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Universidad Pedagógica Nacional

Licenciatura en Filosofía
Curso: Filosofía de la Educación
Yuly Esmeralda González

Tiempos de sismo social

Utilizar los propios términos, escribir en verso, rimar de par en par, escribir en prosa, sentir y pensar.
Esto, ha sido constante cada día de Paro Nacional y acontece por el impacto que ha causado el embate
estatal, y no cesa por la historia de una vida que no se ha dejado de narrar.
-Yuly González-

En tiempos en los que la sociedad empieza a estremecerse sin fijarle un final a su gran sismo,
atendiendo a una inmediatez, no me ha sido posible permanecer inmóvil ni dejar intacta mi
realidad. Resuenan los días en los que presenté las pruebas de admisión a la Universidad
Pedagógica Nacional, recuerdo de manera vívida mis experiencias en el aula con docentes
maravillosxs y docentes de conductas estrepitosas, rebobino episodios donde la resistencia y
la constancia en el territorio en el que crecí devinieron en una huida a la frustración que
implicaba el miedo. Soy yo.
Despliego las primeras líneas desde mi vida, desde mis años de resistencia. Estas horas, y
estos días, vuelvo a mis andanzas, vuelvo a dirigirme al texto de público inédito, al uso del
léxico más cercano y que mejor entiendo. Vuelvo a mis días de mismidad, donde no
correspondo al lenguaje académico, donde no encajo, donde siento y pienso. Utilizo algunos
términos que, quizá por fortuna, no vinieron a mi en un libro impreso, sino más bien, fui
descubriendo hallándome entre lxs otrxs. Doy paso a mis ideas sin prejuicios estandarizados,
me escucho, me percibo, me cuestiono, no reprimo mis discernimientos como cuando ahora
mismo escucho disparos perdiéndose entre el ruido de la pólvora; eso es plomo.
En estos días donde se teje historia, esta realidad pululante, la incertidumbre, el miedo, la
desesperanza y el aguante, he mantenido en continua tensión. Sumado a las imágenes y los
sonidos que evidencian cómo en nombre de la paz y el orden muchxs, al servicio de la
institución y el Estado, secuestran, torturan, asesinan, violan e irrumpen la poca calma que
queda, debo mantener atenta a lo que ocurre en el territorio donde crecí. Debo permanecer al
tanto mediante llamadas telefónicas de mi madre, allá en el pueblo con una fuerte incidencia
paramilitar, allá donde cada jueves asesinaron jóvenes y adultos, allá donde el narcotráfico
es ley de vida o muerte. Allá donde comprendí que la configuración del pensamiento
soportado en la cultura no es algo frente a lo que yo pueda mantenerme como si nada. Allá
donde nuestros intentos por fracturar la cultura narco-paraquizada terminaban en el llamado
de la Policía por parte de la “gente de bien” para que nos sacaran del parque al iniciar una
toma cultural. Allá donde la casa de la cultura está en ruinas, donde la última vez que hice
una presentación musical se me atravesó para robarme uno de los chicos con los que jugué

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de niña. Allá, donde la gente ni mira y se cubre de negacionismo para comprender la historia
y escuchar las voces de quienes si la han vivido.
¡Qué miedo escribir y ser leída! Qué miedo en un momento donde todo es político, donde
se atizan los sesgos, donde la persecución no es un secreto. Las dinámicas del silencio se
desplegaron como el Ejército, se mantienen al asecho. Esto es lo que me preocupa, esto fue
lo que puso sobre el cenicero los contenidos concebidos como únicamente académicos. Esto
es lo particular y quizá uno de los motivos por los que no dudo en apoyar el Paro Nacional.
No importa qué tanto pueda rimar, cuando escribo rozo con los dedos la libertad, a fin de
cuentas, esto que llaman escritura libre ha de censurar menos y validar las palabras más.
Entonces, de allá vengo, de donde aprendí a reconocer los silencios incómodos, de donde
comprendí que la razón no la tiene el patrón, el ilustre o el doctor; de allá, donde la justicia
no es un código moral, donde los juicios se corresponden al canon establecido, donde nos
vendieron el mal como bien, las cadenas como libertad. De allá donde recogí algunos
insumos para reflexionar sobre cuándo algo, sea actitud, idea u opinión, llega a estar al
servicio del sistema del mal. Aquí estoy.
Escribo en singular, dirían, “hablo por mí”. Y así me puedo percibir porque me sé entre
otrxs, con otrxs. Me converso en estas líneas mis sentires y mis pensares, sigo presta a
escuchar las manifestaciones de lxs demás en relación al Paro Nacional. Mientras los días
siguen en este país, y se resiste buena parte del pueblo a la naturalización del crimen de
Estado, considero muy importante comprender las singularidades. En espacios diversos,
donde abundan en dos o tres direcciones las posturas, las ideas, las opiniones y las lecturas
de la realidad, se hace menester no omitirlas. Como nuestra situación no es un debate para
escoger el color de las bombas de una fiesta, se hace delicado acogerse a la singularidad de
cualquiera, ¿qué está en juego?, ¿a qué conllevan unas ideas u otras?, ¿todas las razones son
justas? Surgen muchas preguntas, y, sin embargo, prima la singularidad de la que soy
responsable, mi singularidad. Pero no prima sobre las demás, sino como primera a cuestionar,
a interpelar, a ser reconocida y acogida ¿por quién?, pues por mí.
Como antes he soplado muchas cortinas de humo y empiezo a ver cómo muchxs otrxs lo
empiezan a hacer ahora, me inclino por reconocer qué más vaporea para opacar la realidad
detrás de la realidad que impone el gran sistema. Me pregunto ¿qué es estar al servicio del
sistema?, ¿por qué se termina estando al servicio del sistema?, y ¿cómo dejo de estar al
servicio del mismo? Dirán en muchos escenarios otras personas que son preguntas cargadas
de prejuicios hacia el sistema, y hasta eso lo ha instaurado el sistema. Entonces sería
conveniente entender cómo funciona el sistema. Dado que todas estas líneas son el resultado
de no dejar escapar sentimientos ni ideas, habrá muchos puntos que no alcance a desarrollar
ni a mencionar. Volvamos, ¿qué comprendo por estar al servicio del sistema? Algunxs le
llaman hacerle juego, y ¿cómo hacerle juego? Adoptando sus dinámicas sin cuestionarlas,
cuestionando las dinámicas y omitiendo las respuestas, acogiéndose por conveniencia a sus
dinámicas. Lxs detractores no verán nada de malo en ellas, y de hecho, a primera vista no
hay nada que reprochar, más si nunca se han cuestionado bajo qué sistema han estado y están.

