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4 de marzo de 2020… El día que me le escapé a la parca

HOY hace cuatro años fui víctima de un atentado contra mi vida al interior de mi casa,
en la madrugada, dos días después de haber recibido un panfleto amenazante por
parte de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia dirigido a todas las asociaciones,
gremios, sindicatos, cooperativas, oficinas estudiantiles de la Universidad de
Antioquia, a algunos dirigentes estudiantiles y a algunos profesores con nombre
propio. En ese momento yo ejercía el cargo de Secretaria de la Junta Directiva de la
Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia ASOPRUDEA. Eran tiempos
de movilización social nacional en rechazo a las medidas regresivas del gobierno de
Duque que afectaban directamente la calidad de vida de amplios sectores de la
población del país, especialmente los más precarizados, los más vulnerados y los más
empobrecidos, pero también eran los tiempos de la represión de la movilización social,
la criminalización de la protesta, el uso de civiles como escudos y del uso
desproporcionado de la fuerza por parte de los Escuadrones Antidisturbios del ESMAD,
el alcalde Quintero no dudó ni un minuto en reprimir las manifestaciones e intentar
militarizar los campus universitarios, evacuándolos incluso desde helicópteros que
lanzaban gases lacrimógenos indiscriminadamente creando caos en la ciudad y
afectando a las viviendas aledañas a las universidades.

Me atacaron tres personas, las tres habitantes de calle, las tres sin escuela, sin familia,
sin techo, sin trabajo, sin posibilidad alguna de salir adelante; un sujeto de apenas 18
años recién cumplidos que había pasado toda su vida en hogares de bienestar hasta
su mayoría de edad donde fue puesto en la calle como ciudadano con cédula en mano
y dos sujetos menores de 25 años también precarizados y reclutados en redes de
narcomenudeo, robos pequeños en el sector de la Floresta y de la Iguaná. De ellos el
primero, el autor material purga una pena inconmutable de diez años por haber
confesado la acción, pero en complicidad con los otros dos, ya lleva tres de los diez
años, le quedan siete. Los otros dos recibieron finalmente una condena de 200 meses
de prisión por tentativa de homicidio agravado en sujeto en condición de indefensión,
-una mujer durmiendo sola en su casa-. Uno de los cómplices fue asesinado en
extrañas circunstancias en diciembre del año pasado, el otro se encuentra libre con
una orden de captura en su contra. Y al parecer todo acaba aquí, la justicia llega hasta
aquí, porque no se incluyó mi condición de defensora de derechos humanos ni
activista en la investigación judicial, pese a los más de treinta comunicados nacionales
e internacionales que reconocen y resaltan tal condición, lo que le quita el carácter
político a la acción y su gravedad y porque, finalmente no se dio curso a la investigación
sobre los determinantes que permitan dar con los autores intelectuales de ese delito,
otra falla de las muchas que identificamos al sistema de justicia que tenemos y al
deterioro de la misión de instituciones como la Fiscalía que ha perdido el rumbo hace
tiempo, abrazando la impunidad y cohonestando con el delito que se supone debe
combatir de oficio. De todo ello lamento mucho la precariedad de la juventud, sin
oportunidad alguna de hacer o conocer cosas diferentes a la calle, la cárcel o la muerte
como dijera un amigo defensor de víctimas. Estamos mal como sociedad, tenemos
mucho que hacer en este y en otros temas, pero juventud, inclusión, equidad y
oportunidades como salud, educación, vivienda, trabajo, sin duda es y debe ser una
prioridad.

Los cuatro años los he vivido en el exilio involuntario, no elegido, no escogido, sino
inevitable, no es una situación deseable para nadie, aunque haya quien crea que se
trata de un premio o un estímulo para mí, no, no lo fue; vivir en universos paralelos
simultáneamente con dos husos horarios, dinámicas pandémicas, aislamiento y
costumbres diferentes no puede considerarse ciertamente un éxito, fue una constante
prueba. Sí fue una oportunidad para conocer otras culturas, otros países, valorar lo
propio inmensamente y contrastar con lo nuevo, con lo diferente. ACLARO, agradezco
inmensamente lo que he vivido, recibido, compartido, aprendido, escuchado y
percibido, agradezco las nuevas personas que conocí y los seres sintientes que me
acogieron e hicieron mis estancias lo más confortables posible, agradezco la
solidaridad, la acogida de las instituciones en las que estuve, a las redes
internacionales de apoyo a académicxs en riesgo como yo, que además han venido
aumentando con la proliferación de las guerras y los conflictos mundiales, agradezco
a la universidad que estuvo y ha estado siempre conmigo en este difícil proceso sin
saber ni la directiva ni yo ni mi familia en qué iría a parar todo esto; agradezco a la
familia en extenso, la escogida y la asignada porque crecimos con la experiencia a
pesar del trauma y del dolor por el riesgo inminente de muerte, agradezco a las
amistades que sobrevivieron este período superándolo con creces y agradezco al
equipo de trabajo que se articuló conmigo desde la distancia en la terquedad de
concretar una propuesta que lleva más de veinte años de espera para materializarse y
que en este tiempo va con pasos decididos a rendir sus frutos, el PAI Equidad de
Género de la UdeA. AGRADECIMIENTO es una palabra de la cual he aprendido cada
letra, créanme, eternamente agradeceré esta experiencia. Atesoro cada etapa con
todos sus reveses, ambos contextos con toda su riqueza y complejidad, con todos sus
contrastes, tan necesarios para sacudir-me de mi letargo e inercia.

