no lucho contra las lágrimas mientras me siento al volante,


viendo a Holden y a su madre abrazarse tan fuerte que uno pensaría que no se han
visto en meses.

Tal vez no lo hayan hecho. O quizás sí.

Y eso, también, es algo que Holden siente la necesidad de ocultarme.


Capítulo 52
Jamie
—¡Ha salido muy bien! —dice Paul, su voz fuerte con la emoción.

Miro mi último proyecto, un cerdo volador hecho con una vieja lata de leche
y los restos que he podido encontrar en el estudio. Luego miro en lo que está
trabajando, una enorme e intrincada araña de orbes que le encargó la iglesia local.

Me reprimo la carcajada.

Mi cerdo tiene tapones de botella como ojos, y su pieza tiene cristales.

—¿Vas a pintarlo? —pregunta—. Creo que tengo algo de rosa sobrante por
ahí.

Dios, Holden se moriría de risa si trajera a casa un cerdo de metal rosa con
alas.

—Absolutamente.

Mi teléfono vibra en el bolsillo, lo cojo y abro el mensaje de texto de Holden.

Holden: Benny quería que fuera a su casa para mostrarme algunas de sus
nuevas rocas. ¿Está bien si voy?

Me apresuro a responder.

Jamie: ¡Por supuesto! No necesitas mi permiso.

Holden: ¿Estás segura? No iría si no me lo pidiera él. Y hace tiempo que no


voy por allí, así que...

¿He mencionado que odio, odio, odio esto por él? Le respondo:

Jamie: Te amo. ¡Ve!


Su respuesta es instantánea.

Holden: Iré andando a casa o pediré a Mia que me lleve. Yo también te amo.
Mucho.

—¿Estás bien, cariño? —Paul pregunta.

—Sí, ¿por qué?

—Te ves como el día que te llevé al aeropuerto. —Hace una pausa—. Un
poco desconsolada...

Me meto el teléfono en el bolsillo e intento sonreírle.

—¿Puedo preguntarte algo?

Tras quitarse el casco por completo, asiente una vez.

—Si no te gusta que la gente del pueblo te llame Pata de Palo, ¿por qué no
dices algo? ¿Por qué no te defiendes?

—No lo sé. —Sus hombros se levantan con su encogimiento de hombros


mientras se apoya en el banco de trabajo—. Supongo que, en cierto modo, es el
menor de los males, ¿no? Prefiero que me lo hagan a la cara a que lo susurren a
mis espaldas.

Pienso en su respuesta durante un largo momento, y finalmente respondo:

—Entonces, si alguien tuviera algo malo que decir sobre ti, pero te lo dijera a
la cara, ¿estarías de acuerdo con eso?

—Bueno... —Suspira, cruzando los brazos mientras contempla—. ¿Lo de


algo malo es cierto o falso?

—Un poco de las dos cosas —murmuro.

Se pasa una mano por el bigote de manillar, moviendo los pelos en todas las
direcciones.

—En mi mente, esperaría enderezarlos en ese mismo momento, pero en la


realidad... no estoy seguro de lo que haría. —Me mira con curiosidad y añade—:
¿Por qué? ¿Qué has hecho?

Mi corazón se hunde ante la realidad de mi situación.

—Me escapé. —Asiente como si ya lo supiera.

—¿Te arrepientes? —pregunta.


—No me arrepiento tanto, porque no creo que hubiera podido enderezarlos
entonces. Sólo... desearía haber tenido el valor de hacerlo ahora.

—Bueno, tal vez algún día tengas ese valor. —Su sonrisa es suave—. O tal
vez ya lo tienes, y sólo no lo sabes todavía...
Capítulo 53
Holden
La llamada telefónica entre Mia y yo se queda en blanco porque ninguno de
los dos sabe qué decir. Hace media hora que me ha dejado en casa, y en ese tiempo
he montado el Airfort16 que me había prestado Benny y me he sentado dentro, con
el corazón encogido y el estómago revuelto, retorciéndose hasta el punto del dolor
físico.

—Ojalá supiera qué decir —dice Mia.

—Yo también.

—¡Holden! ¿Qué es esto? —Jamie grita. El ventilador que mantiene el fuerte


debe haber ahogado el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose, y ni siquiera
la he oído entrar.

—Tengo que irme —le digo a Mia y cuelgo justo cuando Jamie levanta la tela
a mi alrededor, haciendo que el fuerte se derrumbe.

Se desliza dentro y, segundos después, el fuerte iglú vuelve a tener la forma


prevista. Se sienta con las piernas cruzadas frente a mí, con una amplia sonrisa
mientras sus ojos observan el pequeño espacio. Le digo:

—Le hablé a Benny de nuestros fuertes de manta y tenía esto. Quería que
vinieras para enseñártelo, pero... —Pero ella no puede estar allí, y él no lo
entiende—. De todos modos, dijo que podía traerlo a casa, así que... aquí está.

La sonrisa de Jamie vacila al encontrarse con mis ojos.

—¿Cuánto tiempo van a estar en la ciudad?

16Airfort: Fuerte de Aire. Fuerte inflable para niños. Se conecta a un ventilador normal de caja, y
este lo mantiene erguido mientras niños juegan dentro.
—Un par de días más... —Murmuro, con la mirada baja, hurgando en las
tablas del suelo. No he tenido tiempo de ordenar mis emociones antes de que
llegara a casa, y no quiero que me vea así.

Pero lo ve de todos modos.

—¿Qué pasa?

—Nada. Te amo —me apresuro a decir, acercándome para apartar su cabello


de la cara. Pero el ventilador sopla y no puedo controlarlo, y ahora mismo siento
que no puedo controlar nada.

Me aparta suavemente las manos y mantiene sus ojos en los míos mientras
se recoge el cabello en un moño suelto.

—Holden, ¿qué está pasando?

—Nada —miento, y entonces la miro. La miro de verdad. Y no tengo ninguna


duda de que ella es para mí. Ella es mi futuro. Mi todo. Para el resto de mi vida—.
¿Puedes venir aquí? —Le ruego, tirando de su mano. La guío hasta mi regazo, con
sus piernas dobladas a ambos lados de mí, y entonces simplemente... la abrazo.
Durante unos minutos, tomo la fuerza que ella muestra a diario y trato de capturarla.
Trato de usarla para mí.

—Cariño... —Jamie arrulla, sus manos en la parte posterior de mi cabeza, los


dedos se enlazan, jugando con mi cabello allí—. ¿Qué pasa?

No quería hacer esto. No quería añadir presión a su dolor, pero no sé de qué


otra manera afrontarlo. Me retiro, con las lágrimas atrapadas en mis pestañas, y
Jamie... Los hombros de Jamie se levantan, el miedo en sus ojos es palpable.

—Hoy hablé con Joseph... de todo. —Trago saliva. Con fuerza. Y busco en
sus ojos—. Mi madre no sabía que él había traído el cheque ese día. Eso fue todo
por su cuenta. Me explicó que, durante mucho tiempo, sintió que el dinero era lo
único que podía ofrecer, así que eso fue lo que hizo. Se disculpó por su parte... —
Jamie me observa, con la mandíbula desencajada—. De todos modos, quería que
te lo transmitiera, y puedes hacer con ello lo que quieras, pero sólo quería que
supieras...

Sus labios se separan y empieza a hablar. Se detiene. Su garganta se mueve


al tragar mientras su toque en mí se afloja.

—¿Qué me estás ocultando?

Mis hombros caen, mi cabeza cae hacia adelante. No puedo mirarla cuando
digo:

—Mi madre no está muy bien, Jamie.


Su jadeo es suave, silencioso.

—¿Está enferma?

—Físicamente no —me atraganté, y levanté la vista para ver a Jamie


asintiendo, como si lo entendiera—. Me di cuenta en cuanto la vi hoy. Ha perdido
peso y... Joseph dice que no ha estado comiendo bien, y que se pasa el día en la
cama llorando. Nena, tiene tanto miedo de perderme, que ni siquiera puede...

—No te va a perder. Y sabes que eso no es lo que quería.

