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El hecho de que Dios es luz, establece un contraste natural con la oscuridad. Si la luz es una
metáfora para la justicia, la verdad y la bondad, entonces la oscuridad simboliza el mal, la mentira y
el pecado.
Si no tenemos la luz, no conocemos a Dios. Aquellos que conocen a Dios, que caminan con Él, son
de la luz y caminan en la luz. Ya que somos hechos partícipes de la naturaleza divina de Dios.
Dios es luz, y también lo es su Hijo. Jesús dijo, "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará
en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Juan 8:12). "Caminar" es avanzar, por lo tanto,
podemos deducir de este versículo que los cristianos deben crecer en santidad y madurar en la fe
mientras siguen a Jesús.
Nuestro Señor Jesucristo dijo de sus discípulos lo siguiente, vosotros sois la luz del mundo (Mateo
5:14) y también dice que somos luminares en medio de esta generación maligna y perversa donde
resplandecemos por medio de la verdad y de nuestro testimonio (filipenses 2:15).
LA REALIDAD BIBLICA ACERCA DE NUESTRA CONDICION: TODOS HEMOS
PECADO.
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros. 1 juan 1:8
Como seres humanos, descendientes de Adán, todos nosotros hemos pecado delante de Dios y
nadie puede jactarse de ser bueno Romanos 3:10-18, Incluso ahora que estamos en Cristo aún
tenemos una naturaleza pecaminosa que debe ser mortificada por medio del Espíritu Santo.
Ahora bien, el apóstol Juan desea que sus lectores comprendan la realidad del pecado en sus vidas
y como este nos aleja de Dios, por ello, el primer paso para la reconciliación con Dios es aceptar la
realidad de nuestros pecados, si no lo hacemos, nos engañamos y nos hacemos mentirosos delante
de Dios ya que su verdad no está en nosotros, o si decimos que en nosotros no hay pecado por
considerarnos justos, cometemos el pecado de llamarle a Él mentiroso y no creemos en su palabra.
El Apóstol Juan nos enseña acerca de la necesidad de confesar nuestros pecados a Dios, porque
somos seres imperfectos.
Lo primero que uno puede entender en la Biblia respecto a este tema es la necesidad que
tenemos de confesar nuestros pecados para que estos sean perdonados.
En proverbios se nos enseña que aquellos que no confiesan sus pecados, sino que los encubren,
jamás prosperaran ni alcanzaran la misericordia de Dios: “El que encubre sus pecados no
prosperará; más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”, (Proverbios 28:13), de allí la
importancia de confesar nuestras transgresiones.
Conclusión:
Ahora los creyentes no practican el pecado ya que tenemos el poder de resistirlo a través del Espíritu
Santo que mora dentro de nosotros, por lo tanto, el pecado no se enseñorea más de vosotros. Y
aunque esto es una verdad, no debemos ignorar que aún estamos librando una batalla feroz en
contra del pecado que aun mora dentro de nosotros y es por esto que podemos tropezar y pecar
contra Dios.
Como advertencia: pero no debemos contristar al Espíritu Santo ni tampoco debemos resistirlo con
nuestro pecado ya que si voluntariamente pecáramos solo nos encontraremos con un Dios airado.
El llamado de Dios es a confesar y a arrepentirnos de todos nuestros pecados no dándole ningún
lugar en nuestras vidas, tenemos la provisión de Dios por si alguno hubiere pecado ya que Dios es
fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad por medio de la sangre del Cordero.
Solo si confesamos nuestros pecados a Dios y le pedimos perdón por ellos, somos restaurados a un
perfecto compañerismo y comunión con Él, más el que los encubra no prosperara. Recordemos que
un poco de levadura leuda toda la masa y el pecado contamina, engaña, endurece, enceguece y
cauteriza la conciencia. Dando como pago final al trasgresor la muerte.