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UNIDAD 7.

TEORÍA DEL DELITO.


(TIPICIDAD CULPOSA/DELITO
IMPRUDENTE)
A. TIPOS ACTIVOS CULPOSOS O IMPRUDENTES.
Estructura.-
La imprudencia o culpa ha sufrido una evolución que caracterizó a toda la teoría del delito.
Como se vio oportunamente, el causalismo clásico naturalista, e incluso el neokantismo
consideraron a la imprudencia como una forma de culpabilidad, la forma menor, junto al
dolo. Ambos eran manifestaciones del costado subjetivo del delito. Si lo que caracterizaba al
dolo era el “conocimiento”, lo distintivo en la imprudencia era la “previsibilidad” (posibilidad
de cumplimiento). El neokantismo, por obra de MEZGER, introdujo un elemento normativo
en ese esquema: la infracción a deberes de cuidado, advirtiendo ya tempranamente que la
suma de causalidad (injusto) y “previsibilidad” no podía por sí sola generar responsabilidad
por culpa o imprudencia. Con el finalismo, la imprudencia ocupa su lugar como forma de
tipicidad, como consecuencia de la teoría del “injusto personal” que conduce a sostener que
la infracción a dicho deber sólo puede ser un elemento del ilícito, pues en la culpabilidad solo
se aloja el “reproche” el autor precisamente por la infracción a dicho deber. Es decir que lo
decisivo es la infracción a la norma (al deber), tanto en el delito doloso como en el delito
culposo o imprudente.
Una etapa final de esta evolución fue llevada a cabo por una vertiente de la Escuela de Bonn
enrolados en la teoría “subjetivista”, es decir, aquella que pone el acento del ilícito pura y
exclusivamente en el disvalor de acción. Precisamente uno de sus representantes,
STRUENSEE, en un trabajo señero, sentó las bases de una nueva concepción de la
imprudencia, al proponer que también en ella hay una correlación entre tipo objetivo y tipo
subjetivo (como el dolo); pero a diferencia del obrador doloso, el “mini-dolo” de la
imprudencia solo abarca la representación de una parte de las condiciones para la realización
del tipo, lo que denominó “síndrome del riesgo”.
Otro conspicuo subjetivista, KAUFMANN, considerando que el peso de gravedad del injusto
se halla en la inobservancia de un deber de cuidado, ubicó la imprudencia como una forma
de omisión.
Conforme ha sido caracterizado el dolo en el capítulo anterior, el obrar imprudente o culposo
se caracteriza porque en él: a) el autor no persigue el resultado (dolo directo); b) tampoco
este sobrevendrá como consecuencia necesaria de su acción (dolo indirecto); c) tampoco el
resultado aparece, ante la representación del autor, como un riesgo concreto de lesión al
objeto del bien jurídico. En otras palabras, habrá imprudencia cuando: el autor se represente
solo un riesgo abstracto de lesión al objeto del bien jurídico (imprudencia consciente o
culpa con representación), o no se represente en absoluto el riesgo de lesión, pero, conforme
a las circunstancias en que robó y en virtud de los deberes de ciudadano que le eran
personalmente exigibles en la especie, debió representarse el riesgo de lesión (imprudencia
inconsciente o culpa sin representación).
Desde lo objetivo, lo que caracteriza al delito imprudente es un obrar: es que el autor, al
realizar su conducta, infringe deberes de cuidado, y que esa infracción a deberes de cuidado
ha sido determinante en la causación del resultado. Corresponde al juez precisar, en cada
caso, cuál es el deber de cuidado infringido por el autor (tipo abierto).
Sistemas legislativos en materia de imprudencia.- El
sistema del Código Penal argentino.
En la legislación comparada han surgido dos modalidades o sistemas legislativos para
regular la imprudencia. Algunas legislaciones, como el Código Penal que rigió en España
hasta el año 1995, contenían una cláusula general en la parte general del Código, mediante al
cual se creaba un crimen culpae, es decir, un tipo de rezago para los casos en que no pueda
castigarse con dolo y el autor haya obrado imprudentemente. Era un sistema de numerus
apertus, pues permitiría castigar con culpa aun cuando esta modalidad típica no estuviese
prevista para el delito correspondiente en la parte especial, poniendo en crisis de este modo
el principio de legalidad, en su manifestación como lex certa. Ello es así, pues, como puso de
manifiesto MIR PUIG, “en el sistema de incriminación abierta, es dudoso si una serie de
delitos negaban admiten o no su modalidad culposa. Así, la jurisprudencia y la doctrina
negaban la posibilidad de imprudencia respecto de los tipos que requieren elementos
subjetivos del tipo… pero también se discutía si ciertas figuras delictivas eran compatibles
con su comisión imprudente por otras razones menos seguras”.
El sistema del Código Penal argentino y el de las legislaciones más avanzadas, es el de
numerus clausus, es decir, aquel que castiga la imprudencia solo en el caso de hallarse
expresamente prevista en la parte especial. Este sistema respeta de modo fiel el subprincipio
de lex certa “pues permite saber con mayor seguridad cuándo es punible la imprudencia”.
Si bien el Código Penal argentino no define la imprudencia, esta se ve caracterizada en la
parte especial, cuando los tipos penales se refieren al que obrare “por imprudencia,
negligencia o inobservancia de los deberes a su cargo”. Si bien la doctrina tradicional se
esfuerza en precisar las diferencias entre cada una de estas expresiones, todas remiten, en
definitiva, a la “inobservancia de los deberes a su cargo” como criterio rector, es decir, a la
infracción a deberes de cuidado.

