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Traducción

Rose

Corrección

Phinex/ Black

Diseño

Harley Quinn

Lectura Final

Bones
Trabajo sin fines de lucro, traducción de fans para fans, por lo que se prohíbe
su venta.
Favor de no modificar, publicar o subir capturas en redes sociales.

PROHIBIDA SU VENTA
Blurb

Advertencia

1. Yelena

2. Nikolai

3. Yelena

4. Nikolai

5. Yelena

6. Nikolai

7. Yelena

8. Nikolai

9. Nikolai

10. Yelena

Epílogo
Enamorarse de Nikolai nunca fue el plan.
El hombre peligroso tenía otras ideas.
Quería mi cuerpo, mi amor, pero sobre todo a mi bebé.
Lo que el Pakhan quiere... el Pakhan lo consigue.
Pero amarlo está tan mal... especialmente porque está casado con mi madre.
Elogio y degradación.
Consentimiento dudoso Embarazo forzado/no consentido.
Sangre, asesinatos y drogas.
―S
eñorita Taylor, bienvenida ―me dice el caballero mayor con
una leve reverencia en cuanto pongo un pie fuera del
aeropuerto. Parpadeo ante la dura luz. Dios, son las nueve de
la maldita mañana y este hombre es muy alegre.
Hago una mueca al ver que el hombre utiliza el apellido de soltera de mi
madre. Nadie me llama Taylor, es una falta de respeto en nuestro mundo. Soy
Yelena Alekseeva, hija de Lev Alekseev, nieta de Maskim Alekseev y bisnieta de
Alexi. Dos de los más grandes líderes Bratva de nuestro tiempo y sin embargo
aquí, soy la señorita Taylor.
―El Sr. Vasiliev le está esperando. ―Su acento ruso no es tan marcado como
esperaba, pero es suficiente para que todos sepan que el hombre es de origen ruso.
―Gracias... ―Dejo la palabra en suspenso, queriendo saber su nombre.
Me sonríe alegremente, las líneas de su rostro se hacen más profundas, sus
ojos se iluminan con la sonrisa. Este hombre es auténtico y eso me gusta.
―Pavel, señorita. ―Coge mi equipaje y caminamos hacia el vehículo que nos
espera.
Inclino la cabeza y le cojo la mano.
―Bueno, Pavel, por favor, llámame Yelena. Señorita Taylor es lo que mi
madre preferiría.
Sus labios se curvan en los extremos. No me sorprende lo más mínimo que a
ese hombre le caiga mal mi madre. A la mayoría, incluida mi familia.
―Probablemente sea cierto.
No puedo evitar sonreír ante su valoración.
―Créeme, lo es. Dime, Pavel, ¿cómo es Texas?
Hace un calor de mil demonios y eso es algo a lo que no estoy acostumbrado,
pero estoy aquí un tiempo para recuperarme, por deseo de mi abuelo.
Se ríe por lo bajo mientras me abre la puerta del coche.
―Creo que te va a gustar, Yelena. ―Cierra la puerta cuando estoy dentro y
mete mi equipaje en el maletero.
Me pongo el cinturón, conteniendo el gemido cuando el dolor me atraviesa
el costado. Dios, qué asco que te disparen.
―¿Hay algún buen club? ―le pregunto una vez que sube al coche. Hace
tiempo que no me suelto la melena y es algo que pienso hacer mucho mientras
esté aquí.
―El Crimson ―responde al instante mientras arranca el coche.
―Lo comprobaré ―respondo con una sonrisa, contenta de que mi
El marido de mi madre envió a Pavel a recogerme al aeropuerto.
―¿Cómo es Nikolai? ―pregunto después de unos minutos de silencio.
Mi madre se casó con él hace seis meses. Me invitaron a la boda, pero al igual
que en las tres anteriores, decidí prescindir del drama. Después de todo, Nikolai
es el sexto marido de mi madre y ella ni siquiera tiene cincuents todavía. La mujer
da un nuevo significado a la palabra cazafortunas. El hombre en cuestión tiene
treinta y nueve años y probablemente sea el más peligroso de la Mafia rusa fuera
de mi abuelo. Es diez años menor que mi madre, algo que no me habría esperado.
Ella suele decantarse por tipos mayores.
Tose profundamente una vez.
―El Sr. Vasiliev es uno de los mejores hombres que conozco. Es un gran
hombre para el que trabajar. Es un honor. ―La lealtad en sus palabras no es
inesperada, pero la sinceridad sí. Me dice mucho y me alegra un poco que haya
conseguido inculcar esa lealtad a su equipo. Me hace preguntarme qué demonios
hace casado con mi madre.
También he investigado un poco sobre mi padrastro más reciente. Algo que
hago cada vez que se casa.
Salvo que esta vez, en vez de elegir a los millonarios mayores de siempre, mi
madre ha vuelto a las andadas y ha elegido a un miembro de la Bratva. Por
supuesto, esta vez metió la pata al casarse con el Pakhan de Texas. Debería
haberme dado cuenta cuando me dijo que se llamaba Nikolai de que era un
miembro de la Bratva.
―¿Cuánto tiempo vas a quedarte en Austin, Yelena? ―pregunta Pavel
mientras nos dirigimos a casa de mi madre.
―Todavía no estoy muy segura. Unas semanas, quizá un mes. ―Por
desgracia, tengo que quedarme hasta que esté completamente curada; lo último
que quiero hacer es lidiar con un abuelo cabreado. Es peor que lidiar con mi
madre.
Asiente con la cabeza.
―Seré tu chófer mientras estés aquí ―me informa y sonrío. Me parece bien―.
Siempre que te parezca bien que lo haga.
―Sí, Pavel, eso sería genial. Gracias. ―Me acomodo en el asiento y saco el
móvil del bolso. Rápidamente envío un mensaje de texto a mi abuelo haciéndole
saber que he llegado a Austin.
Cincuenta minutos después, Pavel entra en un largo y sinuoso camino de
entrada. No me sorprende que mi madre tenga una casa tan lujosa; siempre ha
querido lo mejor.
Pavel me abre la puerta una vez ha estacionado delante.
―Le llevaré el equipaje a su habitación, el Sr. Vasiliev y la Sra. Taylor le
esperan.
Más falta de respeto de su parte llamar a mi madre Sra. Taylor en vez de Sra.
Vasiliev, pero bueno, sé lo zorra que es de verdad la mujer que me parió.
―Gracias, Pavel, ha sido un placer conocerte ―le digo mientras le doy un
beso en la mejilla después de que me ayude a salir del vehículo.
Su rostro enrojece, pero el anciano caballero me sonríe ampliamente.
―Es un placer, Yelena, no dudes en llamarme si necesitas ir a algún sitio.
Asiento con la cabeza mientras me dirijo hacia los escalones que llevan a la
casa.
―Lo haré.
Entro en la casa y lo asimilo todo. Los jarrones de cristal, las paredes blancas
y los cuadros caros. Todo grita el sello de mi madre. Caminando hacia el sonido
de las voces, diviso una habitación a mi izquierda. No es tan luminosa y aireada
como el resto de la casa que he visto. Tiene un enorme sofá seccional y un televisor
aún más grande. Esto tiene que ser obra de Nikolai, no hay ninguna posibilidad
de que mi madre tenga un sofá tan grande.
―Ah, Lena, ahí estás ―dice mi madre cuando entro en la cocina. Ha pasado
casi un año desde la última vez que la vi, y en ese tiempo ha cambiado mucho.
Tiene la cara más delgada, no tiene arrugas, gracias al lifting que se hizo, y ha
adelgazado. Tiene buen aspecto. Lleva el cabello rubio recogido en un moño
perfecto, sin un solo cabello fuera de su sitio.
Se abalanza sobre mí y me abraza. Respiro con fuerza cuando me empuja.
―Te he echado de menos ―grita.
Pongo los ojos en blanco. Dios, es tan buena actriz, de verdad creo que le iría
bien en Hollywood, es así de buena.
Una tos profunda me roba la atención. Miro a mi izquierda y se me corta la
respiración al ver al hombre más guapo que he visto nunca sentado a la mesa de
la cocina. Tiene la mandíbula cincelada y cubierta por una espesa barba negra, los
ojos del marrón más cálido que he visto en mi vida, el cabello negro corto, pero
como para tirárselo si quisieras.
Su mirada sube y baja por mi cuerpo y esos ojos marrones suyos calientan, y
cuando llega a mi cara, me guiña un ojo. Jodidos guiños. Irradia poder y
autoridad; es sexo y pecado mezclados en un hombre peligroso. Trago saliva,
rezando para que no esté mucho por aquí.
―Adele. ―Su voz profunda hace que me tiemblen las rodillas―. Deja respirar
a tu chica ―le dice a mi madre. No le da instrucciones.
Se echa hacia atrás y se alisa el vestido.
―Por supuesto, por supuesto ―dice y da un paso atrás, pero veo la ira
arremolinándose en sus ojos azules. Está más que cabreada porque él le dice lo
que tiene que hacer. Mi madre odia que le dicten y se rebela contra ello en cuanto
tiene ocasión.
―Toma asiento ―me dice―. Nikolai se muere por conocerte.
―Mentirosa ―susurro mientras me alejo de ella, esforzándome por ignorar la
mirada acalorada de Nikolai.
―¿Tienes hambre? ―me pregunta y yo me pregunto quién demonios es esta
mujer y qué ha hecho con mi verdadera madre.
―No, estoy bien, gracias, pero no rechazaría un poco de café.
Tomo asiento junto a Nikolai y el hombre no oculta que no me quita los ojos
de encima. Su mirada se clava en la turgencia de mis pechos, que están a la vista
gracias a mi corpiño.
Veo los tatuajes que asoman bajo el cuello de su camisa, por no hablar de los
que tiene en las manos. Nada me gustaría más que ver qué otros esconde bajo la
ropa. Todos los miembros de la Bratva tenemos tatuajes, incluida yo, que detallan
nuestras vidas y lo que hemos conseguido. Nikolai, siendo el Pakhan, tendría más
que la mayoría. Me intriga descubrir qué secretos esconde.
―Por supuesto ―dice mientras se mueve para traerme uno. ―No me gusta
esta faceta suya, va detrás de algo, es imposible que fuera tan atenta si no lo fuera.
―Lena, ¿verdad? ―dice Nikolai, su voz profunda y suave. Se me erizan los
pezones bajo el top y se me revuelve el estómago.
¿Por qué tengo esta reacción hacia él? No es el primer hombre atractivo que
he visto.
Asiento con la cabeza.
―Sí, la mayoría de la gente me llama Lena, aunque es Yelena ―le digo
mientras mi madre me pone delante una taza de café.
―Oh, Lena, olvidé decírtelo ―empieza y yo me siento de nuevo en mi silla,
con la taza de café en los labios, y enarco una ceja―. Estaré fuera las próximas dos
semanas, estarás bien aquí sin mí, ¿verdad?
Sonrío, debería haber sabido que no se quedaría por aquí.
―Lo he estado los últimos veinticinco años, estoy segura de que sobreviviré
otras dos semanas.
Entrecierra los ojos, pero suelta una carcajada aguda.
―Pórtate bien, tienes mi número. Llámame si me necesitas ―me dice, se sube
a sus tacones de mil dólares y sale de la cocina.
―No la llamarás, ¿verdad? ―Nikolai pregunta una vez que oímos cerrarse la
puerta principal.
Tomo un sorbo de café.
―No ―respondo.
Emite un gruñido bajo en el fondo de su garganta.
―¿No se llevan bien?
Me pongo en pie, con la taza en las manos.
―Eres un hombre poderoso, Nikolai, habrías hecho mejor en investigar antes
de casarte con una mujer que apenas conoces. Ahora si me disculpas, estoy
cansada.
Llego hasta la puerta y su mano me agarra el brazo. Me aprieta con fuerza y
noto su ira en oleadas. Me hace girar para que estemos frente a frente. Inclino la
cabeza para mirarle. El hombre mide un metro noventa, empequeñeciendo mi
metro ochenta.
―Responde a la pregunta, Yelena. ―La forma en que gruñe mi nombre hace
que el calor se acumule entre mis piernas.
―No, no nos llevamos bien. Mi madre es egoista, como habrás deducido
viendo que no te despediste de ella. A Adele Taylor sólo le importa una persona
en su vida, Nikolai, y es ella misma.
―¿Crees que estoy con tu madre? ―Gruñe mientras me acerca. Mi cuerpo
tiembla mientras pasa su dedo tatuado por mi mejilla―. No, malenkaya, no lo
estoy.
Le miro fijamente, confundida por sus palabras. Me está llamando pequeña.
No soy ni mucho menos pequeña. Aunque comparada con él, supongo que lo
soy. Miro fijamente sus cálidos ojos y el aire que nos rodea cruje. Siento los labios
secos y los recorro con la lengua.
Sus ojos se oscurecen mientras da un paso atrás y me suelta, siento la pérdida
instantánea de él y odio sentirme así. No hago apegos y desde luego no me
involucro con nadie en esta vida. La vida criminal... he estado allí, he hecho eso.
Pero Nikolai, es peligroso. Es el marido de mi madre y no voy a ir allí. No importa
cuánto lo desee.
―Pórtate bien, malenkaya, estaré vigilando ―me advierte y vuelve a sentarse
a la mesa.
Salgo de la cocina, necesito respirar. Esto no está bien. Dios, estar cerca de
Nikolai no está bien. Necesito mantenerme alejada. Después de todo, es el marido
de mi madre.
H
a pasado una semana desde que vi a la tentadora zorra. La he
deseado desde el mismo momento en que puse mis ojos en ella.
Incluso antes. Por Dios. La foto no le hizo justicia. Ahora mismo
está en casa, la he oído moverse por su habitación, por eso mi polla está ahora
mismo intentando salirse de mis pantalones.
Saco el móvil y llamo a Stefan, uno de mis matones, porque necesito a alguien
de confianza para averiguar qué coño está haciendo la zorra de mi mujer.
―Encuéntrala, y, Stefan, quiero saber dónde está y con quién está. Asegúrate
de que no te atrapen.
―En ello, jefe, ¿qué madre se va en el momento en que su hija aparece?
―cuestiona y es un punto válido, algo que me he estado preguntando―. Casarse
con ella, ¿valió la pena?
Es la única persona viva que sobreviviría haciéndome esa pregunta.
―La razón por la que me casé con ella entró por mi puerta hace siete días.
Así que sí.
―Entonces es hora de divorciarse de la suka ―se ríe entre dientes. Ambos
sabemos lo que significa “divorciarse”. Ya le llegará su hora, aunque a Yelena no
le disgustaría que su madre se diera un chapuzón permanente en el río Colorado.
El odio que vi en los ojos de Yelena me dice que hay muchas cosas que Adele ha
omitido, y voy a descifrarlo todo y cuando lo haga, su tiempo habrá terminado.
―Averigua qué trama ―repito y termino la llamada. Me alegro de que todo
acabe pronto; seis meses con esa zorra es demasiado tiempo, joder.
Termino de desayunar y me voy a mi oficina. Algo que ha dicho Yelena me
hace preguntarme qué me he perdido. Hice que Anton, mi técnico, investigara a
fondo a Adele en cuanto me di cuenta de quién era, necesitaba saberlo todo sobre
ella.
Adele estuvo casada con Lev Alekseev, por lo que Yelena es hija de Lev. Ella
es de la realeza Bratva en Nueva York. Quiero los lazos que me traerá estar unido
a esta familia. Los Bratva Alekseev tienen al mejor asesino en nómina, alguien
que quiero para mí, por no mencionar que Maksim Alekseev tomó el relevo de su
hermano hace poco más de tres años y lo ha reconstruido hasta convertirlo en un
poderoso ejército. Uno que sólo es igualado por los italianos y los irlandeses.
Cojo el móvil. Es hora de averiguar qué coño nos hemos perdido.
―¿Jefe? ―responde con un bostezo.
―Anton, nos perdimos algo en los antecedentes de Adele. Averigua qué.
―Exijo y termino la llamada; no debería estar durmiendo a mi costa.
Abro el armario y saco la carpeta que Anton recopiló hace casi ocho meses.
Detalles de la vida de Adele y de su hija. Leo cada detalle dos veces, intentando
averiguar qué sabe exactamente Yelena que yo no sepa. Pero no me entero de
nada. Voy a tener que esperar a que Antón me consiga el resto de los detalles, es
evidente que se le ha escapado algo.
Salgo de la oficina, oigo correr el agua de la ducha y aprieto los dientes. No
puedo quedarme aquí mientras ella se ducha. Si lo hago, perderé el control y me
uniré a ella. Salgo corriendo de casa, con la polla durísima al pensar en mi sexy
hijastra desnuda y mojada.

