Está en la página 1de 16

Capítulo Cinco.

De la Gran Depresión al peronismo

La depresió n mundial asestó un duro golpe a la economía mundial. Argentina sufrió la crisis con intensidad. En verdad, en
nuestro país los problemas habían comenzado un par de añ os antes, cuando los precios de los productos exportables
comenzaron a caer; los primeros añ os de la década de 1930, que ademá s fueron de sequía, no hicieron má s que acelerar
este tendencia. La situació n se agravó porque los flujos de capital extranjero que durante la década del ’20 siguieron
impulsando el crecimiento de la economía, desde 1928 sú bitamente cambiaron de signo y comenzaron a volar hacia plazas
má s seguras.

¿Có mo reaccionaron los terratenientes frente a este difícil escenario? La imagen que presenta a la Década Infame como un
período de regresió n política, en el que el control del Estado volvió a caer en manos de la elite política tradicional, no logra
captar bien lo sucedido en esos añ os. Cuando el gobierno de Yrigoyen fue derrocado en setiembre de 1930, y se inauguró
un período que, luego de una breve y fallida fase autoritaria, marchó hacia un orden fraudulento, pero de fachada
constitucional, la clase terrateniente no tuvo mayor injerencia en su diseñ o y orientaciones. Al igual que en etapas
anteriores, fue la importancia econó mica de la elite terrateniente má s que su dominio del Estado o su influencia sobre las
elites gobernantes, la que puso en sus manos los recursos con los que defendió sus prerrogativas e intereses.

Respuestas a la depresión

El giro proteccionista de Gran Bretañ a resultó crítico para los exportadores de carne, pero también para las finanzas
pú blicas. Para hacer frente a sus problemas de caja, la administració n de Agustín P. Justo (1932-8) se aferró a medidas
tales como el control de cambios y el alza de tarifas aduaneras. También impulsó la creació n de un sistema tributario
menos dependiente de las alas y bajas del intercambio comercial, cuya mayor novedad fue un impuesto a la renta, que
golpeaba sobre todo a los sectores medios y altos. En un intento por frenar el derrumbe de las exportaciones, y atendiendo
a las demandas de los ganaderos, que reclamaban una política comercial má s activa, el gobierno envió misiones
comerciales a los principales socios comerciales del país. La má s importante de todas ellas fue la misió n a Gran Bretañ a,
que firmó el Acuerdo de Londres en mayo de 1933. La comitiva encabezada por el vicepresidente Julio A. Roca rubricó un
acuerdo bilateral que aseguraba la colocació n de carne en el mercado inglés a cambio de ciertos privilegios para las
importaciones britá nicas y las remisiones de ganancias de las empresas de ese origen.

Sustitución de importaciones

La contracció n de las importaciones dejó una gran demanda insatisfecha. La respuesta provino de un aumento de la
producció n industrial nativa. La Depresió n creó un contexto favorable para las actividades de transformació n (devaluació n
y caída de las importaciones má s intensa que la del ingreso), que le permitió a la industria cortar el cordó n umbilical que la
mantenía sojuzgada a los ritmos de expansió n y contracció n del sector agrario. A lo largo de esta década los empresarios
industriales no lograron constituirse en un actor dotado de conciencia e intereses específicos, y claramente separado de
los capitalistas que actuaban en otras esferas. No sorprende entonces, que las medidas que favorecieron a la industria en la
Década Infame surgieran como consecuencia de la presió n de las circunstancias má s que de la conversió n al credo
industrialista de los funcionarios que las pusieron en marcha., o de las presiones y demandas del empresariado industrial.

El Estado y el fraude

Al igual que en los períodos anteriores, lo que la política de la Década Infame pone de manifiesto es la existencia de una
elite gobernante cuyas relaciones con los sectores econó micamente predominantes estaban lejos de ser estrechas, y que
avanzó con una serie de objetivos que ellas misma se fijaba. Es importante recalcar que la complejidad del orden político
argentino no ser atenuó por el fraude electoral que constituyó la marca distintiva del gobierno de la Concordancia (1932-
1943). La autonomía que el Estado había ganado con el fraude y, má s importante, la creciente complejidad de los
problemas que debió enfrentar en esos añ os difíciles, colocaron en sus manos poderosos instrumentos con los que
mantener a raya a las elites econó micas.