B. ASPECTOS OBJETIVOS DEL TIPO CULPOSO:


Conducta.-
Hay acuerdo en la mayoría de la doctrina respecto a que en el delito imprudente no cabe
distinguir de modo tajante entre un tipo objetivo y un tipo subjetivo, dado que el autor no
persigue ni se presenta el riesgo concreto de la producción del resultado. De todas maneras,
de manera didáctica, podemos separar el análisis de la estructura de los delitos imprudentes
en “aspectos objetivos” o “momentos objetivos” y otro “subjetivos”, teniendo en claro la
advertencia realizada precedentemente. Desde luego que en el delito imprudente hay una
acción, si bien esta no está dirigida a la realización del tipo. A diferencia de los delitos
dolosos, en los delitos imprudentes, sea de actividad o de resultado, la punibilidad
presupone la consumación del hecho: no es punible la tentativa imprudente. También los
delitos imprudentes presentan problemas relativos a la causalidad y la imputación objetiva.
Pero como la teoría de la imputación objetiva ha venido a purificar los tipos objetivos de
todos los delitos (en todos se requiere la creación de un riesgo no permitido y la realización
de dicho riesgo en el resultado), gran parte de los problemas ya han sido tratados en
oportunidad de su análisis para el tipo doloso de comisión. Aquí sólo se tratarán los
problemas específicos de la tipicidad imprudente.

Finalidad en la conducta culposa.-


La acción no plantea problemas especiales para la imprudencia. Sólo la distinción entre
actuar y omitir plantea cuestiones discutidas de delimitación, sobre todo en el ámbito de la
responsabilidad por imprudencia (comisiva u omisiva).
En punto a la finalidad -presente también en la imprudencia- solo cabe señalar que ella no se
dirige a la realización del tipo; es, por decirlo así, un obrar totalmente atípico por su
finalidad. Lo que vuelve típico ese obrar es el modo de obtención del fin. En la elección de los
medios para la obtención del fin, el autor obra de manera descuidada, sin observar el
cuidado que le era exigible en el ámbito de la relación. De ahí la función que cumple la
finalidad en estos delitos: ella sirve para delimitar la norma de cuidado infringida en estos
delitos: ella sirve para delimitar la norma de cuidado infringida. En la acción (final) de
manipular armas de fuego que la de cuidar niños pequeños. A cada acción (riesgosa) le
corresponde, por tanto, una norma de cuidado específica.