Oigo un zumbido procedente de la cocina cuando entro en casa. Son casi las
dos de la madrugada, las luces estaban apagadas cuando llegué. Supuse que
estaba dormida, pero al acercarme al ruido, veo que hay una lámpara tenuemente
encendida, iluminando la habitación lo suficiente como para que pueda verla.
Está sentada a la mesa vestida con una camiseta demasiado grande. Su larga
melena rubia suelta y cayendo sobre sus pechos, sus rodillas al pecho,
permitiéndome ver sus muslos cremosos. Aún no me ha visto, tiene la mirada
clavada en su móvil.
Es como un puñetazo, igual que la primera vez que la vi. La atracción que
ejerce sobre mí es como un imán que no puedo negar. Me muevo silenciosamente
hacia ella, esta mujer me llama como una sirena. Mi polla se agarrota contra mis
pantalones. La deseo. Joder, la deseo más de lo que debería.
―Malenkaya, ¿por qué estás despierta? ―pregunto mientras continúo mis
zancadas hacia ella.
Levanta la cabeza y me mira con el ceño fruncido.
―Lo siento ―dice, con su acento teñido de un poco de ruso―. ¿Qué te pasa?
No soy una niña.
Mi polla se estremece ante su falta de respeto. Soy el hombre de la casa, el
Pakhan, ella necesita aprender eso.
―Eres la hija de Lev, ¿no has aprendido a respetar a tus mayores? ―Mi voz
es más grave con autoridad.
Observo cómo se estremece. Sé que me desea y estoy jodidamente seguro
que la deseo... no, la necesito. Pero la brujita se limita a sonreírme.
―La deslealtad, Nikolai, es el mayor de los pecados. Soy leal a mi abuelo, así
que respetarte no está en mi lista de prioridades. ―Vuelve a su habitacion y me
despide.
Oh, la niña ha puesto nerviosa a la bestia. Le espera una sorpresa.
Me muevo rápidamente, sin que mis pasos hagan ruido en el suelo de
baldosas, hasta situarme detrás de ella. Envuelvo mi mano alrededor de su cuello,
sintiendo su pulso latir debajo. No se eleva cuando me siente detrás de ella. No,
de hecho, no parece estar ni siquiera un poco alterada. Excepto que sé que lo está.
Puedo oler el dulce aroma de su excitación en el aire.
Le suelto la garganta y tiro de la silla hacia atrás, sus pies caen al suelo y ella
se levanta, girándose para mirarme, con el móvil tirado sobre la mesa.
―¿Qué demonios te pasa? ―me sisea.
La rabia que desprenden sus ojos hace que mi polla se engrose aún más. Me
elevo sobre ella, empujándola hacia atrás hasta que está tumbada sobre la mesa.
―Desde el momento en que entraste en esta casa, me has puesto a prueba.
Sus labios se tuercen en un gruñido.
―¿Te he puesto a prueba? Estás delirando, Nikolai.
Mis dedos se enroscan en el cuello de su camiseta, la posesividad asoma su
fea cabeza. Una emoción con la que no estoy familiarizado.
―¿De quién es esto? ―Exijo.
―Nik...
La hago callar con la mirada.
―¿A quién pertenece esto?
No me contesta, lo que me hace enfurecer ante la idea de que lleve algo que
pertenece a otro hombre. Tiro de la costura y el material no tarda en desgarrarse,
el único sonido que se oye. Me mira horrorizada con los ojos muy abiertos. Quizá
ahora se lo piense dos veces antes de provocarme.
La tela cae de su cuerpo, dejándola desnuda salvo por las diminutas bragas
rojas que lleva. Contemplo cada centímetro de su pálida piel, mis manos recorren
sus piernas suaves como la seda hasta llegar a su coño, cubierto por las bragas
apenas transparentes. Mi mirada se desplaza hasta su estómago tenso, y entonces
veo que tiene una venda blanca cubriéndole las costillas izquierdas.
―¿Qué ha pasado? ―Pregunto, con mi dedo rozando el vendaje.
―Está bien ―me contesta―. Pero me gustaría que me dejarías subir.
Mi risita no tiene gracia.
―Eso no va a pasar, malenkaya. ―Entonces veo el tatuaje que lleva en el
costado derecho y la rabia que me invade es inigualable. Una pistola en blanco y
negro rodeada de rosas, la letra K escrita en la empuñadura me dice que es una
asesina. Las gotas de sangre que gotean de las rosas cuentan por cada muerte.
Veo al menos tres docenas de gotas.
Encima de ese tatuaje hay otro: la insignia de Alekseev Bratva. Ese tatuaje
por sí solo me dice más que suficiente.
―Tu abuelo te introdujo en la familia ―siseo, es una afirmación.
Me empuja fuera de ella, la fuerza que tiene es más de lo que esperaba para
su estatura.
―No me juzgues ―gruñe con los labios entreabiertos.
Le rodeo las muñecas con la mano y la atraigo hacia mí, chocando nuestros
cuerpos. Jadea cuando siente mi polla dura como una roca contra su estómago.
―No, malenkaya. No te estoy juzgando. ―Le digo mientras le acaricio la cara.
Su belleza podría poner de rodillas a cualquier hombre. Tengo la sensación que
ella me pondrá de rodillas a mí―. Tu abuelo, en cambio... ―Dejo las palabras
suspendidas en el aire entre nosotros.
―Lo que yo haga no es asunto tuyo ―susurra ella, abandonando la lucha y la
bravuconería―. Es mi vida y hace tiempo que la vivo como quiero. No necesito
un padre en mi vida.
Me río entre dientes, apretando mi polla contra ella.
―No quiero ser tu padre. Quiero ser mucho más, joder, melenkaya.
Me mira con los labios entreabiertos, los ojos muy abiertos y suplicantes. Eso
rompe el último resquicio de control que me quedaba. Mis labios chocan contra
los suyos, mis dedos se dirigen a esas bragas inútiles, que apenas cubren nada, y
se las arranco del cuerpo. Jadea, su cuerpo se tensa y forcejea contra mí.
Aprovecho la sacudida para deslizar mi lengua entre sus labios, cogiendo todo lo
que quiero.
La empujo contra la mesa y sus piernas se abren para mí, mientras ella cede
al beso y su cuerpo se relaja un poco. Mis manos se deslizan por el interior de sus
muslos y mis dedos recorren el exterior de su coño desnudo. Deslizo un dedo
dentro de ella, arrancándole un gemido por lo apretado que está. Mi dedo
encerrado en su cálido calor.
―No ―gruñe, apartando su boca de la mía mientras intenta cerrar las piernas.
―No me mientas ―gruño mientras le meto el dedo más adentro―. Dorogaya,
te vas a correr por mí ―gruño mientras le rodeo la garganta con la otra mano. Ella
no se niega―. Tienes el coño empapado, malenkaya. Quieres decirme otra vez
que no quieres esto? ―Introduzco otro dedo en el cálido calor. (Cariño)
Jadea ante la brutal embestida.
―Estás casado... ―Gime mientras la follo con el dedo. Se correrá por mí, no
me detendré hasta que lo haga―. Con mi madre ―gruñe.
―Eso, malenkaya, es porque necesito algo. Si te hubiera conocido primero,
créeme, dorogaya, ahora serías mi esposa.
Se ríe.
―Cualquiera sirve, ¿eh? ¿Por qué no ir a buscar una puta y follar?
Añado otro dedo, y esta vez grita. La estoy estirando, preparándola para
cuando la folle con mi polla.
―No quiero a nadie, Lena, te quiero a ti.
La he deseado desde el momento en que vi su foto, pero no esperaba que mi
control se hiciera añicos en el mismo instante en que la vi en persona.
Mis embestidas son castigadoras, no hay tregua.
―Kanchay dlya menya, moya malenkaya shlyushka ―le exijo.
―Nikolai ―grita mientras detona, su coño contrayéndose alrededor de mis
dedos, empapándolos con sus jugos―. Bastardo ―sisea. Respira
entrecortadamente.
―Oh, malenkaya, no tienes ni idea, acabo de empezar contigo. ―Retiro mis
dedos y la tiro de la mesa―. De rodillas, dorogaya.
Su mirada está llena de desafio. No sabe que su desobediencia sólo me pone
más duro. La pongo de rodillas a pesar de su resistencia. Le agarro la mandíbula
con los dedos y me saco la polla dolorida de los pantalones.
―Vas a chupar esto, malenkaya ―le ordeno, empujando mi polla más allá de
sus labios―. No pares hasta que te lo diga.
Le meto la polla hasta el fondo de la boca, la punta golpea el fondo de su
garganta y le entran arcadas, pero como buena chica, no para.
―Eso es, horoshaya malenkaya shlyushka, no pares. ―(Buena putita)
A
hora sí que me voy al infierno. Sus dedos son el cielo, el hombre sabe
cómo complacer a una mujer. Pero no deberíamos estar haciendo
esto, está casado con mi madre, es mi... padrastro.
El agarre que tiene en mi mandíbula es castigador. Está enfadado porque le
he negado. ¿De verdad esperaba que me abalanzara sobre él? El hombre está
jodidamente casado.
Me mete la polla en la boca, y su grosor casi me ahoga al llegar al fondo de
mi garganta. Me dan arcadas, pero me aguanto, respiro por la nariz, relajo la
mandíbula y dejo que él tome el control.
―Eso es, horoshaya malenkaya shlyushka, no pares ―me elogia. Sus palabras
me erizan los pezones. Nunca pensé que me gustaría que me llamaran buena
putita, pero sus palabras me producen un cosquilleo en todo el cuerpo.
Su mano se enreda en mi cabello y empieza a follarme la boca. Está cogiendo
todo lo que quiere a su manera. Yo sólo estoy aquí para que me lleve. Su otra
mano se dirige a mi cuello y sus dedos acarician mi piel. El brillo posesivo de sus
ojos dista mucho de la ternura con la que me acaricia el cuello. En cuestión de
segundos, la ternura desaparece cuando me rodea el cuello con sus callosos dedos
y me mete la polla hasta el fondo de la garganta.
―Puedo sentir mi polla aquí ―gruñe―. Sigue, moya prekrasnaya malenkaya
shlyushka.― (Mi hermosa putita.)
Su agarre en mi cabello se vuelve increíblemente doloroso y mis ojos se
llenan de lágrimas, pero el dolor no hace más que aumentar mi placer. Sus
embestidas se vuelven aún más duras, castigadoras, su polla golpeando el fondo
de mi garganta. No puedo contener el gemido que brota de mí.
Sus ojos se oscurecen, pasando del cálido marrón que me robó el aliento
cuando lo vi por primera vez a un color casi negro.
―Eso es, malenkaya, gime para mí. ―Sus dedos se cierran alrededor de mi
cuello, haciéndome soltar otro gemido.
Estoy empapada. Nunca había estado tan excitada, mis jugos corren por mis
muslos. Quiero más. Necesito alivio. Por enfermo que sea, sé que Nikolai es el
único hombre que puede provocar este tipo de respuesta en mí. A los veinticinco
no soy inexperta. He tenido algunas relaciones y disfruto del sexo, pero nada es
comparable a esto.
―Suéltame ―ordena.
La autoridad de su voz me hace soltar su polla al instante. Vuelvo a sentarme
sobre las rodillas y le miro. Es atractivo, con su fuerte musculatura, su aspecto
cincelado y el brillo peligroso de sus ojos; es el chico malo por excelencia. El que
me hace temblar con sólo una mirada ardiente. Pero nunca se lo demostraría.
Sus manos se dirigen a mis brazos, me levanta en el aire y me empuja sobre
la mesa. En cuanto estoy boca arriba, me agarra por los muslos y me penetra con
la misma brutalidad con la que me ha estado tratando esta noche. Mi espalda se
arquea cuando su polla me atraviesa, llenándome tanto que lloro de dolor.
―Niko...
―No ―gruñe, cortando mis palabras. Entra y sale de mí como un hombre con
una misión. El agarre que me da en los muslos es doloroso y sin duda mañana
me dejará moratones. A pesar de las brutales embestidas, mi cuerpo vuelve a
subir, este hombre me está llevando a nuevas alturas. Destrozándome por
completo para cualquier otra persona. ¿Cómo se supone que voy a fingir que esto
no ha sucedido?
Jadeo cuando ralentiza sus movimientos y me saca hasta que solo queda su
gruesa cabeza. Vuelve a deslizarse lentamente dentro de mí, llenándome la polla
centímetro a centímetro. Me permite sentirlo todo, cada superficie de su polla.
―Condón ―grito mientras me penetra de nuevo.
―Nunca, Lena ―gruñe, sus ojos se entrecierran en mí―. Nunca contigo.
Le fulmino con la mirada. Es un imbécil.
―Bastardo ―siseo―. Esta es la única vez que va a pasar. ―le digo con firmeza.
He cometido errores en mi vida. ¿Quién no? Pero esto es increíble.
Me la saca y yo contengo el gemido, odiando perder la conexión.
El enojo lo invade en oleadas. Me he dado cuenta de que Nikolai odia que le
digan que no. Me levanta de la mesa, sus ojos una vez más casi negros. Aunque
parece el diablo, sigue siendo con diferencia el hombre más sexy que he visto
nunca.
Me inclina sobre la mesa, con el culo al aire y los dedos enredados en mi