El marco social

Es evidente, que la situació n de las clases populares empeoró en la década y media que va de Yrigoyen a Peró n, sin que el
gobierno y la oposició n tuvieran grandes ideas sobre como revertir ese proceso. Ello se debía, en parte, al cará cter inédito
de los problemas que Argentina enfrentó en esos añ os. La Depresió n trajo consigo altísimos niveles de desocupació n, lo
que constituía una novedad en una economía que hasta poco antes se había caracterizado por la necesidad de importar
gran cantidad de trabajadores del extranjero. Ademá s, la caída de la actividad forzó una abrupta caída de los salarios. Esta
situació n, poco propicia para lograr aumentos de productividad que eventualmente diesen lugar a una mejor distribució n
del ingreso, tiene mucho que ver con la emergencia y acumulació n de toda una serie de reclamos sociales y laborales que
en esos añ os no hallaron respuesta favorable.

El retroceso social fue má s intenso en el campo que en la ciudad. La Gran Depresió n trajo una fuerte baja de los precios de
exportació n, que erosionó el ingreso de todos los miembros de la comunidad rural. Los grandes perdedores en la puja por
la distribució n del empequeñ ecido excedente agrario fueron los chacareros arrendatarios. La mayor oferta de brazos
respecto de una dotació n de tierra para entonces bastante estable hizo que los dueñ os del suelo siempre llevasen las de
ganar en la disputa por la fijació n del monto de la renta y las condiciones laborales.

Corrientes migratorias

La migració n desde la campañ a hacia Buenos Aires y otras grandes ciudades de la regió n pampeana fue el fenó meno
demográ fico má s importante de la Argentina de ese tiempo, cuando las migraciones europeas ya habían perdido fuerza.
Esta gran migració n funcionó como una suerte de vá lvula de escape para las tensiones que se acumulaban en las chacras y
en las tertulias de los almacenes de ramos generales. La huida hacia la ciudad explica por qué el sentimiento de malestar
que ganó a las clases populares rurales no se tradujo en mayores protestas, aun si los de abajo no tenían las de ganar. Si no
hubo má s conflictos fue también porque la Concordancia no se mostró verdaderamente dispuesta a apoyar los reclamos de
los agricultores a favor de un orden rural má s justo. La propuesta má s audaz del gobierno consistió en la fijació n de
precios mínimos para la cosecha, pero éstos estaban orientados no tanto a incrementar el ingreso de los agricultores como
a asegurar que no disminuyese el á rea sembrada. Esta medida indica con claridad cuá l era el objetivo central de la política
agraria de los añ os treinta: al igual que sus predecesores, los hombres de la Concordancia siempre se mostraron má s
preocupados por la agricultura que por los agricultores.

La reforma agraria

Este escenario sugería que la reforma, en caso de venir, debería proceder no desde la sociedad sino del Estado. Pero ello no
podía hacerse sin una gran transformació n de las orientaciones y de la base social del Estado. Esto fue lo que sucedió luego
del abrupto cambio de escenario que comenzó a gestarse con el alzamiento militar de junio de 1943, que desplazó a un
régimen que para entonces se hallaba aislado y en profunda descomposició n. Cuando la Revolució n de Junio comenzó a
buscar apoyos en el mundo popular, se decidió a dar respuesta a la angustiante condició n de los cultivadores
arrendatarios. La Revolució n, que se movía al ritmo de una mú sica de inspiració n industrialista, cató lica y antiliberal,
rompió definitivamente con el consenso agroexportador que se había impuesto má s de un siglo atrá s. Para la nueva elite
estatal, un aspecto importante del proyecto industrialista se refería a la necesidad de que el mercado interno incrementase
su importancia como consumidor de la producció n que salía de las fá bricas. La mejora de las condiciones de vida y de la
capacidad de consumo de la població n era, por tanto, un problema que se hallaba vinculado a consideraciones de eficiencia
econó mica tanto o má s que a preocupaciones referidas a la justicia distributiva. Desde esta perspectiva, favorecer una
distribució n má s equitativa de la riqueza en el campo era positivo tanto para el campo como para la industria. A fines de
1943, el ministro de Agricultura Diego Masó n dio el primer paso en este sentido: anunció una reducció n compulsiva de los
cá nones de arrendamiento y la prohibició n de expulsiones de arrendatarios en mora. Los chacareros también fueron
beneficiados con el derecho a renovar sus contratos aun contra la oposició n de los propietarios. Peró n, heredero de la
Revolució n de Junio, prorrogó la vigencia de esta legislació n a lo largo de sus casi diez añ os de gobierno, y lo mismo
hicieron quienes lo derrocaron.