—Pero así es como se siente, y tengo que entenderlo. Tengo que validarlo.
—Tomo aire, intento calmar los pensamientos que pasan por mi mente—. Ni
siquiera volvieron a su luna de miel, ella estaba tan estresada, y esta es la primera
vez que vuelven aquí porque tenía mucho miedo de disgustarnos, y Joseph dijo que
la hizo hablar con alguien... como un psiquiatra, o algo así, y ahora está tomando
esas medicinas porque le diagnosticaron depresión, y esas medicinas... le están
jodiendo la cabeza, y yo no... —Un nudo se me aloja en la garganta, haciendo
imposible hablar, y Jamie está justo ahí, abrazándome como la he abrazado tantas
veces—. Es mi madre, Jamie —grazno, separándome—. Y tu madre...

—No —interrumpe ella, sacudiendo la cabeza en señal de advertencia—. No


hagas eso, Holden. No me hagas daño porque tú estás sufriendo. Sé quién era mi
madre...

—Eso no es... —Eso es exactamente lo que iba a hacer. Me inclino hacia


delante y le doy un beso en la frente—. Te prometo que esto no tiene nada que ver
contigo. Es que... tengo que irme.

—¿Ir a dónde?

La levanto suavemente de mi regazo.

—Un paseo. Necesito despejar mi maldita cabeza.


Capítulo 54
Jamie
Durante los últimos años, he vivido mi vida un poco al límite. Me he atrevido
a hacer cosas que la mayoría de la gente consideraría aterradoras. He saltado
desde acantilados de quince metros en aguas oscuras del océano y he caminado
durante la noche en zonas donde la noche es tan negra que no puedes ver ni un
metro delante de tu cara. Hice todo esto sabiendo que ningún resultado podría ser
más aterrador que entrar en la casa de Beaker ese día.

Pero, la diferencia entre entrar en la casa de Beaker y enviar un simple


mensaje de texto es que no sabía qué esperar cuando entré.

Ahora sí. Porque tengo el control. Tengo que tenerlo.

La respuesta a mi mensaje llega sólo unos segundos después, y durante


unos minutos me quedo mirando. Esperando. Deseando más. No llega nada.

Me meto en la ducha, esperando un poco que Holden vuelva mientras tanto,


así que no me sorprende que la casa esté vacía cuando salgo. Y entonces... me
pongo a trabajar.

Y vuelvo a ser la antigua yo.

Libero mi mundo de impurezas y mi cuerpo de vergüenzas. Limpio cada


mueble, cada superficie, cada centímetro de suelo y la ropa que me pongo. Plancho
cada arruga, lustro cada botón.

Hace tiempo que no me pongo esta ropa. Desde que sentí la necesidad de
mostrar la perfección.

Aturdida, me pongo la falda plisada y la blusa blanca, con los botones


subidos. Luego me miro en el espejo de cuerpo entero, el que tiene el marco en el
que Benny y yo nos pasamos horas trabajando, pegando piedras que encontramos
en el arroyo.
Odio a la persona de mi reflejo. La que huye de las situaciones difíciles. La
que temía ser juzgada.

Tomo nota de la hora y me dirijo a la cocina para empezar a preparar la cena,


cronometrando todo al minuto, si no al segundo.

Acabo de meter el pollo en el horno cuando la puerta se abre de golpe y


aparece Holden. Lleva horas fuera, pero ni siquiera mira en mi dirección cuando
murmura:

—Voy a ducharme muy rápido.

Le sigo la pista desde la puerta principal hasta el cuarto de baño, esperando


a que la puerta se cierre antes de aspirar un suspiro, mis ojos se cierran cuando lo
suelto lentamente. Luego reanudo mi tarea. Hiervo agua para la pasta y saco las
setas de la nevera. La puerta del baño se abre justo cuando estoy echando la pasta
en la olla, y un momento después, Holden sale vestido con pantalones cortos y una
camiseta blanca, con su tatuaje asomando por encima del agujero del cuello. Se
para en medio de la sala de estar, mirando a su alrededor.

—¿Has limpiado? —pregunta.

Dejo caer mi mirada, intento estabilizar mis manos mientras corto las setas.

—Sí.

Antes de que responda, llaman a la puerta. Su cabeza se inclina hacia el


sonido y, por un momento, se queda mirando. Finalmente, da unos pasos hacia la
puerta y la abre.

—Mamá —jadea, y su mirada se dirige rápidamente hacia mí antes de volver


a centrarse en ella—. No puedes...

—Está bien —interrumpo, limpiando mis manos en un paño de cocina, y


vuelvo a colocar los doce anillos en mis dedos—. Yo los invité.

A Holden se le salen los ojos de las órbitas y se queda parado, congelado,


mirando entre su madre y yo. Finalmente, abre más la puerta y yo me muevo
lentamente alrededor del mostrador, con las manos agarradas delante de mí.

Tammy y Joseph entran y yo espero nerviosa el momento en que los ojos de


Tammy se cruzan con los míos.

—Hola, Jamie —dice, y la sorprendo dando un paso hacia Joseph.


Reconozco la acción porque es exactamente lo que hago con Holden cuando tengo
miedo. Joseph es su protector como Holden es el mío, y por eso hizo lo que hizo
por ella, lo que sigue haciendo.
—Hola, Sra. Kovács. Sr. Kovács.

—Tammy y Joseph —dice Tammy—. Por favor.

—Tammy. —Asiento con la cabeza—. Joseph. —Vuelvo a asentir.

Debo parecer un verdadero ganador en este momento, pero para ser justa
conmigo misma, estoy nerviosa.

Y asustada.

Pero... también estoy preparada.

Finalmente.

—Gracias por venir tan a última hora.

—Gracias por invitarnos —dice Tammy—. Significa el mundo.

Señalo detrás de mí.

—La cena aún no está lista. ¿Quieren agua o algo?

—Estamos bien, Jamie —dice Joseph, con una voz más suave de lo que
nunca le he oído hablar a mí o de mí.

Agito la mano delante de mí, señalando el sofá.

—Siéntense, por favor.

Es ahora cuando me doy cuenta de que Holden sigue manteniendo la puerta


abierta, observándonos de un lado a otro con las cejas fruncidas.

Me acerco a él, cerrando la puerta, y luego me pongo de puntillas, con las


manos en su pecho, y lo beso rápidamente.

—Te amo —digo con la boca.

Y está claro que intenta contener sus emociones.

—¿Estás bien? —susurra.

—Estoy perfecta —miento.

Arrastra su mirada por mi ropa, luego vuelve a subir a mis ojos, y sabe... sabe
por qué estoy vestida así. Por qué intento ocultar quién soy.

—Jamie... —susurra.
—Vaya, este lugar ha cambiado mucho —dice Tammy, y yo aprovecho la
oportunidad para cambiar de tema.

—Sí, nos pusimos al día —digo, volviéndome hacia ella.

—Eso es todo Jamie —responde Holden, cogiendo dos taburetes de debajo


de la barra y sentándose frente a ellos.

—Me gustan las cortinas —me dice Tammy.

Me siento en el taburete vacío junto a Holden.

—Gracias.

La habitación se llena de un incómodo silencio mientras Tammy y Joseph me


miran fijamente, esperando.

Le devuelvo la mirada.

En mi mente, había luchado por encontrar una forma de empezar esta


conversación que no fuera una disculpa para ninguna de las partes.

—Este era el lugar del jardinero, ¿verdad? —pregunta Joseph, rodeando con
su brazo los hombros de Tammy, y no estoy muy seguro de lo que ocurre a
continuación; qué es lo que pasa por la mente de Tammy que la hace sollozar entre
sus manos, con todo su cuerpo temblando por la fuerza de su llanto. Me apresuro a
levantarme, a ir hacia ella y sentarme a su lado, y.… abrazarla. Sostenerla. Decirle:

—Está bien.

Sacude la cabeza, tratando de recuperar el aliento.

—Debería habérselo dicho a Holden —grita—. Tuve todas las oportunidades


para hacerlo, pero estaba tan avergonzada de lo que te había hecho. A los dos.

—Está bien —le repito, y luego le digo algo que hubiera deseado que alguien
me dijera en mis horas más oscuras—. No es tu culpa.