cabello.
―Lena ―gruñe contra mi oído mientras me penetra salvajemente―. Eres mía.
―Se retira para volver a penetrarme con dureza―. Te follaré cuando quiera y,
malenkaya, por mucho que finjas que no lo deseas, tu coño y tu cuerpo me dicen
lo contrario.
Es un bastardo.
―Kanchay Alya menya, moya malenkaya Shlyushka. ―(Córrete para mí, mi pequeña
puta.)
Me agarra el cabello con fuerza y tira de mí, arqueando la espalda hasta que
me aprieto contra él. Sus dedos tocan mi clítoris y rasguea el punto fruncido como
un músico experto.
Yo detono. Me hago añicos a sus órdenes. Me tiemblan los muslos, respiro
entrecortadamente. Estoy hecha papilla. Nikolai no le importa que sea incapaz de
formar un pensamiento coherente. Continúa follándome hasta el olvido
perdiéndose en mí. Está buscando su liberación.
―Esto no es cosa de una sola vez ― gruñe, sus caderas martillean mientras
tira más fuerte de mi cabello―. Eres mía.
Mi columna se endereza. Dios, no. Intento moverme pero es demasiado
fuerte.
―Mía, malenkaya, eres mía.
―No ―siseo―. Mi madre es tuya.
Su risa no tiene gracia.
―No, Lena, no lo es. Casarme con ella fue un error. ―Se abalanza sobre mí―.
Esto, sin embargo, no lo es. Así que, sí. Lena, eres mía. ―Empuja dentro de mí,
enterrándose hasta la empuñadura. Descargando hilo tras hilo de semen dentro
de mí.
Me desplomo sobre la mesa. Mi cuerpo está completamente agotado. Me da
un beso en la oreja.
―Mi preciosa Lena ―susurra mientras se separa de mí.
Me doy la vuelta, con su semen goteando por mi muslo, y lo miro fijamente,
encontrando sus ojos clavados en mí, su mirada intensa mientras contempla mi
cuerpo desnudo. El calor de sus ojos me enciende el cuerpo.
La culpa me golpea con fuerza mientras miro fijamente su polla semierecta.
Todo lo que hicimos estuvo mal, pero tan bien. No es mío. No debería haberlo
tocado. La vergüenza me invade.
―Yelena ―dice, su voz espesa de lujuria.
―¿Qué? ―Pregunto, mi desafio de vuelta con toda su fuerza.
―Quise decir lo que dije, malenkaya, eres mía.
Me pongo en pie de un salto, más que molesta por sus palabras. ¿Cuántas
veces va a repetirlo? Eso no cambia nada.
―No, no lo hago. Cristo, Nikolai. Lo que hicimos estuvo mal a muchos
niveles. ―Mi mirada se dirige a su polla una vez más―. Ni siquiera usaste un
maldito condón. Gracias a Dios, tomo la píldora ―digo asqueada. Nunca he
estado con un hombre que no se haya cubierto. Que el primer hombre que me
tome a pelo sea el marido de mi madre me revuelve el estómago y las náuseas me
suben por la garganta.
―Lena ―gruñe, provocándome escalofríos. Sus ojos se entrecierran, sus
labios se afinan y la ira se apodera de él. Sin duda porque no estoy de acuerdo
con él. Realmente desprecia la desobediencia.
―No tengo la costumbre de repetirme.
Oops. Parece que he enfadado al gran Pakhan malo. Ah, bueno. Miro mi
camiseta rota, la que me encantaba. Me quedaba perfecta. Ahora no podré
ponérmela nunca más. Me agacho, la recojo del suelo y giro sobre mis talones.
Estoy confusa y tengo náuseas. Necesito alejarme, no hay absolutamente nada
que pueda decir en este momento. Nikolai está delirando. Lo mejor es
mantenerme alejada de él.
Una semana, ese fue el tiempo que logré evitarlo antes. Algo que volveré a
hacer después de esta noche. Esto no puede volver a pasar. Si mi madre alguna
vez se entera, se pondría como loca. Mi madre es única, alguien que no se toma a
la ligera que la desprecien. Si se entera de lo que pasó entre Nikola y yo, dormiría
con un ojo abierto. Puede ser despiadada cuando quiere y estar casada tantas
veces, con hombres poderosos, la ha ayudado a acumular una gran cantidad de
aliados.
―La playera ―me grita su voz profunda cuando llego a la puerta―. ¿De quién
era?
No le contesto, sino que mantengo la cabeza alta y subo las escaleras para
ducharme, con la camiseta pegada al cuerpo. La camiseta oscura pertenecía al
chico que amaba, el que me enseñó demasiadas lecciones. Conservé la camiseta
porque era cómoda y como recordatorio de que no debía enamorarme de una cara
bonita.
Alessio Bianchi me enseñó que amar a alguien puede destruirte. Me enseñó
que por muy entregado que estés a alguien, te engañará. Me hizo darme cuenta
que la confianza no debe ser gratuita.
Hace cuatro años, me rompió. Me llevó un tiempo superar esa traición.
Debería haber sabido que sólo estaba conmigo para obtener información sobre mi
familia. Pero la verdad es que nunca renunciaría a mi familia, por mucho que
quisiera a alguien. Mi familia lo es todo y la protegeré con mi último aliento.
Alessio no es la única persona que amaba que me traicionó. Ni siquiera fue
el que más me dolió. Sin embargo, fue de él de quien logré liberarme. Mi madre,
por otro lado, es algo que todavía estoy tratando de entender.
Acostarse con su marido no nos iguala. Ni siquiera en lo más mínimo. Pero,
de nuevo, ella nunca va a averiguar lo que pasó entre Nikolai y yo.
Me meto en la ducha y dejo que el agua caiga sobre mí. Me quito lentamente
la venda del costado. Tiene mucho mejor aspecto, sigue fruncido y rojo, pero al
menos está cerrado y ya no sangra.
Cierro los ojos y mi cuerpo se tensa al recordar las manos de Nikolai sobre
mí. La forma en que me follaba con sus fuertes y callosos dedos.
Sacudo la cabeza intentando quitarme esos pensamientos de la cabeza.
Dios, esto va a ser una tortura. Estar bajo el mismo techo que él ya va a ser
bastante duro, pero tener la avalancha de recuerdos... voy a ser un desastre.
Sólo rezo para sobrevivir las próximas tres semanas.
E
stoy más que jodidamente furioso. Han pasado dos días desde que
tuve a la mujer que he estado esperando mucho tiempo, y se ha ido
otra vez. Ayer, ella salió de la casa mientras yo estaba en la ducha; y
luego ella estaba en casa cuando yo me había ido. Cierra con llave la puerta de su
habitación, pero si cree que eso va a detenerme, es que no conoce el hombre que
soy.
Hoy se ha ido de nuevo, joder. Empujo la puerta de su habitación, el aroma
floral de su perfume aún perdura en el aire. Mi polla se agita como siempre que
pienso en mi mujer.
Mi mirada recorre su dormitorio. Está limpio y ordenado, no hay nada fuera
de lugar. Veo su paquete de píldoras y siento la misma rabia que cuando me dijo
que tomaba el anticonceptivo. No puedo explicar por qué coño me enfurece, pero
hay una cosa que tengo clara: es mía y, cuando follemos, no habrá nada entre
nosotros. Avanzo hacia el paquete y veo que sólo falta la cinco de esta tira.
Saco el móvil del bolsillo y llamo al médico que tengo en nómina.
―Ya lo has oído ―gruño. Detesto tener que repetir lo que digo y, joder, odio
que intenten contrariarme.
―Pero, señor Vasiliev, eso no es ético ―tartamudea, sin duda deseando que
me busque otro médico con el que hacer mis gestiones.
―Puede ser, Garrison, pero no estoy preguntando por ética. Te estoy
diciendo que quiero un nuevo paquete de pastillas. Pero quiero que sean de
placebo.
―Sr. Vasiliev, no sé de dónde los sacaría.
―Eres un mentiroso, Garrison, a menos que quieras que pague una visita a
tu mujer, te sugeriría que te subieras a bordo con lo que estoy buscando.
Guarda silencio un momento.
―Puedo tenerlos para usted en una semana.
Mi risa es escalofriante.
―Los tendrás para mí en una hora.
La aguda inhalación me basta para saber que por fin he llegado a él. Bien.
―Que uno de sus hombres venga a la clínica.
―Bien, la próxima vez, haz lo que te digo cuando te lo digo.
―Sí, Sr. Vasiliev ―responde al instante.
―Ah, y, Garrison ―le digo antes de que termine la llamada, algo que aún no
ha aprendido a no hacer. Yo soy el jefe, yo le diré cuándo ha terminado la
conservación, no al revés―. Si me das algo que no sea lo que he pedido, asegúrate
de despedirte de tu mujer y de tu hija. ―Termino la llamada y fulmino con la
mirada a la franja ofensiva.
―Estás loco, lo sabes, ¿verdad? ―me dice Ilya con una risita.
―Eso se rumorea desde hace años ―respondo con un gruñido―. ¿Qué haces
aquí, Ilya? ―le pregunto girándome hacia él.
Mi ayudante, es el hombre que ha estado a mi lado desde el principio. Que
sabe absolutamente todo lo que hay que saber sobre mí, incluyendo esta farsa de
matrimonio con Adele.
―Recibí una llamada de Stefan. Tu mujer está siendo follada por un tío rico
en Las Vegas.
Me encojo de hombros, sin que me moleste lo más mínimo lo que está
haciendo esa zorra.
―¿Y?
Sonríe con satisfacción.
―Iba a darte la noticia de que la suka está haciendo lo que hemos sospechado
mucho antes de que tú te casaras con ella, y descubro que le cambias el
anticonceptivo a su hija. Dime, Nik, ¿has perdido la cabeza?
―Cuidado ―gruño.
Sus ojos se abren de par en par ante mis palabras.
―Cuidado. ¿Qué demonios, Nikolai? Somos amigos desde niños. Ahora me
dices que tenga cuidado. ¿Qué está pasando?
Me restriego la mano por la cara.
―Me estoy volviendo loco, Ilya. En cuanto la vi, supe que sería mía.
Sus cejas prácticamente le llegan al nacimiento del pelo.
―Me está evitando ―siseo―. Se va cuando me ducho y vuelve cuando estoy
en el club.
Sus labios se crispan.
―Y le estás cambiando las pastillas porque...
―Porque quiero ―respondo, no le debo explicaciones a nadie.
―Si haces esto, podría acabar embarazada. ¿Eso quieres?
―Sí. Eso es exactamente lo que quiero.
No le contesto, pero por supuesto que lo sabe. Se ríe burlonamente mientras
me sigue fuera de la habitación de Lena.
―¿Por fin has encontrado a la mujer con la que quieres sentar la cabeza? ¿Y
es la hija de tu esposa?
―Ilya ―gruño―. Tienes una opción. Cállate la boca o vete.
Me sigue escaleras abajo.
―En serio, ¿qué vas a hacer?
―No tengo ni idea. ―Especialmente con ella ignorándome. ¿Realmente cree
que funcionará? ¿Que mantendré mi distancia?
―¿Cuándo va a volver Adele? ―me pregunta mientras entramos en mi
oficina y frunzo el ceño, ¿cómo coño voy a saberlo?―. ¿Qué va a pasar cuando
vuelva y descubra que te has acostado con su hija?
―Ilya, ¿por qué haces preguntas estúpidas?
Se ríe entre dientes.
―Nunca te follaste a Adele, ¿verdad? ―Me estremezco al pensarlo.
―Ni una puta vez.
―Bueno, supongo que eso es algo ―la ronca y aterciopelada voz viene de
detrás de mí.
Me giro y veo a Yelena en la puerta, con los brazos sobre el pecho y
mirándonos a Ilya y a mí.
―Eres encantadora ―dice Ilya, mostrándole su sonrisa arrogante que usa con
todas las mujeres―. ¿Nos conocemos?
―Ilya ―gruño, haciendo todo lo posible por no coger la pistola de mi funda
y matar a mi mejor amigo.
Levanta la mano, pidiéndome en silencio que aguante.
―Te conozco, salías con el italiano. ―Me mira antes de volver a mirar a la
tentadora rubia. Chasquea los dedos―. El chico Bianchi. Alessio.
Ella sonríe alegremente.
―¿Y si lo fuera?
Me aprieta el estómago pensar que pueda estar con otra persona. De nuevo,
la posesividad asoma su fea cabeza.
―Se rumorea que te ha estado buscando ―continúa Ilya―. ¿Qué hizo para
que le dejaras?
Ella levanta una ceja.
―En primer lugar, no es asunto tuyo. Mi vida es exactamente eso. Mía. En
segundo lugar, Ales no me está buscando. Él y yo hemos hablado. Ha encontrado
a alguien nuevo y está fuera de mi vista. ¿Algo más que quieras curiosear?
El culo sonríe.
―Claro, ¿así que te follaste al jefe y ahora te escondes de él?
Ella parpadea.
―Oh, bueno como yo lo veo, es tu jefe, quien tomó lo que quería. Sea cual sea
el juego que está jugando, no quiero tener nada que ver con eso. Tres semanas y
me voy. ―Sus ojos se estrechan en mí―. Si me disculpas, tengo que ir a un sitio.
En el momento en que se aleja, Ilya se ríe.
―Buena suerte con ella, Nik, te va a dar mucha guerra.
No me cabe la menor duda. Yelena es todo lo que quiero en una mujer.
Luchadora, fuerte, independiente, hermosa, y ella toma la polla mejor que
cualquier mujer que he tenido antes.
―Vamos ―le digo antes de encontrar a Lena y follármela, otra vez―. Es hora
de ir a visitar al médico. ―Quiero esas malditas pastillas. No hay forma de que la
deje ir.

