Está en la página 1de 212

1

2
Moderadoras:
Karikai & Nayelii

Traductoras:
Nayelii
Guadalupe_hyuga
Walezuca Segundo
Grisy Taty Brisamar58
3
VanillaSoft Lola'
Kane Karikai
Kath

Corrección:
Nanis

Diseño:
Roxx
Créditos 19 40
Índice 20 41
Sinopsis 21 42
1 22 43
2 23 44
3 24 45
4 25 46
5 26 47
6 27 48
4
7 28 48
8 29 50
9 30 51
10 31 52
11 32 53
12 33 54
13 34 55
14 35 56
15 36 Epilogo
16 37 Autora
17 38
18 39
La primera vez que lo vi fue en un bar llamado Ophelia's un brumoso
jueves por la noche. Yo estaba allí para ahogar mis penas después de un
día difícil, él estaba allí para escapar de la tormenta. Después de un breve
pero increíblemente cruel intercambio, el apuesto extraño huyó antes de
que tuviera la oportunidad de responderle. Indignada y con dos cócteles
encima, lo seguí por la puerta, decidida a darle al audaz Adonis un pedazo
de mi mente.
Corriendo tras él en tacones y apenas capaz de mantenerle el ritmo
bajo la lluvia helada, terminé mi persecución cuando me di cuenta de a
dónde iba.
Dicen que nunca juzgues a alguien a menos que conozcas su
historia.
Nunca podría haber anticipado su...
Y nunca podría haber anticipado la forma en que nuestros caminos
se cruzarían de nuevo, o que algún día me encontraría enamorada de un
5
hombre con una cavidad hueca donde debería estar su corazón, un
hombre tan insensible como hermoso, tan complicado como
hipnotizante.
Dicen que nunca juzgues a alguien a menos que conozcas su
historia.
Esta es la nuestra
No se suponía que lloviera hoy.
Estoy de pie sobre el tapete de entrada dentro de un bar llamado
Ophelia’s, empapada hasta los huesos, el agua tan fría como enero
goteando de mi chaqueta de lana en riachuelos, los dedos de mis pies
entumecidos en mis tacones puntiagudos.
La señal del baño para damas destella en neón, y no pierdo tiempo
trotando al fondo del estrecho espacio, asomándome por las puertas
oscilantes, y posicionándome en el primer cubículo vacío que encuentro.
En el instante en que encuentro mi mirada en el reflejo, sé que
debería haberme quedado en casa esta noche.
¿Qué tipo de persona marca el primer aniversario de la muerte de
su prometido con una cita a ciegas?
Una persona que no puede decir que no a nada ni a nadie… ese es
quién. 6

La señora Angelino tenía buenas intenciones, tratando de reunirme


con su sobrino, y lo sabía, acordando ir a pesar de que cada átomo en mi
cuerpo me gritaba para que le dijera la verdad… que solo no estoy lista.
Cuelgo mi chaqueta en el gancho en la pared más cercana y regreso
a mi estación.
—Débil. —Golpeo mi bolso blanco sobre el lavabo de porcelana
blanca y comienzo a buscar por un cepillo, una liga, cualquier cosa para
domar mis ondas rubias empapadas—. Débil, débil, débil.
Localizo un mini cepillo y una banda elástica tan estirada que podría
romperse sin advertencia, y luego recojo mi cabello hacia atrás,
retorciéndolo en un moño bajo y asegurándolo en la base de mi cuello.
Cuando levanto la mirada otra vez, me doy cuenta que mi máscara
se ha reunido debajo de la línea de mis pestañas inferiores… no
exactamente el look de ojos ahumados que buscaba.
Tomando una toalla de papel del dispensador cerca, la doblo en
cuatro partes antes de pasarla bajo el agua caliente.
Detrás de mí, la puerta de un cubículo de baño se abre y una rubia
de piernas largas en un suéter recortado de color crudo y botas negras
hasta las rodillas, se inclina sobre el lavabo un segundo después para
lavar sus manos. Nuestras miradas se encuentran mientras intento
quitar los restos de mi Great Lash, y ella ofrece una simpática media
sonrisa.
—¿Estás bien? —La mujer alcanza por una toalla de papel, sin prisa.
Sus uñas rosas ballet son brillantes y arregladas, sus dedos largos y
delgados. Todo sobre ella es suave y elegante, un discorde constante
contra mi condición actual.
—No esperaba quedar atrapada en el aguacero. Se suponía que me
reuniera con alguien en unos minutos. Como que espero que él me deje
plantada.
—¿Demasiado tarde para cancelar?
—No sé su número. Una colega del trabajo lo organizó. Es su
sobrino. Todo lo que sé es que mide 1.80 de alto con cabello oscuro y su
nombre es Garrett. Ella dice que es increíblemente apuesto, pero es su
tía, así que… —Resoplo de risa por lo absurdo de esta situación, y es
entonces cuando noto que una sección de mi cabello todavía está
sobresaliendo. Con cuidado me saco la banda elástica y vuelvo a hacer
mi moño bajo, suavizo mis palmas sobre mi melena medio seca. Pero no
hay nada que pueda hacer sobre la máscara completamente seca bajo
mis ojos—. No puedo encontrar a un completo extraño luciendo así.
La sirena relajada de una mujer estudia mi cara antes de colocar su
bolso de mano extragrande justo a su lavabo.
—Sucede que trabajo en el mostrador de maquillaje de Catherine
DeAngelo en el centro comercial los fines de semana. —Su voz es ligera,
como cantada—. Lo que significa que me encargo de ti, chica.
7
En segundos, ella saca un paquete de toallitas desmaquillantes de
manzanilla tamaño viajero y me lo ofrece con un guiño.
—Eres una santa. En serio. Muchas gracias. —Saco una toallita del
estuche y me limpio, solo que cuando he terminado, luzco más exhausta
que fresca.
Juro que los círculos debajo de mis ojos son una sombra más
oscuros que antes… probablemente por todo el frotar y tallar, y mis
pestañas pálidas son prácticamente invisibles.
Exhalo, recordándome que las apariencias no son todo, que hay una
oportunidad de que él encontrará mi apariencia de rata empapada…
¿encantadora?
—Uh oh. Conozco esa mirada. Espera. —Metiendo una mano en el
fondo de su bolso, busca alrededor antes de producir un puñado de
brillos labiales miniaturas y máscaras. Revisa los nombres en la parte
baja de los brillosos tubos dorados antes de pasarme uno—. Este color
será perfecto para ti. No te asustes por lo brillante que luce en el tubo.
Es completamente diferente una vez puesto. Oh, y aquí hay algo de
máscara. Son nuevos, por cierto. En caso de que tengas algo por los
gérmenes.
—Oh, cariño. Enseño jardín de niños. Los gérmenes no me asustan.
—Hago un gesto despectivo con la mano antes de aceptar sus regalos con
gracia.
Destapando el brillo labial, me encuentro con una bala audaz del
color de las amapolas psicodélicas, pero confío en esta mujer así que lo
unto sobre mis labios. La recompensa es pura, como un lavado de color
fresco en mi pálida boca rosa, instantáneamente regresa mi pálida piel a
la vida. Me pongo dos capas de máscara después. No es un cambio de
vida, pero ofrece una distracción de los círculos oscuros, así que lo
considero una victoria.
—Para que conste, luces chic como el infierno… pero eras hermosa
antes. —Cuelga su bolso sobre su delgado hombro, con una mano en su
cadera—. Y cualquier idiota al que le importe que quedaras atrapada en
una tormenta no valdrá una segunda cita de todos modos.
—Lo sé… es solo… esta es la primera, primera cita en la que he
estado… en mucho tiempo.
Cinco años para ser exactos.
No voy con toda la cosa sobre mi prometido muerto porque
encuentro que tiende a deprimir a las personas… a mí incluida, y ni
siquiera sé el nombre de mi nueva hada madrina.
Descargar toda esta pesadez sobre una extraña de corazón amable
sería cruel.
—No, lo entiendo. Salir es difícil. Es incluso más difícil cuando estás
fuera de práctica. —Colocando una mano sobre mi hombro en su camino
a la salida, me da un apretón reconfortante—. Soy Ophelia, por cierto. Mi 8
padre es el dueño de este lugar. Dile a Eduardo en el bar que tu primer
trago va por mi cuenta.
Con eso, se va.
Me doy una última mirada en el espejo antes de cuadrar los
hombros, recoger mis cosas, y salir al bar.
The Killers está sonando por las bocinas en el techo y un grupo de
hombres de mediana edad con cabello engomado y trajes caros ordenan
una ronda de shots de tequila.
No me molesto en escanear la habitación en busca de Garrett, me
dirijo directamente a Eduardo en la barra, cobrando mi cupón verbal por
un gin y tónica, y luego me sirvo un puñado de pretzels porque no he
comido desde las once de la mañana de hoy.
Diez minutos después, la calidez fruye a través de mí.
Mi respiración se estabiliza, ya no más enganchada y desnivelada.
Mis hombros se relajan, permitiéndome derretirme cómodamente en
mi asiento.
Dos lugares abajo, una pareja apuesta choca sus copas de martinis.
La mesa de los trajes y corbatas están disfrutando cervezas oscuras
ahora.
Tres mujeres, todas vestidas con su mejor ropa casual de oficina, se
compadecen sobre bebidas de colores brillantes en una mesilla a mi
izquierda. A mi derecha está un taburete vacío.
El reloj sobre la puerta dice las seis con veintisiete. Parece que fui,
de hecho, plantada.
Ten cuidado con lo que deseas…
—¿Podrías darme otro de estos? —Levanto mi copa cuando Eduardo
me mira.
Esta noche beberé por Trevor… por su recuerdo, por lo que podría
haber sido.
Un minuto después, mi antiguo trago es reemplazado. No me gusta
particularmente el gin con tónica, pero siempre fueron los preferidos de
Trevor. Él nunca fue por las IPAs1 o cervezas artesanales o bombas de
Jager2 con los chicos. Y odiaba cualquier cosa remotamente dulce. Él
apreciaba muchísimo un buen clásico de primera categoría… lo que
encajaba porque él era un buen clásico de primera categoría.
Mis ojos comienzan a arder, pero lo alejo.
Me digo que no lloraré hoy.
El Señor sabe que lo he hecho más que suficiente en los pasados
doce meses.
Tomando un sorbo, mi atención es atraída por una fría ráfaga de
aire que pasa por el bar y el estremecimiento del suelo que sigue cuando
la puerta se cierra.
Mirando sobre mi hombro, veo a un hombre de cabello oscuro, 9
fácilmente de 1.80 de alto. Él retrae su sombrilla empapada y la recarga
contra la pared antes de caminar hacia la barra, y entonces se roba el
último lugar en el extremo… cinco lugares antes de mí, colgando su
chaqueta sobre el respaldo del asiento antes de sentarse.
Eduardo lo saluda, limpiando la sección frente a él con una toalla
limpia, medio encorvado y asintiendo rápidamente.
Espero hasta que Eduardo regresa con la bebida del hombre… lo
que parece ser un triple trago de vodka puro sobre dos cubos perfectos
de hielo en un vaso antiguo… antes de apropiar una mirada más cercana
al hombre misterioso.
A pesar de la oscuridad de Ophelia’s, mi mirada descentrada lucha
por enfocar al principio. Y entonces lo veo perfectamente.
Pómulos cincelados.
Cabello obsidiana impecablemente peinado.
Hombros anchos difícilmente contenidos en un suéter de cachemira
azul marino.
Mandíbula por días.
¿Podría ser…?

1 IPA: es un estilo de cerveza conocida como Ale pálida espumosa con un alto grado de
alcohol y lúpulo.
2 Bomba de Jager: es un trago que consiste en servir un shot de Jägermeister, en un

vaso con alguna bebida energética.


¿Es ese el sobrino de la señora Angelino?
Tomo un generoso trago de gin y tónica, contemplando cómo
presentarme mejor. Mis palmas hormiguean, y las froto contra mis
muslos, inhalando una respiración temblorosa.
Hay una oportunidad de que este hombre no sea Garrett, y entre
más lo pienso, es más probable que no lo sea. No lo he visto escaneando
la habitación buscando a alguien.
Pero aun así… si es él, odiaría que pensara que ha sido plantado.
Nunca le haría eso a nadie, por ninguna razón. Mi mantra de vida se
puede resumir en una frase, “haz a los demás…”.
Aclarando mi garganta, me inclino en su dirección.
—¿Disculpa?
Él no me escucha.
Ondeo mi mano para llamar su atención, digo otra vez.
—Hola, disculpa.
Todavía, nada.
Es como si estuviera en su propio mundo… a dos metros de
distancia.
La sonrisa amistosa, de maestra de jardín de niños mostrando los
dientes en mis labios manchados se desvanece con la comprensión de 10
que estoy siendo ignorada.
—Hola, disculpa… —La tercera es la vencida. Muevo mi mano una
vez más, ondeando mis dedos de la forma educada en que llamarías a un
mesero en un restaurante.
El hombre se gira a su izquierda, las cejas oscuras juntas y su
mirada fija en mi dirección… y entonces hace la cosa más loca:
levantando su dedo a sus labios, me calla.
Él. Me. Calla.
Como a un niño.
Mirando al frente, tomo otro trago, la copa temblando en mi mano
mientras un cóctel de pensamientos inunda mi mente. El espejo detrás
de la barra atrapa mi reflejo, y no es bonito, pero esta vez no tiene nada
que ver con el empapado, rizado moño rubio o el maquillaje de baño de
bar.
La decencia humana básica es la única cosa que valoro más en este
mundo, y este hombre no tiene nada de eso.
Todo el peso de su mirada penetrante me fija a mi asiento, y cada
átomo en mi cuerpo está gritándome que me quede, que no camine los
dos metros en el bar para darle un poco de mi mente.
Pero hoy marca el aniversario de uno de los peores días de mi vida,
fui atrapada en la lluvia y me paré, y estoy a casi dos cócteles.
Mi autocontrol no existe.
Bebida en mano, me deslizo de mi asiento y voy hacia el exasperante
idiota apuesto con el suéter de quinientos dólares, pero antes de que
tenga oportunidad de decir una sola palabra, él habla primero:
—Luces increíblemente insegura acerca de algo. ¿Estás bien?
—¿Disculpa? —Estoy mirando, y nunca miro. No es bueno. Este
hombre está a punto de sacar un lado de mí que nunca supe que existía.
¿Y de qué diablos está hablando? ¿Insegura?—. Qué clase de…
—… ¿qué clase de idiota molesta a un extraño sin razón? —termina
mi pregunta como propia—. Déjame preguntarte esto, cuándo me viste
entrar, me viste sentarme al final de la barra lejos de todos, ¿qué parte
de eso te dio la impresión de que quería ser molestado?
El hombre tiene un punto… especialmente si no es Garrett.
Pero todavía no lo hace menos un idiota.
—No estaba tratando de molestarte, estaba…
—¿En serio? —Sus labios llenos tiran en una sonrisa tensa, su tono
tan agudo como incrédulo—. Porque estoy bastante seguro que cuando
estabas haciéndome señas, sonriendo y diciendo, “hola, disculpa” en esa
linda vocecita cincuenta mil veces… estabas tratando de molestarme.
—¿Siempre eres así de cruel?
—¿Siempre eres así de desesperada? —No perdió ni un latido.
Mi agarre se aprieta en mi copa. Nada me encantaría más que lanzar 11
los restos de este trago en su pretensioso suéter de diseñador.
Por suerte para él ese no es mi estilo.
Además, sería una vergüenza desperdiciar este licor de alta categoría
en un bastardo de clase baja.
—Para tu información, se suponía que me encontrara con alguien
aquí esta noche. Alguien que encaja con tu descripción —digo.
Su mandíbula se tensa.
Toma un trago de su bebida mirando al frente, destellando una
sonrisa que muestra un perfecto hoyuelo en el medio de su mejilla.
—Sí, claro.
—¿Qué? ¿Crees que esto es algo que hago para conocer hombres?
—Mi voz es más alta de lo que intentaba.
—Tú lo dijiste. —Sus cejas se elevan mientras centra su bebida en
un portavaso.
—No te adules. No eres mi tipo.
Él bufa.
—Soy el tipo de todas.
Estoy… sin habla.
¡¿Este idiota es real?!
No solo es este cruel extraño irritante, desalmado, y sin decencia
humana básica, también es el epítome de la arrogancia.
—Puedes irte ahora. —Me despide con la mano, pero me quedo en
silencio mientras trato de ordenar mis pensamientos así puedo dejarlo
con un último toque.
—¿Todo está bien aquí? —Eduardo se inclina al otro lado de la barra,
su mirada observadora pasando entre nosotros. Juro que salió de la
nada… es eso o que estaba demasiado distraída por la audacia de este
hombre para notarlo acercándose.
El engreído Adonis me da una mirada antes de regresar su atención
al bartender.
—Estamos bien, Eduardo —dice—. Solo le estaba dando a nuestra
amiga aquí, una lección de etiqueta, educación y decoro básico.
Una vez más, no tengo palabras.
Levantándose de su taburete, termina el resto de su trago con un
suave trago antes de ponerse su chaqueta, dirigirse a la puerta, y
desaparecer en la fría, y oscura noche.
La lluvia cae por las ventanas, oscureciendo nada y todo al otro lado
del cristal.
Alejando mi mirada de esa dirección, la pongo en la sombrilla
inclinada contra la pared junto a la puerta. 12
Su sombrilla.
El negro más negro.
El color de su alma… o el espacio vacío en su pecho donde su
corazón debería de estar.
Encaja.
Sin pensarlo dos veces, dejo un billete de veinte en el mostrador y
me deslizo en mi chaqueta.
Un momento después, estoy tomando la estúpida cosa y saliendo a
la lluvia, rezando por atraparlo a tiempo.
Tan indignada como estoy, tan insufrible como es, a veces lo mejor
por hacer es luchar contra la crueldad con amabilidad. Es algo que
aprendí temprano en mi vida y algo que inculco en mis estudiantes desde
el segundo en que entran a mi salón de clases.
Lo veo al final de la cuadra, esperando a que el semáforo peatonal
cambie.
Acelerando el paso, me dirijo hacia el concreto agrietado y picado,
apretada pasando locales con sombrillas, y llegando al final de la calle
justo a tiempo para que la luz cambie de un blanco neón a una señal de
advertencia naranja, forzándome a detenerme.
Espero donde estoy, mi mirada siguiéndolo en caso de que gire en la
calle lateral.
Las señales de tráfico comienzan a cambiar, y en segundos, el
semáforo peatonal cambia a blanco.
Corro a toda velocidad, ignorando las gotas de lluvia helada que
cubren mi piel, el aire frío mordiendo a través de mi ropa, y el doloroso
apretar de mi mandíbula que mantiene a mis dientes de temblar.
Estoy a solo media cuadra de él cuando se gira y desaparece dentro
de un negocio local.
Pero no es solo cualquier negocio…
… es la Casa Funeraria Paulley-Hallbrook, un lugar que conozco
bien.
Un momento después, estoy de pie fuera de las puertas por las que
entró hace meros momentos, congelada en cada sentido de la palabra.
La lluvia ralentiza, suavemente.
Y luego se detiene.
El olor a tierra llena mis pulmones mientras veo al misterioso
hombre de cabello oscuro, y cruel corazón saludar a una dama en un
traje de pantalón negro.
Ella coloca una mano sobre su hombro y le da un guiño de disculpa
antes de escoltarlo lejos.
Quería darle la sombrilla para enseñarle una lección de compasión.
13
La ironía de eso no se me pierde.
—Lamento llegar tarde. Vine tan rápido como pude —miento.
No vine corriendo.
Me tomé mi tiempo.
Y me detuve en la calle por un trago y a tranquilizar mis
pensamientos primero… un error en retrospectiva gracias a una mujer
audaz, pero eso no es ni aquí ni allá.
—Por favor, la disculpa no es necesaria. —La directora de la
funeraria, una del tipo abuela que huele a flores muertas y perfume en
descuento, y da demasiados abrazos y apretones en los brazos, cuelga mi
chaqueta empapada en el perchero en su oficina. Dejé mi sombrilla en el
bar. No volvería por ella—. Por qué no tomas asiento y podremos
comenzar.
Miro mi reloj.
14
Me siento.
Rezo para que esto no tome toda la noche.
La mujer, cuya etiqueta de presentación dice CLAUDETTE
PAULLEY, DIRECTORA, se aprieta en su silla al otro lado del escritorio y
saca una pequeña libreta de un cajón a su izquierda. La portada muestra
un cofre blanco brillante rodeado de arreglos florales demasiado perfectos
para ser reales.
—Cuando hablamos por teléfono antes —dice—, mencionaste la
cremación. ¿Eso es todavía…?
—… sí. —No tengo tiempo para sus imprudentes, preguntas de
pérdida de tiempo.
Una vez que mi decisión está hecha, no hay nunca nada que la
cambie.
—Todo bien entonces. —Me da una suave sonrisa. Su labial rosa
brillante sangra en las líneas alrededor de su boca—. Por qué no
discutimos el servicio. —Me mira y luego a sus manos arrugadas. Debo
ponerla nerviosa—. Y entonces puedo mostrarte algunas opciones de
urnas encantadoras…
—No habrá un servicio. —Me muevo en esta imposiblemente
incómoda silla—. Y puede elegir la urna. Sorpréndame.
Sus labios forman una arrugada “o” y parpadea antes de
reanimarse.
—Ya veo entonces.
—Larissa no tenía muchos amigos. —Al menos ninguno que
permitiría en un rango de cien metros de este lugar—. Y en cuanto a la
familia, preferimos que sea privado. Un pequeño funeral debería bastar.
Una hora o dos este sábado si puede hacernos espacio.
Claudette busca en mi cara lo que asumo son emociones, pero su
tiempo sería mejor gastado afinando los detalles finales del funeral de
Larissa.
Alcanzando por un planificador de cuero negro, lo abre en la fecha
de hoy antes de lamer su dedo índice y pasar las páginas hasta el sábado.
—Podemos hacer de las diez a mediodía. —Alcanza por una pluma
con el logo estampado en una taza con el logo estampado llena de otras
plumas estampadas.
Con clase.
—¿No tiene nada más temprano?
Ella echa un vistazo.
—Bueno, ciertamente podríamos moverlo. La sincronización es
típicamente más que una cosa conveniente. Si lo agendamos demasiado
temprano, podría ser difícil para algunas personas llegar aquí,
especialmente si están viniendo de fuera de la ciudad.
—Puedo asegurarle que eso no será un problema. —Reviso mi reloj 15
otra vez, no porque tenga otro lugar donde estar, sino porque esta mujer
necesita seguir con este espectáculo de mierda ya.
Escribe algunas palabras en su planificador con desordenada,
temblorosa escritura.
—De ocho a diez será. Ahora, en cuanto al obituario, tengo una
forma que podría llenar o puedo ir con algo con su personalidad.
—La forma está bien.
Su silla de roble amarillo cruje cuando se estira para abrir un cajón
del escritorio, y luego saca un tablero de plástico con una hoja de papel
antes de pasarlos.
Este lugar es toda clase de elegante y formal.
Mi madre amante de la alta costura ciertamente no escatimó en
gastos cuando los hizo enviar el cuerpo sin vida de Larissa aquí.
Las preguntas son interminables y no sé la respuesta para la mitad
de ellas.
Las respuestas a la otra mitad son extrañas e innecesarias.
No tengo tiempo para escribir una maldita biografía.
Escribo su fecha de nacimiento en la primera línea… febrero 22.
Ellos ya tienen su fecha de defunción.
Todo lo demás es irrelevante.
—¿Puedo preguntarte algo? —De vuelta a Ophelia’s, deslizo mi vaso
de agua vacío hacia Eduardo. Llevo sentada aquí más de una hora,
esperando a estar sobria para volver a casa—. Es algo aleatorio...
Eso no es cierto.
Mi pregunta no es al azar en absoluto, no sé por qué dije eso.
—Claro. —Se encoge de hombros, mirando a una pareja mientras
salen a trompicones por la puerta.
—¿Quién era ese tipo? —Señalo el taburete vacío del bar al final—.
¿El de antes?
—¿El que echaste de aquí? —Esnifa. No puedo decir si está molesto,
divertido o algo más.
—Olvidó su paraguas... —me apresuro a defender mis acciones—,
pero sí. ¿Quién era ese? 16
—Shane Bock. —Limpia una mancha de condensación de la barra
con su trapo.
—¿Es de por aquí?
—Lo es. —Eduardo levanta las manos—. Pero mira, sea lo que sea
que hayan tenido antes, no quiero tener nada que ver con eso. Parecía
bastante intenso.
—Por decir lo menos. —Sacudo mi cabeza, nuestra conversación
aún está fresca en mi cabeza en marcha—. Se suponía que me
encontraría con alguien aquí esta noche y pensé que ese era el tipo. Ni
siquiera tuve la oportunidad de preguntarle si era Garrett antes de que
empezara a acusarme de coquetear con él. ¿Quién hace eso?
—Garrett, ¿dijiste? Un tipo estuvo aquí antes con el nombre de
Garrett. Buscaba encontrarse con alguien, pero no esperó tanto tiempo.
¿Creo que fue alrededor de las seis? No se quedó sino diez minutos es
todo.
Mi estómago se hunde.
Debe haber sido cuando estaba en el baño tratando de salvar mi
aspecto de cita nocturna.
—¿Cabello oscuro? ¿Alto?
—Algo así —confirma.
Este día puede irse a la mierda. De verdad.
Compruebo la hora en mi teléfono. Podría jurar que he estado aquí
toda la noche, pero sólo han pasado un par de horas como mucho.
Para estar segura, decido beber un vaso más de agua y esperar una
hora más, porque eso es lo que hace la gente decente, y yo soy una
persona decente.
También soy decentemente curiosa.
—Ese tipo Shane —le digo a Eduardo cuando viene a verme un poco
más tarde.
Una canción de Muse melancólica suena por los altavoces, y afuera
un hombre enciende un cigarrillo para una mujer con un vestido rojo. El
lugar se va vaciando cada vez más.
—Ah. ¿Volvemos a eso? —Apoya su puño contra la barra, fingiendo
molestia. O tal vez está realmente molesto.
En este punto, no importa.
La curiosidad está dirigiendo el barco y no hay vuelta atrás.
—¿Dijiste que es de por aquí?
—¿Has oído hablar de Shane Bock Corporation?
—No. —Descanso mi codo en la barra y mi barbilla en la mano, toda
oídos.
—No eres de aquí, ¿verdad? 17
Tomo un sorbo de agua.
—Me mudé aquí hace un par de años. Acepté un trabajo enseñando
en un jardín de niños en Starwood.
—Adorable —dice, aunque creo que está siendo sarcástico—. ¿Dos
años aquí y nunca has visto el Shane Bock Bridge? ¿Nunca has pasado
en coche por Shane Bock Park? ¿Hiciste el sendero de Shane Bock?
Me estrujo el cerebro y no puedo pensar en un solo caso en el que
me haya encontrado con un Shane Bock. ¿Y qué clase de hombre le pone
su nombre a todas esas cosas? A menos que sea un nombre de familia.
Tal vez su abuelo era un Shane, aunque no puedo imaginar que fuera un
nombre común hace setenta años.
—Su familia —continúa Eduardo—, es prácticamente de la realeza
de Chicago. ¿Segura que nunca has oído hablar de la Shane Bock
Corporation?
Sacudo la cabeza.
—Son dueños de esa fábrica en el lado oeste —continúa,
señalando—, la que hace productos de plástico. Y son dueños de esas
tiendas de muebles que están por todo el estado. Una agencia nacional
de seguros, un equipo de béisbol de las grandes ligas...
Levanto la mano.
—Está bien. Lo entiendo. Está forrado y se diversifica. ¿Pero es
siempre tan... extremo?
No le hablo de la funeraria a propósito. Eduardo sabe algo y lo
compartirá voluntariamente. No le diré que lo seguí hasta la funeraria de
la esquina. La locura es como la locura, pero me estoy dando un pase
para esta noche.
Eduardo medita mi pregunta, las esquinas de su delgada boca se
curvan mientras levanta un solo hombro.
—Honestamente, viene aquí una vez a la semana, y es lo más que le
he visto hablar con alguien. Deberías considerarte afortunada.
Me río porque tiene que estar bromeando…sólo que me encuentro
con una expresión sombría.
Estoy a segundos de responder cuando algo me llama la atención.
Un logo plateado.
En el mango del paraguas.
SCHOENBACH CORPORATION
Schoenbach... Shane Bock.
—¿Algo más que pueda conseguirte? ¿Otra agua? —Eduardo cambia
de tema, sus dedos golpeando el borde del mostrador.
Acumulando aire con aroma a whisky y perfume desteñido, sacudo
la cabeza y en cuanto se va, saco el teléfono de mi bolso. Con dedos
eléctricos, escribo el nombre “Schoenbach” en el buscador, combinándolo
con palabras como “obituario” y “Funeraria Paulley-Hallbrook” y 18
“Worthington Heights, Illinois”.
Pero no obtengo nada.
El hombre sigue siendo un misterio... un enigmático y exasperante
hombre misterioso con una historia que ruega ser desentrañada para que
pueda darle sentido a lo que ha pasado esta noche.
***
Dos horas después, estoy en la cama, teléfono en mano, buscando
en vano algo, una pista, un indicio, cualquier cosa, pero todo lo que logro
descubrir es que su nombre de pila es Bennett y dirige la Schoenbach
Corporation.
Todo lo demás es un velo.
Incluso la biografía en el sitio web de su compañía es de dos líneas
de largo: Bennett Schoenbach es un residente de toda la vida de
Worthington Heights. El sucesor de su padre y abuelo, Bennett asumió la
propiedad de Schoenbach Corporation en 2014.
Al crecer, tuve una madre adoptiva que solía decirme que todos
tenían una historia, que no debía juzgar a nadie sin saberlo. A medida
que fui creciendo, aprendí que es la naturaleza humana la que juzga. En
la universidad, un profesor teorizó que se remonta a nuestra ascendencia
neandertal, cuando la supervivencia dependía de dimensionar las
intenciones y capacidades de los que nos rodeaban.
Alcanzo mi control remoto y presiono el canal de películas clásicas
de Turner, bajando el volumen hasta que apenas puedo escuchar la
reconfortante voz de Rita Hayworth en el fondo, arrullándome para
dormir.
Tal vez estoy cansada y pensando demasiado, tal vez todavía estoy
tratando de envolver mi cabeza en los eventos de esta noche, pero quiero
saber su historia.
Voy a conocer su historia.
De una forma u otra.
No sé cómo, pero lo haré.
Y estoy segura de que eso lo explicará todo.

19
—El informe de gastos de Alcott. —Sorprendo a mi asistente,
Margaux, el viernes por la mañana. Casi se derrama el café por la blusa,
con los ojos abiertos cuando me mira.
No esperaba verme hoy, lo cual es una pena.
Todos estos años trabajando juntos y la mujer no me conoce en
absoluto. La habría despedido pronto, pero su lealtad a mi padre durante
su estancia aquí me ha impedido apretar el gatillo.
Mi abuelo siempre fue un gran defensor de la lealtad. Creía que
debía ser recompensada generosamente y nunca se daba por sentada.
Además, si ella pudo manejarlo, puede manejarme a mí. Y eso cuenta
para algo.
—Dijiste que lo enviarías anoche —le recuerdo, mi dedo golpeando
en el borde de su desorganizado escritorio.
La Navidad pasada le di una semana extra de vacaciones pagadas y 20
cuando se fue, traje a un organizador profesional para darle a su área un
“cambio de imagen”, pensando que le estaba haciendo a ella (y al resto
de nosotros, que tenemos que pasar por este lío diariamente) un servicio,
sólo que el orden y la limpieza duró apenas seis semanas antes de que
volviera completamente a sus viejas costumbres.
Lo intenté.
—H-hola, señor Schoenbach. —Tartamudea cuando la pongo
nerviosa. Mi padre tenía un punto débil por ella. Ahora me pregunto si él
también tenía una erección por ella. Es completamente incapaz de hacer
este trabajo—. Yo... estaba terminando...
Reviso mi reloj. Son las ocho menos cuarto. Su café está lleno hasta
los topes y el monitor de su ordenador está muy oscuro. Su lápiz labial
color orquídea se ha descolorido, como si hubiera estado en una reciente
charla ociosa.
Mentirosa.
Ella sigue mi mirada, sus labios temblando mientras busca una
respuesta, pero me voy antes de que tenga la oportunidad.
De camino a mi oficina, cuento cuatro personas susurrando, seis
mirando fijamente y un triste tonto de contabilidad que se atreve a
conversar conmigo a esta hora tan intempestiva.
Estoy seguro de que todos se preguntan por qué diablos estoy aquí
tras una tragedia familiar.
Desafortunadamente para ellos, no es de su incumbencia.
Cierro la puerta de mi oficina y me siento en mi escritorio, girando
para mirar el paisaje urbano fuera de mis ventanas. El horizonte de
Chicago está sorpresivamente a la vista hoy en día, el cielo detrás de él
un tono surrealista de vainilla y naranja de ensueño.
Si fuera un hombre sensiblero, me ahogaría en un charco de
lágrimas por el hecho de que el sol salió esta mañana sin Larissa.
Pero soy práctico.
Y soy consciente de que la vida continúa con o sin nosotros.
No somos nada en el esquema de las cosas.
Y este es solo otro amanecer de enero.
Otro viernes.
Y yo soy otro Schoenbach, listo para enterrarme en reuniones y
papeleo hasta que sea la hora apropiada en la que un hombre pueda
disfrutar de dos dedos de whisky, y entonces saldré tomando las
escaleras de servicio para no tener una incómoda charla de fin de semana
con los trajes y faldas que tengo en nómina.
Estoy seguro de que la mayoría de mi personal me desprecia, no
importa que cubra anónimamente la matrícula de la escuela privada de
la hija de Yuri, doné en privado un Toyota Camry a nuestro hombre de
mantenimiento con mayor antigüedad cuando su Pinto ya no podía hacer 21
que trabajara. No importa que haga donaciones a nombre de todos a la
Fundación de Enfermedades Cardíacas de Halbrook cada enero. Olvida
que pagué en secreto la hipoteca de Margaux el primer año que me hice
cargo, cuando su marido perdió su trabajo (y su batalla contra el cáncer
de pulmón seis meses después).
Soy lo suficientemente consciente de que trabajar para mí no es un
paseo por el parque, así que trato de suavizar el golpe cuando puedo. En
privado. Anónimamente. Siempre.
No necesito el karma ni los elogios.
Tengo siete correos electrónicos contestados en mi mañana cuando
Margaux llama al teléfono de mi escritorio.
—¿Sí? —exhalo en el receptor.
—¿Señor Schoenbach? Su madre está aquí.
Encantador.
—Envíala de vuelta. —Cuelgo y termino de redactar mi última
respuesta, logrando pulsar enviar en el instante en que Victoria
Tuppance-Schoenbach atraviesa las puertas dobles.
Me levanto para saludarla, no por respeto, sino porque no estoy de
humor para la charla pasivo-agresiva que me dará si no lo hago.
—Cariño. —Camina a través de la habitación, sus delgados labios
rojos fruncidos en un puchero falso, sus brazos extendidos. Inclinándose
sobre mi escritorio, toma mi rostro en sus manos enguantadas y besa el
aire junto a mi mejilla—. Muchas gracias por encargarte de los
preparativos de anoche. Estaba en el área esta mañana. Pensé en venir
a ver cómo estabas. ¿Cómo te fue?
Después de dejar la funeraria anoche, quise enviarle un mensaje con
los detalles del sábado, pero en vez de eso le envié un mensaje a Deidre
del 6A y le pedí que viniera a tomar una copa y a chuparme la polla.
—Bien, madre. El memorial es el sábado por la mañana. De ocho a
diez.
—Qué tragedia, ¿no? —Chasquea la lengua, mirando hacia el
pintoresco abismo de la ciudad detrás de mí—. Honestamente, fue lo
mejor.
—¿Perdón?
—Desde el momento en que llegó a nuestras vidas, no ha causado
más que problemas. —Mantiene su voz baja a pesar de que esta oficina
está insonorizada y a un mundo de distancia de cualquiera que pueda o
no ser lo suficientemente entrometido para escuchar—. Sabes, nunca me
gustó esa chica.
—No te gusta nadie.
Es una enfermedad incurable.
Se reproduce en el ADN Tuppance.
Pasado de generación en generación como un defecto genético. 22
No tendemos a preocuparnos mucho por nadie a menos que sirva a
un propósito directo y útil de beneficio propio.
—¿Es justo asumir que no asistirás? —Levanto una ceja.
Mi madre jadea, con una mano abierta sobre su corazón.
—¿Te imaginas lo que la gente diría si no lo hiciera? Dios mío,
Bennett. Ya sabes cómo hablan por aquí. ¿Preferiría reunirme con las
damas para almorzar en The Marigold esa mañana? Sí. Por supuesto que
lo haría. Pero no ir no es una opción.
Un simple sí, estaré allí habría bastado...
—Tu honestidad es... refrescante —digo.
—Es demasiado pronto para el sarcasmo, cariño. Por favor. Ya es
suficiente.
—¿Ya has hablado con Errol? —Cambio de tema.
Tirando de sus perlas, respira con resignación.
—Lo hice. Es consciente del prematuro fallecimiento de Larissa, y
planea asistir a su funeral, pero no llevará a su esposa. Ambos sabemos
que eso es algo bueno. Larissa y Beth nunca se llevaron bien. Aceite y
agua, esas dos.
Probablemente no ayudó que mi madre envenenara su relación
desde el principio, enfrentándolas entre sí como un juego enfermo y
retorcido sólo para su propia diversión.
Dejando a un lado sus diferencias, Beth y Larissa nunca tuvieron
una oportunidad en la que mi madre estuviera involucrada.
Esa mujer es una destructora.
Destruye todo lo bueno de este mundo, lo quiera o no.
Destruyó nuestra familia, su matrimonio, a mi padre...
Es como si no pudiera evitar entrometerse, para asegurarse de que
todos los demás sean tan miserables como ella.
—Está bien, bueno. —Se levanta, enderezando el dobladillo de su
chaqueta—. Tengo un millón de pequeñas cosas que hacer esta mañana
y estoy segura de que tú también, así que te dejaré en paz.
Gracias a Dios.
Mi correo electrónico suena con el informe de gastos de Margaux,
quince horas tarde.
—¿Y Bennett? —Mi madre se detiene en la puerta, volviéndose hacia
mí—. Llama a tu hermano. Ustedes dos no se han hablado por años, y
odiaría que las cosas fueran incómodas el sábado por la mañana.
—Lo haré —miento.
Quien dijo que la muerte acerca a las familias nunca conoció a los
Schoenbach.

23
El sonido de los niños riendo y arrastrando los pies por el pasillo el
viernes por la mañana es mi señal para silenciar mi teléfono.
Lo meto en el cajón de arriba para el día y alcanzo mi café, robando
unos cuantos sorbos más antes de que llegue la locura del día.
Encontré el obituario de Schoenbach, si se puede llamar así, esta
mañana. La funeraria lo publicó anoche.
Se llamaba Larissa Cleary-Schoenbach, y tenía veintisiete cuando
murió. No mencionaba familia, ni causa de la muerte, ni fotografía. Nada
más que una fecha de nacimiento y una sola línea sobre un servicio
conmemorativo privado mañana por la mañana y las palabras SOLO CON
INVITACIÓN en letras rojas negritas. Todo en mayúsculas.
Pasé unos minutos buscando en Google “Larissa Cleary-
Schoenbach” esta mañana. Pero no pude encontrar nada.
24
No hay medios de comunicación social.
Ni LinkedIn.
Ningún artículo de periódico archivado de ningún tipo.
Sin archivos de graduación; de escuela secundaria, universidad o de
otro tipo.
Es como si esta mujer nunca hubiera existido.
—¡Buenos días, buenos días! —Tomo mi lugar en el frente de la
habitación, sonriendo y saludando e intentando mentalizarlos para el día.
Los viernes son duros. Los niños están exhaustos, la atención se está
desvaneciendo. Mis estudiantes cuelgan sus chaquetas y mochilas en sus
ganchos y luego se dirigen a su plaza asignada en la alfombra—. ¡Feliz
viernes!
Mantengo la sonrisa en mi rostro, canto nuestra canción matutina
y comienzo la lección del día, pero hoy, no puedo evitar sentir solo hacer
lo debido. Mi mente está obsesionada con el hombre del bar de anoche y
la mujer misteriosa que está enterrando.
Con el nombre con guión y la edad similar, es justo asumir que era
su esposa.
Al principio me pareció extraño que tuviera un servicio
conmemorativo privado al amanecer, pero ¿tal vez los amaneceres eran
lo suyo? ¿Y quizás su muerte fue tan trágica e indescriptible que todo lo
que quiere es proteger su privacidad?
Cuando los niños salen al primer recreo noventa minutos después,
he inventado una hermosa historia de amor para los dos. Imaginé un
apasionado romance de amor a primera vista.
Viajes a París.
Una propuesta a la puesta de sol.
Bailes lentos en bares vacíos.
Domingos por la tarde, tomando té e intercambiando poesía.
Paseos de sábado en Lincoln Park.
Besos de Nochevieja en los balcones nevados de los hoteles, sus
pestañas cubiertas de copos de nieve mientras él la envuelve para
mantenerla caliente.
En el fondo de mi corazón, quiero creer que fue muy, muy amable
con ella.
Que la amaba más que a nada en el mundo entero.
Que su muerte destrozó su corazón en un millón de pedazos
irreparables.
Quiero creer que esa fue la causa de su crueldad anoche.
Que simplemente está enojado con el mundo por haberle quitado al
amor de su vida.
La muerte y la pérdida pueden afectarte. Puede cambiar toda tu 25
personalidad si lo permites. Algunos de mis días más oscuros llegaron en
los meses siguientes a la muerte de Trevor.
Quiero creer que Bennett tiene amigos y familia que lo ayudan a
pasar por esto, pero anoche, Eduardo mencionó que cuando Bennett
pasa por aquí, nunca habla con nadie, lo que me lleva a asumir que sólo
viene solo.
¿Quizás es dolorosamente privado?
¿Tal vez ella era todo su mundo? ¿Todo lo que tenía?
¿Tal vez tuvieron una pelea y no se hablaban cuando murió?
Los niños regresan del recreo, se quitan las bufandas y guantes, las
mejillas sonrojadas y los ojos húmedos por el frío. Yendo hasta el frente
del aula para empezar la siguiente lección, decido hacer lo que Trevor
haría si todavía estuviera aquí: le doy el beneficio de la duda al cruel
extraño de anoche.
Y luego sigo con mi día.
***
La última campana del día suena a las dos cincuenta y cinco, y
camino con mi clase hasta la línea de autobuses.
Pasan cinco minutos, luego diez, y para cuando los autobuses y las
mini furgonetas abarrotadas y las brillantes Suburbans, Denalis y
Escalades se han ido, me queda un estudiante.
—Supongo que sólo somos nosotros —le digo a una abatida Honor
Smith. Esta no es la primera vez, ni será la última vez que la recogen
tarde—. ¿Por qué no regresas al salón de clases? Podemos esperar a Lucy
allí.
—Señorita Carraro, ¿puedo sentarme en la silla especial de lectura?
Por favor, por favor, ¿por favor? —Desliza su mano en la mía, gira una
brillante y oscura onda alrededor de su dedo meñique, y sonríe mientras
caminamos de vuelta. Su espíritu ha cambiado de abatido a optimista al
darse cuenta de que no tendrá que compartir la bolsa de pelotas de
segunda mano por la que todos los niños se pelean.
—Por supuesto que puedes, cariño.
No estoy a favor de los estudiantes. Nunca. Pero amo cada pedazo
de esta pequeña niña. En cierto modo, cuando la miro, es como si toda
mi infancia me mirara fijamente.
La madre adoptiva más reciente de Honor tiene otros cuatro hijos, y
las recogidas después de la escuela implican ir corriendo de un lado a
otro de la ciudad, de las escuelas primarias a las secundarias y
preparatorias, y rezar a los dioses del tráfico para que no haya retrasos o
desvíos sorpresivos.
Tenía más o menos su edad cuando me colocaron en mi primera
casa.
No sabía que sería la primera de trece. 26
Tenía tanta esperanza, tanta confianza en los adultos que se
alistaron para cuidarme. Los años siguientes fueron un cóctel de todo lo
que está bien y lo que está mal en este mundo, pero al final, nada de eso
me quebró, y mucho de eso se lo debo a la hermosa mujer que me adoptó
cuando era una sabelotodo rebelde y una sabelotodo de catorce.
En muchos sentidos, me salvó la vida.
O la salvó.
Quiero eso para Honor. Quiero que alguien le enseñe que su pasado
no tiene que dictar su futuro, que vale la pena.
Lo último que supe, su lugar en el sistema es temporal. Lucy me
mencionó un día en la conversación que la madre de Honor se había
metido en las drogas y la prostitución y no estaba segura de cuánto
tiempo la tendría, pero eso fue hace meses, y no ha mencionado una
palabra sobre nada de eso desde entonces.
Si las cosas fueran diferentes, si Honor fuera adoptable y yo no
viviera de sueldo en sueldo, la haría mía en un abrir y cerrar de ojos.
Hasta entonces, la tengo de ocho a tres, cinco días a la semana, y
un puñado de minutos después de la escuela cuando Lucy llega tarde.
Honor lee en voz baja para sí misma y me encuentro pensando en
Bennett Schoenbach otra vez.
Vuelvo a sacar el obituario de Larissa en mi teléfono una vez más.
Me pongo en su lugar.
Y decido que no era más que una buena persona teniendo un mal
día.
Si nos hubiésemos conocido en otras circunstancias, estoy segura
de que lo habría encontrado encantador.

