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LOS SENTIDOS
Siempre hemos oído que tenemos cinco sentidos que nos mantienen en contacto con
lo que sucede en el mundo exterior: el tacto, el gusto, el olfato, la vista y el oído.
En realidad, el tacto es una mezcla de los sentidos generales los receptores cutáneos
de temperatura, presión y dolor y los propioceptores de los músculos y articulaciones.
Los otros cuatro sentidos “tradicionales” (olfato, gusto, vista y oído) se denominan
sentidos especiales. Los receptores de un quinto sentido especial, el equilibrio, se
alojan en la oreja, junto con el órgano del oído. En contraste con los pequeños
receptores generales ampliamente distribuidos, los receptores de los sentidos
especiales son órganos sensoriales grandes y complejos (ojos y orejas) o agrupaciones
localizadas de receptores (papilas gustativas y epitelio olfativo)
Este capítulo se centra en la anatomía funcional de cada uno de los órganos de los
sentidos especiales de forma individual, aunque hay que tener en cuenta que las
entradas sensoriales se superponen. Lo que experimentamos finalmente (nuestra
“sensación” del mundo) es una mezcla de efectos estimulantes
DESEQUILIBRIO HOMEOSTÁTICO
Cualquier cosa que interfiera con la función de los bulbos dificulta nuestra capacidad
para ver de noche, una enfermedad denominada ceguera nocturna. La ceguera
nocturna deteriora peligrosamente la capacidad de conducir con seguridad por la
noche. Su causa más común es la carencia prolongada de vitamina A, que acaba
deteriorando la mayor parte de la retina neural. Como se describe en el cuadro “Más
de cerca” de las páginas 287-288, la vitamina A es uno de los complementos esenciales
de los pigmentos que las células fotorreceptoras necesitan para responder a la luz. Los
complementos de vitamina A restaurarán la función si se toman antes de que se
produzcan cambios degenerativos. ▲
LA RUTA DE LA LUZ A TRAVÉS DEL OJO Y LA
REFRACCIÓN DE LA LUZ
Cuando la luz pasa de una sustancia a otra con una
densidad distinta, su velocidad cambia y sus rayos
se curvan (o refractan). Los rayos de luz se curvan
en el ojo al encontrarse con la córnea, el humor
acuoso, la lente y el humor vítreo. La potencia
refractora (o de curvatura) de la córnea y los
humores es constante. No obstante, la de la lente
puede modificarse cambiando su forma; es decir,
haciéndola más o menos convexa, de modo que la
luz pueda enfocarse correctamente en la retina.
Cuanto mayor es la convexidad (o abombamiento)
de la lente, más se curva la luz. Cuanto más plana es la lente, menos se curva la luz. La
parte restante del ojo se “ajusta” a una vista 1 Convexidad relativa de la lente durante el
enfoque para una visión distante y cercana.
distante. En general, la luz de una fuente distante (a
más de seis metros) se acerca al ojo en forma de rayos paralelos, y no es necesario que
la lente cambie de forma para enfocar correctamente la visión en la retina. Sin
embargo, la luz de un objeto cercano tiende a dispersarse y divergir, y la lente debe
abombarse más para formar la visión más cercana posible. Para conseguirlo, el cuerpo
ciliar se contrae, lo que permite que la lente se vuelva más convexa. Esta capacidad del
ojo para enfocar específicamente objetos cercanos (aquellos a menos de seis metros)
se denomina adaptación. La imagen formada en la retina como resultado de la
actividad de la lente para curvar la luz es una imagen real; es decir, se revierte de
izquierda a derecha, de arriba abajo (se invierte) y es más pequeña que el objeto. El ojo
normal es capaz de acomodarse correctamente. No obstante, los problemas de vista se
producen cuando la lente es demasiado fuerte o demasiado débil (sobre
convergiéndose e infra convergiéndose respectivamente) o debido a problemas
estructurales del globo ocular.
A primera vista, la maquinaria del oído y el equilibrio parece muy rudimentaria. Los
líquidos deben moverse para estimular los receptores de la oreja: las vibraciones
sonoras mueven el líquido para estimular los receptores auditivos, mientras que los
movimientos bruscos de la cabeza agitan los líquidos que rodean a los órganos del
equilibrio. Los receptores que responden a tales fuerzas físicas se denominan
mecanorreceptores. El aparato auditivo nos permite oír una extraordinaria variedad de
sonidos, y los receptores del equilibrio de gran sensibilidad mantienen el sistema
nervioso continuamente al tanto de la posición y los movimientos de la cabeza. Sin esta
información, resultaría difícil (si no imposible) mantener el equilibrio. Aunque estos
dos órganos de los sentidos están alojados juntos en la oreja, sus receptores responden
a distintos estímulos y se activan de forma independiente.
