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Literalmente El perdona y olvida. "Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por
amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados" (Isaías 43:25). Dios
jamás trae a la memoria un pecado que ha sido confesado y perdonado. El
creyente es libre eternamente de la condenación de Dios una vez que
acepta al Salvador (Romanos 8:1). Ya no vive en temor del castigo puesto
que Cristo llevó su castigo en la cruz.
El asunto del perdón quedó liquidado en la cruz hace dos mil años. No hay
necesidad de implorar o suplicar el perdón de Dios. En el momento en que
confesamos nuestros pecados, Dios es fiel para perdonarlos. Sin embargo,
muchos consideran que esto es difícil de aceptar, sosteniendo que es
demasiado sencillo o que el pecado debe ser pagado con recursos
humanos.
Hay personas que pasan años tratando de sepultar y cubrir las heridas
emocionales del pasado. Quizá obtengan alguna satisfacción al perdonar a
otros, pero cuando se trata de perdonarse a sí mismos, el proceso se torna
en algo fatal y tenebroso.
Al terminar el proyecto leo lo que he escrito y lo que Dios tiene que decir
acerca de mí y de cualquier pecado. Luego escribo en toda la página, con
letras GRANDES Y CLARAS: "perdonado por Dios", gracias al amor y a la
muerte de su Hijo en el Calvario.
El pecado del hombre se inició en el Huerto del Edén cuando Adán y Eva
desobedecieron a Dios. El hombre fue separado espiritualmente de Dios y
su pecado fue pasado a cada generación. Pero en su infinita bondad Dios
concibió un plan para liberarnos de la obligación del pecado.
Sólo al aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador es cuando el poder del
pecado es quebrantado y el perdón eterno de Dios es aplicado a nuestras
vidas. Por medio de Jesucristo tenemos perdón eterno para todos y cada
uno de nuestros pecados.
El amor es la razón por la cual el Señor Jesús murió por nuestros pecados.
El pecado siempre demanda un sacrificio. La muerte expiatoria de Cristo es
el pago suficiente por los pecados de toda la humanidad.