27
Estoy de humor el viernes por la noche, así que exploto a Chopin
tan fuerte que la anciana de alta sociedad de al lado llamará al
administrador del edificio en cualquier momento, y luego me sirvo dos
dedos de Lagavulin de malta.
El mundo exterior se oscureció hace horas, como en esta época del
año, y saldría a tomar una copa o dos, pero el conmemorativo de Larissa
es por la mañana y no me castigaré sufriendo por ello con poco o ningún
sueño.
Hundido en un sillón de cuero en mi estudio, tomo mi teléfono y
reviso mis llamadas perdidas, parando cuando llego a la noche en que
Larissa murió.
Doce.
Me llamó doce veces, la mayoría con un minuto de diferencia.
Llamó una docena de veces antes de dejarme. 28

Nunca había conocido a nadie tan necesitado como ella. Siempre era
algo. Siempre estaba involucraba con tipos nefastos. Siempre encontraba
consuelo en los brazos de consumidores y abusadores. Dejé de pagarle la
fianza hace años.
Me di por vencido con ella primero.
Sólo que nunca lo dejé explícitamente claro, supongo.
Simplemente dejé de contestar sus llamadas.
Dejé de enviarle dinero.
Dejé de pagar la fianza para sacarla de la cárcel.
Supuse que el mensaje era alto y claro, y, además, las acciones
siempre hablaban más fuerte que las palabras. No hay necesidad de
sentarme y explicar mis decisiones.
Tener que mirar su cuerpo azul pálido en una mesa congelada de
acero inoxidable en la morgue de la ciudad la semana pasada y confirmar
que, de hecho, era Larissa Schoenbach, era la primera vez que la vi en
siete años.
No sé qué quería la noche en que murió.
Todo lo que sé es que alguien le quitó la vida fuera de un sórdido
club de striptease en el sur de Chicago.
La policía cree que fue un tiroteo desde un coche o un negocio de
drogas que salió mal, y que ella estaba en el lugar equivocado en el
momento equivocado, lo que es irónico porque su vida entera podría
resumirse así.
Siempre estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Convertirse en un Schoenbach fue lo peor que le pudo haber pasado.
Era demasiado blanda en el centro.
Demasiado débil.
Demasiado crédula.
Demasiada confiada.
Nunca fue una de nosotros.
Mi madre acababa de ser sometida a una histerectomía de
emergencia y de la noche a la mañana se convirtió en la misión de su
vida tener una hija. Pero no quería un bebé. No. No quería lidiar con los
pañales, el entrenamiento para ir al baño, narices mocosas o berrinches
humillantes en público.
Larissa estaba en el sistema y estaba disponible para la adopción.
Como dije... lugar equivocado, momento equivocado.
Tenía nueve cuando mamá la trajo a casa, y mirando hacia atrás,
estoy seguro de que la llevó a Neiman's o Saks antes porque la niña
estaba vestida como un caniche del espectáculo... moños de satén,
cabello esponjoso, un gran vestido rosa, zapatos de charol brillantes con 29
cintas para los cordones.
Mi madre la hizo desfilar por los terrenos, mostrándola a todos los
jardineros, criadas, chefs y mayordomos antes de que se unieran a
nosotros para una cena formal de cinco platos en la que Larissa eructó
entre bocados de filete de salsa de pimienta, recogió sus nabos asados e
intentó comer grotesco.
En cuestión de una hora, el flamante orgullo y alegría de mi madre
se convirtió en puro horror.
No estoy seguro de lo que estaba pensando mi madre, adoptando
una niña. Apenas podía amar a los dos niños que trajo al mundo, no
entiendo cómo pensó que podía amar al hijo de un extraño.
El primer año fue el más difícil de ver. Doloroso, en realidad. No
había ningún vínculo. No había amor.
No es que nada de eso me sorprendiera.
Antes de que nada terminara, mamá se negó a “enviarla de vuelta”,
temiendo cómo se reflejaría en ella. Sabiendo que la gente hablaría.
Preocupada de que todos pensaran que tenía un “fracaso”.
Victoria Tuppance-Schoenbach estaba casada con uno de los
hombres más ricos de Chicago, vivía en una de las fincas más caras de
la zona, conducía los vehículos más caros, tomaba las vacaciones más
lujosas y dio a luz a dos niños hermosos, fuertes, sanos, atléticos e
inteligentes.
Dios no permita que atribuya su reputación a algo inferior.
A decir verdad, creo que estaba aterrorizada de que el mundo la viera
como realmente era: una mujer egoísta, miserable, fría y materialista con
una vena narcisista de un kilómetro de ancho.
Así que se quedó con Larissa.
Y tan pronto como encontró una vacante en el prestigioso internado
Betancourt a cinco horas de distancia, la envió con dos maletas y un baúl
lleno de todas sus cosas bonitas. La puerta de su dormitorio estaba
cerrada con llave, ni siquiera el personal podía entrar. Era como si mi
madre prefiriera que hiciéramos como si Larissa nunca hubiera pasado.
Después de eso, estrictamente veíamos a nuestra nueva hermana
menor durante las vacaciones y las vacaciones de verano, cuando la
escuela Betancourt estaba cerrada.
Con Larissa en casa, nunca fue como tener una hermana, era como
tener a esta persona a la que tu familia estaba obligada a mantener, esta
persona que hacía que tus rígidas e incómodas reuniones familiares
fueran mucho más rígidas e incómodas.
Éramos un equipo un poco bizarro. Nunca me molesté en conocerla
más de lo necesario. Nunca me esforcé en pasar tiempo con ella o en
desearle un feliz cumpleaños o cualquiera de esos intercambios ingenuos
y de perder el tiempo.
Nunca la vi como una hermana en ningún sentido de la palabra. 30
Sospecho que el sentimiento era mutuo, excepto, por supuesto,
cuando me necesitaba para limpiar uno de sus desastres.
Desde el principio, Errol la aceptó rápidamente. Aunque si conozco
a mi hermano, y créeme, lo hago, lo hizo para fastidiarme.
Los dos hemos estado en desacuerdo desde que tengo memoria, y el
bastardo vio una oportunidad para hacerme sentir excluido, y la
aprovechó. Errol y Larissa eran inseparables, intercambio de secretos y
bromas internas, jugando al tenis, viendo películas y descansando en la
piscina escuchando música.
Sin embargo, la broma estaba en él.
Nunca me importó.
Todavía no me importa.
Quizá lo haría si pudiera, pero preocuparse es una debilidad, una
puerta a la autodestrucción.
Y soy tan indestructible como ellos.
Subo el volumen de Chopin, bebo mi whisky y me hundo en mi
asiento. Estoy a segundos de cerrar los ojos y escapar a un mundo lejano
cuando mi teléfono vibra en la mesa de café.
—¿Hola?
—Sí, ¿es Bennett Schoenbach? —Hay una mujer mayor en el otro
extremo, su voz no es familiar.
—¿Quién es?
—Me llamo Jeannie Hanaway y trabajo con el Departamento de
Familia y Servicios Sociales. ¿Tiene un momento para hablarme de
Larissa Schoenbach?
—No. No lo tengo. Y siento informarte, pero Larissa falleció esta
semana.
Mi pulgar se prepara sobre el botón rojo y estoy a punto de terminar
la llamada cuando la mujer dice;
—Lo siento por la pérdida. Por eso estoy llamando. Este asunto está
relacionado con eso y es bastante urgente.
Al sentarme en mi silla, me aclaro la garganta.
—Está bien. ¿Qué es?
—Según mis papeles, Larissa lo designó como único tutor de su hija
en caso de su muerte.
El silencio se alza entre nosotros.
Estoy de pie.
—No sé qué clase de truco enfermizo y retorcido está tratando de
hacer, pero si me llama de nuevo con esta tontería, tendrá noticias de mi
abogado.
—¿Dis... discul... p-pe? —su tartamudeo no es más que un acto, 31
estoy seguro.
—Larissa nunca tuvo un hijo.
El papel cruje en el otro extremo.
—Puedo asegurarle que lo hizo. Su nombre es Honor y vive aquí en
la ciudad. Ha estado en casas de acogida los últimos años mientras la
señora Schoenbach intentaba ponerse en pie. Supongo que estoy
confundida. Pensé...
—¿Esto es por el dinero? ¿Es esto un extraño intento de extorsión a
mi familia? ¿Ganar con la muerte de mi hermana? Porque si lo es, está...
—... no. Oh, Dios, no. Señor Schoenbach, entiendo que esto debe
sorprenderle, pero le aseguro que no es una broma, ni una extorsión, ni
nada de eso. Como dije, me llamo Jeannie Hanaway. Puede encontrar mi
información de contacto en la página web del Departamento de Familia y
Servicios Sociales del Estado. Puedo darle el nombre de mi supervisor si
quiere... me gustaría concertar una reunión frente a frente lo antes
posible si usted...
Termino la llamada.
Me niego a creer que Larissa tenga una hija de seis porque si la
tuviera, seguro que no me la habría dejado.
Mi dedo pasa por el botón de “enviar” el sábado por la mañana, y
vuelvo a leer mi correo electrónico por decimocuarta vez.
Esto es una locura.
La gente normal no hace esto.
Pero desde nuestro encuentro casual del jueves por la noche, no
puedo dejar de pensar en el hombre del bar, su esposa muerta, y el
misterio que envuelve su obituario.
No sólo eso, sino que me sigo preguntando qué haría Trevor si
todavía estuviera aquí, qué diría.
Tenía un corazón del tamaño de Texas, un corazón que ahora late
en el cuerpo de otra persona.
Era fluido en compasión y el altruismo, constantemente se esforzaba
por ayudar a los demás. Sosteniendo las puertas para los extraños sin 32
importar lo tarde que corriera. Rescatando animales perdidos y haciendo
todo lo posible para encontrar refugios sin matanza para ellos. Ofreciendo
su cambio en cada tetera roja o jarra de donación de una gasolinera.
Y esas sólo eran las pequeñas cosas.
Esta mañana, con café y tostadas con mantequilla, decidí buscar la
dirección de correo electrónico de Bennett en el sitio web de su empresa,
crear una dirección de correo electrónico anónima para mí, y redactar un
mensaje sincero con la esperanza de que pueda darle consuelo en este
difícil momento.
Tomando los restos de mi café tibio, le doy una última lectura.

Para: Bennett.Schoenbach@SchoenbachCorp
De: AnonStranger@Rockmail
Asunto: Condolencias
Querido Bennett,
No me conoces, pero recientemente me enteré de tu
pérdida, y quería expresarte mis más profundas condolencias.
No soy una extraña para perderme. Hace un año, mi prometido
tuvo un accidente de auto y desafortunadamente no sobrevivió.
Nadie puede prepararte para algo así. En un momento estás
viviendo tu día a día, tu futuro lleno de esperanzas y
sueños, y al siguiente...
Bueno, estoy segura de que lo sabes.
La primera semana o dos, va a tener una avalancha de
simpatías de los más cercanos a ti y tal vez incluso de
algunos conocidos lejanos que se sienten afectados por esta
tragedia. Pero una vez que la fanfarria se desvanezca y todo
el mundo siga con su vida, te verás obligado a seguir con la
tuya también.
Podría parecer imposible.
Y será la cosa más difícil que tendrás que hacer.
Pero estoy aquí para decirte que puedes hacerlo.
Y si alguna vez quieres hablar, desahogarte,
compadecerte... estoy aquí.
Envíame un correo electrónico.
O no.
Depende completamente de ti.
Sólo quería que supieras que no estás solo.
Con mis más sinceras condolencias,
Una extraña anónima

Aguanto la respiración y presiono “enviar”. Un sonido silbante un 33


segundo más tarde confirma que el mensaje llegó. No hay vuelta atrás
ahora. No hay que dudar de si estoy sobrepasando o no mis límites.
No espero una respuesta, pero enviar este mensaje no se trata de
eso.
Quiero que sepa que no está solo, que hay alguien más en este
mundo que entiende la magnitud devastadora de su dolor.
En el fondo de mi corazón, sé que Trevor habría hecho lo mismo.
No...
Trevor habría enviado una tarjeta escrita a mano. Un arreglo floral,
también.
Pero en este caso, un correo electrónico debería ser suficiente.
Cerrando la tapa de mi portátil, la pongo a un lado y limpio los platos
del desayuno. La ventana sobre el fregadero de la cocina muestra una
mañana en escala de grises con un toque de luz que atraviesa la
atmósfera de niebla.
El conmemorativo al amanecer de Larissa debería empezar en
cualquier momento.
Pienso en el desconocido Bennett, en lo que debe estar pasando. Lo
imagino vestido con su mejor traje, acrecentando sus emociones y
poniendo rostro valiente al saludar a sus amigos y familiares.
Pienso en el extraño.
Pienso en él toda la mañana.

34
Llego al memorial quince minutos tarde, apenas capaz de empujar
entre la avalancha de visitantes agrupándose en el pequeño salón
funerario. A juzgar por la miradas de ellos, estoy dispuesto a apostar que
están aquí a causa de mi madre.
Amigos.
Conocidos.
Trepadores sociales que trafican rumores.
Una “afligida” Victoria Tuppance-Schoenbach está de pie junto a
una exagerada (y desactualizada) foto de una sonriente Larissa en su
graduación de Betancourt, su piel clara y ojos vibrantes ya que no había
descubierto aun la emoción de las metanfetaminas, polvo de ángel, y la
heroína negra.
Mi madre está vestida en Chanel del color de la muerte de pies a
cabeza, rodeada por un aura de elaborados arreglos florales, su 35
extravagante anillo de matrimonio destellando bajo la suave luz.
Gracioso, quiere que todo el mundo crea que todavía usa el maldito anillo
a pesar del hecho de que la vi quitárselo la noche después del funeral de
mi padre y guardarlo en una caja en su armario.
Todos estos años después, aún no la había visto usarlo hasta este
momento.
Frente unido y todo eso, estoy seguro.
Me coloco en una esquina desocupada de la habitación, observando
mientras sacude manos.
Ahí vienen las sonrisas agridulces.
Los asentimientos llorosos.
Los abrazos prolongados.
Intento no torcer el gesto cuando seca lágrimas invisibles de la
esquina de sus ojos.
Es un acto coreografiado, y por un momento, estoy reviviendo el
funeral de mi padre hace cinco años, cuando dio una actuación digna de
Oscar de una viuda afligida, sollozos vergonzosos, rodillas temblorosas,
y así.
Sin importar el hecho de que no habían dormida en la misma cama
en una década o el hecho de que cada uno había tomado amantes
secretos, no que me topara con esa información a propósito.
Evidentemente ser atrapados era parte de la emoción para cada uno.
Diez minutos después, el acto de mierda sigue fortaleciéndose.
He sido molestado por un puñado de visitantes, cuando entra el
hombre del momento: el chico dorado de mi madre.
—Errol, querido… —Madre controla su emoción, manteniéndolo a
un nivel apropiado para un funeral, y le hace señas con una solo mano
enguantada.
Su esposa, Beth, está aferrada a su brazo, escaneando
silenciosamente la habitación en busca de rostros familiares, asumo.
Curioso. Podría haber jurado que mi madre explícitamente dijo que no
vendría. Errol debió haberla convencido.
Quizá no podía soportar la idea de toparse conmigo solo, sin su
parachoques humano para resguardarlo de las dagas que no puedo evitar
lanzar en su dirección cada vez que somos forzados a respirar el mismo
oxígeno
Pero Beth está vestida en gris, un movimiento intencional, estoy
seguro.
Negro sugeriría que está de luto.
Negro sugeriría que da una mierda porque Larissa esté muerta.
Mi madre acuna el demacrado rostro de Errol, tierna en sus manos, 36
y le agradece por venir antes de besar el aire junto a las mejillas sanas y
coloradas de Beth, y dándole a sus arregladas manos un apretón.
—¿Has visto a tu hermano? —pregunta.
Errol se encoge de hombros y sacude su cabeza.
Madre escanea la habitación.
Beth se excusa para ir al baño de señoritas.
Si yo fuera una persona amable y decente, probablemente saludaría,
haría saber mi presencia, haría una escena y sería un buen Schoenbach.
Pero en cambio, permanezco anclado a mi esquina, observando al
resto de la habitación llorar a una mujer que era demasiado débil para
ser una de nosotros, demasiado perdida en este mundo para haber tenido
una oportunidad, demasiado suave para haber sobrevivido el tenebroso
mundo infectado de drogas y donde buscó consuelo.
—Bennett, hola. —Beth emerge del baño unos minutos después,
paseando en mi dirección, sus tacones de fondo rojo raspando contra la
estrecha alfombra —. Dios mío, ha pasado demasiado.
Su boca se curva en una media sonrisa, medio puchero, como si
estuviera feliz de verme pero sabe que no es apropiado pretender estar
emocionada en este momento.
Inclinándose, besa mi mejilla, su vestido presionándose contra el
traje el tiempo suficiente para que su perfume francés se adhiera a la tela
y asalte mis pulmones bastante tiempo después de que libere su agarre
sobre mí.
—¿Cómo has estado? ¿Estás aguantando? —Frota mi brazo, su
cabeza ladeada mientras me mira —. Errol te extraña, ya sabes… habla
sobre ti todo el tiempo… se pregunta cómo estás,… ambos nos
preguntamos cómo estás…
—Estoy bien, Beth.
Nunca he entendido su afinidad por mí, pero fue instantánea, desde
el momento que él la trajo a casa. Al pasar los años, lo he resumido a
Beth siendo hija única y ansiando fervientemente por una oportunidad
con el hermano menor que nunca tuvo. No creo que haya nada más
siniestro que eso. Beth es una simple mujer con motivos simples, la
mayoría de ellos reduciéndose a cosas como dinero, posición, y renombre,
tres cosas que se ha permitido por estar casada con mi hermano.
No pregunto por Errol. Solo me dará una respuesta estándar más
falsas que las doble D sobresaliendo de su huesudo pecho.
—¿Quieres venir a saludar? Estoy feliz de ser el intermediario. —
Muerde su labio inferior, sus ojos rogando como si le importara una
mierda. La verdadera razón por la que quiere una reconciliación en este
punto es porque piensa que quizá le dé finalmente un lugar a Errol en la
junta de Corporación Schoenbach. Un lugar en la junta equivale a un
elegante título con un gordo cheque que de hecho respaldaría su cómodo
37
estilo de vida para que finalmente pudieran dejar de derrochar dinero y
vacaciones dignas de Instagram de tarjetas de crédito sobregiradas y de
atrasarse en su segunda hipoteca cada pocos meses.
Mi padre le habría dejado la mitad de su compañía a mi hermano si
Errol no hubiera negado su oportunidad en la Escuela de Negocios de
Harvard, la única condición de mi padre.
Pero Errol se negó, optando por asistir a alguna escuela de arte
demasiado cara para poder vivir su mejor vida de hipster.
—Iré en un rato. —Inspecciono la habitación, que se ha despejado
en los últimos minutos, y me convenzo de terminar con esto.
Beth pasea de regreso a su esposo, quien luce como si hubiera salido
de la portada de GQ con su traje Givenchy azul y engominado moño
masculino. Deslizando su brazo en el de él, se levanta sobre los dedos de
sus pies para susurrar algo en su oído. Él responde y luego la besa.
Nuestra madre es ignorante a todo eso, saludando a otro amigo suyo
antes de enjugarse por millonésima vez.
Decido ir al frente de la habitación, pero no antes de revisar mi
correo electrónico del trabajo primero.
Se suponía que Claudia en RH me enviara alguna denuncia escrita
que alguien en nómina llenó contra uno de nuestro VP, y necesito saber
qué clase de despido estaré emitiendo el lunes en la mañana o si es algo
que requerirá una llamada de fin de semana a nuestro abogado
empresarial.
Mi pantalla parpadea y mi bandeja de entrada se actualiza, llenando
el rectángulo de vidrio con docenas y docenas de mensajes no leídos,
ninguno de Claudia.
Algunos días considero despedir a todos y cada uno de los perezosos
del equipo original de mi padre y reemplazarlos con tiburones que no
están asustados de hacer su maldito trabajo.
Días como este, estoy excesivamente tentado.
Hojeando y borrando mensajes, me detengo cuando veo uno con la
línea de asunto: CONDOLENCIAS de un remitente con el nombre
AnonStranger.
Seguro es una estafa, pero demasiado intrigado para ignorarlo, toco
mi pantalla y reviso el mensaje.
Un minuto después, he leído el mensaje de esta persona no una vez,
no dos, sino tres veces, mi sangre hirviendo cada vez más.
Sin darle un segundo pensamiento, confecciono mi respuesta sin
filtro y golpeo enviar.
El maldito descaro de la gente.

38
Contestó.
Parpadeo dos veces, froto mis ojos, y actualizo la página.
El mensaje sin leer se mantiene. No lo estoy imaginando.
Mi mañana estuvo llena de lavandería, una rápida caminata a la
biblioteca para regresar un par de libros, una visita al Teatro Elmhurst
para revisar el calendario de voluntariado, y luego interrupción de todo
para ver Todo Sobre Eve, lo que sea que pudiera hacer para despegar mi
fijación de Bennett Schoenbach y su curiosa situación.
Pero poco después de la cena, cedí y me permití revisar mi correo
electrónico… solo por si acaso.
Presiono sobre la respuesta, notando la marca de tiempo de 8:41
a.m.
Tuvo que haber estado en el funeral cuando escribió esto… 39

PARA: AnonStranger@Rockmail
DE: Bennett.Schoenbach@SchoenbachCorp
ASUNTO: RE: Condolencias.
Extraño anónimo,
Sus simpatías, condolencias, y pésames son innecesarios
e indeseados. No conoce mi situación. No podría posiblemente
entender mis sentimientos en cuanto a esta pérdida ni debería
necesitarlo, porque no son de su incumbencia.
El hecho de que se sintió obligado a expresar sus
sentimientos anónimamente, desde el otro lado de una pantalla
en Dios sabe dónde, está francamente establecido: patético.
¿Esta es alguna clase de cosa enferma y retorcida que
hace? ¿Recorrer obituarios en periódicos y luego escribir a
los miembros de su familia? ¿Qué le da el derecho de molestar
extraños? ¿De hacer sus tragedias sobre usted mismo?
Seguramente tiene mejores cosas que hacer con su tiempo,
¿sí?
Hágame un favor y métase en sus propios asuntos.
Pero primero, vaya y jódase.
Sinceramente,
Bennett Schoenbach
La punzada de lágrimas calientes nubla mi visión por unos pocos
segundos antes de que las aleje a la fuerza. Estaba tan segura que no
obtendría nada de regreso de él que no me había detenido a pensar cómo
me sentiría si me enviara una respuesta cruel.
Tal vez sobrepasé mis límites, pero mis intenciones fueron nobles.
Si el correo lo molestó tanto, todo lo que tenía que hacer era borrarlo y
bloquear mi dirección de correo, no que le hubiera escrito una segunda
vez.
Paseo mi apartamento, reúno mis pensamientos, y me sirvo una
copa de vino tinto antes de sentarme frente a mi computadora y darle clic
a “responder” contra mi mejor juicio.

PARA: Bennett.Schoenbach@SchoenbachCorp
DE: AnonStranger@Rockmail
ASUNTO: RE: re: Condolencias
Querido Bennett,
Permítame presentarme, mi nombre es Astaire (si, como
Fred Astaire) y he vivido más dificultades y tragedias en
mis veintiséis años que la mayoría de la gente experimentará
en su vida. Normalmente no me presento de esta manera ya que 40
no creo que deberíamos ser definidos por nuestros pasados o
las cosas que nos han ocurrido, pero parece como un hecho
relevante para compartir con usted dado el contexto de estos
correos.
De pequeña, fui puesta en cuidado adoptivo. Nunca conocí
a mi padre. Realmente nunca conocí a mi madre. Viví con trece
familias antes de que fuera adoptada por una mujer anciana
que nunca había tenido hijos y decidió darle una oportunidad
a mí rebelde yo adolescente.
Mis años con mi madre adoptiva fueron uno de los mejores
que he conocido nunca. Me enseñó todo lo que necesitaba saber
sobre la vida, amor, perseverancia, y perdón. Pero en medio
de mi primer año, fue diagnosticada con cáncer cerebral de
fase cuatro y en cuestión de meses, falleció.
No obstante, seguí adelante. Por ella. Por mí. Por el
futuro que prometí vivir por ella.
Casi al mismo tiempo, conocí a un hombre que se
convertiría en mi prometido. Tuvimos una clase juntos, ambos
estudiando Educación. El hombre podía iluminar una
habitación, y fue su éxito lo que me atrajo a él al principio,
seguido de su contagiosa sonrisa y chispeantes ojos que me
hacían perder mi tren de pensamiento siempre que me daba esa
mirada…
Y ni siquiera me haga empezar con su corazón, era
probablemente lo mejor de él, lo que es decir muchísimo
porque cada parte de él era asombrosa.
Pero la semana pasada del año anterior, estaba
conduciendo a casa de la secundaria donde enseñaba
Matemática, y fue chocado en una concurrida intersección a
menos de kilómetro y medio del apartamento que compartíamos.
Como le dije en mi primer correo, no sobrevivió.
El año pasado ha vacilado entre episodios puramente
infernales y el dolor más brillantemente intenso y agónico
que un humano puede soportar, pero la semana pasada, me las
arreglé para tragármelo, levantarme del suelo, y forzarme a
ir a un bar llamado Ophelia’s para conocer a un hombre en
una cita a ciegas.
No sabía cómo lucía, solo que era esencialmente alto,
moreno y apuesto.
Y allí, al final de la barra… estabas tú.
Intenté conseguir tu atención por la pura suposición de
asegurarme de que no eras el hombre que estaba buscando,
pero la forma que respondiste, las cosas que le dijiste a
una completa extraña, fuera crueles y duras.
Y antes de que tuviera una oportunidad de explicar, te
fuiste. 41

Pero olvidaste tu sombrilla y todavía estaba lloviendo,


así que corrí tras de ti, esperando alcanzarte para poder
devolvértela porque esa es exactamente la clase de persona
que soy.
Para cuando te alcancé, habías desaparecido en un salón
funerario.
Más tarde esa noche, fui capaz de reunir unos cuantos
detalles para conseguir tu nombre. Y pasé la mayor parte del
día siguiente convenciéndome que solo habías perdido al amor
de tu vida y que tu descarada crueldad era un resultado
directo de eso, no porque eres un despiadado, insensible
hombre.
Mi corazón dolió por ti, por tu pérdida, por lo terrible
que tuviste que haber estado para haber atacado a un total
extraño de forma tan hiriente.
Esta mañana, en un capricho, decidí enviarte un correo…
unas pocas palabras gentiles para dejarte saber que no estás
solo en este mundo, porque el Señor sabe que me hubiera
venido bien lo mismo hace un año.
Pero ahora sé que estaba equivocada sobre usted.
Es cruel por el interés de ser cruel.
Pero dicho todo esto, no me hace lamentarlo menos por su
pérdida.
Sinceramente,
Astaire Carraro.

Paso el ratón sobre el botón de “enviar”, chupando el interior de mi


labio.
Cuando me senté para redactar este mensaje hace diez minutos,
quise desahogarme, sacar las palabras de mi sistema. No tenía intención
de enviarlo. Pero no es como que tenga nada que perder en este punto,
ni probablemente volveré a cruzar caminos con él.
Que se joda.
Alcanzo mi copa de vino, trago lo que queda, y envío la maldita cosa.

42
—Oh, bien. Estás en casa. —Mi madre pasa a mi lado el sábado por
la noche, mostrándose en mi apartamento—. No contestabas mis
llamadas después del funeral, así que asumí que estabas con una de tus
amigas. O ya sabes, lo de siempre... ignorándome.
—Estaba a punto de salir. ¿Algo en lo que pueda ayudarte? —Cierro
la puerta antes de seguirla al bar húmedo donde procede a prepararse
un vodka con arándanos que es más vodka que arándanos.
Mi teléfono vibra con una llamada.
Un vistazo rápido me dice que es la trabajadora social de anoche.
—Quería discutir esta pequeña riña en curso con tu hermano. —
Coloca su bolso en el mostrador antes de quitarse la chaqueta y colgarla
en el respaldo de una silla.
—Por favor, madre. No te molestes.
43
Levanta una ceja delgada como un lápiz.
—¿Problemas para mí? Querido, ustedes dos son mi mundo. Me
duele ver cuánto la muerte de tu padre ha destruido tu relación. Antes
estaban tan unidos.
Me muerdo la lengua. Mi madre rara vez estaba cerca, rara vez se
involucraba más de lo que tenía que estar cuando crecíamos y esto no
hace más que solidificar eso. Estoy seguro de que en esa cabeza delirante,
llena de billetes de dólar, éramos los mejores amigos.
Nunca lo hemos sido.
Nunca lo seremos.
No en esta vida.
—¿No crees que la ley del hielo ya ha durado bastante? —Gira para
mirarme, ojos tan salvajes como las exóticas plumas que cubren la
capucha de su chaqueta—. Cinco años, Bennett. Cinco años. Todo lo que
quiere es estar en tu vida de nuevo. Y un puesto en la empresa.
Me ahogo en mi risa antes de ponerle la tapa al vodka en el mini bar.
La dejo en un trago porque no es bienvenida para quedarse lo
suficiente para dos.
—¿Esperas que mi hermano, que apenas puede mantener su galería
de arte a flote y ahora se adentra en el mundo de los libros de autoayuda
a pesar de que nunca ha tomado una clase de psicología en su vida...
ayude a dirigir la corporación?
Mi madre parpadea, la expresión es ilegible.
—Tuy yo sabemos que cualquier salario que le daría se gastaría
antes de que el primer depósito llegue a su cuenta bancaria —añado—.
No solo eso, sino que mi recepcionista está más cualificado para un
puesto en la sala de juntas que él.
—Creo que esta sería una gran oportunidad de aprendizaje para él.
—Toma un sorbo antes de cuadrar sus hombros con los míos, un indicio
de que no tiene intenciones de echarse atrás—. Has hecho cosas
tremendas con la compañía desde que te uniste. Serías una gran
inspiración para él.
—Bien. Errol aspira a ser como su hermano pequeño algún día.
—Sé que ustedes dos pueden ser competitivos a veces...
—A veces.
—Pero con la pérdida de Larissa... —Parpadea con lágrimas falsas.
—-Por favor, madre. Ya basta con la actuación. Es insultante. Soy
consciente de lo que realmente sientes por ella.
Su mano izquierda se eleva a su cadera estrecha y sus cejas se
juntan.
—Solo sabes lo que crees que sabes.
—Sé lo suficiente.
44
Pone los ojos en blanco.
—No era tan perfecta como pensabas que era.
—Nunca insinué ni una vez que ella fuera perfecta.
—Obviamente pensaste el mundo de ella. Siempre la rescatabas, la
ayudabas.
Mi mandíbula se tensa.
—Alguien tenía que hacerlo.
—Bueno, solo digo que... te preocupaste mucho por ella.
No la corrijo.
No me importaba, me daba lástima.
Es una gran diferencia.
—De todos modos —continúa—, la ayudé a mi manera a lo largo de
los años. He limpiado muchos de sus desastres. Solo que nunca sentí la
necesidad de transmitírselos para hacerla sentir culpable.
Entrecierro los ojos.
—¿De qué estás hablando? No tiene ningún sentido.
Ella bebe a sorbos su cóctel, que ya está casi terminado.
—No siento la necesidad de entrar en detalles contigo.
—No puedes decir algo así y esperar que lo deje pasar.
—Por supuesto que puedo, cariño. —Resopla—. De todas formas,
solo vine a decirte que Errol estaba muy dolido por la forma en que lo
rechazaste hoy en el memorial de Larissa. Tenía toda la intención de
enmendarse y entonces tú simplemente... lo rechazaste delante de toda
esa gente. Hiriente y humillante. Y en un día tan doloroso.
Sonrío, repitiendo esa escena del memorial en mi mente: caminando
para ofrecer a mi madre una muestra de apoyo, fingiendo que no había
notado a Errol parado allí, las manos en los bolsillos de sus pantalones
de traje ajustado mientras se mecía de un lado a otro en los talones de
sus recién pulidos Ferragamo Oxfords.
Esto no se trata de Errol o de la ruptura. Esto se reduce al hecho de
que algunos de sus amigos de la alta sociedad se dieron cuenta de la
guerra fría en tiempo real entre los hermanos Schoenbach, y le preocupa
que la gente vaya a hablar.
Mi madre juega con los grandes botones de su chaqueta de lana
antes de poner su bolso de satén bajo el brazo y mirar la puerta.
Mi teléfono vuelve a sonar, esta vez con un mensaje de texto de un
amigo que espera para reunirse conmigo para tomar una copa.
—Espera —digo, pensando en la extraña llamada de la trabajadora
social—. ¿Larissa tenía una hija?
Mi madre se detiene con fuerza, con la mano en el pecho, aunque
me da la espalda, una reacción peculiar para una mujer que siempre ha 45
sido inquebrantable hasta la médula.
—Responde a la pregunta. —Me acerco a ella, poniéndome delante
de la puerta para que me mire a los ojos.
Ella mira el suelo del vestíbulo de mármol, con la boca abierta.
—Madre. —Mi voz es severa. Puedo ser tan implacable como ella, si
no más.
Sus pequeños hombros se levantan y caen mientras aplana sus
labios color escarlata.
—Te lo dije, Bennett. He limpiado algunos de sus desastres a lo largo
de los años, y ni una sola vez he dicho una palabra de ellos a ninguno de
ustedes. ¿Cuál es el punto de sacar a relucir algo de eso ahora?
—Así que es verdad. —Enderezo mi espalda—. Ella tiene un hijo.
Mi madre pone los ojos en blanco, bebe lo último del vodka con
arándanos y coloca el vaso vacío en un posavasos de cristal cerca del bar.
Ella sabe que no voy a dejar pasar esto.
—Lo tenía todo preparado. —Su lengua cacarea como si estuviera
molesta de nuevo—. Había arreglado que viviera en un bonito condominio
en Minneapolis por el resto del embarazo, y había encontrado una familia
encantadora que iba a adoptar al bebé... un cirujano educado en Stanford
y su hermosa esposa. Larissa tendría el bebé, firmaría y volvería a
Chicago para terminar su carrera y sería como si nada hubiera pasado...
—Traga—. Pero luego cambió de opinión. Quería quedarse con el bebé.
Dijo que no podía seguir adelante con ello. Algo acerca de saber cómo se
sentía al ser descartado o alguna tontería como esa. De todos modos,
volvió a Chicago y tuvo el bebé con ella, e hice lo que tenía que hacer.
—¿Qué hiciste, madre?
Sus ojos grises se dirigen a los míos.
—La repudié. La corté. Le dije que había terminado de ayudarla en
todo el sentido de la palabra. Que era hora de que aprendiera a valerse
por sí misma. Lo siguiente que sé es que se está mezclando con la gente
equivocada otra vez, y bueno, ya sabes lo que salió de todo eso.
—Eso es frío. —Y lo digo como uno de los bastardos más fríos que
jamás haya respirado este aire de la Ciudad del Viento.
—No me juzgues —escupe, con la cara arrugada—. Hice lo que tenía
que hacer para proteger a esta familia. Para proteger el nombre
Schoenbach. Para mantener nuestra línea de sangre como sinónimo de
calidad y exclusividad.
—No somos una maldita marca, madre. Somos seres humanos de
mierda.
El escozor de su bofetada calienta mi mejilla izquierda, pero resisto
el impulso de calmar el dolor con la palma de mi mano. Ya pasará.
—Cuida tu tono conmigo, Bennett. —Retrae su mano, la acuna
contra su pecho agitado. Imagino que la bofetada le dolió más a ella que
46
a mí—. Y no te atrevas a convertirme en el villano en esto.
—Ciertamente no te llamaría el héroe.
Ciñéndose las solapas entre los dedos, abre la boca para decir algo
y luego se detiene, dándome una oportunidad.
Me hago a un lado y ella se abalanza sobre la puerta, deteniéndose
en su camino para volverse.
—Si supieras las cosas que he hecho para proteger a esta familia...
no serías tan rápido para juzgar —dice—. De hecho, me estarías
agradeciendo.
Con eso, cierra de golpe la puerta detrás de ella.
Espero unos minutos, asegurándome de que no nos cruzaremos en
el vestíbulo, y luego recojo mis llaves, el teléfono y la chaqueta, envío un
mensaje a mi conductor y me dirijo al vestíbulo para esperar.
Le ordeno que me deje en mi lugar habitual, para que pueda
reunirme con un ex colega para tomar una copa, y paso los quince
minutos de viaje en coche intentando hacerme a la idea de que Larissa
tuvo un hijo y que me lo dejó a mí.
Nunca en mi vida he considerado tanto la idea de tener un hijo.
Son pegajosos. Desordenados. Ruidosos.
Huelen mal.
Te roban el sueño y se apoderan de tus fines de semana con viajes
al zoológico y prácticas de fútbol.
Honestamente, la idea de ser una figura paterna envía una ola de
náuseas a mi medio.
Nunca podría criar a un niño, y mucho menos al hijo de otro.
El taxi me deja frente a Ophelia’s, y voy a tomar un vodka doble con
hielo para despejar mi cabeza.
Incluso en la muerte, estoy limpiando los desastres de Larissa.

47
—¿Qué tomamos esta noche? —pregunta la camarera, que es lo
opuesto a Eduardo por la forma en que me saluda con una sonrisa alegre
y la forma en que canta a medias junto con la canción de Greta Van Fleet
que suena en el fondo.
Ya me gusta.
No sé qué me obliga a poner un pie en Ophelia’s solo tres noches
después de mi incidente con el extraño más cruel del mundo, pero aquí
estoy, sentada exactamente en la misma silla en el mismo bar, intentando
convencerme de que el destino no sería tan perverso como para
obligarnos a cruzar caminos dos veces en una semana.
Además, necesitaba salir de mi piso.
Han pasado horas desde que envié ese segundo correo electrónico y
Bennett aún no ha respondido. O no lo vio, o lo vio, se rio, lo borró,
bloqueó mi correo electrónico y siguió con su vida. 48
De cualquier manera, es todo lo mismo.
—Sorprenderme. —Le guiño un ojo
Sus ojos se iluminan.
—Muy bien. Puedo sorprenderte. Pero primero, responde a esta
pregunta: si pudieras viajar a cualquier ciudad del mundo en este
momento, ¿a dónde irías?
—Fácil. París. —Ahí es donde Trevor y yo íbamos a ir de luna de
miel. Habíamos estado ahorrando como locos el año anterior a su
fallecimiento, y la semana antes de su muerte, nos quedaba cobrar un
sueldo para comprar los billetes y reservar una habitación de hotel con
vista a la Torre Eiffel.
No puedo contar cuántas veces vimos Un americano en París y luego
nos quedábamos despiertos hasta altas horas de la madrugada, haciendo
planes, preparándonos para nuestro gran viaje.
La camarera me guiña un ojo antes de darse la vuelta y agarrar
varias botellas y se convierte en una científica loca titulada en licores. Un
minuto después, me presenta un cóctel amarillo pálido en una copa de
champán de cristal.
—Para ti —dice—. Un Soixante Quinze, también conocido como un
francés 75.
Tomo un sorbo sin preguntar qué contiene, quería ser sorprendida
al fin y al cabo. El sabor a limón, champán, azúcar y ginebra bailan sobre
mi lengua.
—Bueno, ¿verdad? —Limpia una mancha húmeda delante de mí con
su toalla.
—Asombroso. —Tomo un trago generoso y ella se aleja, orgullosa
como un pavo real, de ayudar a otro cliente.
Desde mi periferia, asimilo mi entorno. El lugar está más ocupado
esta noche que lo era el jueves, naturalmente.
Parejas besándose.
Sujetos de la mano.
Grupos chocando copas.
Risa.
Tantas risas
Trevor y yo nos mudamos aquí hace dos años, ya que ambos
conseguimos empleos en el distrito escolar de Worthington. Cuando no
estábamos trabajando ese primer año, estábamos completamente en
modo planificación de boda, lo que desafortunadamente dejó un tiempo
mínimo para socializar y hacer amigos en nuestra nueva ciudad. Todos
nuestros amigos de la universidad están en Indiana, y no los veo casi
tanto como me hubiera gustado. 49
Vinieron poco después de su muerte, turnándose para pasar los
fines de semana conmigo, recogiendo mis restos destrozados y tratando
de recomponerme con distracciones e intentos de pasar buenos
momentos. Pero después de un tiempo, todos volvieron a sus propias
vidas.
Tuve que hacer lo mismo.
Es curioso, cuando eres más joven, crees que tus amistades son
eternas, crees que siempre estarás ahí el uno para el otro, que nada
cambiará sin importar lo que pase. Y día a día, nada cambia. Pero un día
te levantas y te das cuenta de que las prioridades cambiaron, las
personas se casaron, aceptaron trabajos por todo el país, comenzaron
familias.
Al principio, nos mantenemos en contacto en línea, chateando y
enviando mensajes durante horas cuando nos atrapamos en línea al
mismo tiempo. Pero eventualmente la vida también se interpone en esto
también y es posible que tenga suerte de recibir un mensaje de texto de
“feliz cumpleaños” una vez al año.
La distancia siempre es sutil al principio, gradual, y luego es
enorme.
—Un Belvedere doble con hielo. —Una figura alta y oscura llena el
espacio a mi lado, su voz vagamente familiar mientras señala al barman
vivaz de esta noche—. Y un Manhattan.
El caballero que lleva una colonia cara ocupa el lugar a mi lado
mientras espera a que ella le entregue su pedido, y yo robo una mirada
por el rabillo del ojo.
Mandíbula cincelada. Cabello de ónice. Labios carnosos.
Es oficial.
El universo tiene un sentido del humor perverso.
Mantengo mi atención en la parte posterior de la barra, girando el
tallo de mi bebida entre el pulgar y el índice, intentando no prestarle
atención mientras las palabras de mi último correo electrónico bailan en
mi cabeza.
—La conozco... ¿cómo la conozco? —Sus palabras zumban en mi
oído mientras inhalo su aroma embriagador.
Me encojo de hombros, conteniendo todas y cada una de las
emociones a favor de mantener una cara de póquer.
—Estuvo aquí la otra noche, ¿no? —Se inclina más cerca, trayendo
consigo el aroma a dinero, privilegio e influencia.
Tomando un sorbo, mantengo mi mirada enfocada hacia adelante.
—Probablemente.
—¿Pescando de nuevo?
Imbécil. 50
—¿Cómo lo supiste?
Él olisquea.
—Golpe de suerte.
La camarera entrega sus bebidas, dos vasos de cristal colocados
sobre dos posavasos de papel reciclado. Mete la mano en su cartera y
coloca un par de veinte en la mesa, el peso de su mirada persistiendo y
encendiendo mis sentidos.
No está claro en este momento si ha leído mi último correo
electrónico.
Bennett desliza el Manhattan al lugar a su lado antes de revisar su
teléfono. Debe estar esperando a alguien.
—¿Por qué estás aquí? —pregunta.
Finalmente, me vuelvo hacia él.
—¿Perdón?
—Vengo aquí todo el tiempo, y ahora de repente te veo dos veces en
una semana. ¿Por qué estás realmente aquí?
La osadía de este hombre.
—Acosándote. —Y luego agrego—: Obviamente.
Bebe su vodka y me estudia.
—Debes estar increíblemente aburrido en este momento —digo.
—Obviamente.
—Cuando me viste aquí, sentada sola, ¿qué hay de esto que te llevó
a creer que quería ser molestada? —Le doy su línea de la otra noche. Tal
vez es mezquino, pero tal vez no me importa. Ya me acusó de estar
“pescando” hombres y luego confirmó sarcásticamente que solo me está
hablando porque está aburrido.
O tal vez todo esto es una retribución por los correos electrónicos.
Tal vez está jugando conmigo.
Tragando el resto de mi bebida, me bajo del taburete y arrojo mi
bolso sobre mi hombro.
—¿A dónde vas? —pregunta, mirándome de arriba abajo.
—Esto no es gracioso, esta cosa que estás haciendo —le digo—. No
eres encantador. No eres nadie con quien remotamente quiero pasar mi
sábado por la noche. Me voy a otro lado.
—Quédate.
—No soy un perro.
—Lo veo. —Toma un sorbo de su bebida, su mirada me atraviesa,
casi clavándome en el sitio—. Aun así, no deberías irte. No por mí.
—¿Hablas con todos los que conoces de esta manera? —No me
refiero a la formalidad en la que habla, lo que me recuerda a un joven
Rudolph Valentino o incluso a Clark Gable. Este hombre no es un tipo 51
“amigo” o “colega”. Está en un nivel propio.
—¿Cómo?
—Con desprecio y condescendencia —le digo.
—Sí.
Poniendo los ojos en blanco, coloco algo de efectivo en el mostrador
y quito el abrigo de la parte de atrás de mi taburete.
—No te vas a ir en serio, ¿verdad? —Me mira—. Permíteme ofrecerte
una copa. Me siento horrible de que no hayas podido disfrutar de tu
primera. Casi la engulliste en el segundo en que me senté a tu lado.
Extraordinariamente perceptivo.
Pero aun así un imbécil.
—Si te dejo comprarme una bebida, ¿me dejará en paz? —Observo
el Manhattan a su lado, con sus cubitos de hielo derritiéndose,
preguntándome si su frágil ego anhela atención para calmar el ardor del
plantón.
Por un momento, lo veo como un humano dañado y no como un
idiota descarado.
Mi madre adoptiva solía decir: “Hay que haber de todo”, lo que
siempre interpreté en el sentido de que el mundo sería aburrido si todos
fuéramos iguales. Y estoy de acuerdo. Pero eso no significa que deba
someterme a este particular individuo sin interés.
Es una lástima, de verdad. Le di el beneficio de la duda. Mi corazón
dolía por él.
Y luego envió ese correo electrónico…
Contemplo su oferta, deteniéndome en un área gris indecisa durante
varios largos y obvios momentos antes de que alcance mi muñeca y me
acerque.
—No quiero arruinar tu noche. —Un destello de lobo reside en sus
iris azul pálido.
Un segundo después, señala a la camarera y me señala a mí y a mi
flauta vacía.
No podría decirte por qué... pero decido quedarme.
Mi asiento aún está caliente y su mirada es más intensa que antes,
y cuando finalmente me atrevo a encontrar su mirada con la mía, estoy
casi segura de que veo algo más en ella, algo demasiado familiar.
Mi cóctel dulce de sabor a limón llega en cuestión de minutos y
Bennett Schoenbach levanta su vaso al mío.
Algo me dice que estamos brindando por lo mismo.
Soledad.

52
—No odio nada. O nadie —declara la atractiva rubia a mi lado
mientras bebe a sorbos su tercer cóctel. Hemos estado hablando,
tonterías sobre todo y nada, durante la última hora mientras el
Manhattan de Jax se diluye en el agua a mi lado. El bastardo fue retenido
por su pegajosa novia y no vendrá.
Hasta ahora me ha dicho que ama las películas antiguas.
Cualquier cosa vieja de Hollywood.
Es voluntaria los fines de semana (sorpresa, sorpresa).
Pero estoy más interesado en lo que no le gusta: ese es el tipo de
cosas que te dicen lo que necesitas saber sobre alguien.
—Mentirosa. Todo el mundo odia a alguien. —Tomo un sorbo de
whisky, mi mirada se enfoca en su deliciosa mueca color melocotón.
Desacuerdos son el mejor juego previo, y tengo toda la intención de 53
llevarme este rayo de sol a casa esta noche y follarla por odio en múltiples
orgasmos antes de llamarle un taxi y rezar para que nunca nos volvamos
a ver porque no hago repeticiones.
Cuanto más haga que me encuentre intelectualmente repulsivo, más
caliente será el sexo.
Ya se siente atraída por mí, eso puedo deducirlo. Por la forma en que
sus ojos se deslizan sobre mí, la forma en que su mirada se detiene en
mi boca, la forma en que toca su cabello cuando piensa que no estoy
mirando. La forma en que pone los ojos en blanco cuando se ríe.
Por mucho que se resista, me quiere.
Y ni siquiera hemos intercambiado nombres.
—Lo dices con tanta convicción. —Entrecierra los ojos—. Pero no
podrías estar más equivocado. Nunca he odiado a nadie en mi vida.
—Mentirosa.
Me concentro en sus labios carnosos, preguntándome cómo sabrían
sus labios entre mis dientes, y cuando alcanza su copa, vislumbro sus
muslos cubiertos de mallas, imaginando su piel de cachemir debajo de
mis palmas.
—La vida es demasiado corta para odiar a alguien. —Se encoge de
hombros—. Además, obtienes lo que das, ¿sabes? Si andas odiando a la
gente todo el tiempo, te van a odiar de vuelta.
—¿Y qué tiene de malo eso?
—Todo. —Sus palabras son llenas de aliento y convencidas.
—No tienes idea de lo liberador que es que no te importe lo que
piensen de ti. Podrías decirme que me odias y no sentiré nada. Iré a casa
y dormiré como un bebé.
Entrecierra los ojos.
—No te creo.
Tomo un sorbo de mi bebida y miro hacia adelante.
—No necesito que la hagas.
—En el fondo quieres gustar, ser amado, lo que sea. Pero tienes
miedo. Así que llevas esta armadura de imbécil que hace que todos te
detesten de inmediato porque entonces tienes el control. Así puedes
decidir si alguien te aprecia o no.
Señalo a la camarera y levanto mi vaso vacío.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Porque nadie es tan horrible en la vida real. —Toma otro trago y
me mira de reojo—. Y me niego a creer que eres tan horrible como te
gustaría que la gente creyera.
—¿Cobras por hora por esto? Pensé que éramos solo un par de
extraños compartiendo una bebida. No me di cuenta de que me has
estado psicoanalizando todo este tiempo.
54
—Lo siento, pero esto que haces es un mecanismo de defensa.
Mucha gente lo hace. Y en mi experiencia, cuanto más duro es alguien
por fuera, más tierno es por dentro. —Ofrece un encogimiento de
hombros humilde pero lleva una sonrisa boyante en esa jodida boca.
Cree que me tiene calado.
No podría estar más equivocada.
—En mi experiencia, interpretar a un psicólogo de pacotilla es una
completa pérdida de tiempo. —Rompí su burbuja.
—No puedo evitarlo. Es lo que hago. —Sus ojos brillan, el azul
jaspeado más pálido, y se muerde el labio inferior para evitar una
sonrisa—. Encuentro a la gente fascinante.
—¿Me encuentras fascinante?
—La gente en general —corrige—. Lo cual, supongo que si quieres
ser técnico, caes en esa categoría.
—¿Por qué realmente viniste aquí esta noche? —Cambio de tema
porque el magnetismo entre nosotros se está intensificando claramente y
es hora de dejar de juguetear. Me estaba metiendo con ella antes cuando
la acusé de venir a “pescar” hombres, pero estoy empezando a sospechar
que no estaba tan lejos. Es una mujer hermosa sola en un popular bar
para ligar en un perfecto sábado por la noche, manteniendo un coqueteo
con un hombre que ni siquiera se ha molestado en obtener su nombre.
—¿Por qué importa?
—Solo es una pregunta.
Levanta un hombro.
—Quería salir de mi piso. Este lugar está a poca distancia. ¿Tú?
—Se suponía que iba a encontrarme con un amigo para tomar algo.
—¿Ella te dio plantón?
—Nunca dije que era una amiga.
Su mirada cae sobre su servilleta.
Está demasiado oscuro en el bar para saber si se sonroja, pero solo
puedo suponer.
Tomo esto como confirmación de que las cosas van absolutamente
en la dirección correcta.
Paso las yemas de mis dedos sobre la parte superior de su rodilla.
—Tengo que decir... no recuerdo la última vez que tuve una
verdadera conversación con alguien aquí.
Es un movimiento pobre y una línea aún más pobre, pero lo único
en lo que puedo pensar es en llevarla a casa, y mi impaciencia estaba
imponiéndose.
Me mira a través de una franja de pestañas oscuras antes de que su
mirada cayera en mi mano.
—No tienes el pico de oro que crees tener, Casanova. 55

Un momento después, su palma descansa sobre la mía y me


devuelve la mano con la gentileza de una virgen angelical.
—Tienes razón. —Sacudo las manos en el aire durante medio
segundo—. Es solo otro de mis... actuaciones.
Su bebida está casi terminada. A juzgar por el sombrío giro que ha
tomado nuestra conversación, una cuarta seguramente será imposible.
—¿Me disculpas por un segundo? —Se desliza del taburete de la
barra, engancha su bolso sobre su hombro y se dirige a la parte posterior
del bar, dejando su abrigo para mantener su sitio.
Tomo un sorbo de vodka y observo cómo se encuentra con la hija del
dueño en su camino. Ophelia DeGrasse es una de esas personas que
pueden hablar contigo una vez y la próxima vez que te encuentres con
ella, es como ponerse al día con un viejo amigo.
Además, ella sale exclusivamente con mujeres.
O simplemente está siendo amigable con mi jodido rayo de sol
porque se conocen... o le está tirando los tejos.
Es difícil saberlo desde aquí, pero supongo que no importa porque
estoy seguro de que no voy a conseguir sexo con ella esta noche.
Sabía que no debía hacer un movimiento tan pronto. Debería haber
mantenido la conversación. Fingido interés en conocer más sobre ella.
Pero el licor ruso que corría por mis venas evidentemente me ha sacado
de mi juego y mi impaciencia se apoderó de mí.
Mi efervescente y fuera de alcance alegre rubia desaparece en el aseo
de mujeres.
Pido agua y envío un mensaje de texto a mi chófer.
Me niego a permanecer sentado aquí revolcándome en el rechazo
cuando tengo a docenas de mujeres en mi teléfono que vendrían en Uber
a mi casa sin dudarlo un instante si dijera la palabra.
Estoy a medio terminar mi agua cuando ella vuelve. Aclarándose la
garganta, se sienta y bebe el resto de su bebida. Nos sentamos en silencio
durante los dos minutos más largos de mi vida antes de que ella se vuelva
hacia mí.
—Ni siquiera me has preguntado mi nombre —dice.
—¿Qué?
—Has estado coqueteando conmigo toda la noche, comprándome
copas. Pusiste tu mano en mi rodilla. Y todavía tienes que preguntarme
mi nombre.
—No, no tengo que hacerlo.
Sus ojos se clavan en los míos y me estudia.
—Ah. Entonces ya lo sabes.
56
Sonrío.
—Eso no es lo que quise decir.
—Debería irme. —Se desliza de su asiento—. Gracias por las copas.
Mi teléfono se ilumina con un mensaje de texto de mi chófer.
Ya casi está aquí.
Me levanto, deslizo mi teléfono en mi bolsillo, recojo mi chaqueta,
arrojo algo de efectivo en el mostrador y salgo primero.
Dios me libre, que ella piense que la estoy siguiendo.
Nunca he perseguido a una mujer en mi vida. No voy a empezar
ahora.
Me paro debajo de un toldo negro, mi aliento se convierte en lechosas
nubes de enero bajo un claro cielo negro azulado.
Sacando mi teléfono, decido revisar el correo electrónico de mi
trabajo mientras espero mi coche. Como es sábado, no me encuentro con
nada urgente y estoy a punto de cerrar la aplicación cuando veo un correo
electrónico de respuesta de Anonymous Stranger.
Mi pulgar se sitúa sobre el botón eliminar durante medio segundo
antes de decidir ver lo que esta audaz persona tiene que decir esta vez.
Debido a que nunca he creído en dejar que nadie tenga la última palabra
(y porque estos intercambios me entretienen), tengo la intención de
responder a la próxima oportunidad que tenga.
He leído tres oraciones cuando me doy cuenta de que esta mujer me
está relatando una novela de una historia sollozante, probablemente un
intento de justificar su decisión de insertarse en la tragedia de mi familia.
Era una niña de acogida...
Nunca conoció a su padre...
Su madre adoptiva murió...
Su prometido murió...
Una auténtica canción ranchera: todo lo que falta es un Blue Heeler3
desbocado y un Chevy averiado al lado de la carretera.
No hay forma de que nada de esto sea cierto, y aun así sigo leyendo
de todos modos, esperando la parte en la que ésta loca está a punto de
pedirme dinero. Es cuando llego hacia el final que la sonrisa divertida en
mi rostro se desvanece y todo a mi alrededor se vuelve negro.
La mujer en el bar, la mujer que me folló con la mirada toda la noche
y luego de repente e inexplicablemente perdió todo interés... no es otra
que Anonymous Stranger.
Y ella lo sabía todo el tiempo.
¿Ella piensa que soy cruel?
No ha visto nada todavía.
Un momento después, la puerta se abre y Astaire se une a mí, 57
abrochándose el chaquetón de color marfil y deslizando sus delicadas
manos en guantes de cuero ajustados del color de gisófila. El más leve
aroma de su dulce perfume atraviesa el aire fresco de la noche mientras
un coche pasa a nuestro lado, las luces traseras se reflejan contra el
pavimento húmedo de invierno hasta que se desvanece sobre la colina.
Nuestros ojos se encuentran.
Ella comienza a decir algo, pero la callo con un beso... suave y lento,
del tipo que la hace derretirse contra mí, exhalando su dulce aliento
mientras mis dedos se deslizan por el lado de su mejilla, su espalda
contra la fachada de ladrillo de Ophelia’s.
No se resiste.
De hecho, sus labios se separan para aceptar mi lengua,
regalándome el sutil sabor de cítricos azucarados y champán con un
toque de bálsamo labial de granada.
Es tan dulce como esperaba.
Como si fuera una señal, mi conductor se detiene y se estaciona al
lado de la acera.
Termino el beso, rozando la yema de mi pulgar contra su labio
inferior. Mi mirada de mil metros la penetra y yo me alejo.
—Esto es mi coche. —Inclino la cabeza hacia el SUV en ralentí.