―¿Jefe? ―Konstantin, mi ejecutor, dice al entrar en mi oficina.


Levanto la vista de la pantalla de mi ordenador y veo que va vestido con un
traje a medida, algo que desprecia pero que se pone siempre que está aquí en el
club.
Tres días, Yelena lleva tres días fuera y no tengo ni puta idea de adónde ha
ido. Ilya la está buscando, me ha asegurado que la encontrará. Más le vale
encontrarla. Estoy perdiendo la maldita cabeza. No tengo ni idea de lo que esta
mujer me ha hecho, pero me he dado cuenta que no puedo estar sin ella.
¿Cómo puede pasar eso después de una vez?
―Stefan está esperando fuera ―me dice y yo me pregunto por qué demonios
no ha entrado el hombre―. Mi informante en la Mafia Alekseev me ha dicho que
La Bala se ha tomado un descanso. Se los llevaron en una redada que ocurrió en
las afueras de Nueva York.
La Bala es el apodo dado al asesino de Alekseev. El mejor tirador conocido
por el hombre. Durante años, distintas facciones de la Bratva han intentado
descubrir su identidad, pero hasta ahora ha sido un misterio.
―¿Secuestrado?
Asiente con la cabeza.
―Sí, fue un montaje, un trabajo desde adentro. La Bala fue a eliminar a un
objetivo, pero en su lugar fue rodeado por los hombres de Babić. No se sabe
cuánto tiempo estuvo fuera, pero según Yori, resultó herido y ahora se está
recuperando.
―A los croatas no les importa a quién matan. No planean meticulosamente
sus guerras, sino que se lanzan por todas. Han crecido en la última década,
moviéndose por el este del país. Estúpidos es lo que son, si hubieran crecido de
forma más constante en el oeste, tendrían los números para enfrentarse a los
Gallagher y los Bianchi. Como están ahora, empiezan la guerra, y todos mueren.
―Averigua quién ya no está disponible para la familia Alekseev
Sonríe.
―Ya está hecho. Sólo hay tres miembros de la familia que ya no están
disponibles. Artur, Rodion y Yelena. ―Se ríe al pronunciar su nombre―. Como si
Maksim quisiera que su nieta fuera La Bala.
Respiro con fuerza al recordar el vendaje del costado de Yelena, la forma en
que lo hizo pasar por alto como si nada, el tatuaje que ahora tiene sentido, la
pistola, las rosas y las gotas de sangre. ¿Cómo se las arregló Maksim para ocultar
durante tanto tiempo que Yelena era La Bala?
―Gracias, Konstantin. Envía a Stefan cuando salgas.
―Jefe, el suka ha vuelto. Actualmente se aloja en su hotel meando a todos y
cada uno de los miembros del staff. Ha recibido muchas llamadas, aún no he
descubierto con quién, pero estoy en ello.
―Gracias, Stefan, quiero los números en mi escritorio mañana por la mañana.
―No confío en Adele hasta donde puedo presionarla y si está hablando con
alguien, quiero saber quién es.
―Por supuesto, jefe. ―Cuando se da la vuelta para irse, suena mi móvil. Es
Pavel, el chofer de Lena.
―Jefe, he dejado a la señora Alekseeva en Crimson ―me dice en cuanto
contesto a la llamada.
Me pongo en pie y me dirijo hacia la puerta de la oficina.
―Gracias, Pavel, voy para allá.
―Stefan, llama a Ilya, dile que mueva el culo hasta Crimson. ―Mis pies se
mueven tan rápido como pueden, la idea de que algo le pase a Lena me vuelve
homicida.
―¿Por qué vamos allí? ―pregunta mientras se lleva el móvil a la oreja.
Crimson es uno de mis clubes, genera dinero, es un lugar que no tengo que
frecuentar a menudo porque está bien gestionado y se mantiene limpio.
―Lena está ahí ―le digo mientras empujo la puerta de salida trasera hacia mi
coche.
El trayecto hasta Crimson es tranquilo, Stefan está nervioso, sin saber cómo
voy a reaccionar a lo que coño esté pasando. Voy a ponerle el culo colorado por
salir de casa y esconderse de mí. Tres días ha mantenido las distancias y esta
noche se acaba.
Entro en Crimson con Stefan a mi lado, Ilya está a unos momentos. No tengo
que buscar mucho para encontrar a Yelena. Está en la pista de baile, con la cabeza
echada hacia atrás mientras baila al ritmo de la música, su cuerpo se mueve en
sincronía con el tempo. Lleva el vestido más corto y ajustado que he visto en mi
vida. Definitivamente se va a poner roja esta noche. Ella no sale de la casa sin un
hombre sobre ella vestida así.
Joder, se me tensa la polla. Es preciosa.
En cuanto piso la puerta, veo a un hombre que se acerca a ella. Ella niega con
la cabeza, pero él insiste. Ella expresa su rechazo, sus ojos se entrecierran cuando
él intenta tocarla.
Me dirijo hacia ellos, la multitud de borrachos se separa cuando me acerco.
―No me toques ―dice en voz alta, arrastrando las palabras mientras se aleja
de él. Veo que el hombre que va a perder la vida es Viktor, el cabrón es portero
aquí en mi club. Le pone las manos en las caderas y la acerca a él, una vez más, le
dice que deje de tocarla. Cada vez las palabras salen un poco más arrastradas e
ininteligibles.
En el momento en que pone sus labios sobre ella, me vuelvo loco. Nadie toca
lo que es mío.
Al pasar por delante de las luces de la ciudad, me acomodo en el asiento y
suspiro. Estoy muerta de cansancio, pero sé que no puedo volver a casa. No
puedo tratar con Nikolai hoy. Simplemente no tengo la fuerza para decirle que
no
Mi abuelo me va a matar si descubre que he estado trabajando mientras él
quiere que me recupere. Pero tengo que averiguar quién me tendió la trampa y
tengo la sensación de que ya lo sé. No sería la primera vez que mi madre vende
información sobre mí para conseguir lo que quiere. La primera vez que lo hizo mi
padre acabó muerto.
Mi padre murió cuando tres hombres vinieron a secuestrarme, y él los
detuvo, pero acabó muriendo a causa de las heridas que había sufrido. Siempre
he sabido que mi madre tuvo algo que ver con su muerte, ya que al día siguiente
sonreía en lugar de estar de luto y tenía mucho dinero para gastar. Hasta hoy, no
he podido probarlo.
Sólo un puñado de personas saben que soy La Bala. Aunque otros miembros
de la familia saben que soy una asesina, no conocen la profundidad de mis
habilidades. Mi madre, mi abuelo y algunos miembros de alto rango de la Bratva
saben quién soy realmente. No hay nadie más que pudiera haber traicionado a la
familia.
Los hombres no me traicionarían, son leales a la familia Alekseev. La única
persona sin ataduras es mi madre. Ella también está motivada por la codicia.
―Yelena ―dice Pavel en voz baja―. Estamos aquí.
Le regalo una sonrisa.
―Gracias, por favor, vete a casa y descansa. ―El hombre quiere estar a mi
lado las veinticuatro horas del día. Aunque aprecio el sentimiento, soy bastante
capaz de cuidar de mí misma―. Llévale algo de cenar a casa a tu mujer.
Me sonríe tímidamente.
―Le encantaría, gracias.
Sacudo la cabeza. Claro que lo haría. Rebusco en mi bolso y le doy algo de
dinero.
―Cómprale también flores ―le digo―. Nos vemos mañana ―le digo mientras
salgo del vehículo.
Los últimos tres días han sido agitados y apenas he dormido. No gracias a
Nikolai. Ha pasado casi una semana desde que dormimos juntos y, sin embargo,
puedo recordar vívidamente cada centímetro de lo que me hizo. Mi cuerpo se
enciende cada vez que recuerdo lo que pasó entre nosotros. Le deseo, eso es
innegable, y descubrir que nunca se ha acostado con mi madre me ha ayudado a
sentirme menos culpable por lo que hicimos.
Al llegar a la discoteca, el portero sonríe y me deja pasar por la cuerda que
acaba de abrir para mí. Se oyen gemidos de algunas de las personas que esperan
fuera, pero los ignoro y entro. La música ya retumba y dejo que me invada. Hacía
tiempo que no salía a divertirme. Pero esta noche me tomaré una copa o dos,
quizá baile, y luego me iré a casa, donde me quedaré a dormir, de ser posible sin
ver a Nikolai.
―¿Puedo invitarte a una copa? ―me pregunta un rato después un apuesto
vaquero, cuyo acento me hace sonreír.
―Gracias, pero estoy bien ―declino cortésmente, maldiciendo a Nikolai por
ser un cabrón. Si no me hubiera acostado con él, este hombre de aquí sería el chico
perfecto con el que me enrollaría.
Una noche, sin alboroto, y una vez que termine, nunca tendré que mirar
atrás.
Su sonrisa es amplia y me guiña un ojo.
―Está bien, cariño, espero que pases una buena noche. ―Maldita sea, estos
hombres de aquí abajo son dulces.
―Lo mismo digo. Espero que la próxima mujer a la que se lo pidas no te
rechace. ―Se ríe mientras se aleja de mí, y me alegro de que no le molestara que
lo rechazara. Algunos hombres son gilipollas y odian que les digan que no.
El club se llena más a medida que avanza la noche. Echo un vistazo al móvil
y veo que llevo aquí casi dos horas, se me ha pasado el límite de dos copas y no
recuerdo el número. Estoy vibrando, siento la cabeza un poco más ligera y la
habitación me da vueltas mientras me pongo en pie. Me siento un poco incómoda
mientras me dirijo la pista de baile, pero me dejo llevar por la música y por la
canción.
Las canciones empiezan a confundirse, he perdido la noción del tiempo, la
cabeza me da vueltas y sé que debería irme, siento la boca rara, seca, y trago con
fuerza intentando que mejore.
Veo a un tipo que se acerca a mí, me mira fijamente y niego con la cabeza.
No, no estoy en el estado de ánimo adecuado para estar cerca de nadie en este
momento. Es hora de irme a casa. Pero el hombre no acepta un no por respuesta
y me empuja con la mano extendida, dispuesto a agarrarme.
―No me toques ―siseo.
Espera, ¿soy yo? ¿Las palabras se arrastran?
Pero no me hace caso, me agarra por las caderas, el agarre que tiene es
doloroso mientras tira de mí hacia él para impedir que me vaya. Su aliento es
caliente contra mi piel mientras se inclina hacia mí para hablar.
―Déjame en paz ―le digo. Necesito que entienda que no significa no―. No
me toques, joder. ―Mi voz es cada vez más baja.
¿Alguien me ha dado algo? No hay forma de que esté tan mal después de un
par de copas.
Sus labios presionan mi mejilla mientras su mano empieza a bajar por mi
cuerpo. La bilis sube por mi garganta e intento apartarlo.
―Te he estado observando toda la noche, eres una provocadora de pollas.
¿Por qué los hombres creen que lo hacemos por ellos? Me lo estaba pasando
bien hasta que se acercó a mí.
Incluso en mi estado de embriaguez, sé cómo cuidarme. Mi pie cae sobre el
suyo y él retrocede, dejándome espacio suficiente para soltarme de su agarre.
Levanto la rodilla y le doy justo donde le duele. Se agarra las pelotas, lo que me
da la oportunidad perfecta para clavarle la polla en la cara. Me gruñe y se
endereza antes de avanzar hacia mí. Me preparo para lo que está a punto de
ocurrir, con la adrenalina recorriendo mi cuerpo. Justo cuando se dispone a
golpearme, una mano tatuada se tensa alrededor de su muñeca y lo detiene antes
de que consiga hacerme daño.
―No la toques ―gruñe Nikolai. Retuerce el brazo del hombre detrás de su
espalda, incluso por encima de la música puedo oír el chasquido de su rotura―.
Vas a pagar por eso.
―Mierda ―la voz del hombre del otro día suena desde detrás de mí―. Nik,
¿no podías esperarme?
Me balanceo sobre mis pies, el calor recorre mi cuerpo mientras las náuseas
suben por mi garganta. Me lo trago e intento alejarme de la escena que tengo
delante. Necesito aire fresco. Pero en cuanto doy un paso, sé que algo va muy
mal.
―¿Malenkaya? ―Nikolai pregunta, su tono lleno de preocupación.
Me siento caer, es como si ya no tuviera control sobre mi cuerpo. Mis ojos se
cierran y eso es todo, se apagan las luces.

