Como en su copla de oro dijo Pedro Calderón, La que quiera conocerme tiene que dormir conmigo Para que oiga a medianoche cómo late un corazón.
Andrés Eloy Blanco
(Paráfrasis del poeta)
Entro al canto sin permiso, la pluma por instrumento,
Esquina de unos amores en el albur donde voy, Palabras que tienen sangre con rezos de Andrés Eloy, Riachos de curso realengo, pedazos de algún momento. Detrás de una melodía cirios y flores invento; La gracia como despunte y una copa de testigo; La miel de la boca tuya es alimento y tosigo Cuando el jardín tiene rosas y las rosas su jardín, Si no hierve mi sonrisa, de un confín a otro confín, Si “no cabe lo que siento en todo lo que no digo”. II
No sé si mirar tu aliento o escuchar tu lozanía,
Acaso cernir tu estampa con giros de levedad, Tu voz dice que no es cierto y tu piel es la verdad Lejos de los cuatro vientos, cerca de la poesía. ¡Cuántas cuerdas tiene el cielo en trastes del alma mía! ¡Cuántas veces tu mirada se cierne en la tentación! Raja el pecho con las hebras de alguna vieja canción, Si la vida y la cadencia tejen la misma locura, Si se pulsa una guitarra allende las escrituras Como en su copla de oro dijo Pedro Calderón.
III
Una mujer es un trecho entre tormenta y clavel,
Carta de añeja baraja, tizón de fuego callado; Azar de no saber nunca las letras de su costado, Sabor de fuego cruzante cuando tú trochas en él. Una mujer trae aromas en la punta de un cincel, Misterio de ojos señeros con llamaradas de trigo; Que me atraviesan las ganas de ser estrella y abrigo, Que conversan con el hado de un contrapunto pequeño, Y como toda mi suerte es la cifra de un ensueño La que quiera conocerme tiene que dormir conmigo. IV
Tarde que llevas las cuentas en el filo de un pañuelo,
la que tuerce sus clavijas en la paz de un caminar, Tarde fugaz, enemiga, de azul espectacular Donde la muerte descubre las albricias de su vuelo; Deja que las horas tuesten el quicio de mi consuelo Como quien anuncia el frío, padre de mi sinrazón, No te apures ni te canses ni develes tu oración; llama más bien una brisa, vagabunda y soberana que, a lazo, traiga la luna hasta mi propia ventana para que oiga a medianoche cómo late un corazón.