Peró n eligió a la elite terrateniente tradicional como su gran enemigo, y no dejó de criticarla y de anunciar su inminente
destrucció n. Esta elecció n, para nada casual, resulta reveladora de la mala prensa con que contaba este grupo para la
década de 1940. Las medias destinadas a incrementar la seguridad y el ingreso de los productores agrícolas má s débiles,
si bien no produjeron una fragmentació n inmediata de las grandes propiedades, si pusieron en marcha una
transformació n gradual pero irreversible de la estructura de la propiedad. No todos los arrendatarios lograron alcanzar la
propiedad del suelo, pero al hacerla asequible a un nú mero significativo de ellos, las tensiones sociales que desgarraron a
la pampa entre las dos guerras mundiales quedaron poco menos que neutralizadas. Sin embargo, sería inapropiado
afirmar que los antiguos arrendatarios fueron los grandes triunfadores en el gran cambio de rumbo que la política agraria
experimentó hacia mediados de siglo. Pues si es indudable que el Estado volcó todo su peso para favorecerlos en sus
relaciones con los propietarios, también es cierto que la gran prioridad del régimen peronista y de los que lo sucedieron no
fue el agro sino la industria. El fuerte sesgo pro-industrilista y pro-urbano de la política econó mica de las administraciones
que gobernaron Argentina desde los añ os cuarenta concitó amplio rechazo en “el campo”.

La elite terrateniente hoy

¿Qué quedó de las grandes familias terratenientes de los añ os dorados de la Argentina agroexportadora? Tras la
Depresió n, todas ellas comenzaron a ser desalojadas de la cú spide de la gran riqueza. La velocidad con que se produjo su
descenso fue variable. Es claro que en la argentina industrial y urbana de las décadas que sucedieron a la caída de Peró n,
los mayores capitalistas rurales ya no constituían el corazó n de la elite de negocios, cuyos exponentes má s poderosos y
má s conspicuos pertenecían ahora al mundo de la banca, de la industria y de los servicios. La desaparició n de los grandes
terratenientes, sin embargo, nunca terminó de completarse.

En la actualidad y caído el sueñ o de la Argentina industrial, nuestro país busca a tientas distintas maneras de reconciliarse
con su pasado agroexportador. Y como parte de este giro ruralista, hoy se advierte una evaluació n menos negativa y má s
desapasionada de un legado y de una experiencia que, a la vez que nos traen el recuerdo de un estilo de vida distinguido y
refinado, ya no evocan ningú n conflicto del presente.

Aclaració n: cuando se habla de sindicalistas se refiere a una facció n del movimiento obrero.

DEL CAMPO: Capítulo 3 El movimiento Obrero en la década del 30 (I)


Durante la década que precede a la aparició n del peronismo, el movimiento obrero se desarrolló en medio de
complejas circunstancias. Al impacto inicial de la crisis y a depresió n sucedió un proceso de rá pida
industrializació n destinado a transformar la estructura econó mico-social tradicional, así como la composició n
misma de la clase trabajadora. Al régimen represivo surgido del golpe de septiembre siguió una restauració n
conservadora que, aunque abriendo pocas simpatías por las reivindicaciones obreras se mostraba cada vez
má s inclinada a intervenir en los conflictos laborales y a controlar el movimiento sindical. Todo esto influyó
sobre el movimiento obrero argentino en diferentes sentidos.