Me despierto con voces y el sonido de carne golpeando carne. El gruñido de


barítono enfadado de Nikolai hace que intente incorporarme. Me doy cuenta que
estoy en una oficina, tumbada en un sofá de cuero. No tengo ni idea de dónde
estoy, pero oír la voz de Nikolai me tranquiliza. La cabeza aún me da vueltas por
el mareo y siento que voy a vomitar mientras me siento de nuevo contra el sofá.
Veo como Nikolai golpea al hombre hasta dejarlo hecho papilla. Los sonidos
de gruñidos y gemidos llenan la habitación. Tardo unos minutos en darme cuenta
de lo que ha pasado. Me doy cuenta que el hombre al que Nikolai está golpeando
es el mismo que no aceptaba un no por respuesta. Mi mente aún está confusa,
pero en el fondo sé que algo va muy mal. Tengo la sensación de que me han
metido una droga.
―¿Qué planeabas hacerle? ―Nikolai gruñe mientras golpea las costillas del
hombre.
―Mira, si hubiera sabido que era tuya, no la habría tocado ―dice el gilipollas
como si eso tuviera alguna diferencia.
―Viktor ―gruñe Nikolai, que parece conocer al hombre―. Esta es la última
vez que pregunto. ¿Qué habías planeado hacerle?
―Íbamos a pasarlo bien.
De repente, me di cuenta que fue él quien me drogó. Estaba mirando
mientras el vaquero se acercaba a mí. Me había estado observando toda la noche.
―Me ha drogado ―anuncio a la sala, con la voz ronca, como si hubiera estado
gritando durante la última hora o así.
El gruñido furioso de Nikolai no se parece a nada que haya oído antes.
―¿Drogaste a mi mujer? ―El puñetazo que lanza es en la mandíbula del
hombre―. ¿Ibas a violarla?
No hay respuesta de Viktor, pero a Nikolai no le importa, no ceja. No soy tan
estúpida como para hacer que se detenga. Tiene razón, si Viktor hubiera tenido
éxito, me habría violado y no habría podido hacer nada al respecto con las drogas
en mi organismo.
La paliza que recibe Viktor es horrenda, suelta un gemido bajo y sé que no
pasará mucho más tiempo hasta que de su último aliento.
―Te hice una promesa, Viktor, te prometí que morirías por ponerle las manos
encima. Nunca rompo una promesa. Arderás por tocarla.
Soy incapaz de apartar la vista de la escena que tengo delante. Nikolai ha
hecho una declaración esta noche, no habrá hombre en la Bratva aquí en Texas
que no sepa que me ha reclamado.
Los golpes de Nikolai se vuelven feroces. No afloja, golpe tras golpe en la
cara de Viktor hasta que se derrumba. Está atado a una silla, inmóvil, sus rasgos
irreconocibles y sé que esta noche será quemado por otra persona. Asegurándose
de que sus restos nunca serán encontrados.
Nikolai se vuelve hacia mí, con la cara y la ropa empapadas de sangre.
Debería horrorizarme por lo que ha pasado, como haría una mujer normal, pero
no es así. He visto la muerte muchas veces y la recibo con los brazos abiertos.
―Malenkaya, ¿estás bien? ―me pregunta mientras se acerca a mí, extiende su
mano ensangrentada y me pasa un dedo tatuado por la mejilla.
Asiento con la cabeza.
―Estoy bien ―susurro, insegura de lo que realmente pasará a partir de ahora.
―Entonces, dorogaya, déjame llevarte a casa. ―Su voz suave y llena de
preocupación.
―De acuerdo ―respondo con la misma suavidad.
Me sonríe y juro que se me derrite el corazón. Este hombre me ha demostrado
más de una vez que soy lo que quiere. La pregunta es, ¿doy el salto y me aferro o
me alejo?
V
erla desmayada me produjo un miedo como nunca había sentido.
Normalmente es tan fuerte y llena de actitud, pero verla
inconsciente, tan vulnerable, ha hecho rabiar a la bestia que llevo
dentro. Sabía que ella sería una debilidad para mí, pero no tenía idea de cuán
débil me volvería. Ella puede ponerme de rodillas. Sé que, si algo le pasara,
quemaría el mundo para vengarla.
Nunca. Ni una sola vez me he sentido así por nadie.
La sed de sangre al ver a Viktor tocarla no fue nada comparado con cuando
descubrí que ese pedazo de mierda la drogó. En el momento en que me lo dijo
supe lo que tenía planeado para ella. Ver como la vida abandona sus ojos no calma
a la bestia que lleva dentro. Quiero más sangre, más carnicería, quiero hacerle aún
más daño, pero no puedo, ya está muerto. Murió fácilmente.
―Malenkaya, ¿estás bien? ―Le pregunto cómo está con las drogas en su
organismo.
Ella asiente.
―Estoy bien. ―Su voz suave y llena de incertidumbre. Odio esto, quiero a mi
mocosa de vuelta, la que se mantendrá firme y me negará lo que es mío.
―Entonces, dorogaya, deja que te lleve a casa ―le digo con preocupación.
Quiero llevarla a casa, ducharla y llevarla a la cama, donde pueda abrazarla y
saber que está bien.
―Está bien ―responde con suavidad, con la aceptación brillando en sus
preciosos ojos.
Le sonrío, espero que ahora podamos encontrar un camino que nos lleve a
donde quiero que estemos. Ella en mi cama todas las putas noches. ¿Quizá
debería contarle la verdad sobre mi situación con su madre? Puede que se
muestre más comunicativa.
La levanto en mis brazos, a ninguno de los dos nos importa la sangre que
empapa mi piel y mi ropa. Sé quién es y lo que ha hecho; la muerte es algo a lo
que ambos estamos acostumbrados.
Mis hombres se mantienen erguidos mientras salgo de mi oficina. Nunca
suelo ocuparme de líos aquí, pero a este gilipollas había que darle una lección y
yo no iba a estar muy lejos de Lena.
―¿Jefe? ―Ilya dice mientras se pone de pie.
―Konstantin, saca a ese cabrón de mi oficina y quémalo ―gruño mientras
atraigo a Lena más contra mi cuerpo, está flácida pero alerta y eso es lo
principal―. Ilya, mañana por la mañana, quiero averiguar qué le ha pasado.
Mi mano derecha asiente. Sabe lo que quiero, trabajará en ello esta noche,
conociéndole, tendría la respuesta en una hora, pero no quiero que me molesten
esta noche.
―En ello, voy a ayudar a Konstantin, vamos a hacer esto.
No me quedo charlando, paso junto a ellos, necesito llevarla a casa, donde sé
que estará a salvo. Gime en mis brazos cuando la empujo al bajar las escaleras.
Le doy un beso en la cabeza a modo de disculpa.
Cuando llego a mi coche, la pongo en el asiento del copiloto, ya que necesito
poder verla para no perderla de vista. Tiene los ojos cerrados y las piernas
abiertas. Ignoro cómo se le ha subido el vestido hasta los muslos, haciendo que
sus bragas negras asomen entre sus piernas. Me concentro en conducir y no en
mi erección, que tiene su propia mente cuando se trata de Yelena.
Ya casi estoy en casa cuando oigo un gemido grave de Yelena y me tenso. No
es un gemido de dolor o de sudor.
―No, esto es por placer. Debería saberlo, he estado repitiendo esos pequeños
sonidos que hace una y otra vez en mi mente.
―Malenkaya, ¿qué estás haciendo? ―Exijo, con voz gruesa y llena de ira.
Ella suelta otro gemido.
―Ummm...
La miro y veo que se está tocando el coño con los dedos, que se ha subido el
vestido por encima de las caderas y que se ha quitado las bragas. ¿Qué coño pasa?
―Lena ―gruño―. Aparta tus dedos de mi coño.
Ella suelta un agudo grito ahogado.
―¿Qué?
Le lancé una mirada.
―Saca tus dedos de mi coño, no puedes jugar con él.
―Pero...
Mis manos se tensan alrededor del volante, luchando contra el impulso de
parar y hacerlo yo mismo.
―Si quieres jugar cuando lleguemos a casa, entonces, malenkaya, estaré más
que feliz de comerte, follarte, lo que coño quieras, pero no toques lo que es mío.
Retira los dedos al instante, con el pecho agitado y la respiración
entrecortada.
―Por favor ―gime.
Mi polla es gruesa y hace fuerza contra mi cremallera.
―¿Qué quieres, malenkaya?
Suelta un gemido cuando entro en el garaje.
―Tú ―contesta con firmeza.
En cuanto aparco, sale del coche y camina hacia la casa con paso inseguro.
La alcanzo antes de que llegue a la escalera y le rodeo la cintura con el brazo. Se
apoya en mí, con la cabeza apoyada en mi brazo.
―Ojalá no estuvieras casado con mi madre ―susurra, y oír esas palabras me
deja helado.
Sé que debo decirle la verdad, que el matrimonio es nulo. Me había
asegurado de tener una salida, la ceremonia en sí no era legal. Ella no es mi
esposa. Nunca lo ha sido y nunca lo será, pero Adele tiene información que
necesito y hasta que no me la dé, seguirá pensando que es mi esposa.
―Vamos, malenkaya ―la insto, con la esperanza de cambiar de tema―. Es
hora de ducharse ―la levanto en brazos cuando tropieza al subir las escaleras.
Me rodea la cintura con las piernas, se agarra a mis hombros y me acerca los
labios a la oreja.
―Tienes la polla muy dura. ¿Sigues pensando en aquella noche?
Mis brazos rodean su cuerpo.
―Dorogaya ―gruño en voz baja―. Cada puto minuto del día.
Su cuerpecito apretado rechina contra mi furiosa erección.
―No puedo dejar de pensar en ti ―admite, y tengo la sensación de que si no
la hubieran drogado no estaría oyendo estas palabras de ella―. Nunca me había
sentido tan viva. Nadie se compara contigo.
Los celos y la rabia me azotan como un tsunami.
―Lena ―siseo―. No hables de los otros hombres con los que has estado.
Nunca.
Su risa es ronca y mi polla se estremece al oírla.
―Me has arruinado ―dice, levantando la cabeza para mirarme cuando entro
en casa―. Nadie podrá compararse contigo.
Sonrío. Bien, ahora es el momento de asegurarme de que no irá a ningún otro
sitio. ―Entonces, malenkaya, menos mal que eres mía.
Nuestros labios se tocan, hambrientos, frenéticos y apasionados. Se ha
entregado a todo lo que quiere y no hay quien la detenga. Esta mujer me tiene
completamente cautivado y no hay forma de que la deje ir.
Subo las escaleras con ella en brazos, nuestras bocas fundidas, nada me
apetece más que despojarla de su ropa y follármela aquí mismo, pero primero,
quiero saborearla.
En cuanto llegamos a mi dormitorio, la pongo en pie.
―Desnúdate, malenkaya ―le ordeno y ella lo hace sin rechistar―. Horoshaya
malenkaya.
Sus ojos se iluminan ante mis elogios.
―Túmbate ―le ordeno―. Piernas abiertas, es hora de comer.
Respira hondo, pero hace lo que le pido y se sube a la cama, ofreciéndome
una vista perfecta de su culo, algo que reclamaré como mío en cuanto la deje
embarazada. Se vuelve hacia mí, con la mirada fija únicamente en mí, mientras
abre las piernas para mí.
Me desnudo y mi polla ya está chorreando semen. La agarro y le doy unas
cuantas caricias, Lena gime ante mis acciones.
―¿Qué quieres, malenkaya?
―Cómeme ―suspira.
Me arrodillo, veo su coño reluciente y sé que cuando pase mi dedo por sus
pliegues la encontraré mojada. Justo como me gusta.
Tengo razón, está jodidamente empapada. Está gimiendo, apretando su coño
contra mi dedo, queriendo más. Su dulce aroma me golpea y necesito probarla.
Nada sabe tan bien como ella. En cuanto mi lengua toca su coño, se arquea sobre
la cama, con la espalda encorvada mientras gime en lo más profundo de su
garganta. Me doy un festín con ella, incapaz de creer lo exquisito que sabe. Soy
un maldito adicto. Moriría feliz si pudiera desayunarla, comerla y cenar con ella.
Veo la cicatriz fruncida en su costado.
―¿Qué ha pasado?
Duda antes de responderme.
―Sé que sabes quién soy. También debes haber oído la historia de lo que
pasó. Traicionaron a nuestra familia, me capturaron, me golpearon cuando los
croatas intentaban sonsacarme información y me dispararon cuando escapaba.
―Me molesta su forma de hablar, pero también sé que es un mecanismo de
supervivencia.
Hoy, dejaré la conversación. Cuando sepa que está preparada, volveremos a
hablar de ello.
―Nikolai ―jadea cuando empujo mi dedo dentro de ella. Las paredes de su
coño se contraen a su alrededor y dudo que haya un momento en que no la desee.
―Te tengo, malenkaya ―le prometo. Me acerco su coño a la boca y le doy
placer con la boca y los dedos, adorándola, mostrándole cuánto la deseo.
Me aprieta, su cuerpo se tensa, está al borde del abismo.
―Oooh ―grita cuando meto otro dedo dentro de ella. Necesito que se corra,
necesito que esté lista para cuando me tome―. Nikolai ―grita mientras su coño se
convulsiona alrededor de mis dedos, suelto su clítoris y me pongo en pie, necesito
follármela.
Me elevo sobre ella y me subo a la cama. Coloco mi polla en la entrada de su
coño y empujo dentro de ella. Sus manos me agarran los brazos mientras me meto
hasta el fondo. Joder, sí. La abrumadora sensación de estar en casa me invade.
Este es mi sitio.
―Más fuerte ―suplica.
No soy de los que la decepcionan, así que la saco antes de volver a penetrarla.
Mis embestidas son brutales, pero a Lena le encanta; sus gemidos me animan a
ver cuánto dolor puede soportar. Mis manos están en sus caderas, inclinándolas,
lo que me permite un mejor acceso.
―Ahhh ―grita cuando llego a la entrada de su cuello uterino. Joder, la
agradable sensación de estar dentro de ella es casi más de lo que puedo soportar.
Aprieto los dientes mientras me retiro y vuelvo a penetrarla.
―Nikolai... ―grita de dolor.
―Kanchay dlya menya, moya malenkaya shlyushka ―le insisto sabiendo que no va
a hacer falta mucho más para que me derrame dentro de ella.
Sigo golpeando con fuerza su coño, ella me araña, grita cada vez que
atravieso su cuello uterino. Mis pelotas se tensan y sé que estoy al borde del
abismo.
―Ven, Lena ―exijo.
Y lo hace, arqueando la espalda y cerrando los ojos mientras grita mi nombre.
―Ya napolnyu tebya moey spermoy, moya malenkaya shlyushka ―gruño mientras
vuelvo a penetrarla y exploto.
Mi polla se sacude cuando pienso en lo fértil que es ahora, sobre todo desde
que he cambiado sus píldoras anticonceptivas. Sólo de pensarlo, me corro aún
más.
Me separo de ella y me tumbo en la cama a su lado, ella se gira y se acurruca
a mi lado.
―Gracias ―susurra―. No era necesario que me cuidaras esta noche, pero lo
has hecho. Gracias.
Dios, ¿habla en serio?
―Lena. ―Mi voz es un estruendo―. Eres mía, cuido lo que valoro, y,
malenkaya, tú estás en la puta cima de esa lista.
Se acurruca más en mi costado mientras cojo las sábanas y las pongo sobre
nosotros.
―Nunca ―me dice―, nadie me ha cuidado como tú y nunca me he sentido
más segura.
Intento no interpretar sus palabras, están aturdidas y tiene los ojos cerrados.
Pero si lo que dice es cierto y su familia la ha cagado por no cuidarla, me importa
una mierda, me voy a Nueva York y me los cargo a todos.
―Duerme, dorogaya ―le insto mientras aprieto un beso contra su cabeza.
En unos minutos se queda profundamente dormida. Mañana tengo que
lidiar con su madre. Adele me dirá qué coño está pasando. Una vez que la saque
de en medio, Lena se liberará de la mierda que mantiene sus muros a mi
alrededor.
H
ace más de un mes que me drogaron y las cosas entre Nikolai y yo
están más revueltas que nunca. He intentado alejarme de él, pero
no puedo. Me siento atraída por él como una polilla a una llama.
He intentado luchar contra la atracción, he intentado enterrarla muy dentro, pero
es inútil. El hombre no se da por vencido y cada día me digo que no más, y cada
noche, estoy siendo jodido fuera de mi mente por el hombre que estoy
enamorándome tan duro.
Termino enviándole un mensaje a Nikolai, haciéndole saber que solo estoy
tomando un café y luego me voy. Quiere invitarme a cenar y, aunque sé que
debería negarme, no puedo.
―Ah, bien, ya estás aquí. ―Me tenso al oír el sonido de la voz de mi madre.
No tenía ni idea de que había vuelto.
Giro sobre mis talones y la veo entrar en la cocina, tan glamurosa como
siempre. Lleva un pantalón rojo ajustado que le sienta de maravilla, el pelo rubio
recogido en la cabeza y algunos mechones cayéndole alrededor de la cara; se ha
pintado los labios de rojo intenso a juego con el traje, por no hablar de los tacones
que lleva.
―Oye, ¿cuándo has vuelto? ―pregunto mientras me llevo la taza de café a los
labios.
Sus ojos recorren mi atuendo. Llevo un vestido morado ajustado que deja ver
mis piernas y mi culo, porque sé que a Nikolai le encanta mirarlos.
―Hace tiempo que me mantengo alejada de la casa. ―Su voz es fría y
calculadora.
Dejo la taza sobre la encimera y cruzo los brazos sobre el pecho.
―¿Y eso por qué? ―pregunto mientras me apoyo en la encimera.
Ya la he visto antes con esa mirada, el desdén en sus ojos. Es una mujer difícil
de complacer, algo que dejé de intentar a los siete años, cuando me di cuenta de
lo manipuladora que es. Está enfadada por algo y está a punto de hacérmelo
saber.
―Se suponía que te habías ido ―dice, con voz baja y tranquila, pero sus ojos
cuentan otra historia. Están llenos de rabia.
Una sensación nauseabunda se enrosca en la boca de mi estómago. Ella lo
sabe.
―El abuelo me dijo que me quedara un mes más ―respondo, no miento, me
lo dijo. Creo que después de lo ocurrido quiere que me aleje del peligro, y tengo
que admitir que el último mes ha sido dichoso, pero al mismo tiempo echo de
menos la adrenalina, el subidón, que me produce una matanza.
Me fulmina con la mirada.
―Esta no es la casa de tu abuelo ―me sisea.
Suspiro, ya aburrida de las tonterías.
―Lo que tengas que decir, madre, dilo.
Se acerca un paso más a mí, con los ojos llenos de tanta rabia que es un
milagro que no se haya vuelto loca.
―Quiero saber qué has estado haciendo con mi marido. ―De nuevo, no
levanta la voz ni me gruñe. Está tranquila, demasiado tranquila.
―Madre... ―empiezo, sin saber qué decir. Diablos, su matrimonio es una
farsa, dudo que le haya sido fiel a Nikolai.
―No ―sisea ella, dejando salir por fin su ira―. Sé que te lo has estado
follando. Sé tu sucio secretito. Puta asquerosa.
Sus palabras no me hacen daño, nunca podrían.
―Lo que he hecho está mal, sí. ―No soy demasiado orgullosa para admitir
cuando he cometido errores, y he cometido un montón de ellos―. Pero nunca has
tenido sexo con él, y has pasado el último mes lejos de él. Así que no te quedes
ahí y me digas que te molesta que me lo esté follando.
Sus labios se tuercen en una fea mueca.
―No, el imbécil siempre ha desconfiado de mí. Pero quiere algo y hasta que
no lo consiga, no me moveré de aquí. Verás, recibo una buena asignación mensual
del bastardo, una que no estoy dispuesta a perder, especialmente por tu culpa.
―¿En serio? ―No puedo evitar la carcajada que me sale―. Tienes todos los
millones de papá, por no mencionar que cada vez que te divorciabas de uno de
tus ex maridos recibías una suma considerable. Así que, ¿por qué demonios ibas
a necesitar dinero de Nikolai?
Desvía la mirada.
―Lo perdí todo, ¿de acuerdo? Todo se ha ido.
Mi labio se curva con disgusto.
―¿Cómo?
Se encoge de hombros despreocupadamente, como si no hubiera perdido las
tripas de diez millones de dólares.
―Inversiones ―me dice mientras se alisa la chaqueta del traje.
―Siempre he sabido que mentías, pero nunca has entendido bien cómo
engañar. Así que lo intentaremos de nuevo ―siseo mientras doy un paso adelante,
mis manos caen a mis costados donde se cierran en un puño―. ¿Adónde ha ido a
parar todo el dinero?
―¿Crees que he llegado hasta aquí, que he escalado tan alto sin tener que
pagar mi camino? ―Me mira disgustada, con los ojos entrecerrados y los labios
afilados―. Tú has llegado donde estás por ser de tu familia. Yo, en cambio, tuve
que trabajar para salir del parque de caravanas.
―Dios, naciste en Boston y no vivías en un parque de caravanas. ―Sus ojos
se abren de par en par ante mis palabras―. Estoy harta de tus mentiras. Ni una
sola vez le has dicho a nadie la verdad. Quiero decir, ¿siquiera sabes ya cual es?
Debería haberlo visto venir, no era la primera vez que perdía los nervios,
pero estaba demasiado enfadada, demasiado concentrada en eso para prestar
atención a lo que realmente estaba haciendo. Su brazo se mueve y algo me golpea
en un lado de la cabeza, el dolor me atraviesa la sien y se me nubla la vista.
―Realmente deberías haberte mantenido alejada, Lena, si lo hubieras hecho,
esto nunca habría pasado.
Alargo una mano para intentar estabilizarme, pero es demasiado tarde, ya
estoy cayendo. No recuerdo haber tocado el suelo, la oscuridad ya me había
hundido.