Causalidad e imputación objetiva en los delitos


culposos.- Función.-
Sostiene BACIGALUPO que con la teoría de la imputación objetiva el concepto de “culpa o
imprudencia se ha simplificado al máximo”. Gran parte de los problemas ya han sido
estudiados al tratar la imputación objetiva en el delito doloso de comisión y allí corresponde
su remisión.
También ZAFFARONI, ALAGIA y SLOKAR sostienen que “el tiempo sistemático objetivo
parece, tal como se dijo, en la culpa considerablemente reducido”.
De todas maneras, en los delitos imprudentes, la presencia del resultado y su conexión con el
obrar descuidado (creación del riesgo jurídicamente desaprobado) merecen consideraciones
especiales.
En torno al resultado, corresponde preguntarnos si todos los delitos imprudentes son delitos
de resultado. En nuestra legislación los delitos imprudentes de pura actividad (es decir, que
no desvalorizan la producción de un resultado) son infrecuentes. Para el Código Penal
argentino HENAIN afirma que tiene esa configuración el art. 204 bis, que castiga a quien,
estando autorizado para la venta de sustancias medicinales. negligentemente la suministrare
en especie, calidad o cantidad no correspondiente a la receta médica, o diversa de la
declarada o convenida, o sin la presentación y archivo de la receta de aquellos productos que,
según las reglamentaciones vigentes, no pueden ser comercializados sin ese requisito.
También admite esta modalidad el art. 203, en su remisión al art. 201, ambos del Código
Penal, que sanciona al que vendiere, pusiere en venta, entregare o distribuye medicamentos
o mercaderías peligrosas para la salud, disimulando su carácter nocivo en su modalidad de
imprudencia. En estos delitos, en suma, basta con comprobar la realización de la acción
descuidada: con ella ya se consuma el tipo penal, sin necesidad de una comprobación
adicional.
Pero excepción hecha de los delitos culposos de mera actividad, los delitos de resultado
requieren de comprobación adicional, como vimos. En materia de imprudencia, la
causalidad de la acción no presenta una problemática distinta a la ya analizada en el delito de
comisión doloso. También aquí el autor debe haber causado el resultado y, además, ese
resultado debe estar conectado a la infracción a deberes de cuidado (conexión de
antijuridicidad). Dicha conexión advertida tempranamente en el delito imprudente permitió
abandonar también en él el viejo “dogma causal”: la mera causación de un resultado, sumada
a la previsibilidad y la “infracción a deberes de cuidado” no son suficientes para imputar
imprudencia. Es preciso que la infracción esté conectada a la realización del resultado y esa
conexión no puede ser causal (en términos de causación física), sino que debe ser un nexo
“normativo” (antijurídico). La teoría de la imputación objetiva analiza este problema bajo el
ítem “realización del riesgo en el resultado”, esto es, en el segundo nivel de la imputación
objetiva. Aquí cabe recordar las consecuencias de la problemática entre los partidarios de la
teoría del “incremento del riesgo” y los partidarios de la teoría del in dubio pro reo para
resolver los casos de duda, cuando no es seguro que la observancia de la norma d cuidado
(conducta alternativa conforme a derecho) hubiese evitado la producción del resultado.
JAKOBS critica a los partidarios de la teoría del incremento del riesgo, pues entiende que
ella conduciría a transformar a los delitos de resultado en delitos de peligro. Y efectivamente,
hay una relación muy estrecha entre el delito imprudente y el delito de peligro, como observa
SANCINETTI. Podría caracterizarse a los delitos imprudentes como “delitos de peligro
agravados por el resultado”.
Esto ha llevado a un sector importante de la doctrina a considerar al resultado como un
componente del azar, pero que no integra el injusto propio de la imprudencia, limitado al
obrar contrario al deber emanado de la norma de cuidado. Sería, por tanto, una mera
combinación objetiva de punibilidad. Pero aún los partidarios de esta última posición dan
buenas razones para castigar solamente la imprudencia “con consecuencias”. Afirma
SANCINETTI que “si la punibilidad estuviere impuesta ya por cualquier clase de
comportamiento que pudiera ser subsumido en el ‘síndrome del riesgo’ no permitido,
respecto de los diferentes bienes jurídicos protegidos también por vía de los delitos
‘culposos’, la vida en relación se volvería intolerable; el costo social de la persecución
indiscriminada de todos los peligros inadecuados, excedería ampliamente el beneficio de
anular el componente causal -es decir, sustancialmente injusto- de la punibilidad
dependiente del azar”. En otras palabras, nada se gana “suprimiendo” el componente
azaroso del resultado, que el subjetivismo considera sustancialmente injusto porque no hace
depender de la punibilidad del merecimiento de pena (desvalor de acto: culpabilidad), sino
de la “suerte”, si con ello se amplía para todos los ciudadanos el ámbito de la prohibición, al
castigarse todo obrar descuidado, aun sin consecuencias. El resultado viene, en
consecuencia, a compensar la indeterminación típica propia del delito imprudente (tipo
abierto) mediante el recurso a la punibilidad sólo en caso de producirse el resultado.