—Jamie... —grita, retirando sus manos y fijando sus ojos manchados de


lágrimas con los míos—. Por supuesto que sí.

—Mamá —dice Holden, desplazando la mesa de café hacia atrás para poder
acuclillarse frente a ella—. Vamos a superar esto, ¿de acuerdo?

Bajo los brazos y sacudo la cabeza, inflexible.

—Tammy... —Suspiro, tratando de ordenar mis pensamientos—, mi madre


era una borracha que sentía que no tenía otra opción que quedarse con un hombre
que la golpeaba constantemente. Me mantuvo en ese ambiente durante años y, aun
así, nunca pude verla mal porque todas las palizas que recibió iban dirigidas a mí.
Ella me protegía. Siempre. Como tú haces con Holden. —Cubro su mano con la
mía, un movimiento que ella me había introducido en la oscuridad de la noche,
aunque era ella la que estaba sufriendo. Miro a Holden, a sus ojos que me suplican
que haga algo. Cualquier cosa—. Sé lo que es mirar al vacío, buscando respuestas.
Buscando el por qué y el cómo, y entiendo esa necesidad de razones, ese querer
encontrar a alguien a quien culpar, aunque ese alguien fuera yo.

—Jamie... —Tammy tiembla.

Tomo aire, lucho contra mis emociones, porque tengo el control, y digo:

—Lo que intento decir es que ahora lo entiendo. Entiendo por qué pensabas
que Holden se merecía algo mejor, porque eso es lo que quieres, como madre, lo
mejor para tu hijo. —Me trago los nervios—. Pero... quiero a Holden con todo lo que
llevo dentro, y tengo la suerte de que él siente lo mismo, así que... significaría mucho
para los dos que estuvieras en nuestra boda... —Tammy jadea, y yo continúo—: Y
mientras tanto, me encantaría pasar algún tiempo contigo. Así quizá podamos
conocernos mejor y trabajar en nuestra relación. —Tomó mi iPad de la mesita—.
He pensado que podríamos empezar por aquí —digo, golpeando la pantalla,
tratando de ocultar el temblor de mis dedos. Saco el archivo que había estado
buscando y se lo enseño—. Son algunas ideas que tengo para la boda. No sé muy
bien por dónde empezar, así que...

Esta vez, Tammy me abraza, igual que hizo con Holden en la cafetería. Largo
y apretado. Y cuando llora, yo también lloro, porque siento que es la página que
falta para cerrar este capítulo de mi vida, un capítulo que parecía casi imposible de
completar. Comienza a alejarse, pero aún no estoy preparado para dejarla ir.

Cinco años.

Llevo cinco años aguantando este dolor, este desamor, y por fin, por fin, se
ha acabado. Cuando finalmente la suelto, me limpio los ojos, me concentro en las
imágenes del iPad para ocultar mis emociones.

—Estoy pensando en dalias para mi ramo —digo a través del gigantesco


nudo en mi garganta.

—Por supuesto —responde Tammy, apartando un mechón de cabello suelto


de mis ojos. Levanto la vista, con la respiración contenida en mis pulmones para
evitar otro sollozo—. Para tu madre...

Asiento con la cabeza, mi visión se nubla con una nueva aparición de la


angustia líquida.

—Oh, Jamie. Ella estaría muy orgullosa de ti, estoy segura. Eres un artista
profesional, me dice Holden...
Miro a Holden, cuya sonrisa llena todos los espacios vacíos que deja el dolor
que por fin he dejado atrás, y me río entre lágrimas.

—¿Te ha dicho eso?

Tammy asiente.

—Me cuenta todo sobre ti. Te adora con todo su corazón.

—Es cierto —dice Holden, asintiendo, sus ojos y su mirada iluminan su


orgullo para mí. Lo veo ahí, puedo sentirlo dentro de mi alma, iluminando las partes
más oscuras de mí.

Tammy señala el iPad.

—¿Has pensado en la canción para tu primer baile?

Sacudo la cabeza.

—Ni siquiera se me ha pasado por la cabeza.

—¿Puedo hacer una sugerencia?

—Por supuesto.

—'My Girl' de The Temptations.

—Oh, esa es una buena —dice Joseph, que había estado tan callado que
casi había olvidado que estaba aquí.

Tammy lo ignora, acercándose a mis mejillas.

—Era la película favorita de tu madre, ¿verdad? ¿Por eso solías llevar todos
esos anillos de humor? ¿Por eso Holden te regaló ese colgante?

La miro fijamente, mis lágrimas fluyen rápidas y libres.

—Sí, lo fue. Tal vez tú y yo podamos verla juntas algún día.

—Oh, cariño —me arrulla, y me abraza de nuevo. Durante unos minutos, me


deja llorar en su hombro, y me gustaría saber de dónde vienen todas esas
emociones.

Me aseguraré de preguntarle a mi terapeuta en nuestra próxima llamada.

—¡Tus anillos! —casi grita.

Extiendo mis manos entre nosotros.


—Son tan hermosos —dice, su toque suave en las yemas de mis dedos—. Y
tú también... al menos, lo que recuerdo de ti.

—No he cambiado mucho —respondo.

—Sí, lo ha hecho —dice Holden, y justo cuando pienso que va a sacar más
emociones, añade—: Se ha puesto aún más buena. Su culo...

—¡Holden! —Gimoteo, empujando su hombro hasta que se cae hacia atrás,


teniendo que estirar el brazo hacia atrás para agarrarse—. ¿Qué te pasa?

El cuerpo de Joseph se estremece con su risa contenida.

Y Tammy observa nuestro intercambio, con la cabeza inclinada, sonriendo


como se supone que los padres deben sonreír a sus hijos. Recuerdo esa sonrisa....
en mi madre. Antes que nada, recuerdo su amor por mí.

Aparto mi dolor de corazón, mi anhelo, y miro mis dedos.

—Este es mi favorito —digo.

Tammy me levanta la mano para inspeccionarla más de cerca. Es una roca


de color turquesa que está en dos piezas, sujetas por púas de horquilla separadas
y expuestas una encima de la otra.

—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ella? —Pregunto y no espero una


respuesta—. Me recuerda a Holden. De lo que siente por mí... que sólo porque algo
esté roto, no significa que no sea perfecto.
Capítulo 55
Holden
Jamie y yo saludamos a mamá y a Joseph cuando salen en reversa del
camino de entrada, la sonrisa de mamá coincide con la mía. Cuando ya no están a
la vista, me vuelvo hacia la chica que está a mi lado, apoyando mis antebrazos en
sus hombros y dejando caer mi mirada hacia la suya.

—Eres muy especial, ¿lo sabías?

Se pone de puntillas y me besa una vez.

—Me haces sentir muy especial.

La abrazo contra mí, sin dejar espacio entre nosotros.

—Gracias por hacer eso, y siento si te apresuré o presioné...

—No lo hiciste —ataja ella, echándose hacia atrás—. Ya era hora.

—No tenías que invitarlos a la boda. —Ni siquiera hemos fijado una fecha
todavía—. Podrías haberte tomado tu tiempo y llegar a...

—Holden —se ríe—. No me arrepiento de nada; te lo prometo. Pero he tenido


un gran día, y estoy cansada, y...

—De acuerdo... —Tomo su mano entre las mías—. Sólo hay un lugar al que
tengo que llevarte, y luego volveremos directamente a casa.

—¿Dónde diablos quieres ir ahora?

Ya estoy abriendo la puerta del coche cuando respondo, repitiendo las


palabras que había dicho la primera vez que se subió a mi camioneta:

—Cállate. Sube.

Sus hombros caen mientras se lleva una mano al corazón.


—Aww, la nostalgia del Holden idiota. Hace que mi corazón sea tan feliz.

🧩 🧩🧩

—Si me llevas a algún sitio para doblarme sobre un banco y deshuesarme,


¿podemos esperar un poco? —Dice Jamie—. Estoy muy llena. —Se mueve en su
asiento para poder desabrocharse la falda y luego se levanta la blusa para revelar
su estómago desnudo, curvado y lleno.

Se pasa una mano por encima, gimiendo, y yo vuelvo a centrarme en la


carretera y digo:

—Pregunta.

—¿Sí?