La inclinació n a buscar apoyo en el poder político para concretar las reivindicaciones gremiales, que habían
comenzado en el gobierno radical, no dejó de acentuarse durante esta época, pero acompañ ada por una
creciente burocratizació n de las organizaciones sindicales: aparece entonces una capa de dirigentes para
quienes la vinculació n con los factores de poder no es solo un medio para obtener mejoras para sus
representados sino también para conservar su propia posició n. El enfrentamiento violento y frontal de los
trabajadores con el estado pasó a ser cosa del pasado. El movimiento obrero también reclamó una
participació n en entidades estatales que implicaba un reconocimiento mutuo. Paradó jicamente quienes
iniciaron y desarrollaron todas estas tendencias fueron los sindicalistas que controlaron a la CGT durante la
primera mitad de la década.
Las circunstancias mundiales hacían cada vez má s difícil sostener el principio de prescindencia política en que
los sindicalistas se basaban. La amenaza del fascismo y el impacto emocional de la guerra civil españ ola
impulsan una creciente politizació n, de la que se beneficiaban socialistas y comunistas.
Así reaparece, bajo una tenue barniz “socialista”, aquel economicismo bá sico que parecía haber desplazado
por una superficial politizació n. De este modo una polarizació n volvió a desgarrar la unidad del movimiento
obrero: el periodo que se inicia prá cticamente con una central ú nica termina con cuatro (CGT-N°1, CGT-
N°2, USA y FORA).

La organización sindical
Pese a todas las dificultades que tuvo que afrontar el movimiento obrero no dejó de crecer a lo largo del
periodo. Este crecimiento no era para, se dio en algunas ramas de la actividad obreras. Esto revela grados muy
distintos de sindicalizació n

La CGT sindicalista
En julio de 1928 por iniciativa de la Federació n Obrera Poligrá fica Argentina, se habían iniciado las gestiones de
unidad entre la COA y la USA. Largas negociaciones fueron limando asperezas y disminuyendo la desconfianza,
hasta que la represió n desencadenada por el golpe militar dio impulso para estrechar los lazos para la
supervivencia misma de la organizació n sindical, y así el 27 de septiembre de 1930 se constituyó la CGT.
La crisis y la represió n redujo a la central a una vida puramente vegetativa durante sus primeros añ os, lo que
sirvió para que los enfrentamientos entre ambas tendencias quedaran en segundo plano.

La CGT había solicitado infructuosamente el levantamiento del estado de sitio y la construcció n de obras
pú blicas para disminuir la desocupació n. Solo podrá presentar dos pequeñ os triunfos: la anulació n de la
exigencia del certificado de buena conducta para trabajar en el puerto y la formació n de una bolsa de trabajo
controlada por el sindicato en el puerto de diamante (entre ríos).
Pese a los 300.000 afiliados la CGT no pudo impedir que Uriburu reportara a sus países de origen (la Italia
fascista) a 150 trabajadores.
La CGT no podía hacer mucho frente a la represió n de la dictadura.
La traumá tica experiencia de la dictadura militar parece haber sensibilizado a los dirigentes sindicalistas hasta
el punto de hacerles olvidar momentá neamente su actitud repulsiva a participar en actos comunes con
partidos políticos. Es así como el 18 de junio de 1932, ante los rumores de un nuevo golpe militar, se unieron
al “mitin de la libertad” auspiciado por socialistas y otros partidos.
Este gesto, ademá s de una actitud moderada y prudente, pronto abrieron a los dirigentes cegetistas (de la
CGT) las puertas del despacho presidencial, a la primera audiencia en enero de 1933 se le sucedieron otras
mensuales.
El acceso de los dirigentes sindicales a la radiofonía se hizo normal y sirvió para dar sus noticias. En
septiembre la CGT se dirigió por nota al presidente de la Cá mara de diputados pidiendo la intervenció n y el
control sindical en la gestió n de varios organismos estatales. Má s tarde integraría la Junta Nacional para
combatir la desocupació n.
El creciente reconocimiento de la CGT y su relació n con el gobierno era interpretado por los socialista como
una conducta oficialista.
En agosto de 1933 se ve reforzada la posició n del PS con el ingreso de LF (la fraternidad), que nunca había
desempeñ ado hasta entonces un papel destacado en la política nacional. En estos añ os se convertiría en la
punta de lanza de los socialista.
Los socialistas contaban con la fuerza necesaria para desafiar a la mayoría sindicalista cuya pasividad, actitud
complaciente con el gobierno y demora en convocar el Congreso Constituyente iban generando creciente
oposició n.