Infracción de deberes de cuidado.- El riesgo


permitido.- Imputación objetiva o nexo de
determinación entre la violación al deber de cuidado
y el resultado.-
En el texto se ha empleado la expresión, tradicional en los delitos de imprudencia, de
“infracción a deberes de cuidado” como característico del ilícito imprudente. Pero en la
actualidad, esa referencia ha sido superada por la teoría de la imputación objetiva, que
precisa mejor los criterios y fundamentos de la imputación, sobre la base de la creación de un
riesgo no permitido. Además, como advirtió JAKOBS, es erróneo desde la “lógica de las
normas”, pues genera la falsa idea de que se trata de una omisión: “En el ámbito de la
comisión no se prescribe manejar las cerillas con cuidado, se prohíbe su manejo descuidado:
no existe un deber de manejar”. También puede llevar al equívoco de creer que cualquier
transgresión a una regla de cuidado genera per se responsabilidad por imprudencia.
De todas maneras su empleo puede ser de utilidad para precisar qué tipo de reglas se
infringen en la imprudencia y qué determina que el riesgo creado supere ya el ámbito del
riesgo permitido. Como se vio, los tipos imprudentes son tipos abiertos, en ellos el juez debe
cerrar la prohibición relativamente, indeterminada en el tipo, precisando la regla de cuidado
infringida o, para decirlo más correctamente, de qué modo el autor ha llevado a cabo un
comportamiento objetivamente típico de la imprudencia.
¿CÓMO SE PRECISAN LOS DEBERES DE CUIDADO? Probablemente JESCHECK haya
sido quien mejor analizó y clasificó las modalidades de infracción a la norma de cuidado.
Distingue este autor entre un deber de cuidado interno, que impone el deber de advertir los
peligros que pueda generar la acción a emprender, como una especie de “deber de exámen
previo”. Con ello se funda la posibilidad de castigar la culpa sin representación. Allí el autor
es sancionado cuando no se presentó el peligro que debía presentarse según las
circunstancias. Para ese deber de cuidado son importantes la proximidad del peligro y el
valor del bien jurídico que se afecta. A su vez, ese deber de cuidado interno, de observarse y
advertirse el peligro de la acción, conduce a otro deber de cuidado ahora ya externo.
Conforme a él, pesa sobre el autor llevar a cabo un comportamiento “externamente correcto”
para evitar el daño al bien jurídico. Ahora bien, este deber de cuidado externo requiere
precisiones.
a) En primer lugar, deben omitirse las acciones peligrosas. Aquí debe quedar en claro,
de todos modos, que no es posible prohibir toda acción peligrosa, sino solo aquella
que esté fuera del riesgo permitido. Los límites del riesgo permitido en la
imprudencia pueden reconocer diversas fuentes. Por una parte, hay acciones que son
peligrosas, pero que en general son toleradas socialmente, por su utilidad. Como
vimos al tratar la imputación objetiva, este tipo de acciones está regulado por medio
de reglas jurídicas; reglas técnicas o estándares de seguridad y otro tipo de reglas,
como la lex artis para la actividad médica. En este contexto cobra importancia el
“componente sin haber”. Estas conductas peligrosas solo están prohibidas si son
llevadas a cabo “sin haber” observado esos estándares o normas, o reglas que fijan el
límite del riesgo permitido. Una particular manifestación de esta forma de
imprudencia es la llamada “culpa por asunción o emprendimiento”, que se presenta
cuando se lleva a cabo una determinada acción para la que no se tienen los
conocimientos, las capacidades o la competencia para llevarla a cabo.
b) El mayor problema se presenta allí donde la actividad no se halla expresamente
reglada, como ocurre en la mayoría de las actividades comunes y corrientes, que no
han sido aceptadas pese a su carácter peligroso por su utilidad social.
Sin embargo, hasta la conducta más trivial puede generar peligros. Como señala JAKOBS, de
un simple apretón de manos se puede provocar el contagio de una enfermedad. De la
experiencia de vida pueden derivarse especiales deberes de cuidado que, en general, remiten
al obrar prudente “que impone a todos el deber de comportarse en una situación de tal modo
que pueda evitarse la vulneración del objeto de la acción protegido”.
¿CUÁL ES EL BAREMO PARA DETERMINAR LA INFRACCIÓN AL DEBER DE
CUIDADO? (RIESGO PROHIBIDO). Probablemente el tema más discutido de la dogmática
del delito imprudente sea la determinación de cuál es el baremo para determinar la
infracción a la norma de cuidado.
Existen dos grandes tendencias en la doctrina. Un sector se inclina por la “generalización”, es
decir que el parámetro para determinar la infracción de cuidado es el de un “hombre medio”,
como podría ser un “hombre consciente y cuidadoso del sector del tráfico al que pertenece el
agente”. El problema que presenta esta pauta valorativa es que deja sin respuesta la situación
de los “conocimientos y capacidades especiales” del autor concreto. De esta manera. una
persona que suele manejarse de modo distraído y con ligereza, no respondería al estándar
del “hombre consciente y cuidadoso”. Por otro lado, puede darse el caso de que la persona
sea “extremadamente cuidadosa”, al punto de que no deje de advertir riesgos por doquier.
Además, aquel que posea capacidades superiores al hombre medio podría exonerarse de
responsabilidad aplicando solo las capacidades estándares sin necesidad de aplicar “todos
sus recursos” para evitar la lesión al bien jurídico.
El parámetro del hombre medio fue sostenido por WELZEL como modo de resolver el
problema entre previsibilidad (“objetiva”) y reprochabilidad individual (culpabilidad).
WELZEL entendía que, en lo injusto de los delitos de imprudencia, solo cabe determinar la
infracción al deber sobre la base de parámetros generales (aunque este autor incluía los
conocimientos especiales para enjuiciar la previsibilidad “objetiva”). Las capacidades
individuales habrían de ser analizadas en la culpabilidad. Pero de este modo, WELZEL no
logra separar la culpa de la reprochabilidad (lo que sí pudo hacer con el dolo). Aquí, injusto y
culpabilidad “coinciden inseparablemente”.
Otro criterio propone tomar en cuenta tanto las capacidades como los conocimientos del
autor (criterio individual). Señala FRISTER que “apreciar la imprudencia según los
conocimientos y capacidades del autor es una consecuencia obvia del principio de
culpabilidad”. Aquel que proviene, por ejemplo, de una comunidad originaria donde no
conoció la electricidad no incurre en imprudencia si le da a un niño un trozo de alambre para
que lo inserte en el tomacorriente. Este criterio es el preferible y el que se sigue en la
presente obra.
C. ASPECTOS SUBJETIVOS. Culpa y previsibilidad.-
La doctrina debate si puede existir un “tipo subjetivo” imprudente. Existen autores que lo
niegan, como STRATENWERTH, para quien, dado que el autor no persigue la realización del
tipo, no cabe hablar de un tipo subjetivo. Otros, como es el caso de STRUENSEE, sobre la
base de una concepción unitaria del ilícito, consideran que también existe un tipo subjetivo
del delito imprudente, pues también con él se castiga al autor por aquello que se representó,
si bien el contenido de dicha representación es distinto que en el dolo.
SANCINETTI, siguiendo esta opinión, habla del “mini-dolo” del delito imprudente.
Aquí se sigue la opinión de que también el delito imprudente presenta un tipo subjetivo.
Como vimos, compartiendo el punto de vista de SANCINETTI y STRUENSEE, lo que el autor
se representa en el delito imprudente es el “síndrome del riesgo”, es decir, un conjunto de
circunstancias a partir de las cuales un tercero observador (el juez) puede emitir un
“diagnóstico” sobre la posible lesión a un bien jurídico: no es preciso -incluso, es condición
negativa- que el autor se represente la lesión misma como posible (en ese caso, concurre
dolo eventual).
Ahora bien, ¿se sigue de ello, entonces, que se vuelve inútil hacer referencia a la
“imprudencia inconsciente” o “culpa sin representación”? La respuesta debe ser negativa.
Aun la “culpa inconsciente o sin representación” contiene, al menos, un mínimo de
representación sin la cual ninguna culpa sería punible. Dice NOWAKOWSKI que “también
en la imprudencia inconsciente se puede extraer un ‘disvalor de acción’, consistente en que la
decisión de actuar fue tomada bajo circunstancias que contienen una referencia cualificada a
la posibilidad de un menoscabo para el bien jurídico”.