El chirrido de una puerta al abrirse me hace abrir los ojos. A los pocos
segundos de ver las paredes blancas y desnudas, recuerdo todo lo que ha pasado.
¿Dónde diablos estoy? Esta no es la casa de Nikolai. De hecho, la frialdad de la
habitación me dice que esta casa hace tiempo que no se usa. También me doy
cuenta de que estoy atada. Tengo las manos atadas a la espalda, lo que me impide
hacer nada, y los tobillos me duelen por lo que sea que hayan usado para
mantenerlos unidos.
―Ella es jodidamente fría. Esta es su hija ―oigo decir a una voz grave. Suena
como si estuviera lejos, pero por el olor rancio a tabaco y loción de afeitar barata
sé que quien habla está en la misma habitación que yo.
―¿Quién coño pega a su hijo tan fuerte como para dejarlo inconsciente?
―dice otra voz, esta no tan grave como la primera.
No me atrevo a girarme, no tengo ni idea de quiénes son estos hombres.
―Debe haber hecho alguna mierda jodida para que esté en el lado malo de
Nikolai ―continúa el segundo hombre―. Ella es su hijastra, pero, de nuevo, este
es el maldito sádico ruso del que estamos hablando.
Esperen. ¿Creen que Nikolai ordenó que esto sucediera? Me río de lo ridículo
de la situación.
―¿De qué demonios te ríes? ―Pregunto el primer tipo.
―De ti ―respondo, con la voz ronca. Me retuerzo en la sucia cama en la que
estoy tumbada y veo que los dos hombres están de pie junto a la puerta. Parpadeo
varias veces, intentando verlos bien. Estoy tumbada de lado, frente a ellos―. ¿De
verdad crees que Nikolai ordenó que pasara esto?
Uno de los hombres es alto y musculoso, el otro bajo y regordete, pero ambos
llevan la marca de los Babićs en las manos. Estos cabrones son croatas. La
reivindicación me golpea. Sabía que me había tendido una trampa, pero ¿por
qué?
―Es su mujer, ¿por qué iba a mentir? ―dice el más alto de los hombres―. ¿Por
qué la Sra. Vasiliev nos diría que su marido te quiere muerta?
Me encojo de hombros y consigo incorporarme.
―No estoy segura, pero tengo la sensación de que sabe que en cuanto Nikolai
descubra que me he ido y que son ustedes los que me tienen, los matará y se
encargará efectivamente de su problema.
Los dos hombres comparten una mirada preocupada.
―Ni de coña ―dice la voz cascajosa, y pertenece al más bajo de los dos
hombres―. A Nikolai Vasiliev no le importas ―me dice, y aunque oír esas
palabras es como un cuchillo en el corazón, también sé que no son ciertas―. Su
mujer, en cambio... ―Sonríe mientras camina hacia mí―. Está muy afectada
porque su hija va a morir.
Apuesto a que sí.
En unos segundos está frente a mí.
―Incluso nos dijo que podíamos tocarte. ―Estira la mano y me pasa uno de
sus asquerosos dedos por la cara, el cuello y los pechos. Me estremezco de asco.
¿Puede mi madre caer más bajo?
Mi cabeza se inclina hacia un lado cuando el gilipollas me da un revés.
Mi cabeza se agita por el dolor y la confusión.
―¿Asqueada? ―se burla―. Te mostraré lo que te disgustará. ―Me empuja de
nuevo a la cama, sus dedos tiran de mi vestido.
Intento zafarme de él, pero es difícil con los brazos y las piernas atados. Cada
vez que me muevo, la habitación parece dar vueltas, y tener su peso sobre mí es
demasiado, es inútil.
―Acabarás disfrutando de esta, zorra ―gruñe, sus dedos se clavan en mis
mejillas mientras me obliga a mirarle.
―Dudo que puedas siquiera levantar esa pequeña polla tuya, y mucho menos
hacer algo con ella. Las mujeres con las que estás preguntan si está dentro, quiero
decir, siendo tan pequeña, me costaría sentirla. ―Estoy contrariando al bastardo,
pero ahora mismo, es mi única opción.
―Puta de mierda ―gruñe, su puño se estrella contra mi cara y, una vez más,
el abismo me arrastra hacia él. El cabrón no se detiene, me asesta puñetazo tras
puñetazo en la cara.
Mientras me desmayo, oigo disparos y sonrío para mis adentros. Estos
cabrones van a morir.
V
uelvo a mirar el reloj. No puedo esperar más.
―¿Qué está pasando? ―pregunta Ilya con el ceño fruncido.
―Averigua dónde está Lena, y hazlo ya ―digo con mucha más
compostura de la que siento. Me envió un mensaje hace casi una
hora diciéndome que estaría aquí pronto y no está. Entonces, ¿dónde diablos está?
Inmediatamente se aleja y hace una llamada. Cojo el móvil y vuelvo a marcar
el número de Yelena. Pero como las últimas quince veces, salta el buzón de voz.
―Malenkaya, llámame… ―El filo del tono de Ilya me tiene en alerta.
―No está en la casa, su móvil sí y ha habido señales de lucha.
Me dirijo a la puerta antes de que termine de decírmelo, me pisa los talones.
―Ilya, tráeme las imágenes ―le exijo, quiero saber qué coño ha pasado en mi
casa.
Me deslizo en el asiento trasero del coche e Ilya me pasa su móvil. Konstantin
conduce, pero sé que está escuchando para ver qué ha pasado.
―Lo he cargado para ti, aún no lo he visto ―dice, su tono tenso, está
esperando a que explote.
Todos mis hombres saben que Yelena es mía y que nada debe hacerle daño.
Lo dejé claro la noche que el bastardo la drogó con la esperanza de atraerla fuera
del club donde podría violarla. Hice una declaración esa noche: Yelena está fuera
de los límites.
Pulso el play y aparece mi cocina. Yelena está escribiendo en su teléfono y
por la hora sé que me está mandando un mensaje. En el momento en que Adele
entra en la habitación, la ira que se dibuja en su rostro es más que suficiente para
hacerme saber que ella es la razón por la que mi mujer ha desaparecido.
―Quiero que se corra la voz. ―Gruño, apenas capaz de contener la rabia que
me invade al ver cómo la zorra golpea a Lena en la cabeza y la deja inconsciente―.
Que Adele sea encontrada. La quiero viva. Sabe dónde está Lena y quiero a mi
mujer de vuelta en menos de una hora. ―La zorra agarra a Yelena por los pies y
tira de ella por la casa.
Konstantin asiente mientras Ilya coge su móvil y corre la voz.
―La encontraremos ―me asegura Ilya.
―¿En qué estado? ―Siseo, incapaz de creer que Adele haya hecho esto.
Guarda silencio un momento.
―¿A quién acudiría? Adele ha estado jodiendo con muchos de los grandes.
¿A quién sería tan estúpida como para pedirle ayuda?
―Hay una persona que puede saberlo. ―murmuro mientras cojo el móvil y
marco un número que no he usado antes.
―Nikolai Vasiliev ―responde el anciano al cabo de unos instantes―. ¿A qué
debo el placer?
―Maksim, se han llevado a Yelena ―le digo sin endulzarlo―. Ella y Adele
estaban discutiendo y entonces la zorra la golpeó en la cabeza, estaba inconsciente
cuando Adele la sacó de la casa.
―Shlyushka ―gruñe―. Ese suka―. Oigo que susurra a alguien a su lado―.
Nikolai, ¿qué estás haciendo con mi nieta?
―Es mía ―le digo, sin ganas de cháchara―. ¿A dónde la llevaría ese suka?
―Hay una razón por la que Lena fue enviada a Austin. Sabíamos que alguien
nos había traicionado, alguien había dado el nombre de Lena como La Bala, ella
tenía una idea de quién era, yo dudaba de ella pero después de esto…
―Maksim, ¿por qué hablas con acertijos? ―Suelto un chasquido, cabreado
porque no va directo al grano.
―Lena cree que Adele dio su nombre a los Babić y ellos se la llevaron.
Consiguió escapar, pero no sin antes matar a tres de sus hombres. Si Adele está
trabajando con alguien, serían los croatas.
―Te avisaré cuando la haya encontrado ―le digo y termino la llamada―.
Konstantin, ¿dónde están los Babić?
―No he oído que estén en la ciudad ―responde―. Déjame llamar a Stefan,
tiene un hombre dentro.
―Llamaré ―grité. Necesito hacer algo, joder.
―¿Jefe? ―responde al instante.
―¿Dónde están los Babićs? ―Exijo?―. Dime que sabes dónde están.
―Jefe, están en Barton Creek, llegaron hace cuatro días.
El alivio me invade ahora que sé dónde están.
―Quiero una dirección y, Stefan, necesito saber qué has averiguado sobre
Adele. ―Hablé con él esta mañana, tenemos una reunión programada para
mañana. Lo que sea que haya averiguado sobre esa zorra, quiero saberlo ahora
mismo.
―Adele y Lev nunca estuvieron destinados a casarse ―comienza―. De hecho,
Lev debía casarse con Alyona Kuznetsova.
La hija de la Mafia Kuznetsov en Miami.
―Una unión entre ellos habría sido inigualable ―comento sabiendo por qué
Maksim la querría. Une a dos de los jugadores más importantes de Estados
Unidos.
―Pero Adele se quedó embarazada y Lev acabó casándose con ella. Se dice
que ella lo atrapó, pero Lev nunca desmintió esos rumores, ni los corrigió. Lev
adoraba a su hija, en cuanto la suka se quedó embarazada se volcó en protegerla.
―Admitir que lo atrapó habría puesto una diana en la espalda de Adele y
con ella embarazada, era un riesgo que Lev no podía correr. ―Si ella lo atrapó o
no, no importaba. Un hombre como Lev habría hecho cualquier cosa para
proteger a su hija. Incluso si la madre es una puta.
―Lev murió...
Le interrumpí.
―En un tiroteo, sí, lo sé.
―No, jefe, Lev fue asesinado cuando tres hombres entraron en su casa para
secuestrar a Yelena. En la calle se dice que fue una trampa, Lev estaba destinado
a morir al igual que Yelena, pero Lev no era un hombre fácil de derribar. La
cagaron y los mató a todos.
Mi instinto me grita que esto es más de lo que parece. Una jodida trampa.
―¿Adele tuvo algo que ver?
Hay una pausa y eso es respuesta más que suficiente para mí.
―No estoy seguro, jefe, son sólo rumores.
―Envía la dirección a los Babićs, trae a los hombres y reúnete con nosotros
allí.
―En ello, jefe.
Termino la llamada. La rabia que me golpea la piel está a punto de estallar.
Si le han tocado un pelo a Lena, que Dios les ayude.
―¿Estás listo para esto? ―pregunta Ilya.
Deslizo mi mirada hacia él. ¿Es de verdad? ¿Qué coño se cree?
Se ríe entre dientes.
―Pregunta estúpida, ¿eh?
―Ilya ―gruño.
Sonríe.
―¿Sí, jefe?
―Cierra el pico ―gruño.
Afortunadamente hace lo que le pido y mantiene la boca cerrada.
El trayecto hasta Barton Creek es tranquilo y el estado de ánimo es asesino.
La rabia hierve a fuego lento y, a cada kilómetro que pasa, más aumenta mi ira y
peor me golpean las imágenes de lo que le está ocurriendo a Lena. Nadie estará a
salvo si le han hecho daño.
Cuando llegamos a la dirección que Stefan me dio, sé al instante que estamos
en la casa correcta. Los hombres de Babićs hacen guardia fuera de la casa,
armados hasta los dientes. En cuanto salimos del coche, empiezan a llover balas.
Con mi arma en la mano y mis hombres a mi lado, volvemos bien, acabando
con cualquiera que se interponga entre mi mujer y yo. Ilya está a mi izquierda,
con un gruñido en los labios mientras dispara a los hombres que salen corriendo
de la casa.
―¿Cuántos de estos bastardos hay?
Paso junto a los cadáveres que cubren el suelo, la mayoría muertos, algunos
con balas entre los ojos, otros con disparos en el corazón. Stefan usa su arma,
matando a los supervivientes que quedan.
La casa está completamente desnuda, las paredes son blancas, no hay
muebles ni color. Konstantin señala con la cabeza las escaleras.
―Hay gente arriba ―me dice.
Subo las escaleras de dos en dos, sabiendo sin duda que es ahí donde esos
cabrones tienen a Lena.
Ilya, Stefan y Konstantin están a mi lado cuando llegamos al final de la
escalera. Konstantin abre las puertas una a una, con cada habitación vacía se me
aprieta el pecho. Sólo queda una y aún no hay rastro de Lena.
―Ábrela. ―exijo cuando llegamos a la última puerta. Respiro cuando
Konstantin levanta el pie y patea la puerta.
Veo cómo se hace añicos y se me para el puto corazón cuando miro a la
habitación y veo a Lena tumbada en la cama sucia, atada, con la cara
ensangrentada, magullada y el vestido roto. El puto animal de pie junto a la cama,
con los pantalones por los tobillos y la polla en la mano.
Bastardo. Va a morir. Voy a asegurarme de que sea doloroso.
Ilya mata al otro hombre que también está en la habitación, su única gracia
salvadora es que el cabrón no estaba cerca de Lena cuando entramos en la
habitación.
―Llévatelo ―le ordeno―. Quiero respuestas. ―Tengo un montón de
preguntas y por los ojos muy abiertos y la cara pálida tengo la sensación de que
va a ser comunicativo. Claro que eso no le ayudará. Va a morir de cualquier
manera.
Stefan y Konstantin se llevan al cabrón que queda en pie; él será quien nos
lleve hasta Adele. Mi mirada se llena de una neblina roja mientras miro a la mujer
que más significa para mí. La mujer que amo.
Se me corta la respiración al pensarlo. ¿Lo hago? Joder, sí. La amo.
―Nik ―dice Ilya en voz baja mientras me acerco al maltrecho cuerpo de
Lena―. Llamaré al doctor, que se reúna con nosotros en la casa.
―La llevaremos al hospital. ―Mi tono está lleno de autoridad. Sabe que no
debe discutir conmigo. Quiero el mejor cuidado para ella sin importar lo que
piensen mis hombres. Ir al hospital plantea preguntas, pero mi única
preocupación es Lena.
―Vamos entonces ―dice, y por eso es mi mejor amigo, mi mano derecha. Me
cubre las espaldas constantemente.
Bajo las escaleras con cuidado de no golpearla. Está inconsciente, con la
cabeza apoyada en mi brazo. Es la segunda maldita vez que la veo así, y ya van
dos veces de más. Cuando salgo, Ilya ya está en el coche. Tengo cuidado al
meterla en el vehículo, subo a su lado y la agarro.
Por primera vez en más de treinta años, rezo. Rezo para que esté bien.
Nunca pensé que encontraría a una mujer que me hiciera ponerla por encima
de todo. Pero en cuanto vi a Lena, supe que era la elegida.
No puedo perderla.
No es una puta opción.
C
amino por el piso, incapaz de controlar la rabia que quema a través
de mi sistema. Stefan tiene a Adele. Esa es la buena noticia, pero mi
mujer yace en una cama de hospital, todavía inconsciente. La puerta
detrás de mí se abre, me giro y miro a quienquiera que sea.
―Sr. Vasiliev ―dice el médico al entrar en la habitación. Con los labios
apretados en una línea dura y un profundo surco entre las cejas, está enfadado,
sin duda por los protocolos que he establecido. Sólo un puñado de personas
pueden ver a Lena, y tienen que mostrar su identificación a mis hombres antes de
que se les permita entrar.
―¿Está bien? ―Le pregunto, necesitando saber. Acababan de permitirme
entrar a verla. Habían pasado casi dos horas desde que entramos en el hospital y
los médicos se pusieron a trabajar.
Le han limpiado la sangre de la cara, le han vendado la mejilla y la cabeza
donde la golpeó la puta de Adele. Sin mencionar que su brazo derecho está
enyesado. Está magullada y pálida.
No se despierta.
―La Sra. Alekseeva tiene múltiples contusiones, su muñeca está fracturada
en dos lugares, tiene una conmoción cerebral, algo que estamos monitoreando.
Su embarazo está en sus primeras etapas... ―Deja que las palabras se asimilen.
Se me aprieta el pecho ante sus palabras. Está embarazada, pero es muy
reciente que aún podría perderlo.
―¿Cuánto tiempo va a estar dormida? ―consigo gritar. La rabia y la
preocupación me golpean como un mazo.
