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POR LA RAZÓN O LA FUERZA

Historia y memoria de los golpes


de Estado, dictaduras y resistencias
en América Latina
No ha habido rincón del planeta que, en las últimas cinco décadas, haya sido
más castigado por los golpes de Estado que el continente latinoamericano,
golpes que han contado con la promoción y el aval de Estados Unidos. Los
modos en que se ha depuesto a la democracia se han transformado
radicalmente: hoy los golpes se ejecutan desde los despachos de los poderes
industriales y financieros, con la connivencia de jueces y Policía, con la
aprobación de instituciones ajenas a las urnas. Desde el derrocamiento de
Árbenz en Guatemala, pasando por la toma del Palacio de la Moneda y la
muerte del presidente Allende en Chile, hasta la autoproclamación de Guaidó
en Venezuela con el respaldo de Estados Unidos y sus aliados, Por la razón o
la fuerza ofrece el descarnado relato de los golpes y ataques a la democracia
que siguen abriendo las venas de América Latina.
por Marcos Roitman Rosenmann, abril de 2019

En la historia de América Latina, los golpes de Estado son recurrentes. Sus formas
evolucionan, al igual que los dispositivos para su realización. No se trata de una
excepcionalidad. Asistimos a un cambio de estrategia. El impeachment, un recurso
jurídico pensado para hacer frente a conductas deshonestas e impedir prácticas
corruptas de los presidentes, se tuerce. Se trasforma en un arma arrojadiza utilizada
para romper el orden constitucional judicializando la política. Su puesta en escena
requiere una gran movilización de instituciones: el poder legislativo, el poder
judicial, fiscales, abogados y magistrados de la corte suprema, sin menospreciar la
retaguardia, medios de comunicación de masas, redes sociales, tertulianos,
dirigentes sindicales, líderes de opinión, ideólogos. Un ejemplo de esto fue la
destitución de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff.
Si en principio el impeachment fue considerado un factor de corrección para
conductas autocráticas, hoy describe una forma de guerra asimétrica. Una guerra
jurídica que se despliega a través del uso ilegítimo del derecho interno e
internacional con la intención de dañar al oponente, consiguiendo así la victoria en
un campo de batalla de relaciones políticas públicas paralizando política y
financieramente a los oponentes o inmovilizándolos judicialmente para que no
puedan conseguir sus objetivos, ni presentar sus candidaturas a cargos públicos. Es
una maniobra para eliminar la cara más canalla y repudiada de los golpes de Estado,
la violencia directa acompañada de represión, tortura y asesinato político. Una forma
“limpia” e indolora de golpe de Estado. Guerra asimétrica, guerra jurídica, lawfare en
el anglicismo, todo conduce al golpe de guante blanco. Como bien había señalado
Henry Kissinger, Secretario de Estado en el gobierno republicano de Richard Nixon,
refiriéndose al dictador Augusto Pinochet: “pedimos un cirujano y contratamos un
carnicero”.
Los golpes blandos conllevan procesos desestabilizadores cuyo fin es desgastar,
horadando los cimientos del poder constitucional. El ejercicio de la violencia, se
contempla como una actividad complementaria al impeachment, le da el empaque
necesario para crear una situación de caos, inestabilidad o catástrofe humanitaria. La
desestabilización queda en manos de organizaciones civiles: amas de casa,
trabajadores de la administración, organizaciones empresariales,
profesionales, ONG, medios de comunicación de masas, estudiantes, sindicatos
amarillos. Es la estrategia concebida como “lucha no violenta”. El llamado por uno de
sus ideólogos Gene Sharp: desafío político. (…)

La violencia posterior se reorienta a través de grupos paramilitares, sicarios, servicios


de inteligencia, organizaciones del crimen organizado, grupos neonazis y
anticomunistas. El asesinato en Honduras de la líder y fundadora del Consejo Cívico
de Organizaciones Populares e Indígenas, premio Goldman en 2015, Berta Cáceres,
se inscribe en esta forma de violencia selectiva. Sin embargo, han sido decenas los
ajusticiamientos de dirigentes sindicales, líderes campesinos, estudiantiles y
periodistas que habían defendido la democracia y los derechos sociales, políticos,
étnicos, de género y culturales en Honduras en estos años de post-golpe blando.