Clases de culpa.
En la doctrina y en la legislación comparadas se acude a la distinción de la culpa según su
gravedad: culpa grave (temeridad), leve y levísima. Nuestro Código Penal no ha receptado
esa clasificación, que solo parcialmente fue introducida por la -actualmente derogada-
disposición del art. 278 del Código Penal. Esta clasificación cobra importancia para graduar
la magnitud de la culpabilidad y, por tanto, la magnitud de la pena. De todos modos, hasta el
presente no se ha logrado una diferenciación entre las distintas clases de culpa que sea
satisfactoria. Hay sin embargo consenso doctrinario en que la culpa más grave (temeridad)
es una imprudencia “sustancialmente elevada” y que se dará dicha culpa “cuando se hayan
infringido deberes elementales que se pueden exigir al menos diligente entre los sujetos”.
También hay consenso en no castigar la imprudencia levísima. Pero el consenso solo llega
hasta allí. BACIGALUPO cree conveniente buscar un criterio de graduación a partir de fines
preventivo-especiales, a partir del grado de desinterés del autor respecto de los bienes
jurídicos ajenos.
En su opinión, ZAFFARONI, ALAGIA Y SLOKAR distinguen entre una culpa temeraria y
no temeraria. En la primera hay dominabilidad, que para estos autores es el criterio rector
de la imputación y que consiste en la capacidad objetiva de dominar el hecho, presente no
solo en los hechos dolosos, sino también en los culposos. Solo la culpa temeraria, para estos
autores, puede plantear discusión sobre sus límites con el dolo eventual.