ANATOMÍA DE LA OREJA
Anatómicamente, la oreja se encuentra dividida en tres zonas principales: el oído
externo, el oído medio y el oído interno (véase la figura 8.12). Las estructuras del oído
medio y externo influyen sólo en el oído. El oído interno funciona tanto para el
equilibrio como para el oído.
EL OÍDO EXTERNO
El oído externo consta de la aurícula y del meato acústico externo. La aurícula (o
pabellón auricular) es lo que la mayor parte de las personas denomina “oreja”, la
estructura con forma de concha que rodea a la abertura del canal auditivo. En muchos
animales, la aurícula recopila y dirige las ondas sonoras al canal auditivo, pero en los
humanos esta función se ha perdido en gran medida. El meato acústico externo (o
canal auditivo) es una cámara corta y estrecha (de unos 2,5 cm de largo por 0,64 cm de
ancho) tallada en el hueso temporal del cráneo.
En sus paredes, como la piel, se encuentran las glándulas ceruminosas, que secretan
cera amarilla denominada cerumen o cera del oído, que proporciona una trampa
pegajosa para los cuerpos extraños y para repeler a los insectos. Las ondas sonoras que
entran al canal auditivo golpean en la membrana timpánica (tímpano = tambor), o
tambor del oído, y hacen que vibre. El canal termina en el tambor del oído, que separa
el oído externo del medio.
EL OÍDO MEDIO
El oído medio (o cavidad timpánica) es una pequeña cavidad rodeada de mucosa y
llena de aire dentro del hueso temporal. Está flanqueado lateralmente por el tambor
del oído y en su parte medial por una pared ósea con dos aberturas, la ventana oval y
la ventana redonda inferior cubierta por membrana. El tubo faringotimpánico (o
trompa de Eustaquio) se extiende de forma oblicua hacia abajo para unir el oído medio
a la garganta, y las mucosas que rodean a las dos zonas son continuas. Normalmente,
el tubo faringotimpánico es plano y cerrado, pero al tragar o bostezar puede abrirse
brevemente para igualar la presión de la cavidad del oído medio con la presión externa
(o atmosférica). Se trata de una función importante porque el tambor del oído no vibra
con total libertad a menos que la presión en ambas superficies sea la misma. Cuando
las presiones son distintas, el tambor del oído se abomba hacia dentro o hacia fuera, lo
que dificulta la audición (puede que las voces se oigan lejanas); algunas veces produce
dolor en la zona. La sensación de oído taponado que se produce al igualarse las
presiones es familiar para cualquiera que haya volado en avión.
La cavidad timpánica la abarcan los tres huesos más pequeños del cuerpo, los osículos,
que transmiten la vibración del tambor del oído a los líquidos del oído interno (véase la
Figura 8.12). Dichos huesos, denominados por su forma, son el martillo, el yunque y el
estribo. Cuando se mueve el tambor del oído, el martillo también se mueve y transfiere
la vibración al yunque. El yunque, por su parte, pasa la vibración al estribo, que
presiona en la ventana oval del oído interno. El movimiento de la ventana oval pone los
líquidos del oído interno en movimiento, lo que posteriormente excita a los receptores
auditivos.
EL OÍDO INTERNO
El oído interno es un laberinto de cámaras óseas denominado laberinto óseo, que se
encuentra en lo profundo del hueso temporal detrás de la cuenca del ojo. Las tres
subdivisiones del laberinto óseo son la cóclea en espiral, del tamaño de un guisante, el
vestíbulo y los canales semicirculares. El vestíbulo se sitúa entre los canales
semicirculares y la cóclea. Las vistas del laberinto óseo que suelen aparecer en libros
de texto, como éste, son algo confusas porque realmente nos estamos refiriendo a una
cavidad. La vista Capítulo 8: Sentidos especiales 295 8 Aurícula (pabellón auricular)
Oído externo Oído medio Oído interno Canales semicirculares Nervio vestibulococlear
Meato acústico externo (canal auditivo) Tubo faringotimpánico (auditivo) Membrana
timpánica (tambor del oído) Estribo Ventana oval Ventana redonda Cóclea Vestíbulo
Yunque Osículos auditivos Martillo FIGURA 8.12 Anatomía de la oreja. de la Figura 8.12
puede compararse con el molde de un laberinto óseo; es decir, un laberinto lleno de
férula de yeso y en el que, a continuación, se han extraído las paredes óseas tras
endurecerse el yeso. La forma del yeso revela así la forma de la cavidad que se
extiende hasta el hueso temporal. El laberinto óseo está lleno de un líquido como el
plasma denominado perilinfa. Suspendido de la perilinfa hay un laberinto
membranoso, un sistema de sacos membranoso que sigue más o menos la forma del
laberinto óseo. El propio laberinto membranoso contiene un líquido más espeso
denominado endolinfa.