En Honduras, desde el año 2009, fecha en la cual se derrocase al presidente Manuel


Zelaya, han caído víctimas de atentados 57 periodistas. La Federación Internacional
de Derechos Humanos (FIDH) subraya en su informe sobre Honduras: “Crímenes de
persecución política, asesinatos, desapariciones forzadas, crímenes sexuales, de
género y desplazamiento forzado fueron cometidos de forma sistemática como
consecuencia del golpe de Estado de 2009. El golpe destruyó el Estado de derecho en
Honduras. Destrozó la confianza de la ciudadanía en las instituciones judiciales y de
seguridad”. La percepción que se tiene de los golpes de guante blanco es su limpieza.
La realidad es otra. Lo dicho es vinculante a Paraguay tras la destitución del
presidente Fernando Lugo, así como a Dilma Rousseff en Brasil. En ambos países se
utilizó la técnica del impeachment como mecanismo para el golpe de Estado.

Las mujeres a la vanguardia


Contra las dictaduras, las mujeres tendrán un papel relevante, el mismo que les cupo
en las luchas por los derechos civiles y políticos. En Chile, el periodo propiamente
dictatorial se caracterizó por una notable presencia de mujeres (de toda condición)
en los hechos de resistencia activa. Los datos indican que, durante el periodo más
virulento de las protestas nacionales (1983-1987), las mujeres se perfilaron como uno
de los actores sociales con mayor protagonismo público, junto a los pobladores, los
militantes de base y los estudiantes, superando con ello a obreros y empleados. La
movilización de la mujer durante este periodo respondió a la cuádruple condición de
ser humano, ciudadana, mujer, y sobre todo, madre-esposa-hermana-amiga de
los/as caídos/as. Es decir: respondió a la electricidad solidaria que recorrió, en
transversal, todos los sectores sociales más golpeados de la dictadura. Durante las
décadas precedentes (1950-1975, aproximadamente), las trasformaciones
democráticas, salvo excepciones, se saldan con una mayor participación de la mujer
en la vida pública. Las universidades ven aumentar la población femenina en las
aulas y en disciplinas antes consideradas para hombres: ingenierías, ciencias físicas,
matemáticas, arquitectura.
Lentamente, la presencia de las mujeres en la política latinoamericana se hace notar:
diputadas, senadoras, alcaldesas y con gobiernos populares, altos cargos de gobierno.
En el ámbito del derecho, juezas, abogadas, rompían la hegemonía masculina. En la
cultura, artistas plásticas, cantautoras, actrices, literatas, poetas. La sociedad vivía
momentos de cambio. Las relaciones de poder familiar se cuestionan. La revolución
sexual, los cambios de valores, el uso de la píldora, las estéticas marcan un punto de
inflexión. La mujer entra de lleno en los escenarios y no habrá vuelta atrás. Los
reductos seguían siendo el mundo rural, donde el machismo asume formas variadas,
al igual que la violencia de género. Durante estas décadas se ganó en experiencia,
autoestima y capacidad de liderazgo. Así lo expresa Marcela Lagarde: “Vale ser
osadas pero no ponerse en riesgo y hacer cosas temerarias; porque sin osadía no
llegamos a la vuelta de la esquina, no nos levantaríamos de la cama a vivir cada día.
Se trata de tener una especie de equilibrio entre osadas y, al mismo tiempo, no ser
temerarias. Ser temeraria significa no medir el peligro y arriesgarse, ser insensible al
miedo, sentirse omnipotente y exponerse; en algunos acasos eso conduce incluso a
provocarse daños. Ser temeraria es actuar como que no te fuera a pasar nada con lo
que haces” (1).