—¿Cuánto tiempo quieres esperar después de la boda para tener bebés?

—¿Qué? —Se sienta, mirándome fijamente—. ¿Crees que parezco


embarazada?

—¡No! —Me río a carcajadas—. Pero te estabas frotando la barriga, y fue lo


primero que pensé, y ahora me pregunto si hay una necesidad incesante en los
machos de plantar su semilla.

—¿Plantar su semilla? —se burla—. ¡No soy un jardín, Holden!

—¡Responde a la pregunta!

Se quita los zapatos y sube los pies para sentarse con las piernas cruzadas.

—No por un tiempo. Años. Quizá diez —dice—. Todavía quiero viajar y
descubrir quién soy, quiénes somos como matrimonio, ¿sabes? ¿Diez años?

—Cinco —contesto.

—Siete —responde.

Asiento con la cabeza.

—Lo tomaré.

Se acerca y me coge la mano, colocándola sobre su regazo, y sé lo que hará


a continuación. Abrirá la guantera, sacará un rotulador, lo pondrá sobre mi piel y
creará magia con sus dedos. Cada vez que lo hace, me siento igual que la primera
vez, sólo que entonces apenas era mi novia. Ahora, es mi prometida.

—Sería muy bonito —dice, distraída por las líneas que está creando—. Un
pequeño yo corriendo por ahí.
—Oh, Dios, no. Un poco de ti sería un dolor de cabeza —bromeo—. Un
pequeño yo en cambio...

—Un pequeño tú me volvería loca. Me imagino a ese mierdecilla


aterrorizando a la ciudad, paseando como si fuera el dueño.

Nos miramos durante un segundo. Dos.

—Sí —murmuro—, definitivamente deberíamos aplazar lo del niño hasta que


ambos estemos preparados.

—De acuerdo —dice, moviendo el rotulador desde el dorso de mi mano,


sobre mi muñeca y subiendo por mi brazo.

—¿Cómo va ese diseño de manga completa? —Le pedí que hiciera algo que
combinara con lo que ya tenía, y me dijo que lo haría con una condición. No podía
verlo hasta que lo tuviera puesto. De forma permanente. Ella pensó que estaba
siendo muy inteligente, como si me importara lo que hay allí. Podría diseñar una
polla y unas pelotas gigantes con una gorra al revés, también conocida como mi
autorretrato, y yo me pasearía felizmente con ella sólo porque lo ha dibujado.

—Definitivamente es un trabajo en progreso —Se detiene con el rotulador


sobre mi piel, dejando que la tinta oscura flote en los pliegues de mi carne. Mira
hacia arriba y a su alrededor, intentando averiguar dónde estamos—. ¿Vamos a
casa de tus abuelos?

—Sí —Le doy un golpecito en la pierna, para recordarle que siga adelante, y
ella pone los ojos en blanco y hace lo que le pido.

—¿Qué haremos allí?

—Tengo que recoger algo muy rápido.

Sólo unos minutos después, Jamie está a mi lado mientras abro la puerta
principal de la casa de mis abuelos.

—¡Tu nieto favorito acaba de entrar en el edificio! —anuncio. Soy su único


nieto, pero quién cuenta.

Oigo la risa de la abuela antes de que doble la esquina, con los brazos
abiertos para que me acerque. Pero no se dirige a mí. Se dirige a Jamie.

—Hola, cariño —saluda, estrechando a Jamie en un suave abrazo.

—Hermano, qué demonios —murmuro.

—No soy tu hermano —dice la abuela.


—Los niños de hoy en día —murmura el abuelo, pasando por encima de mí
para besar a Jamie en la mejilla.

—Vamos —resoplé—. ¿Ya no recibo amor?

—Ella es más bonita de ver —dice el abuelo, ignorándome de nuevo para


volver al salón.

—Ha sido una buena bienvenida —digo.

—¡Vives a cinco minutos y ni siquiera puedes hacer tiempo para visitar a tus
abuelos! —grita en broma... creo—. Jamie nos ha visitado más veces en los meses
que lleva aquí que tú en años.

Jamie me saca la lengua y yo le devuelvo la mirada.

—¡Eso es porque Jamie es vieja como tú!

—¿A quién llamas vieja? —Dice la abuela, acercándose a mí con su metro y


medio de estatura.

Me echo a reír.

—Joder, abuela, qué frases más peleoneras. —Me da un puñetazo juguetón


en el torso y yo finjo que me duele—. Para, te vas a romper una costilla.

—¡Oh, silencio! —dice, acercándose a acariciar mi mejilla—. Sabes que te


quiero.

—Genial. Adoración por lástima, justo lo que quiero.

Jamie suelta una risita y yo miro a mi abuela.

—Sólo necesito recoger algo de la habitación de invitados, ¿vale?

—Claro que sí —dice, agitando una mano en el aire—. Adelante, chicos.

Tomo la mano de Jamie y la conduzco por el pasillo hasta el dormitorio de


invitados, donde hay tres cajas de cartón apiladas en una esquina.

—¿Qué estás buscando? —pregunta Jamie, de pie en medio de la


habitación. Hago un gesto hacia la esquina.

—Mira en las cajas.

Me mira de reojo un momento, antes de acercarse con cuidado a ellas.


Cuando llegaron aquí hace meses, las abrí para asegurarme de que todo lo que
había allí seguía intacto. En puntas de pie, Jamie levanta la solapa de la superior y
mira dentro. Un momento después, su aguda inhalación llena la habitación.
—Son de Esme... —susurra, volviéndose hacia mí. Su garganta se mueve al
tragar y sus ojos se abren de par en par—. Pero dijiste que los habías donado...

Me encojo de hombros.

—Mentí.

—¿Por qué?

—Porque me di cuenta de que significaban algo para ti, aunque no quisieras


admitirlo. —Me acerco al armario y abro la puerta, revelando lo único que cuelga
del perchero.

—Holden, no... —Jamie susurra, y se pone en pie con lentitud, su mano


alcanza el portatrajes antes de que el resto de ella pueda llegar a él—. Tú no... —
Se vuelve hacia mí—. No puedo creer que hayas hecho esto.

Aprieto mis labios contra los suyos y la beso una vez antes de apartarme.
Luego, me siento en el borde de la cama, observando cómo baja lenta y
cuidadosamente la cremallera para dejar al descubierto los botones de encaje
blanco y perlas.

—Le has dicho a mi madre algo clásico, ¿verdad? ¿Intemporal?

Con manos temblorosas, cambia el bolso por los hombros del vestido,
dejándolo caer al suelo, y retrocede un centímetro para asimilarlo todo.

—Es precioso.

—Lo es —estoy de acuerdo, pero no estoy hablando del vestido. Estoy


hablando de ella.

Se le llenan los ojos de lágrimas mientras me mira por encima del hombro.

—¿Crees que a Esme le importaría si yo...

Sacudiendo la cabeza, le digo:

—¿Estás bromeando, Jamie? Sería un honor para ella.

—Lo sería, ¿no? —murmura, volviendo al vestido—. Ella hizo esto, ¿sabes?
Consiguió que tú y yo volviéramos a estar juntos. Incluso desde el cielo, nos está
animando.

Una pesadez se posa en mi pecho ante sus palabras, porque tiene razón. E
intento no pensar en todos los obstáculos que hemos tenido que saltar para llegar
hasta aquí, exactamente donde Esme nos quería, e intento, en cambio, centrarme
en el futuro. Un futuro con mi esposa.
Jamie alarga la mano y veo con la respiración contenida cómo agarra la
percha y se detiene, dudando. Por favor, por favor, por favor, le ruego internamente,
mi columna vertebral se endereza por la expectativa. Saca el vestido de la percha,
y mi pulso empieza a acelerarse cuando se lo lleva a la frente, y luego, despacio,
despacio, se enfrenta a mí...

Finalmente, suelto el aliento que había estado conteniendo, mi sonrisa es tan


amplia como mi amor por la chica que tengo delante. Porque ahora, me acaban de
regalar la única cosa que ha cautivado mi mente, mi corazón, toda mi existencia
durante meses.

Tengo que ver a Jamie con un vestido de novia.

Y lo va a usar para mí.


