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UN DIÁLOGO EN
MOVIMIENTO ENTRE ALTO MIRA Y BOGOTÁ.
Tutora
JENNIFER RIVERA ZAMBRANO
ANTROPOLOGÍA
Me enseñaste a gestar vida bonita, así tuviese que vérmelas con las miserias humanas,
porque era justamente allí donde hacía falta amor. Tu trabajo fue ruta clave para decidir que
lo que yo quería hacer durante mi paso por este mundo tenía que ver con la vida, la alegría y
los colores, por eso he venido decidiendo rutas que le apuestan a sembrar semillas en todos
los lugares en los que he podido andar.
Recuerdo con admiración cuando dabas las escuelas sobre derechos humanos en los
paisajes rurales de Colombia, cuando con tanto amor recogías las vidas de las personas que
nos acompañaban para aportar un poquito a sus sueños y a sus luchas. La primera vez que
me llevaste contigo, no pude contener el llanto al escuchar las historias de las niñas y los
niños víctimas del conflicto armado en el Huila, y tú con mucha fuerza te sostuviste para
darles apoyo a ellos/as, y de a paso a mí. Me enseñaste a ser como los pilares de una casa,
para que no se cayeran nuestros procesos.
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Ahora, te veo día y noche trabajar atenta, buscando libertad y protección para mis
compañeras y compañeros, te veo ir y venir, haciendo audiencias hasta las dos de la mañana,
defendiendo a quienes se les llama “vándalos” o “terroristas” por pensar diferente y por
querer un mundo distinto. Hoy te escucho diciéndome que el trabajo organizativo se hace
con amor y en horizontalidad, que no es valiente ser cabeza por figurar, que valiente es
construir, persistir y resistir en colectividad.
Hoy te levantas resiliente, reponiéndote de todos los caminos dolorosos por lo que
has y hemos pasado, enseñándome con tu ejemplo que la vida digna siempre es posible
sostenerla, sanarla y luchar por ella. Soy porque somos, madre, porque tú así me lo has
enseñado toda la vida.
Te amo infinitamente.
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INTRODUCCIÓN
Llevamos más de 60 años en una guerra que muta sin tregua y cobra víctimas a lo
largo y ancho del territorio nacional. El conflicto armado en Colombia nos ha robado, a unos
más que a otros, la posibilidad de vivir bien, de soñar y procurar un desarrollo social que
cuide de la vida en todas sus expresiones. Las diferentes violencias que engendra la guerra
recaen en la comunidad de Alto Mira y Frontera, una región aislada por mil factores, que
agradece el trabajo conjunto para generar diálogos tanto con entidades gubernamentales
como con actores armados, además, reconoce la necesidad de procurar entornos protectores
para sus juventudes e infancias, y el fortalecimiento colectivo que vele por las redes de
cuidado y subsistencia de la comunidad.
Una insoportable red ha venido atrapando la vida de todo un país durante más de
medio siglo, encerrando en sus entrañas el buen vivir, la tranquilidad y la posibilidad de ser,
crecer y crear, aunque por fortuna, siempre se han filtrado resistencias, ilusiones y fuerzas
vitales construyendo alternativas y fomentando el cuidado de la vida.
Desearía con todo el corazón contarles una historia abstracta del cuerpo y la danza,
pero me es imposible desligarme de las historias que atraviesan las corporalidades de las
personas que me he encontrado en el camino, quienes hemos sido transgredidas por el
conflicto armado que habita, pervive, muta y se extiende en este país.
El tiempo que corre ahora es el que nos corresponde interpelar, el que nos pide hablar
de lo que en nuestras tierras acontece. El camino que aquí se teje, conversa de historias que
nacen en las posibilidades de la danza y se transforman en luchas sociales, organización
colectiva, resistencias y cuidado de la vida.
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inicialmente correspondía a “Cuerpo y Danza”. El contexto en el que me encontraba me
obligaba a cuestionar mis propios lugares de enunciación.
Desde primer semestre supe que mi tesis tenía que abordarse desde o para la danza,
así que cuando llegó la hora de elegir tema tenía la mitad del asunto claro: como fuese, pero
danza, el resto se fue tejiendo con el tiempo, así que en el 2019, cuando comencé a trabajar
en Tumaco, con Humanidad Vigente, en temas de derechos humanos y pedagogía a través
del arte, aproveché para iniciar mi investigación.
La pregunta por el cuerpo y la danza, nunca desapareció, pero entre más avanzaba el
tiempo y su compartir, más se transformaban las preguntas y se expandían hacia expresiones
políticas, organizativas, históricas, territoriales y sociales.
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entre ellos mismos dentro del territorio. Violencias difusas que se plasman en el cuerpo, la
expresión, los silencios, los caminos, entre otras.
Los objetivos fueron transformándose puesto que fue necesario trasladar las preguntas
a un escenario de colectividad en movimiento entre Alto Mira y Bogotá a causa de la
pandemia y los eventos sociales que se dieron en cada territorio durante el 2020 y 2021.
Además, las preguntas constantes sobre las violencias basadas en género que aparecían
reiterativamente fueron requiriendo atención y un lugar desde dónde cuestionarse. La danza
continúo siendo la guía, sin embargo, fue rodeada por espacios creados para el cuidado de la
vida.
Los humanistas y científicos sociales de Colombia tenemos una tarea importante con
las gentes con las que cohabitamos y a las que muchas veces miramos solamente para
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satisfacer intereses personales que nos inflan el ego y la hoja de vida. Es por esto que en este
ejercicio de investigación me posiciono desde la posibilidad de aportar a la construcción de
caminos participativos, éticos, comprometidos, transformativos y colaborativos, por ende,
me es necesario establecer diálogos necesarios para hacerle frente al conflicto armado, en
conjunto con colectividades, reconociendo el significado de la vida digna para las
comunidades y colectividades, potenciando los márgenes de agencia y resaltando la vida que
se conjura en sus prácticas culturales.
Por azares del mundo, esta tesis se construyó en medio de una pandemia (2020-2021),
transformando radicalmente todas las posibilidades que se habían planteado para el
desarrollo de la investigación. El trabajo de campo sucedió con dificultad, sin embargo, la
posibilidad de la creación de los vínculos que ya se venían tejiendo, sostuvieron la cercanía
y la compañía entre Tumaco y Bogotá. No obstante, el espacio que nos contenía estaba
mediado por el aislamiento y por los lugares que nos tocaba habitar, inmersos en
incertidumbres y convulsión social.
Una vez inicia la pandemia, todos los recursos de campo se agotan por la dificultad
que impone la distancia, por lo tanto, tuve que acudir a herramientas que me permitieran
mantenerme mínimamente en contacto con la comunidad, mientras iba recogiendo los azares
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de Tumaco estando en Bogotá. Las redes sociales como Facebook y whats app fueron los
medios con los que conté para continuar con la investigación, además de las llamadas
eventuales con Rosita, quien me contaba con más detalle las situaciones que se iban
presentando en el territorio.
Esta tesis se escribe desde una comprensión reflexiva y sensible con la palabra, aborda
la investigación desde la sutileza de los sentidos, los sentires y la conversación constante con
las personas con las que trabajé, con las fuentes bibliográficas y conmigo misma.
El primer capítulo recoge un breve recuento histórico, reconociendo los procesos que
han venido ocurriendo durante los últimos tres siglos en el Pacífico colombiano, que permiten
dar cuenta de las dinámicas y complejidades del departamento de Nariño, además, a través
del diálogo con la propia experiencia que sucede en los últimos años, se analizan los procesos
que a hoy día configuran unas dinámicas particulares que dan cuenta de cómo sucede la vida
en Alto Mira y Frontera, Tumaco.
El segundo capítulo nos encontrará con las corporalidades que encarnan la historia y
sus devenires, las múltiples violencias que aparecen en la región como consecuencia de
muchos años de guerra, plasmadas en el cuerpo y en la cultura de una comunidad que se
encuentra inmersa en estas dinámicas. No obstante, la danza, como lugar de existencia y
organización política, aparece para entablar diálogos entre las complejidades que presenta la
vida en Alto Mira.
Para finalizar, el tercer capítulo recoge las posibilidades con las que se reterritorializa
Alto Mira, encontrando los caminos para sostener la vida, a través de resistencias y
persistencias que explican cómo y por qué es vital aprender a cuidarla.
Por último, me gustaría decir que la universidad como institución no responde con la
necesidad de acompañar escenarios de conflicto armado, y sí, nuestro país está en guerra, no
podemos hacernos los de la vista gorda, necesitamos actuar, comprometernos, tomar una
posición concreta: defender la vida, por eso, me parece importante insistir en la presencia de
las escuelas y facultades en los territorios, dispuestos a asumir la construcción de paz, así
implique trabajar en situación de riesgo, como nos ha tocado históricamente para procurar
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transformaciones. La academia debe crear procesos de acompañamiento, recogiendo las
trayectorias y experiencias de la misma comunidad universitaria, reconociendo los retos que
se presentan el campo, como en este caso.
TERRITORIALIDAD E HISTORIA
Para entender cómo llegamos hasta aquí, transitaremos brevemente por la historia,
pues no se puede entender el Pacífico si no se conoce la experiencia de la muerte y de la vida,
los desplazamientos, el oro, la coca, el conflicto armado, los ríos, la música y la danza.
Claudia María Leal (2016), realiza un estudio histórico que da cuenta del proceso
formativo del campesinado afrodescendiente en la región del Pacífico, durante los años 1850-
1930. Como en toda Latinoamérica, se dieron procesos que construyeron un nuevo sector
social reconocido como campesinado, consecuencia de fuertes movimientos y
transformaciones sociales que devinieron desde el proceso de colonización que se vivió en
el siglo XVI. No obstante, cada región contó con procesos distintos que les permitieron a
los habitantes, en condición de esclavos o libres, ganar poder sobre el territorio a través de
prácticas e instauración de diferentes trabajos.
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Las fuerzas de producción de la región se centraron fundamentalmente en la minería,
lo que posteriormente configuraría una sociedad con una estructura económica extractivista1.
Aun así, la región continúo trabajando en otras labores como la tala de maderas finas, la
producción agrícola y la ganadería.
Las riquezas que sacaban de las entrañas del Pacífico tenían un destino fuera de lo
local, solo en ciudades andinas como Popayán y Cali, donde vivían los propietarios de
esclavos, desde donde atendían sus haciendas y se dedicaban al comercio. (Leal, C. 2016)
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Entiendo extractivismo como: los recursos en cuestión son primordialmente creados por la naturaleza y no
por el trabajo humano. (…) y por economía: conjunto de actividades tendientes a generar acumulación.
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incluso llegaron a hacerse cargo de las minas, ganando su libertad humana y económica.
(Leal, C. 2016)
El territorio tenía nuevos poderes, nuevos dueños, durante la segunda mitad del siglo
XIX se abolió la esclavitud en Colombia (1852) con la Ley de Manumisión, sin embargo, la
herencia del extractivismo se mantuvo y se expandió. La independencia y la manumisión
hicieron mermar las actividades esclavistas, pero no llegaron a acabar con la base del sistema,
lo que llevó a un cierre del ciclo del oro para la Colonia, pero mantuvo dinámicas ligadas a
la economía extractivista. Las gentes que lo habitaban bajo la bandera de libertad habían
aprendido por muchos años a hacer ciertas labores, a relacionarse con la producción de la
riqueza de formas particulares, esas formas que les permitieron vivir bajo el mandato de
amos, iban a ser las mismas que les permitirían levantarse y mantenerse como comunidades
afrodescendientes sin amos ni dueños.
Al siglo XIX le llegó el ocaso, con un mundo transformado, con nuevas lógicas
económicas, sociales, políticas y culturales. En el pacífico la economía se apoyaba no sólo
en el oro sino en la recolección de semillas de la palma de tagua y látex de árboles de caucho
para venderlos en los mercados de Estados Unidos y Europa. Durante los años cincuenta y
sesenta se tumbaron cientos de mangles rojos para extraer el tanino de su corteza, que fue
utilizado en las curtiembres del país. (Leal, C; Restrepo, E. 2003. p. 1).
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El siglo XX recibió su sol con nuevos impulsos y estrategias para procesos extractivos
mineros y de productos vegetales, pero el proceso colonizador no se acabó con la libertad de
comunidades negras, ni con el necesario exilio de los virreyes de la corona española.
Todo el trasegar, las diferentes circunstancias que tuvieron que sobrellevar, las
penurias de las que tuvieron que sobreponerse no fueron en vano, porque siendo agentes de
su existencia encontraron formas de llamar la vida, de construir y organizar, de sostener y
acompañar, cuidar y bendecir, maldecir y defender. Desde su llegada al Pacífico, los
esclavizados iniciaron un proceso de creación cultural en el cual se articularon bagajes
culturales africanos con los de las diferentes sociedades amerindias en el crisol de una
situación colonial. (Leal, C; Restrepo, E. 2003. p. 25),
Por sus saberes, entendían que la relación con la tierra y el río no era cualquiera, y
mucho menos una cuestión de mercancía, este acervo cultural de prácticas e imaginarios fue
conformando una concepción del medio muy diferente a aquella que sólo ve en las selvas y
ríos, maraña y metales posibilidades de ganancia. Como bien lo dicen Claudia y Eduardo,
aprendieron no solo métodos de minería, sino también de agricultura, pesca y cacería como
formas de vida para coger camino. Conocieron todos sus rincones y los llenaron de
significados. Estas dos visiones han hecho parte del universo regional y han estado atadas a
la economía extractiva. (Leal, C; Restrepo, E. 2003. p.18)
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en Tumaco, hasta las frías cimas de volcanes imponentes que sonrojan las mejillas como
Cumbal. En sus tierras habitaba una gran diversidad cultural, antes de la llegada de los
españoles contaba con la presencia de varios grupos indígenas: Pasto, Quillacinga, Iscuandé,
Telembí, Tuma, Tabile, Abada, Chinche, Chapanchica y Pichilimbí, de cuyas culturas aún
quedan rastros y procesos de recuperación cultural a través de la lengua y a través de
tradiciones que se conservan actualmente en los abuelos y abuelas. Por su parte, la diáspora
afrodescendiente se fue reubicando por Tumaco, Barbacoas, El Charco, La Tola, Magüí-
Payán, Mosquera, Olaya Herrera, Francisco Pizarro, Roberto Payán, Santa Bárbara, aunque
también hay comunidades en Leiva, Cumbitara y Policarpa. Además, Nariño es un
departamento con una gran población campesina, que a su vez hace parte de las dinámicas
migratorias generadas por la guerra interna que azota al país como una enfermedad crónica,
degenerativa y autoinmune.
Uno de los factores importantes para resaltar y enunciar dentro del marco de la
investigación es el empobrecimiento en la región del pacífico, concretamente en Nariño.
