LETRAS (F-CULTURAL)

Los terremotos que

hicieron a Lupe Rumazo
Por MIGUEL MOLINA DÍAZ
Ilustración DIEGO CORRALES

Al menos son siete los sismos que ha padecido Lupe Rumazo a lo largo de sus 85 años de vida: el
exilio, la muerte de su madre, la viudez, la muerte de su padre y maestro, la peste del silencio, el
desmoronamiento del país en el que vive y el paso del tiempo. La clave de su escritura es, quizá,
la búsqueda de un antídoto contra esas colisiones de las placas tectónicas. De hecho, el 27 de
diciembre de 2018, dos días antes de que me reciba en su casa, un sismo de 5,5 grados se sintió
en todo el territorio venezolano.

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 —Usted, al entrar a esta casa —dice—,
ha subido por una escalera de piedra. Yo
también la tuve en la casa de mi abuela, en
la niñez. Es un símbolo, se asciende o se
desciende en la vida. Escalera de piedra, mi
tercera novela, se produce con la partida de
papá, su enfermedad, que fue para mí una
suerte de terremoto. Los terremotos no son
solamente los geofísicos, como el que usted
sintió anteayer. Yo viví el de Caracas, en el
67. La muerte de papá fue un terremoto
moral tremendo para mí.
—¿Cómo se inició el exilio de su familia?
—Papá fue desterrado por la dictadura
de Federico Páez.
—¿Qué edad tenía usted?
—Bueno, no recuerdo, serían tres o
cuatro años, pero en todo caso es un exilio
que se inicia en mi propia niñez. Fuimos a
Popayán primero, pero esa ciudad le resultó
monástica a un periodista batallador como
mi padre. Nos afincamos en Cali, donde
papá fue jefe de redacción de El Relator y
mi madre siguió adelante con su música.
Allí realicé toda mi primaria y parte de mi
bachillerato.
En 1953, luego de su periplo en Co-
lombia, Alfonso Rumazo se estableció en
Venezuela. Se dedicó a escribir y a enseñar
en varias universidades.
Cuando quiero ahondar en detalles bio-
gráficos, me corta:
—No interesa tanto, en mi vida, la parte
cronológica. No, vamos más bien a saltar
un poco. Los hechos y las cosas que deci-
mos nos marcan, pero más allá está la ex-
presión de la vida subterránea, lo que uno
lleva dentro.
* mazo está sentada en su sala, frente al cua-
El 19 de noviembre de 1974 murió la
concertista Inés Cobo en Caracas. Un día
después, su hija Lupe inició la escritura de
un libro que buscaría devolverle al mundo.
Para ese entonces, Rumazo ya había publi-
cado tres libros de ensayos y uno de relatos.
Carta larga sin final, su primera novela, se
terminó de imprimir en Madrid, a princi-
pios de octubre de 1978. Probablemente su
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valor tiene que ver con el riesgo intelectual
que tomó la autora: su “yo” autoficcional
es un vehículo para viajar por los géneros
y estados de la literatura y la filosofía. Las
innovaciones de Rumazo, sin embargo, no
resultaron suficientes para librarla del os-
tracismo del que aún se queja. Acaso servi-
da de ese silencio, levantó a lo largo de seis
décadas su obra. Doce libros.
—¿Cuánto contribuyó el exilio para que
no se la conozca en el Ecuador?
—Se ha hablado y se ha creído que mi
identidad está marcada por el exilio, natu-
ralmente que lo está, pero yo creo que mi
identidad es otra.
—¿Cuál es?
Antes de contestarme esta pregunta, en
la que insistiré varias veces, Lupe Rumazo
quiere hablar de La peste del silencio. No su
ensayo necesariamente, sino la violencia
que siente haber recibido en el mundo de la
literatura ecuatoriana. Desde sus primeros
ensayos, cuando elaboró la teoría del intra-
rrealismo, denunció la violencia en contra
de la mujer intelectual. Aunque en 2013
pudo incorporarse a la Academia Ecuato-
riana de la Lengua, observa que en su caso
los problemas persisten: sigue siendo una
escritora casi desconocida en su país, no
existen reediciones de sus novelas, y peor
facilidades para publicar las obras que man-
tiene inéditas.