Epílogo
Jamie
La camioneta de Holden está parada en la entrada, con los faros apagados,
cuando me acerco. Tan pronto como estoy sentada, me pregunta:

—¿Lista? —No es realmente una pregunta.

Pero respondo de todos modos.

—Sí.

No tengo ni idea de adónde vamos, pero al igual que aquella vez que me
llevó al campo de margaritas, no importa. Porque sé, en mi corazón, que seguiría
ciegamente a este chico de ojos verdes hasta el fin del mundo y de vuelta.

El sol apenas asoma por el horizonte cuando aparca en el lugar al que le


llevaba su abuela de pequeño. Me ayuda a salir del asiento y a subir a la cama,
donde nos esperan las mantas. Espero a que esté sentado contra la cabina, con las
rodillas separadas, para meterme entre ellas y apoyarme en su pecho. Sus labios
son suaves y cálidos cuando se encuentran con mi cuello, y cierro los ojos, dejando
que la quietud que nos rodea me reconforte. Hay algo tan especial en este lugar...
en la tranquilidad, la paz que llena mi alma cada vez que inhalo un nuevo aliento.

—¿Cómo fue tu noche? —Pregunto, moviéndome ligeramente antes de abrir


los ojos. Ya me está observando, con una leve sonrisa dibujada en sus labios.

—Estuvo bien.

—Define bien.

—Vamos a ver. —Su pecho se eleva con su inhalación, su mirada pasa de


mí al cielo siempre cambiante—. Papá y Dean tuvieron un concurso de bebida, y
Dean vomitó en tus jardineras y se quedó dormido en tu trampolín. Lo siento. Joseph
se fue temprano, Leo se desmayó en el sofá y estoy bastante seguro de que Zeke
estuvo en el techo en algún momento. Ah, y no podemos encontrar a Colton.
—¡¿Qué?!

Holden se encoge de hombros.

—¿Cómo fue tu noche?

—Más o menos lo mismo —murmuro.

—Sí, claro. Apuesto a que todos se durmieron a las nueve y media.

—Diez y media —corrijo.

Se ríe en voz baja.

Durante unos minutos, nos sentamos en silencio, presenciando el amanecer


de un nuevo día.

—Oye, ¿adivina qué? —pregunta.

—¿Qué?

—Nos vamos a casar hoy.

—Lo sé —susurro, moviéndome hasta estar sentada de lado en su regazo.


Puedo ver el amanecer todos los días, pero nunca volveré a ver a Holden la mañana
de nuestra boda—. ¿Estás nervioso?

Se apresura a negar con la cabeza, con el ceño fruncido mientras me mira.

—No. ¿Y tú?

—¿No estás ni siquiera un poco?

—No —casi se ríe—. Un tipo se va a parar ahí y le va a decir a todo el mundo


lo que yo ya sé: que te quiero y que me comprometo contigo hasta el día de mi
muerte. ¿Por qué hay que estar nervioso?

—Que te comprometes conmigo para el resto de tu vida.

—Y repito: ¿Por qué hay que estar nervioso? —Sus facciones caen mientras
me coge la mandíbula y su pulgar me acaricia la mejilla. Sus ojos buscan los míos
durante segundos que parecen minutos, y es como aquella vez que fuimos a nadar
al lago justo cuando el sol empezaba a ponerse en nuestro primer viaje juntos en
mi casa rodante. Un segundo había luz, y al siguiente... estábamos nadando en la
oscuridad. Se lame los labios, baja la mirada mientras dice, con la voz baja—: Lo
único que me asusta es que un día te vas a despertar y te vas a dar cuenta de que
podrías haberlo hecho mucho mejor que yo.

Le agarro la muñeca.
—Holden...

—Hablo en serio, Jamie —dice, alejándose—. ¿Qué tengo para ofrecerte?


Una montaña de deudas y una casa de una habitación que no tiene bañera. Te
encantan los baños, y ni siquiera puedo darte... —Se detiene cuando los faros nos
iluminan, y sus cejas se enroscan—. ¿Quién demonios es ese?

—No lo sé —murmuro, pero deseo que se vayan para poder terminar esta
conversación.

Mia sale de su coche y camina hacia nosotros, y yo suspiro, frustrada, y


Holden suspira, casi aliviado.

—¿Qué están haciendo ustedes dos? —sisea Mia. Cuando dejé a Mia,
estaba profundamente dormida en su tienda de campaña. Las despedidas de
soltero y soltera fueron el regalo de Maggie y Gran H, y mientras Maggie optó por
ofrecerme una noche de mimos autoindulgentes, los chicos decidieron quedarse en
nuestra casa y beber.

Mia se detiene junto a la camioneta y dice:

—¡No pueden verse la noche antes de la boda!

—Es la mañana de —le dice Holden.

—¡No me importa tu semántica, Holden Gregory Eastwood! —Mia mira entre


nosotros—. Mi trabajo como 'madrina’ es asegurarme de que todo fluya sin
problemas hoy.

—¡Revoco tu posición de madrina! —Holden replica.

—¡No puedes hacer eso!

—¡No me pediste que fuera tu padrino o lo que sea! —susurra—. ¡Ni siquiera
me invitaste a tu boda!

—¡No tuve una boda!

—¡Exactamente!

Mia estrecha los ojos hacia él y luego cambia a una sonrisa tan rápida que
impresiona.

—Vamos, Jamie. Maggie estaba a punto de llamar a un grupo de búsqueda


para buscarte.

🧩 🧩🧩
Algunas personas planean su boda durante meses, incluso años. Una vez
que Holden y yo fijamos una fecha para un par de meses después -cuando la
temporada había terminado y las cosas se calmaron un poco en la tienda-, Mags y
yo tardamos tres días en ultimar todo. Supongo que ayudó el hecho de que sólo
tuviéramos unos veinte invitados y que ya tuviéramos el lugar, las flores y el vestido.

Sé que muchas novias luchan por encontrar el vestido perfecto. Incluso se


hacen programas de televisión sobre ello. A menudo se dice que una vez que lo
veas y lo lleves, lo sabrás. Lo supe en el momento en que me puse el vestido de
Esme por primera vez. No sólo porque me quedaba perfecto, sino porque podía
sentirla en la habitación, mirándome, animándonos desde el más allá. Cuando me
lo probé por primera vez, Maggie se colocó a un lado de mí y Tammy al otro, y me
tomaron de la mano mientras me miraba en el espejo de cuerpo entero y lloraba.
No lloraba por mi aspecto. Lloraba porque echaba de menos a mi madre. Y podía
verla en mí, devolviéndome la mirada.

Que yo sepa, nunca pudo ponerse un vestido de novia. Nunca pudo ponerse
delante de su familia y amigos y declarar su amor al hombre que tenía enfrente.

Se ha perdido muchas cosas. Demasiado.

Pero, sobre todo, se perdió de mí.

🧩 🧩🧩

—Dios mío —jadea Maggie, poniéndose en pie desde su posición en


cuclillas. Ha sido una fuerza hoy, mandando a los demás mientras permanecía
tranquila a mi alrededor—. ¡Zapatos!

—¿Qué? —Pregunto.

—¡Zapatos! —repite, como si eso lo explicara. Me agarra por los hombros,


agitando suavemente—. ¡No te hemos comprado zapatos, Jamie!

Me río a carcajadas mientras ella sacude la cabeza, y entonces llaman a la


puerta. Maggie la abre apenas un centímetro.

—¡Hola, Tammy! —saluda, abriendo más la puerta—. ¿Qué talla de zapatos


tienes?

Tammy, con un precioso vestido azul marino, mira entre Maggie y yo, antes
de responder:

—Nueve. ¿Por qué?

Maggie gira su mirada hacia mí, con las cejas levantadas en forma de
pregunta. Le digo:
—Demasiado grande. Soy un siete.

—¿No tienes zapatos? —pregunta Tammy.

Me encojo de hombros.

—Iré descalza.

Maggie jadea y luego aplaude una vez.

—Perfecto. Vamos a ir todos descalzos. —Señala los pies de Tammy—.


¡Fuera los zapatos!

Sin dudarlo ni un instante, Tammy se quita los zapatos y los patea por la
habitación.

