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De pioneras a perseguidas, del paro a la pesadilla:

un 8M de retrocesos neofascistas en Argentina


Publicado el 8 de marzo de 2024 en La Diaria
Escribe Luciana Peker en Movimientos feministas

La potencia feminista argentina fue un faro y hoy es un foco de


castigo, venganza y disciplinamiento. En este escenario, el
feminismo es urgente y, sobre todo, es el movimiento que impulsa
todas las urgencias que son necesarias pedir, protestar y pelear.

El 8 de marzo de 2017, Argentina inició el primer Paro Feminista Internacional, junto con
Polonia, después de la huelga –de trabajos remunerados y no remunerados– del 19 de
octubre de 2016. Al año siguiente, el 8M del 2018, España convocó a una huelga feminista,
que se salió de la celebración, el regalo de rosas o el calendario histórico. El 8M se
revitalizó con una nueva etapa de la lucha feminista, activa, pujante, interpeladora y
transformadora. Argentina inició, el 3 de junio de 2015, con el movimiento Ni Una Menos,
la cuarta ola feminista mundial y logró, con la marea verde, aprobar el aborto legal, seguro
y gratuito el 30 de diciembre de 2020.

La potencia feminista argentina fue un faro y hoy es un foco de castigo, venganza y


disciplinamiento. No es una reacción local. Es un contraejemplo –una muestra que la
valentía tiene costo– para las que se levantan, se esperanzan y se movilizan. El retroceso en
Argentina es brutal. El presidente argentino Javier Milei negó la existencia de los
femicidios y de la brecha salarial de género en el debate electoral y dijo que iba a realizar
un plebiscito para derogar el aborto legal, seguro y gratuito. Peor que decir es hacer. A
diferencia de las ultraderechas europeas, que dicen más de lo que pueden hacer –por el
marco regulatorio y las codependencias políticas y económicas de la Unión Europea–,
Milei toma como enemigo número uno –que denomina neomarxismo– a los feminismos.

Milei asumió el 10 de diciembre de 2023. Casi de estreno de banda presidencial, el 17 de


enero de 2024, en el Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza, leyó un discurso en el que
dijo que estaba en contra de lo que denomina las “nuevas formas del socialismo”, entre las
que pone el eje principal en el feminismo y el ambientalismo. “La primera de estas nuevas
batallas fue la pelea ridícula y antinatural entre el hombre y la mujer. El libertarismo ya
establece la igualdad entre los sexos”, proclamó. Su idea de igualdad es la del
negacionismo de la desigualdad.
El mandatario criticó cualquier intervención pública, estatal, internacional o de la
cooperación por realizar acciones que disminuyan las diferencias de género. “En lo único
que devino esta agenda del feminismo radical es en mayor intervención del Estado para
entorpecer el proceso económico”, falseó, ante empresarios aplaudidores de menos
impuestos, menos donaciones, menos controles y menos acciones para conciliar la vida
familiar y laboral o impulsar el desarrollo de mujeres, personas LGBTI+ y trans. También
puso en duda las “ideas nocivas” de quienes “sostienen que los seres humanos dañamos el
planeta y que debe ser protegido a toda costa, incluso llegando a abogar por el control
poblacional o la agenda sangrienta del aborto”.

El 8 de marzo de 2024 llega con un gobierno que no permite hacer paro; manda a no
nombrar (salvo una mínima reacción institucional devaluada al máximo) el 8 de
marzo; prohíbe hablar en femenino y en inclusivo en la administración pública; censura
nombrar la palabra “diputada” en el canal de televisión del Congreso de la Nación
(DiputadosTV); cierra la agencia de noticias públicas Télam con un trabajo ejemplar de la
editora de género Silvina Molina; elimina el Ministerio de Mujeres, Géneros y
Diversidad; da de baja el Instituto Nacional contra la Discriminación (Inadi); no asigna
presupuesto para la atención a las víctimas de violencia de género; su bancada presenta un
proyecto para la derogación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) e
intentó, en el proyecto de ley ómnibus, minimizar la Ley Micaela de capacitación en género
para funcionariado público.

El 8M hay una convocatoria con el lema “Esta vez hay que estar”. En un contexto de
salarios por debajo de la línea de pobreza, medios que vuelven a poner a varones como
regla y a chicas como excepción –nada es contra de las que están, sino para que no se
vuelva atrás en avances que ya parecían consolidados–, de despidos injustificados, de plata
que no alcanza con un 211% de inflación anual y con una crueldad desatada en las redes
sociales, no es fácil ponerse de acuerdo, consensuar y volver a marchar. Hay desencuentros,
diferencias, desgastes y dificultades para reorganizarse, pero también un punto de partida
en que es importante que el 8M sea fuerte y que no se bajen los brazos frente a una
ultraderecha que tiene como enemigos a los feminismos y la diversidad.

El peronismo y los progresismos se muestran antagónicos entre ellos y, conjuntamente,


contra la extrema derecha, pero se parecen en el machismo resucitado para que sean
hombres los que ocupen espacios de poder o de alternancia de poder, o pocas mujeres, o
funcionales al machismo, las que queden o surjan en este escenario que busca borrar la
ampliación de derechos para las feministas, las personas trans y el colectivo LGBTI+.