* memoria que tenemos las personas mayo-
Tanto Caracas como la quinta Chimbo-
razo están detenidas en el tiempo. Los ver-
des y floridos jardines que rodean las casas
familiares de Altamira me introducen a una
Venezuela irreal o menos hostil. Lupe Ru-
dro Alma de Víctor Mideros, con el que ella
y sus padres partieron al exilio. Su cuerpo
es pequeño, especialmente sus manos. Son-
ríe con la elegancia y seguridad de quien se
sabe capaz de una brillante conferencia o
de quien contempla el amanecer sobre un
nevado. Viste un elegante terno negro y una
blusa azul.
—¿Qué opina del lenguaje de género?
—Me parece una bifurcación intrascen-
dente, indudablemente no vamos a ser más
mujeres ni los hombres más hombres por-
que hablemos en masculino o femenino.
Es indudable que ha predominado el mas-
culino, pero finalmente lo que predomina
es el ser humano, y tanto unos como otros
somos eso, entonces me parece una acen-
tuación innecesaria. No va a significar un
pronunciamiento de lo que somos.
—Lupe, quería preguntarle por su amis-
tad con Sábato.
—Fui a Argentina en éxodo personal.
Me llevaron tanto Gerardo como mi padre
porque yo quedé destrozada después de la
ausencia de mi madre. Yo admiraba a Sába-
to, papá había tenido correspondencia con
él. Lo fui a visitar en Santos Lugares.
 —Ahí fue cuando le obsequió el manus-
crito del capítulo sobre el mal de Abaddón el
exterminador.
—Él sabía del dolor que yo tenía. Bue-
no, me regaló el capítulo original. (Suspira
y se queda en silencio por un momento). No
se ha pensado en una revolución que hace-
mos las personas mayores. Una nueva me-
ditación mía. Esta sería la Revolución de la
senectud y con ella le estoy dando una pri-
micia. Esa revolución que la tiene Modiano,
en su libro Recuerdos durmientes, y que la
realiza también Le Clézio, con Alma, en que
también hay un desarraigo. Hablan de la
res y que, sin embargo, seguimos actuando,
escribiendo, pensando. Los recuerdos sus-
tantivos que van brotando. Esa revolución
no se aprecia, no se ha valorado.
*
Mientras esta conversación sucede, al-
rededor de 250 mil migrantes venezolanos
llegaron al Ecuador, según estimaciones del
Gobierno. Los brotes de xenofobia no se
han hecho esperar y en enero de 2019 los
niveles de violencia provocarán imágenes
de horror en la ciudad de Ibarra. Cuando
Alfonso Rumazo partió exiliado hacia Co-
lombia y luego a Venezuela, no salía del
todo de su territorio patrio. Él, que dedicó
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su vida a escribir las biografías de Bolívar,
Sucre, Manuela Sáenz, Simón Rodríguez,
José Martí o Francisco de Miranda, estaba
convencido de que el amarillo, azul y rojo
en la bandera de estos países era mucho
más que una simple coincidencia; había
una historia compartida.
—Volviendo al tema del exilio, ¿cómo ve
la diáspora venezolana en la actualidad?
—A esta diáspora la considero heroica,
pero también hay heroicidad aquí. ¿No cree
usted? Mi hija Solange salía a la calle y se
encontraba con guarimbas y pedrones. Ese
tiempo histórico ya pasó (aunque se piensa
que este año que se inicia habrá más cosas),
pero en la vida diaria no todos los alimentos
se encuentran, el pueblo no puede soportar
la hiperinflación, es absurdo, es imposible.
—¿No ha pensado en volver al Ecuador?
—Naturalmente, pero a la vez me digo
que no puedo dejar esto. Mi existencia ha
sido esta mudanza permanente, he vivido
en Estados Unidos, la parte sur de América,
Europa.
—En el Ecuador parece que se empieza
a valorarla.
—Me cursó una invitación una univer-
sidad, pero consideré que los homenajes
que se me rindan actualmente llegan un
poco a destiempo. Y lo digo porque todos
somos, sobre todo a mi edad, sobrevivien-
tes.
—Pese al destierro, usted insiste en su
condición de ecuatoriana.  un ser místico. Fue a un hotel cerca del cen-
—Constanza y Solange son quiteñas,
pero Diego, mi hijo mayor, es venezolano.