Pero la resistencia a las tiranías supuso un cambio drástico en el enfoque de la lucha


de la mujer en el contexto represivo. El movimiento feminista se expande por
América Latina. Salvo en las dictaduras, la dominación patriarcal es cuestionada. En
Centroamérica, las mujeres toman las armas, fueron comandantes revolucionarias.
En los movimientos de liberación nacional, Frente Farabundo Martí en El Salvador,
Frente Sandinista en Nicaragua, Unidad Revolucionaria Guatemalteca, su presencia
se une a las mujeres indígenas. En Cuba la revolución da pasos en la misma
dirección. La perspectiva de género se incorpora a las luchas democráticas. Los
golpes de Estado significaron un proceso de involución, también, en la lucha de
género. En México, el levantamiento zapatista revoluciona las dinámicas de género.
Mujeres indígenas en la comandancia general revolucionaria reivindicando la
condición de mujer campesina, madre e indígena. El escepticismo también alcanzó al
gobierno militar. “A nosotras nos menospreciaron: esas ‘viejas locas’”. Desde abril de
1977, en que comenzaron las rondas en Plaza de Mayo, hasta octubre de ese mismo
año –lapso insólitamente largo en el periodo de mayor represión– las Madres fueron
ignoradas. A pesar de que en junio las rondas reunían cerca de cien mujeres, la
actitud gubernamental era de cierta indiferencia: “Éramos inocentes amas de casa”.

Memoria de luchas
Gracias a la perseverancia de quienes nunca se doblegaron a las dictaduras a pesar
del miedo y con el miedo a cuestas, tenemos los testimonios de la resistencia, y es
posible reconstruir las luchas, impedir el olvido, la manipulación y la mentira. (…) La
memoria colectiva, las luchas de resistencia forman parte del imaginario social que
vive en la conciencia de quienes fueron víctimas de las tiranías. Sin embargo una
visión mezquina busca eliminar el pasado. Hacer de la historia un relato flácido y sin
mordente. Es la propuesta del olvido. El capitalismo digital se reacomoda. Los datos
se presentan bajo una dinámica aleatoria perdiendo su comprensión. La mentira se
articula bajo el hecho desnudo, así lo expone Juan Carlos Onetti en El Pozo, su
primera novela, escrita en 1939: “se dice que hay varias maneras de mentir; pero la
más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los
hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma
del sentimiento que los llene”.

La memoria colectiva y la historia son un campo de batalla. Forman parte de la


guerra de cuarta generación desarrollada por el actual capitalismo digital. Sin
memoria no hay recuerdos, no existe responsabilidad, culpables de genocidio,
torturas ni crímenes de lesa humanidad. Todo se desvanece bajo la perspectiva de un
pragmatismo ramplón. (...) Así se construye el olvido. La conciencia y la memoria son
el objetivo de una nueva guerra psíquica consistente en el desprendimiento de la
capacidad de pensar, de recordar.

Pero ahora es el momento de resistir, de no torcer la mano. Durante décadas de


tiranías y golpes de Estado hubo quienes no renunciaron a su deber como
demócratas, como ciudadanos, arriesgando su vida para hacer prevalecer la verdad y
no se dejaron avasallar, ellos son el ejemplo. De allí la necesidad de mantener la
lucha por la memoria, repensar la historia y defender la conciencia ética como el
espacio de dignidad inherente al homo sapiens, sapiens.

La superación de las barreras del miedo, la perseverancia y la lucha por construir un


mundo más justo, igualitario y digno sigue vigente. Los reveses no suponen
abandonar, sino reinventarse. Hoy lo vemos en Brasil con un gobierno elegido desde
la traición. Jair Bolsonaro no lo tendrá fácil. El fascismo en América Latina ha estado
presente bajo formas diferentes. Hoy se sintetiza en la xenofobia, homofobia,
racismo, odio articulado sobre la represión, la violencia y la persecución política. Es
el rechazo a la vida. Criminalización de las protestas sociales. Son tiempos de
resistencia, pero la fuerza no es suficiente para acallar los proyectos democráticos,
anticapitalistas y emancipadores. Se lucha para ganar, para romper las dinámicas
derrotistas, para aprender de los errores y los fracasos. Allende lo vio claro: “Y les
digo que tengo la certeza de que la semilla que entregamos a la conciencia digna de
miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza,
podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con
la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.
Este texto es un extracto del libro Por la razón o la fuerza. Historia y memoria de los golpes de Estado,
dictaduras y resistencias en América Latina (Siglo XXI, abril de 2019,
352 página, 20 euros).

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