Según el análisis de Área de Paz,
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(…) la construcción de vías carreteables y puertos marítimos, y en general las
grandes obras de infraestructura, trae aparejadas la aceleración híper valorización de
predios colindantes con ellas y que sean beneficiados de manera indirecta. Así, el
precio de la tierra conoce topes muy altos y entra en colisión con la naturaleza jurídica
de Resguardo y Territorios Negros ancestrales. (Molano, A. 2017, p. 17)
Molano nos recuerda que los problemas económicos y viales del territorio nariñense
no se tratan solamente de infraestructura, se necesita abordar el conflicto armado con
voluntad sociopolítica.
Nariño, entre sus paisajes, cosecha inmensos monocultivos de palma aceitera y coca.
Aunque la coca no se encuentra a simple vista se vuelve manifiesta en los relatos y las
conversaciones entre la gente. El trabajo más común dentro del campesinado es el cocalero/a,
además de otras labores con las que complementan los ingresos familiares y resuelven la
vida. En efecto, la coca es uno de los factores socioeconómicos más complejos y
transversales de las dinámicas de la región.
La emoción que sentía era inmensa cuando desde el avión comencé a ver las casitas
en mitad del mar y el icónico Morro. El mar inmenso rodeaba por todas partes al isleño
Tumaco. Una vez en tierra nos dirigimos al hotel Villa del Sol, en el que nos íbamos a quedar
durante casi una semana para llevar a cabo los talleres y el encuentro del proyecto Entornos
Protectores, sede Tumaco. Mi tarea en ese primer momento consistía en acompañar las
jornadas, realizar el registro audiovisual de los talleres y, por supuesto, escuchar.
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Alto Mira se ubica en la zona rural de Tumaco, a 40 minutos del casco urbano, antes
de llegar a Llorente, pasando el imponente Río Mira. En la actualidad, es uno de los lugares
en los que viven varios grupos armados residuales del proceso de desmovilización con las
FARC, por lo cual, la población civil está constantemente bajo amenaza de confrontación,
intervención militar y paramilitar, además, está expuesta a diferentes violencias relacionadas
con la guerra y el narcotráfico como el reclutamiento forzado, violencia sexual a menores y
mujeres, extorsiones, desplazamiento, entre otras problemáticas.
Sin embargo, Alto Mira es un lugar encantador para quien lo mire con el corazón,
como aprendí en Palenque (2016). No hay carreteras pavimentadas, solo hay una vía principal
y es destapada; las casas son de madera en su mayoría y muy pocas en concreto, detrás de
ellas se expande el monte; hay algunas tiendas y dos escuelas, una privada propiedad de la
empresa de palma, y otra de la comunidad; los cultivos de palma de aceite invaden miles
hectáreas, y los camiones salen y entran constantemente. Sin embargo, sin necesidad de
conversar mucho se siente la tenacidad de las mujeres, el compromiso de los profesores con
el bienestar de los niñas y niñas, y una que otra sonrisa infantil que alimentan sonidos de
marimbas, tamboras y cununos.
Para llegar a Alto Mira, tuve que viajar de Pasto a Tumaco. Durante el recorrido el
paisaje cambia notoriamente, después de pasar Túquerres los pueblos se encuentran
militarizados, las estaciones de policías quedan usualmente dentro de la zona urbana, son
utilizadas las casas para ello, además se encuentran reforzadas por retenes militares,
acompañados por una tanqueta en cada municipio, ubicadas en medio de las calles o las
plazas y las trincheras que se ubican frente a la estación y entre algunas calles.
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Cuando llegué a Tumaco en julio del 2019…
Nos dirigíamos por grupos hacia allá, íbamos llegando algunas profesoras, algunas
niñas y yo, cuando de repente sonaron disparos muy cerca. Inmediatamente una de las
profesoras nos abrazó a quienes alcanzó y nos lanzó detrás de un mesón que estaba a un
lado del salón, donde se ubicaba “el bar”. Nos agachamos, mientras la profesora nos
decía que estuviéramos tranquilas y no gritáramos. Ella tenía experiencia en estar en
medio de confrontaciones armadas mientras daba clase a niños de primaria, lo que solía
hacer era pedirle a los niños y las niñas que se agacharan y gatearan hasta el escritorio
para cubrir sus cabezas, además se debía hacer silencio y, en medio de tanta angustia,
mantener la calma.
Todo fue muy rápido, sólo fueron dos disparos al aire. Salimos de allí y yo estaba
temblando, nunca en mi vida había escuchado un disparo y menos tan cerca. Comencé a
pensar en mi madre, me angustiaba que le hubiese pasado algo, salí corriendo, atravesé la
vía y entré al hotel a buscarla, por fortuna ella estaba cerca. Me abrazó y estábamos bien.
Cuando se coge camino hacia Alto Mira, se tiene que pasar el río Mira en canoa. La
primera advertencia que se hace es no tener cámaras ni celulares a la vista, ni sostenerle la
mirada a nadie que no se conozca. Entrando a la vereda Palo Seco, el primer paisaje que se
encuentra es una empresa de palma de aceite. Como no hay otro camino distinto al caudal
del Mira, la empresa ha montado unos planchones sobre los que pasan hasta tres camiones,
cargados hasta el tope con semillas y productos de palma.
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Trabajar en Tumaco significó enfrentarse a situaciones de riesgo inimaginables para
mí, hasta el momento. Hacer campo en territorios en los que se siente la fuerte presencia del
conflicto armado es aterrador para quienes no sentimos el sonido de las balas detrás de
nuestros cuerpos, o cuando no tenemos encima la mirada armada que afirma que te va a
violentar como parte de su poder.
También significó sentirse sola, un poco desamparada. La única compañía que sentía
por parte de la universidad era la preocupación de mis profesoras por lo que pudiese suceder,
pero fue evidente que no existen redes de encuentro o protocolos para activar en campo
cuando la cosa se pone miedosa. Cuando presenté mi proyecto de tesis en el área la pregunta
más grande era cómo desarrollar una tesis en una de las zonas rojas del conflicto armado, y
la respuesta terminaba siendo: bajo mi responsabilidad. No pensaba abandonar los procesos,
ni la vida, que estaba construyéndose en Tumaco, ni las posibilidades de continuar con el
Rincón Afro, no iba a decirle a Rosita que vivir en medio del conflicto armado era razón
suficiente para voltear la mirada y abandonar toda posibilidad de crear escenarios para la
danza, para los jóvenes y las mujeres, para la comunidad en general.
En agosto de 2019 volvía por segunda vez a Tumaco. Ya lo sentía más cercano.
Anhelaba ver el Morro. Esta vez llegué por avión directamente. En esta ocasión íbamos a
ir hasta Alto Mira para hacer los talleres en el colegio público de la vereda, y en el
quiosco donde se reúne la Junta Veredal.
Llegando a Tumaco noté mayor presencia militar. Por todos lados habían 2 o 3
militares custodiando los espacios, su presencia era muy fuerte incluso en las zonas
turísticas, lo que me generaba mucha tensión porque, con la historia de Colombia, no es
seguro pensar y hacer distinto a los gobernantes, y tener a militares cerca.
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13-08-2019
Iniciar el día con el sonido del mar y el canto de los pájaros. Muy temprano viajamos
desde Tumaco a Alto Mira. Con el primer destello de luz, luego de casi una hora, llegamos
al puente que estaban construyendo (octubre 2019). Nos bajamos del carro y mi madre me
dijo: “aquí no mires a nadie y menos a los ojos. Vamos hasta la orilla, y no te fijes mucho
en nadie. Guarda tu celular, aquí no se pueden tener cámaras, no lo vayas a sacar. No digas
nada, aquí las montañas tienen oídos”. Miré todo a mi alrededor y sentí que el monte que
tenía en frente estaba ocupado por personas que nos observaban y escuchaban, aunque no
las viera. Preferí no hacer contacto visual con los hombres que estaban en la orilla del río
sobre sus motos. Sin decir palabra me subí en la lancha en la que atravesaría el río. Todo lo
que me dijo me asustó un poco. Hice caso sin hacer muchas preguntas porque íbamos de
afán, pero las guardé para hacerlas luego.
El río se veía enorme e imponente, apenas comenzó a moverse saqué las manos de la
lancha y las metí en el agua con cuidado para medir la corriente y sentir la agüita del río en
mi cuerpo. En ese momento me relajé, me sentía muy feliz por estar ahí.
Nos bajamos de la lancha y entramos a una tiendita que estaba a la orilla del río
para tomar café mientras llegaba por nosotros el profesor Juan Carlos, y luego llevarnos a
desayunar, para posteriormente realizar la jornada en el colegio.
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La comunidad que reside en Alto Mira, es consecuencia de las dinámicas violentas
del país, puesto que allí han llegado personas refugiándose del desplazamiento, en su mayoría
campesinos que viene de Putumayo, Cauca, Caquetá y otras partes de Nariño. La comunidad
se ha constituido con todas y todos los que habitan el Alto Mira. Vanín, dice “se reconoció
que todos podían caber en ese espacio, que todos eran iguales, aunque diferentes y las
barreras de los prejuicios comenzaron a caer ante la inevitable necesidad de compartir la
vida”. (Vanín, A. 2017. p. 99).
(…) hacia final de siglo, por la década de los ochenta, el movimiento social
de negritudes se había convertido en un músculo importante del frente popular
que aglutinaba a diversos sectores de la sociedad civil de cara a una reforma
constitucional. (Meza, C. et al., 2017, p. 129)
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Constituyente, tenía el objetivo de legitimar "científicamente" las ambiciones de las
organizaciones negras con una construcción conceptual y discursiva ad hoc apoyada en la
existencia de territorios ancestrales.” (Holffmann, O, 2000, p. 351),
(…) el AT 55 ordena la redacción de una ley específica -la ley 70 de 1993- que será
la primera de la región latinoamericana en reconocer derechos específicos a las
poblaciones negras, instituidas desde entonces como comunidades negras con una
definición siguiente: El conjunto de familias de ascendencia afrocolombiana poseen
una cultura propia, comparten una historia y tienen sus propias tradiciones y
costumbre dentro de la relación campo-poblado, que revelan y conservan conciencia
de identidad que las distingue de otros grupos étnicos. (Hollfmann, O. 2000, p. 353)
Luisa Larios (2018), aporta una perspectiva del proceso del reconocimiento como
sujetos de derecho a las comunidades negras dentro de la constitución de 1991, con la ley 70,
que derivó en la consolidación de Consejos Comunitarios, figuras que, como las Juntas
Veredales, cumplen un rol dentro de la gobernabilidad y procesos políticos populares y
colectivos.
En palabras de Arocha,
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cada día para la comunidad que reside en Alto Mira. El recrudecimiento del conflicto armado,
la expansión del narcotráfico, la exacerbación de la violencia, son unas de ellas.
La inseguridad que generan las dinámicas del narcotráfico ha implicado a las fuerzas
militares, sin poder distinguir con certeza cuál es su labor dentro del territorio y en beneficio
de quienes, por ejemplo, algunas de las intervenciones militares han concluido en masacres
como la del Tandil en 2017 y en Pueblo Nuevo en el mismo año a causa de la erradicación
forzada, que no contempla un proceso de restitución de cultivos, dejando sin sustento a las
familias que reciben ingresos de los cultivos de coca.
En el 2017 una protesta que se desarrolló en Alto Mira contra la erradicación forzada
se convirtió en un baño de sangre. Un grupo de campesinos hizo un cordón para no
dejar pasar a la Fuerza Pública hacia las plantaciones de coca. En Tumaco, miles de
familias viven de ese cultivo; es el municipio con más hectáreas sembradas de hoja
de coca en el país. Luego de estar unas horas impidiendo el paso de los uniformados
se escucharon disparos.
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de la legalidad, pero el Estado no garantizó otra fuente de trabajo. Los campesinos decidieron
impedir que ese jueves 5 de octubre de 2017 los militares continuarán con la erradicación,
exigiendo que el Estado tenía el deber de hacer sustitución de cultivos y no erradicación
forzada, la respuesta de los militares fue disparar contra ellos dejando un total de 6 muertos
y muchos heridos. En la vereda se levantó una casa de la memoria como consecuencia de la
masacre.
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defienden la vida, el agua, el territorio y el medio ambiente en las zonas más apartadas
del país. (Página 10, 2019)
Sin embargo, es importante resaltar que la Defensoría del pueblo (2020) reporta la
decisión de la Comisión Interamericana de DDHH, frente a la solicitud de las medidas
cautelares para el Consejo Comunitario, después de la masacre del Tandil y el asesinato de
José Jair Cortés en el 2017 y James Escobar del 2018.
Como ha sido expuesto, tanto el Pacífico, como Alto Mira, se ha venido construyendo
gracias a las agencias de las colectividades que han pasado por allí, quienes han cogido
camino para quedarse o para irse, quienes sientes y desean el territorio, y se han dispuesto a
aprehenderlo para echar raíces o por quienes definitivamente se ven expulsados por la fuerza
de la guerra o el empobrecimiento. “Mucho más que una cosa u objeto, un territorio es un
acto, una acción, una relación, un movimiento concomitante de territorialización y
desterritorialización, un ritmo, un movimiento que se repite y sobre el cual se ejerce un
control.” (Herner, M. 2009. Pág. 167)
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estrategia de análisis responsable y coherente con los procesos epistemológicos de Abya-
Yala. Betancourt (2017), explica que la triada le apuesta a la siguiente comprensión:
Es así como se hace vigente una crítica decolonial, que Betancourt recoge para visibilizar
y reconocer política y epistémicamente, los saberes geográficos de estos pueblos y
comunidades, incorporados en sus saberes-haceres espaciales y en la apropiación social
(simbólica y material) de sus territorios. (Betancourt, M. 2017, pág. 315), por ejemplo, para
preparar un “encocado de pescado” se necesita conocer el buen estado de las plantas, la
procedencia del pescado, por lo tanto, se conoce el río y la tierra buena.
Rosita me llamó sobre las ocho de la noche para saber cómo habíamos llegado a Bogotá.
La llamada se extendió lo suficiente como para que me contara que ella hace algunos años
vendía comida cerca al colegio para la gente que trabaja en unas obras allí, pero también
cocinaba para los niños comida que les fuesen nutritivos para sus organismos, como jugo
de naranja.
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Gran parte de la llamada se enfocó en la descripción de una receta que ella prepara con
dedicación y maestría: “Encocado de pescado”. Ese fue el plato que nos cocinó para el
almuerzo el día que estuvimos en Alto Mira. Me gustó tanto que ella prometió volverlo hacer
pero, además, me iba a enseñar a hacerlo.