Papá y mamá querían que mi primer niño
naciera aquí.
—Hablando de migraciones, quisiera
preguntarle por César Dávila Andrade, con
quien seguro compartió.
—Venía a visitarnos constantemente.
Pasaba hambre. Él redactó casi enteros nú-
meros de la revista Zona franca, que dirigía
Juan Liscano y no le pagaba. Entregaba co-
laboraciones al Universal y tampoco Pascual
Venegas Filardo le pagaba. Además, tenía la
cuestión del licor. Después de toda esa situa-
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Con su mamá Inés Cobo de Rumazo, su papá Alfonso Rumazo González,
Lupe Rumazo y su esposo Gerardo Alzamora.
ción crítica, se suicidó. Resulta que de pron-
to es el centenario de César y viene la can-
tidad de homenajes. Aquí hizo un conver-
satorio la embajada del Ecuador, en unión
con la Biblioteca Ayacucho. Quisieron que
hablara, yo me negué. Él es un poeta y un
narrador muy valioso, pero sufrió mucho.
El homenaje debió existir cuando estaba
vivo. Yo estoy aparte de esas glorificaciones.
—¿Usted participó de su funeral?
—Naturalmente. Yo fui después a visi-
tarle a su esposa, Isabel. Ahí estaba la má-
quina de escribir con una hoja en blanco. Él
vivía con un sentido astral. Sintió que tenía
que morir en una fecha determinada. Era
tro de Caracas y en una habitación se cortó
la yugular.
* que yo amo el arte inmensamente, la mú-
Alrededor del comedor están colgados
un sinfín de diplomas que incluyen los gra-
dos académicos de sus hijos y las distincio-
nes que tanto ella como su padre cosecha-
ron en el ejercicio de las letras. Un busto de
Eloy Alfaro preside el comedor, mientras
que lo más llamativo de la sala es un apa-
rador donde están las reliquias familiares:
medallas, libros y manuscritos. También
hay un busto de Inés Cobo, su madre.
—¿Qué es lo que ha buscado como artista?
—He terminado de leer recientemente
el libro que Albert Camus dejó en originales
y que se perdió en el momento del acciden-
te, Le premier homme. Ese libro rescatado,
que yo creo que lo tenía como una suerte
de testamento, trata de la búsqueda de ese
primer hombre que es su padre y que no
recuerda. Visita su tumba y todo lo demás,
pero ese primer hombre tiene una signifi-
cación: cada persona es un primer hombre.
Es el que se encuentra dentro de sí mismo.
—¿Usted también ha realizado esa bús-
queda?
—Camus se busca a través de su padre.
¿Quién soy yo? Esa es una pregunta que
desde niña me ha acosado. Pero, ¿cómo
tengo que buscar mi identidad? La busco
a través del saber, de la belleza. Usted verá
sica que toda la vida me acompañó y que
estudié, la teoría. No llegué a tocar un ins-
trumento porque mis manos son pequeñas.
Pero la literatura es música necesariamente.
*
Si bien tuvo una hermana menor, que
murió por gastroenteritis a los diez meses
de nacida, Lupe Rumazo entra en la catego-
ría de hija única.
—¿El hecho de ser hija única le ha apor-
tado en su escritura?
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Lupe Rumazo
con Benjamín Carrión.
—Ha sido muy valioso, porque me ha
dado seguridad. ¿Usted no ve que soy una
persona tremendamente segura? Con mis
dubitaciones: yo manejo un amasijo de
dudas.
* —¿Qué puedo abordar, dígame? El ol-
Lupe Rumazo escribió novelas a quie-
nes más amaba. En mayo de 1988 y tras la
muerte de su esposo, el violinista Gerardo
Alzamora, publicó con el sello editorial
Edime su segunda novela, Peste blanca, pes-
te negra. En 2002, cuando su padre murió,
empezó su tercera, Escalera de piedra, desde
hace años concluida e inédita.
—Quisiera entender más el símbolo de la
escalera de piedra, que incluso es el nombre
de toda su tetralogía.
—Es una expresión del ascenso del po-
der o del no poder, que no es simplemente
político o histórico. Es determinante, es el
poder ascender y realizarse, el poder vivir,
el saber resistir. Sábato lo planteó en su libro
La resistencia. Aquí, o se sabe resistir o no se
sabe, esa es la gran cuestión de la existencia.