Mira a Lena y luego a mí.
―Eso, señor Vasiliev, es algo sobre lo que no puedo dar una respuesta
definitiva. En última instancia, es la forma que tiene su cuerpo de curarse. Se
despertará cuando esté lista. Hasta entonces, rece, Sr. Vasiliev. ―Me dedica una
sonrisa tensa y se va.
Me acerco a la cama, parece tan joven tumbada. Le pongo la mano en el
vientre, donde está nuestro bebé. Le doy un beso en la cabeza.
―Volveré, malenkaya ―le prometo―. Descansa, dorogaya ―le susurro
mientras le doy otro beso en la cabeza.
Echo una última mirada a la mujer que amo tumbada en la cama y doy media
vuelta. En cuanto salgo al pasillo, mis hombres se giran para mirarme. Los siete
se mantienen erguidos y preparados para la acción, listos para interceptar
cualquier amenaza que pueda surgir.
―Kostya, Pasha, Ira y Kodiak, se quedarán aquí y vigilarán la habitación de
Lena. Nadie entrará a menos que tenga permiso mío o de su médico. ―Mis
hombres asienten, sabiendo el honor que les he concedido. Que protejan a la
mujer que amo significa que confío en ellos, que los valoro como mis hombres.
―Stefan, Ilya y Konstantin están conmigo ―les ordeno mientras me alejo de
la puerta de Lena. Todos mis instintos me dicen que me quede, pero no puedo.
Tengo que ocuparme de dos personas antes de volver con ella. Necesito
asegurarme de que está a salvo, de que cuando nazca nuestro bebé él también
estará a salvo. Pero mientras Adele esté viva eso no va a pasar.
Al salir del hospital, es de noche y ha empezado a llover. El aire frío me
envuelve como un manto. Aprieto la mandíbula mientras avanzo a zancadas
hacia el vehículo aparcado, necesito acabar con esta mierda, cuanto antes podré
volver con Yelena.
―Jefe ―dice Ilya mientras sube al asiento trasero a mi lado. Konstantin
conduce y Stefan va de copiloto―. Adele está cabreada, exige que te llamemos.
Mis labios se crispan ante eso.
―¿Lo está ahora? ―Me pregunto de dónde saca la perra el descaro. Está
jugando a un juego, pero por desgracia para Adele, jugó contra la persona
equivocada y ahora tiene que pagar el precio de sus acciones.
―La suka realmente piensa que va a sacar dulcemente su culo fuera de esto?
―pregunta Stefan.
―Imagina cómo reaccionará cuando descubra que no es realmente tu esposa.
―Ilya sonríe―. Sabía que había algo raro en toda la farsa que querías llamar boda.
Odias a esa mujer, así que no entendía por qué te casarías con ella. Así que fui a
husmear. El matrimonio no era real, no había certificado de boda. Adele Taylor
nunca fue tu esposa.
Mis hombres se ríen, contentos por la noticia.
―Sinceramente, Ilya, me sorprende que no te hayas dado cuenta antes.
―Suele estar encima de las mujeres con las que estoy, sobre todo cuando empecé
esta ilusión con Adele. Me dejó claro, no sólo a mí, sino a ella, que no le gustaba.
―Debería haberlo hecho ―refunfuña―. Por favor, dime que el suka es va a
morir.
Mi risita es oscura y sin gracia.
―Oh, ella va a morir bien. ―Se propuso matar a la mujer que amo, matar a
mi hijo nonato... ella no puede vivir.
Stefan se frota las manos con regocijo, feliz de estar presenciando un
derramamiento de sangre.
―¿Quién intenta matar a su hija?
No es la primera vez, ni siquiera la segunda, que intenta asesinar a su hija.
La primera vez cuando Lev murió, luego enviando a los croatas tras ella, y de
nuevo esta noche. Metió la pata, fue tras alguien preciado para mí y eso significa
que tengo que jugar, y Adele va a saber finalmente lo que significa estar en mi
lado equivocado.
En cuanto el coche se detiene, siento que me invade la calma. Saber que esta
zorra va a morir alivia la preocupación que siento por Lena. Salgo del vehículo y
saludo con la cabeza a los hombres que vigilan la casa que Stefan descubrió que
era propiedad de Adele; la estúpida zorra se había alojado aquí durante la última
semana, más o menos.
Al entrar en la casa, oigo a Adele quejarse.
―Nikolai los va a matar ―les dice a mis hombres―. Soy su esposa.
Me estremezco al pensarlo. Joder, no, sabía que no debía casarme con una
puta cazafortunas que quería el estatus y el poder que le otorgaría el matrimonio.
Demonios, la zorra empezó a mangonear a mis hombres mucho antes de pensar
que nos habíamos dado el sí quiero.
Sus ojos se abren de par en par en cuanto me ve entrar en la habitación donde
está atada a una silla, con el cabello revuelto y, a juzgar por el labio partido y el
ojo morado, alguien no ha tenido cuidado con ella.
―¿Ves lo que me ha hecho ese animal? ―llora, algo a lo que soy inmune. Sus
lágrimas de cocodrilo son tan falsas como sus pechos.
―¿Quién? ―Pregunto.
Parece tomarse mi pregunta como si fuera a ayudarla. Es una ilusa, pero
dejaré que piense eso unos minutos más.
―Stefan ―sisea―. Es un animal, ¿no se da cuenta de quién soy?
Dios, ¿qué coño le pasa?
―¿Qué ha pasado hoy, Adele? ―le pregunto mientras tomo asiento frente a
ella.
Ella levanta la barbilla mientras sorbe.
―No sé de qué estás hablando, yo estaba ocupándome de mis asuntos aquí
en casa, cuando tus matones me abordaron. ¿Qué demonios está pasando?
Ella es buena. Podría ganar un Oscar con su actuación.
―¿Por qué estás aquí, Adele?
La zorra traga saliva y echa un vistazo a los hombres de la sala, por fin se da
cuenta de que los hombres de esta sala no están aquí por tonterías.
―Esta es mi casa, Nikolai, donde vivía antes de casarnos, a veces necesito un
descanso.
―¿Y tu hija?
Se eriza ante mi pregunta.
―¿Qué pasa con ella? ¿Vas a hacer algo con Stefan? Me puso las manos
encima.
―Sí ―respondo simplemente―. Haré algo al respecto.
Se engolosina con mis palabras.
―Le van a subir el sueldo ―le digo y veo cómo se le cae la cara de vergüenza,
mis hombres se ríen entre dientes, Stefan incluido.
―Nikolai... ―gimotea, pero levanto una mano para detenerla.
Mis hombres siguen riendo, están felices de que la perra finalmente reciba lo
que se merece.
―Adele, sé lo que has hecho.
Su actitud cambia en un instante.
―Te follaste a mi hija y crees que me voy a quedar sentada y permitir que mi
marido me falte al respeto así, que voy a permitir que esa puta me quite lo que es
mío.
―No voy a mentir ―empieza Ilya―, me tiraría a Lena antes que a ti cualquier
puto día de la semana.
El resto de mis hombres asienten con la cabeza.
―Basta ―gruño, cabreado de que piensen así de mi mujer. Es mía, no para
que mis hombres la miren.
―Lo siento, jefe ―resuena en la sala, procedente de todos los hombres menos
de Ilya. Nunca se disculpa por sus palabras. Pero me hace un pequeño gesto con
la cabeza para hacerme saber que entiende que se ha pasado de la raya.
―¿Crees que puedes sustituirme por mi hija? ―me gruñe, tirando de sus
ataduras.
―Intentaste que mataran a tu hija ―gruño, mi ira al ver el cuerpo inconsciente
y golpeado de Lena palpita a través de mí. No hay ni una puta posibilidad de que
a esta zorra le importe una mierda Yelena―. No sería la primera vez que lo
intentas y fallas, ¿verdad?
Su cara palidece y aprieta los labios, aprendiendo por fin a mantener la puta
boca cerrada y a no mentir.
―¿Qué?
―El intento de secuestro que resultó en la muerte de Lev, esa fuiste tú. Lo
organizaste con la esperanza de librarte de tu hija y de tu marido. Pusiste a los
croatas a capturarla, sabiendo que iban tras La Bala, decidiste sacar la identidad
de tu hija y que mataran dos pájaros de un tiro.
Su boca se tuerce en un gruñido.
―No funcionó, joder ―sisea―. Es como un maldito gato con sus nueve vidas.
Nunca la quise. Quería el estatus que me daba ser la esposa del pakhan. Pero fue
inútil, en cuanto nació la perra todo cambió.
La ira se apodera de mí, realmente es una maldita suka.
―Lev murió y me quedé con ella. Tuve que lidiar con la perra
constantemente. Pero entonces Maksim se hizo cargo y la entrenó. ―Tira de sus
ataduras y grita cuando la cuerda le corta las muñecas―. En cuanto vino aquí supe
que la querías. ¿Crees que estoy ciega? Ni siquiera esperaste un día antes de
follártela sobre la mesa. ―Una sonrisa siniestra juega en sus labios―. No eres el
único que tiene cámaras en casa. Te vi con ella.
Me limito a levantar una ceja. Me importa una mierda si nos ha visto.
Ilya, por otro lado, no tiene reparos en soltarle mierda.
―Los celos son una mirada tan fea en ti, Adele.
―Celosa ―se burla―. ¿De qué demonios tengo que estar celosa?
―Que tu hija es más mujer de lo que tú nunca serás, o quizá podría ser el
hecho de que ella se ha follado a Nikolai y tú no.
Los ojos de Adele brillan de ira.
―Es mi marido, no el suyo. Siempre quise el estatus de ser la esposa de un
Pakhan. Con Lev no funcionó, no les gusté a los hombres. Aquí... ―sonríe
alegremente―. Aquí, los hombres me respetan. Soy la mujer de Nikolai. ―La
sonrisa de suficiencia en su cara me hace querer arrancarle la cabeza.
―Ah, en eso te equivocas ―le digo―. Nunca estuvimos legalmente casados,
por lo tanto no eres mi esposa. Pero ten por seguro que Lena lo será.
Sus lágrimas son reales esta vez mientras su grito llena el aire.
Debería haber sabido que no debía ir contra mí.
―Vas a morir por lo que le has hecho ―siseo mientras me pongo en pie y cojo
la pistola que llevo en la pistolera. Hago un gesto con la cabeza a mis hombres
para que se vayan. En cuanto lo hacen, me agacho para ponerme a la altura de su
cara―. Tu nieto nunca te conocerá, Adele, nunca sabrá lo Shlyushka que eres.
(Coño.)
Su respiración agitada es más que suficiente para que yo sepa que he calado
hondo en ella.
―¿Nieto?
―Intentaste matar a mi mujer mientras estaba embarazada de mi hijo. Dime,
Adele, ¿en qué momento pensaste que no te mataría por lo que has hecho?
―Eres un cabrón ―me sisea.
―¿Cómo llegaste a trabajar con los croatas? ―Exijo. Necesito terminar esta
conversación para volver con mi mujer.
Se encoge de hombros despreocupadamente.
―Antes de conocer a Lev, había estado con Marko Babić. Era el hombre que
amaba. Pero se había prometido a otra. ―Se echa a llorar. ¿Cree que llorando me
hará sentir lástima por ella?―. Nunca dejamos de contactarnos, cuando yo
necesitaba algo, él siempre estaba ahí para ayudar. Estaba más que feliz de
eliminar a Yelena, eso significaba herir a Maksim y eso era una ventaja para
Marko.
―Morirás por lo que has hecho ―le digo. Mis palabras son finales. No hay
forma de que salga de esta.
Sus ojos se abren de par en par.
―Eras mi marido.
Sacudo la cabeza.
―Nunca lo he sido. Nunca lo seré. Te quería por una sola razón. La Bala, y
la he atrapado. Tú ―digo mientras levanto mi arma hacia su cara―. No eres más
que una Shlyushka, nunca serás recordada. ―Aprieto el gatillo, sin un ápice de
remordimiento por hacer lo que hay que hacer para proteger a mi familia.
―Averigua lo que sabe el Croata sobre lo que trama su jefe y por qué está
aquí en Texas y luego quema este lugar hasta los cimientos ―le digo a Stefan―.
Volveré al hospital, llámame cuando esté hecho.
Konstantin y Stefan se quedan con los otros hombres para asegurarse de que
extraen la información que necesito, mientras que Ilya se une a mí cuando
regresamos al hospital.
―Entonces, ¿Lena está embarazada?
El cabrón ha espiado.
―Sí ―respondo mientras aprieto las manos en el volante―. Es muy pronto.
Asiente sombríamente.
―Estarán bien ―me asegura―. Probablemente ya esté despierta.
Eso espero.
G
imo mientras el dolor me desgarra la cabeza, siento la boca seca y
los ojos pesados. Hago una mueca de dolor y los recuerdos me
invaden. Mi madre golpeándome en la cabeza, el sucio gilipollas
que me puso las manos encima porque ella se lo permitió. Hacía tiempo que sabía
que era una zorra, pero nunca imaginé hasta dónde llegaría para matarme.
Abro los ojos y pestañeo furiosamente ante la fuerte luz. Me concentro en las
paredes blancas mientras mis ojos se adaptan a la luminosidad. No tardo en
darme cuenta de que estoy en un hospital. Miro a mi alrededor y veo que estoy
sola. No puedo evitar preguntarme dónde estará Nikolai. ¿Sabrá que estoy aquí?
Se abre la puerta y entra un hombre calvo de mediana edad con una bata
blanca de laboratorio y una sonrisa radiante.
―Ah, estás despierta ―sonríe mientras se acerca a mí―. ¿Cómo te encuentras?
Confundida, enfadada, decidida a vengarme.
―Está bien ―le digo. Pero estoy todo menos bien; me duele y siento como si
me hubiera tragado clavos, pero desprecio los hospitales y voy a hacer todo lo
que esté en mi mano para largarme de aquí.
Me dedica una sonrisa de complicidad y me examina.
―Tus pupilas reaccionan como deberían a la luz, lo que es una buena señal.
El golpe en la cabeza podría haber causado daños importantes.
―¿Entonces estoy bien? ―Pregunto.
―Sí, por los escáneres y las pruebas que te hemos hecho, estás bien, con
mucha suerte pero bien.
Respiro aliviada.
―El bebé también está bien ―me dice―. Es muy pronto, pero el desarrollo es
normal y no hay hemorragias.
Parpadeo intentando asimilar lo que acaba de decir.
―¿Bebé?
Asiente con la cabeza.
―Sí, Sra. Alekseeva, está de unas cinco semanas.
La puerta se abre y la ignoro.
―¿Cómo? ―Digo, preguntándome por qué demonios me está pasando esto―.
Tomo la píldora, la tomo religiosamente.
El médico me da unas palmaditas en la mano.
―Aunque la píldora es un método anticonceptivo, no es cien por cien eficaz.
No me lo puedo creer. ¿Cómo diablos dejé que esto pasara? Estoy
embarazada del marido de mi madre. Dios, será un maldito alboroto en las fiestas.
―¿Puedo irme ya a casa? ―Pregunto, deseando coger el primer vuelo a
Nueva York y largarme de aquí. Pero antes tengo que hacer una parada en boxes.
―Vamos a vigilarte hoy. Has estado inconsciente unas horas y queremos
asegurarnos de que tú y el bebé seguís bien ―me dice el médico.
―No quiero estar aquí...
―Lena ―me interrumpe Nikolai―. Te quedarás hasta que el médico te dé el
alta. ―Su tono no admite discusiones y, aunque me mira como si nunca me
hubiera visto antes, sus ojos marrones son oscuros y están llenos de preocupación,
por no mencionar que tiene los hombros caídos, sigue teniendo esa rabia.
El médico se escabulle de la habitación mientras estoy en una mirada fija con
Nikolai.
―Tengo algo que hacer.
Sonríe mientras toma asiento junto a mi cama.
―Apuesto a que sí, pero, malenkaya ahora mismo, tienes que centrarte en
asegurarte de que tú y nuestro bebé están bien.
Se me hace un nudo en la garganta cuando me pone la mano en el estómago.
Me inunda tanta emoción que las lágrimas brotan de mis ojos.
―Nik...
Me da un beso en los labios mientras me esfuerzo para que no se me salten
las lágrimas.
―Malenkaya, ¿qué pasa?
¿Cómo le digo al hombre del que estoy enamorada que no estoy segura de
querer este bebé? Nunca pensé en tener hijos, por eso fui tan inflexible a la hora
de tomar anticonceptivos. Tener a Adele como madre me hizo ver las cosas de
forma tan diferente a como las verían otros. Siempre he sabido que era una carga