Rosita insiste en que es muy importante comprar pescado fresco, que no haya estado
congelado porque ese no es bueno, es decir, al que le compra ahí mismo al pescador.
Es esa misma línea de nuevas concepciones del espacio, Milton Santos, geógrafo y
abogado brasilero, rescata las formas propias, colectivas e individuales de concebir el
territorio y las territorialidades como procesos claves que brindan elementos importantes para
la geografía y las ciencias sociales.
Por ejemplo, Francisco, el sobrino de Rosita, me contó que cuando el control del
territorio cambia de mando, deben tener mucho cuidado con los caminos porque los lugares
por lo que no se puede pasar bien sea porque hay minas, porque son lugares secretos o
simplemente implican riesgo, pueden cambiar sin aviso previo, y se vuelven desconocidos
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hasta que se vuelven a instaurar dinámicas de comunicación efectiva entre quien toma el
control del territorio y la comunidad.
Milton Santos, repara en la violencia que se ejerce sobre los colectivos e individuos
cuando se impone una visión del espacio, de por sí ajena, pero, además, sin diálogo alguno
con las nociones locales.
Si el espacio no significa la misma cosa para todos, tratarlo como si estuviese dotado
de una representación común, implicaría hacer violencia contra el individuo y, por
consiguiente, las conclusiones básicas no serían aplicables. (Santos, Milton.1999,
pág. 83)
Eran casi las 3 pm y el calor azotaba, de repente, un vecino frente al quiosco prendió
un equipo de sonido a todo volumen, Rosita de inmediato se molestó y mientras se disponía
a dirigirse hasta la casa del señor, dijo en voz baja: “él sabe que nos está poniendo en
peligro, ya le he dicho y no hace caso”. Quedé impactada por su reacción e hice silencio.
No entendía qué pasaba, pero decidí ser prudente. Coincidencia o no, un par de horas más
tardes comenzaron a entrar militares por la vía principal que conectaba con el puente, por
donde nosotros habíamos entrado y por donde teníamos que salir.
Como bien sabemos, los ordenamientos territoriales en Colombia han girado en clave
económica por lo menos durante el último siglo, promulgando el “desarrollo” y la producción
máxima económica, al respecto. Santos plantea una postura sobre esta relación espacial-
economía,
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producción pasados. Sobrevive, por sus formas, al paso de los modos de producción o de
sus momentos. (Santos, Milton.1999, pág. 161)
La disputa territorial en Alto Mira tiene todo que ver con el control de la tierra en la que
se cultiva coca, pero también con las rutas de acceso y exportación de cocaína y marihuana.
El narcotráfico es la fuente económica más fuerte de gran parte de Nariño, y Tumaco por ser
puerto, concentra varios intereses para los grupos armados que hoy día se financian a través
del mismo. Es así, como gran parte de la comunidad que reside en Alto Mira trabaja para esta
enorme y violenta industria, como una de las niñas con las que trabajé que con 14 años debía
ir todos los días después del colegio a rascar coca para ayudar con la economía de su núcleo
familiar.
28
Todo lo que vive se mueve, vibra en sí mismo como las piedras, viaja en ondas como
el viento, se desplaza como el cuerpo de un danzante. La vida es el continuo movimiento de
la experiencia. La danza es la posibilidad de organizar el movimiento cuando es colectivo,
ya sea porque se baila con otros o para otros.
La danza, como las artes, es una acción comunicativa, quiere decir algo, transmitir lo
que se puede sentipensar cuando se agencia el movimiento desde el cuerpo, cargado de
acciones e intenciones. Necesitamos a otros porque queremos construir ideas y posibilidades
frente a la vida que se mueve, que no cesa, porque solo feneciendo la vida detiene las ondas,
las vibraciones y cualquier aleteo que signifique continuar.
Los profesores habían llevado las tamboras y los cununos, las profesoras cantaban y
bailaban. Se sentía bonito estar ahí. Yo aún no me sentía en confianza así que me senté a un
ladito y me dediqué a disfrutar la compañía y la alegría de todos y todas. No podía dejar de
seguir el ritmo del tambor, luego de unas horas ya me sentía más en confianza y me animé a
acercarme al tamborero, él me cedió el tambor y le dije que me enseñara. Juan Carlos me
miró, me dijo qué ritmo tocar: “papa-con-yuca”, y me entregó los palos. Empecé a tocar
mientras la gente a mi alrededor comenzaba a mirarme y yo me ponía colorada.
Juan Carlos me dijo que lo estaba haciendo bien, pero para que me sonara bonito tenía
que bailar con el tambor. Cuando él me dijo eso, cerré los ojos y entendí lo que me quería
decir, escuché las vibraciones del tambor y me dejé afectar ellas para cogerle el ritmo. Sin
29
abrir los ojos me acerqué al instrumento y entendí la complicidad del grupo, desde el
movimiento que me conectaba con el tambor. Todo comenzó a fluir. Cuando menos lo esperé,
los cununos comenzaron a acompañarme, yo no cabía de la alegría. Todo fue sublime cuando
las voces de las profesoras comenzaron a cantar pregonando mientras me rodeaban y me
animaban a continuar.
En ese momento encontré una pista que me llevaba a tener presente la relación entre
el cuerpo y la danza. El rimo con el que tocaban las tamboras, los alegres y los guasá,
resonaban en los cuerpos de cada persona, desde la cabeza hasta los pies acompañaban las
ondas que dejaba el sonido, sus voces parecían nacer de las entrañas y se encontraban con las
palmas de las manos que en grupo acompañaban los cantos. Las profesoras se encontraban
al lado derecho del alegre, juntas contaban y se movían con el tiempo del tambor, las caderas
ondeaban como el mar que teníamos de frente. Al lado izquierdo se encontraban los
profesores, cada uno con un instrumento, cantando y riendo, recordando cantos para
acompañar la noche. Sin duda fue un momento alegre. Esa noche marcó el comienzo de una
forma de relacionamiento particular con el grupo en general.
01-06-2019
Bendita curiosidad la que puso mis manos sobre la tambora para tocar como nunca
ese tan repetido “papaconyuca – papaconyuca”. Aquí no se trata del golpe, “se trata
de ser uno con el instrumento y bailar con él, solo así el ritmo se siente sabroso”,
dijo el profesor Juan Carlos.
30
extremo y se sembró en mi centro, brotaron flores destellantes como estrellas fugaces. Así lo
supe, era parte de estas tierras.
En efecto, “la corporalidad” aparece cuando se baila con los instrumentos, cuando se
está en contacto, en relación y en movimiento, nuestros cuerpos se afectan por las situaciones
en las que nos desenvolvemos y por quienes nos acompañan. Aprendemos a ceder nuestro
saber hacer para reconocer las experiencias que enseñan de otras maneras, nos permitimos
transformar nuestras sensaciones cuando se encuentran con ritmos, sonidos y sentires
extraños, corporizándolos en nuestras propias experiencias. El estar vivo implica permanecer
en situación de constante transformación junto con el medio que rodea la existencia, “no hay
en nosotros nada que sea objeto de la experiencia y permanezca constante o independiente
de las situaciones.” (Varela, F. 1997, pág. 83).
Cuando los tambores suenan ahuyentan al miedo, sobrepasan el recuerdo del sonido
de las balas. Las baquetas contra el cuero retumban en el viento y los cuerpos se abrazas, se
sienten, se acompañan, como los brazos de la profesora que nos rodeaba detrás de la barra
cuando nos protegía. Pasamos de la inmovilidad y el temblor a la cadencia del ritmo, a las
voces que salían de las entrañas, al contacto cuidadoso. La música y la danza se expresó en
la transformación del espacio y de los seres que nos encontrábamos esa noche.
13-08-2019
31
Yo me dispuse a escuchar y observar. Me detenía por momentos sobre el estar de las
madres, todas eran diferentes, unas muy jóvenes, otras mayores, otras ni se interesaban por
escuchar, otras participaban con tal emoción que no perdían oportunidad para hablar, jugar,
opinar, reír y recochar.
Afuera del salón habían estado unos hombres cortando leña toda la mañana, yo
asumía que era gente de la comunidad o campesinos curiosos, porque se acercaban
eventualmente y se quedaban escuchando qué estábamos haciendo o diciendo y volvían a su
labor. En medio de un receso habían pelado algunos cocos y nos ofrecieron agua de coco
para refrescarnos, yo les acepté con agradecimiento, en ese momento mi madre me dijo en
voz baja que fuera precavida, que ellos eran guerrilleros y que estaban allí vigilando qué
estábamos haciendo. En un momento, mientras tomábamos agua de coco en medio del
receso, comenzamos a reunirnos y a conversar con ellos, los profesores, los jóvenes y algunas
de nosotras. Hubo risas, chistes, refrescos y música.
Tú- pa-tu, los cununos sonaban. La timidez que me caracteriza para bailar en frente
de desconocidos, y menos frente a mujeres que llevan la música en la sangre, no me hicieron
ajena al llamado de la música del Pacífico. No es solo música, es toda una forma corporal,
espiritual, política, de estar en el mundo.
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Salimos a almorzar, pero el grupo de estudiantes que estaba tocando se quedó ahí un
momento más. Yo me acerqué y me dijeron que me animara a tocar, les dije que no sabía
pero que lo hacía si ellos me enseñaban. Jeison, un muchacho de 14 años, me dijo que sí y
me cedió uno de los cununos. Me senté a su lado y comencé a seguirlo, él pausaba cada que
me perdía y volvía a empezar, cuando me sentía muy perdida paraba y él se detenía para
explicarme paso por paso.
En mis manos corría el sonido que enunciaba baile. La invitación sonriente de los
niños, sus apreciaciones por cómo se manifestaba el Pacífico en mí, me animaba a seguir, a
intentarlo una y otra vez. Fueron sus miradas cómplices y la invitación a tocar a su lado lo
que me convenció de que el sonido estaba en mí y yo en ellos.
Antes de volver al salón para recoger las cosas, en medio de la ronda en la que
estábamos compartiendo, mi madre le preguntó a Jeison que cómo me había ido tocando con
ellos. Jeison le dijo que muy bien y el profesor Juan Carlos metió la cucharada diciendo que
yo tenía sangre de negra porque podía tocar con sabrosura, que les cogía el ritmo rapidito y
entendía qué tenía que hacer.
33
El encuentro de Chachagüí (octubre 2019), inició con una ronda de presentación. Los
jóvenes de Tumaco, bajo la dirección del profesor Jaime Varela, docente de educación física,
sacaron los instrumentos de percusión porque tenían preparadas unas actividades a través de
la música. Jeison, el primero que me enseñó a tocar cununo la vez que estuvimos en la escuela
de familia en Alto Mira, me invitó a tocar con ellos, los profesores se animaron y me hicieron
paso para que me sentara con ellos a tocar la tambora. El profe Juan Carlos era quién más se
fijaba en lo que estaba haciendo para corregirme y esperarme hasta que volvía a acomodarme
al grupo cuando me perdía.
Sin excepción, este encuentro también concluyó con danza. En la noche, después de
terminar todas las tareas propuestas, los jóvenes de Alto Mira le pidieron al equipo de
Humanidad Vigente que les permitiera hacer “una fiesta” de cierre ya que estábamos
compartiendo con el proceso de Pasto.
Hasta las diez de la noche sonó bachata, champeta y reguetón, carcajadas, gritos de
celebración y complicidad, sin embargo, no me aparecí por más de dos minutos porque me
intimidaba bailar con las niñas y niños de Tumaco, quienes tienen una movilidad corporal
impresionante, además era complejo para mí en cuanto a su expresión puesto que tiende a
ser muy sensual. Supongo que mi lugar como tallerista no me permitía acceder a esos
espacios de igual manera porque simplemente no me correspondía, además, me confrontaba
el tipo de relación que se podría establecer con los chicos en esas dinámicas de fiesta y danza.
Me daba un poco de miedo que la relación de respeto y comprensión de mi presencia como
tallerista se modificara y me generara dificultades en el relacionamiento con ellos más
adelante por la cercanía de edades que tenemos, entre otras cosas.
34
poder que me daba autoridad dentro de los espacios, al mismo tiempo crecía las posibilidades
de sentirme vulnerable al exponerme en cualquier situación en la que pudiese ser cuestionada.
Al amanecer del otro día la cercanía entre todos los jóvenes era mucho mayor, las
distancias eran menores y las conversaciones mucho más fluidas. Por desgracia, ya debíamos
partir, cada grupo para su respectivo territorio.
Alto Mira es una de las muchas “zonas rojas” del Pacífico colombiano, debido al
conflicto armado que se vive en la región hace décadas. Frente a la rudeza de la guerra, la
comunidad ha intentado crear diferentes espacios que propendan por la protección de la vida
y los sueños de los más pequeños; la música, la danza, los deportes y otros proyectos, son
parte de las estrategias que buscan quitarle a la guerra poder sobre las opciones y proyectos
de vida para los niños y las niñas que crecen en el territorio. En esa búsqueda, Humanidad
35
Vigente le aportó al proceso de la comunidad los instrumentos de música tradicional y de
banda marcial, para que consolidaran los proyectos pedagógicos que ya se venían
anunciando.
Cuando llegaron, los tambores, las marimbas y los cununos a la escuela, los
profesores comenzaron a aprender a tocar en el casco urbano de Tumaco, recogiendo música
y danza de origen afro, para luego ir a enseñarles a las niñas y los niños de la Escuela de Alto
Mira. En cuestión de meses ya existía un grupo de música tradicional conformado por casi
diez estudiantes, quienes le enseñaban a los que todavía estaban iniciando el proceso de
aprendizaje. Todos eran responsables de que hasta el más principiante aprendiera.
Con el paso del tiempo, entre ires y venires, encuentros y distancias, el grupo fue
avanzando en sus procesos de aprendizajes y creación, a tal punto que para el encuentro en
Chachagüí (octubre del 2019), el profesor Jaime había preparado una coreografía de una
danza africana con los y las chicas de la escuela de jóvenes.
36
En el Rincón Afro confluyen las reflexiones identitarias y políticas que pasan por las
corporalidades de las niñas, los niños, los docentes y la comunidad en general. Es un
escenario práctico de creación de memoria y resistencias desde la reapropiación de las
historias individuales, oficiales y comunitarias, en aras de construir una propia en la que
quepa Alto Mira, sobreponiendo el cuidado de la vida por encima de las diferencias.