Los problemas del equilibrio suelen ser obvios. Los síntomas comunes son náuseas,
mareos y dificultad para mantener el equilibrio, especialmente cuando los impulsos del
aparato vestibular “discrepan” con lo que vemos (entrada visual). También pueden
producirse extraños movimiento oculares (bruscos o giratorios). Una patología grave
del oído interno es el síndrome de Ménière. La causa exacta de esta enfermedad no se
conoce por completo, pero entre las causas posibles se incluyen la arteriosclerosis, la
degeneración del nervio craneal VIII y el aumento de presión de los líquidos del oído
interno. El síndrome de Ménière produce una sordera progresiva.
Los individuos afectados padecen náuseas y a menudo oyen gritos o pitidos y
experimentan vértigos (sensación de que todo da vueltas) de tal intensidad que no
pueden levantarse sin sentir una extrema incomodidad. Los antibióticos contra los
mareos por el movimiento suelen prescribirse para reducir el malestar. ▲
El término gusto procede de la palabra latina taxare, que significa “tocar, estimar o
juzgar”. Cuando saboreamos algo, en realidad estamos probando o juzgando nuestro
entorno de una forma íntima, y muchos consideran el sentido del gusto el más
placentero de nuestros sentidos especiales. Las papilas gustativas, o receptores
específicos del sentido del gusto, están distribuidas en la cavidad oral. De las
aproximadamente 10.000 papilas gustativas que poseemos, la mayoría están en la
lengua. Unas cuantas se hallan en el paladar blando y la superficie interna de las
mejillas. La superficie dorsal de la lengua está cubierta de pequeñas proyecciones de
fijación (o papilas). Las papilas gustativas se encuentran a los lados de las grandes
papilas circunvaladas redondas y en la parte superior de las papilas fungiformes más
numerosas.
Las células específicas que responden a las sustancias químicas disueltas en la saliva
son las células epiteliales denominadas células gustativas. Sus largas microvellosidades
(los pelos gustativos) sobresalen del poro gustativo, y cuando se los estimula, se
despolarizan y los impulsos se transmiten hasta el cerebro. Tres nervios craneales (VII,
IX y X) transportan los impulsos gustativos desde las distintas papilas gustativas hasta la
corteza gustativa. El nervio facial (VII) actúa en la parte anterior de la lengua. Los otros
dos nervios craneales (el glosofaríngeo y el vago) actúan en las demás zonas que
contienen papilas gustativas.
Debido a su ubicación, las células de las papilas gustativas experimentan una inmensa
fricción y suelen quemarse con los alimentos calientes. Afortunadamente, se
encuentran entre las células más dinámicas del organismo y son sustituidas cada siete
o diez días por las células basales (células madre) que se encuentran en las regiones
más profundas de las papilas gustativas.
Hay cinco tipos básicos de sensaciones gustativas, cada una de las cuales corresponde a
la estimulación de uno de los cinco tipos principales de papilas gustativas. Los
receptores dulces responden a sustancias como los azúcares, la sacarina, algunos
aminoácidos y algunas sales de plomo (como las que se encuentran en la pintura de
plomo). Los receptores cítricos responden a iones de hidrógeno (H+ ), o a la acidez de
la solución; los receptores amargos, a los alcaloides; y los receptores salados a iones
metálicos en solución. El umami (“deliciosos”), un gusto descubierto por los japoneses,
lo provoca el aminoácido glutamato, que parece ser el responsable del “sabor de la
carne” de un filete y del sabor del glutamato monosódico, un aditivo alimentario.
Antiguamente se creía que la punta de la lengua era la más sensible a las sustancias
dulces y saladas, sus lados a las cítricas, la parte trasera de la lengua a las amargas y la
faringe al umami. En realidad, sólo hay ligeras diferencias en las ubicaciones de los
receptores gustativos de las distintas regiones de la lengua, y la mayoría de las papilas
gustativas responden a dos, tres, cuatro o incluso a las cinco modalidades gustativas.
Los gustos o aversiones gustativos tienen un valor homeostático.