3 Raza de perro.
—No me voy a casa contigo.
—Eso no era una invitación. —Hay frialdad en mi voz que hace que
su expresión se desvanezca. Con eso, desaparezco dentro del calor
satisfactorio de mi asiento trasero y la dejo en la acera, en el brutal frío
de enero.

58
—Astaire, ahí estás. Estaba esperando atraparte antes de la
campana. —La señora Angelino, quien enseña tercer grado bajando por
el pasillo, entra sin prisa a mi salón de clases el lunes por la mañana,
con una taza de café con forma de manzana en la mano—. ¿Qué pasó la
semana pasada? ¿Con Garrett? ¿Dijo que nunca te presentaste?
He estado queriendo ponerme al día con ella, para explicar lo que
sucedió, pero ella faltó el viernes por enfermedad, y no quería molestarla
en casa el fin de semana.
—Lo siento mucho. —Estaba a punto de revisar mi correo
electrónico, pero cerré la pantalla de conexión—. Fui atrapada por la
lluvia la noche del jueves, así que entré al bar, y fui al baño de mujeres
para limpiarme. Cuando salí, el cantinero me dijo que él se había ido. No
tenía su número ni nada, así que…
Ella se ríe, haciendo un gesto con la mano antes de jugar con la 59
arcilla, un collar con forma de estrella colgando sobre su seno cubierto
por un suéter.
—Oh, cariño, eso es mi culpa. Se suponía que te diera su número,
pero debe habérseme olvidado. Aquí él pensando que lo plantaste. Le va
a encantar cuando le diga que solo estabas arreglándote en el baño de
mujeres. ¿Quieres intentarlo otra vez esta semana? ¿Mismo lugar, misma
hora?
—Um, seguro. —Fuerzo una sonrisa, insegura de si estoy de humor
para volverlo a hacer después de los eventos de la semana pasada.
Para ser honestos, todavía estoy tambaleándome por el beso de
Bennett Schoenbach la noche del sábado, principalmente luchando con
lo mucho que lo disfruté, pero también, tratando de entender su “jódete”
clasificación para adultos.
Lo entiendo, él estaba molesto de que coqueteamos toda la noche y
me negué a su avance… pero la forma en que me miró cuando se alejó,
como si estuviera disparando dagas a mi alma, está quemada en mi
mente. He reproducido ese beso, esa mirada cientos de veces desde esa
noche y por cualquier razón, no puedo sacarlo de mi cabeza.
No puedo sacarlo a él de mi cabeza.
—¿Podríamos intentar con un lugar diferente? —pregunto—. ¿Algo
junto al Ophelia’s?
—Cariño, por supuesto. Eso depende de ustedes. Te enviaré por
correo electrónico su número cuando vuelva a mi habitación y ustedes
pueden resolverlo.
La primera campana de la mañana suena y el pasillo comienza a
llenarse con zapatillas siendo arrastradas, mochilas rebotando, y risas
juveniles.
La señora Angelino me deja con una seña de sus dedos antes de
escabullirse de mi salón de clases. Con cinco minutos hasta la última
campana, decido revisar mi correo electrónico. Pasé todo el día de ayer
hablando conmigo misma. Diciéndome que una vez que él descubra que
sabía quién era la noche del sábado, que soy la remitente anónima de los
correos electrónicos, nada bueno podría salir de eso.
Pero la curiosidad ha mermado mi resolución y encuentro que es
difícil concentrarse, un problema viendo cómo el día escolar comienza en
breve y mis niños merecen mi completa, atención sin dividir.
Escribo mi contraseña y presiono entrar.
No hay mensajes.
Exhalando, no estoy segura si estoy aliviada o si esto me pone más
al borde ya que anticipo a un inevitable desconocido.
Ya sea si lo leyó, o lo leyó y lo borró… o está tomándose su tiempo
hasta que se le ocurra la respuesta correcta.
60
Si es la última, algo me dice que no va a ser amable.
Vuelvo a leer mi respuesta a Astaire el lunes por la mañana, mi dedo
índice rozando la tecla para responder.

PARA: AnonStranger@Rockmail
DE: Bennett.Schoenbach@SchoenbachCorp
ASUNTO: RE: re: re: Condolencias
Astaire,
Felicitaciones, has logrado dejarme sin palabras durante
un récord de treinta y dos horas y contando. Ahora que he
tenido algo de tiempo para comprender esta situación jodida
en la que me has puesto, tuve algunos pensamientos que quería
compartir.
Nunca en mis treinta años he conocido a alguien con una 61
habilidad tan impresionante para tejer una historia de
ficción concisa y trillada con las audaces intenciones de
insertarse en los asuntos personales de un completo extraño.
Pero no te detuviste allí.
Procediste a mostrar tu rostro en Ophelia's otra vez,
aceptaste bebidas de mí, actuaste como una Virgen María
etérea y luminosa a pesar de haberme follado con los ojos
durante horas, todo el tiempo sabiendo que sería una cuestión
de tiempo antes de que leyera tu correo electrónico y saber
exactamente quién eras.
No estoy seguro de cuál es tu juego final. Si estás
buscando dinero, simpatía o un idiota que caiga en tus
juegos, estás desperdiciando tus esfuerzos. Mi generosidad
financiera es inexistente, no podría importarme menos tus
falsas tragedias, y estar encoñado no es mi estilo.
Por favor, hazte un gran favor y encuentra otro imbécil
que caiga en tus estafas.
Tengo cosas más importantes que hacer con mi tiempo.
Nunca tuyo (y nunca lo seré),
Bennett
PD Gracias por llamar mi atención sobre mi predilección
por la crueldad, no tenía idea. Definitivamente trabajaré en
eso de aquí en adelante.
—Señor Schoenbach, su cita de las nueve de la mañana está aquí.
—La voz falsa y alegre de Margaux resuena por el altavoz del
intercomunicador en mi teléfono de escritorio, sacándome a la fuerza de
mi momento. Presiono el botón naranja y le digo que la haga pasar antes
de presionar “enviar” en mi correo electrónico.
Un momento después, Jeannie con el Departamento de Servicios
Familiares y Sociales entra a mi oficina, con un grueso archivo de caso
metido debajo del brazo.
—¿Jeannie?, Bennett. —Extiendo mi mano, pero no digo que sea un
placer conocerla. Esta no es una reunión tonta relacionada con el trabajo,
y no estamos aquí para hacernos amigos. Estamos aquí para resolver el
desastre que dejó Larissa en forma de una niña huérfana—. Pase.
Toma asiento en mi silla de invitados, y yo regreso al otro lado de mi
escritorio.
—Agradezco su disposición a reunirse conmigo —dice ella—.
Entiendo que todo esto debe ser una sorpresa para usted dado el hecho
de que no era consciente de Honor.
Habla lentamente, eligiendo sus palabras con cuidadosa tenacidad.
No estoy seguro de que me creyera al principio.
Todavía no estoy seguro de que ella lo haga.
62
Pero no viene al caso.
Extendiendo una carpeta manila, me entrega un formulario. Un
escaneo rápido y deduzco que tengo una copia del certificado de
nacimiento de la niña.

Honor Elizabeth Smith: Nacida el 5 de marzo.


Madre biológica: Larissa Cleary-Schoenbach.

Lo devuelvo.
—No hay ningún padre biológico en la lista.
Jeannie hace una mueca.
—Correcto. Ella se negó a dar un nombre. Dijo que era complicado,
que el padre no conocía a la niña y que no querría estar en su vida si lo
supiera.
Solté un fuerte suspiro, apretando los dientes. Según el tipo de
perdedores con los que Larissa pasaba el tiempo, algo así no sería
inverosímil.
—Smith. —Leí el apellido de la niña en voz alta.
Jeannie se encoge de hombros.
—Ella no entró en detalles, pero legalmente, una persona puede
darle a su hijo el nombre que quiera. Hay más de dos millones de Smith
en los Estados Unidos, el apellido más común en el país. ¿Me imagino
que eligió eso para evitar darle a la niña el apellido del padre? Pero, por
supuesto, es imposible saberlo.
Me entrega otra hoja de papel, esta con una foto en blanco y negro
de la niña. Granulada, pero no lo suficientemente granulada como para
negar que comparte la sonrisa de su madre, una que ocupa la mitad de
su rostro como siempre lo hacía Larissa. Su cabello es oscuro. No puedo
decir si es marrón o negro. El cabello de Larissa era tan pálido que era
translúcido con la luz adecuada, al menos cuando era una niña. Se
oscureció un poco a medida que crecía, pero nunca fue tan oscuro.
Dejando de lado las apariencias, parece una niña feliz, por si sirve
de algo.
—Honor vive aquí en Worthington Heights —dice Jeannie—, en una
acomodación temporal con una familia de acogida local. Ha estado en el
sistema de forma intermitente la mayor parte de su vida. Hubo momentos
en que Larissa pudo cumplir con los requisitos de custodia que le dieron
los tribunales… pero siempre parecía que iba a dar un paso adelante,
solo para retroceder diez pasos. No siempre podía mantenerse sobria, no
podía proporcionar una vivienda segura y aceptable para la niña. Entraba
y salía de la cárcel por drogas y prostitución…
Levanto una mano para silenciarla.
—Soy consciente de su hoja de antecedentes penales. La
63
recapitulación es innecesaria.
Jeannie asiente.
—Por supuesto. Solo intentaba darle una idea de cómo han sido los
primeros cinco años de la vida de Honor.
—¿Por qué no ha sido adoptada?
—No funciona de esa manera. A los tribunales les gusta mantener a
las familias juntas siempre que pueden y deben hacerse varios intentos.
Como dije, tuvimos mucho progreso… y luego tuvimos algunos pasos en
falso. Más recientemente, ella había estado tomando clases de crianza
ordenadas por la corte, yendo a la clínica de metadona regularmente, y
había comenzado a trabajar en una fábrica local de plástico a tiempo
completo.
Soy consciente.
De hecho, le conseguí el trabajo allí (sin que ella lo supiera) ya que
mi corporación es propietaria de la planta. Recursos humanos no quería
contratarla dado su historial laboral inestable, pero les dije que no era
una opción. El puesto en la línea de montaje no era algo de lo que ella
podría hacer carrera, pero era un trabajo honesto.
Me dijeron que duró los cuatro meses.
—Estaba dando grandes pasos —continúa Jeannie, retorciéndose
las manos y mirando por la ventana detrás de mí, ojos distantes y voz
teñida de tristeza. Tengo la impresión de que se preocupaba por Larissa,
que Larissa no era solo otro archivo de caso en el cajón de su escritorio—
. Ella quería ser lo que Honor necesitaba, pero desafortunadamente…
Levanto mi mano otra vez.
No es necesario profundizar en este páramo deprimente.
Agarro el resto del expediente y lo giro para verlo de frente, hojeando
montones de papeles que no significan absolutamente nada.
—No entiendo por qué me dejaría a su hija. No estoy calificado para
criar a una niña, ni he querido tener un hijo. No solo eso, ¿no le parece
extraño que no me haya mencionado la existencia de esta niña? —Me
masajeo la sien, hundiéndome en mi asiento.
De cualquier forma en que lo vea, nada de eso tiene sentido.
Si mi madre dejara de darle dinero, no tendría motivos para seguir
manteniendo a la niña en secreto.
Toda esta situación es desconcertante.
Jeannie respira hondo y sacude la cabeza.
—La gente hace cosas extrañas todo el tiempo. Puedo decir que de
todas mis interacciones con ella a lo largo de los años, hubo momentos
en que no estaba en un estado de ánimo claro. Es difícil saber cuál era
su lógica con todo esto.
—Creo que es seguro decir que no hubo ninguna. —Empujo el
archivo—. ¿Qué pasa si digo que no? 64
Jeannie levanta las cejas de color marrón grisáceo, los hombros
hundidos, la decepción grabada en las líneas finas de su rostro de
mediana edad.
—Bien. Si rechazara la custodia —dice—, normalmente nos
pondríamos en contacto con los familiares. Por lo general, son tías o tíos,
abuelos. Si nadie puede cuidar a la niña, ella permanecerá en el sistema
estatal hasta que sea adoptada… lo que podría llevar años. Podría vivir
en docenas de hogares antes de encontrar una ubicación permanente, e
incluso entonces, no hay garantía.
—Ahórreme el viaje de culpa. Simplemente estoy recopilando
información.
—Por… por supuesto —tartamudea, con las manos juntas en su
regazo—. Sé que hay mucho en qué pensar, mucho que considerar. Puedo
decirle que Honor es una niña hermosa y dulce. Extremadamente
inteligente. Extrovertida. Saludable. Encantadora. No puedo imaginar
que sea difícil encontrar una ubicación permanente para ella, pero, por
supuesto, no hay garantía. Tengo algunas fotos más, si le gustaría ver…
ella es una muñeca.
Resoplo
Como si la ternura de una niña pudiera tomar o romper mi
decisión…
No soy mi maldita madre.
Jeannie es ajena a mi desdén por su sugerencia, y su expresión se
ilumina mientras revisa el archivo de documentos y saca un puñado de
fotos a color, en su mayoría tomas casuales.
Me da una, un retrato de escuela tamaño documento, y es todo lo
que puedo hacer para evitar perder la cabeza cuando me encuentro con
la distintiva mirada azul hielo Schoenbach mirándome.
El cabello oscuro.
Los profundos ojos azul claro y franjas de pestañas negras.
La tez color crema.
Esta niña no se parece en nada a Larissa, y es toda una Schoenbach.
Errol Schoenbach, si tuviera que adivinar.
Las palabras de mi madre hacen eco en mi mente: “Si supieras las
cosas que he hecho para proteger a esta familia… para proteger nuestro
nombre…”.
Un escándalo como este habría demolido la prestigiosa reputación
de mi madre, sacudido su círculo social, hecho una broma con nuestro
nombre y abolido nuestros negocios. Las réplicas de este pequeño y sucio
secreto se habrían sentido durante años, y dado el duro clima de la alta
sociedad de Chicago, no puedo imaginar que se hubiera podido regresar
de algo tan humillante como esto.
¿Tu hijo tiene un hijo con su hermana adoptiva? Eso no es algo que 65
la gente olvidará pronto, si es que lo hace.
Habría sido una marginada.
Revelar esta información sería un suicidio social para alguien como
mi madre, una sentencia de muerte del peor tipo.
—Honor está con una buena familia por el momento —dice
Jeannie—. Pero no buscan adoptar… de hecho, su madre adoptiva acaba
de descubrir que está embarazada. No estaba planeado. Completa
sorpresa. Gemelos, nada menos. Pero eso significa que en los próximos
meses, van a tener que reducir la cantidad de niños que acogen, incluso
si deciden continuar acogiendo. Hay una buena posibilidad de que Honor
se traslade a una nueva ubicación en los próximos meses, y no hay
garantía de que esté en el mismo distrito escolar. Asiste a la Academia
Starwood y allí está prosperando absolutamente…
—… es suficiente.
Jeannie se sienta más erguida, su boca aún abierta pero ningún
sonido emerge.
—La tomaré. —Vuelvo a colocar las fotos en la carpeta, todo menos
el retrato de la escuela.
—Eh… ¿está seguro?
Apenas estoy calificado para criar a un niño, pero mirando fijamente
la viva imagen de mi hermano, la niña angelical que ha sido barrida de
alfombra en alfombra como un pequeño secreto sucio para que mi madre
pueda comer en el Diamond Ivy Club los domingos e ir de vacaciones con
los Vanderbilts, Astors y Rothschild, me hacen sentir de una manera
extraña.
—Solo dame un par de semanas para ordenar algunas cosas. —Me
levanto, abrocho el abrigo y la llevo a la puerta—. Estaré en contacto.
Jeannie se va, sin palabras, arrastrándose en sus zapatos
ortopédicos.
Pongo seguro a la puerta detrás de ella y regreso a mi escritorio para
redactar un correo electrónico a mi asistente diciéndole que abandone
todos y cada uno de los proyectos que no son sensibles al tiempo, borre
mi agenda para la semana y nos veamos en mi oficina cuando termine.
Alcanzando mi café, me levanto de mi escritorio y miro el paisaje
urbano gris afuera, contemplando todas las formas en que mi vida está
a punto de cambiar a partir de este momento.
Estoy contemplando algunas de esas formas cuando el calor
húmedo empapa mi camisa de vestir. La tela se pega a mi piel, y cuando
miro hacia abajo, descubro que mi taza está goteando y mi camisa está
arruinada por el día.
Tomo un repuesto de mi armario y me dirijo a mi baño privado para
cambiarme.
Parado frente al espejo, desabrocho cada botón, comenzando en la
parte superior. Tres botones después, mi mirada se posa en la cicatriz de 66
un año que corre por el centro de mi pecho, el recordatorio físico de que
el corazón de otro hombre late dentro de mí.
El veinticinco por ciento de los pacientes con trasplante de corazón
no viven para ver otros cinco años, y solo por esa razón, sería un tonto si
adoptara a esta chica, apostando con el destino.
Pero si puedo darle algunos años de estabilidad, prepararla para
toda una vida de oportunidades, entonces todo esto habría valido la pena.
Puedo ser un bastardo cruel, pero no soy un monstruo.
Y hay una diferencia.
Me pongo otra capa de bálsamo labial rosa sobre los labios y cierro
mi polvera antes de tomar mi bolso del cajón inferior del escritorio el
jueves.
La academia se ha vaciado, la mayoría del personal ya se ha ido a
casa por hoy, y en treinta minutos, se supone que debo encontrarme con
el sobrino de la señora Angelino en un restaurante italiano llamado Fino
para nuestra cita a ciegas de segunda oportunidad.
Llaves en mano, camino hacia el estacionamiento, mi abrigo abierto.
No hay nubes en el cielo.
No hay gruesas gotas de lluvia salpicando la acera.
Inhalo el aire fresco y abro mi coche. No estoy exactamente de humor
para una cita, pero me vendría bien salir de mi propia cabeza un par de
horas, ser sociable, disfrutar de una copa o dos.
67
Intento concentrarme en lo positivo e ignorar la voz persistente en
mi cabeza suplicándome que revise mi maldito correo electrónico. Me ha
ido tan bien esta semana, que no he entrado desde el lunes. Si Bennett
ha contestado, no me he enterado. Pensé que sería más fácil con cada día
que pasaba, pero en todo caso, mi curiosidad se ha intensificado.
La cita de esta noche debería ser una buena distracción.
Saliendo del estacionamiento, rebaso una minivan llena de niños
vivaces de diferentes edades y una mamá sin maquillaje con un moño
desordenado y una taza de café de color verde azulado en la mano.
Me hace pensar en la madre adoptiva de Honor, que hoy volvió a
recogerla tarde, pero esta vez se quedó y charló unos minutos,
susurrando mientras me informaba que ella y su esposo esperan gemelos
este verano y luego me sorprendió con una noticia aún más grande: el
asistente social de Honor le encontró un lugar permanente.
Lucy no sabe cuándo se mudará Honor o a dónde se mudará, sólo
que definitivamente se irá en algún momento.
Siento una punzada en el pecho cuando la imagino entrando en mi
clase con su sonrisa contagiosa y sus coletas torcidas, pero me alegro por
ella.
Le deseo la más asombrosa e increíble infancia, una infancia llena
de amor y recuerdos y un lugar al que siempre llamará hogar.
***
En diez minutos, estoy estacionada afuera de Fino, que resulta estar
en la calle de Ophelia.
Mi viejo Volvo gris destaca entre la miríada de Porsches brillantes y
Maseratis pulidos, y a juzgar por las elegantes letras del toldo blanco que
tengo delante, es posible que esté mal vestida, pero da igual.
Estoy aquí.
Voy a entrar.
Envuelta por el calor del restaurante un momento después, soy
recibida por una joven anfitriona que no sonríe. Sus caderas se
balancean en su vestido ceñido mientras me acompaña a una cabina en
forma de U junto a las ventanas del frente.
Me deslizo por el cuero color vino y paso mis manos por los
impecables manteles de lino.
Un grupo de velas votivas bailan alrededor de un pequeño jarrón de
rosas rosa pálido en el centro de mesa.
Garrett no está aquí todavía, lo cual está bien. Llegué temprano
deliberadamente esta vez.
Un joven con una chaqueta nítida abotonada y pantalones de lino
sin pelusa me sirve agua antes de darme el menú de bebidas.
—El pino noir sería genial —digo sin mirar las opciones.
Él asiente, dirigiéndose hacia el bar, y es entonces cuando veo a un 68
hombre alto, moreno e indiscutiblemente guapo que viene hacia mí.
Nuestros ojos se fijan. Él sonríe. Yo sonrío.
—¿Astaire? —pregunta cuando está más cerca.
—Tú debes ser Garrett. —Me levanto y me saluda con un abrazo. Un
abrazo. Para este momento él es cálido y agradable, todo lo que Bennett
Schoenbach no es, no es que importe.
—Espero que no hayas esperado demasiado tiempo. —Se quita el
abrigo negro del traje y lo cuelga en un gancho entre nuestra cabina y la
siguiente antes de entrar.
—Un minuto como mucho. —Estoy sonriendo tanto que me duelen
las mejillas, así que dejo de hacerlo. No tengo ni idea de por qué estoy
tan mareada de repente.
¿Estoy nerviosa?
¿Emocionada?
¿Aliviada de que no sea un imbécil de corazón cruel?
—Escucha, siento lo de la semana pasada. —Su mirada se suaviza,
su expresión de disculpa mientras pone su mano sobre la mía—. Esperé
diez, quince minutos y luego me puso a pensar que había confundido las
fechas o las horas. Y, por supuesto, la tía Jane olvidó darme tu número.
De todas formas, me siento fatal por la confusión.
Sonríe a medias cuando habla, y sus palabras son dulces y sin
estridencias, leche y miel.
—No te preocupes por eso. —Me acomodo el cabello detrás de la
oreja.
Nuestro mesero aparece con una botella de pinot descorchada y dos
copas de vino. No me di cuenta de que había pedido una botella al elegir.
Rezo para que esta cuenta se ajuste a mi salario de maestra...
—¿Bebes pinot? —Señalo la segunda copa mientras el camarero
descorcha y vierte el coraje en forma de líquido rojo en mi copa que
espera.
—Más bien soy un tipo de ginebra y tónica, en realidad. Tomaré uno
de esos. Forager's si lo tienes —pide la bebida de Trevor. Una buena
señal, espero—. Muchas gracias.
El mesero asiente antes de irse.
—¿Así que tu tía me contó que trabajas en la industria financiera?
—Bebo el vino y trato de no dejar que mi mirada permanezca en sus
anchos hombros o en su perfecta y blanca sonrisa.
Los ojos de Garrett brillan en armonía con la luz de las velas, y la
forma en que me mira me hace perder el hilo por un segundo, como la
primera vez que vi a Trevor.
—Gestor de fondos de cobertura en el centro de Gainey-Hodge — 69
dice—. Empecé como un vendedor de día recién salido de la universidad,
me relacioné, hice algunas conexiones, trabajé durante unos años
ochenta horas a la semana y... sí. Aquí me tienes. La tía Jane dice que
debo divorciarme de mi trabajo y casarme con una mujer de verdad.
Se ríe por la nariz, e imagino que su relación con la señora Angelino
es sana y amorosa.
No sé mucho sobre los corredores de bolsa o cualquier otra cosa en
ese campo, pero sé que los administradores de fondos de cobertura
tienden a ser extremadamente inteligentes, motivados y exitosos,
cualidades definitivamente admirables en la persona adecuada.
—¿La tía Jane me dijo que eres maestra de jardín de infantes?
Asiento.
—Lo soy.
—Eso es adorable. —Sonríe, con dos hoyuelos, y juro que mi corazón
da volteretas—. Incluso pareces una maestra de jardín de infantes.
—¿Y cómo lucen las maestras del jardín de infantes?
—Tienen un aire de dulzura. Esta amabilidad. Ojos amables. Una
bonita sonrisa.
Nuestras miradas se sostienen, pero el momento se interrumpe una
vez que nuestro mesero entrega su bebida.
—¿Les gustaría escuchar los especiales de la noche? —El joven nos
da menús de cena encuadernados en cuero antes de hablar de una serie
de opciones que parecen caras.
—Si pudiera darnos un minuto, sería genial. —Garrett me mira
cuando le habla—. Tenemos toda la noche. No hay necesidad de acelerar
las cosas, ¿verdad?
Estoy a segundos de aceptar cuando algo me llama la atención desde
el bar.
No, no algo.
Alguien.
Bennett.
Juro que siento que el color se me escapa de la cara en tiempo real
cuando su penetrante mirada se cruza con la mía, y me obligo a apartar
la mirada, arreglando la servilleta de tela en mi regazo y aclarándome la
garganta. La blusa que envuelve la parte superior de mi cuerpo bien
podría ser una sauna, mi piel pinchada con calor bajo la tela sedosa, pero
resisto el impulso de moverme o abanicarme.
—¿Estás bien? —pregunta Garrett.
Alcanzo mi vino, mostrando una sonrisa convincente.
—Sí. Estoy bien. Lo siento. Creí ver a alguien que conocía.
Garrett se da la vuelta, mirando hacia la barra, pero la espalda de 70
Bennett está ahora frente a nosotros y se ha instalado entre un puñado
de otros clientes, mezclándose bien. Volviendo a su menú, dice algo sobre
el filete, pero no puedo concentrarme en sus palabras.
—Lo siento... ¿me disculpas un segundo? —Salgo de la cabina y sigo
las señales del baño hasta la parte de atrás del restaurante, y cuando
estoy fuera de la vista de Garrett, me apoyo contra la pared, con los
brazos cruzados, y espero.
Pasan veinte segundos, tal vez treinta, cuando Bennett aparece a la
vuelta de la esquina.
—Lo sabía —digo.
—¿Sabías qué?
—Me has seguido hasta aquí.
Resopla, con las manos apoyadas en las caderas.
—No te halagues a ti misma, Astaire.
Definitivamente ha leído el correo electrónico...
—Entonces explica lo que estás haciendo aquí. —Cruzo los brazos
más fuerte. Odio la forma en que dice mi nombre.
—Te das cuenta de que esto es un restaurante público.
—Bien, entonces admite que me estás siguiendo.
Su mirada se estrecha y lleva una media sonrisa retorcida. No puedo
decir si se está riendo de mí o si se está burlando de mí.
—No te estoy siguiendo, aunque tal vez alguien debería hacerlo.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Eres una estafadora. —No parpadea, como si simplemente
estuviera afirmando un hecho—. Una depredadora.
—Disculpa, ¿qué? —Me ahogo con mis palabras. Nunca en mi vida
me han llamado nada remotamente parecido a una depredadora.
—Encuentras hombres ricos y encuentras maneras de insertarte en
su vida por razones que sólo puedo asumir que tienen que ver con la
ganancia financiera.
—No sé a dónde quieres llegar, pero estoy en una cita a ciegas ahora
mismo y...
—Cierto. Una cita con un tipo que resulta que lleva un reloj de veinte
mil dólares. ¿Ya le has contado tu triste historia? ¿Sobre tu terrible
infancia y tu falso prometido muerto?
Intento responder pero las palabras se atascan. Mi visión se
desdibuja. Pesadas lágrimas se deslizan por mis mejillas antes de que
tenga la oportunidad de quitarlas.
—Muévete —digo cuando me doy cuenta de que está bloqueando la
puerta del baño de mujeres. 71
—Astaire.
—Muévete. —Dios ayúdame, si este imbécil no se quita de en medio,
le voy a dar una paliza.
Bennett se hace a un lado, su labio se retuerce como si estuviera a
punto de decir algo, pero yo desaparezco dentro antes de que tenga la
oportunidad. El abrumador pong del limpiador industrial de baños y el
popurrí de canela asalta mis pulmones, proporcionando una muy
necesaria distracción sensorial que me saca de mi estado lacrimoso.
Que me condenen si dejo que arruine esta noche.
Tomo una toalla de papel del dispensador y limpio mi rímel antes de
volver a aplicarme el bálsamo labial, lavarme las manos y respirar
profundamente.
Cuando salgo, el bastardo se ha ido.
Gracias a Dios.
Pero cuando vuelvo a mi mesa... también se ha ido mi cita.
Pase mi tarjeta en la cerradura del ascensor del ático y esperé a que
las puertas se abrieran.
No me arrepiento de lo que hice esta noche, el advertir a ese triste
bastardo con el usado traje de Prada que la mujer con la que disfrutaba
de su encantadora velada no era más que una estafadora con cara de
ángel.
Al principio no quería creerme... hasta que me presenté... el apellido
primero, por supuesto. No tengo miedo de usar el apellido cuando la
situación lo requiere. Sin embargo, fui delicado en todo el asunto,
mantuve mi voz baja, compartí mis preocupaciones con él “de hermano
a hermano”.
Cuando terminé, el triste tonto no pudo salir de allí lo
suficientemente rápido. Se levantó, sacó la chaqueta del gancho, tiró un
billete de cien arrugado sobre la mesa y salió de allí. 72
Yo también me largué de Dodge.
No tiene sentido quedarse para un bis lloroso de su última actuación
ganadora de un Oscar en el baño de mujeres.
Dios, es buena.
De verdad.
Casi me convenció de que era auténtica el sábado por la noche. La
conversación fluyó. Se mantuvo firme. No podía apartar sus ojos de mí.
Estoy convencido de que la única razón por la que frenó su pequeña
operación fue porque sabía que después de que leyera su correo
electrónico, la fiesta se acabaría, no habría un pago lucrativo, y sus
esfuerzos habrían sido en vano.
Arrojo mi chaqueta sobre el respaldo de una silla y dejo mis llaves y
mi cartera sobre el mostrador antes de entrar en una sala oscura
iluminada por el cielo nocturno que se filtra por las ventanas desnudas.
Fue pura casualidad que esta noche la viera dentro de Fino.
Estaba regresando de mi cita con el cardiólogo cuando por
casualidad miré y vi a mi pequeña desconocida anónima sorbiendo vino
tinto y riendo con un caballero alto, moreno y de aspecto extremadamente
rico que no tenía nada más que ojos de caleidoscopio para nuestra dulce
Astaire.
Me recordó tanto a mí mismo unos días atrás, sin los ojos del
caleidoscopio, por supuesto, y tuve que hacer mi debida diligencia y
advertir al pobre tipo.
Comprobando la hora, vuelvo a mi habitación, me cambio la ropa
del día y me pongo sudadera y una camiseta, y me acomodo en mi cama.
Mañana voy a entrevistar a las niñeras para Honor, algo que nunca
pensé que haría ni en un millón de años. Se suponía que Margaux me
enviaría todos sus currículums junto con un horario antes de irse a pasar
el día, así que tomo el teléfono y abro el email del trabajo.
Por supuesto, ella envió todo a las 4:58 p.m., dos minutos de sobra.
Estoy a punto de seleccionar su mensaje cuando me doy cuenta de algo
por encima de él... un correo electrónico recién salido y enviado hace
apenas tres minutos.
Sonriendo, alimento mi curiosidad.

PARA: Bennett.Schoenbach@SchoenbachCorp
DE: AnonStranger@Rockmail
TEMA: RE: re: re: re: Condolencias
Bennett,
Si quieres ser miserable, bien. Esa es tu prerrogativa.
Pero no te da el derecho de ir por ahí destruyendo la 73
felicidad de los demás. No estoy segura de por qué piensas
que soy una estafadora o que tendría alguna razón para
mentirte. Nunca te he pedido nada. Sólo te he mostrado
amabilidad, compasión y simpatía. Tal vez eso te resulte
extraño. Quizá seas tan miserable y estés tan abatido que
esas cosas son un lenguaje que no podrías empezar a entender.
Las cosas que hice... enviarte esos correos
electrónicos... provienen de una buena intención, aunque te
niegues a creerlo. Y encontrarme contigo el fin de semana
pasado fue pura coincidencia, no es que puedas decir lo mismo
de esta noche.
Tal vez debería haber hablado el sábado pasado, y créeme,
quise hacerlo muchas veces, pero estaba disfrutando mi tiempo
contigo. Me hiciste reír, me hiciste sentir viva de nuevo
por primera vez desde que perdí a Trevor, y me aferré a esa
sensación hasta que pusiste tu mano en mi rodilla; entonces
me di cuenta de que no podía dejar que esto siguiera
adelante, no podía añadir más sal a la herida yendo a casa
contigo, porque tarde o temprano ibas a leer mi correo
electrónico.
Así que me vi a mí misma salir de esa situación porque
era lo correcto, y claramente, era lo mejor porque eres el
PEOR tipo de ser humano.
Eres más que incorregible.
Por favor, si por alguna razón loca me vuelves a
encontrar, haznos un favor a los dos y ve por el otro lado.
Prometo hacer lo mismo.
Mis mejores deseos...
Astaire

Sentado en la cama, pulso la lámpara a mi lado y disparo una


respuesta.

TO: AnonStranger@Rockmail
DE: Bennett.Schoenbach@SchoenbachCorp
TEMA: RE: re: re: re: re: Condolencias
Astaire,
¿Los mejores deseos? ¿En serio? ¿Qué clase de mierda
mental poco inspiradora es esa? Pensé que eras una
manipuladora profesional. Seguro que se te ocurre algo más
original que los mejores deseos.
Pero estoy divagando.
En la remota posibilidad de que no seas una estafadora
cazafortunas, me debes una enorme disculpa y un
agradecimiento aún mayor. 74
Estoy seguro de que te preguntas por qué, así que
permíteme explicarte. Cuando me encargué de acercarme a tu
cita para decirle exactamente con quién estaba tratando, me
acerqué a él desde atrás, donde casualmente pude ver la foto
de la polla que estaba enviando a otra mujer.
Es una imagen por la que pagaría una cantidad impía de
dinero por no verla, pero viendo que estamos a años luz de
ese tipo de tecnología, tendré que esperar y rezar para que
un día la imagen de su “gema” sin cortar de trece centímetros
sea borrada de mi memoria. Tal vez algún día pueda volver a comer
hongos de botón sin que ese nauseabundo gráfico pase por mi
mente.
Hasta entonces, como dije... deberías agradecerme.
Además, ya que estamos en el tema de tu cita, creo que
es apropiado señalar el hecho de que claramente tienes un
tipo, sólo que el doble de esta noche fue poco más que un
insulto para el resto de nosotros, altos, morenos, exitosos,
e imposiblemente guapos, porque fue hablando con el pobre
bastardo que pude deducir que el reloj de veinte mil dólares
en su muñeca era, de hecho, una falsificación.
Tal vez estés pensando: “Pero Bennett, no me importa si
su reloj fuera real o falso, nos lo estábamos pasando muy
bien y eso es todo lo que importa”. A lo que yo diría: “La
autenticidad lo es todo. Cree en la gente cuando te muestran
quiénes son y no cuando te dicen quiénes son”.
De todas formas, de nada, Astaire.
Tuyo para aconsejarte (nada más y nada menos),
Bennett

Pulsé “enviar” y lancé mi teléfono a un lado.


Mi cuerpo se asa bajo las mantas, mis piernas están inquietas y me
duelen al moverse. Tomo las mantas, camino por la habitación y bajo por
el pasillo para servirme un Lagavulin, algo que me ayude a volver a un
estado relajado, si es que eso es posible en este momento.
No estoy seguro de cuál es mi problema.
Normalmente no soy tan hablador, al menos no cuando se trata de
mujeres. Encuentro que cuanto menos se dice, más impactante es el
mensaje, pero parece que siempre que trato con ella, no puedo
desconectarme. Vómito de palabras incontrolables. En cualquier maldito
lugar.
Estoy sorbiendo mi copa cuando me imagino su cara llorosa, la
forma en que dijo “muévete” a través de los dientes apretados antes de
desaparecer en el baño. La mitad de mí cree firmemente que todo esto es
una artimaña. Una artimaña experta. 75
La otra mitad de mí está empezando a preguntarse...
Y esa otra mitad también se fija en el hecho de que salió en una cita
con una versión barata de imitación blandengue de mí, una versión de
mí que le hizo sonreír de oreja a oreja, más grande de lo que sonrió el
sábado pasado cuando la mandé al diablo por ser el rayo de sol que es.
Volviendo a mi habitación, saco el teléfono de la cama y actualizo mi
correo electrónico.

PARA: Bennett.Schoenbach@SchoenbachCorp
DE: AnonStranger@Rockmail
TEMA: RE: re: re: re: re: condolencias
Bennett,
Tenía un montón de cosas escritas pero las borré.
Mi madre adoptiva tenía un dicho: la gente lastimada
lastima a la gente. Claramente estás lastimando... y tal vez
lastimarme a mí hace que te lastimes menos.
No quiero que seamos un par de extraños incomprendidos
peleando en Internet.
Algo me dice que ambos somos mejores que eso.
Si necesitas un amigo, alguien con quien hablar, aquí
está mi número: 555-667-8265.
Sinceramente,
Astaire

Cierro mi correo electrónico, oscurezco la pantalla de mi teléfono y


apago la luz.
La psicología inversa no funciona conmigo.
No necesito un amigo.
Y estoy seguro de que no la necesito.

76
—Hola, aquí. —Paso a Jane en el pasillo la tarde del viernes. Ella me
sonríe y asiente, pero no dice otra palabra, que es lo que ha estado
haciendo toda la semana hasta ahora.
Solo puedo imaginar lo que Bennett le dijo a su sobrino para que
saliera corriendo de Fino, lo que significa que solo puedo imaginar lo que
piensa de mí ahora…
Han sido ocho días desde que le envié a Bennett mi número de
teléfono, y no he recibido ni un correo de confirmación ni un mensaje de
texto de cualquier tipo, no es que esperara que aceptara esa oferta.
Alguien como él no iba a decir: “Dios, ¿sabes qué? Tienes razón. ¡Soy
infeliz y seguro que podría necesitar un amigo!
Los hombres así no son vulnerables.
Ellos se insultan por la ayuda, ofendidos por la asunción de que les
falta algo de alguna manera, emocional o de otra forma. 77
Pero no tengo un solo arrepentimiento, y he dormido como un bebé
cada noche desde entonces. El correo que casi envié en lugar de ese era
desagradable, amargo y francamente, escrito desde un lugar oscuro
dentro de mí que nunca supe que existía.
No pude obligarme a enviarlo. No eran cosas que le diría a alguien a
la cara, así que escribirlo en un correo electrónico parecía barato y bajo.
Yendo a la sala de maestros para hacer unas copias antes de que
mis niños entren después del receso de la tarde, saco mi teléfono de mi
bolsillo trasero mientras espero a la vieja máquina para intercalar y
engrapar. En el segundo que mi pantalla se enciende, soy saludada por
un mensaje de texto de un número local desconocido y la palabra:
LLÁMAME.
Mi estómago se retuerce, me doy cuenta que podría ser de un
número de personas… pero en mi corazón, tengo la sensación de que sé
exactamente quién es.
Y él tendrá que esperar
—Ya era hora —respondo cuando me llama a las seis y cuarto del
viernes por la noche. Señalo mi página en la República de Platón y la dejo
junto a mi whisky.
—¿Bennett? —La voz de Astaire es una confusa marca de dulce de
azúcar en el otro extremo—. Pensé que eras tú...
—Voy a enviarte mi dirección por mensaje de texto. Ven a las ocho.
—Mandar un mensaje a alguien para que te llame y le digas que le vas a
mandar un mensaje parece exasperantemente enrevesado, pero quería
asegurarme de que estábamos en la misma página, quería que supiera
que mi invitación es seria, y quería garantizar que mi invitación no sería
ignorada.
Y tal vez quería escuchar su voz.
—Tengo planes. —Hace una pausa, seguida de una corta
exhalación. 78
—Eres una terrible mentirosa.
—No entiendo de qué se trata.
—Lo entenderás. —Giro mi vaso en el posavasos y tomo un sorbo,
mirando fijamente al ardiente infierno que es mi chimenea envuelta en
cal—. Cuando llegues aquí.
Con eso, cuelgo. Estoy seguro de que su curiosidad es insoportable
después de una semana de silencio radiofónico, pero tengo mis razones,
razones que me aseguraré de compartir con ella cuando venga.
Porque ella vendrá.
***
—¿Vas a decirme por qué me invitaste? —Astaire está en mi puerta,
un fino velo de perfume floral y almizcle que emana de su chaqueta color
nube mientras agarra la correa de su bolso.
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres adorable cuando tratas
de ponerte seria? Pasa. —Me aparto del camino y observo cómo entra en
mi vestíbulo, el amplio espacio casi se la traga entera mientras sus
zapatos de bailarina se aplastan contra la brillante baldosa de travertino.
Volviéndose hacia mí, inclina la cabeza. Mi mirada se posa en su
boca llena, que apenas brilla lo suficiente para decirme que se puso una
capa de bálsamo labial antes de venir aquí.
Esta mujer es un bello lío de contradicciones, que pretendo usar a
mi favor esta noche.
—Dijiste que no querías ser sólo una pareja de extraños discutiendo
en Internet. —Me llevo su chaqueta—. Así que pensé que deberíamos
discutir en persona.
—¿En serio? ¿Me invitaste a tu casa para que pudiéramos...
discutir... en persona?
—Entre otras cosas. —Pongo su chaqueta en mi armario de abrigos
pero ella conserva su bolso como si fuera su salvavidas, como si yo fuera
un loco asesino en serie y ella estuviera dispuesta a sacar una lata de gas
caducada que ha estado llevando durante años—. ¿Puedo ofrecerte un
trago?
Apunto al final del pasillo y me dirijo al bar.
Me sigue, manteniendo una distancia prudente.
—Me temo que no tengo champán, así que no podré hacer esos
cócteles que tanto te gustaron el otro fin de semana. —Examino mi
colección de licores importados—. Pero tengo casi todo lo que tu pequeño
corazón desea.
—El agua estaría genial. Gracias.
Me dirijo a ella.
—No me insultes, Astaire. Te he invitado a mi casa y me he ofrecido 79
a prepararte un trago, y no lo hago por cualquiera.
—No me quedaré mucho tiempo. Sólo vine porque pensé que
necesitabas... algo.
Sí. Necesito algo...
Me preparo un whisky sour, revolviendo con el dedo antes de lamer
el exceso. Y luego le traigo una botella de Evian de la nevera del bar bajo
el mostrador. Ella acepta el agua pero la deja tapada, y luego me sigue a
la sala de estar donde se sienta en el sofá Chesterfield frente a la
chimenea.
—Te debo una disculpa —le digo.
Levanta las cejas y se quita una ola de rubio brillante del hombro,
sentándose más recta, con las orejas prácticamente levantadas como un
Welsh Corgi.
—Hice que alguien investigara un poco —continúo—. Tu historia
concuerda. Todo. Y lamento tu pérdida.
Su nariz se estremece.
—¿Y no podrías haberme enviado por correo electrónico esta
disculpa?
—En primer lugar, es la norma de etiqueta adecuada. Segundo, no
quería que el mensaje se perdiera en la traducción. —Tomo un sorbo para
ocultar mi sonrisa. No debería reírme. Mi disculpa es sincera, pero esa
mirada de ciervo en los faros que me está dando es una distracción
divertida de proporciones entrañables.
Astaire está de pie, con su bolso aún metido bajo el brazo.
—Gracias. Aprecio la hospitalidad y la disculpa, pero tengo que irme.
—¿Cita ardiente esta noche? —La miro, desde la parte superior de
sus brillantes y frescas ondas, hasta su ajustado jersey negro y sus
vaqueros aún más ajustados, hasta el cálido aroma de flores que flota en
su suave piel.
Es posible que se haya vestido así porque saldrá más tarde.
Hay una gran posibilidad de que se haya vestido así por mí.
No responde.
—Por favor, dime que no vas a volver a ver a Pene de hongo. —Me río
por la nariz—. Porque puedes hacerlo mucho mejor que eso.
—¿Qué estás haciendo, Bennett? ¿Qué es esto? —Me estudia, con la
mandíbula apretada, la mirada azul bebé cortando el espacio entre
nosotros—. ¿Estás tratando de ser encantador? ¿Intentas enmendar las
cosas? ¿Qué quieres de mí?
—No te preocupes por lo que quiero. Esto no es sobre mí —miento.
Algo así.
Esto es sobre nosotros dos. 80
Tengo algo que ella quiere. Ella tiene algo que yo quiero.
Es un juego de suma cero que estamos jugando, aunque ella no se
dé cuenta todavía.
Una victoria para mí... es una victoria para ella.
Astaire respira hondo antes de dejarlo ir.
—No tengo tiempo para esto, Bennett. Dime lo que realmente quieres
o me voy.
—Quiero que te enfades conmigo —digo sin pausa—. Quiero que me
digas cómo te sientes realmente. Te he dicho algunas cosas terribles. Te
he tratado mal. Quiero que sientas todas las cosas que nunca te permites
sentir porque estás demasiado ocupada estando feliz por la vida. Así que
adelante, Astaire. Ódiame. Dime exactamente lo que piensas de mí.
—¿Qué? No. —Sus brazos se cruzan sobre su pecho.
—Fui cruel contigo. Más allá de lo cruel. Compartiste cosas
personales conmigo y, a su vez, te insulté. Tienes todas las razones para
detestarme. Y deberías hacerlo.
—Fue un malentendido. No voy a odiarte por eso. —Hay una
suavidad fuera de lugar en sus ojos; una suavidad que no merezco.
—Ves, ese es tu problema, Astaire. —Doy un sorbo—. Eres
demasiada blando en un mundo lleno de bordes dentados.
La inocencia de sus ojos me recuerda a una Larissa mucho más
joven.
Tan llena de esperanza y de un optimismo inquebrantable.
Esta vida se come a la gente como ellos en el desayuno.
—No estoy de acuerdo. Creo que el mundo es blando y la gente como
tú son los bordes dentados. Van por ahí cortando y destruyendo todo lo
bueno. —Me está señalando. Esto es bueno. Es un comienzo.
—Claramente estás molesta conmigo. ¿Por qué no dar un paso más?
—Me acerco, ayudándome con una de sus olas rubias angelicales antes
de dejarla caer en su hombro. Inhalando su dulce aroma, añado—: La
vida te ha dado una mano de mierda, Astaire.
—¿A dónde quieres llegar?
—No es sano embotellar toda esa rabia.
—Es cuando no hay rabia que embotellar. —No se pierde ni un golpe.
Podría ser una línea que practica en voz alta para sí misma frente al
espejo de su casa hasta que se lo cree.
—¿No te hace enojar que tus padres amaran las drogas más que a
ti? ¿Que nadie quisiera adoptarte hasta que tuvieras catorce años? ¿Que
la mujer que finalmente te adoptó tuvo un puñado de buenos años
contigo antes de que la sacaran de esta tierra? ¿Que conociste al hombre
de tus sueños, sólo para perderlo en un extraño accidente de coche unos
81
meses antes de tu boda? ¿Nada de eso te hace enojar?
Su labio inferior tiembla. Estoy entrando sus defensas. Progresando.
Empujándola exactamente a donde quiero que vaya.
—No he venido aquí para revivir mi pasado. —No me mira. Su pecho
sube y baja con respiraciones de staccato.
—Enójate, Astaire. —Me acerco más.
—¿Por qué estás haciendo esto?
—Desquítate conmigo. —Más cerca todavía. Nada separa nuestras
bocas excepto unos pocos centímetros de tensión gruesa y madura.
—He terminado aquí. —Se mueve, escabulléndose a mi lado.
Me las arreglo para sujetarla por la muñeca y guiarla hacia atrás, lo
suficientemente suave para que sepa que no la estoy forzando a quedarse.
Es libre de irse, pero quiero que me escuche.
Necesita escucharme.
—Cuando la vida te da una patada cuando estás abajo, lucha. No te
quedes ahí tirada y acéptalo —le digo—. No te alimentes con un mantra
de calcomanías que te haga sentir mejor durante diez segundos.
—¿Así que debería ser desalmada y miserable todo el tiempo?
—No todo el tiempo... a veces.
—Soy feliz, Bennett. —Su intento de convencer con un tono
convincente es una broma, un insulto para los dos—. No quiero ser como
tú.
—A veces no tenemos elección. A veces hacemos lo que tenemos que
hacer.
Su pecho se levanta y baja mientras nuestros ojos se sostienen, y
reduzco la distancia entre nosotros, la punta de mis dedos rozando su
delicada mandíbula.
Sé lo que pasa cuando mantienes la oscuridad dentro. Un día sale a
la fuerza, más oscura, más enojada que nunca. Y no se sabe lo que te
hará hacer.
Aplasto su boca de granada con un beso y la pongo contra mí.
Las llamas lamen el interior de la chimenea a nuestro lado y detrás
de nosotros, las noches de la ciudad brillan.
Astaire me devuelve el beso, jadeando por aire pero rehusando subir
por él mientras tropezamos hacia atrás y nos hundimos en los cojines de
cuero del sofá. La llevo en mi regazo, con sus muslos a horcajadas
mientras se sujeta a mí, besos tan fuertes y decididos que duelen, los
mejores.
Le arranco el jersey y ella baja su boca a la mía otra vez, sus manos
trabajando mi cintura, deslizándose bajo mis calzoncillos, palmeando mi
polla mientras se hace más duro a cada segundo. 82
El magnetismo entre nosotros es potente, peligroso.
Una extraña excitación interior inunda mis venas antes de cargar en
corrientes explosivas.
Se agarra a mí, y yo deslizo mis dedos bajo la cintura de sus
vaqueros antes de apretar el botón y tirar de la cremallera.
Su boca choca con la mía otra vez, esta vez más lengua que dientes,
pero cuando alcanza mi camisa, capturo sus manos.
—La camisa se queda puesta. —Me muevo por su sostén,
desabrochando el gancho y tirando de él por sus brazos cubiertos de piel
de gallina.
No me avergüenzo de mi cicatriz, pero tiende a distraer la excitación
del momento, especialmente con las personas simpáticas, de corazón de
oro. No quiero que Astaire haga preguntas, que me compadezca, quiero
que me monte la polla y que no se preocupe si voy a tener un infarto
masivo a los treinta años.
Sus labios ardientes rozan los míos y hace un sutil movimiento por
mi camisa una y otra vez, redirijo sus atenciones... a otra parte... en
forma de mis dedos deslizándose bajo el refuerzo empapado de sus
bragas de encaje. Los deslizo entre sus cálidos y húmedos labios de
vagina antes de meter dos de ellos dentro de ella.
Echando la cabeza hacia atrás, exhala, el cuerpo se estremece y la
boca se frunce a los lados, pura felicidad con un toque de locura
estrangulada.
Deslizando mis dedos de ella, los llevo a su boca, invitándola a
probar lo que le estoy haciendo... la dulce tortura, la excitación conflictiva
de querer a la misma persona que te hace hervir la sangre.
—Te quiero allí. —Señalo el final del sofá—. Agachada.
Sus ojos se ablandan, confusión quizás.
Mi cuerpo duele por ella.
Pensar demasiado y cuestionar no tienen nada que ver con esto.
—Voy a cogerte por detrás, Astaire —se lo deletreo—. Quiero que
sientas todo de mí. Hasta el último centímetro, hasta lo más profundo de
ti.
Duda.
—¿Qué? ¿Pensaste que te iba a joder al estilo de los misioneros?
¿Mirarte a los ojos y decirte lo hermosa que eres mientras ambos fingimos
que esto no es sólo sexo? —Exhalo.
No dice nada.
—Sabes que no se trata de eso. —La doy vuelta en mi regazo para
que esté mirando hacia otro lado, mi mano suave alrededor de su cuello
mientras me inclino y respiro contra su oreja antes de darle un 83
mordisco—. Tú y yo sabemos por qué te he invitado aquí esta noche. Y
ambos sabemos por qué has venido. Te deseo a ti, Astaire. Y tú me deseas
a mí. Ambos tenemos nuestras razones, y no hay nada malo en ninguna
de ellas.
El silencio se instala entre nosotros, nada más que respiraciones
superficiales y el suave resplandor de la chimenea. Justo cuando estoy
seguro de que está a punto de derretirse contra mí, cediendo a sus deseos
más íntimos, se baja de mí y empieza a recoger su ropa del suelo como si
tuviera que coger un avión, o un lugar mejor en el que estar.
—Lo siento. —Se retira un mechón de cabello de la cara,
abalanzándose, toma las bragas y el sujetador y recoge todo lo que tiene
en el brazo—. No puedo hacer esto. No tengo citas casuales. Y aunque lo
tuviera... no podría hacerlo contigo.
Sin aliento, se mete en las bragas y en los vaqueros ajustados y no
se molesta con el sujetador, metiéndolo en su bolso antes de tirar del
suéter por encima de su cabeza. La suave tela abraza sus tetas hinchadas
y se acomoda alrededor de sus pezones. Explora la habitación, con la
mirada puesta en el vestíbulo, su escape.
Jesucristo, la mujer no puede salir de aquí lo suficientemente
rápido.
No me mira, pero no está llorando. De hecho, no muestra ni una
pizca de emoción. Si tuviera que adivinar, quiere salir de aquí y fingir que
nada de esto ha pasado.
Buena suerte con eso, cariño...
Va a estar pensando en esta noche, en mí, en lo caliente que pudo
haber sido el sexo, en todas las extrañas pero excitantes maneras en que
pude haberla hecho sentir... por el resto de su vida.
Levantándome, me pongo mis calzoncillos y la acompaño a la puerta,
sacando su abrigo del armario. Es mejor que no hable. Es mejor que le
deje tener su momento. No voy a convencerla de que se acueste conmigo,
y estoy seguro de que no voy a rogarle que se quede.
—Lo siento mucho. —Su mano se apoya en el pomo, su mirada se
posa en la puerta. Aun así, la mujer no se encontrará con mi mirada.
—Deja de disculparte, Astaire.
Y con eso, la dejé ir.