—¿Y la vida de su padre es expresión de
aquello?
—Escalera de piedra es un regreso a mi
infancia. Yo soy (señala una foto de la sala)
esa niña que está allí con trenzas, que parte
del Ecuador a Colombia. La existencia tiene
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otra suerte de dolores, como la enfermedad,
pero está también la visita de los próceres
a papá.
—Me imagino que se refiere a que él
amaba la historia de la Independencia.
—No vamos a pensar solamente en
la existencia biológica que tuvo. Cuando
llevamos a papá al Panteón Nacional, que
visitábamos con frecuencia, los ingleses me
dieron galletas. Es un sueño que yo tuve:
papá está en un estrado, yo voy hacia él,
pero ya papá está detrás de los próceres,
con ellos, yo no puedo acceder. Los ingleses
me dieron galletas como le dieron a Mi-
randa. A él papá lo llamaba protolíder, no
solamente precursor. La vida de papá no
terminó ese momento, ha continuado con
las reediciones, con mi obra novelística, los
ensayos. Todo eso. La escalera de piedra es
la escalera de la vida.
—Y Temporal. La última llave del desti-
no, su siguiente novela, también inédita, ¿de
qué va?
vido, la ausencia, las pestes que existen en
el Ecuador. Muchos otros temas. Temporal
es esta congestión que va acentuándose más
y más. Está hecha en forma epigramática,
como la propia escalera.
—¿Qué piensa hacer con los manuscritos
de sus novelas inéditas?
—Ha habido propuestas, pero yo no he
aceptado algunas de ellas porque podría
significarme una alteración. Yo amo mucho
el documento. Quiero publicar, pero que se
me permita lectura de pruebas, corrección,
y que se mantenga la disposición que yo he
hecho. Por ejemplo, en Temporal hay una
fragmentación grande, de un capítulo se
pasa a otra cosa.
—Bueno, es su estilo novelístico.
—Es como yo pienso, con esa visión de
interioridad y de la vida misma. A mí lo que
me interesa es destacar la vida. Se me ha lla-
mado precursora, yo nunca he pensado en
eso. Se lo ha encontrado después. Mis nove-
las ya eran, desde un principio, epistolares,
con citas y digresiones.  que se resiste, al que se vence.
—¿Con Temporal acaba su escritura no-
velística?
—No, no concluye en absoluto. Conti-
núo escribiendo, tengo un libro inédito.
*
Solange ingresa a la sala con bocadillos,
me los ofrece y le pregunta a su madre:
—¿Quiere un pastelito o va a seguir en la
peste del silencio?
—Ya se está burlando de mí (replica
riendo. Luego me mira). Ella es una mujer
sumamente graciosa, como era mi madre,
con una chispa enorme. Es algo fantástico,
cuando yo le hablo de la Revolución de la
senectud ella me dice que mejor le digamos
la Revolución de los años dorados.
*
Es el sábado 29 de diciembre de 2018
en Caracas. En el aire de la ciudad flota un
rumor que anticipa héroes y tumbas; en
menos de un mes imágenes de violencia y
patriotismo aparecerán en las portadas de
los periódicos del mundo. En la casa de
Lupe Rumazo, esa premonición se pierde
en la paz de su vida monástica. Al final de la
conversación se permitió reír.
—Pues esa ha sido la historia. Solange
ha sido muy heroica. Constanza a pesar de
todo no ha dejado de venir con mi nieto
Alexander. Van a pasar fin de año aquí con
nosotros. Luego se van. Constanza se va al
África, imagínese usted, eso me preocupa
mucho. En fin, escribir a uno le da el poder
del doble plano. La literatura no implica un
significado solamente, hay que buscar lo
que hay por debajo, el sentido. El sentido es
distinto al significado. 
—Gracias, Lupe. Por último, dígame, si
el exilio no es su identidad, ¿cuál es?
—Dentro de esta Revolución de la se-
nectud y del recorrer por todos mis doce
libros, siempre está la búsqueda de identi-
dad. Mi gran inquisición, toda la vida, ha
sido saber quién soy. Y ya llegué a saber
quién soy (luego de una sonrisa y una expec-
tante pausa, retoma). Yo no soy el exilio,
como se ha dicho. Soy el dolor. El dolor al
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