La CGT disputada: socialistas y sindicalistas


Apoyá ndose en algunas represiones sufridas por comunistas y anarquistas, y en la organizació n de grupos
paramilitares como la Legió n Cívica. Los sindicatos dirigidos por los socialistas comenzaron a presionar a la
conducció n de la CGT para coordinar una acció n conjunta con los partidos y otras organizaciones
democrá ticas contra lo que caracterizaba una amenaza fascita.
La Junta ejecutiva (JE) respondió que a los sindicatos que pertenecen a la CGT no habían sido molestados y
podrá n realizar asambleas y tampoco habían sido silenciados sus pensamientos. Y en cuanto a los hechos de
violencia política no eran nuevos en la historia del país y que la central no podía hacer nada para solucionarlo.
Por ú ltimo, no daba a la Argentina las condiciones para que surja el fascismo como en Europa.
Estas manifestaciones desataron una tormenta de declaraciones de sindicatos condenando el manifiesto. La
FEC insinuaba la relació n de la JE con grupos fascistas.
Finalmente, el manifiesto aprobado por el Comité el 15 de diciembre no ratificaba las afirmació n contenidas
en el de la JE, sino que atacaba verbalmente al PS y ostentaba la ortodoxia sindicalista. En cuanto a la reacció n
capitalista (no menciona el término fascitta) dice que debe combatir las causas que la originan, ó sea la
situació n econó mica.

Mientras tanto a medida que la desocupació n iba disminuyendo varios gremios comenzaban a movilizarse y
exigir de la CGT un respaldo má s activo. Socialistas y comunistas arreciaban en sus críticas contra la pasividad
y el oficialismo de la direcció n sindicalista.
Frente a las presiones en junio de 1934 la JE lanzó una movilizació n por un plan de emergencia de tres puntos:
Jornada laboral má xima de 40 horas, Salario mínimo y Seguro nacional a la desocupació n, a la invalidez y a la
ancianidad.
Pero el cambio de rumbo de la dirigencia CGT hacia un sindicalismo má s marcado llegó demasiado tarde. Por
esos días el grupo de Tramonti perdía el control de la UF, que pasaba a manos de una coalició n con mayoría
socialista.

Cambio de manos en la UF y el “golpe de estado” en la CGT

El grupo sindicalista que manejaba la CGT no tenía bases de sustentació n propias. En los ú ltimos añ os los
sindicalista había ido perdiendo el control de la FGB, el SOIC y la ATE, mientras que su baluarte el FOM iba
perdiendo importancia. Si pudieron mantenerse en la dirigencia de la central era gracias a la alianza con el
grupo de Tramonti que controlaba la UF.
Frente a la crisis y una serie de problemas fueron minando su prestigio y provocando descontento entre las
bases de su gremio. Frente a la crisis la UF tuvo que negociar con el estado y empresas privadas para no
despedir a trabajadores, pero redujeron su salario.
Comunistas y socialistas comenzaron una campañ a en contra de Tramonti acusá ndolo de traidor y de estar
vendiéndolos al gobierno y a las empresas . La actitud autoritaria del caudillo no ayudó mucho a su imagen ya
que hizo a opositores e intervino en algunos seccionales.
Por otra parte, en el CC de la CGT Doménech había seguido las directivas de su organizació n y había votado
con el grupo tramoyista. Solo comenzó a diferenciarse al abstenerse en la votació n sobre la separació n de la
FGB, argumentando que eso estallara en la separació n de la central.
De modo que en un principio el cambio de la CD no pareció ser tan radical. Tramonti no se presentó como
candidato, entonces Doménech quedó en su cargo y despidió con un discurso al otro.
La victoria se dio por un voto por eso no se festejó tanto el triunfo y también por el hecho de no querer
tensionar má s el asunto y llegar a una ruptura. Pero la CSIG no podía dejar de proclamar su victoria .
La puja con las compañ ías había sido sometida al arbitraje presidencial, y Justo había emitido un laudo que
transformaba el prorrateo en retenciones sobre los salarios y que permite a estas efectuar la reclasificació n en
categorías de personal. El grupo de Doménech se veía ahora en la incó moda situació n de justificar el laudo y
recibía las mismas críticas que había emitido. Su autoridad no estaba consolidada y esto se vio en la asamblea
e
mayo-junio de 1935: contrariando la posició n de la CD esta aprobó el anteproyecto de estatuto propuesto por
la mayoría del CC y comprometió a los delegados ante el pró ximo Congreso Constituyente de la CGT a
sostenerlo. Esto significó una gran derrota para el grupo de Doménech y una gran desilusió n para los
socialistas: sin los votos de la UF no lograron que las clá usulas antipolítica del proyecto se anulara.
Al discutirse en octubre la readmisió n de la FGB hubo un conflicto con quienes votaban. Mas en concreto
con 6 delegados de la organizació n en el CC que había dejado de pertenecer a ese cuerpo por no estar en
contacto con los problemas gremiales.