CUERPO
Para empezar, la noción que hasta el momento tenía de cuerpo partía de lo que en
danza se reconoce como el lugar de la existencia puesto que es nuestro lugar y nuestra
37
herramienta de trabajo, el cuerpo es donde recae la posibilidad de hacer y ser. Luego, entiendo
que la noción de cuerpo ha venido cambiando con el tiempo, pasamos de ser cuerpos
máquinas con Descartes, a ser seres corporizados que encarnan experiencias, como lo expone
Mari Luz Esteban (2016),
En la palabra cuerpo sólo podríamos reconocer, pese a todos los esfuerzos, las
dimensiones físicas, somáticas del cuerpo, aquellas producidas por conocimientos
expertos como la física, la química, la fisiología, la anatomía y la biología, y cuya
principal fuente de saber son el cadáver y la materia inerte. (…) Corporalidad es un
término capaz de aprehender la experiencia corporal, la condición corpórea de la vida,
que inmiscuye dimensiones emocionales y, en general, a la persona, así como
considerar los componentes psíquicos, sociales o simbólicos; en ella habitan las
esferas personal, social y simbólica, a saber, el cuerpo vivo y vivido. La corporalidad
remite a la dimensión del cuerpo en la que se realiza la vida corporal, más allá de sus
cualidades puramente orgánicas, por cuanto le permite al ser humano ser consciente
de ella a través de la cenestesia y, luego, establecer vínculos emocionales mediante el
cuerpo. (Pedraza, Z. 2004. Pág.66)
Por otro lado, las corrientes filosóficas se ocupan de las preguntas contemporáneas
sobre el cuerpo, y desde la fenomenología se intenta encontrar la esencia de la existencia en
el mundo, en relación con la materialidad,
38
Merleau-Ponty, presentándose esencialmente como un filósofo del cuerpo,
considera que es nuestro cuerpo aquello que asegura que existan para nosotros
objetos. Por lo tanto, mi cuerpo no es un objeto cualquiera del mundo, es un medio
de comunicación entre nosotros y el mundo. (Pérez, A. 2008. pág. 203)
Comencé a replantearme la lógica del saber, ¿para qué saber sola?, quería saber con
quienes compartía, y para eso necesitaba disponerme a construir corporalidades que encarnan
otros contextos, nociones, historias, lenguajes, y por supuesto, otras violencias. El territorio
en el que se desarrolla la vida y las corporalidades de Alto Mira, les da cualidades muy
distintas a las que yo tengo, por eso no podría hablar de cuerpo, danza o lo que sea sin abordar
el conflicto armado que habita en los cuerpos de quienes bailan, (violencias sexuales,
reclutamiento forzado, homicidios), de esas corporalidades que cargan con el reto de
sobrevivir, quienes asumen la tristeza y el dolor del conflicto armado, que habitan el miedo
de la guerra.
Merleau-Ponty en Varela (2000), sugiere unas relaciones que tejen esa compleja
cuestión de ser-mundo, entendiendo que el cuerpo habla con base en su espacialidad,
motricidad e intencionalidad. Merleau Ponty, indagando sobre el ser corpóreo, plantea tres
postulados importantes para el desarrollo del concepto que aquí planteamos como ser-mundo.
El primero de ellos se centra en que las acciones están comprometidas con nuestra
corporalidad, las posibilidades y potencias de nuestro ser en el mundo dependen de las formas
en las que el medio físico nos afecta, por ejemplo, la fuerza de nuestro cuerpo se forma
mientras se desarrollan tareas físicas que nos relacionan con el mundo físico, nuestro propio
cuerpo creciente y las otras personas, como en el caso de Rosita quien ha construido una
corporalidad en relación a ir a trabajar rascado coca, cocinando para la empresa de Palma, o
para la escuela. Nuestro cuerpo es el que nos permite saber la existencia de los objetos a
través de los sentidos, es el lugar en el que se manifiesta todo lo que es externo a una misma
39
como primer filtro de conocimiento sobre el mundo, como la sensación de los palos en las
manos cuando se va a tocar tambor; por último, Ponty plantea que el cuerpo es un medio de
comunicación entre nosotros y el mundo, como cuando se tensiona la voz y el cuerpo de
Rosita cuando siente que la señal se cae, la música suena muy duro o hay presencia militar
en el territorio.
El sujeto y la corporalidad, es una de las nociones que nos interesa tejer puesto que
es el elemento que evoca a la naturaleza del ser humano y la construcción identitaria en
procesos históricos sociales colectivos.
40
fragmentación, pero afectado por las corrientes críticas de la filosofía, las artes y las ciencias
sociales, también se convirtió en actor de reflexión, transformación, cuidado colectivo y
apuesta política, permitiéndose así una visión más aguda que ayudará a reflexionar acerca de
la idea de la materialidad y su representación social, en constante diálogo con el contexto
social y las luchas sociales que de allí emergen.
41
cotidianamente el bienestar de la comunidad, profundizando así las dinámicas de imposición
del poder sobre la vida y la dignidad de la gente afrocolombiana del sur de Colombia.
42
en las lógicas populares arraigadas en las danzas porque han sido un lugar de resistencia y
reivindicación popular, como en la actualidad se presentan en el Rincón Afro.
43
Hace unos meses una compañera me preguntó sobre los primeros recuerdos que tenía
sobre el conflicto armado, hasta el momento yo tenía presente lo que acontecía en la
universidad como activista estudiantil: algunas amenazas, persecuciones y vigilancia, sin
embargo, me detuve en la respuesta porque recordé que cuando era niña sucedió algo que
cambió la vida de mi familia, y hasta ahora me daba cuenta que, en gran medida, fue el
conflicto armado la causa responsable.
El proceso de investigación está atravesado por la vida de una y del mundo. Cuando
llegó la pandemia las preguntas que se venían tejiendo en la tesis quedaron pasmadas e
inciertas, tanto ella como yo pasamos por una metamorfosis. Empezamos a existir en un
apartamento, en un cuarto, en una sala, en una ciudad en cuarentena.
44
La pandemia interrumpió los procesos de construcción política y colectiva, nos aisló,
nos separó, detuvo todas las reflexiones porque ahora la pregunta era por el presente y el
futuro, que no atinaba a horizontes ni certezas. La angustia recayó en el cuerpo. La
enfermedad física, emocional y mental se encontraron en el mundo que cabía en unos cuantos
metros cuadrados, cada vez más reducidos, se asentó en nuestros cuerpos encerrados.
Lo único cierto era la obligación del encierro, por lo que necesitaba buscar formas
distintas en las que podía explorar cómo seguir siendo en vida. Corrí los muebles de la casa
para adecuar un lugar en el que pudiera moverme, llorar o respirar. De esta manera
encontraba el camino para entender qué sucedía en la vida que me habitaba, que no entendía
la obligada situación de aislamiento e insistía en continuar latiendo. El encierro implicaba
moverse menos, recurrentemente pensaba “si me quedo quieta, me voy a morir aquí.” La
pregunta por el movimiento comenzó a ligarse con la vida.
45
Según los canales oficiales de información la única tragedia que estábamos viviendo
era el contagio del covid-19, pero por las calles desoladas de todos los barrios de la ciudad
comenzaron a estrellarse las piedras contra las ventanas y los gritos desesperados de la gente
que decía estar hambrienta comenzaron a entonarse. La impotencia se manifestaba y las
acciones solidarias comenzaron a asumir aportar con lo que se pudiera, cuando se pudiera,
frente a responsabilidades que les correspondían a los gobiernos. Pero la situación comenzó
a empeorar, hasta el punto de alzar la voz en un reclamo generalizado que exigía condiciones
de vida digna.
Así fue abriéndose un camino que permitía agenciar procesos de denuncia, con
posibilidad de construcción y transformación social, en gran medida, con carácter popular,
que nos preparaba para ir a Paro Nacional 21Abril del 2021, cuando el gobierno lanzó la gota
que rebasaría la copa: la reforma tributaria.
En ese momento volví a acudir a la danza para poder participar de lo que acontecía a
nivel social. La danza me ha enseñado a escuchar al otro, a trabajar con el otro, a moverme
y construir en colectividad, a crear posibilidades. Eso era lo que sentía que podía dar para el
momento social por el que estábamos atravesando porque la danza ha sido la que me ha dado
las pautas para trabajar desde lugares políticos.
Para abrir camino acudí al llamado social y estudiantil, que posteriormente alimentó
los movimientos respectivos que se organizaron durante el paro. Otra vez aparecía el
movimiento como un llamado a la vitalidad, a la vida digna, pero esta vez habitar en
movimiento significaba buscar la continuidad de la vida social, por ende, en colectividad. Me
decía a mí misma, “no me puedo mover sola porque necesito a otras personas para construir
horizonte y camino”, por eso tenemos que coordinarnos, escuchándonos y sintiéndonos,
pendientes de quien está a nuestro lado, como la danza enseña. Esos son los principios con
los que empecé a agenciar espacios políticos.
46
enseñan a cuidar la vida, quienes vamos aprendiendo de ella entendemos que hacerlo es una
postura política.
Cuando el cuerpo propio está en contacto con otro tiene la responsabilidad de cuidarlo
durante la interacción que emerge, cualquier movimiento poco consciente y atento puede
golpear y afectar la corporalidad del otro. Así mismo, aumentar la conciencia del cuerpo
propio permite ampliar las posibilidades de cuidado que pasan por la alimentación, la postura
y la energía o la intención con la que se habita el cuerpo.
Uno de los principios del arte que aprendí a través de la danza fue “la creación”. En
medio de mi proceso de formación y acción política me he preguntado, ¿cómo sería posible
crear una nueva sociedad?, y el comino que vislumbra apunta a los principios sensibles y de
escucha de lo colectivo para crear lo que la danza contiene.
47
3.3 Danza, movimiento y creación política
(Fotografías tomadas durante el paro estudiantil del 2018 y 2019, durante las
movilizaciones de la UNEES)
48
3.4 Identidad afro, danza y Estado
49
demasiada prisa y poca seguridad esas comunidades de talla y de contenidos tan
diversos. (…) Más próximos y más reales, en cierta forma, que la “comunidad
nacional” inaccesible y excluyente, estas redes mezclan sus retóricas identitarias y
“trabajan” sus diferencias culturales en un nivel intermedio de participación política."
(Agier, M. 2008. Pág. 99)
“La danza recoge ese conocimiento y legado cultural en los cuerpos que lo
habitan, y a su vez esos mismos cuerpos como territorios forman una comunidad
donde sus prácticas y saberes se ponen en diálogo desde el movimiento danzado. En
las comunidades afrocolombianas estas prácticas tienen un significado histórico, ya
que nuestras danzas evocan costumbres y tradiciones de un pueblo y de una
comunidad que se identifica desde un colectivo que reconoce sus diferencias, pero
que parte de esas diferencias para establecer vínculos formativos donde se comparten
saberes y se construye en comunidad.” (Mosquera, M. 2020. Pág. 17)
“Estas legislaciones han abierto un espacio para aquello que con frecuencia
no ha sido más que una ciudadanía incompleta: masas de excluidos y de dejados “de
la mano de Dios” acceden a ciertos derechos sociales y a una voz política, pero no en
tanto que individuos que son integralmente ciudadanos, sino en tanto que “Negros”,
“Indios”, “Afrodescendientes”, descendientes de “Quilombolas”, etc. La búsqueda de
identidad más íntima puede pues desarrollarse a la luz del día; más aún, ella se
convierte en un argumento político que debe ser puesto en escena bajo formas
50
simples, comprensibles, que convenzan, traducibles en gran escala. (Agier, M. 2008.
pág. 100)
Podemos empezar recordado que las actividades sociales que los esclavizados
comenzaron a realizar a medida que se iban encontrando y organizando, habrían de hacerlas
en condiciones de represión pero con la claridad de transformar sus bailes y ritos maternos,
combinando el rechazo a la esclavitud y la convivencia con ella, por ejemplo, el Observatorio
de DDHH (2009), relata que aceptaban formalmente la religión cristiana y a sus santos, pero
realizaban ritos clandestinos que invocaban dioses africanos; aceptaban formalmente uniones
conyugales con patrilinealidad legal, pero tenían relaciones sexuales flexibles, en las cuales
podían participar la mayor parte de los hombres de la cuadrilla alternadamente con el mínimo
de mujeres existentes, dando origen a vínculos familiares de los hijos con reconocimiento
matrilineal y matrilocal. (Observatorio, DDHH. 2009, p. 26)
Larios, L (2018), en su apuesta por tejer la relación entre identidad, memoria y arte
popular, desde una “revolución simbólica” se acerca a la historia de la danza en Tumaco
desde los años setenta, recordando algunos procesos nacientes como procesos colectivos
dentro de las luchas populares, que encontraban en el ritmo legendario gozo y comunicación
con los dioses.
Eran los tiempos del grupo de Danzas del Plan Internacional y los primeros
pasos de la Academia Folclórica Danzas Ecos del Pacífico, hoy Corporación Artística
51
Danzas Ecos del Pacifico. Estaba el grupo Nuevos Amaneceres en sus tiempos y
quedaban los ecos de la Cueva del Sapo. (Montaño y Rivas, 1994). (Larios, L. 2018;
26)
Además, recuerda la influencia del sector empresarial como actor de gestión cultural,
Luisa Fernanda Larios (2018), citando a Munevar, citada por Gutiérrez (2012) aporta
una reflexión pertinente frente a la utilización de medios artísticos como parte de procesos
sociales, ya que permiten la creación de nuevas formas y herramientas para abordar
problemáticas estructurales a través de procesos particulares, resaltando el impacto en los
cuerpos que encarnan las violencias,
cada vez con mayor ahínco se recurre a la apropiación de métodos artísticos para
involucrarlos en los procesos sociales que, además de desbordar el marco institucional
establecido, sugieren la configuración de subjetividades emergentes al vaivén de las
52
adversidades. Subjetividades que habitan cuerpos esculpidos por violencias.
Subjetividades que apuestan a develar un cúmulo creciente de realidades
estructurales, al vaivén de iniciativas concretas de corte político (p.164). (Larios, L.
2018; 47)
Sumado a lo anterior, Lederach (2008) propone ver la construcción de paz como una
telaraña en la que se tejen estratégica e imaginativamente redes relacionales en escenarios de
conflicto, y en la que, para generar un cambio social significativo, deben aplicarse tres
principios, la comprensión de la geografía social, el pensamiento sobre las intersecciones y
la flexibilidad ingeniosa. (Acevedo, E. 2014; 11)
De acuerdo a Lavabre (1998) “la memoria colectiva es tan pronto evocación, recuerdo
de un suceso vivido, narración, testimonio o relato histórico, como elección del
pasado, interpretaciones y hasta instrumentaciones de éste, conmemoración,
monumento, e incluso huella de la historia y peso del pasado” (pág. 5)." (Acevedo, E.
2014; 13)
53
“exaltación paternalista” de los cuerpos “negros”, y la trivialización de universos simbólicos.
(Arocha, J. sij; pág. 28)
Loira, L, hace un esfuerzo por recopilar varias definiciones de identidad cultural que
retomaré por la pertinencia del debate sobre el asunto y por lo enriquecedor que resulta
ampliar el cuestionamiento a conceptos fundamentales para la construcción política y la
relación con los gobiernos.