—Ustedes no tienen que...

—¡Cállate, niña! —Maggie exige.

—¿Cuánto café has tomado? —Me río a carcajadas.

Maggie ignora mi pregunta y me mira de arriba abajo varias veces.

—Bien. ¿Cabello? Perfecto. ¿Maquillaje? ¡Impecable! ¿Vestido? Glamuroso.


—Mira la cama donde están nuestros ramos—. ¿Flores? Hermosas. —Cambia su
mirada a Tammy—. ¿Qué me estoy perdiendo?

—En realidad —dice Tammy, buscando en su bolso—. Tengo una cosa que
quería darte. —Revela un collar de oro con dos diamantes en forma de lágrima
como colgante—. Mi abuela me los regaló para mi boda y quería pasártelos. Eran
pendientes, pero Holden dijo que no tienes las orejas perforadas, así que los
convertí en colgantes. —Coloca el colgante en el centro de la palma de su mano y
lo extiende entre nosotros.

—Oh no —dice Maggie—. Su maquillaje.

—Estoy bien —murmuro, levantando la vista para evitar que se me caigan


las lágrimas. En los últimos meses, Tammy y yo hemos pasado mucho tiempo
juntos, y no digo que sea perfecto. Todavía. Pero se acerca bastante.

Tammy dice:

—No tienes que llevarlo hoy. Sólo pensé...

—Quedaría muy bien con tu vestido —anima Maggie, y por eso me encanta
Maggie. Porque pone los sentimientos de los demás por encima de los suyos. Se
ha pasado la mayor parte del día ocupándose de mí y de todos los demás dilemas
de la boda, y Tammy -la ex mujer de su novio y mi futura suegra- entra para darme
una reliquia familiar mientras se olvida de mis zapatos, y no hay comparación. No
hay competencia. Ella sólo quiere lo mejor para mí.

—¿Te importa ponérmelo? —le pregunto a Tammy, sentada en la silla frente


a la cómoda de Maggie.

—Sería un honor —dice.

Y mientras me la abrocha detrás del cuello, veo los ojos de Maggie en el


espejo y digo con la boca:

—Gracias.

Pone los ojos en blanco como si no fuera gran cosa. Y luego sonríe.

—De nada.

🧩 🧩🧩

Descalzas, Maggie y yo caminamos desde la casa hasta el granero, donde


ella ha organizado algo llamado ‘primer vistazo’. Al parecer, es algo que existe
ahora, y es una forma de grabar las reacciones de la gente al verte con el vestido
de novia por primera vez.

Dijo en broma que después de todo lo que ha hecho por mí, tenía derecho a
una sorpresa el día de la boda, y es ésta. Porque no tengo ni idea de quién está al
otro lado de la puerta del granero.

—¿Cuánto tiempo va a llevar esto? —Pregunto—. Porque la boda debe


empezar en cinco minutos, y si llego tarde, Holden se va a preocupar, y no quiero
que lo haga.

—No te preocupes —asegura—, he mandado a Tammy para que te


comunique que puedes llegar unos minutos tarde. —Nos detiene justo delante del
granero y me orienta sobre dónde colocarme, cómo sujetar las flores, y luego me
ajusta el vestido a la perfección, y cuando está satisfecha con todo, se aparta, y es
ahora cuando veo lo emocionada que está. Sus ojos están nublados por las
lágrimas, y su respiración es entrecortada cuando dice—: Dios, estás muy guapa.

—Maggie... —Empiezo a acercarme a ella, pero levanta una mano

—No te muevas. Te tengo perfecta. No lo arruines.

Me río una vez.

—¡Bien, voy a abrir esta puerta ahora! —grita a quien está dentro. Entonces
empuja la puerta y lo primero que veo es al camarógrafo que intenta captar el
momento. Y entonces lo veo, y las emociones que se apoderan de él son
instantáneas y abrumadoras.

Zeke está de pie con un traje y las manos a los lados, con el cabello y la
barba perfectamente peinados, y reconozco la forma en que me mira, porque yo le
he mirado así muchas veces. Con orgullo. Con amor.

—Ah, mierda, Jamie —dice, con el pecho hinchado, conteniendo la


respiración para contener el llanto. Pero no puede hacer lo mismo con sus ojos, ojos
que liberan una sola lágrima. Se la limpia rápidamente y da un paso hacia mí, pero
mantiene las manos abajo—. Quiero abrazarte, pero no... —Señala mi vestido y
luego mi cara—. No quiero estropearte. Estás muy guapa.

Prácticamente caigo en sus brazos, y no me importa mi maquillaje, ni mi


cabello, ni el vestido. Todo lo que quiero es abrazar a un hombre que estuvo ahí
para mí de una manera que nadie podría entender. Y no sólo se preocupó por mí;
también se preocupó por mi madre. Yo sólo tenía trece años cuando entramos en
su restaurante, y él sabía... sabía que necesitábamos que nos salvaran, y eso es lo
que hizo. Sin preguntas. Sin arrepentimientos.

Me alejo, intentando recuperar el aliento, y él hace lo mismo. Tras una larga


y última exhalación, enlazo mi brazo con el suyo.

—¿Está listo para llevarme al altar, Sr. Ezequiel?

🧩 🧩🧩

No veo nada más.

Nadie más.

En cuanto se abre la puerta de mi jardín, lo único que puedo ver y sentir es a


Holden. Y mientras Zeke me acompaña hacia él, sé en el fondo de mi alma que él
siente lo mismo. No es hasta que estoy junto a él, frente a la fuente de agua, que
tomo aire, y luego otro.

—Yo sí —dice Holden, y ni siquiera recuerdo que el pastor local haya dicho
nada.

—¿Qué es eso? —pregunta el pastor.

—He dicho que sí —repite Holden, y el aire se llena de risitas silenciosas.

—¡Holden! Tienes que esperar. —Reconozco la voz como la de Mia y miro


en su dirección. Está de pie detrás de su mejor amigo, con un esmoquin ajustado
que hace juego con el de él, con el cabello recogido en una coleta baja.
—Sí. La tomaré como esposa, o lo que sea que deba decir —se apresura
Holden—. ¿Puedo besarla ahora?

—Yo también —anuncio. Ni siquiera me molesto en ocultar mi sonrisa


mientras miro a mi futuro marido—. ¿Puede besarme ahora, por favor?

Más risas de los invitados y Holden levantando mi velo, agarrando mi cara


con sus dos manos como a mí me gusta. Agacha la cabeza, su boca casi sobre la
mía cuando el pastor grita:

—¡Espera! —La mirada que le dirigimos Holden y yo le hace lanzar las manos
al aire—. Bla bla bla, marido y mujer, ya pueden besarse... —Holden me besa con
la fuerza de una docena de besos, cien promesas y mil pequeñas piezas de
rompecabezas que nos han traído hasta aquí. Hasta ahora. A ser marido y mujer.

🧩 🧩🧩

Es cierto lo que dicen de los días de boda. Todo pasa tan rápido y luego se
acaba, y lo único que tienes para retener son algunos recuerdos destacados. Bueno,
eso y las fotos y vídeos, supongo.

Y mientras Holden y yo nos sentamos uno al lado del otro en una mesa del
granero que se ha convertido en una recepción con luces parpadeantes y mantelería
blanca, Maggie de pie en un escenario improvisado sosteniendo una sola dalia
como micrófono será sin duda uno de mis recuerdos más destacados.

—¡Me olvidé de sus zapatos! —dice entre risas, y si mis cálculos son
correctos, lleva unas cinco copas de vino en la noche. Bien por ella—. ¿Sabes qué
más olvidé? Me olvidé de escribir un discurso. —Levanta su copa en el aire—. ¡Así
que aquí está, Jameson Eastwood!

—Ooh, eso me gusta —digo riendo.

—No tanto como me gustas —me murmura Holden en el cuello, su voz


profunda, ronca, reconocible. En el momento en que nos quedamos solos, el vestido
se desprende, y más vale que su esmoquin no sea de alquiler porque le arranco esa
mierda del cuerpo.