El conflicto fue resuelto rá pidamente. El 11 de diciembre, la CD de la UF decidió suspender el pago de sus


cotizaciones a la central y comunicar el hecho a los demá s sindicatos. En la noche del 12 un grupo de
dirigentes de la UF, LF, UT, CGEC, ATE y UOEM dirigidos por Doménech ocupó el local donde funcionaba la
CGT, gracias a la complicidad de Cerutti que les flanquean la entrada. El grupo declaró la caducidad de las
autoridades anteriores de la central y constituyó una junta provisional encargada de dirigirla con Cerutti
como secretario general.
La JE desalojada decidió expulsar a Cerutti y a sus 9 miembros del CC que participaron de la asonada y
convocar a los restantes de los que solo acudieron 22, que confirmaron lo actuado por la junta y eligieron
secretario general a Tramonti.
Desde entonces habrá dos CGT que se diferencian por el local, una en el de la UF, Independencia 2881 y la otra
en el de la FOET, Catamarca 577

Capítulo 4 El movimiento obrero en la década del 30 (II)

El ocaso del sindicalismo


Desde fines del 35 ambas CGT iniciaron una campañ a de intensa propaganda y furiosos ataques mutuos.
En cuanto a la UF de las 114 seccionales ú nicamente 34 se han pronunciado a favor de los autores del asalto.
De las otras organizaciones confederadas muy pocas adhirieron al grupo de asaltantes, entre ellas está n la UT
y la LF.
En situació n de adherentes a la junta “de facto” compuesta por los asaltantes de la CSIG y coautores del asalto
se encuentran, por resolució n de asamblea, la UOEM, la UOT, el SOIC y la Federació n Obrera del Vestido
(FOV), todos de la Capital Federal y algunos otros de menor importancia.

El congreso Constituyente reunido por la CGT-Independencia el 30 de marzo de 1936 solo contaría con la
asistencia de 25 organizaciones y estaría totalmente dominado por los “asaltantes”. Después de elegir
presidente a Domenech y vice a Pérez Leiró s, aprobará unos estatutos depurados de sus artículos
antipolíticos y nombraría a Domenech secretario general.
Mas adelante un folleto anó nimo pero de cuya procedencia no es difícil de adivinar (el otro grupo de la CGT
encabezado por Tramonti) comentaría: “En una atmosfera de renunciamiento vergonzoso a las más
elementales nociones de la dignidad humanas, los autores del asalto, con Jose Domenech a la cabeza obtuvieron
de los delegados especialmente de los ferroviarios representantes de la mayoría de los confederados que votaran
un estatuto que era precisamente la negación del que había aprobado en su asamblea general la UF realizada
en mayo de 1935 … La CGT que hasta el 12 de diciembre de 1935 venía actuando sin tutoría de ningún género
tendría en adelante asesores en los partidos políticos, uno de los cuales sería el senador socialista Mario Bravo”.

Los conflictos de la CGT se resolvieron donde comenzaron, en la UF. La lucha por el control de esta ú ltima
organizació n fue desde entonces el principal objetivo de las dos facciones en que se había dividido el
movimiento obrero.