La tercera categoría la plantea Hall (1991) quien defiende que se trata de una
representación temporal que se ocupa de marcar diferencias: “Estas teorías nos animan a
reevaluar dichas categorías deconstruyéndolas y exponiendo la rica diversidad que existe en
su interior (p. 28).” (Larios, L. 2018; 40), además, Hall (1992) hace una contribución al
concepto de negro como: “categoría organizativa de una nueva política de resistencia entre
grupos y comunidades que en realidad tienen historias, tradiciones e identidades étnicas muy
diferentes” (p.252). (Larios, L. 2018; 41)
La cuarta categoría la plantea Canclini (1994) haciendo énfasis en que “la definición
de identidad no debe ser únicamente socio-espacial, sino sociocomunicacional. La identidad
se conforma tanto mediante el arraigo en el territorio que se habita, como mediante la
participación en redes comunicacionales deslocalizadas (p.174).” (Larios, L. 2018; 41)
54
transculturación y política, todos aquellos son factores que forjan un proceso de
subjetivación, auto reconocimiento, y organización social. Se podría decir que la identidad
es una construcción que se forja en contextos particulares alimentándose de colectividades
que transforman la noción de sujeto e impactan en la acción conjunta.
Somos lo que somos porque hay unas estructuras que lo permiten. En Alto Mira como
en todo el mundo, la estructura está compuesta por dinámicas violentas que reproducen
violencias de género. La prudencia fue fundamental para escuchar sin interrumpir o romper
discursos que alcanzaba a percibir y que me generaban choque o inconformidad. Tenía
presente que las dinámicas socioculturales de la gente con la que estaba compartiendo y a
quienes estaba conociendo no eran las mismas en las que yo estaba acostumbrada a vivir,
pensar, sentir y hacer.
Situaciones que reconocía como parte de las violencias de género fueron surgiendo
en medio de conversaciones y actividades. En el primer encuentro tuve la posibilidad de
presenciar algunas discusiones que se dieron en torno a las rutas jurídicas de denuncia en
caso de violaciones de derechos humanos, y la presentación de las rutas de prevención
construidas por la comunidad.
Durante el cierre del evento surgió una discusión en la que participaron estudiantes,
profesores y Junta Veredal. El tema se centró en las agresiones y violaciones sexuales, y la
manera en la que la comunidad se organizaba para prevenirlas. La representante de las
madres, padres y la Junta Veredal manifestó que el mecanismo de prevención consistía en un
protocolo de vestimenta para las niñas y adolescentes. Las moderadoras del espacio,
abogadas del CPDH Y Humanidad Vigente, preguntaron a las y los jóvenes si ellas y ellos
estaban de acuerdo con este tipo de medidas a lo que los jóvenes varones respondieron que
sí, que ellos sabían que estaba mal decirles cosas a las mujeres pero que ellas tenían que
vestirse decentemente para que no propiciaran agresiones verbales o físicas. Los profesores
y profesoras estuvieron de acuerdo con lo dicho, agregando el rector que iban a hacer lo
posible por reducir las agresiones sexuales a las niñas, pero que igual, hombres morbosos
55
como él iban a haber siempre, agregando que las niñas eran coquetas y las responsabilizaba
a ellas si eran víctimas de agresiones y violaciones.
En ese momento me percaté que las niñas no se habían pronunciado al respecto, así
que decidí intervenir, diciendo que “las niñas, como todos los seres humanos, llegamos a
una etapa de nuestro crecimiento en el que nos comenzamos a transformar mientras
descubrimos a esa mujer joven en la que nos vamos convirtiendo. En ese proceso nuestro
cuerpo cambia y aprendemos a relacionarnos física y emocionalmente con otras personas,
del mismo sexo y del opuesto, nuestro comportamiento tiene que ver con esa nueva etapa
que nos introduce a un desarrollo sexual. No obstante, las niñas no estamos disponiéndonos
para ser agredidas de ninguna manera”, luego les pregunté a ellas sobre lo que pensaban,
inmediatamente un joven iba a tomar la palabra, lo interrumpí insistiendo en que la pregunta
era para las niñas del grupo. Una de las niñas tomó la palabra diciendo que a ella no le gustaba
que le dijeran cosas por cómo se vestía. Otras niñas se animaron a hablar diciendo que a ellas
les gustaba vestirse así porque se sentían lindas. Una de las madres manifestó que a los niños
le celebraban desde muy pequeños ser atrevidos y tener novias, entre más atrevido más
orgulloso debía sentirse, pero a las niñas, por el contrario, se les castigaba por salir a la calle
solas, por salir de noche, ir a fiestas y mucho más por tener novios. Después del encuentro
me sentí contrariada, no sabía cómo asumir lo que estaba escuchando porque partía de que
mi desarrollo como mujer ha sido diferente pero no mejor que ninguna. Aun así, me
confrontaba.
Después de acabar la sesión, insistí en que había un lugar desde el cual se podía
abordar esos temas que tanto me habían interpelado, así que propuse realizar un taller en un
próximo encuentro en Alto Mira y frontera, bajo los ejes “Reconocimiento corporal e
identificación de violencias”.
En agosto de 2019 volvía por segunda vez a Tumaco. Ya lo sentía más cercano.
Anhelaba ver el Morro. Esta vez llegué por avión, pero viajé por tierra hasta Pasto, para
volver a Bogotá. En esta ocasión íbamos a ir hasta Alto Mira para hacer los talleres en el
colegio público de la vereda, y en el quiosco donde se reúne la Junta Veredal.
56
Llegando a Tumaco noté mayor presencia militar, por todos lados habían 2 o 3
militares custodiando los espacios, su presencia era muy fuerte incluso en las zonas turísticas,
lo que me generaba mucha tensión porque, con la historia de Colombia, no es seguro pensar
y hacer distinto a los gobernantes, y tener a militares cerca.
14/08/2019
Llegamos al colegio sobre las 10:00am, los profesores estaban buscando cómo
acomodarnos en los salones. Ellos tenían pensado que el taller que iba a realizar lo hiciéramos
en la biblioteca, pero el espacio que allí había era muy estrecho.
En el salón había una mesa larga en la que cabían 6 sillas, un par de estantes donde
se ubicaban los libros y hacia una esquina se apilaban pupitres y mesas rotas o en desuso.
El profe Juan Carlos me preguntó si veía posible que hiciera allí el taller, pero le dije
que para su desarrollo necesitaba un espacio para movernos. Le pedí que si era posible
acceder a un lugar más adecuado. Luego de dar una vuelta resolvió sacar los pupitres del
salón del grado noveno. Cuando entramos al salón los y las niñas ayudaron a sacar las mesas
y pupitres, otros fueron a traer un cununo, y otros recochaban.
En este taller había personas que no había visto antes, y otras que había visto en
Tumaco y me recordaban. Al principio me sentía un poco nerviosa, me daba miedo que se
aburrieran y que no participaran, pero al final me convencí de que se trataba de compartir
como sea que sucediera. Yo también estaba aprendiendo.
57
ojos entendíamos que el cuerpo era lo que nos permitía vivir, que aquí estábamos porque
respirábamos. Luego, intentamos sentir los márgenes de nuestros cuerpos para dibujar
nuestras siluetas, pero en ese proceso la imaginación y el deseo voló, permitiendo representar
corporalidades con características físicas que cumplían con los cuerpos que deseábamos ser.
Aparecieron siluetas con músculos de más, curvas marcadas, y espirales de colores.
Diversidades de cuerpos se plasmaron en el papel.
58
local de cuerpo predominante, que se expresaba en las frustraciones, los desencantos y los
deseos físicos de parecerse al mismo.
59
En el desarrollo de esta primera parte salieron a flote diferentes preguntas que me
permitieron conocer un poco más a las niñas y los niños de Alto Mira. Al principio la pauta
no fue tan clara, así que tuve que ir acompañándoles según lo fueran pidiendo, explicando de
otra manera. Intenté dejar claras las pautas acudiendo a ejemplos específicos, según el caso:
les preguntaba por su día a día con el objetivo de que ellas y ellos mismos recordaran su
corporalidad y la volvieran consciente; les preguntaba por lo que hacían después del colegio,
algunas de ellas me dijeron que tenían que ir a rascar coca con sus maridos (compañeros,
novios, etc.), otros tenían que ayudar en sus casas a sus madres para recoger los cultivos o
traer materiales de construcción. En resumen, después del colegio se debe trabajar. Les pedía
que trataran de dibujar cómo se sentía su cuerpo cuando trabajaban, y comenzaron a dibujarse
pensando en sus sentires corporales.
Tomé el papel y les pedí que salieran del salón a los dos chicos, hablé con ellos, les
pregunté que por qué actuaban de esa manera, que qué significaba ese dibujo. Ellos se sentían
avergonzados, me dijeron que era un chiste pero que sabían que estaba mal. Yo les pregunté
que por qué estaba mal, ellos me dijeron que así no se trataba a las mujeres porque eso podía
generar situaciones peores como violaciones. Cuando reconocí que la evidente violencia la
compartíamos, les dije que así no se trataba a ninguna persona y que, en efecto, estaban
jugando con la integridad física y emocional de una compañera, que con el humor hay que
tener cuidado porque podemos llegar a agredir a alguien si creemos que todo es un chiste.
Les preguntaba si a ellos les gustaría que les hicieran eso, o incluso a sus compañeras. Me
dijeron que no. Conversamos sobre lo importante que es respetarnos y cuidarnos entre todos
y todas.
60
Antes de entrar al salón me pidieron que no le dijera a nadie, que no lo volvían a hacer
y entendían que estaba mal pero no le dijera a nadie. Acordé con ellos que no le iba a decir a
sus profesores, pero confiaba en que de verdad lo iban a reflexionar. Entraron al salón, por
iniciativa propia le pidieron disculpas a la compañera, y continuaron con su ejercicio mucho
más pensativos que antes, pero no sentí que se sintieran regañados, lo que me alegró mucho
porque esa nunca fue mi intención.
Luego hablamos sobre qué nos hacía sentir seguras e inseguras, identificando algunas
violencias por ellas y ellos mismos. Encontramos violencia intrafamiliar en casi todos los
casos, también reclutamiento forzado, acoso y abuso sexual constante, en algunos casos
acceso carnal violento, identificamos zonas del territorio que podían ser peligrosas,
generando intranquilidad, como campos minados o militarizados por actores armados no
identificados, entre otras vinculadas con el conflicto armado. Finalmente hicimos un círculo
de palabra procurando compartir reflexiones sobre esas violencias, llegando a conclusiones
muy sensibles sobre el miedo y la falta de oportunidades para el desarrollo de los proyectos
de vida de las y los jóvenes en Alto Mira.
Así fue como la primera de mis crisis conceptuales consistía en aferrarme a mis
marcos de comprensión, y muy positivistamente, tratar de ver el proceso que había construido
en mí, en los jóvenes de la comunidad de Alto Mira. Pasaron algunos días, conversé con
muchas personas al respecto tratando de entender qué era lo que estaba pasando con mis
conceptos respecto al mundo y qué podía hacer para solucionarlo. Entendí que la pregunta
no era por la <<conciencia>> y mucho menos por el reconocimiento corporal como yo lo
había planteado antes de ir a campo, mi pregunta tenía que ver con los filtros que yo
previamente había construido que no me permitían evidenciar ni enunciar “el cuerpo” desde
esos otros lugares.
61
(Círculo de palabra, finalizando el taller de “cuerpo y violencias”, es uno de los
salones de la Escuela, con el grupo de jóvenes de Entornos Protectores. 2019)
Terminando el taller nos dirigimos todas y todos al quiosco para almorzar lo que
Rosita había preparado para todos los integrantes de Entornos Protectores. Rosita desde el
primer momento fue muy atenta y cariñosa conmigo, esa tarde me había preparado pescado
asado, para el resto era pollo o carne, pero para ella era especial prepararme algo que me
gustara.
Los niños y las niñas ya se habían ido, eran casi las 3 pm y el calor azotaba. De
repente, un vecino frente al quiosco prendió un equipo de sonido a todo volumen, Rosita de
inmediato se molestó y mientras se disponía a dirigirse hasta la casa del señor, dijo en voz
baja: “él sabe que nos está poniendo en peligro, ya le he dicho y no hace caso”. Quedé
impactada por su reacción e hice silencio. No entendía qué pasaba, pero decidí ser prudente.
Coincidencia o no, un par de horas más tardes comenzaron a entrar militares por la
vía principal que conectaba con el puente, por donde nosotros habíamos entrado y por donde
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teníamos que salir. Yo estaba en una cancha esperando y repentinamente me dice Rosita que
tenemos que salir ya, que la camioneta ya nos estaba esperando para sacarnos del territorio,
que nos apuráramos y guardáramos todo. Cargué algunas cajas hasta la camioneta y me
dijeron que me subiera, que ellos terminaban de subir lo que hiciera falta. En ese momento
sentí mucho miedo, no entendía qué pasaba y veía como llegaban más militares. Pensaba en
la música que no podía ponerse con volumen, y casi paralizada me encontraba sentada
rogando por no quedar en medio de una tragedia.
Desde la camioneta alcanzaba a escucharlos cuando pasaban por el lado los militares,
eran toscos, groseros, y uno de ellos abordó a dos mujeres adolescentes que acababan de
llegar en una moto para recoger una bolsa en una de las casas de por ahí. El militar las miró
de arriba para abajo, las morboseó y les dijo que con ellas él sí sabía qué hacer. Ellas se
subieron en la moto y se fueron sin decir nada. Me sentía impactada, con las palabras en las
manos, pero temblando sentada.
Mientras subían las cosas estaba muy atenta de lo que sucedía con los militares. Me
daban mucho miedo, ellos también sabían que nosotras no éramos de ahí. Nos miraban
detenidamente, nos observaron mientras recogíamos todo y salíamos. En menos de 10
minutos estábamos cruzando el río de vuelta y nos dirigíamos a Tumaco. Recuerdo ver a
Rosita y al profe Juan Carlos muy preocupados, tensionados, con la mirada atenta de
cualquier cosa y muy pocas palabras en sus bocas. Sin embargo, ellos ya sabían cómo
proceder a esa situación, les era familiar porque hace parte de las dinámicas de la
cotidianidad, por el contrario, nuestro equipo, especialmente yo, estábamos paralizados,
obedientes ante cualquier indicación de la comunidad, nunca antes me había sentido tan
amenazada por la guerra.
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riesgos que se activan como violaciones a niñas, mujeres, asesinatos a jóvenes,
desaparecidos, entre otras tragedias que cada día se vuelven más comunes.