En Argentina, hoy, el hambre es urgente, el costo del transporte es urgente, los despidos
son urgentes, la falta de comida en los comedores populares es urgente, la falta de
reconocimiento del trabajo a las cocineras de las villas es urgente, la propuesta de cambiar
las leyes para que la Policía pueda reprimir o matar sin condena es urgente para que no sean
aprobadas, la violencia política es urgente de no naturalizar, la entrega de los recursos
naturales es urgente de frenar, la extorsión a las provincias para que permitan la mega
minería a cambio de fondos para pagar a los y las empleadas públicas y docentes es urgente
de no normalizar, la falta de medicamentos para pacientes con cáncer es urgente de
reclamar, la reducción del presupuesto para la entrega de remedios para personas con VIH
es urgente de rechazar, el permiso para el aumento de las prepagas de medicina privada es
urgente limitar, la imposibilidad de las universidades públicas de dar clases durante todo el
año sin presupuesto es urgente de alarmar, la represión a la protesta social es urgente no
legitimar, el recorte a las jubilaciones y la amenaza de privatizar el sistema de pensiones y
cortar las moratorias destinadas especialmente a las madres y amas de casa es urgente de no
dejar caer.

Argentina es un país intenso, de enormes crisis y grandes avances, de subidas y bajadas que
dejan sin aliento, de intensidades sin medias tintas y de dolores que no pueden dejarse
sangrar, con una desigualdad inaceptable y una pobreza que no garantiza el hambre, la
respiración, la supervivencia. Los feminismos argentinos pueden y tienen diferencias sobre
prioridades, formas de comunicar, modos de organizar y si quedarse paradas o marchar. Las
diferencias no sólo existen, sino que, frente al retroceso, la reacción es la del enojo, la
desorientación y la confrontación. La resistencia no es épica cuando la subsistencia no está
garantizada y las redes se volvieron banquitos individuales en donde todas (o las que
quedan en lugares públicos relevantes después de soportar toneladas de la agresión, que es
la fábrica de poder de la extrema derecha) se paran a decir para dónde hay que ir, qué hay
que hacer, pero –sobre todo– qué no hay que hacer.

Los duelos no suelen traer concordia y cualquiera que haya pasado por una pérdida sabe
que después del llanto vienen las culpabilizaciones, los enojos y los resentimientos. Es
cierto. Pero también que la salida es colectiva, que la unidad es imprescindible y que
aceptar que los reclamos feministas no son urgentes es el clásico más clásico del machismo
clásico. El feminismo es urgente y, sobre todo, es el movimiento que impulsa todas las
urgencias que son necesarias pedir, protestar y pelear. No hay posibilidad de quedarse
calladas, frenadas o paralizadas.

Hoy es más importante que haya qué comer a decir la letra e. Los feminismos argentinos
son populares y lo saben. Las que menos tienen lo sufren más, pero nadie está exenta de ir
al supermercado con taquicardia y abrir la heladera con pena. Sin embargo, la prohibición
del lenguaje inclusivo no es algo menor, más allá de su efecto, por la representación del
silencio al que lleva: los verdugos que en nombre de la libertad vienen a castigar a las que
se animaron a nombrar más de lo que estaba escrito y a desafiar las reglas para las que les
habían dado permiso.
El vocero presidencial, Manuel Adorni, anunció que el gobierno argentino prohibió el
lenguaje inclusivo en la administración pública. El señor que todo lo que escribe con la
palabra “fin” como si la discusión fuera un contrasentido y a sus palabras nadie pudiera
agregar nada, fue más explícito: se prohíbe “todo lo referido a la perspectiva de género”.
Adorni explicitó que en la redacción de documentos públicos se evitará “la innecesaria
utilización” del femenino. Y aclaró que no se trata sólo de censurar el lenguaje, sino que
irán contra “la perspectiva de género”.

El 6 de marzo –a 48 horas del 8M que se celebra en todo el mundo con mensajes de


igualdad– el Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, en un
dictamen que deja sin efecto una disposición del 18 de marzo de 2021 (exactamente tres
años atrás), y con el lema “Año de defensa de la vida, la libertad y la propiedad”, prohibió
hablar de embajadoras en el caso de las diplomáticas. ¿La a está en contra de la vida, la
propiedad y la libertad? La a ya no es libre.

La Cancillería, que debe velar por el cumplimiento de los tratados internacionales firmados
por Argentina que promueven los derechos de las mujeres, obliga a que una mujer sea
llamada en masculino “embajador”. “Se impone el uso correcto del idioma castellano”,
disponen. A pesar de que la Real Academia Española acepta el uso de la palabra embajador
y embajadora. Ser más machistas que la lengua machista. Sólo La Libertad Avanza –una
ironía, a esta altura, del mal uso del castellano para nombrar con la palabra libertad a quien
prohíbe– podía imponerlo. La urgencia no es el idioma. Pero la urgencia es no someter a las
mujeres al castigo por nombrarse. El 8M de 2024 es urgente, por todo, por todas, por no
quedarnos calladas, para decir lo que queremos y lo que no queremos, por comer y para que
todas coman. A las bocas cerradas no volvemos nunca más.

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