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SOCIEDAD

La verdad de Coppola en la
cárcel: las veces que vio la
muerte de cerca y el día que
le pidió un arma a su
hermano
En octubre de 1996, el representante de
Maradona ingresó a la cárcel de Dolores.
Estuvo 97 días preso allí y en Caseros. Su
enfrentamiento con un preso en el que
sintió ansias de que lo asesinaran. Las
guardias que hacía con un palo en la mano
para que “Los pitufos” no le robaran ni lo
mataran. Cuando debió desnudarse frente
a la esposa del jefe del penal. La fantasía
de quitarse la vida para poder evadirse
Por Ángel Chollet

30 Mar, 2024 00:22 a.m. AR

Guillermo Coppola cuando fue detenido

Cuando pisó la cárcel de Dolores, a horas de


haberse entregado a la policía, Guillermo Esteban
Coppola sintió sus primeros deseos de matarse.
Ese 9 de octubre de 1996, luego de ser llevado
esposado ante el jefe del penal, Rolando
Fracchia, un duro, se desplomó anímicamente. Lo
esperaban 97 días de terror, el tiempo que estuvo
tras las rejas.

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En el momento en el que le permitieron acceder a


la comunicación de rigor como lo contempla la ley,
llamó a su hermano, le dijo dónde estaba y le pidió
que se tranquilizara. Pero también le imploró que
le trajera un arma escondida, lo que fuera, hasta
un cuchillo, porque estaba decidido a quitarse la
vida.

Juan Carlos, cuatro años mayor que él, intentó


calmarlo, le pidió que pensara en sus padres, ya
que semejante decisión podría provocarles un
infarto, un ataque, y hasta quizás también la
muerte por semejante disgusto.

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Esas palabras fueron determinantes para que


cambiara la decisión que tenía tomada, pero
sentía que no podía soportar lo que le estaba
ocurriendo. Horas antes de llegar a la Unidad 6 en
la que lo recibió el director, debió aguantar la burla
de los policías que lo trasladaban desde Buenos
Aires.

El móvil que lo transportaba se detuvo en la


comisaría de Castelli, a Coppola lo metieron en un
calabozo y le permitieron bañarse. Pero apareció
en escena uno de sus verdugos, el policía Daniel
Diamante, quien comandaba el grupo uniformado
que realizó el allanamiento en su departamento de
la avenida Libertador donde se encontró un
envoltorio en un jarrón con 403 gramos de
cocaína de dudosa calidad, que luego la justicia
determinó que fue “plantado”.

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El 9 de octubre de 1996, Coppola fue llevado a la cárcel


de Dolores

Guillermo estaba en la ducha cuando Diamante lo


volvió a sorprender y arrancó el caño con el grifo
de un arrebato. Soportando el frío y sin poder
terminar de ducharse se secó como pudo
mientras el suboZcial lo insultaba y le remarcaba
que se le había acabado la joda, que se iba a
pudrir en la cárcel y que no iba a poder aspirar
más “de la buena” porque ellos –los policías-se la
estaban tomando toda.

En el ingreso al penal de Dolores la situación


continuó enrarecida. Coppola se sintió humillado
cuando escuchó: “¡Desnúdese!”. Se quedó en
calzoncillos y oyó: “En pelotas le dije”. Miró a su
alrededor y le dijo al jefe: “Hay dos señoras
presentes”. Recibió como respuesta: “No se
preocupe, no creo que usted las pueda
impresionar, una es mi esposa”.

Después caminó los pasillos rumbo a la celda que


le habían asignado, en realidad una oZcina
acondicionada para que no se cruzara con el resto
de los presos. Y recibió todo tipo de insultos y
chicanas: “Gato, mulo, garca, pedazo de pu...”. Los
internos estaban furiosos porque los habían
“engomado” –encerrado- para que Coppola
pudiera bañarse y no le pasara nada. Había
dormido en un colchón lleno de chinches y
amaneció con todo el cuerpo con sarpullido.