29-09-2020
Ayer sobre las 8am me llamó Rosita. Me contó que estaba en el puente y que por eso
tenía señal para llamar en ese momento. Me habló de una niña (13 años) que recientemente
entró al proyecto de Entornos Protectores a quien “aquellos” le están “endulzando el oído”
para llevársela. Rosita ha intentado hablar con ella, pero se siente sin las herramientas para
decir las “palabras correctas”. Rosita con preocupación insiste en que esta niña solo tiene 13
años y necesita acompañamiento.
Cuando Rosita habla de quienes tienen el control territorial siempre habla de “ellos”.
Los actores armados se enuncian en masculino, una y otra vez, son ellos, lo que me hace
pensar en que la guerra es de hombres, como una categoría histórica por lo constante del
ejercicio del poder. Veena Das (2016), plantea que aguantar es el poder de las mujeres.
Aguantar las diversas situaciones violentas, soportar el lenguaje del silencio y de los cuerpos
que huyen sin decir palabra, porque con qué palabras se cuenta las injusticias o dolencias a
las que nos enfrentamos.
64
Julio, 2019
Alguna vez pregunté por la posibilidad de quedarme allá o ir por un tiempo a vivir en
Alto Mira, Rosita me dijo: “si quieres quedarte te puedes quedar conmigo, en mi casa, pero
tienes que saber que tú eres mujer, joven y no eres de por aquí, no tienes familia aquí, si en
algún momento a “alguno” se le antoja llevarte, nosotros haremos todo lo posible para que
no sea así, pero no podemos asegurarte que no pase nada”. Quedé fría con esa respuesta,
hacer campo implicaba ponerme en riesgo solo por el hecho de ser mujer, pero lo peor fue
cómo estaba de naturalizado, la advertencia se hizo como si fuese una cosa normal, a ese
punto entendía que las advertencias en efecto eran una “cosa normal”. A las mujeres se les
puede llevar, usar, y obligar a lo que a “aquellos” se les antoje, sobre todo si la mujer se
encuentra en situaciones de vulnerabilidad como no tener familia, o simplemente ser joven.
La filósofa Iris Marion Young (1990) afirma que la opresión es una injusticia dirigida
a un grupo que comparte identidad y que se da a través de cinco formas: violencia física,
imperialismo cultural, marginación, explotación y carencia de poder. En el caso de las
situaciones expuestas es posible apelar a la Carencia de Poder, Marginación y Violencias
Físicas, como estrategias de opresión, coincidiendo con Young cunado ejemplifica estas
formas de opresión a través de “sexualidad”, evidenciando que hay una heterosexual
hegemónica y las “otras” que pueden llegar a ser desviaciones, inferiores y minoritarias.
Ella plantea que para que exista justicia deben transformarse las condiciones
institucionales de forma tal que garanticen el desarrollo y capacidades individuales, no
obstante, llama la atención sobre dos tipos de restricciones que aparecen frente a la justicia
social: opresión y dominación. Entonces, la opresión es sinónimo de injusticia y acontece
principalmente sobre las mujeres, pero también sobre a quienes se han llamado grupos
minoritarios, “toda la gente oprimida sufre alguna limitación en sus facultades para
desarrollar y ejercer sus capacidades y expresar sus necesidades, pensamientos y
sentimientos.” (Young, I. 1990, pág. 73). Entonces, opresión no es solamente el ejercicio de
la tiranía por un grupo gobernante, también tiene que ver con la conquista y dominación
colonial, como ella menciona, “sin embargo, los nuevos movimientos sociales de izquierdas
de los años 60’s y 70’s cambiaron el significado del concepto opresión. En su nuevo uso, la
opresión designa las desventajas e injusticias que sufre alguna gente, no porque un poder
65
tiránico la coacciones, sino por las prácticas cotidianas de una bien intencionada sociedad
liberal, una estructura cerrada de fuerzas y barreras que tienden a la inmovilización y
reducción de un grupo o categoría de personas” (Frye, 1983 en Young 75)
Cuando entré a la universidad comencé a darme cuenta de cosas que para mí estaban
dadas por hecho, pero que para muchas compañeras eran una lucha dentro de su cotidianidad.
Luego, las discusiones con perspectivas de género comenzaron a aparecer constantemente en
espacios académicos, personales y públicos. Cuando comencé a participar como activista
estudiantil todo este tema se intensificó. Las violencias de género comenzaron a ser pan de
cada día, eran evidentes, era necesario hablar de ellas, exponerlas, cuestionarlas y buscar
transformaciones.
Cuando llegué a Tumaco traía encima mi historia, mis luchas y las de mis
compañeras, era de esperarse que se presentaran escenarios de confrontación para mí. Antes
de llegar allá tenía claro que las formas de vida a lo largo y ancho del país eran diferentes a
la mía, y que, en efecto, nuestros contextos históricos son machistas y violentos, así que, si
bien me confrontaba, entendía que mi perspectiva no tenía que ser la misma a la de todas y
todos, sin embargo, no evitó la incomprensión frente a las dinámicas del territorio y los
códigos de la comunidad.
66
tensión mis perspectivas del mundo como mujer y las realidades o las dinámicas que
acontecían en Alto Mira y Frontera frente a las mujeres y las niñas.
Con Rosita conversaba por teléfono, ella me tenía al tanto de algunas cosas que
pasaban, entre ellas, la solicitud de algunas niñas por conseguir ayuda porque estaban siendo
abusadas por sus padrastros y sus madres preferían callarlas porque dependían
económicamente de ellos. También me contaba de algunas niñas a quienes “aquellos” les
estaban “endulzando el oído”, para que se fueran con ellos, y Rosita trataba de aconsejarlas
para que no se fueran. Entre otras cosas, yo solo podía percibir algunas cosas que pasaban,
por lo que las y los niños subían a su Facebook o a sus estados del whats app.
Algunas observaciones que alcancé a notar fue que la mayoría de las publicaciones
están relacionadas con la tenencia de pareja, publicaciones sobre el amor, el desamor, los
celos y la competencia o el desprestigio de otras mujeres por un hombre; los lazos de amistad
resultan ser muy fuertes, comparten muchos espacios de ocio en colectividad o familia; en
algunos casos hay una necesidad por publicar o exponer cierta ostentación material, entonces,
algunas niñas suben fotografías en las que se encuentran acompañadas de motocicletas,
dinero y algunas joyas, a veces, se encontraban acompañadas de hombres algo intimidantes,
según mi percepción.
01-10-2020
Rosita me acaba de llamar para contarme que hay una niña que
acudió a ella para contarle que su padrastro estaba tocándole las piernas y
su madre no quería echarlo de la casa porque dependen de su pensión para
sobrevivir. Rosita dice que la niña manifiesta que eso ha venido pasando hace
mucho tiempo y nunca ha pasado algo más allá de ahí, pero ella está cansada.
67
Rosita llama para tener asesoramiento con Olguita. Yo le doy el mensaje a mi
madre para cuadrar una llamada – reunión.
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(Elaboración de corpografías. Agosto 2019 en la Escuela de Alto Mira)
Durante los cuatro encuentros que se realizaron, las violencias de género se fueron
haciendo explícitas reiteradamente, en diferentes circunstancias, es por ello, que se convirtió
en una categoría necesaria para la comprensión de la investigación sobre los procesos vitales
en la comunidad.
69
femenino, como se manifestó cuando en las mismas conversaciones con la comunidad se
evocaron las sanciones que se les daba a las niñas y adolescentes por llevar la contraria a las
formas en las que “una mujer se debe comportar” o asumir las consecuencias de ser
provocadoras de agresiones.
En el caso de escenarios de guerra, los cuerpos son violentados para generar perpetrar
el recuerdo de los ganadores y los vencidos, sin embargo, en Alto Mira, se suma la venganza
entre actores a las dinámicas de dominación del cuerpo de las mujeres y las niñas dentro de
la vida cotidiana.
En efecto, como sucedió en el taller sobre “cuerpo y violencias” con las y los jóvenes
de la Escuela de Líderes, sobresalió la generalizada sexualización a partir de la propia
representación del cuerpo. En su mayoría las jóvenes buscaban en los deseos de su silueta
ser deseadas y aprobadas físicamente por el deseo masculino, en consecuencia, las
representaciones apuntaban a exagerar o enaltecer las caderas, los senos y el cabello. Como
afirma Ana Milena Coral (2010), recogiendo el planteamiento de Sandra Lee Bartky (1990),
70
(…) la dominación desde la óptica de la opresión psicológica ejercida sobre
las mujeres, entendida tal opresión como la sensación de un fuerte dominio en la
propia autoestima; (…) entre las formas de opresión psicológica se encuentran: i) Los
estereotipos, ii) La dominación cultural, iii) La objetivación sexual. Las mujeres son
víctimas de las tres. (Coral, A. 2010. pág. 387)
71
72
RESISTENCIAS Y PERSISTENCIAS: SOSTENER LA VIDA
4.1 De lo sembrado…
(Trabajo de campo antes de pandemia)
Los días y las noches se cargaron de incertidumbre, ansiedad, encierro y temor por el
mañana. Por primera vez presenciaba cómo corría peligro la vida misma sin excepción
alguna, fuera de todo privilegio. Las vías se cerraron, el foco de contagio eran los aeropuertos,
cada día era más grande la certidumbre que hasta aquí llegaban los viajes a Tumaco, los
encuentros afectuosos desde la comida, almuerzos preparados por Rosita, que el Rincón Afro
no iba a abrirme las puertas porque ni siquiera podía abrir la de mi casa. Todo se convirtió
en una pregunta: ¿y ahora qué?
La situación era difícil, y así vino la pregunta ¿cómo hacer campo en medio de la
pandemia?, ¿cómo hacer etnografía?, ¿en dónde quedaba el trazado metodológico por venir?
¿cómo construir en lógica de no presencialidad y colectividad? la suerte y la intuición
ayudaron. Durante las visitas que hice mientras trabajé en Tumaco había tomado varios
registros de las actividades, pero también tenía un diario de campo, contaba con historias de
vida, con descripciones detalladas de situaciones curiosas, complejas, extraordinarias sin
73
duda. Ese era “el campo” que me permitía hablar con sinceridad de algunas profundidades
del territorio y la comunidad, sin forzar nada, y acudiendo a todos los recursos posibles para
mantener los vínculos y la comunicación que todavía se extendía entre Tumaco y Bogotá.
Como ya he dicho antes, cuando llegué a Tumaco, yo tenía unas tareas por hacer, un
trabajo concreto que realizar. Además, el contacto con la comunidad ya estaba hecho, tenía
varias ventajas frente a mi llegada al territorio. Por el trabajo que realizábamos éramos
bienvenidas por la comunidad, nos recibían con afecto y participaban activamente de las
jornadas de trabajo. Con el tiempo, y a través de escenarios de esparcimiento en los que la
danza y la música eran el centro, el lugar de encuentro y complicidad, terminé construyendo
confianza y afecto con varios jóvenes y adultos, entre ellos Rosita, el profesor Juan Carlos,
el profesor Jaime, Jeison, Jaider y Tania.
Los niños y las niñas de Alto Mira y Frontera, como en todo el mundo, dejaron
de asistir al colegio y los profesores se quedaron en Tumaco, en contacto incierto, a través
de celulares. el Rincón Afro quedó encerrado junto a los tambores, en un oscuro salón de la
escuela. Las calles quedaron habitadas por el toque de queda, dinámica bien conocida por la
comunidad sin pandemia de por medio.
El grupo armado que predomina en la región se hizo cargo del control y vigilancia de
la entrada y salida de cualquier persona, además, estableció retenes en las salidas, de tal
manera que nadie se quedaba al margen de su autoridad. La situación era muy compleja, no
sabíamos qué iba a pasar con los procesos que adelantábamos, todo se detuvo
repentinamente.
Como Alto Mira es una comunidad que se abastece de mercancía, que usualmente se
vende o produce en Tumaco o Llorente. Al cerrar las vías, la comunidad comenzó a tener
serios problemas para conseguir alimentos o elementos de la canasta básica. Humanidad
Vigente, de la mano de mi madre, estuvo muy atenta para enviar recursos a Alto Mira, y yo
gestioné algo de dinero solidario para aportar con mercados.
Rosita, como lideresa, fue quien se encargó de recibir el dinero y gestionar todo para
que todo se repartiera de la mejor manera y llegara a la mayor cantidad de familias. Para esa
labor ella se apoyó en las niñas Tania y María. Fueron hasta la casa de Rosita para armar los
74
paquetes y repartirlos. La preocupación primordial era
conseguir lo necesario para soportar el aislamiento, el
resto pasó a un segundo plano.
(Foto tomada por Rosita (2020), repartiendo los mercados junto a Valeria, Tania y María)
75
(Foto tomada por Rosita (2020), en el quiosco de la comunidad, durante un encuentro de
jóvenes)
Con el tiempo comenzó a ser una urgencia resolver la escolarización, las familias
estaban preocupadas por el proceso académico de sus hijas e hijos, la vida tenía que continuar
y necesitaban que terminaran su año en el colegio para graduarse o pasar de curso; las y los
profesores necesitaban retomar labores garantizando la comunicación con los estudiantes y
también un salario; y los jóvenes, niños y niñas, ya no sabían qué hacer con su tiempo.
23-09-2020
Rosita me llamó tempranito para pedirme un favor, pero yo estaba en clase, entonces
no le respondí la primera vez, a la segunda decidí hacerlo. Rosita sabía que estaba en clase,
así que fue breve y fue rápido al grano, cosa extraña en ella.
76
Me pidió que le ayudara a buscar por internet la temperatura de una nevera, un
congelador y la lava de un volcán. A los niños de Rosita les ha costado hacer algunas tareas
porque no tienen internet, ni siquiera tienen señal, así que tampoco les resulta sencillo tener
datos o whats app.
Con mucho gusto les ayudé, seguramente sería más divertido que mi clase, el único
problema era el agotamiento que tengo por estar en frente de la pantalla, me consume
demasiada energía y voluntad mental a través de mis ojos, oídos y tacto. Bueno, escuchar a
Rosita me genera alegría por más cansada que esté.
A veces, ellos subían fotos, muy orgullosos, haciendo su trabajo en la radio, yo los
miraba y me sonreía, me alegraba el corazón verlos tan felices y motivamos por el proyecto.
Un par de veces les escribí para saber cómo les iba estudiando así. Me contaron que estaban
muy motivados, que tenían varios proyectos juveniles para programas de radio y que a los
profesores les parecía un apoyo grande a su labor. Un día, por Julio del 2020, estaba
almorzando con mi familia en Moniquirá, cuando salió una noticia en Caracol sobre La Radio
Escolar de Alto Mira y Frontera. Sentí cómo se apoderaba de mí una gran emoción cuando
vi a Jaider en la cabina y a Maryuri resolviendo talleres mientras escuchaba la radio. Eran un
ejemplo a nivel nacional. Inmediatamente les escribí, les dije que los quería y que lo que
estaban haciendo era muy importante. Me sentía orgullosa y feliz, como la canción de
currulao que me recordaba a ellas.
