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9 a la hora del desayuno, una mañana en que ella había sali­
do a la terraza, Peter Walsh. Regresaría de la India cual­
EL FLUJO DE CONCIENCIA quiera de estos dias, en junio ojulio) Claríssa Dallo71.Jay lo
habia olvidado debido a lo abU1Tidas que eran sus cartas: lb
que una recordaba eran sus dic!Jos, sus ojos, su cortaplumas,
su sonrisa, sus malos humores, y, cttando millones de cosas se
habían desvanecido totalmente -¡qué extraño era!-, unas
Clumtasfrases COUto é!;ta 1"cfe"ente a las verdU7'as.
~
1,
VIRGINIA WOOLF, Mrs. Dalloway (1925).
La señora Dalloway dijo que ella mism,a se encargaría de I
Traducción de Andrés Bosch.
comprar las flores. Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que
suficiente. Había que desm,ontar las puertas; acudirían los
operarios de Rumpelmayer. Y entonces Clat'issa Dalloway «El flujo de concienCia» (stream of consciousness) fue
pensó: qué mañana diáfana, cual regalada a unos niños en 1 una expresión acuñada por Wtlliam James, el psicólo­
la playa.
¡Qué fiesta! ¡Qué aventura! Siempre tuvo esta impre­
sión cuando) con un leve gemido de las bisagras, que ahora le
pa1~eció oir, abría de par en par el balcón, en Bourton, y sa­
I
¡¡
go -y hermano del novelista, Henry- para caracterÍ­
zar el continuo flujo de pensamientos y sensaciones en
la mente humana. Más tarde se la apropiaron los críti­
cos literaríos para describir un tipo particular de fic­
lía al aire libre. ¡Qué fresco, qué calmo, más sílencioso que ción moderna que intentaba imitar ese proceso, ejem­
éste, desde luego, era el aire a primera hora de la maña­ plíficado, entre otros autores, por James J oyce, Dorothy
na ... !; como el golpe de una ola; como el beso de una ola;fres­ Richardson y Virginia Woolf.
co y penetrante, y sin embargo (para una muchacha de die­ Naturalmente, la presentación interiorizada de la
ciocho años, que eran los que entonces contaba) solemne, C011 experiencia siempre ha sido uno de los principales ras­
la sensación que la embargaba, mientras estaba en píe ante gos de la novela. Cogito, ergo Sllm (<<Pienso, luego exis­
el balcón abierto, de que algo h01,oroso estaba a punto de to») podría ser su divisa, aunque el cogito del novelista
ocurr'Í1~; mirando las flores, mirando los á1~boles con el humo incluye no sólo razonamÍentos sino también emocio­
que sínuoso surgía de ellos, y las c01"nejas alzándose y descen­ nes, sensaciones, recuerdos y fantasías. Los autobió­
diendo; y lo contempló, en pie, hasta que Peter WaLfh dijo: grafos que nos presenta Defoe en sus novelas y los per­
<'<¿Med;tando entre vegetales?» -¿fue esol-. «Prefiero los sonajes que escriben cartas en las de Richardson, en
hombres a las coliflores» -¿fue eso?-. Seguramente lo dijo los albores del desarrollo de la novela como forma li­