84
Si no fuera por el hecho de que todavía puedo sentir el calor de su
boca en la mía, todavía siento la adolorida tensión entre mis muslos
cuando cierro los ojos, estaría segura de que los eventos de anoche fueron
un sueño.
Meto mi llave en la cerradura de la puerta trasera el Teatro Elmhurst
el sábado por la mañana, vestida para limpiar. Los propietarios tuvieron
una gala anoche con el tema del Gran Gatsy, completada con música en
vivo y catering, y desde que estoy en el comité de voluntarios, me ofrecí a
venir a primera hora para ayudar con la limpieza.
—¡Buenos días, Astaire! Hay donas y café en la sala de empleados.
—Conrad, un compañero voluntario, me dice cuando atravieso el lobby—
. Sírvete.
—Gracias, Con. —Lo reconozco con una sonrisa y un gesto con la
cabeza, tomo unos cuantos suministros del armario de limpieza, y me 85
dirijo al balcón para empezar. Mi estómago está atado en nudos, no
podría comer si quisiera.
Nunca debería haber ido a su casa.
Claramente era una trampa, una jugada.
Él sabía exactamente lo que estaba haciendo atrayéndome allí bajo
pretextos misteriosos, disculpándose como un perfecto caballero, luego
haciendo su movimiento cuando estuvo seguro de que me tenía donde
me necesitaba… abierta, vulnerable, confundida por nuestra hipnótica
atracción mutua.
No estoy segura de qué me pasó anoche cuando lo dejé besarme y
luego procedí a saltar sobre sus huesos como alguna lunática hambrienta
de sexo, pero cuando me dijo que quería inclinarme sobre el sillón, de
repente me sentí más como un objeto que un ser humano.
Sus palabras me catapultaron de regreso a la realidad.
Para algunas mujeres, ser tratada como objeto es excitante, pero
nunca ha sido lo mío.
Como una persona que ha pasado la primera década y media de su
vida anhelado conexiones de cualquier tipo, no puedo hacer lo del sexo
casual.
Y estoy segura como el infierno que no puedo hacerlo con Bennett.
Con su brillo de lobo y amplia sonrisa cruel, mezclarme con él es lo
último que necesito. Pero todavía no puedo superar el hecho de que hizo
que alguien me revisara.
La idea de Bennett Schoenbach tomándose el tiempo en su ocupada
agenda para pedirle a alguien que revisara mis antecedentes…
Él piensa en mí. Cuando no estamos juntos se pregunta por mí. Él
deseaba tanto saber más de mí que contrató a alguien para hacer su
trabajo.
¿Pero, por qué?
El hombre fácilmente podría haber borrado nuestros correos
electrónicos y dejarlo en eso.
Después de todo, él dejó en claro que tenía mejores cosas que hacer
con su tiempo. Pero dio un paso más allá. Fue más allá de lo que la
mayoría de las personas van.
Debo haberlo intrigado.
Estaría mintiendo si dijera que él no me intrigaba.
Hay capas sobre capas debajo de su fachada galvanizada.
Más profundidad de la que deja ver.
Tiene más demonios de los que debería tener un hombre.
Y por esa razón, necesito dejarlo ir… porque nada bueno puede salir 86
de esto.
—Bennett, ¿no le vas a decir a tu hermano y a su esposa
“felicidades”'? —Mi madre bate sus pestañas, con las manos bajo su
puntiaguda barbilla mientras los cuatro estamos sentados bajo un
candelabro de cristal en el Peridot el sábado por la mañana.
Normalmente habría declinado la invitación, pero ella me atrajo aquí
con falsos pretextos, alegando que necesitaba que firmara un documento
de impuestos corporativos, lo cual hizo.
Una vez que terminé, me pidió que me uniera a ella para un
“almuerzo rápido”.
Tan pronto como la complací a regañadientes (debido al ruido en mi
estómago y al factor de conveniencia) mi hermano y su esposa entraron
en el comedor y se acercaron a la mesa.
Me habían tendido una trampa.
Y por una buena razón. 87

La familia Schoenbach se está expandiendo.


Beth ofrece una cálida sonrisa. Errol se aclara la garganta, la mirada
se dirige desde el centro de mesa de hortensias verdes hacia mí y de
vuelta.
—Estoy segura de que es un poco sorpresivo —me habla Beth, pero
mira a su marido—. No esperábamos que sucediera tan rápido. La
agencia de adopción dijo que podría llevar años conseguir un bebé
doméstico sano.
Sus labios color fucsia titubean.
No me creo su entusiasmo.
Desde el principio de su matrimonio, ella ha hecho todo lo posible
para evitar empezar una familia con Errol.
Primero, estaba toda la excusa de “somos demasiado jóvenes”. Luego
fue “tenemos mucho tiempo”. Cuando cumplieron treinta años y
aparentemente estaban en plena forma de “tratar de concebir”, fue mes
tras mes de misteriosas pruebas de embarazo negativas. Afirmó que su
médico le dijo que debían esperar dos años antes de buscar la ayuda de
un especialista en fertilidad.
Beth esperó dos años hasta el día. Me imagino que Errol la estaba
acosando y sabía que se le estaban acabando las excusas.
Errol, por razones que aun no comprendo, está decidido a tener una
familia.
Beth (por razones propias, supongo) nunca ha dejado de tomar sus
píldoras anticonceptivas.
Lo sé porque a mediados del año pasado, estaban en la ciudad y
hubo una confusión en la farmacia. Compartimos las mismas iniciales.
El dependiente del mostrador tomó su bolsa de papel por error. Estaba a
media cuadra cuando me di cuenta del error y volví a cambiar sus
pastillas compactas de Yasmin por mis píldoras anti-rechazo.
No es que ella esté al tanto de nada de esto, pero su secreto está a
salvo conmigo porque me importa una mierda.
—Es un niño —dice Errol—. Se espera para la segunda semana de
mayo.
Alcanzo mi agua helada.
Sorbo. Asiento. Miro hacia otro lado.
En la mente retorcida de mi madre, supongo que piensa que esto va
a unir a nuestra familia, que nos acercará por fin.
Beth mete su brazo en el de Errol.
—Tenemos un par de nombres elegidos, pero creo que queremos
esperar hasta que conozcamos al pequeño primero.
—Vas a ser un tío, Bennett. ¿No es encantador? —pregunta madre— 88
. Las bendiciones abundan. ¿Demasiado pronto para el champán?
Ella se ríe. Beth se ríe. Sus manos se encuentran sobre la mesa.
Bajo mi vaso, mi mirada dirigiéndose de la mesa a mi madre.
—Sí, las bendiciones abundan. ¿Quién hubiera pensado que te
convertirías en abuela dos veces en un año?
Su rostro se retuerce y su boca se mueve, sin sonido. Oficialmente
he dejado a Victoria Tuppance-Schoenbach sin palabras, no es una
hazaña fácil.
—¿De qué está hablando? —pregunta Errol.
La mirada de Beth viaja alrededor de la mesa mientras espera que
uno de nosotros se lo explique.
—¿No te has enterado? —Me siento más erguido—. Nuestra querida
y dulce hermana tuvo una hija, y su último deseo fue que yo la adoptara.
Mi madre cierra los ojos con fuerza, reajustando la servilleta en su
regazo, reuniendo su compostura.
—Madre, ¿es esto cierto? —Errol se vuelve hacia ella.
—Tiene cinco, casi seis años —respondo por ella, viendo cómo el gato
le ha comido la lengua—. Cabello oscuro. Grandes ojos azules de
Schoenbach.
El ceño en la frente de Beth se profundiza. Me imagino que está
atando cabos, probablemente algo equivocado.
—Probablemente una coincidencia —dice finalmente algo madre,
alcanzando su agua—. Mucha gente tiene ojos azules, Bennett.
Escondo mi sonrisa satisfecha con un sorbo de agua justo a tiempo
para mirar fuera y ver nada menos que a Astaire Carraro cruzando la
calle. Por lo que parece, está saliendo del Teatro Elmhurst. Reviso mi
reloj. ¿Qué demonios estaría haciendo allí tan temprano un sábado por
la mañana?
Su cabello pálido está amontonado en un moño desordenado en la
parte superior de su cabeza. Una taza de café de espuma de unicel en
una mano, una bufanda a cuadros alrededor de su cuello, y una bolsa de
gamuza colgando sobre su cuerpo.
Cruza la calle con un grupo de peatones, que se dirigen hacia aquí.
Un latido de corazón errante se me clava en el pecho.
—Disculpas. —Me pongo de pie, me abrocho el botón de mi chaqueta
y meto la silla—. Pero algo acaba de surgir.
Las cejas de mi madre se levantan. Si está a punto de protestar, se
detiene. Estoy seguro de que sabe que es mejor que me vaya ahora antes
de que saque más de la suciedad y el fango que ha pasado los últimos
cinco años enterrando.
—Beth y Errol... la mejor de las suertes. —Me dirijo al vestíbulo,
tomo mi abrigo del guardarropa y salgo corriendo, apenas la alcanzo
antes de que llegue al siguiente cruce de peatones—. Astaire. 89
No mueve la mirada, ni a un lado ni al otro. Mira fijamente al frente.
Cuando me acerco, veo sus audífonos blancos.
—Disculpe. —Me meto entre una mujer que camina con un caniche
y un hombre que se pasea sin rumbo por el Wall Street Journal con su
teléfono, y luego le toco el hombro.
Ella se vuelve para mirar por encima del hombro justo cuando la luz
parpadea en blanco y la pequeña multitud comienza a cruzar.
La mandíbula de Astaire se afloja y se saca un auricular de la oreja.
—Oh, vamos.
—Para que conste, no te estaba siguiendo. —Levanto mis palmas,
caminando al tiempo con ella—. Estaba en el Peridot almorzando y te vi
desde la ventana...
—Conveniente. —Ella levanta la mano hacia su oreja, pero la bajo.
—Solo quería asegurarme de que estabas bien... después de anoche.
—La mayoría de la gente... no se... llama o envía un mensaje de texto
—dice—. No están al borde del acecho.
La mujer con el caniche gira el cuello y me echa una mirada.
—Hablo en serio. Solo quiero saber si estás bien.
—Claro que sí. —Ella sorbe su café, sus dedos sobresaliendo de sus
guantes de punto. Un toque de bálsamo labial rosado da color a la tapa
blanca, lo que significa dónde han estado sus labios.
Dios, esos labios.
Almohadas llenas y suaves, haría cualquier cosa por volver a
probar...
Después de que se escapó anoche, le envié un mensaje a Deidre
desde el 6A, pensando que podía cerrar los ojos y fingir que era Astaire
para terminar mentalmente lo que había empezado, solo que cuando
apareció, se había teñido el cabello de marrón, empezó a quitarse la ropa
antes de que cerrara la puerta, y me dijo que tenía veinte minutos antes
de que se encontrara con un tipo de Tinder para tomar algo.
Inmediatamente perdí la erección, le dije que se vistiera y la envié de
vuelta al sexto piso sin decir una palabra más.
Necesito lo verdadero.
Necesito a Astaire.
Y anoche, casi la tuve.
Casi.
Eso es lo que obtengo por ser honesto, por decirle por adelantado
que no era nada más que sexo.
Es el enigma al que me enfrento: Astaire Carraro necesita que le den 90
vino y comida antes de dejar que un hombre entre en ella, y yo necesito
estar dentro de Astaire Carraro.
—¿Qué vas a hacer este viernes? —pregunto.
Me mira con los ojos entrecerrados.
O tal vez es una mueca. Una dolorosa mueca.
De cualquier manera, no es suficiente para disuadirme.
—Quiero invitarte a salir. —Le doy un codazo en el brazo con el mío,
un intento de ser juguetón y alegre, lo cual es posiblemente un idioma
extranjero para mí—. En una cita. Una cita de verdad.
—No.
Toso una risa.
—¿No? Simplemente... ¿no?
—No. —Camina más rápido.
Igualo mi ritmo al suyo.
—¿Alguna razón en particular?
Sus labios se retuercen hacia un lado.
—Porque es una mala idea.
Pongo mi mano alrededor de su codo y la saco a un lado, de la
manada de extraños que nos rodean, y encuentro una sección de ladrillo
fuera de una tienda abandonada.
—No puedo deshacer tu primera impresión de mí. —Capturo su
curiosa mirada—. O la segunda. O la tercera. Pero sería negligente si no
intentara hacerte pasar un mejor momento.
Astaire agarra su café con ambas manos, mordiendo la esquina
interior de su boca.
—Somos noche y día, tú y yo. Y sé que solo buscas una cosa.
—Eso no lo sabes.
—Lo dijiste anoche. Me dijiste que sabía por qué me habías invitado
en realidad...
Me parece justo.
—Está bien. Bien. Te encuentro increíblemente sexy, Astaire. No voy
a mentir. Pero tampoco puedo sacarte de mi cabeza. Cierro los ojos y eres
todo lo que veo. Leo tus emails todos los malditos días, aunque sean tan
exasperantes como lo fueron la primera vez. Y tal vez no nos veamos cara
a cara, pero eso no es necesariamente algo malo.
Su expresión se suaviza.
Voy a pasar.
Necesito sacar a esta mujer de mi cabeza, y la única manera de
hacerlo es sacarla de mi sistema. Solo entonces podré sacarla de mi vida.
Solo entonces podremos finalmente salir de esta extraña excusa para una
intervención divina. 91
—Envíame tu dirección, Astaire. —No le digo que ya la sé, que las
comprobaciones de antecedentes son estándar con esa información—. Te
recogeré a las siete el viernes.
No me quedo. No le doy la oportunidad de decir que no. Me voy. Y
no miro atrás.
No necesito hacerlo.
La veré de nuevo en seis días.
Me pongo perfume detrás de las orejas el viernes por la noche y luego
reviso mi pulso. Juro que late doscientas veces por minuto y eso no puede
ser normal.
Pero tampoco lo es aceptar una cita de un hombre que es la antítesis
de todo lo que representas.
Una foto de compromiso enmarcada de tiempos felices atrapa mi
mirada desde la esquina de mi tocador. Todo esto se siente mal, pero en
otro nivel, sé que no lo es. No puedo evitar tener la sensación de que, si
Trevor seleccionara a alguien para que yo siguiera adelante, Bennett
Schoenbach sería la última persona de su lista.
Me va a llevar a la ciudad esta noche, a un restaurante en la azotea
con vista al muelle. Los cielos están despejados esta noche, así que
debería haber muchas estrellas cubriendo nuestra vista. Con cualquier
otra persona, sería una característica romántica, pero con Bennett... no 92
estoy segura de que eso sea lo que quiere.
Dice que no puede sacarme de su cabeza, y estaría mintiendo si
dijera que no me siento halagada por eso. Solo soy una humana.
Imagino que parte de su fijación se reduce al hecho de que siempre
queremos lo que no podemos tener.
No puede tenerme a mí.
O al menos, no podía.
Hasta esta noche.
Pero me quedaré con la ropa puesta. Esta noche es para conocernos.
Alimentar nuestras respectivas curiosidades con conversación y tiempo
de calidad.
Nada más y nada menos.
Un golpe en la puerta hace que mi corazón desbocado se derrumbe.
Ya está aquí.
Me doy otra mirada una vez más, pasando mis manos por mi vestido
negro ajustado, metiendo una onda detrás de una oreja y poniéndome
una rápida capa de bálsamo labial rosa antes de ponerme los tacones y
trotar hacia la puerta.
—Hola. —Lleva un impecable traje azul marino, un reloj de plata y
una sonrisa.
Es extraño verlo sonreír. No es natural. Incluso si se ve magnífico
haciéndolo.
—Esto es para ti. —Me entrega un ramo de rosas rosa pálido
envuelto en papel marrón y atado con un lazo de raso negro. El logo en
el envoltorio me dice que no escatimó en gastos, y que se esforzó en parar
en el Darling Peony en Halstead para recogerlas.
¿A quién estoy engañando? Probablemente tiene un asistente que se
encarga de este tipo de cosas.
—Son hermosos. Gracias. —Le hago señas para que entre y me sigue
a la cocina, observando con las manos en los bolsillos mientras lleno un
jarrón con agua y arreglo las rosas lo mejor que puedo.
El jarrón es demasiado pequeño y las rosas se caen.
Ambos fingimos no darnos cuenta.
—¿Tuviste una buena semana? —Coloco el jarrón junto al fregadero,
para que las rosas tengan algo de luz del día por la mañana. Involucrarse
en una pequeña charla mientras se pretende que todo sobre este
momento no es bastante incómodo es irónicamente... incómodo.
Realmente va a ir a la ciudad con todo este asunto de la cita.
Sacando todos los obstáculos. Comportándose como un perfecto
caballero. Este no es el hombre que he llegado a conocer.
Es... halagador. 93
Desconcertante, también, pero en el buen sentido.
—El coche está esperando abajo. —Revisa su reloj—. Probablemente
deberíamos salir si queremos tener nuestra reservación.
—Por supuesto. —Tomo el bolso del mostrador, una compra de
liquidación que encontré en el fondo de mi armario anoche, y nos
dirigimos al pasillo. Juro que las yemas de sus dedos rozan la parte
pequeña de mi espalda mientras cierro, aunque podrían ser fácilmente
mis nervios.
Es lo más extraño estar nerviosa por esta cita. La mayoría de la gente
se pone nerviosa cuando quieren impresionar a alguien, cuando esperan
que las cosas vayan bien para que haya una segunda y una tercera cita.
Se ponen nerviosos cuando les gusta alguien y desean más que nada que
ese sentimiento sea mutuo.
Ninguna de esas cosas se aplica y sin embargo aquí estoy, sonrojada
y rezando para que él no se dé cuenta de mi respiración superficial
mientras tomamos el ascensor al piso principal.
Las puertas suenan y se separan, depositándonos en el improvisado
vestíbulo, que no es más que un espacio de cinco por diez metros lleno
de buzones y un par de tablones de anuncios, nada como el ático de
Worthington Heights al que llama hogar.
Bennett llega a la puerta principal, que conduce a un todoterreno en
ralentí donde un uniformado espera, con las manos cruzadas a la altura
de las caderas.
—Astaire, este es mi conductor, George —dice—. George, ella es
Astaire Carraro.
No puedo evitar preguntarme si le da el nombre y apellido de todas
sus citas a su conductor.
Me deslizo en el asiento trasero, el cuero caliente y suave como la
mantequilla contra la parte posterior de mis muslos. La ciudad es
hermosa a esta hora de la noche, toda iluminada y llena de vida, llena de
la energía de los viernes por la noche.
Se desliza a mi lado, nuestros muslos se tocan cuando arrancamos.
—Disculpa, Astaire, necesito atender algunos correos electrónicos
personales. —Bennett recupera su teléfono. La pantalla se ilumina,
mostrando las líneas de preocupación que se extienden por su frente—.
Una vez que lleguemos, te aseguro que tendrás toda mi atención.
Asiento.
—Haz lo que tengas que hacer.
Girando para observar la sinfonía de tráfico de un viaje, decido
calmar mis nervios, vivir el momento, y concentrarme en todas las
preguntas que le haré más tarde.
Me muero por saber qué es lo que hace que Bennett Schoenbach se
mueva.
Y esta noche, voy a averiguarlo. 94
***
El menú es complejo y no puedo empezar a pronunciar el nombre
de este lugar, pero el guitarrista español que hace sus rondas es
encantador. Estamos rodeados mayormente por parejas. Chocando
copas de vino. Suaves sonidos de risa. El somnoliento brillo de la luz de
las velas. Amplias vistas del muelle de abajo. Un cielo estrellado más
bonito que cualquier pintura que haya visto.
El amor está en el aire.
Y luego estamos nosotros.
Está demasiado oscuro para ver mucho más que nuestros contornos
y los destellos en nuestros ojos mientras una llama lenta parpadea entre
nosotros. El vino tinto embriaga mis venas, listo para aflojar mis labios
sin previo aviso.
—¿Por qué buscaste información de mí? —Espero hasta que
estamos acomodados y nuestras órdenes han sido dadas antes de
sumergirme en la primera pregunta candente de la noche.
—Eso salió de la nada. —Sonríe en su copa de vino.
—Me dijiste que tenías mejores cosas que hacer con tu tiempo, así
que me pareció raro que te tomaras el tiempo para investigarme.
—Yo no me tomé el tiempo. Contraté a alguien para que se tomara
el tiempo. Gran diferencia. Mi tiempo aún se ocupaba en hacer cosas
mejores. —Bennett guiña el ojo—. Pero para responder a tu pregunta...
me informé sobre ti porque tenía curiosidad. Y porque puedo. ¿Alguna
otra pregunta urgente?
—¿Quién era Larissa?
Sus cejas oscuras se levantan y su boca llena se aplana.
—Era mi hermana. Mi hermana adoptiva.
—Siento mucho tu pérdida.
Bennett asiente.
No le digo que asumí que era su esposa. Y estoy segura de que no le
diré que conjuré esta hermosa historia de amor entre ellos.
—¿Eran cercanos? —Paso mi mano por la servilleta de lino en mi
regazo.
—No particularmente, no. —Toma un trago, mira hacia otro lado,
vuelve a mirar.
—Pero tú planeaste su memorial —le digo.
—Alguien tenía que hacerlo.
—¿Tienes otros hermanos? —No puedo evitarlo. Con cada respuesta
que da, mi mente evoca una docena de preguntas adicionales.
—Un hermano. Dos años mayor. Y antes de que preguntes, no, no
somos cercanos. —Toma otro trago—. Mi padre murió hace cinco años.
Mi madre vive por aquí. A menudo la encontrarás almorzando o 95
comprando cuando no está revolviendo ollas y fabricando tanto drama
como sea humanamente posible.
Descifro estos detalles, trato de organizarlos y los pongo en
pequeñas cajas para darle sentido a todo esto. No está muy unido a su
familia. Hay rupturas y caídas. Preguntaría por qué, pero me
extralimitaría mucho en sus límites.
—¿Has estado casado alguna vez? —pregunto.
Él sonríe.
—No estás perdiendo el tiempo aquí, ¿verdad? Y no. Nunca. Nunca
lo he hecho, nunca lo haré. Es un concepto anticuado: la gente se
pertenece como si fuera una propiedad. No sirve para nada en estos
tiempos.
—Tal vez no se trata de pertenecerse mutuamente como una
propiedad, sino de dar tu corazón a alguien más para que lo cuide. Como
un regalo.
Se sienta erguido.
—¿Alguna vez pensaste en escribir tarjetas de felicitación?
Me río por la nariz.
—¿Qué puedo decir? Soy muy sentimental.
—¿Y qué hay de ti? Quiero decir, me diste la historia de tu vida en
ese email de la longitud de una novela que me enviaste, pero estoy seguro
de que hay más. Tu madre adoptiva, ¿cómo era?
Giro el cuello de mi copa entre mis dedos.
—Era increíble. Italiana de pura cepa. Más grande que la vida.
Cabello largo. Una sonrisa amplia. Los abrazos más grandes. La risa más
fuerte. Solíamos bromear que se podía oír su risa a dos estados de
distancia. —Las lágrimas me pinchan los ojos, pero las aparto a la fuerza.
No puedo hablar de ella lo suficiente—. Su nombre era Linda. Y me
cambió la vida.
Su mirada penetrante me cubre. Él escucha, no dice nada.
—Era una maestra de escuela —continúo—. Enseñaba en quinto
grado en una escuela pública en Indianápolis, de donde soy. Ella y su
marido siempre esperaban el momento adecuado para formar una
familia, pero luego esperaron demasiado y no sucedió. Él finalmente la
dejó por una mujer más joven. Tuvo un par de hijos con ella. Fue
entonces cuando Linda decidió que estaba cansada de esperar el
momento perfecto para ser madre. Un año más tarde, acogió a su primer
hijo adoptivo, yo. No fue fácil al principio. Para ninguna de las dos.
Estaba segura de que me rechazaría como los demás, así que la alejé
antes de que pudiera probar que estaba en esto a largo plazo.
»Pero finalmente, ella rompió todas mis paredes. Dedicó cada
96
momento libre que tuviera para conocerme, a mi verdadero yo, a
ayudarme a descubrir quién era y quién quería ser y quién iba a ser
cuando no había pensado en el próximo fin de semana. De la forma más
extraña, es como si supiera que solo tenía una cantidad limitada de
tiempo conmigo y estaba tratando de atiborrarme de tantas lecciones de
vida como pudiera.
Hago una pausa, agarrando mi vino y me trago el doloroso nudo de
la garganta.
—No vivió para verme terminar mi primer año de universidad. —
Bajo mi copa—. Pero nadie ha dicho alguna vez que la vida es justa.
—Tú y tus citas de pegatinas de los parachoques. —Bennett muestra
una sonrisa que se lleva todo el peso de este momento, y estoy agradecida
por ello.
Antes de que tenga la oportunidad de responder, llega nuestro
primer plato y cambiamos nuestra pesada conversación por tenedores,
barrigas llenas y temas de conversación más amigables.
***
—Te invitaría a entrar, pero siento que este es el lugar perfecto para
terminar esta noche. —Paso mi mano por la solapa de su abrigo, mi
mirada deteniéndose en los botones de su camisa mientras recuerdo su
firmeza al dejarla la otra noche.
El Bennett Schoenbach que me acompaña a mi puerta al final de
nuestra cita es diferente del que apareció hace apenas unas horas, con
flores en la mano. Sus ojos son más suaves. Su postura es más relajada.
Ahora sé que asistió a la Escuela de Negocios de Harvard. Su padre
era un hombre de negocios. Su abuelo fundó la Corporación Schoenbach
poco después de la Segunda Guerra Mundial con un préstamo bancario
de cinco mil dólares y una perseverancia imparable. Las relaciones con
su madre y su hermano son tensas y no era cercano a su hermana
adoptiva, aunque nunca nos aventuramos en esos territorios. En otra
ocasión, tal vez. El hombre era un libro abierto, sufriendo a través de mis
incesantes preguntas con sonrisas educadas y respuestas ingeniosas, y
no quería tentar a la suerte.
—Gracias. —Saco las llaves del bolso—. Por esta noche. Por todo.
Revisa su reloj.
—Todavía es temprano si quieres tomar una copa en Ophelia´s.
Desvergonzado.
Podríamos haberlo pasado muy bien esta noche, pero debajo de todo
esto hay un hombre que quiere más que nada en el mundo acostarse
conmigo por alguna razón loca.
Poniéndome de puntillas, le doy un beso en la mejilla.
—Buenas noches, Bennett. 97
Y luego me dirijo al interior, oliendo su opulenta colonia, deseando
a medias que fuera realmente el hombre que pretendía ser esta noche.
—Honor, me gustaría que conocieras a tu tío, Bennett. —Jeannie
toma a la niña de la mano, llevándola por mi vestíbulo, sus brillantes
zapatos de lona raspando el suelo recién encerado mientras me mira con
los ojos azules más grandes que he visto. Sus coletas son brillantes y
rizadas, acentuadas con cintas rosas. Me recuerda el día en que mi madre
trajo a Larissa a casa, esponjada y engalanada como un perro de
exhibición.
Imagino que Jeannie quería asegurarse de que la niña causara una
buena impresión, pero no es necesario porque ya lo he decidido.
Me agacho a su nivel. El vago aroma del helado de fresa y el talco
para bebés llena mis fosas nasales, un aroma que este ático nunca ha
conocido.
No está sonriendo como en las fotos de la escuela.
De hecho, se ve totalmente aterrorizada. 98
—Encantado de conocerte, Honor. —Extiendo mi mano—. Espero
conocerte, y espero que te sienta muy cómoda aquí.
Las palabras de Astaire de nuestra cita de hace ocho días resuenan
en mi mente, la forma en que habló de su madre adoptiva, la forma en
que esa mujer cambió toda la trayectoria de la vida de Astaire para mejor
con solo unos pocos años cortos y significativos.
No soy un hombre sentimental ni he sido nunca emotivo en ningún
sentido de la palabra, pero su historia me conmovió de una manera que
nada lo había hecho antes.
Si Larissa tuviera su propia “Linda”, las cosas podrían haber sido
diferentes.
Lleva un momento, pero Honor suelta la mano de Jeannie, sus labios
rosados se elevan en las comisuras, y corre a mis brazos, casi
derribándome en el proceso. Sus brazos me rodearon el hombro con un
agarre más fuerte que el de un niño de guardería debería tener.
Por un segundo interminable, me inspira y se aferra a mí por la vida.
No conozco a esta niña.
No sé por qué su madre me la dejó.
Todavía no sé si soy capaz de ser lo que ella necesita en este mundo.
Pero sí sé que ella no pidió nacer en esta familia... y voy a hacer todo
lo que esté a mi alcance para que no sufra ni un minuto más por ello.
Dejo que se aferre a mí un poco más, su corazón late tan rápido
contra el mío que derriba mi espíritu.
—¿Te gustaría ver tu nueva habitación? —Me levanto.
Ella asiente, aunque todavía no sonríe, y le tomo la mano. La desliza
en la mía voluntariamente, y luego camina conmigo a una habitación al
final del pasillo.
—Si odias el color, podemos pintarlo. —Imagino que nunca ha
escuchado esas palabras en su vida—. Y estoy trabajando para
abastecerte con algunos buenos juguetes. Quería esperar primero. No
estaba seguro de qué te gustaba.
Me suelta la mano y camina hacia la cama con dosel blanco centrada
entre dos grandes ventanas. Subiendo, se instala en el centro, el colchón
lleno de almohadas y la abundancia de almohadas y mantas de color rosa
pálido que la envuelven.
—Tan suave —susurra, pasando su pequeña mano por una
almohada de aspecto lujoso.
Contraté a un decorador local para hacer el trabajo, dándole una
línea de tiempo imposible, pero rienda suelta y un presupuesto generoso,
siempre y cuando fuera apropiado para una niña de cinco años.
—¿Te gusta, Honor?
Ella asiente. Vigorosamente. Uno pensaría que le estoy ofreciendo 99
algodón de azúcar y muñecas.
—Te quedarás con tu familia de acogida un par de semanas más. He
contratado a una mujer muy agradable para que te cuide mientras
trabajo, y no puede empezar hasta final de mes. —Añado—: Se llama
Eulalia.
Honor se desliza de la cama y se mueve por la habitación,
empezando por la mesita de noche con la lámpara de elefante rosa y
llegando a la cómoda de mimbre extra ancha con el espejo antiguo
enmarcado en oro y la colección de clásicos infantiles encajados entre los
sujeta libros de las bailarinas. Baja uno de los libros, lo abre y se deja
caer al suelo, hojeándolo con los ojos abiertos.
—¿Te gustan los libros? —La veo pasar su pequeño dedo índice a lo
largo de las frases.
Ella asiente. Otra vez, vigorosamente.
—Honor es una excelente lectora para su nivel de grado —dice
Jeannie desde la puerta detrás de mí—. La señora Carraro dice que es la
mejor de su clase.
Señora Carraro...
La profesión de Astaire apareció en ese informe de antecedentes, yo
la había sacado la otra semana, así que sabía que enseñaba en una
escuela primaria antes de que compartiera eso conmigo en nuestra cita
del fin de semana pasado, pero no presté atención al nombre de la
escuela.
Hay quince primarias públicas en Worthington Heights.
¿Qué posibilidades hay de que haya dos señora Carraro enseñando
en un jardín de infancia?
—Me complace oír eso, Honor —digo—. Yo también soy un fanático
de la literatura.
Ella me mira, con la nariz arrugada.
—¿Qué es lit-er-a-tu?
—Libros —aclaro—. ¿Continuamos con nuestro recorrido?
Honor se levanta, desliza el libro de vuelta donde lo agarró, y salta
por la habitación. Mete su mano en la mía y me mira con esos familiares
ojos azules y una sonrisa que ocupa la mitad de su rostro.
Le enseño su baño privado.
Luego el estudio, el gimnasio y la lavandería... no es que vaya a
acceder a esas cosas regularmente... solo quiero que se oriente.
Terminamos con la sala de estar, el comedor y la cocina, donde se
sube a un taburete de bar y toma un plátano del frutero.
—Honor, tienes que preguntar —le recuerda Jeannie.
—Está bien —le digo—. Todo lo que hay en este apartamento le
pertenece a ella ahora.
Imagino que tendré que enseñarle las reglas, límites y modales 100
adecuados, pero por ahora, quiero que se sienta cómoda. Quiero que sepa
que este es su hogar. No es una invitada.
Todo aquí es tan suyo como mío.
Jeannie comprueba la hora en su teléfono.
—Deberíamos irnos. ¿A menos que haya algo más?
La mirada confusa de Honor pasa entre nosotros.
—¿No me voy a quedar?
—Te mudarás dentro de dos semanas a partir de hoy —digo—.
¿Recuerdas?
Desanimada, se baja del taburete del mostrador y se toma su tiempo
para ir hasta Jeannie.
Me rompe en dos el corazón helado imaginar lo que está pasando
por su mente. Es demasiado joven para entenderlo, pero lo
suficientemente mayor para saber que los adultos hacen promesas que
nunca cumplen.
Acercándome a ella, me agacho y pongo mis manos a los lados de
sus brazos, mirándola directamente a los ojos.
—Dos semanas. Tienes mi palabra.
Me abraza con fuerza por última vez. Cuando me la quito de encima,
me encuentro con una sonrisa del tamaño de Texas.
Las acompaño a la puerta y cierro con llave cuando se van. De
espaldas a la pared, me paso las manos por el cabello y dejo salir un
aliento que no me había dado cuenta de que estaba reteniendo.
Estoy patas arriba.
Pero estoy totalmente comprometido.
Vuelvo a mi habitación para vestirme para salir a correr cuando me
doy cuenta de que no he tenido la oportunidad de asimilar el hecho de
que Astaire es la maestra de Honor en la guardería. El fin de semana
pasado, la llevé a Txikito, donde compartimos una deliciosa botella de
vino español y ella hizo demasiadas preguntas, y después, se negó a
tomar una copa juntos.
Decidí retirarme porque sé lo que pasa cuando alguien se pone
demasiado fuerte, tiene el efecto contrario.
Además, la ausencia hace que el corazón se encariñe.
Estoy seguro de que ha pasado toda la semana pasada
preguntándose por qué he dejado de hablarle.
Pronto tendrá noticias mías.
Estoy vestido con pantalones cortos y una camiseta, una toalla sobre
mi hombro mientras voy al gimnasio de mi casa, cuando llaman a la
puerta.
Estoy tentado a ignorarlo cuando permito que la curiosidad saque 101
lo mejor de mí.
Miro a través de la mirilla, gimoteo y abro la puerta de un tirón.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
—Tenemos que hablar. —Errol se ve como una mierda. Círculos
oscuros bajo sus ojos. Cabello grasiento detrás de sus orejas. Pantalones
rotos. Camiseta blanca. Conociéndolo, todo esto es parte de algún estilo
abandonado y chic que está buscando.
—Ocupado. —Intento cerrarle la puerta en la cara, pero él pone el
pie en la puerta.
—Dos minutos.
—Ocupado.
—Se trata de la niña.
—Oh, ¿te refieres a la niña que engendraste con nuestra hermana
adoptiva? ¿Esa niña?
Sus ojos se abren y luego entrecierran los ojos.
—Por favor, Bennett. Déjame entrar dos minutos.
Estudio su cara de pena, la que se parece a la mía, las proporciones
son tan diferentes que a veces nos confunden por gemelos.
—Bien. —Me aparto y le dejo entrar, pero solo porque me muero por
tener la oportunidad de decirle exactamente lo que pienso de él y esta es
la oportunidad perfecta.
Errol empieza a decir algo. Cierro la puerta y luego levanto mi mano
para silenciarlo.
—En primer lugar, ¿qué demonios te pasa? —Doblo mis brazos con
fuerza sobre mi pecho. No responde. No parpadea. Solo me mira fijamente
como si se preguntara qué es lo que sé y qué no—. No es una pregunta
retórica, Errol.
—No puedes adoptarla —habla finalmente, pero hay una pizca de
temblor en su voz.
—¿Por qué diablos no?
—Porque es jodido.
Me toco y me rasco la parte inferior de la nariz con la parte posterior
de mi pulgar.
—No. Lo que tú hiciste fue jodido. Adoptarla es la mejor manera de
darle una oportunidad a esta niña. Se merece un buen hogar.
Errol sonríe.
—¿Y crees que puedes darle eso? ¿Con tu forma de ser mujeriego y
adicto al trabajo?
—¿Y qué propones? ¿Que tú y Beth la adopten? ¿Vivir como una
gran familia feliz con tu hijo pequeño y tu hija de un amorío secreto?
No contesta, lo que yo tomo como un “sí”.
102
—Estás jodidamente loco. —Me agarro el cabello a puñados—. Si eso
es lo que Larissa quería, lo habría especificado, estoy seguro. Hay una
razón por la que me eligió. No eres más que un donante de esperma. Una
asquerosa y jodida excusa para ser donante de esperma.
—No lo entiendes.
—Entonces ilumíname.
—Estábamos enamorados.
—Creo que realmente voy a vomitar. —No puedo mirarlo.
—Escúchame, Benn. Estábamos enamorados y sabíamos que no
había forma de que pudiéramos estar juntos. ¡Ni siquiera sabía que
estaba embarazada! Solo sabía que dejó de hablarme durante un año.
Pensé que era porque me casé con Beth. Pensé que estaba demasiado
destrozada como para volver en sí. Créeme, si hubiera sabido que hay
una niña involucrada...
—¿Qué? ¿Qué habrías hecho? ¿Te habrías abalanzado y salvado el
día? ¿Te habrías divorciado de Beth y te habrías casado con tu hermana
legal? Estoy seguro de que mamá te habría dado un brillante sello de
aprobación por todo eso.
—La habría apoyado. Financieramente. Es todo lo que podría haber
hecho dadas las circunstancias.
—Apenas puedes mantenerte económicamente. No creas que no sé
todos los préstamos personales que has tomado contra tu confianza,
todas las limosnas que has aceptado de nuestra madre a lo largo de los
años porque los dos parecen no poder vivir con sus extremadamente
generosos medios.
Errol está en silencio por un rato. No me mira.
—¿Vas a confesarle a Beth todo esto? —Estudio su rostro, la
preocupación grabada en su frente bronceada por el sol—. Porque no
puedo imaginar que ella quiera tener algo que ver contigo o con tu hija
biológica si se entera de la verdad.
Su mirada se dirige a la mía.
—De acuerdo con mis matemáticas, Honor tuvo que haber sido
concebida poco después de tu luna de miel —agrego—. Así que ahí está
eso. Y también está el hecho de que Beth odiaba a Larissa con pasión por
razones que nunca entendí del todo ni intenté entender. Asumí que tenía
que ver principalmente con las maneras entrometidas de nuestra madre,
pero ahora empiezo a preguntarme si estaba al tanto de tus...
perversiones. Así que dime, hermano, ¿crees honestamente que tu esposa
va a aceptar y criar a esta niña como si fuera suya?
—No hables de mi esposa como si supieras una maldita cosa de ella.
—Puede que la conozca mejor de lo que crees. Por ejemplo, ¿sabías
que ella tomaba píldoras anticonceptivas cuando ustedes dos invertían
miles de dólares en tratamientos de fertilidad?
La mano de Errol acuna la mitad inferior de su rostro y se obliga a 103
respirar con fuerza a través de las fosas nasales dilatadas.
—Eres un maldito mentiroso.
—No me importa si me crees o no. —Me encojo de hombros—. Pero
estoy dispuesto a apostar dinero a que ella no quiere tener hijos. Esto de
la adopción solo ocurre porque se le están acabando las excusas. Tú y yo
sabemos que este bebé será criado por un equipo de niñeras que
seguramente será financiado por nuestra madre porque Dios sabe que
ustedes dos no pueden pagarlas. Pero eso no es asunto mío...
Las manos de Errol se aprietan a los lados, su tez se vuelve rojiza y
sonrojada, y sin avisar, el patético bastardo intenta clavarme un gancho
de izquierda, que yo bloqueo.
Aprieto su mano cerrada hasta que se retuerce, y luego lo empujo
contra la pared. Se desliza hacia abajo, su flaco cuerpo aterrizando en un
montón sobre el suelo del vestíbulo.
—Sal de mi vista y no vuelvas a preguntar por esa niña.
Mi hermano se apoya contra la pared mientras se levanta, y luego
sale, lanzándome miradas de odio todo el tiempo.
Cuando se ha ido, llamo a mi investigador privado.
—Tengo otro trabajo para ti —le digo cuando responde—. Si te doy
un número de móvil, ¿puedes sacar los registros de mensajes de texto de
hace seis o siete años? ¿Tal vez de más tiempo?
—¿Sin una orden judicial?
—¿Necesitas una si yo soy el dueño de la línea? —Hace una década,
compré un plan celular para Larissa, sobre todo por razones de
seguridad. Hubo un breve período en el que no supe nada de ella y quise
asegurarme de que siempre pudiera contactarme si necesitaba algo. No
solo eso, sino que era un salvavidas para ella, una forma de llamar al 9-
1-1 si tenía una emergencia.
Con el paso de los años ella comenzó a abusar de mi generosidad y
voluntad de ayudar, puede que dejara de contestar sus llamadas, pero
nunca dejé de pagar su factura de teléfono móvil.
Se queda callado.
—Podría haber una manera, sí. No hago ninguna promesa, pero veré
qué puedo hacer. Envíame por correo electrónico el número de cuenta, el
número de teléfono, todo eso.
Termino la llamada y le envío un correo electrónico inmediatamente.
Si mi hermano se vuelve loco y trata de hacer algún truco de nuevo,
estaré mejor equipado para manejar sus amenazas con una de mis
propias transcripciones de cada mensaje de texto que los dos hayan
intercambiado.
Si ese bastardo enfermo quiere criar a Honor, tendrá que arrancarla
de mis frías y muertas manos.

