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El miedo al error es ya el Error en sí.

George W. Hegel.

—A ver si puede engañársele… El rumor del aire. Claro y en paz, tú vas directo a tu lugar.
Estás dormido. El Joaquín fue el primero: trotó hacia René… Sainz, bloqueándole el estrecho
camino hacia su oficinita; Ninguno dice nada al otro, pero… la esquiva mirada con la que se
enfrenta no tiene razón de ser, es el sello de Sainz: el primero en hartarse: chasqueó los dedos
en la cara de su jefe diciéndole en voz alta y lentamente “¿Estás aquí? ¡Ei, despiértate, Sainz,
…René!”. El más maleable, sumiso, y amable de entre los 4 socios, tenía una cínica forma
de humillación, superior a los miles modos de maltratar a los empleados que los demás socios
El camino único hacia ti
Es el único que siempre no tomo
Escabroso terreno
El más sucio, el más retorcido
Que jamás he conocido

Siempre ha sido parte de mí


Sólo verte desde arriba y enviarte lejos
Por caminos
El cuento más aburrido. Otra frase sin fin ni remedio. Llevar el balón ponchado de un lado
a otro. Cuenta la historia de las piedras que pateaste en el camino. Lo que no eran piedras.
Lo que no pateaste. Cráneo sin aire; otro sueño remolino. Sin lenguaje; ni amor ni Dios ni
Ley; sólo un Orden; en el simple sonar sentidos, en la consecuente salivación
Respirar es la palabra clave.
Todos sabemos hacerlo, desde siempre.
Pero yo nunca he sabido cómo se debe hacer.
Y aún no hago nada al respecto
Cómo no agitarse si de nuevo
Se respira, se exhala de nuevo u de nuevo se inhala
Sin jamás poderte tomar un respiro.
Pararse a pensar
Detenerse a pensar, aún estando desde siempre inmóvil, para dejar de ser ya, en esta
situación desesperante, la desesperación de ninguna cosa nacida, para desde el mismo
comienzo, el ser de la esperanza asesinar, decir su nombre por primera vez aquí, de golpe,
como entró el pensamiento, en esta cabeza, en este cuerpo, insuflándole vida como Espíritu,
estos pensamientos… incontinencia metafísica… este montón de desechos… un montón...
como la mierda que más que vivir permite avivar la vida en la tierra, fertilizante, la vida
que la Vida no reconoce como tal, de lo que la Esperanza lo que es morirse al fin
Digamos lo que nos queda. Aquí no hay nada qué decir. El puro yo pienso en mí es puro
vacío de mí. En este pedazo de nada hay un pesaroso sentir: poder ser un Pedazo de nada.
Dónde está el miedo de
Desde siempre quise decir a esto. Eso fue un impulso algo falso. Siempre quise decirlo. Es
verdad. Que me empuja. El deseo. Hay en este algo de terco, algo de presa, algo de filtro,
etcétera. Aquí es donde siempre me detengo, pues, más allá de querer haberlo dicho todo
enmudeciendo, sin haber pronunciado nada siquiera, puede decirse ya: esto era todo lo que
yo quería decir. Aquélla sufre de nuevo, cuando decimos de nuevo, que sufre de nuevo,
cada vez que decimos… aquélla forma de sufrir de nuevo nace. Pobre mujer. Aunque nunca
mejor amada como ahora, de nuevo, se dijo, el dolor que de nuevo nada tiene —de nuevo.
Nada se me ocurre para comenzar a decir aquí, más allá de que no diré nada que no se haya
dicho ya antes; nada se me ocurre mejor que no decir nada incomprensible. Pero qué es lo
que estoy diciendo, ya lo oíste, se perdió entonces. Piedra. Jugosamente. Fermento. Osario.
—esto precisamente, son palabras que no quieren decir nada (al menos no por sí solas).

Había despertado sin saber su nombre.


—Ronald Reagan —se dijo tambaleando la cabeza desorientado—, ése fue un buen
presidente.
Miró de aquí a allá, no sabiendo.
—El sujeto al parecer, nada ve, a su alrededor, que le sea amenazante —apuntó el grupo de
psiquiatras, que, se acercaban despacito hacia él–; la causa de sus gritos de dolor aún está en
discusión.
Robinson Crusoe, cruzó por la mente del mentecato. Balbuceando un «no» incomprensible,
fue atravesado por o atravesó por un «ritual» de iniciación sin fin alguno.
Primero, nada decían. Y ese enorme vaso metálico apareció en las manos del médico que él
tenía delante. Segundo, seguían diciendo nada. Y el agua derramada del recipiente caía sobre
los tenis del sujeto, ya empapados. Y este gemía y sollozaba en un seco llanto desconocido.
Y tercero, sus manos se abrían y cerraban mientras movía los codos, esto, sin despegar sus
muñecas de los fríos descansabrazos de acero de su silla: como un mimo atado a ella sin estar
a ella atado. Y tercero el
Un joven gemía sentado en el centro de un cuarto austero, algo amplio, con apenas el
enjarrado de un gris, mojado y más oscuro en algunas partes que en otras. Los ojos sufrientes
del muchacho miraban no sabiendo, al grupo de psiquiatras presente

mientras un grupo de psiquiatras le rodeaban, ofreciéndole el tratamiento que curaría al pobre


chico, si no fuera este la causa misma de su mal y su tormento. Ellos solo mostraron las
palmas de sus manos, como un gesto de paz, que lo tranquilizara, lo que lo impacientó desde
un principio. Mientras más se le acercaban, con ese gesto ingenuo,
gimoteaba y sus manos descansaban sobre los brazos de la luz de cien watts, amarilla, sobre
la cabeza del muchacho brillaba,

destinado al descubrimiento y tratamiento psiquiátrico parecido a una húmeda habitación


de tortura

En una silla de aluminio, se veía un pobre joven, sentado en medio de un cuarto iluminado
por una sola luz sobre la cabeza del muchacho, que gemía, en ocasiones balbuceando algún
«no» pasado por alto por completo, por la gente que le rodeaba, torturándolo, creían ellos, al
principio, con su sola presencia, o por estar rodeándole; en realidad, era ese verde apagado,
casi caqui, de sus gruesos overoles. ¿Qué clase de cuerpo psiquiátrico se uniforma de
Él —Horacio–, está perdido en lo que se mira, por las tres ventanas de la casa de enseguida,
tras la penumbra de la ventana del cuarto de arriba, de su casa vacía, por las
Lo que se mira en la penumbra de la ventana de Horacio, se llama Alicia, en su día a día, es
su actividad casual, lo que lo levanta cada día y su único deleite en vida. La casa del padre
de ella —Casimiro–, adjunta a la de Horacio, aunque separada por una enclenque malla
metálica, contando sólo con tres pequeñas ventanas —visibles para el vecino fisgón–, le
cuentan la vida de una joven oprimida, sometida, al encierro en una casa familiar: y la gran
reducción de esta vida a su imagen activa en tres cuadros nada más —su aparición parcial
(a los ojos de un tercero).

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