Eduardo Bullrich, secretario del presidente, citó a Domenech y a Tramonti para tratar de reconciliarnos. Su
principal argumento fue que si la UF se dividía sería muy difícil para el gobierno gestionar los problemas
gremiales, a pesar de esta amenaza las tentativas fracasaron.
El 30 de enero de 1936 la CD de la UF decidió expulsar a Tramonti junto con otros 12 miembros. Pocos días
después el 5 de febrero se producía un incidente frente al local sindical. Hay dos versiones, la primera dice
que 150 sujetos encabezados por Tramonti intentaron apoderarse del local contando con la pasividad de la
policía. La segunda versió n dice que una manifestació n de mil ferroviarias que expresaba su solidaridad con
los expulsados y que pedía la renuncia de Domenech fue atacada a balazos desde el interior del local.
Mientras tanto 55 seccionales se habían pronunciado en contra de las expulsiones y el Congreso
Extraordinario reunido en mayo se mostraba profundamente dividido. En este CD se realizaron negociaciones
y se dejaron sin efecto las expulsiones.
La lucha entre ambas facciones no solo continuaron, sino que llevaría finalmente a la escisió n: en 1938 los
tramotistas se separaron y formaron la Federació n de Obreros y Empleados Ferroviarios (FOEF).
Ambas facciones tuvieron problemas, por un lado, la FOEF no logró reunir una gran cantidad de afiliados y la
UF vio descender su nú mero de afiliados. Esto provocó que su capacidad de negociació n con las empresas y el
gobierno se viera disminuido. Por ende, llegaron a un acuerdo y en 1940 se produjo la reunificació n.
Marginados del escenario que durante mucho tiempo habían dominado los sindicalistas no volverían a jugar
un papel relevante, pero dejaron una herencia relacionada con sus esfuerzos por mantener la independencia
del movimiento sindical frente a los partidos políticos. La inserció n de los partidos políticos solo se logró de
forma tardía y superficial y ese es uno de los factores que sin duda facilita la tarea al peronismo. Por otro
lado, el hundimiento del sindicalismo significa que los socialistas ya no tenían rivales para lograr el control
del movimiento.

El avance de los comunistas

En 1935 se disolvió la CUSC y los sindicatos controlados por los comunistas iniciaron gestiones para ingresar
en la CGT. Estas no fueron recibidas con entusiasmo por parte de los sindicalistas, pero igual aceptaron su
ingreso con algunas condiciones. Este virtual rechazo sirvió para que los dirigentes comunistas empezaron a
apuntar a la conducció n de la CGT de “profascista, oficialista, frenadora y burocrá tica” por no permitir su
ingreso.
Tampoco las nuevas autoridades del “asalto” permitieron el ingreso de los comunistas a la CGT.
Solo en el 1er Congreso ordinario (1939) los comunistas participaron con plenos derechos, obteniendo 17 de
los 45 cargos en el CCC y uno en la CA. Hasta entonces su convivencia con los socialistas no provocó conflictos,
pero esto cambió con las posiciones diferentes frente a la guerra y todo terminaría en una nueva escisió n de la
central.

Socialistas y comunistas: una difícil convivencia

La incorporació n de los comunistas a la CGT no generó conflictos ya que ellos moderaron sus consignas. Y
también predominaba la idea de unidad dentro del sindicato.
Cuando estalló la segunda guerra mundial se pondría fin a las coincidencias entre socialistas y comunistas.

El 1° Congreso ordinario de la CGT, realizado antes de estallar la guerra, había sido uná nime en condenar al
nazifascismo.
Pero mientras tanto se había firmado el pacto germano–soviético los comunistas sostenían la má s estricta
neutralidad ante la contienda “antiimperialista”
En los actos del 1 de mayo de 1940 se produjeron enfrentamientos entre ambas líneas y en los actos
antifascistas realizados por la CGT en 1940 y en 1941, Domenech fue silbado y abucheado por los comunistas.
Todo cambio bruscamente cuando el 22 de junio de 1941 se produjo la invasió n nazi a la Unió n Soviética,
hecho que para el PC cambiaba radicalmente el cará cter de la guerra. Este giro parece eliminar la principal de
las causas de discordia.