104
—¿Qué estás haciendo? —pregunta Bennett desde el otro lado de la
línea el domingo en la tarde.
—Hola, extraño. —Le bajo el volumen a mi altavoz Bluetooth,
Radiohead desvaneciéndose en la nada —. Por un minuto pensé que
habías caído de la faz de la tierra.
—No, en serio. ¿Qué estás haciendo?
—Cortando manzanas.
—Sabes que puedes comprarlas todas de esa manera. Ya cortadas.
O puedes comerlas de la forma que Dios pretendía.
Bufo.
—Manzanas de papel. Construcción de papel. Es para una unidad
que vamos a hacer esta semana. ¿Quieres ayudar?
—Tan fascinante como eso suena, en realidad estoy en medio de un 105
proyecto propio, y estaba esperando que tuvieras un par de horas para
ayudar.
—¿No escucho de ti en nueve días y ahora quieres mi ayuda con
algo?
—Somos amigos, ¿no?
—¿Lo somos? —Cuento seis manzanas. Veinte más que cortar. Y ni
siquiera he hecho las semillas o los tallos todavía.
—Eres una de las quizá cinco personas en el mundo que sabe la
historia de mi vida y estoy bien versado con la tuya, así que sí. Supongo
que nos considero amigos ahora.
—Gracioso. No me pareces alguien que tiende a etiquetar las cosas.
—Corto la siguiente —. Pero tal vez lo haces cuando es conveniente. Ya
sabes, cuando necesitas algo.
—¿Estas enojada conmigo por alguna razón?
—¿Enojada? No. Tú solo me trajiste flores, me llevaste a una cita
elegante, involucraste en una profunda y significativa conversación, me
acompañaste a mi puerta como un perfecto caballero, y luego no me
llamaste por nueve días. ¿Por qué estaría enojada por eso?
—Bastante justo. Pero en mi defensa, he estado lidiando con un
asunto personal el último par de semanas, y esta semana pasada tomó
toda mi concentración y atención.
—Bueno, cuando lo pones de esa manera…
Bennett suspira en el auricular.
—Mi hermana, la que murió… tenía una hija. Una hija de cinco
años. Y tendré la custodia de ella pronto. Me he estado preparando para
su llegada, entrevistando niñeras, amueblando su habitación… mis
disculpas si estabas esperando escuchar de mí antes, pero puedo
asegurarte, ni una vez has dejado mis pensamientos.
—¿Vas a acoger a tu sobrina?
—Lo haré.
—Uh.
—¿Qué se supone que significa eso? —pregunta.
Paso a mi siguiente manzana.
—No me pareces al tipo de figura paterna, eso es todo.
—Te daré eso. No me parezco al tipo de figura paterna tampoco.
—Es tan loco que de hecho coincidamos en algo por una vez.
—Primera vez para todo. —dice—. Ahora de regreso a ese favor…
necesito comprar algunos juguetes para su habitación. Tengo una lista
de cosas que le gustan, pero no tengo ni la más mínima idea de lo que
son estas cosas, y ya que trabajas con niños de su edad, pensé que
estarías mejor equipada para…
—… ¿quieres que vaya a comprar juguetes por ti? ¿No tienes un 106
asistente que hace estas cosas por ti?
—No por mí. —Sus palabras son tersas, lentas —. Conmigo.
***
Decir que Bennett luce fuera de lugar en esta tienda de juguetes del
cuarto piso en el corazón de Chicago sería un eufemismo.
Examina un muñeco, volteando la caja y leyendo la parte trasera.
—No entiendo como esto… orina.
Me rio, arrancándola de sus manos y colocándola en uno de
nuestros dos desbordantes carritos.
—Todo lo que necesitas entender es que ella lo amará.
Empujamos nuestros carritos fuera del pasillo de muñecas y nos
dirigimos a la sección de STEM4 al otro lado. Ha estado llenándose de
Barbies, bebés, y un juego de joyería artesanal, pero es hora de comprar
algunos juegos de aprendizaje.
Agarro un microscopio parlante del estante.
—Tenemos uno de estos en mi salón de clases. Tiene estas pequeñas
diapositivas de plástico, y presionas estos botones al fondo y te dice lo
que son. Mis niños lo aman.

4 Es el acrónimo de los términos en inglés Science, Technology, Engineering and


Mathematics (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), un método de estudio que
abarca todas las disciplinas científicas.
Me lo quita, lo coloca en su carrito, y luego alcanza un juego para
hacer un volcán.
—¿Entiendes lo desastroso que será eso, verdad? —Guiño.
No estoy segura qué tanta experiencia tenga con niños, pero estoy
dispuesta a suponer que sus pisos nunca han visto migajas y sus
encimeras nunca han visto una soda hervida y una explosión de vinagre.
—¿Tiene una cocina de juguete? —Apunto a otra sección llenas con
cocinas miniatura indiscutiblemente más lindas que la de mi
apartamento —. En esta edad, los niños adoran actuar. También es
bueno para la imaginación.
Dos niños se persiguen por los pasillos, esquivándonos y
pasándonos apretujados, riéndose. Uno de ellos dice “Discúlpeme”.
Observo su reacción. Algunas personas pueden farfullar entre dientes,
molestos. Otros podrían reírse, encontrándolo entrañable. Niños siendo
niños.
Él no hace ninguna de las dos.
Me inclino y mantengo mi voz baja.
—A veces es bueno recordarnos a nosotros mismos que los niños
son niños y no soldados.
Cuando tenía ocho, viví con una familia por seis meses. El padre era
militar retirado y regía la casa con una precisión de sargento
107
escalofriante. No teníamos permitido sonreír ni reírnos o causar estragos,
ni siquiera en el patio trasero.
En mi opinión, los niños deberían tener infancias.
—¿Estás listo? —pregunto.
—Si. Probablemente deberíamos pagar. Creo que está
completamente abastecida de juguetes.
—No. —Me rio a través de mi nariz, colocando mi mano sobre su
brazo —. Quiero decir… ¿estás listo para esto? ¿Para ser un papá?
Se voltea hacia mí, sus cejas oscuras arqueadas.
—¿Alguna vez puedes estar preparado para algo así?
Me encojo de hombros.
—Esta humana en miniatura va a cambiar cada aspecto de tu
mundo entero. Te hará sentir cosas que nunca supiste que podías sentir.
Espero que estés al menos algo listo…
—He conseguido ayuda. No puede ser tan difícil.
—¿Tu familia intervendrá?
—Por supuesto que no. —Frunce el ceño—. No están exactamente a
bordo de nada de esto, no que importe. Pero he contratado una de las
mejores niñeras en la ciudad, y he escuchado que asiste a una de las
mejores escuelas públicas en Worthington Heights. La Academia
Starwood. ¿Quizás has escuchado de ella?
Un extraño nudo se retuerce en mi corazón.
—Honor —digo su nombre con dificultad —. Honor es tu sobrina.
Asiento.
—Me dijeron que su maestra es la señorita Carraro…
—¿Vas a dejar que se quede? —Hay al menos otras tres escuelas
elementales entre Starwood y el vecindario de Bennett, sin mencionar la
infinidad de prestigiosas escuelas privadas esparcidas por el condado.
—Por supuesto. Está adaptada y lo está haciendo bien. No tiene
sentido cambiar eso. —Empuja su carrito hacia el elevador.
—¿Cuándo ibas a decírmelo? —Empujo el mío junto a él, el mundo
a mi alrededor desenfocado.
—Lo descubrí ayer. De hecho, no la había sabido hasta ayer. —
Entramos al elevador y presiona el botón para la planta principal —. No
tenía idea de que existía hasta la semana que Larissa murió. Ninguno de
nosotros sabía. Excepto mi madre. Pero esa es una historia para otro día.
En todas mis fantasías idealistas y buenos deseos, siempre imaginé
a Honor yendo con alguien como Linda. Alguien con calidez y una risa
contagiosa y un entusiasmo por la vida.
Estudio a Bennett desde la esquina de mi ojo a medida que bajamos.
El hombre es la antítesis de la calidez.
108
—Honor significa el mundo para mí —le digo cuando salimos a la
planta principal y nos dirigimos a las cajas registradoras —. No hay nada
que no haría por ella. Quiero estar allí para ella. Quiero ayudarte. Si hay
algo que necesitas…
—… Astaire. Lo sé. ¿Por qué crees que te llamé hoy?
Encontramos una línea con dos clientes frente a nosotros y nos
unimos, un carrito repleto separándonos y deteniendo nuestra
conversación.
Diez minutos después, estamos dejando la tienda, juguetes en
mano, y caminando hacia su SUV parado donde George espera. Toma un
poco de maniobrabilidad, pero nos las arreglamos para meter todo al
maletero y la tercera hilera, con un puñado de bolsas bien acomodadas
en el asiento del pasajero de adelante.
De camino a casa, nos detenemos por café. Bennett le da nuestras
órdenes a George, que corre al ajetreado café, dándonos unos cuantos
minutos a solas.
—¿Por qué sigues mirándome así? —pregunta.
—¿Cómo? —No me había dado cuenta que estaba mirándolo
fijamente hasta ahora.
—No lo sé, por eso te estoy preguntando.
Levanto un solo hombro mientras una sonrisa pinta mi boca.
—Supongo… supongo que solo estoy feliz por ti. Y me alegra que me
dejes ser parte de esto.
Rueda sus ojos, fingiendo molestia.
—Por supuesto que tienes que rociar tus chispas de sol por todo
esto.
—Sabes, me equivoqué sobre ti.
—¿Cómo es eso? ¿Exactamente?
Hay una belleza debajo de su cruel fachada. La veo. La siento.
Incluso si se niega a creerme. Está encadenada debajo de un
impenetrable y helado ego.
—Resulta que si tienes un corazón después de todo.

109
—¿Y cuánto tiempo ha estado ocurriendo este aturdimiento? —La
doctora Rathburn desliza un helado estetoscopio a lo largo de mi pecho
la tarde del miércoles, evitando la cicatriz levantada en el centro.
—Un día, quizás dos. Tres, máximo.
—¿Y la fiebre? ¿Cuándo la notaste?
—Ayer.
Ella exhala a través de sus labios fruncidos y regresa el estetoscopio
a su cuello.
—La próxima vez que esto pase, necesitas venir inmediatamente.
Tiro de mi camisa en su lugar.
—¿Estás tomando los medicamentos anti-rechazo? —La doctora me
mira sobre las delgadas gafas.
110
—Como un reloj.
—¿Descansando?
—Ocho horas por noche. —Con un puñado de excepciones.
—¿Comiendo bien? ¿Muchas plantas, grasas monoinsaturadas y
proteínas magras?
Asiento. Los dulces nunca han sido mi debilidad.
—¿Y algún estresante en tu vida últimamente? —pregunta.
Niego. No le digo sobre Honor porque sé lo que dirá, y no será nada
que no haya considerado ya.
—¿Recortaste tus horas de trabajo? —Estudia mi cara como si
estuviera lista para decirme que me vaya—. La última vez que estuviste
aquí, dijiste que estabas haciendo setenta, a veces ochenta horas a la
semana.
—Ciertas cosas están más allá de mi control.
—¿Has oído hablar de delegar? —Se lava las manos.
—Claramente no ha conocido el equipo que heredé de mi padre.
Regresando a mi lado, ella ajusta sus gafas.
—Mira, Bennett. Puedes hacer las cosas a mi manera, agregar
algunos años de calidad a tu vida y mantener ese corazón prestado tuyo
funcionando… o puedes seguir poniendo excusas y volver justo a donde
empezaste, esperando a que alguien más muera para que puedas seguir
viviendo esta vida que claramente das por sentada.
Mis meses después del trasplante destellan en mi cabeza como un
mal carrete destacado. Una larga lista de enfermeras y cuidadores
pinchándome todo el día durante meses, rehabilitación cardiaca,
biopsias, y citas sin fin.
Nunca me sentí tan débil, tan indefenso.
Y juré que nunca me sentiría así otra vez.
La doctora Kay Rathburn es una de las mejores cirujanas
cardiovasculares en el país.
Ella también es una persona directa.
—Sé que no quieres escuchar esto —dice—, pero creo que
necesitamos internarte. Hacer una biopsia de tu problema del corazón,
para asegurarnos que no hay infección o inflamación.
Reviso mi reloj. Se suponía que me reuniría con Astaire para la cena
en una hora.
—No te preocupes por lo que sea que te preocupe en este momento.
No puede esperar. Es imperativo que… —La habitación comienza a
oscurecerse y la voz de la doctora Rathburn se desvanece en la nada.
Y el mundo alrededor de mí se vuelve negro.
111
Toco en su puerta a las cinco y cuarto la noche del miércoles,
haciendo malabares con la bolsa de papel marrón llena de comida en un
brazo mientras mi bolso cuelga del hombro opuesto. Toda la cosa fue su
idea… cocinar la cena juntos en su casa.
Él mencionó que no estaba de humor para salir, y que quería una
noche tranquila dentro.
Hay silencio del otro lado.
Sin música. Sin pisadas.
Toco otra vez. Espero.
—¿Bennett? —grito a través de la puerta y golpeo una tercera vez
antes de colocar mis cosas en el suelo y llamarlo. Cinco timbres después,
consigo su buzón de voz—. Hola, soy yo. Estoy en tu casa… ¿quizás estás
atrapado en el tráfico? Como sea, solo quería que supieras que estoy aquí.
Inclinándome contra la pared, mato algo de tiempo en mi teléfono, 112
entrando a cada aplicación que puedo pensar para matar algunos
minutos mientras espero. Pero cuando diez minutos se convierten en
quince y quince en veinte, decido llamarlo otra vez.
Cinco timbres.
Buzón de voz.
—Hola… creo que estás atrapado en el trabajo, así que solo voy a
posponer lo de esta noche. Si recibes esto en los próximos minutos,
llámame. Si no… resolveremos algo para la próxima vez. —Termino la
llamada, empujo mi teléfono en mi bolso, y tomo la bolsa de comida,
tomándome mi tiempo en volver al elevador.
Pido un Uber cuando llego al lobby, y para cuando llega cinco
minutos después, todavía no he escuchado de él.
Estoy segura de que lo que sea, hay una explicación perfectamente
buena.
—Parece que viniste aquí al inicio de un rechazo humoral. —La
doctora Rathburn se para a un lado de mi cama, portapapeles en mano,
una enfermera revoloteando por la habitación.
No recuerdo haber llegado de la sala de examen a esta cama de
hospital, ni sé quién me vistió con esta bata de franela cubierta de flores.
El cielo está completamente negro afuera. Por lo que sé, he estado
inconsciente por un par de horas… o un par de días.
—¿Tiene mi teléfono? —Mis pensamientos van inmediatamente a
Astaire.
—Bennett, ¿escuchaste lo que dije? —El tono de la doctora Rathburn
es más firme que hace un segundo, cada sílaba acentuada—. Tu cuerpo
está rechazando el corazón de tu donante.
Me siento.
—Pensé que había dicho que una vez que superáramos la marca de 113
un año, sería estadísticamente raro que eso sucediera.
—Estadísticamente, Bennett. Siempre hay excepciones. Y esos
números se basaron en rechazos celulares agudos. Los rechazos
humorales pueden ocurrir meses o años después del trasplante.
Esencialmente, lo que está sucediendo es que tu cuerpo está produciendo
anticuerpos que están dañando los vasos sanguíneos, específicamente
los que van al corazón. Esto probablemente explica el aturdimiento que
has estado teniendo y también por qué te desmayó en la sala de examen.
—Está bien, ¿y ahora qué?
—Vamos a realizar un tratamiento en tu sangre para filtrar los
anticuerpos, luego te aplicaremos un esteroide a corto plazo. Aumentar
uno de tus medicamentos anti-rechazo. Si no podemos tener esto bajo
control, podríamos estar viendo una cirugía a corazón abierto en el
futuro, pero aún no hemos llegado a ese punto.
—Muy bien. —Me reajuste, tratando de ponerme cómodo en una
cama de hospital imposiblemente incómoda—. Enfermera, ¿sabe dónde
están mis pertenencias?
—Bennett, voy a necesitar que tomes mis pautas en serio. Dormir
mucho. Buena alimentación. Estrés mínimo. Unas pocas semanas de
descanso para reposar y luego no más de cuarenta horas a la semana en
la oficina una vez que hayas regresado. Vive más. Trabaja menos. Haz las
cosas que te hagan verdaderamente feliz y deja el resto. Voy a hacer mi
parte para asegurarme de que tengas la vida más larga y saludable
posible, pero también tienes que poner de tu parte.
La enfermera detrás de ella coloca una bolsa de plástico
transparente en la mesa de mi bandeja, mi nombre garabateado en la
etiqueta. Dentro están mis llaves, mi teléfono celular y mi billetera.
Preguntaría dónde demonios está mi ropa, pero no quiero que me
sermoneen de nuevo.
—¿Hay alguien a quien podamos llamar por usted? —pregunta la
enfermera.
—No. —Llamaré a Astaire yo mismo. Luego. Cuando tengo una pizca
de privacidad. Todavía no estoy seguro de lo que le voy a decir. Más o
menos le conté toda la historia de mi vida la noche que tuvimos nuestra
primera cita. No sé cómo se sentirá por el hecho de que omití una parte
importante y reciente. No solo eso, sino que se preocupará. Y me mimará.
Y no hay nada sexy en eso para ninguno de los dos.
Puede que esté acostado en una cama de hospital en el piso cardíaco
del Hospital Mercy Cross, pero sigo siendo un hombre de sangre roja con
toda la intención de aprovecharme de ella, cuando sea que el infierno lo
permita.
—¿Hay alguna pregunta que pueda responder para ti? —La doctora
Rathburn desliza sus manos en los bolsillos delanteros de su chaqueta
blanca.
114
—¿Cuánto tiempo estaré aquí?
—Te tenemos programado para el procedimiento a primera hora de
la mañana. Después de eso, realizaremos algunas pruebas más. Si todo
va bien, te daremos de alta temprano en la noche —dice, dirigiéndose a
la puerta.
La enfermera me entrega un menú de hospital.
Se suponía que debía cenar con Astaire esta noche, en mi casa.
Sugirió cenar esta noche, pero no me había sentido bien, así que la invité
a mi casa, pensando que una noche tranquila nos daría lo mejor de
ambos mundos.
Esta mañana, estaba saliendo de la oficina de mi abogado después
de actualizar mi testamento y dejar todo a Honor cuando casi me
desmayo en el ascensor a la entrada principal.
Después del trasplante el año pasado, estaba bien versado en todas
las señales de advertencia de rechazo, y pasé mi revisión de un año con
gran éxito.
La negación sacó lo mejor de mí estos últimos días.
—Presione siete en el teléfono de su habitación para marcar a la
cocina —dice la enfermera antes de entregarme un botón rojo—. Presione
esto si necesita una enfermera. Le traeré un poco de agua helada, y luego
volveré para verlo en aproximadamente una hora.
—Gracias. —Coloco el menú y el botón de llamada a un lado y
recupero mi teléfono de la bolsa de plástico. Una docena de llamadas
perdidas, apenas dos de ellas de Astaire. La batería está muy baja y, por
supuesto, no tengo cargador.
Cuando estaba en rehabilitación cardíaca el año pasado, recuerdo
que una de las enfermeras me dijo que algunos pacientes con trasplante
cardíaco nunca tienen signos de rechazo, simplemente sufren un paro
cardíaco sin previo aviso.
Estoy viviendo con un corazón prestado en tiempo prestado, y la
gravedad de esos hechos junto con el hecho de que estoy adoptando una
niña me paralizan por un momento.
Si caigo muerto dentro de un año, necesito que alguien más se ponga
en fila para cuidar a esa niña.
Me imagino cómo le iría a Astaire como madre.
Hay una dulzura en ella, una suavidad en su disposición que todavía
tengo que encontrar en otra persona. Su disposición alegre puede ser
agotadora a veces, pero su corazón siempre está en el lugar correcto. Y
claramente adora a los niños.
Es paciente, inteligente, curiosa y dulce.
Su voz sola estaba hecha para cuentos para dormir.
Es lo más extraño… y tal vez son las medicinas o tal vez me golpeé 115
la cabeza cuando me desmayé… pero creo que la extraño en este
momento.
Es como si hubiera un vacío indescriptible en la habitación donde
debería estar, como si faltara una parte de mí.
Escribo un mensaje de texto en mi teléfono, con nada más que
HOSPITAL MERCY CROSS y PISO 4, HABITACIÓN 4677 seguido de
TRAE CARGADOR DE TELÉFONO. Luego me acuesto en mi cama, cierro
los ojos y espero lo que parece una eternidad.
Apenas ha pasado un año desde la última vez que puse un pie dentro
de las paredes de ladrillo beige del Hospital Mercy Cross, cuando Trevor
estaba en muerte cerebral y conectado a máquinas y su madre le estaba
quitando sus órganos, exactamente lo que él hubiera querido.
Nunca soñé que volvería.
Ciertamente nunca pensé que Bennett no se presentara a nuestros
planes de cena porque estaba aquí.
—Hola —dice cuando me ve en la puerta de su habitación privada—
. Pasa.
Nunca me ha gustado el olor de los hospitales.
Antiséptico. Plástico estéril. Franela desteñida. Flores frescas y
moribundas.
Me desinfecto las manos, pongo mi bolsa en el mostrador y me quito 116
la chaqueta.
—¿Estás bien? —Voy a su lado. Instintivamente voy a agarrarle la
mano y luego me detengo cuando veo la intravenosa pegada en la parte
superior—. ¿Qué ha pasado? ¿Y por qué estás en la unidad cardíaca?
Todo sobre él es desconocido en este ambiente.
No hay traje de poder.
No hay un color saludable pintando su piel bronceada.
No hay un brillo malvado en sus ojos.
No hay chistes inteligentes preparados en su lengua.
Bennett se sienta, ajusta las almohadas a su espalda, y luego tira
de la parte superior de su bata de hospital hasta que su pecho y hombros
quedan expuestos.
Y entonces lo veo.
La gruesa cicatriz rosa que baja por el medio del pecho.
—Hace un año, me sometí a un trasplante de corazón. —Me estudia,
aunque para qué, no estoy segura—. Esta semana empecé a mostrar
signos de rechazo.
Mi aliento se recupera mientras espero que continúe.
—Voy a estar bien. Por ahora. Tengo un procedimiento en la mañana
y me harán más pruebas.
—¿Por qué no mencionaste esto antes? ¿Lo del corazón?
Levanta una ceja.
—¿Porque nunca surgió en la conversación?
No le recuerdo aquella noche en la que se negó a quitarse la camisa.
El hombre está en la cama de un hospital... ahora no es el momento de
buscar pelea.
Agarro una silla y la acerco a su cama. No voy a ir a ninguna parte.
Me quedaré todo el tiempo que necesite.
—Estadísticamente, el veinticinco por ciento de los pacientes de
trasplante de corazón no sobreviven más allá de cinco años —dice.
—Para. No vamos a centrarnos en eso. Nos vamos a centrar en el
75% que sobrevive a los cinco años...
El ligero arrastre de pies detrás de mí y un rápido golpe en la puerta
interrumpe nuestro momento, y me giro para encontrar a su enfermera
que se dirige hacia nosotros.
—Señor Schoenbach, aún no ha pedido la cena y la cocina cierra en
media hora —dice mientras comprueba su pulso de oxígeno—.
Probablemente debería tener algo en el estómago antes de tomar su
próxima dosis a las nueve.
—¿Quieres que corra por algo? ¿Que te traiga algo? —me ofrezco—.
Si quieres, puedo correr a tu casa y conseguir algunas cosas para ti.
Contempla su respuesta. Imagino que no está acostumbrado a estar 117
tan necesitado, teniendo que depender de la bondad de los demás. No
puede ser fácil para alguien como él, tan autónomo en todos los aspectos
de su vida.
—Traje un cargador de teléfono como me pediste. —Señalo mi bolso
en el mostrador, y antes de que tenga oportunidad de responder tomo su
teléfono y encuentro un lugar para enchufarlo a su lado. Dirigiéndome a
la enfermera, le digo—: Me aseguraré de que coma algo esta noche.
En cuanto se va, Bennett me mira de arriba a abajo.
—No tienes que hacer todo esto.
—Lo sé. —Le guiño el ojo, y luego agarro las llaves de su apartamento
en una bolsa de plástico en su bandeja—. ¿Ropa limpia? ¿Zapatillas de
casa? ¿Libros? ¿Cualquier otra comodidad de casa que pueda
conseguirte mientras salgo a buscar tu cena?
Él sacude la cabeza, no.
—Volveré... —Recojo mi chaqueta y mi bolso y bajo suavemente por
el suelo de baldosas hasta el ascensor al final del pasillo. Cuando las
puertas se cierran, no puedo evitar preguntarme si el corazón que late
dentro del pecho de Bennett... es el de Trevor.
Pero nunca lo sabremos.
Esos registros están sellados, son privados.
Y ninguna cantidad de preguntas me hará recuperar a Trevor.
***
La casa de Bennett huele exactamente como la recuerdo, cedro y
valencia con un toque de bourbon de vainilla. Encuentro un pequeño
bolso en su armario y lo lleno con una muda de ropa, un par de zapatillas
de casa, un libro sobre filosofía griega de su mesilla de noche, así como
un neceser ya empacado que encontré en su baño.
Hay una deprimente quietud en el aire esta noche. El cielo nocturno
cubre su sala de estar en la oscuridad, nada más que el tictac del reloj
de nuez en la chimenea.
No parece bien estar aquí sin él.
Paso por la cocina y echo un vistazo a los menús pegados al lado de
su refrigerador para ver qué es lo que le gusta. Hay un lugar mediterráneo
no muy lejos de aquí y un puñado de platos principales rodeados de tinta
azul. Es bastante fácil. Llamo y hago un pedido.
Al salir, cierro la puerta tras de mí, pero cuando me giro para ir al
ascensor me encuentro cara a cara con un par de ojos azul hielo
vagamente familiares que pertenecen a un hombre de cabello negro
carbón, brillante y con la espalda resbaladiza. Lleva vaqueros gris oscuro
y una chaqueta rasgada y de gamuza que me llena las fosas nasales con
el sabor del cuero curtido. Una versión más delgada y amenazadora de
Bennett.
—¿Bennett está en casa? —Sus palabras son jadeantes, y sus 118
manos tiemblan al apoyarse en sus caderas. Si tuviera que adivinarlo,
éste es su hermano.
El hermano con el que hay mala relación...
Unos círculos oscuros anidan bajo sus ojos entrecerrados mientras
espera mi respuesta.
—No. —Lo dejo así. Si Bennett no le ha dicho que está en el hospital,
estoy segura de que no lo hará.
—¿Supongo que no sabes dónde puedo encontrarlo? —Su mirada
atenta se dirige a la bolsa de lona que cuelga de mi hombro, de cuero de
caoba con el monograma de Bennett cosido en el costado con hilo negro.
—Lo siento. —Me giro, continuando mi viaje hacia el ascensor,
cuando me acompañan sus pasos.
—Disculpa. ¿No he oído tu nombre?
Me paro en seco, pero no me vuelvo para enfrentarlo.
—¿A dónde vas con las cosas de mi hermano? —Señala la bolsa, con
las cejas fruncidas como si exigiera una respuesta.
—Tengo que irme... —Continúo hasta el ascensor, pulsando el botón
de llamada y exhalando una silenciosa oración de gratitud cuando las
puertas se abren inmediatamente. Afortunadamente el hermano de
Bennett no sube a bordo, me mira fijamente con una expresión peculiar
que no podría leer si lo intentara.
—Dile que llame a Errol —dice mientras las puertas comienzan a
cerrarse—. Dile que es extremadamente urgente. Por favor.

119
Mi teléfono vibra en la bandeja de la mesa. Lo saco del cargador.
—¿Sí?
—Hola, soy yo —dice mi investigador en el otro extremo.
—¿Alguna suerte con los mensajes?
—No. Todavía no. Todavía estoy trabajando en ello. Su teléfono era...
anticuado... así que está tomando más trabajo de lo que anticipé, pero de
todas formas, ¿le estaba llamando por esa otra cosa que quería que
investigara? ¿La cosa del donante de corazón?
Hace semanas, cuando me dio el informe de antecedentes de Astaire,
incluía una copia del obituario de su prometido. La fecha de su muerte
fue el 7 de enero, el mismo día de mi trasplante. La única información
que me dieron fue que tenía veinticinco años y había tenido un accidente
de coche. Su nombre era confidencial. Nunca antes había dado mucha
credibilidad a las coincidencias, pero ésta era demasiado desconcertante 120
para ignorarla.
—¿Tiene un nombre para mí?
—Sí. Ahora no escuchó esto de mí porque no quiero que mi fuente
sea encarcelada. No contacte a la familia ni haga ninguna locura, ¿de
acuerdo?
—Por supuesto.
—Se llamaba Trevor Gaines. Vivía aquí en Worthington Heights.
Enseñaba matemáticas en el instituto Caldecott. Originario de...
—Eso es suficiente. Gracias. Por favor, hágame saber cuando tenga
la otra información que le pedí. —Termino la llamada a tiempo para oír
el crujido de las bolsas de plástico y los suaves pasos de Astaire.
Deposita mi maleta de cuero en una silla de invitados en la esquina
antes de poner mi comida y cubiertos de plástico en la bandeja de la
mesa.
—Espero que tengas hambre. Puede que haya pedido demasiado...
—Habla en un reconfortante medio susurro, sus movimientos son
fluidos.
Cuando me siento, ella ajusta las almohadas a mi espalda.
No pensaría en hacer estas cosas por ella si nuestras situaciones
fueran al revés. El hecho de que cuidar de los demás le resulte tan fácil
no hace más que resaltar lo equivocados que estamos los unos con los
otros.
—Astaire.
Deja de acomodar mis almohadas y apoya una mano en mi hombro.
—¿Necesitas algo más?
Estoy a dos segundos de decirle que deje de adular tanto cuando
cambio de opinión y le ofrezco un simple:
—Gracias.
Ella agita su mano, como si no fuera gran cosa, pero sí lo es. Esto
significa que se preocupa por mí más de lo que debería. Debería haber
enviado un asistente por mis cosas. Podría haber pedido mi cena y hacer
que me la entregaran. Nunca debí dejarla hacer esto.
El amor de su vida late en mi pecho.
Nunca he amado nada ni la mitad de lo que ella probablemente lo
amó.
Todo esto es extraño y enredado... por lo que no puedo dejar que
vaya más lejos.
Especialmente si voy a necesitar su ayuda con Honor en el futuro.
—Aprecio esto, pero deberías irte a casa ahora. Duerme un poco.
Tienes que trabajar por la mañana. —Corto mi pollo, evitando el contacto 121
visual porque ya puedo sentir la manta de piedad en su delicada mirada.
—No pensaba quedarme. Sé que necesitas dormir. —Mete un
mechón de cabello detrás de una oreja—. Pero, um... cuando estaba
saliendo de tu casa, me encontré con alguien...
Dejo de masticar y echo un vistazo.
—Errol. —Una pequeña vela pinta sus suaves rasgos.
Doy una puñalada satisfactoria a una judía verde con mi tenedor.
—Ese es tu hermano, ¿no? —Ella da un paso más—. Me dijo que lo
llamaras. Dijo que es extremadamente urgente.
Me alegro.
—No sucederá. Pero gracias por transmitir el mensaje.
—Me preguntó si sabía dónde podía encontrarte —dice—. Y me
preguntó mi nombre, a dónde iba...
—¿Y qué le dijiste?
—Nada —responde rápidamente—. Nada en absoluto. Le dije que
tenía que irme y me subí al ascensor y me fui. No sé la historia entre
ustedes dos o por qué hay mala relación, así que yo...
—Toda mi familia es de mala reputación, Astaire. Y eso es todo lo que
necesitas saber. —Apoyo mi tenedor contra el costado del contenedor de
espuma de poliestireno. He perdido el apetito.
—Eso es un poco exagerado, ¿no crees? Tú no tienes mala conducta.
Por la forma en que lo dice, casi le creo.
Quiero creerle.
—Hazme un favor y quítate las gafas de color de rosa por una vez en
tu vida. —Mi tono es brusco, mis palabras insensatas. Miro fijamente la
pizarra blanca en la pared de enfrente donde una enfermera ha escrito
su nombre junto a una cara sonriente de ojos estrellados, como si eso me
hiciera feliz. Sería mejor que no me idealices.
La mirada de Astaire es pesada, su presencia paralizada por un
momento interminable.
—Obviamente has tenido un día difícil... y tengo trabajo por la
mañana... me voy a ir para que puedas descansar. —Su voz se quiebra
cuando recoge sus cosas y se mueve hacia la puerta. Deteniéndose,
añade—: Espero que te sientas mejor pronto.
Con eso, se fue.
Claramente la he disgustado, le he mostrado un lado de mí que
esperaba no volver a ver, pero es por un bien mayor.
Algún día lo entenderá.