“En la cárcel estaba vivo, pero me sentía


muerto”, repetía. Pese a todo, con el correr de los
días se empezó adaptar a “la tumba”, como le
llaman en la jerga. Su vínculo con Maradona lo
ayudó a ser más aceptado. Se mimetizó con el
ambiente, usaba ojotas, jogging, remeras
comunes, igual que todos para no llamar la
atención ni sentirse más que nadie.

Los gritos le seguían retumbando en los oídos:


“Che, cabeza de cebolla, ¿te gusta ponerte cremas,
no? Vamos a ir a encremarte bien en un rato,
preparate”. Trataba de no demostrar pánico, ponía
cara y gesto adusto para que no lo llevaran por
delante.

Por las noches los alaridos eran insoportables.


Una madrugada abusaron de un joven que al Znal
había sido mal detenido y Coppola al otro día
charló con él, le ofreció su ayuda y lo contuvo
antes de que se retirara.

Coppola y el famoso jarrón donde supuestamente


habían encontrado droga. Luego se probó que había sido
plantada

Un día conoció a Carlos Ferro Viera, detenido en


Pinamar durante ese verano en la disco Ku por
“Tenencia de drogas para su comercialización”,
según dijeron los que comandaron el operativo. Y
se fueron haciendo amigos inseparables.
“Fierrito”, como le decían tras las rejas,
manejaba un poco todo lo que pasaba allí, y eso
hizo que Coppola la pasara bastante mejor.

Se levantaba temprano para limpiar y hasta


encerar con Blem el piso de su calabozo. Pero a
media mañana aparecía el jefe Fracchia con las
botas embarradas y se lo enchastraba. Guillermo
insultaba para sus adentros y volvía a poner todo
en condiciones.

Cuando lo trasladaron a la cárcel de Caseros se


acercó a despedirlo y le permitió que se llevara un
colchón que le había regalado Diego. Como ya se
iba Guiillermo se animó y le preguntó por qué le
ensuciaba todo con sus borceguíes a propósito.
Fracchia le respondió con una sonrisa: “Lo hacía
con intención porque mientras usted limpiaba, su
mente no estaba acá, encerrada. Yo sé bien lo
que se siente el encierro, hace años que estoy al
frente de esto”.

Apenas llegó a su nuevo destino conocido como


“Caseros Nueva” –un ediZcio impresionante de
veinticinco pisos que luego demolió el Ejército
piso por piso porque no se pudo recurrir a la
implosión debido a su cercanía con el Hospital
Garrahan-, el jefe de la Unidad lo recibió en su
oZcina y le dio un palo de fabricación casera,
bastante más largo que un bate de béisbol.

“¿Esto para qué es?”. Consultó Coppola. Ante la


respuesta sintió un frío en todo el cuerpo: “Para
defenderse de Los Pitufos, un grupo de
tuberculosos muy enfermos que se tiran por los
caños. Están tan consumidos que hasta aparecen
por el espacio del botón del baño. Cuando se
atascan, usted les da con toda la furia. Llevan
jeringas infectadas y aprovechan para robar.
Arregle con su compañero de calabozo para
dormir un tiempo cada uno, y si asoman les da
con todo para que caigan al pozo. No tenga
remordimientos porque si no está en juego su
vida”.

El jefe le preguntó si quería ocupar el espacio


donde en su momento estuvo detenido Cacho
Steinberg, una especie de VIP en el
Departamento Médico. Guillermo le preguntó
adonde había destinado al resto de los presos por
su misma causa, la que llevaba el juez Bernasconi,
a cargo de la investigación. “Están en un pabellón
común, como el resto de la población”. Coppola lo
miró y le dijo: “Entonces no puedo aceptarlo”. Y
caminó rumbo a su celda...

Carlos Ferro Viera, rodeado por Coppola y Diego


Maradona

La encontró sucia, con excremento por todos


lados y un olor repugnante. Se agarró la cabeza y
le surgió una especie de ataque de desesperación.
La fantasía de matarse volvía a aparecer. Sentía
que era la única chance de escapar de allí.

Un grupo de compañeros lo ayudaron a limpiar,


pero cuando más o menos había acomodado el
lugar y su mente, caminando por el patio otro
preso lo fue a buscar mientras hacia la Zla para

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