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teraria, eran obsesivamente introspectivos. La novela de prejuicios de Clarissa Dalloway y su lnarido, pre­
clásica del siglo XIX, de Jane Austen a George Eliot, sentados como miembros esnobs y reaccionaríos de la
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combinaba la presentaCión de sus personajes como 1:
1,
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clase alta británica. Aquí, por ejelnplo, está Mrs. Da­
criaturas sociales con un sutil y agudo análisis de sus lloway en su anterior encarnación preparándose para
vidas interiores, emocionales y morales. Hacia finales ser presentada a un erudito llamado Ambrose y su es­
del siglo, sin embargo (se puede observar el proceso en posa:
Henry James), la realidad estaba cada vez más situada
en la conciencia privada, subjetiva, de seres indivi­ .Mrs. Dallowa)', inclinando un poco la cabeza a un lado, se
duales, incapaces de conlunicar la plenitud de su expe­ esforzó en recordar a Ambrose -¿era tUl apellido?~ pero
riencia a otros. Se ha dicho que la novela basada en el 1I fracasó. Lo que había oído la había puesto ligeramente in­
flujo de conciencia es la expresión literaria del solipsis­ cómoda. Sabía que los eruditos se casaban con cualquiera,
muchachas a las que conocían en granjas, en sesiones de lec­
mo, la doctrina filosófica según la cual nada es con
tura; o mujercitas del extrarradio que decían en un tono de­
toda certeza real excepto la propia existencia; pero po­ ¡I,
sagradable: «Por supuesto, ya sé que con quíen quiere ha­
dríamos igualmente argumentar que nos ofrece cierto l: blar es con mi marido, no conmigo». Pero en ese momento
11
alivio respecto a esa desoladora hipótesis, dándonos ~: llegó Helen, y Mrs. Dalloway vio con alivio que aunque li­
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acceso a las vidas interiores de otros seres humanos, l11 geramente excéntrica en apariencia, no iba desaseada, tenía
aunque sean ficticios. ¡:
modales, y su voz denotaba cierta reserva, lo que para ella
No cabe duda de que este tipo de novela tiende a I! qm:ría decir que se trataba de una señora.
provocar simpatía hacia los personajes cuyo ser in­ I
terior está expuesto a la vista, por más vanidosos, egoís­ Se nos muestra lo que Mrs. Dalloway está pensando,
tas o innobles que puedan ser ocasionalmente sus pen­ pero el estilo en el que se reproducen sus pensamien­
samientos; o, para decirlo de otra manera, la inmersión tos los coloca, y la coloca a ella misma, a una distancia
continua en la mente de un personaje totalmente an­ irónica, que supone de hecho emitir un juicio silencio­
tipático sería intolerable tanto par~ el escritor como so sobre ambos. Hay pruebas de que cuando Virginia
para el lector. Mrs. Dalloway es un caso particular­ Woolf eIupezó a escribir de nuevo sobre ese persona­
mente interesante a este respecto, ya que su heroína je, era en un principio con la lnisma intención casi sa­
tanlbién aparecía como un personaje secundario en la tírica; pero en esa época había elnpezado a practicar la
primera novela de Virginia Woolf, Fin de viaje (I~;)l5). novela del flujo de conciencia, y el método la enlpujó
En ella se usa un método narrativo autorial, más tra­ inevitablemente a trazar un retrato nlucho lnás COln­
dicional, para darnos un retrato lnuy satírico y lleno prensivo de Clarissa Dalloway.

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~1:

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Hay dos técnicas básicas para presentar la concien­ riendo una acotación propia del autor íntrusivo como
cia en la ficción en prosa. Una es el monólogo interior, sería «se dijo Mrs. Dalloway»; además, se refiere a la 1
)
en el que el sujeto granlaticaI del discurso es un yo, y doncella con familíaridad, mediante su nombre de pila,
nosotros, por así decirlo, oímos a hurtadillas al perso­ como lo haría la misma Mrs. Dalloway, y no por su fun­
naje verbalizando sus pensamientos a medida que se ción; y usa una expresión informal, coloquial, «tendría
producen. Analizaré ese método en la sección siguien­ trabajo más que suficiente», que pertenece a la manera
te. El otro, llaInado estilo indirecto libre, se remonta de hablar de la propia Mrs. Dalloway. La tercera frase
por lo n1cnos a J ane Austen, pero fue elupleado con tiene la misma forma. La enarta retrocede lígeramente
creciente alcance y virtuosismo por novelistas moder­ hacia un método autoríal para informarnos del nombre
nos como Woolf. Reproduce el pensamiento del per­ Jfi
completo de la protagonista y del placer que le produce
sonaje en estilo indirecto (en tercera persona yen pre­ la hermosa mañana veraniega: «y entonces Clarissa
"-,
térito) pero respeta el tipo de vocabulario propio del li
Dalloway pensó: qué mañana diáfana, cual regalada a
personaje, y suprime algunas de las acotaciones, tales unos niños en la playa».
como «pensó», «se preguntó», etc., que requeriría un Las exclamaciones «¡Qué fiesta! ¡Qué aventura!»
estilo narrativo más tradicionaL Eso produce la ilusión siguientes presentan superficialmente la apariencia del
de un acceso íntimo a la mente de un personaje, pero monólogo interior, pero no son la reacción de la pro­
sin renunciar completamente a la participación auto­ tagonista, ya entrada en allOS, ante la belleza de la ma­
rial en el discurso. ñana al salir de su casa en Westminster para ir a com­
«La señora Dalloway dijo que ella misma se encar­ prar flores. Está recordándose a sí misma a la edad de
garía de comprar las flores» es la prímera frase de la no­ dieciocho años recordándose a sí misma cuando era
vela: una afinnacÍón hecha por un narrador autoríal, niña. 0, para decirlo de otro modo, la imagen «cual
pero impersonal e inescrutable, que no explica quién es regalada a unos niños en una playa», que le evoca esa
Mrs. Dalloway o por qué necesitaba comprar flores. Esa mañana, le hace pensar en cómo parecidas metáforas,
abrupta zambullida del lector en medio de una vida en de niños «retozando» en el mar, le venían a la mente
marcha (gradualmente vaInas atando cabos hasta re­ cuando se «zambullÍa»* en el aire fresco, tranquilo de
construír la biograña de la protagonista) tipifica la pre­ una mañana de verano, «como el golpe de una ola,
sentacÍón de la conciencia como un «flujo». La siguierr­ conlO el beso de una ola», en Bourton (una casa de ve­
te frase, «Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que
suficiente», desplaza el foco de la narración a la mente * Stream ('flujo') significa 'corriente, río o riachuelo', de ahi
del personaje al adoptar el estilo indirecto libre, omi­ que el autor hable de «zambullirse» (plllnging). (N de la t.)
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raneo, suponemos), donde veía a alguien llamado Pe­ Los monólogos interiores de la novela posterior de
ter Walsh (la pámera alusión a una posible historia). Virginia Woolf, Las olas, adolecen de senlejante arti­
Lo real y lo metafórico, el presente y el pasado, se en­ ficiosídad, a mi modo de ver. James Joyce fue lnejor
tretejen y se influyen entre sí en las largas frases ser­ exponente de esa manera de captar el flujo de con­
penteantes; cada pens3tuiento o recuerdo desencadena ciencia.
el siguiente. Siendo realista, Clarissa Dallowayno siem­ ,~,
pre puede confiar en su memoria: «¿Meditando entre
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vegetales? --¿fue eso?-. Prefiero los hombres a las
coliflores -¿fue eso?>->.
Puede que las frases sean serpenteantes, pero,
aparte de la licencia del estilo indirecto libre, son fra­
ses bien formadas y de elegante cadencia. Virginia
Woolfha colado de rondón algo de su propia elocuen­
cia lírica en el flujo de conciencia de Mrs. Dalloway sin
que se note demasiado. Si pusiéramos esas frases en
primera persona, sonarían denlasiado literarias y estu­
diadas para resultar convincentes como transcripción
de los pensamientos desordenados de alguien. Sonarían
a escritura, en un estilo bastante preciosista de remi­
niscencia autobiográfica;

¡Qué fiesta! ¡Qué aventura! Siempre tuve esta impresión


cuando} con wlleve gemido de las bisagras, que ahora me pa­
rece oír, abría de par en par el balcón, en Bourton, y salía al
aire libre. ¡Qué fresco, qué calmo, más silencioso que éste,
desde luego, era el aire a primera hora de la mañana... !; como
el golpe de una ola; como el beso de una ola; fresco y pene­
trante, y sin embargo (para una muchacha de dieciocho píos,
que eran los que entonces contaba) solemne, con la sensa­
ción que me embargaba, mientras estaba en pie ante el balcón
abierto, de que algo horroroso estaba a punto de ocurrir...

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