122
Un custodio del hospital limpia el piso de la habitación de Bennett
el viernes por la tarde.
Otro le quita las sábanas, silbando una melodía desconocida.
Me aclaro la garganta.
—Disculpe. El hombre que estaba aquí. ¿Lo movieron?
La mujer que silba se encoge de hombros.
—Revisa en la estación de enfermería.
Los latidos de mi corazón me llegan a las orejas cuando troto por el
pasillo y encuentro a una enfermera con bata roja encorvada sobre un
ordenador. Mi mente corre a través de cientos de escenarios… algunos
de ellos no tan bonitos. No pude dormir anoche, así que pasé una hora
entera investigando trasplantes de corazón, estadísticas, expectativas de
vida, complicaciones... 123
Ahora entiendo por qué el hombre es tan pesimista sobre su
condición.
—Siento mucho molestarle, pero estoy buscando a Bennett
Schoenbach. Estuvo aquí anoche pero no está en su habitación. Me
preguntaba si lo habían movido. —Mi mirada cae desde su placa de
identificación a su ordenador hasta la mancha de café en su mitad
superior.
Ella se asoma, con los labios planos, y luego escribe algunas letras
en su teclado y entrecierra los ojos en la pantalla.
—Dado de alta. Hace dos horas.
Le doy las gracias y me dirijo al ascensor, recorriendo el pasillo de
cuatrocientos metros hasta el estacionamiento sin palabras.
Pensé en él todo el día de hoy, revisé mi teléfono en cada oportunidad
que tuve esperando que hubiera una actualización o un mensaje, y al
final, me imaginé que estaba ocupado o descansando y nos pondríamos
al día más tarde esta noche.
Le di el beneficio de la duda porque estaba segura de que me
mantendría informada a la primera oportunidad que tuviera, porque eso
es lo que hacen los amigos.
Por lo que sé, soy la única persona que sabía que fue admitido ayer,
así que ¿por qué no me dijo que fue dado de alta?
Es cortesía común.
Esto combinado con la forma en que me habló después de que le
llevé su cena anoche es una bofetada en la cara.
Para cuando llego a mi coche, ya estoy decidida.
***
Veinte minutos después, estoy en su puerta.
Llamo tres veces antes de que finalmente la abra. Su cabello está
peinado y mojado, y una camiseta blanca se aferra a sus amplios
hombros mientras que pantalones de chándal azul marino cuelgan de
sus estrechas caderas. Su tez tiene un tinte más saludable que el de
anoche y el olor a madera de la loción para después de afeitar se
desprende de su piel húmeda.
—Acabo de salir del hospital. —Agarro la correa de mi bolso y trato
de mantener mi voz tranquila. No vine aquí a pelear—. Habría sido bueno
saber que te habían dado de alta.
No me invita a entrar, de hecho, se ancla en la puerta, con el codo
apoyado en el marco mientras me mira con una expresión curiosa.
—No eres mi guardián, Astaire.
Me muerdo la lengua, tragándome lo que realmente quiero decir.
—Pensé que éramos amigos.
Bennett exhala.
124
—Lo somos.
—Entonces, por favor explícame por qué te has convertido de
repente en Mr. Hyde sin ninguna explicación. —Levanto una mano, bufo
una risa incrédula—. ¿Te irritas cuando no te sientes bien? ¿Estás
ansioso? ¿Es algo que dije?
No dice nada, lo que sólo hace que mi sangre hierva.
—Por favor, ayúdame a entender. —Junto mis manos.
—¿Cuál es el punto?
—¿Cuál es... el... punto? —Le devuelvo su pregunta, enfatizando
cada una de las palabras—. Supongo que no hay ninguno... yo sólo... las
últimas dos semanas nos habíamos llevado tan bien, divirtiéndonos... te
abrías a mí, confiabas en mí... entonces anoche me fui durante una hora
y cuando volví, eras una persona completamente diferente. Sería bueno
saber de dónde viene esto.
—Apuesto que lo sería... pero desafortunadamente todavía no
importa.
—Odias ser vulnerable. Odias la idea de parecer débil. Te
avergüenzas de tu familia. Tienes esta fachada de hierro que colocas
entre tú y el resto del mundo —digo—. Sé esas cosas de ti. Las he sabido
desde el principio. Y aun así, me apresuré a tu lado en el momento en
que me enviaste un mensaje de texto anoche.
—No tenías que hacerlo.
—No seas ridículo. —Cruzo mis brazos sobre mi pecho.
—Creo que nos hemos adelantado a nosotros mismos las últimas
dos semanas. —Arrastra sus dedos por su cabello húmedo, con los labios
apretados.
—¿Nosotros? —pregunto—. ¿Nosotros? Bennett, me invitaste a una
cita. Me llevaste de compras para tu sobrina. Me invitaste a tu casa a
cenar. Me enviaste un mensaje de texto con el número de tu habitación
en el hospital, que tomé como una invitación.
—Está bien. Bien. Yo me he estado adelantando. ¿Así está mejor?
En realidad no.
—¿Qué pasó en esa hora que te hizo saltar un interruptor? Algo te
asustó.
—Nada me asustó, Astaire —se burla.
¿Cómo me atrevo a insultarlo sugiriendo que tiene miedo de algo...?
—Sabes... eres el primer amigo de verdad que tengo desde que perdí
a Trevor... —Mi voz se desvanece, se rompe, y respiro profundamente—.
No sé por qué cambiaste de opinión, pero creo que al menos merezco una
explicación.
—Sí. Pero no vas a conseguir una.
Un millón de cosas más que quiero decir, un millón de pensamientos
pululan por mi cabeza, pero me los trago. No tiene sentido discutir con 125
una pared de ladrillos.
Me voy, dando un paso atrás hacia el ascensor mientras trato de
empujar un cóctel de emociones a lo más profundo de mí para no perderlo
delante de él.
Honestamente creí que éramos amigos.
Incluso estaba empezando a sentir mariposas cuando me miraba.
Tenía fantasías de ensueño que no tenía por qué tener. Y mi estómago
daba un salto mortal con cada notificación de mensaje de texto.
Pero no es más que ese extraño de corazón cruel del bar.
Y eso es todo lo que será.
—Astaire —dice mi nombre cuando alcanzo el botón de llamada.
Le doy la espalda.
—Astaire, espera. —Su voz está más cerca ahora.
El ascensor suena. Las puertas se separan. Su mano me agarra del
codo y presiona el botón de “cerrar”.
Mi viaje desaparece.
—Mírame. —Me gira para mirarlo, pero mi atención se fija en la
alfombra estampada—. Mírame.
Con un dedo debajo de mi barbilla, levanta suavemente mi mirada
hacia la suya.
—Estás llorando. —Me pasa la almohadilla de su pulgar por la
mejilla.
Lo aparto.
—No lo hagas.
—¿No qué?
—Actúes como si te importara.
Su pecho sube y baja.
—Pero sí lo hace. Me importa demasiado, joder.
Pasa su mano por encima de la mía y me lleva a su apartamento.
Un momento después, estamos sentados en su sofá. Se entierra la cara
en las manos, respirando fuerte antes de volver a hundirse en los cojines
y mirando hacia el paisaje gris de la ciudad más allá de la pared de las
ventanas.
Los segundos se sienten como minutos, goteando con cada paciente
tictac de su reloj de chimenea.
Y luego toma mi mano.
—Astaire, hay algo que tengo que decirte.
Mi corazón traquetea en mi pecho y mi mano tiembla en la suya.
Esas no son palabras que normalmente acompañan a las buenas
noticias. La última vez que las escuché fue el día del diagnóstico de 126
cáncer de Linda. La vez anterior, mi padre adoptivo estaba dando la
noticia de que mi madre había dejado de intentar recuperar la custodia y
estaba oficialmente bajo la tutela del estado.
—Hice que mi chico investigara un poco. —Su mirada sostiene la
mía—. Resulta que mi donante de corazón... era tu prometido.
Sus palabras no se registran hasta que las repita en mi cabeza un
par de veces más.
—¿Por qué? —Tengo una docena de preguntas, pero esa sale
primero—. ¿Por qué revisaste eso?
—Porque la fecha del obituario de tu prometido coincide con la fecha
de mi trasplante. Y basado en la información no identificable que me
dieron, las cosas coincidían. Quería saberlo.
—¿Estás seguro?
Asiente, sin dudarlo.
—Trevor Gaines. Edad veinticinco años. Profesor de matemáticas de
Worthington Heights. Siete de enero.
Las lágrimas ciegan mi visión y no puedo limpiarlas lo
suficientemente rápido. Sin decir una palabra, Bennett desaparece en la
habitación de al lado, regresando con un puñado de pañuelos de papel y
ocupando de nuevo el lugar a mi lado.
Tengo la sensación de que no maneja bien las lágrimas, pero son
lágrimas de felicidad.
Me estudia, inmóvil, como si no estuviera seguro de qué hacer, qué
decir.
Si pudiera hablar, le diría que simplemente compartiendo esta
información, estar aquí conmigo es más que suficiente.
—¿Estás bien? —Espera unos minutos antes de preguntar.
Al secarme los ojos, asiento una y otra vez. Y luego lo rodeo con los
brazos y lo abrazo más fuerte que nunca en mi vida. Su corazón late
contra el mío.
El corazón de Trevor.
Bennett me deja abrazarlo, y después de un tiempo, me abraza
también.
Eventualmente, lo libero. Me hundo de nuevo. Me arrastro con un
aliento dentado. Miré profundamente en su mirada azul hielo por primera
vez de nuevo.
—Gracias por compartir eso conmigo. —Tomo su mano.
—¿No estás molesta por eso? —Entrecierra los ojos.
—Dios, no. ¿Por qué iba a estarlo? —Me froto un pañuelo arrugado
en el rabillo del ojo—. ¿Recuerdas cuando te dije que el año pasado estuvo
lleno de momentos brillantes, dolorosos y hermosos?
Asiente.
127
—Este es uno de ellos. —Mi voz es un susurro roto, pero sigo
adelante—. Una parte de Trevor, la mejor parte de él, vive gracias a ti.
No dice nada, y su atención se dirige de nuevo a la ventana.
Prácticamente puedo escuchar sus pensamientos... piensa que estoy
siendo demasiado optimista.
Linda siempre me dijo que todo pasa por una razón.
Todo.
Hay una razón por la que Bennett Schoenbach se puso en mi camino
esa noche.
Y otra vez...
Y otra vez.
Me acerco, levantando mi mano a su pecho con un poco de
reticencia.
—¿Te importa si yo...?
Con un momento de consideración, toma mi mano y presiona la
palma contra la delgada tela de su camiseta blanca, sobre el tambor firme
del corazón de Trevor.
Con los ojos cerrados, me concentro en los suaves y gentiles golpes.
—Esto es tan surrealista. —Una sonrisa reclama mis labios y una
lágrima se desliza por mi mejilla—. Desearía que lo hubieras conocido.
Inhalo este momento en todo el sentido de la palabra, y luego quito
mi mano del pecho de Bennett. Cuando abro los ojos, lo encuentro
mirando fijamente.
—¿Cómo te sientes sobre esto? —pregunto—. Quiero decir, esto es
una locura, ¿verdad? ¿Cuáles son las probabilidades?
—Es una coincidencia salvaje, pero eso es todo lo que es. Una
coincidencia.
Soplo una bocanada de aire entre los labios.
—Bennett, esto es grande. Esto es mucho más grande de lo que
cualquiera de nosotros puede...
—Vamos. —Inclina la cabeza—. Me alegro de que tengas tu pequeño
momento, pero no le demos un significado más profundo.
—¿Mi pequeño momento?
—No quise decirlo así.
Me inclino hacia adelante, con los codos en las rodillas, ordenando
mis pensamientos mientras tomo el surtido de objetos decorativos
colocados perfectamente a lo largo de su mesa de café. Objetos que un
decorador probablemente eligió para él, objetos que probablemente no
significan nada para él porque el hombre vive una vida sin sentido de
ningún tipo, porque el sentido le hace sentir cosas y sentir cosas le
aterroriza.
128
—¿Volvemos a esto? —pregunto—. ¿El apático, condescendiente y
de una sola línea?
—Por supuesto que no.
—¿Estás seguro? —Me vuelvo hacia él—. Porque necesito saber si
estoy tratando con Jekyll o Hyde ahora mismo.
—Detente.
—En serio, Bennett. Nunca he conocido a nadie tan caliente y frío
en toda mi vida, y he conocido a algunos individuos reeeeealmente
especiales...
Se pellizca el puente de la nariz.
—Yo sólo... no quiero que te hagas daño.
—¿Y cómo sucedería eso?
Frunce el ceño.
—No quiero que pienses que soy una segunda llegada de este tipo,
una segunda oportunidad para estar con él de nuevo.
Me levanto.
—¿Te escuchas a ti mismo? Ese pensamiento no se me ha pasado
por la cabeza ni una sola vez. No estoy delirando.
Me mira de reojo, en silencio. Por una vez, desearía que me dejara
entrar en su cabeza. Me las he arreglado para persuadir a las partes aquí
y allá, pero me imagino que las verdades más profundas están todavía
encerradas.
—Todo lo de anoche... —Paso por el área frente a su chimenea—.
Después de que volví de hacer esos recados... ¿eso fue porque tenías el
corazón de Trevor?
No lo confirma ni lo niega.
—Supongo que no entiendo cómo eso cambia algo —digo—.
¿Pensaste que me enojaría?
—No.
—¿Pensaste que proyectaría mi amor por Trevor en ti? —Es una
teoría descabellada, pero la presento de todos modos.
Su mandíbula se desploma.
—Algo así.
—Nunca lo haría. Sólo para que quede claro. Sólo había un él —
digo—. Y sólo habrá un tú.
—¿Sabías que la esperanza de vida promedio después de un
trasplante es de nueve coma dieciséis años? —Su flagrante cambio de
tema atraviesa la habitación.
Tragando, asiento.
—Sé eso. Me pasé toda la noche consiguiendo toda la información 129
que pude porque quería saber a qué te enfrentabas para poder estar
contigo.
—Está bien, digamos que me falta un año para cumplir ocho años,
¿es eso algo a lo que te quieres apegar? ¿Después de todo lo que has
pasado? ¿Después de todo lo que has perdido?
—¿Así que ese es tu razonamiento para alejarme? ¿Quieres evitar
que me haga daño? —Dejo de caminar y descanso mis manos en mis
caderas—. Porque si me preguntas, creo que es al revés.
—No seas una maldita mártir, Astaire.
—No actúes como un santo, como si me alejaras porque tienes mis
mejores intereses en el corazón.
—¿Qué te hace pensar que esto es sobre mí? —pregunta.
—¿De qué estás hablando?
—Honor.
Pienso en aquel domingo en la juguetería, cuando ofrecí mi ayuda
en cualquier capacidad.
—¿Así que crees que si las cosas van mal entre nosotros, no estaré
para Honor?
—Nunca se sabe.
—No puedo creer que realmente pienses eso. Si tuvieras alguna idea
de cuánto adoro a esa niña... me tiene de por vida. Di la palabra y estaré
allí.
—A veces la gente tiene buenas intenciones —dice—. Y otras veces
la vida se interpone en el camino.
—Vaya. Está bien. —Agarro mi bolso de la mesa de café y lo arrojo
sobre mi hombro.
—¿A dónde vas?
—A casa. Me duele la cabeza por haberme golpeado contra tu pared
de ladrillos de una personalidad durante la última media hora. —Me
dirijo a la puerta.
Bennett me sigue, aunque no está claro si me acompaña o intenta
detenerme.
Volviéndome hacia él, me río por la nariz y le ofrezco una agridulce
media sonrisa.
—Sabes, en verdad estaba comenzando a enamorarme de ti.
Mariposas, sueños, todas esas cosas buenas de las que probablemente
no sabes nada. Pude ver lo bueno en ti cuando ni siquiera tú podías, y
me sentí honrada de que me dejaras entrar porque tengo la impresión de
que no lo haces muy a menudo. Como una idiota, pensé que significaba
algo.
130
Me encojo de hombros.
—Pero resulta que no significó nada. Absolutamente nada —
continúo—. Porque sigues siendo tan despiadado y miserable como lo
eras la noche que...
No puedo terminar mi frase porque de repente mi espalda está
presionada contra su puerta y sus labios reclaman los míos.
Se derrite contra mí, una dulce rendición, y su boca es ardiente.
Acuno su rostro en mis manos, las yemas de mis dedos se enredaron
en su sedoso cabello rubio mientras su lengua con sabor a canela bailaba
con la mía.
Todo lo que dijo esta noche era correcto.
Cada. Maldita. Cosa.
A veces hablar con ella es como mirarse en un espejo que solo te
muestra las partes más profundas de ti mismo, las partes que no quieres
mirar a pesar de que sabes que están allí. Es incómodo. Doloroso a veces.
Pero en treinta años, aún no he conocido a una mujer que pueda mirarme
y ver todas las piezas que nadie más puede ver.
Nos tropezamos hacia atrás, dirigiéndonos a mi habitación, la ropa
cayendo en capas dejando un rastro desde el vestíbulo.
131
Labios de cachemir. Lengua melosa. Alma cristalina.
Puedo luchar todo lo que quiera, pero Astaire es un manjar.
Si la dejo salir de aquí, sé que me arrepentiría por el resto de mi
vida.
Nunca habría otra ella.
Nunca podría haber otro esto… sea lo que sea.
No tenemos ni una pizca de ropa cuando llegamos a mi habitación,
y casi la arrojo al centro de mi cama, trepando sobre ella y robando los
sabores de cada ondulación, curva y hendidura en su suave y dulce
cuerpo, comenzando en su boca… trabajando en su mandíbula…
deteniéndome en su cuello… tomándome mi tiempo entre sus senos
hinchados… arrastrando mi lengua por el centro de su vientre hasta que
me acomodo entre sus muslos.
Levanto sus piernas sobre mis hombros y arrastro mi lengua a lo
largo de su entrepierna mojada.
Agarra un puñado de sábanas, liberando el gemido más silencioso.
Durante el último mes, no he querido nada más que romperla,
destrozar su dulzura, porque solo me recordó mis propias debilidades. La
odiaba por ser suave. Y quería que me odiara de vuelta.
Rodeo su clítoris hinchado antes de probarla nuevamente, y su
cuerpo se estremece contra la cama en respuesta. Deslizando dos dedos
dentro de ella, acaricio su punto G y continúo devorando su coño de
terciopelo.
—¿Estás… estás seguro de que deberíamos estar…? —pregunta sin
aliento.
Sé lo que está insinuando.
Me detengo, me subo sobre ella, presionando besos en su cintura.
—Iremos despacio.
El sexo lento y romántico no suele ser lo mío, pero tampoco las
mujeres como Astaire.
Deslizo mis manos a lo largo de sus muslos externos antes de
envolverlos alrededor de mi cintura y acercarla más. Nuestras miradas
se encuentran. Me sumerjo y aplasto su boca con un beso, compartiendo
su sabor en mi lengua.
—No tienes idea de cuánto he querido esto —susurro, mis labios
rozando los de ella—. Te deseaba…
Pasando sus dedos por mi cabello, se muerde el labio inferior.
—¿Esto va a ser solo sexo para ti? Porque si es…
—… no, Astaire. Esto no va a ser solo sexo para mí. —La beso de
nuevo, nuestros cuerpos presionados uno contra el otro, apretándose,
provocándose.
132
Muerdo y beso su cuello antes de despegarme para agarrar un
envoltorio de aluminio del cajón superior de mi mesita de noche.
Rasgándolo entre mis dientes, arrojo el paquete a un lado y pongo la goma
por mi eje antes de volver.
Pasando mi mano entre sus muslos, los separo más antes de hundir
mi dedo en su coño mojado. Su estómago se derrumba y exhala mientras
pruebo su dulzura una vez más antes de acariciar su entrada con la
cabeza de mi polla.
Un segundo después, hundo mi longitud profundamente dentro de
ella, llenando su estrecho espacio mientras sus uñas se clavan en mis
omóplatos. Empuje tras empuje, me devuelve el embiste, estableciéndose
a un ritmo mientras nuestras bocas se encuentran entre suspiros sin
aliento.
Empuje por empuje, vamos más duro, más rápido, más profundo.
No estamos cerca de terminar, y ya no puedo esperar para tenerla
de nuevo.
—Más despacio —susurra Astaire, sus manos se deslizan a la parte
baja de mi espalda—. Disfruta esto… no voy a ir a ningún lado y tenemos
toda la noche…
Nuestras miradas se encuentran y me quita un mechón de cabello
de la frente, sus labios hinchados se tuercen en una sonrisa ladeada
mientras me mira a los ojos de una manera que nadie antes lo había
hecho, como si estuviera mirando las partes aisladas y oscuras de mí.
Pienso en lo que dijo antes, que se estaba enamorando de mí.
No tuve la oportunidad de dejar que esas palabras se hundieran en
ese momento, detenerme y escuchar lo que estaba tratando de decirme,
porque estaba muy ocupada tratando de convencerme de que estaba
haciendo lo correcto.
Las palabras permanecen en la punta de mi lengua.
Yo también me estoy enamorando de ti.
No las digo.
No puedo. Aún no.
Pero sucede lo más loco: desliza sus dedos alrededor de mi nuca, me
besa suave y lentamente, y susurra las palabras:
—Lo sé.
***
No han pasado más de unos minutos desde que me despedí de
Astaire el sábado por la mañana cuando llaman a la puerta. Cierro el
agua de la ducha, vuelvo a ponerme los pantalones y corro hacia la
puerta. Me imagino que olvidó algo.
O tal vez regresó para una ronda más…
Compruebo la mirilla para estar seguro, solo para encontrarme con
el familiar perfil larguirucho de Victoria Tuppance-Schoenbach. 133
Llama de nuevo.
—Abre, Bennett. Sé que estás en casa. Acabo de pasar una de tus
conquistas en el pasillo. No me iré hasta que abras.
Y ella también lo dice en serio.
Se sabe que establece un campamento durante horas cuando es
necesario, y que sus asistentes le traen almuerzos, revistas y cargadores
telefónicos.
Reforzando mi resolución, abro la puerta de par en par.
Su mirada cae inmediatamente sobre mi pecho desnudo.
—Dios mío, Bennett. ¿No tienes decencia?
—Estaba a punto de darme una ducha… deberías haber llamado.
Ella entra y me empuja.
—Te he estado llamando toda la semana.
La mirada vigilante de mi madre barre el espacio, como si estuviera
buscando pistas o signos o evidencia, aunque no estoy seguro de qué.
—Escuché que volviste al hospital esta semana. —Se da vuelta para
mirarme, con las manos entrelazadas.
No necesito preguntar cómo se enteró. Conociendo a mi hermano,
imagino que hizo que Astaire fuera seguida después de verla salir de mi
casa esa noche con mi bolso a cuestas.
—¿Todo bien, cariño? —pregunta. Pero antes de que pueda
responder, agrega—: Bueno, supongo que debería asumirlo, viendo que
no pensaste en llamar a tu querida madre y hacerle saber que habías
sido ingresado.
—Estoy bien. ¿En qué puedo ayudarte, madre?
—Tenemos que volver a hablar sobre esa niña. —El asco colorea su
voz.
—Esa niña tiene un nombre.
—Debido a que esta es una decisión que nos afecta a todos,
necesitamos manejar esto como una familia. Hacer lo mejor para toda la
familia.
—No veo cómo esto te va a afectar. Ella vivirá conmigo. La estaré
criando. No tienes que hacer una maldita cosa.
Se burla.
—¿No crees que la gente los verá a los dos? ¿No crees que se
preguntarán por qué la niña se parece tanto a un Schoenbach? ¿Y si
descubren que es hija de Larissa? No hará falta ser un genio para
reconstruir eso.
Me encojo de hombros.
—No es mi problema. Tal vez si hubieras criado a Errol para ser un
poco menos como tú y un poco más como un ser humano decente, no 134
habría estado follando a su hermana y ninguno de nosotros estaría en
esta situación.
Me preparo para una bofetada que no viene, y luego me doy cuenta
de que está mirando mi cicatriz.
Cuando tuve mi operación el año pasado, me visitó una vez. Y una
vez fue suficiente para los dos. Y aunque las cosas estaban en paz sin
que ella entrara y saliera y fingiera que le importaba, todavía me dolía
saber que le importaba poco a mi propia madre.
—Bennett, he tratado de razonar contigo, pero si no vas a ceder en
este tema, no me dejarás otra opción. —Endereza los hombros y levanta
la barbilla puntiaguda como lo hace cuando está a punto de abrazarme—
. Tu hermano está preparado para ir a un juez y solicitar una prueba de
paternidad ordenada por la corte, demostrando que es el padre biológico
de la niña. Una vez establecido, está preparado para luchar por la
custodia legal y física exclusiva, y ganará. Después de eso, su destino
estará en sus manos. Él puede renunciar a sus derechos parentales y
colocarla nuevamente en el sistema, donde está ahora. Así que depende
de ti, cariño. ¿Deseas que pase el próximo año de su vida rebotando y
arrastrada de un tribunal de familia a otro? ¿O quieres hacer esto de la
manera fácil?
Mi corazón martilla, sangre chirriando en mis oídos.
Todo es rojo.
Entonces negro.
Entonces cristalino, jodidamente claro.
La otra noche, cuando Errol estaba aquí rogándome que firmara la
custodia, eludió el tema de Beth porque esta era su intención todo el
tiempo: obtener la custodia, solo para renunciar a sus derechos. Con un
poco de manipulación cuidadosa, podría hacer todas esas cosas debajo
de sus narices.
—Eres una excusa malvada y vil para un ser humano —escupo las
palabras que he estado deseando decir desde que tengo memoria—. Me
das asco.
Resopla.
—Diría que se necesita uno para conocer uno, pero eso te daría
demasiado crédito. No eres malo, Bennett. Eres débil. —Su mirada baja
hacia mi cicatriz y sube de nuevo—. Naciste débil. Y morirás débil. —
Pasando junto a mí, suspira—. Gracias a Dios que tu padre no vivió para
verte así. Desafiante. Ni una pizca de lealtad. Es patético, de verdad.
Voy a la puerta.
—Amenázame una vez más, madre, y mira qué pasa. Intenta usar a
esta niña como peón una vez más. Por favor. Te reto.
Se da vuelta para responder, con los labios rojos torcidos, pero le
cierro la puerta en la cara.
Y luego hago una llamada telefónica. 135
Rompo un cuadrado de chocolate negro el sábado por la noche y se
lo entrego. Casablanca está siendo transmitida en la televisión encima de
su chimenea, que siempre pensé que era una pintura enmarcada hasta
hoy. Una manta compartida cubre nuestros regazos y un tazón de
palomitas de maíz a medio comer descansa sobre la mesa de café.
Está pegado a la película, algo bueno porque a la mayoría de la gente
le encanta o la odia, y resulta ser una de mis favoritas. Linda y yo
solíamos ver Casablanca en los días de nieve, compartiendo palomitas de
microondas y Twizzlers, citando cada línea de memoria.
Aguanto la respiración cuando Bogie dice su famosa frase: “De todos
los tugurios en todas las ciudades, en todo el mundo, ella entró en el mío…
Extrañamente fortuito, pero me lo guardo para mí. Bennett es
demasiado pragmático para asignar significados más profundos a
cualquier cosa. Me miraba como si tuviera dos cabezas. Además, no 136
quiero adelantarme. Las cosas entre nosotros han cambiado, nivelado de
alguna manera, pero todo es tan nuevo, tan frágil.
Lo estoy tomando un día a la vez.
También él… a su manera.
La doctora le ordenó que se lo tomara con calma las próximas
semanas. Ningún trabajo. Sin estrés. Prácticamente es una tortura para
él, pero estoy haciendo mi parte para asegurarme de que lo haga para
que su tiempo de recuperación sea lo más relajante posible.
—Astaire, necesito preguntarte algo. —Se inclina hacia adelante,
agarra el control remoto y detiene la película—. Debo pedirte un favor.
Bueno, no tanto como un favor, sino como un compromiso. Y quiero que
sepas que no pido esto a la ligera.
Bastante aleatorio.
—Bueno…
Su boca se aprieta y sus cejas oscuras se encuentran.
—Si algo me pasa, necesito asegurarme de que Honor tenga a
alguien. Alguien que la cuide. Alguien digno de cuidarla.
—Por supuesto. Te dije que ayudaré de cualquier forma que pueda.
Tú lo sabes.
—Quiero decir legalmente —dice—. Ella no puede, bajo ninguna
circunstancia, ir con mi madre o mi hermano.
Me trago el chocolate derretido en mi lengua y asiento.
—¿Estás seguro acerca de esto?
No señalo el hecho de que nos acabamos de conocer el mes pasado,
que apenas me conoce. ¿Y si se cansa de mí? ¿Qué pasa si conoce a
alguien más y se enamora? ¿Y si quiere comenzar una familia con ella?
¿Entonces qué?
—Ella va a necesitar una figura materna en su vida —dice—. Hay
cosas que no podré darle.
—Hay muchos padres solteros que están bien.
—Estoy seguro de que los hay. Pero conozco mis límites, Astaire.
Conozco mis fortalezas. La paternidad, la ternura y todo eso, es un idioma
extranjero para mí. Tú… tienes todas esas cosas. Tú eres todas esas
cosas.
—Aprenderás a medida que avanzas —le digo, inclinándome para
besarlo. Lo amo así, vulnerable y admitiendo por primera vez que tiene
miedo de una cosa en su vida.
—Hablo en serio, Astaire. Eres la única persona en la que confío, la
única que se siente bien para ella. —Levanta una mano hacia mi mejilla,
exhala, su frente presionada contra la mía.
—¿Estás seguro?
—Más que nada. 137
Me trago el nudo en la garganta, reprimo cualquier preocupación de
esto explotando en nuestras caras.
—Si eso es lo que quieres, Bennett… entonces sería un honor.
Exhala, como si estuviera preocupado de que no estuviera de
acuerdo. Y luego me besa. Con fuerza. Agradecido.
—Sé que a los dos nos jodieron en el departamento familiar. —Quito
un cabello oscuro de su frente—. Pero en cierto modo, esta es nuestra
oportunidad de tener nuestra propia pequeña familia improvisada.
Podemos tener nuestras propias reglas. Seremos buenos el uno con el
otro. Incluso podemos tener tradiciones si quieres. No importa lo que
pase entre nosotros, siempre estaré allí para ustedes dos. Te lo prometo.
Bennett levanta mi mano hacia su boca, depositando un ligero beso.
—Gracias.
—Por supuesto.
—Llamaré a mi abogado a primera hora el lunes y le pediré que
redacte la documentación de inmediato.
Su urgencia me toma desprevenida, pero no lo cuestiono. Me parece
un hombre al que le gusta estar preparado. Estoy segura de que no es
nada más que eso.
—Linda y yo no tuvimos muchas Navidades juntas, pero teníamos
esta tradición… en Nochebuena, tomábamos chocolate caliente con
menta y conducíamos por horas mirando todas las luces navideñas,
cantando canciones navideñas a todo pulmón. —Sonrío—. Y en el día de
San Valentín, siempre me daba una tarjeta de madre e hija. Al principio
pensé que era extraño, pero me dijo que el Día de San Valentín es sobre
el amor, y el amor viene en todas las variedades. Todos los veranos,
pasábamos tres semanas en Marco Island, Florida, visitando a su
hermana y en un condominio en la playa. Siempre le pregunté por qué
tres semanas. Estaba libre todo el verano, siendo maestra y todo eso, y
me dijo que amaba a su hermana, pero que era casi la cantidad de tiempo
que las dos podían pasar juntas sin arrancarse el cabello.
Bennett resopla una risita.
—¿Tenías alguna tradición en tu familia? —pregunto.
—Ninguna.
—¿Nada? ¿De verdad?
—Nada de eso —dice. Su voz está teñida de melancolía y sus ojos
son vidriosos, aunque no creo que se dé cuenta.
Despegando la manta de nuestros regazos, me subo a su regazo y
tomo su rostro entre mis manos.
—Tendremos que comenzar algunas nuestras entonces.
Lo beso, inhalando su aroma a madera.
—Me temo que no sabría por dónde empezar —dice. 138
Lo beso de nuevo.
—Ahí es donde entro yo…
Sus manos toman mis caderas, empujándome contra él a medida
que crece su dureza. Hay hambre, avaricia en la forma en que su boca
aplasta la mía, y mis dedos se enredan en su grueso cabello.
—No sé qué haría sin ti —susurra, sus labios rozando los míos. Con
las manos deslizándose debajo de mi trasero, me levanta del sofá y me
lleva a su habitación donde hacemos el amor como si tuviéramos todo el
tiempo del mundo, cada uno de nosotros silenciosamente consciente de
que el mañana nunca es una promesa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —La cara de Astaire se ilumina cuando
entro a su oscurecido salón de clases el lunes por la tarde. Ella mencionó
antes de los niños salían a almorzar de las 11 a.m. a las 11:25 a.m. con
un receso de veinte minutos después, y yo estaba en el área, así que el
tiempo funcionó.
—Estaba en la librería abajo por la calle. —Puse un libro envuelto
en papel de regalo sobre su escritorio, un viejo favorito lleno con filosofía
de Marco Aurelio—. Pensé en atraparte por unos minutos.
—Gracias. —Ella coloca su mano sobre el libro, pero lo deja sin
desenvolver—. ¿Sigues ocupado hoy?
—Tratando.
—No has estado en la oficina, ¿cierto? —pregunta.
Inhalo.
139
—Por supuesto que no.
Levantándose, viene alrededor de su escritorio y me envuelve en uno
de sus suaves abrazos. Me estoy dando más y más cuenta que todo —y
a todos—, lo que toca, lo trata como si pensara que es frágil, el único en
su tipo.
Mis manos se cierran en su cintura. La acerco a mí y robo un beso.
—¿Estás viniendo esta noche?
Ella lucha con una sonrisa.
—¿Cómo es que no te has cansado de mí todavía? Pasamos todo el
fin de semana juntos…
—Me he estado haciendo la misma pregunta todo el día —digo—.
Pero la oferta sigue en pie.
—Ahí estaré. —Me besa, rápido, y se aleja cuando la campana suena
por las bocinas—. Mis niños están regresando del receso. Gracias por el
regalo. Te veré esta noche.
Regreso a mi auto esperando y le digo a George que me lleve a casa.
—Disculpe...
Estoy en la tienda de comestibles el lunes por la noche, tomando
algunas cosas para la cena antes de ir a casa de Bennett, cuando hay un
toque en mi hombro. Al girar, trato de no ahogarme con la fuerte
inhalación que me sobrepasa cuando me doy cuenta de que estoy cara a
cara con el hermano de Bennett, Errol.
Hay una mujer a su lado. Alta y delgada, rasgos angulosos, cabello
castaño brillante, labios carnosos, una franja de pestañas gruesas y
negras como el carbón. Elegante en todos los sentidos de la palabra.
—Eres amiga de Bennett, ¿verdad? —pregunta—. Creo que nos
conocimos la otra noche.
Agarro mi cesta de compra con fuerza, con ambas manos.
—Soy Errol, el hermano de Bennett. —Extiende una mano delgada.
La encuentro con la mía, pero sólo por cortesía—. Esta es mi esposa, 140
Beth.
No sé mucho sobre Errol, y si lo viera en la calle, lo calificaría como
un tipo normal. Vibraciones hipster. Buen viajero. Beth podría ser una
influyente de Instagram con su figura saludable y rasgos naturalmente
agradables. Pero las palabras de Bennett juegan en el fondo de mi
mente... específicamente dijo que no quería que Honor fuera con su
madre o su hermano bajo ninguna circunstancia.
—¿Y tú eres? —pregunta Errol.
—Astaire. —Ofrezco mi nombre sólo porque estoy completamente
desprevenida, acorralada en la parte trasera de la sección de productos—
. Fue un placer volver a verlo.
Intento irme, pero esencialmente me bloquean.
—¿Están saliendo? —pregunta Beth.
—Yo... le ruego... ¿perdón? —Me tropiezo con mis palabras. No sólo
su pregunta salió del camino, sino que no sabría cómo responderla si lo
intentara. Hemos tenido un par de citas. Hemos estado saliendo un poco.
Pero aún no hemos hablado de etiquetas o exclusividad.
—Errol dijo que te vio salir de la casa de Bennett la otra noche con
su maleta —dice con un encogimiento de hombros casual—. Sólo lo
supuse.
—Siempre estás asumiendo, ¿no es así, nena? —Errol se ríe, con
una mano metida en el bolsillo de sus vaqueros.
—Errol y yo nos hemos mudado recientemente a Worthington
Heights, —dice Beth—. Nos estamos tomando un descanso de nuestros
viajes y empezando una familia... sería genial si los cuatro pudiéramos
cenar alguna vez... ha pasado una eternidad desde que Bennett tuvo una
novia, y nunca es divertido ser la tercera rueda...
Ella desliza su brazo en el de su marido y le da una sonrisa torcida.
—Beth —dice Errol—. Estás poniendo a la pobre mujer en un
aprieto.
Beth pone su mano en mi brazo.
—Lo siento mucho. Hago eso. Me adelanto mucho. Espero no
hacerte sentir incómoda. Es sólo que... no pasamos mucho tiempo con
Bennett estos días, y sería bueno tener una excusa para ponernos al día.
Errol se acerca más a su esposa.
—Deja que se vaya. —Sus ojos se arrastran a lo largo de mí, su
mirada aguda y juzgadora—. Por lo que sabemos, son sólo... casuales.
Puedo leer entre líneas.
Piensa que soy la llamada sexual de Bennett.
—Lo siento. Debería irme. —Me aclaro la garganta y me acerco a
ellos, tan cerca que no tienen otra opción que apartarse del camino, y no
pierdo el tiempo en encontrar el siguiente carril de pago disponible.
Hay algo extraño en esos dos. 141
Cinco minutos después, estoy cargando dos bolsas de comida en mi
asiento trasero, revisando sobre mi hombro para asegurarme de que no
están a punto de acorralarme en el estacionamiento, pero no se ven por
ningún lado.
Exhalando, me deslizo dentro del auto, cierro las puertas y me dirijo
a la casa de Bennett, revisando mi retrovisor demasiadas veces en el
camino.
***
—Nunca adivinarás con quién me acabo de encontrar. —Descargo
los comestibles, alineando los productos junto al fregadero de Bennett.
Levanta una ceja y se encoge de hombros.
—¿Quién?
—Tu hermano y su esposa.
Bennett frunce el ceño.
—¿Dónde?
—En el supermercado... me acorralaron entre los tomates. Fue la
cosa más extraña. Errol nos presentó y luego Beth empezó a hacer una
cita doble entre los cuatro y luego tu hermano le dijo que lo dejara pasar
y luego me miró como si fuera una de tus acompañantes y...
—Por favor, dime que les dijiste que no.
Enjuago un tomate y lo seco con una toalla cercana.
—Por supuesto. Es extraño que me encuentre con él por segunda
vez en una semana, ¿sabes? Cuáles son las probabilidades.
Está tranquilo por un rato.
—Sé que acaban de volver a Worthington Heights, pero sí. Es
definitivamente extraño.
—¿Me está... siguiendo? —Luego enjuago un pimiento verde—.
Hablas de él como si fuera este monstruo villano... y la forma en que me
mira...
Bennett rodea la isla de mármol, se acerca por detrás de mí y desliza
sus brazos alrededor de mi estómago. Presionando su boca contra el lado
de mi cuello, me besa. Y luego dice:
—Me ocuparé de él.
Aunque su promesa es tranquilizadora, también es desconcertante
que no haya negado exactamente que su hermano podría estar
siguiéndome.
—Me gustaría saber, sin embargo —digo—. ¿Es peligroso?
—Te lo dije, Astaire. —Me besa el cuello una vez más—. Me ocuparé
de él.
Un momento más tarde, él abre la segunda bolsa de víveres, y yo
saco un cuchillo para pelar del cajón de los cubiertos. Honor llega este 142
fin de semana, y sólo nos quedan unas pocas noches más como esta...
solos... y quiero disfrutar hasta el último minuto de ellas.
Voy a extrañar nuestro tiempo a solas, pero estoy segura que si nos
centramos en lo positivo, toda la emoción y la bondad que hay entre
nosotros, las cosas sólo pueden mejorar desde aquí.
¿Cómo no podrían?
Estoy a mitad de camino el martes cuando recibo un mensaje de mi
investigador: REVISA TU CORREO ELECTRÓNICO. LO ANTES
POSIBLE.
Un rápido vistazo a mi reloj me dice que estoy a punto de llegar
tarde. Astaire me pidió que me reuniera con ella en este viejo teatro en el
que es voluntaria. Quería darme un tour privado porque es uno de sus
lugares favoritos en el mundo, su santuario, como ella lo llamaba.
Me dijo que no me hiciera ilusiones, que no era nada lujoso, pero
que lo que le faltaba de espectáculo, lo compensaba con creces con su
rica historia.
Toco el icono de mi correo electrónico en el ascensor para ir al
vestíbulo y espero a que mi bandeja de entrada se actualice. Un minuto
más tarde, me deslizo al asiento trasero de mi camioneta mientras George
se dirige a la parte de la ciudad donde está Astaire. 143
Me las arreglo para localizar su correo electrónico que está entre un
correo para toda la compañía anunciando donas en la sala de
conferencias y algo de spam que mi filtro no atrapó.
Hay más archivos adjuntos de los que puedo contar, así que empiezo
con el primero.
Transcripciones de mensajes de texto.
Páginas sobre páginas.
Todas ellas enviadas entre Larissa y Errol, todas ellas de hace años,
desde el momento en que le di este teléfono, de hecho. Tenía veinte años
entonces, lo que significa que estaba a un año de quedarse embarazada
de Errol. Los años anteriores no están contabilizados, pero a juzgar por
lo que estoy leyendo aquí, sea lo que sea esto... no era nada nuevo.
La tensión me atraviesa los hombros y mi mandíbula se aprieta
mientras escaneo mensajes al azar.
LARISSA: ¡¡HEY!! ¡¡ESTOY EN LA CIUDAD!! ¿PUEDO VERTE?
ERROL: SÓLO SI VUELVES A HACER ESA COSA CON LA
LENGUA...
Más abajo en la página...
ERROL: BETH ESTÁ FUERA DE LA CIUDAD ESTE FIN DE
SEMANA. ¿ESTÁS LISTA PARA OTRO MARATÓN? APUESTO A QUE
PODEMOS ROMPER EL ÚLTIMO RÉCORD.
LARISSA: TENGO QUE TRABAJAR. :-(
ERROL: TE PAGARÉ.
LARISSA: ¿CUÁNTO...?
ERROL: 50 DÓLARES POR CADA COGIDA. SETENTA Y CINCO SI
PUEDO ZURRARTE DESNUDO...
LARISSA: YA NO TOMO LA PÍLDORA.
ERROL: ¿POR QUÉ CARAJO NO?
LARISSA: $$$
Paso a la siguiente página.
ERROL: ENVÍAME NUEVAS FOTOS. ESTOY ABURRIDO DE LAS
VIEJAS.
LARISSA: NO PUEDO AHORA MISMO. ¿QUIZÁS MÁS TARDE?
ERROL: ???
LARISSA: LO SIENTO.
ERROL: ¿PUEDES LLAMARME? SABES QUE ME ENCANTA
CUANDO ME HABLAS SUCIO.
LARISSA: AHORA NO. ¿MÁS TARDE?
ERROL: ¿QUÉ MIERDA, CUÁL ES TU PROBLEMA ULTIMAMENTE?
ERROL: ¿ENCONTRASTE OTRO LAMENTABLE CULO PARA 144
LLENAR TODAS TUS FANTASÍAS DE HERMANO MAYOR?
ERROL: SABES QUE ESTO ENTRE TÚ Y YO ES CALIENTE. LO ES
PORQUE NO TENEMOS QUE FINGIR. NO ESTAMOS JODIENDO NADA.
YA ESTÁ JODIDO...
ERROL: VAMOS, LAR. ME ESTOY MURIENDO AQUÍ. HAN PASADO
DOS MESES. PUEDO FINGIR QUE ELLA ES TÚ TODO LO QUE QUIERA,
PERO NO ES LO MISMO.
LARISSA: ESTOY EN EL TRABAJO AHORA MISMO. POR FAVOR,
DEJA DE ENVIAR MENSAJES DE TEXTO.
ERROL: ¿A QUÉ HORA SALES?
ERROL: ???
LARISSA: A LAS 8.
ERROL: ESTOY RESERVANDO UNA HABITACIÓN PARA
NOSOTROS. TE ENVIARÉ EL NÚMERO MÁS TARDE.
LARISSA: NO CREO QUE DEBAMOS SEGUIR HACIENDO ESTO...
ERROL: ¿POR QUÉ CARAJO NO?
LARISSA: ESTOY EMBARAZADA.
ERROL: SÍ. BUENO. LO QUE SEA. LOL.
LARISSA: [FOTO]
ERROL: SE SUPONE QUE DEBO CREER QUE ES TU PRUEBA DE
EMBARAZO POSITIVA Y NO UNA FOTO QUE ROBASTE DE IMÁGENES
DE GOOGLE.
LARISSA: SÍ...
ERROL: NO ES MÍO.
LARISSA: ERES EL ÚNICO CON EL QUE ME HE ACOSTADO ESTE
AÑO.
ERROL: ¡¿ESTE AÑO?! ¿SE SUPONE QUE DEBO SENTIRME
ESPECIAL? DIOS, ERES UNA PUTA DE MIERDA.
ERROL: EL NIÑO PODRÍA SER DE CUALQUIERA.
LARISSA: LA ÚLTIMA VEZ QUISISTE COGERME SIN NADA,
¿RECUERDAS? Y PROMETISTE QUE TE RETIRARÍAS Y NO LO
HICISTE...
ERROL: DESHAZTE DE ÉL.
LARISSA: NUNCA.
ERROL: POR FAVOR, DIME QUE NO HABLAS EN SERIO.
LARISSA: SI NO VAS A AYUDARME, SÓLO DILO. NO TENDRÉ MÁS
REMEDIO QUE IR A PEDIRLE AYUDA A NUESTRA MADRE...
ERROL: SÍ, CLARO. NO ERES TAN IDIOTA.
ERROL: ??? 145
ERROL: ¿SIGUES AHÍ?
ERROL: ¿QUÉ? ¿AHORA ME VAS A IGNORAR?
ERROL: LARISSA.
ERROL: EN SERIO, NO VAYAS CON NUESTRA MADRE. ELLA
HARÁ ESTO DIEZ VECES PEOR PARA TI.
ERROL: LARISSA...
George detiene el todoterreno frente al teatro de Astaire. Me trago la
quemadura de bilis que sube por la parte posterior de mi garganta. Ni
siquiera estoy seguro de poder leer los otros cientos de páginas de
mensajes de texto, algo me dice que todos son iguales.
Es imposible saber cuánto tiempo llevaba acosándola.
—Estamos aquí, señor Schoenbach. —George se estaciona.
Astaire me saluda desde la acera, envuelta en su bufanda y guantes
color nieve, rebotando en los talones de sus tenis es como si estuviera a
punto de darme un tour privado de su Disneyland personal.
Guardo mi teléfono, por ahora, y luego fuerzo los sucios y
asquerosos mensajes al fondo de mi mente.
Voy a disfrutar mi tiempo con ella.
Y cuando termine, voy a arruinar a ese maldito bastardo.
—¡Oye! —Le rodeo con los brazos y me saluda con un beso extraño
en la mejilla—. ¿Estás listo?
Golpeteo las llaves y lo tomo de la mano, lo llevo a través de las
puertas principales y me detengo en la taquilla de caoba.
—Esa es la taquilla original de 1921 —le señalo.
Él simplemente asiente. Sólo está aquí para seguirme la corriente,
lo sé, pero voy a tratar de mantener las cosas ligeras e interesantes. A
veces tengo que recordarme que no todo el mundo es un adicto al teatro...
-Esta alfombra. —Señalo el suelo—. No es original, pero es una
réplica. La limpiamos profesionalmente con vapor una vez al mes, pero
está llegando al punto en que probablemente no pueda soportar más que
unas cuantas limpiezas más...
Luego lo llevo al bar, es estilo Art Decó parece sacado directamente
de una novela de F. Scott Fitzgerald. 146

—La barra en sí es original, como se puede ver por todas las marcas
y arañazos que se han creado a lo largo de los años, pero la tapa de
mármol negro se añadió hace unos años por motivos de durabilidad y los
taburetes son nuevos también.
De nuevo asiente. Finge interés.
—Lo siento. Esto debe ser extremadamente aburrido para ti. —Me
estremezco—. No tenemos que seguir adelante. ¿Quieres comer algo en
algún lugar?
—No, no. —Me apretó la mano—. No es aburrido.
—No estás interesado en esto para nada. Me doy cuenta. Y está bien.
—Astaire, por favor. Sigue. Continúa con el recorrido. —Me da otro
beso, igualmente extraño, sólo que éste cae en mis labios.
¿Está tratando de hacerme sentir mejor?
Lo llevo a través del vestíbulo.
—¿El papel tapiz de allí? Fue pintado a mano por una artista local
de Chicago de los años veinte, Geraldine Halliday. Era enorme en ese
entonces. Conocida por usar hojas de oro real y pasar horas y horas
mezclando obsesivamente el perfecto verde “deco”. De todos modos, como
puedes ver, está bastante descolorido y sin duda ha visto mejores días,
pero los propietarios no se atreven a derribarlo porque es prácticamente
una obra de arte de valor incalculable. Además, ya sabes, quitaría todo
el asunto de la preservación que tienen aquí. Sólo les gusta reemplazar
las cosas cuando es absolutamente necesario. Si algo puede ser
restaurado, lo restauran.
Su mirada vaga por el papel geométrico de la pared, se queda en la
réplica de la alfombra y explora el espacio vacío.
—Oh, tengo que mostrarte las famosas sillas... —Lo arrastro por otro
pasillo, a una exhibición de vidrios iluminados que muestra dos sillas de
teatro de aspecto ordinario—. Cuando este teatro abrió en 1921, Douglas
Fairbanks y Mary Pickford estaban en la ciudad. En ese momento, eran
la pareja más poderosa de Hollywood de esa época. Piensa en Brad y
Angelina pero en los locos años veinte. Como sea, vinieron aquí la noche
de apertura y para ver el estreno de The Idle Class de Charlie Chaplin,
encontraron un par de asientos en la parte de atrás, y trataron de
disfrutar del espectáculo sin ser vistos. Pero se corrió la voz y la gente
definitivamente se dio cuenta. No pudieron terminar el espectáculo, pero
los dueños se las arreglaron para llegar a ellos al día siguiente. Los
invitaron a volver para una proyección privada. Tenían todo el lugar para
ellos solos. Después, los dueños sacaron las sillas de la zona de asientos
generales y esencialmente las consagraron. Hasta donde se sabe, nadie
se ha sentado en ninguna de esas sillas desde ese día.
Arrastra la mano por la barbilla.
—No sé quiénes son esas personas, pero eso suena fascinante.
147
—Psh. —Le doy un codazo en el costado—. No los conoces todavía...
pero quédate conmigo el tiempo suficiente y lo harás.
La mayoría de la gente que organiza visitas privadas a Elmhurst son
geeks y suelen mirar con admiración la exposición de Fairbanks-Pickford
y suele ser nuestra pieza de la resistencia, lo mejor, guardado para el
final.
—Bien, ahora tenemos el balcón, entre bastidores... —divago en voz
alta—. Camerinos...
—Creí que esto era un cine.
—Funciona como ambos. Tenemos un escenario y también tenemos
una pantalla que se baja. Aunque no creo que hayan mostrado una
película aquí en veinte años. No pudieron actualizar el equipo de
proyección. No hay suficientes fondos. Así que ahora el lugar se alquila
principalmente para charlas, recepciones de boda, eventos privados. Es
triste, pero supongo que es mejor que dejar que se quede ahí y se
desmorone.
—Supongo.
—Si tuviera todo el dinero del mundo, restauraría este lugar a su
antigua gloria, y luego haría proyecciones semanales de los clásicos. ¿Te
imaginas ver Citizen Kane o Key Largo en un lugar como este?
¿Exactamente como se disfrutaba hace toda una vida? Una verdadera
experiencia teatral... —Lo llevo a los camerinos a continuación. Son
oscuros y concurridos, no tan glamorosos como la mayoría de la gente
espera cuando vienen aquí, pero aun así son una parte esencial de este
establecimiento.
Terminamos el recorrido en el balcón, con vistas al escenario con
sus ricas cortinas de terciopelo y su sedosa franja dorada.
—Tanta historia aquí —digo, deslizando mi brazo alrededor de su
espalda y apoyándome en su brazo—. Tanta belleza. Juro que encuentro
algo nuevo para apreciar cada vez que vengo aquí.
—¿Con qué frecuencia vienes? —Él mira hacia abajo.
—Tienen unos diez o quince voluntarios fácilmente en un momento
dado. Normalmente ayudamos con la limpieza y el mantenimiento.
Envían correos electrónicos cuando necesitan que entremos. A veces es
una vez a la semana, a veces menos. —Suspiro—. Los dueños están
hablando de vender el lugar. Sólo espero que llegue a las manos
adecuadas. Parece que están derribando los puntos de referencia y
sustituyéndolos por edificios de apartamentos. Entiendo que el área está
creciendo con locura y la gente necesita vivienda, pero no puedo
imaginarme conduciendo por la Avenida Worth y no ver la carpa icónica
de Elmhurst iluminando las aceras por la noche. De todos modos... ¿te
estoy aburriendo?
—No, en absoluto. —Me da un beso en la frente.
Mi estómago gruñe. No he comido desde las once de hoy. Vine
directamente aquí después del trabajo. 148
—¿Tienes hambre?
Bennett se vuelve hacia mí, sus fríos ojos azules se estrechan en un
gesto de disculpa.
—Lo siento mucho, Astaire. Algo surgió esta tarde. Me temo que
tengo que acortar esto.
Eso explica su distracción de esta noche.
Esbozo una pequeña sonrisa para enmascarar mi decepción.
—No te preocupes.
Bajamos por la estrecha escalera, yendo hacia el vestíbulo. Alistando
mis llaves para cerrar detrás de nosotros. Un rápido vistazo por la
ventana muestra a George parado al frente, con las luces de emergencia
parpadeando, como si nunca se hubiera ido en primer lugar.
Bennett tenía toda la intención de hacer de esto una parada rápida.
—¿Todo bien? —pregunto mientras trabajo en la cerradura y vuelvo
a comprobar la manija.
Un indicio de mueca se muestra en su hermosa cara.
—Es complicado.
—¿Algo en lo que pueda ayudar?
Apenas me mira. No puedo evitar preguntarme si debería tomarme
algo de esto como personal...
¿Tal vez una ex volvió a entrar en escena?
¿Tal vez se está arrepintiendo?
¿Tal vez mi gira de teatro lo aburrió hasta las lágrimas y demostró
lo polarizados que son nuestros intereses?
—¿Quieres hablar de esto? —Trato de mantener mi pregunta ligera,
evitando tonos que sugieran que me siento confundida por todo esto.
—No hay nada de lo que hablar. Es sólo algo que tengo que manejar,
y cuanto antes lo haga, mejor.
Callo mis pensamientos.
No parece que esto sea sobre mí...
Sólo que no duele menos saber que no se siente cómodo abriéndose
a mí sobre ello después de todo.
—Estoy estacionada en la parte de atrás —le digo mientras mira su
todoterreno—. Supongo que... ¿me llamas?
—Por supuesto. —Me toma la cara con la mano, me da un beso
lento, este un poco menos extraño y apurado que los dos anteriores—. Te
compensaré por esto, Astaire. Te lo prometo.
Con eso, se ha ido.

149
—Bennett, solo quería confirmar que la señora Carraro firmó los
papeles de tutela —dice mi abogado, James Paulson, al teléfono.
Odio dejar a Astaire como lo hice, pero con esos mensajes de texto
en mi bandeja de entrada y la amenaza de mi hermano entrometiéndose
en la situación de Honor, necesito adelantarme al juego aquí, lo que
significa conocer posibles contratiempos antes de que pasen.
—Una pregunta para ti —digo—. ¿Qué pasaría si el padre biológico
de Honor apareciera de repente y quisiera la custodia?
James se aclara la garganta.
—¿Él renunció a sus derechos paternales antes?
—Para propósitos de este escenario, digamos que él no sabía que
ella existía…
—Si en verdad era inconsciente de su existencia y quiere ser un 150
padre con custodia, tendría una oportunidad de presionar por eso, sí.
Involucraría peticiones en las cortes, una demanda por la custodia, los
trabajos. ¿Por qué? ¿Estás previendo esto siendo un problema? —
pregunta.
—Con suerte, no.
—Te puedo dar el nombre de un chico… que maneja la ley de lo
familiar, y tiene mucha más práctica en esta área que yo. Pero te diré
que, los casos así pueden ser costosos y feos, y si no eres el padre
biológico, podrías estar mirando una batalla perdida cuesta arriba. En
las mejores circunstancias, la sangre casi siempre gana en la corte de lo
familiar excepto en el caso de abuso, adicción a las drogas, y así.
Me quedo en la puerta de la pronto a ser la habitación de Honor,
mirando la abundancia de rosa, blanco y esponjosidad.
Tanto está cambiando, tan rápido.
—¿Quieres que te envíe por correo electrónico el nombre del chico?
—pregunta James.
—Claro. —Termino la llamada y doy una última mirada alrededor de
la habitación de Honor antes de cerrar la puerta.
La charla de Astaire de redefinir lo que significa ser una familia,
teniendo tradiciones propias, y ser un cercano trío estaba comenzando a
sonar demasiado bueno para ser verdad, incluso si nunca lo revelaba.
Supuse que está en la naturaleza humana el querer pertenecer a
algo… o a alguien. Saber tu lugar en el mundo. Tener a una persona o
unas personas que estarán ahí para ti incondicionalmente, sin importar
qué.
Somos tan cercanos…
Y ahora hay una buena probabilidad de que mi hermano pueda
arruinarlo todo.
Para mí. Para Astaire. Para Honor.
Cierro su puerta, y me dirijo a mi estudio, e imprimo los mensajes
de texto… cientos de páginas calientes, con olor a tinta siendo escupidas
una tras otra. Cuando termino, las aseguro con un clip y las coloco en la
esquina de mi escritorio.
No estoy por encima de chantajear al bastardo, no si eso significa
mantenernos juntos a los tres.

151
Estoy en una cafetería el miércoles después de la escuela, mi portátil
y libreta de calificaciones esparcidas por toda la cabina en la parte
trasera, cuando siento el familiar peso de una mirada desconocida.
—¿Astaire, verdad?
Levanto la mirada, solo para encontrarme con la sonrisa demasiado
amistosa de Beth Schoenbach.
—Pensé que eras tú. —Agita una mano bien cuidada y se acerca—.
Qué loco toparme contigo de nuevo… ¿vienes aquí a menudo?
Se desliza frente a mí, un delgado vaso de papel con café en su mano.
—Todavía estamos orientándonos por aquí. Mucho ha cambiado
desde la última vez que vivimos aquí. Es como una ciudad completamente
diferente. —Beth sorbe su café, dejando una ligera impresión de labial
sobre el borde. Viste apretados leggings Adidas negros, y una pálida
chaqueta de mezclilla, lista para una rápida foto de Instagram si se 152
presenta el momento, me imagino.
Revisé su perfil la otra noche. No podía dormir. Pero también tenía
curiosidad después de conocerla en el supermercado. Lucía tan amigable,
tan bondadosa. ¿Cómo alguien así podía estar tan felizmente casada con
alguien tan supuestamente malvado como Errol? Pero sus redes sociales
los pintaban como cualquier otra pareja atractiva, de clase media alta,
sin hijos, de la lata sociedad con el mundo al alcance de sus manos.
Me doy cuenta que todo el mundo y sus perros lucen felices como
almejas en Instagram y Facebook, pero ambos lucían más que felices.
Increíblemente felices. Envidiablemente felices…
Y Bennett camina como si hubiera una nube de lluvia sobre su
cabeza la mitad del tiempo. Está mejorando, pero aun así. Es como él es.
No puedo evitar preguntarme si hay un trasfondo de celos entre los
hermanos. ¿Podría ser que Errol tiene lo que Bennett siempre quiso…
felicidad?
—Lo siento por mi esposo la otra noche. —Se inclina, medio rodando
los ojos, medio riéndose entre dientes—. Piensa que es extraño lo
amigable que soy con la gente que ni siquiera conozco, por lo que intenta
refrenarlo a veces. Pero está en el gimnasio por la siguiente hora, así que
podemos hablar.
Sacude su mano izquierda, guiña, y alcanza su café, la reluciente
roca en su dedo anular atrapando la luz incandescente sobre nosotras
hasta el punto de la distracción.
Beth sigue mi mirada, ofreciendo una sonrisa humilde.
—Así que tú y Bennett… ¿van en serio?
Intento mirar alrededor de la habitación sin hacerlo obvio,
recordando la otra noche cuando le pregunté a Bennett si Errol era capaz
de seguirme y no lo negó exactamente.
—Um, hemos estado pasando tiempo juntos. —Elijo mis palabras
cuidadosamente.
—Me alegra escuchar eso. —Asiente—. Ha pasado un largo tiempo
desde que Benny ha tenido algo estable. Espero que esté siendo bueno
contigo…
—¿Por qué no lo sería?
Encoge un hombro huesudo.
—Bennett… es complicado. Temperamental. Defensivo. Solo he visto
la forma en que sus otras relaciones se derrumban, y nunca ha sido lindo.
Los hombres Schoenbach son notoriamente… complicados.
Emocionalmente. Es solo como son.
Le doy un trago a mi té.
—De acuerdo…
—No son como la mayoría de los chicos. —continua—. Te
arruinaran. Te arruinaran para cualquier otro. Un día despiertas y te das
cuenta que estás jodida si te quedas y estás jodida si te vas… 153
Mira hacia un lado, y por un momento, dudo en decir algo porque
creo que está apunto de derramar una lágrima.
Pero el momento pasa.
—Lo siento. —dice—. No quiero ponerme emocional. Solo estoy
atravesando por demasiado…
Lo sé bien que dejar que la conversación se profundice más, pero
también tengo un corazón.
—Estoy segura que sea lo que sea… pasará —le digo,
comprometiéndome lo menos posible mientras todavía me las arreglo
para ser empática.
—No lo sé. —Suspira, volviéndose para echar un vistazo a la ventana
junto a nosotras—. Se supone que Errol y yo vamos a adoptar un bebé
en unos cuantos meses. Nos mudamos de regreso aquí para estar cerca
de la familia y Bennett no tendrá nada que ver con nosotros, lo que me
vuelve loca, porque sé que él y su hermano han tenido sus diferencias a
lo largo de los años, pero siguen siendo familia. Y pensarías que ahora
que va a adoptar a su hija y nosotros vamos a tener nuestro hijo, pondría
a un lado…
—… espera. Lo siento. Retrocede. Dijiste que Bennett va a adoptar a
su hija. ¿Quieres decir a su sobrina?
—No. Su hija. —Parpadea y se endereza—. Quiero decir,
técnicamente ella es ambas.
Entrecierro los ojos al otro lado de la mesa.
—No entiendo.
Por una fracción de segundo, me imagino el rostro de Honor junto
al de Bennett, y ahora me doy cuenta que no es improbable. Comparten
el mismo cabello negro, los mismos ojos cristalinos.
Oh Dios mío.
Seguía diciendo que no tenía idea de por qué ella dejaría a su hija
con él… pero si es el padre, tendría perfecto sentido.
—¿No te dijo que va a adoptar a una niñita? —pregunta, sus
pestañas batiéndose.
—No. Lo hizo. Pero dijo que era su sobrina… nunca dijo que era su
hija. —Azoto la pantalla de mi portátil y cierro mi libreta de calificaciones,
luego empaco.
—Oh, cielos. Lo siento tanto. He dicho demasiado. Estás claramente
alterada. —Posa una mano sobre mi computadora, como si eso pudiera
detenerme—. Astaire, lo siento.
Ondeo mi mano y deslizo mi portátil de su mano.
—Está bien. No tienes nada por lo que disculparte. Esto es…
extremadamente bueno para saber. Pero tengo un lugar a donde ir, así
que…
Se desliza fuera de la cabina, removiéndose y mordiendo su labio 154
inferior mientras me observa recoger mis cosas.
Casi llego a mi auto sin tirar un bote de basura junto a la acera.
La idea de Larissa —una compañera niña de acogida— siendo
adoptada por esta privilegiada familia solo para ser manipulada,
aprovechada, usada de manera tan asquerosa por la gente que se supone
que la ame…
Un millón de pensamientos gritan dentro de mi cabeza de camino a
su casa, ninguno de ellos bueno.
Cuando llego a su puerta, tengo cero recuerdos de llegar aquí. Solo
una mente llena del tipo de palabras que reservas para un monstruo.
Con una mano empuñada, golpeo su puerta, solo para que se
entreabra al primer toque.
Doy un paso atrás.
Él nunca deja su puerta desbloqueada. Ciertamente nunca la deja
abierta.
—¿Bennett? —llamo antes de abrir más la puerta. Solo que no se
abrirá más. Y cuando asomo mi cabeza, lo encuentro yaciendo en el
suelo, inconsciente.
Me aprieto entre la entrada y caigo al suelo, revisando su pulso. Es
débil, pero está ahí. Su pecho se levanta y cae con cada respiración lenta.
Debió haberse desmayado.
Excavan mi bolso por mi teléfono, marco el 9-1-1. Se quedan en la
línea conmigo hasta que los paramédicos llegan, y cuando preguntan me
gustaría ir con ellos, vacilo antes de aceptar finalmente.
Una parte de mí cree que Beth estaba mintiendo. Y todo de mí quiere
darle el beneficio de la duda. Hasta que hable con él, hasta que consiga
su lado, no puedo abandonarlo.
No así.
Pero tampoco puedo mirarlo sin preguntarme… ¿y si es verdad?