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Es un asunto demasiado extenso, importante e imposible de abordar en un solo arranque.
Estar al servicio del sistema es contribuir a su sostenimiento y permanencia.
Ahora, ¿por qué se termina estando al servicio del sistema? Grandes lectorxs hablarán de
alienación en un primer lugar, como yo crecí escribiendo más que leyendo, nunca me he
acercado a Marx al respecto. En un lenguaje más cercano yo le llamo condicionamiento
social. Dicho condicionamiento “obliga” en buena medida a las personas a responder a sus
necesidades desde los medios a los que el sistema les permite acceder, y esas necesidades
son a su vez establecidas o perpetuadas por el mismo sistema. Esto puede sonar simple o
vago, pero no es una nimiedad cuando se requiere dar el primer paso para leer la historia
pasada y los hechos recientes. Además de atender a necesidades de índole vital para lograr
sobrevivir, no se puede desconocer que también hay unas conveniencias y unos intereses
provenientes de las ideas instauradas por el ¡sistema!; en este sentido, se puede pensar que
hay varios niveles de condicionamiento social, y que talvez estos se corresponden al estatus
(también establecido por el poderoso sistema) en el que está catalogada cada persona en la
sociedad. ¡Insisto, no quiero que se escapen mis ideas! Entonces, al servicio del sistema se
está por necesidad o conveniencia.
Y, ¿cómo dejo de estar al servicio del sistema? Quisiera decir que es imposible, pero
percibo que fuera de la fuerza de la necesidad y la conveniencia está la consciencia. Es a esta
a la que sobrevienen la práctica, los hábitos, las actitudes, los lentes con los que se observa y
lee la vida. Siendo conscientes de cómo estamos en el mundo, la sociedad o el territorio, de
cuál es nuestra agencia, qué responsabilidades tenemos, y, de qué manera inciden nuestras
acciones y actitudes en el entorno y lxs otrxs, es muy posible identificar lo bueno y lo malo.
Esto último se ha inculcado como algo relativo, y a mi consideración, es una forma muy
desenfocada de observar la vida. Lo bueno y lo malo no ha de medirse en los discursos sino
por las acciones; lesionar a lxs otrxs física, psicológica, económica o emocionalmente en
nombre de códigos morales convenientes a unxs cuantxs ¿qué puede tener de bueno? Entran
muchos puntos en consideración, desde la academia, desde la filosofía y la pedagogía han de
ser muchos los abordajes a dichas cuestiones, no hay nada más bello que coincidir con esas
iniciativas antiguas o contemporáneas. Salir del sistema es ser consciente de sus dinámicas,
empezar a transformarlas desde la singularidad y resistirse a volver a ellas por conveniencia
pasando por encima de lxs otrxs.
En medio de tanto gas, del ruido de las aturdidoras, del sonido de los disparos a la
madrugada, de los gritos de niñxs, mujeres, jóvenes, hombres y ancianxs, de las noticias de
desapariciones de manifestantes de diferentes edades, de las noticias de violaciones sexuales
por parte de las autoridades, de la aparición de los cuerpos sin vida de manifestantes
desmembrados e incinerados, de las noticas de ojos perdidos, de las imágenes de cabezas
rotas y morados en todas las partes de un cuerpo, de vídeos que evidencian la barbarie policial
y que ratifican la vigencia del paramilitarismo y su alianza con el gobierno, en sí, en medio
de tanta realidad, se pronuncia el negacionismo intrínseco de manera singular o colectiva en
la sociedad colombiana. Un negacionismo propio de la configuración del pensamiento
colombiano. Negar la realidad incómoda, negar la realidad que exige unas disposiciones y
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responsabilidades particulares en cada quien, negar para olvidar lo que ni siquiera se ha
recordado, negar porque conviene mantener la calma y la comodidad, negar por sentirse
desahuciadx para hacer resistencia, negar y nada más que negar. Minimizar los hechos,
concebir la empatía con el requerimiento de que lo malo me pase a mí o a unx de mis cercanxs
para ser empáticx, restar lo grave, naturalizar el crimen de Estado, poner fuera de mis manos
la agencia para gestar el cambio. No creer en un hecho porque no me sucede a mí, porque no
lo vi, porque no me consta, porque es imposible, porque vivo en mi burbuja y ahí nadie me