Sin embrago, los aconteceres de los últimos meses del 2020 fueron bastante
impactantes. Los grupos armados comenzaron a disputarse nuevamente el control del
territorio, la amenaza de una incursión paramilitar era cada vez más palpable, las niñas
comenzaban a manifestar intenciones de suicidarse, y los líderes estaban fuertemente
amenazados.
77
a sus redes sociales. Fue tan fuerte el luto que lo alcancé a sentir. También recibíamos
llamadas en las que Rosita nos contaba que había niñas que estaban siendo abusadas por sus
padrastros, que las mamás no las apoyaban porque dependían económicamente de ellos y las
niñas querían decirle a la guerrilla para que los matara. Así fue cerrando el 2020.
27-10-2020
13-11-2020
Esta semana hemos estado con el corazón en la mano porque las noticias que
recibimos de Tumaco nos llenan de angustia e incertidumbre.
Al otro día aproveché la mañana para preguntarle qué estaba sucediendo con Rosita,
rápidamente me contó que hacía unos días unos hombres armados habían entrado al
territorio a decirles que tenían dos días para salir y que de no irse no respondían por lo que
pasara. Para el miércoles o jueves se cumplía ese límite tiempo que tenían y Rosita no había
salido. Mi madre le insistió en que tenía que salir de allí y que sacara a su familia, mientras
ella gestionaba algún recurso para enviarles.
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Esta mañana Rosita nos envió un mensaje diciéndonos que ella ya había salido pero
que estaban entrando hombres armados en compañía de militares, que las familias estaban
tratando de sacar a los niños y jóvenes pero que no todos tenían cómo hacerlo.
Hace un par de horas, sobre las 9 pm, Rosita me escribió que ya había encontrado
en dónde quedarse con su familia, que los niños estaban un poco deprimidos pero que
estaban más tranquilos e iban a descansar. Me parte el corazón no poder hacer nada al
respecto, más que enviarle amor y pedir que el universo les proteja.
20-11-2020
Salía de bañarme cuando escuché a mi madre hablar por teléfono con Jhon Jairo, le
escuché decirle que tenía que salir de allá, que iba a mirar cómo gestionar recursos, pero
que tenía que irse. Cuando colgó le pregunté por la llamada, me dijo que Jhon Jairo estaba
escondido en el río porque lo estaban buscando para matarlo. Volvió a llamar Jhon Jairo
para avisar que lo iban a sacar en un carro blindado, mi madre le decía que no se confiara
y que se estuviera comunicando.
A Jhon Jairo lo están buscando miembros del grupo armado que entró al territorio
junto con los militares porque lo relacionan con un asesinato a un paramilitar por parte de
la guerrilla que habita en Alto Mira. Jhon Jairo dice que él cree que lo están buscando por
entregar a un hombre, pero él asegura que no es cierto.
Jhon Jairo recibió una llamada esta mañana de un muchacho que sí trabaja para la
guerrilla y le decía que fuera a verlo, pero Jhon Jairo se enteró anoche que a ese muchacho
anoche lo sacaron de su casa y lo tenían amarrado. La llamada lo puso en alerta, y luego
confirmó que lo estaban buscando a voces. Jhon Jairo resolvió escapar y esconderse en el
río.
79
23-11-2020
Rosita me llamó para contarme que hace dos días volvió al territorio, que dejó
algunas maletas en Tumaco, pero ya regresó a su casa. Muchas de las personas que salieron
están retornando, entre ella, Jhon Jairo. Rosita dice que, a pesar de todo, estar afuera es
muy difícil, que no hay nada como estar en su tierra y con la comunidad. Me contó que
hablaron con los guerrilleros y que “ellos entienden que el problema es con ellos y no con
los campesinos”.
A mí me volvió el alma al cuerpo, porque además me enteré de que Tania pudo hacer
su fiesta de 15 con bombos y redobles, como lo soñaba, con su vestido amarillo, sus edecanes
y sus bailes. Alegría, por fin. Gracias al universo por cuidarles.
23/02/2021
Le pregunté cómo estaban, le dije que me había enterado de lo que había sucedido.
Ella me dijo que estaban asustados, pero estaban bien, que hasta Palo Seco no llegaron los
grupos armados, que se estaban cuidando pero que no se sabía cuándo podían meterse.
Cuando leí eso sentí mucha rabia y dolor. Era cierto, no se sabía, pero podía pasar. Una vez
más solo podía pedirle al corazón del cielo y de la tierra que los protegiera siempre, que no
les pasara nada.
80
(Foto tomada durante el primer encuentro en Tumaco en 2019)
Julio 2019
Cuando llegó la noche nos dispusimos a hacer un compartir en un salón – kiosco,
llamado “La Fragata”, que quedaba al otro lado de la vía de donde estaba la entrada del
hotel. Nos dirigíamos por grupos hacia allá, íbamos llegando algunas profesoras, algunas
niñas y yo, cuando de repente sonaron disparos muy cerca. Inmediatamente una de las
profesoras nos abrazó a quienes alcanzó y nos lanzó detrás de un mesón que estaba a un
lado del salón, donde se ubicaba “el bar”. Nos agachamos, mientras la profesora nos decía
confrontaciones armadas mientras daba clase a niños de primaria, lo que solía hacer era
pedirle a los niños y las niñas que se agacharan y gatearan hasta el escritorio para cubrir
sus cabezas, además se debía hacer silencio y, en medio de tanta angustia, mantener la
calma.
Todo fue muy rápido, sólo fueron dos disparos al aire. Salimos de allí y yo estaba
temblando, nunca en mi vida había escuchado un disparo y menos tan cerca. Comencé a
81
pensar en mi madre, me angustiaba que le hubiese pasado algo, salí corriendo, atravesé la
vía y entré al hotel a buscarla, por fortuna ella estaba cerca. Me abrazó y estábamos bien.
Así como Rosita y mi madre sostuvieron la vida desde sus posibilidades y alcances,
la comunidad también creaba estrategias colectivas, resistiendo a la exposición constante del
conflicto armado y el narcotráfico, así como en la experiencia que narra Beatriz Arias, en su
artículo “La potencia de la noción de resistencia para el campo de la salud mental: Un estudio
de caso sobre la vida campesina en el conflicto armado colombiano”, los campesinos
desplegaron un repertorio de resistencias múltiples y diversas, como expresión de respuesta
activa y estrategia para retejer los hilos rotos que dejó dicha experiencia. (Arias, B. 2014 pág.
201)
La conceptualización que aquí se intenta construir sobre la resistencia parte de la
cotidianidad en la que la comunidad ha venido fortaleciendo intentando desarrollar los
procesos vitales mínimos, bajo dinámicas de diálogo, acuerdos y no confrontación con los
grupos armados legales e ilegales. Beatriz Arias, recupera la noción de resistencia de forma
similar, afirmando que
82
(…) es en lo colectivo que se van tejiendo y configurando ideas, propuestas, fuerzas
y caminos para analizar los sucesos vividos y todo el entramado socio-político y
económico que lo contextualiza, proponer, crear y construir acciones que lo
visibilicen, denuncien y exijan reparaciones a los derechos vulnerados. (Panesso, K.
2021. Pág. 16)
Por fortuna, la lucha por la vida digna encuentra los caminos para sobreponerse,
defenderse y proponer rutas colectivas, familiares e individuales, creando distintas formas de
resistencias frente al control armado, las disputas territoriales y la mala muerte,
(…) aparecen en las grietas de una dominación que nunca es total o completa, (…)
formas variadas y discretas de resistencia, tanto materiales como simbólicas, que
recurren a formas indirectas de expresión en la cotidianidad, sobre todo, en regímenes
de dominación extrema donde la actividad política abierta está prohibida y
criminalizada (Arias, B. 2014 pág. 203)
83
La danza y la música resultaron ser formas en las que la comunidad podía cuidar la
vida, ya que allí se conjuraban dinámicas de compañerismo, colectividad y cuidado por el
otro. Como lo anota Pilar Riaño (2020) en su artículo “Cantando el sufrimiento del río.
Memoria, poética y acción política de las cantadoras del Medio Atrato chocoano”, las
emociones dan forma a los cuerpos como ejes de acción y de orientación hacia otros, tanto
en el caso de las Cantadoras del Medio Atrato como en la mayoría de comunidades expuestas
a la guerra.
En el caso de Alto Mira, en la vereda Palo Seco, las corporalidades que comenzaron
a aprender a danzar y tocar música tradicional afrodescendiente, encontraron una posibilidad
de fortalecer los lazos comunitarios, intergeneracionales y la posibilidad de organizarse
colectivamente para cuestionar incluso la identidad como estrategia política frente a los
procesos de exigencia de derechos frente al Estado.
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4.2 Persistencia por vivir / resistir
De lo más lindo que me han enseñado estos años en Tumaco, es que hay que celebrar
la vida porque cuando se tiene a la muerte encima, hay que festejar la dicha de estar en este
mundo todo lo que se pueda. A veces no me explico cómo es posible permanecer y continuar
con la vida en medio de la guerra, pero basta echarse una conversada con Rosita y con las
niñas para darse cuenta de que no es imposible, que de alguna manera sucede y que también
está llena de cosas bonitas.
Sucede que las gentes se organizan y fertilizan sus hogares, sus caminos y sus
historias, el amor hace parte fundamental de sus familias y amistades, las redes comunitarias
que tejen les permiten afrontar todo tipo de dificultades, y aunque las vainas no sobran
tampoco faltan, en la medida de lo posible.
La comunidad organiza procesos que velan por el cuidado de la vida, por eso, se han
logrado conformar espacios como El Rincón Afro o la radio escolar, o se construyen lugares
como la capilla o el quiosco, en los que la comunidad se reúne para conversar, organizarse y
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continuar. Es decir, la gente danza, toca, reza, comparte, ríe, llora y celebra, como en
cualquier parte del mundo, la vida se llena de sentidos y sentires. Los acuerdos que se
establecen con los grupos armados presentes en el territorio les permite desarrollar la vida
dentro de los márgenes que la enmarcan.
El conflicto armado hace parte de la vida misma, a veces aparece como contradicción,
pero resulta ser otra posibilidad compleja, con dinámicas que rozan con el terror, pero
también con la lucha y la necesidad de organizarse, reponerse una y otra vez. Es justo por
eso, que me permito cuestionar si las acciones que se agencian dentro de la comunidad son
parte de resistencias, entendiéndose como acciones sociopolíticas que se oponen a algo que
les oprime, o si lo que sucede son persistencias, entendiéndose como acciones colectivas que
les permite a las gentes cuidar y continuar la vida en el territorio, atendiendo a las dinámicas
propias de conflicto. No con menos valentía que nada, al contrario, con la fuerza
inconmensurable que se debe tener para continuar.
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4.3 Sostener la vida
En el cuerpo cargamos la maleta que vamos llenando durante nuestro paso por el
mundo, en la que vamos recogiendo las bases, los trozos y la memoria que configuran los
seres que hemos sido, somos y seremos. A veces, seres afortunados, podemos detener el paso,
dejar la enorme maleta en el suelo, posar nuestro cuerpo vulnerable y desnudo sobre ella,
acostarnos en posición fetal, luego girarnos para mirar al infinito cielo y decidir qué vamos
a sacar de ella porque el peso que se puede cargar está a punto de llegar a su límite. Nos
ponemos de pie, abrimos la maleta a sus anchas y sacamos de uno de los bolsillos las edades
que ya no son, pero que laten en nosotras, las vestimos y las abrazamos. Luego, sacamos y
sacamos, removemos para elegir, y si somos mujeres como Rosita o como mi madre, en la
maleta que acompaña el camino quedará la familia y todo lo que permita sostener la vida
colectiva.
13/08/2019
Las manos de la madre son como ojos atentos, se encuentran en el cuerpo del niño
para saber qué necesita su bebé. Lo soba, lo mueve, lo mece, le da seno, le sonríe… Sus seres
conversan constantemente, conectados desde un siempre, su siempre. De repente escuché a
una madre decir: Lo mejor que podemos dejarle a nuestros hijos es el amor.
Mi madre, quien ha luchado por la vida digna de las poblaciones que se encuentran
en condiciones de vulneración, víctimas del conflicto armado y de muchas otras violencias,
me enseñó que, en una sociedad como la nuestra, la acción más revolucionaria es ser feliz. A
lo largo de mi vida la he visto reponerse una y otra vez, dejando correr las lágrimas,
recogiéndolas con firmeza y seguir andando con la tristeza en la mirada, hasta que un rayito
de alegría vislumbra sembrándose en los días venideros. La he visto sostener la vida
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colectiva, reponiéndose de sus dolores para continuar, resistiendo a los embates, las angustias
y las tristezas, sonriendo, tejiendo, buscando el sol y la montaña.
Durante toda la pandemia y en los últimos paros nacionales (2019 y 2021) solía sentir
cómo se asentaba el desaliento y la impotencia cargada de tristeza, por lo difícil que estaba
siendo vivir en un país en el que los trozos de trapos rojos, como banderas del hambre, se
izaban por todos los barrios populares, inundando las ventanas, las puertas y las rejas. Parecía
que la pandemia era roja, gritaba hambre y se expandía por toda Colombia. Después el rojo
corría por las calles, la vida se puso en juego y perdimos varias batallas. Javier Ordoñez nos
recordó a los jóvenes del país que, a Dylan Cruz, a Nicolás Neira, y a otros muchos, la policía
les había quitado la vida sin ningún tipo de remordimiento y mucho menos justicia. Luego
vino el 9 de septiembre (2020), y así como algunos C.A.I ardieron en llamas, como símbolo
de trasmutación de la fuerza policial y como venganza por todos los dolores que se encarnan
dentro de sus paredes, las balas al aire, directo al cuerpo de la población indignada,
atravesaron los cuerpos de Jaider Fonseca (17 años), Cristian Hernández (24), Germán Smith
(25 años), Julieth Ramírez (19 años), Christian Hurtado (27 años), y otras cuatro personas,
en total fueron asesinadas nueve. (Fundación Paz y Reconciliación, 2020).
Las calles sonaron agudas, sonaron a lo primero que se encontraba en el hogar para
manifestar con un mínimo de seguridad las denuncias desesperadas de un pueblo cansado de
la mala administración nacional y local, del abuso policial, del hambre y la muerte que
comenzaba a andar encima de las ciudades a manos de quienes se supone nos deberían
garantizar el derecho a vivir.