También he visto los rostros de lo humano que me son huraños, mezquinos, lo bueno
no se valoraría tanto sin el contraste con lo malo y como todo, existe el delicado
equilibrio: ni el atentado, ni el exilio con-movieron a algunas personas y no sin dolor
debo decirlo, PERO sé que de todo esto se aprende, se busca salida y se continua
adelante. He podido ratificar mi postura y apuesta feminista, he caminado con el
feminismo hace más de treinta años, pero nunca lo había hecho de forma tan nítida,
tan cercana y tan profunda, como en este período; dimensionar lo que ignoro de un
mundo que apenas siento que descifro, conocer otras aristas de feminismos otros
como los africanos, los decoloniales, los comunitarios, los transmigrantes, los
disidentes, esos feminismos desobedientes ¡en buena hora! nada blanqueados, más
bien coloreados, impertinentes e inconvenientes que me alientan y alimentan a seguir
estudiando, acuerpando y atravesando por la palabra por los hechos y últimamente
por la escritura que apenas estoy retomando, luego de entender los efectos que han
tenido las violencias epistémicas ejercidas sobre mí desde hace tantos años.

Sé que muchas personas se preocupan en buen plan por mí, sé que me quieren
proteger y cuidar y me recomiendan con cierta solemnidad que baje el perfil, que no
me exponga, que me cuide, que me resguarde, que me proteja; parto de sus buenas
intenciones, parto del gesto genuino de cariño, preocupación y cuidado para conmigo,
claro que tengo que cambiar en muchas cosas, sin duda, el tiempo no ha pasado en
vano, estos cuatro años me parecieron diez, cumplí 53 años en enero y no tengo la
misma energía de hace treinta cuando quería comerme el mundo. Soy una mujer de
talla grande, mido casi 1.80, con seguridad peso más de ochenta y cinco kilos porque
adoro la comida y consiento y cuido con la comida a mi gente, a mis cercanos, es mi
forma de con-sentir y de cuidar-nos; soy una mujer que no sabe y no puede estar
callada, que le salen letreros y que no disimula ni su molestia ni su indignación ante lo
injusto, ante el abuso, ante la ignominia, por eso sigo diciendo las verdades cuando lo
creo justo; pero además como colombo-mexica que soy, me encantan los tejidos y los
bordados de las prendas mexicanas que usan colores sin vergüenza alguna, colores
chíngame la retina, como les digo yo y de las cuales me siento orgullosa de vestir. Con
esto lo que quiero decir es que me es imposible, no me es dado bajar el perfil, pasar
desapercibida, el silencio no es una alternativa para mí, calladita nunca me veré más
bonita. La mesura es otra cosa y esa la he aprendido con la edad, con la experiencia y
con las distancias de la estancia afuera, no libraré todas las batallas, tampoco tomaré
riesgos innecesarios, sería irresponsable conmigo, con mi familia y con mi compañero,
me quedan cinco años de vida académica institucional productiva que pienso
capitalizar en el propósito de avanzar en la despatriarcalización de la universidad
pública a la que me debo, de la que vengo y a la que amo, por supuesto que no bajaré
mi empeño por una vida plena para todxs, pero no cualquier vida, sino una vida que
valga la pena ser vivida en dignidad, en derechos y en posibilidades para todas, todos
y todes.

Creo tercamente en las próximas generaciones, confío en que no se dejen arrebatar lo


conquistado y que no den pasos atrás a estados regresivos y al horizonte de no
derechos frente a la neo-derechización, el conservadurismo, el genocidio, y el
neofascismo que enfrentamos hoy en el contexto local y global. No aspiro a cargos ni
a títulos, otras personas que vienen conmigo los merecen, los han trabajado y los
añoran, yo no, yo sólo quiero vivir una vida -insisto- que valga la pena ser vivida,
tranquila, esperanzada, una vida que me permita ver los cambios que tratamos de
procurar en los entornos inmediatos donde nos movemos, me empeño en ello, cada
día de mis nuevos días, que me hacen celebrar cada 4 de marzo la vida que le arrebaté
a la parca hace cuatro años, un día como hoy.

Abrazos inmensos, extendidos, tercamente esperanzados… Universitariamente

La profe,
Saris,
Sarita,
Sara,
Sara Yaneth
como suelen llamarme

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