toca; y lo más grave, negar porque no me importa. Cuando no se niega se acepta, y aceptando
se amplia el margen de acción.
Formarse como profe, además de tener un área de conocimiento específica, que si es
filosofía amplia las posibilidades de evitar quedarse inmóvil, es una oportunidad para
repensar el sistema y la educación al servicio del mismo. Esto, más cuando estamos en un
tiempo que reconoció diversas propuestas educativas a lo largo de la historia, en un tiempo
en donde la tradición hace parte de la historia y no hace la historia. Esto último ha de generar
ruido, y requiere una profundización bastante oportuna. Entonces, ser docente en un contexto,
bajo unas dinámicas, dada una realidad, ser docente con unos propósitos, ser docente con la
posibilidad de partir de la autocrítica, de los cuestionamientos sobre sí. Desde luego, se
develan posturas políticas, aunque en nuestro sistema busquen apartar la agencia política del
servidor público, del futbolista, del medio de comunicación, del artista, etc.; reconocer las
tendencias propias, los propósitos, lo que se valida o invalida en el ejercicio docente de sí, y
ante todo, reconocer la historia singular de quien se enuncia como profe, de ese “yo” con una
historia particular, con unas vivencias, con unos intereses; pensar en singular es, como aludí
antes, hacerse responsable de sí, revisarse, cuestionarse, atender al entorno y a lxs otrxs, para
saberse distintx y particular pero no excluidx.
Excluir, fuerte término. Pensar en exclusión en el país de las periferias, de lxs pobres, del
estatus. Pensar en la omisión de ciertas voces que, aunque singulares, generan más ruido y
lesionan el silencio ensordecedor de los códigos del sistema. Y, a fin de cuentas, rechazar o
pormenorizar a lxs otrxs. Este tema es muy latente, desde varios ángulos la exclusión
prevalece, pero también puede pensarse como un “arma de doble filo” (preocupante término).
Dado que, por estos días se enuncia diversidad, posturas, lo plural, la alteridad, la otredad, el
respeto, la escucha, y así mismo, la aceptación, la acogida y flexibilidad ante la diferencia,
gruesa dificultad la que se genera, pues repito, es delicado acogerse a la singularidad de
cualquiera, y ante esto, vuelven las cuestiones ¿qué está en juego?, ¿a qué conllevan unas
ideas u otras?, ¿todas las razones son justas?, pero además, ¿qué es lo más adecuado?, ¿qué
es conveniente y para quiénes lo es?, ¿qué determina ganar acogiéndose a una postura u otra?,
¿realmente es un triunfo?, etc.. Ahora, situarse en la academia sin cuestionar la propia
singularidad, sin cuestionar el entorno, acogiéndose por acogerse, limitando la vista a lo que
está de frente y en sentido vertical, situarse en la academia sin poner en duda lo que se replica
en ella, situarse en la academia de la pedagogía y la filosofía aferrándose a las vigas flotantes
de la estructura, situarse en la academia para conceptualizar y teorizar sobre los y lo demás

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(eso que está afuera) sin comprometerse responsablemente, ello es un problema, no una
solución.
Ante todo esto, está escribir, decirlo en el texto, hablarlo bajito. Tener mucho miedo del
sistema y el eco que tiene en cada rincón del país. También está problematizar, formular
preguntas, porque dar respuestas propias es comprometedor, mejor tener respuestas sueltas,
respuestas de quien quiera responder. Mis amigxs del pueblo dirían que es mejor el
anonimato, porque hay ciertas cosas que implican una etiqueta, y no es propiamente la de
“facha”, muy común por estos días; ellxs hablan de las etiquetas por las que este país lleva
décadas de crímenes de Estado, por las que se sentencia a muerte en diferentes ámbitos a las
personas, por las que se baja de estatus, por las que se es revoltosa, etc. Hay tanto por re-
pensar, por transformar, por vindicar, por abandonar, por deconstruir, por desobedecer; hay
tanto por hacer. Estar en Paro o retomar clases no es el problema, el problema es continuar
como si la brisa, como un rezago del viento estremecedor, nos soplara la cara en la madrugada
y bastara cerrar la ventana para cambiarlo, como si con ello afuera cesara la tempestad.

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