155
—No me gusta tu ECG. Y esos números… no es lo que esperaba ver
después de esa ronda de esteroides. —La doctora Rathburn revisa mi
gráfica, la lengua chasqueando, los labios delgados fruncidos—. ¿Te lo
estás tomando con calma, cierto? ¿Sin trabajar? ¿Sin presionarte?
¿Disminuyendo el estrés?
—Sí —le digo a la doctora, pero mi atención está fija en Astaire.
Sentada en una silla para invitados en la esquina de la habitación,
mordiendo sus uñas, difícilmente capaz de mirarme. De hecho, no creo
que haya dicho más de un puñado de palabras desde que vine.
No puedo imaginar que fuera fácil para ella venir a casa y
encontrarme desmayado en la puerta. Honestamente, no recuerdo lo que
estaba haciendo cuando pasó, pero al menos tuve el buen sentido de
desbloquear el lugar para que alguien pudiera encontrarme. Mi señora
de la limpieza era la única con una llave y ella pasa los viernes…
156
—Vamos a hacer más pruebas, Bennett —dice la doctora, colocando
una mano en mi hombro—. Vamos a resolverlo. Ponerte nuevamente en
funcionamiento. ¿Alguna pregunta?
—No. Gracias, doctora. —Robo otra mirada a Astaire, sus rodillas
rebotando.
Nunca la he visto tan… exaltada.
Está teniendo dudas. Tiene que. Dios sabe que su vida no ha sido
nada salvo tragedia tras tragedia… ¿por qué debería encadenarse a una
más?
—Si estás teniendo dudas —digo cuando estamos finalmente solos—
. No te culparé.
Sus rodillas se detienen y sus ojos del color del océano me miran.
—¿Qué?
—Siento si esto te asustó. Si ya no quieres hacer esto más, te estoy
dando una salida.
—¿Qué? No —dice. Pero su tono está lejos de ser convincente. Lo
que sea que tiene en su mente, no va a sacarlo ahora, no cuando me ve
en este estado frágil…
—Oye, ¿te importaría ir a mi casa y conseguirme unas cosas? —
pregunto—. Por una vez, creo que no tengo mi teléfono. Agarra un
cargador también. Un cambio de ropa. Mi kit de aseo.
Astaire se levanta de golpe de su silla, asintiendo.
—Sí. Por supuesto. Volveré en un rato.
Ella no puede salir de aquí lo suficientemente rápido.

157
Doblo su ropa y las coloco en el fondo de su bolsa de lona antes de
tomar su kit de aseo del baño privado. Mi conversación con Beth ha
estado reproduciéndose en un circuito en mi cabeza desde esta tarde, y
no podría obligarme a decir más que unas pocas palabras a Bennett en
el hospital… no que hubiera un momento para hablar.
Todo pasó tan rápido.
Y él estuvo entrando y saliendo de la habitación por horas.
Son las 11 p.m. y todavía es como si parpadeé y las últimas horas
pasaron.
Honor está todavía programada para venir este sábado. Él no ha
mencionado nada sobre retrasar eso, y ni siquiera sé si podría hacerlo si
quisiera. Sin importar cuándo tuvimos nuestra conversación, intento
ayudar en cada paso del camino. Quiero hacer esto una ocasión
memorable para ella, nada salvo sonrisas y abrazos de bienvenida. 158
Cierro su bolsa de lona y la llevo por el pasillo, deteniéndome cuando
paso por la puerta abierta de su estudio y veo un brillante teléfono negro
puesto con la pantalla hacia arriba en el centro de su escritorio.
La habitación está inmaculada, equipada con cuero y madera pulida
del color del ébano. Detalles en bronce. Apliques dorados antiguos. Vistas
panorámicas de la ciudad que rivalizan con las de su sala de estar. Su
biblioteca personal abarca el largo y ancho de dos paredes, y me tomo un
momento rápido para escanear las selecciones, principalmente no
ficciones, y una abundancia de filosofía griega antigua. Puedo decir
mucho de un hombre por lo que lee, y su colección pinta una vívida
imagen de un hombre obsesionado con las contemplaciones.
Cuando termino, tomo su teléfono, que descansa sobre una pila de
lo que parecen ser mensajes de texto impresos.
No quería leer la primera línea, pero mis ojos accidentalmente la
escanearon antes de que siquiera me diera cuenta de lo que estaba
mirando, y es tan espantoso que no puedo hacer más que leer el
siguiente… y el siguiente… y el siguiente.
Mi respiración se engancha. Mi estómago cae al suelo. Con mi
corazón en la garganta, reviso las primeras páginas, mi auto control
secuestrado por el repugnante remolino de sórdida curiosidad en mi
vientre.
Cada página es peor que la anterior.
Viles. Sucios. Mensajes repugnantes.
Lenguaje abusivo y controlador.
Mensajes de acoso.
Gráficas, fotos comprometedoras que envían calor a mis mejillas.
Y luego el embarazo.
Seguido por el chantaje.
Amenazas.
Silencio.
Coloco la pila donde la encontré, luchando con una ola de náuseas,
que es que quede algo en mi estómago de todos modos.
Si esos mensajes son entre Bennett y Larissa… entonces todo lo que
Beth dijo era cierto.
Honor es la hija de Bennett.
Y Bennett es un monstruo.

159
Cuando Astaire regresa, coloca mi bolsa en una silla extra y me
entrega mi teléfono y cargador. No dice ni una palabra. Los silenciosos
rasguños de sus zapatillas contra el piso de baldosas. El cierre de su
bolsa. Las pesadas exhalaciones viniendo de su dirección.
Algo está apagado.
—Astaire —digo.
—¿Mmm?
—¿Está todo bien?
Sus brazos se cruzan, una postura defensiva.
—Por supuesto.
—Dicen que es solo algo de inflamación. Otra ronda de esteroides y
debería estar bien para irme. Podrían tratarme con otro régimen diferente
de anti rechazo. —Trato de calmar sus preocupaciones, pero ella asiente 160
demasiado rápido, como si ni siquiera estuviera escuchando.
—Eso es bueno. —Muerde el interior de su labio.
—Debería estar en casa para el viernes. Entonces puedo tener todo
listo para la llegada de Honor. Dijiste que deberíamos conseguirle globos,
¿cierto? ¿Y un osito de peluche?
—Me ocuparé de todo.
El reloj junto a la televisión dice las 11:38 p.m. Es tarde. Está
cansada. Las últimas horas han sido tan agotadoras para ella como para
mí, me imagino.
—Sé que esto es mucho para ti. —Tomo su mano y la acerco.
Cuando finalmente me mira a los ojos, me encuentro con algo que
nunca he visto en sus ojos antes… miedo.
Cuando me ve, piensa en perder a su mamá. En perder a Trevor.
Quizás que esto se está volviendo demasiado real para ella, demasiado
rápido, y finalmente está comenzando a pensarlo.
—Todo va a estar bien —le digo—. Ahora ve a casa, descansa.
Hablaremos mañana.
—¿Estás seguro?
La despido con la mano.
—Sí. No te preocupes por mí.
Me recuesto en mi cama, muy despierto y mirando la pantalla de la
televisión en blanco al otro lado de la habitación. Por la esquina del ojo,
la atrapo mirándome antes de irse. Ella está a solo dos metros, pero bien
podría haber un océano entre nosotros.
Se está alejando.
Y no puedo culparla por eso.

161
—Astaire, tenemos que hablar.
Estoy arreglando flores en un jarrón de cristal en su isla el viernes
por la noche cuando dice las palabras que quiero decir desde hace dos
noches. Un globo rosa de “bienvenida a casa” flota entre nosotros,
cargado con una bolsa de arena envuelta en celofán a juego. Un sonriente
osito de peluche gris con un relicario de platino alrededor de su cuello
completa la exhibición de bienvenida.
Estamos listos para ella mañana.
—Bien. —Le presto toda mi atención, manteniendo mis manos
temblorosas en mis caderas—. ¿Qué pasa?
Me estudia.
—Tú me dices. Has estado actuando de forma extraña desde el
hospital.
162
Todas las palabras se apresuran a la vanguardia al mismo tiempo,
pero ninguna de ellas encuentra su salida. La doctora Rathburn enfatizó
la importancia de estar calmado y relajado, me preocupa que esto pueda
incitarlo.
—¿Es Honor... tu hija? —solté la pregunta más extraña y cruel que
nunca soñé que le haría a este hombre.
—¿Qué? —Él toma un aliento—. Astaire... ¿por qué... qué te hace...?
No estoy segura si está atónito o tratando de ganar tiempo mientras
se le ocurre una explicación.
—Me encontré con Beth Wednesday —digo—. Me lo contó todo.
Sus labios se retuercen con una sonrisa divertida y el alivio pinta su
rostro cincelado.
—Oh, Dios. Bien. Sí. Eso lo explica.
Me cruzo de brazos.
—¿Qué te dijo exactamente? —pregunta.
—Que Honor es tu hija y que por eso Larissa te la dejó —le digo—.
Y tengo que decir, Bennett, que el parecido es asombroso cuando lo
pienso. Es tu viva imagen.
Su sonrisa divertida se desvanece y apoya sus manos contra el
mostrador.
—Beth tiene razón a medias. Honor es una Schoenbach. Pero no es
mía... es de Errol.
—Conveniente.
Sus ojos brillan, sosteniendo mi mirada.
—Por mi vida, Astaire. Por mi maldita vida. Por el corazón que late
en mi pecho. No soy su padre biológico.
Rodea la isla, me quita las manos temblorosas de mi cuerpo
tembloroso y las mantiene en las suyas.
—Mírame. —Habla con los dientes apretados, aunque sus palabras
son tranquilas.
En el instante en que mi mirada se encuentra con la suya, la energía
entre nosotros se enciende, aunque con qué, no puedo estar segura. Sólo
sé que podría cortarla, es tan espesa.
Quiero creerle, de verdad.
Pero las palabras son sólo eso.
Palabras.
—Vi las transcripciones de los mensajes. —Me trago el nudo en la
garganta—. Cuando estaba agarrando tu teléfono en tu estudio... los vi.
Estaban encima de tu escritorio.
—Dios mío... esos mensajes no eran entre Larissa y yo, si es a lo que 163
quieres llegar. —Se pasa las manos por el cabello—. Jesucristo.
¿Honestamente crees que sería capaz de algo tan vicioso? ¿Tan vil?
No respondo porque... no lo sé.
Al fin y al cabo, todo esto es tan nuevo y somos poco más que
desconocidos.
¿Qué tan bien puede una persona conocer a alguien más de todos
modos?
—Me conoces mejor que eso —dice—. Honestamente, me conoces
mejor que nadie en este momento. Te he dicho cosas que nunca le he
dicho a nadie más. He pasado más tiempo contigo estas últimas seis
semanas que con cualquier mujer en los últimos seis años.
—Quiero creerte, Bennett. Te creo. Pero va a hacer falta más que
eso...
Ahora se está paseando.
—Me dijiste que Larissa y tú nunca estuvieron unidos —le digo.
—Es cierto.
—Entonces, ¿por qué te dejaría su hija?
—Pregunta del millón de dólares. —Deja de pasear, con los brazos
cruzados—. Me he estado preguntando lo mismo las últimas semanas.
—No, quiero decir... desde una perspectiva lógica, parecería que...
ella te dejaría a Honor a ti porque... es tuya.
Sus ojos se estrechan.
—Nada de lo que Larissa hizo fue lógico. Todavía estoy tratando de
averiguar en qué demonios estaba pensando al acostarse con Errol. Nada
de esto tiene sentido. Lo único que se me ocurre es que el bastardo la
estaba preparando. Sabía que era vulnerable. Lo usó a su favor.
Se agacha sobre la isla, con los puños apretados, la mandíbula
apretada.
—Supongo que no leíste toda la transcripción, porque si la hubieras
leído habrías visto varios casos en los que Errol se refirió a Beth —dice
Bennett.
Exhalo.
Tiene razón. No los leí todos.
Sólo leí lo suficiente para darme cuenta de lo que eran, y luego me
fui de allí antes de enfermarme de nuevo.
—¿Cómo conseguiste esos mensajes? —pregunto.
—Cuando Larissa tenía veinte años, le compré un teléfono. Siempre
se metía en problemas, nunca podía pagar la factura del que tenía.
Quería asegurarme de que siempre tendría una forma de contactarme sin
importar qué, que tenía un teléfono que nunca se apagaría. —Hace una
pausa—. Dejé de pagar la fianza después de un tiempo. Dejé de contestar
sus llamadas. Pero seguí pagando la factura. —Hace una pausa—.
164
Tuvimos que excavar un poco, pero logramos que el transportista
desenterrara varios años mensajes entre Larissa y Errol.
—Entonces, ¿por qué los tienes?
—Porque mi madre está amenazando con que mi hermano presente
una demanda de paternidad.
—¿Tu hermano quiere la custodia?
—Quiere la custodia legal, a la que luego renunciará para que ella
vuelva al sistema. —Sacude la cabeza—. Para ellos, Honor es una marca
negra en el nombre de nuestra familia. Una mancha humana. Quieren
fingir que no existe. El hecho de que la adopte les impide hacerlo.
—No puede hacer eso, ¿verdad? —pregunto—. No puede
simplemente... intervenir y tomar el control después de todo este tiempo.
—Hablé con mi abogado. Parecía pensar que las probabilidades
estaban en mi contra en este caso —dice—. Por eso tengo las
transcripciones. Tengo pruebas de que Errol sabía de la existencia de
Honor y dejó claro que no quería tener nada que ver con ella. También
pinta un cuadro bastante vívido de la dinámica abusiva de su relación. Si
puedes llamarlo así.
—Entonces... ¿por qué Beth cree que Honor es tuya?
—Beth es fría. Errol y mi madre la convencieron de que Honor es
mía porque claramente parece una Schoenbach y, si se supiera la verdad,
su matrimonio se acabaría y perderían el bebé que están en proceso de
adoptar. Demasiado en juego.
—¿No se preguntará por qué está pidiendo la custodia?
—La mantendrían al margen. No es difícil. Mentir es lo que mi madre
y Errol hacen mejor. Lo han reducido a una ciencia.
—Tal vez ella ya lo sepa.
—¿Qué quieres decir? —pregunta.
—Hizo este comentario... que los hombres de Schoenbach arruinan
a sus mujeres. Algo sobre cómo ella no puede quedarse pero no puede
irse. Y luego se puso muy emotiva.
Pone los ojos en blanco.
—Beth tiene un gusto por las cosas más finas de la vida. Errol es su
manera de llegar a eso. No descarto la posibilidad de que sepa que es un
mujeriego. Dudo mucho que Larissa fuera la primera mujer con la que se
acostó que no fuera su esposa... y ha estado rogando formar una familia
durante años. Beth no quiere tener hijos. Pero quiere seguir siendo una
Schoenbach. Se sentirá muy mal si se queda. Miserable si se va.
—Habría sido bueno saber todas estas cosas...
Sus labios se aprietan.
—Estaba tratando de mantenerte fuera de esto. Ahorrarte el drama
familiar.
Exhalo lentamente un aliento y me acerco a él. Levantando mi mano,
tomo un costado de su mejilla. 165
Mi instinto me dice que le crea. Mi corazón también.
—Me haré una prueba de ADN —me ofrece—. Haré lo que sea
necesario para que me creas. Yo nunca...
Lo silencio con un beso lento.
—Lo sé.
Envolviendo con mis brazos sus anchos hombros, lo acerco a mí y
lo sostengo.
A veces lo único que puedes hacer por alguien es estar ahí.
—No dejaré que se la lleve —susurra.
—Sé que no lo harás.
—Y, cuando esto termine, voy a matarlo. Voy a matar a ese bastardo.
Yo sonrío.
—No, no lo harás.
—Para cuando termine, deseará estar muerto.
—Fui por donas. Rosas con chispas blancas. —Astaire balancea una
caja de cartón en su mano la mañana del sábado antes de colocarla junto
al racimo de flores.
Jeannie estará llegando con Honor en cualquier minuto.
—Flores. Globos. Donas. Creo que estamos listos. —Beso su mejilla
antes de servirme una taza de café—. Pero algo me dice que lo que más
va a amar… es a ti.
Honor no tiene ni idea de que Astaire y yo estamos saliendo.
Queríamos esperar hasta que solo estuviéramos los tres, para
sentarnos, y explicar que somos buenos amigos que pasan mucho tiempo
juntos. Para ahora, pensaba que era imperativo que ella estuviera aquí
para este momento. Tener una cara conocida —alguien a quien ahora—,
solo enriquecería esta experiencia para ella.
Hay tres golpes en la puerta. 166

—Llegaron. —Astaire se levanta y me da un abrazo rápido antes de


deslizar su mano en la mía y llevarme a la entrada—. Esto es tan
emocionante. Ya tengo los ojos llorosos…
Me rio en voz baja, respiro profundo, y llego a la puerta.
—Hola, hola… —La boca de Jeannie se curva en una sonrisa
reservada, pero sus ojos están brillosos. Todo este tiempo, nunca he
dejado de pensar en lo agridulce que este momento debe ser para ella,
sabiendo que probablemente nunca vea a esta niña otra vez. Sostiene
una caja de cartón mediana, y Honor se esconde detrás de ella,
asomándose y conteniendo una sonrisa.
—Por favor, pasen. —Doy un paso a un lado y Honor se mueve
alrededor de las piernas de Jeannie y corre hacia mí, envolviendo mis
piernas en un pequeño apretón, uno que siento todo el camino hasta mi
pecho.
Jeannie coloca la caja en el suelo junto al tapete de entrada. Por lo
que puedo decir, contiene unas pocas ropas. Un oso de peluche viejo con
un ojo colgando. Una muñeca bebé desnuda. Y una caja de joyería de
plástico.
—¡Señora Carraro! —chilla Honor, aunque todavía está aferrada a
mí como pegamento—. ¿Qué está haciendo aquí?
—Quería ser parte de tu día especial —dice.
—¡Sí! —Salta Honor.
—Hola, Jeannie. Soy Astaire Carraro. La maestra del jardín de niños
de Honor y una buena amiga de Bennett. —Astaire saluda a Jeannie con
un apretón de manos—. Encantada de conocerla.
—Igualmente —dice Jeannie.
—Tenemos donas si tienen hambre. —Astaire señala a la cocina.
Honor todavía está aferrada a mi pierna. Cuando Larissa vino a
nosotros la primera vez, recuerdo la forma en que se aferraría a
cualquiera que la dejara aferrarse. Era como una sombra. Siempre ahí.
Por un tiempo, fue a mí. Entonces fue al jardinero. El cocinero. Mi
hermano. Cualquiera que le diera un gramo de atención de repente era
su nuevo mejor amigo.
No fue hasta que fui mucho mayor que me di cuenta que todo lo que
ella quería era ser amada.
Estirándome, tomo a Honor de la mano.
—Espero que tengas hambre. Jeannie, ¿te gustaría unirte a nosotros
para el desayuno?
Ella hace una seña con la mano. Me doy cuenta de que está
conteniendo las lágrimas.
—No me estoy quedando, pero gracias. Y tienes mi número por si
tienes preguntas o necesitas algo.
Jeannie se va. Justo así. Y justo así, somos nosotros tres. 167
El lugar está callado por un momento, como si el mundo estuviera
girando en su eje, realineándose en una nueva dirección. Desde este
momento, nuestras vidas nunca serán las mismas.
La de Honor.
La de Astaire.
La mía.
Nadie sabe lo que el futuro traerá. No es posible. Todo lo que sé es
que mientras nos tengamos uno al otro, podemos soportar cualquier
tormenta.
—¡Empuja más alto! —chilla Honor a todo pulmón la tarde del
domingo, levantando sus piernitas mientras se columpia. Está
inusualmente caliente para esta época del año… soleado y a veintitantos
grados, lo que significa que era la oportunidad perfecta para salir un rato
y conseguir algo de aire fresco. Sucede que hay un pequeño y encantador
parque a unas pocas cuadras de la casa de Bennett.
Ayer fue un sueño. La llegada de Honor fue sin incidentes. Le
encantaron su oso, su medallón, las flores, las donas, los globos, su
habitación rosa, pero principalmente, ella amó a Bennett.
Él estaba seguro de que sería el boleto caliente, y claro, ella estaba
agradecida de verme, pero Bennett fue absolutamente la estrella del
espectáculo.
Mientras que no lo llamaría un natural con los niños, creo que se
está acostumbrado. Anoche después de la cena, le di a Honor un baño y 168
cuando salimos, él ya había bajado las luces de su habitación y elegido
una historia de cama para leerle.
Creo que lo está haciendo bien con todo esto de la paternidad…
Él se para frente a los columpios, con la cámara mientras toma una
foto.
Empujo a Honor más alto y nuestros ojos se atrapan.
Sonríe.
Sonrío.
Si pudiera guardar este momento para siempre, lo haría. Es
perfección en su más pura y simple forma. Un recuerdo familiar
haciéndose.
Mi corazón se hincha.
Cuando miro en sus ojos, cuando escucho la convicción en su voz
cuando habla sobre su familia y su dedicación a Honor, sé en mi corazón
que es un buen hombre.
Y le creo sobre Errol.
Cuando terminamos en el parque, Bennett nos sorprende con un
viaje a la heladería local en su vecindario. De camino a casa, sostiene mi
mano mientras Honor salta adelante, sus oscuras coletas rebotando
mientras canta una canción de la escuela.
Por primera vez en años, estoy envuelta de pies a cabeza en calidez
y hay una plenitud en mi alma.
Es una sensación que solo he sentido dos veces antes… una vez con
Linda y otra vez con Trevor.
Y se siente… como hogar.
Con ellos, estoy en mi hogar.

169
—¿Hay algo más que pueda hacer antes de irme, señor Schoenbach?
—pregunta Eulalia la noche del lunes mientras Honor y yo tomamos
nuestros lugares en la mesa del comedor. Astaire tenía que trabajar hasta
tarde, un taller obligatorio para maestros, así que solo somos nosotros
dos.
—No. Gracias, Eulalia. Te veremos mañana. —Coloco mi servilleta
en mi regazo, sintiendo la pequeña mirada al otro extremo de la mesa.
Honor hace lo mismo. Ella es buena en eso… notar algo y copiarlo.
Es una pequeña esponja humana. Un mimo.
Alcanzo por mi borbón.
Ella alcanza por su agua.
Bebemos.
Intercambiamos sonrisas. 170
—Luces tan pequeña todo el camino hasta el extremo de la mesa.
¿Por qué no te sientas junto a mí? —ofrezco.
Ella baja de su silla y con cuidado desliza su mantel individual y
plato de macarrones con queso hasta la silla a mi derecha.
—¿Cómo estuvo hoy la escuela? —Pienso en nuestras primeras
cenas familiares con Larissa. Mi madre nunca le preguntaría sobre su día
y mi padre nunca se molestaría en preguntar sobre el día de cualquiera.
Se suponía que nos quedáramos quietos, comiendo nuestras cenas, y
luciendo adorables haciéndolo.
—Bien. —Mastica—. La señora Carraro nos dejó tener un receso
extra hoy. Ella dijo que fuimos super buenos y lo merecíamos.
Miro a la silla a mi izquierda, donde estaría sentada si estuviera
aquí, y no puedo quitarme la sensación de que nos falta una pieza vital
en esta pequeña operación.
—¿Qué hiciste hoy? —pregunta Honor.
Es una pregunta que no estoy acostumbrado a tener que responder,
así que me tomo un momento y trato de recordar las últimas horas.
—Veamos… —Corto una rebanada de mi filete miñón—. Leí un libro.
Di un paseo…
—¿No fuiste a trabajar?
—Estoy fuera del trabajo por unas semanas.
Honor me escanea, con la nariz arrugada.
—¿Por qué? ¿Estás enfermo o algo?
—Solo me lo tomo con calma por un tiempo.
—¿Eso qué significa? —pregunta.
—¿Tomarlo con calma? Significa bajar el ritmo, hacer menos,
disfrutar las cosas pequeñas.
—Oh. Está bien. —Mastica su pasta, mirando la vela sin encender
en el centro de la mesa—. ¿La señora Carraro va a venir esta noche?
Niego.
—Desafortunadamente no.
Hace un puchero. Pero solo por un momento.
Es una niña feliz. Gracias a Dios. Todavía no he experimentado las
lágrimas o berrinches, aunque sé que son parte del curso y solo es
cuestión de tiempo. Pero hasta ahora, muy bueno.
—La verás mañana en la mañana —agrego—, y ella te traerá a casa
después de la escuela.
—¡Sí! —Honor rebota en su asiento antes de apuñalar otro tenedor
de macarrones con queso. Hay simplicidad y salubridad en estar
alrededor de ella, y tengo la impresión de que es exactamente ese tipo de
cosas lo que me he estado perdiendo toda mi vida—. ¡Amooo mucho a la 171
señora Carraro!
Sofoco una risa antes de beber mi borbón.
—Yo también, niña. Yo también.
—Señora Carraro, ¿adivine qué? —dice Honor desde la parte de
atrás de mi auto el martes por la tarde. Me pareció redundante enviar a
Eulalia para que la llevara a casa hoy, ya que pensaba ir de todas
formas—. Adivina qué, ¿adivina qué?
—¿Qué, qué, qué? —Combino su emoción con la mía, sonriéndole
en el espejo retrovisor.
—¡El tío Bennett te ama!
Me detengo en el semáforo en rojo. He trabajado con niños lo
suficiente para saber que nunca se sabe lo que va a salir de sus bocas.
Pero también he trabajado con ellos lo suficiente para saber que la
mayoría de las veces, están repitiendo como loros algo que han oído decir
a alguien.
—¿Oyó lo que dije, señora Carraro? El tío Bennett te ama —dice.
172
—Sí, cariño. Te he oído. —Agarro el volante a las diez y a las dos, el
corazón se me acelera—. ¿Cuándo... cuándo dijo eso?
Todo está sucediendo tan rápido.
—Anoche. En la cena. —Lo sigue con el cierre de su mochila, y luego
el crujido del papel mientras se mantiene ocupada.
—¿Qué dijo? ¿Exactamente? —Me detengo en el estacionamiento de
su edificio.
—No sé... dije que amo a la señora Carraro y me dijo que yo también.
—Lo afirma como un hecho—. ¿Lo amas?
El único otro hombre al que he amado fue Trevor, y nos tomó a cada
uno un año para reunir el coraje para decir esa palabra.
El amor no es una palabra que tire a la ligera.
Tampoco es algo que tiendo a tratar de apresurar.
—¿Lo ama, señora Carraro? —vuelve a preguntar.
Dicen que la verdadera definición de amor es querer la felicidad de
los demás más que la tuya propia.
Y, si soy honesta conmigo misma, no puedo pasar más de un puñado
de minutos sin que mi mente se dirija a Bennett, preguntándome qué
está haciendo, repitiendo un momento sexy compartido, soñando
despierta con su toque, contando las horas hasta que lo vea de nuevo...
¿Podría irme ahora y no echarle de menos? ¿No sentir nada? ¿Nunca
mirar atrás?
No. Ni siquiera cerca.
Estaciono el auto y ayudo a Honor a salir, cerrando cuando nos
dirigimos al ascensor.
—Sí, Honor. —Presiono el botón—. Yo también lo amo.
***
—¡Tío Bennett, estamos en casa! —Honor deja su mochila en la
alfombra del vestíbulo, se quita los zapatos y se va corriendo a la
habitación de al lado, con sus pasos dando vueltas mientras busca a
Bennett.
Meto su llave de repuesto en mi bolso. Fue el fin de semana pasado
cuando me sorprendió con ella. La cosa estaba brillante, prístina,
claramente nunca usada.
La cabeza me da vueltas cuando pienso en lo rápido que se mueve
todo, pero mientras esté disfrutando del paseo, tal vez no importe...
A veces, cuando lo sabes, lo sabes.
—Tío Bennett, ¿dónde estás? —Honor trota a través del vestíbulo,
yendo en la otra dirección.
—En el estudio —grita desde el vestíbulo.
173
La sigo a su habitación de cuero, cedro y aroma a libros y me inclino
hacia la puerta, viendo cómo corre hacia sus brazos.
—¿Tuviste un buen día en la escuela, Honor? —Es muy correcto con
ella, hablándole como un adulto en miniatura y no con una voz de bebé
que oigo que usan muchos padres.
—El mejor —dice—. Y, tío Bennett, ¿adivina qué?
—¿Qué? —pregunta, con los ojos encendidos.
Se vuelve hacia mí, señalando, riéndose.
—¡La señora Carraro te ama!
Su expresión divertida cae. El calor calienta mis mejillas mientras
su mirada busca la mía.
Siempre existe la posibilidad de que los niños malinterpreten lo que
escuchan o pongan las cosas en sus propias palabras. Debí darle una
respuesta vaga, decirle que lo discutiría con su tío en privado, pero me
tomó desprevenida, distraída por esta supuesta revelación.
Bennett se levanta de su escritorio.
—¿Es así, Honor? ¿Le dijiste que me amabas?
—Honor, ¿por qué no vas a lavarte y a jugar un poco antes de la
cena? —le digo.
Ella sale de la habitación. Un momento después, la puerta de su
habitación se abre y se cierra.
—Me dijo que tú lo dijiste primero —le dije—. Pero los niños a veces
sacan las cosas de contexto, así que...
—Lo dije. —Se mueve hacia mí—. Y no lo sacó de contexto. Aunque
esperaba que lo escucharas de mí primero...
—Aprenderás rápidamente que los niños repiten todo... —Me río.
Cierra el espacio entre nosotros, toma mi cara con sus fuertes
manos, y baja su boca hasta la mía, salvando las dolorosas cuarenta y
ocho horas desde el último.
Inhalo su embriagador aroma, me deleito en la forma en que se
mezcla con el olor del papel, el cuero y la madera pulida, y me derrito
contra él.
—Te amo, Astaire. —Sus labios rozan los míos cuando se aleja a por
aire.
—También te amo.
Me envuelve con sus brazos, y yo presiono mi mejilla contra su
pecho. El corazón de Trevor... los latidos del corazón de Bennett en un
ritmo perfecto.
Cuando tenía veintidós años, Trevor me llevó a mi primer parque
temático. Nunca había estado en una montaña rusa hasta ese día, y me
llevó en esta ridícula y extrema montaña rusa temática de serpientes que
pasó de cero a sesenta en tres segundos y tenía uno de los picos más
174
altos del mundo y las caídas más pronunciadas.
Nunca me había agarrado tan fuerte en mi vida.
Grité a todo pulmón.
Y hubo momentos en los que estaba segura de que iba a morir antes
de llegar al final.
Pero, cuando terminó, hubo esta prisa, esta sensación de calma,
esta extraña sensación de logro, como si hubiera conquistado algún
monstruo insanamente aterrador y que nunca fue el posavasos lo que me
asustó porque el posavasos era perfectamente seguro... eran mis
creencias sobre el posavasos.
En mi cabeza, me había convencido de que era peligroso, que podía
hacerme daño.
Tal vez esta cosa con Bennett esté sucediendo rápido, tal vez sea
aterrador, pero tal vez esa sea la cuestión. Tal vez eso sea lo mejor de
todo. Y estoy dispuesta a apostar que es tan paralizante para él como
para mí, pero mientras nos tengamos el uno al otro llegaremos a salvo
juntos al final.
***
Las llamas de la chimenea parpadean, el reloj de la chimenea hace
tictac.
Bennett pasa una página de su libro.
Honor encaja una pieza de cartón en su rompecabezas de Dora, con
el cabello mojado por el baño y oliendo a vainilla y albaricoques y vestida
de pies a cabeza de Minnie Mouse. Es hora de acostarla, pero estoy
aprovechando cada segundo de este momento.
Bennett cierra su libro, mirando a Honor. No creo que se dé cuenta,
pero está sonriendo.
Lo hace mucho ahora... sonreír.
Antes era raro. Ahora es constante. Es como si esta dulce cosita
entrara en su vida y pusiera su alma un poco más tranquila, dándole la
oportunidad de arreglar las cosas por Larissa.
—De esto se trata —digo—. Todo el mundo siempre se centra en las
grandes cosas. Los grandes eventos a los que puedes poner fecha. Los
cumpleaños. Aniversarios. Graduaciones. Hitos. Pero esto es lo que
importa. Los preciosos pequeños momentos entre los grandes. Piénsalo.
Nadie quiere revivir su graduación o algún cumpleaños arbitrario. Pero
te garantizo que, si le dieras a alguien la oportunidad de revivir un día
normal, lo harían en un santiamén.
Me toma la mano y me acerca a sí. No dice nada, y deja que mis
palabras caigan donde puedan mientras ve esta nueva versión de su vida
desarrollarse ante él.
—Probablemente deberíamos llevarla a la cama —susurro.
—Sí, claro. —Se levanta, y pone su libro a un lado—. Honor, ¿por 175
qué no dejas tu rompecabezas y te reúnes conmigo en tu habitación para
una historia?
Me dirijo a su habitación para prepararme para la cama. El fin de
semana pasado vació algunos cajones para mí, así como un espacio en
su baño, que iba con la llave que me dio, y casi me pide que me mude
con él.
Pero no creo que lo haga.
Una cosa a la vez.
Me ato el cabello, me lavo la cara, me cepillo los dientes y me pongo
una de sus camisetas antes de pasar por debajo de las frescas y
resbaladizas sábanas de la enorme cama de Bennett.
Menos de cinco minutos después, se une a mí.
—Está dormida. —Se coloca a mi lado, atrayéndome a sus brazos—
. Ni siquiera llegó a terminar el libro antes de que estuviera roncando. No
creía que el libro fuera tan aburrido, aunque diré que era notablemente
repetitivo en algunas partes.
—La mayoría de los libros para niños lo son.
Me pongo de costado y paso mi brazo sobre su pecho, inhalando el
olor a algodón de su camiseta crujiente mientras se mezcla con la colonia
descolorida de su cálida piel.
—No sé cuánto tiempo me queda, Astaire... —Su pecho sube y baja,
y en la oscuridad, veo el blanco de los ojos, la mirada fija en el techo—.
Podría ser un año o nueve años o treinta y tres...
—Tratemos de no pensar en eso.
—No tenemos elección, Astaire. No podemos ignorar el hecho de que
mi... vida... es una bomba de tiempo.
Presiono mi oreja contra su pecho, cierro los ojos y escucho. El fuerte
golpe del otro lado me llena de esperanza.
—Antes de conocerte, antes de todo esto... nunca me importaba. El
futuro nunca me importó. Pero ahora... es todo en lo que pienso —dice—
. Quiero la chimenea y los rompecabezas y los cuentos para dormir.
Quiero las pequeñas cosas significativas. Las noches tranquilas. Mi vida
estaba vacía de significado hasta que te conocí, Astaire. Nunca podré
volver a eso.
Su corazón late más rápido ahora, trotando al galope.
—Quiero volver a casa contigo todas las noches. Quiero dormir a tu
lado, siempre. Quiero hablar de nuestros días. Quiero enseñarle a Honor
cómo es el amor, el verdadero amor. Lo que significa ser una familia. —
Toma mi cara en su mano y la levanta.
Abro los ojos, y el aliento se me para con cada inhalación.
—Entonces, ¿qué estás diciendo? 176
—Te pido que hagas la vida conmigo, Astaire.
No hay ningún anillo. No está de rodillas. Y no menciona el
matrimonio. Pero, a su manera, lo que me pide es mucho más grande que
todo eso.
—Entonces, ¿qué dices? —Me pone en su regazo, se sienta y
enciende la lámpara a nuestro lado—. ¿Te apuntas?
Su mirada se fija en la mía, su respiración es lenta y constante, no
apta para un hombre que no tiene todo el tiempo del mundo.
No sé cómo va a terminar esto, pero no puedo imaginarme
alejándome de la hermosa vida que podríamos tener juntos, ya sea
trágicamente breve o maravillosamente eterna.
—Me apunto —digo a través de mi visión nublada.
Su boca se levanta a los lados y reclama mi boca con un beso que
envía un hormigueo desde la parte superior de mi cabeza hasta la parte
inferior de mis pies. Mis labios se separan para aceptar su lengua, y
deslizo mis manos sobre sus hombros. Un momento después, me quita
la camiseta. El contorno de su polla se hace más duro, más grueso,
mientras nuestras bocas se conectan y yo me muevo contra él.
Deslizando mis bragas a un lado, él desliza un dedo entre mi
hendidura, provocando mi clítoris antes de empujarlo más
profundamente dentro de mí.
Pero quiero más.
Quiero que su calor llene el dolor entre mis muslos.
Ahogo un gemido antes de susurrarle al oído, casi rogándole que me
tome.
Sus besos se vuelven mordaces y codiciosos cuando me pone de
espaldas y me baja las bragas del todo. Y su boca roza la mía antes de
moverse hacia el sur, provocando un perturbado pezón con su lengua
mientras las puntas de sus dedos recorren el interior de mis muslos y se
detienen en el ápice.
Lo acerco, agarro su polla y la libero de los confines de su sudor
naval. Me llena la palma de la mano, caliente y dura, pulsando con el
mismo deseo.
—Te deseo tanto... —Me muevo bajo él, impaciente y dispuesta.
Nuestros ojos se encuentran en la oscuridad.
—Estoy tomando la píldora... —le recuerdo.
Bennett desliza sus manos bajo mi culo, presionando su dureza
contra mi humedad, y nos da la vuelta hasta que estoy a horcajadas con
él y tiene una vista que vale un millón de dólares.
—Muéstrame cuánto me deseas. —Hay un destello en sus ojos
oscuros y una burla en su tono.
Balanceo mis caderas sobre su erección palpitante, burlándome de
él, y luego me deslizo sobre su longitud, lento por centímetros 177
torturantes, hasta que me llena hasta la empuñadura. Sus manos
registran mi cuerpo antes de asentarse en mis caderas, y me balanceo
hacia adelante y hacia atrás, con la intención de llevar esto hasta el final,
en todo el sentido de la palabra.
Amo a este hombre.
Lo amo, lo amo, lo amo.
—¿Estás sentado? —me pregunta mi abogado el miércoles por la
tarde—. Tengo algunas noticias.
—¿Qué está pasando?
James respira con fuerza en el otro extremo.
—Tu hermano ha presentado una demanda para establecer la
paternidad.
Me hundo en la silla de mi escritorio, mirando el cajón que contiene
la pila de transcripciones de mensajes. Con todo lo que ha pasado la
semana pasada, no había tenido la oportunidad de averiguar
exactamente cómo pensaba usarlas, pero ahora lo sé.
—Gracias por la información. —Intento terminar la llamada, pero
James protesta—. James, está bien. Yo me encargo de esto. Te llamaré si
necesito algo más.
178
Presiono el botón rojo, busco en mis contactos y selecciono el
nombre de Errol. La línea suena tres veces antes de que el bastardo
responda.
—Acércate —le digo—. Tenemos que hablar.
***
—Pensé que eso llamaría tu atención. —Errol ha estado parado en
mi puerta sólo cinco segundos cuando me veo obligado a contenerme
para no tirarlo al piso. Aunque me encantaría darle la paliza que se
merece, lo invité a venir aquí para discutirlo. Por ahora, tendré que repetir
el grato recuerdo de cuando le rompí la nariz en la casa de la piscina en
el instituto, cuando lo atrapé intentando aprovecharse de una chica
borracha del instituto Worthington Heights que estaba a dos segundos
de desmayarse y claramente incapaz de dar su consentimiento.
Además, no estoy de humor para limpiar su patética sangre del suelo
de mi vestíbulo.
—Síganme. Hay algo que necesito mostrarte. —Me acerco a mi
estudio, con los hombros hacia atrás y la cabeza en alto. Mi cabeza se
hincha de confianza porque tengo al bastardo y ahora va a pagar.
—¿Qué? ¿De qué se trata? —pregunta Errol cuando entra.
Saco las transcripciones del cajón superior de mi escritorio y se las
acerco.
—¿Algo de esto te resulta familiar?
Endereza la pila, y sus ojos se estrechan al deslizarse sobre el
asqueroso discurso.
—¿Qué es esta basura inventada?
—Esta basura es la prueba del sórdido asunto que tuviste con tu
hermana adoptiva. Y aunque es sólo una instantánea de tu asquerosa
perversión, hay pruebas más que suficientes para demostrar que la
habías estado acosando, que abusaste de ella psicológica y
emocionalmente, que la manipulaste, y que sabías muy bien lo del
embarazo. —Señalo la pila—. Estoy seguro de que a Beth le encantaría
leer las dulces y maravillosas cosas que dijiste de ella cuando te estabas
follando a tu hermana a sus espaldas.
Errol mira fijamente los papeles, pero sus ojos dejan de escanear.
Parece que está perdido en sus pensamientos. Su tez se tiñe de un tono
gris enfermizo, con sus labios presionados, como si pudiera vomitar en
cualquier momento.
Siempre supe las intenciones de mi madre de mantener a Honor
fuera de esta familia, pero ahora me doy cuenta de que me equivoqué con
Errol. No intentaba proteger su matrimonio, sino borrar todos los
recuerdos del hombre que lleva dentro.
El enfermo y sórdido monstruo de un hombre.
La parte de él que odia.
Y, aunque no volviera a ver a Honor (y no lo hará), saber que su 179
hermano menor la está criando, haciendo lo correcto, lo mataría. Lo
carcomería, poco a poco, día a día.
—Un poco de historia para ti —digo, disfrutando de la oportunidad
de patear al hombre cuando está derrumbado—. Como nadie en esta
familia pensó nunca en tirarle un hueso a la pobre chica, tuve la decencia
de proporcionarle al menos un teléfono. Por razones de seguridad. Como
era el dueño de la línea, todo lo que necesité fueron unas pocas llamadas
y la compañía pudo proporcionarme las transcripciones de cada mensaje,
texto e imagen enviado entre los dos. Está todo aquí. Cada pequeño y
retorcido secreto que pensaste que podías enterrar.
Mis palabras están llenas de santurronería, y no podría importarme
menos.
—Tengo todo en un correo electrónico. Estoy literalmente a un solo
clic de enviarles esto a tu esposa, a nuestra madre, a cualquiera que
pueda encontrar algo de esto lo suficientemente salaz como para escribir
una historia de portada o hacer un titular de periódico con ello —digo—.
Tu vida, como la conoces, se acabaría, Errol. Sin una esposa hermosa y
leal. Sin un hijo pequeño. Sin una madre que escriba cheques para
permitirte tu cómodo estilo de vida. Sin un robusto círculo social. Nadie
que compre tu arte. Sin cosechar los beneficios de tu apellido. Serías un
hazmerreír, un chiste. Durante el resto de tu vida.
—No lo harías.
—Lo haría.
—¿Le harías eso a la niña? ¿Hacerla pasar por todo eso?
—Si eso significa protegerla de ti y de nuestra madre, entonces sí. —
Me acerco al escritorio, cerrando la distancia entre nosotros, nariz a
nariz—. Lo haría en un abrir y cerrar de ojos.
—Hablando de cerrar los ojos —dice, entrecerrando los suyos—, he
oído que no te ha ido muy bien últimamente.
Mi mirada se estrecha.
—Sé exactamente a dónde quieres llegar, Errol, y es irrelevante para
esta discusión. Hazme un favor y sigamos por el buen camino. Tengo
cosas más importantes que tú que atender esta tarde.
Reviso el reloj. Honor y Eulalia deberían llegar a casa de la escuela
en cualquier momento, y no lo quiero cerca de ninguna.
—Entonces, ¿qué será, Errol? —pregunto—. Sabiendo que puedo
derribar tu castillo de naipes con un solo clic, ¿todavía sientes la
necesidad de seguir adelante con tu ridícula demanda de paternidad? ¿O
vas a hacer lo correcto por una vez en tu patética vida?
—Sácate la cabeza del culo —escupe.
—¿Perdón?
—No te quedes ahí hablando como si fueras mucho mejor que yo.
Tienes treinta años, pero bien podrías ser un viejo miserable. ¿Crees que
salvar a esta niña y darle una vida privilegiada te va a redimir? ¿Borrar 180
todas las cosas de mierda que has hecho? No es así como funciona,
Bennett.
—Nunca he afirmado ser perfecto, pero estoy seguro de que no me
pondré a tu nivel. Te follaste a tu hermana.
—Hermana adoptiva.
Levanto las manos, riéndome.
—Como si eso lo hiciera mejor.
—Esa chica merece una familia —dice Errol—. Déjala permanecer
en el sistema. Deja que una familia real la quiera adoptar.
—La quiero. Y ya la he adoptado. Los papeles han sido archivados.
Es oficialmente una Schoenbach, legalmente y de otra manera.
Gime.
—Apenas puedes cuidar a ti mismo, ¿cómo vas a cuidar a una niña?
—Tengo ayuda, no es que sea asunto tuyo.
—¿Qué, esa rubia con voz de bebé que te estás tirando? ¿Esa es tu
ayuda? —Tiene demasiado que perder aquí para ser tan engreído, pero
sé lo que está tratando de hacer—. Tú y yo sabemos que lo arruinarás
tarde o temprano. Hay una razón por la que no puedes quedarte con
nadie más de unos pocos meses. Se dan cuenta de que eres un bastardo
de corazón frío y te dejan como si te hubieran encontrado, miserable y
solo.
—¿Algo más que quieras añadir? —Me mantengo imperturbable... lo
contrario del efecto que está buscando. Puede vomitar toda la virulencia
que quiera sobre Astaire. No le voy a dar una reacción. No le doy ninguna
indicación de lo mucho que significa para mí, porque encontrará la
manera de usarla en mi contra.
Todo lo que me ha importado siempre ha encontrado una manera
de arruinarlo.
Mi primer auto, un Challenger antiguo que mi padre restauró
especialmente para mí. Nos encantaban los autos clásicos (una de las
pocas cosas que teníamos en común), y ese regalo significó el mundo para
mí. No lo había tenido más de una semana cuando Errol lo sacó a
pasear... y de alguna manera se las arregló para chocarlo con un árbol
mientras él terminó con un puñado de cortes y rasguños.
La primera novia seria que tuve en mi último año de secundaria:
Errol volvió a casa de la universidad para el verano y se aferró a mí como
si me hubiera extrañado, cuando en realidad estaba tratando de
impresionar a mi novia con su personalidad de más adulto, más sabio y
más cosmopolita. El fin de semana siguiente al cuatro de julio lo encontré
llevándola a escondidas a su habitación a través de una entrada lateral
(sin que lo supieran), y escuché los resortes de su colchón y los gemidos
de ella toda la noche.
Mi primera edición firmada de “Más allá del bien y del mal” de
Fredrich Nietzsche, un regalo de nuestro difunto abuelo, con el que 181
estaba muy unido... la usó como leña para una de sus infames fiestas de
hoguera.
Estoy cien por ciento convencido de que la única razón por la que
tiene tanta sed de un puesto en la junta directiva de la corporación es
para poder arruinar eso también.
No dejaré que arruine esto.
—¿Dónde diablos la encontraste? —pregunta—. Tiene que ser una
maldita loca si se está acostando contigo. ¿Estás seguro de que es el tipo
de figura materna que quieres cerca de la niña? ¿Y cuánto tiempo pasará
hasta que te hartes de ésta y la eches a patadas a la calle?
—Para que conste, es increíble con la niña, pero esa no es la
cuestión. Por eso la mantengo cerca de mí. Es más por Honor que por mí
—miento. Mientras crea que soy indiferente a ella, no desperdiciará su
energía—. Ayuda con Honor y es un lindo arreglo que tenemos, pero es
sólo eso. Un arreglo. No hay amor. No hay expectativas. Ciertamente no
hay futuro. Si se harta de mí, se harta de mí. Mientras tanto, es buena
para Honor.
—¿Sabe ella eso?
—Es una mujer inteligente.
—Así que básicamente estás jugando a papás y mamás. —Resopla,
con las manos en la cadera como si tuviera espacio para castigarme—.
Qué típico de ti usar a la gente. Ya sabes cómo son las mujeres. Se va a
encariñar con la niña, se va a encariñar contigo, y eventualmente todo el
asunto te va a estallar en la cara y ¿quién va a salir lastimado al final?
Tú no, imbécil de corazón frío.
—No veo cómo nada de esto te concierne al final. —Me encojo de
hombros y compruebo mi reloj. Honor debería llegar a casa en cualquier
momento—. De todos modos, hemos terminado aquí. La discusión ha
terminado. Si tienes medio cerebro, te irás de aquí y te dirigirás
directamente a la oficina de tu abogado para que retire la demanda de
paternidad inmediatamente. Si la demanda no se retira para el fin de
semana, presionaré enviar esos emails.
Coloco mi mano en su delgado hombro, le doy un apretón, y lo guío
fuera de mi estudio, sólo una vez que llegamos al final del pasillo y
doblamos la esquina encuentro a Astaire de pie en el medio del vestíbulo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto.
Errol se toma su dulce tiempo yendo a la puerta. Antes de irse, se
da la vuelta para dispararme una sonrisa cruel.
La mochila de Honor descansa a sus pies y el sonido de los dibujos
animados suena desde la sala.
Estaba tan interesado en mi conversación con Errol que no escuché
a nadie llegar a casa.
—Eulalia... —Su voz está rota y sus ojos están llenos de lágrimas—.
La envié a la tienda... le dije que llevaría a Honor a casa... yo... tengo que 182
irme.
—Astaire, espera. —La agarro, pero ella me golpea.
No tengo que preguntarle cuánto escuchó.
—No es lo que parecía —digo mientras ella gira el pomo de la
puerta—. En serio, déjame explicarte.
No dice nada. No me mira. Cuando se da la vuelta para cerrar la
puerta detrás de sí, las lágrimas humedecen sus mejillas, y finalmente
me mira a través de sus pestañas mojadas.
—Quería que esto fuera real. —Sus palabras son bajas y
destrozadas—. Pero en el fondo de mi mente siempre me pregunté si era
demasiado bueno para ser verdad. Ahora lo sé.
Antes de que tenga la oportunidad de responder, cierra la puerta.
No haré una escena y no puedo perseguirla, no con Honor aquí.
Apoyándome en la puerta, la dejo ir.
Y es lo más difícil que he hecho nunca, pero la recuperaré.
Haré lo que sea necesario para demostrar que lo que tenemos no es
demasiado bueno para ser verdad, sí es verdad.
Las lágrimas nublan mi visión todo el viaje a casa.
Gigantes copos de nieve se derriten en mi parabrisas, manchando
mientras mis limpiaparabrisas los arrastran.
Tenía toda esta noche planeada, quería llevar a Bennett y Honor al
parque a construir un muñeco de nieve. Hasta robé botones y una
zanahoria para la nariz, junto con un sombrero y una bufanda. Cuando
Eulalia se presentó para recoger a Honor, le pregunté si no le importaría
ir a la tienda para conseguir unas cosas para la cena y le dije que yo
llevaría a Honor a casa.
Iba a ser una sorpresa.
Pero la sorprendida fui yo.
Las palabras de Bennett dominan todos mis pensamientos,
reproduciéndose una y otra vez, al punto de que todavía puedo
escucharlas tan claras como la primera vez: “Para que conste, ella es 183
increíble con la niña, pero ese es el punto. Por eso la mantengo alrededor.
Ella es más para Honor que para mí… Ayuda con Honor y es un buen
arreglo el que tenemos, pero solo eso. Un arreglo. No hay amor. No hay
expectativas. Ciertamente no un futuro. Si se cansa de mí, se cansa de mí.
Mientras tanto, es buena para Honor.
Todo entre nosotros ha sido una mentira.
Todo.
Todo lo que necesitaba era una figura materna suplente para su
sobrina… y el trasero al lado no era más que una ventaja viendo que sus
fines de semana de soltero llenos de sexo casual están fuera de la imagen
por los próximos trece años.
Estoy a medio camino de casa cuando pienso en lo que Beth dijo la
semana pasada, sobre los hombres Schoenbach arruinando a sus
mujeres.
Errol era un monstruo por su cuenta, pero hay una oportunidad de
que Bennett esté cortado con la misma tijera.
Comparten la misma sangre, después de todo.
Y los hombres Schoenbach claramente tienen algo por usar a las
mujeres.
Tan pronto como llego a mi apartamento, me dirijo al baño y rocío
agua fría en mi cara, evitando la luz porque no necesito mirar en el espejo
para saber cómo luce una tonta.
Hay tantas cosas que podría haberle dicho, pero habrían sido un
desperdicio de mi aliento.
Toda conversación que hemos tenido, ha sido una mentira… un
completo desperdicio para él.
Las palabras dichas no tienen efecto en él, ya sean dichas u oídas.
Él hace lo que quiere, a quien quiere, y eso es todo.
Me cambio a ropas cómodas, silencio mi teléfono, y me acurruco en
el sillón mientras Los Caballeros las prefieren rubias se reproduce en el
fondo. Mis ojos están en la pantalla, pero no estoy mirando. Es solo para
llenar el vacío. Para hacerme compañía. Para recordarme que hay todavía
cosas en este mundo que amo.
Incluso si Bennett no puede ser más una de ellas.
Hay un dolor en mi pecho, un profundo vacío que no estaba ahí hace
una hora.
Y entonces me golpea… él no tenía un corazón, así que robó el mío.