El gusto por el azúcar y la sal satisfará las necesidades corporales de hidratos de
carbono y minerales (así como algunos aminoácidos). Muchos alimentos cítricos,
ácidos por naturaleza (como las naranjas, los limones y los tomates) son fuentes ricas
en vitamina C, una vitamina esencial. El umami guía el aporte de proteínas, y puesto
que muchos venenos naturales y alimentos deteriorados son amargos, nuestra
aversión por los sabores amargos es protectora.
El gusto está afectado por muchos factores, y lo que comúnmente hace referencia a
nuestro sentido del gusto depende en gran medida de la estimulación de nuestros
receptores olfatorios por parte de los aromas. Piensa en lo insípida que resulta la
comida cuando tenemos las vías nasales congestionadas por un resfriado. Sin el
sentido del olfato, el típico café matutino simplemente sabría más amargo. Asimismo,
la temperatura y textura de los alimentos pueden mejorar o deteriorar su sabor para
nosotros. Por ejemplo, algunas personas no comerán alimentos de textura pastosa
(aguacates) o arenosa (peras), y casi todo el mundo considera inadecuado comerse una
hamburguesa fría y grasienta. Los alimentos picantes, como las guindillas, estimulan en
realidad los receptores del dolor de la boca.
Los órganos de los sentidos especiales, una parte esencial del sistema nervioso, se
forman muy pronto en el desarrollo embrionario. Por ejemplo, los ojos, que son
literalmente extensiones del cerebro, se desarrollan a la cuarta semana. Todos los
sentidos especiales empiezan a funcionar, en mayor o menor grado, en el nacimiento.
Un neonato puede oír tras su primer llanto, pero las respuestas tempranas a los
sonidos son más reflexivas; por ejemplo, llorar y apretar los párpados en respuesta a
un ruido alto. A los tres o cuatro meses, los bebés son capaces de localizar sonidos y se
girarán hacia las voces de los miembros familiares. En la primera infancia, los niños
escuchan fundamentalmente a medida que empiezan a imitar sonidos, y las buenas
habilidades del lenguaje se asocian en gran medida a la capacidad de oír bien. Excepto
por las inflamaciones auditivas (otitis) resultantes de las infecciones bacterianas o las
alergias, pocos son los problemas que afectan a los oídos en la niñez y la vida adulta.
Sin embargo, a los sesenta se inicia un deterioro y una atrofia graduales del órgano
espiral de Corti que produce la pérdida de la capacidad de oír los tonos altos y los
sonidos del discurso. Esta enfermedad, presbiacusia, es un tipo de sordera
neurosensitiva. En algunos casos, los osículos auditivos se funden (otosclerosis), lo que
acrecenta el problema auditivo al interferir con la conducción del sonido hasta el oído
interno. Puesto que muchas personas mayores se niegan a aceptar su pérdida auditiva
y se resisten a utilizar mecanismos de ayuda, empiezan a confiar cada vez más en su
vista para obtener pistas sobre lo que sucede a su alrededor y se les puede acusar de
ignorar a las personas. Aunque la presbiacusia se consideró en su día una discapacidad
de la tercera edad, se está volviendo mucho más común en personas más jóvenes a
medida que nuestro mundo se vuelve más ruidoso día a día. Este daño causado por el
exceso de sonidos altos es progresivo y acumulativo. La música reproducida y oída en
niveles de sordera es definitivamente un factor que contribuye al deterioro de los
receptores auditivos. Los sentidos químicos, el gusto y el olfato, son agudos en el
nacimiento, y los bebés saborean algunos alimentos que los adultos consideran sosos o
insípidos. Algunos investigadores afirman que el sentido del olfato es tan importante
como el sentido del tacto para guiar a un neonato hasta el pecho de su madre. Sin
embargo, muchos niños pequeños parecen indiferentes a los olores y pueden jugar
felizmente con sus propias heces. A medida que se hacen más mayores, aumentan sus
respuestas emocionales a olores específicos. Parece haber unos cuantos problemas con
los sentidos químicos durante la niñez y la edad adulta. Llegados a los 40 años de edad,
nuestra capacidad para saborear y oler disminuye, lo que refleja el descenso gradual en
el número de estas células receptoras. Casi la mitad de las personas con más de 80
años no huelen absolutamente nada, y su sentido del gusto es escaso. Esto puede
explicar su falta de atención a los olores que antes les resultaban desagradables, y el
motivo por el que los adultos mayores prefieren a menudo alimentos muy sazonados
(aunque no necesariamente picantes) o pierden el apetito por completo.