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Se trataría de una cierta Luisa, amante de don Muno Móntez Claro. Ella le había dado tres hijos ya.

Cuando don Muno la dejó para casarse con una mujer de más categoría, Luisa mató a sus tres hijos.

Otros opinan, que esta historia remonta al tiempo de los aztecas. Había una diosa llamada Civocatl,
que había tenido que sacrificar a sus hijos a los dioses. Se veía ella en la noche cargando una cuna
vacía.

La historia de la llorona se cuenta de mil maneras. Así la oí yo en Laredo.

En el barrio llamado “El rincón del diablo” vivía una mujer muy pobre. Ella, y sus tres hijitos, vivían en
un jacal miserable a la mera orilla del río. Su esposo pasaba su tiempo en parrandas al otro lado del
río, en Nuevo Laredo.

Ella, pues, lavaba y planchaba ropa ajena, y a veces pedía limosna para que sus pequeños alcanzaran
una comida por día. Era una vida tristísima y cada día traía miserias nuevas. Lo que le dolía más era
ver a sus hijitos tan flacos y hambrientos.

Siempre quedaba un rayo de esperanza: un día su esposo volvería y todo se arreglaría. Pues, sí, volvió
el esposo para avisarle que se iba con otra mujer, para nunca volver…

Ya la mujer no se pudo aguantar. Ya nunca saldría de su agonía. Miró el agua que pasaba abajo. Sus
criaturas tendrían que afrontar una vida entera de lágrimas. ¡Pobrecitos angelitos, estarían mucho
mejor en el cielo! Dios les daría ropa fina, comerían cosas ricas… ¡Qué contentos estarían allá arriba
para siempre!

Sin pensarlo más, empujó a los chiquillos y los arrojó al agua. Flotaron por algunos momentos, y
finalmente desaparecieron.

Ella se sonrió por primera vez desde mucho tiempo, convencida que acababa de cumplir con su
deber de madre. Ya los podía ver arriba con sus coronitas, comiendo un buen plato de nieve de fresas.

Se acostó y se durmió felizmente.

Cuando despertó la mañana siguiente buscaba a sus niños. ¿Dónde estaban sus acaricias, sus
sonrisas, sus lágrimas? Repentinamente realizó lo que había hecho y, queriendo estar con sus
chiquillos, se echó al río.

Es cierto – y no falta quien lo quiera jurar – que cuando la luna está llena, se oyen los sollozos de una
mujer, al lado del río.

¿Será la llorona que todavía está en busca de sus niños?

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