Las ventanas no fueron suficientes, volver a las calles resultaba imprescindible, la voz
salía desde las entrañas, el grito quería inundar las calles, quería ser aire y movilizarse, llegar
a donde nuestros cuerpos no alcanzaban por la imposibilidad física de expandirse
individualmente, para encontramos en el grito, en la posibilidad de juntarnos con otras voces
y en colectividad resonar en arengas que, afortunadamente, el tiempo va cuestionando, pero
que aún se enuncian, no con la comodidad de compartir ideológicamente todos sus
contenidos, sino convertidas en la voz en la que coincidía todo el pueblo, era allí donde se
hacía una sola.
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La marcha sonaba a palabras groseras cargadas de rabia y dolor, de indignación, de
tristeza estancada, de cansancio por lo que aún no cambia. Las voces se convirtieron en armas
que buscaban herir a quienes nos hirieron derramando nuestra sangre, (¿han escuchado esto
de que ellos tienen las armas mientras nosotros tenemos la voz?). La marcha también sonaba
a risas y complicidad, fue el lugar en el que nos encontrábamos, nos abrazábamos felices por
encontrar resonancia de nuestra indignación. La marcha fue el lugar en el que sonaban los
tambores, saxofones y clarinetes, era la segunda línea tocando “Colombia tierra querida”,
“Yo me llamo cumbia” y “Unoo, dooos, treeees, ¡stop!, Uribe, paraco hijueputa”, al son de
salsa choque los pasos se marcaban. La marcha se preguntaba “¿por dónde vamos a ir?”,
“¿dónde van?, esperen, que nos quedamos atrás”, “somos un solo bloque, hay que marchar
en colectividad”, sonaba a “agua, cerveza, cigarros, bareta” y “veci, deme una pola”.
También sonaba a miedo cuando comenzaban las explosiones, “¿a dónde vamos? El ESMAD
nos está rodeando”, “¡todas/os a la bandera!, ¡no se separen!”, sonaron aturdidora reventando
en las calles, clavándose en los oídos y en la piel de los marchantes, a gases volando por los
aires como tanques mortales que revienta en gritos, toses, sangre y sollozos, sonaron los
vidrios al romperse y la angustia de la vida que corre peligro, que necesita huir. “Avísame
cuando llegues a casa, cuídate mucho, quedo pendiente”, sonaba cuando nos íbamos yendo
y quedábamos compañeras y compañeros/os en las calles. Sonaban los celulares en la noche
cuando llegaban mensajes preguntando por derechos humanos, por jóvenes que no llegaban
a sus casas, corrían los llamados de angustia cuando la policía disparaba hacia las casas,
cuando las tanquetas entraban a los barrios, cuando las balas penetraban cuerpos dignos y
rebeldes.
Aun así, las juventudes, las gentes, seguíamos organizándonos, semana tras semana
para salir a las calles, fortalecer la colectividad a través del canelazo, de la olla comunitaria,
de la huerta, y del bloqueo, la movilización constante. Le apostábamos a la colectividad, al
cuidado entre la gente que se reunía aportando todo lo que pudiera para cada uno de los
encuentros.
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(Foto tomada por una compañera el día del homenaje a Dylan Cruz, por su asesinato a
manos del ESMAD durante el paro del 2019)
Cuando Rosita me decía que hay que celebrar la vida porque la muerte está encima,
pensaba en lo que me decía mi madre, en últimas, sostener la vida en un país en el que la
política de la muerte está tan instaurada en los territorios, es un acto de rebeldía. Sostener la
vida no es tarea fácil cuando se tiene a la muerte encima, como dijo Rosita aquella vez de
camino al Morro.
Rosita me ha permitido acompañarla en los días en los que coincidíamos físicamente
y, después de la pandemia, a través de una cariñosa distancia en la que nos preguntamos por
el bienestar de nuestras familias.
Lo primero que aprendí cuando la conocí fue a valorar lo importante que era para ella
la comida. La mañana que nos recibió en su casa se esmeró por hacernos un desayuno
despampanante, para que tuviéramos la fuerza de trabajar todo el día. Cuando Rosita cocina
con tanto cuidado para alimentar a las/o niños del colegio, o para quienes vamos a trabajar,
aparece el cuerpo como un lugar de resistencia, entendiendo que desde allí también se
sostiene el cuidado de la vida. El alimento es amor, cuidado, agradecimiento, afecto.
Rosita es muy insistente con la importancia de preparar pescado fresco, por eso se
asegura comprándole a los pescadores de la comunidad el mismo día que los sacan, porque
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si se cocina pescado congelado de Tumaco, eso no es bueno, puede enfermar. A través de la
comida, Rosita cuidaba el cuerpo y el alma de las niñas, niño y de quienes estábamos allí,
por eso dice: “está en mis manos la posibilidad de cuidar su vida a través de la comida que
yo les hago, por eso no voy a delegar esa responsabilidad a nadie, cocino yo”.
Rosita cuida la vida desde donde puede. Primero comenzó a trabajar en la
alimentación de los niños y las niñas del colegio, luego su vocación la impulsó para trabajar
en lugares sociopolíticos como la Junta Veredal, pero todo por la misma lucha: es menester
cuidar la vida.
Construir la vida en un territorio que lleva muchos años siendo motín de guerra, zona
roja del conflicto armado, donde confluyen intereses ligados al control territorial y al
narcotráfico, implica la compresión de tales dinámicas para poder permanecer allí. Resistir
implica agenciar un ejercicio que plantea una postura opuesta a las condiciones impuestas,
pero la historia de nuestro país guerrerista nos ha enseñado sobre prudencia para sobrevivir,
por lo tanto, a veces se requiere persistir, para lograr cuidar la vida como acción máxima de
resistencia.
Persistir ha implicado asumir el control territorial de los actores armados que han
hecho presencia en la zona desde hace décadas, antes del acuerdo de paz (2016), el territorio
estaba bajo mando de la guerrilla FARC-EP, pero con el proceso frustrado de
desmovilización, quedó a cargo de las disidencias que se hicieron cargo del control de la
coca. Con los años han venido llegando actores distintos, como paramilitares y bandas
organizadas que entran a disputarse el control de las rutas de la cosa, su producción y
comercialización, por lo tanto, necesitan ejercer control territorial en la mayoría de las
comunidades, pues son las gentes de las comunidades quienes trabajan en los cultivos, como
mano de obra barata, además, por la historia sociopolítica de la región, estos nuevos grupos
armados generan miedo dentro de la población para que no les vayan a “traicionar” y sepan
quiénes mandan en el territorio.
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Rosita alguna vez por teléfono, me contaba que cada vez que “ellos” cambiaban de
mando, deshacían los acuerdos de convivencia que se hacían con las Juntas Veredales y
tenían que volver a hacerlos, una y mil veces. Los acuerdos de los que me habló Rosita en
Tumaco, fueron alrededor del cuidado de la vida de los niños y las niñas, pues antes, la
guerrilla solía tomar las sedes de los colegios como trinchera, exponiendo a todas las personas
que se encontraban allí al fuego cruzado con el ejército, quienes tampoco tenían reparo en
disparar abiertamente contra una institución escolar. También, me contó sobre la petición
que les hicieron a los altos mandos de quienes tenían el control, solicitándoles y acordando
que los niños del colegio no se les iba a reclutar y a las niñas no se les iba a “enamorar”, ni
“endulzar el oído”, pero cada vez que las disputas se agudizaban, se tenía que volver a
acordar.
Los niños de Alto Mira, como los hijos de Rosita, entienden que es mejor no ver, no
escuchar y mucho menos decir algo de lo que pasa a plena luz del día, o sin ningún tipo de
disimulo, como el asesinato de alguien a quien estaban buscando, porque la ley de “el sapo
muere por la boca”, allá permanece vigente. La comunidad sabe que allí no pasa nadie, entra
o sale, sin el conocimiento de “ellos”, deben saber quién es quién, para dónde van y a qué; el
uso de celulares está regulado, por lo tanto, la señal también lo está. El control sobre la
cotidianidad es expresa y en esas condiciones la lucha es por persistir.
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tangibles de resistencia social. Es inmenso el universo de acciones específicas que salvan
vidas, reparan daños, frenan las acciones violentas o fortalecen las acciones colectivas y el
valor civil para sobreponerse a ellas. (González, S. etl; 2011, pág. 238)
Octubre 2019
El sol nos pegaba con fuerza, pronto iba a ser medio día, la mayoría de
nosotros pensábamos en la hora de la merienda para descansar y jugar un rato.
Cuando llegó la hora, la cancha se desocupó en par patadas, las profesoras de Pasto
estaban en la puerta del salón revisando que nadie se saliera de la fila que teníamos
que hacer para reclamar el helado. Una vez merendados, la cancha se volvió a llenar,
pero con peladitos y peladitas jugando futbol. Durante el juego el cansancio había
pasado y éramos más resistentes al sol.
Esa forma de tratar o dirigirse hacia las y los jóvenes se veía reflejada en el
comportamiento de ellas/os mismos entre compañeros y frente a sus responsables
inmediatos como sus mismas docentes, en alguna medida con los docentes de Tumaco
y el equipo de Humanidad Vigente.
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Los jóvenes de Pasto eran bastante más agresivos entre ellos y renuentes
frente a las conversaciones con sus mayores, además, tendían a hacerle “Bull ying”
a los más pequeños de su grupo, les escondían los zapatos o se los lanzaban fuera de
sus cuartos, metían sus cosas personales en el inodoro o los encerraban en los
armarios hasta hacerlos llorar, pero como eran del mismo parche los niños tenían
que resistir a todo eso sin quejarse para no ser rechazados por sus compañeros y
seguir siendo parte del grupo.
De todo esto nos enteramos porque en uno de mis paseos por los cuartos para
saludarles y asegurarme de que todo andaba bien, encontré a un niño llorando y
reclamándole a sus compañeros de habitación (sus amigos) por sus zapatos, pregunté
qué pasaba con los zapatos y aunque al principio hubo muchas risas, las cosas se
fueron poniendo serias cuando entendí qué estaba pasando. Les pedí que como fuera
recuperaran el zapato que había caído en un potrero enlodado, mientras iba a buscar
al equipo de Humanidad Vigente para manejar la situación de la mejor manera ya
que ni por error permitiría, de primera mano, que las profesoras de Pasto se hicieran
cargo.
Por su lado, las y los jóvenes de Alto Mira, se cuidaban entre todos, se
apoyaban y se convertían en cómplices para conseguir mecato, confites, gaseosa, y
una que otra cerveza “para la sed”. Los profesores les llamaban la atención frente
al consumo de alcohol, y con un solo llamado era suficiente para que no se repitiera
y entre ellos se dijeran “no” cuando era necesario.
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(Fotografía tomada durante el encuentro en Chachagüí, en octubre del 2019)
09 – 10- 2019
Cuando el sol sale, los niños de Tumaco se despietan con sabor, las
risas los acompañan y acompazan su labor.
Las incertidumbres y los azares terminaron forjando un doble camino, presente uno en el
otro, formando relaciones entre Bogotá y Alto Mira, entre las resistencias urbanas y rurales,
ambas sumergidas en escenarios violentos donde peligraba la vida. Fue palpable la voluntad
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por cuidar y amar, donde fuese que se estuviera, creando posibilidades colectivas para
garantizar la exitencia.
En Alto Mira contaban con la Escuela, la Junta Veredal y, en su momento, El Rincón Afro.
En Bogotá construímos comunidad estudiantil y universitaria durante el Paro Nacional.
Partiendo de la comprensión por la necesidad de participar en las calles enunciando nuestras
luchas, nuestras rabias y nuestras indignaciones, también entendíamos que la represión podía
atentar contra la vida de cualquier persona, así que nunca amanecía hasta que todos
supierámos que no faltaba nadie, igual que en Alto Mira acudímos a la solidaridad, al auxilio
colectivo.
CONCLUSIONES
Después de varias reflexiones que fui recolectando entendí que trabajar en proyectos
de arte, es aportarle a la potencia que tiene la vida para agenciarse, para soñar y materializar
transformaciones en cada persona y en la comunidad, es construir otras posibilidades que se
le escapan a la impuesta guerra en los territorios colombianos, es una vía para resistir
apostándole a sostener la vida en medio de las condiciones amenazantes y guerreristas.
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El arte se dispuso a abrir caminos de búsqueda de un ser-mundo a partir de la
exploración de los sentidos, la experiencia sensible del mundo, de la emocionalidad que la
acompaña y de la formación política reivindicativa; la conciencia mental y corporal,
reconociendo y percibiendo permanentemente una experiencia sentipensante de sí misma/o
y las colectividades; la interacción con el medio ambiente y las alteridades, saliendo de los
espacios higiénicos y “pertinentes” para la acción artística, acudiendo a las calles, a los pies
descalzos, a la comunicación sin palabras con otros seres, a intervenir el tiempo y el espacio
de los demás, incluso la cotidianidad.
La identidad comenzó a ser una pregunta para mí, por cómo se presentaba. Cuando
Jaime conversaba, entendía que la identidad, o el auto reconocerse como afro, puede ser un
asunto de lucha política, sin importar mucho de dónde se venga, los rasgos que están
marcados en nuestras pieles o quiénes eran nuestros ancestros2, ser parte de una comunidad
que intenta ser resiliente frente a las condiciones socioeconómicas también implica disputar
el territorio y las condiciones mínimas para garantizar la vida, en otras palabras, se trata de
exigir derechos frente a un Estado que debe ser garante de los mismos.
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Las condiciones de vida con las que he crecido me han permitido abordar el mundo
desde el margen de varias formas violentas en las que el cuerpo puede vulnerado con las que
me encontré, y con ellas, todas las consecuencias sobre las experiencias encarnadas de los
cuerpos feminizados que sí están expuestas constantemente.
Una posibilidad de resistencia se encuentra en la danza, puesto que las artes han sido
fundamentales en los procesos de resiliencia y construcción de memoria colectiva. La danza
como escenario corporal, permite conectar las violencias encarnadas con la oportunidad de
creación a partir de la reflexión y la acción viva, sobre un pueblo que baila como lo es el
Pacífico colombiano.
Sin duda, el proceso de investigación implicó retos constantes como mujer, persona
joven y estudiante. Fue un hacer y deshacer constante, desaprender y escuchar, agenciar y
atender. El regalo es lo vivido y lo creado, la experiencia que ahora recojo en este cuerpo que
baila insistente e incansable, con la convicción de que puede y se debe cuidar la vida en
colectividad.
Como estudiante de antropología reconozco que lo más importante que se puede dejar
en la comunidad, como en una misma, son los vínculos que se tejen y se fortalecen, las redes
que quedan desde el amor, la solidaridad, el reconocimiento de las vidas de unos y otros, y
las posibilidades de crear caminos entrelazados que nos fortalezcan para continuar.
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