para ella y que deseaba haberme abortado, eso era algo que nunca aplicaría en un
niño.
―Dorogaya, háblame. ―Su voz es ronca, como si no supiera qué esperar.
―No sé cómo ha ocurrido ―le digo con sinceridad. Le miro y veo que algo se
mueve en sus ojos. Algo parecido a la culpa y se me revuelve el estómago―.
Nikolai, ¿qué has hecho? Susurro horrorizada.
Retira la mano de mi estómago y vuelve a sentarse en la silla.
―Ya hochu ot tebya rebyenka moy, dorogaya. (Te quiero a mi lado, cariño.)
Miro fijamente al hombre que me ha quitado tanto sin pensar en lo que
quiero o siento.
―¿Qué has hecho?
No me contesta y el silencio se extiende entre nosotros. Me entran náuseas y
las reprimo.
―Nikolai. ―Mi tono está lleno de ira y confusión. Sé que ha hecho algo, pero
qué, esa es la pregunta que quiero que me responda.
―Dímelo ―siseo. Me muevo para poder sentarme y, por supuesto, el culo
sobreprotector se pone en pie para ayudarme―. Nikolai, o me lo dices o te vas.
―Cambié tus píldoras anticonceptivas.
Miro fijamente al hombre que amo y siento que mi corazón se parte en dos.
―Fuera ―digo, con la voz ronca y rasposa.
―Malenkaya...
Sacudo la cabeza.
―Fuera ―grito, contenta de tener fuerzas para hacerlo―. Lárgate de una puta
vez.
―¿Crees, dorogaya, que echándome de casa vas a hacer que me vaya? ¿Que
eso hará que esto entre nosotros desaparezca? ―Sacude la cabeza―. No,
malenkaya, no lo hará. Me iré, te dejaré descansar, pero volveré.
―No ―me ahogo―. No quiero verte.
Me tenso cuando se acerca a mí y su mano me acaricia la mejilla.
―Escúchame, malenkaya, y escucha mis palabras. No me arrepiento de lo
que he hecho, eres mi luz, mi amor, mía. Haré todo lo que esté en mi mano para
que seas feliz y estés sana. Este bebé es una bendición, dorogaya, una que
apreciaremos.
Trago saliva ante sus palabras. Por qué demonios tiene que ser tan
malditamente dulce.
―Me obligaste a quedarme embarazada, Nikolai, un bebé nunca estuvo en
mis planes. Nunca quise ser como mi madre.
Se sienta en la cama a mi lado, su aliento caliente contra mi cara.
―No te pareces en nada a esa suka, Lena. No te pareces en nada. Te preocupas
por la gente a la que quieres. A tu madre sólo le importaba ella misma. Pero ya
no tienes que preocuparte por ella. Ya no es una amenaza.
Cierro los ojos mientras sus palabras se hunden en mí.
―Tú la mataste. ―Es una afirmación.
―Te ha hecho daño, malenkaya, eso no se lo permito a nadie, madre o no.
―Iba a matarla ―susurro, sintiéndome agradecida de que me haya quitado
esa tarea de encima.
―Lo habrías hecho, dorogaya, pero no deberías tener que enfrentarte a esa
carga. Yo, en cambio, no tuve reparos en llevármela y así lo hice. ―Continúa
contándome cómo mi madre y él no estaban realmente casados y que no había
pasado nada entre ellos. Me siento aliviada de que lo nuestro no tenga nada que
ver con mi madre, sino simplemente por la atracción que sentimos―. Pero,
malenkaya, eso no cambia el hecho de que estés embarazada. Que juntos vamos
a tener un hijo.
―Estoy muy enfadada contigo ―le digo y el cabrón me sonríe―. No sonrías,
no hay nada por lo que sonreír.
―En realidad, dorogaya, lo hay. Eres mía, vamos a tener un bebé, vamos a
ser una familia.
Lo fulmino con la mirada, no es lo correcto en este momento.
―Si es así, Nikolai, ¿por qué demonios no me consultaste cuando tomaste
decisiones que cambian la vida? ¿Decisiones que me afectan?
Me acuna la cara con ambas manos.
―Soy un hombre egoista, Melenkaya, uno que hará lo que haga falta para
conseguir lo que quiero. Y eso, dorogaya, eras tú y dejarte embarazada de mi hijo.
―¿Y qué, trabajo hecho, ahora puedes ir y encontrar a alguien más?
Sus ojos se oscurecen, sus fosas nasales se agrietan y me agarra con más
fuerza.
―Joder, no ―gruñe―. Escucha, malenkaya, eres mía, no hay nadie más. Si se
te ocurre huir, te encontraré. Te traeré de vuelta.
Le miro totalmente confundida.
―¿Por qué? ―¿Por qué demonios ha hecho esto?
―Ah, malenkaya ―susurra―. Ya lublu tebya, moya dorogaya. (Te quiero, mi amor.)
Me quedo con la boca abierta. Se ríe entre dientes.
―¿Sin palabras, malenkaya?
Asiento con la cabeza, tragándome las lágrimas.
―No esperaba oír esas palabras.
Diablos, no creía que el amor fuera una emoción de la que Nikolai fuera
capaz. El hombre rara vez habla, nosotros rara vez hablamos, sólo ha habido sexo
entre nosotros. Su dulzura conmigo es lo que rompió a través de la barrera y me
hizo ver algo más que el Pakhan de los Bratva,
Su sonrisa le llega a los ojos.
―Dorogaya ―murmura―. ¿Me amas?
No puedo evitar que se me dibuje una sonrisa en la cara.
―Ya lublu tebya ―susurro, y me siento tan bien al decir esas palabras. Las que
he estado escondiendo por miedo al rechazo. (Te amo.)
―Moya prekrasnaya, dorogaya. ―Presiona suavemente sus labios contra los
míos y sé que no hay esperanza en el infierno de que pueda seguir enfadada con
él demasiado tiempo.
Desde que nos conocimos, me ha demostrado lo mucho que le importo.
Nunca me ha hecho sentir que no soy más que un polvo para él. Me enamoré de
él porque me mostró su verdadero yo. Aunque la ha cagado y ha tomado
decisiones que nos afectan a los dos, sigo bastante cabreada por ello, pero sé que
lo superaré. No es el único que ha cometido errores. Yo también los he cometido.
Pero espero que podamos seguir adelante juntos.
―No más trucos, Nikolai ―le digo mientras se retira―. Háblame si quieres
algo.
Mueve los labios, pero asiente.
―De acuerdo.
―Bien, ahora, por favor, ¿podemos irnos a casa? ―Le suplico, mientras me
aprieto más a su cuerpo.
―Malenkaya. ―Sus palabras son severas pero sus ojos se iluminan―. Ya has
oído al médico, si todo está bien, mañana te llevaré a casa.
Me muerdo el labio ante su promesa, el anhelo en sus ojos es suficiente para
decirme exactamente lo que planea hacerme.
―¿Quieres algo, dorogaya? ―se burla de mí. Sabe muy bien lo que necesito.
Sonrío, está bien, dos pueden jugar a esto.
―Lo que quiero ―susurro roncamente―. Es algo que no te gustaría que
oyeran tus hombres.
Sus labios se afinan mientras sus ojos se oscurecen hasta ser casi negros.
―Ahora, malenkaya, pagarás por eso mañana.
El calor se acumula entre mis muslos y me retuerzo.
―Moya prekrasnaya malenkaya shlyushka, mañana no puede llegar lo
suficientemente pronto. (Mi hermosa putita.)
Me muerdo el labio para evitar que se me escape un gemido. Dios, me
encanta cuando me llama su preciosa putita.
―Mañana ―respondo mientras aprieto un beso en sus labios―. Ya lublu tebya
―digo bostezando mientras el cansancio me golpea como un tren. (Te quiero.)
Me devuelve el beso, esta vez más profundo, hasta que me quedo sin aliento
y me aferro a él.
―Ya lublu tebya, dorogaya. ―Se levanta y me mira―. Descansa ahora,
malenkaya.
Me ayuda a tumbarme y me cubre con las sábanas. Lo veo sentarse a mi lado
y me coge de la mano.
―Duerme, Lena, estaré aquí cuando despiertes.
Cierro los ojos y en lo único que puedo pensar mientras el sueño me reclama
es en lo feliz que soy, verdaderamente feliz, algo que creo que nunca antes había
sentido. Que el amor que siento por Nikolai es incomparable y sé que es mi amor
para siempre.
―A
lenkaya ―grito al entrar en la casa.
―Aquí ―responde dulcemente, sonando distraída. Me
muevo por la casa, a la que nos mudamos hace casi seis
meses. Aunque Lena nunca mencionó nada de vivir en
la casa en la que también vivía su madre, me rondaba por la cabeza, por no
mencionar el recuerdo de ver cómo esa zorra la golpeaba en toda la cabeza. Así
que encontré un nuevo hogar para nosotros, uno en el que también criaremos a
nuestra familia.
Entro en la cocina y la veo de pie, cocinando. Lleva una bata corta que le llega
justo por debajo de los muslos, lo que me permite ver sus piernas perfectas y su
piel cremosa. Lleva el cabell8 suelto y le cuelga por la espalda.
―¿Estás bien, dorogaya? ―le pregunto mientras me acerco por detrás, mis
manos se deslizan alrededor de su cintura y presionan su bulto. Está a punto de
dar a luz en cualquier momento y no solo Lena y yo estamos emocionados, sino
también mis hombres.
Vuelve a apoyar la cabeza en mi pecho.
―Sí, estamos bien.
―Hmmm ―digo―. ¿Has hecho algo hoy? ―Me pregunto si me va a mentir.
―Ya lo sabes, Nikolai, así que por qué no dices lo que sea que tengas en mente
y acabamos de una vez. Tengo hambre.
Controlo mi ira, sabiendo que una discusión a estas alturas podría acabar con
ella de parto.
―Me prometiste...
Pone la olla al fuego y se vuelve para mirarme, mis manos se apartan de su
cuerpo. Mi mirada se dirige a su albornoz, que está ligeramente abierto y me
permite ver perfectamente la turgencia de sus pechos.
―No he hecho tal cosa. Te dije que me plantearía la jubilación, pero nunca
estuve de acuerdo. ―Cruza los brazos sobre el pecho, lo que eleva aún más sus
pechos―. Mis ojos están aquí arriba ―me dice y muevo mi mirada de sus pechos
a su cara―. Así está mejor ―me dice mientras sus labios se crispan―. Hice lo que
tenía que hacer.
Me pellizco el puente de la nariz. ¿Por qué no puede hacer lo que le digo? Mi
vida sería mucho más jodidamente fácil.
―Malenkaya, estás embarazada de ocho meses, ¿por qué insistes en intentar
que me salgan canas?
Se pone de puntillas y me mira la cabeza.
―Las tenías antes de conocernos ―responde, con los ojos llenos de picardía―.
¿Qué esperabas de mí, Nikolai?
―Que te cuides, dorogaya, que tienes una vida en la que pensar.
Sus ojos se abren de par en par y se llenan de lágrimas. Se me revuelven las
tripas al ver la rabia y el dolor que se reflejan en sus facciones.
―Si te hubieras molestado en comprobarlo ―sisea―. Entonces habrías sabido
que no estaba sola. De hecho, no solo estaba Ilya conmigo, sino también Stefan,
Konstantin, Kostya y Pasha. ―Se aleja de mí―. No soy una maldita damisela en
apuros, ni soy estúpida. Puede que no quisiera este bebé al principio, por cómo
empezamos, Nik, pero quiero a mi hijo y haré todo lo que esté en mi mano para
protegerle. Para protegerte a ti. ―Su pecho se agita mientras me mira.
―Lo entiendo, malenkaya...
Ella levanta la mano para detenerme.
―Así que sí, cuando descubrí que Marko Babić quería vengarse de que no
solo mataras a sus hombres, sino también a la mujer con la que se había estado
tirando durante años, supe que tenía que hacer algo para asegurarme de que las
dos personas a las que más quería no salieran perjudicadas.
―¿Así que te cargaste al jefe de la familia Babić? ―pregunto incrédulo.
―Sí ― responde ella simplemente, con el ceño fruncido y las manos en las
caderas―. ¿Qué esperabas que hiciera, Nikolai? ¿Que me quedara sentada
esperando a que nos mataran a todos? ¿Que mataran a mi hijo?
―No ―grité, sabiendo que una mujer entrenada como ella nunca se quedaría
de brazos cruzados y permitiría que alguien hiciera daño a sus seres queridos.
Me sonríe.
―Así que, quita esa mirada de tu cara, el bastardo está muerto y la familia
Babić ya no existe. Nuestro hijo puede vivir una vida sin tener a esos gilipollas
detrás de él. Entiendo por qué estás enfadado, pero no tienes derecho a estarlo ni
a insinuar que soy una mala madre.
Joder.
Cruzo la habitación hacia ella y la estrecho entre mis brazos.
―Lo siento, malenkaya. ―Soy un gilipollas la mayoría de las veces.
―Ya está hecho ―me dice mientras me mira con sus hermosos ojos verdes.
―Lo sé ―respondo mientras mis manos se deslizan hasta su cintura. Incluso
ocho meses después, no me canso de ella. Siempre ha sido ella la que me ha puesto
más duro que una piedra con sólo una mirada. Nunca habrá nadie más para mí
que Yelena.
―Nik ―gime mientras mis manos se mueven bajo su bata. Le acaricio la
piel―. Por favor ―gime.
―¿Qué quieres, malenkaya? ―Gruño mientras sus dedos se dirigen a mi
cinturón, desabrochándolo sin pausa.
―A ti ―dice simplemente, con la respiración entrecortada mientras le amaso
el culo.
―¿Dónde? ―Pregunto, conociendo a mi mujer lo querrá aquí y ahora.
Aunque esté embarazada de ocho meses.
―Nik ―gime una vez más mientras libera mi polla.
―¿Dime, malenkaya? ―Esta vez mi voz es más dura.
―Toma ―me dice mientras envuelve mi polla con la mano.
―Ropa fuera ― exijo mientras doy un paso atrás.
Veo cómo se desata la bata y se le cae del cuerpo. Está completamente
desnuda. Su bulto sobresale de su delgada figura, sus pechos pesan por el
embarazo. Nunca ha estado tan sexy como en este momento.
―Dorogaya, cuando nazca nuestro hijo, volveré a preñarte.
Su respiración se entrecorta de nuevo, se relame los labios mientras sus ojos
se dirigen a mi polla.
―¿La quieres?
Asiente con la cabeza mientras se acerca al mostrador. Sonrío mientras la
sigo, mi mujer quiere que me la folle aquí, pues eso es lo que tendrá.
La subo a la encimera, con el culo apenas apoyado en ella. Es la altura
perfecta para lo que quiero y la razón principal por la que remodelé la cocina. El
acceso perfecto para follármela cuando me apetezca, también es una de las formas
favoritas de follar de Lena.
Sus piernas se abren y veo que mi bonito coño brilla con su humedad. Coloco
mi polla en la entrada y me abalanzo sobre ella, no hay nada mejor que estar
dentro de ella. Es la mejor sensación del mundo.
―Sí ―sisea ella, echando la cabeza hacia atrás.
Mis embestidas no son tan fuertes como de costumbre, ya que soy consciente
de que lleva a mi hijo, pero son lo bastante profundas como para que sienta dolor.
―Más ―me suplica mientras aprieta mi polla.
Esta mujer no tiene reparos en su apetito sexual y me encanta. Me retiro
lentamente de ella y vuelvo a meterme hasta el fondo.
―Nikolai...―, grita de placer-dolor, sus movimientos son espasmódicos y su
cuerpo tiembla. Está cerca.
―Kanchay dlya menya, moya malenkaya shlyushka.― Mordisqueo su labio
mientras mi dedo va a su clítoris. Lo pico y lo pellizco hasta que se estremece―.
Córrete6, Lena ―le exijo.
Y lo hace, arqueando la espalda y cerrando los ojos mientras grita mi nombre.
―Nik. ―Sus garras se aprietan alrededor de mis bíceps mientras aguanta su
orgasmo...
Su coño se aprieta alrededor de mi polla, subiéndola hasta que ya no puedo
contenerme. La penetro una vez más y gruño al soltarme.
―Ya lublu tebya, moya dorogaya.
Apoya la cabeza en mi hombro.
―Ya lublu tebya ―suspira―. Siempre, Nik. Siempre te querré.
La autora superventas del USA Today Brooke Summers es una escritora de
romance de Mafia y es conocida sobre todo por su serie Made.
Brooke Summers nació y creció en el sur de Londres.
Vive con su hija y su marido. Brooke es una ávida lectora desde hace muchos
años.
Es una gran admiradora de Colleen Hoover y Kristen Ashley.
Brooke lleva mucho tiempo soñando con escribir.
Cuando era pequeña, se inventaba historias para divertirse.
Parece que estaba destinada a convertirse en autora.

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