Me besa justo debajo de la oreja, haciendo que me retuerza en mi asiento, y


Maggie dice en la dalia:

—Tú, mi querida niña, eres las putas tetas. —El granero se llena de sonoras
carcajadas mientras sus ojos se abren de par en par—. Lo siento, abuela Eastwood
—murmura—. ¡Buenas noches! —Suelta la dalia como si fuera un micrófono y sale
del ‘escenario’.

—Me gusta —dice Gina, sentándose a mi lado.


—Es la mejor —respondo.

Mia es la siguiente, mucho más compuesta que Maggie. Incluso tiene su


discurso en papel.

—Hola —dice Mia, saludando—. Para aquellos que no me conocen, que son
como tres de ustedes... Soy Mia Preston, pero muchos de ustedes me conocen
como Mia Kovács, o Mia Mac-un nombre que me dio el novio.

—¡Estás caliente! —Dean grita.

—¡También está casada! —Leo grita de nuevo.

Holden y yo nos apoyamos el uno en el otro mientras nos reímos en silencio.

Mia se endereza y continúa su discurso.

—Holden y yo nos conocemos desde que estábamos en pañales.


Literalmente. Y crecimos juntos de pequeños, y luego de niños, y ahora, de adultos.
Y por eso, siempre lo he considerado mi hermano.

—Maldita sea —sisea Holden, sentándose más alto. Intenta ocultar las
emociones que ambos sabemos que se avecinan. Por debajo de la mesa, sostengo
su mano entre las mías.

Tras aclararse la garganta, añade Mia:

—Durante mucho tiempo, él fue la otra mitad de mí. Era mi roca. Mi salvación.
Renunció a toda su vida, incluso a su amor por Jamie, para estar ahí para mí y mi
hijo. —Hace una pausa para mirar a mi marido—. Y nunca podré pagarle por eso.

Holden sacude la cabeza, mientras se oyen algunos mocos.

—Holden... me enseñó muchas cosas —dice Mia, levantando la voz—. Creo


que mi primer recuerdo de él fue cuando teníamos unos cuatro o cinco años, y me
convenció para que me escondiera en el sótano de su casa para asustar a sus
padres y hacerles creer que estábamos secuestrados.

—¡Oh, lo recuerdo! — grita Tammy.

Mia se ríe ante la respuesta de Tammy.

—No estoy segura de cuánto tiempo estuvimos allí. Me parecieron horas,


pero probablemente sólo fueron minutos. Fue entonces cuando me enseñó mis
primeras palabrotas. Y no, no fue una ligera. Recuerdo que pensé cómo era posible
que supiera esas palabras, pero entonces, por encima de nosotros, en las tablas
del suelo, pudimos sentir a Gran H pisando fuerte, gritando:

—¡¿Dónde carajos está ese mierdecilla?!


La risa que llega es tan rápida y libre que me hace perder el aliento,
aguantando el estómago para aliviar el dolor que crea. El buen tipo de dolor que te
recuerda que estás viviendo, no sólo existiendo.

Mia espera a que se calme un poco antes de añadir:

—Así que, sí. Me enseñó a maldecir, a fingir un llanto para conseguir


compasión y a timar a los ancianos para que te den dinero.

No puedo dejar de reírme. Nadie puede. Porque es tan, tan Holden.

—Pero —dice, casi gritando para que la gente escuche—, también me


enseñó a luchar por el amor, de la misma manera que él y Jamie lucharon por el
suyo. Y me enseñó a quererme a mí misma sin sentir que tenía que cambiar por los
demás. Me animó y me levantó cuando lo único que quería era arrastrarme a la
oscuridad... —Se ahoga en un sollozo, y yo hago lo mismo, porque sé lo que quiere
decir, lo que siente—. Pero, sobre todo, me quería. Nos quería a mí y a mi hijo
incondicionalmente, y ahora puedo compartir ese amor con mi hermana, Jamie.

—Aww —arrullo, aplaudiendo a Mia fuera del escenario.

—¡Mierda! —Holden resopla, y me vuelvo hacia él justo a tiempo para ver


cómo se limpia los ojos.

—¿Estás bien?

—Es una tonta —murmura, poniéndose en pie y rodeando la mesa para


abrazar a Mia y a Maggie. Yo hago lo mismo. Pero no vuelvo a mi asiento.

En cambio, subo al escenario y recojo la dalia que se le había caído a Maggie.


La golpeo un par de veces, diciendo:

—¿Esta cosa está conectada?

Holden me clava esos vivos ojos verdes del bosque.

—¿Qué estás haciendo? —dice con la boca.

—No habíamos planeado decir nada —digo en la dalia mientras agarro el


colgante de humor con la otra mano—. Pero sentí la necesidad de hacerlo, así que...
aquí estoy.

—¡Vamos, chica! —grita Maggie. Gran H está seguro de llevar su culo a la


cama esta noche.

—Creo que sólo quería dar las gracias a todos por venir. Especialmente a la
única persona que no pudo estar aquí físicamente, pero que está aquí en espíritu...
—Levanto la dalia como una copa de triunfo, y miro al techo—. Esme... es gracias
a ti que estamos aquí hoy... —Vuelvo a mirar hacia abajo a todos los ojos que me
observan, deteniéndome en Holden—. Espero que, estés donde estés, saludes a
todos los que conozcas de la misma manera que nos saludaste a Holden y a mí por
primera vez. —Dejo escapar una risita silenciosa cuando el recuerdo me inunda. Al
mismo tiempo, Holden y yo soltamos una carcajada—: ¿Qué hay de nuevo,
perras?17

Espero a que los invitados acallen sus risas antes de continuar:

—También quería dedicar un momento a dar las gracias a Joseph por ofrecer
su jet privado para que mis amigos, que se han convertido en familia, puedan estar
aquí hoy. Gina, Zeke, Dean. Gracias por compartir este día conmigo. Pero sobre
todo, quiero dar las gracias a mi marido. —Holden me sonríe, con las manos cogidas
bajo la barbilla mientras apoya los codos en la mesa, prestándome toda su atención.
Le hablo a él, aunque me esté refiriendo a los invitados—. Verás, mi marido y yo
hemos tenido una conversación esta mañana, y no voy a revelar lo que hemos
hablado, pero es que... quería que supiera... delante de todos nuestros amigos y
familiares, que tú -Holden Eastwood- me has ofrecido mucho más de lo que sabes.
Me has dado esta ciudad, una bendición literal, y no sólo me has dado una casa
para compartirla contigo... porque una casa son sólo cuatro paredes y un techo. Lo
que me has dado es un hogar... —Es tan repentino, la forma en que mis emociones
golpean... es como darse cuenta de que toda una vida de angustia y dolor puede
ser borrada por un solo momento, y ese momento es ahora—. Y un hogar es algo
que nunca he tenido antes. —Me retraigo de las lágrimas—. Y no sólo me has dado
un hogar, sino que ese hogar viene con una familia. Me has dado una hermana con
la que puedo conspirar para ponerte de los nervios y una suegra dispuesta a
compartir conmigo las reliquias de su familia. —Toco el collar con suavidad—. Me
has dado una mejor amiga en Maggie. Una amiga que me escucha, que me apoya
incondicionalmente, que no quiere otra cosa que celebrar mis triunfos, por grandes
o pequeños que sean. Y me has dado un hombre que me lleva a la ferretería y me
ayuda a comprar mis propias herramientas y no dice una palabra cuando todo lo
que elijo es rosa. Un hombre que es paciente cuando me enseña a usar esas
herramientas, y un hombre... un hombre que me abraza cuando necesito que me
abracen —me ahogo, y soy plenamente consciente de que todo el mundo me está
mirando, de que las lágrimas que lloro son lágrimas a las que me he aferrado
durante años—. Pero, sobre todo, me has dado a ti. Cada pedazo de ti. Y te quiero
tanto, porque todas esas cosas que me has dado eran las piezas que me faltaban.
—Vuelvo a aspirar otro sollozo y miro alrededor del granero, a todos los ojos
manchados de lágrimas que me miran. Entonces miro a Holden, y me quedo allí,
donde mi pasado, mi presente y mi futuro chocan. Mi hogar.

—Tú Holden Eastwood me has completado.