Ante la incertidumbre de no contar con una mayoría seguro, ya que algunos dirigentes socialistas se sumaron
a la oposició n comunistas, la conducció n de la CGT optó por no convocar al CCC desde mayo de 1940.
Finalmente, el CCC fue convocado para el 13 de octubre de 1942 y se convirtió en un campo de batalla.
Apareció un tercer grupo en escena encabezado por Pérez Leiros y Borlenghi. La alianza de este grupo con los
comunistas precipitó la divisió n.

1943: La CGT dividida


Durante la reunió n del CCC había surgido nítidamente la perspectiva de la divisió n. Domenech acusaba a los
comunistas de pretender imponer su predominio sobre la CGT. Y los comunistas expresan que la CGT
necesitaba una direcció n á gil.
En el congreso de 15 de diciembre de 1942 Domenech y Almarza, conscientes de que la coalició n opositora
tenía amplia mayoría, se abstuvieron de hablar en el acto inaugural.
Al elegirse presidente Borlenghi obtuvo el voto de 117.713 representas y Domenech solo el de 60.069.
Domenech se retiró y no volvió a participar en las sesiones.
En el CCC del 10 de marzo de 1943 resultaría muy mal para la unidad. Se presentaron dos listas, una
encabezada por Domenech y otra por Pérez Leiros, para elegir miembros del nuevo secretariado y la nueva
CA. Había paridad de votantes en las dos listas y las cosas se determinarían por un voto. Este voto fue confuso
y las dos listas se atribuyeron el triunfo.

Muchos dirigentes y muchos miembros del sindicato veían el enfrentamiento como motivado por ambiciones
personales. Esta situació n no puede explicarse solamente por diferencia ideoló gicas o política, sino que es
necesario aludir a la aparició n de un nuevo tipo de dirigente sindical que se había ido configurando a lo largo
de la década.

Un nuevo tipo de sindicalismo

Hasta ese momento como hemos visto las divisiones dentro del movimiento obrero seguían líneas ideoló gicas.
En esta nueva escisió n la línea divisoria aparecía má s confusa: ambas CGT estaban encabezadas por
socialistas.
La principal diferencia radica en quienes apoyaban a la CGT N°2 aspiraban a que la central tuviera una
participació n má s activa en las cuestiones de política nacional e internacional, en forma coordinada con los
partidos políticos. Mientras que los que sostenían a la N°1 se inclinaban por una actitud “neo sindicalista” de
prescindencia política, limitació n a las reivindicaciones específicamente gremiales y buena relació n con el
gobierno, sea quien fuere.

El conflicto también estaba relacionado con el mayor o menor peso que tendría la UF. Porque la incorporació n
de sindicatos de construcció n y de la industria dirigidos por los comunistas había alterado la composició n de
la central y alentaba a la mayoría de los gremios a liberarse de la hegemonía de la UF.
Otros factores entran en juego en esta divisió n, que antes estaban en segundo plano, estos son los intereses de
grupos y ambiciones de poder.
La CGT, lo mismo que los sindicatos importantes, se habían convertido en verdaderos factores de poder,
capaces de mover a miles de trabajadores que gozaban respetos de autoridades estatales, patrones y los
políticos. Se había ido generando una capa burocrá tica cuya principal preocupació n sería la de conservar la
posició n de predominio que habían alcanzado.
Hemos visto algunos de los procedimientos utilizados por los dirigentes en la lucha por el poder: la
postergació n de las reuniones de los congresos o del CC, “preparació n” de congresos y asambleas mediante
todo tipo de manipulaciones electorales, intervenció n de seccionales adversas y expulsió n de opositores, uso
faccioso de la prensa sindical, etc.
La tendencia a la burocratizació n tenía algunos antídotos. Por un lado, el hecho de que no hubiera ningú n
obstá culo legal para la existencia de varias organizació n por gremio. Otro factor que limitaba la autonomía de
los dirigentes era el hecho de que la afiliació n era totalmente voluntaria.

También podría gustarte