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Inversiones dialécticas

Llegué antes de hora, esperé en la puerta, como casi siempre, como casi con todos. Era el número quichicientos,
últimamente me sentía un Rappi de síntomas que debía pagar por entregar su pedido cuerpo-mente-alma. Ese día, ya
había masticado el pedido, acostumbrada y adelantándome, escribí la anamnesis en un par de hojas. Justo a punto de
tocar el timbre, escucho mi nombre gritado desde el cielo. Me asomo y veo una cabeza danzante y unos brazos que
se agitaban: decile a Mabel que te abra y subí. Le hago señal del pulgar mientras pienso quién carajos es Mabel,
bueno, no hay mucho que pensar, la portera, seguro. No veo a nadie por ahí, pero justo sale una mujer apurada y me
cuelo por la puerta que dejó abierta.
Subo al séptimo por escalera, todavía no podía subir ascensores. Una vez ahí, veo la puerta abierta: Hola, hola, ¿puedo
pasar? Dale, dale, acá estoy. Qué raro todo, resuena en mi mente, ¿habré copiado bien la dirección? Ingreso ansiando
encontrar lo mismo de siempre: el diván, el escritorio, la silla, libros de Freud, Lacan, Massota, Bleger, Ulloa, tal vez
algunos filósofos. Me calma saber que todo eso está ahí, pero me inquieta no ver a nadie, solo sentir un leve ronquido.
Una vez que mis ojos equiparan la agudeza de mis oídos distingo la cabeza danzante ahora flotante sobre un
almohadón rojo, sobre un diván negro, sobre una alfombra gris, sobre un piso que se extendía bajo mis pies y me hacía
temblar de ansiedad y miedo. ¿Adónde me metí? ¿Digo hola o salgo corriendo? ¿Avanzo o sigo con el clona, la
fluoxetina y los pánicos nocturnos? ¿Hablo o…?
La cabeza gira a la izquierda y dice: perdón, perdón, me dormí, me tuve que tomar un miorrelajante porque ayer entrené
mucho y me duele todo. ¿No te jode no? Y sin esperar mi respuesta: Mirá, por hoy hagamos así, sentate ahí detrás del
escritorio, yo te hago algunas preguntitas como para conocerte, y si te dan ganas, podés escribir también, así me
quedan las notas, la verdad que se me parte la cabeza. Un poco atónica, pero divertida ya (era una anécdota más,
material para el taller literario) le digo: Mirá, te traje la anamnesis, la hice yo. ¿Lo qué? No, dale, sentate y hablemos,
tranquila, vas a ver que en poco tiempo ya estamos curados, vos de la cabeza y yo de los dolores. Ah, si querés fumar,
no hay drama, fumá de los míos, por ahí te relaja.
Veo un atado de cigarrillos por la mitad y prendo uno, yo no fumo, fumé tiempo atrás, pero evidentemente eso era un
sueño lúcido, así que podía hacer lo que quisiera.
La cabeza se apoya sobre el lado izquierdo y la voz, ahora impostada, pregunta: Bueno, contame, ¿qué te trae por
acá?
Empiezo a relatarle acerca de mi fobia: mirá, tuve que subir los siete pisos por escaleras, hace tiempo no puedo subir
en ascensor, y eso va limitando mi mu…
Nooo, pero hacés bien, estos ascensores son una porquería, seguro que se quedaban en medio de dos pisos. Después
encima te tengo que cobrar la consulta, por más que tarden dos horas en sacarte y pierdas la sesión. Está perfecto. A
mí me pasó varias veces. Nunca tuve fobias, pero de tanto quedarme encerrado en los ascensores ahora veo las
puertas de metal cerrarse al igual que el nudo en la garganta, son cinco pisos de plegarias al cielo y recién respiro
cuando salgo. ¿Una vez sabes lo que me pasó? Fue un viernes, tarde, un fin de semana extra largo, nadie en el edificio,
mi celu con poca carga, llamé a la emergencia de ascensores pero claro, ¿quién les iba a abrir? Tuve que esperar al
sábado a la mañana que llegara la portera. No se pudo usar ese ascensor por un mes, imagínate el olor. Porque claro…
El cuento seguí y las palabras-cuentas de rosario se sucedían con las de las señoras hincadas de rodillas de días de
semana de iglesias cuasi solitarias. Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres. Amen. Amen. Amen.
¿Amo? ¿Amo y esclavo? ¿Amor al otro? ¿Amé a alguien? ¿El señor me ama? Mi mamá me ama… no, no me ama,
por eso estoy acá. ¿Acá? De fondo, seguían las oraciones pidiendo por el cura de los ascensores y el rey del oxígeno
para que los pulmones aguanten la subida hacia el séptimo… Y el séptimo día descansó. Dios bendijo ese día y lo
apartó, para que todos lo adoraran. Porque en el principio, era el Verbo, el Verbo era Dios y el Verbo se hizo carne…
Carne que palpita, que duele, que sangra, que se hiere, fuente de todos los placeres y los padecimientos. Y la cabeza
flotante que no para de recitar, y la mía que se nubla, que de pasa de sólido a líquido, y luego a gaseoso mezclando
con el humo que sale de mi boca, que siempre se equivoca. De pronto, todo fue un blanco grisáceo calles de
Whitechapel con Jack el destripador a la caza de prostitutas. De pronto mi abuela que decía que debía cuidarme de
los hombres. De pronto esa cabeza flotante masculina saliendo de la niebla y acercando sus manos a mi cuello,
ciñéndose alrededor, un último intento de tomar aire y… la nada misma.
No sé cuántas horas no estuve acá, pero cuando desperté, el humo se había disipado. La habitación estaba vacía. Me
levanté y casi corriendo me precipité hacia la puerta entreabierta, me tiré de cabeza al ascensor y apreté Planta Baja.
El ascensor se detuvo a los dos segundos. Tenía mi botella de agua y mi clona sublingual en la cartera, pero en cambio,
saqué el rosario y: en el Nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.

Julieta

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