🧩 🧩🧩

17
Así es como los recibe Esme cuando llegan a su casa por primera vez en el libro anterior.
Holden
Jamie se recuesta con la cabeza en mi regazo, con los ojos cerrados mientras
le quito el maquillaje.

—Pareces Blanca nieves con estos labios rojos —le digo, deslizando con
cuidado la toallita sobre su boca.

Sonríe bajo mi contacto y dice:

—Esa es la mirada que buscaba.

—¿Sí?

Ella asiente, con la mano extendida sobre su vientre desnudo, entre el


sujetador y la ropa interior. Su vestido de novia está extendido sobre el sofá, junto
con la mitad superior de mi esmoquin. En cuanto llegamos a casa, nos quitamos la
ropa y nos acostamos en la cama. Probablemente no es la forma en que la mayoría
de las noches de boda van, pero estábamos agotados. Estaba casi dormida cuando
me pidió que le quitara el maquillaje y, por supuesto, no le puedo negar a mi novia
nada.

—Soy algo así como Blanca nieves. Sólo que Beaker es la madrastra
malvada que intentó matarme, y tú eres el príncipe azul. La versión de Disney. No
la posible necrófila.

Me río y alejo mi cansancio.

—¿Fue todo lo que esperabas que fuera?

—Y algo más.

Termino en sus labios y empiezo a trabajar en su mandíbula.

—Escucha, lo siento si he arruinado la ceremonia. Es sólo que... en el


momento en que te vi con ese vestido... es como si mi mente se hubiera centrado
en todos esos momentos futuros contigo como esposa, y sólo quería empezar ya.

—No lo has estropeado —asegura, abriendo los ojos y levantándolos hacia


los míos. Sube la mano y me acaricia la cara—. Fue perfecto, y yo sentí lo mismo.

—Bien —digo, y luego le doy un golpecito en la frente—. Todo listo. —Se


sienta y recojo la montaña de toallitas de maquillaje usadas y las llevo a la cocina
para tirarlas. Cuando vuelvo, Jamie está de lado, con la cabeza en la almohada
mirando hacia mí. No sé cuántas veces me he encontrado en esta misma situación,
pero creo que nunca me acostumbraré a ella, ni quiero hacerlo.

Me tumbo a su lado, con nuestras narices casi tocándose, y apoyo mi mano


en la parte baja de su cintura.

—Tus tres mejores momentos de la noche —dice—. Vamos.

Sus ojos son brillantes mientras buscan los míos, y de repente, la necesidad
de dormir se siente extraña.

—Um... —Pienso en mi respuesta un momento—. Nuestro primer baile.

Su sonrisa se amplía.

Y añado:

—Estuvo bien que fueras con 'My Girl'. Me di cuenta de que hizo feliz a mamá
al sentirse involucrada.

—Me encanta que tu madre y yo estemos en un momento tan bueno —dice,


tocando el collar que mi madre le había pasado.

Empujo hacia delante y la beso una vez antes de retirarme.

—Sabes —empiezo, los dedos golpean, golpean, golpean contra su carne—


. Es gracias a ti y a tu fuerza que están donde están, y ella está mucho mejor.

—Me alegro, cariño, pero no soy sólo yo. Somos todos nosotros. Todos
hemos trabajado para llegar aquí.

Ella está equivocada. Es ella, pero tratar de convencerla sería inútil.

—¿Segundo?

—El segundo fue el discurso de Mia. Sin duda.

—Ah, eso casi me mata —dice con un suspiro. Y entonces se desplaza,


moviéndose sobre mí, cubriendo toda mi existencia con su calor—. Me alegro de
que haya gente en tu vida que reconozca lo increíble que eres, Holden Eastwood.

Le agarro el culo. Aprieto una vez.

—Usted también es increíble, Sra. Eastwood. —Ella chilla en mi cuello.

—Bien, ¿y tres?
—Tu discurso fue increíble, pero después de él, cuando le dijiste a Pata de
Palo —Jamie levanta la cabeza para fruncir el ceño—, quiero decir, Paul, que le
diera play al equipo de música y sonara esa canción de Taylor Swift. Y todo el
mundo se levantó para firmar y bailar.

—¿Verdad? Fue como si estuviera planeado —Jamie se ríe.

—¡Y Paul se sabía toda la letra! —Digo, riendo.

Jamie se ríe tanto que rueda sobre mí.

—¡Te digo que es un Swiftie de armario! —Se toma un momento para


recuperar el aliento—. Es nuestra canción, ¿sabes?

—¡No, no lo es!

—¡Sí, lo es!

—¡No voy a tener una canción de Taylor Swift como nuestra canción! —Digo,
inflexible.

Jamie se incorpora.

—¿Cuál es nuestra canción entonces?

Me estrujo el cerebro.

—'Rockstar' de Post Malone.

Sus ojos se estrechan.

—La primera línea de esa canción es 'He estado cogiendo putas'...

—Lo he hecho —digo, tratando de contener mi risa. Y entonces la agarro por


detrás de la cabeza y tiro hacia abajo hasta que su cara choca con el colchón y su
culo está en el aire. Le doy una nalgada—. Tú.

—¡Oh, tienes suerte de que estemos casados! —exclama ella,


enderezándose. No puedo dejar de reírme.

—¿Has visto lo que nos ha regalado Paul? —Sacudo la cabeza, intentando


acallar mi idiotez.

—Es este gran cartel de metal para al lado de la puerta. —Me muestra lo
grande que es con sus manos—. Y recortó todas estas margaritas y dalias y dice
Eastwood, established18: y dejó el año en blanco porque no estaba seguro de si
queríamos el año en que nos casamos o el año en que nos conocimos.

—Eso es genial —respondo—. Tal vez podríamos reemplazar ese cerdo


rosado volador tuyo, porque, nena, te amo, carajo, pero ese cerdo es feo.

Su jadeo me hace aullar.

—¡Es lindo!

—Creo que son los ojos rojos y brillantes de la tapa de la botella —logro
decir—. Parece malvado.

—¡No, son corazones en los ojos!

Está muy seria en su defensa del maldito cerdo, y eso sólo lo hace más
gracioso. Sacudo la cabeza.

—¡No cuando me voy a trabajar por la mañana, no lo son!

Me mira fijamente, con la boca abierta por la sorpresa.

—¿Sabes qué? —casi grita.

—¿Qué?

—¡No hay noche de bodas para ti! —Y entonces toma su teléfono, pone ‘Love
Story’ de Taylor Swift -la canción que inició todo este lío- por los altavoces y la pone
tan fuerte que el sonido se distorsiona. Atraviesa la casa casi desnuda y abre la
puerta principal. Regresa unos instantes después sosteniendo el cerdo contra su
pecho, y luego... luego baila con él.

Me siento en el borde de la cama, riendo hasta las lágrimas. Sin más ropa
que su sujetador y su ropa interior, se contonea por la casa -nuestra casa-
deslizándose y girando por las tablas del suelo y gritando la letra de la canción a
pleno pulmón, y es tan... extraordinaria, y hermosa, pero sobre todo... es libre.

Y aunque sé que ella piensa que de alguna manera tuve algo que ver con
eso... ella lo hizo todo por su cuenta. Luchó contra todo el mundo para ser quien es.

Como es ella.

Jamie se salvó, y a su vez, me salvó a mí. Nos salvó.

18Eastwood, established: Se usa seguido de una fecha para describir algo aceptado o respetado,
debido a que ha existido por mucho tiempo.
Ella es la heroína de nuestra historia –historia de amor- y estoy eternamente
agradecido de que haya vuelto a casa conmigo.

Mi sol.

Mi consuelo.
Sobre la Autora
Jay McLean es una autora de best-sellers internacionales y lectora a tiempo
completo, escritora de novelas románticas para jóvenes y adultos, y una hábil
procrastinadora.
Cuando no está haciendo ninguna de esas cosas, se la puede encontrar corriendo
detrás de sus tres hijos, invirtiendo demasiado tiempo en documentales de crímenes reales
y viendo realities.
Escribe lo que le gusta leer, es decir, libros que la hagan reír, herir y sentir. Jay vive
en los suburbios de Melbourne (Australia), en la casa de sus sueños, donde la música suena
fuerte y la risa es aún más fuerte.
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