184
—Solo esperamos a la doctora Rathburn, luego serás libre de irte. —
La enfermera en mi revisión dice a la tarde siguiente. Ella cierra la puerta
de la sala de examen, y el reloj de plástico de la compañía farmacéutica
sobre la puerta suena.
La escuela de Honor termina en quince minutos, pero tomará al
menos veinte minutos llegar ahí para cuando me vaya. Más si hay tráfico.
Originalmente le di la tarde libre a Eulalia porque Astaire tenía
planeado llevar a Honor a casa con ella después del trabajo, pero dados
los eventos de ayer, obviamente eso no va a pasar.
Cinco minutos pasan.
Luego diez.
Todavía nada de la doctora Rathburn.
Hace una hora, llamé a Eulalia para ver si había una posibilidad de 185
que pudiera ir esta tarde, pero ya estaba en Gary, visitando a su sobrino.
Sin otra opción, le envío un mensaje a Astaire y le pregunto si podría
llevar a Honor a casa hoy.
Exactamente a las 3:01 p.m., responde con un “sí”.
Nada más, nada menos.
***
La brillante mochila de Honor es lo primero que veo cuando llego a
casa. Cuando rodeo el pasillo, lo segundo que veo es a Astaire.
—Hola. —Coloco mis llaves en el mostrador de la cocina.
Su bolso está todavía colgando de su hombro. Es difícil decir si es
porque acaba de llegar aquí o porque quería estar lista para irse en el
instante en que llegara a casa.
—Gracias por traerla a casa. Mi cita duró demasiado —digo.
—No hay problema. —Evita hacer contacto visual—. Está en su
habitación jugando.
El silencio invade el espacio entre nosotros.
—¿Recibiste mis llamadas? —Hago una pregunta obvia. La he
estado llamando desde el momento en que se fue ayer.
—Lo hice. Y tus correos de voz y mensajes de texto. Los recibí todos.
—Está bien. Entonces… ¿podemos hablar de ellos?
—Nop. —Mira al vestíbulo y arrastra una respiración que hace a sus
hombros temblar antes de finalmente volver su atención hacia mí—. Eres
el peor tipo de persona. Usas a las personas, y mientes, y eres más allá
de cruel. Estaré aquí por mi promesa de estar aquí para Honor en
cualquier forma que me necesite… pero tú y yo terminamos.
—Astaire. —Me acerco a ella—. Si me dejaras explicarlo.
Ella estira su mano para detenerme.
—Solo vas a decirme lo que quiero escuchar. Pero no estoy
interesada en eso. Quiero la verdad. Y no es algo que seas capaz de
darme. Así que, no, Bennett. Terminamos.
La dejo ir una vez más… pero esta será la última vez que lo haga.
Dije lo que dije a Errol, y ella escuchó lo que escuchó. No puedo
borrarlo. Y puedo quedarme aquí y explicar hasta que mi cara sea azul si
ella me dejara, pero al final del día, no es lo que dices… sino lo que haces.
Tengo que mostrarle lo que ella significa para mí.

186
—¡Eh, forastera, cuánto tiempo sin verte! —Ophelia me abraza en
cuanto entro en su bar del mismo nombre el viernes por la noche.
Necesitaba salir un poco y ahora que Bennett tiene a Honor, pensé
que este sería un lugar seguro para buscar refugio por un par de horas.
Además, sentarme a cocinar y sentir lástima por mí misma se vuelve viejo
después de un día o dos.
—¿Qué estamos bebiendo? —pregunta.
—Gin-tonic. —Me siento en el bar. Pediría esa bebida de champán
con limón que me preparó el último camarero, pero no recuerdo el
nombre para salvarme la vida.
—Eduardo, tráele a la chica un gin-tonic. —Ophelia golpea la tapa
de la barra. El aroma de las rosas y las violetas sale de ella cuando se
mueve, y sus labios son del tono de rosa más brillante que nunca supe
que existía. 187
Esta tarde, Honor me preguntó si iba a venir esta noche. No presionó
cuando le dije que no, y no pareció molestarla. Afortunadamente, es
demasiado joven para entender que la dinámica entre Bennett y yo ha
cambiado.
Siempre estaré ahí para ella. Siempre.
Ophelia trota al otro lado de la barra y se mezcla un martini con dos
aceitunas rellenas.
—He oído que estás viendo a Schoenbach.
—¿Qué? ¿Dónde has oído eso? —pregunto.
La primera vez que conocí a Ophelia, nunca le di mi nombre. La
segunda vez que me encontré con ella aquí, tuvimos una rápida charla
en el baño de damas y me tomé el tiempo de presentarme
apropiadamente. Hay una calidez en ella, y es una de esas personas que
conoces una vez y sientes una conexión instantánea.
—La gente habla por aquí. —Ophelia hace un guiño y luego asiente
a Eduardo—. Schoenbach solía ser un habitual. Se dice que fue visto por
última vez aquí contigo... y no ha vuelto desde entonces.
Eduardo desliza un portavasos de cartón delante de mí antes de
entregar mi bebida.
—Gracias —digo, volviéndome hacia ella—. Nos estábamos viendo.
Supongo que sí. Si puedes llamarlo así. Pero ya no lo estamos. Resulta
que todo lo que me dijo era una mentira.
—¿En serio? —Se acerca a la barra, se sienta a mi lado y apoya su
cabeza en su mano, lo que tomo como una invitación abierta a derramar
mis tripas.
Así que lo hago.
Le cuento todo.
O al menos, mi versión de todo.
Dejo fuera algunos detalles escandalosos, algunas de las piezas
irrelevantes que Bennett compartió conmigo en confianza.
Pero ella entiende lo esencial. Cuando terminó, ella exhala, se
desinfla y se queda sin palabras. Su martini sigue intacto.
—No lo sé… —finalmente habla—. No tiene sentido.
—¿Qué parte? —resoplo y bebo a sorbos mi bebida.
—Todo. —Ophelia frunce el ceño—. Conozco al hombre desde hace
años. Años. Y nunca lo he visto salir con nadie, y ciertamente nunca lo
he visto con la misma mujer más de una vez. Pasó todo ese tiempo contigo
y se esforzó y se tomó todas esas molestias y básicamente te pidió que
pasara el resto de tu vida con él... ¿sólo para que la niña que adoptó
tuviera una figura materna?
—Confió en mí. Sabía que yo era buena con los niños. Y ya tenía una
conexión con ella, así que sí. A sus ojos, yo era probablemente su mejor
opción. —Tomó otro trago—. Además de sexo regular. No olvidemos eso. 188
Dios sabe que ya no puede llevar mujeres al azar a casa los fines de
semana.
—Es sólo que... el hombre que describes suena tan egoísta —dice—
. Y el Schoenbach que he conocido durante años es todo lo contrario.
—¿Qué quieres decir?
—Todos los años, tenemos una colecta de alimentos para el Día de
Acción de Gracias. Cada año dona el valor de un camión de comida
enlatada. Hace dos años, Eduardo mencionó que tomó un segundo
trabajo porque tenía que reemplazar el techo de la casa de su madre en
Naperville, Schoenbach, vino la noche siguiente y le hizo un cheque por
el techo. El año pasado, mi padre necesitó una cirugía de rodilla, pero el
seguro barato de culo que tiene sólo cubría una parte, y apenas cubría la
terapia física que iba a necesitar después de eso. Bennett se encargó de
ello.
—Esas son todas cosas extremadamente generosas, pero creo que
estamos comparando manzanas y naranjas aquí...
—Mi punto es que a Bennett le gusta cuidar de la gente. Y trata a
todo el mundo como a una familia. Al menos, a su manera. Sé que no es
cercano a su propia familia, así que siempre lo atribuí a eso. —Ophelia
se encoge de hombros, agitando su martini con un palillo—. Al final del
día, es este tipo rico y solitario con un corazón de oro puro. Como...
Batman.
Me río por la nariz.
Se siente bien reírse de nuevo. Me recuerda que soy humano.
Todavía vivo. Todavía capaz de sentir el otro espectro de emociones.
—Honestamente, Astaire —dice—. Si me gustaran los chicos, estaría
encima de él. Haría lo que fuera necesario para atraparlo. Eso. Abajo.
—Es bueno que ayude a la gente...
—No sólo ayuda a la gente —dice—. Es más profundo que eso con
él. Creo que está resentido con su dinero y lo regala, pero es tan bueno
en lo que hace, que gana más dinero del que puede gastar. —Levanta las
manos—. Sólo mi teoría. Pero creo que hay mucho autodesprecio debajo
de todo ese benefactorismo. Y tal vez por eso aleja tanto a la gente. Nunca
ha tenido una relación real desde que lo conozco. Siempre ha hecho lo
más casual. Salir con mujeres hermosas al azar cuando le apetece. Me
hace pensar que no se siente digno de ser amado.
Ella toma un trago.
Yo tomo un trago.
Un momento más tarde, después de que sus palabras se hayan
asentado, hablo.
—Eso es... profundo.
—Yo también estoy borracha. —Ophelia se ríe, presionando su mano
contra mi brazo—. Así que toma todo esto con un grano de sal.
—Lo haces sonar tan encantador... —Trazo la punta de mis dedos a 189
lo largo del logo en el lado de mi vaso, perdida en el pensamiento—. Pero
no puedo dejar de pensar en lo que dijo.
—¿Dejaste que te explicara?
Sacudo la cabeza.
—No. Sólo me dirá lo que quiero oír. Va a decir que no lo dijo en
serio. Pero si vuelvo con él, voy a cuestionar todo, todo el tiempo. Siempre
me preguntaré en la parte de atrás de mi cabeza si me quiere porque me
quiere, o porque le doy algo que necesita, algo que no puede conseguir en
ningún otro sitio.
—Cariño, escúchate. —Pone su mano en mi hombro—. Voy a decir
algo y no quiero que te lo tomes a mal, ¿bien?
Me preparo y asiento.
—Ese hombre puede tener cualquier mujer que quiera. Cualquier.
Mujer. Y tú eres una rubia inteligente, hermosa, de veintitantos años,
que ama a los niños. ¿En serio crees que eres la única rubia inteligente,
hermosa y veinteañera que ama a los niños en el mundo? Apuesto a que
podría buscar en este bar y encontrar al menos otras cinco que encajen
en ese perfil. Schoenbach podría hacer eso también. Pero te eligió a ti. Te
quiere a ti.
Exhalando, termino mi bebida, más mareada con los pensamientos
que cuando entré por primera vez.
El fondo de mi laptop quema mientras el ventilador se enciende la
noche del viernes. Honor termina su tercer rompecabezas de la noche y
yo vuelvo a leer el correo electrónico que acabo de enviar por trigésima y
última vez.

Para: AnonStranger@Rockmail.com
De: Bennett.Schoenbach@SchoenbachCorp.com
Asunto: Nada.
Astaire,
Es noche de viernes. La nieve cae en silencio afuera. La
chimenea llena la habitación con un cálido brillo. Honor
está trabajando en su tercer rompecabezas de la noche. Y tú
deberías estar aquí. Con nosotros.
190
Siento que escucharas esa conversación.
Pero incluso siento más que la creyeras.
Dije lo que dije, Astaire. Y tienes razón… soy un
mentiroso.
Le dije a mi hermano que no me preocupaba por ti porque
eres mi debilidad. Y si él supiera cómo me siento por ti
verdaderamente, lo destruiría de la forma en que destruyó
todo lo que alguna vez me ha importado en el pasado.
Así que, esa es la explicación.
Puedes elegir creerla o no.
Nietzsche dice: Quien lucha con monstruos debe
asegurarse que en el proceso no se convierta en un monstruo.
Y si miras lo suficiente en un abismo, el abismo te mirará
a ti.
Luchando con mi hermano, me convertí en un monstruo…
mintiendo, manipulando, y chantajeándolo para conseguir lo
que quería.
No me arrepiento de proteger a los que amo.
Me arrepiento de lastimarte.
Por favor, Astaire. Vuelve a mí.
Eres la única persona en el mundo con quien quiero vivir.
Tuyo (y siempre lo seré…
Bennett.

191
Llego a Starwood extra temprano el lunes por la mañana, mi coche
uno de los otros tres en el estacionamiento.
No podía aguantar ni un minuto más en los confines de mi
apartamento. Pasé la mayor parte del fin de semana en una neblina,
consumida por pensamientos que me arrastraban de una dirección a
otra. Debí convencerme de llamarlo cien veces, y luego me convencí de
que no lo hiciera cien veces más.
Intenté llenar mis horas con tareas insignificantes y sin sentido.
Lavar la ropa.
Limpieza.
Organizar.
Puse media docena de películas pero no pude terminar ni una sola.
Cada vez que miraba afuera, recordaba el muñeco de nieve que íbamos a 192
construir la semana pasada... y luego los pensamientos volvían a
aparecer en espiral.
El domingo por la tarde, me abrigué y me aventuré a dar un paseo
a pesar de los veintidós grados de temperatura y el brutal viento. Llegué
hasta Elmhurst, sólo para encontrarme con las cerraduras cambiadas y
un letrero de “nuevo propietario”.
Habían mencionado la venta del lugar, pero nunca estuvo en el
mercado hasta donde yo sabía. Lo menos que podían haber hecho era
enviar un correo electrónico...
En el camino de regreso, me detuve para tomar un té caliente en mi
café favorito, y luego me senté junto al fuego de leña crepitante para
calentarme y matar un poco más de tiempo antes de volver a casa.
Bennett ha llenado mi teléfono con mensajes, textos y llamadas
perdidas los últimos días. No he escuchado ni uno solo, pero no porque
no quiera escucharlo, sino porque me gustaría tener la cabeza despejada
antes de volver a sumergirme en... todo esto.
Soy demasiado emocional para pensar con claridad.
No confío en mí misma para tomar la decisión correcta, sea cual sea.
Reviso mi buzón en la sala de profesores.
Hago un café.
Atravieso el pasillo y veo la luz del aula de la señora Angelino.
Cuando paso, ella levanta la vista de su pupitre y luego la baja antes de
que tenga la oportunidad de saludarla.
Nada nuevo.
Estoy a cinco pasos cuando me detengo y contemplo la posibilidad
de regresar, fijarme en su puerta y explicarle la situación lo mejor que
pueda.
Pero entonces me convenzo de que no es así.
¿Qué podría decir? ¿Conocí a un extraño en un bar, me vio en una
cita con su sobrino y lo ahuyentó? Sólo puedo imaginar lo que Bennett le
dijo, si tengo que adivinar, fue algo parecido a que era un estafadora o
una cazafortunas.
Si todo lo que se necesita es alguna información falsa de tercera
mano para hacer que su mirada se desvíe cada vez que nos cruzamos,
entonces no vale la pena el oxígeno que respiraría tratando de explicar
esta enrevesada situación.
Además, no es ni aquí ni allá.
Agua bajo el puente... todo eso.
Un extraño punto en la interminable línea de tiempo que es mi vida.
Abro mi aula, enciendo la luz y cuelgo mi chaqueta en el gancho
detrás de la puerta del armario. La misma rutina, sólo que se siente 193
diferente, como si hubiera entrado en un universo paralelo donde todo
está un poco torcido.
El cielo exterior se ha iluminado desde que llegué aquí, el amanecer
pintando el cielo en tonos de naranja cremoso y púrpura con una sección
de azul pálido del color de los ojos de Bennett.
Dicen que la nieve se va a derretir en los próximos días, lo que
provocará varios agujeros fangosos y lodosos, pero no me importa.
Estamos mucho más cerca de la primavera, y con la primavera viene la
lluvia.
Solía encontrarlo deprimente hasta que Trevor dijo que le encantaba
la forma en que limpiaba todo y dejaba las cosas más verdes que antes.
No he mirado la lluvia de la misma manera desde entonces.
Trevor era bueno en ese sentido, viendo el lado bueno en los
momentos más oscuros.
Marqué con una “x” la fecha de ayer en mi calendario. Se acerca la
fiesta de San Valentín de la clase, lo que siempre me hace pensar en el
primer San Valentín que pasé con Trevor. Éramos estudiantes de primer
año en la Universidad Estatal de Indiana, sin dinero. Cocinamos una
pizza congelada de tres dólares y vimos P.D. I Love You de la cuenta de
Netflix de un amigo. Fue la primera vez desde el diagnóstico de Linda que
pasé un par de horas libre de las cargas de la vida. Cuando no trabajaba
a tiempo parcial en la tienda de fotocopias del campus y tomaba dieciséis
horas de créditos por semana, iba y venía a los tratamientos y exámenes
de Linda y a sus citas.
Trevor fue a todos y cada uno de ellos.
Nunca se fue de mi lado.
Nunca se quejó.
Traía su portátil y sus deberes y simplemente... estaba allí.
A veces pienso que la mayor parte del amor es simplemente
aparecer.
Una aclaración de la garganta en la puerta me saca de mi
ensoñación melancólica.
De pie en la puerta, Honor a su lado, está Bennett.

194
—Honor, hola. Bennett, te das cuenta que la clase no comienza por
otros cuarenta y cinco minutos… —Ella se levanta desde detrás de su
escritorio, tirando del dobladillo de su cárdigan rosa.
Honor salta pasándonos, cuelga su chaqueta y su bolso en su
cubículo, y se pone cómoda en la esquina de lectura.
—Estaba esperando verte. —Me tomo mi tiempo acercándome a
ella—. ¿Recibiste mi correo electrónico?
Su mirada se estrecha.
—¿Correo electrónico? No. No me di cuenta que volvimos a eso.
—No lo hicimos. Pero no estabas respondiendo mis llamadas o
escribiéndome, y no iba a venir a tu casa como un ex novio psicópata. —
Sofoco una risa, tratando de mantener esto ligero—. En verdad me
encantaría una oportunidad de explicar todo… con doloroso detalle si lo
deseas. 195

—Aquí no. Ahora no.


—Obviamente.
—Necesito preparar mi clase para hoy, así que podríamos…
—Eulalia está recogiendo a Honor hoy. Ella dijo que podía quedarse
tan tarde como lo necesitara —digo—. ¿Por qué no te recojo alrededor de
las cuatro? Hay algo que quiero mostrarte, y podemos hablar en el
camino.
Hay menos tensión en sus hombros de lo que había habido las
últimas veces que la he visto, y no está cruzando sus brazos, temblando,
o evitando mi mirada.
Es un buen comienzo.
Quizás necesitaba tiempo para calmarse y pensar las cosas.
Eso o está cansada en cada forma emocional y es inmune a la forma
en que mi presencia la hace sentir.
—Está bien —dice.
—¿Está bien? —Quiero asegurarme de que estoy escuchando
correctamente…
—Está bien.
—¿A dónde vamos? —Me abrocho el cinturón en el asiento del
pasajero delantero del todoterreno de Bennett el lunes después del
trabajo.
Él está conduciendo.
Nunca lo he visto conducir.
El cuero de ónix debajo de mí es suave y cálido y los copos de nieve
caen sobre el capó, derritiéndose en el impacto.
Estoy preparada para escucharlo.
No estoy preparada para lo que venga después de eso.
—Lo verás en unos veinte minutos. —Sale del estacionamiento de
invitados de mi apartamento y se dirige al cuadrante suroeste de la
ciudad.
196
La música clásica suena suavemente. Bajo la calefacción del
pasajero y me desabrocho la chaqueta.
Aclarándome la garganta, digo:
—Leí tu correo electrónico...
Me mira por el rabillo del ojo.
—¿Y?
—Fue... convincente.
—¿Sólo convincente?
—Tienes una habilidad con las palabras, Bennett. Puedes ser
persuasivo cuando lo necesitas. —Las casas que pasamos se hacen más
grandes con cada cuadra. No sé si he estado en esta parte de Worthington
Heights, pero he oído hablar de ella—. Supongo que me gustaría entender
mejor la dinámica entre tú y Errol. No entiendo por qué no pudiste decirle
la verdad. O por qué tenías que hablar de mí en absoluto...
—Mi hermano y yo tenemos una historia complicada, basada en los
celos y la competencia desde una edad temprana, debido principalmente
a que mi padre siempre nos empujaba a superar al otro. Yo siempre fui
el más fuerte, el naturalmente atlético y ágil. Él siempre era mejor en
cualquier cosa que requiriera atención a los detalles... dibujando,
esculpiendo, construyendo computadoras, cualquier cosa que tuviera
que ver con sus manos.
»Académicamente estuvimos codo con codo hasta que crecimos y se
centró menos en sus estudios y más en sus actividades
extracurriculares... —Bennett da un giro a la izquierda y mira por su
retrovisor—. De todos modos, cuando se trataba de elegir carreras y
universidades, mi padre nos empujó a ambos a ir a Harvard y a estudiar
economía. Esperaba que nos hiciéramos cargo de la corporación cuando
fuéramos mayores. Mi hermano se negó. Quería estudiar arte. A mi padre
no le gustó eso, así que empezó a prestarme toda su atención y afecto, si
es que se puede llamar así, y a fingir que mi hermano no existía. Después
de eso, fue una guerra. Cualquier cosa que mi padre me diera, cualquier
chica con la que saliera, cualquier cosa que creyera que significaba
remotamente algo para mí, la destruiría de cualquier manera que
pudiera.
—De acuerdo, era un joven infantil y petulante. Eso fue hace toda
una vida. No sé qué tiene que ver esto conmigo.
—Hace cinco años, nuestro padre murió. Un derrame cerebral
masivo. Salió de la nada. En la lectura del testamento, descubrimos que
dejó la mitad de su patrimonio a nuestra madre y la otra mitad a mí.
Errol no recibió nada. —Bennett se para lentamente fuera de un conjunto
de puertas de hierro y luego baja su ventana, introduciendo un código de
seis dígitos. Las puertas se abren y se detiene, dando un círculo y
deteniéndose completamente frente a una enorme propiedad de piedra
caliza con techos de gran inclinación e intrincadas crestas de hierro
197
fundido. Puertas dobles, brillantes y negras, con aldabas de acero
inoxidable, adornan el centro de todo. Una fuente de mármol negro
descansa sin vida y acondicionada para el invierno en el centro del paseo.
Todo en esta presentación es tan frío como bello.
Nada de esto parece un hogar.
—Aquí es donde crecí —dice—. Cinco mil metros cuadrados y tres
hectáreas de puro infierno sin adulterar. —Bennett se toma otro
momento—. Aquí es donde aprendí lo que era la familia. Lo que no era.
Al menos según los estándares de Schoenbach. Aquí es donde mi madre
trajo a Larissa a casa por primera vez y rápidamente se dio cuenta de que
había tomado más de lo que podía controlar.
Imagino que siendo un niño pequeño te dicen que has sido adoptado
por una familia para siempre, conduciendo hasta esta hermosa finca...
sólo para darte cuenta de que has sido colocado con la peor clase de
gente.
—Toda mi vida fue un gigantesco juego de ajedrez. Todo era un
movimiento. Estratégico. Manipulador. A veces yo era la torre. A veces
era el rey. Otras veces era un peón. Todos teníamos nuestros turnos.
Sin pensarlo, lo alcanzo, deslizando mi mano en la suya.
—¿Recuerdas la semana pasada cuando te dije lo que mi hermano
planeaba hacer una vez que obtuviera la custodia de Honor? —pregunta.
—¿Sí?
—El miércoles recibí una llamada de mi abogado. Resulta que el
idiota presentó la demanda de paternidad. Llamé a Errol, lo invité a venir,
le mostré las transcripciones de los mensajes. Le dije que si quería
continuar con la demanda me aseguraría de que todos sus conocidos
recibieran una copia de ellos. —El pulgar de Bennett roza la parte
superior de mi mano—. Sabía que estaba acorralado, así que empezó a
hacer preguntas sobre ti. Intentaba sacar lo que sentía por ti. No podía
dejar que pensara que me importabas porque habría encontrado una
manera de explotar eso, de aprovecharlo en mi contra.
—Sí, pero no me conoce. Y no tengo nada que ocultar. —No tengo
un solo esqueleto en mi armario, y nunca me he visto envuelta en nada
remotamente escandaloso. No hay nada que su hermano pueda
desenterrar de mí.
—No conoces a Errol o lo que es capaz de hacer. Es un sociópata.
No tiene una brújula moral. Un hábil manipulador que se siente un paso
por encima de la ley. Y mi madre es el doble de mala. Hacen un equipo
horrible. No sé lo que harían si eso significara conseguir lo que quieren...
y quieren a Honor fuera de su vida.
Miro la casa una vez más, y un escalofrío me recorre.
—¿Podemos salir de aquí?
—Por supuesto. —Me suelta la mano y se pone a conducir.
Estamos a dos kilómetros de distancia antes de que alguno de 198
nosotros vuelva a hablar.
—¿Entiendes por qué tuve que decir lo que dije? —pregunta—. Tenía
que proteger a Honor. Tenía que protegerte a ti.
Asiento. Si lo que dice es verdad... y mi instinto me dice que lo es...
entonces tiene sentido.
—Siento que hayas tenido que oír eso. Y lamento que hayas pasado
los últimos días dudando si lo que tenemos es real, pero te lo juro,
Astaire. Es lo más real que he sentido nunca. No puedo decirte cómo
sentirte, pero es real para mí. —Nos detenemos en un semáforo en rojo
cuando agarra un gran sobre blanco, doblado por la mitad, del visor de
arriba—. Esto es para ti.
El sobre está en blanco por fuera. Lo abro y saco un montón de
papeles, todos con el logo de un abogado encima.
La primera línea dice ACUERDO DE COMPRA.
—¿Qué es esto? —pregunto.
El semáforo se pone en verde, y nos dirigimos hacia adelante.
—Sólo léelo —dice.
El papeleo es del sábado pasado.
Escaneo la jerga legal hasta que llego a la línea que dice claramente
que el TEATRO ELMHURST es de ahora en adelante propiedad de
ASTAIRE CARRARO.
—Oh, Dios mío. —Dejo que los papeles caigan en mi regazo.
—Te encanta ese lugar —dice—. Mencionaste durante el tour que los
dueños estaban pensando en venderlo, así que hice algunas
averiguaciones con todo mi tiempo libre las últimas dos semanas. Resulta
que tenían una lista de bolsillo con un comprador interesado que tenía
toda la intención de derribarlo y reemplazarlo con condominios.
—Salvaste el Elmhurst... —Arranco una sola lágrima feliz antes de
entrelazar mis dedos con los suyos—. Eres un santo. De verdad. No tienes
ni idea de lo mucho que esto significa para mí. Pero no tengo los medios
para restaurarlo... no tengo el...
—He reservado un fideicomiso que debería generar suficiente interés
para cubrir el mantenimiento en curso. También he reservado una
cuenta para cubrir las renovaciones, actuales e imprevistas.
Ahora tiene sentido por qué los dueños no enviaron un correo
electrónico. Apuesto a que Bennett les pidió que lo mantuvieran en
secreto porque quería ser él quien me lo dijera.
—Además, ¿sabías que los tres pisos sobre el teatro habían sido
utilizados como espacio de almacenamiento durante los últimos veinte
años? —pregunta.
—¿Supongo? Nunca tuvimos ninguna razón para subir allí.
—Honor y yo recorrimos el lugar el fin de semana pasado, y
pensamos que sería un lugar maravilloso para vivir. 199
—¿Qué...?
—Ese vecindario está en una zona de gran auge, familiar, cerca de
su escuela, con muchos parques... —dice—. No necesita crecer en un
ático. Necesita crecer en un hogar. Así que vamos a convertirlo en un
hogar, y nos honraría que te unieras a nosotros en ese proceso.
—¿Me estás pidiendo que me mude contigo?
—Sí. —Se vuelve hacia mí.
—Vaya. —Me reclino en mi cálido asiento, viendo cómo el mundo
gris se desvanece en el pasado.
—Sé que es mucho para asimilar de una sola vez. Y quiero que sepas
que no espero una respuesta inmediata —dice—. Y, sin importar lo que
elijas, el teatro y todo lo que viene con él... es mi regalo para ti.
Recuerdo mi conversación con Ophelia el viernes pasado, cuando lo
llamó un hombre rico y solitario con un complejo de Batman.
También pienso en lo que dijo sobre cómo él podría tener cualquier
mujer rubia, de veintitantos años, amigable con los niños en el mundo y
aun así me quiere a mí.
Volvemos a mi apartamento en silencio, juntos pero solos con
nuestros pensamientos.
—Te acompaño —dice.
—Gracias por mostrarme dónde creciste hoy. Imagino que no fue
fácil para ti volver allí.
Me ofrece una sonrisa de dolor.
—Es la primera vez que pongo un pie en la propiedad de mi madre
en años.
—Yo... —Mis palabras quedan atrapadas—. Siento no haberte dado
la oportunidad de explicarte.
—Astaire, por favor. No te disculpes. Lo que escuchaste fue
terriblemente perturbador. Tenías todo el derecho de tomarte un tiempo
para calmarte antes de escucharme.
—Una vez me dijiste que debería creer a la gente cuando me
muestran quiénes son —digo—. Y me estoy pateando porque, desde el
principio, me mostraste quién eras realmente. Tu corazón de oro estaba
en los detalles. En las pequeñas cosas. Todo el tiempo. Y odio haber
dudado de ti por un minuto.
Cierra el espacio entre nosotros, con su mano levantada hasta mi
cadera.
—Es natural cuestionar las cosas, especialmente cuando parecen
demasiado buenas para ser verdad.
—Lo parecen —digo yo—. Esta cosa que tenemos. Es como un sueño
a veces de lo bueno que es.
200
—No podría estar más de acuerdo.
Levanto mi mano hasta su mejilla, las yemas de mis dedos rozan su
afilada mandíbula, y su boca baja hasta la mía. El calor florece a través
de mi cuerpo, y por primera vez en casi una semana el vacío apretado de
mi pecho desaparece.
—Te amo, muchísimo, Astaire. —Me quita un mechón de la cara—.
Eres el para siempre para mí. Nunca habrá nadie más.
—Yo también te amo. —Inhalo su olor familiar, arrastrándolo hasta
mis pulmones y sosteniéndolo un momento. Mi boca se levanta por un
lado y mi dedo roza su cintura—. ¿Quieres entrar un poco...?
Reclama mis labios una vez más.
—Un rato, y luego te llevaré a casa conmigo. Donde perteneces.
—¿Qué está haciendo ella, tío Bennett? —pregunta Honor desde la
tercera fila mientras George lee un papel en el asiento del conductor y
Astaire camina hasta la tumba de Trevor—. ¿Qué son todas esas cosas
grises? ¿Por qué algunas son más grandes que otras?
—Ella está visitando a un amigo —digo.
—¿Un amigo que vive en una de esas cosas grises?
—El amigo vive en el Cielo, como tu madre. Las cosas grises son…
—Dios, soy terrible en esto. Si Astaire estuviera aquí, ella sabría
exactamente qué decir, pero hizo esta pequeña incursión para nosotros
en el último minuto—. Las cosas grises tienen sus nombres y cumpleaños
en ellas, y es como los recordamos.
—¿Así que su amigo vive con mi mamá? —pregunta.
Sopeso mi respuesta.
201
—Sí.
—¿Crees que se conozcan?
George desaprueba en voz baja, sus ojos sonriendo en el retrovisor
cuando levanta la mirada.
—Imagino que se conocen para ahora. —Miro por la ventana a
tiempo para ver a Astaire regresando.
Ella se desliza a mi lado con una sonrisa de ojos llorosos.
Coloco mi mano sobre su muslo.
—¿Está todo bien?
Astaire asiente.
—Hoy habría sido su cumpleaños número veintisiete.
Es todo lo que dice, y no indago. Sé que lo que tuvo con Trevor fue
especial, pero tengo que recordar que fue especial a su propia manera.
Lo que ella tiene conmigo es separado, diferente y especial a su propia
manera.
—¿Todos tienen el cinturón de seguridad abrochado? —pregunta
George.
Deslizo mi mano en la de Astaire y reviso el asiento trasero para
asegurarme de que Honor todavía está asegurada en su silla.
—Sí, vámonos —digo.
Pasamos la tarde en la ciudad, deteniéndonos por unas horas en el
acuario antes de llegar a una función temprana de Disney… dos cosas
que nunca soñé que estaría haciendo en esta vida.
Cuando terminamos, George nos lleva a una noche para dos con una
cena en el Sol Bleu y una noche en el Hotel Península. Él llevará a Honor
a casa, donde Eulalia estará esperando.
A Astaire no le interesan estos gestos, pero después de la semana
que tuvimos, necesitamos esta noche.
Y algo me dice que será una para los libros…

202
—Eres tan bueno con ella —susurro desde la puerta de Honor la
noche del sábado. Ella se durmió en el sofá después de su baño,
acurrucada contra Bennett con su osito de peluche gris metido bajo un
brazo.
Él apaga la lámpara sobre su vestidor y cierra su puerta sin hacer
ni un sonido, encontrándome en el pasillo.
—Creo que la agotamos este fin de semana.
Bostezo.
—Yo igual.
Sus dedos trazan la parte baja de mi espalda mientras nos dirigimos
a su habitación… nuestra habitación.
Anoche, él me llevó por una cita sorpresa en la ciudad que consistió
en increíble comida francesa, sexo caliente, más sexo caliente, un sueño 203
de mil años en la cama más suave conocida por el hombre, sexo en la
ducha por la mañana, y un desayuno de servicio a la habitación para
morir.
En el camino a casa, me pidió que me mudara con él oficialmente.
Le dije que podríamos hacerlo oficial este verano, después de
nuestro viaje de tres semanas a la Isla Marco… una tradición que íbamos
a continuar en memoria de Linda.
Nos subimos a la cama, acurrucados juntos, y exhalando la locura
de la semana pasada.
O al menos yo lo hago.
Tengo la sensación de que Bennett nunca perdió la esperanza,
nunca dudó ni por un segundo que todo se resolvería al final.
—¿Por qué crees que Larissa quería que yo criara a Honor? —
preguntó Bennett a través de un bostezo.
—Eso es al azar.
Él bufa.
—Lo sé. Solo ha estado en mi mente.
—No es algo por lo que puedas solo llamar a tu chico y conseguir
una respuesta una semana después —bromeo—. Estoy segura que no
estás acostumbrado a eso.
—Cierto.
—Vas a tener que hacer las paces con nunca saber. —Ruedo hacia
él, descansando mi brazo sobre el calor irradiando de la parte superior
de su cuerpo—. Pero me gusta pensar que ella vio algo en ti que nunca
has sido capaz de ver por ti mismo.
—¿Como qué?
Lucho con una sonrisa, sabiendo lo loco que va a sonar.
—Cuando las personas te miran, ellos ven ya sea a Bruce Wayne…
o a Batman. Creo que eras su Batman.
Bennett está quieto, en silencio.
Y entonces se ríe. Se ríe.
Bennett Schoenbach… riendo.
Y en la oscuridad, lo veo limpiar una sola lágrima.
—Mi Dios, Astaire, es lo más gracioso… lo más triste que he
escuchado. —Me tira contra él—. Pero en la forma más extraña, tiene
perfecto sentido.
Acuno su rostro y presiono un beso contra sus labios.
—Siempre he sabido que eras un gigante blando en el interior,
Schoenbach. Ahora ve a dormir.
—Te amo.
—También te amo. 204
Tres meses después...

—¡Lo tengo! —Los pasos de Honor pisan el pasillo el viernes por la


noche y giran hacia la puerta antes de que pueda detenerla.
No será la pizza. La pedimos hace sólo cinco minutos.
—¿Esperas a alguien? —Astaire levanta la vista de la pila de papeles
que está calificando y pone pausa a Some Like it Hot.
Sacudo la cabeza, pongo mi primera edición de Phaedo a un lado
antes de seguir a mi hija a la puerta, que ya tiene abierta.
—Bennett, hola. —Deidre del 6A está al otro lado del umbral,
saludándome con una sonrisa confusa en sus labios rojos—. Me estaba
dirigiendo hacia una salida nocturna. No contestabas el teléfono y hacía
tiempo que no te veía, así que vine a ver si querías unirte, pero parece 205
que tienes compañía.
Su mirada cae sobre Honor antes de levantarse hacia mí otra vez.
—Deidre, esta es mi hija —le digo.
Honor desliza su mano en la mía, apoyándose en mí. Hace un par
de meses me preguntó si podía llamarme “papá”. Por supuesto que le di
un rotundo sí. Me tiene de por vida. Pero en el fondo estaba seguro de
que pasaría un tiempo hasta que se sintiera natural.
Oh, qué equivocado estaba.
—Estamos comiendo pizza. ¿Quieres entrar? —pregunta Honor—.
Mi mamá está en la otra habitación viendo una película aburrida, ¿pero
puedes hacer un rompecabezas conmigo si quieres?
Miro detrás de mí, preguntándome si Astaire puede oír algo de esto.
Honor nunca se ha referido a ella como su “mamá” hasta ahora.
—Oh, no, gracias, cariño. No quiero entrometerme en tu... tiempo
familiar. ―Deidre habla con mi hija pero me observa. Su mirada de color
avellana es vidriosa, su tono sobre compensa el ardor del rechazo que
imagino está experimentando.
Nuestros encuentros nunca fueron importantes, al menos no para
mí. Pero imagino que siempre hubo una corriente subterránea de
esperanza en cada una por su parte, que elegí ignorar.
Últimamente he estado trabajando en ser sensible a los sentimientos
de los demás. Ayuda tener una novia que es un libro abierto y una niña
que experimenta todo el espectro de las emociones en un abrir y cerrar
de ojos.
―Gracias por pasar, Deidre. —Pongo mi mano en la puerta y hago
una nota mental para borrar su número—. Que te vaya bien.
Cuando vuelvo a la sala, Honor ya está allí. Arrodillada frente a
Astaire, rebotando emocionada.
—¿Qué está pasando? ―pregunto.
—Honor acaba de preguntar si puede llamarme mamá. —Astaire me
estudia—. Le dije que es algo que tú y yo discutiríamos más tarde.
—¡Está bien! —Sin inmutarse, Honor vuelve a su rompecabezas en
el suelo. Un minuto después, se aburre de él, optando por saltar por el
pasillo a su dormitorio.
—¿Te molestaría si me llamara mamá? —pregunta Astaire cuando
Honor está fuera de la vista—. Quiero decir, me parece bien si eso es lo
que ella quiere... y si eso es lo que tú quieres.
Me siento a su lado, pongo sus papeles en la mesa de café y la llevo
a mi regazo.
—En lo que a mí respecta, Astaire, ahora eres su madre. —Le quito
un mechón de cabello suavemente de su mejilla, poniéndolo detrás de su
oreja—. La arropas. Le lees historias. La bañas. Le vendas sus rodillas
raspadas. Cantas sus canciones. Amas a su padre incondicionalmente,
206
más de lo que probablemente se merece.
Me las arreglo para sacarle una lenta sonrisa.
—Somos una familia —le digo—. Nosotros tres. Esta es tu familia.
Tú perteneces aquí. Con nosotros.
—Lo sé —dice. Cree que la estoy acosando otra vez para que se
mude—. Mi contrato de alquiler se vence en junio, ¿recuerdas?
—No es eso de lo que estoy hablando.

Astaire levanta una ceja.


—Quiero hacer esto oficial —digo.
—Una vez me dijiste que pensabas que el matrimonio era una
institución anticuada...
—Y en muchos sentidos todavía me siento así, excepto cuando se
trata de ti. —Pongo su cara en mis manos, pruebo sus labios—. Llámame
anticuado, pero la idea de pasar el resto de mi vida cuidando de ti me
hace sentir cosas que nunca creí que fuera capaz de sentir.
—¿Sí? ¿Cómo qué?
La beso de nuevo, mi boca roza la de ella.
—Todo.
—¿Todo?
—Estaba entumecido antes de conocerte —digo—. Pero contigo,
estoy vivo por primera vez. Haces que todo sea nuevo y excitante y sé que
sueno como una tarjeta de felicitación ahora mismo pero no me importa
porque quiero pasar el resto de mi vida contigo, Astaire Carraro. Y quiero
que sepas que te amo más de lo que he amado algo en toda mi vida. Eres
mi persona. Eres mi razón. Eres todo mi maldito mundo.
Las lágrimas nublan sus ojos y sus palmas descansan contra mi
pecho. Estoy seguro de que mi corazón late a cientos de kilómetros por
hora.
―Cásate conmigo, Astaire Carraro. —No tengo un anillo y esta
propuesta no estaba planeada, pero no soy nada sino un oportunista—.
Pasa el resto de tu vida conmigo. Con nosotros.
Su mirada azul bebé busca la mía y por un momento, juro que el
para siempre pasa ante mí como en las escenas de una película.
Astaire en blanco.
Astaire sosteniendo un bebé en sus brazos.
Astaire animando a Honor en un partido de baloncesto.
Astaire obligándonos a posar para fotos frente a un castillo de un
parque temático.
Astaire acostada en la cama a mi lado, yo citando a Platón, mientras
disfrutamos de una intensa discusión sobre la antigua filosofía griega
207
antes de saltar el uno sobre el otro...
—Sí. —Traza la punta de su dedo a lo largo de mi mandíbula antes
de inclinarse para un beso—. Sí, me casaré contigo, Bennett Schoenbach.
Tres años después...

—¿Cómo me veo? —Astaire pasa las palmas de sus manos por el


vestido dorado que abraza su cuerpo y hace juego con su alma.
—Preciosa. —Hago rebotar a nuestro hijo, Charlie, en mi cadera. Sus
ojos azul Schoenbach se iluminan cuando ve a su madre—. Que tarde.
Se suponía que debíamos bajar las escaleras hace diez minutos...
—Rápido, rápido, rápido. —Se inclina sobre el tocador, deslizando
una barra de lápiz labial rosa sobre sus labios regordetes—. ¿Está Eulalia
aquí?
—Está con Honor en la sala de juegos.
Por supuesto. Esas dos son inseparables. Y Eulalia es prácticamente
familia, lo más cercano a una abuela que nuestros hijos tendrán jamás. 208
Astaire recoge el dobladillo de su vestido en sus manos y entra en
un par de tacones de aguja llenos de cristales antes de tomar su estola
de piel sintética.
Es la gran reapertura de Elmhurst, tres años de preparación.
Aunque esperábamos tener el lugar listo y funcionando mucho
antes, también queríamos darle una restauración completa, lo que
implicaba permisos, bloqueos de carreteras, cientos de llamadas
telefónicas a expertos, horas de trabajo interminables buscando diversas
antigüedades relacionadas con el teatro en todo el mundo, entre muchas
otras cosas.
También estaba el diseño y remodelación del espacio en el hogar de
nuestros sueños...
La venta de mi corporación.
El año que pasamos rebotando por todo el mundo, dondequiera que
el viento nos llevara...
La boda en Suiza con Ophelia oficiando...
El nacimiento de nuestro hijo a finales del año pasado...
Ahora que hemos vuelto a casa y nos hemos establecido,
comenzamos recientemente el proceso de estudio del hogar, con la
esperanza de acoger a un niño o dos en un futuro próximo y con la
intención de adoptar en algún momento.
—Estoy muy nerviosa. —Le sonríe a nuestro hijo, le hace cosquillas
en la parte inferior de la barbilla y se inclina para darle un beso, dejando
una mancha en forma de boca en su mejilla regordeta—. Espero que a
todos les guste lo que hicimos.
—¿Cómo no podría? Será como caminar directamente a 1921. Has
tomado un teatro destartalado y lo has convertido en la joya del
vecindario. La gente va a venir de todas partes para ver este lugar. Ahora
vayámonos ya. No sé si has mirado fuera últimamente, pero la fila ya está
en está manzana...
Astaire corre hacia la ventana, mirando hacia abajo.
—Oh, Dios mío. Lo está.
Dejamos a Charlie con nuestra indispensable Eulalia en la sala de
juegos de los niños y bajamos, accediendo por la entrada privada que
habíamos instalado durante la renovación.
—¿Lista? —Tomo su mano. Ella asiente.
En el momento en que llegamos a la esquina, nos saludan con un
estridente:
—¡SORPRESA!
Hice que el gerente reuniera a los voluntarios originales, con los que
Astaire trabajó hace años, para dejarlos entrar temprano para un
momento privado juntos.
209
Astaire jadea, se lleva las manos a la boca, y luego corre hacia ellos,
repartiendo abrazos como si fueran caramelos en un desfile.
A lo largo de los años, hemos aprendido que no importa cuán
pequeña o desconectada sea tu familia de origen porque los amigos
también pueden ser familia. Ophelia y Astaire son como hermanas hoy
en día. Y ella ha hecho un sinfín de nuevas conexiones en todo el mundo,
así como un puñado de mamás amigas de varios grupos de juego de la
ciudad.
Yo también me he estado esforzando más...
Expandiendo tus horizontes de amistad más allá de Jax y tus otros
amigos de “a veces”, como lo dijo tan delicadamente una noche.
Mi próxima cita con la doctora Rathburn es dentro de un mes.
Afortunadamente, no he tenido brotes o signos de rechazo desde mi
último episodio hace tres años.
Astaire dice que es porque finalmente he aceptado el amor en mi
corazón y que el amor lo cura todo.
A pesar de todo, la vida es buena.
Desafortunadamente, no puedo decir lo mismo de mi hermano. Me
enteré por la prensa que su adopción fracasó, y también oí que Beth
conoció a alguien nuevo, un gran-súper-increíble Rothschild que conoció
en una recaudación de fondos a la que asistieron juntos. Beth pudo haber
fingido ignorancia la mayoría de las veces cuando se trataba de mi
hermano, pero nunca fue tonta. Tuvo que haber visto que el barco se
hundía y lo abandonó en la primera oportunidad que se dio.
Mi madre tuvo un infarto cuando se enteró que había vendido la
corporación, o al menos eso es lo que escuché de mi secretaria en ese
momento. Desactivé su tarjeta de acceso al edificio y mi personal tenía
órdenes estrictas de dirigir a mi madre a una cuenta de correo de voz
ficticia que había configurado el departamento de informática para filtrar
específicamente sus mensajes incesantes.
Pero las llamadas se detuvieron eventualmente, y ella nunca intentó
venir con una de sus infames e improvisadas reuniones cara a cara.
Se rumora que se registró en un “santuario de bienestar” para
descansar y relajarse poco después de la venta, pero los que saben
afirman que tuvo un pequeño colapso y que ha estado viviendo como una
reclusa en la finca de nuestra familia.
No puedo decir que me sienta mal por ella. No puedo decir que me
haya molestado en preocuparme por lo que ella está haciendo estos días.
Estoy demasiado ocupado para ocuparme de asuntos insignificantes o de
gente miserable y egoísta.
Las únicas cosas que merecen un gramo de mi tiempo... están en
este edificio.
Todo lo demás es ruido.
—Está empezando a llover. —Astaire me tira de la manga—. 210
Deberíamos dejarlos entrar.
—Martin, abre las puertas, por favor —le digo al gerente.

Estaba lloviendo el día que conocí a la amable desconocida que


cambió para siempre la trayectoria de mi vida para mejor, y desde
entonces, siempre he visto la lluvia como un signo de buena suerte.
Winter Renshaw

Winter Renshaw es una autora de éxito de


ventas de Wall Street Journal y #1 de Amazon que
escribe historias sexys, conflictivas y con corazón.
Sus libros incluyen the Never series, the
Arrogant series, las novelas independientes Vegas
Baby and Dark Paradise.

211
212

También podría gustarte