LA IMPRUDENCIA “CON REPRESENTACIÓN”. Como corolario de lo que se ha expuesto


hasta aquí, habrá “culpa con representación”, “culpa consciente” o “imprudencia consciente”
(todos sinónimos), cuando el autor sea consciente de un “síndrome del riesgo” del cual pueda
ser predicado, por un tercero observador, que esa conducta resulta peligrosa para un objeto
de bien jurídico (objeto de lesión). Este “síndrome de riesgo” constituye un “peligro
abstracto”, no descripto legalmente, de hecho imprudente. Si el autor se representa ya un
peligro concreto de lesión, habrá dolo eventual.
LA IMPRUDENCIA “SIN REPRESENTACIÓN”. Es indudable que la concepción que se siga
en torno al concepto de “dolo” habrá que influir necesariamente sobre el concepto de
imprudencia. Si se es partidario de las teorías de la representación, en su versión más
extrema, la consecuencia lógica es la eliminación de la imprudencia consciente o culpa con
representación, “dado que cuando el autor se haya representado la realización del tipo como
no improbable, se estará en todos los casos ante supuestos de dolo eventual”. La
imprudencia es el ámbito del error vencible de tipo (imprudencia inconsciente o culpa sin
representación).
Si se sigue la opinión de STRUENSEE y SANCINETTI, que aquí se considera acertada en
punto a la distinción entre dolo eventual e imprudencia consciente, se llega curiosamente a
la situación inversa: solo la culpa “consciente” constituye un ilícito punible, por cuanto se
trata de un comportamiento planificable, no así la culpa “inconsciente” en sus diversas
manifestaciones (“olvidos”, “automatismos”), que solo son gobernables, acaso. por pura
“casualidad”.
Para SANCINETTI, estos riesgos no constituyen un desvalor de acto que pueda ser
constitutivo de un “tipo” (abierto) de imprudencia.
No compartimos esta última opinión. También el obrar descuidado “sin representación”
provoca más de una vez consecuencias dañinas y no precisamente las más leves. La
indiferencia ante los efectos de la propia conducta, lejos de exonerar al autor, debería hacerlo
responsable. Ya LISZT señalaba que en la imprudencia inconsciente “el autor, como
consecuencia de su indiferencia ante las exigencias de la vida en común social, no ha
reconocido el sentido antisocial cognoscible de su acción”. Ello conecta la imprudencia
inconsciente con el fundamento general de la responsabilidad por imprudencia: el autor
debe haber infringido deberes de cuidado que le eran exigibles, por una parte, y además el
comportamiento adecuado al deber le hubiera permitido al autor prever el resultado de su
acción (previsibilidad). En la actualidad, se sostiene que hay imprudencia (inconsciente)
cuando el resultado típico es objetivamente imputable y el autor ha tenido un error sobre el
riesgo de su producción, a pesar de la posibilidad de conocer el peligro. En otras palabras, el
autor obra con un conocimiento que no actualizó, pero que era actualizable.

BIBLIOGRAFÍA:
GONZÁLEZ, Libro de DERECHO PENAL. PARTE GENERAL.

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